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5
W. H. Leatherdale discute las categorías de la analogía negativa, positiva y neutral de Keynes en The
Role of Analogy. Model and Metaphor in Science, Amsterdam, North-Holland, 1974, pág. 41.
6
Leatherdale, op. cit., pág. 138.
desvanecido ya hoy en día, tales comparaciones siguen siendo muy comunes entre los
estetas. Una de estas comparaciones, esta vez entre la literatura y la arquitectura, se
plantea así:
7
Alistair Fowler, «Periodization and Interart Analogues», New Literary History, 3, Primavera 1972, pág.
503.
8
René Welleck (1941), pág. 33.
normas a la que Miguel Ángel guarda con las suyas, que son muy distintas, no estamos
convencidos como consecuencia de que las obras de Sidney y Miguel Ángel sean
especialmente parecidas. El tipo de comparación a la manera de Wölfflin-Walzel nos
hace pensar que las pinturas y textos barrocos en cuestión tienen rasgos comunes,
similaridades innatas.
Pero el problema de la comparación a tres es, por supuesto, que el crucial
término medio, visto detenidamente, corre el peligro de quedar disuelto en una
homonimia más que en una identidad. Como consecuencia, Walzel ha sido responsable
de cuarenta años de intentos compulsivos por parte de la crítica de definir el barroco,
para convencerse los unos a los otros de que la «forma abierta» y términos similares
tienen un mismo y único significado cuando se aplican a artes distintas9. Una típica
objeción a este movimiento se puede encontrar en la pretensión de Rosamund Tuve de
que la representación original que Wölfflin hiciera de la pintura barroca tiene que ser
«traducida antes de que pueda ser aplicada al problema de la forma tal y como se
presenta en la literatura»10. «Abierto» y «cerrado», «simétrico» y «asimétrico»
significan cosas distintas cuando se refieren a pinturas o a textos literarios. No ayuda
demasiado la contrarréplica de Alistair Fowler a Tuve de que «cada comparación
interartística, incluso entre dos artes visuales, implica una metáfora (‘traducción’), pero
esto está, sin embargo, lejos de invalidarla mientras la metáfora tenga sentido»11. ¿Cuál
es la diferencia entre una metáfora acertada y una desacertada? Y, si la comparación
interartística es simplemente una cuestión de hilar similaridades metafóricas, ¿no
estaríamos demostrando que las artes están irrevocablemente [30] separadas, y que solo
pueden ser acomodadas por medio de recursos metafóricos, esto es, «poéticos»?
En otras palabras, el punto de coincidencia en la comparación ha demostrado ser
aquí homonímico y en consecuencia la comparación no parece válida. Este es el típico
esquema de desarrollo en la historia de las analogías entre las dos artes. Estamos
atrapados entre la Escila de una poco convincente relación a cuatro y la Caribdis de una
inestable relación a tres. La historia de las comparaciones entre la pintura y la literatura
es, por tanto, consecuencia del descubrimiento de las relaciones a tres, donde el término
medio se escinde en dos entidades discretas, o bien en relaciones a cuatro que no
consiguen poner las artes en relación porque simplemente parecen demasiado sutiles.
Con esta estructura en mente, las diversas vicisitudes de la comparación
interartística quizás resulten ahora más comprensibles. Podríamos empezar por sus dos
más tempranos loci classici. El primero es la sentencia atribuida por Plutarco a
Simónides de Ceos de que la pintura es «poesía muda» y la poesía una «pintura
parlante». Aunque ha sido repetida en cientos de tratados y artículos de estética, la frase
en sí misma pocas veces ha sido analizada. ¿Por qué querría uno pensar que una pintura,
por un lado, habla y, por el otro, un poema es mudo? La respuesta radica al menos en
parte en la personificación que se hace de las dos artes en la frase de Simónides. El
deseo de una pintura hablante es el deseo de destruir la barrera entre el arte, que es
limitado en su modo de significación, y los seres humanos, cuyo lenguaje y presencia
física combinan una semiosis que apela a todos los sentidos. Una pintura hablante sería
casi una persona. Y aquí nos encontramos de vuelta con la moraleja del Franklin [de
Chaucer] en que los signos utilizados por la gente debían directamente hacerlos
9
Véase el resumen que Wellek hace sobre estas cuestiones en «The Concept of Baroque in Literary
Scholarship», Concepts of Criticism, New Haven, Conn., Yale University Press, 1963.
