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GOEBBELS

Ralf Georg Reuth

GOEBBELS

Una biografía

Traducción Beatriz
de la Fuente Marina

lae/fera0delo/libro/ fjf
Primera edición: octubre de 2009

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Título original: Goebbels. Eine Biographie


© Ralf Georg Reuth, 1990
© PiperVerlag GmbH, Munich, 1990
© De la traducción: Beatriz de la Fuente Marina, 2009
© La Esfera de los Libros, S. L., 2009
Avenida de Alfonso XIII, 1, bajos
28002 Madrid
Tel: 91 296 02 00 • Fax: 91 296 02 06
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ISBN: 978-84-9734-878-2
Depósito legal: M. 36.787-2009
Fotocomposición: Versal CD, S. L.
Fotomecánica: Unidad Editorial
Impresión: Anzos Encuademación:
Méndez Impreso en España-Príníed
in Spain
índice

Introducción ......................................................................... 11

Capítulo 1
¿Por qué Dios le había hecho de tal forma que la gente
se riera y se burlara de él? (1897-1917) ....................................
17

Capítulo 2
Caos en mí (1917-1921) ..........................................................
39

Capítulo 3
¡Fuera dudas! Quiero ser fuerte y creer (1921-1923) ...............
69

Capítulo 4
¿Quién es este hombre? Mitad plebeyo, mitad dios.
¿El Cristo verdadero o sólo San Juan? (1924-1926) .................
91

Capítulo 5
Berlín... un lodazal de vicios. ¿Y ahí me tengo que meter yo?
(1926-1928) .............................................................................
127
8 Goebbels

Capítulo 6
Queremos ser revolucionarios, y seguir siéndolo
(1928-1930) ............................................................................ 161

Capítulo 7
Ahora somos rigurosamente legales, igual de legales
(1930-1931) ............................................................................. 191

Capítulo 8
¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra
mundial haya relevado a las casas de los Hohenzollern
y de los Habsburgo? (1931-1933) ...........................................
243

Capítulo 9
Vamos a persuadir a la gente hasta que quede a nuestra merced
(1933) ......................................................................................
309

Capítulo 10
El camino a nuestra libertad pasa por crisis y peligros
(1934-1936) ............................................................................. 353

Capítulo 11
¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! (1936-1939) ................
407

Capítulo 12
Él está bajo la protección del Todopoderoso (1939-1941) ........
481

Capítulo 13
¿Queréis la guerra total? (1941-1944) .....................................
553

Capítulo 14
La venganza nuestra virtud, el odio nuestro deber
(1944_1945) ............................................................................. 629
índice

Capítulo 15
Vivir en el mundo que viene después del Führer y del
nacionalsocialismo ya no vale la pena (1945) ........................... 681

Anexo...................................................................................... 705
Notas ...................................................................................... 707
índice onomástico ............................................................... 847
Introducción

¿Por qué precisamente un libro sobre Joseph Goebbels? Esta pre-


gunta se me ha planteado repetidas veces durante los últimos años. En
ocasiones la respuesta me puso en apuros, pues se trataba ante todo de
un impulso propio de ahondar de esta forma en el nacionalsocialismo
y su génesis, un fenómeno de difícil comprensión que marcó el siglo
de manera decisiva. El motivo más concreto de este libro, aunque no
el preponderante, consistió en que la última biografía de Goebbels se
escribió hace casi veinte años y el trabajo mejor funda mentado hasta
ahora —el de Helmut Heiber—* hace casi treinta, y, en comparación
con el material hoy disponible, tuvieron que basarse en un corpus de
fuentes más bien modesto.
Esta limitación explica probablemente también las divergentes inter-
pretaciones en la bibliografía sobre Goebbels publicada hasta ahora. En
este sentido son hitos los ensayos de Rolf Hochhuth 2 y de Joachim Fest.3
Aquí «el creyente que apasiona por apasionado» (Hochhuth), allí «el maquia-
velista hasta las últimas consecuencias» (Fest). El trabajo temprano deWer-
ner Stephan hizo de Goebbels el «demonio de una dictadura» 4 y Viktor
Reimann lo caracterizó como un propagandista más bien racional. 5 Man-
vell y Fraenkel veían en el hombre del pie contrahecho al insatisfecho que
finalmente encontró una compensación en la fe en el Führer y su ideo -
logía.6 En su libro ya mencionado, Heiber relativizó esta imagen, al con-
siderar que la verdadera esencia del apasionado agitador y, con todo, hom-
brecito digno de lástima radicaba en su trastorno puberal nunca superado.
12 Goebbels

Pero ¿quién era realmente Joseph Goebbels? Ya en las primeras


investigaciones me topé con un obstáculo que al principio parecía
infranqueable. No se podía acceder a las obras que se encontraban
en el Archivo Federal de Coblenza, es decir, a las fotocopias allí par-
cialmente archivadas de los documentos de Goebbels depositados en
una caja fuerte de Lausana del periodo anterior a 1924. El abogado
suizo Francoís Genoud, que no oculta en modo alguno su simpatía
por Joseph Goebbels, no sólo contaba con los derechos de explota-
ción de estos escritos y notas de Goebbels, sino que además tenía en
su poder estos documentos tempranos. Se necesitó mucho esfuerzo
y paciencia antes de que, en una sala de juntas de la editorial Piper
de Munich, se abriera por vez primera para un biógrafo el viejo baúl
de tela y vieran la luz varios cientos de cartas, numerosos ensayos lite-
rarios y demás documentos y, envueltas en papel de seda, unas cuan-
tas fotografías tempranas de Goebbels y sus novias de su etapa estu-
diantil.
Además de estas obras, que informan con detalle sobre la evolu-
ción de la personalidad de este hombre, otro pilar sobre el que se
apoya este libro lo han constituido los diarios de Goebbels, 7 los cua-
les, a pesar de que en ellos se manifieste «un fatuo reflejo de sí mis-
mo y una autosugestiva tendencia a la mentira», se deben apreciar
mucho por su importancia. De ellos también se ha analizado en pri-
mer lugar una pequeña parte desde el punto de vista biográfico. Puesto
que se sabía que los diarios correspondientes a los años 1944-1945,
junto con algunos otros fragmentos, se encontraban en el Berlín Este,
también me esforcé por conseguir esos documentos. Enseguida se
establecieron contactos al otro lado del muro que todavía entonces
dividía la ciudad, pero el examen de parte de estos diarios debía ir
acompañado de contraprestaciones no aceptables, motivo por el cual
esta fuente siguió cerrada para mí, con excepción de algunos frag-
mentos. Entretanto ha quedado demostrado que los diarios de los
años 1944-1945 se encontraron durante muchos años en manos del
Ministerio de Seguridad del Estado. Hoy ya no existe el servicio
secreto de la RDA, que intentaba sacar provecho incluso de docu-
Introducción 13

mentos históricos, ya fuera para desacreditar a los servicios de inves-


tigación de la Alemania Federal o para adquirir divisas. Así volvieron
los diarios allí descubiertos en el verano de 1990 al Archivo Estatal
Central de la RDA en Potsdam,8 y copias de ellos al Instituto de His-
toria Contemporánea de Munich, donde se trabaja desde hace algu-
nos años en una edición de las fuentes. A última hora, por así decir,
pude incorporar su estudio a mi texto ya terminado.
La tercera columna de la documentación en que se basa este libro
la constituye el amplio material del Archivo Federal de Coblenza, así
como el del Berlín Document Center y los documentos —examina-
dos por primera vez sistemáticamente en relación con una biografía de
Goebbels— sobre los numerosos procesos judiciales contra Goebbels
durante la denominada «época de lucha» en Berlín, que se encuentran
en el archivo regional de la capital y en estanterías llenas de polvo en
el desván de la Fiscalía de la Audiencia Provincial de Moabit. Esto se
completa con varias colecciones menores de archivos nacionales y extran-
jeros, entre ellas los escritos políticos de Horst Wessel de la biblioteca
de los Jagelones de Cracovia, que informan sobre la actuación del jefe
de distrito Goebbels y que hasta ahora se daban por perdidos en Occi-
dente.
Junto con los escritos y artículos de periódico del propagandista,
además de la revisión de muchas leyendas que se propagan insistente-
mente en la bibliografía, se ha podido responder de nuevo a la cuestión
central de si en el caso de Goebbels se trata del creyente o del maquia-
velista, y a la pregunta que ello conlleva sobre la naturaleza de su rela-
ción con Hitler y el nacionalsocialismo. También ha sido posible escla-
recer la evolución del antisemitismo goebbeliano, que hasta ahora, y a
menos que no se tildara asimismo de oportunismo con respecto a Hitler,
se explicaba de manera muy insuficiente por el hecho de que las soli-
citudes del desempleado doctor en filosofía fueron rechazadas por edi-
tores de periódicos judíos. Gracias a las fuentes se ha podido modificar,
entre otras cuestiones, el papel desempeñado por Goebbels en la revuel-
ta de Stennes, las crisis de Strasser, el golpe de Rohm, en relación con
el 20 de julio de 1944, y durante los últimos días en el búnker
14 Goebbels

A pesar de todo, tengo presente que, en vista del enorme volumen


de la documentación, estas cuestiones y muchas otras sólo han podi-
do ser rozadas. Esto vale en particular para las estructuras organizati-
vas del aparato propagandístico o por ejemplo para las propias opera-
ciones propagandísticas. Tratar esto último de manera exhaustiva no
podía ser el objetivo de este libro, toda vez que existen trabajos fun-
damentales como los de Boelcke,9 Bramsted10 y Balfour.11 También
habría rebasado el marco de este trabajo analizar al detalle la plétora
de literatura secundaria, ya apenas abarcable. A mí me importaba más
bien redactar una crónica que se rigiera principalmente por las fuen-
tes sobre la vida de Joseph Goebbels desde su nacimiento en Rheydt
hasta su lúgubre final en un Berlín que se venía abajo y que hoy, cua-
renta y cinco años después, está superando por fin las consecuencias
políticas de la Segunda Guerra Mundial. Quizás el presente libro, con
sus numerosas referencias bibliográficas, pueda animar a alguno que
otro a profundizar en alguna cuestión.
Antes de que sigan conmigo la trayectoria vital de Joseph Goeb-
bels, me gustaría dar las gracias. Se dirigen al señor doctor Oldenha-
ge y a la señora Loenartz, del Archivo Federal de Coblenza, a los
señores doctores Reichardt, Wetzel y Krukowski, así como a la seño-
ra Baumgart, del Archivo Regional de Berlín, al señor doctor Lohr
y al señor Lamers, del Archivo Municipal de Monchengladblach, así
como al señor Kunert, de la oficina local de relaciones públicas. Ellos
me ayudaron de una manera tan poco burocrática como el señor Feh-
lauer, del Berlín Document Center, o la señora Perz, de la Adminis-
tración Interna de Berlín. Además debo mi agradecimiento al señor
profesor doctor Herbst, del Instituto de Historia Contemporánea,
que al igual que mi colega varsoviano, el señor Dietrich, y el señor
Striefler, de la Freie Universitát de Berlín, me sirvió de ayuda en la
adquisición de las fuentes, al señor doctor Blasius y al señor profesor
doctor Wollstein, que corrigieron errores de contenido y me apor -
taron muchos buenos consejos, a la señora doctora Seybold y al señor
Schaub, que se encargaron de la revisión lingüística, o de las galera-
das, así como al señor Wank y al señor doctor Martin, de la editorial
Introducción 15

Piper, por el buen trabajo en común. Mi especial agradecimiento va


dirigido a mi mujer. Sin su paciencia, sin su comprensión y colabo-
ración no se podría haber escrito este libro.
Capítulo 1

¿POR QUÉ DIOS LE HABÍA HECHO DE TAL FORMA


QUE LA GENTE SE RIERA Y SE BURLARA DE ÉL?
(1897-1917)

E n el año 1897, cuando nació Joseph Goebbels, el imperio alemán


estaba en su esplendor. Desde su formación tras la victoria sobre
Francia dos décadas y media antes, había ascendido con una velocidad
impresionante hasta convertirse en una gran potencia. Políticamente com-
petía con las grandes potencias coloniales por «un puesto al sol», 1 «polí-
tica mundial como tarea, potencia mundial como objetivo», decía el lema
del ejército y de la economía a este respecto, que portó con entusiasmo
parte de la alta y pequeña burguesía, lema que había llevado Alemania a
la Entente franco-rusa todavía en conflicto con el imperio británico. En
el año del nacimiento de Goebbels, el emperador Guillermo II tuvo en
cuenta de manera especial esta aspiración a convertirse en potencia mun-
dial. Encargó al secretario de Estado del departamento de la marina impe-
rial, Tirpitz, la construcción de una gran armada alemana.
Esta armada no sólo debía ser expresión de la grandeza imperial,
sino también garante de las nuevas fuentes de materias primas y mer -
cados de consumo de ultramar. Lo cierto es que la Alemania del siglo
que terminaba tenía a sus espaldas sobre todo un desarrollo económi -
co vertiginoso. En el comercio mundial, el joven imperio ya se encon -
traba en segundo lugar después de Inglaterra; en la producción indus -
trial total aventajaba ya a la hasta ahora primera potencia económica.
Puesto que el dominio sobre la naturaleza aumentaba así como los hori -
zontes del saber se rebasaban cada día que pasaba, parecía que el creci -
miento no tenía límites establecidos.
18 Goebbels

Y, con todo, este florecimiento rápidamente desplegado tuvo cierta


limitación, que se manifestó en las contradicciones del momento. Así,
Guillermo II jugaba con las formas y colores del Gran Elector de Bran-
deburgo y del gran Federico, mientras que hacía tiempo que los inte-
reses organizados se habían hecho con el control de la política; y, a pesar
de que la burguesía de la economía, las finanzas y la educación fue la
marca característica de la época, sus críticos intelectuales, de Marx a
Nietzsche, de Wagner a Freud, ya veían que había llegado el fin de este
mundo burgués.
Aunque el cambio se anunciaba especialmente en las metrópolis, en
todas las partes del imperio el terreno estaba abonado para ello, inclu-
yendo el Bajo Rin, la región de donde procedían los Goebbels. En ese
apacible mundo marcado por el catolicismo, con sus viejas tradiciones
campesinas y artesanales, ya había puesto pie la modernidad; a partir de
las fábricas de tejidos e hilados establecidas desde hacía tiempo en la
zona se había desarrollado una industria textil. El trabajo en los centros
atraía a la gente de los pueblos, pues ofrecía perspectivas de una vida
mejor, esperanzas que luego se desvanecieron para muchos con la ruti-
na diaria, fastidiosamente gris, de un proletariado urbano que cada vez
se hacía más numeroso.
Uno de los que habían dado la espalda a su pueblo para hacer for-
tuna en Rheydt, esa pujante pequeña ciudad industrial «cerca de Dus-
seldorf y no muy lejos de Colonia», fue el abuelo de Joseph Goebbels,
Konrad.2 El labrador de Gevelsdorf, cerca de Jülich (todavía se escribía
con ó'),3 que se había casado con la hija de un sastre, Gertrud Margare-
te Rosskamp, de Beckrath, siguió, aun así, siendo durante toda su vida
un simple trabajador de una de las numerosas fábricas. Como vastago
de gente pobre, su hijo Fritz,4 el padre de Joseph Goebbels, nacido el
14 de abril de 1867, tuvo que contribuir con un sueldo desde joven.
Empezó como recadero en la fábrica de mechas de Rheydt W. H. Len-
nartz. Como también en esta empresa la dirección y la administración
requerían cada vez más trabajo, se ofreció una oportunidad de ascenso
a los trabajadores diligentes. Fritz Goebbels, del que su hijo Joseph escri-
bió después que se había entregado por entero a su trabajo,5 «por humil-
¿Por qué Dios le había hecho de talforma que la gente se riera... 19

de que fuera», la aprovechó. Llegó a ser un pequeño empleado que, en


calidad de lo que se llamaba «proletario de cuello alto», realizaba traba-
jos de oficina, antes de alcanzar el puesto de contable durante la gue-
rra mundial. En los años veinte, el propietario de la empresa Lennartz,
que entretanto había pasado a llamarseVereinigte Dochtfabriken GmbH
(Fábricas de mechas unidas S.L.), le otorgó incluso poder general, con
lo que la familia del gerente se había ganado por fin un puesto en la
pequeña burguesía.6
En el año 1892, Fritz Goebbels contrajo matrimonio con Kathari-
na Odenhausen. Ella había nacido en Übach, en la vertiente holande-
sa del río fronterizo Wurm [Ubach over Worms], y había pasado su
juventud en Rheindahlen. Su padre, el herrador Johann Michael Oden-
hausen, había muerto por una deficiencia cardíaca sin haber cumplido
los sesenta. Su viuda, Johanna María Katharina (de soltera Coer-
vers), para sacar también adelante a los más jóvenes de los seis hijos
que habían nacido del matrimonio, le llevaba la casa a un «primer párro-
co» que era pariente lejano y al que llamaban respetuosamente el
«señor». Puesto que cada comensal que dejara de sentarse a la mesa en
la casa del párroco suponía ante todo un alivio para sus difíciles cir-
cunstancias vitales, su hija Katharina había entrado a servir desde muy
pronto en casa de un campesino, hasta que se desposó con el obrero
Fritz Goebbels.
La familia Goebbels vivía muy modestamente en su pequeño piso
de la calle Odenkirchener Strasse 186, el actual número 202.7 Después
de Konrad, Hans y María, que murió prematuramente, aquí nació el 29
de octubre de 1897 su tercer hijo varón, Joseph Goebbels. Junto con
sus hermanos, dos y cuatro años mayores que él, así como con sus dos
hermanas nacidas tras el cambio de siglo, Elisabeth (1901) y María (1910),
creció en una familia en armonía. El padre, Fritz Goebbels, era un hom-
bre formal de «rectitud prusiana»,8 que quería a sus hijos «tal como él
entendía el amor. A su mujer casi la quería todavía más. Por eso siem-
pre sentía la necesidad de atormentarla con pequeñas sutilezas y enre-
dos, como hacen acaso las personas que sienten que aman más de lo
que son amadas».9 En igual medida que Joseph y sus hermanos temían
20 Goebbels

la «educación espartana»10 de su padre, así apreciaban las bondades de


su sencilla madre, que tenía tendencia a la melancolía. A Joseph le unía
con ella una relación especialmente estrecha, y ella también tenía mucho
afecto a su cuarto hijo. Quizás le quiso precisamente a él con tanta «ido-
latría» porque casi pierde la vida en su alumbramiento, pensó él des-
pués; lo cierto es que le regaló a este hijo el cariño «que le dejó a deber
a su marido». La madre, a la cual él después glorificó verdaderamente
por su «enigmática sencillez»,11 era su «mejor y más fiel admiradora».12
Ella siguió siendo durante toda su vida su punto de referencia en la casa
paterna, que sería para él hasta mediados de los años veinte una espe-
cie de refugio.
De sus parientes se acordaba Joseph Goebbels con distinta simpatía.
Mientras que a la abuela Odenhausen no la llegó a conocer de mane-
ra consciente y de su abuelo Konrad Goebbels sólo le quedó grabada
en la memoria la gran nariz típica de la familia, de la abuela paterna,
«una pequeña y cariñosa mujercita», que vivió hasta bien entrados sus
años de juventud, guardaba «muy tiernos y agradables recuerdos».Tam-
bién quiso mucho a la hermana de su madre, la «madrina Christina»,
por su carácter alegre. En cambio, por irritable, maliciosa y envidiosa
tenía a la «tía Elisabeth», la hermana pequeña del padre, que iba «direc-
ta por el camino de las solteronas». Se acordaba de manera especial de
su tío Heinrich, un viajante «de tejidos», que los visitaba dos veces al
año, antes de cada temporada, con los últimos muestrarios.
El hecho de que Joseph Goebbels guardara un recuerdo especial jus-
to de él, al que veía en tan raras ocasiones, se debe probablemente a que
Heinrich era un hombre sociable y alegre, y que por ese motivo se dife-
renciaba de los otros Goebbels, quienes parecían más bien caracteri-
zarse por la «melancolía» atribuida a la gente del Bajo Rin, que con fre-
cuencia se relaciona con la monotonía del paisaje y el catolicismo de
profunda raigambre. Para la gente sencilla, es decir, también para los
Goebbels, este catolicismo era una fe plástica, conforme a la cual el Dios
que reina sobre todas las cosas castiga y recompensa en este mundo, y,
cuanto más a menudo se le rece el rosario, tanto más benevolente se
muestra. Puesto que se temía su ira, había que tenerle el más humilde
¿Por qué Dios le había hecho de tal forma que la gente se riera... 21

respeto, tanto a él como a sus ministros de negro en esta tierra. La visi-


ta diaria a la iglesia, la confesión y la oración común en casa, durante
la cual la madre les hacía a los hijos arrodillados la señal de la cruz en
la frente con agua bendita, pertenecían a la vida de los Goebbels tanto
como el pan de cada día por el que el padre trabajaba en la fábrica de
mechas Lennartz.
Aproximadamente dos años después del nacimiento de Joseph, los
Goebbels volvían a tener un buen motivo para dar gracias al Señor.
Fritz Goebbels había ascendido a auxiliar mercantil y ganaba desde
entonces 2.100 marcos al año, más una cantidad extraordinaria fija de
250 marcos,13 de modo que la familia se pudo trasladar a una vivienda
más confortable en la calle Dahlener Strasse. Cuando con el cambio de
siglo vino al mundo el cuarto hijo, Elisabeth, esta casa también se que-
dó pequeña. El ahorro y el trabajo permitieron a los Goebbels com-
prar ese mismo año una de las pequeñas casas adosadas típicas de la
región, también en la Dahlener Strasse, algo más cerca en dirección al
centro de la ciudad. Esta casita «poco vistosa», con el número 140, des-
pués el 156, que ha sobrevivido a los agitados tiempos hasta el día de
hoy, la consideraba Joseph Goebbels como su casa paterna, pues aquí
«despertó» él «a la vida propiamente dicha».14
Esta vida comenzó de manera difícil para Joseph. A corta edad estu-
vo a punto de morir de una pulmonía «con terribles delirios febriles».
Se salvó, pero siguió siendo un «jovencito débil». Poco después del
comienzo de siglo Joseph enfermó de osteomielitis, 15 uno de los «acon-
tecimientos determinantes» de su niñez, como él mismo opinaba.16 En
la pierna derecha —escribió en sus Erinnerungsblatter [Notas autobiográ-
ficas]—, tras un extenso paseo en familia, se volvió a dejar notar su «vie-
ja dolencia en el pie» con fortísimos dolores. Durante dos años, el médi-
co de cabecera y el masajista se esforzaron por remediar la parálisis de
la pierna derecha, que ya parecía estar superada. Sin embargo, entonces
tuvieron que comunicar a los desesperados padres que el pie de Joseph
sufriría «parálisis de por vida», que no crecería de forma normal y que
se convertiría paulatinamente en un pie deforme. Fritz y Katharina
Goebbels no se conformaron con eso y acudieron con Joseph incluso
22 Goebbels

a profesores de la Universidad de Bonn, lo que bien sabe Dios no era


lo más natural del mundo a comienzos de siglo tratándose de un sim-
ple empleado. Con todo, incluso a las eminencias sólo les quedaba «enco-
gerse de hombros». Más tarde, cuando ya había cojeado por la vida
durante un tiempo con un antiestético aparato ortopédico que debía
sostener y mantener recto el pie paralizado, los cirujanos del hospital
Maria-Hilf de Mónchengladbach operaron al joven, que ya tenía diez
años.17 La intervención no tuvo éxito, de modo que se tuvo que renun-
ciar definitivamente a la esperanza de librar al muchacho del pie con-
trahecho.
La suerte de Joseph Goebbels fue percibida por los devotos padres,
y en particular por la madre, como un castigo divino que pesaba sobre
la familia, pues en el pensamiento simple y marcadamente católico de
la gente se vinculaban a ello oscuras asociaciones. Por este motivo cogía
Katharina Goebbels a «su Joselito» de la mano repetidas veces y lo lle-
vaba a la iglesia de Nuestra Señora de Rheydt, donde, arrodillada jun-
to a él, imploraba en voz baja al Señor que le diera fuerzas al niño y
alejara el mal de él y de la familia. Por miedo a las habladurías de los
vecinos llegó ella a afirmar que la dolencia de Joseph no se debía a una
enfermedad, sino a un accidente: no se dio cuenta de que el pie del
niño había quedado enganchado en un banco cuando ella lo levantó. 18
Así y todo, al poco tiempo de enfermar, se decía del pequeño Joseph
que «había salido distinto a su familia».19
El joven, por su parte, no podía entender la supuesta relación entre
su deformidad y las cosas de la fe. Esto, pero sobre todo las hirientes y
compasivas miradas de los adultos y las burlas de sus compañeros de
juegos, hicieron que el defecto físico le pareciera una anormalidad de
su persona, que lo empañaba todo.20 Así, pronto empezó a sentirse infe-
rior, a evitar la calle y a esconderse cada vez más en su pequeña habi-
tación, en el primer piso de la casita situada en la Dáhlener Strasse. Con
veintidós años, en una mirada retrospectiva a su juventud, escribió que
siempre había pensado que sus camaradas se avergonzaban de él «por-
que ya no podía correr y saltar como ellos, y entonces en ocasiones le
atormentaba su soledad. (...) la idea de que los demás no querían que
¿ Por qué Dios le había hecho de tal forma que la gente se riera... 23

jugara con ellos, de que su aislamiento no se debía sólo a su propia


voluntad, eso le hacía sentirse solo.Y no únicamente eso, sino que ade-
más le amargaba. Cuando veía que los demás corrían y retozaban y sal-
taban, entonces murmuraba contra su Dios, que (...) le había hecho
eso, entonces odiaba a los demás, porque no eran como él, entonces se
reía de su madre, porque aún quería tener consigo a un lisiado así».21
Nada cambió en las dificultades de este muchacho delgado, con apa-
riencia de torpe, con una cabeza desproporcionadamente grande y un
pie que se iba atrofiando, cuando en la Pascua de 1904 comenzó a asis-
tir a la escuela primaria, muy cerca de la casa de sus padres. No gusta-
ba a sus compañeros porque era reservado y se aislaba de los demás; a
los profesores, porque era testarudo, un «muchacho maduro para su
edad», cuya aplicación por otra parte dejaba que desear. Cuando una
vez más no había hecho los deberes o cuando simplemente les provo-
caba, en ocasiones le pegaban. Éste es a buen seguro el motivo por el
cual asociaba principalmente malos recuerdos a su etapa de escuela ele-
mental, y sobre todo a los profesores. A uno lo calificó de «vil y sinver-
güenza, que nos maltrataba a los niños», a otro de «trolero» que largó
«toda clase de tonterías». Sólo le gustaba un profesor que «hablaba con
verdadero entusiasmo»,22 pues sabía despertar la imaginación del joven.
Cuando tuvo que pasar tres semanas en el hospital como conse-
cuencia de la operación del pie, leía de la mañana a la noche los libros
de cuentos que su madrina Christina le había traído «del rico Herbert
Beines», uno de sus compañeros de clase. «Mis primeros cuentos (...).
Estos libros fueron los primeros que despertaron mi placer por la lec-
tura. A partir de entonces devoraba cualquier letra impresa, incluyendo
los periódicos, también la política, sin entender lo más mínimo». 23 Se
dedicó con detenimiento a una anticuada edición en dos volúmenes
de un diccionario de conversación, el Kleiner Meyer,24 que en su día
había adquirido su padre. Pronto comprendió que estaba capacitado
para contrarrestar en el terreno del conocimiento su detrimento físico.
El sentimiento de su propia inferioridad le llevó a una constante súper
compensación. No soportó que nadie «fuera mejor que él en su terre-
no, pues consideraba a todos los demás lo bastante malos como para
24 Goebbels

que quisieran excluirle de su comunidad también intelectualmente.Y


esa idea le daba diligencia y energía». Al fin y al cabo, era uno de los
mejores de su clase.25
Fritz Goebbels y su mujer, alentados por el deseo de que un día sus
hijos tuvieran una vida mejor que la suya, veían con satisfacción que
Joseph se aplicara a los estudios. Hicieron todo lo posible por crear las
condiciones necesarias para ello. Y no les resultó fácil, pues el ascenso
social de la familia acarreaba unos gastos que volvieron a acabar ense-
guida con la ganancia extraordinaria. Como oficinista, Fritz Goebbels
tenía que llevar una impoluta camisa blanca y también diariamente un
terso sombrero. Ahora la familia le debía a su posición social el tener un
«salón» provisto de sillones de felpa, sofá, aparador, dos cuadros del abue-
lo y la abuela con marcos dorados y un considerable número de figuri-
tas, aunque el salón sólo se utilizaba en ocasiones muy especiales.26
A pesar de que Fritz Goebbels asentaba cada céntimo gastado en un
cuaderno de cuentas azul,27 para repasar al final de mes y ver dónde se
podría ahorrar una que otra moneda, los Goebbels tenían que ganar
dinero extra trabajando en casa. «Hacíamos mechas torcidas, un trabajo
muy laborioso con el que enseguida te empezaban a doler los ojos y
la espalda. Mi padre también ayudaba cuando por la tarde volvía de la
oficina y había leído el periódico. Por supuesto que este trabajo sólo
nos reportaba algunos céntimos. Pero se utilizaba cada céntimo para
escalar al siguiente peldaño del ascenso social»;28 los Goebbels padres
ponían su principal atención en la buena educación de sus hijos.
En el caso de Joseph, el mejor dotado intelectualmente, se daba por
supuesto que, al igual que sus dos hermanos Konrad y Hans, asistiría al
instituto municipal con bachillerato reformado situado en la Augusta-
strasse de Rheydt.Antes de que llegara la Pascua de 1908,29 Fritz Goeb-
bels consiguió provocar un cambio en el último certificado de la ense-
ñanza primaria: se redujo el número de faltas debidas a su malformación
durante el cuarto y el quinto curso, y todas las notas subieron de «nota-
ble» a «sobresaliente».
Joseph Goebbels se alegraba de tener la posibilidad de asistir a la
escuela superior, sobre todo «porque ahora creía poder triunfar sobre
¿Por qué Dios le había hecho de tal forma que la gente se riera... 25

sus camaradas, que se reían y burlaban de él». 30 Cuando sus compañeros


le insultaban —como él mismo se decía— por su malformación,
entonces ellos por su parte tenían también que «aprender a temerle»;
él quería aventajar a todos por su rendimiento escolar, y para ello tra -
bajaba con empeño desde el primer día de clase. Sus compañeros pron -
to tuvieron que pedirle ayuda. El les dejaba sentir su superioridad y «se
alegraba (...) en su interior, pues veía que el camino por el que iba era
el correcto».31
Ningún esfuerzo era demasiado para Joseph Goebbels. Destacaba en
todo, llegó a ser el mejor, ya fuera en latín, geografía, alemán o mate -
máticas.32 También en las disciplinas artísticas, educación plástica y música,
desarrolló una ambición verdaderamente enfermiza, que se veía
intensificada porque su padre se la fomentaba con buenas intenciones.
En el año 1909 incluso compraron un piano para este hijo que apren -
día tan fácilmente. Más de treinta años después Joseph Goebbels le con -
tó a su ayudante cómo le llamó su padre para revelarle sus intenciones.
«Fuimos juntos a verlo. Costaba 300 marcos y por supuesto era de segun-
da mano y estaba ya bastante desvencijado». Pero al mismo tiempo era
«la esencia de la formación y del bienestar, el distintivo de una forma
de vida elevada, el símbolo de la burguesía», 33 en cuyo umbral estaban
los Goebbels al acabar el primer decenio del siglo. En este piano prac -
ticaba Joseph Goebbels bajo la estricta vigilancia del padre, siguiendo
un ejemplar bastante estropeado de la escuela de música Dammsche
Klavierschule.
Joseph Goebbels desarrolló unas dotes especiales para el teatro. De
niño ya había escrito en casa «tragedias de terror». En las representa-
ciones anuales del colegio impresionaba ahora por su talento interpre -
tativo. La forma efectista de comunicarse, los gestos y las muecas eran
su fuerte. Pero no se lucía sólo en el teatro de aficionados, sino también
en la vida diaria; presuntuoso y arrogante, a menudo dejaba de ser él
mismo, pues todo estaba calculado para impresionar.34 A veces mentía,
contaba embustes, y luego eso le pesaba mucho. Aliviaba su conciencia
cuando cogía su devocionario, iba a la iglesia y el sacerdote oía su con-
fesión.35
26 Goebbels

Igual de importantes eran para él las clases de religión que impartía


el capellán Johannes Mollen, pero siempre le atormentaba la pregunta:
«¿Por qué Dios le había hecho de tal forma que la gente se riera y se
burlara de él? ¿Por qué no podía él como los demás amarse a sí mismo
y amar la vida? ¿Por qué tenía él que odiar cuando quería y debía amar?».
Por eso estaba descontento con su Dios. «A menudo creía que ni siquie-
ra existía».36 Y sin embargo ponía toda su esperanza en él, ya que sólo
Dios le permitía tener esperanzas de encontrar también un día reco-
nocimiento y amor.
A principios de abril de 1910, el alumno más aventajado de Mollen
tomó la primera comunión con el respetado capellán y en compañía
de sus compañeros de clase, para los cuales él no era un buen compa-
ñero. En el recordatorio que mostraba a María con el niño se citaba el
pasaje 3.4. del Cantar de los Cantares: «Encontré al amado de mi alma».37
El estudiante, de trece años de edad, quería dedicar en adelante toda su
vida a esta sentencia, con la esperanza de que le hiciera justicia. Soña-
ba con celebrar un día la sagrada misa como «monseñor» o encabezar
en Rheydt la procesión del Corpus con un magnífico traje ceremonial.
Los padres apoyaban al joven en su afán de estudiar teología, no sólo
por convicción o por razones de prestigio, sino también porque la carre-
ra de teología estaba especialmente indicada, ya que la Iglesia cubría los
gastos.
Asimismo marcaron al muchacho las opiniones típicas de la época,
tales como las que transmitía la clase de historia. «Allí estábamos no-
sotros sentados y apretábamos los puños y con los ojos centelleantes nos
quedábamos colgados de sus labios»,38 escribió Goebbels más tarde en
una glorificadora retrospectiva del maestro superior Bartels, en cuyas
clases de historia se explicaban las expediciones conquistadoras de Ale-
jandro Magno. Era la historia de las hazañas de grandes hombres que
hicieron época, y el macedonio simbolizaba la grandeza que en ese
momento la Alemania del emperador se disponía a alcanzar. La decisiva
victoria sobre Francia en la guerra de 1870-1871, para la cual el nombre
de Sedán se había convertido en un símbolo, representaba el ascenso de
la Alemania prusiana. Historiadores como Heinrich vonTreitschke,
¿Por qué Dios le había hecho de tal forma que la gente se riera... 27

Max Lenz o Erich Marks, del mismo modo que los profesores de his-
toria, veían ahora en la rivalidad con Inglaterra la continuación de ese
proceso que poco después llevaría a Alemania a ser una potencia mun-
dial. Justificaban esta postura, tal como correspondía a la época, con las
teorías de Darwin, según las cuales la expansión política era la confir-
mación de la propia vitalidad y al mismo tiempo una misión nacional,
que debía servir para extender la propia cultura, a la que se atribuía un
valor mayor.
Aunque Goebbels creyera que su Señor le había castigado, porque
le permitía vivir como lisiado en un mundo que veneraba al proto-
tipo del hombre fuerte, aun así la patria y la fe eran constantes de su
pensamiento. A su esperanza en Dios se añadían fantasías que lo ale-
jaban de la realidad. Se las ofrecían los libros a los que dedicaba la
mayor parte de su tiempo.39 Con frecuencia se ponía en el papel del
héroe que no podía ser en vida. «Entonces no estaba tan resentido por
el hecho de no poder andar por ahí jugando como los demás, enton-
ces se alegraba de que también para él, el lisiado, existiera un mundo
de placer».40
Empezó a cultivar estas sensaciones, tomó él mismo la pluma y en
1912 escribió su primer poema con motivo del fallecimiento del hijo
del empresario Lennartz, que había muerto durante una operación.
Joseph Goebbels hizo unos versos al respecto, alentado por la ficción
de haber perdido a un «verdadero amigo»: «Aquí estoy yo ante tu fére-
tro, / contemplando tus helados miembros, / tú eras mi amigo, sí, el
verdadero / al que en vida cariño yo debí. / Ahora de mi lado has teni-
do que irte, / dejar la vida que adiós te dice, / dejar el mundo y sus pla-
ceres, / dejar la esperanza que fulgura aquí ».41-42
Además de este «típico lamento escolar», como más tarde observó
de forma autocrítica, pronto aparecieron poemas de similar afectación
que sin embargo respondían plenamente al gusto de la época —como
un poema a la primavera—43 en los que expresaba sus emociones. Ahora
pensaba a veces que por su actividad de poeta pertenecía al grupo de
las personas de excepción, a las que Dios había dotado de un talento
especial: «quizás porque Dios le había marcado en el cuerpo».44
28 Goebbels

La destreza que poco a poco adquirió en el manejo de la lengua, su


interés por la literatura y la lírica se vieron estimulados por su profesor
de alemán,Voss. Él consiguió romper el muro de desconfianza quejoseph
Goebbels había levantado en torno a sí.Voss también «había tenido que
luchar» en su juventud. Quizás por eso —especuló después Goebbels—
intentó entenderle. El profesor invitaba al joven impedido a su casa, le
recomendaba libros y conversaba con él. «A veces podía parecer que el
profesor admiraba a su extraño alumno por su peculiaridad», conjetu-
raba Goebbels sobre el «primer amigo de su vida», 45 que en su época
estudiantil ejerció sobre él «el mayor influjo».46
Voss también prestó su ayuda cuando el padre de Joseph Goebbels
ya no pudo costear la matrícula y los otros gastos de la formación de
su hijo. Le procuró niños de padres acomodados para que les impartie-
ra clases particulares. «Su profesor había intercedido por él, y de esa for-
ma le recibieron en todas partes con cariño y amabilidad».47 Como
correspondía a la marcada necesidad de cariño y reconocimiento que
sentía el adolescente, inmediatamente endiosó a la madre —que vela-
ba por él y le mimaba— de uno de los estudiantes que se le habían
encomendado. Por primera vez empezó a cuidar su aspecto externo, se
hizo algo menos introvertido, a veces incluso desenvuelto. «Y el hecho
de que nadie lo supiera, ni siquiera el objeto de su amor, eso le hacía
doblemente feliz (...). Cuando yacía despierto en la cama y sus her-
manos dormían, entonces él hacía versos, los recitaba en alto y pensa-
ba que ella le oía y le alababa. Ésa era su mayor alegría».48
Con todo, para sus años de juventud siguió siendo determinante el
abismo entre la amarga realidad y la existencia ficticia en la que se refu-
giaba. En ocasiones esto se hacía patente de una manera demasiada brus-
ca, como cuando se dejó olvidados debajo de su pupitre los poemas
dedicados a la madre de su alumno y al día siguiente se recitaron delan-
te de toda la clase con alusiones diversas a su malformación.49 De manera
no menos catastrófica debió experimentar el joven sus primeros intentos
de acercarse al sexo opuesto. El objetivo de sus esfuerzos era
precisamente el sueño dorado de su hermano, una tal María LifFers, que
también iba al instituto. Cuando él le hizo claras proposiciones y ade-
¿Por qué Dios le había hecho de tal forma que la gente se riera... 29

más le envió fingidas cartas de amor, el asunto trascendió y se produjo


el escándalo. En casa, en donde se habían presentado los padres de la
chica, su hermano Hans arremetió contra él con la navaja de afeitar; en
el instituto se le negó una beca municipal que Fritz Goebbels había
dado por segura. Aunque al padre no le resultó fácil seguir costeando
la formación de su hijo, éste, a pesar de su seria falta y a diferencia de
sus dos hermanos mayores, debía hacer los tres cursos del instituto refor-
mista en el mismo centro hasta obtener el bachillerato, condición pre -
via para hacer la carrera de teología.
Tras las vacaciones de Semana Santa de 1914,Joseph Goebbels pasó
al séptimo curso del instituto. De la «seria pesadilla» que —como escri-
biría diez años después Hitler en la prisión militar de Landsberg— afec-
tó entonces a la gente «abrasadoramente como un febril calor tropical», 50
no llegó a notar mucho el estudiante adolescente. Pero a buen seguro
percibió también las discusiones sobre si llegaría la guerra que había de
acabar con las tensiones de la política interior, pues hacía mucho que los
nuevos métodos de trabajo mecanizados y las estructuras sociales que se
transformaban a la par no encajaban en la ordenación de ese imperio.
Contradicciones insalvables y cambios vertiginosos marcaron la época, a
la que, según la perspectiva de muchos contemporáneos, venía unido algo
demasiado sobrio y racional, «carente de alma» e inspirador de miedo,
que parecía pesar sombríamente sobre la época. Por este motivo la mayo-
ría sentía la guerra que se cernía como una solución a todo ello.
Cuando el 28 de junio cayeron en Sarajevo los disparos sobre el suce-
sor al trono austríaco, el archiduque Francisco Fernando, y poco des-
pués con las movilizaciones se ponía en marcha un mecanismo impa-
rable y fatal, cuando en las pequeñas ciudades industriales del Bajo Rin,
como en todo el resto del imperio, la gente se abandonaba con entu -
siasmo a la guerra, Joseph Goebbels unía su voz al coro patriótico, que
ya veía desfilar a las tropas del emperador por los Campos Elíseos de la
capital francesa: esto parecía la realización de lo que él había aprendi -
do en las clases de historia, de lo que el capellán había predicado desde
el pulpito y de lo que la pequeña burguesía, de donde él procedía,
había propagado entusiásticamente.
30 Goebbels

La vivencia común de aquellos días no dejó de surtir efecto sobre el


joven Goebbels, pues a sus diecisésis años la guerra entrañaba para él la
esperanza de un futuro mejor. Desde la niñez había deseado «integrar-
se», y ahora por fin experimentaba la sensación de solidaridad, que pro-
porcionaba protección, cuando a principios de agosto, tras las movili-
zaciones, se encontraba entre la multitud y vitoreaba a los hermanados
por la marcha al compás; en ese momento nadie prestó atención a su
malformación.Tenía la misma sensación que durante la misa salvo que
no estaba arrodillado en la iglesia, sino de pie al borde la calle, y en lugar
del «alabado sea el Señor» entonaba el Alemania, Alemania por encima
de todo.
A él le habría gustado estar entre aquellos que, como su hermano
mayor Hans, su compañero de clase Fritz Prang o un tal Richard Flis-
ges, al que acababa de conocer, entraron inmediatamente en campaña
por la patria, pues —como escribió en una redacción— «el soldado que
se marcha a la guerra por su mujer y sus hijos, por su hogar y su casa,
por su tierra y su patria, para entregar su tierna y joven vida, presta a la
patria el servicio más ilustre y honroso».51 Pero la malformación tantas
veces maldecida por él le degradó una vez más a la categoría de mar-
ginado, situación en la que nada pudo cambiar «el certificado de apti-
tud científica para el servicio voluntario anual»52 que se había hecho
expedir durante esa misma Pascua. Quizás para no verse confrontado
constantemente con este déficit, Joseph Goebbels, que el primer invier-
no de la guerra había hecho durante algunas semanas una especie de
prestación sustitutoria en el banco imperial, se interesaba poco por el
transcurso detallado de las operaciones militares. Se conformaba, en su
lugar, con una información general sobre si las cosas iban bien o menos
bien en los frentes, pues de todos modos no podían ir mal.
Puesto que no era sólo el valiente ejército el que conducía a la «vic-
toria definitiva», como escribió en otra redacción escolar,53 veía enton-
ces que su contribución radicaba en militar en la «diligente tropa» de
los no menos imprescindibles «no combatientes». Tal como requerían
los carteles fijados en muchas partes con las indicaciones de la coman-
dancia general para la población civil, estaba muy atento a los sospe-
¿Por qué Dios le había hecho de tal forma que la gente se riera... 31

chosos en el frente de la patria, y se mostró especialmente solícito cuan-


do el director de la escuela encargó empaquetar los «donativos de
Navidad» de la ciudad de Rheydt para sus hijos en campaña y poner -
les las direcciones. 54 De esta forma Joseph Goebbels había encontrado
una tarea que en esos días le dio sensación de pertenencia, aunque no
pudiera estar «en el frente».
Ahora también se estaba abriendo más a sus compañeros de clase y
se hizo amigo de Hubert Hompesch y de Willy Zilles. Cuando fueron
llamados a filas, les escribía con regularidad las novedades de la patria,
en particular de la escuela, donde las clases superiores empezaban a vaciar-
se cada vez más. Ellos a su vez le informaban entusiásticamente a él, «el
habitante de la selva virgen (...) en el lejano noroeste», 55 de sus expe-
riencias en el ejército. Mil veces más le gustaba su vida actual que la ante-
rior etapa estudiantil, escribió eJ fusilero —envidiado por Joseph Goeb -
bels—Willy Zilles,56 que como todos los «grises de campaña»57 soñaba
con volver algún día a casa como un héroe con la Cruz de Hierro.
La euforia nacional, que había invadido sobre todo a la joven gene-
ración, ocultó también la procedencia de Joseph Goebbels, que en tiem-
pos de paz seguramente le habría causado más problemas que ahora en
la guerra al hijo casi adulto del «proletario de cuello alto» en el grado
superior del instituto, entre los hijos de comerciantes, funcionarios y
médicos.Y no sólo eso, sino que también por ese motivo pudo madu-
rar en el joven la visión de una «verdadera comunidad popular», a la
que pertenecía, al igual que los ricos, la «gente sencilla», entre la que sin
embargo él mismo ya no se contaba por sus sobresalientes resultados
escolares. «Nunca —escribió en julio de 1915 a Willy Zilles, que se
encontraba a la sazón en un hospital militar de Silesia— podría estar de
acuerdo con la exclamación de Horacio odi profanum vulgus (odio al
vulgo ignorante)». En lugar de eso, quería dejarse guiar por una sen-
tencia del escritor Wilhelm Raabe, que comprendió al pueblo como
ningún otro. Entendía su «presta atención a las callejuelas» 58 como un
viraje hacia el pueblo, sin olvidar por ello «nuestra elevada tarea», la
«aspiración hacia arriba» que resuena en las palabras de Raabe «alza la
vista a las estrellas».59
32 Goebbels

Raabe era para él, a diferencia de Gottfried Keller o Theodor Storm,


a los que valoraba mucho además de los clásicos, 60 un «brillante mode-
lo»,61 sobre todo porque, en opinión de Goebbels, el poeta había crea-
do en el citado viejo Ulex de la novela La gente del bosque el «prototi-
po del idealista y soñador alemán».62 Puesto que Goebbels creía
reconocerse tanto en el héroe como en su creador, escribió sobre este
último y su visión de una comunidad popular alemana que Raabe siem-
pre había mirado hacia arriba en su vida: «Así pudo soportar la poster-
gación durante años sin perder su buen humor ni su ánimo vital, apre-
ciado sólo por pocos amigos, subestimado casi por toda Alemania, pero
convencido de su elevado oficio. Así siguió luchando, si no para sus coe-
táneos, sí para una generación posterior. ¿Somos nosotros esa genera-
ción?».63
Puesto que al Joseph Goebbels de la pequeña casa en la Dahlener
Strasse la guerra parecía reportarle un mundo mejor o, en cualquier
caso, una parte de lo que hasta ahora le había sido negado, terminó por
entenderla como expresión de la actuación divina. Esto lo reflejan las
ardientes redacciones que escribió en los primeros meses de la guerra
durante las clases de alemán conVoss.64 Allí citaba las viejas melodías de
las guerras de independencia, la de «Dios, que hizo crecer el hierro»,
evocaba los mitos de tiempos remotos, cuando los antepasados de los
que emprendían el asalto en Langemarck «iban a la batalla con cantos
y gritos de júbilo». La muerte anónima en el campo de batalla le pare-
cía a él, que se había quedado en casa, «hermosa y honorable», era glo-
rificada como un acto sagrado, como una víctima en el «altar de la
patria», una víctima como había sido en su día Cristo en el Gólgota por
mor de la humanidad. Religión y patriotismo parecían fundirse en la
concepción del mundo de Joseph Goebbels.
Entre sus profesores —a excepción de Voss y de Bartels, que acaba-
ba de ser condecorado con la Cruz de Hierro— creía percibir un «esca-
queo general», y precisamente el capellán Mollen no compartía el entu-
siasmo patriótico. Antes de agosto de 1914 ya se había mostrado pesimista
y había hecho ver a sus alumnos los horrores de lo que se aproxima-
ba.65 Puesto que siguió hablando en contra del espíritu de la época,
¿Por qué Dios le había hecho de tal forma que la gente se riera... 33

Joseph Goebbels adoptó con respecto a él una actitud cada vez más
escéptica, aunque sin cuestionar por ello su autoridad de un modo ge-
neral.
Sin embargo, el estudiante pronto tuvo que comprobar que las adver-
tencias de Mollen tenían su razón de ser; en el instituto de la Augus-
tastrasse siempre había que lamentar la «muerte heroica» de un «anti-
guo alumno» por el emperador y por la patria. En vista de las bajas, en
casa de los Goebbels no se afrontó el llamamiento a filas de Konrad para
el 1 de agosto de 191566 con el entusiasmo sin reservas del año ante-
rior, sino más bien con sentimientos encontrados. Por una parte esta-
ba el orgullo de que ahora él también pudiera ir a la guerra por Ale-
mania con el uniforme del emperador, por otra parte el horror de lo
que posiblemente le amenazaba.
Una preocupación adicional supuso para la familia en otoño de 1915
una enfermedad de Elisabeth. El Día de los Difuntos la preocupación
se convirtió en dolor. La tisis, como se acostumbraba a llamar entonces
a la tuberculosis pulmonar, se había cobrado la vida de la muchacha.
Joseph y Fritz Goebbels rezaron el padrenuestro67 junto a su cama, y el
maestro superiorVoss, que había sido reclutado provisionalmente para
el servicio militar en Aquisgrán, escribió a su talentoso pupilo que en
esos días no había prácticamente nadie «que no pierda a un ser queri-
do (...), y así tenemos que consolarnos los unos a los otros y mantener
la cabeza alta, pues todavía no hemos acabado, y no sabemos lo que aún
tendremos que soportar hasta que llegue por fin la gran hora feliz de la
paz».68
Al dolor por la muerte de su hermana menor, que también puso en
verso, se sumaría a comienzos del verano del año siguiente la tormentosa
preocupación por la vida de su hermano Hans, que estaba combatiendo
en el escenario bélico occidental y del que no se habían tenido señales de
vida desde hacía semanas.69 A ello se añadía la ya de por sí triste vida
diaria, agravada siempre por la prolongación de la guerra. En la «escuela»,
donde sólo quedaban unos pocos en las clases superiores y le faltaban los
compañeros con los que hablar, los temas de las redacciones sólo giraban
ya en torno a la pregunta: «¿Por qué debemos'
34 Goebbels

queremos y vamos a ganar?».Voss, que ya había regresado, volvía a hacer


escribir ahora sobre la fuerza de la esperanza, de la cual Joseph Goeb-
bels pensaba que era «la que nos permite soportar esta violenta época
llena de sangre y lágrimas», para luego citar la obra de Uhland: «Oh,
pobre corazón, olvida el tormento, pronto cambiará todo, todo».70
Aunque los Goebbels de la Dahlener Strasse recibieron la tranqui-
lizadora noticia de que Hans se encontraba sano y salvo en cautiverio
francés, a Joseph le había quedado poco de la euforia inicial. Las noti-
cias sobre las victorias alemanas, que sin embargo nunca conducían a
la victoria, le habían dejado claro que aún había que recorrer un largo
y difícil camino antes de que se produjera el desenlace y se hicieran rea-
lidad las expectativas y esperanzas ligadas a él. Las cartas que recibía aho-
ra de sus compañeros en campaña parecían corroborarlo. La retórica
demasiado enfática había dado paso a los sobrios relatos de la vida lle-
na de privaciones, que seguía estando marcada por una estricta noción
del deber para con la patria, como por ejemplo cuando su compañero
de clase, el suboficial Hompesch, le escribió que prefería resistir «hasta
el final» antes de que «el enemigo penetre en el territorio interior, antes
de poner en peligro a nuestras familias en casa, todos nuestros bienes
en la patria».71
Poco a poco los remitentes de las cartas se iban distanciando, pues
vivían en mundos demasiado distintos. A ello también había contri-
buido en buena medida la primera relación amorosa entre Goebbels y
una chica de la vecina Rheindahlen,72 que comenzó a partir de Pascua
de 1916, al tiempo del «infierno deVerdún». Lene Krage, como se lla-
maba, si bien no era «inteligente», era muy guapa para sus años.73 Al
principio de conocerse en la Gartenstrasse de Rheydt, él era, como más
tarde escribió, «la persona más feliz de la tierra», pues apenas podía con-
cebir que él, «el pobre lisiado (...) hubiera besado a la chica más her-
mosa». Lene, por su parte, admiraba a su «chico del alma» por su inte-
ligencia: «¡Qué pequeña soy yo en comparación contigo (...)! Y es que
tú me pareces digno de adoración. Podría llegar a deificarte», escribió
ella en una de sus muchas cartas.74 Él, sin embargo, pronto empezó a
preguntarse cómo podía amar a una chica a la que consideraba tonta,
¿Por qué Dios le había hecho de tal forma que la gente se riera... 35

y llegó a la conclusión de que «este amor, por inocente que fuera, tenía
un no sé qué de impureza».75 Su «oscuro» deseo, según creía, sólo orien-
tado al instinto, a la sexualidad en resumidas cuentas, lo consideraba
reprobable, pues para él era ante todo la tentación del mal. Por eso
«luchaba contra el sexo» y acababa creyendo que estaba enfermo por-
que amenazaba con salir derrotado en esta batalla. Cuando por la noche
se ocultó con Lene Krage en el parque imperial de Rheydt y ella se
convirtió en una «mujer amante», la había perdido definitivamente, y
con ella su buena conciencia.
En marzo de 1917, año de hambre, Joseph Goebbels sacó el bachi-
llerato. Su certificado de bachiller, al igual que los certificados anterio-
res, era digno de ver. «Sobresaliente» en religión, alemán y latín; «nota-
ble» en griego, francés, historia, geografía e incluso en física y matemáticas,
asignaturas para las que no tenía «talento ninguno», según él mismo
manifestó. Con esto quedaba libre del «oral» y, puesto que había escrito
la mejor redacción en alemán, tuvo la ocasión de pronunciar el dis-
curso de despedida de su promoción, de estructura perfecta y que aún
excedía el espíritu de la época, marcado ya de por sí por un patriotis-
mo exageradamente patético. Lo que el débil Joseph Goebbels expuso
aquel 21 de marzo76 en el salón de actos, detrás de la cátedra, ante el
claustro de profesores, la dirección del centro y los estudiantes, conte-
nía todas aquellas ideas que caracterizaban la cosmovisión de su gene-
ración, que él había interiorizado de manera especial. Con voz emo-
cionada recordó a los oyentes que ellos «son los miembros de esa gran
Alemania en la que todo el mundo tiene fijada la vista con miedo y
admiración». Entonces apeló a la «misión global» del pueblo «de poe-
tas y pensadores», que ahora tenía que demostrar «que es más que eso,
que lleva inherente la legitimación de ser la líder política e intelectual
del mundo». Habló marcialmente de Bismarck, el hombre «tan duro
como el acero y el hierro», de «nuestro emperador», que ha desenvai-
nado la espada «sin turbarse, contra Dios y el mundo».Todo culminó al
final en una exaltación divina: «Y tú Alemania, poderosa patria, tú tie-
rra sagrada de nuestros padres, mantente firme, firme en el peligro y en
la muerte. Tú has demostrado tu heroísmo y saldrás asimismo victoriosa
36 Goebbels

de la batalla final (...). No tememos por ti. Confiamos en el Dios eter-


no, que quiere que la justicia sea vencedora, en cuya mano está el futu-
ro. (...) Dios bendiga a la patria».77
Parece ser que tras este discurso el director del colegio le dio unas
palmaditas en el hombro y le dijo que por desgracia no había naci-
do para orador.78 Pero Joseph Goebbels no se había propuesto ser
orador, y tampoco quería ya predicar desde el pulpito. Para decep-
ción de sus padres, había desechado desde hacía tiempo su plan de
estudiar teología.Ya en 1915Voss le había aconsejado estudiar entre
otras cosas alemán, y a modo de complemento aprender neerlandés.
Seguramente con vistas a futuras anexiones, Voss pensaba entonces
que por este camino su alumno podría hacer las oposiciones tras la
guerra «en muy poco tiempo». Aunque Joseph Goebbels había pro-
gresado ya mucho en el aprendizaje de la lengua neerlandesa, 79 gra-
cias a que pasó algunas vacaciones cerca de Aquisgrán, donde había
crecido su madre, él estaba pensando de manera transitoria en la carre-
ra de medicina, de lo que sin embargo Voss volvió a disuadirle. A ins-
tancias de él acabó decidiéndose por filología clásica, germanística e
historia.
La tan «deseada hora que nos libera» ya había llegado. Pero lo cierto
es que no se presentó bajo el aspecto en que la había celebrado Goeb-
bels en su discurso del bachillerato. Ni tenía el mundo ante sus ojos con
el «joven y fresco arrebol matutino del primer día de mayo», ni había
una razón para mirar «con ojos embriagados toda la hermosura y toda
la felicidad de la tierra» y exclamar de júbilo «con toda magnificencia»:
«¡Oh mundo, oh mundo hermoso, apenas se te ve entre tantas flores!».
Detrás del lema que Goebbels y el resto de bachilleres dieron a la cere-
monia «con obstinado optimismo»,80 se escondían sueños rebosantes
nacidos de la necesidad, anhelos, después de tres años de guerra llenos
de privaciones, también para la población civil.
Así y todo, cuando en estos tiempos difíciles Fritz Goebbels se atre-
vía a pensar en otra cosa para su hijo que no fuera la carrera de teolo-
gía, eso se debía a que el cabeza de familia había ascendido a contable
de la fábrica de mechas Lennartz y ganaba unos cuantos marcos más.
¿Por qué Dios le había hecho de tal forma que la gente se riera... 37

Con la modesta ayuda del padre y los ahorros de las clases particulares
saldría adelante, esperaba Joseph Goebbels, hasta que tras la esperada
victoria de Alemania en la guerra mundial se mejoraran también para
él las cosas de manera decisiva.
Capítulo 2

CAOS EN MÍ
(1917-1921)

