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TEMA 14: ORTEGA Y GASSET

INTRODUCCIÓN

1.-LA NECESIDAD DE LA FILOSOFÍA

2.- LA DOCTRINA DEL PUNTO DE VISTA. EL PERSPECTIVISMO


2.1 LA SUPERACIÓN DEL REALISMO Y DEL IDEALISMO
2.2 EL YO Y LA CIRCUNSTANCIAS
2.3 LA DOCTRINA DEL PUNTO DE VISTA: EL PERSPECTIVISMO

3.- LA RAZÓN VITAL E HISTÓRICA


3.1 EL RACIOVITALISMO
3.2 LA VIDA COMO REALIDAD RADICAL
3.3 LA RAZÓN HISTÓRICA

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INTRODUCCIÓN

Ortega nace el 8 de mayo de 1883 en el seno de una familia de la alta


burguesía ilustrada madrileña. Cursa estudios en el Colegio de Miraflores de El Palo
(Málaga), Universidad de Deusto, y Universidad Central de Madrid. Pero fueron
determinantes para su formación los tres viajes a Alemania en 1905, 1907 y 1911,
donde estudia el idealismo que será la base de su primer proyecto de regeneración
ética y social de España. En 1908 es nombrado catedrático de Psicología, Lógica y
Ética de la Escuela Superior de Magisterio de Madrid, y en 1910 catedrático de
Metafísica de la Universidad Central de Madrid. Especialmente decisivo es el año de
1914, año de la Gran Guerra, que ve como una quiebra de los ideales ilustrados.
En sus escritos de Vieja y Nueva Política, Meditaciones del Quijote y Ensayo
de Estética a manera de prólogo expone su programa de una modernidad latina
alternativa. En 1916 emprende su primer viaje a la Argentina, de gran importancia en
su trayectoria profesional, y para las relaciones culturales con Iberoamérica. En 1921
publica en forma de libro su diagnóstico de la situación de España en el expresivo
título de España invertebrada. Y en 1923 ofrece el análisis de su época como El tema
de nuestro tiempo, consistente en la necesidad de superar el idealismo y volver a la
vida, núcleo de su teoría de la razón vital. Esta es fruto de la nueva sensibilidad que
advierte en el siglo XX, ejemplificada en el arte nuevo como La deshumanización del
arte (1925). Su ruptura con la Dictadura de Primo de Rivera tiene lugar en 1929 con
ocasión de su famoso curso ¿Qué es filosofía?. En 1930 publica La rebelión de las
masas que tiene una gran repercusión internacional. Promotor de la Asociación al
Servicio de la República, no se adscribe a ningún partido, y tiene que exilarse en 1936,
pasando de París a la Argentina (1939-1942), para recalar finalmente en Lisboa. Aquí
prepara buena parte de lo que queda como obra póstuma: el Velázquez, Sobre la
razón histórica, el Leibniz, El Hombre y la Gente, Epílogo... En 1945 vuelve a Madrid,
su carácter de personalidad intelectual era tan reconocido que no tuvo oposición por
parte del franquismo. Funda con Julián Marías el Instituto de Humanidades. Durante
estos años no tuvo gran actividad pública, dicta cursos y realiza viajes por América y
Europa, pronunciando conferencias y asistiendo a coloquios. Muere en Madrid el 18 de
octubre de 1955.
La filosofía de Ortega representa una reacción frente al vitalismo desorbitado
de Nietzsche, aunque también una crítica del idealismo cartesiano o hegeliano. Sin
embargo, el hecho de que haya expresado su pensamiento sobre todo a través de
ensayos y artículos periodísticos, revela su preocupación prioritaria por la renovación
cultural y la introducción en España del pensamiento Europeo. Su actividad intelectual
enlaza con lo que entonces se llamó regeneracionismo. Muchos autores dividen su
pensamiento en dos períodos: a) El perspectivismo (1910-1923) y b) el raciovitalismo
(1923-1955)