10
Véase Fowler, op. cit., pág. 499.
11
Ibid., pag. 499.
presentes a ellos (y a la realidad)12. Una pintura hablante [31] convocaría la «realidad»
entera del que la hace y a la vez lo «significaría», o significaría la realidad en general.
Sería lo que Peirce llama un icono, o lo que Derrida denomina un signo con «voz» o
«presencia»13. El intento de sobrepasar los límites entre un arte y otro es por tanto el
intento de disolver (o al menos, enmascarar) los límites entre arte y vida, entre signo y
cosa, entre escritura y diálogo. Las historias apócrifas que sustentan la figura de la
pintura hablante (Zeuxis pintó unas uvas tan reales que los pájaros trataron de
comérselas, o todo el topos de las estatuas tan reales que tomaron vida) son sintomáticos
de esta ruptura de los límites entre arte y vida, como lo es también el poder realista de la
moderna «pintura hablante», el cine. El artista es presentado como un rival de Dios, al
crear una vida sin la cualificación del «como si». Y ahora que ya no es posible encontrar
la advertencia implícita en historias como la del Franklin, el artista debe aspirar a su
ensueño sin otro castigo a la vista que el propio fracaso.
Durante el Renacimiento y en adelante, el paralelo interartístico y la cuestión de
la verosimilitud estuvieron inevitablemente conectados. Sidney, por ejemplo, afirma en
su «Apology of Poetry» que la poesía «es un arte de imitación, pues así la llamó
Aristóteles con la palabra Mímesis, esto es, un representar, fingir, o figurarse,
metafóricamente hablando, una pintura hablante». Y Dryden señala que «la poesía,
como la pintura, tiene un fin, que es dar placer; y la imitación de la naturaleza es el
medio general de alcanzar este fin»14. De hecho, por la época de Dryden la conexión
entre la comparación interartística y la imitación de la naturaleza se solía establecer de
forma consciente, pero está ya implícita en la frase de Simónides, en el topos de la obra
de arte que viene a la vida y en los manifiestos estéticos de todas las épocas. [32]
Sin embargo, frente a la «pintura hablante», el poema mudo parece un objeto
malogrado; la pintura es poesía menos la voz. La asimetría tras la retórica de Simónides
sugiere que el poema tiene todas las de ganar en la analogía pictórica −tiene sus propias
propiedades simbólicas y además la palpabilidad de un medio visible: se convierte en el
lenguaje que emana de un cuerpo. Pero ¿qué gana la pintura? No adquiere voz, sino una
inefable propiedad que se dice «poética». La fórmula de Simónides revela la inclinación
más común de la comparación interartística −que la poesía necesita ser suplementada
con la presencia física para ser totalmente estética, mientras que la pintura tiene
presencia y es también poética (esto es, estética) sin necesitar usar el lenguaje.
Tal interpretación depende, por supuesto, de que tomemos las metáforas de
Simónides como propuestas o instrucciones, y no como descripciones. Pero, si uno cree
que la poesía es pintura con voz, mientras que la pintura es solo «poesía muda»,
entonces se invierte la jerarquía implícita en la comparación. Así, Leonardo sintió la
necesidad de defender la pintura y corregir el dudoso paralelo de Simónides: «Si se dice
que la pintura es poesía muda, entonces también se puede llamar pintura ciega a la
poesía. Ahora bien, pensemos: ¿cuál de las dos aflicciones es más perniciosa, la del
hombre ciego o la del mudo?… Si el poeta sirve a los sentidos mediante el oído, el
pintor lo hace mediante el ojo, un sentido más elevado»15. Leonardo reconoce aquí los
12
La autora se refiere al «Franklin’s Tale» de Geoffrey Chaucer, de donde saca la expresión «colours of
rethoryk» que da título a su libro, en cuyo apéndice (págs. 221-226) comenta detalladamente las
implicaciones del relato [Nota de la T.].