H acia nuevos horizontes para la familia partía en abril de 1917 este


joven soñador, con un profundo complejo de inferioridad y un
impetuoso deseo de reconocimiento y protección. Por una parte le lle-
naba de orgullo poder estudiar, siendo hijo de un pequeño empleado,
con la élite de la juventud alemana; por otra parte, también tenía algo
de miedo, pues no sabía cómo le recibirían los compañeros, a él, el lisia-
do. Por eso probablemente el día de primavera en que dejó la casa pater-
na y a su novia Lene Krage para inscribirse en la Universidad de Bonn
le pareció «áspero y frío».1
Joseph Goebbels se instaló en una modesta habitación amueblada de
la Koblenzer Strasse, y, como todo recién llegado, se familiarizó con la
capital imperial y su alma máter, en la que, a pesar de los malos tiem-
pos, la vida estudiantil seguía su ritmo tradicional. Predominaban las
agrupaciones y asociaciones de estudiantes, que llevaban los colores
heráldicos y a quienes, pese a todas las diferencias, unía la profunda vene-
ración por el emperador y el amor a la patria. Y, como es natural, el
joven estudiante buscó compañía allí inmediatamente, fascinado por la
tan celebrada suntuosidad de las corporaciones de estudiantes. Siguien-
do el consejo de su antiguo profesor de religión, el capellán Mollen,
poco después de comenzar el semestre se unió a la asociación católica
de estudiantes Unitas Sigfridia, donde su procedencia pequeñoburgue-
sa desempeñaba un papel menos importante que en otras corporacio-
nes elitistas.2 En el círculo de miembros de la asociación se puso aho-
40 Goebbels

ra el nombre de «Ulex». Según él mismo manifestó, lo había elegido


porque le gustaba mucho una novela de Raabe en la que el héroe lle-
vaba este nombre, «un viejo idealista alemán, profundo y soñador, como
somos todos los alemanes, a pesar de toda la industria y las corrientes
materialistas de la época».3
En la corporación de Bonn, fuertemente diezmada por los llama-
mientos a filas y los avisos para los voluntarios de guerra, Joseph Goeb-
bels encontró una sustitución de su casa paterna, y en el estudiante de
derecho Karl Heinz Kólsch, llamado «Pille», al que cogió de inmedia-
to gran cariño, a un buen camarada. Desde entonces, el «principiante»
luchó a su lado incansablemente —quizás también para compensar su
ineptitud para la guerra— por la cohesión de la asociación católica.
Sabía lucirse de manera especial en los actos de la Unitas Sigfridia, casi
siempre organizados por él mismo, que tenían como objetivo contri-
buir a la edificación patriótica y al fortalecimiento de la fe. Así, poco
después de su ingreso, el 24 de junio de 1917, pronunció durante una
fiesta de la asociación una conferencia sobre Wilhelm Raabe que resul-
tó muy elogiada.4 En otra ocasión habló sobre arte religioso, y, según
el juicio de un conocido profesor de Bonn, ésa fue la mejor ponencia
que había escuchado nunca de un estudiante. 5 De manera muy similar
se expresó también cuarenta años después el capellán Mollen, que a ins-
tancias de su antiguo alumno fue a Bonn para pronunciar ante los «Sig-
fridos» una conferencia sobre historia eclesiástica. El hecho de que
—según Mollen— aún tras largo tiempo guardara un agradable recuer-
do de aquella interesante tarde se explica por la alegría tan especial que
le había dado su antiguo alumno con su viva participación.6
La «vida unitaria» comportaba, incluso en esos tiempos de guerra,
importantes francachelas. Requerían dinero, de manera que Joseph
Goebbels pronto tuvo la certeza de que los recursos que había traído
—aquellos que había podido ahorrar en casa— no serían suficientes ni
siquiera para un semestre, aun conformándose con la vida más mode-
rada y el estómago a menudo vacío. Nada podían cambiar en eso los
ingresos extras de las mal pagadas clases particulares que daba a los hijos
de funcionarios acomodados de la capital renana. La notificación del
Caos en mí 41

llamamiento al servicio militar auxiliar 7 le libró finalmente de la lamen-


table situación de tener que abandonar antes de tiempo la universidad
por razones económicas. Con pagarés y cuentas pendientes en el equi -
paje, en junio de 1917 volvió amargado a la casa de sus padres, en Rheydt.
En casa,Joseph Goebbels volvió a refugiarse por de pronto en su
mundo de ensueños, que se inventó bajo el título de Los que aman el
sol,8 antes de que, en lugar de las ilusiones sobre «amor, vida y felicidad,
cosas que forman un conjunto, como el aire y el agua», llegara el sobrio
servicio como soldado de oficina en la institución de socorro patrióti -
ca. Puesto que los superiores no sabían muy bien qué hacer con este
hombre cojo y débil, de aspecto tan poco soldadesco, pronto le volvie-
ron a mandar a casa. Allí completó el «relato» que había empezado y
escribió un segundo al que dio el título de Soy un escolar errante, un tipo
desordenado...9 Esta obra, dedicada a su «querido compañero de fatigas
Karl Heinz Kólsch», trataba de la regalada vida estudiantil, del amor y
de la muerte. Poco después tildaba ambos trabajos, siendo muy crítico
consigo mismo, de «sentimentalismo hinchado» y de ser «apenas sopor -
tables», después de que le fueran devueltos por el periódico de Colo -
nia Kólnische Zeitung, adonde los había enviado pidiendo que los publi-
caran.10 Más importante para Joseph Goebbels debió de ser la previsión
para el siguiente semestre de invierno en Bonn. De nuevo fue el cape -
llán Mollen quien sabía qué había que hacer. Siguiendo su consejo, a
principios de septiembre de 1917 presentó una solicitud para una beca
de estudios en la venerable asociación católica de Alberto Magno de
Colonia. Escribió que su padre ocupaba un cargo de contable y que él
no podía pretender hacer uso de los exiguos fondos que le quedaban
libres de su salario, dado el encarecimiento de la vida actual. Apelando
al patriotismo del destinatario, Goebbels indicó que esos fondos ser -
vían más que nada para apoyar a sus dos hermanos, de los cuales el mayor
estaba en el escenario bélico occidental, mientras que el menor se encon-
traba en cautiverio francés; él había quedado exento del servicio mili -
tar debido a una dolencia en el pie. Puesto que quería continuar sus
estudios, «dependía completamente de la caridad de mis correligiona-
rios católicos». 11 Se necesitaron todavía algunas cartas y documentos
42 Goebbels

del solicitante, así como la declaración por escrito del capellán de que
éste procedía de «honrados padres católicos» y merecía la mejor reco-
mendación «por su comportamiento religioso y moral», 12 para que la
asociación de Alberto Magno se mostrara caritativa. A principios de
octubre, justo a tiempo por tratarse del comienzo del semestre de invier-
no, se concedió a Joseph Goebbels un préstamo por valor de 180 mar-
cos. Esta suma y los 780 marcos que se le pagarían durante los cinco
semestres siguientes nunca se habrían concedido si la asociación de
Alberto Magno hubiera adivinado que no sería hasta 1930 cuando, obli-
gado por varios procesos y embargos, el futuro jefe del distrito berlinés
reintegraría 400 marcos en un pago a plazos.13
De vuelta en Bonn, en las postrimerías de un otoño en el que la
revolución bolchevique permitía confiar en un pronto final de la gue-
rra al menos en el Este, Goebbels volvió a asumir al lado de «Pille»
Kólsch el papel de estudiante corporativo. En el informe de la asocia-
ción escribió sobre «grandes tabernas idóneas» que «dirigían como pre-
sidentes» y que en parte habían tenido una «evolución espléndida».Tam-
bién se hablaba de «amenos viajes a la ancha y hermosa campiña alemana,
que la asociación de estudiantes emprende casi todos los sábados y
domingos».14 Un momento importante en la vida de los Sigfridos de
Bonn era la asistencia al aniversario de la fundación de la Unitas en
Frankfurt. El exaltado Goebbels llegó con el uniforme de gala y las sim-
bólicas espadas y se mostró decepcionado cuando sus homólogos de
Frankfurt le explicaron que, debido al rigor de los tiempos y en vista
del gran número de caídos procedentes de la asociación Unitas, esta
vez se iba a renunciar a los viejos ritos estudiantiles habituales otras
veces. Parece, sin embargo, que a Goebbels esto no le conmovió mucho;
esa misma tarde escribió en el cancionero a un «viejo señor» de Frank-
furt: «A quien no le gusta el vino, la mujer y el canto, toda su vida será
un mentecato».15
Fiel a este lema, Joseph Goebbels se enamoró de la hermana menor
de Kólsch, Agnes, a la que había conocido en una visita a la casa pater-
na de, su compañero en Werl. El hombre enjuto, de aspecto simpático
y voz sonora fue recibido allí cordialmente. El estilo de vida liberal de
Caos en mí 43

la familia, la amabilidad de la señora de la casa, que se complacía en


considerarse su «mamá número dos», 16 pero sobre todo su hija Agnes,
le habían encantado. 17 Durante la segunda mitad del semestre de invier-
no, Goebbels pasó casi más tiempo en Werl que en la Universidad de
Bonn.Allí compartía entretanto la habitación con «Pille» Kólsch. Cuan-
do éste se decidió, en la primavera de 1918, a continuar sus estudios en
Friburgo, Goebbels siguió a su «ideal» a la lejana, pequeña ciudad uni-
versitaria situada al pie de la Selva Negra.
No sólo Agnes Kólsch, sino también los Sigfridos lamentaron pro-
fundamente la marcha de los dos. En los informes de la Unitas se dice
acerca de ambos: «Con una energía incansable llevaron firmemente en
sus manos las riendas de la asociación, supieron animar a los miembros
para que siguieran implicándose siempre y fomentar una próspera vida
social durante el tiempo de su actuación conjunta». La continuación
del informe muestra en qué medida Goebbels hizo gala de un risueño
carácter estudiantil: «Gracias a su sociabilidad y a su radiante humor han
sabido ganarse a muchos nuevos miembros para la asociación (...). En
la taberna donde se les despidió, en Rómlinghoven, se pudo ver por el
gran número de los allí presentes (...) cuántos corazones habían con-
quistado de un golpe en los dos semestres (...). En ese mismo lugar se
les dio las gracias por todo el tiempo y esfuerzo que habían sacrificado
por la causa de la asociación, y se les prometió que su recuerdo siem -
pre estaría arraigado en nosotros». 18
En mayo de 1918 —en ese mismo momento se paralizaba la última
gran ofensiva del ejército imperial que debía traer el desenlace en el
Oeste—Joseph Goebbels viajó a Friburgo. «Un viaje maravilloso por
todo el sur. Llegada a las seis. Kólsch me da un abrazo.Vivo con él. Calle
Breisacher Strasse». 19 Al margen de la carrera, volvió a comprometerse
enseguida enérgicamente junto con su compañero en la asociación de
la Unitas.20 Sin embargo, su amistad pronto se iba a romper. El de Werl
se había hecho amigo de la estudiante de derecho y economía política
Anka Stalherm. Durante las clases del arqueólogo Thiersch sobre la vida
y obra de Winckelmann, ella le llamó la atención a Goebbels, y cuan-
do Kólsch se la presentó quedó igualmente entusiasmado. Desde
ese
44 Goebbels

momento todo su interés se dirigía a la joven mujer, que tenía una «boca
de auténtico ensueño» y un «pelo rubio tirando a castaño que caía en
pesados bucles sobre el maravilloso cuello».21 Poco a poco se fueron
conociendo. «Anka y yo siempre nos sonreímos». El pobretón y la hija
de la rica familia de Recklinghausen formaron finalmente una pareja.
«En mí se ha producido una satisfacción sin medida».22
Entre Kólsch y Goebbels se produjeron como consecuencia «horri-
bles escenas», y la decepcionada Agnes Kólsch se indignó desde su leja-
nía, porque «por desgracia lo había estimado demasiado, juzgándolo
demasiado noble y maduro». Su «que te vaya bien, no ha podido ser»23
le preocupó poco a Goebbels. El amor por Anka Stalherm le hizo olvi-
dar al «pobre diablo», como él mismo se designaba, el final de su amis-
tad con los Kólsch, su eterna escasez de dinero e incluso su pie tullido.
Seis años después escribió sobre ese semestre de verano en Friburgo
que quizás fue la época más feliz de su vida. Sólo el ataque nocturno
de los biplanos franceses sobre la pequeña ciudad universitaria que dor-
mía le volvió a recordar que todavía no había acabado la guerra.24
Eso tampoco preocupaba a los dos enamorados cuando hacia el final
del semestre de verano tuvieron que separarse. Anka Stalherm viajó a
Recklinghausen, a la casa de sus padres, y también Joseph Goebbels tuvo
que levantar su campamento en Friburgo, pues él solo apenas habría
podido arreglárselas. Lo que se llevó de allí cuando el 4 de agosto de
1918 partió en dirección a su casa fue la conclusión —a la que había
llegado después de dos semestres y también por su relación con la aco-
modada Anka Stalherm— de que como hijo de la alma máter se encon-
traba en una elevada capa social, «pero yo era en ella un paria, un pros-
crito, sólo un extranjero con deportación suspendida, no porque yo
rindiera menos que los demás o fuera menos listo, sino sólo porque me
faltaba el dinero que al resto les procuraba abundantemente el bolsillo
de sus padres».25
La injusticia que veía en ello inspiró a Joseph Goebbels un drama
que había concebido y empezado mientras todavía estaba en Friburgo;
en casa, en Rheydt, se retiró a su habitación y trabajó en ello como un
poseso. En largas cartas diarias informaba al respecto a Anka Stalherm,
Caos era mí 45

que, según creía, era la que le daba las fuerzas .Ya el 21 de agosto le pudo
comunicar que había puesto punto final a su Judas Iscariote, la «tragedia
bíblica».26 Ésta le debía «contar a ella todo lo que en este momento atra-
viesa mi desbordado corazón». 27 En más de 100 páginas, escritas con
pequeña e inclinada letra de Sütterlin, 28 Anka Stalherm, a la que él le
había mandado el manuscrito inmediatamente, leyó la historia de Judas,
el «marginado» y «soñador» que quiere seguir a aquel del que cree que
funda un «reino nuevo, casi infinito». Cuando Judas se hace discípulo
de Jesús, comprueba para decepción suya que el reino de su Padre no
es de este mundo: «Y entonces, en ese momento, soplar a un pueblo
oprimido piadosas sentencias al oído, hablar del reino en otros mundos
que es gloria sin fin y sin límites, eso marca mi pequeña cabeza y espí-
ritu»,29 hace decir Goebbels a su héroe sobre Cristo. Aquél acaba por
traicionar a su maestro, para hacer realidad por sí mismo, en lugar de
Jesús, el reino de Dios en este mundo. Tras este hecho queda patente
para Judas toda la tragedia de su actuación, que sólo debía haber servi do
para conseguir un mundo justo. «Y aun así el cielo es mi testigo de que
Judas no se convirtió en traidor por dinero». 30 Finalmente, a Judas sólo
le queda redimirse de la culpa mediante el suicidio.
Este escrito, surgido bajo el influjo de la lectura de Así habló Zara-
tustra, de Nietzsche,31 que refleja las dudas de Goebbels no tanto sobre
la existencia de Dios, sino sobre la premisa de que la anhelada justicia
podía nacer de la fe católica, encontró réplica. Procedía del capellán
Mollen, que había tenido conocimiento del trabajo de Goebbels y que
por eso le había pedido que fuera a hablar con él. Puesto que Goebbels
adivinaba lo que le esperaba, se alentó escribiendo a Anka Stalherm que
iba a «cantar las cuarenta» a Mollen. 32 Sin embargo, el encuentro trans-
currió de manera muy distinta. Su respeto ante el eclesiástico le obli -
gó a controlarse extraordinariamente cuando éste aludió a lo «nocivo»
de su creación literaria. «Imagínate, la exigencia de la Iglesia llega tan
lejos que incluso estoy obligado a destruir mi propio ejemplar en un
limitado espacio de tiempo», escribió a Recklinghausen y le indicó a
su destinataria que habría roto su Judas en cien pedazos si lo hubiera
tenido a mano.33 Así se echó tierra a la esperanza —alimentada por los
46 Goebbels

ánimos del antiguo profesor de alemán Voss— de encontrar un editor


para su Judas Iscariote, pues no quería «romper bajo ningún concepto
con la fe y la religión de mi niñez».34
De que, sin embargo, lo hiciera pronto se iban a encargar aconteci-
mientos que arruinaron la visión del mundo de Joseph Goebbels. No
sólo se perdió la guerra de manera completamente inesperada para él,
sino que se desvanecieron de repente sus expectativas vinculadas a un
resultado victorioso. El 11 de noviembre de 1918, el político de cen-
tro Matthias Erzberger, que estaba al frente de la delegación alemana
en lugar de un militar del tercer Alto Mando del Ejército, firmó en un
vagón de tren en el bosque de Compiégne, a unos cuantos kilómetros
al noreste de París, un armisticio que equivalía a una capitulación. El
hecho de que en aquel momento todavía se hablara de victoria, de que
nunca había caído un tiro en suelo alemán, antes bien, que el ejército
alemán había vencido en el Este y había penetrado mucho en el terri-
torio enemigo en el Oeste, hizo que este proceso resultara difícilmente
comprensible para muchas personas en Alemania.
Y todavía menos explicable era lo que ocurría ahora en el interior
del imperio. Nada había quedado de la unidad que al comienzo de la
guerra había jurado Guillermo II con la fórmula de que no conocía ya
más partidos, sino sólo alemanes. Este emperador abdicó el 11 de noviem-
bre de 1918.Ya durante los días anteriores se habían sublevado los mari-
neros en las costas. En Alemania se habían constituido por todas partes
—también en la ciudad natal de Goebbels, Rheydt— consejos de obre-
ros y soldados. El 9 de noviembre, en Berlín, el socialdemócrata Schei-
demann había proclamado la república, y poco después el líder de los
espartaquistas, Liebknecht, proclamó la «libre república socialista».
Joseph Goebbels vivió estos días en Wurtzburgo, ciudad imperial y
universitaria situada en Franconia del Meno, donde él y Anka Stalherm
continuaron sus estudios desde finales de septiembre y pasaron un «mag-
nífico otoño». En sus Erinnerungsbldtter anotó: «Revolución. Repug-
nancia. Regreso de las tropas. Anka llora». 35 Al principio él minimizó
los acontecimientos, calificándolos como el desenfreno de una «masa
ciega y tosca», que algún día volvería a necesitar de seguro «una men-
Caos en mí 47

te directora».36 En una carta del 13 de noviembre preguntó a Fritz Prang,


su viejo compañero de clase de Rheydt: «¿No crees tú también que
vuelve la hora en la que de nuevo hay que recurrir al espíritu y a la
fuerza en medio de la confusión de la masa vulgar e indiferente? Espe-
remos esa hora y no dejemos de armarnos para esta lucha con una per-
sistente instrucción intelectual. Es duro tener que vivir estos difíciles
momentos de nuestra patria, pero quién sabe si no vamos a sacar pro-
vecho de ello. Creo que Alemania ha perdido la guerra, y sin embargo
ha sido ganada para nuestra patria. Cuando el vino fermenta, salen a la
superficie todos los elementos malos, pero son retirados y sólo queda
algo exquisito».37
Joseph Goebbels no podía entender las causas. Los años de la gue-
rra, los años de la solidaridad nacional con la que él había crecido, no
le habían permitido ver que las conmociones actuales eran en buena
medida el resultado de un proceso que había comenzado ya con la
industrialización mucho antes del fin de siglo. Al igual que los jóvenes
soldados en las «tormentas de acero», el del «frente de la patria» no había
conocido otra cosa que aquella forma de convivencia de un patriotis-
mo exagerado. Tanto más chocante fue para él el desmoronamiento de
esta visión engañosa cuanto que realmente había creído en la «verda-
dera comunidad popular».
Joseph Goebbels, que en la Universidad Julius Maximilian de Wurtz-
burgo asistía a las clases de historia antigua con el nacionalista Julius
Kaerst y de germanística con Hubert Roetteken,38 reaccionó a los acon-
tecimientos como la mayor parte de su generación, de acuerdo con un
impulso destructivo de su persona, o incluso con mayor violencia; esta-
ba desesperado cuando sus coetáneos sólo sentían malestar. Así pues,
tenía que reaccionar con más exageración y radicalismo al «destino ale-
mán», que poco a poco parecía confundirse con el suyo propio. Se tra-
taba principalmente —pensaba en esos días— de aprender y después
hacerlo mejor; ésa era la lección de esta guerra. «Si viviera, querría vivir,
aprender y renacer con Alemania, si no a nivel político, sí a nivel moral»,
escribió Goebbels en su búsqueda del sentido de la guerra mundial,
cuya hipotética esencia quería hallar.39
48 Goebbels

Sin embargo, lo primero que tuvo que reconocer fue que su inter-
pretación de los acontecimientos de noviembre de 1918 había resulta-
do ser a todas luces insuficiente. No aparecieron las fuerzas autorregu-
ladoras por las que había apostado en la carta a Fritz Prang. En su lugar
parecía confirmarse el lema de futuro «viva la anarquía», propagado cíni-
camente en la carta de respuesta de su amigo, que estaba bajo la impre-
sión de la «muerte heroica» de su hermano.40 En efecto, desde el 4 de
enero de 1919 luchaban los espartaquistas de Liebknecht y de Rosa
Luxemburgo contra aquellos que se declaraban partidarios de la Asam-
blea Nacional y, por ende, del parlamentarismo democrático. Un social-
demócrata, Gustav Noske, se puso finalmente en Berlín a la cabeza de
un cuerpo franco que, como la mayoría de aquellas asociaciones mili-
tares, estaba compuesto por los despojos de la guerra mundial. El levan-
tamiento de los espartaquistas fue reprimido y se dio muerte a sus líde-
res, Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo. Aunque la situación se
estabilizaba en la capital, los conflictos de enero en Berlín marcaron el
comienzo de los desórdenes revolucionarios en Alemania.
En estos tiempos difíciles, los padres de Goebbels estaban preocu-
pados por su hijo, que estudiaba lejos. Motivos para ello daba su esta-
do físico, pues Joseph, que se había quedado en los huesos, se veía afec-
tado por constantes dolores de cabeza y más impedido que de costumbre
por un desperfecto en su aparato ortopédico, que al parecer era difícil
de reparar. A principios de octubre, el padre, Fritz, había pedido a su
hijo que «en adelante le enviara dos veces por semana una nota, aun-
que fuera corta».41 En noviembre escribía que si la situación enWurtz-
burgo se hiciera «demasiado peligrosa», «entonces seguramente se cerrará
también la universidad, y así te vienes a casa». 42 Pero en diciembre el
hijo comunicó a la Dahlener Strasse que ni siquiera pasaría las Navida-
des en el hogar paterno, aunque el padre le había seguido dando en más
de una docena de cartas dinero y consejos bienintencionados para el
viaje a casa, no exento de problemas. Fritz Goebbels escribió a Wurtz-
burgo que ya antes había sido de la opinión de que habría sido prefe-
rible una ciudad universitaria cerca de casa.43 No dejaba de exhortar a
su hijo a que procurara volver a casa lo más rápidamente posible al ter-
Caos en mí 49

minar el semestre, «para que se pongan en orden tus cosas, como la


máquina, etc., y para que vuelvas a estar bien alimentado. Aparte, si te
quedaras más, eso supondría demasiados gastos». 44
El 24 de enero de 1919Joseph Goebbels volvió finalmente a RJieydt,
tras haberse dado de baja, como correspondía, en el registro de empa -
dronamiento de Wurtzburgo dos días antes; había cerrado su cuaderno
de clase con un Deo gratias cuatro veces subrayado. En Colonia cruzó
con el tren el Rin y entró por tanto en territorio ocupado. «Entra un
jovencísimo inglés con un casco de acero, muy amable, ve que llevo un
papel en la mano: All right! Para eso todas las molestias de los días ante-
riores». En la estación donde tuvo que esperar el enlace una noche entera
con un «frío de muerte», los numerosos ingleses y franceses le ofre -
cieron una «imagen confusa y peculiar». 45 En su ciudad natal, las tropas
de ocupación apenas le dieron ya una impresión confusa. Los belgas
habían impuesto un bloqueo nocturno de salida y ejercían un régimen
muy riguroso. Incluso las cartas estaban sujetas a la censura y no se podí-
an escribir con la corriente caligrafía de Sütterlin. «Horrorizado» por
tener que soportar esto durante tres meses, escribió a Anka Stalherm a
Recklinghausen con cuidadas letras latinas. 46 Unos días después, cuando
creía que había que aguantar hasta el hartazgo las iniquidades del
régimen de ocupación, pensaba que aquí ya no estaba en casa, «en Ale-
mania ya no estoy en Alemania». 47
La vuelta a casa de Joseph Goebbels estuvo marcada también por la
impresión de otro acontecimiento. En el Reich acababan de tener lugar
las elecciones para la Asamblea Nacional alemana. En Wurtzburgo había
votado de mala gana, pero siguiendo la tradición de sus padres católi-
cos, a la organización regional bávara del partido de centro, el Partido
Popular Bávaro (BayerischeVolkspartei). 48 Algunos de sus compañeros
de clase que habían vuelto de la guerra, así como su hermano Konrad,
habían dado sus votos a los nacionalistas alemanes (Deutschnationale). 49
Joseph también se sentía más cerca de ellos, pero no los había podido
votar porque no se habían presentado en Baviera. 50 Si ya sufría porque
no todos los alemanes eran tan sensatos y habían votado «correctamente»
por el bien de la patria, la idea de que los partidos rivalizaran unos con
50 Goebbels

otros en distintas constelaciones, en vista de la miseria general, le era


verdaderamente insoportable. Cuando el SPD (Sozialdemokratische
Partei Deutschlands, Partido Socialdemócrata de Alemania), el liberal
de izquierda DDP (Deutsche Demokratische Partei, Partido Demo-
crático Alemán) y el Centro formaron el gobierno del Reich, con el
socialdemócrata Friedrich Ebert a la cabeza, que le daba «una impre-
sión indigna»,51 se dio cuenta de «qué poco maduro está el pueblo para
la república».52
Una prueba de ello la veía Goebbels en las fuerzas centrífugas que
ahora, en el momento de la derrota y de las convulsiones internas, pare-
cían amenazar la unidad del Reich. Preguntó a Anka Stalherm si entre
ellos se hablaba «mucho de una república renano-westfaliana» y le advir-
tió que no se dejara engañar; «es todo una comedia de traición a la patria
por parte de estos hermanos negros de la fe que no tienen escrúpulos.
Hay un viejo proverbio que dice que cuando un barco se hunde, las
ratas son las primeras en abandonarlo.Y yo creo que sólo una comuni-
dad ha entendido este bueno y venturoso dicho de una manera tan bri-
llante como nuestro centro conservador (...). Esta gente sería realmente
capaz de formar un imperio del sur de Alemania con Austria y procla-
mar al Papa como primer presidente. No se puede tomar a mal a los
católicos que no se lamenten por Prusia, bajo cuyo régimen eran de
hecho personas de segunda clase». Le daban ganas de llorar de cólera y
rabia, «pero ¡qué se le va a hacer! Somos un pobre pueblo, y quien toda-
vía siente dentro de sí un ápice de amor por su patria alemana, a ése no
le queda más remedio que tragar saliva y callar».53
Es significativo que Joseph Goebbels echara también la culpa a esta
república de las diferencias sociales.Y tanto más importante le parecía
ser este aspecto, cuando él, «el pobre diablo» del monedero siempre
vacío, veía la barrera social que se levantaba entre él y Anka Stalherm.
Muy difícil le resultaba soportar que la joven, muy cerca de la cual había
vivido como subinquilino en Wurtzburgo, le tuviera que mantener a
menudo, y que le propusiera a él, enfermo de cuerpo y alma, pagarle
un tratamiento que era urgentemente necesario, lo que sin embargo su
orgullo no permitió. Especialmente doloroso para él era que la familia
Caos en mí 51

aconsejara a Anka Stalherm de manera constante no mezclarse mucho


con ese pobretón discapacitado. Cuando volvió a casa, a Recklinghau-
sen, su madre la mandó a confesarse para que se liberara de los pecados
cometidos con él. Pero ella rezaba por él, «para que Nuestro Señor haga
que vuelvas a estar pronto sano y todo sea tan hermoso como tú sue -
ñas». Aunque Anka le apoyaba, debido a las diferencias sociales se pro-
dujo en febrero una seria desavenencia entre ambos, después de la cual
él le escribió que le dijera a su madre que ésa había sido su última car -
ta, «quizás te perdone». 54 Después de reconciliarse, él lamentó ante ella
que había sido muy duro tener que incluir su falta de recursos en su
esfera de consideraciones, «pero tú sabes que entonces (...) me instas-
te a dejarte opinar en este asunto y, por tanto, a hacerte sufrir». 55
Aunque aún decía ser conservador, aquellos que pretendían luchar
por un mundo más justo no fueron pronto sólo «las masas ciegas y tos-
cas». En Rheydt discutía ahora incluso con los trabajadores organiza -
dos. «De esta manera se llega al menos a entender los movimientos de
la clase obrera». Aun cuando él «nunca jamás» pudiera aprobarlos, tal
como escribió comedidamente a la hija de burgueses, estas conversa-
ciones le revelaban «algún que otro problema (...), que valdría real-
mente la pena examinar de cerca alguna vez». 56
Esto lo había hecho Joseph Goebbels a su manera en esos días de
febrero del año 1919. Había terminado un segundo drama, Heinrich
Kampfert,57 en el que volvía a reflejar su propio conflicto. Su protago-
nista es el «héroe silencioso» Heinrich Kampfert. «Trabajar y seguir
luchando», dice su lema, pero «la lucha era más dura, pues a la lucha
intelectual se sumaba ahora la lucha por el pan de cada día». A la pobreza
del resignado Heinrich Kampfert se contrapone una rica familia aris-
tocrática de cuya hija está enamorado el protagonista. Ella se declara
partidaria de él y advierte a los suyos: «En la riqueza reside también una
tremenda responsabilidad, una responsabilidad hacia las clases que viven
en la miseria y pasan hambre.Y si se pasa por alto esta responsabilidad,
entonces se conjura a los espíritus que ya no podrán ser frenados: el
peligro social». 58 Heinrich Kampfert sufre porque se le ha negado la
justicia, pero no es capaz de ganársela a través de la injusticia. Esta «heri-
52 Goebbels

da abierta entre el querer y el poder»59 no logra cerrarla. Sigue siendo,


como el Raskolnikov de Dostoievski en Crimen y castigo?0 obra de la
que se ocupa Heinrich Kámpfert en el tercer y último acto, un prisio-
nero de su ser cristiano en un «mundo corrompido».
A Goebbels, la contraposición entre las pretensiones y la realidad
dentro del catolicismo le parecía insalvable.61 Ya enWurtzburgo actuó
en consecuencia y se salió de la asociación católica Unitas,62 a la que
en un primer momento también había pertenecido en esa ciudad. La
Nochebuena de 1918, que pasó con Anka Stalherm en la mal calenta-
da habitación de la estudiante en la ciudad franconiana, 63 fue la primera
en su vida en que no acudió a la Misa del Gallo. Desde entonces rehu-
só ir a la iglesia y a confesarse. Su visión de las cosas, hasta hace poco
relativamente estable, cedía ahora ante el reconocimiento de no saber
ya orientarse en el mundo.64
Apoyo en esta situación le dio su antiguo compañero de colegio
Richard Flisges, el hijo de un campesino de los alrededores de Rheydt.
Durante largos paseos forjaban planes sobre su futuro y el de la nación.
«Un antiguo compañero de clase, Flisges, que hasta ahora había de-
sempeñado el papel de subteniente y que ahora quiere estudiar tam-
bién germanística de la misma manera que yo (...) es mi acompañante
diario».65 Este hombre alto que tenía la Cruz de Hierro y un brazo
atravesado por un balazo —una figura heroica para el cojo de baja esta-
tura no apto para la guerra— fascinaba a Goebbels con sus ideas sobre
Dios y el mundo. Por eso convenció al nuevo amigo para que empe-
zara la carrera en Friburgo, adonde volvía a seguir a su novia Anka Stal-
herm para el semestre de verano de 1919.
Flisges, que «era infinitamente libre y que estaba por encima (...) de
todo lo que hoy se llama "cultura" y en el fondo sólo es artificio con-
tra la naturaleza»,66 le aconsejó ahondar en Marx y Engels. Reflexio-
naba ahora —anotó— sobre la cuestión social y discutía con Flisges
noches enteras sobre Dios,67 que se convirtió para él cada vez más en
sinónimo de fraternidad, igualdad y justicia. En su actuación veía él la
fuerza contraria a la realidad alemana, percibida como injusta, caracte-
rizada por el desprecio a las personas y por un materialismo sin alma.
Caos en mí 53

Aquí Goebbels se vio de nuevo inspirado por la obra de Dostoievski y


su visión de una Rusia socialista de base místico-religiosa, socialista en
el sentido de que la fe en Dios es el gran factor de integración del pue-
blo, la «personalidad sintética de todo el pueblo», «el cuerpo de Dios». 68
La fuerza para semejantes reflexiones mortificantes se la daba de nue-
vo Anka Stalherm. Ella era la que alegraba sus sombríos pensamientos,
cuando, durante las clases a las que asistían juntos, flirteaba con su «que -
rido y dulce niñito», que ese verano en Friburgo buscaba evadirse tam-
bién con exaltados poemas románticos. 69 Su alma de poeta encontró
una aprobación cuando la editorial Xenien de Leipzig se mostró dis -
puesta a publicar una antología bajo el título Nemt, Fruwe, disen Kranz.70
El párrafo 7 del contrato, que le llegó por correo a mediados de junio
de 1919, arruinó de golpe la alegría del estudiante. 71 Allí decía que, en
concepto de gastos de edición, etc., con la firma de este contrato se
debían pagar a la editorial 860 marcos al contado por parte del señor
Joseph Goebbels.Aun cuando durante las vacaciones semestrales habló
a su antiguo profesor de alemánVoss sobre una próxima edición, 72 rechazó
con amargura la ayuda económica de su novia, puesto que de todas
maneras ya pagaba bastante por él. 73
En agosto de 1919, en una desvencijada habitación del Münster west-
faliano —en la cercana Anholt pasaba las vacaciones Anka Stalherm con
unos parientes— escribió Joseph Goebbels, que entonces tenía veinti -
dós años, su «propia historia con el corazón en la mano». Con Michael
Voormanns Jugendjahre74 [Los años de juventud de Michael Voormann] surgió
el primer y único retrato de sí mismo escrito con sinceridad críti ca, en
el que Goebbels —en el camino hacia la estabilización psíquica—
relataba «todo su sufrimiento sin maquillarlo, tal como yo lo veo»: 75 su
odio a la gente, su ambición enfermiza, con la que trataba en la escue la
de compensar su defecto físico, y cómo se hizo cada vez «más arro -
gante y despótico» cuando le fue dado el éxito. «Así pues, iba camino
de convertirse en un raro despótico, y no en un carácter totalmente
estable».76 A Anka Stalherm, a la que le enviaba la obra a Anholt «entrega
por entrega», le profetizó su futuro como el de una trágica persona
anómala al decir de «Michael»: «Tú serás un hombre, Michael, tal como
54 Goebbels

el muchacho que fuiste en tu juventud, solitario y apartado del mun-


do, y lleno del deseo de aquello que no puedes conseguir y por lo que
lucharás en vano hasta el fin de tus días».77
Durante el invierno de 1919-1920,Joseph Goebbels y Anka Stal-
herm estudiaron en la capital bávara. El Munich de la posguerra era una
ciudad efervescente, que borboteaba. En la primavera de 1919, una mino-
ría extremista de izquierdas había proclamado la república senatorial. 78
Las visiones románticas habían dado frutos grotescos, cuando, por ejem-
plo, en un decreto se declararon abolidos el trabajo, las relaciones de sub-
ordinación y el pensamiento jurídico, y se ordenó a los periódicos que
imprimieran en sus primeras planas poemas de Holderlin o de Schiller
al lado de los últimos decretos revolucionarios. A los idealistas les siguie-
ron duros revolucionarios de profesión. Las tropas fieles al gobierno
imperial pusieron fin con sangrientos enfrentamientos al corto periodo
de dominio del soviet muniqués. Desde la derecha amenazaban la repú-
blica legiones de contendientes de la guerra mundial que estaban des-
arraigados y faltos de perspectivas. Organizados en grupos de lucha y
cuerpos francos, tomaban su ideología de los numerosos círculos, aso-
ciaciones y organizaciones nacionales-antisemitas, en parte con un tin-
te ocultista, como por ejemplo la sociedad Thule. Uno de estos grupos
era el Partido Alemán de los Trabajadores (Deutsche Arbeiterspartei),
fundado durante el denominado levantamiento de los espartaquistas, y
que se había puesto como objetivo la reconciliación de nación y socia-
lismo. A él se había unido un fracasado de nombre Adolf Hitler. El 16
de octubre de 1919, unas tres semanas después de que los dos estudian-
tes hubieran ocupado sus habitaciones —-Joseph Goebbels «muy a las
afueras, en Neuhausen, en la calle Romanstrasse» y Anka Stalherm en el
centro de Munich— habló por vez primera este Hitler en un acto del
Partido Alemán de los Trabajadores y «electrizó» a la gente.
Al igual que todas las universidades alemanas, cuyas aulas llenaban
ahora los que habían regresado de la guerra mundial, la de Munich ofre-
cía un trasunto de la situación política. Multiforme, confuso y deses-
tructurado debió parecerles a los coetáneos este brusco cambio a todos
los niveles. Cuando en febrero de 1919 el estudiante, subteniente de la
Caos en mí 55

reserva y conde Antón von Arco-Valley asesinó al presidente de Bavie-


ra, el socialdemócrata Kurt Eisner, dando así la señal para la proclama-
ción de la república senatorial, los estudiantes de tendencia nacional lo
alabaron como a un héroe, calificándolo de «tiranicida» y «libertador de
Baviera». El proceso contra el autor del atentado, que comenzó en ene-
ro de 1920, también lo siguió Joseph Goebbels con una enardecida toma
de posición a favor de Arco-Valley. Cuando los jueces dictaron la sen -
tencia de muerte, que después se conmutó por cadena perpetua, 79 el
estudiante del Bajo Rin quedó conmovido, pues le parecía que Arco-
Valley sólo había luchado contra la injusticia. 80
Joseph Goebbels estaba de manera ilegal en Munich, pues el ayun -
tamiento había decretado una prohibición de residencia para los «estu-
diantes no bávaros». 81 En pocos días ya se le habían acabado los recur-
sos pecuniarios en ese semestre de invierno de 1919-1920. Para no vivir
sólo a expensas de Anka Stalherm, subastó sus trajes y malvendió su
barato reloj de pulsera. Cuando durante las fiestas de Navidad la joven
se fue a la montaña con amigos adinerados, su orgullo le impidió acom-
pañarla. El día de Nochebuena anduvo vagando sin rumbo fijo por
Munich82 y pensando amargado a «qué indigna dependencia, tanto espi-
ritual como material» había llegado con el tiempo con respecto a ella.
A ello se añadía que la madre de Anka Stalherm volvía a intrigar con-
tra la relación de su hija. «¿Tiene el resto de la gente derecho a despre -
ciarme y a tratarme con deshonra e infamia porque te quiero?», 83 se
preguntaba, en lucha con su destino.
Cuando Joseph Goebbels se atormentaba por su papel de margina-
do, entonces cavilaba siempre también sobre el «Dios justo». Así se ocu-
pó, entre otros, de Ibsen, cuyos naturalistas dramas sociales ponían de
manifiesto la fragilidad de la ordenación del mundo burgués. Leyó las
obras de Strindberg, con su religiosidad a veces de tinte mítico y mági -
co. Estudió las piezas del dramaturgo expresionista Georg Kaiser, que
tematizaban la vida dominada por el dinero y la máquina, y se dedicó
a los escritos del poeta romántico-ocultista Gustav Meyrink. Le impre-
sionó mucho el drama de Tolstoi Y la luz brilla en las tinieblas, cuyo héroe
reniega de la Iglesia oficial —pues no sólo garantizaba la inviolabilidad
56 Goebbels

del patrimonio adquirido de manera ilegítima, sino que sancionaba tam-


bién el servicio militar y la guerra— y sin embargo sigue siendo un
preso de este mundo «terrible y corrompido». Esta búsqueda de orien-
tación la resumió más tarde Goebbels en sus notas autobiográficas con
un lapidario encabezamiento: «Caos en mí».84
Ya a finales de octubre de 1919 había escrito sobre ello a casa y pedi-
do a su padre: «Dime que no me maldices como al hijo perdido que
abandonó a sus padres y se descarrió». Encontró consuelo en Fritz Goeb-
bels, que le respondió: «Cuando tú ahora sigues escribiendo "si pierdo
mi fe...", puedo suponer que todavía no la has perdido, y que son sólo
dudas las que te atormentan. Entonces te puedo tranquilizar diciéndo-
te que ninguna persona, especialmente en los años de juventud, se ve
libre de estas dudas, y que aquellos que sufren más por estas dudas no
son ni mucho menos los peores cristianos.También aquí la victoria sólo
se alcanza luchando. Por ese motivo, no participar en los sacramentos
es un gran error, pues ¿qué adulto sería capaz de afirmar que se acerca
siempre a la mesa del Señor con el corazón puro de la niñez, como lo
hizo el día de su primera comunión? Ahora te tengo que hacer algu-
nas preguntas, pues si nuestra relación ha de contar con la misma con-
fianza de antes, que nadie desea más que yo, tendría que saber la res-
puesta a estas cuestiones. 1. ¿Has escrito libros, o tienes la intención de
hacerlo, que no se puedan conciliar con la religión católica? 2. ¿Quie-
res quizá elegir una profesión en la que no encaja ningún católico? Si
no es éste el caso, y tus dudas son de otro calibre, sólo te digo una cosa:
reza, que yo también rezo, y Nuestro Señor te ayudará a que todo vaya
bien».85
Los bienintencionados consejos del padre no libraron a Joseph Goeb-
bels de serias depresiones. Amenazador le parecía el contraste entre su
visión de un «mundo justo y bueno», en el que él también tendría un
sitio adecuado, y la experiencia tan sombría de la realidad. Como en
muchas ocasiones anteriores, se desahogaba escribiendo. Probablemen-
te bajo el influjo de su amigo Richard Flisges, que en ese momento
estudiaba en Friburgo y que le escribía con regularidad, surgió entre
finales de 1919 y principios de 1920 el «fragmento de un drama» gara-
Caos en mí 57

bateado en un cuaderno: Lucha de la clase obrera,86 o, como más tarde lo


llamó en sus memorias, El trabajo. La pieza es una denuncia contra la
injusticia social proyectada en el ambiente de los trabajadores fabriles,
cuyo tono se eleva en parte hasta la invectiva. El héroe de Goebbels
pregunta: «¿Por qué no odian ustedes a todos aquellos que han destro-
zado su juventud, que ahora vuelven a destrozar la juventud de la nue-
va generación, que ya alargan codiciosamente las manos hacia sus hijos
(...)?: porque ellos os han robado la capacidad de odiar, de odiar con
todo el ardor de un corazón fuerte, de odiar todo lo vil y malo. Pues
os han robado la razón, os han convertido en animales que no saben
odiar ni amar (...). Pero yo quiero saber odiar (...) y odio a todos los
que quieren robarme lo que me pertenece, porque Dios me lo ha dado
(...). Oh, yo sé odiar y no quiero olvidarlo. Oh, qué hermoso es saber
odiar». El protagonista de Goebbels saca fuerzas de sus sentimientos de
odio, de los que espera que los demás también los experimenten. Con-
cluye Goebbels con una vitalista metáfora natural típica de la época:
«Lo sé, lo siento.Y entonces azotará sobre vosotros un viento tempes-
tuoso, y entonces se viene abajo todo lo caduco y podrido».87
A finales de enero de 1920, Joseph Goebbels volvió a Rheydt, pe-
leado con Anka Stalherm, enfermo de cuerpo y alma. Esperaba encon-
trar en el seno de la familia «calma y aclaración». El hecho de que se
recuperase poco a poco en casa se debía al ambiente que le era cono-
cido, a los cuidados de su madre y a la buena relación con su hermano
Hans, cuyo regreso del cautiverio francés le emocionó profundamen-
te. Acerca de ello escribió a Anka Stalherm, con la que se volvió a recon-
ciliar pronto: «El recibimiento no te lo puedo describir de ninguna
manera. Se me saltaron las lágrimas cuando le di la mano. El reencuentro
después de cinco años nunca lo olvidaré. La primera vez que la fami-
lia se volvía a reunir al completo en torno a la vieja y querida mesa
(...). Sólo te quiero decir una cosa. La llamada Grande Nation merece
ser exterminada de la faz de la tierra. Lo ha dicho mi hermano». 88 Aún
más dijo el airado Hans Goebbels, a saber, que aborrecía la guerra, pero
que si se volviera a ir contra Francia, quería tomar parte en ella desde
el primer día. Sus declaraciones dieron a Joseph y a la familia un moti-
58 Goebbels

vo de preocupación, que pudiera meterse en líos con los soldados de


ocupación belgas.89 Sólo parecía distraerle la idea de retomar el bachi-
llerato para seguir estudiando. Joseph Goebbels apoyó a su hermano en
ese aspecto contra la oposición del padre y del hermano mayor Kon-
rad, que apremiaban al que había vuelto a casa para que buscara un tra-
bajo «y así poder ganar dinero».90
También Joseph Goebbels, que como siempre durante las vacacio-
nes ganaba con las clases particulares unos cuantos marcos para el siguien-
te semestre, presentaba solicitudes de trabajo con vistas al final de su
carrera, todavía no previsible. Así trató de obtener un puesto de educa-
dor en la Prusia Oriental.91 A una carta en la que solicitó un puesto
similar en Holanda por sus conocimientos de neerlandés,92 recibió incluso
una respuesta provisional a principios de marzo.Ya soñaba con que-
darse en Holanda si le gustaba.93
De tales planes le sacaron violentamente a Joseph Goebbels, que tam-
bién se estaba dedicando en casa a Dostoievski, Tolstoi y la revolución
rusa, unas «noticias sensacionales desde Berlín» el 13 de marzo de 1920.
La brigada de marina Ehrhardt y otras formaciones de cuerpos fran-
cos, cuya disolución había ordenado el gobierno del Reich, habían ocu-
pado el barrio gubernamental y proclamado canciller imperial al pan-
germanista Kapp. Goebbels comentó los acontecimientos con su novia
de la alta burguesía como un «gran éxito» de los «derechistas radicales
(...) como (...) no era menos de esperar». Era cuestionable «si un gobier-
no de derechas es algo bueno para nosotros», especulaba él y planteaba
la pregunta retórica —resultante de su desprecio por el «sistema» de
Weimar— de qué no está podrido hoy en el Estado de Dinamarca.9495
Cuando fracasó el golpe de Kapp, hecho que acarreó disturbios en
el Reich y en las regiones —en la cuenca del Ruhr pronto estaban
luchando 50.000 hombres en un ejército rojo alemán contra la repú-
blica— anotó acerca de los acontecimientos que leía en el periódico al
que estaba suscrito, el Kólnische Zeitung: «Revolución roja en la cuen-
ca del Ruhr (...). Me entusiasmo aunque sea desde lejos».96 Segura-
mente este entusiasmo por la lucha antisistema de los comunistas
ateos, de la que esperaba no obstante la anhelada justicia divina, inspi-
Caos en mí 59

ró a Joseph Goebbels a profundizar otra vez durante aquellas semanas


en Rheydt en la lucha de los trabajadores. El resultado fue una «acción
en tres actos», de un patetismo convencido, que llevaba por título La
siembra.97 De nuevo se habla en ella de un mundo «picado» y «podrido»
que barrerá «una clara y triunfante tormenta de primavera» procedente
del «ardor del alma», por contraposición a un ordenamiento de
sentido materialista. Pues el «mundo es bueno, tiene que ser bueno y,
si ahora no lo es, debe volver a serlo. Un nuevo mundo tiene que levan -
tarse del anterior, radiante y grandioso, y todos, todos serán felices en
este mundo». Para esto se necesitaría un «hombre nuevo» —éste tam -
bién era uno de los patrones ideológicos predominantes entonces—
que sepa que «todos nosotros somos eslabones de una cadena (..^.Esla -
bones igual de grandes e igual de pequeños». Cuando estos trabajado -
res despierten y se rebelen contra la esclavitud y la opresión, estarán
echando la simiente para la «estirpe que va madurando, fuerte y her -
mosa, del nuevo hombre».
Richard Flisges, con el que Joseph Goebbels se vio a menudo durante
la Pascua de 1920, quedó entusiasmado al leer La siembra. Quizá porque
cada vez podía contar menos con la aprobación de Anka Stalherm,
Flisges se convirtió ahora en su «mejor amigo», y cuando la joven mujer,
que reaccionó «con indignación» a La siembra, empezó a apartarse de
Goebbels, fue de nuevo Flisges quien le ayudó. Si la diferente proce -
dencia de ambos les había llevado a menudo a pruebas que superaron
con euforia, el abismo que existía ahora entre ellos debido a la ideas de
inspiración socialista de Goebbels era insalvable. Haciendo caso omiso
de los desórdenes revolucionarios que sacudían al Reich,la hija de bur -
gueses había seguido siendo plenamente burguesa. El mundo del que
venía le ofrecía todos los privilegios. Un novio que estaba entusiasma-
do con la revolución roja y que se alegraba de que la niña bien prote-
gida conociera ahora por fin el terror tenía que resultarle cada vez más
distante.98
A mediados de abril, Goebbels le escribi ó una carta que no sólo
resultó ser una denuncia de las injusticias sociales, de las cuales él se con-
sideraba víctima, sino que mencionaba también a los supuestos culpa-
60 Goebbels

bles y su «interacción internacional»: «Es perverso y desconsolador que


un mundo de tantos y tantos cientos de millones de personas esté domi-
nado por una sola casta, en cuya mano está llevar a millones de perso-
nas a la vida o la muerte, según su capricho (léase el imperialismo en
Francia, el capitalismo en Inglaterra y Norteamérica, quizá también en
Alemania, etc.). Esta casta ha extendido sus hilos por toda la tierra, el
capitalismo no conoce ninguna nacionalidad (un ejemplo son las espan-
tosas y francamente atroces circunstancias dentro del capitalismo ale-
mán durante la guerra, cuya internacionalidad dio lugar a una situación
en la que, durante los enfrentamientos, los prisioneros de guerra ale-
manes —se pueden aducir pruebas— descargaron en Marsella cañones
alemanes con marcas de fábrica de empresas alemanas y que estaban
destinados a aniquilar vidas alemanas). Este capitalismo no ha aprendi-
do nada de los nuevos tiempos, ni tampoco quiere aprender, pues pone
sus propios intereses por delante de los intereses del resto de millones
de personas. ¿Se les puede reprochar a estos millones que luchen por
sus intereses y sólo por sus intereses? ¿Se les puede reprochar que aspi-
ren a una unión internacional cuyo objetivo es luchar contra el corrupto
capitalismo? ¿Se puede reprobar que una buena parte de la culta
juventud combativa arremeta contra que la educación se pueda com-
prar y no se le conceda a quien tiene las aptitudes para ella? ¿No es
absurdo que personas con las dotes intelectuales más brillantes se vean
reducidas a la miseria y se malogren porque otros derrochan, despilfa-
rran y malgastan el dinero que a ellas les podría servir de ayuda? (...)
Tú dices que la vieja clase acomodada se ha ganado sus propiedades
trabajando duramente. Vale que eso sea verdad en muchos casos. Pero
¿sabes tú también cómo vivía el trabajador en la época en que el capi-
talismo "se ganó" sus propiedades?».99
En el semestre de verano de 1920,Anka Stalherm continuó la carre-
ra en Friburgo y no en Heidelberg, como Joseph Goebbels. Allí éste
se volvía a poner manos a la obra con optimismo, fortalecido psíqui-
ca y económicamente por las vacaciones en casa. «Mi confianza en el
futuro es inquebrantable»,100 le escribió él, quien en sus presuntuosas
cartas casi diarias daba detallada información sobre su carrera, que aho-
Caos en mí 61

ra quería terminar. Se estaba dedicando al Goethe de Gundolf y a su


Shakespeare y el espíritu alemán, a Ana Karenina de Tolstoi, así como a
El arte de Alberto Durero de WólfUin.101 Estaba leyendo el Wilhelm Meis-
ter, sobre el que su antiguo profesor de alemán Voss había dicho que
todo estaba en él. Estaba estudiando los reportajes sobre arte del perió-
dico Frankfurter Zeitung, elaborando un trabajo «muy extenso» para un
seminario sobre «La participación de Goethe en las reseñas del Frank-
furter Gelehrte Anzeigen» y escribiendo un verso aquí y allá.102 «Se puede
hacer poesía muy bien cuando se está en Heidelberg y no se tiene
ninguna preocupación».103 Sin embargo, las preocupaciones no se hicieron
esperar mucho. Después de que Anka Stalherm le visitara por Pen-
tecostés, sus cartas se volvieron más escasas. Pronto se enteró Goebbels
de que un compañero de Friburgo la estaba cortejando, al parecer no
sin éxito, y que además la pretendía un abogado de nombre doctor
Georg Mumme. Goebbels emprendió la huida hacia delante y le ofre-
ció el compromiso matrimonial. «Si no te sientes con la fuerza sufi-
ciente para decir que sí, entonces tenemos que separarnos».104 Pero ella
no aceptó. Anotó él: «Días difíciles. Me quedo solo. Pido un último
cambio de impresiones».105 Éste se produjo sin que fuera el último.
Joseph Goebbels amenazaba con suicidarse. Después de que él le escri-
biera una dramática carta, «he sufrido bastante y ¿cuánto más tendré
que sufrir?»,106 Anka Stalherm se dejó convencer una vez más, segura-
mente por compasión, y le prometió la fidelidad que sin embargo no
mantuvo.
El 1 de octubre de 1920 redactó incluso un testamento,107 en el que
nombraba a su hermano Hans «administrador de su legado literario»,
convencido de la significación de sus escritos, tras la desavenencia con
Anka Stalherm sólo valorados ya por Flisges. El resto de sus pertenen-
cias —un despertador, un dibujo y unos cuantos libros— se los asignó
meticulosamente a su amigo y a los miembros de la familia. También
ordenó que se vendiera «su ropa y el resto de posesiones no dispuestas
de otro modo» y que con lo que se sacara se pagaran sus deudas. Se
debía exigir a Anka Stalherm que quemara sus cartas y todos sus escri-
tos. «Que sea feliz y soporte mi muerte (...). Me despido gustosamen-
62 Goebbels

te de esta vida, que para mí no era más que un infierno». Sin embargo,
Goebbels no murió, sino que sufrió una crisis nerviosa. Pero lo que
había querido conseguir con el anuncio de suicidio, a saber, atraer hacia
sí el cuidado especial de los suyos, lo había logrado. Mientras que su
madre intentaba consolarle, Goebbels padre prometió a su hijo, eter-
namente necesitado de dinero, una ayuda hasta el final de sus estudios
mayor que la que ya de por sí le costaba bastante reunir. Hans, el her-
mano menor de Joseph Goebbels, escribió a Anka Stalherm para vol-
ver a juntar a ambos; su carta no tuvo respuesta. Durante largos paseos,
Richard Flisges escuchaba pacientemente el sufrimiento amoroso de
su amigo, que luego dijo acerca de él: «Flisges es el único que me entien-
de (...) no pregunta nada, hace todo por mí y sabe exactamente lo que
pienso y siento».108
Cuando se aproximaba el semestre de invierno de 1920-1921, Richard
Flisges acompañó a su lábil amigo durante algunos días a Heidelberg
para buscar con él a Anka Stalherm. Puesto que no dieron con ella, Flis-
ges viajó a Munich por encargo de Goebbels, quien le costeó los gas-
tos, para localizarla allí. Pocos días después, a finales de octubre, escri-
bió a Goebbels que la había visto con un «aristócrata de dinero que
llevaba un chaqué con muchos botones y broches de oro». 109 Flisges
exhortó a su amigo a que fuera enseguida si quería volver a verla y
hablar con ella. Goebbels le siguió a Munich. Juntos fueron a la casa de
la Amalienstrasse en la que vivía Anka Stalherm. Su amigo, al que había
enviado por delante, tuvo que traerle poco tiempo después a él, que
estaba esperando, la «funesta noticia» de que la joven mujer se había
marchado a Friburgo con «su prometido».Tras una larga tarde en el café
Stadt Wien [Ciudad deViena], el desesperado Goebbels emprendió el
camino de regreso a Heidelberg. Desde allí le escribió primero una car-
ta conminatoria que después lamentó, luego una «carta de arrepenti-
miento» que ya no pudo cambiar nada: Anka Stalherm se casó con el
abogado Mumme, no con el histriónico pobretón continuamente ator-
mentado por las dudas. Ella le confesó a modo de despedida que estaba
«muy triste», «porque siento que tú fuiste el primer y último hombre
que me amó como yo quería, y como yo necesito para ser feliz»,110
Caos en mí 63

y él respondió definitivamente por última vez que no se arrepentía de


nada de lo que había dicho, hecho y escrito. «Todo eso lo tuve que hacer
porque me obligó una voz dentro de mí».111
Si alguna vez llegaba a ser alguien —escribió después Goebbels—
le gustaría volver a encontrarse con Anka Stalherm. Su deseo se haría
realidad en el año 1928.Tras el reencuentro con ella en Weimar, el jefe
del distrito de Berlín confió a su diario que, al lado de su recuerdo, pali-
decía el resto de la belleza femenina. A las numerosas señoras con las
que trataba en Berlín las calificaba de «juguetes» y la pregunta de por
qué sólo jugaba con los sentimientos de otras mujeres se la contestaba
a sí mismo con la «venganza de la criatura engañada (por Anka Stal-
herm)».112 En los tiempos siguientes quedaron aquí y allá durante sus
largos recorridos propagandísticos. Se querían «como si sólo hubiera
pasado un día entre 1920 y ahora».113 A cada persona se le concede
como mucho una vez en la vida un amor que la llena totalmente, 114
escribió él con entusiasmo en su diario después de esos encuentros
ardientemente deseados. Con todo, en su interior él ya no seguía sien-
do adicto a ella, pues aceptaba de buen grado el curso de las cosas, que
había cambiado tanto la situación de ambos: la estudiante que enton-
ces estaba llena de optimismo ante la vida se atormentaba en un matri-
monio desdichado; él, el pobretón de antes, iba camino hacia arriba.
«Así actúa la venganza tardíamente, pero con más crueldad. Pero está
bien así. No nos fue posible estar juntos.Yo tenía que ir por el camino
de la acción».115 Cuando conoció a Magda Quandt, su futura esposa,
cesaron los contactos con Anka Mumme. Sólo unos años después, en
otoño de 1933, él volvió a tener noticias suyas. La mujer, entretanto
separada y en malas condiciones económicas, se dirigía ahora al pode-
roso ministro de Propaganda para pedir ayuda; como consecuencia, él
le procuró un puesto en la redacción de la revista femenina berlinesa
Die Dame [La señora].
Pero en el invierno de 1920 Goebbels no era ni jefe del distrito
berlinés ni ministro de Propaganda, sino un pobre estudiante de Hej-
delberg que, bajo la impresión de lo que le había sucedido a él, créía
ver en el hombre al «canalla» por antonomasia. Goebbels intentaba
64 Goebbels

dominar su desesperación dándose a la bebida, como más tarde sostu-


vo, o refugiándose en los libros. Su situación personal se vio corrobo-
rada a nivel general por la lectura de La decadencia de occidente de Spen-
gler.116 En la morfología de la historia del epígono de Nietzsche,
Goebbels leyó que todas las culturas están sujetas a unas leyes vitales
eternas de nacimiento y desaparición; leyó acerca de la era industrial,
materialista y sin alma, la «civilización» que es el principio del fin de
toda «cultura».Y, como gran parte de su generación, vio que lo escrito
antes de la guerra mundial lo confirmaba el presente alemán. En
este libro, Spengler desbarataba precisamente aquella visión del «mun-
do justo» hacia la que siempre había tendido la esperanza de Goeb-
bels; así pues, en vista de estas regularidades eternas del nacimiento y
la desaparición, sólo debía ser creador el elemento más fuerte. Sobre
el efecto que le causó esta lectura escribió: «Pesimismo. Desesperación.
Ya no creo en nada».117
En las cartas que Goebbels escribía a casa durante aquellos días se
leía un sentimiento de desesperanza y falta de sentido, agravado aún
más por una enfermedad. Así, el padre le aconsejó a principios de diciem-
bre que no llevara al extremo los estudios, pues no todo se podía con-
seguir a la fuerza. Sus preocupaciones por lo que respectaba al futuro
eran infundadas. «Mirar al futuro con confianza en Dios, eso es lo mejor.
Cumpliendo con el propio deber (...) y dejando disponer a Nuestro
Señor, así se llega lo más lejos posible».118 Las bienintencionadas líneas
del padre y sobre todo su giro de dinero permitieron a Joseph Goeb-
bels pasar la Navidad con los suyos en Rheydt. Eso le hizo recobrar algo
de confianza. En primavera de 1921 se lanzó de lleno al trabajo, pues
había que terminar la carrera y quitar así a sus padres la carga econó-
mica. Aspiraba al título de doctor. Las oposiciones le habrían posibili-
tado el acceso al servicio público y, por tanto, una subsistencia asegu-
rada incluso en tiempos revueltos, pero no la reputación del título que
él perseguía, en cierto modo como compensación a su déficit físico y
social. Durante toda su vida —ya como jefe del distrito de Berlín o
como ministro del Reich— el sentimiento de su propia inferioridad le
haría atribuir una importancia especial al hecho de ser «el doctor». Se
Caos en mí 65

hacía, tratar siempre de «señor doctor» e incluso escribía como inicia -


les de su firma «Dr. G.».
Ya durante el semestre de invierno de 1919-1920, en Munich, había
tenido la intención de doctorarse con una tesis sobre la pantomima bajo
la dirección del después famoso historiador de la literatura e investiga -
dor teatral Artur Kutscher, a cuyas clases asistía también Brecht, entre
otros.119 Goebbels fue a su tutoría, pero desechó el proyecto, que al parecer
respondía más bien a un capricho nacido durante su asistencia a las
representaciones teatrales de Munich. En vista de ello, decidió docto -
rarse con el historiador de la literatura y biógrafo de Goethe Friedrich
Gundolf, que era un judío conocido en su época. El profesor, a cuyo
curso de cuatro horas sobre Los fundadores de la escuela romántica había
asistido Goebbels en el semestre de verano de 1920, fue alumno de las
clases magistrales de Stefan George, sobre el que dijo Gottfried Benn
que era «el núcleo en torno al cual giraban Spengler, Curtius,Troeltsch,
Frobenius...». A todos ellos, y por supuesto también a Gundolf, les mar -
có George, quien creía que la época burguesa iba acercándose a su fin
y en cuyo lugar debía llegar algo nuevo.
Goebbels decía con gran entusiasmo sobre Gundolf que era un «hom-
bre extraordinariamente amable» y «atento». 120 Fue a la tutoría del pro-
fesor y le insistió en que quería un tema para la tesis. Puesto que éste,
tras rechazar un llamamiento a Berlín, había quedado eximido de impar-
tir seminarios y de hacer exámenes, remitió a Goebbels a su colega, el
consejero privado profesor doctor barón Von Waldberg. De éste, alum-
no del germanista Scherer, recibió el estudiante en el semestre de invier-
no de 1920-1921 la tarea de trabajar sobre Wilhelm Schütz, un drama -
turgo poco conocido de la escuela romántica de la primera mitad del
siglo XIX. Provisto de una extensa bibliografía, Joseph Goebbels
empezó con el trabajo en abril de 1921 en la casa de sus padres en
Rheydt, donde se le había acondicionado como estudio su viejo
«cuartito».
En cuatro meses justos, a lo largo de todo el verano, escribi ó la tesis
sobre el converso del romanticismo. 121 En su prefacio, Goebbels citó, a
la manera de una profesión de fe, parte del conocido parlamento de
Shatov en Los demonios de Dostoievski: «Con todo, la razón y el saber
66 Goebbels

han desempeñado siempre en la vida de los pueblos un papel secunda-


rio y subordinado, y seguirá siendo así eternamente. Los pueblos son
formados e impulsados en su camino por una fuerza de naturaleza muy
distinta, por una fuerza imperiosa y apremiante cuyo origen permane-
ce quizá desconocido e inexplicable, pero que existe de todos modos».
Esta «fuerza imperiosa y apremiante» la veía actuar Goebbels de una
manera especial tanto en el romanticismo como en el momento pre-
sente. Así escribió en la introducción: «Tanto aquí como allí una espi-
ritualidad llevada casi hasta lo enfermizo, un ardor y un anhelo —lle-
vados casi hasta la ebullición— por alcanzar algo más elevado y mejor
que lo que vivimos y ambicionamos. Una exaltación de los sentimien-
tos, no siempre exenta de un cierto sentimentalismo, una fluctuación
desordenada de pensamientos e ideas que a menudo luchan unas con-
tra otras y que sin embargo parecen haber surgido de los mismos ele-
mentos; pero en ninguna parte aparece la satisfacción, el equilibrio, la
armonía, la calma. En ambos casos, tiempos serios y difíciles en la vida
de los pueblos, se puede hablar casi de crisis europeas. Todo el mundo
siente el sofoco en el aire, respira con dificultad en esta atmósfera (...)•
Tanto aquí como allí se extiende una ilustración superficial que encuen-
tra su finalidad y su objetivo en el ateísmo llano y trivial. Pero contra
ello lucha la joven generación de los buscadores de Dios, de los místi-
cos, de los románticos. Hablan de idealismo y amor, veneran a un Dios
que es vivido místicamente por el individuo, creen en un mundo bue-
no». Pero en ninguna parte hay un «genio fuerte que del caos de la épo-
ca lleve por nuevas ondas a nuevos tiempos».122
En el austríaco que acababa de someterse en Munich al pequeño
Partido Alemán de los Trabajadores no veía Goebbels todavía al anhe-
lado «genio fuerte». Lo poco que había podido saber por los entusiás-
ticos relatos de su antiguo compañero de clase Fritz Prang, que estu-
diaba en Munich, sobre el orador de taberna y sus secuaces no le
impresionó al parecer nada en absoluto. Durante aquel verano de 1921,
Joseph Goebbels cobró un «profundo cariño»123 por una chica del vecin-
dario, María Kamerbeek, que le mecanografió su trabajo, y cuando en
otoño su hermano Konrad se casó con Káthe, una pariente de María,
Caos en mí 67

entregó una colaboración para el periódico de bodas124 con la que pro-


bablemente quería burlarse de los partidarios de Hitler allí presentes.
Dibujó a un niño sentado en un orinal y escribió debajo dos líneas: «En
cuanto veo una cruz gamada, me entran ganas de hacer caca».125126
Pocos días después de la boda, Joseph Goebbels presentó el trabajo,
que había dedicado a sus padres, en el decanato de la Universidad de
Heidelberg.Ya antes había recibido de Waldberg algunas ediciones más,
pero no quiso incorporar su estudio al texto ya terminado. Goebbels
tampoco había sido especialmente meticuloso con la investigación de
las fuentes; se le habían escapado importantes reseñas críticas de su autor.
Aunque en la interpretación de los escritos de Schütz siguió punto por
punto las pautas comunes y, con su escaso aprecio por la Ilustración,
concordaba plenamente con la doctrina predominante, el profesor Von
Waldberg calificó el tratado de 215 páginas, bien formulado, salpicado
de conceptos como «destino», «pueblo», «amor a la patria», «entusias-
mo» y «grandeza de espíritu» con un rite superato, como se puede leer
en el acta conservada en la Universidad Ruperto Carola de Heidel-
berg.127
El 16 de noviembre de 1921 recibió Joseph Goebbels, para el 18 del
mismo mes, la citación para el «riguroso», el examen oral. «A Heidel-
berg. (...) Visita a los profesores. Con sombrero de copa. Richard (Flis-
ges) está conmigo. La última noche empollando. Un moca cargado. Y
después al examen».128 Aun cuando no transcurrió todo tan favorable-
mente como había imaginado, Goebbels aprobó los exámenes orales
con los profesores Von Waldberg, Oncken, Paum y Neumann. Se le hizo
entrega de un título de doctor provisional y fue feliz —como anotó
después con orgullo— cuando Waldberg le trató el primero de «señor
doctor». Después de enviar un telegrama a sus padres, pasó la noche de
copas con Richard Flisges en un mesón de Heidelberg. A la mañana
siguiente emprendieron juntos el camino a Bonn, donde estudiaban
algunos de sus amigos de Rheydt. Dos días enteros se pasó Goebbels
de fiesta con ellos en las tabernas habituales en las que como «princi-
piante» y «presidente de la corporación» había vivido alegres horas de
francachela durante sus dos semestres en Bonn. Después prosiguió su
68 Goebbels

viaje a Rheydt. El recibimiento allí nunca lo olvidaría: «Todos en la


estación. La casa adornada, muchas flores».129
En la familia estaban orgullosos del hijo menor. ¡Qué gran ascenso
el que había vivido Goebbels padre a finales de noviembre de 1921! Él
mismo había comenzado como pobre peón y subido a procurador a
fuerza de trabajo duro y perseverante. Él y su mujer habían guardado
cada céntimo para poder ir pagando la modesta casita en la Dahlener
Strasse y al mismo tiempo facilitar a los hijos una buena formación.
Konrad y Hans habían obtenido un título de enseñanza secundaria.
Mientras que María, la menor de los cuatro Goebbels hijos, entró en el
instituto, ahora Joseph había terminado con éxito incluso una carrera
y había vuelto a casa con el título de doctor. Los padres acogieron con
orgullo, satisfacción y alguna que otra oración de gracias el hecho de
que sus deseos para el niño enfermizo se hubieran más que realizado.
Si la naturaleza no había sido muy benévola con Joseph Goebbels, al
menos lo iba a tener mejor por una vez en cuanto a prestigio e ingre-
sos. Los padres no dudaban que ahora se le abrirían al joven «señor doc-
tor» todas las puertas y que pronto tendría fortuna también en la vida
profesional.
El exitoso fin de la carrera le había permitido también a Joseph
Goebbels reprimir algunos sentimientos que le atormentaban. Disfrutó
cuando los parientes visitaron en la casa paterna al flamante doctor,
cuando los vecinos de la Dahlener Strasse le profesaban respeto aña-
diendo al saludarle el título a su apellido de manera que se oyera, o
cuando en el café Remges, adonde ya acudía como estudiante, contaba
algo y se le escuchaba con notable mayor atención que antes. Incluso
su profundo dolor por la separación de Anka Stalherm se reprimió
gracias a la relación que poco después inició con otra mujer, la maes-
tra de Rheydt Else Janke. En resumen, la sombría visión del mundo de
Joseph Goebbels parecía ahora dejar lugar a la esperanza de un futuro
más claro.
Capítulo 3

