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PLANETAS EXTERIORES.

En el umbral del tercer milenio nos enfrentamos con un interesante


desafío: reconocer y aceptar ser parte del Universo infinito cuyos confines
exceden la comprensión de nuestras mentes limitadas y dar un salto de
conciencia para reubicarnos en niveles del ser más sutiles y misteriosos.

Para recorrer esta travesía, se nos ha tendido un puente facilitador que


debemos transitar como un camino de iniciación; ese puente luminoso, lo
sepamos o no, esta integrado por los colosos de la transformación: Urano,
Neptuno y Plutón.

Estos cuerpos celestes, son las potencias más alejadas y menos


conocidas que integran el Sistema Solar, su aparición constituye el cambio
astronómico más espectacular registrado en tiempos de nuestra historia,
que ha triplicado respecto del escenario anterior, la magnitud escénica
del teatro de acción de la humanidad.

Las consecuencias de este fenómeno son imprevisibles y se van develando


en forma gradual; por lo que su concientizacion tardara mucho tiempo
en ser metabolizada por el cuerpo orgánico de la humanidad.

Para los que nos manejamos en el terreno astrológico de lo simbólico y lo


sincrónico una convicción aparece como innegable; estamos en presencia
de grandes mensajeros del cambio, grandes dioses de transformación
trascendente.

Respecto de ellos, no estamos ajenos de sentir el mismo temor infantil


que los antiguos experimentaban al adentrarse en los ilimitados confines
del océano, alejados de la vista de tierra firme. Por eso en sus intentos
de plasmar el mundo conocido y seguro en cartografía, representaban la
periferia desconocida y amenazadora como un cerco poblado de animales
imaginarios: dragones con dos cabezas, serpientes enormes con lenguas
bífidas que despedían llamaradas de fuego, cataclismos y tragedias.

A la modernidad le corresponde ahora enfrentarse con el accionar de estas


fuerzas desconocidas que cual dioses incomprendidos se manifiestan
airados provocando tormentas que no comprendemos. Sus consecuencias
superan nuestros límites de lógica y aceptación; nos empujan al borde
de abismos insondables, nos exigen utilizar los recursos más potentes de
nuestra personalidad y nos manejan, haciéndonos sentir que todo escapa
a nuestro control y ya no somos dueños de nosotros mismos. Con ellos
hemos enfrentado lo monstruoso y experimentado el terror.

Pero si los reconocemos como fuerzas arquetípicas, estos dioses no son


“buenos” ni “malos, son fuerzas numinosas que necesitan de la energía
humana para manifestarse; es por eso que también ha llegado la hora de
que los consideremos como divinos enviados que tienen una misión
unitiva y conjunta: preparar a la humanidad en su totalidad a dar un salto
que posibilite acceder a una dimensión mas elevada de su propia escala
evolutiva.

Nuestro hogar es el Sistema Solar, esa maravilla de armonía que se


presenta todos los días ante nuestros ojos y que ha sido, desde la más
remota historia, materia de estudio y de admiración para los espíritus más
delicados y sutiles.

Posible resulta para el científico o el místico acceder a la comprensión de


los parámetros que ordenan esta comarca por la que se desplaza, como
un plato volador, nuestro planeta LA TIERRA.

Al observar el Sistema Planetario podemos imaginar su diagrama como


una sucesión de ondas energéticas concéntricas que forman conjuntos
bien diferenciados.( Ver grafico Nº 1)

Estos conjuntos guardan, desde la visión de la Matemática Moderna, una


relación de inclusión; vistos de esta forma nos permiten compararlos con
tres etapas de evolución diferente para los seres humanos.

El círculo interno que corresponde a una primera etapa, esta integrado


por los planetas interiores, esos que entendemos como planetas
personales en la astrología: partiendo del Sol, Mercurio, Venus y La Tierra
y Marte.

Marte es el primero que escapa de la orbita terrestre y se constituye en


un nexo entre lo que pertenece al interior de dicha orbita y lo que
constituye el exterior. Este primer quiebre de la matriz uterina de la
Tierra, debe ser cumplido por el planeta de la guerra que con su brazo
armado rompe ese círculo protector, igualándose con el proceso del
nacimiento biológico y la expulsión del vientre materno.

Este accionar marciano permite acceder al segundo circulo, el que esta


integrado por los llamados planetas sociales Júpiter y Saturno, que siendo
los más voluminosos del sistema y ubicados fuera de la orbita de la Tierra
se asocian con lo colectivo.

A estas energías las consideramos astrológicamente como maestros que


se personifican en el afuera en los primeros años de vida y que se
internalizan recién cuando han cumplido un ciclo general o personal. El
acceso a la potencia de estas energías conforma un segundo nacimiento
al área de lo social en todos sus niveles.

Abarcando a todos ellos y en el círculo de mayor elongación se hallan los


3 planetas exteriores: estas reliquias del sistema que llamamos Urano,
Neptuno y Plutón, fuerzas desconocidas y misteriosas que nos acaran con
desafíos indescifrables. Pero más allá de los cambios a los que nos
someten en cada caso particular, se acerca el momento de que los
consideremos en conjunto, como una nueva instancia de acceso a una
conciencia diferente.

Juntos y con la incógnita de si aparecerá en breve tiempo, un elemento


aun más alejado en nuestro sistema, representan una escalada de
transformación a la que nos estamos abriendo, lenta pero
inexorablemente los que integramos estas generaciones sometidas a su
influjo.

Este tercer círculo puede ser entendido como una nueva onda energética
que contienen a las hermanas menores y que siendo la mayor, predomina
en influencia y sentido sobre las más pequeñas, las modifica y las enfrenta
con posibilidades nuevas que matizan sus formas iniciales preparándolas
para un desarrollo más sutil y elevado

Dane Rudhyar en su libro “La practica de la Astrología” habla de estas


corrientes de energía y llama a esta circulación la “marea cósmica”.
Alexander Ruperti ratifica esta visión de una recta direccional que parte
desde el Sol con pura energía indiferenciada y va adquiriendo carácter
diferenciado al contactar con los demás planetas.

Para Rupertti esta directriz solar tiene dos sentidos: uno de manifestación
hacia el afuera, desde el Sol hacia Saturno, el otro es un sentido inverso
que cumple un camino de retorno desde Saturno hacia el Sol, como marea
evolutiva de crecimiento de la conciencia.
Podemos pensar esta corriente en términos de sístole y diástole del
Universo que se encarga de llevar y traer el flujo energético que alimenta
la vida, comunica a todos sus integrantes grandes y pequeños y
constituye un río vital similar al de la sangre que nutre nuestros cuerpos.

La aparición de los planetas exteriores nos enfrenta con una ampliación


del derrotero de esta corriente energética, que también se cumple en
ambos sentidos y que va diferenciando la recta solar en su contacto con
las nuevas sintonías. Estos tres nuevos cuerpos modifican la “música de
las esferas”, la melodía a la que estaba acostumbrada la humanidad.

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