13
Véase la discusión de la semiótica de Peirce en W. Steiner (1982), págs. 19-22. Para Derrida, véase Of
Grammatology, Baltimore, John Hopkins University Press, 1974, y «Différance», Speech and Phenomena
and Other Essays on Husserl’s Theory of Signs, Evanston, Ill., Northwestern University Press, 1973.
14
Abrams, op. cit., pág. 17.
15
Leonardo da Vinci, Teatrise on Painting, vol. 1, traducido y anotado por A. Philip McMahon,
Princeton, N.J., Princeton University Press, 1956, pág. 18. Las ideas de Leonardo sobre este punto se
límites de cada una de las artes (una forma de conocimiento para el ciego, otra para el
sordo) en lugar de declarar un salto heroico de las barreras. Pero además afirma que la
pintura no necesita usar palabras, porque habla ya en el lenguaje de las cosas, un
lenguaje conocido por todos y más inmediato de lo que cualquier palabra podría ser.
[33]
En esta controversia alrededor de la figura de Simónides se localizan los
principales temas de la comparación interartística. Primero, ¿es la poesía de alguna
manera pictórica, o es de hecho una ciencia para los ciegos? ¿Es la pintura superior
porque habla un lenguaje universal? Y, si es así, ¿qué se puede hacer para universalizar
el lenguaje de la literatura? ¿O es la literatura superior porque de hecho habla, mientras
que la pintura se limita a ser una copia no asertiva del mero aspecto de las cosas? Estos
temas nos conducen a cuestionar qué es la mímesis, y plantean los problemas
concomitantes de la arbitrariedad frente a la naturalidad del signo estético y el modo
óntico de su materia.
Podríamos empezar por la cuestión de la mímesis, que domina las
aproximaciones tanto antiguas como modernas de la comparación interartística. El
esteta de la escuela de Praga, Jan Mukarovsky, por ejemplo, afirma que la «capacidad
de expresar los fenómenos de la realidad externa mediante signos conectados en una
contextura continua» une las dos artes «bajo cualquier situación de desarrollo»16. Ni la
música ni la arquitectura están dominadas por signos capaces de este tipo de referencia,
ni la escultura puede adquirir una «contextura continua». Aunque la expresión de una
realidad externa en la literatura o la pintura sea sólo virtual, sin embargo, es esencial
para ellas. De hecho, el enraizamiento de la cuestión de la realidad representada en
nuestras ideas acerca de la conexión interartística es evidente en la metáfora de relación
dominante, el espejo, cuya imagen es el resultado de una contigüidad existencial entre el
vehículo y el referente. Uno de los recursos de la literatura gótica, el espanto al ver que
un vampiro no aparece reflejado en el espejo, proviene del hecho de que está frente a
nosotros. En este caso la habilidad del espejo para revelar lo existente excede la
evidencia frente a nuestra vista. Y aunque exista una tradición por lo menos igual de
significativa que la del espejo que distorsiona la realidad17, la idea [34] del arte como
espejo afirma revelar lo que «de verdad» está ahí.