¡FUERA DUDAS! QUIERO SER FUERTE Y CREER


(1921-1923)

E l doctor Joseph Goebbels, que ahora buscaba escapar a la estrechez


pequeñoburguesa de la casa paterna, hasta el momento no se había
planteado seriamente su futuro profesional. Quería ser escritor o perio-
dista autónomo. El hecho de que con una profesión así apenas podría
sustentarse no desempeñaba casi ningún papel en sus consideraciones,
pues equivalían más que nada a sus sueños. Incluso de manera pasajera
contempló la posibilidad de emigrar a la India con Richard Flisges.Ya
en Friburgo se habían dedicado ambos a la filosofía india y fantaseado
con una vida bajo el sol meridional. Después de regresar a Rheydt, a
Joseph Goebbels le volvió a atrapar la rutina, y el sueño indio pasó. En
ello nada cambió la exhortación de Richard Flisges de no perder de
vista la India, «pues en ninguna parte puede ser peor que aquí en nues-
tra patria».1 En efecto, el año 1921 que terminaba ofrecía unas condi-
ciones increíblemente desfavorables para los que querían empezar a tra-
bajar. El desempleo y la escasez como consecuencia de haber perdido
la guerra mundial seguían pesando mucho sobre Alemania. Es cierto
que las potencias vencedoras acababan de reducir con el Tratado de
Londres la cuantía de las reparaciones que habían dictado al Reich en
Versalles; con todo, los 132.000 millones de marcos de oro exigidos
ahora tampoco permitían esperar un despegue económico.
Pese a todo, la suerte que Richard Flisges deseó a su amigo «en cual-
quier caso» pareció sonreírle a Goebbels a principios del año 1922. Él,
que se complacía en hablar —sin tener los pies en el suelo— sobre Dios
70 Goebbels

y el mundo, pero principalmente sobre la época actual, recibió una apro-


bación pública. «Gran sensación», 2 como sostuvo orgullosamente des-
pués, provocaron seis artículos suyos que el Westdeutsche Landeszeitung
[Periódico regional de la Alemania occidental publicó entre enero y marzo
«en libre sucesión». La redacción no compartía en modo alguno las opi-
niones allí defendidas, pero las consideraba —como se podía leer en la
introducción al segundo artículo— «un serio intento de explicar la
enigmática cara de esfinge de nuestra oscura época». 3
Una vez más manifestaba Goebbels allí que el culpable de la «confu-
sión política, intelectual y moral de nuestros días» es el materialismo. Bajo
el influjo de la lectura de Spengler escribió Goebbels en el artículo titu -
lado «Del espíritu de nuestro tiempo» que el materialismo era «una con-
secuencia, quizás incluso una manifestación final de un violento proceso
(...) cuyas raíces hay que buscarlas en las décadas posteriores a 1870, en
los años de expansión industrial y de "saturación alemana"». A él contra-
ponía Goebbels —por así decirlo, como remedio universal—, siguiendo
a Dostoievski, la conciencia de un «alma alemana», la ficción de una fuer-
za que radica en algún lugar de lo místico y que dirige el destino del pue-
blo. A ello asociaba él la idea de un «cuerpo orgánico del pueblo», que ya
creía haber vivido —así le parecía retrospectivamente— en la cohesión
del pueblo alemán al comienzo de la guerra mundial. De sí mismo afir -
maba que amaba a «mi Alemania desde lo más hondo de mi corazón», 4 y
que en una sagrada glorificación de lo político podía concluir: «El amor
a la patria es un oficio divino», y «ser alemán significa hoy estar tranquilo
y esperar y trabajar retiradamente en uno mismo». 5
En su artículo «Del sentido de nuestro tiempo», 6 Joseph Goebbels
se dirigía contra esos «alemanes de bien que piensan que la salvación
nos debe llegar de fuera». Les exhortaba a rechazar todo «lo ajeno al
propio ser» y a despertar la «propia alma» para una nueva vida. Final-
mente alentaba al lector para que, a la vista del «sistema» de Weimar y
de las ignominiosas cesiones de territorio y reparaciones impuestas al
Reich, no se dejara «engañar» y pensara que «el alma alemana está muer-
ta. Sólo está enferma, es cierto, de gravedad, pues se la ha maltratado,
avasallado y pisoteado».
¡Fuera dudas! Quiero ser fuerte y creer 71

Joseph Goebbels no entendió las capitulaciones parciales de Weimar


que se impusieron también tras la conclusión de la paz, de manera que
el «sistema» le parecía estar cargado de culpa desde un principio. Puesto
que no quería conformarse con los pesimistas pronósticos de Spen-
gler,7 se mostraba convencido —tal como escribió en su artículo «De
la verdadera germanidad»— 8 de que tampoco esta vez, como siempre
en tiempos de apuros, faltaría la reacción del «alma alemana contra lo
ajeno a nuestro propio ser». En primavera de 1922 ya creía adivinar
dónde se robustecería el «alma alemana». Seguramente no en la corrom-
pida capital del Reich. «No, no, de Berlín no nos puede llegar la salva -
ción (...). A veces parece como si en el sur quisiera salir un nuevo sol».
Por el «nuevo sol» entendía Goebbels las agrupaciones nacionales que
se formaban precipitadamente en el crisol de Munich, entre las cuales
daba cada vez más que hablar el NSDAP de Hitler. Si hacía sólo unos
pocos meses se había burlado de los nacionalsocialistas, ahora empeza -
ba a percibirlos como la expresión de la rebelde «alma alemana», moti -
vo por el cual seguía con interés su fortalecimiento.
Goebbels pronto tuvo otro motivo más para ser optimista. Gracias a
la recomendación de un conocido, que ya le había ayudado en la publi-
cación de sus seis artículos, en otoño consiguió un empleo en prácti -
cas, por horas, en la sección cultural del Westdeutsche Landeszeitung. Las
esperanzas que esto le dio de obtener en el futuro un empleo a tiem -
po completo se vieron frustradas pocas semanas después por una carta
del redactor jefe Müller. Puesto que se tenía que publicar un diario
matutino holandés y había que colocar a su redactor, por desgracia se
veía obligado a pedirle que interrumpiera su trabajo por horas. 9
A su «función extraordinaria» en el Westdeutsche Landeszeitung,10 en
el transcurso de la cual publicó unos cuantos reportajes breves e intras -
cendentes que firmó como «Dr. G.», siguieron de nuevo días de mor -
tificante ociosidad. A finales de octubre se vieron interrumpidos por
una conferencia en el salón de actos de la Escuela de Comercio e Indus -
tria de Rheydt. Goebbels habló sobre la literatura alemana contempo -
ránea.11 Aunque las entradas, que no hacía mucho costaban treinta pfen-
nigs, valían ahora ya treinta marcos12 como consecuencia de la inflación,
72 Goebbels

el acto —durante el cual se explayó principalmente sobre Spengler—


tuvo buena afluencia de público, de manera que reportó al orador algu-
nos billetes que se sumaron a los ingresos de las clases particulares que
daba aquí y allá. Fuera de eso, la conferencia sirvió de ayuda a su mal-
trecha autoestima. Se acordaba con orgullo de que la tarde había sido
todo un éxito y de que su novia Else Janke había estado «feliz».
Entretanto, a Goebbels le unía una relación estable con Else Janke,
la maestra de primaria que vivía justo al lado de la casa de sus padres
en la Dahlener Strasse. Después de que se la presentaran en una fiesta
de la Agrupación Comercial Católica, la había cortejado con determi-
nación. Se necesitaron largos paseos e intercambios de opiniones para
que la joven mujer, que tenía los pies en el suelo, empezara a sucumbir
al «querido señor doctor», que supo ocultar una vez más su fuero inter-
no detrás de elevadas y encantadoras charlas. En Baltrum, una isla del
mar del Norte —allí pasó ella sus vacaciones a finales de verano y Joseph
Goebbels tuvo la oportunidad de visitarla durante algunos días—, se
hicieron finalmente pareja. En las cartas que Else Janke le escribió tras
su partida hablaba apasionadamente del «delicioso tiempo que nos brin-
dó Baltrum»,13 y él también estaba encantado.
Pero no era el amor que le había unido a Anka Stalherm. Su rela-
ción era más bien la de dos camaradas.A Goebbels no se le ocultó que,
a pesar de toda la simpatía y admiración por su inteligencia, a ella el pie
deforme le hacía dudar si podría ser también el padre adecuado para
sus hijos. Probablemente por eso ella puso mucho cuidado en ocultar
la relación con él ante los vecinos de Rheydt. 14 En no pocas ocasiones
esto dio lugar a discusiones que debieron de doler especialmente a
Goebbels, pues le hacían volver a tener muy presente su defecto físico.
Los conflictos de este tipo se superaban la mayoría de las veces con paté-
ticas promesas de amor, que en último término nacían de la conclusión
de que juntos podían hacer frente mejor a las inclemencias de la vida.
Finalmente fue «Elsita», como él la llamaba, la que se puso a buscar
un empleo para su prometido. Ella siempre hacía volver a la cruda ruti-
na a Goebbels, quien de repente concebía planes eufóricos sobre su
futuro como escritor y luego caía de nuevo en una profunda depre-
¡Fuera dudas! Quiero ser fuerte y creer 73

sión. «Tenemos que volvernos un poco más humildes y conseguir no


echar enseguida todo por la borda».15 A ese sentido de la realidad hubo
que agradecer el que ella finalmente tuviera éxito. Un pariente lejano
ofreció a su «prometido» un empleo en una sucursal del Dresdner Bank
en Colonia. A Goebbels no le entusiasmaba en absoluto la idea y, cuan-
do la cuestión se concretó en diciembre de 1922, fueron necesarias las
apremiantes palabras de Else Janke: «Nos alegraremos de que haya sido
así, y creo que lo más correcto sería que aceptes el puesto, si no te resul-
ta demasiado difícil».16 A esto siguió una clarificadora discusión en la
casa paterna del reticente. Puesto que Goebbels se veía obligado ante
Else Janke y su familia —a cuyas expensas vivía básicamente— a apro-
vechar cualquier oportunidad que se presentara de ganarse el pan, pro-
metió —tal como aseguró a los suyos de nuevo en Navidad— empe-
zar en el banco, aun cuando todavía hizo algunos débiles y vanos intentos
de encontrar antes «un puesto decente».
El puesto en el banco equivalía para Goebbels a una traición de sus
difusos «ideales», en los que se enfrascaba cada vez más. Él, que creía en
recobrar la conciencia del «alma alemana» y que no había dejado pasar
ninguna oportunidad de proclamarlo entre sus conocidos de Rheydt con
un tono casi mesiánico, tenía que entrar ahora en un «templo del
materialismo». Deprimido en vista de estas circunstancias, escribió el
frustrado escritor a Else Janke en las Navidades de 1922: «El mundo se ha
vuelto loco, e incluso los mejores se disponen ahora a tomar parte en el
tumultuoso baile por el becerro de oro.Y lo peor de todo es que no lo
reconocen, sino que intentan disfrazarlo e incluso justificarlo,
argumentando que los nuevos tiempos exigen otro tipo de personas, que
hay que adaptarse a las circunstancias. Sí, éstos entonarán canciones este
año con alegría y entusiasmo acerca de Cristo, el dador de paz. Yo no
puedo, pues no veo paz alguna, ni en el mundo ni en mí. Fuera hay vacío
y monotonía, y en mi interior se han derribado los altares festivos y se han
destruido las imágenes de júbilo. La mundanidad comienza a meterse en las
casas, donde antes sólo reinaban el espíritu y el amor: lo llaman tener en
cuenta los nuevos tiempos. Gran destino, ¿cómo pue-do sostenerme ante
ti? Ya no puedo ser tu fiel servidor.Todos te han
74 Goebbels

abandonado, los últimos y mejores han abjurado de tus banderas y han


salido al mundo. Ahora me toca a mí».17
El 2 de enero de 1923 Goebbels empezó su trabajo en la sucursal
del Dresdner Bank. Todas las mañanas a las cinco y media viajaba en
tren de Rheydt a Colonia. Por las tardes, alrededor de las ocho, cuan-
do volvía, le iba a buscar Else Janke a la estación. Unos días más tarde
encontró en la avenida de Siebengebirgsallee en Klettenberg, en el sur
de la ciudad catedralicia, una habitación que podía pagar justo con su
«deplorable salario». Por lo demás, el sueldo no llegaba ni siquiera para
la comida, así que seguía dependiendo de los paquetes de alimentos y
de los giros de dinero que recibía de casa.18 A pesar de tener una carrera
y un título de doctor, en la vida profesional seguía siendo el «pobre
diablo». En vista de esta amarga desilusión, al parecer sólo pudo aguan-
tar por el consuelo de su prometida, que rogaba a su «cariño», como lo
llamaba, que resistiera19 y que «simplemente diera por seguro que ven-
drían días mejores».20 Muchas tardes ella le visitaba, y los fines de sema-
na los pasaban en el Rheydt natal.
La situación se complicó a partir del 11 de enero de 1923, pues los
acontecimientos políticos habían provocado que se vinieran abajo las
infraestructuras en el Rin y en el Ruhr. Bajo el pretexto de que Ale-
mania no había cumplido con sus obligaciones de reparación, un ejér-
cito franco-belga había cruzado ese día el Rin y había ocupado la cuen-
ca del Ruhr. Con el apoyo de todos los partidos alemanes, el gobierno
del Reich reaccionó suspendiendo el pago de las reparaciones y dio
instrucciones a sus funcionarios de no ejecutar las órdenes de las poten-
cias ocupantes. La población también se declaró en huelga, por lo cual
se paralizaron en su mayor parte las minas, las fábricas y los ferrocarri-
les. Con la resistencia pasiva, los ocupantes debían convencerse de que
su política de «fianzas productivas» rendía grandes beneficios. En estas
semanas, sentidas por Goebbels como «horribles» y durante las cuales
escribió «poemas desesperados», vio una vez más la prueba de la «depra-
vación» de los políticos del «sistema», que se limitaban a meras decla-
maciones, y del «sistema» en definitiva. Con tanta más atención siguió,
sirviéndose de distintos periódicos, el proceso en el sur de Alemania.
¡Fuera dudas! Quiero ser fuerte y creer 75

Allí, el agitador local de Baviera, Hitler, había afirmado en instigadores


discursos la idea del «liderazgo de un Führer» y se le había llenado la
boca al proclamar que quería poner fin inmediatamente a la impoten-
cia alemana. En abril de 1923 se reunieron en Munich las asociaciones
patrióticas de toda Baviera para comenzar a actuar al acabar el mes. Sin
embargo, el intento de boicotear el mitin de mayo de los izquierdistas
en el prado de la Theresienwiese y de derribar al mismo tiempo el
gobierno bávaro fracasó estrepitosamente. Los frustrados golpistas se
sometieron a las órdenes de la Reichswehr y de la policía, exponién-
dose así al ludibrio de la nación entera.
En lugar de la esperanza de que, partiendo desde el sur, las cosas cam-
biaran por fin a mejor en el Reich, Goebbels llegó a la conclusión de
que sólo empeoraría todo. Entretanto, los belgas y los franceses se las
habían arreglado para instalarse en la cuenca del Ruhr con técnicos,
ingenieros y ferroviarios propios, y con un ejército de trabajadores
extranjeros. Volvieron a poner en marcha para uso propio las minas y
los ferrocarriles. La consecuencia fue que el Reich, en estado de ruina
económica, agotó todos sus recursos con las continuas prestaciones para
el territorio ocupado, y la inflación siguió aumentando. El desempleo
y la pobreza que éste acarreaba adquirieron proporciones alarmantes
especialmente en las ciudades. Goebbels escribió a modo de denuncia:
«Aquí en Colonia mueren al mes unos cien niños de hambre y tisis» y
«ellos se sientan en su mesa teórica y deliberan qué se debe entender
por resistencia pasiva y si hay que desocupar la cuenca del Ruhr por
etapas». Se indignaba de que la Iglesia católica poseyera en el tesoro
catedralicio una lujosa custodia por valor de 12 millones de marcos de
oro. Esto equivaldría hoy a 280.000 millones de marcos. «Con ese dine-
ro se podría enviar a 560.000 niños enfermos de hambre durante dos
meses al campo y al sanatorio y así recuperarlos para la vida activa».21
Goebbels, cuyo estado físico y nervioso se había vuelto a deterio-
rar, consideraba también como una injusticia lo que veía diariamente
en el banco: los pequeños burgueses perdían sus ahorros con la infla-
ción, en cambio los compromisos de deudas que pesaban sobre el sue-
lo y los bienes reales eran prácticamente anulados y sus propietarios se
76 Goebbels

volvían más ricos de lo que ya eran; los especuladores sin escrúpulos


acumulaban inmensas fortunas mediante las operaciones de divisas y la
barata adquisición de bienes raíces de gente que había entrado en apu-
ros, mientras que fuera del banco vivían en la miseria personas ino-
centes. «Habláis de inversión de capital, pero detrás de esta bonita pala-
bra se esconde sólo un hambre bestial por ganar más. Digo bestial: es
ofensivo para las bestias, pues las bestias sólo comen hasta que están
saciadas», comentaba Goebbels acerca del comportamiento financiero
de aquellos círculos.22
Al parecer, tampoco era extraño entre sus compañeros aprovechar
para negocios cuestionables la vertiginosa caída del marco: si en abril
de 1923 el dólar costaba unos 20.000 marcos, a principios de agosto
ya se pagaba por él un millón de marcos. Informó a Else Janke acerca
de un «fenómeno característico»: las acciones del Dresdner Bank en la
bolsa de Colonia habían subido de un millón a dos millones de mar-
cos. A la una habían llegado a la sección de negociación de efectos las
cotizaciones previas. Poco después, algunos hombres jóvenes de esta
sección le preguntaban a él en la contabilidad del depósito, donde aún
no se conocía la nueva cotización, quién de los empleados de la casa
todavía poseía acciones del Dresdner Bank y las vendía por 1.200.000
marcos. «Cuando hoy por la tarde le expliqué a uno de los jóvenes
canallas que yo consideraba su conducta como un fraude muy inde-
cente y mezquino, sólo tuvo para mí un compasivo encogimiento de
hombros. Y ni uno solo de los que escucharon nuestra discusión me
dio la razón.Todo el mundo era de la misma opinión: el negocio es el
negocio».23
El ya no se sentía parte de este mundo, confesó en junio de 1923 a
Else Janke, quien también había empezado a resignarse. Es horrible
—le había escrito ella a Colonia ya a finales de abril— «cómo estos
tiempos tristes y difíciles pesan constantemente sobre nosotros como
una abrumadora carga, cómo te vuelven desgraciado y desesperado».24
Quizás por eso sintió deseo de rendirle cuentas a ella sobre su desper-
diciada vida en más de treinta páginas escritas a mano. «Sé que un día
las cosas me fueron mejor. Hoy soy un barco encallado en un banco de
¡Fuera dudas! Quiero ser fuerte y creer 77

arena (...)• No me dejan tranquilidad para volver a mí mismo. Estar


insatisfecho en el trabajo es un terrible suplicio». 25 Generalizando su
suerte, preguntaba si los «jóvenes intelectuales» no estaban tan descon-
tentos porque no se les concedía el lugar adecuado. «Los viejos de ayer»
tenían la palabra y se aprovechaban de ellos, «que llevamos un nuevo
mundo en el pecho y sólo soportamos el viejo con vergüenza y des -
precio».
A su condición psíquica respondía el hecho de que a las fases de pro-
funda depresión siguieran siempre arranques de voluntad fanática. Enton-
ces escribía a Else Janke que no eran los economistas ni los directores
de bancos los que conducirían a una nueva época, sino aquellos que
habían permanecido «limpios» y no se habían «manchado» las manos
«con los tesoros de un mundo sin Dios». Quería ser en un nuevo mun -
do lo que hoy no podía ser.Y si esta nueva época llegara demasiado tar -
de para él, bueno, también era grande y bello ser el precursor de una
gran época. No era el único que pensaba así. Estaba totalmente de acuer-
do con los mejores, con la juventud. «Nosotros seremos el fermento
que revoluciona y trae nueva vida. Tendremos derecho a decir la pri -
mera palabra en los nuevos tiempos. Y esta palabra será: verdad, lucha
contra la mentira y el engaño, amor». 26
Ni siquiera diez años tardaría en empezar para él la «gran época». Al
hecho de que ésta pudiera empezar contribuyó la situación que se agu-
dizó a principios de verano de 1923 en la Alemania sacudida por la cri-
sis. Mientras que el impotente gabinete de Cuno buscaba salidas de -
sesperadamente, en el territorio ocupado amenazaba con derrumbarse
la resistencia pasiva. La iniciativa pasó ahora cada vez más a los radica-
les. Hacía mucho que hombres como Leo Schlageter habían formado
unidades que cometían atentados contra las tropas de ocupación y sus
instalaciones. Éstos solamente conducían a su vez a acciones de repre -
salia sin ninguna piedad y empeoraban así la suerte de la gente. En medio
de la necesidad y de la confusión general, cometían abusos toda clase
de granujas .Víctima suya fue Joseph Goebbels en un viaje en coche de
Colonia a Rheydt. Dramatizando y esforzándose una vez más por pro-
yectar todo el caos de su tiempo a lo que le había ocurrido a él, anotó
78 Goebbek

después: «Ataque por sorpresa. Herido grave. En ambulancia a casa. (...)


Madre casi un infarto». 27
Cuando, catorce días después, el «herido grave» se restableció y regre-
só a Colonia, cayó de nuevo en profundas depresiones. Puesto que para
él la ciudad era un asco, el banco un completo sinsentido y sus ingre -
sos «iguales a cero», aunque los ceros no dejaban de crecer en su nómi-
na, volvió a llamar la atención sobre sus necesidades con amenazas de
suicidio. Sin embargo, los ánimos de Else Janke le dieron nueva fuerza.
«¡Fuera dudas! Quiero ser fuerte y creer». 28 Ahora se apercibía de los
«frenéticos tiempos» con una «secreta alegría», 29 pues en ellos parecía
anunciarse la posibilidad de un nuevo comienzo. «Sí, tiene que llegar el
caos para que la situación mejore». 30
En julio de 1923 Goebbels creía no poder aguantar más en el ban-
co. Decidió darse de baja por enfermedad, hizo en vano el «teatro» ante
dos médicos y poco después un tercero le dio de baja «por seis sema -
nas», pues entretanto el impostor había enfermado de verdad. Unos
cuantos días después se sentía ya tan bien que, como el año anterior,
pudo viajar con Else Janke a Baltrum, su «paraíso». 31 Los apacibles días
que allí vivió, de los que esperaba un sosiego interior, tuvieron sin
embargo un fin inesperado. Su amigo Richard Flisges, que para enton -
ces había dejado la carrera y se había puesto a trabajar como simple
obrero en una mina en el lago Schliersee de la Alta Baviera, había per-
dido allí la vida en un accidente minero. A la noticia Goebbels reac -
cionó con «conmoción. No soy dueño de mí mismo. Solo en el mun -
do (...). Lo he perdido todo». 32
Para erigir un «monumento literario» a Flisges, el «valiente soldado
del trabajo» que tantas veces le había apoyado durante la carrera,Joseph
Goebbels decidió escribir una novela: Michael Voormann. El destino de un
hombre a través de su diario.33 Lo único que coincide con su escrito redac-
tado cuatro años y medio antes, Los años de juventud de Michael Voor-
mann, es el nombre del héroe. A diferencia del texto completamente
autobiográfico de finales del verano de 1919, en el que «MichaelVoor-
mann» es sinónimo de Joseph Goebbels, el protagonista del año 1923
se convierte en una síntesis de Richard Flisges y Goebbels.
¡Fuera dudas! Quiero ser fuerte y creer 79

El texto es una prueba de que Joseph Goebbels ya no quería con-


formarse con su lamentable existencia —y la del «pobre pueblo perdi-
do»— que Dios permitía. Así escribió en el «preludio»: «De misterio-
sas profundidades suben en eterna transformación fuerzas de una vida
joven. La disgregación y la disolución significan en esta época más que
eso; no decadencia sino transición (...). En los corazones de los jóve-
nes arde caliente y abrasadora el ansia de la reconstrucción, de la nueva
vida y de la joven forma. Con dolor esperan ese día. En las buhardillas
de las grandes ciudades, llenas de hambre, frío y tormento espiritual, van
creciendo la esperanza y el símbolo de otro tiempo. Fe, trabajo y
anhelo son las virtudes que unen a la nueva juventud en su fáustico
impulso creador. Esto último hace que los jóvenes se unan: el espíritu
de resurgimiento, el liberarse del materialismo, el avanzar hacia la fe, el
amor, la fervorosa entrega».34
La acción, reducida al mínimo en el Michael, sirve después casi exclu-
sivamente para exponer su visión del mundo. Con el género del «dia-
rio novelado», Goebbels evitaba tener que presentarla con una lógica
de contenido. En su lugar aparece un conglomerado confuso de des-
cripciones de situación y tesis sobre un «nuevo tiempo», enriquecido
con fragmentos de la abundante literatura que había hecho suya. Ade-
más de la Biblia, ejercieron su influjo el Fausto y el Wilhelm Meister de
Goethe, las obras de Nietzsche —especialmente su Zaratustra— y los
escritos de Dostoievski.
Con el «destino del hombre» en el umbral de un «nuevo tiempo»,
que conduce a un «nuevo hombre alemán» —caracterizado por su «ins-
tinto», su «valor» y su «fe» y, por tanto, el prototipo contrario al inte-
lectual, supuestamente sin alma, consagrado al materialismo—35 el autor
«hacía añicos» de forma definitiva su «viejo mundo religioso».36
Michael/Goebbels, que había confiado en vano en la «justicia» del «Dios
cristiano», piensa que da igual en qué se crea, que lo único importan-
te es creer. Igual que si se tratara de un fetiche, jura esta creencia inde-
terminada de la que espera un mundo mejor: «¡Tú mi fe fuerte, fer-
viente, poderosa. Tú mi compañera de camino, mi orientación, mi amiga
y mi Dios!».37 Cuanto más creyera, cuanto más venerara a su fetiche,
80 Goebbels

tanta más vitalidad tendría, tanto más fuerte sería —concluía conse-
cuentemente—. No otra cosa significa cuando Michael/Goebbels dice:
«Cuanto más grande y más fuerte hago a Dios, más grande y más fuer-
te soy yo mismo».38
Si la fe de Goebbels en Cristo había vivido de sus actos y los de otros
creyentes, su nueva fe no vivía menos de los actos del hombre; mejor
dicho, de su sacrificio. Puesto que ahora la fe en sí misma se había con-
vertido en Dios, en motor, ya no se necesitaba la redención de la huma-
nidad por medio del sacrificio de Cristo. El «hombre moderno», que
lleva en sí mismo la fe y por ende a Dios, redime a su especie por su
propio sacrificio. Michael/Goebbels, el «Cristo-socialista», se sacrifica
por amor a la humanidad.39 Goebbels daba así un sentido a la muerte
en la mina y al fallecimiento de Richard Flisges, pero también a su pro-
pia vida de lisiado desempleado.
Aunque el «hombre moderno» de Goebbels se puede redimir a sí
mismo, él busca al «redentor» hecho hombre.Ya en su tesis había expre-
sado Goebbels su anhelo de encontrar un «genio fuerte». Ahora hace
preguntar a su «Michael» si no hay nadie que conozca el camino hacia
un futuro mejor.40 Al igual que Jesucristo, el hijo de su «Dios supera-
do», había servido al Creador como intercesor de su vis spiritualis cató-
lica, en el nuevo «mundo de fe» de Joseph Goebbels se necesitaba a su
vez un mediador que le diera solidez.
Con los componentes de la fe, el anhelo de encarnación de esa fe y
finalmente la autoredención a través del sacrificio, Goebbels estaba anti-
cipando las patéticas y hueras palabras pseudorreügiosas del culto nacio-
nalsocialista, con el que después se sugeriría a la gente que hacía saltar
las cadenas de la realidad. En 1925 escribió Goebbels: «Hemos apren-
dido que la política ya no es el arte de lo posible. Según las leyes de la
mecánica, lo que queremos es inalcanzable e irrealizable. Lo sabemos.
Y sin embargo seguimos actuando después de esta conclusión, porque
creemos en el milagro, en lo imposible y en lo inalcanzable. Para no-
sotros la política es el milagro de lo imposible». 41 Una y otra vez pro-
clamaría la fe en lo imposible. En el año 1933, mucho tiempo después
de haber encontrado en el Führer Adolf Hitler la encarnación de su fe,
¡Fuera dudas! Quiero ser fuerte y creer 81

podría en efecto predicar el milagro de lo imposible hecho realidad.


Incluso diez años más tarde, después de que se anunciara el final con la
catástrofe de Stalingrado, glorificada como sacrificio nacional y precio
del triunfo futuro, Goebbels lo volvería a invocar. Pero esta vez el mila -
gro no se produjo.
Después de que Joseph Goebbels acabara su Michael Voormann, dedi-
có también a la memoria de Richard Flisges, su amigo fallecido en el
accidente, un artículo en el periódico Rheydter Zeitung.42 En la «saluta-
ción de Navidad para Schliersee dirigida a una tumba callada», volvía
a celebrar su muerte como un sacrificio simbólico para el anhelado
mundo mejor. Olgi Esenwein, la novia de la víctima, a la que Goeb -
bels le envió a Suiza tanto el artículo de periódico como también más
tarde una copia del Michael Voormann, dijo que él había sido la única
persona que había comprendido a Richard Flisges en toda su «belleza
y magnanimidad», la cual, «tras pasar por toda nuestra cultura, le devol-
vía a lo sencillo, a lo natural, a lo divino». 43
Cuando en 1929, tras varios retoques, se publicaba en la editorial
nacionalsocialista Eher de Munich el Michael con el nuevo título de El
destino de un alemán a través de su diario,44 Michael/Goebbels era conse-
cuentemente un «buscador de Dios» sólo al principio. A diferencia del
texto primitivo, lo «encuentra» en el propio presente: «Existe uno que
sabe el camino.Yo quiero hacerme digno de él». 45
Si en la versión de 1923, que equivale a una huida de la miseria exis-
tente en la realidad, la fe de Michael Voormann residía en un anhelo inde-
terminado de alcanzar un «mundo mejor», ahora se expresaban de mane-
ra concreta las fuerzas buenas y sobre todo perniciosas, en cuya colisión
debía consumarse el destino de Alemania. El protagonista se convertía
en un «trabajador de frente y puño» 46 profundamente arraigado en la
germanidad, en resumen, en el prototipo del nuevo hombre nacional -
socialista. En el resto de personajes se refleja la república deWeimar tal
como la veía el autor. Ahí está la novia de Michael, Hertha Holk, que
representa la burguesía. Al igual que la Anka Stalherm de Goebbels,
Hertha Holk no puede entender a Michael, quien, además de los «ejér-
citos de negros» en el Rin,47 se queja de la desalmada y corrupta influen-
82 Goebbels

cia de los «barrigas gordas», de los judíos como la «úlcera purulenta en


el cuerpo de nuestra enferma nacionalidad alemana»48 y, por tanto, les
echa la culpa de la penuria alemana. La figura de Iwan Wienurowsky,
un revolucionario ruso, estaba marcada en la primera versión de 1923
por la fascinación de Goebbels por la Rusia de Dostoievski. Ahora el
autor hace decir al moribundo Michael, anticipando la ampliación hacia
el este establecida en el programa de Hitler: «Iwan, infame». 49 Sin que
se pudiera tratar de una manipulación posterior, en las dos versiones
«Michael» muere además con su simbólico sacrificio justamente el 30
de enero, el día en que, según la perspectiva del autor, años más tarde
se haría realidad la «nueva época» con la subida de Hitler al poder.
El periodista Heinz Pol, del Weltbühne, escribió en 1931 sobre el
Michael que era la «manifestación perfecta» de lo que los camisas par-
das llaman «el espíritu alemán y el alma alemana». Afirmaba que había
leído el libro varias veces y que sin embargo no había encontrado una
sola frase de la que se pudiera decir que tuviera «sentimiento alemán»
o estuviera escrita en un «estilo alemán». «Lo que sin embargo encon-
tré —y una prueba de ello es una de cada tres palabras— ha sido esa
desvergüenza nada alemana, absolutamente patológica», según el juicio
de Pol, «con la que un mugroso literato no deja de desgarrarse el pecho
y vociferar "los cuatro novísimos"».50
Pero volvamos al año 1923. A principios de septiembre, Goebbels
había regresado de Baltrum conmocionado por la muerte de Richard
Flisges. Poco después recibió en Rheydt la carta de despido del Dresd-
ner Bank, hecho que sin embargo ocultó a sus padres. Para dar la impre-
sión de que seguía ejerciendo su empleo, volvió a viajar a Colonia. Pero
lo cierto era que ahora él también pertenecía a la legión de los desem-
pleados. Tenía que vivir con un florín toda la semana, pues no recibía
subsidio de desempleo. Lo único constructivo que hacía era trabajar en
un «drama histórico» que llamó Der Wandereí51 [el caminante o el via-
jero], pues él mismo viajaba entre los tiempos antiguos y modernos
conforme a su autognosis.
A Goebbels la situación le parecía tan desesperante que se dedicaba
a buscar trabajo con poca energía, aunque le aseguraba a Else Janke que
¡Fuera dudas! Quiero ser fuerte y creer 83

hacía todo lo que podía y que repasaba todos los anuncios de los perió-
dicos en busca de empleos adecuados.52 Hans Goebbels, que no había
retomado el bachillerato —como en realidad había sido su intención
tras volver a casa del cautiverio francés—, sino que ejercía un trabajo
fijo en Neuss, ayudó a su hermano facilitándole la dirección de una
empresa en la que debía pedir trabajo. Joseph no podía esperar otro tipo
de apoyo de su hermano, ya que su puesto le proporcionaba «lo justo
para comer y vivir. Qué más se puede pedir en el momento actual,
cuando los ricos se hacen cada vez más ricos y los pobres cada vez más
pobres. Es verdaderamente admirable cómo los cerdos bien nutridos
siempre se las arreglan para hacer recaer toda la miseria y todas las pre-
ocupaciones, todos los pagos y deudas sobre los más pobres de entre los
pobres en Alemania».53
A mediados de septiembre, Fritz Goebbels seguía sin saber que su
hijo estaba parado, pero se había enterado de que buscaba trabajo. Con
la preocupación de que pudiera poner en peligro su puesto en el ban-
co, le hacía ver que, dada la dificultad de los tiempos, no era tan fácil
encontrar un cargo adecuado. Así pues, le aconsejaba que durante algún
tiempo lo intentara en un banco de Rheydt donde su hermano Kon-
rad tenía algunas relaciones. «Así al menos tendrías bastante para comer
y podrías esperar tranquilamente hasta que encuentres un puesto ade-
cuado para ti», decía una carta del padre,54 que sin embargo no sabía
muy bien qué hacer con las aspiraciones profesionales de su hijo y que
en todo caso daba preferencia a una ocupación estable, como por ejem-
plo en un banco.
Puesto que ni siquiera la abnegada ayuda de Else Janke podía librar
a Joseph Goebbels de pasar hambre, escribió a su padre una carta de-
sesperada confiando en que éste le pidiera que se fuera a casa. Le decía
que tenía una enfermedad nerviosa, lo que seguramente le vendría de
familia.55 Le salieron bien las cuentas. El preocupado padre rechazó esto
último enérgicamente, pero le pidió a su hijo que volviera a la casa
paterna pese a su supuesta colocación en el banco, ya que en esa difi-
cil situación no podía esperar otro tipo de ayuda. Después de qué el
padre le enviara incluso el dinero para el viaje, Joseph Goebbels
aban-
84 Goebbels

donó la ciudad catedralicia a principios de octubre de 1923 para encon-


trar refugio —como tantas otras veces en los últimos años— en el seno
de la familia.
En casa, colmado de atenciones por parte de su familia, vivió las con-
secuencias del completo desmoronamiento de la resistencia pasiva en
los territorios ocupados. Tras la caída del gabinete de Cuno, el 13 de
agosto de 1923 se formó un gobierno de gran coalición con el canci-
ller Gustav Stresemann a la cabeza. Precisamente el líder de un partido
nacional de derechas, como era el Partido Popular Alemán (Deutsche
Volkspartei, DVP), había capitulado en política exterior al dar por ter-
minada el 26 de septiembre la fracasada política obstruccionista. De los
partidos del «sistema», tan aborrecidos por Goebbels, que «cambiaban
de camisa según la conveniencia» —así escribió—, ahora ninguno admi-
tía haber estado a favor de la resistencia pasiva. «Todos sabían hace tiem-
po que saldría mal» —hasta el Kólnische Zeitung, al que él estaba abo-
nado.
En este y otros periódicos leía acerca de los conatos revolucionarios
de los derechistas e izquierdistas extremos en el Reich, en el cual el
gobierno de Stresemann había decretado el estado de excepción en
septiembre. Leía que en Sajonia y en Hamburgo crecía rápidamente la
influencia de los comunistas, leía acerca de los nacionalsocialistas de
Hitler, que daban cada vez más que hablar, pero confiaba poco en ellos
dadas las experiencias de la primavera. El «caos» que había anhelado
para que las cosas fueran a mejor le parecía ahora omnipresente. «Tur-
bulentos días de beber por desesperación», dijo haber pasado —según
escribió con gran patetismo—, pues creía tener que presenciar ahora la
caída del proyecto alemán.56
Las noticias sobre los acontecimientos de Munich del 8 y del 9 de
noviembre de 1923 le sacaron de su letargo: la «revolución nacional»
proclamada por Hitler, ¿introduciría de hecho el deseado cambio, en
vista del decreciente poder del gobierno del Reich en Berlín y tenien-
do como fondo la desesperada precariedad del país, cuya moneda esta-
ba destruida y cuya economía se encontraba profundamente arruina-
da? Pero, antes de que acabara el 8 de noviembre de 1923, los supuestos
¡Fuera dudas! Quiero ser fuerte y creer 85

aliados conservadores de Hitler se habían vuelto a distanciar de él. Cre-


yendo poder quizás forzar todavía el destino, los «traicionados», lidera-
dos por Hitler y Ludendorff, el general de la guerra mundial, formaron
al día siguiente una manifestación por el centro de Munich en direc-
ción al Ministerio de Guerra. En la Feldherrnhalle [el Pórtico de los
Generales], donde las columnas marcharon directamente contra un cor-
dón policial mientras cantaban el Oh, Deutschland hoch in Ehren [Oh,
Alemania, de alta gloria], pasó lo que pasó: un único disparo, al que
siguió un breve pero violento tiroteo. El balance: 17 muertos, numero-
sas detenciones, un golpe de Estado fracasado y en la lejana Rheydt un
decepcionado pobretón sin trabajo.
Hacia finales del año 1923 empezaron a consolidarse las cosas en el
Reich. En un principio la joven república había podido defenderse con-
tra los ataques de la derecha y de la izquierda. Cuando el 23 de noviem-
bre Stresemann dimitió tras cien días de cancillería, también se había
puesto término a la inflación y saneado la moneda alemana. Con el
marco renta (rentenmark) se había creado una estable unidad de com-
pensación del marco. Pronto fue sustituido por el marco del Reich
(reichsmark), que se mantuvo estable gracias al flujo de capital extranje-
ro que entraba en Alemania. Esto conllevó un lento despegue de la eco-
nomía y con ello una reducción del desempleo.
Puesto que el descalabro y el nuevo comienzo no tuvieron lugar,
por de pronto todo seguía siendo igual para Goebbels. Por ese motivo,
los apuros le hicieron intensificar la búsqueda de empleo.Tras haber tra-
tado ya de obtener un cargo en el Vossische Zeitung,57 en enero de 1924
envió, entre otras, una larga carta de solicitud de empleo al BerlinerTage-
blatt. En este prestigioso periódico liberal aspiraba a un puesto de redac-
tor y cifraba sus expectativas salariales en 250 marcos al mes. 58 En res-
puesta a otro anuncio de la editorial Mosse, se «tomó la libertad» de
ofrecer sus servicios como redactor. Para presentarse como un hombre
de formación universal y para dar a su curriculum la necesaria con-
tundencia, envió una relación «retocada» de sus supuestas actividades
después de terminar la carrera. De noviembre de 1921 hasta agosto de
1922 había estudiado en Bonn y en Berlín «historia moderna del tea-
86 Goebbels

tro y del periodismo». Tras dos meses de meritorio en el Westdeutsche


Landeszeitung, de octubre hasta finales de 1923 se dedicó al «estudio pri-
vado de la economía política y pública». «Amplias ramas del sistema
bancario moderno» afirmaba haber conocido durante sus nueve meses
en el Dresdner Bank. Como «ocupación secundaria» había estudiado
economía política en la Universidad de Colonia y en ocasiones había
sido colaborador de grandes diarios de la Alemania occidental. «Como
consecuencia de leves trastornos nerviosos que me causaron el trabajo
excesivo y un accidente, me vi obligado a renunciar a mi ocupación en
Colonia».59 Con todo, los esfuerzos del que ya estaba «completamente
restablecido» no tuvieron éxito.
Para que, en vista de todas estas decepciones, pudiera escribir «des-
de el fondo del alma» su amargura, Else Janke le había regalado en octu-
bre de 1923 un «libro para uso diario», es decir un diario. El 17 del mis-
mo mes empezó a anotar en él todas las noches lo que le atormentaba.
A este diario antepuso en verano de 1924 sus llamadas Erinnemngsblát-
ter [notas autobiográficas], en las que resumía su vida hasta ese mes de
octubre en estilo telegráfico. Afirmaba que escribía «porque mi pensa-
miento me resulta una tortura y un placer. Antes, cuando era domingo
y avanzaba la tarde, ya no estaba tranquilo. Entonces pesaba sobre mi
alma toda la semana con su tormento infantil. La mejor manera de
remediarlo era coger mi devocionario e ir a la iglesia. Reflexionaba
sobre todo lo bueno y lo malo que me había traído la semana, y luego
me dirigía al sacerdote y me confesaba para aliviar mi alma. Ahora, al
escribir, tengo la misma sensación. Me parece como si tuviera que ir a
confesarme. Quiero liberar mi alma hasta de la última carga».60
En esos casos siempre se justificaba ante sí mismo con la idea de que
él no era responsable de su destino. Siempre echaba la culpa al «mun-
do corrupto». Puesto que se negaba a deponer todo lo que se llaman
ideas propias, valor cívico, personalidad, carácter, para él permanecía
cerrado el acceso a ese mundo materialista 61 —escribió, refugiándose
en la visión de ser un fenómeno excepcional—.Todas esas virtudes que
él pretendía tener se las negaba a la mayoría de sus congéneres. Así, decía
del prototipo del «burgués provinciano» de Rheydt que le resultaba
¡Fuera dudas! Quiero ser fuerte y creer 87

aburrida y molesta cualquier conversación intelectual. «Son vagos has-


ta para jugar al skaf2 —algunos dicen que incluso para el coito—, no
es de extrañar que se pongan gordos, rollizos y sebosos».63
Los odiaba a todos porque se sentía apartado; pese a la carrera y al
título de doctor, o precisamente por ello, parecía seguir siendo un mar-
ginado que vivía aún a expensas de sus padres y de su prometida. «Esta
miseria de vivir a costa ajena. Me rompo la cabeza pensando cómo pue-
do poner fin a este indigno Estado»,64 escribió en su diario. En otro
sitio reconocía que «nada me espera: ninguna alegría, ningún dolor, nin-
gún deber ni ninguna tarea (...). Mísera vida, que se tiene que regir por
el maldito dinero».65 Había aprendido a odiar de manera especial el
dinero, que le faltaba desde siempre; de él —pensaba— proceden todas
las «desgracias del mundo. Es como si las riquezas fueran la encarna-
ción del mal en el principio del mundo. Odio el dinero desde lo más
hondo de mi alma».66 Sentimientos igual de hostiles albergaba contra
aquellos cuyos negocios monetarios había tenido que contribuir a rea-
lizar diariamente durante su época en el banco, contra los judíos, a los
que pertenecían también Mosse y Ullstein, quienes —así lo veía él en
cualquier caso— le habían negado el sustento.67
Respecto a los judíos no se tenían más prejuicios en la casa paterna
de Rheydt que en cualquier otra parte de la pequeña burguesía cató-
lica. Se les tenía por particularmente inteligentes y hábiles en el mane-
jo del dinero, lo que sin embargo no cambiaba nada en el hecho de que
se veía en ellos a alemanes enteramente normales, entre otras cosas por-
que habían luchado y caído en la guerra mundial por el emperador y
por la patria. Desde que Goebbels padre ascendiera a fuerza de traba-
jo, su familia mantenía relaciones de amistad con la de un abogado
judío.68 Estaban un poco orgullosos de ello, pues realzaba la propia repu-
tación. El bachiller del pie deforme había podido visitar en ocasiones
al doctor Josef Joseph —así se llamaba el prestigioso abogado— para
departir con él sobre literatura, y durante su época de estudiante había
encontrado siempre en el amigo de la literatura a alguien con quien
hablar. Ante Anka Stalherm se había quejado en su día sobre la historia
de la literatura de Adolf Bartels: «Sabes que tengo bastante aversión
88 Goebbels

a este exagerado antisemitismo (...)• No es que pueda decir que los


judíos sean mis mejores amigos, pero creo que ni con insultos ni polé-
micas, y ni siquiera con pogromos, se acaba con ellos, y aunque se pudie-
ra hacer de esta manera, sería muy indigno e inhumano». 69 Entonces
Goebbels pensaba que el mejor método contra su supuesta preponde-
rancia era hacer las cosas mejor. Eso es lo que procuró mientras estu-
diaba con Gundolf, el germanista judío al que admiraba. Después de
hacer la tesis doctoral con el «medio judío» Von Waldberg, igualmente
apreciado por él, siguió el consejo de su amigo y vecino doctor Joseph
de sacar el máximo provecho a su estudio con el profesor judío en Hei-
delberg y hacerse orador o escritor.70
Su actitud respecto a los judíos sólo empezó a cambiar desde 1922.
En esa época, su prometida Else Janke le «confesó» durante una discu-
sión debida a su dolencia en el pie que era hija de madre judía y padre
cristiano. En un principio Goebbels se mostró molesto. El «primer
encanto» —pensó— había pasado.71 Pero no cambió su actitud hacia
ella, aun cuando para él ya existiera un «problema judío». Al parecer, la
lectura de La decadencia de Occidente de Spengler le había hecho fami-
liarizarse con esas ideas. Es cierto que durante su conferencia de octu-
bre de 1922 tuvo grandes elogios para Gundolf, pero aun así juzgó las
opiniones de Spengler sobre el judaismo como «de eminente impor-
tancia». Le parecía que «aquí la cuestión judía se considera desde la raíz.
Se debería admitir que este capítulo aporta un esclarecimiento intelec-
tual de la cuestión judía».72
Con todo, fueron sus «experiencias» y «conclusiones» en el banco
las que primero llevaron este problema al centro de las preocupaciones
de Goebbels.73 El resultado fue que el «problema racial», cuyos com-
ponentes anatómicos tenía que dejar siempre de lado el hombre del pie
zambo por razones evidentes, empezó a empañar poco a poco su rela-
ción con Else Janke. Tras una de las numerosas discusiones ella le escri-
bió: «En realidad, toda la conversación que hace poco venimos mante-
niendo sobre el problema racial me importunaba claramente. No me
podía quitar la idea de la cabeza y veía realmente en este problema casi
un obstáculo para nuestra futura convivencia. Estoy firmemente con-
¡Fuera dudas! Quiero ser fuerte y creer 89

vencida de que en este aspecto piensas sin duda muy exageradamen-


te...».74
Como se desprende de sus notas autobiográficas, Goebbels esta-
ba leyendo entonces Los fundamentos del siglo xix, de Houston Ste-
wart Chamberlain.75 El británico había «desarrollado» la doctrina
racial del francés Gobineau, quien la había expuesto en su tratado
sobre La desigualdad de las razas humanas,76 y había llegado a la con-
clusión de que los arios son «el alma de la cultura» y de que sólo hay
dos razas puras: la aria y la judía. La primera, que llevaría en sí mis-
ma el legado de la Antigüedad —el arte y la filosofía griegas, el dere-
cho romano y el cristianismo— es la elegida como «raza dominan-
te» para superar el espíritu materialista imperante en la época y hacer
llegar una nueva era. La condición para ello es la «pureza» de la raza,
pues «las nobles razas humanas quedan para siempre sin alma y exclui-
das del "género que aspira a la luz" por el dogma semítico del mate-
rialismo, que en este caso y a diferencia del cristianismo se ha man-
tenido libre de todas las mezclas arias».77 La ideología de Chamberlain
—sobre el que, tras un encuentro en Bayreuth, escribiría después
eufóricamente en su diario que era el «precursor», el «pionero», el
«padre de nuestro espíritu»—78 no dejó de influir en la percepción
del Goebbels de ventiséis años.
Goebbels empezó a ver en los judíos la encarnación del materialis-
mo, del mal por antonomasia, del «anticristo»79 y, por tanto, al culpable
concreto de las desgracias de este mundo. ¿No procedían del judaismo
los protagonistas tanto del comunismo materialista y por ende corrup-
to como del capitalismo igualmente materialista y su orden democrá-
tico? Judíos eran Marx,Trotski, Rosa Luxemburgo, así como el ex minis-
tro de Exteriores del Reich Rathenau y Hugo Preuss, el creador de la
constitución de Weimar. A partir de ahí concluyó Goebbels que el «mar-
xismo es una comedia judía que trata de castrar y depravar a los pue-
blos conscientes de su raza».80 El comunismo y el capitalismo o, como
diría Goebbels más tarde, el «marxismo y la bolsa» perseguían en su opi-
nión un único objetivo común: «la completa eliminación de cualquier
poder nacional, el traslado de toda economía al poder de uno solo: el
90 Goebbels

capital bursátil de Judas»81 —en la guerra mundial y en la época del «sis-


tema» veía los indicios de ello.
El camino hacia un mundo mejor —pensaba Goebbels— pasaba
primero por la lucha contra la supuesta hegemonía del «judaismo inter -
nacional». La decadencia de Occidente, que Spengler predijo en el paso
de la «cultura» a una etapa final de materialismo desalmado, la «civili-
zación», podía evitarse desde el punto de vista de Goebbels con la «supre-
sión» del judaismo. De nosotros depende, del «nuevo hombre» —había
dicho Goebbels— superar el temor a la decadencia profetizado por
Spengler.82
Aunque semejantes «convicciones» conferían al conjunto una dimen-
sión gigantesca, al principio aún no se atrevía a expresarlas o a refle -
xionar siquiera sobre las consecuencias resultantes. Por de pronto se
conformaba con invectivas directas contra los judíos, que escribía desde
el fondo del alma. En sus diarios tempranos se pueden leer descali-
ficaciones como «puercos», «traidores» y «vampiros». Al comienzo a veces
le asaltaban los escrúpulos, cuando por ejemplo añadía que al hombre
le es muy difícil salirse de su pellejo, pero que el suyo era ahora «par -
cialmente antisemita». 83 Sólo cuando se sintió respaldado por gente de
idéntica o parecida opinión y había encontrado al Führer que debía
seguir, sus escrúpulos cedieron ante «la implacable lógica de lo que debe
ser y de lo que estamos dispuestos a hacer porque así debe ser». 84
Capítulo 4

¿QUIÉN ES ESTE HOMBRE? MITAD PLEBEYO,


MITAD DIOS. ¿EL CRISTO VERDADERO
o SÓLO SAN JUAN?
(1924-1926)

D esde su vuelta a casa en octubre de 1923, Goebbels vivía retirado


en el hogar paterno de la Dahlener Strasse. Evitaba encontrarse
con la gente, estaba descontento con su suerte, que equiparaba a la de
la nación, y se refugiaba cada vez más en su fe en un «mundo justo»,
que tenía que llegar al igual que su precursor. En junio había anhelado
un «Florian Geyer de nuestro tiempo, que clave el puñal en medio del
corazón a la discordia alemana»,1 y también en su Michael había buscado
una personalidad que pudiera conocer el camino.2 Ahora —a principios
del año 1924— Goebbels empezó a atribuir este papel a un hombre, a
una persona real, Adolf Hitler.
En este sentido, el momento desencadenante fue al parecer el pro-
ceso por alta traición que tuvo lugar en febrero en Munich, durante el
cual el fracasado golpista de noviembre, alentado por la disposición
sumamente benévola del tribunal, utilizó el banquillo de acusado como
tribuna de orador. Defendió el golpe como un acto patriótico que no
tenía nada que ver con la «vergonzosa traición» de los revolucionarios
de 1918. Así pues, en ese día del proceso Hitler ganó nuevos partida-
rios, y cuando al final de mes los jueces dictaron su sentencia extrema-
damente benigna —cinco años de prisión—, en amplios sectores de la
opinión pública alemana las simpatías estaban del lado del protagonis-
ta, Hitler.
Al parecer, Goebbels también se contaba ahora entre sus admirado-
res. Hitler había dicho exactamente lo que él pensaba —escribió dos años
92 Goebbels

después—, pues había expresado algo más «que el propio tormento y la


propia lucha. Aludió a la miseria de toda una generación, que busca hom-
bres y misiones con una confusa impaciencia. Lo que dijo es el catecis-
mo de la nueva fe política en medio de la desesperación de un mundo
sin dios que se desmorona. No se quedó callado. Un dios le inspiró que
dijera lo que estamos sufriendo. Expresó nuestro tormento en palabras
consoladoras, formuló frases de confianza en el milagro venidero».3
En cualquier caso, en la primavera de 1924 a Goebbels le había entra-
do la curiosidad por saber qué se escondía detrás de ese hombre y de
su partido. Por ese motivo se juntaba de vez en cuando con su antiguo
compañero de clase Fritz Prang. Éste, hijo de un empresario, que se
preocupaba un poco por el pobretón desempleado, contribuyó a impulsar
la causa del NSDAP en la ilegalidad. La prohibición del partido impuesta
en Renania tras el golpe de Hitler había obligado a los nacionalso-
cialistas a improvisar. Junto con el Partido Nacional Alemán de la Liber-
tad (Deutschvólkische Freiheitspartei,DVFrP), readmitido desde febrero
de 1924, y obviando diferencias ideológicas no dirimidas, formaron para
las elecciones al Parlamento del 4 de mayo de 1924 la Unión del Par-
tido Nacional Alemán de la Libertad y el NSDAP (Vereinigte Deutsch-
vólkische Freiheitspartei und NSDAP)4 que se presentaba en Renania
como Bloque Nacional Social. La base de esta alianza electoral, en la
que el Partido Nacional Alemán de la Libertad seguía existiendo como
organización propia, fue un programa de compromiso aprobado el 16
de marzo de 1924, que constaba de 59 puntos con una orientación
estrictamente antisemita y el llamamiento a la lucha contra el parla-
mentarismo, el «mammonismo» y el «marxismo». El 8 de abril de 1924,
en el barrio de Elberfeld, en Wuppertal, y cinco días más tarde en el de
Barmen, con Erich Koch como orador —el empleado ferroviario com-
pañero de lucha de Schlageter—, tuvo lugar una asamblea constituyente
del Bloque Nacional Social, que obtuvo en las elecciones un más que
considerable éxito con un 6,5 por ciento de media en el Reich. 5 En
Rheydt, los nacional-sociales consiguieron un número no desdeñable
de 738 votos y pudieron mandar un representante al ayuntamiento, ya
que a las elecciones del Parlamento se unían las de los concejales.6
¿Quién es este hombre? Mitad plebeyo, mitad dios... 93

A partir de entonces, Goebbels también participó de vez en cuando


en los debates vespertinos del bloque, como en junio de 1924, cuando
acompañó a Prang a un encuentro del DVFrP en el distrito de Elber-feld,
en Wuppertal. Anotó, decepcionado, en su diario: «Así que éstos son
los líderes del movimiento nacional en el territorio ocupado.Vosotros
judíos y señores franceses y belgas no necesitáis tener miedo. Con éstos
estáis seguros. Pocas veces he asistido a una asamblea en la que se
desvariara tanto».7 Si se abstuvo de hacer críticas durante el acto fue
porque Friedrich Wiegershaus, concejal de Elberfeld y líder del parti-
do, publicaba un pequeño periódico de lucha bajo el título de Vólkis-
che Freiheit [Libertad nacional] en el que Goebbels quería colocar algu-
nos artículos. Con la mediación de Prang, Wiegershaus accedió, pues
tenía dificultades para llenar el periódico, que salía con irregularidad.
Así regresó Goebbels de Elberfeld con el encargo de escribir cinco artí-
culos, pero sin que se le hubieran ofrecido honorarios por ello. Lo que
además se llevó ese día de Elberfeld fue la certeza de adonde dirigirse,
no hacia los «viejos», que querían mejorar la política concreta en el sen-
tido de la Alemania imperial, sino hacia aquellos que en principio no
querían ejercer una política constructiva, sino hacer tabula rasa, es decir,
«hacia los jóvenes, que desean realmente el hombre nuevo (...).Debo
ir mejor hacia Munich que hacia Berlín».8
Sólo a unos pocos kilómetros de Munich, en la prisión militar de
Landsberg, se encontraba el hombre que en adelante iba a arraigarse en
su conciencia con mayor fuerza cada vez. Su papel tenía algo de apari-
ción, pues había abandonado la escena política tan pronto como la había
pisado. Precisamente porque no lo conocía, porque no se oía nada de
él mientras estaba en prisión, porque se hablaba menos de él de lo que
se conjeturaba, porque se embellecían muchas cosas, Goebbels empe-
zó a proyectar en aquel Hitler su anhelo de la idea salvadora y del hom-
bre de acción. «Si Hitler estuviera libre...», así lo expresó el 30 de junio
de 1924 en su diario, y continuó escribiendo durante algunas líneas más
que tenía que conocer pronto a un líder nacional, «para que pueda vol-
ver a coger nuevo aliento y nueva seguridad en mí mismo. Así pasa
siempre».9
94 Goebbels