1.- LA NECESIDAD DE LA FILOSOFÍA

La filosofía es para Ortega una actividad necesaria, ineludible. Recuerda en


cierto modo a esa “tendencia inevitable” hacia la metafísica de la que hablaba Kant,
después de negarla en la Crítica de la razón pura. La filosofía comienza allí donde
termina la ciencia, y por eso no puede sustituirse por ésta. El objeto de la filosofía es
muy distinto al del resto de ciencias: la filosofía se encarga del todo, del dato universal
del universo, y, en esta medida, no tiene un objeto, particular, propio y definido. Por
eso dice Ortega, en armonía con Aristóteles, que la filosofía es la “ciencia buscada”, la
ciencia que debe justificar y preguntarse (incluso con extrañamiento) por su propio
objeto.

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El intelecto aspira al todo (como la razón kantiana buscaba siempre “síntesis
mayores”), y, en consecuencia, la filosofía será “conocimiento del Universo, de todo
cuanto hay”. Hay dos características definitorias de la filosofía: su radicalidad y su
ultimidad. Radicalidad significa precisamente ir a la raíz de la realidad, partiendo
siempre de una libertad absoluta, de una ausencia de prejuicios que posibilite un
pensamiento propio. Y la ultimidad nos remite a que las preguntas de la filosofía
pretenden dar una respuesta completa a la realidad interrogada, de modo que no sea
necesario seguir planteando preguntas. Cabe preguntar más allá de la ciencia, pero no
más allá de la filosofía, que aspira a ofrecer “una idea integral del universo”,
afrontando “cuestiones fundamentales como ¿de dónde viene el mundo? ¿a dónde
va? ¿cuál es el sentido esencial de la vida?”. La vida humana, por tanto, no puede
prescindir de la filosofía. Preguntarse es ya comenzar a filosofar, y renunciar a
plantearse cuestiones es renunciar a vivir, renunciar a ser humano.

2.- EL PERSPECTIVISMO

2.1 SUPERACIÓN DEL REALISMO Y DEL IDEALISMO


Para Ortega la vida es una realidad prioritaria y radical, lo que quiere decir que
es en ella donde radican o arraigan las demás realidades. Esta idea lleva al filósofo a
criticar dos posturas tradicionales acerca de la verdad: el idealismo y el realismo (es
decir, el subjetivismo y el objetivismo). Tanto uno como otro caen en el mismo error:
ignorar el carácter esencial de la vida.
La filosofía anterior a Descartes queda denominada por Ortega como realismo
por el hecho de haber establecido que la verdadera realidad son las cosas exteriores.
La característica esencial de las cosas es la de existir con independencia de cualquier
otra cosa; es decir el de ser sustancia; y así para el realismo ( objetivismo)las cosas
existen con independencia del yo, y de hecho el yo no es más que otra cosa entre
cosas. La ciencia, entendida como razón naturalista, como razón físico-matemática,
como realismo, ha olvidado que el ser humano no es una cosa, un objeto más. La
razón científica, tiene validez y exactitud cuando trata de calcular y medir, pero cuando
trata de abordar la vida humana, ésta se le escapa, como lo hace el agua por una
canastilla.
Las tesis del realismo fueron puestas en duda a partir de Descartes. Para la
nueva concepción la realidad radical no son las cosas; ya que la existencia de las
cosas no es segura, porque existen sueños, alucinaciones y, a fin de cuentas, podría
ocurrir que las cosas no fueran reales. Sin embargo el yo es cierto e indubitable. A
partir de Descartes se inicia un nuevo tipo de filosofía, llamado idealismo, que
considera que la verdadera realidad no son las cosas exteriores sino el yo, porque, en
rigor, sólo puede afirmarse que existe aquello de lo que tengo conciencia, aquello que
es en el presente contenido de conciencia del yo, ya que si el yo deja de tener
presente algo, por ejemplo la habitación en la que estamos, entonces esa existencia
se vuelve problemática. Las cosas solas e independientes de mi tienen una existencia
problemática, podrían no existir. Por eso, para el idealismo, las cosas son en mi, son
ideas mías, y por tanto es en mi donde esas cosas existen; y así el yo es, en el
idealismo, la realidad radical, porque es en el yo en el que radica todo. Así pues, el
racionalismo cartesiano, verdadero iniciador del subjetivismo, disuelve el mundo
exterior a favor del yo, de la sustancia pensante
Ortega se opondrá tanto al realismo como al idealismo. Es imposible que exista
existir un yo si no existen las cosas, porque ser yo consiste en serlo haciendo algo con
las cosas. Es decir, la noción de “yo” que supone el idealismo es la de una sustancia
mental, la de algo que existe por sí mismo y por lo cuál existen las ideas. Pero Ortega
señala que el “yo”, por sí mismo, nunca existe; que el “yo” siempre existe pensando,
percibiendo, amando, recordando, es decir que el yo siempre existe tratando con las
cosas, siempre existe con las cosas y que por eso no hay “yo” si no hay cosas. Por