La centralidad de la pretensión de realidad se puede observar también en el
segundo locus classicus de la correspondencia entre pintura y poesía, en la frase de
Horacio ut pictura poesis (como la pintura, así la poesía). El paralelo aparece dos veces
en el «Ars Poetica». En primer lugar cuando Horacio afirma que las artes se parecen
entre sí en que poseen algunas partes que pueden ser detenidamente examinadas y otras
que no nos darán placer a menos que las observemos a distancia. En otras palabras, por
lo que respecta a la exacta correspondencia con el mundo extra-artístico, ambas tienen
limitaciones. En segundo lugar, Horacio advierte a poetas y pintores que no deben
abusar de la paciencia del espectador complaciéndose en representar lo imposible. Los
poetas y pintores no deberían usar figuras retóricas o composiciones pictóricas que
mediante su facultad sígnica parecen proponer la existencia de seres no existentes
empíricamente:
18
Horacio, «Epístola a los Pisones», 1-9, en Aristóteles y Horacio, Artes poéticas, ed. bilingüe de Aníbal
González, Madrid, Taurus, 1987, pág. 129.
19
Nelson Goodman, The Languages of Art, Indianápolis y Nueva York, Indiana University Press, 1968,
pág. 22.
20
Jakobson, «The Poetry of Grammar and the Grammar of Poetry», Lingua, 21, 1968, pág. 606.
21
Hagstrum (1958), pág. 7.
22
W. K. Wimsatt, «Laokoön: An Oracle Reconsidered», Day of the Leopards, New Haven, Conn., Yale
University Press, 1976, pag. 41.
especialmente a la vista. En tanto que utiliza imágenes visuales, la literatura es una
«pintura hablante», y puesto que las imágenes pictóricas se ofrecen abiertamente para
ser vistas, entonces la literatura sería claramente un arte imagístico.
Las imágenes crean dos tipos de vínculos entre las artes. El primero de ellos es
objeto de la crítica ejercida por la escuela iconográfica de Erwin Panofsky. El arte
iconográfico implica la transferencia de símbolos e historias de un arte a otro. En la
pintura iconográfica, el significado de la tela depende de nuestro conocimiento del texto
literario, bíblico o mitológico en que se basan los detalles de la pintura. Por ejemplo, la
pintura de un niño alado con arco debe ser interpretada como una imagen de Cupido si
es que la obra ha de funcionar alegóricamente, y puede ser así sólo porque el dios alado
es un lugar común de los textos mítico-literarios. O alternativamente, los detalles de una
descripción poética pueden haber sido tomados de una tradición de representación
pictórica. Ambas posibilidades caracterizaron una parte importante del arte renacentista.
Es la combinación en el símbolo del detalle visual y el concepto abstracto lo que facilitó
que fuera compartido interartísticamente. La pintura le podía proporcionar al concepto
una apariencia específica y paradigmática, mientras que la literatura podía establecer la
relación entre un concepto y su manifestación sensible. El arte simbólico o alegórico
parecía así un punto de convergencia y cooperación entre la pintura y la literatura.
La segunda conexión interartística generada por la división forma-contenido es
la idea más general del efecto visual que ambas artes comparten. Este fue un argumento
central [37] durante los períodos barroco y neoclásico, convirtiéndose en lo que se
califica formalmente como el argumento del ut pictura poesis. De acuerdo con este
argumento, la función del arte es evocar imágenes, y la pintura y la literatura podían
aproximarse en la medida en que lo hicieran. Se dan varias razones para el énfasis en lo
visual, por ejemplo, las nociones platónicas de la superioridad del ver como conocer y
de la luz como conocimiento. Abrams señala, además, la conexión existente en este
período entre las teorías de la percepción dominantes y la metáfora del espejo: «en el
Essay [Concerning Human Understanding] de Locke se dice que la mente se parece a
un espejo que fija los objetos que refleja. O (sugiriendo el ut pictura poesis propio de la
estética del periodo) la mente es una tábula rasa sobre la cual se dibujan o escriben las
sensaciones»23. Sin embargo, como sugería más arriba, lo visual también contribuye a la
pretensión de presencia en la obra literaria, ayudándola con ello a acercarse al ser de las
cosas. No es sólo que «la apelación a la pintura corroborase el concepto de que la poesía
es un reflejo de objetos y acontecimientos»24, sino que la poesía tendría a raíz de ello la
vividez de las cosas existentes. «Durante dos siglos los críticos pensaron que era en la
vividez pictórica de la representación o, más precisamente, de la descripción −en el
poder de pintar en el ojo de la mente imágenes claras del mundo exterior de la misma
manera en que el pintor las registraría en el lienzo− donde el poeta principalmente se
parecía al pintor»25.