A un líder nacional —aunque no fuera Hitler— iba a conocer pron-


to Goebbels. A principios de agosto, Prang le anunció que le llevaría a
Weimar para el encuentro de los grupos y partidos nacionales de todo
el Reich.Ya a mediados de julio se habían congregado allí los líderes
del DVFrP con los de las organizaciones sucesoras del NSDAP, ilegali-
zado desde el golpe de Hitler, para acordar la unificación definitiva. El
plan fracasó, pero se acometería un nuevo intento en el encuentro con-
vocado para el 17 y el 18 de agosto en Weimar.
Cuando llegó el día anhelado por Goebbels, Prang le tuvo que comu-
nicar cuando ya estaba listo para viajar en el andén que, contra lo espe-
rado, no había podido conseguir el importe del billete para éste. Mien-
tras que el amigo partió solo en dirección a Weimar, el decepcionado
Goebbels se consoló diciéndose que el congreso de un partido era des-
pués de todo «algo terrible».10 Pero cuando finalmente sí que llegó el
dinero del billete, volvió a cambiar de opinión igual de rápido y siguió
entusiasmado a Prang hasta Weimar. Éste sería uno de los aconteci-
mientos que le iban a abrir nuevas perspectivas, pues introdujo al joven
Goebbels —que desde hacía tanto tiempo había albergado vanas espe-
ranzas de poder ganarse la vida como escritor libre o periodista inde-
pendiente— definitivamente en la política y, por ende, en el camino
hacia Hitler.
Por primera vez en su vida, Goebbels viajó al corazón del Reich,
del cual llegaría a ser el poderoso ministro de Propaganda en menos de
nueve años. Puesto que había dejado atrás por poco tiempo su pobre y
gris existencia, cuando se acercaba a su destino tras horas de viaje en
tren se levantó para él un «espléndido día»: «Bebra. Café. Seguimos. Eise-
nach. El castillo de Wartburg se esconde entre la niebla. Seguimos. De-
jamos atrás carreteras y pueblos... el tren entra silbando en un valle
cerrado. Brilla una ciudad roja: Weimar», el «lugar de la feliz cultura de
un tiempo más hermoso».11 Al instante se apresura por las calles en direc-
ción al Teatro Nacional, donde tenía lugar el congreso, sumamente
modesto. A cada paso piensa en Goethe. «Weimar es Goethe», se decía
con entusiasmo; cuando por fin llegó, se alegró en el alma al verse entre
la «bendita juventud» que luchaba con él.
¿Quién es este hombre? Mitad plebeyo, mitad dios... 95

En el Teatro Nacional, donde encontró a Prang, se le heló poco des-


pués la sangre en las venas, pues vio al «gran hombre» que durante la
guerra había regido los destinos de millones de personas: el general
Erich Ludendorff. Con su presencia Goebbels se sentía rodeado de his-
toria. Pronto se encontró también en el grupo de «jóvenes idealistas
alemanes», con un porte marcial y «cara a cara» con el «gran hombre»
de la guerra mundial. «Escucha a todos (.. .).Yo también hablo. Le expon-
go las circunstancias. Me presta atención y asiente en señal de aproba-
ción. Me da la razón. Me observa fijamente. De arriba abajo. No pare-
ce descontento». Así, Goebbels, receptivo al reconocimiento, se dejó
entusiasmar de inmediato por el viejo general. Con él dejó de lado
«muchas objeciones escépticas» y le dio «el último y firme crédito». Así
y todo, Goebbels no vio en él, que tenía casi sesenta años, al «líder nato»
de la juventud alemana. Si acaso, sólo podría serlo a ojos de Goebbels
el encarcelado en la prisión de Landsberg.
EnWeimar Goebbels encontró también a otros hombres del «movi-
miento», como por ejemplo al diputado parlamentario y fundador del
DVFrP Albert von Graefe. De él dijo que era un «nacional de pura
cepa», un aristócrata de cuna con una chaqueta diplomática negra. Allí
también estaban Gregor Strasser, «el apacible farmacéutico de Bavie-
ra. Alto, algo relleno, con una profunda voz de contrabajo de cervece-
ría», uno de los hombres más importantes del NSDAP, así como su
cofundador Gottfried Feder, el «estudiante corporativo» que es el «nacio-
nal político-financiero». Goebbels conoció además a Julius Streicher,
que había creado el periódico demagógico antisemita Der Stürmer [El
asaltante]. Él era «el fanático de labios apretados. Un furibundo. Qui-
zás algo patológico. Pero está bien así.También necesitamos a esos (...).
Hitler también tiene que sacar algún partido». Finalmente también se
encontraban allí los «altos señores» de Renania, Koch y Ernst zu Reven-
tlow, el «conde inteligente y sarcástico, político internacional del movi-
miento», quien —si se da crédito a los informes de los periódicos—
negoció en 1923 con los principales representantes del KPD [siglas
germanas del Partido Comunista de Alemania] una coalición de ambos
partidos.12
96 Goebbels

Junto a los «soldados de la guardia de Hitler», los hombres del terri-


torio ocupado eran el centro de atención en Weimar. «Se nos celebra a
los renanos como a héroes. Combatientes de la Marca Occidental»,
escribió Goebbels, que se veía especialmente realzado por ello. Se sen-
tía como entonces, en el año 1914, pues en este círculo dejaba de ser
por fin el marginado huraño. Aquí en Weimar podía distinguirse por
sus ideas, a las que Ludendorff se había poco menos que adherido. Se
sentía protegido entre la «élite de los íntegros y leales», a la que para él
habían ascendido de inmediato los presentes. «Como en una casa gran-
de con muchos niños (...). Eso reconforta mucho y da una gran segu-
ridad y satisfacción. Por así decir, una gran confraternidad. Con el espí-
ritu del pueblo. Combatientes de un mismo frente. Bajo la señal de la
esvástica». Así pues, sintió «un escalofrío por la espalda» mientras estaba
delante del Teatro Nacional durante la ceremonia de clausura, donde
hombres de todas las partes del Reich desfilaban delante de los líderes
portando banderas con la esvástica, donde se entonaban las canciones del
«movimiento» y se pronunciaban enérgicos discursos de despedida que
se interrumpían con «estrepitosos vivas» cuando salía el nombre de
Hitler. Después de que nacionales y nacionalsocialistas se unieran
—bajo el liderazgo a escala del Reich de Graefe, Ludendorff y Gregor
Strasser— en el Movimiento Nacionalsocialista por la Libertad de la
Gran Alemania (Nationalsozialistische Freiheitsbewegung Grossdeuts-
chlands, NSFB), sumamente frágil y no exento de controversias ideo-
lógicas, Goebbels escribió casi a modo de conclusión de su estancia en
Weimar: «La cuestión nacional está relacionada para mí con todas las
cuestiones del espíritu y de la religión. Empiezo a pensar a la manera
nacional. Ya no tiene nada que ver con la política. Es un modo de ver
el mundo».
Lleno de fe en una «misión más elevada», en adelante Goebbels se
puso por entero al servicio de esa visión del mundo, que describió en
sus artículos para el periódico Volkische Freiheit como «resultado del
sentimiento social del siglo XX» y «magnífico intento de resolver la cues-
tión social por la vía nacional».13 El 21 de agosto fundó junto con Prang
una delegación local en Gladbach del Movimiento Nacionalsocialista
¿Quién es este hombre? Mitad plebeyo, mitad dios... 97

por la Libertad de la Gran Alemania, 14 unión que al parecer se hizo


efectiva, pese a todos los obstáculos, al menos en el distrito de Rena-
nia-Norte. Las primeras reuniones en Rheydt tuvieron lugar en la his -
tórica cervecería de Batze-Móhn y en el local de Caumann en la Augus-
tastrasse,15 durante las cuales Goebbels y Prang familiarizaban a los pocos
asistentes con el ideario nacional y nacionalsocialista. Otros días corrí -
an de un debate a otro, sin importar si lo organizaban los nacionales,
los socialdemócratas o los comunistas. Un primer conflicto con las auto-
ridades de la ocupación belga y un serio interrogatorio 16 tampoco pudie-
ron hacerle desistir de emplear toda su energía en ganar adeptos. «Así,
nosotros, los apóstoles del nuevo pensamiento, tenemos que despertar
al pueblo. Alemania tiene que salir del sueño». 17
En uno de esos actos fue cuando Goebbels hizo su debut como ora-
dor. Según informó Prang a finales de los años cincuenta, Goebbels fue
cojeando vacilante hasta el estrado y allí ofreció una imagen extraña,
con una chaqueta demasiado grande sobre su delgado cuerpo. Además,
el «queridos compatriotas alemanes» con el que se dirigió a los comu-
nistas allí reunidos los sacó de quicio al instante. Al ser tildado de «explo-
tador capitalista» por alguien enfurecido, le invitó sagazmente a subir al
estrado para que enseñara el dinero que llevaba consigo. Mientras gri -
taba a la gente «así veremos quién de nosotros tiene más dinero», sacó
sin vacilar su gastado monedero y al agitarlo cayeron unas cuantas mone-
das de diez pfennigs en la tribuna del orador. Así resolvió Goebbels la
situación a su favor y pudo seguir hablando. 1-
Las siguientes intervenciones también dieron a Goebbels la impre-
sión de ser un orador de talento, con y sin texto escrito. Decía que las
ideas le venían «solas». Hablaba de cosas que le preocupaban a él, pero
sobre todo de la injusticia social. Puesto que los problemas de sus oyen -
tes, sus necesidades e inquietudes eran al fin y al cabo las suyas propias,
sabía cómo se sentían, lograba expresar sus emociones. Decía «exacta-
mente lo que pensaban» y así conseguía que atendieran a su interpre -
tación del «mundo materialista sin alma», la «fiesta de locos de los bol -
cheviques y judíos». En sus intervenciones procuraba que le siguiera
hasta la última persona. Sabía explicar a la gente las «irrefutables con-
98 Goebbels

secuencias» y movilizar a sus oyentes. Allí donde hablaba —primero


sólo en el entorno de Rheydt, pero pronto en toda Renania— con-
vertía las salas y las trastiendas de las tabernas llenas de humo en un
auténtico revuelo. Ya en septiembre de 1924 escribió satisfecho en su
diario que su fama de orador se extendía «por las filas de los adictos al
pensamiento nacionalsocialista en toda Renania».19
El 1 de octubre de 1924 Goebbels obtuvo el puesto de redactor del
Vólkische Freiheit,2® que, reeditado por Wiegershaus, se presentaba como
periódico de lucha territorial del «Movimiento Libertario Nacional-
socialista por una Gran Alemania nacional-social», tal como figuraba en
la cabecera del periódico sabatino. En calidad de redactor, Goebbels
viajaba todos los jueves y viernes a Wuppertal-Elberfeld para dirigir las
correcciones y la compaginación.21 El resto de los días de la semana
escribía artículos, siempre y cuando no estuviera de viaje para «predi-
car». Aunque estaba completamente sobrecargado de trabajo, ahora vol-
vía a estar relativamente satisfecho después de mucho tiempo, pues había
«encontrado un objetivo firme, en el que tengo puesta la vista sin cesar:
¡Libertad para Alemania! (...) Me alegro de que mis fuerzas estén aho-
ra al servicio de una gran misión. Es cierto que nuestro periódico de
Elberfeld es todavía de poca monta, pero para eso soy joven y atrevido,
para hacer de él algo decente.Yo mismo me tengo que forjar mi fama,
pues no hay nadie que a mí, pobre diablo, me lo dé todo hecho».22
Goebbels escribía para el Vólkische Freiheit artículos polémicos con
un estilo logrado. Ahí estaba el «Diario político», continuado casi en
cada edición, en el que denunciaba críticamente todos los aconteci-
mientos posibles de la política exterior, como por ejemplo el Plan Dawes,
con el que los vencedores fijaron de nuevo la cuantía de las reparacio-
nes, o en política interior los supuestos delitos de los «corruptos polí-
ticos del sistema». En los «Reflejos de luz»,23 que firmaba como «Ulex»,
su antiguo nombre de la corporación estudiantil, sacaba breves noticias
que iban desde lo irónico a lo ridículo, pasando por lo grotesco, como
por ejemplo sobre el canciller del Reich Marx: «Su política fue a menu-
do cualquier cosa menos buena. Pero siempre fue bienintencionada y
sincera. Se ha dejado engañar a menudo por los demás, pero él no ha
¿Quién es este hombre? Mitad plebeyo, mitad dios... 99

querido nunca engañar a nadie».24 En esta misma sección atacaba sobre


todo a prominentes periodistas judíos, como al «granuja judío Jakob Cohn,
alias Jackie Coogan», a Siegfried Jacobsohn, el editor del Weltbühne, o
a Theodore WolfF del renombrado Berliner Tageblatt, a quien una vez le
solicitó trabajo en vano, de lo cual ahora se estaba vengando.
Además de las secciones que se repetían con regularidad, entre las
que también se contaban los artículos «De mi carpeta del día», el redac -
tor del Volkische Freiheit, quien en algunos números escribía personal-
mente dos tercios del pequeño periódico —la mayoría de las veces tenía
cuatro o cinco páginas— redactaba también patéticos artículos de fon-
do como «Catástrofe del liberalismo», 25 «El fiasco de la literatura ale-
mana moderna»,26 «Industria y bolsa»,27 o «Cuestiones culturales nacio-
nales»,28 en los que propagaba una y otra vez las tesis centrales de su
ideario. En su tratado sobre el «Problema del líder» 29 pone de relieve
los puntos débiles del «sistema» de manera demasiado enfática, pero aun
así certera: «El líder democrático es un líder por gracia de las masas.
Tiene que favorecer constantemente los bajos instintos de las masas para
mantenerse con vida. Trabaja para el día y no para la época. Su obra es
para el partido y no para la generación. Se ve obligado de continuo a
presentar al pueblo éxitos momentáneos, de lo contrario es barrido por
sus insatisfechos votantes (...) así prefiere llevar a la nación a la ruina
nacional, de un éxito pasajero a otro. Por otra parte, muy pronto se ve
abocado a la más abrumadora dependencia de los poderes del dinero y
del negocio. Sí, sólo sube a través de estos poderes, éstos determinan su
elección y él se degrada a sí mismo al estatus de mercenario de la bolsa
y del capital. Así se ve coartado en su actuación política por ambas
partes. Por una parte tiene que ganarse el veleidoso aplauso del pueblo,
por otra rendir pleitesía al peligroso poder del dinero».
Al político democrático así caracterizado oponía Goebbels el «ideal
heroico del Führer». En su opinión, uno de los mayores méritos del
movimiento nacional en cuanto al proyecto alemán era que se hubie ra
realzado claramente este «ideal heroico del Führer». «No es la masa la
que lleva en sí el proyecto de futuro, sino el individuo fuerte, que tie ne
el valor y la voluntad de vivir y de sacrificarse. La masa está muer-
100 Goebbels

ta, ¿cómo va a alumbrar nueva vida? Pero el hombre fuerte está vivo.
Tiene vida e infunde vida.Tiene fuerza para despertar a los muertos. A
nosotros nos corresponde creer en esta fuerza y confiar en ella, servir la
solícita y desinteresadamente». 30
Aunque Goebbels no mencionaba el nombre de Hitler en este art í-
culo del Vólkische Freiheit del 20 de septiembre de 1924, no dejaba lugar
a dudas de que veía en él la encarnación del «ideal heroico del Führer»,
pues el redactor de este periódico de lucha colocó debajo de su artí -
culo unas palabras de Hitler a los jóvenes. Incluso dedicó el Vólkische
Freiheit del 8 de noviembre 31 exclusivamente a Hitler, detenido en la
prisión militar de Landsberg. Adornaba la primera página del «número
de Adolf Hitler», bajo el título de «Al gran tamborilero por el rena-
cimiento nacional», un retrato suyo dibujado junto con la demanda de
que fuera devuelto al pueblo alemán. En el «Diario político» de la
siguiente edición celebraba a Hitler como al «gran apóstol alemán» que
tenía que padecer por sus ideas. Era el destino de todos los grandes
hombres ser despreciados y perseguidos por sus creencias, escribió Goeb-
bels, asegurando acto seguido que millones de corazones seguían latien-
do con una fe absoluta «en el único». En qué medida el redactor, para
disgusto de su editor nacional Wiegershaus, había elegido ya entonces
como mediador de su fe a aquel Hitler con el que no se había encon -
trado nunca y del que no había leído nada, lo ponen de manifiesto sus
demás comentarios laudatorios: «Él nos ha vuelto a enseñar la vieja leal-
tad alemana; vamos a mantenerla hasta la victoria o hasta la caída. Agra-
dezcamos al destino que nos haya dado a este hombre, el timonel en la
necesidad, el apóstol de la verdad, el guía hacia la libertad, el adepto, el
fanático del amor, el que clama en la lucha, el héroe de la lealtad, el sím-
bolo de la conciencia alemana». 32
Aun cuando el distrito de Renania-Norte exigiera al gobierno báva-
ro que liberara a Hitler inmediatamente y además telegrafiara al preso
que confiaban «en que nuestro Führer (...) volviera a tocar pronto el
tambor de la libertad», 33 sin embargo persistían aquí también las dife-
rencias entre los nacionales y los nacionalsocialistas. Los frentes se recru-
decieron con el resultado del 7 de diciembre en las segundas eleccio-
¿Quién es este hombre? Mitad plebeyo, mitad dios... 101

nes al Parlamento del año 1924, en las cuales el número de votos para
el Movimiento Nacionalsocialista por la Libertad de la Gran Alemania
bajó en más de un millón hasta los 907.000 (en el distrito de Renania-
Norte el movimiento cayó del 6,4 al 1,25 por ciento). Goebbels escri -
bió en el Volkische Freiheit con toda franqueza de qué lado estaba bajo
el título «La necesidad del momento. ¡Unirse!». Echaba la culpa de la
«batalla perdida» a los nacionales. «Necesitamos luchadores, no cobar-
des, no burgueses, no caciques y no mandatarios». No, el movimiento
necesita luchadores «que lleven en nosotros el pensamiento nacional -
socialista puro (...) la adhesión incondicional al socialismo,que es nues-
tro destino y nuestra histórica misión universal (...) a una nueva fe, a
la firme confianza en la victoria definitiva». Exhortaba enérgicamente
a sus compatriotas a poner la idea «por encima de todo (...) entonces
encontraremos el valor para, en la lucha por esta idea, pasar por enci -
ma de cosas y personas con la seguridad intuitiva del revolucionario
nato».34
El preludio de «Leipzig», que, como había escrito Goebbels en su
llamamiento a la «unión», seguiría al de «Jena», comenzó justo el día en
que salió el Volkische Freiheit con los comentarios de su redactor sobre
las elecciones parlamentarias. Probablemente el mal resultado del movi-
miento abrió a Hitler la puerta de la prisión militar de Landsberg el 20
de diciembre de 1924, después de menos de nueve meses, aunque esta -
ba condenado a cinco años de arresto. Caminaba hacia la libertad un
hombre que ya mucho antes de su excarcelación había anunciado que
haría una «clara criba» entre sus partidarios planteándoles una única pre-
gunta: «¿Quién debe ser el Führer político?». 35 Planteársela al pequeño
redactor cojo del Volkische Freiheit estaba de más. Éste celebró exalta-
damente a Hitler, al que seguía sin conocer, como «la encarnación de
nuestra fe y de nuestra idea. La juventud de Alemania vuelve a tener a
su Führer. Esperamos su consigna». 36
La consigna dada por Hitler fue la separación de los nacionales, a los
cuales en la primera parte de Mi lucha, que acababa de terminar, desig-
naba como «sonámbulos» a los que se deja decir disparates para reírse
de ellos,37 y la nueva fundación del NSDAP, cuya prohibición se levan-
102 Goebbels

tó en todo el Reich en febrero de 1925. El 26 de febrero volvió a salir


por primera vez el Volkischer Beobachter [Observador nacional]. En el edi-
torial de Hitler «Un nuevo comienzo», en las «directrices para la orga-
nización del partido» publicadas al mismo tiempo y en su discurso del
día siguiente cuidadosamente escenificado en la cervecería de Munich
Bürgerbráukeller, reivindicaba el liderazgo en solitario rechazando todas
las condiciones y exhortando a los compañeros del partido a poner fin
a la discordia y a hacer política. Puesto que fue ensalzado, y no sólo por
Goebbels, logró con una única intervención lo que Ludendorff, Stras-
ser y otros se habían esforzado en vano por conseguir durante su ausen-
cia: la unidad del movimiento.
Hitler confió la nueva organización del NSDAP en la Alemania
noroccidental exclusivamente a Gregor Strasser, que estaba plenamen-
te comprometido con él. «Si vivo por una idea, seguiré y me declararé
partidario de aquel de quien sé que impulsa mi idea suprema de la
manera más enérgica y con la mayor probabilidad de éxito». 38 El recio
y sobrio descendiente de la alta burguesía bajo-bávara, con sus ideas de
un socialismo alemán muy próximas a las de Goebbels —aunque por
una motivación bien distinta— se puso así al servicio del nacionalso-
cialismo y se convirtió en organizador del movimiento de Hitler. A tra-
vés de él, con quien Goebbels ya había hablado una vez el año anterior
durante la conmemoración de Tannenberg en Elberfeld,39 tuvo que
pasar el camino de Goebbels hacia Hitler. Por eso, ya antes de que aca-
bara el año 1924, el elocuente orador y propagandista del pie torcido
se había dirigido a Karl Kaufmann, persona de confianza de Strasser a
la que había conocido en las elecciones parlamentarias de 1924. 40 Al
antiguo «combatiente del Ruhr» y del cuerpo franco, quien antes del
golpe de noviembre en Munich ya había enviado a Hitler desde Elber-
feld pruebas de lealtad,41 Goebbels intentó ofrecerle sus servicios, pues
sabía que sus días como redactor del Volkische Freiheit conWiegershaus
como editor estaban contados. En efecto, el 20 de enero de 1925 éste
le envió su despido de facto. Después de que los amigos de Goebbels
hubieran declarado ahora que la separación de los nacionales ya se había
llevado a cabo —argumentó Wiegershaus— él podía «dar por hecho
¿Quién es este hombre? Mitad plebeyo, mitad dios... 103

que usted renuncia por decisión propia a proseguir con la redacción».42


Con la retirada de Goebbels, el Volkische Freiheit también suspendió su
publicación.
Sólo cuando el 22 de febrero de 1925 se inauguró en Hamm la
nueva organización del NSDAP en el norte de Alemania bajo la direc-
ción de Gregor Strasser, se vislumbró una posibilidad de trabajo para
Goebbels, que se había afiliado de inmediato al partido.43 En marzo,
durante un encuentro de líderes nacionalsocialistas en Harburg, fue
nombrado, a propuesta de Kaufmann, secretario general del distrito
Renania-Norte,44 cuya dirección se encomendó al escritor germano-
báltico Axel Ripke. Según se desprende de los informes de la policía
de Wuppertal, que observaba al NSDAP por su orientación anticons-
titucional, Goebbels, que se había instalado en una pequeña y barata
vivienda de la calle Holzerstrasse de Elberfeld, aparecía ahora en cali-
dad de secretario general «en todos los actos solemnes (...) como ora-
dor; además es el encargado de las tardes de conversación establecidas
por el líder K. Kaufmann de la delegación local del NSDAP en Elber-
feld».45
Ahora se repetían las apariciones de Goebbels, que entretanto había
descubierto por medio de la práctica el efecto de la palabra hablada.
Entre el 1 de octubre de 1924 y el 1 de octubre de 1925 pronunció
189 discursos incendiarios, sobre todo en Renania y en el resto del
noroeste del Reich. Una de sus «grandes» intervenciones tuvo lugar
durante la conmemoración de Schlageter en la extensión de Golzheim
en Dusseldorf, cuando habló delante de 1.300 asistentes. El militante
de la resistencia ejecutado allí en el verano del año anterior por las tro-
pas de ocupación francesas fue glorificado como mártir de la «guerra
del Ruhr». Convencido del particular efecto emocional que provoca-
ba entre los oyentes el destino del individuo como «víctima», el secre-
tario general del distrito pronto «descubrió» a Hans Hustert, miembro
de un cuerpo franco que cumplía condena en presidio por el atentado
con ácido cianhídrico que perpetró contra el alcalde de Kassel, Schei-
demann. Este, que había proclamado la república en 1918, se había con
vertido en un símbolo de la «época del sistema».
104 Goebbels

Los grupos a los que se dirigían los nacionalsocialistas eran, además


de los pequeñoburgueses que se estaban empobreciendo, los trabaja-
dores y los desempleados; el principal adversario era por tanto el pode-
roso Partido Comunista, que al igual que el NSDAP alegaba querer sus-
tituir la república de Weimar por un «justo orden social». Así pues, la
agitación del NSDAP y de su orador Goebbels se tenía que dirigir en
primer lugar contra el KPD, si es que el partido quería superar sus
comienzos sectarios y convertirse en un movimiento de lucha con una
adhesión fanática de las masas. Las consecuencias fueron en ocasiones
serios encontronazos con los comunistas, como por ejemplo a princi-
pios de junio durante una consagración de la bandera en la zona mon-
tañosa de Remscheid. Los dos partidos arremetieron uno contra otro
como fuera de sí. Se detuvo a 120 comunistas, dos policías resultaron
heridos de bala dum-dum y él estuvo «en medio de todo», apuntó Goeb-
bels, que no evitó el peligro porque, si antes no había sido apto para el
servicio militar, ahora podía por fin mostrar a los demás que no le fal-
taba valor.46
En el blanco de la agitación goebbeliana contra el odiado «sistema»
se encontraba desde primavera sobre todo la política exterior de Stre-
semann. Sin ni siquiera haberlo analizado de cerca, introdujo a la fuer-
za dentro de su corsé ideológico el tratado de Locarno, que se estaba
perfilando —con el que el Reich reconocía las fronteras occidentales
existentes, siendo desalojada a cambio antes de tiempo una parte del
territorio ocupado—, así como las negociaciones sobre el pacto de segu-
ridad con la Unión Soviética. A sus ojos, la exitosa política exterior de
Stresemann se convirtió en una «funesta mezcla de engaño, cinismo,
infamia y fariseísmo»,47 cuyo verdadero trasfondo era la «conjuración
internacional del judaismo», que utilizaba el capitalismo y el marxismo
para sus aspiraciones hegemónicas mundiales.
Como secretario general del distrito, Goebbels se dedicó en ade-
lante de manera más intensiva a la organización de la propaganda. Con
Prang ya había discutido al respecto en calidad de redactor del Volkis-
che Freiheit. Había conseguido ganarse al amigo para tres artículos en
serie sobre los principios de un trabajo propagandístico adecuado a los
¿Quién es este hombre? Mitad plebeyo, mitad dios... 105

tiempos.48 Puesto que se creía que sólo se podía movilizar a las masas
por medio de un «aparato de prensa y propaganda metódicamente de -
sarrollado», estaba claro, como escribía Prang, que el trabajo debía comen-
zar en las delegaciones locales. Su «misión más distinguida» consiste en
«crear también, aparte de la directiva (...) un puesto de propagandista
o, para hablar en lenguaje de negocios, de jefe publicitario, que sólo se
podría encomendar a un simpatizante resuelto, enérgico y entendido
en cuestiones nacionales. Este hombre tiene que dedicar toda su aten -
ción, dentro del ámbito propagandístico a su cargo, a difundir el perió -
dico oficial del distrito y a distribuir folletos y material propagandísti-
co».49
Goebbels trabajaba ahora a nivel de distrito según estas directrices.
Entre otras cosas, diseñó modelos para la propaganda en octavillas. Entre
las secciones del partido encontraron gran difusión —publicados por
él— los 15 diseños para carteles u octavillas para anunciar conferencias del
NSDAP.50 Se basaban en «magistrales» patrones de Hitler,51 quien por su
parte se había ocupado del significado central del trabajo propagan-
dístico para la política y lo había escrito en su libro recién publicado.
En abril aparecieron por primera vez las llamadas «cartas de informa-
ción» del distrito Renania-Norte redactadas por Goebbels,52 que estaba
trabajando febrilmente. Se trataba de circulares con directrices y noticias
sobre todo para las distintas secciones.
En ellas escribía Goebbels también sobre la cuestión central que
había contribuido a la ruptura con los nacionales y que ahora se dis-
cutía entre gran polémica en todas las filas del NSDAP del norte de
Alemania, a saber, si en el partido debía tener prioridad el nacionalis-
mo o el socialismo. En la secretaría de Elberfeld se había llegado inclu-
so a desavenencias. Mientras que Goebbels y Kaufmann concedían cla-
ra prioridad al socialismo, Ripke, el director del distrito de
Renania-Norte, defendía al parecer la opinión contraria. A mediados
de abril escribió Goebbels en su diario: «Odia (...) mi radicalismo a
muerte. Sólo es un burgués camuflado. Con éste no se hace ninguna
revolución.Y lo peor de todo: puede apoyarse en Hitler». Pocas líneas
más abajo se dice: «Adolf Hitler, no puedo perder la esperanza en ti».53
106 Goebbels

Goebbels entendía que Ripke faltaba a la verdad sobre Hitler; Hitler


estaba más bien —como poco después anotó— «en la vía de la lucha
de clases».54
Por una parte estaban las constantes diferencias con Ripke, quien
había calado bien a su secretario general al calificarle como peligroso,
porque creía lo que decía; por otra estaban como siempre los apuros
económicos. Los pocos marcos que Goebbels recibía de la limitada caja
del partido en concepto de reembolso de gastos no le llegaban siquiera
para vivir. Por eso se las arreglaba más mal que bien, y tenía que seguir
tomando dinero prestado. A finales de abril —como tantas veces a lo
largo de su vida— no sabía ya qué hacer. Probablemente tendría que
poner punto final a Elberfeld, pues se le estaba acabando el «maldito
dinero», escribió con resignación, pero sin perder la ocasión de ensal-
zar su propio trabajo político con un asomo de megalomanía: el pue-
blo alemán apenas puede confiar en la salvación, pues contamina, deni-
gra o deja morirse de hambre a «los líderes que el destino le ha
brindado».55
Goebbels, que incluso llegó a temer que Ripke quisiera expulsarles
del partido a él y a Kaufmann,56 aun así no se dio por vencido, sino que
siguió discutiendo con el «burgués radicalizado» sobre la cuestión de
qué querían en realidad los nacionalsocialistas. «¿Sólo quebrantar el Tra-
tado deVersalles o, más aún, poner en marcha el socialismo?». Para él la
pregunta central era qué pensaba Hitler, pues sin duda partía de que su
visión de las cosas debía ser idéntica a la suya. «La segunda semana des-
pués de Pentecostés sacaremos algo en claro».57Y es que en esa semana
debían reunirse en un congreso enWeimar los jefes de los distritos del
norte y del noroeste de Alemania, si bien éste no tuvo lugar realmente
hasta el 12 de julio de 1925.58
En la mañana de ese día, en un local de reuniones llamado Erho-
lungssaal (sala de descanso), Goebbels se encontró por primera vez con
Hitler.59 En el congreso de jefes de distrito, que sólo es mencionado
brevemente en un informe de Hinrich Lohsejefe del distrito de Schles-
wig-Holstein, el Führer pasó por alto una vez más cuestiones de prin-
cipios y, en lugar de ello, se celebró a sí mismo como ideología. Gre-
¿Quién es este hombre? Mitad plebeyo, mitad dios... 107

gor Strasser quedó muy impresionado de su intervención en Weimar y


afirmó que sólo Hitler era el verdadero motor del partido. 60 ¡Cuánto
debió de entusiasmarse Goebbels en esa primera ocasión! No se ha
transmitido su reacción directa, pero sí que después de Weimar creía
todavía con más firmeza en su Führer.
En todos los aspectos en que Hitler no satisfacía las expectativas de
Goebbels, éste lo achacaba categóricamente a la mala influencia de su
entorno de Munich. A su juicio, en especial Hermann Esser, un anti-
guo compañero de lucha de Hitler de la época del DAP [siglas germa-
nas del Partido Alemán de los Trabajadores] era la «perdición» de Hitler.61
De hecho, algunos militantes volvieron la espalda al partido por causa
de Esser, pues el desenfrenado antisemita, que había sido el director pro-
pagandístico del NSDAP hasta 1923, había demostrado ser cuestiona-
ble por su carácter. El Führer, que se esforzaba por presentarse como
alguien que estaba por encima de todo, no intervino conscientemen-
te, sino que se ocupó en su lugar de la concepción del segundo volu-
men de Mi lucha. De esta manera daba pábulo a una idea que se esta-
ba extendiendo en los círculos del partido y que después estuvo en boca
de millones de personas, articulada en la frase: «Si lo supiera el Füh-
rer. ..». En qué medida esto valía también para el secretario general del
distrito Goebbels lo evidencia asimismo su idea de que podría salvarle
del influjo de las «personas equivocadas» y ganárselo totalmente para
los socialistas del noroeste de Alemania si consiguiera alguna vez estar
a solas con él dos horas.62
Goebbels, quien por su radicalidad era llamado «Robespierre» en la
secretaría del distrito por sus compañeros de partido,63 cuanto más se
acercaba emocionalmente a Hitler, tanto más veía en la actuación del
odiado Ripke una falta de lealtad respecto a él, como cuando aquél se
unió a algunos jefes de distrito del noroeste de Alemania que a media-
dos de abril de 1925 habían propuesto «encomendar a las distintas jefa-
turas de distrito la expedición de los libros de militancia» y no a la ofi-
cina central de Munich.64 Aparte de la «extraordinaria sobrecarga» de
ésta, fundaron su intento en que la organización del partido en el no-
roeste de Alemania tenía una avanzada estructura.65 Aunque inmedia-
108 Goebbels

tamente Munich comunicó de manera categórica que el «Señor Hitler»


daba gran importancia a que la expedición de los libros de afiliación
fuera gestionada exclusivamente por la secretaría de Munich,66 Ripke
no acató la orden.
Puesto que hacía mucho que Goebbels tenía claro que o él o Rip-
ke tendrían que «caer»,67 con la cuestión de los libros de militancia se
presentó la deseada ocasión de derribar a su jefe de distrito. Su com-
portamiento, es decir, enviar a Munich la cuota de ingreso por valor de
un marco, la voluntaria contribución extraordinaria para la propagan-
da y 10 pfennigs de la cuota mensual de socio, de al menos 50 pfen-
nigs, pero sin presentar allí las listas de miembros, le hizo a Goebbels y
a Kaufmann relativamente fácil poner a Ripke bajo sospecha de mal-
versación. Enseguida se encontraron aliados, entre ellos Gregor Stras-
ser, que desde siempre se había figurado una cosa semejante. 68 Después
de ponerse en marcha la intriga, el jefe de distrito se despidió hasta el
cierre de la investigación, que se convocó enseguida, pero que, al exi-
gir mucho tiempo, terminó por estancarse. Goebbels, que ahora diri-
gía provisionalmente el distrito como interino junto a su amigo Kauf-
mann, quien entretanto se había convertido «casi» en un sustituto de
Richard Flisges,69 pudo declarar con satisfacción: «Ripke está acabado,
así que podemos empezar con el nuevo trabajo». 70 Éste lo inició Goeb-
bels notificando a su Führer en Munich el número de miembros de las
delegaciones locales del distrito de Renania-Norte y, por tanto, mani-
festándole su adhesión incondicional.71
El acercamiento de Goebbels a Hitler se vio favorecido en adelan-
te por los planes de Gregor Strasser, quien, en parte para poder opo-
nerse en cierta medida a la «dictadura» de Esser en la dirección del par-
tido, se resolvió a coordinar la organización de todas las fuerzas del
NSDAP en la zona noroeste de Alemania. Además, quería crear un «órga-
no de gestión intelectual para el partido», las Cartas nacionalsocialistas.72
El 20 de agosto de 1925 llegó a Elberfeld para cambiar impresiones con
sus partidarios del lugar, Kaufmann y Goebbels.73 Se acordó que Goeb-
bels dirigiera la revista con Strasser como editor. Entre otras cosas por-
que el puesto de redactor le reportaría un sueldo mensual de 150 mar-
¿Quién es este hombre? Mitad plebeyo, mitad dios... 109

eos,74 Goebbels anotó con gran satisfacción en su diario que con las
Cartas nacionalsocialistas se conseguía ahora un «medio de lucha contra
los rancios caciques de Munich», con el que por fin se harían respetar
por Hitler.75
En la reunión del 10 de septiembre en Hagen, en la que participa-
ron el jefe de distrito TheodorVahlen (Pomerania), Hinrich Lohse
(Schleswig-Holstein), el capitán retirado Franz von PfefFer (Westfalia),
Robert Ley (Renania-Sur) y los jefes de los distritos de Hannover, Han-
nover-Sur, Hesse-Nassau, Luneburgo-Stade, Gran-Hamburgo, Gran-
Berlín, así como la jefatura provisional del distrito de Renania-Norte,
el ala de Strasser consiguió imponer sus ideas. Se acordó fundar una
«comunidad de trabajo norte-oeste» con sede en Wuppertal-Elberfeld.
Goebbels pasaría a ser su secretario general y, como había convenido
ya con Strasser, que no asistió a Hagen, asumiría la redacción de las Car-
tas nacionalsocialistas. Aunque el redactor del informe sobre el congreso
de Hagen admitía que la impresión general de los líderes había sido
«poco satisfactoria»76 y que, debido a diferentes concepciones progra-
máticas, de ningún modo podían entrar enjuego como bloque contra
el nocivo entorno de Hitler en Munich y sus ideas político-reacciona-
rias, Goebbels se mostró optimista. El representante del distrito de Rena-
nia-Norte, que calificó el informe de «demasiado intelectual» y «no
necesariamente fiable a primera vista»,77 creía, en efecto, que Hitler esta-
ba en vías de «pasarse del todo a nuestro lado, pues es joven y sabe lo
que es sacrificarse»78.
Puesto que Goebbels, que el 27 de septiembre de 1925 en un con-
greso en Dusseldorf fue elegido también secretario general del distri-
to de Renania-Norte —el cargo de jefe de distrito recayó en Kauf-
mann—,79 tuvo que replantearse pronto semejantes expectativas por ser
exageradas, ya que los muniqueses no desaprovechaban ninguna opor-
tunidad de intrigar ante el «jefe» contra él y Strasser, apostó de lleno
por una entrevista esclarecedora. A finales de octubre vio la oportuni-
dad para ella. Para esa fecha estaba planeado un viaje de Hitler al no-
roeste de Alemania. En el tiempo que le quedaba hasta entonces, Goeb-
bels se concentró en Mi lucha. En muchos pasajes creía reconocer sus
110 Goebbels

propias ideas, por ejemplo cuando leyó acerca de «la doctrina judía del
marxismo», comprometida exclusivamente con el número y la masa y
que negaba la importancia de la «nacionalidad» y de la «raza», robán-
dole así a la humanidad la condición previa de su existencia, 80 o la res-
puesta de Hitler al «desafio judío-marxista», que consiste en un «gran
movimiento popular», en «erupciones volcánicas de pasiones humanas
y emociones anímicas excitadas por la cruel diosa de la necesidad».81
Lo que evidentemente Goebbels reprimió en su totalidad al leer el
libro de Hitler fueron los juicios controvertidos entre él y el autor. Así,
no podía compartir las ideas de «su jefe» sobre una «nueva campaña ger-
mana»82 hacia el este, debido a sus simpatías por la literatura rusa y el
«alma rusa» que en ella se expresaba, y en la cuestión social, tan decisi-
va para él, Hitler tampoco representaba precisamente la visión de Goeb-
bels, quien veía en el bolchevismo al heredero del nacionalismo ruso.
En su opinión, ningún zar había entendido los instintos nacionales del
pueblo ruso como Lenin, que a diferencia de los comunistas alemanes
no era ningún marxista internacionalista. «Lenin sacrificó a Marx y dio
a cambio la libertad a Rusia. Ahora quieren sacrificar la libertad ale-
mana a Marx».83 Goebbels atribuía esto al «liderazgo judío» en el comu-
nismo alemán. Él, quien una vez se había definido como «comunista
alemán»,84 defendía por tanto el bolchevismo, siempre que no tuviera
una base internacionalista, para él equivalente a judía, mientras que
Hitler —comprometido por entero con el pensamiento burgués—
rechazaba el bolchevismo decididamente y veía en el eslavo al «infra-
humano». En qué mínimo grado estas divergencias afectaron en aquel
otoño de 1925 a la relación de Goebbels con Hitler lo evidencia una
vez más el hecho de que, después de acabar de leer el libro con un
«impetuoso interés», se preguntó a pesar de todo: «¿Quién es este hom-
bre? Mitad plebeyo, mitad dios. ¿El Cristo verdadero o sólo San Juan?».85
Cuando el 6 de noviembre Goebbels encontró por segunda vez a
Hitler en Brunswick, el programa del partido siguió sin desempeñar
ningún papel. Antes bien, Goebbels se rindió por completo a la fasci-
nación del «jefe». «Vamos en coche al encuentro con Hitler (...).Ya se
levanta de golpe, ahí está delante de nosotros. Me estrecha la mano,
¿Quién es este hombre? Mitad plebeyo, mitad dios... 111

como un viejo amigo.Y esos grandes ojos azules, como estrellas. Se ale-
gra de verme. Estoy absolutamente feliz».86 Goebbels sólo se apercibió
de su apariencia, de cómo se presentaba, de cómo hablaba, y lo hacía
«con gracia, ironía, humor, sarcasmo, con seriedad, con fervor, con
pasión». Ahora anotó en su diario: «Este hombre lo tiene todo para ser
rey. El tribuno de la plebe nato. El futuro dictador».
Apenas catorce días después, en un mitin del NSDAP en Plauen,
volvieron a verse los dos hombres. Goebbels observó atentamente que
Hitler le volvió a saludar «como a un viejo amigo». Al parecer, este últi-
mo se había dado cuenta enseguida de que el pequeño hombre cojo
no era sólo la cabeza ideológica del ala de Strasser y un brillante pro-
pagandista, sino que además ensalzaba al «jefe» como ningún otro, tal
como él quería que se le viera: como al enviado de un poder superior.
Por eso Hitler halagó y «veló» por Goebbels, y éste lo agradeció inme-
diatamente con un enfático afecto: «Cómo le quiero». 87 Ahora Goeb-
bels sólo quería ser el amigo de Hitler.88 Unos meses después escribió
sobre el encuentro de Plauen que había sentido en «lo más hondo del
alma» la «satisfacción» de estar detrás de un hombre que encarnaba en
toda su persona la voluntad de libertad. «Hasta entonces era para mí un
jefe. Luego se convirtió en un amigo. Un amigo y un maestro al que
me siento unido por una idea común hasta las últimas consecuencias».89
Con la imagen del «jefe» como equipaje y su «saludo a Renania»
todavía en el oído, Goebbels marchó de Plauen a Hannover, donde el
22 de noviembre de 1925, «con autorización expresa» de Hitler, se fun-
dó oficialmente la «comunidad de trabajo del noroeste».90 Sus miem-
bros se comprometían según el parágrafo 12 del estatuto a «servir con
espíritu de compañerismo a la idea del nacionalsocialismo bajo la direc-
ción de su Führer Adolf Hitler».91 De esta manera, el distrito del NSDAP
del norte de Alemania se hizo independiente hasta cierto grado, sin que
se vieran menoscabadas en lo más mínimo las pretensiones de mando
de Hitler.
En la controvertida cuestión del futuro curso político, los jefes de
distrito y funcionarios del partido reunidos en Hannover acordaron
concluir un programa de inmediato. Gregor Strasser había elaborado
112 Goebbels

ya un amplio borrador sobre las «cuestiones fundamentales del nacio-


nalsocialismo», que debía ser remitido a los jefes de distrito tras la reu-
nión de Hannover. Además, se encargó a Kaufmann y a Goebbels, quien
consideraba «deficiente» el borrador de Strasser,92 la presentación para
mediados de diciembre de un detallado borrador del programa. A par-
tir del conjunto de borradores y posicionamientos se debería aprobar
un proyecto programático asumido por todos en el congreso convoca-
do para el 24 de enero de 1926 otra vez en Hannover.
A principios de enero, Goebbels terminó el documento, en el que
había trabajado durante noches enteras en la secretaría de Elberfeld,
situada en la Holzer-Strasse. No se nos ha transmitido. De todos modos,
su contenido se puede reconstruir a partir del Pequeño ABC del nacio-
nalsocialista elaborado por él más de dos meses antes. 93 Según éste, el
objetivo de la política del NSDAP debía consistir en luchar por los dere-
chos de «libertad y pan» del «sector oprimido de los compatriotas ale-
manes». «Para llegar a ser una nación, hay que dar a su sector oprimi-
do independencia política, libertad y propiedad». Por eso exigía una
reforma agraria para la reestructuración y limitación de la propiedad
privada, mientras que en el sector industrial, de «capital productivo»,
perseguía la nacionalización de importantes empresas. El principal ene-
migo de la «libertad alemana nacionalsocialista» lo veía en el «capitalis-
mo bursátil». «El capital bursátil no es un capital productivo, sino para-
sitariamente especulativo.94 Ya no está vinculado a la tierra, sino que
carece de suelo y es internacional; no trabaja de manera productiva, sino
que se ha abierto paso en el desarrollo normal de la producción para
sacar intereses de ella. Se compone de valores muebles, es decir, de dine-
ro en metálico; sus principales titulares son los grandes capitalistas ju-
díos, que tienen el afán de hacer que los pueblos productivos trabajen
para ellos, y de llenar sus propios bolsillos con el rendimiento del tra-
bajo». El «capital bursátil» junto con su «reclamo», el sistema parlamen-
tario-democrático, trabaja mano a mano con los líderes del marxismo,
pues éstos proceden de la misma raza judía. Ambos son los principales
enemigos de la libertad alemana. Contra ellos, los nacionalsocialistas
quieren«hacer la guerra a muerte». Goebbels escribió en su diario que
¿Quién es este hombre? Mitad plebeyo, mitad dios... 113

debido al programa tendría probablemente que librar una «dura lucha»


con la «comunidad de trabajo». «Pero no podrán rebatirme nada serio.
Ya he examinado todas las objeciones».95 Esto lo consideraba indis-
pensable, sobre todo porque entretanto algunos jefes de distrito ya ha-
bían criticado duramente el borrador que se había distribuido de Gre-
gor Strasser,96 quien pensaba de modo parecido en muchas cuestiones
centrales. Goebbels sabía que, aparte de su confuso pensamiento socia-
lista, sería particularmente complicado imponer entre los jefes de dis-
trito sus ideas en materia de política exterior.
Goebbels, que en diciembre había empezado a leer la «profética
visión» de Arthur Moeller van den Bruck, El Tercer Reich,97 rechazaba
una orientación occidental de la futura Alemania nacionalsocialista. Ya
siendo un joven estudiante creía haber descubierto a través de la recep-
ción de los dramaturgos rusos que la idiosincrasia del pueblo ruso esta-
ba emparentada con la del alemán; también en ella se reflejaban las cues-
tiones fundamentales de la existencia humana. Como redactor del
Volkische Freiheit había escrito en 1924 que en Rusia entonces se estaba
llevando a cabo la misma lucha «de gran depuración nacional» que en
Alemania. Estaba convencido de que Rusia «un día amanecerá con el
espíritu de su más grande pensador, con el espíritu de Dostoievski». En
este sentido, Goebbels se imaginaba una Rusia «liberada del inter-
nacionalismo judío», que luchando conseguiría el «estado nacional socia-
lista» como «eterna negativa al materialismo». Rusia recorrería con Ale-
mania este camino y sería el modelo de Alemania, porque «es el aliado
que la naturaleza nos ha dado contra la diabólica tentación y corrup-
ción de Occidente», había polemizado en las Cartas nacionalsocialistas.98
Cuando el 24 de enero de 1926 se reunieron en Hannover los jefes
de los distritos del norte de Alemania para discutir el futuro programa
del partido, el secretario general de la «comunidad de trabajo» recibió
duras críticas, como se esperaba, a causa de sus ideas en política exte-
rior. Uno de los portavoces de los ataques que Goebbels sintió como
«desmedidos» fue Feder, venido desde Munich, al que Goebbels llamó
despreciativamente «vasallo de los réditos» y «cactus de la revaloriza-
ción»."Tras un interminable debate, finalmente Goebbels «disparo con
114 Goebbels

toda furia —como escribió en su diario no sin exagerar—: Rusia, Ale-


mania, capital occidental, bolchevismo... hablo media hora, una ente-
ra. Todos escuchan sin parpadear. Y luego una aprobación impetuosa.
Hemos vencido (...). Se acabó: Strasser me estrecha la mano. Feder
pequeño y feo».100
Sin embargo, el congreso no transcurrió de manera tan triunfal, pues
lo que se aprobó unánimemente en Hannover se declaró material para
una proyectada revisión del programa de 25 puntos elaborado por Feder.
Junto con la decisión de crear a partir del 1 de marzo de 1926 un perió-
dico —El Nacional Socialista— para la zona norte de la «comunidad de
trabajo», siendo Gregor Strasser el redactor jefe, en una editorial de
lucha fundada expresamente para este fin, también se aprobó en Han-
nover una resolución sobre la cuestión, controvertidamente discutida,
de la indemnización a los príncipes. Los socialdemócratas y los comu-
nistas habían presentado en el Parlamento la propuesta de realizar un
plebiscito sobre la cuestión de si se debía llevar a cabo una expropia-
ción de los bienes inmuebles del rey y los príncipes de manera que su
propiedad pasara a la república. Esta moción no sólo preocupó a la opi-
nión pública de izquierdas, sino también a las clases medias, que veían
con indignación cómo los príncipes recibían indemnizaciones mien-
tras que el gobierno del Reich se negaba a compensar al gran número
de pequeños rentistas que habían ayudado a financiar los empréstitos
de guerra. En la resolución de Hannover se rechazó, como era de espe-
rar, una indemnización, tal como la que defendían sobre todo los muni-
queses. No obstante, se evitó agravar el conflicto innecesariamente,
expresando en la resolución que no querían adelantarse a la decisión
de la central del partido.101 Asimismo se declaraba que la cuestión de la
indemnización a los príncipes «no es una cuestión que afecte al parti-
do como tal en sus intereses fundamentales».
Así pues, Hannover no fue ningún «desafío» a Hitler, tal como hizo
circular tras la Segunda Guerra Mundial el hermano de Gregor Stras-
ser, Otto; tampoco es cierto que Goebbels, durante el debate sobre la
indemnización a los príncipes defendida por Munich y rechazada estric-
tamente por él, «se pusiera en pie de un salto» y exigiera con «cortan-
¿Quién es este hombre? Mitad plebeyo, mitad dios... 115

te desdén» la exclusión del partido del «señor Hitler», 102 según afirmó
después Otto Strasser. Al contrario: por Navidades Hitler le había envia-
do a Goebbels un ejemplar de su libro encuadernado en piel, que éste
calificó como el «regalo de Navidad más bonito», máxime cuando venía
con una dedicatoria del autor que valoraba la «ejemplar lucha» de Goeb-
bels. A principios de febrero Hitler le había escrito personalmente, lo
que supuso una «gran alegría»103 para Goebbels, tan receptivo a cualquier
elogio y que ahora coleccionaba «encantado» fotografías «de él»104 como
antes estampitas de Cristo y María.
Tanta admiración, tanto entusiasmo le unía a «su Hitler» que dio por
hecho que se ganarían a éste definitivamente para el socialismo, tal como
él lo entendía, cuando Hitler por su parte le invitó a Bamberg a un con -
greso de dirigentes «para tomar posición con respecto a una serie de
importantes cuestiones que de momento están en el aire». 105 El opti-
mismo de Goebbels se vio reforzado con los comentarios de Gregor
Strasser, que el 10 de febrero le informó acerca de un compañero del
partido que se había puesto más de su lado. 106 Así anotó Goebbels en
su diario: «En Bamberg seremos la bella esquiva y atraeremos a Hitler
a nuestro terreno. En todas las ciudades observo con gran satisfacción
que nuestro espíritu marcha, es decir, el socialista. Ya nadie cree en
Munich. Elberfeld se convertirá en la meca del socialismo alemán». 107
Cuando el 13 de febrero de 1926 Goebbels se reunió en Bamberg
con Strasser para trazar el «plan de operaciones» antes de que comen-
zara el congreso,108 ambos estaban todavía «de buen humor», pues no
sospechaban que Hitler iba a ser su adversario. A través de Feder esta ba
informado acerca de los congresos de la «comunidad de trabajo» en
Hannover; 109 la resolución allí aprobada sobre la indemnización a los
príncipes estorbaba sus esfuerzos con respecto a la burguesía y la eco -
nomía. Con la misma antipatía debió de ver Hitler la continua discu-
sión sobre un futuro programa del partido, ya que esto le comprome -
tería y cercenaría su omnipotencia como Führer del movimiento.
Con el objeto de crear las condiciones necesarias para corregir el
rumbo introducido por la «comunidad de trabajo» en el NSDAP, Hitler
había convocado la reunión con muy poca antelación y además se había
116 Goebbels

reservado el exacto orden del día. La primera medida tuvo como con-
secuencia que faltaran algunos de los más renombrados jefes de distri-
to de la «comunidad de trabajo», como el programático Ludolf Haase,
futuro jefe del distrito de Hannover-Sur y Gotinga, o el capitán Franz
von Pfeffer, líder de las SA y jefe del distrito del Ruhr, de manera que
los jefes de los distritos del sur de Alemania, reforzados por diputados
del Reich y del land, constituían la mayoría entre los aproximadamen-
te sesenta asistentes. De este modo, aunque la «comunidad de trabajo»
de los jefes de los distritos del norte estaba bien representada, los por-
tavoces de la oposición a la indemnización a los príncipes y de la revi-
sión del programa se reducían esencialmente a Gregor Strasser y a Goeb-
bels.
El congreso de dirigentes de Bamberg se inauguró el 14 de febrero
con las «declaraciones normativas» de Hitler «sobre la posición que toma
el nacionalsocialismo respecto a las cuestiones actuales más importan-
tes».110 Habló con gran énfasis durante varias horas. Una vez que ter-
minó por fin, agotado, y tras haber desestimado casi todo lo que movía
a Goebbels y a sus amigos, éste estaba «como fulminado. ¿Qué Hitler
es éste? ¿Un reaccionario? Increíblemente torpe e inseguro. La cues-
tión rusa: completamente desacertada. Italia e Inglaterra aliados natu-
rales. ¡Horrible! Nuestra misión es la aniquilación del bolchevismo. ¡El
bolchevismo es una trama judía! Tenemos que heredar Rusia. ¡180 millo-
nes de personas! La indemnización a los príncipes. El derecho es el dere-
cho, también para los príncipes. La cuestión de la propiedad privada,
¡no menearla! (sic). ¡Espantoso!».111 Como fulminado por la interven-
ción de Hitler debía de estar también Gregor Strasser, que ahora tomó
la palabra. Habló «atropelladamente, temblando, con poca habilidad»,
constantemente interrumpido por los gritos de los partidarios de Hitler
del sur de Alemania. Ahora todos esperaban al elocuente pequeño doc-
tor, que se había hecho anunciar en Bamberg como el «adalid de la idea
nacionalsocialista en Renania».112 Pero éste no habló, para estupefacción
de Strasser y del resto de alemanes del norte, con lo que la táctica del
Führer de desligar a Goebbels de la falange de Strasser registró un
primer éxito importante justo en el momento adecuado. Es más,
¿Quién es este hombre? Mitad plebeyo, mitad dios... 117

con el mutismo de Goebbels fracasó el intento de la «comunidad de


trabajo» de determinar el curso futuro del NSDAP y de hacer de Elber-
feld una «meca del socialismo», y tropezó en el principio del Führer, en
la omnipotencia y adhesión incondicional que reivindicaba Hitler.
Si Goebbels no había hablado en Bamberg, había sido porque su fe
en Hitler y su misión histórica era más fuerte que su ideología socia-
lista. ¿No había escrito él en el Michael que no importaba tanto en qué
se creía, como creer? Puesto que su fe era la clave para sobrevivir en un
mundo corrompido por el «hombre canalla» y dado que Hitler se había
convertido en la encarnación de esa fe, podía apartarse de sus convic-
ciones políticas, pero no de su Führer. A él seguía Goebbels, aun cuan-
do realzara patéticamente lo que acababa de vivir como una «de las
mayores decepciones de su vida», hasta tal punto que durante su viaje
nocturno en tren hacia Elberfeld incluso le pareció que «ya no creía del
todo» en Hitler.113 Sin embargo, antes de que despuntara el día, tras una
«noche espantosa», Goebbels volvió a ver en Hitler a la víctima de su
entorno de Munich. Hitler no debería «dejarse atar las manos por los
sinvergüenzas de abajo», anotó en su diario en un protector autoenga-
ño. Lo que siguió escribiendo era la consecuencia de eso: decidió pro-
poner a Gregor Strasser y a Kaufmann presentarse juntos ante Hitler
«para hablar muy seriamente con él», 114 sin que luego lo concretara,
pues temía una nueva decepción.
Así pues, por de pronto todo siguió como antes: Goebbels estaba de
parte de Strasser, quien en secreto reconoció su derrota y no atentó
contra la ilimitada autoridad de Hitler por tratarse del Führer. La pri-
mera colaboración del bajo-bávaro en las Cartas nacionalsocialistas tras el
congreso de Bamberg se asemejó a un panegírico, en el que celebraba
a «nuestro Führer Adolf Hitler» como el «sembrador del socialismo
nacional», quien había «llevado por todo el suelo alemán el poder de su
idea a través del poder de su discurso y de la grandeza de su persona-
lidad».115 Goebbels pensaba que «el jefe» era de hecho «un gran tipo». 116
Con todo, la disputa entre la «comunidad de trabajo» y los muniqueses
por el favor de Hitler no se había aquietado. Cuando el 21 de febrero
de 1926 se volvieron a reunir los del norte en Hannover «para un asun-
118 Goebbels

to importantísimo», el resultado de sus deliberaciones rezó: «Fortale-


cernos. Conceder a los muniqueses la victoria pírrica. Trabajar, forta-
lecernos, después luchar por el socialismo».117
Pocos días después de Bamberg, Goebbels y Strasser reemprendie-
ron la lucha ya perdida. El adversario debía ser, además del redactor jefe
del Vdlkischer Beobachter, el balto-germano Alfred Rosenberg, y sobre
todo el especialista en el programa del partido, Feder. Strasser le había
hecho saber a éste que, debido a sus declaraciones acerca de su borra-
dor del programa —el de Strasser— tenía que dar por terminada la
«relación de confianza».118 Al mismo tiempo, la secretaría de Elberfeld
bajo la dirección del «doctor» escribió que en la siguiente asamblea
general del partido a principios de marzo en Essen habría que renun-
ciar a la ponencia de Feder «sobre los fundamentos programáticos del
movimiento nacionalsocialista», a no ser que Feder «se conformara con
media hora de intervención al final del congreso». Feder entendió esta
notificación tal como estaba pensada, «como una rotunda provocación».
Envió un telegrama a Hitler y recibió de éste la orden «de ir a Essen
bajo cualquier circunstancia»,119 ya que tenía perfectamente en mente la
controversia de Feder, el guardián del programa del partido designado
por Hitler, con los líderes de la comunidad de trabajo; y es que él
mismo quedaba fuera de las divergencias programáticas.
Por lo demás, Hitler aprovechaba cualquier ocasión para ganarse del
todo a Goebbels también en las cuestiones de contenido. Para el 8 de
abril le invitó a Munich120 a él, a Kaufmann y a Von Pfeffer, quienes
dirigían en igualdad de condiciones el gran distrito del Ruhr creado
en el congreso de Essen a partir de los distritos de Renania-Norte y
Westfalia. La puesta en escena comenzó ya en la estación central. Al
bajar del tren, los hombres fueron recogidos por el cromado Mercedes-
Compresor de Hitler. Durante el viaje por la metrópolis del Isar, les sal-
taron a la vista «enormes carteles» en las columnas publicitarias que
anunciaban la intervención del «doctor Goebbels» en la cervecería Bür-
gerbráu.A la mañana siguiente los visitó Hitler. «Está ahí en un cuarto
de hora. Alto, sano, lleno de vida. Me gusta», anotó Goebbels en su dia-
rio. A la tarde siguiente, tras horas llenas de melancólicos recuerdos de
¿Quién es este hombre? Mitad plebeyo, mitad dios... 119

