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Hoy reflexionaba acerca del karma de una botella rota, una botella que por accidente lanzas al

suelo para que estalle en mil pedazos, quien sabe, de pronto poseída por alguna tarea pendiente,
acumulada en un rincón de tu casa, como en la mía.

En la cocina de tan peculiar espacio se encontraba una caja fuerte, fuente de asombro y
especulación de todos quienes la visitaban, con los días sirvió el propósito de cargarlo todo. Las
bolsas, las cajas, los restos de la fiesta, cervezas se apilaron en su plana cabeza y copas en la
ranura inferior, que la coronaba, como urna que contenía la vid de la vida. Se convirtió en un lugar
mágico donde solemnes copas doradas y broncíneas se alzaban para conmemorar momentos de
presente, momentos de intimidad.

La cocina con el paso del tiempo se convirtió en un lugar inhabitable, tuve constantes e
insoportables peleas con mi compañera de piso al respecto, ella pensaba solo en cocinar y comer
según una técnica peculiar, en la que cada plata, pocillo y cubierto debían ser utilizados. Como
metodología propuso que yo lavase los platos mientras ella aseguraría la alimentación de ambos,
yo rebelde me rehusé ante una proyección de mamá, regañado por lo que a la vez se había
convertido en la proyección de una esposa, que en la mayoría de los casos tan solo es una madre
más joven, en una convivencia simpática que llamamos sueño. El día en que el karma aparecería
llegó luego de que por un viaje ella partiera y porfin la cocina recibiera su tan merecido y esperado
orden.

Si, al parecer el Karma también sigue la ley de lo obvio y lo más obvio es que una cocina limpia le
renueva la energía a un espacio, puede sonar absurdo, le invito a que intente vivir con su cocina
sucia por un mes. Entonces, al llegar al final de la labor, luego de restregar 2 semanas de platero,
sacarle a la estufa pegotes de panela, que se había fundido a la lumbre de un fuego excesivamente
alto, encontrar por fin el modo de encajar platos, tazas, vasos y bouls en el lugar que correspondía
y hasta darle orden a los cestos del té y las galletas, la sensación de placer y bienestar me invadió.
Así se siente el buen karma, es como abrir un champagne, culminar una caricia, el primer bocado
de ese postre irresistible, la sensación de culminar la labor que ya viene acabando y dejando orden
a su alrededor.

Estaba a punto de finalizar las repisas, después de lo que debía continuar con los pisos, barrer y
trapear. Cuando, al aproximarme a la cabeza plana de mi amiga la caja fuerte, siento una
sensación fría y turbia, el espesor del aire que se hace denso, un magnetismo puesto que parece
incluso retarme. Es tan confuso el desorden que no entiendo ni por dónde empezar, paquetes de
galletas, dulces, un esfero, monedas, bolsas de basura, una mesa con animal print rosado, un
termo de Old Parr y los acostumbrados restos de la fiesta. Debajo coronan la escena las copas
egipcias en variedades de vidrio y metales preciosos. Encabezando el licor una botella de pisco en
vidrio macerado, a sus lados se dibujan uvas en contraste de vidrio liso, su etiqueta azul es
coronada por la marca “Lablanco, uva Italia”. Me acompañaba desde hace 4 años, la compre en
épocas que viajaba a Lima con mi novia, en busca de plata peruana y rehacer un amor. Los
recuerdos de ese Pisco me llevan a ella, a las noches calidas de una Lima llena de asombro, bailes
contundentes y extáticos, delicadas delicias y encuentro íntimo, enamorados ella y yo, en medio
de esa plaza que coronan los galeones, cruzando las aguas, recorriendo sus calles, enamorándonos
en riscos sobre la playa.
El momento justo se reveló cuando luego de enrollar las bolsas, recoger los dulces y guardar el
otro licor en la nevera decidí dejar el Lablanco junto a un Amareto encima de la vieja caja fuerte,
detrás, servía como fondo la mesa de animal Print rosada y junto, el envase de Old Parr. Entonces
me apreste a limpiarlo, sentía un peso en su superficie, él apego, la densidad de su energía me
recorrió mientras soplaba y manoteaba por sacar de ahí el último rastro de una desatención e
irrespeto al balance de mi hogar, que llevaba así casi 3 semanas. En un torpe esfuerzo choqué mi
mano con la botella de Lablanc y tras de ella salió amarrada una asquerosa mota de pelo, la
botella cayó al piso y estallo, quedó hecha añicos y yo en desconcertado, desconsuelo me paré a
mirarla. Me extraño como una botella puede afectarme de manera tan total, llorosa y vacilante,
me mantuve por un momento ponderando como deshacerme de ella, sintiendo el lamento de
está, el dolor de abandonar esta maravillosa casa y tener que buscar otros usos, mientras yo solo
barría y decía lo lamento, no todos pasan el filtro.

Tomé una bolsa del rollo de bolsas plásticas y lo recogí, con paciencia, casi tristeza, lo tomé en la
mano, camine hasta la puerta, lo junte a la mierda de perro que había quedado pendiente por
sacar de una visita previa y lo puse en un lugar visible. Había un piso que terminar y los demás
fragmentos de botella eran prioridad, puedes tener absoluta certeza, en fin, que el detonar de los
eventos en la matriz de probabilidad es inevitable y que sus historias continúen también.

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