El término retórico para esta vividez de la presentación es la enargeia, un
concepto crucial para distinguir las nociones barroca y neoclásica de la presencia en el
arte de la de los modernos. Hagstrum distingue, muy útilmente, la enargeia de su
contrario, la energeia:
23
Abrams, op. cit., pág. 57.
24
Ibid., pág. 34.
25
Rensselaer W. Lee, Ut Pictura Poesis: The Humanistic Theory of Painting, Nueva York, W.W.
Norton, 1967, pág. 4.
se refiere a la actualización de la [38] potencia, a la realización de la
capacidad o habilidad, a la culminación en el arte y en la retórica de la
dinámica y llena de sentido vida de la naturaleza. La poesía posee
energeia [aristotélica] cuando alcanza su forma final y produce el
placer que le corresponde, cuando alcanza un ser propio e
independiente aparte de sus analogías con la naturaleza o con otro
arte, y cuando opera como una forma autónoma con un
funcionamiento efectivo por sí misma. Pero Plutarco, Horacio y los
críticos helenísticos tardíos y romanos consideraban que la poesía era
efectiva cuando alcanzaba la verosimilitud, cuando se parecía a la
naturaleza o a una representación pictórica de la naturaleza. Para la
enargeia en el sentido de Plutarco, la analogía con la pintura es
importante; para la energeia aristotélica, no26.
26
Hagstrum, op. cit., pág. 12.
27
Véase el Cap. 4 de mi Exact Resemblance to Exact Resemblance: The Literary Portraiture of Gertrud
Stein, New Haven, Conn., Yale University Press, 1978, para una discusión de la relación entre la écriture-
objet de Stein y el tableau-objet de los cubistas.
28
John Hughes, «Description in poetry, the reasons why they please», Lay Monastery, 39, 12 de Febrero,
1713, en The Gleaner, ed. Nathan Drake, 1, vii, Londres, 1811, pág. 45-46.
29
Citado en Schweizer, op. cit., pág. 25.
literatura. El fracaso de la «vividez» para continuar siendo no-homonímica es otra
derrota en la unión del signo y la cosa tan crucial para el paralelo pintura-poesía30. [40]
Si existía alguna duda acerca de la idea de que existen imágenes visuales y, en
caso afirmativo, sobre si éstas le aportan alguna cualidad visual o de enargeia al poema,
el intento humanista de ver la pintura como poesía muda planteó un problema similar.
Ya que, mientras el punto de comparación se basase en ambos casos en el contenido,
había que enfrentarse a la cuestión de qué es lo que constituía un contenido poético
innato. La respuesta tradicional a esta pregunta se entresacaba de la máxima aristotélica
de que las artes debían imitar acciones humanas nobles. Y la idea era susceptible de
interpretación similar en línea con la idea de la enargeia como aproximación imagística
o pictórica a la escritura. De la misma manera que un poema gana la inmediatez de un
objeto real haciéndonos pensar en objeto físicos, la pintura gana la propiedad natural del
movimiento al hacernos ver cuerpos en acción. En ambos casos las artes se acercan
entre sí al apropiarse cada una de un rasgo crucial de la otra del que ella carece −la
visualidad para la poesía, el movimiento para la pintura.