Anka Stalherm, el pequeño hombre entró cojeando y con el corazón


palpitante en la bodega llena de humo de la Bürgerbráu. «Y entonces
hablo dos horas y media. Lo doy todo. Hay alboroto y ruido. Al final
Hitler me da un abrazo. Se me saltan las lágrimas. Siento algo parecido
a la felicidad».
Cuando Hitler, tras una comida a solas con él, abordó el conflicto
en el partido y expuso una «mezcolanza de acusaciones», en las que
Kaufmann se llevaba una «reprimenda» y Goebbels también «sale mal-
parado», este último seguía viendo en Hitler «al buen tipo». Cuando se
hubieron acabado las filípicas del «maestro», éste explicó durante varias
horas su ideario programático. Habló de Rusia, que quiere «devorar-
nos», de Inglaterra y de Italia como los aliados naturales de Alemania,
y también de la cuestión social, tan importante para Goebbels, respecto
a la cual hizo concesiones a su invitado, aunque sin decirlo verdade-
ramente en serio. Habló en favor de «una mezcla de colectivismo e indi-
vidualismo»: «Producción, puesto que es fructífera, individual. Los
consorcios, los trust, la producción manufacturada, el transporte, etc.,
socializados». Goebbels encontró de inmediato las declaraciones de
Hitler como «brillantes» y «convincentes», pues de todos modos hacía
tiempo que estaba seguro de querer rendirse ante «el más grande, el
genio político».
En los días siguientes, Goebbels se volvió a encontrar varias veces
con Hitler. Cenaron con la querida del Führer, Geli Raubal, la hija de
su hermanastra y asistenta, y hablaron de nuevo sobre la cuestión de la
futura orientación de Alemania en materia de política exterior. Aun-
que Goebbels creía que Hitler no había comprendido todavía el «pro-
blema de Rusia» en toda su dimensión, una vez más consideró su argu-
mentación como «irrefutable».121 Finalmente viajaron ambos con el
Mercedes a Stuttgart para hablar allí. Hitler lo elogió, lo abrazó; al pare-
cer le había cogido cariño «como a ninguno», suponía Goebbels. Inclu-
so tuvo ocasión de celebrar el treinta y siete cumpleaños del «jefe» con
él, que se deleitaba recordando la marcha en la Feldherrnhalle.122
Junto con este hombre quería Goebbels entablar la «última lucha
gigantesca» contra el «marxismo y la bolsa», una «lucha que nos traerá
120 Goebbels

la victoria o el hundimiento».123 El propagandista, que en el año 1926


viajó de acá para allá por el Reich para anunciar a la gente su mensaje
—dictado por el odio— acerca de un futuro mejor en un Tercer Reich,
ahora se consideraba comprometido de manera decisiva con la planifi-
cación y ejecución de esta lucha, como miembro del «Estado Mayor»,
tal como escribió en un artículo del mismo nombre que «levantó una
gran polvareda», según él creía, y que redactó todavía completamente
bajo la impresión de lo que acababa de vivir con Hitler. En él se decía:
«Está cerrado el círculo en torno a su persona, ve en usted al portador
de la idea que nos vincula al final inefable a través del pensamiento
y de la forma. La legión del futuro que está dispuesta a recorrer hasta
el fin el terrible camino a través de la desesperación y el tormento».Y
seguía: «Entonces puede que llegue un día en que todo se hunda. Pero
nosotros no nos hundimos. Entonces puede que llegue un momento
en el que el populacho se enfurezca contra usted y grite y vocifere
"¡crucifícalo!"; entonces nosotros permanecemos inquebrantables y
exclamamos y cantamos \hosanna!. Entonces está a su alrededor la falan-
ge de los últimos, que no se desesperan ni siquiera ante la muerte. La
plana mayor de los hombres de carácter, de los de hierro, que ya no
quieren vivir si Alemania muere».124
La bien calculada atención de Hitler hacia Goebbels despertó la envi-
dia y el recelo entre sus enemigos en el entorno inmediato del «jefe».
Aún a principios de mayo de 1926, Feder quería enfurecer a Hitler con
un artículo de Goebbels «verdaderamente inaudito, contrario a la polí-
tica defendida hasta ahora por nuestro órgano central», que había apa-
recido antes de Bamberg en las «Cartas nacionalsocialistas». «Un agita-
dor comunista no puede hablar» de otra forma,125 opinaba Feder acerca
de las ideas en materia de política exterior del secretario general de la
«comunidad de trabajo». Era cierto que en vista de tales palabras se podía
«hablar (...) más fácilmente ante una asamblea con una fuerte represen-
tación comunista», pero entonces ya no era nacionalsocialista. Feder
intentaba arruinar la fama de Goebbels como orador propagandístico.126
También en la secretaría de Elberfeld hubo desavenencias, no tanto
porque se vieran con malos ojos las muestras de favor del «jefe» hacia
¿Quién es este hombre? Mitad plebeyo, mitad dios... 121

el pequeño doctor, sino porque éste intentaba cada vez menos influir
en Hitler con el espíritu de la ideología socialista. A principios de mayo
recibió Goebbels, quien seguía hablando de que Elberfeld vencería, una
«desvergonzada carta» de Kaufmann, quien le reprochaba que permi -
tiera la falta de la necesaria tenacidad.127 Sin embargo, la «materia incen-
diaria» entre ellos pudo eludirse con una conversación esclarecedora. 128
Cuando a mediados de junio Hitler visitó el gran distrito del Ruhr 129 y
al mes siguiente acudieron al congreso del partido en Weimar, 130 Goebbels
evitó en los encuentros las cuestiones programáticas, hecho que
agravó aún más las tensiones. Ahora le reprochaba no sólo Kaufmann,
sino también Strasser, que se hubiera rendido ante Munich y Hitler.
Este hecho, ampliamente divulgado, circuló entre los nacionalsocialis-
tas del norte de Alemania como el «Damasco de Joseph Goebbels». 131
Este se defendió con escritos personales a Strasser y a Kaufmann, así
como más tarde con una réplica abierta en las «Cartas nacionalsocialis-
tas», de las cuales era redactor.Allí reprochaba a sus compañeros de par -
tido que se enredaran en teorías y no supieran lo que querían en rea -
lidad. «No imaginéis lo que excede con mucho el horizonte de lo
realmente alcanzable. No prometáis lo que no podéis cumplir. No cre-
áis en un paraíso del futuro, sino "sólo" en una misión por la que mere-
ce la pena vivir. Convertios en realistas de la revolución para que un
día podáis ser realistas de la política». Afirmaba haberse rendido al «Füh-
rer (...) no con premura lisonjera», sino «con aquel viejo orgullo de los
hombres ante los tronos reales».132
Los cálculos de Hitler dieron resultado. Al ala de Strasser se le había
quitado su cabeza ideológica. El intento de proporcionar al NSDAP un
programa que superara los lugares comunes de los «25 puntos» de Feder,
entretanto declarados por Hitler como «inviolables», había fracasado, dán-
dose así el paso más importante hacia el principio del Führer. Mientras
que Gregor Strasser seguía creyendo que el «jefe» estaba aun así com-
prometido con la idea no formulada de una nueva Alemania socialmen-
te justa, y sólo años más tarde se dio cuenta de que había estado sujeto a
la mera arbitrariedad, Goebbels era su fanático servidor. Lo que tarde o
temprano se desenmascaró para Strasser y para otros millones de perso-
122 Goebbels

ñas siguió siendo sagrado para él hasta el final, pues Hitler era a su juicio
«un instrumento de esa voluntad divina que configura la historia».
Lo lejos que llegó la imaginación de Goebbels en el verano de 1926
lo demuestran numerosas anotaciones de su diario, en las que no sólo
glorificaba a Hitler como al nuevo Mesías, sino que lo ponía en rela-
ción con milagros y fenómenos de la naturaleza. Así apuntó a finales de
julio de 1926, durante una estancia en el monte de Obersalzberg a lo
largo de la cual hizo varias excursiones con su Führer, que Hitler era
un genio. «Me deja impresionado. Así es: cariñoso, bueno, compasivo
como un niño. Astuto, listo y hábil como un gato. Estrepitosamente
grande y gigante como un león. Un buen tipo, un hombre. Habla del
Estado. Por la tarde, de la conquista del Estado y del sentido de la revo-
lución política. Ideas que yo ya había tenido, pero que aún no había
expresado. Después de cenar estamos todavía un buen rato sentados en
el jardín del Marineheim [la Casa de la Marina], y él predica el nuevo
Estado y cómo lo vamos a ganar luchando. Suena a profecía. Arriba, en
el cielo, una nube blanca adopta la forma de la esvástica. En el cielo hay
una luz rutilante que no puede ser una estrella. ¿Una señal del destino?
Nos vamos tarde a casa. En lontananza brilla Salzburgo. Siento algo
parecido a la felicidad. Esta vida merece la pena ser vivida. "Mi cabeza
no rodará por tierra hasta que mi misión esté cumplida". Éstas fueron
sus últimas palabras. Así es él. Sí, así es».133
No cabe duda de que Goebbels se veía también a sí mismo como
instrumento de la «voluntad divina», por lo cual debía doblegarse ante
Hitler, una vez más en contra de sus propias ideas.Y es que desde junio
de 1926 se pensaba en voz alta desde la dirección del partido en Munich
si destinar a Goebbels como jefe de distrito a Berlín. El hombre de
Strasser, el jefe de distrito doctor Ernst Schlange, había renunciado a su
cargo, pues la dirección del partido y la jefatura de las SA estaban enfren-
tadas sin remedio. A Goebbels, que durante los últimos meses había pro-
nunciado algunos discursos en Berlín y que había visitado también una
vez el Reichstag, no le entusiasmó la idea en un principio. «Todos quie-
ren que vaya a Berlín como salvador. Doy gracias por el peñascal»,134
anotó; ya que él prefería mucho más ir a Munich, junto a «su jefe».
¿Quién es este hombre? Mitad plebeyo, mitad dios... 123

Goebbels debía reorganizar en Berlín el partido enfrentado, que ni


siquiera contaba con 500 afiliados, y fomentar así la causa del movi-
miento nacionalsocialista. Hitler sabía que la fuerza del partido
dependía de las capacidades de sus «figuras» regionales «del partido y
de las SA». Si veía en Goebbels al hombre adecuado y, en contra de
lo que acostumbraba, no designó a alguien del lugar,135 fue porque lo
consideraba un activista muy elocuente y un intelectual incansable
que le seguiría incondicionalmente. Semejante jefe de partido, que
además encajaba bien en el «rojo Berlín» debido a sus ideas socialistas
y que al mismo tiempo, como adversario de los Strasser, debía limitar
su influencia allí, era justamente el hombre apropiado para allanarle
el camino hacia la capital del Reich y, por ende, al poder.
Durante el congreso del partido en Weimar, el 3 y el 4 de julio de
1926, confrontado de nuevo con la idea, Goebbels se preguntó por pri-
mera vez en serio si debía ir a Berlín,136 entre otras cosas porque el
ambiente no dejaba de empeorar en la secretaría de Elberfeld.Tres sema-
nas después de que a finales de agosto de 1926 se le exigiera formal-
mente por parte de la dirección del partido «asumir el distrito de Ber-
lín provisionalmente por un plazo de cuatro meses»,137 se informó
personalmente in situ sobre su posible nueva función. Muy a la mane-
ra del jefe «recibió» a Schlange, el jefe del distrito retirado, y a su dele-
gado Erich Schmiedicke. «Ambos quieren que venga. ¿Debo o no?».
Una vez que se hizo de noche en la capital del Reich y fue paseando
por las calles con algunos compañeros del partido, se quedó
horrorizado. «Berlín de noche. Un lodazal de vicios. ¿Y ahí me tengo
que meter yo?».138 El día siguiente le sosegó. Con una encantadora
compañía femenina salió hacia Potsdam. En el palacio de Sanssouci
fue «de emoción en emoción», escribió en su diario. Cuando se paró
delante del sepulcro de Federico II en la Garnisonskirche (Iglesia del
Cuartel), para él fue éste uno de los «grandes momentos» de su vida,
pues una vez más creía sentir el «aliento de la historia».
Al parecer, la cuestión de si debía ir a Berlín como jefe de distrito
quedó decidida para él cuando supo por el chófer de Hitler, Emil Mau-
rice, lo importante que consideraba el Führer su misión en Berlín. El
724 Goebbels

9 y 10 de octubre Goebbels estuvo otra vez con el NSDAP de la capi


tal del Reich, que celebraba en Potsdam su primer día de los habitan
tes de la Marca de Brandeburgo (Márkertag), durante el cual habló ante
los militantes del partido reunidos en la pista para dirigibles de Ber
lín.139 Sin embargo, no dio a conocer allí su decisión ya tomada, pues
le gustaba hacerse de rogar. Aún el 16 de octubre le escribió Schmie-
dicke que él, Goebbels, debía haber sentido, sobre todo durante el día
de la independencia de la Marca en Potsdam, «en qué medida todos los
compañeros berlineses del partido desean que usted sea el jefe en Ber
lín». Este deseo —seguía el jefe del distrito en funciones— se basaba
en la firme creencia de que él era el único capaz de fortalecer la orga
nización como tal en Berlín y de impulsar el movimiento.140
Antes de que Goebbels diera la espalda a Elberfeld, del que su trai-
ción a la causa del socialismo se consideraba probada, arregló sus asun-
tos privados. Entre ellos estaba su relación con Else Janke. Cuanto más
se había consagrado al nacionalsocialismo, tanto más la había desaten-
dido, a ella que era hija de madre judía y padre cristiano, pues con su
pie deforme ya ofrecía a sus rivales bastante posibilidad de ataque. Des-
de el principio no había dejado participar en su trabajo político a la
joven mujer, que siempre le animaba a continuar y que había forjado
planes de un futuro común a su lado. 141 Una vez que se trasladó defi-
nitivamente a Elberfeld —allí adquirió un perro de nombre Benno, al
que, según dijo, le cogió «cada vez más cariño» a medida que conoció
mejor a las personas—,142 al principio siguió visitándola a menudo. Más
tarde, cuando él empezó a viajar en tren de mitin en mitin, se veían
cada vez menos. Entonces discutían a veces sobre la «cuestión racial»,
10 que terminaba en serias humillaciones para la mujer. Pero también
pasaban horas llenas de armonía, tras las cuales Goebbels pensaba, como
en junio de 1925, que le gustaría mucho como esposa, si no fuera «de
media sangre».143
En otoño vio que se aproximaba ineludiblemente la separación, la
cual embelleció con palabras rimbombantes —«¡Se me desgarra el cora-
zón!»—144 como si se tratara de un sacrificio personal que tenía que
hacer en aras de su vocación. Cuando finalmente ella le escribió una
¿Quién es este hombre? Mitad plebeyo, mitad dios... 125

«desesperada carta de despedida», él volvió a cambiar de actitud. Sin


embargo, cuanto más se granjeó el favor de Hitler a lo largo del año
siguiente, tanto más arrogante se volvió con respecto a ella. Por «peque-
ñas y sentimentales» tenía ahora las preocupaciones de la mujer, que ya
sólo le servía de «agradable pequeña relajación». 145 En junio ella quiso
poner fin al indigno juego. Le escribió de nuevo una carta de despedi-
da, que él comentó en su diario: «Ya ni siquiera podemos ser camara-
das. Nos separa un mundo». 146 Con todo, la carta de Else Janke todavía
no significó el fin de la relación con la maestra de Rheydt. Sólo cuan-
do Goebbels se decidió a ir a Berlín, le dio pasaporte de manera defi-
nitiva. En su diario señaló lapidariamente al respecto que había dicho
adiós a la vida de los demás «en nombre de Dios». Sus sentimientos los
dedicó de inmediato a aquella encantadora acompañante berlinesa a la
que había vuelto a encontrar en la capital del Reich a mediados de
octubre, cuando una vez más antes de su cambio definitivo estuvo con
sus futuros compañeros de partido, quienes celebraban entusiásticamente
que el «terrible interregno» y el «tremendo caos en el distrito» pronto
serían cosa del pasado.147
El 28 de octubre, tras semanas durante las cuales Goebbels volvi ó a
estar de gira propagandística, Hitler, con quien creía poder conquistar
un mundo si le dejaran, 148 le nombró oficialmente jefe del distrito de
Gran-Berlín.149 Ahora ya no percibía la ciudad como «desierto de asfalto»
o «ciénaga de una cultura moribunda», sino como «metrópolis» y
«central».150 Firmemente resuelto a luchar y a vencer por sus creencias,
es decir, por el nacionalsocialismo y por su encarnación, Hitler, Goeb -
bels abandonó finalmente Elberfeld el 7 de noviembre de 1926, en
dirección a la capital del Reich.
Capítulo 5

BERLÍN. .. UN LODAZAL DE VICIOS.


¿Y AHÍ ME TENGO QUE METER YO?
(1926-1928)

C uando el 7 de noviembre de 1926 Goebbels, el nuevo jefe de dis-


trito,1 se bajó del tren en la estación Anhalter Bahnhof de Berlín,
llegaba a la capital de un país que empezaba a reponerse de las con-
secuencias de la guerra mundial. La política exterior de Stresemann
volvía a asegurar al Reich poco a poco un sitio en el juego de pode-
res; gracias al Plan Dawes hacía ahora dos años que entraba en el país
sobre todo capital americano, que ayudó a que se restableciera la eco-
nomía nacional.Todo esto se dejaba sentir en la capital. El estancamiento
había cedido el paso a una sed de actividad incesante y fecunda. Nove-
dades, récords y escándalos —hoy elevados por la prensa a la categoría
de noticias sensacionales y mañana vueltos a olvidar— se sucedían rápi-
damente. En un folleto publicitario se ensalzaba a la ciudad como la
más rápida del mundo, como la «Nueva York de Europa». «Se cruza la
Potsdamer Platz, el Spittelmarkt, la Alexanderplatz, la calle de la esta-
ción Stettiner Bahnhof, Wedding y esa clase de lugares. Ahí se observa
el gigantesco movimiento (...). El corazón del Reich, este Berlín, pal-
pita vida. Cuatro millones de personas en marcha, un quinceavo de la
población alemana con el paso acelerado».2
Por muy dinámico que fuera este Berlín, por mucho que deslum-
hrara su atractivo brillo, las diferencias sociales eran tremendamente
manifiestas pese al auge económico. En ninguna parte del país choca-
ban con más dureza la ostentosa riqueza y la amarga pobreza. Política-
mente esto se articulaba en una izquierda fuerte. El año anterior, en las
128 Goebbels

elecciones municipales, los comunistas habían conseguido 43 escaños,


logrando así más que duplicar el número de mandatos en relación con
las elecciones del año 1921. Con 74 escaños, los socialdemócratas eran
el partido más fuerte en el ayuntamiento rojo de la Alexanderplatz. Jun-
to con los comunistas habrían dispuesto de la mayoría absoluta. Sin
embargo, la cooperación estaba descartada por las distintas posiciones
que ya en 1919 habían dividido al movimiento obrero: los comunistas
luchaban por la dictadura del proletariado, mientras que los socialde-
mócratas eran partidarios del parlamentarismo y de la república. Por
eso, de grado o por fuerza, al igual que en el Parlamento de Prusia, los
socialdemócratas colaboraban en la concejalía de Berlín con una parte
del grupo burgués, el Partido Democrático Alemán (Deutsche Demo-
kratische Partei, DDP), el Centro y el Partido Popular Alemán (Deuts-
che Volkspartei, DVP).
En el Parlamento del «rojo Berlín», en el que la derecha tenía a su
representante más fuerte en el Partido Popular Nacional Alemán (Deutsch-
nationale Volkspartei, DNVP),los nacionalsocialistas no estaban repre-
sentados y de cualquier manera el partido, fundado nuevamente el 17
de febrero de 1925 en la capital del Reich, vivía con la estrechez de un
insignificante grupúsculo del movimiento nacional. Sólo contaba con
unos pocos cientos de afiliados y simpatizantes, cuya base residía sobre
todo en Spandau.A diferencia de los demás distritos obreros de Berlín,
aquí se había dejado ver ya en el año 1921 un fuerte potencial nacio-
nal, que había dado lugar a una sorpresa en las elecciones a la asamblea
de concejales y a las asambleas de distrito. La Federación Social Alema-
na (Deutsch-Sozialer-Bund, DSB) —tenía la cruz gamada como emble-
ma— se convirtió en su día, con el 11,9 por ciento de los votos, en el
cuarto partido de Spandau. Esto se volvió a lograr en las elecciones al
Reichstag de mayo de 1924: ahora, con el 8,8 por ciento de los votos,
igualado con el DVP. Sólo el SPD, el DNVP y el KPD eran más fuer-
tes. Sin embargo, en los años siguientes, también en Spandau se había
reducido la proporción de votos del DSB hasta la insignificancia.3
En otoño de 1926 las cosas no estaban mejor para la organización
del NSDAP. Habían surgido tensiones por la formación de los grupos
Berlín... un lodazal de vicios. ¿Y ahí me tengo que meter yo? 129

berlineses más activos de la Frontbann (aquellas unidades militares fun-


dadas durante el tiempo en que estuvieron prohibidos el NSDAP y las
SA) y de los miembros de las secciones nacionales de las SA, dirigidas
por Kurt Daluege. Un activismo proletario de ideología difusa por par-
te de las SA, que se dirigía sobre todo contra el KPD y su aparato mili -
tar, había entrado aquí de manera creciente en conflicto con la agru-
pación en torno a los hermanos Strasser, que apostaba por una tarea de
convicción. También cuando su adalid Schlange fue cesado en junio de
1926 y el partido berlinés pasó a ser dirigido por su suplente Schmie-
dicke —asimismo un hombre de Strasser— la disensión continuó cre-
ciendo. En la reunión de dirigentes del 25 de agosto de 1925 se abo -
fetearon Otto Strasser y Heinz Oskar Hauenstein, el ex dirigente del
grupo «Schlageter» de la Frontbann y antiguo jefe de la organización
Heinz, al que Daluege y sus SA presentaron como futuro jefe de dis -
trito.4 En adelante, las asambleas del partido se convirtieron en «la pales-
tra de dos direcciones casi igual de fuertes (...).Este desgarro interior
no dejó de ejercer influjo sobre los afiliados del partido y la opinión
pública. El impacto del partido se redujo a cero». 5 La organización polí-
tica amenazaba con desmoronarse.
Aunque los Strasser no lograran en Berlín poner fin a las desave-
nencias del partido, la capital del Reich era sin embargo, junto a Essen,
central de la región del Rin-Ruhr, el punto de partida de su influjo
dentro del NSDAP. En Berlín estaba la sede de la «editorial de lucha»
de Gregor Strasser, recientemente nombrado por Hitler jefe de orga -
nización del Reich, y de su hermano Otto, en la que también partici-
paban Schlange yVahlen, el antiguo jefe del distrito de Pomerania. Pese
a que la tirada de todas las impresiones no superaba el número de 8.000
y la editorial trabajaba en «números rojos», 6 el semanario que aquí se
imprimía, El Nacional Socialista (Der Nationale Sozialist), que aparecía
con siete membretes distintos, entre ellos el de Periódico obrero de Ber-
lín? transmitía a los afiliados del partido la orientación más bien socia-
lista de los Strasser y no las ideas de Hitler.
Los Strasser miraban con escepticismo al nuevo jefe del distrito Ber-
lín-Brandeburgo, que se acababa de formar reuniendo los distritos de
130 Goebbels

Gran-Berlín y Potsdam.8 En él veían entretanto a un traidor de la causa


del socialismo, que ahora por orden de Hitler iba a trabajar en su
esfera de actuación berlinesa. Si no expresaban en voz alta sus resenti-
mientos hacia el intruso y en lugar de ello intentaban ponerse de acuer-
do con él, era porque el 5 de noviembre de 19269 el «jefe» había inves-
tido a Goebbels de poderes extraordinarios que hacían de él un factor
a tomar muy en serio en su cálculo. El jefe de distrito, que estaba direc-
tamente subordinado a Hitler, podía, entre otras cosas, «depurar» el par-
tido berlinés sin tener que convocar la comisión de investigación y arbi-
traje de Munich, tal como se contemplaba en los estatutos.
En consecuencia actuó Otto Strasser, ya al recibir en la estación al
recién llegado y procurarle alojamiento a un «precio de favor»10 en Am
Karlsbad número 5, cerca del canal Landwehrkanal y del puente Pots-
damer Brücke. En la espaciosa vivienda de Hans Steiger, redactor del
Berliner Lokalanzeiger y amigo de Strasser, cuya mujer alojaba a huéspe-
des selectos, Goebbels disfrutó de numerosos privilegios. Así, la dueña
hizo instalar a petición suya un espejo de la altura de un hombre en la
amplia habitación, delante del cual Goebbels podía ensayar los gestos y
la mímica de sus intervenciones como orador. Además se le permitía
utilizar el salón y otras habitaciones.11 Donde ciento cincuenta años
antes Goebbels habría encontrado al poeta EichendorfF, que vivió en
la casa con jardín del inmueble vecino, coincidió ahora con un «círculo
de amigos del partido inteligentes y de confianza» que se alojaban en
casa de Steiger y que facilitaron al forastero los primeros pasos en
Berlín, pero que al mismo tiempo posibilitaron a los hermanos Stras-
ser estar continuamente bien informados al respecto.12
También fue Otto Strasser el que presentó a Goebbels cuando éste
hizo su debut en la casa de la asociación de veteranos, situada en la
Chausséestrasse, el 9 de noviembre de 1926, con motivo de la conme-
moración de los caídos del golpe de Munich. Aquél recordó una sig-
nificativa «escaramuza» en esta intervención: Goebbels llegó con retra-
so y en un «taxi pronunciadamente grande y bonito». Él, Strasser, encontró
impertinente que les hiciera esperar y se molestó por el «aparatoso
coche»: todos sus adeptos eran «pobres diablos» y se iban a escandali-
Berlín... un lodazal de vicios. ¿Y ahí me tengo que meter yo? 131

zar. Goebbels se sonrió con aire de superioridad: «En eso está usted muy
equivocado, Strasser (...). No debo coger un taxi.Al contrario. Si pudie-
ra viajar en dos coches, vendría en dos. La gente debe ver que la casa
puede aparentar». Examinando con atención al auditorio, se dirigió
finalmente a la tribuna del orador atravesando la sala. 13 Lo que Otto
Strasser pasa por alto en sus memorias es el éxito que Goebbels cose-
chó en ese momento con su actuación: y es que la casa de la asociación
de veteranos debió de parecer un atolladero cuando el «Doctor», como
enseguida lo llamaron respetuosamente los afiliados del partido, termi-
nó su discurso de varias horas con la voz ronca.
Además de los llamamientos que allí hizo a la unidad del partido,
aquel 9 de noviembre Goebbels ya había tomado disposiciones con-
cretas. En su primera circular a los jefes de sección y de las delegacio-
nes locales, prohibió sin vacilaciones cualquier debate ulterior sobre la
lucha entre el ala de Daluege/Hauenstein y la de Strasser /Schmiedic-
ke, amenazando a los que no se atuvieran a ello con la expulsión del
partido.14 Al mismo tiempo, para disgusto de los Strasser, no sólo dejó
intacta la posición de Daluege como líder berlinés de las SA, sino que
incluso lo nombró representante suyo. Puesto que Goebbels hacía buen
uso de su derecho a «depurar», consiguió poner punto final al pasado y
empezar de nuevo, sobre lo cual hubo acuerdo poco después en una
primera asamblea general de los afiliados.15
Un paso «adelante» dio Goebbels el día de penitencia 16 de 1926, al
fundar en elViktoria-Garten, una sala de Wilmersdorf, la Liga Nacio-
nalsocialista por la Libertad (Nationalsozialistischer Freiheitsbund). 17
Con ello retomó un viejo plan.Ya en Elberfeld, con la creación de un
cuadro rigurosamente organizado, una «unida comunidad de sacrifi-
cio», había querido dotar al partido local de una base financiera y de
personal segura, aunque modesta.18 En Berlín pertenecían ahora al cír-
culo entre 200 y 400 compañeros del partido, que se declaraban dis-
puestos a proporcionar con «sacrificadas contribuciones mensuales» en
total 1.500 marcos, con los que el distrito debía quedar en condicio-
nes de costear las primeras medidas para la lucha por la capital del
Reich.19
132 Goebbels

Se trataba no tanto de un «trabajo de convicción», como prefería el


círculo de Strasser, sino de un activismo sin reparos. Para Goebbels, que
había analizado la Psicología de las masas de Le Bon,20 eso equivalía a la
propaganda, que él consideraba «completamente lábil», ya que tenía que
adaptarse a las distintas circunstancias. 21 En el caso de Berlín significaba
tener en cuenta su particular estructura social y política, su agitado
ritmo vanguardista. «Berlín necesita la sensación como el pez el agua»,
comprendió Goebbels rápidamente. «Esta ciudad vive de eso, y toda
propaganda política que no lo haya reconocido no logrará su objeti -
vo».22
Se trataba, por tanto, de llamar la atención, costase lo que costase.Y
quien quisiera llamar la atención, tenía que hacerlo a ojos de todos, en
la calle. En la edad de las masas, ésta era, a su juicio, «la característica de
la política moderna. Quien pueda conquistar la calle, ése puede con -
quistar también a las masas; y quien conquista a las masas, conquista con
ello el Estado», opinó retrospectivamente. 23 Para preparar para esto a los
miembros de la «comunidad de sacrificio» hacía falta sobre todo un
aleccionamiento oratorio, pues «ninguna otra cosa ha conformado al
fascismo y al bolchevismo más que el gran orador, el gran creador de
la palabra. No hay ninguna diferencia entre el orador y el político»,
escribió Goebbels, quien ya el 16 de noviembre fundó una escuela de
oratoria.24
Estas ideas también las demostró en la práctica. Para dar prueba de
la presencia del partido nacionalsocialista de Berlín, inmediatamente
después de su llegada fijó para el 14 de noviembre, domingo, una mar-
cha propagandística a través de Neukólln. El Spandauer Volksblatt infor-
mó al respecto.25 Bajo el titular «La esvástica contra la estrella soviéti-
ca», se decía sin exagerar que la marcha en el rojo Neukólln había
despertado una «poderosa atención» y que pronto habían acudido nume-
rosas personas de todas partes, principalmente comunistas. Se dijeron
provocadoras palabras y pronto se pasó a actos de violencia, en cuyo
transcurso «se utilizaron proyectiles, palos e incluso pistolas». 26
La paliza que sus compañeros de partido habían recibido por parte
de los comunistas dejó claro a Goebbels que aún no había llegado el
Berlín... un lodazal de vicios. ¿ Y ahí me tengo que meter yo? 133

momento para semejantes marchas propagandísticas. Primero había que


tratar más bien de aleccionar ideológicamente al grupito de partidarios
y consolidar así la cohesión en las propias filas. Luego Goebbels califi -
có «la idea» como requisito de toda propaganda. Pero no era necesario
exponer esa idea científicamente en un libro grueso, sino que más bien
debía constar sólo de un «tema muy breve y comprensible popular -
mente (...). Nunca encontrarán millones de personas que dejen su vida
por un libro. Nunca encontrarán millones de personas que dejen su
vida por un programa económico. Pero un día millones de personas
estarán dispuestas a caer por un Evangelio». 27
Así pues, durante las primeras semanas de Goebbels en Berlín, no
pasó ningún día en que no hablara en las reuniones a sus correligiona-
rios y les machacara la fe en este «Evangelio» apelando a sus emocio-
nes. En una «fiesta de Navidad alemana», a la que la sección local de
Spandau, el «bastión más firme del movimiento»28 en la «lucha por Ber-
lín», había invitado en los salones de actos Seitz «a todos los hombres y
mujeres de ideología alemana», Goebbels demostró su saber hacer una
vez más. Proclamó a su «comunidad» que había una fe que iba a mover
montañas, y que esta fe crearía un nuevo Reich en el que viviría el ver-
dadero cristianismo. Según informó el Spandauer Havelzeitung, de orien-
tación popular-nacional, los allí presentes contestaron a las palabras del
jefe de distrito con «atronadores vivas». 29
La fascinación que emanaba de Goebbels, a la que muchos «no po-
dían sustraerse», la describió el hijo de un párroco berlinés, de dieci -
nueve años, que acababa de afiliarse a las SA: Horst Wessel. 30 El año
anterior había terminado el bachillerato en el Luisenstádtisches Gymna-
sium, y después se había matriculado en la Universidad de Friedrich
Wilhelm para la carrera de derecho, pero pronto la abandonó. 31 «Tenían
una idea —decía Wessel— que antes había pertenecido a Bismarck y a
la Wiking-Bund [Federación Vikinga], es decir, algo que en reali dad
faltaba por completo a las organizaciones militares». Esta idea, la fe en
un mundo justo en forma de un socialismo nacional «con el acento en
el socialismo», fascinaba en una época en que los ideales y valores se
creían perdidos y hacía que el hijo del párroco, para quien el par-
134 Goebbels

tido había sido un «despertar político», levantara los ojos hacia el «pre-
dicador» berlinés de esta idea. «El talento para la oratoria y la organi -
zación de que este hombre hizo gala es único. No había nada para lo
que no demostrara estar a la altura. Los afiliados del partido estaban ape -
gados a él con mucho cariño. Las SA se habrían dejado cortar en peda-
zos por él. Goebbels era como el propio Hitler. Goebbels era ante todo
nuestro Goebbels».32
Sus fanáticas e incesantes actividades trajeron consigo en poquísimo
tiempo un cambio de ambiente en el partido berlinés, sobre el que Wes-
sel escribió: «Al ver la abnegación de los afiliados del partido, se cobraba,
en medio de la desesperación de esos días (...) nuevo ánimo y nueva fe
en el futuro». 33 Cada acto fortalecía la cohesión dentro del partido y le
conseguía algunos «nuevos», ya fuera en el congreso del distrito el 9 de
enero o en la asamblea de la «Liga por la libertad» dos días más tarde.
Aquella tarde estuvo marcada por la impresión directa de la muerte de
Houston Stewart Chamberlain. «En un acertado discurso en memoria
suya, el compañero doctor Goebbels expuso la vida y sobre todo la tra-
yectoria intelectual de este hombre (...). La tarde terminó con la solem-
ne promesa de ser un día los consumadores prácticos de sus doctrinas». 34
A comienzos del año 1927 Goebbels iba a poder trasladar la secreta-
ría, llamada «fumadero de opio», de las sucias bóvedas de un sótano en
el edificio trasero de la Potsdamer Strasse 109 35 al primer piso del edi-
ficio delantero de la Lützowstrasse 44, donde se habían alquilado cuatro
habitaciones «con dos conexiones a la red telefónica». 36 Pronto se hizo
realidad también la fundación de una orquesta del distrito formada por
entre 40 y 50 personas, así como la adquisición de un «vehículo de guar-
dia», con el que en manifestaciones propagandísticas y pendencias se
podía transportar de manera rápida y barata una tropa de intervención
móvil al correspondiente escenario. «Y así se sucederá tarea tras tarea»
—escribió en sus informes Reinhold Muchow, el jefe de organización
de la sección de Neukólln, que estaba fascinado por el nuevo jefe de dis -
trito— «hasta que la "Liga por la libertad"—según el compañero doc -
tor Goebbels— tenga que desempeñar su última tarea, cuando llegue la
orden de desalojar y ocupar el edificio del Reichstag». 37
Berlín... un lodazal de vicios. ¿ Y ahí me tengo que meter yo? 135

Ese camino lo tenían que allanar sobre todo las SA, el equivalente de
la comunista Liga Roja de Combatientes en el Frente (Roter Front-
kámpfer-Bund),la organización terrorista y de lucha callejera del KPD.
Los camisas pardas no estaban a la altura de la misma, por lo que Goeb-
bels tramitaba su reestructuración. Los grupos de las SA, hasta ahora for-
mados según el modelo de los distritos administrativos, cambiaron su
nombre por el de departamentos, y se reunieron bajo tres estandartes, el
del centro urbano, el de los barrios periféricos y el de Brandeburgo. Los
efectivos del estandarte I comprendían en ese momento 280 personas,
los de los 20 departamentos tenían según ello una media de 14 perso-
nas.38 A Goebbels le había resultado difícil —escribió retrospectiva-
mente— hacer «soldados políticos» disciplinados de una caterva de pen-
dencieros, desempleados en su mayoría, que daban la bienvenida a
cualquier disputa, aun entre ellos mismos. De hecho, en los años siguien-
tes, el conflicto entre la dirección del partido y los soldados de las SA se
convertiría en uno de los problemas centrales del jefe de distrito.
A comienzos del año 1927 Goebbels se dio cuenta de que, a pesar
de todas las actividades, la capital del Reich no tomaba nota de su par-
tido ni de su nuevo jefe de distrito. La prensa importante no había dado
cuenta siquiera de las brutales reyertas que habían tenido lugar con los
comunistas durante y después de un mitin en los salones de actos Seitz
de Spandau a finales de enero. Para indignación suya, tampoco se men-
cionaron en los periódicos berlineses los disturbios que se produjeron
durante el «día de la libertad nacionalsocialista» en Cottbus,39 en la Marca
de Brandeburgo, y durante la marcha en Pasewalk, donde unos años
antes Hitler había acabado en el hospital militar cegado por la guerra
química. Ahora bien, la policía se había «movilizado» contra ellos des-
pués de que «dejaran medio muertos a seis policías en Cottbus» y «mata-
ran a tiros a uno e hirieran a varios en Pasewalk», escribió el miembro
de las SA Wessel, quien entretanto, al igual que su modelo Goebbels,
también estaba dispuesto a caminar sobre cadáveres por un mundo
mejor.40
Impaciente e insatisfecho con los resultados obtenidos hasta enton-
ces por su propaganda, Goebbels se decidió a celebrar un primer gran
136 Goebbels

mitin en la «boca del lobo», en el «rojo Wedding». El acto estaba con-


cebido desde un principio como una provocación que debía acarrear
la gran batalla con los comunistas y finalmente la anhelada notoriedad.
El lugar que Goebbels eligió fueron los salones Pharus, en un patio inte-
rior de la Müllerstrasse, donde tradicionalmente se reunían para sus actos
los comunistas y donde dos años más tarde se celebraría el duodécimo
congreso del partido KPD, siendo su presidente Ernst Thalmann.
Si hasta ese momento los carteles del NSDAP, baratos y de peque-
ño formato, prácticamente habían pasado desapercibidos por su poca
vistosidad en las columnas anunciadoras junto a la publicidad cinema -
tográfica y comercial, ahora enormes carteles de color rojo sangre comu-
nicaban la próxima reunión en los salones Pharus. 41 No fue Goebbels
su inventor, sino que se limitó a introducirlos en la capital del Reich,
siguiendo una vez más la «dirección escénica» de su Führer.Y es que
Hitler había escrito en Mi lucha, tal como había leído dos años antes el
jefe de distrito: «Tras una minuciosa y concienzuda reflexión hemos
elegido el color rojo de nuestros carteles para provocar así a la izquier -
da, para indignarla e inducirla a venir a nuestras asambleas, aunque sólo
sea para boicotearlas, de modo que podamos al menos hablar con esa
gente».42
El 11 de febrero de 1927, en el «rojo Wedding», el «pardo» jefe de
distrito llegó cojeando a la tribuna del orador para hablar sobre el «des-
moronamiento del Estado de clases burgués». Antes incluso de tomar
la palabra, estalló en la sala —donde se habían personado muchos comu-
nistas— una feroz batalla durante la cual miembros de ambos partidos
arremetieron entre sí con guantes y barras de hierro, hasta que los comu -
nistas, inferiores numéricamente, se retiraron bajo la protección de la
policía, que ya había irrumpido. Los periódicos burgueses, descalifica -
dos por Goebbels como «prensa judía», informaron con grandes titula -
res. Por vez primera los nacionalsocialistas y su jefe de distrito estaban
en boca de todos, aunque sólo por un día, antes de que la disneica gran
ciudad proporcionara nuevos titulares.
Goebbels pudo calificar la «batalla en el Pharus» como «un buen prin-
cipio», no sólo por la nutrida representación lograda por el partido, sino
Berlín... un lodazal de vicios. ¿Y ahí me tengo que meter yo? 137

también por otro motivo. Le parecía que había abierto los ojos a aque -
llos que todavía dudaban del débil tullido. Creía haberles demostrado
que tenía valor, que no se espantaba ante nada. Había probado sus bri -
llantes aptitudes propagandísticas, por ejemplo al acuñar delante de las
«víctimas del terrorismo comunista» puestas en fila la expresión del «hom-
bre de las SA desconocido», que se convertiría en el símbolo de la tropa
del partido y más tarde saldría del anonimato en la persona de Horst
Wessel. De este «hombre de las SA desconocido», tomado del «soldado
desconocido», habló Goebbels como del «aristócrata del Tercer Reich»,
que día a día no hace otra cosa más que lo que es su deber, «obedeciendo
a una ley que no conoce y apenas comprende». En cualquier caso, Goeb-
bels sabía transmitir a sus oyentes algo de la supuesta superioridad de «la
idea», convertirlos en creyentes. El nacionalsocialismo tenía que ser para
ellos una cuestión de corazón, con lo que él parecía distanciarse no sólo
de las restantes tendencias políticas, sino también del mundo de la gran
ciudad, juzgado como materialistamente frío.
Los actos propagandísticos organizados por Goebbels siempre ape-
laban a las emociones y a los instintos de su auditorio. Así sucedió tam-
bién en el segundo «día de la Marca», en marzo de 1927, la celebración
del segundo aniversario de la fundación de las SA berlinesas, que ya
preludiaba en pequeño la representación posterior del NSDAP. El jefe
de distrito despidió a sus compañeros berlineses del partido con una
banda de tambores en la estación Anhalter Bahnhof, desde donde via -
jaron aTrebbin en la tarde del 19 de marzo. 43 Una vez que llegaron allí,
asumieron la dirección Goebbels y Daluege, que se habían adelantado
con el automóvil azul oscuro del distrito. A la luz de las antorchas mar -
charon 400 personas a las montañas de Lówendorf. Allí se conmemo -
ró, unidos en torno a un fuego nocturno, a las «víctimas del movi -
miento». Aquí, a treinta kilómetros de distancia de «la gran ciudad de
Moloc», del «centro judaizado», de «la morada del terror, de la sangre,
de la ignominia», en el silencio de la campiña de la Marca, el discurso
de Goebbels a sus correligionarios se convirtió en un «oficio divino».
Para la mañana del domingo siguiente estaba fijado un mitin en la
plaza mayor de Trebbin. Alrededor del automóvil del distrito, el Opel-
138 Goebbels

Landaulet44 azul de siete plazas que servía de plataforma para el orador,


se habían colocado los miembros de las SA con los estandartes del dis-
trito de Berlín «bendecidos» por Hitler enWeimar en 1925 y dieciséis
banderas desplegadas con el símbolo de la esvástica. La entonación de
la «canción de la Marca» y el discurso anterior de Daluege constituye-
ron el prólogo a la intervención del jefe de distrito. Como ya había
sucedido antes con frecuencia, los temas de Goebbels en Trebbin tam-
bién fueron el nacionalismo y el socialismo; «nuestro gran Führer Adolf
Hitler», el «simple cabo», reunió ambos principios con la «visión» de
que la lucha entre ambos exponía al pueblo alemán al hundimiento. En
esta lucha contra el marxismo judío —así gritó a los asistentes— «la
sangre (...) ha seguido siendo el mejor aglutinante,que nos debe man-
tener unidos en la subsiguiente lucha».45
Esta sangre iba a correr pronto, después de que Goebbels y Dalue-
ge salieran rápidamente en dirección a Berlín entre gritos de «Alema-
nia despierta» y pasando por la calle formada por las filas de sus adep-
tos. Y es que, como bien había calculado el jefe de distrito, los
nacionalsocialistas que volvían a casa se encontraron al subirse al tren
en Trebbin con una banda de zamponas de la Liga Roja de Comba-
tientes que venía de Jüterbog, acompañada por Paul Hoffmann, dipu-
tado comunista del Parlamento de Prusia. Lo que ya comenzó duran-
te el viaje en tren, fue a más en la estación Lichterfelde-Ost, adonde
había acudido un «comité de recibimiento» constituido por varios cien-
tos de afiliados y partidarios del NSDAP de todo Berlín. El tren toda-
vía no se había parado cuando las SA asaltaron el compartimento de
los pocos combatientes rojos. Unos minutos después todo había pasa-
do. Goebbels, que hasta entonces se había mantenido en segundo tér-
mino, entró en la liza y ante centenares de curiosos hizo retroceder a
sus hombres.46 Cuando los nacionalsocialistas partieron en dirección al
centro de la ciudad, quedaron, además del vagón completamente des-
truido, que presentaba doce impactos de bala, y las zamponas hechas
añicos, seis heridos graves y diez heridos leves.47
A las pardas columnas de marcha las precedía Goebbels en automó-
vil, para —como después declaró a la policía— «estudiar» los ánimos
Berlín... un lodazal de vicios. ¿ Y ahí me tengo que meter yo? 139

de los transeúntes.48 Lo cierto es que él dirigía a sus hombres y los ins-


tigaba a más agresiones. Las víctimas eran judíos, a quienes las gentes
de las SA golpeaban con palos y puños.49 Los primeros pogromos que
había presenciado el Berlín de la república de Weimar estaban todavía
en marcha cuando el jefe de distrito gritó a la multitud en la plaza de
Wittenbergplatz, a poca distancia de la iglesia conmemorativa del empe-
rador Guillermo (Kaiser-Wilhelm-Gedáchtniskirche): «Hemos venido
por primera vez públicamente a Berlín con intenciones pacíficas. La
Liga Roja de Combatientes nos ha obligado al derramamiento de san-
gre. No estamos dispuestos a seguir dejándonos tratar como ciudada-
nos de segunda clase».50
Los acontecimientos de aquel 20 de marzo fueron tratados por exten-
so en la prensa. Esto dio publicidad a los nacionalsocialistas e hizo aumen-
tar el número de miembros. Según un informe confidencial llegado al
departamento político (IA) de la policía, en marzo de 1927 se registra-
ron unas 400 nuevas inscripciones, de manera que el número total de
afiliados del distrito de Berlín-Brandeburgo ascendía entretanto a 3.000,
de los cuales, sin embargo, sólo una parte participaba activamente en
mítines y demás actos.51
El incidente también tuvo consecuencias para Goebbels a otro res-
pecto. Sin que se llegara a un proceso contra él, poco después de los
acontecimientos de Lichterfelde-Ost se le ordenó acudir al cuartel gene-
ral de la policía en Alexanderplatz para prestar declaración.Ya el 11 de
enero de 1927 había «visitado al jefe de policía de Berlín». Entonces se
le hizo saber que había pendiente contra él un proceso en el Tribunal
del Estado por enaltecer a los asesinos del antiguo ministro de Exte-
riores del Reich, Walter Rathenau. Sin embargo, el proceso se suspen-
dió después.52
Tras apenas medio año de jefatura de distrito en Berlín, Goebbels se
iba creyendo poco a poco seguro de poder movilizar a un número de
partidarios suficientemente grande como digno telón de fondo para
una intervención de Hitler en la capital. Esto era tanto más importan-
te cuanto que Hitler, debido a una prohibición de hablar, no podía pro-
nunciar un discurso públicamente en Prusia y por ese motivo el mar-
140 Goebbek

co tenía que ser un acto cerrado. Cuando el hombre de Munich habló


el 1 de mayo en el Clou, un local de fiestas de la Mauerstrasse, y fue
festejado frenéticamente por los asistentes, Goebbels pudo ciertamen-
te presentar a Hitler un pequeño partido consolidado y demostrar así
su exitoso trabajo, pero la anhelada resonancia pública quedó sin embar-
go muy por debajo de las expectativas. Esto fue así, entre otras cosas,
porque los comunistas ignoraron la intervención de Hitler. Puesto que
no hubo disturbios, la prensa también pasó por alto la visita de Hitler
a la capital del Reich. Sólo algunos diarios regionales informaron
—con comentarios desfavorables— del acto que tuvo lugar en el «Clou».
Goebbels aprovechó una reunión mayor del partido tres días des-
pués en la asociación de veteranos para airear su disgusto e instigó sin
disimulo contra los correspondientes periodistas.53 Delante del público
congregado leyó los informes periodísticos de éstos. Al escritor del
artículo «más odioso y malévolo» lo descalificó como un «abyecto cer-
do judío» y añadió entre las risas de los asistentes que esperaba que le
denunciara por ese insulto, para enterarse del verdadero nombre y direc-
ción del que escribía con pseudónimo. Al mismo tiempo incitaba a sus
correligionarios a averiguar por su parte la identidad del escritor para
«hacerle una visita y darle las gracias enérgicamente».
Los polémicos comentarios racistas de Goebbels tropezaron con la
protesta de uno de los asistentes. Un hombre de cincuenta y tres años
llamado Friedrich Stucke gritó al orador: «Sí, sí, usted es el auténtico
joven germánico». Goebbels se quedó sin palabras.Tras un «silencio ini-
cial» y «cierta concentración» replicó: «Usted quiere que le echen», a lo
que Stucke respondió «¡tú sí que...!». Se desencadenó un tumulto.Algu-
nos afiliados indignados exigían matar a palos al «perro». Antes de que
Stucke pudiera abandonar la sala, lo agarraron y le dio un puñetazo bajo
los ojos el funcionario del departamento político de la jefatura de poli-
cía, siempre presente en las asambleas del NSDAP y del KPD.54
Seguramente habría quedado como un incidente entre muchos si el
golpeado Stucke no hubiera sido un eclesiástico. Había entrado por
casualidad en la asamblea, al atraer su curiosidad la brigada móvil de
policía que previsoramente estaba emplazada delante de la casa de la
Berlín... un lodazal de vicios. ¿Y ahí me tengo que meter yo? 141

asociación de veteranos.55 Los periódicos berlineses reaccionaron ante


el incidente con toda dureza y crearon el ambiente público que hizo
fácil al gobierno prusiano proceder contra el NSDAP tras los aconte-
cimientos ocurridos en los salones Pharus y en la estación Lichterfel-
de-Ost. El partido —escribió el consejero del Interior Albert Grze-
sinski— volvía a utilizar métodos de lucha que sólo se podían calificar
como «bandidaje político». A través de ellos «se creaba de nuevo una
atmósfera como la que había en Alemania antes del asesinato de Rathe-
nau y que resultó tan perniciosa para nuestro pueblo. Quien en las asam-
bleas exhorta públicamente, de manera más o menos clara, a brutales
actos de violencia contra los que tienen otras ideas se sitúa fuera de todo
derecho (...) y será tratado como corresponde».56
Aún ese mismo día —corría el 5 de mayo de 1927— el jefe de poli-
cía de Berlín, Karl Zorgiebel, basándose en el artículo 124 de la cons-
titución del Reich, declaró disuelto el distrito de Berlín-Brandeburgo
del NSDAP con todas sus suborganizaciones —las SA [Sturmabtei-
lung], las SS [Schutzstaffel], la Liga Nacionalsocialista por la Libertad
[Nationalsozialistischer Freiheitsbund], la Liga Estudiantil Nacionalso-
cialista de la delegación de Berlín [Nationalsozialistischer Studenten-
bund Ortsgruppe Berlín] y la Juventud Obrera Alemana de Berlín
(Juventud Hitleriana) [Deutsche Arbeiterjugend Berlín (Hitlerjugend)]—
«porque los objetivos de estas organizaciones contravienen a las leyes
penales».57 La prohibición del partido, contra la que Goebbels elevó en
vano una protesta,58 traía consigo una prohibición de uso de la palabra
para el jefe de distrito. La pérdida del instrumento propagandístico más
importante seguramente pesó más a Goebbels que la propia prohibi-
ción del partido. El fracaso de la misión goebbeliana en la capital del
Reich parecía así quedar confirmado. El editorial del renombrado Vos-
sische Zeitung constataba que «se había cumplido el destino de una direc-
ción política equivocada, incluso en contra de los buenos elementos
propios», a «manos de unos cuantos agitadores y demagogos sin escrú-
pulos».59
El revés, contra los nacionalsocialistas berlineses hizo entrar en liza
inmediatamente a aquellos que desde el principio no habían estado de
142 Goebbels

acuerdo con los métodos de agitación introducidos por Goebbels. Los


portavoces de esta tendencia procedían —aunque también por su dife-
rente orientación política— del círculo formado en torno a los her-
manos Strasser. En el Berliner Arbeiterzeitung [Periódico Berlinés de los Tra-
bajadores], habían atacado a Goebbels ya repetidas veces. El punto
culminante lo constituyó un artículo difundido por los Strasser en el
mismo periódico sobre las «consecuencias de la mezcla racial», 60 para
el que al parecer había prestado su nombre como testaferro un funcio-
nario del partido de Elberfeld, Koch, el futuro comisario del Reich para
Ucrania. El final de la exposición decía, aludiendo a Goebbels, que una
«fealdad repulsiva» y un carácter particularmente mezquino debían con-
siderarse consecuencias de la «mezcla de razas». Como ejemplo citó el
autor entre otros aVoltaire, el «maestro de los desaires y falsedades», así
como al cojo Talleyrand, que desde la Revolución Francesa hasta el
Congreso de Viena y la Santa Alianza había cambiado de convicciones
políticas como de camisa.
Entonces se dio la feliz coincidencia de que Goebbels se reunió con
Hitler en el congreso del partido del distrito del Ruhr el 23/24 de abril
de 1927 en Essen. Al margen de un mitin le expuso a éste su sospecha de
que un «pequeño empleado ferroviario» como Koch no debía ser tan
inteligente como para escribir semejante artículo. Más bien se trata-
ría de una campaña de los Strasser.61 Hitler garantizó a Goebbels su
respaldo, pero en realidad pensaba mantenerse al margen de los con-
flictos internos, por lo que aconsejó a Goebbels entre otras cosas que
cambiara impresiones con los hermanos Strasser para de este modo qui-
tarse de en medio el asunto. Con el mismo propósito intervino Hitler
ante Kaufmann, el jefe del distrito Rin-Ruhr y superior de Koch. El
26 de abril, Koch, que declaró «por su honor» no ser el autor, hizo saber
al jefe del distrito berlinés que no había «pensado ni de lejos» en un
ataque personal.62 Con su escrito, en el que para concluir pedía a Goeb-
bels «que pusiera a Hitler al corriente», parecía arreglado el asunto; pero
sólo por el momento, como se iba a demostrar.
Goebbels empezó ahora a refrenar con determinación el influjo de
los hermanos Strasser, que volvía a crecer desde la prohibición del par-
Berlín... un lodazal de vicios. ¿Y ahí me tengo que meter yo? 143

tido. Por este motivo, y no tanto, como después escribió, para mante-
ner unidos a los nacionalsocialistas berlineses, emprendió un proyecto
que ya había planteado en diciembre de 1925 en una correspondencia
epistolar con Otto Strasser,63 el de crear un periódico propio. Contra
tal propósito iba a dejarse notar resistencia en las propias filas, pues en
la «editorial de lucha» de los hermanos Strasser se publicaba ya el Ber-
liner Arbeiterzeitung, un semanario que hasta ese momento se conside-
raba el periódico del partido del NSDAP berlinés. De todos modos, le
costaba consolidarse y ahora además se iba a encontrar bajo la presión
de la competencia directa. A ello se añadía la enorme situación de com-
petencia en el panorama periodístico berlinés, donde según el catálo-
go ALA sólo en el año 1927 había unos 130 diarios y semanarios polí-
ticos.64
De inmediato, los Strasser valoraron debidamente el paso del jefe de
distrito. Respondieron a la provocación tildando a Goebbels ante Hitler
de «mentiroso» y «fanfarrón», pues afirmaba haber estado activo ya en
1919 con el Führer en Munich y haber acudido al Ruhr cuando esta-
lló la resistencia contra los ocupantes franco-belgas, donde entre otras
cosas organizó el NSDAP. Sin embargo, los rivales del jefe del distrito
berlinés, quien en efecto difundía repetidamente esta leyenda durante
sus apariciones como orador del partido, no se conformaron con eso.
A comienzos de junio de 1927 propagaron rumores de una disputa
entre Hitler y Goebbels, que en un verano pobre en sucesos fueron
acogidos con gratitud por algunos periódicos. Hitler le «había dado un
buen jabón» al «noble ario de los rizos negros», a su «alumno preferen-
te», decía haber conocido de «fuente fidedigna» el Welt am Abend,65
mientras que el Berliner Tageblatt hablaba de «hermanos hostiles».66
Así pues, a Goebbels le vino muy a propósito que el 4 de junio de
1927 entrara en la liza un compañero berlinés del partido, que confir-
mó su sospecha de que los hermanos Strasser habían sido los iniciado-
res del insultante artículo de abril, con el que pretendían socavar su
autoridad en Berlín.67 Como táctica astuta, ahora Goebbels pasó direc-
tamente a la ofensiva,dirigiéndose de nuevo al «muy respetada, queri-
do señor Hitler». Le aseguró su fidelidad, calificó todo de «cobarde agre-
144 Goebbels

sión» y le hizo saber que para él sólo había «una de dos». «Que usted
me aconseja callar ante esta nueva bribonada y decir amén: entonces
estoy evidentemente dispuesto a observar la absoluta disciplina del par-
tido (...). Pero en ese caso pido que se me suspenda de mi cargo como
jefe del distrito de Berlín-Brandeburgo».68
Goebbels estaba seguro de lo que hacía y por eso iba a por todas.
Para el 10 de junio de 1927 invitó a sus partidarios más fieles, pero no
a los hermanos Strasser, a una sesión extraordinaria del partido berlinés
en las salas de la Deutscher Frauenorden [Orden Femenina Alemana].69
Exigió a los asistentes una unánime declaración de confianza, de la mis-
ma manera que la esperaba de Hitler, pues de lo contrario no quería
permanecer en Berlín ni una hora más, así abrió la asamblea, antes de
exponer las circunstancias desde su perspectiva. Las especulaciones sobre
el origen de su defecto físico las enmendó con la declaración falsa de
que «su pie zambo no era un defecto de nacimiento, sino que se debía
a un accidente», con lo cual el polémico artículo era «tanto más mons-
truoso». La propuesta del segundo suplente del jefe del distrito berli-
nés, Emil Holtz, de escuchar también a los hermanos Strasser sobre los
reproches formulados contra él, pasó inadvertida entre la indignación
general que ahora se levantó. Pronto la sesión de tarde se convirtió en
un tribunal que culminó con las suposiciones del caricaturista y faná-
tico antisemita Hans Schweitzer de que Otto Strasser debía de tener
«sangre judía en sus venas».Ya por fuera daban prueba de ello «el roji-
zo pelo ondulado, la nariz aguileña, la cara hinchada y carnosa».
Aquel 10 de junio también figuró en el orden del día la publicación
del nuevo periódico. A la pregunta de cómo se debían posicionar los
compañeros del partido ante el nuevo órgano, Daluege respondió que
el Vólkischer Beobachter [El Observador Nacional] se debía considerar un
órgano central y el periódico de Goebbels, un órgano del distrito. Quien
se lo pudiera permitir, podía mantener además el Berliner Arbeiterzei-
tung.70 El redactor de las actas, el futuro jefe del distrito de Brandebur-
go, Holtz, se dirigió poco después a Hitler con la misma cuestión. La
situación en Berlín —así escribió— «se ha desarrollado en los últimos
tiempos de tal manera, que su inmediata presencia me parece urgente-
Berlín... un lodazal de vicios. ¿Y ahí me tengo que meter yo? 145

mente necesaria. De lo contrario, se corre el peligro de que se destru-


ya el movimiento berlinés». Se trataba —siguió— del antagonismo Stras-
ser-Goebbels.Al último le corresponde el mérito de incitar a los ber-
lineses a los mayores rendimientos. Strasser ha creado con el Berliner
Arbeiterzeitung un órgano eficaz para el movimiento de la capital, cuya
publicación es puesta en duda por el nuevo semanario que se ha fun-
dado. Puesto que Goebbels firma como editor, se presenta como perió-
dico del partido. Pero, ya que se ha exhortado a suscribirse a todos los
afiliados del partido de Berlín y Brandeburgo y de más allá, la nueva
publicación se dirige contra el Berliner Arbeiterzeitung.71 Holtz no adi-
vinó que de este modo estaba describiendo exactamente la intención
de Hitler, a quien le venía muy bien la limitación de la prensa de Stras-
ser con la aparición de un periódico de Goebbels, que entraba en cons-
ciente competencia con ella.72
El 20 de junio Goebbels estuvo en Munich para poner en claro la
cuestión berlinesa. Quería aplacar a sus enemigos en el entorno de
Hitler, y por ese motivo empleó un tono moderado, casi de disculpa,
en la tarde de las deliberaciones centrales del NSDAP en el salón de
actos Matháser. Cuando hacía nueve meses había llegado a la ciudad,
de cuatro millones de habitantes, le había quedado claro que no se podía
conquistar en unos pocos meses. Su objetivo había sido —argumen-
tó— dar a conocer el movimiento en Berlín durante el primer semes-
tre, lo que de hecho se había logrado. A la inculpación hecha por Stras-
ser de que él mismo había provocado la prohibición del partido con
sus métodos propagandísticos, Goebbels objetó durante su discurso ante
los compañeros muniqueses del partido —el propio Hitler no asistió—
que la prohibición se había traído por los pelos y que en cualquier caso
él había estado en el camino correcto, como había demostrado el núme-
ro creciente de afiliados.73
Como resultado de su encuentro con Hitler, al que seguramente sor-
prendió la inesperada actitud decidida en el escrito del jefe de distrito,
Hitler publicó el 25 de junio en el Volkischer Beobachter una declaración
respecto a la disputa.74 Allí se decía que todas esas afirmaciones habían
sido inventadas con un objetivo evidente por parte del «amarillismo
146 Goebbels

judío». «Mi relación con el señor doctor Goebbels no ha cambiado lo


más mínimo, sigue gozando igual que antes de mi completa confian-
za».75 A pesar de esta declaración, Goebbels, que una vez más había
sucumbido a la fascinación por Hitler, no podía estar plenamente satis-
fecho, pues no se había producido la anhelada condena de los Strasser.
En lugar de ello, Hitler comunicó a los rivales del jefe de distrito a tra-
vés de la comisión de investigación y arbitraje, con la que ya se había
establecido comunicación telefónica, que él «personalmente pondría
término a la cuestión en el círculo más grande posible de todos los inte-
resados en Berlín».76
En el tema del periódico de Goebbels, Hitler se declaró a favor de
que se hiciera cargo del semanario la propia editorial del partido, la
Eher-Verlag de Munich. Aunque esto iba en contra de la idea de Goeb-
bels, que quería dirigir solo su periódico, aun así la intención de Hitler
significaba de manera indirecta una aprobación para el proyecto de com-
petencia a los periódicos de los Strasser, a quienes declaró que el nue-
vo periódico de Goebbels tendría un carácter «neutral».77 Puesto que
la anunciada asunción del periódico goebbeliano por parte de la edi-
torial del partido sólo era una declaración de intenciones de Hitler, esto
no impidió al jefe de distrito hacer los últimos preparativos para la publi-
cación de su periódico de lucha. El primer número debía aparecer el 4
de julio de 1927, una fecha muy poco favorable para la presentación de
un nuevo periódico, pues quedaba por delante el verano pobre en noti-
cias.
El periódico de lucha llevaba el nombre DerAngriff [ElAtaque].
«Este nombre era efectivo desde el punto de vista propagandístico y de
hecho abarcaba todo lo que queríamos y hacia lo que aspirábamos».78 La
escenificación organizada con motivo de la presentación del
periódico comenzó el 1 de julio de 1927. Los primeros carteles, de
un rojo chillón, que se colocaron en las columnas anunciadoras de la
capital del Reich llevaban impreso Der Angriff con un gran signo de
interrogación. El siguiente anuncio, con la misma presentación, debía
seguir aumentando la curiosidad. «Der Angriff tiene lugar el 4 de
julio», se podía leer ahora. Los transeúntes sólo se enteraron de que se
trataba de un nuevo
Berlín... un lodazal de vicios. ¿Y ahí me tengo que meter yo? 147

semanario cuando los jóvenes hitlerianos lo ofrecieron en las calles de


Berlín. El primer número del Angriff,79 cuya cabecera propagandística-
mente efectiva la había diseñado Schweitzer,80 no pudo satisfacer en
modo alguno la ambición de Goebbels de que su periódico entrara
algún día «en la serie de los grandes órganos periodísticos de la capital
del Reich»:81 «Me sobrecogieron la vergüenza, el desconsuelo y la des-
esperación al comparar este sucedáneo con lo que yo realmente había
deseado. ¡Un miserable periodicucho, una majadería impresa! Así me
pareció este primer número. Mucha buena voluntad, pero poca habili-
dad».82 La presentación exterior era deficiente, el papel y la impresión
de mala calidad. También en la redacción había algunos errores, que se
debían atribuir principalmente a la escasa experiencia periodística del
secretario general del distrito, Dagobert Dürr.83 El editor Goebbels
había designado sin más al secretario político de la delegación berline-
sa del NSDAP. Debía hacer las veces del verdadero redactor jefe, el futu-
ro primer alcalde de Berlín, Julius Lippert. El caso era que Lippert, que
antes había sido redactor del nacional Deutsches Tageblatt, editado por
Reinhold Wulle, tenía que cumplir una condena de seis semanas des-
de el día de la primera publicación.
Con todo, incluso después de que Lippert fuera puesto en libertad,
el Angriff seguía con grandísimas dificultades, pues entretanto el aban-
dono de algunos colaboradores había llevado a una crisis de personal.
Pero esto no hizo a Goebbels desistir de intentar deshancar por todos
los medios al periódico de la competencia, el de los Strasser. Así reser-
vó a su periódico toda la información práctica que afectaba a la rutina
local del partido, como las fechas de las sesiones y de los actos, los pun-
tos de venta.. .84 Llegó incluso a hacer que hombres de confianza de las
SA agredieran a los vendedores ambulantes del Berliner Arbeiterzeitung,
para responsabilizar después a los comunistas. Mientras que la tirada del
periódico de los Strasser se estancó y luego disminuyólos 2.000 ejem-
plares impresos del Angriff fueron vendiéndose poco a poco. Pero el
hecho de que tres meses después se hubiera impuesto hasta el punto de
poder financiarse por sí mismo, como afirmaba Goebbels, parece más
que cuestionable.
148 Goebbels