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ejemplo ¿puede un yo pensar pero no pensar en algo, en alguna cosa?, o ¿puede
percibir pero no percibir una cosa?
Por eso, ser un “yo”, sólo tiene sentido si se cuenta con las cosas, y viceversa,
si hay cosas es porque hay un “yo” al que referirse, un “yo” frente al cual se
constituyen como algo que no soy yo, es decir, como cosa. Y por eso la verdadera
realidad radical es la del yo con las cosas, y a ese quehacer del yo con las cosas es a
lo que llama vivir. Y así la vida, la vida de cada uno, es la realidad radical en la que
cualquier otra cosa existente tiene que radicar para existir. Y esa realidad radical que
es mi vida tiene dos polos, el yo y las cosas, y son dos polos que se necesitan el uno
al otra para existir, no son autónomos, juntos constituyen la vida, mi vida.
Resumiendo, el realismo consideraría que la realidad radical es el ser cosa, el
idealismo consideraría que es el ser yo, en ambos casos se habla de una sustancia,
de algo que existe de modo autónomo y que es en lo que se dan las demás
realidades. En cambio Ortega considera que la realidad radical no es una sustancia ya
hecha, es una actividad, una actividad que tiene dos polos y que sólo tiene sentido
porque se dan ambos polos. Esa realidad radical, en la que todo se da, es la vida,
concretamente mi vida, la vida que cada cuál tiene. Esa vida es la que presenta dos
polos, uno de los polos soy yo, el otro es el mundo, y ninguno de los polos existe, o
tiene sentido, sin el otro.

2.2 EL YO Y SUS CIRCUNSTANCIAS

Cuando se habla del carácter central de la vida hay que entender de la vida
concreta y peculiar de cada uno, la que se da en las concretas circunstancias que
cada uno vive. Según Ortega, uno se encuentra de pronto viviendo su vida, es decir,
que uno se encuentra en la vida sin que nadie la haya consultado, se encuentra
viviendo como un hecho, como algo que no depende de él. Ahora bien, como vivir es
ser con las cosas resulta que el hombre se encuentra, por vivir, en una relación
concreta con las cosas, una relación que él no ha deseado ni pedido, que se le
impone. Por ejemplo, se encuentra viviendo en una época concreta -en el siglo XXI- en
un lugar particular -en Jaén-, en una situación específica -quizá siendo de clase obrera
o clase media,…- teniendo un concreto físico, unos concretos padres, unas concretas
capacidades y en un concreto mundo físico con sus leyes específicas. Pues bien, al
conjunto de elementos que no somos nosotros, que no dependen pues de nosotros, y
con los que nos encontramos en nuestra vida, se le denomina circunstancia.
Así pues, la circunstancia de la que habla Ortega incluye las realidades físicas
que nos circundan, incluso aquellas que se encuentran más allá de nuestro alcance,
tales como el momento temporal, la sociedad que nos rodea con su historia y su
proyecto de futuro. En definitiva, la circunstancia es todo lo que interviene en la vida
del ser humano y es utilizado por él para hacerse a sí mismo. Mi yo es inseparable de
mis circunstancias (“Yo soy yo y mis circunstancias”); se me imponen la circunstancias
y se me impone la necesidad de hacer algo en esa circunstancias. Mi modo de existir
consiste precisamente en eso, en hacer algo con las cosas, en responder con mis
actos a la circunstancia que me rodea.