Pero una cosa es usar la materia viviente como tema y otra bien distinta es
capturar el movimiento en pintura. La [41] discrepancia entre las propiedades del medio
pictórico y las de sus temas más valiosos planteó la primera objeción técnica estricta a
las comparaciones entre pintura y poesía: el Laocoonte de Lessing. Mientras que en los
períodos barroco y neoclásico se había permitido que el «es a» −como en «la pintura es
a la acción lo que la poesía es a la acción»− siguiera siendo vago, homonímico, Lessing
acentuó su polisemia. Se centró en el modo de representación de la realidad y no en el
aspecto de la realidad representada. Aunque es probablemente exagerado afirmar, como
hace Joseph Frank, que Lessing descubrió «la relación entre la naturaleza sensible del
medio artístico y las condiciones de la percepción humana»32, puesto que en el
30
Una serie de críticos han negado que los patrocinadores del ut pictura poesis estuvieran de hecho
haciendo afirmaciones mágicas acerca de la identidad de las artes al describir la comparación como una
cuestión mucho más de decoro y convención. Hagstrum, por ejemplo, sostiene que una descripción
«pictórica» era aquella que era «pintable». Es decir, este tipo de descripción podía hacer referencia a
detalles visuales, cuyas relaciones fueran susceptibles de representación gráfica; tal descripción no
implicaría una secuencia o movimiento temporales, ni sería tampoco puramente conceptual, pero podría,
aunque no necesariamente, «copiar« pinturas o escuelas pictóricas (Hagstrum, op. cit., págs. xxi-xxii). Tal
planteamiento, aunque cauteloso, pasa por encima muchas cuestiones cruciales. ¿De qué manera puede
algo escrito copiar una pintura o escuela pictórica? ¿Cómo puede un escritor eliminar de la literatura la
secuencia temporal? Y, de manera todavía más crucial, ¿cuál es la motivación escondida tras tan peculiar
conjunto de restricciones −si no es defender de alguna manera la visualidad o vividez en la poesía? Los
argumentos acerca del ut pictura poesis en los siglos dieciocho y diecinueve suscitan numerosas
preguntas.
31
Lee, op. cit., págs. 18-19.
32
Joseph Frank, «Spatial Form in Modern Literature», The Widening Gyre, New Brunswick, N.J. Rutgers
University Press, 1963, pág. 8.
Laocoonte ni el medio ni la percepción reciben un tratamiento muy penetrante, es
seguramente acertado decir que los términos del argumento eran ahora ya distintos. La
relación entre las artes no iba a estar determinada por su tema o materia, sino su materia
por la relación entre las artes, identificadas estas últimas con sus medios.
Con la asunción implícita de que las artes debían emplear la enargeia, o el
parecido a la vida, Lessing defiende que los únicos temas que las artes debieran adoptar
son aquellos cuyas propiedades se dan ya entre las propiedades de sus respectivos
medios:
33
Lessing (1990), pág. 106.
34
Goethe, Dichtung und Wahrheit, vol. 8, trad. Minna S. Smith, London, G. Bell, 1908, 2ª parte, pág.
282.
Abrams comenta35, Lessing compartía irónicamente las asunciones de los archi-
representantes de la ideología del ut pictura poesis: «como Batteux, Lessing concluye
que la poesía, no menos que la pintura, es imitación. La diversidad entre las artes se
deriva de su diferencia al nivel de los medios, que impone diferencias necesarias en los
objetos que cada una de ellas es competente en imitar. Pero aunque [la pintura es
estática y la literatura dinámica] Lessing reitera para [la poesía] la fórmula
convencional: la “Nachahmung”36 es todavía para el poeta el atributo “que constituye la
esencia de su arte”».
Las objeciones de Lessing al argumento neoclásico del ut pictura poesis
contribuyeron al cambio general en la teoría estética que marca el periodo romántico.
En aquella época el arte ya no se valoraba como imitación de la realidad, sino como
expresión del espíritu humano. Como se explica detalladamente en The Mirror and the
Lamp, este desarrollo causó la pérdida de la importancia correspondiente del paralelo
pintura-literatura. «El uso de la pintura para iluminar el carácter esencial de la poesía
−ut pictura poesis− tan extendido en el siglo dieciocho, casi desaparece de la crítica más
importante del periodo romántico; las comparaciones entre la poesía y la pintura que
sobreviven son casuales o, como en el caso del espejo, muestran el lienzo del revés para
imaginar la sustancia interior del poeta. En lugar de la pintura, la música se convierte en
el arte frecuentemente señalado por su profunda afinidad con la poesía. Puesto que si
una pintura parece lo más cercano a la imagen en espejo del mundo exterior, la música,
entre todas las artes, es la más lejana»37.