Una característica del periódico de lucha eran las caricaturas de


Schweitzer. Esta persona de confianza de Goebbels, que también tra-
bajaba para el Vólkischer Beobachter y el Brennessel, firmaba sus dibujos
con el nombre altogermánico del martillo deThor, «Mjolnir». 85 Schweit-
zer, que gracias a la protección de Goebbels ascendió en octubre de
1935 a comisionado del Reich para la modelación artística, luego a
senador de cultura del Reich, presidente de la cámara del Reich de las
artes plásticas y comandante de las SS (sturmbannfuhrer) en el «Estado
Mayor del Fiihrer del Reich», trasladaba perfectamente a sus dibujos el
potencial de agresión verbal de su jefe. Ya antes de la fundación del
Angriff Goebbels había celebrado su «genio gráfico» 86 en una carta
abierta: «condensado, duro, austero, de una plasticidad masculinamente
segura, de una pasión fustigadora y una verdad interior reflejada hasta
el fondo (...). Nadie es capaz de imitarlo. Ahora me siento a ver los tra -
zos de carboncillo todavía recientes y no me canso de contemplar la
contundencia de estas instigadoras consignas gráficas». 87
Las caricaturas de Schweitzer constituían, junto a los editoriales de
Goebbels y su «Diario político» 88 (una panorámica con comentarios
polémicos acerca de los acontecimientos de la semana en materia de
política interior y exterior), una «unidad propagandística» que a su jui-
cio «distinguía» al nuevo periódico del lunes «de los demás periódicos
existentes hasta ahora en Berlín». 89 Goebbels habló a este respecto de
un efecto propagandístico verdaderamente «irresistible». 90 La palabra y
la imagen no servían al objetivo «de informar, sino de espolear, enar-
decer, aguijonear». 91 La sugestión al lector «debe hacerse sin rodeos,
categóricamente, con un objetivo firme y con perseverancia.Todos los
pensamientos y sentimientos del lector deben ser arrastrados hacia una
dirección determinada».92 Así, lo consecuente era que Der Angriff^ape-
lara mucho más a la emoción que a la razón del lector, que quisiera más
persuadirle que convencerle. Todo en el Angriff, «incluso cada noticia»,
era tendencioso, y no pretendía ser de otra forma. 93
Característico del Angriffse hizo también su «estilo enfático, agresi-
vo y no obstante sencillo y popular». 94 Especialmente en sus editoriales,
que él calificaba como «una alocución de la calle puesta en papel», 95
Berlín... un lodazal de vicios. ¿Y ahí me tengo que meter yo? 149

Goebbels conseguía plasmar este carácter retórico. «El lector debía tener
la impresión de que el escritor del artículo era en realidad un orador
que estaba a su lado y que quería convertirle a su opinión con un razo -
namiento sencillo e irrefutable». 96 Goebbels había aprendido esto de la
«prensa marxista». «El marxismo no ha vencido gracias a sus editoria -
les, sino gracias a que cada editorial marxista era un pequeño discurso
propagandístico», analizó en su discurso «Cognición y propaganda» del
9 de enero de 1928. 9 7
La postura del órgano recién fundado era incuestionable. «En eso
nos entendimos y no hubo entre nosotros ni siquiera una disputa al res -
pecto». 9 8 Desde el principio no se dejó ninguna duda sobre el objeti vo
por el que se luchaba: la destrucción de la república de Weimar y de
aquellos que la trajeron. De acuerdo con la distorsionada visión ideo -
lógica de los nacionalsocialistas y con el criterio aducido por Hitler en
Mi lucha de no mostrar «nunca a la masa dos o más adversarios, porque
si no esto lleva a una completa disgregación de la fuerza combativa», 99
sólo podía ser uno el enemigo contra el que se dirigía esta lucha: los
judíos. «Este elemento negativo tiene que ser exterminado de las cuen -
tas alemanas, o estropeará eternamente las cuentas». 100
Goebbels explicó el porqué a sus lectores directamente en el primer
editorial: «Somos enemigos de los judíos porque somos defensores de
la libertad del pueblo alemán. El judío es la causa y el beneficiario de
nuestra esclavitud. Ha aprovechado la precariedad social de las grandes
masas populares para hacer más profunda la infortunada división entre
izquierda y derecha en el seno de nuestro pueblo, ha hecho dos mita -
des de Alemania, sentando así la base para la pérdida de la Gran Gue -
rra, por una parte, y para la falsificación de la revolución, por otra». 101
«El judío» era para Goebbels un «organismo parasitario», el «prototipo
del intelectual», el improductivo «demonio de la decadencia» e igual -
mente el «consciente destructor de nuestra raza», ya que ha «echado a
perder nuestra moral, socavado nuestras costumbres y roto nuestra fuer-
za».102
Como tan a menudo hizo en sus campa ñas, Goebbels orientó tam -
bién en este caso su proceder por la táctica de sus adversarios de izquier-
150 Goebbels

da. «Al igual que la socialdemocracia antes de la guerra no sólo com-


batió un sistema que le era enemigo, sino también a sus representantes
visibles y expuestos, así debíamos nosotros también (...) basar nuestra
táctica en ello».103 Para Goebbels, que como impedido conocía el poder
de tales estigmatizaciones, el exponente fue Bernhard Weiss,104 quien
en marzo de 1927 había sido nombrado vicepresidente de la Jefatura
de Policía «judeo-marxista» en la Alexanderplatz de Berlín y cuya poli-
cía política había participado de manera decisiva en la prohibición del
NSDAP berlinés.
Weiss, que nació en 1880 en el seno de una familia de la alta bur-
guesía judía de Berlín, fue capitán de caballería en la Primera Guerra
Mundial y se le condecoró con la Cruz de Hierro de primera clase. Su
retrato le había llamado la atención a Goebbels después de la prohibi-
ción del partido, cuando el Volkischer Beobachter publicó la foto de Weiss
en primera plana.105 Más bien bajo, con el pelo oscuro y gruesas gafas
de concha, Weiss respondía perfectamente a la imagen que Goebbels
tenía del prototípico enemigo judeo-marxista que había que «exter-
minar», aunque el vicepresidente de la policía no pertenecía ni al SPD
ni al KPD, sino al partido de la burguesía liberal, el DDR Sólo hacía falta
ya un nombre pegadizo para «despedazarlo» por completo como
objeto de la propaganda. Cuando el 15 de agosto de 1927 Goebbels
dedicó su primer editorial a Weiss, había encontrado ese nombre: «Isi-
doro».106
El nombre «Isidoro» (Isidor en alemán) no fue una ocurrencia del
agitador.También lo había tomado de los comunistas. Este apodo, que
aspiraba a un efecto difamatorio, ya se había utilizado repetidamente
en el Rote Fahne [Bandera Roja].107 «Isidoro», aunque de ningún modo
era de origen hebreo, sino griego, se usaba a menudo como insulto 108 y
ocupaba un lugar destacado, por lo que a su connotación negativa se
refiere, por debajo de «Cohn», «Levy» y «Schmul». No el llamativo
antisemitismo de los disturbios, sino este antisemitismo medio encu-
bierto y diario constituía el terreno fecundo sobre el cual el ataque de
Goebbels a Weiss pudo seguir creciendo y desarrollar una eficacia polí-
tica.109
Berlín... un lodazal de vicios. ¿Y ahí me tengo que meter yo? 151

Goebbels, que ya inmediatamente después de la prohibición había


atacado con violencia aWeiss durante un acto del partido en Stuttgart,
hizo enseguida del Angriffun «periódico de lucha contra Isidoro», 110
cuajado —en particular la página local «Desde el desierto de asfalto» y
la columna «¡Cuidado, porra!»— de menciones del apodo y de carica -
turas de «Isidoro» hechas por «Mjólnip>. Aquí se podía leer sobre el «espía
de esvásticas de Isidorito»; allá sugería la caricatura de Schweitzer que
Weiss, pese a conocer los ataques delictivos de la Liga Roja de Com -
batientes, no procedía contra ella. Incluso el crucigrama silábico de la
sección de anuncios iba dirigido contra él; una solución rezaba: «difun-
de el Angriff hasta que Isidoro sea vencido», o «Isidoro está acabado, si
todo el mundo da un donativo al Angriff».111
Las caricaturas más agresivas y los artículos del Angriff mis infames
aparecieron reunidos en 1928 en el Libro de Isidoro112 y al año siguiente
en el Nuevo libro de Isidoro,113 que en el periódico de lucha de Goebbels
eran encomiados continuamente y según éste «se vendieron como el
pan». 114 El brutal cinismo que caracterizaba la lucha de Goebbels
contra Weiss queda claro en la introducción del libro por su lema: «Isi-
doro no es un hombre concreto, una persona que aparezca en el códi -
go civil (...). Isidoro no es un hombre concreto, una persona que ten-
ga cara. Isidoro es el rostro, desfigurado por la cobardía y la hipocresía,
de la llamada democracia, que el 9 de noviembre de 1918 ocupó los
tronos vacíos y hoy agita sobre nuestras cabezas la porra de la más libre
república».115
El odio de Goebbels contra Weiss se había acrecentado sin límites
sobre todo porque el vicepresidente de policía, que luchaba a favor de
la democracia, hacía que los hombres de la policía política velaran aten-
tamente por la estricta observancia de la prohibición del partido. En
Moabit se habían sentado diariamente delante de los jueces miembros
de las SA. El primero se había puesto la prohibida camisa parda, el segun-
do había amenazado la paz y la seguridad públicas mostrando un emble-
ma del partido, el tercero había dado una bofetada a un «judío insolente
y arrogante» —escribió después Goebbels restando importancia a las
provocaciones a las que había instigado a sus partidarios para hacer saber
152 Goebbels

a la opinión pública que el partido «aun prohibido está vivo»,116 como


rezaba el lema ideado por él.117
En realidad, la prohibición perjudicó poco al partido en la medida
en que la organización siguió existiendo en esencia, aunque bajo otro
nombre. La secretaría del distrito se convirtió en oficina de delegados.
Las subdivisiones de las SA pasaron a ser asociaciones, como el club de
bolos Los Nueve, el club de natación Alta Ola, el club de senderismo
Viejo Berlín o el Club estrella de los Alpes de Wessel, cuyo estableci-
miento de reunión habitual era una pastelería situada en la Pasteurstra-
se. Cuando la policía política desintegraba y prohibía una asociación de
este tipo, la propia gente de las SA fundaba una nueva con otro nom-
bre y en otro lugar. Además, por un par de pfennigs que costaba el bille-
te, podían atravesar las fronteras de Berlín con el uniforme de las SA en
la mochila, para sin molestia alguna mantener vivo el pardo romanti-
cismo revolucionario con marchas y asambleas en la Marca de Bran-
deburgo, en Teltow o en Falkensee.
Al amanecer del 5 de agosto de 1927 abandonaron Berlín de esta
manera unos cincuenta hombres de las SA, saliendo hacia Nuremberg
para una marcha a pie propagandística —que sin embargo servía más
para fomentar la cohesión— con motivo del congreso del partido a
nivel del Reich. Wessel, que se contaba entre ellos, describió en su rela-
ción del viaje cómo el grupito se había aproximado finalmente a Nurem-
berg tras ir en tren, en la superficie de carga de camiones y varias veces
a pie por las ciudades y pueblos de la Marca de Brandeburgo y de Sajo-
nia, a través de la Selva de Turingia y de Franconia. Dejaron atrás a los
«impedidos» para entrar en la ciudad «marchando» a buen paso. 118 Allí
se encontraron con otros 400 berlineses de las SA y compañeros del
partido, que habían seguido hasta Nuremberg a su jefe de distrito con
motivo de este tercer congreso del partido. La ciudad parecía un «cam-
pamento pardo». «Nuremberg, nadie la olvida fácilmente», escribió el
entusiasmado Wessel, que participaba por primera vez en un acto de
este tipo, el cual mostraba a su juicio el fortalecimiento del movimien-
to general. Además de las marchas, las proclamas y los desfiles de antor-
chas, la entrega de dos nuevos estandartes a las SA berlinesas constitu-
Berlín... un lodazal de vicios. ¿Y ahí me tengo que meter yo? 153

yó un momento culminante del congreso. Al final pensó Wessel, lleno


de optimismo: «Después de semejante encuentro a nivel del Reich, ¡qué
importaba a los berlineses tener que volver a una ciudad en la que su
actividad estaba prohibida!».119
Con tanta más rebeldía se dejaron arrestar en conjunto los 450 asis-
tentes al congreso del partido, después de que Weiss hiciera detener su
tren antes de llegar a Teltow, en la Marca. Acusados de ser miembros de
una organización prohibida, fueron transportados en camiones descu -
biertos —como si de un viaje propagandístico se tratara— a través de
Berlín hasta el cuartel general de la policía en la Alexanderplatz, don de
la mayoría de ellos fueron retenidos por una noche. Por fin se volvía a
tomar nota de ellos, debió de pensar Goebbels, que por su parte se
quejó con gran patetismo en el Angriff: «Os pregunto: ¿es eso una
acción heroica? Tú, joven rubio, si te afloran las lágrimas a los ojos, reprí-
melas. No llores delante de estos jueces con el semblante triste». 120
En aquellos días de prohibición del partido, Goebbels volvió a ejer-
cer la actividad de «escritor». Además de revisar su Michael del año 1923
(que se publicó en 1929 en la editorial muniquesa del partido, siguió
siendo «invendible» hasta 1933 y con el comienzo de la guerra iba a ver
su decimocuarta edición), completó Der Wanderer [El Caminante], «una
obra en un prólogo, once cuadros y un epílogo». En esta pieza, comen -
zada en 1923 en el barrio Klettenberg de Colonia, en un momento de
extrema necesidad y ahora dedicada «a la otra Alemania», Goebbels se
valió de su motivo tan manido de la pretendida omnipotencia de la fe,
cuando escribió: «La fe/ es todo./ Despierta la fe en el mundo/ que
despierta así al hombre./ El hombre no está muerto,/ sólo duerme./
La fe es la fuerza/ que lo despierta a la vida./ Tú tienes la palabra/ tú
tienes la fe/ tú tienes la fuerza/ (...) / El nuevo Reich llegará». 121
Para representar como obra dramática Der Wanderer, ese tratado ligado
a las categorías fijas del bien y del mal, Goebbels contrató a algunos
actores desempleados. El 6 de noviembre tuvo lugar el estreno en el
teatro Wallner de Berlín. Mientras que en el Angriff se podía leer que
Der Wanderer era un ejemplo de «las nuevas tendencias culturales de una
joven cosmovisión»,122 otros periódicos lo criticaron despiadadamente.
154 Goebbels

Esto no hizo desistir al autor de enviar a la «escena experimental nacio-


nalsocialista», creada por él bajo la dirección de Robert Rohde, a hacer
una gira por los alrededores de Berlín con el Wanderer durante los años
siguientes. 123 Más tarde, tras la subida al poder, Goebbels hizo que la
pieza teatral se representara incluso en teatros regionales y estatales,
como los de Gotha,Wurtzburgo, Gotinga y Jena. 124
Entre las actividades con las que Goebbels intentó en la época de la
prohibición propagar la idea nacionalsocialista y mantener cohesionado
el partido estaba también la formación de una llamada «escuela de polí-
tica» a comienzos de octubre de 1927. 125 Bajo el pretexto de querer
hacer de la política «como observación de los hechos» un bien común
de las capas sociales más amplias posibles, para ponerla en condiciones
de «llevar a efecto su misión histórica con un mínimo de sofismas y
extravíos», creó para sí la posibilidad de eludir la prohibición de palabra
que le habían impuesto. Goebbels, que sin embargo tomaba también la
palabra en discusiones en otros lugares, pronunció en su «escuela» la
ponencia inaugural sobre el tema «¿Qué es política?»; poco después habló
sobre «Los cimientos del Estado» y sobre «Cognición y propaganda».
Entre los ponentes se encontraban además Reventlow, Lippert y Wil-
helm Frick, el presidente del grupo nacionalsocialista en el Parlamento.
El proyecto continuó cuando el 29 de octubre de 1927 expiró la
prohibición de palabra para Goebbels.Ya el 8 de noviembre volvió a
hablar por primera vez públicamente en el Orpheum de la Hasenhei-
de al sur de Berlín. Los carteles que anunciaban esta y las futuras inter -
venciones llevaban ahora como nueva provocación el rótulo: «Con la
autorización de la jefatura de policía». 126 Verdaderamente alentado por la
suspensión de la prohibición de palabra, Goebbels volvió a intensificar
los ataques contra la dirección policial de Berlín en el Angriff. Introducía
la campaña contra Weiss una caricatura que mostraba al vicepresidente
de la policía con forma de asno sobre una superficie helada y que
llevaba esta ofensiva leyenda: «Cuando al Isidoro le va demasiado
bien...».127'128
Tras el levantamiento de la prohibición de palabra, Weiss volvió a
ordenar que las intervenciones de Goebbels y de otros líderes nació-
Berlín... un lodazal de vicios. ¿Yahíme tengo que meter yo? 155

nalsocialistas fueran controladas al detalle por funcionarios del depar-


tamento IA, dirigido por él, y que se elaboraran minuciosos informes
sobre comentarios y actividades inconstitucionales. Cada edición del
Angriff era sometida a un riguroso examen inmediatamente después de
su publicación. El 7 de diciembre de 1927,Weiss presentó por prime -
ra vez una querella por injurias y por los cambios de nombre. Cuando
se le pidieron responsabilidades, Goebbels intentó excusarse en el inte-
rrogatorio que tuvo lugar a comienzos de 1928, argumentando que
como editor no era responsable, en virtud de la ley de prensa, del con-
tenido del periódico. Además, sólo había conocido el contenido del
periódico después de su impresión.Tampoco sabía de quién provenían
el incriminado artículo y la caricatura. 129
El 28 de febrero de 1928 compareció por primera vez ante un tribu-
nal en la capital del Reich, pero no por la difamación de Weiss, sino como
consecuencia de los acontecimientos ocurridos en la casa de la asocia -
ción de veteranos en mayo de 1927. El tribunal de escabinos de Berlín-
Centro lo encontró culpable de incitación a la violencia. El caso es que
como redactor de las Nationalsozialistische Briefe [Cartas nacionalsocialistas],
editadas por Gregor Strasser, había publicado en abril de 1927 en un artí-
culo sobre el tema «concentración de masas» normas de conducta para
los líderes o ponentes de las asambleas y descrito cómo había que mane-
jar los disturbios y cuándo tenía que intervenir el servicio de orden. 130
Siguiendo exactamente este patrón, se había «enviado a paseo», fuera de
la asociación de veteranos, al párroco de la comunidad reformista. Se le
condenó a seis semanas de cárcel, contra lo que el abogado de Goebbels
interpuso de inmediato recurso de apelación.Tuvo un éxito parcial, pues,
aunque los jueces lo declararon culpable de la exhortación a la lesión cor-
poral, tuvieron en cuenta «que él había actuado de buena fe y con bue-
na conciencia».131 «En el colegio de jueces había un judío, Lówenstein.
De lo contrario es probable que hubiéramos sido absueltos. La senten -
cia: en lugar de la elevada pena de cárcel (...) 600 marcos para mí. No
voy a pagar ni un solo pfennig», 132 fue el balance que hizo Goebbels.
El 31 de marzo de 1928, la jefatura de polic ía levantó después de
once meses la prohibición del NSDAP berlinés, alegando que se le que-
156 Goebbels

ría dar «la libre posibilidad de prepararse para las elecciones».133 Sin
embargo, esto sucedió relativamente tarde —ciertamente no sin un sen-
tido oculto—, pues el 15 de febrero ya era seguro que habría nuevas
elecciones. Desde comienzos de año, cuando el 19 de enero el minis-
tro de las Fuerzas Armadas Gessler tuvo que ceder su puesto al teniente
general Wilhelm Groener por deseo de Hindenburg, se perfiló cla-
ramente el fracaso del gobierno de Marx, sostenido por el bloque
burgués. Las tensiones latentes en materia de política social y la con-
troversia en torno a la política exterior de Stresemann—los naciona-
listas alemanes la apoyaban siempre con gran reserva— crecieron con
motivo de las deliberaciones para una nueva ley escolar del Reich y
condujeron a la posterior ruptura del bloque burgués.
Fue «un momento grande y solemne», incluso una «hora histórica»,
cuando el NSDAP berlinés fue «fundado de nuevo» el 13 de abril, escri-
bió Goebbels,134 que tuvo que improvisar, dado el corto periodo de
tiempo que quedaba hasta las elecciones al Parlamento del 20 de mayo
y en vista de la reducida caja del partido. Así pues, concentró su pro-
paganda principalmente en estorbar los mítines electorales de otros par-
tidos, como por ejemplo el de Georg Bernhard, un representante del
Partido Democrático Alemán (Deutsche Demokratische Partei, DDP)
y miembro del consejo económico del Reich. El Vossische Zeitung
comentó: «Con frases hueras (...) se conseguirá doblegar el espíritu de
la democracia tan poco como con una fuerza pulmonar de corto alcan-
ce». Allí donde el «espíritu» del nacionalismo se había perdido en vocin-
glerías, se veía «en alguna parte una predisposición a la lógica y al espí-
ritu que todavía hoy está en el subconsciente. Elevar esta razón
subconsciente hasta la consciencia y prestar oído finalmente a los argu-
mentos de la lógica es el objetivo de la actividad propagandística demo-
crática en la actual campaña electoral. Se conseguirá, o el espíritu des-
tructivo del barullo nacionalista conducirá a nuevas catástrofes para
fatalidad de Alemania».135
Este espíritu destructivo fue el que Goebbels intentó difundir durante
la campaña electoral con la ayuda de «discos de gramófono», en los
que las consignas pardas estaban acompañadas —así informó el Vossis-
Berlín... un lodazal de vicios. ¿Yahí me tengo que meter yo? 157

che Zeitung— de «espantosos cantos de combate». 136 Aunque no disponía


de los recursos financieros para una amplia puesta en práctica de esta
moderna técnica, era absolutamente consciente de su significación. Esto
también lo había aprendido de la «izquierda», que realizaba así su
campaña electoral. «La artillería más pesada de la propaganda contem-
poránea» la exhibía el SPD, que había adquirido una serie de automó -
viles modernos con altavoces instalados encima. 137 El SPD introdujo
durante esta campaña electoral otra novedad, «que combinaba con el
gramófono la presentación de cintas cinematográficas». 138 Grupos de
actores que representaban sketchs políticos y anuncios luminosos com-
pletaban este repertorio propagandístico. El KPD —según informaban
los periódicos— había introducido además otras formas no ortodoxas
de propaganda. Celebró en Leipzig, por ejemplo, una «tarde comunis -
ta de variedades», a la que también contribuyó el director Erwin Pis-
cator, el «defensor de lo político en el arte».
Una de las principales armas de la propaganda nacionalsocialista era
el propio jefe del distrito berlinés. El que entretanto se había converti-
do en el orador más conocido del partido además de Hitler viajó en
esas pocas semanas que quedaban hasta las elecciones a lo largo y ancho
del Reich,para «predicar» acerca del futuro Tercer Reich.El 17 de abril
habló en Bielefeld, al día siguiente en el barrio Barmen de Wuppertal;
de vuelta en Berlín escribió «editoriales, octavillas y carteles como alma
que lleva el diablo». 139 El 19 de abril grabó de nuevo un «disco fono-
gráfico», la tarde siguiente habló con motivo del cumpleaños del «jefe»
en la casa de la asociación de veteranos, el 23 de abril en Colonia, el 24
en Wiesbaden, el 25 en el barrio Friedenau de Berlín, ante un «distin -
guidísimo público burgués».140
Las incesantes actividades del jefe de distrito sólo se vieron entor-
pecidas por las autoridades de lo penal. El 17 de abril recibió las dos
primeras de un total de seis citaciones por injurias al vicepresidente de
policía. «Ya es hora de que sea inmune», 141 apuntó Goebbels, que ante
esta situación había sido nominado por su partido con vistas a su anhe-
lada entrada en el Parlamento, que le protegería de nuevas actuaciones
penales. Hasta entonces intentaba retrasar el juicio. Alegaba tener que
158 Goebbels

organizar «varios mítines electorales en el sur de Alemania el día en


cuestión» y por tanto «verse obstaculizado en el obligado desempeño
de la propaganda, al estar en un puesto muy comprometido como can-
didato para el Parlamento del Reich y del land». 142 Después de que se
rechazara un aplazamiento, Goebbels hizo saber al tribunal que consi-
deraba esto «un impedimento directo para la propaganda electoral» y
llamaba la atención amenazadoramente «sobre todas las consecuencias
eventuales que conciernen a la inhibición electoral»,143 sin éxito, pues el
tribunal no se dejó engañar. Convencido de que Goebbels se «esfor-
zaba sistemáticamente» por eludir la prosecución penal,144 Weiss había
intervenido ante la fiscalía. El 23 de abril hizo observar al procurador
general que «el doctor Goebbels intenta metódicamente demorar el pro-
cedimiento hasta las próximas elecciones, quizá para llegar a disfrutar
de la inmunidad parlamentaria».145 Ya en marzo, Weiss había exigido a la
fiscalía que «procediera con una sanción ejemplar» contra Goebbels y
otros miembros de la redacción del Angriff por las reiteradas injurias.146
La vista del «proceso de Isidoro»147 tuvo lugar el 28 de abril de 1928.
En plena campaña electoral, Goebbels quería «esta vez luchar con el
silencio».148 El tribunal confirmó a Weiss que las calumnias llenas de
odio por parte del jefe de distrito eran injurias antisemitas que ponían
de manifiesto un «completo desprecio moral del adversario (...) y una
injustificable hostilidad y embrutecimiento».149 Goebbels era —de acuerdo
con el juez— el líder del partido en Berlín; por tanto, como editor
tenía un determinante influjo sobre el contenido y la configuración
exterior del periódico.150 Goebbels y el coprocesado Dürr fueron final-
mente condenados a tres semanas de cárcel por «injuria pública y colec-
tiva a través de la prensa».
El abogado de Goebbels, Richter, apeló la sentencia con el argu-
mento de que «Isidoro» no se refería personalmente a Weiss, sino que
más bien la expresión era un «concepto genérico que pretende criticar
la judeización de puestos determinantes que impera en este momento
en Prusia». Así el jefe de distrito pudo proseguir su campaña propa-
gandística sin ser molestado. Aun cuando a principios de mayo declaró
que la propaganda surtía un efecto «fabuloso», pronto estuvo «hasta la
Berlín... un lodazal de vicios. ¿ Y ahí me tengo que meter yo? 159

coronilla» de hablar.151 No obstante, su odio al «sistema» le hizo aguantar.


Ya fuera en Aschaffenburg, en Schweinfurt, en Leipzig o repetida-
mente en Berlín, instigaba a su auditorio, atizaba el miedo a la infla-
ción, al desempleo y a los enemigos de la guerra mundial. En la última
semana antes de las elecciones volvió a intensificar su trabajo: sólo el
14 de mayo habló doce veces en Munich. Para el sprint final en la capi-
tal del Reich, pese a estar físicamente agotado, movilizó de nuevo las
últimas reservas de energía y estuvo «perfectamente a punto».152
Goebbels, a quien habían apoyado las SA en Berlín con marchas pro-
pagandísticas, no valoraba con demasiado optimismo los pronósticos
electorales. «En general eran buenos»,153 pero hasta sus modestas espe-
ranzas se vieron frustradas, pues el NSDAP sólo alcanzó el 2,6 por ciento
de los votos, perdiendo así con respecto a las elecciones del tercer
Reichstag del 7 de diciembre de 1924 el 0,4 por ciento o casi 100.000
electores. Este era el peor resultado desde que el partido entró por pri-
mera vez en el Reichstag el 4 de mayo de 1924 con 32 diputados. Des-
pués de obtener 14 diputados en diciembre de 1924, ahora sólo pudo
mandar a 12.
Por el contrario, el SPD registró su mayor éxito desde 1919, con más
de nueve millones de votos.También el KPD, con 3,25 millones, logró
un incremento de medio millón de votos. No menos alarmante que la
subida de los comunistas era para el futuro de la república la descom-
posición de los grandes partidos de derechas, que vino acompañada de
la disgregación del espectro electoral de derechas. Junto a los 73 dipu-
tados del DNVP y los 45 del DVP, accedieron al nuevo Reichstag 51
representantes de pequeñas agrupaciones de derechas que tenían los
más dispares programas agrarios y relativos a las clases medias. Cuando
en 1929 comenzó la gran crisis económica, estos millones de votantes
de derechas que se habían quedado sin patria política iban a confluir
en los nacionalsocialistas, de quienes los nacionalistas alemanes habían
afirmado en la última campaña electoral que no eran más que «camo-
rristas a los que les gustaba imitar a Mussolini».154
En la capital del Reich, los nacionalsocialistas no habían superado la
dimensión de un pequeño partido en las elecciones de mayo de 1928.
160 Goebbels

En total había votado a su favor el 1,5 por ciento de los electores. 155
Sin duda había contribuido a ello la larga etapa de prohibición, durante
la cual la prensa sólo había tomado nota del grupúsculo en raras oca-
siones pese a los esfuerzos del jefe de distrito, así como la corta cam-
paña electoral llevada a cabo con modestos recursos. Aunque al día
siguiente de las elecciones Goebbels se hiciera creer en su diario que
el resultado era «un hermoso éxito»,156 de inmediato se vio afectado
por «depresiones»,157 pues sabía que durante el año y medio que había
estado luchando en Berlín por el nacionalsocialismo no había cambia-
do prácticamente nada.
El resultado de las elecciones al Parlamento entrañó al menos una
satisfacción personal para Goebbels. El, que ni siquiera hacía cinco años
había tenido que vivir con sus padres como un «pobre diablo», se encon-
traba entre aquellos diputados del NSDAP que accedieron al cuarto
Reichstag alemán. Así, con todo, éste fue para él un paso adelante, en
dirección al Tercer Reich. Que llegaría, eso no lo dudaba Goebbels pese
a todos los reveses y decepciones, mientras él no dejara de creer en ello.
Capítulo 6

QUEREMOS SER REVOLUCIONARIOS,


Y SEGUIR SIÉNDOLO
(1928-1930)

E l 13 de junio de 1928 el diputado Goebbels subió cojeando las


escaleras hasta la entrada del Parlamento alemán para asistir a su
sesión constituyente. Agradable le pareció el aplauso de algunos curio-
sos que se encontraban a la puerta, pues, entre los casi quinientos par-
lamentarios presentes en el amplio hemiciclo de la sala de plenos bajo
la imponente cúpula del edificio diseñado por Wallot, los doce nacio-
nalsocialistas se debían de sentir como un perdido grupúsculo. Incluso
dentro de éste, Goebbels pertenecía más bien a los divergentes, pues el
presidente del grupo Frick y el diputado Feder, Gregor Strasser, el jefe
del cuerpo franco Franz Freiherr Ritter von Epp y el «algo abotarga-
do» capitán de aviación Hermann Góring1 —éste se había marchado
al extranjero tras el golpe de noviembre, había regresado a Alemania
hacía algunos meses y se había asentado ahora en Berlín con un con-
trato de la Fábrica Bávara de Motores— eran sin excepción «viejos
combatientes» que ya habían estado presentes en 1923 en Munich.
Su inseguridad en un terreno que le era extraño despertó en Goeb-
bels la obsesión de estar expuesto de manera muy especial a la «tenta-
ción del mal». Todo el funcionamiento —escribió sobre sus primeras
impresiones en el pleno— de la «enajenada escuela judía» era tan «infa-
me y taimado», pero al mismo tiempo tan «dulce y tentador» —pensa-
ba Goebbels, ahora dotado de inmunidad, dietas y demás privilegios—
«que sólo unos pocos caracteres se sobreponen a él.Tengo la seria volun-
tad de permanecer fuerte y creo y espero lograrlo».2 Él mismo no se
762 Goebbels

veía a la altura de esa «prueba», entre otras cosas porque estaba con-
vencido de que el parlamentarismo «hacía tiempo que estaba a punto
de sucumbir»3 y de que los nacionalsocialistas estaban destinados a «aca-
bar con este sistema por sí solos y a no debilitarse en manera alguna
ante sus enfermizos síntomas». 4
Después de que los «gordos liberales» —en palabras de Goebbels—
hubieran «juntado» el gobierno 5 —era la gran coalición encabezada por
el socialdemócrata Müller—, el jefe de distrito pronunció su «discurso
inaugural» el 10 de julio durante la primera deliberación sobre un pro-
yecto de ley acerca de la fiesta nacional: «Cuando uno por primera vez
participa como novato parlamentario en este mareo democrático, pue -
de ver las estrellas»; 6 así comenzó sus declaraciones, que no sólo le aca-
rrearon una reprimenda del vicepresidente del Reichstag, Esser, sino
también la enérgica protesta de los demócratas. El mismo comentó sobre
su primera intervención que «había dicho a esos cerdos una opinión
que les había dejado pasmados. E hizo efecto. La sensación del Reichs -
tag. ¡Qué rayos va a echar mañana el amarillismo!». 7
Aunque la prensa dio gusto a Goebbels, si bien no se hizo de su inter -
vención un «hecho sensacional», iban a pasar casi nueve meses hasta que
volviera a tomar la palabra el encargado de «cultura e interior» dentro
del grupo parlamentario de los nacionalsocialistas. Si guardó silencio fue
porque él entendía el nacionalsocialismo como un movimiento revolu-
cionario extraparlamentario. «¿Qué nos importa a nosotros el Reichs -
tag?», escribió con desdén en el Angriff. «No tenemos nada que ver con
el Parlamento. Lo rechazamos desde dentro y tampoco tenemos reparo
en expresarlo firmemente hacia afuera (.. .).Yo no soy un miembro del
Reichstag.Yo soy un Idl, un IdF [Inhaber der Immunitdt; Inhaber der Frei-
fahrtkarte] un beneficiario de la inmunidad y de la tarjeta de viajes gra-
tis. (Un Idl) denuesta al "sistema" y recibe a cambio las gracias de la repú-
blica en forma de 750 marcos de mensualidad». 8
Sin embargo, el mandato parlamentario no sólo reportó a Goebbels
la tarjeta gratuita para viajar en primera clase y la anhelada inmunidad
que le protegía de la detención policial, sino que también mejoró su
consideración dentro del partido, maltrecha tras la prohibición del
Queremos ser revolucionarios, y seguir siéndolo 163

NSDAP en Berlín, y por tanto su posición frente a los Strasser.9 A fina-


les de mayo y principios de junio de 1928, éstos le habían echado indi-
rectamente la culpa en las «Cartas nacionalsocialistas» por el decepcio-
nante resultado del partido en Berlín. Gregor escribió que los
correspondientes cargos del partido tenían que revisar el trabajo reali-
zado hasta ahora en métodos y contenido. 10 Otto declaró que los pro-
letarios se habían ido con los comunistas, los verdaderos triunfadores.
Él también aludió a Goebbels sin mencionar el nombre en su artículo,
al hablar de «hombres infinitamente listos».11
Semejantes ataques agravaron sin límite el odio de Goebbels. Otto
Strasser, el «Satanás» del movimiento, tenía que ser «aniquilado», «cos-
tara lo que costara», anotó en su diario, para hacer de inmediato la sal-
vedad de que es imposible imponerse a Strasser. «Ese canalla es dema-
siado astuto y pérfido».12 Cuando además dijo haberse enterado de que
habían tenido lugar negociaciones entre Otto Strasser, Reventlow y
Kaufinann «con el objeto de fundar un nuevo partido en el que se ha
de acentuar más la línea socialista», se indignó contra su adversario, del
que en realidad estaba más cerca políticamente. Iban contra Hitler. «Estos
señores quieren ser ellos los jefes.Yo estaré al acecho. Estoy con Hitler,
pase lo que pase. Aunque me dé de bofetadas».13
Después de que «su jefe» no interviniera, aunque le había informa-
do de lo que se había enterado, Goebbels acarició la idea de presentar
su «dimisión», porque «estaba harto» de la situación en Berlín.14 Cambió
de opinión cuando el 14 de julio de 1928 —ese mismo día, para
satisfacción del jefe del distrito berlinés, el Parlamento promulgó una
amnistía para todos los delitos políticos cometidos antes del 1 de ene-
ro de 1928— Hitler llegó a Berlín y calmó los espíritus en una «larga
entrevista personal» con los Strasser. A Goebbels le aseguró que había
procedido «duramente contra el doctor Strasser», de modo que aquél
creyó que la editorial de lucha, la fuente del influjo de los Strasser en
el partido de la Alemania septentrional, se iba a «liquidar» enseguida.
Cuando Hitler, empleando una hábil táctica, se mostró además lleno de
aprobación para el trabajo de Goebbels, éste ya no pensó más en una
«dimisión»: «Me quedo. El jefe está de mi parte al cien por cíen
164 Goebbels

Entre otras cosas, para calmar la situación en el partido berlinés, Hitler


aceleró el proyecto de reorganizar los distritos del NSDAP basándose
en las circunscripciones electorales del Parlamento. Para el distrito de
Berlín-Brandeburgo esto significaba la división en un distrito de Gran-
Berlín y en un distrito de Brandeburgo. De éste, que Goebbels califi-
có inmediatamente de «subdistrito»,16 se hizo cargo el amigo de Stras-
ser, Holtz,17 el 1 de octubre de 1928, cuando el plan se llevó finalmente
a la práctica. «Se divide mi distrito. (...) ¡Gracias a Dios! Así me evitan
muchos disgustos»,18 anotó Goebbels, a quien Hitler, teniendo en cuenta
su susceptibilidad, le había agradecido expresamente «su excelente
trabajo en el territorio en cuestión, que posibilitaba la creación allí de
un distrito propio». Así, el margen de acción organizativa quedó limi-
tado para Goebbels a la capital del Reich, pero allí se amplió, pues los
Strasser pertenecían en adelante al «subdistrito» de Brandeburgo.
En el verano de 1928, al jefe del distrito de Gran-Berlín le depara-
ron preocupaciones no sólo los hermanos Strasser, sino también las SA
berlinesas. Pese a todos los esfuerzos, no se había conseguido conver-
tirlas en una mera tropa del partido. Si, al igual que antes, se parecían
más bien a una liga militar no ideológica, esto se debía a las disposi-
ciones dictadas con arreglo al programa de reorganización, según las
cuales a partir de noviembre de 1926 ningún miembro del partido podía
ser líder político y al mismo tiempo miembro de las SA. 19 En la pri-
mavera de 1928, por orden de Franz von PfeíFer, que había sido nom-
brado por Hitler «jefe supremo de las SA», las secciones berlinesas de
las SA fueron también sustituidas por un sistema de tropas de asalto
agrupadas en cinco estandartes. Sus líderes militares, a la cabeza de ellos
Walter Stennes, el oficial de la guerra mundial, combatiente del cuer-
po franco y distribuidor de armas, reivindicaban su autonomía respecto
a los civiles de la dirección del partido, por parte de los cuales se sentían
abandonados de todos modos, dados los modestos subsidios
financieros. Goebbels consideró tales aspiraciones como «carentes de
instinto político» y les reprochó que ni podían «odiar» ni habían des-
cubierto «al judío».20 La consecuencia: el aparato paramilitar amenazaba
con independizarse.
Queremos ser revolucionarios, y seguir siéndolo 165

Para evitar un retroceso del NSDAP en Berlín, en opinión de Goeb-


bels había que dejar la política a los políticos y las SA debían tener la
misión de intervenir a favor de la ejecución de esa política.21 Pero antes
de poder «echar un rapapolvo a esos señores», 22 a mediados de agosto
de 1928 se agravó de lleno la crisis. Él hablaba de una «crisis de la liga
militar», tal como la había pronosticado desde hacía tiempo. El origen
estuvo en una reclamación pecuniaria de Stennes por valor de 3.500
marcos a la dirección a nivel del Reich. Puesto que Munich no pagó,
el 10 de agosto Stennes reunió en torno a sí a los líderes de las SA pre-
sentes en Berlín, denostó a Hitler y aVon Pfeffer como «canallas» y, tras
exponer las circunstancias, hizo que algunos de los sublevados se die-
ran de baja del partido, hecho que fue comunicado de inmediato tele-
gráficamente a la dirección del Reich.23
Goebbels, que se enteró de ello en su lugar de vacaciones, Garmisch-
Partenkirchen, en Baviera, opinó que ahora había que poner en claro
el asunto definitivamente: «Partido o liga militar, revolución o reac-
ción».24 Las conversaciones que mantuvo a su regreso con Stennes y
otros hombres de las SA, así como el pago de los 3.500 marcos, toda-
vía hicieron posible un acuerdo.25 Al jefe de distrito le pareció que la
crisis estaba «solucionada» cuando Hitler, al que creía de nuevo total-
mente de su parte, le aseguró que en un futuro cercano hablaría dos
veces ante las SA berlinesas. Ya a finales de agosto —en ese momento
Goebbels se encontraba otra vez en el lugar turístico de la Alta Baviera
— Hitler habló en una sala «completamente abarrotada» de Frie-
drichshain. Su intervención fue un «rotundo éxito», pensó Horst Wes-
sel, a quien le había llamado la atención en la asamblea sobre todo la
gran cantidad de caras nuevas para él.26
Si en el distrito se podía afrontar con optimismo la «lucha de oto-
ño e invierno», como creía Wessel, no era sólo porque Goebbels y Sten-
nes hubieran arreglado sus diferencias y ahora quisieran «colaborar leal-
mente»,27 sino también por el trabajo organizativo que caracterizó las
postrimerías del verano de 1928. En él tomó parte de manera decisiva
Reinhold Muchow. El 1 de julio Goebbels le había nombrado, a sus
veintitrés años jefe de organización del distrito de Gran-Berlín,28 cuya
166 Goebbels

secretaría se había trasladado el 27 de junio de la Lützowstrasse a la Ber-


liner Strasse 77. Muchow desarrolló un plan de organización que debía
sustituir a las viejas estructuras del distrito.29 Tomando como modelo la
organización del partido comunista, había proyectado un sistema
—célula, célula de calle, sección, departamento o circunscripción, dis-
trito— que se introdujo ahora en Berlín y que más tarde fue adopta-
do por la dirección del NSDAP a nivel del Reich para la organización
del partido en toda Alemania.30
En la instrucción de los líderes de célula colaboró también el miem-
bro de las SA Horst Wessel, que acababa de convertirse en jefe de las
células de calle de la «sección de asalto Alexanderplatz». 31 Wessel había
permanecido en Viena entre enero y julio de 1928 para estudiar allí,
por orden de Goebbels, la organización y los métodos de trabajo de la
unión de la juventud nacionalsocialista del partido de Viena. En el
NSDAP éste se consideraba un activo fuerte: rigurosamente organiza-
do, con una disposición centralizada, con «mucho idealismo y abnega-
ción». De vuelta en Berlín, Wessel se había aplicado primero al trabajo
con la juventud, antes de dedicarse a la constitución del sistema de célu-
las de Muchow, y así, en contra de los estatutos de las SA, al verdadero
trabajo del partido.32
Al mismo tiempo, en coordinación con Goebbels, Muchow tomó
la iniciativa para formar una organización de células de empresa con el
objetivo de poder desarrollar de manera más eficaz la lucha «por el alma
de los trabajadores». Después de que se fundara, aún durante la época
de prohibición, una primera «célula de empresa» nacionalsocialista en
la firma Knorrbremse S.A. de Lichterfelde, ya el 30 de julio de 1928 se
abrió dentro de la jefatura del distrito berlinés una «secretaría para asun-
tos de los trabajadores». Tras las elecciones municipales de noviembre
de 1929, el distrito iba a recibir un departamento de células de empre-
sa «en condiciones de actuar».33 Esta fue también una innovación que
posteriormente fue adoptada por el jefe de organización del Reich,
Gregor Strasser, y que llevó a la creación el 15 de enero de 1931 de un
departamento de células de empresa del Reich (RBA por sus siglas ale-
manas, Reichsbetriebszellenabteilung) dentro del NSDAP.34
Queremos ser revolucionarios, y seguir siéndolo 167

Los progresos organizativos del partido berlinés, en el que —según


Goebbels— se iba haciendo visible poco a poco un «cuerpo de líde -
res», 35 encontraron su expresión en la primera gran acción propagan-
dística, la llamada «semana Dawes». Fue inaugurada en los últimos días
de septiembre con un número extraordinario del Angriff, del que se
vendieron unos 50.000 ejemplares. 36Tras mítines en la cervecería Bock-
brauerei, de la asociación de veteranos salieron miles de personas hacia
Teltow para celebrar el tercer «día de la Marca». A los desfiles de las SA
siguió la «marcha de entrada» de éstas en la capital del Reich. En Lich-
terfelde, al suroeste de Berlín, el jefe de distrito, que se había adelanta-
do, esperaba a las columnas de marcha. Quedó entusiasmado por «los
magníficos jóvenes», que entonaban una y otra vez la canción berline sa
de las SA, publicada por vez primera el 25 de junio de 1928 en el
Angriff, sobre las «columnas de asalto»37 preparadas para la «lucha racial».
«Sólo cuando los judíos se desangren seremos libres», resonaba por las
calles, en cuyas aceras se agolpaban las gentes para ver desfilar, en parte
con repugnancia, pero en parte también con entusiasmo, a «las columnas
de asalto de la dictadura de Hitler» —así decía la canción—, a las que
sólo la muerte podía vencer.
El mismo día Berlín vivió su primera concentración nacionalsocia-
lista de masas. Fue el broche y el momento culminante de la «semana
Dawes».Varios miles de personas se habían reunido en el palacio de
deportes, «lleno a rebosar», donde Goebbels habló por primera vez 38
junto al diputado parlamentario Reventlow y al jefe del distrito de la
Marca Oriental, Richard Paul Wilhelm Kube. Goebbels estuvo «a tope»,
mientras fuera, en la Potsdamer Strasse, los que no habían podido entrar
en el palacio de deportes por lo lleno que estaba libraban una sangrienta
lucha callejera con los comunistas. Sólo los nacionalsocialistas registra -
ron veintitrés heridos, entre ellos tres graves. Mientras tanto, en el inte -
rior reinó una «tremenda agitación»; a Goebbels le costó trabajo volver
a «hacerse» con los reunidos, para luego instigar de nuevo al auditorio
contra la república, que calificó de «campo de acción para los instintos
ladrones» y de «guarida de asesinos». El NSDAP —prometió— cons -
truirá otro Estado a partir de éste e instaurará el «nuevo Reich alemán»
168 Goebbels

a su debido tiempo. 39 Una vez que llegó al final y se extinguió el último


«sobre todo en el mundo», 40 después de que la gente se agolpara
furiosa en las salidas y fuera se avivaran las reyertas con los comunistas,
Goebbels estaba en su elemento: «El corazón salta de alegría». 41
La alegría del jefe de distrito se convirtió sin embargo en pura feli -
cidad con la carta de Hitler, que había leído en los periódicos acerca
del espectáculo escenificado en Berlín y le felicitaba. «Lleno de elogio
hacia mí. "Berlín, ésa es su obra"». 42 Con los sentimientos exaltados y
sobrestimando en gran manera la significación del movimiento de la
capital, Goebbels escribió en su diario que «todo» volvía a mirar hacia
Berlín. «Somos el centro». 43 Cuando el 13 de octubre Hitler llegó al
Spree y sorprendió a Goebbels en la redacción del Angriff, se mostró
una vez más lleno de aprobación hacia el jefe de distrito. El «jefe», que
«habló muy duramente contra el doctor Strasser», debió de quedar «entu-
siasmado» también con la nueva edición del Angriff,44 cuya tirada aumentó
ese otoño. Si en noviembre se sumaron 200 suscriptores, lo que Goebbels
atribuyó al «nivel intelectual» del Angriff45 en invierno de 1928 los
«diligentes publicistas» alcanzaron nuevas cifras récord. 46 No obstante,
en ese momento la tirada no debió de superar los 7.500 en total.
Después de que el gobierno prusiano levantara a Hitler la prohibi -
ción de palabra, el Angriff anunció su intervención en Berlín para el 16
de noviembre. Cuando habló en el palacio de deportes, interrumpido
una y otra vez por «salvas de aplausos», la sala estaba «llena de curiosos.
Entre ellos varios miles de adictos al partido de los nacionalsocialistas
(...). Delante, cerca de la tribuna del orador —según el Vossische Zei-
tung—47 algunos diputados del partido. El bajo y moreno doctor Goeb-
bels con los exaltados ojos negro azabache y los finos labios». Éste dejó
constancia de esa tarde, después de que Hitler terminara agotado su ins-
tigador discurso de dos horas y media, como el «mayor éxito» de su tra-
bajo hasta entonces realizado en Berlín. 48
La intervención de Hitler trajo cola, de manera que por fin Goeb-
bels parecía tener en Berlín la primera «víctima sangrienta» que podía
explotar propagandísticamente. Uno de los hombres de las SA, que había
estado en la taquilla del palacio de deportes, un tal Hans-Georg Küte-
Queremos ser revolucionarios, y seguir siéndolo 169

meyer, de la sección de asalto 15, fue rescatado muerto al día siguien-


te del Landwehrkanal, unos cuantos kilómetros al sur del lugar donde
la gente del cuerpo franco arrojó al canal a la asesinada Rosa Luxem-
burgo en enero de 1919. Cuando Goebbels se enteró, tuvo por seguro
que los comunistas habían matado a Kütemeyer alevosamente. Mien-
tras que la «prensa judía» —según Goebbels— intentaba simular un sui-
cidio,49 él empezó enseguida a glorificar al miembro fallecido de las SA
con objeto de convertirle en un mito. En el Angriff estilizó la imagen
del muerto como si del tipo ideal de nacionalsocialista se tratara. Allí se
hablaba de diligencia, conciencia del deber, lealtad y amor a su Füh-
rer; se había sonrojado al verle y oírle por primera vez. Puesto que las
pesquisas policiales y, por consiguiente, los informes de los periódicos
berlineses corroboraban la tesis del suicidio, Goebbels tuvo que pre-
sentar argumentos en contra. Así decía haber visto, tal como escribió
en el Angriff, un taxi «lleno de sanguinarios canallas rojos» y además las
barras de hierro con que destrozaron la pálida cara del hombre de las
SA para dejarla hecha «un eccehomo en un abrir y cerrar de ojos». 50 El
vicepresidente Weiss prohibió un cortejo fúnebre.Así pues, Goebbels
tuvo que limitar el patético espectáculo propagandístico al entierro.
Sin embargo, las declaraciones demasiado transparentes del jefe de
distrito llevaron a Weiss a «tantear» también a éste. «La policía busca
datos sobre el caso Kütemeyer. Violación de la inmunidad. De nuevo
una terrible confusión. Este maldito Isidoro no se anda con rodeos. Se
encontraron dos pistolas. ¡Una historia desagradable! Así que las perse-
cuciones se reanudan con toda dureza. Pero nosotros sabremos defen-
dernos (...).Todo esto es naturalmente otra confabulación de la poli-
cía. Ahora quieren taparnos la boca antes de las negociaciones sobre las
reparaciones»,51 sostenía Goebbels al respecto en su diario. Aunque los
nacionalsocialistas detenidos en la secretaría del distrito en el curso de
la investigación fueron puestos pronto en libertad y Goebbels declaró
que «Isidoro» había vuelto a hacer «grandiosamente el ridículo», 52 el
mito de Kütemeyer como víctima de los rojos fracasó ante la realidad,
sobre la que informaban extensamente los periódicos de la capital del
Reich.
170 Goebbels

Pero, incluso sin este mito —desde entonces la sección de asalto de


Lichterfelde llevó el nombre de Kütemeyer—, el NSDAP siguió ade-
lante en el distrito; la base la proporcionaba la gran política. Tras lar-
gas conversaciones previas, en septiembre de 1928 los mediadores de
Alemania, Francia, Inglaterra, Italia y Japón acordaron en Ginebra ini-
ciar negociaciones oficiales sobre la desocupación anticipada de Rena-
nia y establecer una comisión de expertos que debía redactar las pro-
puestas para la regulación completa y definitiva de las reparaciones.
Después de que el resto del año transcurriera con la preparación de la
conferencia, el 9 de febrero de 1929 se celebró la conferencia de exper-
tos en París, bajo la presidencia del americano Young. Al principio las
reclamaciones de los países acreedores se fijaban en un pago anual de
unos 2.700 millones de marcos oro, que posteriormente se redujo a
2.300 millones, frente a una propuesta alemana de 1.600 millones de
marcos oro.
Las sumas millonarias sobre las que se negoció en la metrópolis del
Sena ofrecían un extraño contraste con la pobreza que iba ganando
terreno en el Reich. En otoño del año 1928, la coyuntura había expe-
rimentado un perceptible retroceso. Los primeros afectados fueron los
pobres y la denominada «gente humilde». Si en octubre de 1927 el
número de desempleados estaba todavía por debajo de la barrera del
millón, en el gélido invierno de 1928-1929 aumentó a un ritmo ver-
tiginoso. En diciembre eran casi dos millones, en enero ya casi tres, y
en febrero, cuando comenzaron a negociar las delegaciones, más de tres
millones. Ante esta situación, ¿qué le iba a parecer más indicado al
NSDAP que transformar propagandísticamente la miseria económica
en una consecuencia de las «cargas tributarias»?
En adelante, en sus discursos incendiarios o en los artículos del Angriff,
Goebbels repetía a la gente con una pesadez insuperable aquello que
«realmente» sucedía en París, a saber, un complot gigantesco del «judais-
mo internacional», que pretendía esclavizar al pueblo alemán y llevar
así a Occidente a la ruina. «El pueblo alemán ha atravesado las nume-
rosas estaciones del Gólgota y sus verdugos se disponen ahora a cruci-
ficarlo entre risas burlonas».53 A Goebbels no le bastaba con «predicar»
Queremos ser revolucionarios, y seguir siéndolo 171

eso, sino que además lo creía, pues todo encajaba en su estereotipada


visión de las cosas.
En unas notas manuscritas que empezó en 1929 con vistas al pro-
yecto de un libro, apuntó que debería haber sido tarea de la opinión
pública y del gobierno alemán atraer con una propaganda radical la
atención del mundo hacia la pobreza que reinaba en Alemania, para en
las siguientes «resoluciones decisivas» poner del lado alemán a una par-
te, por pequeña que fuera, de las simpatías de los países neutrales. «El
gobierno alemán no lo ha hecho, y tampoco pretende hacerlo en las
próximas semanas, según parece»,54 de lo que él deducía otra vez su
complicidad con el «judaismo internacional».
Esta sospecha la vio confirmada cuando a mediados de febrero se
conoció en Berlín que el adversario de Stalin «Bronstein, alias Trotski»,
un judío —según Goebbels— «que quizás tenía sobre su conciencia los
mayores crímenes de los que una persona se había hecho jamás culpa-
ble», iba a abandonar la Unión Soviética para solicitar eventualmente
asilo político en Alemania. «El gobierno del Reich tratará la cuestión y
esperemos que se llegue a un sí, escribe el Berliner Tageblatt. La bolsa y
el bolchevismo de la mano. El pueblo subyugado se plantea la pregun-
ta: ¿qué más pruebas queréis?».55 Hasta qué punto se había apoderado
ya de él aquel delirio de la «gigantesca amenaza» que suponía el «ju-
daismo internacional» lo ilustra un sueño que anotó poco antes de las
Navidades de 1929: «Estaba en una escuela y me perseguían por los
amplios pasillos varios rabinos de la Galitzia oriental. Detrás de mí gri-
taban todo el tiempo "¡Odio!".Yo iba unos pasos por delante de ellos
y respondía con el mismo grito. Así durante horas. Pero no me alcan-
zaban».56
Sin embargo, no fue tanto la idea de una conspiración mundial como
la pura necesidad lo que convirtió a muchos en partidarios de aquellos
que ofrecían explicaciones sencillas y prometían ayuda. La consecuen-
cia fue que en mayo de 1929 los nacionalsocialistas obtuvieron el 5 por
ciento de los votos en las elecciones al Parlamento regional de Sajonia.
En Mecklemburgo-Schwerin el partido alcanzó todavía un 4 por cien-
to. En el ayuntamiento de Coburg obtuvo por primera vez una mayo-
172 Goebbels

ría. Este éxito en las elecciones locales y regionales hizo que Hitler cre-
yera posible llegar al poder por la vía legal. Había que tener en cuen-
ta, además de la Stahlhelm (Casco de Acero), la liga de los alemanes que
combatieron en el frente durante la Primera Guerra Mundial, al DNVP,
que en octubre de 1928, al hacerse cargo de la presidencia del partido
el magnate de los medios de comunicación Alfred Hugenberg, se había
apartado radicalmente de la línea defendida hasta entonces, girando
hacia una oposición por principio contra Weimar y Versalles. El plan
Young, que en 1929 ocupaba en Alemania el centro de la polémica en
materia de política exterior e interior, era también el objeto principal
de su ofensiva contra el «sistema». Aunque la nueva regulación de las
reparaciones ofrecía buenas perspectivas para el Reich alemán, y pese
a que además la desocupación anticipada de las partes todavía ocupa-
das de Renania sólo tendría lugar con la aceptación del planYoung, la
duración por varias generaciones de la carga así como las anualidades
todavía altas constituían oportunos puntos de ataque para la oposición
de derechas. Su campaña iba a comenzar con la demanda de un ple-
biscito contra el planYoung. Cuando en la primavera de 1929, ante el
comienzo de las negociaciones, se constituyó la «comisión nacional del
Reich» del DNVP, y el líder de la Stahlhelm, Franz Seldte, se enroló en
el frente contrario al planYoung, Hider pronto empezó también a coque-
tear con la idea de adhesión de su partido.
Para Goebbels, la convergencia con la «reacción» detestada por él
equivalía a una traición a la causa del nacionalsocialismo, tanto más
cuanto que la propaganda del partido contra el plan Young permitía
esperar por vez primera la captación de grandes masas. Consideraba la
«comisión nacional del Reich» como un indicio del ascenso del pro-
pio partido,57 pues veía en ella el intento del DNVP de evitar una fuga
de sus electores hacia los nacionalsocialistas. Por tanto, para Goebbels
se trataba de que otros no le quitaran el éxito de las manos y de no
enfadar por medio de una alianza con las fuerzas nacional-conserva-
doras a aquellos a los que quería llegar principalmente: la clase obrera.
Sobre un acercamiento del NSDAP a la «ultrarreaccionaria» Stahl-
helm, que al igual que el DNVP se regía por las ideas sociales y poli-
Queremos ser revolucionarios, y seguir siéndolo 173

ticas de la época imperial, Goebbels sostuvo a principios de abril la


siguiente opinión: «La Stahlhelm y nosotros. Un asunto cada vez más
serio. El Volkischer Beobachter ejerce en esta cuestión ya de manera direc-
ta una política oportunista. Y precisamente ahora, cuando se trata de
no perder los nervios. Es para volverse loco. Todavía tenemos dema-
siados burgueses en el partido. El rumbo de Munich es a veces into-
lerable. No estoy dispuesto a participar en un dudoso compromiso.
Seguiré el camino recto, aunque me cueste mi propio puesto. En oca-
siones dudo de Hitler. ¿Por qué no habla? Los oportunistas quieren
coger los frutos antes de que maduren. Reflexiono sobre ello horas y
horas y llego siempre a las mismas conclusiones. No lo puedo evitar
(...).A veces me gustaría gritar de rabia ante la posibilidad de que se
estropee ahora lo que todos nosotros hemos construido con tan gran-
des sacrificios».58
Cuando Goebbels se enteró de que su «jefe» quería acercarse a la
«reacción» para «embaucarla», temió que fuera embaucado él mismo.
«Me andaré con cuidado.Y avisaré a su debido tiempo».59 Durante una
larga entrevista con Hitler en el hotel Sanssouci de Berlín, en el que
éste solía alojarse siempre, se desvanecieron las dudas del jefe de distri-
to. Estaba «completamente satisfecho», pues Hitler también rechazaba
enérgicamente la petición de plebiscito y había redactado incluso una
memoria en contra.60 Las palabras de Hitler le habían «devuelto la ale-
gría y sobre todo la seguridad». 61 Estaba convencido de que ahora la
«reacción que estaba en marcha» quedaría hecha «puré».62
Goebbels quería ahora volverse agresivo y proceder contra esos «dile
tantes».63 Lo hizo no dejando pasar ninguna oportunidad para cargar
contra los Hugenberg y los Seldte, ya fuera durante sus discursos o en
el Angriff. El 13 de mayo de 1929 escribió un editorial: «Contra la reac
ción»; el 27 del mismo mes volvió a posicionarse contra el «frente úni
co», aunque en una circular de la dirección del partido se disponía que
la política oportunista expuesta en el Volkischer Beobachter debía ser
observada en las conferencias y en la prensa. 64 Él se ocuparía de que la
línea del partido siguiera recta, pues «queremos ser revolucionarios y
seguir siéndolo», anotó en su diario.65
174 Goebbels