2.3 LA DOCTRINA DEL PUNTO DE VISTA: EL PERSPECTIVISMO

Como hemos visto, Ortega dice que quien pretende conocer la realidad como algo
permanente e independiente (actitud realista), comete el mismo error que quien reduce
la realidad a un simple producto del sujeto (actitud idealista): la verdadera realidad es
la vida, en la que un sujeto, Yo, me encuentro con un mundo concreto a mi alrededor
(circunstancia).
La vida es siempre circunstancial y, por tanto, es un punto de vista sobre el
universo. La circunstancia, lo que está a mi alrededor, posibilita mi vida, y por lo
mismo, constituye la perspectiva concreta desde la que se muestra la verdad de las

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cosas. Toda vida, en tanto que incorpora un yo y una circunstancia concreta, es una
perspectiva. Para Ortega, el ser definitivo del mundo no es ni materia (realismo) ni
espíritu (idealismo), la realidad no existe más que siendo una perspectiva. (Aquí, tal
vez, se puede ver la influencia de la teoría de la relatividad en la filosofía de nuestro
autor. En dicha teoría el suceso A puede ocurrir antes que B visto desde el punto P,
pero desde el punto Q, en cambio, B ocurre antes que A. La pregunta sobre ¿cuál
ocurre realmente con anterioridad, A o B, carece de sentido, no hay un ocurrir
independiente del punto de vista).

Así pues, no hay otra forma de entender la realidad más que desde nuestra
propia perspectiva vital, pues jamás podríamos salir de este punto de vista único que
cada uno ocupamos en el universo. Ahora bien, la perspectiva es mucho más que un
simple punto de vista espacial o físico, ya que incorpora un punto de vista temporal o
histórico, y además, un punto de vista afectivo y valorativo. Ello, no obstante, no
significa que el sujeto deforme la realidad con su mirada (tenga una visión subjetiva,
sesgada, falsa), sino que la selecciona desde sus circunstancias. La perspectiva no es
una deformación de la realidad, es su organización. Ni es válida la postura del
dogmático, para el cual la verdad es única, la suya, y pretende imponerla a los demás,
ni tampoco es válida la postura del escéptico que, ante la variedad de opiniones,
concluye que ninguna verdad puede pretender el carácter de tal. La posición correcta
es otra: la verdad tiene muchas caras, y dependiendo de la perspectiva de la que
miremos, nos ofrecerá aspectos distintos.
Aunque "vemos" el mundo desde nuestra perspectiva particular, Ortega piensa
que debemos adoptar actitud abierta hacia las perspectivas de los demás. La verdad
integral es teóricamente el resultado de la suma de todas las perspectivas. Sin
embargo, no hay una perspectiva global o absoluta, un punto de vista privilegiado que
se sitúe fuera de cualquier lugar o del tiempo (utópica, atemporal o ahistórica) y que
ofrezca una visión pura de la realidad, que muestre la realidad tal cual es en sí misma.
Si existiera una verdad absoluta (un punto de vista absoluto), no sería un verdad
humana, pues ésta sólo sería asequible a una razón absoluta: la de Dios. Es, por
tanto, inútil intentar alcanzarla porque no es real.