Como consecuencia, la fórmula de Simónides tenía que ser reinterpretada.
«Friedrich Schlegel era de la opinión de que cuando Simónides en su famosa frase
caracterizó la poesía como una pintura hablante, fue sólo porque, al ir la poesía de su
época siempre acompañada de música, le [44] había parecido superfluo recordarnos
“que la poesía era también una música espiritual”»38. Si Schlegel entendió
verdaderamente que la conexión entre la pintura y la literatura era paralela a la que
plantea entre la literatura y la música, entonces significa que las ve en una relación de
acompañamiento más que de similitud. Y de hecho la simultaneidad iba a ser la noción
predominante para la conexión interartística en el siglo pasado. Wimsatt la describe
como «una mezcla o unión armónica de artes más o menos análogas en varias artes
compuestas (Gesamtkunstwerke) −como la canción, el drama o la ópera»39. Esta noción
se manifestaba también en el renovado interés por los libros ilustrados (síntoma además
de la nostalgia del diecinueve por la Edad Media).
Wimsatt nos previene contra el confundir la coexistencia de dos medios
artísticos en un arte compuesto con una verdadera analogía entre las dos artes
implicadas, pero me parece que esta noción de la mezcla o la coordinación no es tan
mecánica como él pretende. Al combinar lo visual y lo verbal (o musical), la obra de
arte resultante estaba alcanzando la vividez y entereza de los estados espirituales que se
suponía trataba de expresar. ¡No es casual que el aburrimiento de Alicia ante «un libro
sin dibujos, ni conversaciones» la empuje al paisaje interior del País de las Maravillas!
No sólo había perdido su autoridad la analogía pintura-literatura durante el
periodo romántico, sino que, cuando surgió una teoría sobre su relación, ésta descartó
explícitamente la conexión de las artes con la realidad empírica. Me refiero a la
35
Abrams, op. cit., pág. 13.
36
«Imitación» [Nota de la T.].
37
Abrams, op. cit., pág. 50.
38
Ibid., pág. 51.
39
Wimsatt, «In Search of Verbal Mimesis», Day of the Leopards, pág. 57.
periodización de las artes surgida de la filosofía romántica e iniciada por personajes
como Walzel y Wölfflin. Si la analogía romántica con la música había servido a una
noción del arte como expresión del espíritu individual, la periodización puede ser
considerada como un expresionismo del espíritu nacional de una época. Ya hemos visto
cuál sería el destino de un concepto de periodo como el «barroco» en su aplicación
«meramente metafórica» a [45] través de las artes. Pero incluso si admitimos aquí la
analogía basada en cuatro términos, René Welleck, entre otros historiadores cuidadosos,
ha criticado las presuposiciones temporales que se esconden tras la comparación. Los
periodos ocurren en momentos distintos para cada arte, y en una sociedad un arte puede
florecer mientras su arte hermana permanece en la sombra:
43
Abrams, op. cit., pág. 372.
44
Guillaume Apollinaire, «Pure Painting» (de Cubist Painters), en The Modern Tradition, ed. Richard
Ellmann y Charles Feidelson, Oxford y Nueva York, Oxford University Press, 1965, pág. 114.
45
Mukarovsky, op. cit., pag. 208.
descalificación para ilustrar la escisión forma-contenido o el contraste entre la
creatividad humana y la divina. La respuesta a la pregunta de por qué merece la pena
estudiar esta cuestión es que la comparación interartística revela inevitablemente las
normas estéticas del periodo en que la pregunta es formulada. Contestar esta pregunta
supone definir o al menos describir la estética que nos es contemporánea, y éste es el
valor que tiene volver a visitar la historia de la visión analógica −y el desengaño− que
caracteriza la conexión entre pintura y literatura. [49]