La postura del jefe del distrito berlinés entraba sin embargo dentro
del cálculo de Hitler. Garantizaba la disociación propagandística del
partido respecto al DNVP y la Stahlhelm, mientras que al mismo tiem-
po él podía cortejarlos y mantener la relación con ellos sobre todo a
través de Ritter von Epp. De lo que Goebbels tuvo noticia el 28 de
mayo durante su conversación con Hitler y su secretario privado Rudolf
Hess cuadraba con esos planes. Hitler anunció que no quería partici-
par en el día de los combatientes de la Stahlhelm, que se iba a celebrar
en Munich. No obstante, ante el jefe de distrito restó importancia al
hecho de que Von Epp asistiera en su lugar, de manera que Goebbels
pudo hacer constar una vez más que se habían despedido «como siem-
pre, en absoluta conformidad».66 Si Goebbels entendió el compromiso
como una victoria, al pretender que los «revolucionarios entre no-
sotros», es decir, sobre todo él, habían estado alerta,67 eso se debía
también a que Hitler le había prometido el cargo de jefe de propa-
ganda del Reich.
La esperanza de vencer a los odiados Strasser hizo que Goebbels
siguiera viviendo con la creencia de que el «jefe» compartía su opinión
en el tema de la convergencia con el DNVP y la Stahlhelm. Al igual
que antes, no dejaba pasar ninguna oportunidad para defender su pos-
tura. A finales de junio, durante un mitin en los salones de actos del
Nuevo Mundo en el parque Hasenheide de Neukólln, donde celebra-
ba sus asambleas principalmente la izquierda, expuso «por qué nosotros
no podemos participar en el frente único de los patriotas de Dawes».68
Tras una tarde con Hitler en Berlín pocos días después ya no quedó
nada de eso. Una vez más, su posición no resistió la confrontación con
«su jefe», al que le debía todo y al que «quería más que a nadie».Y lo
que era igualmente importante: esa tarde Hitler había reiterado su pro-
mesa de convertirle en jefe de propaganda del Reich. Así escribió lue-
go Goebbels en su diario, como si nunca hubiera sostenido otra opi-
nión: «Respecto a la petición de plebiscito de los nacionalistas alemanes,
nos aunamos contra Versalles y Young. Pero nosotros nos abriremos paso
hasta la cima y quitaremos al DNVP la máscara de la cara. Somos lo
bastante fuertes como para ganar en cualquier alianza».69
Queremos ser revolucionarios, y seguir siéndolo 175

El 9 de julio de 1929 se constituyó la «Comisión del Reich para la


petición de un plebiscito contra el plan Young», con Hugenberg, Seld-
te, el consejero de justicia Class, de la Liga pangermánica (Alldeutscher
Verband) y Hitler como líderes de la «oposición nacional». Goebbels,
al que le llegó la noticia durante sus vacaciones de verano en Prerow,
en el mar Báltico, comentó que le dolía en el alma ver a Hitler en ese
grupo. De nuevo entendía que su misión como «guardián de la revo-
lución» consistía en cuidar «de que no se nos tome el pelo y de ver que
en todo ese jaleo recibamos el liderazgo y arrastremos a los demás. Lo
conseguiremos, aunque el peligro de la reacción entre nosotros es hoy
mayor que nunca».70
La realidad era que volvía a engañarse a sí mismo. Al igual que en la
cuestión de participar en la petición del plebiscito, en el futuro tam-
bién iba a tener poco que ver con el rumbo que marcaba el partido. Se
había puesto en manos de Hitler, y a él le seguía incondicionalmente,
aunque a veces le surgieran ligeras dudas. Éstas se desvanecían ense-
guida cuando el éxito daba la razón a Hitler. Así iba a ocurrir también
esta vez. En efecto, el NSDAP logró por vez primera la oportunidad de
intervenir en un asunto importante de la política alemana, comenzan-
do así a encontrar más aceptación entre la población de ideas naciona-
listas. Esto iba a ser realmente importante en el contexto de la crisis
económica mundial, cuyas consecuencias sociales y económicas hicie-
ron a muchas personas buscar alternativas políticas.71
El pacto de Hitler con la «reacción» había hecho temer a Goebbels
desde el principio una derrota total en la lucha por la clase obrera de Ber-
lín, hasta ahora relativamente infructuosa. Ahí fue el KPD el que sacó
provecho de las circunstancias agravadas por la crisis económica. Puesto
que en esta situación se mantuvo en Berlín la prohibición de reunión al
aire libre en el tradicional «día de lucha de la clase obrera», el KPD bus-
có por orden de Stalin la confrontación con el gobierno prusiano, el eje
principal de la república de Weimar sostenido por el SPD.
En innumerables artículos, el Rote Fahne [Bandera Roja] amenazaba
con responder a la prohibición con acciones armadas. El 1 de mayo de
1929, los comunistas —a diferencia de los sindicatos y de los socialde-
176 Goebbels

mócratas, denostados por ellos como «socialfascistas»— convocaron


manifestaciones callejeras en diferentes partes de la ciudad. Se produjo
una catástrofe. En Neukólln, por miedo a los francotiradores, los agen-
tes de policía lanzaron disparos de aviso, que los combatientes rojos
aprovecharon para romper por su parte el fuego de manera aislada. Ense-
guida estallaron violentas luchas callejeras, en las que la policía proce-
dió con insólita dureza, utilizando ametralladoras y carros de combate.
Las luchas duraron hasta bien entrada la noche, para avivarse de nuevo
en los dos días siguientes. El balance del «mayo sangriento» fue de 33
muertos, 198 civiles heridos, 47 policías heridos, así como 1.228 dete-
nidos. Como consecuencia, la organización de lucha comunista, la Liga
Roja de Combatientes en el Frente (Roter Frontkámpfer-Bund) fue
prohibida en Prusia y poco después también en el Reich. Sin embar-
go, la organización siguió trabajando en la clandestinidad.
Por orden de su jefe de distrito, el NSDAP berlinés se había abste-
nido en el «día mundial del proletariado», pues el conflicto demostra-
ba que el gobierno era débil y los comunistas una amenaza, y aparte de
ello desestabilizaba el «sistema». «Esta es la bien anclada república. ¡Es
para echarse a llorar!», decía Goebbels con afectación. 72 En el Angriff,
bajo el titular «Plebeyos muertos, caciques cobardes y capitalistas risue-
ños», comparó la sinrazón de los tiroteos comunistas con el impulso
revolucionario de los camisas pardas, la única alternativa. 73 De hecho,
debió de haber incorporaciones a las SA provenientes de la Liga Roja
de Combatientes en el Frente.74
Goebbels, por su parte, pasó ahora a la ofensiva. Las SA tenían que
demostrar, con desfiles y otras actividades propagandísticas en los barrios
proletarios, el atractivo y la preponderancia del NSDAP, en realidad muy
pequeño comparado con los oponentes comunistas. Goebbels enco-
mendó esta tarea a líderes de las SA que consideraba particularmente
idóneos, entre ellos a Wessel, quien a principios de mayo asumió el man-
do del grupo 34 de las SA, distrito de asalto de Friedrichshain, que poco
después recibió el número 5. En vista de la exitosa propaganda del joven
nacionalsocialista, antes de que acabara el mes su grupo fue elevado a
la categoría de sección de asalto.75
Queremos ser revolucionarios, y seguir siéndolo 177

Su radio de acción comprendía el Fischerkiez, ese barrio berlinés de


mala fama dominado por el KPD, situado entre el palacio real de Ber-
lín y la jefatura de policía de la Alexanderplatz, y en el que vivían los
más pobres de entre los pobres. A finales de agosto, tras algunas refrie-
gas sin graves consecuencias, se produjo un serio incidente delante del
local Hoppe, el cuartel general del KPD en Kiez. «Los fascistas asesi-
nan en Berlín», decía el titular resaltado del Rote Fahne el 28 de agos-
to. Se informaba de que, en un asalto al local del partido, Hoppe, habí-
an resultado heridos de gravedad cuatro trabajadores y uno herido leve.
Otra vez la policía había dejado escapar a los asesinos y en su lugar
había arrestado a cuatro trabajadores.Ya era hora de que «en vista de la
protección que la policía ofrece a los fascistas, la población proletaria
recurra a la defensa propia y extermine a la gentuza fascista». En el
Angnff, en el que posteriormente se introdujo incluso la rúbrica «Acon-
tecimientos en el frente de Fischerkiez», se podía leer sobre el mismo
incidente que el coche que llevaba a la sección de asalto 5 había para-
do y que Wessel había pronunciado un discurso dirigido a los «habi-
tantes de la bolchevique guarida de ladrones», a lo largo del cual había
prevenido contra la prosecución del terror comunista. En un abrir y
cerrar de ojos, unos individuos oscuros habían convertido la calle en
un tumultuoso infierno. Entonces las gentes de las SA estuvieron en su
elemento.76
Si en el duodécimo congreso del KPD celebrado en junio en los
salones Pharus de Wedding ya se tomó en serio a «los de la esvástica»
como adversarios, aunque se seguía viendo en el SPD al principal ene-
migo, ahora se decía en una notificación del partido comunista de Ber-
lín-Brandeburgo que la tarea de desmoralizar al proletariado por medio
de la violencia había pasado de los «socialfascistas» a los nacionalsocia-
listas aliados con ellos. El terror blanco que se auguraba en los análisis
del Komintern llevaría en el futuro una camisa parda. El asalto al local
del partido de Hoppe era por tanto la continuación de medidas con-
trarrevolucionarias.77 Así pues, el lema que se daba en el periódico de
lucha a finales de agosto, probablemente por iniciativa de una persona
de confianza de Stalin, Heinz Neumann, el candidato del Politburó y
178 Goebbels

redactor jefe del Rote Fahne, decía: «Apalead a los fascistas allí donde los
encontréis».
Goebbels aceptó la declaración de guerra de los comunistas. «La
lucha debe ser y será librada a brazo partido.Y está bien así», anotó. 79
En efecto, los miembros del aparato militar ilegal del KPD, muy supe-
riores numéricamente y mejor organizados, atacaban ahora con más
fuerza que nunca. Cada vez con mayor frecuencia eran agredidos gru-
pos de las SA, y cada vez con mayor frecuencia se vengaban los «par-
dos» con asaltos planeados cuidadosamente. Con qué odio se enfrenta-
ban lo reflejaba la lengua de los periódicos de lucha. En el Angriff, que
entretanto aparecía ya dos veces por semana, los barrios de obreros pasa-
ban a ser un «infierno rojo», los comunistas «moscovitas» o «bestias que
rugen y braman», de entre quienes las mujeres eran las que se compor-
taban más salvajemente. «Gritan, silban, incluso se desnudan desver-
gonzadamente delante de nosotros». Eran «animales venenosos»80 que
debían ser «exterminados» o «extinguidos». En el Rote Fahne no se leía
algo distinto. Se hablaba de la «peste parda» y del «asesino de trabaja-
dores Goebbels».
El 22 de septiembre, Goebbels, que en los actos y mítines del parti-
do hacía continuamente propaganda contra la «peste mundial judeo-
bolchevique» y su «complot», es decir el plan Young, escapó por poco
a los comunistas. En el «rojo Neukólln», en la estación Górlitzer Bahn-
hofjo reconocieron. Él mismo escribió al respecto: «Ante mis ojos apa-
recen porras, puñales, puños de hierro. Me dan un golpe sobre el hom-
bro. Al volverme hacia un lado, un comunista se me encara. Se oye un
tiro. Vuelan piedras. Tonak pierde ya mucha sangre. Un salvaje tiroteo.
Suenan tiros desde el coche. La turba se retira. Tapo la herida a Tonak.
Se pone en marcha con mucha sangre fría (...). Estamos salvados».81
Sin duda, Goebbels atribuyó a su destino más alto el haberse salva-
do. Como disposición de la fortuna entendió seguramente también los
acontecimientos que afectaron a la joven república a partir de octubre
de 1929. El día 3 de ese mes murió Stresemann, el ministro de Exte-
riores del Reich. Goebbels, que escribió sobre una «ejecución por fallo
cardiaco», sostuvo que se había quitado de en medio una piedra en el
Queremos ser revolucionarios, y seguir siéndolo 179

camino hacia la «libertad alemana», pues con su muerte la coalición de


Weimar perdía su figura integracionista central. Poco después se haría
evidente que, en determinadas cuestiones de la política social, ya no era
posible un compromiso entre el ala empresarial del DVP y el ala sindi-
cal del SPD.
Pocos días después de la muerte de Stresemann, el «viernes negro»
en Wall Street hizo que perdiera su fundamento la nueva disposición de
los pagos a título de reparaciones por parte de Alemania, a la que venía
unida la retirada de las tropas aliadas en el año 1930 de la ocupada Rena-
nia. A finales de octubre, la cotización del dólar y los valores de la bolsa
de Nueva York cayeron en picado, de manera que el capital extranjero,
que en los años pasados había fluido a Alemania con tanta abundancia,
quedó congelado de repente. Comenzó una enorme recesión econó-
mica, en cuyo transcurso el número de parados ascendió a 3,39 millo-
nes hasta enero de 1930. Con esta situación de fondo, el satisfacer repa-
raciones por valor de 2.000 millones de marcos oro durante cincuenta
y ocho años, tal como preveía el planYoung, resultaba grotesco.
La petición de plebiscito de la «oposición nacional» contra el plan
Young, que tuvo lugar entre el 16 y el 29 de octubre, salió adelante con
dificultades. Sólo la apoyó poco más del indispensable 10 por ciento de
quienes tenían derecho a voto. De acuerdo con la Constitución, el pro-
yecto de ley tenía que presentarse ahora en el Parlamento. «Ahora pue-
de seguir el numerito», comentó Goebbels refiriéndose a la incesante
agitación.82 Puesto que la petición de plebiscito fue rechazada en el
Parlamento con gran mayoría a finales de noviembre, se tenía que cele-
brar un referéndum en el que era necesaria la aprobación de más del
50 por ciento de los votantes.Ya que al final sólo votó a favor un 13,81
por ciento, es decir, «lo que oportunamente esperaban las personas razo-
nables según el estado de cosas», Goebbels vio corroborada su origina-
ria postura negativa respecto al ingreso del NSDAP en la comisión del
Reich.83
Ahora sólo era el presidente del Reich quien podía impedir la acep-
tación del planYoung. Dado que no cabía esperar tal cosa, pasó a estar
en el centro de la agitación propagandística. Bajo el titular «¿Vive Hin-
180 Goebbels

denburg todavía?», Goebbels le denigró en el Angriff.94 Allí se decía que


en el asunto del plan Young, como siempre en casos similares, el señor
Von Hindenburg haría «lo que le sugirieran sus consejeros judíos y mar-
xistas». En una caricatura se representó al presidente del Reich como
el impasible dios de los germanos, que ve sin perturbarse cómo gene-
raciones del pueblo alemán son llevadas con cadenas a la esclavitud. «Y
el salvador, mirando», ponía debajo.
Con más dureza si cabe ajustó Goebbels las cuentas con «el viejo»
después de que el plan Young, que había sido firmado el 20 de enero
de 1930 en La Haya, fuera aprobado a instancias de Hindenburg por el
Parlamento el 12 de marzo con 270 votos frente a 192. Sobre una inter-
vención del jefe de distrito en la asociación de veteranos, los funcio-
narios de la policía política hicieron constar en su informe que aquél
había anunciado que desde ahora ya nada unía al pueblo alemán con
Hindenburg, puesto que con la firma se había convertido en un «esbi-
rro del gobierno especulador y de la república especuladora» (Schiebe-
rrepublik). El NSDAP ya no quería saber nada de él. Después de que
Goebbels —así siguieron informando los funcionarios— leyera un mani-
fiesto de Hitler al pueblo alemán, pasó a hablar de nuevo sobre el pre-
sidente del Reich en un tono denigrante y le reprochó haber robado
el futuro a la joven generación.85
El clima al que había conducido la propaganda contra el «sistema»
y sus «caciquiles representantes» lo pone de manifiesto un escándalo de
corrupción en Berlín que alcanzó su punto culminante en noviembre
de 1929 y que sacudió a la república de Weimar mucho más allá de las
fronteras de la ciudad. Los hermanos Sklarek, propietarios de una socie-
dad de confección de ropa que entre otras cosas proveía de uniformes
a la policía, habían realizado fraudulentas operaciones de crédito en
detrimento del Berliner Stadtbank [Banco de la Ciudad de Berlín].
Además habían hecho entrega de artículos rebajados a funcionarios y
políticos municipales —entre otros al primer alcalde Gustav Boss del
Partido Democrático Alemán— que se consideraron exageradamente
como sobornos. El 7 de noviembre, Boss, cuya inocencia se demostró
más tarde, tuvo que dimitir como víctima de una campaña de prensa
Queremos ser revolucionarios, y seguir siéndolo 181

suprapartidista. Con una postura unánime, la prensa (desde el Rote Fah-


ne hasta los periódicos sensacionalistas de las editoriales Ullstein y Mos-
se, pasando por el Berliner Lokal-Anzeiger [Noticiero Local de Berlín] de
Hugenberg y el Angriffde Goebbels) había aprovechado el escándalo
de los Sklarek para emprender una desenfrenada campaña de sospecha
y difamación contra el primer alcalde, al que tacharon de principal res-
ponsable.
Todo esto contribuyó a que en las elecciones municipales de Ber-
lín celebradas el 17 de noviembre de 1929 los nacionalsocialistas con-
siguieran reunir el 5,8 por cierto de los votos, o, lo que es lo mismo,
132.097 votos. Tras los resultados sumamente modestos de las pasadas
elecciones, Goebbels hablaba ahora de que se habían cumplido los «sue-
ños más aventurados». «Sobre todo en los barrios proletarios» creía regis-
trar un «fuerte incremento». «Al marxismo total le hemos arrebatado
50.000 votos. Éste es el indicio más alentador». 86 En el Angriff empleó
el mismo tono pensando en los Strasser. «Hitler se come a Karl Marx»;
así tituló su análisis electoral, 87 aunque el KPD obtuvo más del cuá-
druple de votos que los «de la esvástica». Cómo «calculaba» Goebbels
lo muestra el resultado del partido en el «rojo Wedding». Allí el NSDAP
aumentó su proporción de votos en un 300 por ciento. Sin embargo,
en comparación absoluta, sólo alcanzó en total un 3,1 por ciento fren -
te al KPD, que logró allí un 40,6 por ciento.
Este resultado de ningún modo brillante era, no obstante, un paso
más en el camino hacia los éxitos posteriores, dado que a partir de aho-
ra los nacionalsocialistas pudieron acceder al foro de la política muni -
cipal berlinesa y utilizarlo como tribuna propagandística. Su grupo tenía
13 concejales, a cuya cabeza estaba Goebbels, quien, sin embargo, mien-
tras desempeñó su mandato,88 nunca tomó la palabra en el ayuntamiento
berlinés. 89 Fueron sus compañeros de grupo los que se encargaron de
hacer la vida imposible a sus adversarios, en particular a los comunis-
tas. Éstos habían conseguido 21 escaños más y, liderados por el presi-
dente de grupo Wilhelm Pieck, el futuro presidente de la RDA, eran
con un total de 56 escaños el segundo partido más fuerte, tras el SPD,
en el ayuntamiento rojo de la Alexanderplatz.
182 Goebbels

El resultado electoral indujo a Goebbels a organizar un aparato polí-


tico municipal. Preparado como una unidad especial, el grupo de con-
cejales debía perseguir la «contaminación» de Berlín con la propagan-
da municipal nacionalsocialista. Para facilitar la coordinación y la
información, el grupo publicaba un boletín municipal berlinés (Berli-
ner Kommunal-Mitteilungsblatt) e instruía a los colaboradores para las
siguientes campañas electorales. Una vez más, estas medidas fueron de-
sarrolladas y en parte también realizadas por Muchow, persona de con-
fianza de Goebbels.
Por orden del jefe de distrito, Muchow emprendió pronto también
la mejora del sistema de células, para disciplinar al partido, consolidar
su estructura y, por tanto, hacerlo «más eficaz y flexible», en definitiva,
más combativo.90 Sustituyó a entre 400 y 500 jefes de las células de calle,
que hasta entonces habían propuesto las SA, por miembros civiles del
partido. Al mismo tiempo se limitaron las células al número prescrito
de 50 compañeros del partido como máximo. Si a los 300 nuevos jefes
de célula que se añadieron se sumaban los miembros de las jefaturas de
sección de casi 50 secciones y unos 20 puntos de apoyo de éstas, resul-
taba una cifra de unos 1.200 funcionarios, con lo que el NSDAP ber-
linés disponía del mayor número de funcionarios en un distrito.91
Para Goebbels, que poco a poco iba echando sobre la capital del
Reich una red cada vez más densa «de bien formados y obstinados opo-
sitores del sistema», el año 1929 terminó con una conmoción personal.
El 7 de diciembre de 1929 recibió la noticia de la muerte de su padre.
Su viaje a Rheydt se convirtió en una excursión teatral al pasado. «Ahí
están los hijos ante el ataúd de su padre, llorando, llorando, llorando.
¡Cuántas veces me han hecho bien estas manos! ¡Cuántas veces esta
boca me ha infundido aliento! Todo silencioso, frío, inmóvil». Y sacó
una conclusión: «La vida es dura e inexorable».92 Tras dos días ocupados
en preparar el sepelio, dos tardes en las que hablaron «de padre», la
familia lo enterró en el cementerio de Rheydt. Pronto se despidió de
la familia en la pequeña casa de la Dahlener Strasse, en especial de su
madre. «Siento la ardorosa felicidad de tener todavía a esta madre. Ella
será mi mejor camarada».93
Queremos ser revolucionarios, y seguir siéndolo 183

Camaradas berlineses iba Goebbels a perder varios en las siguientes


semanas.Ya estuviera realmente afectado o sólo lo aparentara, siempre
encontraba palabras patéticas y veía su muerte prioritariamente bajo un
aspecto propagandístico. Así sucedió cuando Walter Fischer, que hasta
pocos días antes había pertenecido a las SA, perdió la vida en un enfren-
tamiento con comunistas. En la Fehrbelliner Platz, al oeste de Berlín,
Goebbels hizo desfilar a las SA antes de pronunciar su discurso, en el
que acogió como nacionalsocialista al que se había salido del partido,
lo glorificó como «víctima sangrienta» que clamaba venganza, para a
continuación incitar a la rebelión contra la «roja banda de asesinos» a
la «enorme multitud de gente» reunida, entre la que se encontraba tam-
bién el príncipe prusiano Augusto Guillermo con el uniforme de las
SA. El acto de duelo terminó con los discursos de Góring y del jefe de
sección Wessel.94
Al hermano de este último, Werner, que también pertenecía a las
SA, le dieron sepultura poco antes de fin de año. Se había extraviado
durante una ruta de esquí en los Montes de Silesia y se había congela-
do. Quinientos hombres de las SA marcharon con antorchas encendi-
das, pasando por delante de la casa de Karl Liebknecht, hasta el cemen-
terio de St. Nikolai. «Fue conmovedor y emocionante. Apenas podía
hablar», observó el jefe de distrito sobre el entierro.95 Dos semanas más
tarde le tocaría al hermano del recién inhumado y uno de sus adeptos
más leales: Horst Wessel.
Temido y odiado en la lucha por el Fischerkiez, Wessel, que desde
finales del año anterior —siguiendo el modelo comunista— había entra-
do marchando en los barrios de los trabajadores con una banda de zam-
ponas, estaba desde hacía tiempo en la lista negra de la Liga Roja de
Combatientes en el Frente.96 Sólo hacía falta un momento oportuno.
Éste se presentó al atardecer del 14 de enero de 1930, cuando una viuda
apellidada Salm se personó en un local de la Dragonerstrasse. Allí
pidió a los miembros de una célula de calle comunista que estaban reu-
nidos en el lugar que procedieran contra un «nazi» con quien tenía dife-
rencias a causa del alquiler. En un primer momento lo rechazaron, n*xf-v
que la viuda había celebrado por la iglesia el funeral de su marido":
184 Goebbels

fallecido, un viejo comunista. Sin embargo, cuando oyeron el nombre


de Wessel, los hombres prometieron su apoyo.97
Para evitar llamar la atención, se dirigieron en pequeños grupos a la
casa donde vivía Wessel en la Grosse Frankfurter Strasse. Los comba-
tientes de la Liga Roja Albert Hóhler y Erwin Rückert subieron las
escaleras hasta la vivienda, los demás aseguraron la calle. Tras sacar el
revólver, Hóhler llamó a la puerta. Cuando abrió el hombre de las SA,
el comunista disparó. Wessel se derrumbó gravemente herido ante los
ojos de su novia, Erna Jaenichen, una antigua prostituta. Hóhler y el
resto emprendieron la huida. Entrada la noche, mientras los médicos
del hospital St.Joseph de Friedrichshain, adonde fue llevado Wessel, se
esforzaban por salvar su vida, los miembros de la Liga Roja de Com-
batientes notificaron el suceso a la jefatura del distrito del KPD, donde
se empezó de inmediato a organizar la huida de los principales impli-
cados. A la viuda Salm se la citó a la mañana siguiente en la casa de Karl
Liebknecht, donde un funcionario le exhortó a presentar el asunto ante
la policía judicial como una disputa entre proxenetas.98
Tres días después del atentado en la Grosse Frankfurter Strasse, Goeb-
bels pasó «una hora difícil» con la desesperada madre de Wessel, quien
le contó la vida de su hijo: la historia del estudiante que había dejado
la carrera y se había unido a los nacionalsocialistas para luchar en sus
filas por un «mundo mejor». Ella, que era viuda de un párroco, también
le habló del afán misionero de su hijo, que se había enamorado de una
prostituta y la había sacado de la calle. «Como en una novela de Dos-
toievski: el idiota, el trabajador, la prostituta, la familia burguesa, eter-
nos remordimientos de conciencia, eterno tormento», comentó Goeb-
bels sobre la vida de este «idealista soñador».99
Poco después estaba junto a la cama de Wessel. El «jefe de sección»
de las SA había sobrevivido a una operación durante la cual le contu-
vieron las hemorragias internas. Pero los cirujanos no habían conse-
guido extraer la bala, que se había alojado delante del cerebelo. Goeb-
bels observó en su diario: «Toda la cara acribillada, desfigurada. Me mira
muy fijamente; después se le llenan los ojos de lágrimas y balbucea:
"Hay que resistir. Me alegro". Estoy a punto de llorar».100 Sin embar-
Queremos ser revolucionarios, y seguir siéndolo 185

go, antes de que Goebbels escribiera esto, ya había explotado propa-


gandísticamente el sufrimiento de Wessel. Su informe afectado y paté-
tico para los lectores del Angriff culminaba con la petición llena de odio
de «molerles los huesos» a los asesinos. «Contra eso ya no hay más argu-
mentos».101 De esta manera, Goebbels contestaba al último artículo del
Rote Fahne, en el que se decía que el «estudiante nazi Wessel» era un
proxeneta. «La agresión a Wessel, un crimen pasional. Una evidente cam-
paña falaz de la prensa policial (...). Hóhler no es miembro del KPD.
El partido comunista no tiene nada que ver con tales hechos».102 A ins-
tancias de Goebbels, el primero en contraatacar fue el Volkischer Beo-
bachter en su edición del 19 de enero, bajo el titular «Proxenetas y ase-
sinos como abanderados del frente rojo», donde se afirmaba que en las
pesquisas efectuadas hasta entonces sobre el atentado se había demos-
trado irrecusablemente que el crimen había sido preparado por los
comunistas hacía tiempo. Una vez más se había puesto de manifiesto
que los jefes del frente rojo y los proxenetas trabajaban juntos —se
decía— y: «¿Qué opinan los honrados trabajadores alemanes del KPD
de que su bandera roja sea portada por delincuentes y "hombres" que
viven del dinero de la prostitución?». En el número del Angriff apare-
cido el 21 de enero, no sólo se reproducía el relato de Goebbels desde
el lecho de Wessel, sino también una requisitoria formulada por los
redactores del periódico de lucha con una detallada descripción de la
persona, en la que el NSDAP berlinés aumentaba a 1.000 los 500 mar-
cos que ofrecía como recompensa la policía a cambio de indicios que
llevaran a la detención de Hóhler.
Mientras que en un principio el estado de salud de Wessel parecía
estabilizarse, la guerra propagandística entre los periódicos nacionalso-
cialistas y comunistas continuó de forma exacerbada. El 3 de febrero
de 1930 la policía detuvo a Hóhler, que había sido traicionado por un
comunista, y en los días siguientes a más miembros del KPD de los bajos
fondos berlineses, que eran sospechosos de complicidad. Puesto que
algunos de ellos se declararon culpables, ahora quedaba claro que se
había tratado de un atentado de motivación política contra el «jefe de
sección». De todo ello, Goebbels salió vencedor. A los redactores del
186 Goebbels

Rote Fahne no les quedó más remedio que distanciarse de Hóhler y los
demás compañeros.
El estado de salud de Horst Wessel, que ya era conocido en todo el
Reich gracias a la información de la gran prensa, empeoró rápidamen-
te. «Está muy mal. Desde hace tres días tiene 39,5 de fiebre y no come
nada. Está en los huesos. Me preocupa mucho su curación (...) ¡Que
Dios le guarde!»,103 esperaba Goebbels, también sin duda porque el aten-
tado contra Wessel, las desacertadas tácticas de la prensa comunista y el
resultado de las pesquisas policiales le habían dado como nunca antes
la oportunidad de sacar provecho para el NSDAP de un asesinato polí-
tico. Cuanto más se alargara la agonía de Wessel, sobre el que se infor-
maba extensamente en cada número del Angriff, más personas se com-
padecerían y dirigirían su odio contra los autores y finalmente también
contra el «sistema», que no era capaz de evitar esa violencia, calculaba
Goebbels.
El 23 de febrero de 1930 murió, a los veintitrés años de edad, el hijo
del párroco, que se había distinguido en cientos de peleas y debates de
salón a favor del movimiento: un nuevo «mártir por el Tercer Reich»,
como lo calificó Goebbels. Mientras en todo el territorio germano-
parlante se redactaban reportajes sobre la muerte de Wessel para los
periódicos del día siguiente, Goebbels, Góring y Dürr deliberaban sobre
cómo había que proceder ahora. Acordaron que los compañeros del
partido guardaran luto hasta el 12 de marzo. Hasta esa fecha debían evi-
tar diversiones públicas. Los padres tenían que enseñar a los hijos a pedir
en oración que todos los jóvenes alemanes se llenaran del «espíritu de
sacrificio» de Wessel. Hasta el 12 de marzo se conmemoraría a Wessel
en todos los actos del partido. Además se decidió cambiar el nombre de
la sección de asalto 5 por el de «sección de asalto 5 Horst Wessel».104
El funeral debía convertirse en una manifestación de masas con des-
files y discursos, de manera que causara un gran efecto en el público.
Sin embargo, las autoridades no concedieron el permiso. Una vez que
fracasaron todos los intentos por hacer cambiar de opinión a los cargos
competentes, Goebbels se dirigió a los familiares del fallecido. Como
consecuencia, la hermana de Wessel se mostró dispuesta a visitar al pre-
Queremos ser revolucionarios, y seguir siéndolo 187

sidente del Reich. Su padre había conocido personalmente a Hinden-


burg cuando fue sacerdote castrense durante la guerra mundial. Puesto
que no se le dio audiencia, la cosa quedó en lo mismo: sólo se auto-
rizaron diez vehículos de acompañamiento para el cortejo fúnebre.
Goebbels habló de «una bajeza brutal», pues el espectáculo se debía limi-
tar ahora al cementerio.
El hecho de que, a pesar de todo, el entierro se convirtiera en otro
éxito propagandístico para Goebbels se debió, no tanto a su emotiva
necrológica en el Angriff como al KPD. La dirección del partido había
convocado para el día del entierro una contramanifestación. Pese al
amplio dispositivo policial movilizado en el recorrido del cortejo fúne-
bre desde la casa de los padres de Wessel al cementerio de St. Nikolai,
la antigua parroquia del progenitor, estaba programado que se produ-
jeran actos de violencia. Los comunistas —calculaba Goebbels con su
insuperable cinismo— quedarían desenmascarados como bárbaros irre-
verentes, y la policía demostraría una vez más su ineptitud, ya que no
era capaz de garantizar el desarrollo pacífico de un sepelio.
Lo único que decepcionó a Goebbels fue que Hitler, a quien había
hecho saber por teléfono la situación en Berlín, rehusara «de hecho» su
asistencia al entierro del jefe de sección de las SA. La tarde anterior
intentó de nuevo convencerle personalmente de la necesidad de su pre-
sencia, pues quería que el Führer viviera su triunfo de primera mano. 105
El jefe de distrito, que echó la culpa a Rudolf Hess de la decisión con-
traria de Hitler, no pudo impedir que éste permaneciera en Berchtes-
gaden, mientras él, a primeras horas de la tarde del 1 de marzo de 1930,
pronunciaba unas ponderadas palabras en la casa de los padres de Wes-
sel y los jefes de sección del cuarto estandarte cogían a hombros el fére-
tro para colocarlo en el coche fúnebre tirado por dos caballos, al que
seguían los afligidos parientes, miembros de las SA y funcionarios del
partido. «Así avanza el cortejo fúnebre a través de la muchedumbre, que
hace reverencias en silencio. La gente se apiña en los bordes de la calle,
unas 20.000 o 30.000 personas». En la Bülowplatz, donde estaba la ofi-
cina central del KPD, se hicieron notar los adversarios de los nacional-
socialistas, sonaba La Internacional. En la Koblanstrasse los comunistas
188 Goebbels

rompieron las barreras policiales; las piedras volaban, el coche fúnebre


se balanceaba, se oía el estruendo de los tiros. Tras otras escenas dramá -
ticas, el cortejo fúnebre llegó finalmente al cementerio de St. Nikolai,
en Prenzlauer Berg.106
Fuera de los muros del cementerio, en los que resaltaba en letras
blancas la frase «Al proxeneta Wessel un último ¡viva Hitler!», 107 albo-
rotaban miles de personas; dentro no eran pocos los que querían ren -
dir el último homenaje a «su jefe de sección», entre ellos Góring, el jefe
de las SAVon Pfeffer y el príncipe Augusto Guillermo de Prusia. A los
acordes de Yo tenía un cantarada, se introdujo en la fosa la caja, cubierta
con la bandera de la esvástica. Primero hablaron los dos sacerdotes de
la parroquia, después los representantes de las asociaciones estudianti-
les Normannia y Allemania Wien, a las que había pertenecido Wessel,
y por último siguió la intervención cuidadosamente preparada del jefe
de distrito, que pasó la «última revista». «¡Horst Wessel!», gritó Goeb -
bels. «¡Presente!», respondieron los compañeros de las SA del difunto,
antes de que Goebbels volviera a tomar la palabra. Wessel es un «Cris to
socialista», alguien que a través de sus hechos clama: «Acercaos a mí, os
voy a redimir (...). Uno debe dar ejemplo y sacrificarse a sí mismo.
¡Adelante!, estoy dispuesto». «Por medio del sacrificio a la redención»,
«por medio de la lucha a la victoria». Al igual que años antes había dado
visos de sacrificio a la muerte de su amigo Flisges, Goebbels quería aho-
ra convertir a Wessel en símbolo del movimiento nacionalsocialista. Y
así proclamó en el cementerio de St. Nikolai: «Y cuando las SA estén
reunidas para la gran revista, cuando cada uno sea llamado, el Führer
también mencionará tu nombre, camarada Wessel. Y todos y cada uno
de los miembros de las SA responden con una sola voz: ¡Presente! (...)
Donde quiera que esté Alemania, allí estás tú, Horst Wessel». 108
De que, en efecto, Wessel pasara a ser un «símbolo» del movimien-
to se ocupó una canción, hasta entonces poco cantada, que había escri-
to él en marzo del año 1929 y que ahora entonaron ante su tumba los
hombres de las SA: «¡Arriba la bandera! Las filas bien cerradas. /Las SA
marchan con paso valiente y firme./ Los camaradas que mataron el fren -
te rojo y la reacción/ marchan con su espíritu en nuestras filas»109. Duran-
Queremos ser revolucionarios, y seguir siéndolo 189

te el entierro, al que siguieron tumultuosas luchas callejeras, Goebbels


pronosticó que en diez años cantarían esto los niños en las escuelas, los
trabajadores en las fabricas, los soldados en las carreteras. Se equivocó,
pues la canción de Wessel no tardaría ni siquiera tres años en conver -
tirse en el verdadero himno nacional alemán durante doce años.
Capítulo 7

AHORA SOMOS RIGUROSAMENTE LEGALES,


IGUAL DE LEGALES
(1930-1931)

U n verdadero símbolo del ascenso del NSDAP lo constituyó el


hecho de que el 1 de mayo de 1930 Goebbels trasladara la secre-
taría del distrito al número 10 de la Hedemannstrasse, en Kreuzberg,
muy cerca de la cancillería del Reich.1 La Gran Coalición, que se había
ido descomponiendo progresivamente desde la muerte de Stresemann,
acabó de romperse ante la cuestión de si las contribuciones para el segu-
ro de desempleo debían incrementarse en medio punto o no. Con este
fracaso de los partidos democráticos de centro, que pese a la agudiza-
ción constante de la crisis no fueron ya capaces de encontrar un con-
senso mínimo, se había sustraído la base al gabinete de Müller. El 27 de
marzo presentó su renuncia, y con él el último gobierno parlamenta-
rio de la república de Weimar.
Por muy satisfecho que estuviera Goebbels con la consolidación del
movimiento, desde comienzos de año tendría que preocuparse seria-
mente por su propia autoridad, pues el conflicto latente entre él y los
hermanos Strasser había estallado con gran virulencia. El motivo radi-
caba en el anuncio que sus rivales hicieron en las Cartas nacionalsocialis-
tas de publicar para el 1 de marzo un diario de la editorial de lucha. 2
Esto indignó a Goebbels, tanto más cuanto que la central muniquesa
del partido planeaba imprimir de inmediato una edición berlinesa del
Vólkischer Beobachter. Goebbels, cuyo Angriff aparecía ahora dos veces
por semana, veía en ambos proyectos un ataque a su influjo en el par-
tido en el norte de Alemania.
192 Goebbels

Por ese motivo propuso a Hitler publicar también su periódico dia-


riamente con fondos de Munich.3 Aunque éste le aseguraba una y otra
vez su especial «solidaridad y afecto» y en privado emitía los «juicios
más duros» sobre el «socialismo de salón» de los Strasser, que ponía en
peligro su orientación política abierta hacia todos lados y en particular
sus contactos con la gran industria, mostró en principio cierta reserva,
como ya había sucedido tantas veces anteriormente.4 El Führer era el
único que tenía la culpa, porque no tomaba resoluciones ni hacía valer
su autoridad,5 anotó Goebbels una vez; otra vez escribió que Hitler
tenía que mantenerse fuerte, de lo contrario él y su liderazgo estarían
perdidos frente a Strasser.6 Goebbels no dejaba pasar ninguna oportu-
nidad de enojar a Hitler contra los Strasser. Para poder intrigar mejor,
decidió incluso crear un propio «departamento de espionaje». 7 Pero
todo esto no evitó que el 1 de marzo de 1930, el día del sepelio deWes-
sel, se publicaran por primera vez el diario de la editorial de lucha y la
edición berlinesa del Vólkischer Beobachter.
Puesto que ahora para Goebbels «estaba claro» que Hitler había «capi-
tulado abiertamente ante ese bajobávaro megalómano, pequeño y tai-
mado y sus secuaces», creía estar «dispuesto a todo»; pero «nunca a la
lucha» contra Hitler, «sino a la dimisión». 8 Ni siquiera la intención de
Hitler, corroborada de nuevo, de convertir a Goebbels en el jefe de pro-
paganda del Reich podía surtir efecto esta vez. Hitler le había faltado
a la palabra cinco veces y por eso había perdido cualquier crédito para
él. «Se esconde, no toma decisiones, ya no dirige, sino que deja las cosas
a la deriva».9 Sólo cuando Hitler, que había llegado a la capital del Reich
el 29 de marzo debido a la dimisión del gabinete de Müller, no sólo
ofreció a su jefe de distrito un cargo ministerial en Sajonia sino que
además le reveló que «había caído un telón» entre él y Otto Strasser, el
mundo le volvió a parecer a Goebbels más amable. Ahora creía poder
convencer a Hitler de que actuara.10 Pero éste no pensaba en absoluto
en ello, pues contaba con el pronto fracaso de Brüning, a quien el día
anterior Hindenburg le había encomendado la creación de un gabine-
te presidencial. Una intervención de Hitler en la disputa entre Goeb-
bels y los Strasser habría hecho públicas las desavenencias dentro del
Ahora somos rigurosamente legales, igual de legales 193

partido y habría frustrado las esperanzas depositadas en las nuevas elec-


ciones en el caso de una disolución del Parlamento.
Así pues, la lucha de poder entre Goebbels y el ala de los Strasser se
libró por de pronto en los periódicos de los adversarios. 11 Goebbels
abrió la ofensiva. El contenido y el tono de sus artículos pronto fue
recrudeciéndose, pasando de la crítica política al insulto. Descalificaba
a Otto Strasser —con un vocabulario muy en la línea de Hitler— como
«literato» e «intelectual», «eternamente en busca de objetos» en los que
«desahogar su cólera folletinesca». En otro pasaje le negaba la capacidad
de comprender la esencia de la revolución. «Este lamentable fracasado
—escribió el jefe de distrito en su artículo «Radicalismo de despacho»—12
bien puede ser radical, pues su radicalismo nunca y en ninguna parte
está comprometido de manera responsable con un grupo de adeptos.
Y para él la revolución tampoco es una estación de tránsito hacia nue-
vas cosas, sino un objeto en sí misma. La planea en la mesa de su des-
pacho, sin considerar las posibilidades reales». El ala de Strasser contes-
tó en las Cartas nacionalsocialistas que la revolución alemana como
«transformación espiritual y mental» del siglo se proclamaba tanto en
los escritos de Moeller van den Bruck, Spengler, Niekisch,Winnig, Jün-
ger y otros muchos como en los «mártires de Munich, Leuna, Berlín».13
Una vez que se desvanecieron las esperanzas de una rápida disolu-
ción del Parlamento, el 26 de abril, delante de sus más altos funciona-
rios, que de todas partes del Reich habían sido convocados a Munich
para un congreso de dirigentes, Hitler se posicionó claramente en con-
tra de los Strasser y sus partidarios. Esta ala siempre había criticado la
aproximación de Hitler a los nacionalistas alemanes y su pretensión de
ganarse el favor de los líderes industriales, y en su lugar había hecho
gala de un recalcitrante anticapitalismo, había abogado por importan-
tes nacionalizaciones e intercedido en favor de una alianza con la Unión
Soviética. «Un extraordinario ajuste de cuentas con Strasser, la edito-
rial de lucha, los bolcheviques de salón (...). Hitler vuelve a dirigir.
¡Gracias a Dios! Todos le siguen con entusiasmo. Strasser y su círculo
están anonadados. Está ahí sentado como la mala conciencia» Si
Goebbels hizo constar esto en su diario con tanto énfasis, fue entre
194 Goebbels

otras cosas porque además Hitler había cumplido por fin lo que le
había prometido hacía casi un año.Y es que, tras el «ajuste de cuentas»
con los Strasser —se trataba más bien de una crítica moderada— se
había vuelto a levantar y había anunciado en medio de un «silencio
contenido» su nombramiento —el de Goebbels— como jefe de pro-
paganda del Reich.
Así pues, Goebbels ocupó un cargo al que en 1927 había renuncia-
do Gregor Strasser poniéndolo en manos de Hitler. El representante del
«presidente de la comisión de propaganda», como se llamaba oficial-
mente el jefe de propaganda del Reich, siguió siendo un hombre al que
Hitler había elegido ya antes de Strasser. Era su antiguo secretario, el
ingeniero agrónomo Heinrich Himmler. Éste, procedente de una fami-
lia de la Baja Baviera e hijo de un profesor de instituto, que había ter-
minado los estudios en 1922 y después había estado mucho tiempo sin
empleo, había seguido una evolución similar a la de su nuevo superior;
estuvo marcada por una pedante estrechez y por una fijación cada vez
más fuerte en un antisemitismo radical como clave para entender el
mundo. La primera impresión que Goebbels tuvo de él: no es «excesi-
vamente inteligente, pero sí trabajador y honrado». 15 Le preocupaba un
poco que Himmler todavía se inclinara hacia Strasser, lo que sin embar-
go él le iba a «quitar». Pero no hizo falta, pues el hombre de las gafas de
níquel pronto abandonó la jefatura de propaganda del Reich para con-
vertirse en comandante supremo de las SS.
Apenas cuatro semanas después de su ascenso a la primera fila del
partido, Goebbels experimentó una nueva satisfacción. Se había pro-
ducido un choque abierto entre Otto Strasser y Hitler. El 21 de mayo
y al día siguiente, en su alojamiento berlinés, el hotel Sanssouci, Hitler
propuso a Otto Strasser la compra de la editorial de lucha por parte de
Max Amann, para así eliminar por la «vía pacífica» la influencia de Stras-
ser en el NSDAP. Pero Otto Strasser no admitió la propuesta y en su
lugar criticó en presencia de su hermano, que guardaba silencio, la orien-
tación política del «jefe». Éste, ahora completamente desconcertado, til-
dó al propietario de la editorial de lucha de «bolchevique», antes de
interrumpir la entrevista poniendo una excusa.16
Ahora somos rigurosamente legales, igual de legales 195

Hitler, que ya había tomado una resolución, aseguró a su jefe de pro-


paganda del Reich que inmediatamente después de las elecciones al
Parlamento regional de Sajonia, las cuales preparó Goebbels durante
algunas estancias en la jefatura de propaganda de Munich, quería pro-
ceder contra Otto Strasser. Si intervenía en ese mismo instante y se
hiciera público el escándalo en el partido, temía por el incremento de
votos, que se daba por seguro en esa región del Reich. 17 Por tanto,
Goebbels se conformó con mantener el conflicto a fuego lento hasta
entonces. En un artículo destinado al día de las elecciones, el 22 de
junio de 1930, defendió una vez más las ideas de legalidad de Hitler
como necesidad programática. «Entonces uno me dice otro camino para
llegar al poder. Pero no aleguéis que el fracaso de este sistema es inevi -
table». Además «en la parte contraria hay uno que espera como no -
sotros, y hacerle frente por todos los medios es nuestra misión más peren-
toria: el bolchevismo. O el nacionalismo conquista pronto el poder o
nuestra sentencia está firmada». 18
Después de que en Sajonia, con el 14,4 por ciento, el NSDAP casi
triplicara su proporción de votos con respecto a las elecciones de mayo
del año anterior, Goebbels creía ver cumplido su objetivo tras cuatro
años de desavenencias con los Strasser, pues Hitler dictó una precipita-
da ordenanza a la que seguiría el 30 de junio una carta del mismo tenor
destinada a publicarse. En ella se decía: «A usted, querido señor doctor
Goebbels, le coloqué hace años en el cargo más difícil del Reich con
la esperanza de que su energía y resolución lograran (...) crear una orga -
nización unificada y disciplinada. Usted ha resuelto esa tarea de tal modo
que tiene asegurada la gratitud del movimiento y mi más alto recono -
cimiento. Hoy le debo pedir que, continuando con la tarea en su día
encomendada, lleve a cabo sin reparos la depuración del partido (...).
Le respaldan toda la organización del movimiento, toda la plana de diri-
gentes, las SA y las SS al completo, todos los representantes del partido
(...) y tiene en su contra a media docena de pleitistas profesionales y
literatoides».19
Antes de que Goebbels excluyera del partido a sus rivales con los
procedimientos necesarios para ello, éstos tomaron la iniciativa. Duran-
196 Goebbels

te las asambleas de jefes de distrito de Berlín y Brandeburgo, el editor


de la Nationalsozialistische Pressekonferenz [Conferencia de Prensa Nacio-
nalsocialista] , Eugen Mossakowsky, acusó a Goebbels de mentir. Éste se
había hecho pasar por combatiente del Ruhr, mancillando así ei nom-
bre de los «verdaderos héroes» de la resistencia antifrancesa, como por
ejemplo Leo Schlageter. Además Goebbels no había dudado en ade -
lantar la fecha de su entrada en el partido mediante una falsificación de
documentos para poder aparecer como miembro de la «vieja guardia».
La exigencia por parte de Mossakowsky de una comparecencia ante la
comisión de investigación y arbitraje del partido exponía a Goebbels
al peligro de ser desenmascarado públicamente. 20 Así pues, temía con
razón que esto fuera «agua para el molino de toda la prensa e incluso
de Scherl.Y esto significa que yo tengo que pagar el pato». 21
Sin embargo, Hitler dio órdenes de demorar la investigación del
asunto y en su lugar iniciar un procedimiento de exclusión contra Mos -
sakowsky por «actividad perjudicial para el partido». El hombre de Stras-
ser se fue sin la intervención de la comisión y justificó su paso entre
otras cosas con la persona del jefe de distrito, cuyas «depuraciones»
comenzaban ahora. Después de haber expulsado a cinco colaboradores
de Otto Strasser, Goebbels convocó para el 30 de junio una asamblea
general de miembros del distrito de Berlín, a la que asistieron, además
del presidente de la comisión de investigación y arbitraje de la jefatu -
ra del Reich, el comandante Walter Buch, también Goring,Von Epp y
otros líderes del partido, pero no Hitler, quien una vez más dejó a otros
el «trabajo sucio».22
Strasser y algunos de sus partidarios intentaron aprovechar la ocasión
para defender públicamente su punto de vista. No obstante, a la entrada
del palacio de deportes, el servicio de orden de las SA les prohibió el acce-
so con el argumento de que pertenecían al distrito de Brandeburgo y no
al de Gran-Berlín. Poco después, en el interior, el jefe berlinés daba rien -
da suelta a una sarta de improperios contra la «pandilla de literatos». Ame-
nazó con «destrozarla con el martillo férreo de nuestra disciplina». Cuan-
do leyó un mensaje de Hitler contra los «literatos», las cinco mil personas
del palacio de deportes se salieron de quicio. «¡A la horca!», gritaban una
Ahora somos rigurosamente legales, igual de legales 197

y otra vez entre la multitud los fanatizadores.Tres colaboradores del dia-


rio de los Strasser tuvieron el valor de levantarse y abandonar la sala entre
insultos y burlas, después de que Goebbels los exhortara a ello. Aquel 30
de junio terminó con un juramento de lealtad al Führer y, por ende, a
su jefe de distrito berlinés. Así terminó la carrera de Otto Strasser y sus
partidarios en el NSDAP. Pocos días más tarde, después de dirigir sin éxito
un ultimátum a Hitler para que retirara en un plazo de veinticuatro
horas las expulsiones del partido que habían tenido lugar hasta entonces
contra sus compañeros de lucha, abandonaban el partido los socialistas par-
dos, cuya ideología seguía llevando también Goebbels en su interior.
Si el asunto pudo «arreglarse» con un perjuicio mínimo para el par-
tido, se debía sobre todo a la habilidad táctica de Hitler y no precisa-
mente a la de Goebbels. Este último estaba enojado de sólo haber podi-
do descartar a Otto Strasser y no directamente también a Gregor, quien
había renunciado a su puesto de redactor en la editorial de lucha y había
seguido fiel a Hitler. Goebbels no se daba cuenta de que, al quedarse el
hermano de los Strasser que tenía más aceptación en las filas de los
nacionalsocialistas, el desertor no podía esperar ninguna lealtad de la
base.23 Es cierto que los «literatos» se agruparían bajo el liderazgo de
Otto Strasser, pero su organización, el Frente Negro, nunca pasarían de
ser un club de debate.
Los espíritus parecían haberse calmado cuando el presidente del
Reich, tras consultar a Brüning, que gobernaba con mayorías parla -
mentarias alternativas, disolvió el Parlamento el 18 de julio y convocó
elecciones para el 14 de septiembre, después de que SPD, KPD, NSDAP
y sectores del DNVP hubieran desestimado el decreto ley «para subsa -
nar el estado de emergencia financiero, económico y social». En vista
de la difícil situación del país y tras el resultado relativamente bueno de
su partido en las elecciones municipales de Berlín el año anterior, Goeb-
bels contaba con un considerable incremento de votos en el Reich. Por
eso escribió en el Angriff que el movimiento iba entrando en la última
etapa de su ascenso. «Ya hacía tiempo que había dejado atrás la época
de la mera propaganda y ahora comenzaba aquí y allá a ejercer políti -
ca en el gran sentido, es decir, política de Estado». 24
198 Goebbels

Bajo el lema «libertad y pan», el jefe de propaganda del Reich orga-


nizó una campaña electoral de unas dimensiones que el partido no había
conocido hasta entonces. Su «hoja de ruta» preveía poner en funciona-
miento la campaña lentamente y a partir de mediados de agosto de
1930 aumentar al máximo de revoluciones, «para llegar al 14 de sep-
tiembre a un ritmo vertiginoso».25 El en persona no sólo se encargaba
de la coordinación y la organización, para lo cual viajó repetidas veces
a Munich, sino que redactaba octavillas y carteles electorales, escribía
artículos para el Angriffy viajaba, sobre todo en calidad de orador, por
todo el país.
En eficaz propaganda electoral logró Goebbels convertir también
cinco demandas por injurias que tenía pendientes de juicio a media-
dos de agosto. Las autoridades penales prusianas habían querido a toda
costa poner entre rejas a Goebbels antes de las elecciones al Parlamen-
to, en un momento en que no había Parlamento ni, por tanto, inmu-
nidad. Pero no consiguieron este objetivo; es más, los procedimientos
terminaron con un patinazo para los tribunales y garantizaron publici-
dad para el propagandista en toda la prensa alemana.
El 12 de agosto Goebbels tuvo que defenderse en Hannover por
injurias contra el presidente de la región de Prusia, Otto Braun, del que
había afirmado que había sido sobornado por un «judío de Galitzia».
En la estación fue recibido por una multitud que había sido convoca-
da. Su abogado, el conde Rüdiger von der Goltz, «no había visto nun-
ca nada semejante». Con el jefe del distrito de Hannover, Rust, y el jefe
de las SA,Viktor Lutze, viajó Goebbels en un anticipado triunfo por las
calles hasta el Palacio de Justicia. Delante del juez afirmó que no había
acusado de corrupción a Braun, sino a Bauer, el antiguo canciller del
Reich.26 Goebbels fue absuelto. Los miembros de las SA lo sacaron a
hombros de la sala de audiencias, delante de la cual se habían persona-
do cientos de nacionalsocialistas a los que nuevamente se había dado
cita.27
El éxito propagandístico más espectacular sería, dos días después de_
la absolución en Hannover, el juicio de apelación del denominado pro-
ceso Hindenburg, cuya primera instancia ya había sido tramitada el 31
Ahora somos rigurosamente legales, igual de legales 199

de mayo. Debido a las injurias vertidas en un artículo del Angriff de


diciembre del año anterior, el presidente del Reich había presentado una
querella, a lo cual el consejero de Justicia prusiano había pedido al fiscal
general en el tribunal cameral de Berlín que «dedicara especial atención»
al asunto, «en particular a su agilización».28 A mediados de mayo, el pro-
pio Hindenburg había apremiado de nuevo al ministro de Justicia del
Reich para que intentara conseguir una rápida tramitación del proce-
so.29 Durante la primera vista, que siguió poco después y para la que
Goebbels ya se había preparado detenidamente con su abogado Von der
Goltz,30 asumió «sin reservas» la responsabilidad de su artículo, en el que
había acusado a Hindenburg de traición al pueblo alemán.31
El fiscal pidió nueve meses de prisión. Después habló Goltz «con
gran eficacia», y también Goebbels añadió «un breve pero jugoso comen-
tario final», entre ovaciones desde la tribuna del público.32 Hábilmente
expresó su «convencimiento» de contar con una condena sólo viendo
ya la composición del tribunal, en el que había dos judíos. 33 El
resultado del juicio de primera instancia puso de manifiesto una vez
más la total impotencia del Estado de derecho frente al agitador sin
escrúpulos: «Ochocientos marcos de multa. Con un largo consideran-
do que es un informe en mi defensa. En todo se comparte mi criterio.
Podría gritar de alegría. Para Hindenburg un entierro de primera cla-
se. Fuera, ovaciones como nunca (...). En la prensa no se habla más que
del proceso.Aparecen imágenes y caricaturas en masa (...). Una mag-
nífica propaganda para nosotros».34
La vista de apelación del 14 de agosto ante la segunda sala de lo penal
del Tribunal Regional de Berlín comenzó con una sensación. El fiscal
dio lectura a un escrito que Hindenburg había dirigido al consejero de
Justicia de Prusia. En él se decía que él, Hindenburg, de una explica-
ción que le había dado el señor doctor Goebbels, infería que éste no
había pretendido una injuria personal contra él y que había actuado
únicamente en salvaguardia de sus intereses políticos. En el escrito del
presidente del Reich se decía a modo de conclusión que «personal-
mente daba el asunto por terminado y ya no tenía ningún interés en
un castigo del señor doctor Goebbels».35
200 Goebbels

A continuación, el fiscal superior abogó por un rechazo de la ape-


lación del acusado Goebbels, puesto que la injuria a Hindenburg esta-
ba totalmente demostrada. Si solicitaba al tribunal rechazar asimismo la
apelación del fiscal, era exclusivamente por la carta de Hindenburg, a
cuyo deseo quería dar cumplimiento. Como consecuencia, los jueces
desestimaron el recurso del fiscal, pero revocaron la sentencia de pri-
mera instancia ante la insistente apelación de Goebbels y absolvieron
al acusado a expensas del erario público.36
Mientras que las gacetas se escandalizaron —el Vossische Zeitung
hablaba de un «considerando verdaderamente peculiar» y el socialde-
mócrata Vorwarts [Adelante], sarcásticamente, de una «brillante actua-
ción de nuestra justicia»—37 el periódico de lucha de Goebbels se
mostraba triunfante. La absolución era una pequeña recompensa para
el hecho de «haber aguantado durante meses el fuego nutrido del
amarillismo judío con toda la calma y serenidad que aporta el sentido
firme de la justicia», se decía con un cinismo prácticamente insu-
perable.38 El Angriff hacía especial hincapié en que el presidente del
Reich había hecho esa declaración «sin nuestra intervención», lo que
da a entender el supuesto contrario. Ritter von Epp había ayudado al
jefe de propaganda del Reich con un «material devastador contra Hin-
denburg».39 ¿Qué si no, fuera la que fuere la naturaleza de la contun-
dente presión, habría movido a un cambio de opinión tan repentino
a un presidente del Reich «sensiblemente dolido» 40 y que repetida-
mente había apremiado a las autoridades para una agilización del pro-
ceso? En las memorias de Goltz aparece en relación con esta decla-
ración un hombre que dos años más tarde desempeñaría un papel
central en la toma del poder por parte de Hitler: el jefe de la canci-
llería presidencial de Hindenburg, el ambiguo secretario de Estado
Otto Meissner. Él debió de redactar la declaración durante un encuen-
tro con el abogado de Goebbels y después mostrársela al presidente
del Reich. Éste, según las memorias de Goltz, sólo habría deseado un
pequeño cambio. No debía decirse que las explicaciones de Goebbels
le habían «convencido», sino que de ellas había «inferido» que éste no
había querido injuriarle.41
Ahora somos rigurosamente legales, igual de legales 201