3.- RAZÓN VITAL Y RAZÓN HISTÓRICA

3.1 EL RACIOVITALISMO
El raciovitalismo es la aportación básica de Ortega, representa la maduración
de su pensamiento. Establece la necesidad de superar la falsa dicotomía en la que se
ha entrado en concebir la razón como fundamento de la verdad, el conocimiento, la
objetividad, frente a la vida, que representa lo particular, lo mutable, lo irracional, el
deseo, la pasión. Estos dos polos, no es que sean irreconciliables, sino que, a la
contrario, son insuperables.
Desde Sócrates, la Historia de la filosofía ha intentado someter la vida a la
razón, captar la esencia eterna de las cosas mediante conceptos abstractos,
ignorando su carácter concreto, dinámico, temporal. Ortega no está en contra de la
razón, sino del racionalismo, que pretende bastarse así mismo, suplantando la
espontaneidad de la vida mediante sistemas de conceptos puros (por ejemplo, Kant).
La ciencia moderna ha pretendido lo mismo mediante inmutables leyes matemáticas
que cuantifican y homogenizan la realidad. En contraste, ha surgido una filosofía, el
vitalismo (Nietzsche), que defiende la vida como algo totalmente ajeno a la razón y,
por ello cae en el irracionalismo.
Pero Ortega no desea caer ni en uno ni en otro extremo; defiende una razón
vital, que no es ajena a la vida, porque surge de ella misma (se piensa el mundo desde
nuestra particular circunstancia vital, y porque vivir es un problema, no tenemos más
remedio que reflexionar), y además, es una razón que tiene las mismas cualidades

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que la vida (histórica, temporal, abierta y concreta, no universal, ni necesaria , ni
trascendente). Al mismo tiempo, Ortega cree en la razón como un instrumento de rigor,
que da a la filosofía el rango de auténtico saber.
La vida reclama el pensamiento, la vida exige ser vivida pero también pensada.
Una de las formas de manifestarse la necesidad de pensar la vida, son las ideas. Las
ideas constituyen, según Ortega, las coordenadas con las que los seres humanos se
orientan en el mundo y con las que pretenden solucionar sus necesidades radicales.
Por idea entiende Ortega aquellos pensamientos que construimos y de los que
somos conscientes. Las ideas las construimos, las tenemos y podemos discutirlas, no
nos sentimos inmersos en ellas; las ideas y nosotros somos sólo “conocidos”. Las
creencias, en cambio, son una clase especial de ideas, que tenemos tan asumidas
que no tenemos la necesidad de defenderlas, son nuestra realidad, están tan pegadas
a nuestra piel que la mayoría de las ocasiones no reparamos en ellas.
Las creencias son nuestra vida, la realidad en la que estamos inmersos y de la
que partimos, y las ideas son equiparables a la razón con la que pensamos la
realidad que es la vida. Lo mismo que existe una armonía entre razón y vida,
debe existir una armonía entre ideas y creencias. La duda representa la pérdida
de fe en nuestras creencias, es lo que activa el pensamiento, la producción de
nuevas ideas que nos ayuden a recuperar la seguridad perdida.

3.2 LA VIDA COMO REALIDAD RADICAL


Pero, ¿qué es la vida para Ortega?. La vida es lo que somos y lo que hacemos,
es pues, lo más próximo a cada cual. Es la realidad radical. No existe otra realidad
más indubitable, ni siquiera el pensar es anterior a la vida, al vivir, porque aquel es un
fragmento de un sujeto determinado que sencillamente vive. Cualquier tipo de
realidad, siempre, absolutamente siempre, supone de antemano otra realidad que la
fundamenta: nuestra vida.
Huyendo de planteamientos abstractos, Ortega intenta describir las categorías
de la vida, es decir, los atributos de la vida más cercana y auténtica, la vivida por cada
uno, nuestra vida. Son los siguientes:

a) Vivir es encontrarse con el mundo, de repente, sin haberlo decidido ni


escogido; en un mundo concreto insustituible, éste de aquí y de ahora que me ha
tocado vivir.

b) Vivir es estar ocupados con las cosas, es un quehacer permanente, porque


la vida no se nos da hecha, tenemos que hacérnosla, en relación con las
circunstancias que nos rodean. Vivir no es algo pasivo (vida biológica) sino activo
(biográfica) y problemático (imprevisto, incierto).

