Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
” de Ken Wilber
Ante la pregunta que nos hace otro ¿quién eres?, respondemos desde diferentes criterios, y
principalmente por medio de HECHOS (e.g. estudié…, he viajado a…, tengo una novia….,
etc.)
“Sin embargo, hay un proceso aún más básico que subyace en todo el procedimiento para
establecer una identidad”. (p. 17)
Comenta Wilber que, comúnmente, establecemos una línea a lo largo de toda nuestra
experiencia, una línea limítrofe, que “define” un ADENTRO y un AFUERA; solemos
decirnos que todo aquello que esté adentro es parte del “yo mismo” y lo que no como algo
que no es parte de nuestro “yo mismo”. “[…] nuestra identidad depende totalmente del
lugar por donde tracemos la línea limítrofe”. (p. 17)
El pronombre personal “Yo” (la voz de la primera persona) es un límite en sí: Yo soy esto y
no aquello.
Podemos desplazar, rectificar y desvanecer la línea limítrofe. Desplazar, hacer otra cosa
con lo que se tiene. Rectificar, poner en duda sus límites y ampliar o reducir el tipo de
experiencias. Y Desvanecer, lo que llama Wilber, “experiencias de la identidad suprema”
(p. 18), donde nuestro límite se expande al grado de que se es uno con el universo, es decir,
se desvanece el límite auto-impuesto adentro-afuera… hay un todo.
Clases de líneas limítrofes:
La piel. Adentro = identidad (e.g. “soy hombre”), Afuera = posesión (e.g. “mi coche”). Esta
limitante comúnmente reconocida en cada uno de nosotros, puede no reconocerse en dos
casos: en la unidad de la conciencia y en casos de psicosis.
En el interior del organismo. “¿Sientes que eres un cuerpo o sientes que tienes un cuerpo?”
(p. 19) Comenta Wilber que, cada uno, solemos identificarnos con “una sola faceta” de la
totalidad de nuestro organismo (organismo ≠ cuerpo), algo de nosotros que nos da cuenta
auténticamente sobre nuestra realidad. Mente, psique, ego o personalidad.
Mente-cuerpo. No nacemos con ella. Dónde sí y dónde no. ¿Dónde poner el límite o dónde
se nos impone? El cuerpo como fuente de placer y dolor, ventana de experiencias que son
celebradas o temidas por los otros. A medida que vamos madurando “El cuerpo se
convierte en territorio extranjero” (p. 20) así como lo es el mundo exterior. Todo esto para
explicar la negación del cuerpo derivada de la idea de escisión mente-cuerpo, que al final
del día tiene por resultado creer que somos mente… sólo mente.
“En pocas palabras, lo que el individuo siente como su propia identidad no abarca
directamente el organismo como un todo, sino solamente una faceta del organismo, a saber,
el ego”. (p. 21) Entendiendo por ego (por Yo) “una imagen mental de sí mismo” (p. 21
Fenómenos transpersonales. Experiencias donde hay una expansión del límite, que van
“más allá del individuo” (p. 22). Experiencias transpersonales ≠ conciencia de unidad; las
primeras no llegan a expandirse hasta la Totalidad, la segunda sí. Las experiencias
transpersonales suelen ser abrumadoras[1]. “[…] en la zona que llamamos transpersonal, y
que desaparece del todo al nivel de la conciecia de la unidad, porque, en ese nivel final, lo
que uno es y lo que uno no es se convierte en “una totalidad armoniosa”” (p. 23).
De todo lo anterior, Wilber argumenta que las diferentes maneras de poner límites dan
cuenta de que tenemos acceso a “muchos niveles de identidad” (p. 22), que podemos
verificar por nosotros y en nosotros mismos. Estos diferentes niveles de identidad apuntan a
nuestra conciencia. Apuesta por la verificabilidad experiencial más que teórica.
Tener en cuenta que “[…] una línea limítrofe es también una línea de batalla en potencia”.
(p. 26): el medio para el organismo total, el cuerpo + el medio para el ego, la sombra + el
cuerpo + el medio para el personal.
“[…] cuando un individuo dibuja los límites de su alma, establece al mismo tiempo las
batallas de su alma” (p. 27). Es decir, bajo la lógica wilberniana, mientras más límites
pongas a tu mundo (que a su vez definen lo que eres) más batallas tendrás que librar para
proteger eso que dices “que eres” y que buscas protege de lo que “no eres”. Todo extraño,
parafraseando a Freud, parerece enemigo.
Sin embargo se cuestiona: “Apuntan todas ellas [las diferentes escuelas y religiones] al
mismo nivel de la conciencia de la persona?” (p. 28). ¿O a diferentes? ¿Es factible ponerlas
en orden y coherencia? ¿La “suma” de todas las escuelas psicoterapéuticas y religiones dan
cuenta del individio? El argumeto de Wilbert es que las diferentes escuelas y religiones dan
cuenta de diferentes niveles de conciencia.
“En términos generales, veremos que una terapia, del nivel que sea, reconoce y acepta la
existencia potencial de todos los niveles que están por encima del suyo propio, pero niega
la existencia de todos lo que están por debajo” (p. 30).