c) La vida es anticipación y proyecto, vivimos no sólo ocupados sino también


pre-ocupados por nuestro porvenir, abiertos a las distintas posibilidades que nos
ofrece nuestro mundo y volcados sobre el futuro, más que en el presente (la vida es
temporalidad)

d) La vida es libertad y circunstancia, el mundo me ofrece posibilidades entre


las que elegir (no estoy predeterminado de forma estricta e inevitable), pero no hay
infinitas posibilidades, sino las que me otorgan mis circunstancias, que son las cosas
concretas que me rodean. "Yo soy yo y mis circunstancias”, recordemos la famosa
frase de Ortega, es decir, la vida consiste en un sujeto que se enfrenta con el mundo
que le rodea, un sujeto que se ve forzado a elegir entre las posibilidades que se le
presentan, y con este elegir va formándose a sí mismo, va construyendo su ser.

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3.3 LA RAZÓN HISTÓRICA
La vida humana está volcada sobre el tiempo: realizamos nuestra existencia
presente anticipándonos y haciendo proyectos de futuro, a partir de experiencias del
pasado. La vida nunca es (ni siquiera al final) algo acabado, completo, definitivo, sino
un quehacer y un ir haciéndose (una constante relación activa del hombre con su
mundo y del mundo con el hombre ). Por esto, afirma Ortega, que le hombre no tiene
naturaleza (fija, inmutable) sino historia (dinámica , cambiante, siempre nueva y
distinta). Mi vida es historia. Mi vida es circunstancia, y, por tanto, circunstancia
histórica.
Por eso, la razón vital es esencialmente también una razón histórica, que se va
realizando en el devenir de la historia, de forma siempre abierta y, a la vez siempre
limitada por las circunstancias que nos rodean y que nos han tocado vivir.
La historia es una fuerza en movimiento, es la vida de los individuos y de los
pueblos y naciones en su transcurrir incesante. Nos ha tocado vivir en un momento
histórico, con sus ideas y creencias, sus costumbres , sus modos de vivir, pensar y
sentir, con sus relaciones sociales que ya estaban cuando vinimos al mundo: con este
mundo concreto, el de ahora, es con el que tenemos que vernos las caras. Podemos
renunciar a vivir (mediante el suicidio), pero si vivimos, no podemos sustituir nuestro
tiempo histórico sino tan sólo jugar con las posibilidades que nos ofrece, siempre
variadas aunque no infinitas.

En cada momento histórico conviven varias generaciones (viejos, adultos y


jóvenes), cada una de ellas, con sus ideas y creencias predominantes. Los coetáneos
(de una misma generación) comparten un modo de entender la vida, de la misma
forma que comparten un edad semejante y unas relaciones o contactos vitales entre
ellos. Pero cada nueva generación puede encarnar la posibilidad de un cambio de
sensibilidad respecto a las ideas dominantes hasta entonces. En todo caso, las
generaciones se suceden y nacen las unas de las otras, por lo cual siempre llevan en
su interior formas de existencia de la generación anterior. Jamás hay ruptura completa.
Eso sí, unas generaciones se distinguen de otras por su afán de conservar o recibido o
de sobrepasarlo. Entonces, podemos hablar, según Ortega, de épocas acumulativas
(en el primer caso) o de épocas eliminatorias o polémicas (si se trata de lo segundo).
Cada generación, engloba a una élite y a la masa. La élite encarna la
creatividad, la libertad, tiene la misión de dirigir a las masas. La misión de las masas
es obedecer las directrices marcadas por las élites. Este planteamiento coincide en el
plano político con su defensa del liberalismo político. Ortega considera que en su
época se ha dado una confusión entre quien manda y quien tiene que obedecer. Las
masas se han rebelado y no quieren obedecer las directrices marcadas por las élites,
y, fundamentalmente, en esto consiste lo que para él y para otros intelectuales es el
problema de España, pero que se extiende más allá de sus fronteras, pues es uno de
los síntomas más claros de los tiempos modernos.

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