Entre otras cosas gracias a estos éxitos, Goebbels aguardaba con más
optimismo las elecciones a cada día que pasaba. Esto cambió brusca-
mente cuando, tras un discurso que pronunció en Breslavia (Bres-
lau/Wroc_aw) a últimas horas de la tarde del 30 de agosto de 1930,
una llamada desde Berlín interrumpió el sueño del jefe de distrito. Por
orden de Stennes, que entretanto había ascendido a jefe supremo de las
SA (OSAF por sus siglas alemanas) del distrito este, hombres de la sec-
ción de asalto 31 de Charlottenburg habían ocupado y destrozado la
secretaría del NSDAP situada en la Hedemannstrasse. Los jefes berli-
neses de las SA, insatisfechos con la orientación de Hitler y agrupados
en torno a Stennes, temían que tras las elecciones parlamentarias el par-
tido se esforzara por participar en el gobierno de una forma tan enér-
gica como en Sajonia, donde había fracasado sólo por la oposición del
DVP. En ese caso las SA veían que seguiría disminuyendo su influencia,
ya de por sí reducida por la prohibición del uniforme que acababa de
imponer el consejero de Interior prusiano.Ya que además no se había
aceptado su petición de rebajar las contribuciones y de recibir algún
subsidio, habían exigido escaños parlamentarios para el Reichstag, por
así decir como compensación por las continuas postergaciones. Para
calmar los irritados ánimos, Goebbels había prometido a Stennes los
escaños exigidos, pero luego había dejado aparte a las SA en la nomi-
nación de los candidatos. Cuando se puso de manifiesto el engaño, Sten-
nes negó inmediatamente la obediencia a él y al partido, y pasó a la
acción cuando Goebbels estaba en Breslavia. Cuando el jefe de distrito
se enteró de lo ocurrido, perdió los nervios «durante algunos segundos»,
pues temía que, a dos semanas de las elecciones parlamentarias, le
hicieran perder los frutos de su trabajo.42 Enseguida tomó la decisión de
regresar a Berlín. Antes de subir al automóvil del distrito, que Tonak, el
chófer, conducía a una «verdadera velocidad loca» a través de la noche
silesiana, llamó y sacó del sueño a Hitler, que se encontraba en Bay-
reuth y que al amanecer también se dirigió inmediatamente a Berlín en
avión. En el Herzog von Coburg [Duque de Coburg], un pequeño
hotel junto a la Anhalter Bahnhof, se reunieron Hitler, Stennes y Goeb-
bels. Una persona de confianza del Führer, Ernst Hanfstaengf, que
202 Goebbels

también estaba presente —en su casa, situada junto al Staffelsee, se había


escondido Hitler provisionalmente tras el fracasado golpe de noviem-
bre—, recordó que, al margen del interminable debate, Stennes le había
dicho que el causante de toda la revuelta no era otro que Goebbels. 43
Al jefe de las SA no le faltaba del todo razón, pues había sido el jefe del
distrito quien con su comportamiento había provocado la rebelión de
los miembros de las SA.
Después de que se separaran sin haber llegado a un acuerdo, Goeb-
bels afirma en sus propios testimonios que «exhortó» a Hitler a ceder.
Se desconoce hasta qué punto hizo esto realmente. Lo único que cons ta
es que el Führer, tras una larga noche, transigió y ofreció a Stennes, a
quien se mandó llamar, un aumento de las cuotas en beneficio de
las SA. Cuando éste aceptó, se dice que Hider le prometió con un apre-
tón de manos no distanciarse de él en el futuro. 44 La «tregua» fue sellada
delante de las SA berlinesas, reunidas en la casa de la asociación de
veteranos. Los observadores del departamento IA escribieron en su
informe que Hitler, a lo largo de su discurso, pidió reiteradamente con-
fianza a las SA y que al final, «alzando la voz ya de por sí forzada hasta
gritos casi histéricos», apeló a la lealtad de los congregados: «En este
momento juramos que nada es capaz de separarnos, tan cierto como
que Dios nos puede ayudar contra todos los demonios. Que nuestro
Dios todopoderoso bendiga nuestra lucha». Se acallaron por señas los
vivas que comenzaban, «porque Hitler, con las manos juntas, como
absorto en la oración, escuchaba sus propias palabras». 45
Goebbels rebosaba de alegría: «Todo está en orden. Así acaba el gol-
pe de Stennes».46 Tenía motivos más que suficientes para ello, pues con
el rápido arreglo la rebelión apenas se hizo pública. Los periódicos espe-
culaban. Partidarios de Otto Strasser habrían maquinado la «querella
entre hermanos». Los escasos informes eran vagos y no alcanzaron gran
repercusión. Por tanto, Goebbels se permitía suponer que podría «recu-
perar la pérdida provocada por las SA» en las casi dos semanas que que -
daban hasta las elecciones parlamentarias.
Incansablemente, a veces hasta la completa extenuación, trabajaba el
jefe de distrito en esta fase final de la campaña electoral. El 5 de sep-
Ahora somos rigurosamente legales, igual de legales 203

tiembre habló en Nuremberg, el 6 en Munich, al día siguiente voló en


un avión especial hacia Konigsberg, donde instigó a las masas en la aba -
rrotada sala de congresos de la ciudad. Con el tren nocturno, de vuel -
ta a Berlín. Allí, el 7 de septiembre viajó a lo largo y ancho de la ciu-
dad a la cabeza de 60 camiones ocupados por gentes de las SA. El día
siguiente comenzó con trabajos de organización en la secretaría. «Can -
sado y rendido» estaba por la tarde detrás de la tribuna del orador en el
palacio de deportes, después habló en la Alexanderplatz «a los proleta-
rios» y finalmente en el oeste más acomodado «a los burgueses». Hasta
siete veces al día «predicaba» durante la última semana de la campaña
electoral, impulsado por una confianza fanática en el éxito.
El punto culminante de la primera campaña electoral de Goebbels
como jefe de propaganda del Reich lo constituyó el mitin en el pala -
cio de deportes de la tarde del 10 de septiembre. Se debieron de soli -
citar unas 100.000 entradas. Cuando Hitler pisó el foro, los gritos de
júbilo que estallaron se asemejaron a un «huracán». 47 En un discurso de
una hora, Hitler proclamó lo que había escrito en su «Manifiesto al pue-
blo alemán» del Volkischer Beobachter de ese mismo día: «La consigna
para el 14 de septiembre sólo puede decir: ¡Venced a los "bancarrotis-
tas" políticos de nuestros viejos partidos! ¡Aniquilad a quienes disuel-
ven nuestra unidad nacional! ¡Fuera los responsables de nuestra ruina!
¡Compatriota, únete a la marcha del frente pardo de una Alemania que
despierta! Tu no al sistema actual significa: lista 9. ¡El 14 de septiembre
haz pedazos a los interesados en engañar al pueblo!». 48 Goebbels quedó
«fascinado» por la intervención de Hitler. «¿Quién habla ahora de
todas las pequeñas preocupaciones? Ya tenemos la victoria en el bolsi -
llo».49
El mismo día de las elecciones, el jefe de distrito apeló una vez más
en el Angriffz todos los nacionalsocialistas a que intervinieran plena-
mente en los últimos esfuerzos y ejercieran un influjo personal sobre
los demás. Seguro de sí mismo, llamó la atención sobre el hecho de que
el NSDAP tenía en esta campaña electoral «razones suficientes para el
alarde».50 Los resultados, que se difundieron a partir de la tarde, supe-
raron todas las previsiones. La proporción de votos del NSDAP había
204 Goebbels

subido de manera sensacional. En total 107 escaños, casi nueve veces


más que hasta entonces, obtuvo el partido en el quinto Reichstag ale-
mán. Al fin y al cabo, en Berlín habían votado a los nacionalsocialistas
395.000 personas; dos años antes fueron 39.000. Tras el KPD (27,3
por ciento) y el SPD (27,2 por ciento), el NSDAP se había convertido
con el 14,7 por ciento de los votos en el tercer partido más fuerte de
Berlín, aunque estaba muy por debajo de la media del Reich.
En el palacio de deportes, donde la tarde de las elecciones Goebbels
creyó sentir un «entusiasmo como en 1914», lo llevaron a hombros, a
él, el pequeño doctor, que horas más tarde anotaba en su diario que los
partidos burgueses del Reich estaban «aniquilados». Aunque eso no
correspondiera aún a la realidad exactamente, habían sufrido unas pér-
didas catastróficas. Con la crisis económica —-esto se puso de mani-
fiesto ahora— sectores de la clase media se habían adherido a los nacio-
nalsocialistas, una tendencia que siguió intensificándose hasta 1932, de
manera que los partidos de centro desaparecieron casi por completo de
la escena.51 Ahora, en septiembre de 1930, sólo el DNVP perdió 32 de
sus 73 escaños en el Parlamento, el DDP 5 de sus 25 y también el DVP
perdió un tercio de sus escaños. Pudieron reafirmarse el Centro y el
SPD, que sólo sufrió pérdidas insignificantes. Otro triunfador de las
elecciones fue el enemigo más acérrimo del NSDAP, el partido comu-
nista, que pudo enviar al Parlamento 77 en lugar de 54 representantes.
Por un momento, a Goebbels le parecía ahora que le esperaba la
recompensa por su esfuerzo. Durante una entrevista en la que también
participó Goring, Hitler había prometido a su jefe de distrito berlinés
el «poder en Prusia».52 Él, Goebbels, al que sólo hacía unos pocos años
habían despreciado cuando vivía en su Rheydt natal sin trabajo ni pers-
pectivas, iba a convertirse por obra de su Führer en el hombre más
poderoso de Prusia. Su primera intención era entonces «acabar» con los
odiados judíos, capitalistas y bolcheviques, es decir, «ajustar las cuentas»
con todo el «sistema». Sería una venganza personal por lo que el mun-
do, según creía, le había hecho. El requisito previo era —así lo explicó
Hitler durante la entrevista— que Hindenburg formara un gobierno
del Reich con el NSDAP, el DNVP y el Centro según las condiciones
Ahora somos rigurosamente legales, igual de legales 205

de los nacionalsocialistas. Él, Hitler, iba a exigir el Ministerio del Inte-


rior y de Defensa, así como otra cartera para su partido, y además la
disolución de la «coalición prusiana» formada por SPD, DDP y Cen-
tro. Si Hitler pensaba formular estas pretensiones desmedidas, equiva-
lentes a una subida al poder, era porque le seguía quedando la opción
de proseguir la lucha contra el «sistema» a la antigua usanza y de este
modo aproximarse igualmente al poder del Estado. Aunque esto corres-
pondía más a las ideas goebbelianas de un nacionalsocialismo como
movimiento revolucionario, no se oponía a las declaraciones de Hitler
en el sentido de que el poder también podía conseguirse bajo una capa
de legalidad; al fin y al cabo, ésta también le ofrecía halagüeñas pers-
pectivas a él personalmente.
Puesto que Goebbels seguía viendo en la orientación de Hitler una
medida táctica a corto plazo, aceptó que a partir de ahora se aprove-
chara cualquier oportunidad para disipar las dudas sobre la legalidad del
NSDAP y para presentarlo como un partido capaz de gobernar y de
formar coalición. Muy apropiado en este sentido pareció un proceso
-que despertó mucho interés en el país— ante el tribunal imperial de
Leipzig contra tres oficiales de la guarnición de Ulm, que habían con-
travenido a un decreto del ministro de Defensa del Reich y que habían
establecido contacto con el NSDAP. El abogado de Hitler, Hans Frank,
consiguió —tal como se le había pedido— dar acceso a su cliente al
estrado de los testigos y, por ende, a la opinión pública alemana. A ésta
le comunicó Hitler el 25 de septiembre de 1930, bajo juramento y con
tanta energía como seguridad en sí mismo, que él y su partido estaban
sujetos «como una piedra» al terreno de la legalidad.
Sin duda fue molesto para Hitler que el tribunal le confrontara pre-
cisamente con las consignas revolucionarias del jefe del distrito berli-
nés. Concretamente un juez le preguntó acerca del folleto goebbelia-
no El Naci-Soci,53 en el que el jefe de distrito había proclamado que en
la lucha por el poder iban a «rodar cabezas». Hitler también tuvo que
explicar cuál era la intención de Goebbels al escribir en una «lección
por correspondencia para un curso de líderes»: «Los revolucionarios de
palabra se convertirán en revolucionarios de hecho; para este objetivo
206 Goebbels

nos vale cualquier medio, no nos asusta ninguna revolución».54 Hitler


empleó una cuidadosa táctica y salió de la comprometida situación ase-
gurando que el camino al poder que el NSDAP quería recorrer era
legal. Pero si se llegaba al final de ese camino legal, si, como esperaba,
se obtenían entre 150 y 200 escaños en las elecciones, entonces la revo-
lución total se produciría por sí sola. «Y cuando tengamos el poder, por
supuesto que rodarán cabezas».55
Goebbels, sin duda avergonzado por haber puesto en apuros argu-
mentativos a su Führer, le corroboró de inmediato que había habla-
do con inteligencia y perspicacia. Goebbels reveló el carácter mera-
mente retórico de los asertos de Hitler a Richard Scheringer, uno de
los jóvenes oficiales acusados en Leipzig, en cuyo espíritu de compa-
ñerismo creía ver a la «joven» Alemania comprometida con la «futura
clase obrera».56 Entre risas le dijo a Scheringer que consideraba el jura-
mento de legalidad de Hitler una «jugada genial». Pues «¿qué —pre-
guntaba— van a hacer luego esos tipos contra nosotros? Sólo han esta-
do esperando para echarnos la zarpa. Ahora somos rigurosamente legales,
igual de legales».57
Hitler, quien al igual que Goebbels veía en el parlamentarismo
—así lo habrían podido leer los jueces de Leipzig en Mi lucha— «uno
de los síntomas más graves de la decadencia de la humanidad», 58 resul-
taba convincente. A fin de cuentas, Goebbels pudo anotar «inmensas
simpatías» a favor del partido.59 Tanto en la Reichswehr [las fuerzas
armadas del Reich], cuyo peso era cada vez mayor dada la desintegra-
ción del orden estatal, como también en una parte importante de la
ciudadanía, Leipzig siguió contribuyendo al proceso de revalorización
del Führer y del partido. Hitler empezaba a ser presentable en socie-
dad, pues parecía estar dejando atrás su pasado revolucionario.
Sin embargo, no se llegó a una participación del NSDAP en el gobier-
no del Reich. Los intentos del canciller del Reich Brüning (Centro)
por ganarse al NSDAP para una «oposición constructiva» fracasaron,
aunque en una entrevista con Hitler, Strasser y Frick el 6 de octubre
de 1930 Brüning se ofreció incluso para «procurar que en todos los par-
lamentos regionales (...) donde fuera posible numéricamente el NSDAP
Ahora somos rigurosamente legales, igual de legales 207

y el Centro formaran gobierno de manera conjunta».60 El hecho de


que, pese a todo, Brüning no tuviera que hacer frente a una «mayoría
negativa» se debió al cambio de postura del grupo parlamentario del
SPD. Con la creciente amenaza para la república, también en la social-
democracia había tenido lugar un cambio de opinión, que hizo que
pasaran a segundo plano las diferencias con el gobierno de Brüning res-
pecto a los intereses políticos. Así pues, en otoño de 1930 volvió a abrirse
paso una fase de tolerancia por parte del SPD hacia Brüning, que
había sido nombrado de nuevo por Hindenburg canciller del Reich y
que gobernaba por decretos leyes. Como apoyo y complemento estaba
el gobierno regional prusiano, formado por SPD, Centro y DDP, con
el presidente Braun a la cabeza, y su propia política de coalición.
Así pues, no le faltaba razón a Goebbels cuando el 5 de octubre de
1930 escribió en el Angriff: «La llave del poder sobre Alemania está
en Prusia. Quien tiene Prusia tiene el Reich».Y destacó su propio
papel al seguir explicando que el camino hacia el poder en Prusia con
su preponderante posición en la política estatal pasaba por la conquista
de Berlín. A diferencia de Hitler y de Góring —éste se iba estable-
ciendo cada vez más en la capital del Reich—, que hacían antesala a
las élites conservadoras y líderes económicos del Estado, Goebbels
proseguía en Berlín su desenfrenada propaganda.Ya que en las mani-
festaciones de legalidad él sólo había visto un compromiso táctico,
ahora le servía cualquier cosa que desestabilizara al Estado y fortale-
ciera al movimiento.
El aliado más poderoso de Goebbels pasó a ser cada vez más la penu-
ria que se iba agravando en Alemania. Hacía tiempo que el número de
desempleados había rebasado la frontera de los tres millones. En la capi-
tal del Reich, una de cada diez personas de los aproximadamente 2,5
millones que conformaban la población activa estaba sin trabajo en oto-
ño de 1930. Sólo dos tercios escasos de ellas recibían pequeñas presta-
ciones por desempleo o un subsidio de crisis; las demás tenían que vivir
del exiguo dinero ahorrado por la asistencia social de los municipios o
pasar necesidades sin ningún tipo de ayuda, mientras estaban abiertas a
aquellos que prometían transformaciones radicales para mejorar.
208 Goebbels

Para —en competencia con el KPD, muy influyente en Berlín—


movilizar a las víctimas de la gran crisis a favor de la lucha nacionalso -
cialista contra el gobierno prusiano, Goebbels ordenó la participación
de las células de empresa nacionalsocialistas cuando a mediados de octu-
bre de 1930 los sindicatos convocaron la huelga de los operarios meta -
lúrgicos de Berlín. Con su agitación superó en radicalidad a los comu -
nistas. En el Angriff atacó a las «hienas bursátiles» judías, que se enriquecían
a costa de los trabajadores alemanes. 61 Esto llevó a preguntarse al Vos-
sische Zeitung cómo este tono tan brutal podía conciliarse con las entre-
vistas que Hitler había concedido en las últimas semanas y días a la prensa
de Rothermere y Hearst, para precisamente delante de esas «hienas
bursátiles dar prueba de que el nacionalsocialismo representa hoy en
día la única barrera contra la rebelión social y la bolchevización de Ale-
mania».62
A la lucha de Goebbels por la clase obrera pertenec ía también el
enfrentamiento «argumentativo» con el comunismo. Así pues, a media-
dos de octubre se había acercado a la central del partido en la casa de
Liebknecht y había invitado al miembro del Politburó Neumann a una
tarde de debate en la sala de Friedrichshain, garantizándole un «salvo-
conducto» y un tiempo determinado para hablar. El principal teórico
alemán de Stalin y redactor jefe del Rote Fahne aceptó y apareció con
un gran número de adeptos. Sin embargo, su intervención el 28 de octu-
bre no cumplió ni de lejos las expectativas que se había formado Goeb-
bels. Decepcionado, anotó que el comunista y temido «zar rojo de Ale-
mania» había estado «muy apocado» desde el comienzo del discurso y
sólo había dicho «sandeces». Terminó pronto, «porque no tiene nada
más que decir,y luego es aplastado por mí despiadadamente (...). Un
demoledor ajuste de cuentas que muestra a nuestra gente la absoluta
superioridad del partido. Así que éste es el gran Neumann. Está ahí sen -
tado, bajo y feo, y al final le abandona su propia gente. Gritos de júbi lo
sin fin». 63 Lo que Goebbels no sabía aquella víspera de su treinta y tres
cumpleaños era que se había medido con el hombre falso. Era un
comunista llamado Willi Mielenz, que se parecía a Neumann en esta -
tura y aspecto y que, con el pelo teñido y su discurso aprendido de
Ahora somos rigurosamente legales, igual de legales 209

memoria, debía «doblar» a su compañero. Mientras tanto, el verdadero


«zar rojo», que quería evitar la pelea de masas que se esperaba, perma -
neció en la casa de Karl Liebknecht. 64
Si bien esa tarde no se produjeron actos de violencia, los enfrenta-
mientos brutales —que causaban alarma entre los berlineses y seguían
atizando la crisis— entre miembros de la prohibida Liga Roja de Com-
batientes en el Frente y las SA constituían la norma, pues estas últimas
se internaban cada vez más en los reductos de obreros por orden del
jefe de distrito. En otoño de 1930 figuraban en el primer plano de la
sangrienta actualidad, además del Fischerkiez, también Kreuzberg y la
parte de Charlottenburg que se conocía popularmente en Berlín como
«pequeño Wedding». Allí operaba la aterradora Sección de asalto 33,
que dirigía Eberhard Maikowski, temido por su brutalidad. Como era
regla general en las SA, entre sus soldados del partido también se unían
el odio por los antagonistas rojos y las poderosas reservas contra los bur-
gueses. En un pequeño librito en memoria de su jefe de sección «caí -
do» el 30 de enero de 1933, los hombres de las SA comunicaban que
su eje de ataque también se había dirigido contra «la irreflexión y la
cobardía» de la burguesía. Esta burguesía había cedido al marxismo la
calle y, por tanto, el poder político. 65
Estas manifestaciones, que reflejaban el contraste entre la orienta -
ción hacia la legalidad de Hitler y la lucha aparentemente social-revo-
lucionaria del jefe de distrito, no tenían sin embargo nada que ver con
la realidad. La fiscalía y la policía prusianas libraban una enconada lucha
contra los enemigos de la república de izquierdas y de derechas. El vice-
presidente de policía Weiss, junto con el asesor gubernamental Heinz
Schoch y el comisario judicial Johannes Stumm, del departamento IA,
había elaborado un estudio sobre la fidelidad constitucional del NSDAP
y sus líderes, siguiendo las órdenes del consejero de Interior prusiano,
el socialdemócrata Cari Severing, que había sucedido en el cargo a Grze-
sinski a finales de febrero de 1930. En él llegaban a la conclusión de
que el partido era una asociación hostil al Estado y de que Hitler, Goeb-
bels y otros debían ser perseguidos por la sospecha de serias vulnera -
ciones de las disposiciones penales, así como por fomentar y pertene-
210 Goebbels

cer a una asociación hostil al Estado. La memoria fue entregada el 28


de agosto a Karl August Werner, procurador general de Leipzig, para
instarle a ejercer la acción pública, cosa que sin embargo nunca ocu-
rriría.66
Mejor funcionaba la interacción entre Weiss y la fiscalía prusiana,
que aprovechaba de forma consecuente los periodos libres de inmuni-
dad para hacer avanzar los procesos pendientes contra Goebbels. Sin
embargo, le resultaba difícil hacer responder a éste, como en el caso de
las seis demandas por injurias que debían ser vistas el 29 de septiembre
de 1930 ante el tribunal de escabinos de Charlottenburg.Tres días antes
de la fecha establecida llegó al presidente un escrito del abogado de
Goebbels,Von der Goltz. En él excusaba a su cliente alegando que nece-
sitaba «reposo urgente», motivo por el cual solicitaba un aplazamiento
del juicio.67 Considerando acertadamente queVon der Goltz quería sal-
var a su cliente hasta el periodo de inmunidad, el juez presidente recha-
zó la solicitud. Entonces intervino Goebbels personalmente y envió ese
mismo día un escrito al tribunal pidiendo un aplazamiento de la fecha.
Un documento de su médico, Leonardo Conti, el futuro jefe de Sani-
dad del Reich, certificaba que tenía una afección estomacal, por lo que
no podía hacer frente a las tensiones que acarreaba un proceso de esas
características.68 Después de que el tribunal denegara de nuevo la soli-
citud y Goebbels no compareciera en la vista oral,69 aquél ordenó la
comparecencia forzosa para el 13 de octubre de 1930, el día en que
Goebbels recuperaba la inmunidad por su participación en la asamblea
constituyente del Parlamento.70
En vista de ello, Goebbels desapareció de Berlín el 10 de octubre,
mientras Von der Goltz se dirigió de nuevo al tribunal con la intención
de conseguir un aplazamiento de la fecha. Alegó el peso político de su
cliente, que acababa de ser confirmado por las elecciones parlamenta-
rias. Éste, como importante diputado del Reichstag del segundo gru-
po parlamentario más significativo, el día de la constitución del Parla-
mento, «atendiendo a la formación del gobierno que previsiblemente
se va a encomendar en breve a este grupo, en observancia de la Cons-
titución y de las prácticas parlamentarias generales, tiene cosas más
Ahora somos rigurosamente legales, igual de legales 211

importantes que hacer que ocuparse de las demandas por injurias de


sus adversarios políticos, máxime cuando considera que sus abiertas
palabras, por las que se encuentra procesado, han sido legitimadas moral
y políticamente por el aumento millonario de votantes». 71
La víspera de ese 13 de octubre de 1930, Goebbels regresó de Wei-
mar a Berlín en la parte trasera de una limusina con los cristales tinta -
dos. En Wannsee el coche fue controlado por un agente de policía que
sin embargo no reconoció a Goebbels. 72 La noche y la mañana siguiente,
durante la cual la policía registró su vivienda, 73 las pasó en casa de unos
amigos. Inmediatamente antes de que comenzara la asamblea cons-
tituyente,Tonak le llevó a una «velocidad infernal» al edificio del Reichs-
tag, en cuya entrada estuvieron a punto de cogerle un par de policías
judiciales. Pero pudo escabullirse justo a tiempo entre el gentío. En el
pleno, su grupo parlamentario, cuyos miembros se habían presentado
con la camisa parda —en Prusia estaba prohibido llevarla, pero no se
podía castigar en el caso de diputados protegidos por la inmunidad—,
le hizo un «ruidoso recibimiento» con vivas al «salvador de Berlín». 74
«Sí, estoy saboteando vuestra justicia burguesa», 75 gritó a sus adversa-
rios políticos.
Como un importante éxito en la lucha contra el gobierno prusia no
valoró Goebbels el hecho de que, a partir de otoño de 1930, el Angriff no
sólo se publicara dos veces por semana, sino a diario. Para ello, a ins-
tancias de Hitler, había creado junto con Max Amann, el director de la
editorial central del NSDAP, una sociedad limitada en la que la edito-
rial Eher tenía una participación del 60 por ciento y el distrito de Ber -
lín del 40 por ciento. Goebbels, que era el único responsable del con -
tenido del diario, sospechó primero que detrás se escondía una «artimaña»,
pero finalmente se convenció de que el partido sólo quería asegurarse
su influencia cuando él un día ya no estuviera.
Entre «vivas a varias voces» de los colaboradores —tal como recordó
después el redactor jefe Lippert—, el 1 de noviembre de 1930 salió en
la casa de la Hedemannstrasse 10, sede también ahora de la redacción y
de la imprenta del periódico de lucha, un Angriff que, según las inten-
ciones de Goebbels, debía ser «todavía más radical» de lo que había sido
212 Goebbels

la publicación bisemanal. Para satisfacer ese objetivo, se inició de inme-


diato otra campaña de gran envergadura contra el vicepresidente de poli-
cía Weiss. Con los nuevos «serios ataques personales» contra el «judío
Weíss», que ahora era denigrado por supuestos delitos de su hermano,
Goebbels esperaba «aniquilar» por fin a su aborrecido rival. 76 Pero el
resultado fue otro: el jefe de policía de Berlín, Grzesinski, respondió a
los ataques contra su «vice» imponiendo el 10 de noviembre de 1930 al
periódico de lucha del jefe de distrito una prohibición de una semana.
Empleando una hábil táctica, Grzesinski no justificó su actuación con
la serie de artículos contra Weiss, cosa que sólo habría aprovechado
Goebbels con fines propagandísticos. Se remitió en cambio a un
pequeño informe en el que Lippert comentó con las siguientes pala -
bras una bofetada que Zorgiebel, el predecesor de Grzesinski, se había
llevado de un comunista durante un interrogatorio testifical: «Rara -
mente, pero sí a veces, no nos resultan del todo antipáticas las acciones
de los comunistas». 77 Ahí, según Grzesinski, «radicaba una aprobación
expresa del acto de violencia cometido por un comunista contra el hasta
ahora jefe de policía por su actividad política, hecho punible según el
artículo 5, inciso 4 de la Ley de Protección de la República». 78 La
decidida actuación de Grzesinski afectó a Goebbels, pues la falta de seis
ediciones del periódico de lucha equivalía a una pérdida de unos 15.000
marcos, difícil de asimilar dada la situación financiera siempre crítica
del distrito. Poco después Goebbels se vengó del severo golpe que había
recibido. Saboteó la versión alemana de la película americana Im Wes-
ten Nichts Neues79 —-basada en la conocida novela de Remarque sobre la
guerra mundial— que había sido producida por la Ufa 80 y que se
estrenó en Berlín a principios de diciembre. El jefe de propaganda del
Reich esperaba poder lograr la suspensión de la película antibelicista y,
por ende, infligir una sensible pérdida de autoridad al consejero de Inte-
rior prusiano Severing, cuyo departamento acababa de permitir dicha
obra cinematográfica. «Ahora está en juego el prestigio: ¿Severing o
yo?»,81 escribió Goebbels impulsado por la fanática voluntad de decidir
la prueba de fuerza a su favor y de demostrar a su Führer, que pre-
cisamente estaba en Berlín, de qué era capaz.
Ahora somos rigurosamente legales, igual de legales 213

La campaña de Goebbels comenzó en la sala Mozart, uno de los


grandes cines del Berlín oeste. Participaron unos 150 compañeros del
partido, miembros de las SA y el propio jefe de distrito. Ese 4 de diciem-
bre de 1930, la tarde siguiente al estreno, cuando iba a comenzar la
segunda sesión, el «comando ejecutor» transformó enseguida el cine
en una «casa de locos». Se oyeron silbidos y gritos como «[judíos fue-
ra!»; los hombres de las SA abofetearon a los espectadores judíos o a
quienes tenían por tales; desde la galería se lanzaron bombas fétidas y
en el patio de butacas se soltaron ratones blancos. Finalmente, en el
desconcierto general —la proyección se había interrumpido hacía
rato—, el diputado del NSDAP Ludwig Münchmeyer, un clérigo evan-
gélico, dio comienzo desde la tribuna a un discurso de protesta con-
tra la película, que Goebbels interrumpió al grito de que Hitler esta-
ba a las puertas de Berlín. Cuando la policía desalojó la sala, más de
uno no hizo mucho uso de la porra, pues muchos estaban igualmen-
te en contra de la película antibelicista. Goebbels pensó incluso que
toda la nación estaba de su parte. La repercusión en sectores de la pren-
sa parecía darle la razón.
En el Angriff hizo escribir que, cuando se mostró la «cobardía de los
voluntarios de guerra», se suscitó una tempestad de protestas entre el
público. Al día siguiente, el jefe de distrito puso la calle en pie de gue-
rra. Tanto en la tarde del 8 como del 9 y 10 de diciembre se produje-
ron manifestaciones de protesta, sobre todo en los barrios occidentales
de la ciudad, a las que —según Goebbels— concurrieron hasta 40.000
personas. En realidad fueron sólo unas 6.000.82 Especialmente el día 8
tuvieron lugar verdaderas luchas callejeras entre los sublevados y la poli-
cía, que intentaba siempre sin éxito disolver la manifestación. A los acor-
des de la canción de HorstWessel se formó finalmente una «enorme
marcha de protesta», a la que Goebbels y algunos otros funcionarios
«pasaron revista» con el brazo alzado como saludo hitleriano. «Más de
una hora. De seis en fondo. ¡Fantástico! Esto no lo había vivido toda-
vía el oeste de Berlín».83
Lo que el jefe de distrito hizo constar en su diario con tantaJsastis-
facción fue comentado por el Vossische Zeitung como una nueva varian-
214 Goebbels

te del terror nacionalsocialista. Hasta la fecha había sido una táctica


exclusivamente de los radicales de izquierda el convocar manifestacio-
nes públicas en plazas cuya elección ya indicaba que no se aspiraba a
una manifestación ordenada, sino a la provocación de la policía y al
terrorismo callejero, se decía en el periódico, que en la medida de sus
posibilidades apoyaba el anuncio del jefe de policía 84 de «asegurar por
todos los medios» que la película se siga proyectando y de «proteger al
público de la mejor manera posible ante todas las provocaciones y actos
de violencia de los elementos pendencieros».85
Después de que los disturbios tuvieran en vilo a la capital del Reich
durante días enteros, Grzesinski, tras consultar a la consejería de Inte-
rior prusiana, ordenó con efecto inmediato la prohibición de toda mani-
festación, mitin o desfile a cielo abierto. Pese a la resolución que había
mostrado el gobierno prusiano, al día siguiente la oficina superior de
control cinematográfico, que acababa de autorizar la película, decretó
su suspensión «por amenazar la reputación alemana». Goebbels habló
de una victoria «tan grandiosa como no cabía imaginar», pues la «calle
nacionalsocialista» parecía haber dictado su actuación al gobierno del
Reich.86 Aunque esto no fuera cierto, sino que habían sido las oposi-
ciones y resentimientos en amplios sectores del bando conservador los
que finalmente motivaron la decisión, el jefe de distrito reivindicó el
triunfo exclusivamente para sí.
Con el comienzo del año 1931 siguió creciendo el desempleo y con
él la violencia en la calle, pues la pobreza y la miseria que existían a la
sombra de la riqueza, de las fachadas glamurosas de los locales de diver-
siones, de los esplendorosos actos de ostentación de la «distinguida socie-
dad», elegante y a la moda, de la capital del Reich constituían un fértil
caldo de cultivo. Antes de que amaneciera la mañana del 1 de enero
sobre Berlín, antes de que Goebbels hubiera abandonado la velada de
Nochevieja en el salón de su protectora Viktoria von Dirksen, que siem-
pre le apoyaba con donaciones y contactos, hubo que lamentar las pri-
meras víctimas del nuevo año. Durante una pelea en el noreste de la
ciudad, un hombre de las SA había abatido con un revólver a un miem-
bro de la Reichsbanner87 y a una persona ajena a la reyerta. Ambos
Ahora somos rigurosamente legales, igual de legales 215

murieron poco después en el hospital, 88 hecho que Goebbels comentó


cínica y lacónicamente: «Eso impone respeto». 89
La tarde del 22 de enero de 1931 se vio él mismo envuelto en una
pelea de masas, cuando debatió en la sala de Friedrichshain con Walter
Ulbricht, diputado parlamentario del KPD y presidente de la jefatura
de la circunscripción Berlín-Brandeburgo. Después de que el comunis -
ta terminara su discurso, los combatientes de la Liga Roja que le acom-
pañaban entonaron La Internacional para no dejar a Goebbels tomar la
palabra. Como respuesta, los nacionalsocialistas cantaron todavía más alto
su «contra-himno», la canción de Horst Wessel. Pronto volaron las pri-
meras sillas. Siguió una batalla sin par dentro de la sala. Cuando final -
mente llegó la policía y detuvo a 34 alborotadores, encontró más de 100
heridos, entre ellos numerosos graves, que fueron trasladados al hospital
Bethanien de Kreuzberg con fracturas de cráneo. 90
Seis días después, un miembro berlinés de las SA apuñaló por la espal-
da al comunista Schirmer.91 La noche del 1 de febrero de 1931, durante
una sangrienta lucha callejera en el barrio de Charlottenburg, fue
asesinado a tiros Grüneberg, miembro del aparato militar ilegal del KPD,
resultando gravemente heridos otros dos comunistas. 92 Como conse-
cuencia, el KPD convocó grandes manifestaciones en distintos lugares.
Durante el mitin más importante, que tuvo lugar el 4 de febrero, la her-
mana de Grüneberg exigió la lucha contra el «capital» y sus colabora -
dores socialdemócratas y nacionalsocialistas, y recordó además a los
«grandes líderes Liebknecht y Luxemburgo». Erich Weinert, futuro pre-
sidente del Nationalkomitee Freies Deutschland [Comité Nacional por
una Alemania libre], recitó poemas. El discurso final lo pronunció el
miembro del Politburó Hermann Remmele. Sus palabras fueron una
mezcla de amenazas y promesas: tras la muerte de los dos combatien-
tes, todos los trabajadores estaban convencidos de que este «sistema es
hostil al pueblo», que «en su falta de soluciones no tiene sitio ya para la
vida del proletariado, y debe ser derrotado», palabras que bien podría
haber pronunciado Goebbels. 93
La muerte de los dos comunistas sirvió a Ulbricht de ocasión para
atacar duramente al jefe de distrito durante la segunda deliberación
216 Goebbels

sobre la ley presupuestaria del Reich para 1931, que tuvo lugar el 5
de febrero en el Parlamento. «El señor Goebbels» tiene muchos moti-
vos para renunciar hoy a hablar en primer lugar, porque tiene miedo
de que sus frases, sus mentiras, que proclama permanentemente en el
Angriff, puedan ser refutadas y pulverizadas. La «verdad» que Ulbricht
presentó en el pleno del Reichstag en contra del jefe de distrito era
más bien que los nacionalsocialistas, con el terrorismo asesino de las
semanas pasadas, aseguraron las «arcas de la gran industria (...) frente
el asalto de los desempleados» y corrieron en auxilio de la «burgue-
sía». «No en vano el señor Hitler mantiene tan a menudo entrevistas
en Renania con los representantes de la gran industria alemana». Para
terminar, Ulbricht habló incluso de una cooperación evidente entre
la policía prusiana y los nacionalsocialistas. En Berlín, Grzesinski pro-
hibía las manifestaciones en masa de los trabajadores contra el fascis-
mo, mientras que los nacionalsocialistas aprovechaban esto para esce-
nificar su terror asesino. Como consecuencia, el comunista anunció
el armamento de los trabajadores como medida para la «autodefensa
proletaria».94
De la misma manera que Ulbricht, quien como por rutina acusaba
de colaboracionismo a los principales enemigos del KPD, procedía
Goebbels al tildar repetidamente de marxista —sobre todo en el Angriff-—
al jefe de policía socialdemócrata Grzesinski. Éste, sin embargo, apoya-
do por el gobierno prusiano, se mostraba por ello poco impresionado.
A comienzos de febrero de 1931 prohibió de nuevo el periódico de
lucha, esta vez por catorce días. A mediados de mes, una centena de
policías ocuparon la secretaría del NSDAP para incautarse de material
probatorio para los procesos pendientes. Se practicaron registros domi-
ciliarios a dirigentes de las SA.95 Además, el jefe de policía reforzó los
servicios de patrullas en algunos distritos de la ciudad que se habían
convertido en foco de los excesos radicales entre nacionalsocialistas y
comunistas, e hizo investigar en qué medida los propietarios de locales
de reunión rojos y pardos, en cuyo entorno siempre se producían vio-
lentos disturbios, estaban implicados en ellos, para reaccionar dado el
caso retirándoles la licencia.96
Ahora somos rigurosamente legales, igual de legales 217

Aunque la cuota de delitos políticos esclarecidos era alta, Grzesins-


ki, que actuaba con determinación, y su «vice» no consiguieron repri-
mir el terrorismo con los medios de que disponía la policía. Estorbaba
sus planes la coyuntura política, dado que Brüning debía tender —al
menos a más largo plazo— a una integración de los nacionalsocialistas,
por lo cual el gobierno prusiano estaba solo en la lucha contra el terro-
rismo pardo. Esto se hizo cada vez más difícil, pues la exasperación ante
el continuo empeoramiento de la situación económica llevaba a que
cada vez más personas cayeran en manos de los seductores rojos y par-
dos. Durante los mítines se intentaba convertir sus miedos, miserias y
esperanzas en odio y fanatismo. Así sucedió también el 30 de enero de
1931, cuando el elocuente Goebbels fustigó una vez más el presente
alemán para a continuación anunciar la «salvación del mal», semejante
a una erupción, que iba a llegar en forma de un Tercer Reich. El ambien-
te en el abarrotado palacio de deportes era un pequeño preludio del
día en el que había de levantarse el pueblo y desatarse la tormenta, hizo
constar Goebbels en su diario. Doce años después, con la misma fór-
mula y en el mismo lugar, haría que el pueblo se levantara. La tormen-
ta que desencadenó casi se lleva por delante al propio pueblo.
A la dinámica revolucionaria que crecía en la calle correspondía la
salida suscitada por Goebbels de los 107 diputados nacionalsocialistas
del Reichstag, después de que el 9 de febrero se cambiara el reglamen-
to y, por ende, se redujeran las posibilidades de abusar de la inmunidad
parlamentaria. Anteriormente, el grupo de Goebbels había «empleado
el último recurso de obstrucción»97 contra esta resolución sin éxito. Un
voto de censura nacionalsocialista contra el gobierno de Brüning, apo-
yado por el DNVP y el KPD, fue desestimado con ayuda del SPD. Aun-
que Goebbels justificó la salida del Parlamento con esta negativa, lo que
principalmente le importaba era dar a conocer a la opinión pública que
el partido se distanciaba del ineficaz «Parlamento de Young» y que se
seguía entendiendo como un movimiento revolucionario.
Eso mismo decía la «proclama»98 redactada por Goebbels que el 10
de febrero leyó el diputado del NSDAP Franz Stóhr en nombre del
grupo parlamentario, que se había levantado de sus asientos, entre nume-
218 Goebbels

rosos llamamientos al orden del presidente del Reichstag, Paul L óbe.


Puesto que la base jurídica de la decisión tomada por el gabinete pre-
sidencial, que de todos modos ya gobernaba con una legalidad decre-
ciente, era realmente cuestionable, Goebbels lo tuvo fácil para atacar al
gobierno: con la «modificación anticonstitucional del reglamento, que
entraña una violación de la oposición», este Parlamento, al que desca -
lificó como la «casa de la violación constitucional organizada», se ha
revelado a la nación y a la opinión pública como lo que era desde un
principio, un «mecanismo organizativo del capitalismo tributario inter-
nacional». Puesto que la política ya no se podía ejercer con los medios
de la lucha parlamentaria, «vamos a abandonar el Reichstag y, en la lucha
por el alma del pueblo, a hacer de la causa de la nación nuestra propia
causa».
Si a mediados de enero de 1931 Goebbels había pensado mantener
el impulso del partido con un creciente activismo," pocos días después
del «éxodo» del NSDAP estaba dedicado a coordinar las actividades de
las SA, el Angriff y la secretaría para la «lucha por el pueblo». Esperaba
que ahora se derritiera el «hielo de la congelación» y que la oposición
se pusiera verdaderamente «en forma». Este agitado comienzo del año
dio a la base y al propio jefe de distrito un poco la impresión de estar
en una revolucionaria «lucha final». Por ese motivo, la relación entre las
SA y la dirección política de Berlín mejoró ostensiblemente. En la segun-
da mitad del año 1930 pesó sobre ella la orientación hacia la legalidad
y la suntuosa imagen que adoptaron los «caciques de Munich», que aca-
baban de adquirir el palacio Barlow como central del partido. Goeb -
bels, que siempre se imaginaba del lado de los «soldados proletarios»,
había querido repetidas veces llamar la atención de Hitler sobre el cre -
ciente descontento dentro de las SA. Aunque hiciera estas reflexiones
con «su jefe» y éste una vez más supiera halagarle, en la mayoría de los
casos no quedaba nada de estos propósitos. Lo mismo ocurrió en noviem-
bre de 1930. Hitler le había enseñado al jefe de distrito la «fabulosa
habitación» del palacio Barlow en la que residiría el jefe de propagan-
da del Reich durante sus estancias en Munich y además le había reve -
lado su intención de convertirla en una «alhaja». 100
Ahora somos rigurosamente legales, igual de legales 219

De regreso en Berlín, Goebbels volvió enseguida a hacer coro a los


descontentos «reyes de las SA» contra la «escandalosa pocilga de Munich»,
expresión con la que se refería, no a Hitler, sino a los «burgueses» de su
entorno.101 Con acrecentado interés había seguido el congreso de las
SA que se celebró a finales de noviembre de 1930 en la capital bávara,
a la que viajaron los jefes de las secciones de asalto de todo el Reich.
Al parecer Hitler consiguió soslayar el descontento y transmitir a los
asistentes su concepto de «legalidad», aunque no lo aplaudieran de cora-
zón, pero sí de tal manera que no perjudicara al romanticismo de los
combatientes político-revolucionarios integrados en el ejército pardo
del partido. Goebbels observó en su día con un optimismo muy afec -
tado que el congreso había «dejado a los chicos completamente satis -
fechos» y que todos volvían a estar «de buen ánimo». 102
Si ahora, en febrero de 1931, Goebbels veía bien la situación entre
las SA y la dirección del distrito, ya no se trataba simplemente de un
optimismo afectado. En ese momento ya se había aproximado incluso
a Stennes. El jefe de las SA le había visitado varias veces en su nueva
casa de Steglitz, situada en la calle Am Bákequell. Pronto Goebbels cre-
yó haber sido injusto con Stennes en el pasado.Y cuando el hombre de
las SA le puso públicamente «por las nubes», Goebbels se dejó llevar
por el entusiasmo hasta el punto de declarar que el poder del Estado
sólo se podía obtener teniendo como base a la disciplinada organiza -
ción de las SA, impulsada por un brío revolucionario, pero nunca con
el vago trasfondo de una mera adhesión al partido.
La responsabilidad de las evoluciones erróneas dentro del movi-
miento la achacaban Stennes y Goebbels a los «caciques muniqueses»,
que en realidad rechazaban el socialismo y sólo pretendían hacer caer
en la trampa a los «verdaderos» hombres del movimiento. A diferencia
de Stennes, quien pese a su alta estima por Hitler también le incluía
entre los «caciques muniqueses», Goebbels seguía alimentando su auto-
engaño político de que el Führer era una víctima de su entorno polí -
tico, un entorno que le odiaba a él, Goebbels, porque era socialista y lo
seguiría siendo y porque incluso recurría a «tejemanejes» con respecto
a Hider. Contra este entorno, contra Esser, Feder, Rosenberg y los demás,
220 Goebbels

consideraba ahora dirigida la «alianza» que cerró el 21 de febrero de


1931 con Stennes: «SA más yo. Ése es el poder».103
Cuatro días después, el capitán retirado Ernst Rohm, que acababa
de regresar de Bolivia y había sido nombrado por Hitler jefe de la pla-
na mayor de las SA, dispuso que en adelante las secciones de asalto tuvie-
ran prohibida la participación en luchas callejeras, y los jefes de las SA
cualquier actividad oratoria. El enfadado Stennes veía así reducido deci-
sivamente su poder y Goebbels se propuso de nuevo mediar entre
Munich y las SA. «Ahora Munich también tiene que hacer algo. Una
única sede es muy poco para el partido más poderoso de Alemania». 104 A
juicio de Goebbels, el grupo parlamentario debía poner a prueba la
revolución y convocar un Parlamento incompleto en Weimar.105 El 4
de marzo, durante un congreso del distrito en la cervecería berlinesa
Bockbrauerei, anunció a los cuatro vientos que ya no se planteaba una
vuelta del NSDAP al Reichstag.106 Cuando al día siguiente llegó a
Munich y quiso discutir «a solas» con Hitler el asunto de las SA y sus
ideas políticas, una vez más no quedó mucho de todos esos propósitos.
La fascinación que emanaba del Führer le hizo llegar a la conclusión
de que éste tenía en todo la visión correcta, con la salvedad de que era
«demasiado blando y demasiado propenso a transigir».107
El dilema de sentirse por una parte vinculado a Stennes y a las SA
y querer por otra parte seguir a Hitler, para él la autoridad inviolable,
llevó a Goebbels de autoengaño en autoengaño. Éste alcanzó su pun-
to culminante cuando, en marzo de 1931, después de celebrar por todo
lo alto el primer aniversario de la muerte de Horst Wessel, intentó ase-
gurarse la lealtad de las SA con una escenificación especial: un miem-
bro de las SA le salvaría de un «atentado con bomba» simulado. La «ins-
piración» se la dio la preocupación de Hitler de que pudiera ser víctima
de un atentado.108
Probablemente a través de su secretario particular, el conde Schim-
melmann, hizo enviar un paquetito que llegó el 13 de marzo a la secre-
taría del distrito de la Hedemannstrasse. En él había algunos petardos,
un poco de pólvora negra suelta dentro de un envoltorio, así como un
primitivo mecanismo de encendido formado por cerillas y la corres-
Ahora somos rigurosamente legales, igual de legales 221

pondiente superficie de rozamiento. Dos días antes, Goebbels había


dado instrucciones personalmente a EduardWeiss, colaborador del Angriff
y miembro de las SA, para que abriera todo el correo dirigido al jefe
de distrito, alegando que temía un atentado contra su persona. 109 Así
sucedió ese viernes 13, pero sin que se encendieran los petardos o la
pólvora negra.
Ese mismo día, el secretario general del distrito, Hans Meinshausen,
informó a los compañeros del partido. El catedrático de instituto, que
se había hecho un nombre como «orador del Reich» y que había par-
ticipado en la fundación de la delegación berlinesa de la unión de pro -
fesores nacionalsocialistas, comunicó durante una asamblea que «a la
una del mediodía se había cometido un abominable atentado contra
nuestro Goebbels».110 Incluso antes de dar parte a la policía 111 se imprimió
la primera plana del Angriff, que con un enorme titular hablaba del
«atentado contra el doctor Goebbels» como de una «infame bribo-
nada».112 En la página 3, bajo el título «Carga explosiva en un paquete
postal: los últimos recursos desesperados», seguía una descripción del
«atentado», en la que se destacaba el prudente comportamiento del
hombre de las SA «Ede» Weiss, que había desactivado «el funesto e infer-
nal mecanismo». En su diario anotó Goebbels al respecto: «Ayer por la
mañana hubo una tentativa de atentado contra mí. A la calle de la secre-
taría llegó por correo un paquete con cuerpos explosivos (...). Si hubiera
explotado habría perdido los ojos y la cara». 113 El jefe de distrito se
engañaba a sí mismo con el cuento del atentado.
Si la escenificación del atentado ya indicaba un creciente desasosie-
go dentro de las SA, éste creció cuando Hans Kippenberger, diputado
comunista del Parlamento, leyó una sensacional declaración de la que
se desprendía que el nacionalsocialista Scheringer, que se había dado a
conocer por un proceso de alta traición ante el tribunal imperial de
Leipzig, se había pasado al KPD. Más dolorosa que el paso mismo fue
para Goebbels su argumentación. Scheringer manifestó que la política
práctica de los dirigentes nacionalsocialistas no concordaba con sus radi-
cales palabras. Junto con la burguesía alemana, Hitler y Rosenberg se
humillarían ante los «estados de rapiña capitalistas». A todo el que real-
222 Goebbels

mente luchara por la liberación nacional y social del pueblo alemán,


Lenin le había indicado el camino.114
Al cambio de Scheringer, que el KPD aprovechó propagandística-
mente, se sumó el proyecto de un programa económico redactado por
los «caciques de Munich». Para Goebbels, quien temía la desintegración
del partido, este documento, completamente ajustado a la línea de argu-
mentación de Scheringer, significaba un «punto de inflexión» en el
movimiento, porque en él «no había ni huella de socialismo».115Ya que la
cosa no podía quedar así, creía estar decidido de nuevo a «decirle cuatro
verdades»116 a Hitler, que no tenía ni idea del sentir de las masas. En la
central de Munich se reunió primero con Rohm el 23 de marzo. 117 El
jefe de la plana mayor le dio a conocer sus desavenencias con el «jefe
supremo del este», Stennes, quien criticaba cada vez más abiertamente
el rumbo tomado por Hitler.118 «Lo tiene todo listo para destituirle; llega
el jefe y aconseja lo contrario. Nos cuesta trabajo hacer cambiar de
opinión a R.». De las «cuatro verdades» no quedó luego ni rastro. Hitler
estuvo «fabuloso» con él. «Ahí abajo es el único sensato y claro». Como
resultado de su estancia en Munich, Goebbels tenía por seguro que en
caso de conflicto estaría del lado de Hitler, y quería «volver a poner en
órbita» a Stennes. Lo consiguió seguramente porque él mismo también
tenía pensamientos y sentimientos igual de ambivalentes. En cualquier
caso, el jefe de las SA seguía viendo en el jefe de distrito berlinés a su
aliado.119
Cuando el 28 de marzo, en vista del continuo terrorismo de izquier-
da y de derecha, Hindenburg promulgó un decreto ley que preveía el
registro obligatorio para las reuniones políticas y la censura de carteles
y octavillas, las tensiones entre Berlín y Munich se agravaron inevita-
blemente. Para las SA, que siempre operaban con un pie en la ilegali-
dad, el margen se había vuelto ahora más pequeño, es decir, casi incom-
patible con el «respeto a las leyes» exigido por Hitler. Goebbels dio
rienda suelta a su enfado: «¡Viva la legalidad! Da náuseas. Ahora tene-
mos que idear nuevos métodos de trabajo. Será muy difícil».120
Al mismo tiempo, con el decreto ley de Hindenburg, la revolucio-
naria punta de lanza del movimiento, las SA, seguiría perdiendo impor-
Ahora somos rigurosamente legales, igual de legales 223

tancia. Como consecuencia del decreto ley, estaba incluso en el aire una
prohibición de las SA. 121 Así pues, Stennes lideró ahora su confronta-
ción con Munich tan enérgicamente que el conflicto por la orienta -
ción del partido, tanto tiempo latente, se acercó a su cénit. Desde la
perspectiva muniquesa parecía que Goebbels tiraba de la misma cuer -
da que Stennes, pues en sus discursos el jefe de distrito reprochaba a la
central «errores capitales» en sus relaciones con las SA. 122 Como causa
principal de todo el mal denunciaba reiteradamente que se había hecho
demasiado caso al «enemigo», es decir, a aquellos que se declaraban par-
tidarios del Estado y de la ley. A favor de ellos —temía— se sacrifica ría
«el espíritu revolucionario del movimiento». 123
Mientras que Goebbels hacía responsable de esta situación a Góring
en primer término,124 en realidad era Hitler quien marcaba el rumbo de-
saprobado por su jefe del distrito berlinés. Se había comprometido en
estilo declamatorio con la legalidad y ahora temía que los encontrona-
zos entre las SA y el poder del Estado, que aumentarían irremediable-
mente con la entrada en vigor del decreto ley, socavaran su credibilidad.
Para explicar esto a Goebbels, Hitler le ordenó por teléfono que se des-
plazara a Weimar para un congreso de dirigentes que tendría lugar el 1
de abril. Con la certeza de poder doblegarle aumentando su autoridad,
allí se le iban a otorgar plenos poderes. La autorización decía que, «en vis-
ta del decreto ley promulgado», existía el gran riesgo «de que se haga rea-
lidad la intención de los enemigos internos de instigar y arrastrar al movi-
miento a acciones ilegales y de que, por tanto, se brinde finalmente a los
enemigos de la lucha por la libertad alemana la posibilidad de reprimir y
disolver el movimiento». Esto era lo que llevaban intentando hacía meses
«fuerzas sin escrúpulos», a saber, sembrar discordia en las distintas forma-
ciones del movimiento, proseguía Hitler, y anunciaba que «sin atender a
las posibles consecuencias, iba a limpiar» ahora el partido de sus «ele-
mentos subversivos, sin importar en qué posición y en qué departamen -
to del partido se encuentren». Luego autorizaba a Goebbels a hacer lo
mismo en su distrito: «Haga lo que haga, yo le respaldo», concluía Hitler.125
Sin embargo, para entonces Hitler ya había tomado la medida deci 7
siva. Con un buen cálculo, había decretado la destitución de Sterpft^s a •
' Si*
224 Goebbels

través de Rohm. Una indiscreción hizo que la noticia se filtrara en la


capital del Reich el 31 de marzo, antes por tanto de la orden propia -
mente dicha. Entonces Goebbels ya había abandonado Berlín y sólo se
enteró de lo que allí sucedía cuando la mañana del 1 de abril, proce-
dente de Dresde, donde el día anterior había hablado en dos actos, se
encontró en Weimar con un Hitler «muy serio». Stennes y sectores de
las SA se habían rebelado. Así pues, el propósito de Goebbels, ya de por
sí ilusorio, de conseguir un compromiso firme entre él y Hitler ya no
se podía llevar a la práctica. No le quedaba más remedio que rendirse
ante los hechos y declararse «partidario del Führer abiertamente y sin
reservas».126
Éste aún recibió el 1 de abril un telegrama de Stennes en el que le
preguntaba si su sustitución a través de Rohm se había producido legal-
mente. Cuando Hitler le telegrafió de vuelta que no tenía que hacer pre -
guntas, sino acatar órdenes, la ruptura fue definitiva, de manera que las
cosas siguieron agravándose. Poco después, numerosas unidades de las SA
echaron a los funcionarios del partido y de su dirección de la central situada
en la Hedemannstrasse y ocuparon las salas de la redacción del Angriff
para hacer difundir en el periódico una proclama que significaba una
abierta «declaración de guerra» a Munich. En ella, Stennes anunciaba que,
llevado por la confianza de las unidades de las SA subordinadas a él, había
«ordenado que las SA asumieran la dirección del movimiento en las pro -
vincias de Mecklemburgo, Pomerania, Brandeburgo-Marca Oriental,
Silesia y en la capital del Reich». 127 Los rebeldes, a los que no se había
unido el jefe berlinés de las SA ni el representante de Goebbels, Dalue-
ge, justificaron su actuación alegando que la dirección política del NSDAP
había entremezclado tendencias burgués-liberales con el «empuje revo-
lucionario de las SA».Así «se había tocado el nervio vital del movimien -
to, del que cabía esperar que eliminara la miseria social del pueblo ale -
mán». «A las SA sólo les importa la victoria de la idea en la lucha por el
pueblo y la patria. La sangre de Horst Wessel y de miles de camaradas no
debe haberse derramado en vano». 128
Mientras que la crisis seguía agudizándose y no sólo las fuerzas
democráticas de la república depositaban en ella la esperanza de que
Ahora somos rigurosamente legales, igual de legales 225

el NSDAP se hubiera salido de órbita debido a la división que se per-


filaba, Goebbels, que calificó la revuelta de Stennes como una «trai-
ción a nuestra causa glorificada por sangre y muerte»,129 hizo lo que
Hitler había hecho tantas veces en situaciones de crisis: dejó primero
que las cosas siguieran su curso y no pensó en volver por el momento
a su puesto en Berlín. Para no permitir que cayera la más mínima
sombra sobre su lealtad a Hitler, tomó también hacia fuera una clara
posición y le siguió a Munich, donde adoptaron juntos las contrame-
didas necesarias. Entre ellas estaba un editorial que redactaron con-
juntamente contra los desertores y que apareció en el Vólkischer Beo-
bachter. Siguieron proclamas al partido berlinés. En ellas Hitler se
encolerizaba por la calumnia de que «nuestro compañero el doctor
Goebbels, vuestro jefe y mi amigo» hubiera hecho causa común con
la facción de los conjurados. «Yo no necesito defender a vuestro jefe
de distrito, pues está tan por encima de la gentuza que trabaja con esos
medios que cualquier defensa sería una ofensa para él». Finalmente,
Hitler exigía a los compañeros del partido y miembros de las SA de
Berlín que siguieran a Goebbels con una «lealtad incondicional» y que
confiaran en él sin reservas, igual que él, Hitler, confiaba sin reservas
en el jefe de distrito.130
Al mismo tiempo, el Führer rechazó a su «comisario político, el
comandante del este» Hermann Góring, quien intentaba sacar prove-
cho del golpe de Stennes y de la ausencia de Goebbels, al procurar con-
seguir precisamente los plenos poderes que había recibido Goebbels en
Weimar. Semejantes votos de confianza, «de una magnificencia que no
había visto hasta ahora en él»,131 debieron de ser especialmente impor-
tantes para Goebbels en ese momento. El caso es que Góring, en cuya
«maravillosa casa» fue recibido cordialmente al principio —en Pascua
de 1930 el «tipo estupendo» le había llevado incluso a Suecia para pasar
varios días con la familia de su mujer, Karin— estaba a punto de con-
vertirse en su gran adversario en la capital del Reich. Cuanto más bus-
cara Hitler el contacto con la economía y los nacionalistas alemanes,
tanta más importancia cobraría para él Góring, quien podía abrir las
puertas precisamente a esos círculos.
226 Goebbels

Cuando el 7 de abril Goebbels regresó finalmente a la capital del


Reich con el propósito de no olvidar la lealtad que le había demostra-
do Hitler y de echar a los traidores «de manera que se oiga»,132 el punto
culminante de la crisis ya había pasado. No se había producido un
incendio de rápida propagación. Las manifestaciones de lealtad, que
habían llegado a la central de Munich desde todos los distritos, lo con-
firmaron.También en Berlín surtieron efecto los llamamientos de Hitler
y Goebbels. Los miembros de las SA disidentes volvieron al partido.
Este paso fue facilitado por concesiones financieras como el «suple-
mento para las SA» ordenado por Hitler y el incremento de la cuota de
ingreso en el partido en beneficio de las SA, así como la participación
ahora garantizada en las «donaciones al tesoro de lucha».
Ya el 11 de abril, tras un discurso pronunciado ante más de 2.000
funcionarios en la avenida Kurfiirstendamm, durante el cual se mostró
claramente partidario de la orientación hacia la legalidad de Hitler, 133
Goebbels pudo constatar que el aparato del partido permanecía «inal-
terado», pues no había desertado ningún jefe de circunscripción ni nin-
gún funcionario político. Apenas una semana después, el sucesor pro-
visional de Stennes, Paul Schulz, presentó al jefe de distrito en el palacio
de deportes una sección de asalto «depurada», con una nueva forma-
ción leal a Hitler. Ante 4.000 asistentes, que habían respondido a un
«llamamiento general», Goebbels se esforzó por minimizar las diferen-
cias entre las SA y la dirección política. Las palabras revolucionarias del
partidario de la legalidad surtieron efecto. En su diario anotó —feliz
por haber superado la crisis— con gran patetismo: «Hablo yo. Muchos
lloran. Es un gran momento (...). Desfile al son de la música. Las SA
de Berlín en pie. Resplandecen las banderas, se yerguen los estandar-
tes. Mi felicidad es inmensa. Ahora ningún diablo podrá volver a qui-
tarme a estos muchachos».134
Por muy impresionante que le pudiera parecer a Goebbels esta mani-
festación, por muy rigurosa que fuera la «depuración» que quisieran
hacer Schulz en las SA y él en el partido, Stennes no se dio tan rápida-
mente por vencido. No dejaba pasar ninguna oportunidad para, por
medio de informaciones bien calculadas a la prensa, mostrar divergen-
Ahora somos rigurosamente legales, igual de legales 227

cias entre Goebbels y Hitler, o acusar al jefe de distrito de colaborar


secretamente con los rebeldes. Además, Stennes había fundado un perió-
dico cuyo título, Arbeiter, Bauern, Soldaten [Obreros, campesinos, soldados],
informaba de manera inequívoca sobre la posición de los disidentes.
Inmediatamente después de su primera aparición en abril, Goebbels lo
había tildado de «disparate confuso».135 El periódico volvió a causar sen-
sación cuando a principios de mayo se reprodujo una declaración jura-
da de EduardWeiss, el colaborador del Angriff expulsado por Goebbels
y partidario de Stennes. Weiss se había retractado ante la oficina de inves-
tigación de la declaración que prestó en relación con el atentado con-
tra Goebbels, afirmando que había sido inducido por su antiguo jefe a
hacer una declaración falsa. Como introducción a la declaración jura-
da se podía leer que ya no se abusaría más de aquellos «que el propio
doctor Goebbels calificó un día como los "descontentos, los inquietos,
los obsesionados: los idealistas"».136
Lo que los partidarios de Goebbels intentaban explicar como una
«venganza tardía» era comentado por el Vossische Zeitung expresando
que «el "héroe" del atentado, el mago político Goebbels, el señor de los
luciones y de los ratones blancos» había quedado «desencantado» ante
la opinión pública.137 Mientras que este periódico dejó tal como estaba
la historia del supuesto atentado con bomba, el Rote Fahne presentó
más detalles al día siguiente. Muy claro fue el mentís del jefe de distrito
desenmascarado, y muy dignos de ser destacados vuelven a ser los
apuntes de su diario. Creyendo haber sido realmente víctima de un
atentado, allí se habla de una «"Stennesada" de mentiras y tergiversa-
ciones».138
La crisis de Stennes casi superó la capacidad de Goebbels de enga-
ñarse a sí mismo. Por una parte veía en los aproximadamente 300 disi-
dentes de las SA traidores potenciales, tras haber reprimido ya la idea
de que era él quien los había traicionado; por otra parte tenía que reco-
nocer que entre ellos había «mucha gente honrada». Uno de ellos era
Hustert, que había atentado contra Scheidemann, al que Goebbels había
realzado como «mártir de la causa nacional» y por cuya excarcelación
había intercedido. La «cantidad de errores» que él también, Goebbels,
228 Goebbels

había cometido, no radicaba a su juicio en no haber intentado nunca


reconciliar a Stennes y a Hitler, sino en haber sido demasiado «confia-
do». Había creído «con demasiada fuerza» en las personas. Abandona-
do a la idea de que los hombres que le rodeaban eran malos, lleno de
un sincero desprecio los apostrofó como un «montón de escoria», 139
compensando de ese modo, como ya había hecho desde que era joven,
sus propias deficiencias.
En esta situación sentía una mayor necesidad de apoyo, que, después
de numerosos amoríos superficiales —ya fuera con «Támara», «Xenia»,
«Erika» o «Jutta»—, empezó a buscar en una joven mujer a la cual había
empleado desde noviembre de 1930 para organizar su archivo privado.
Pero él no iba a ser capaz de abrirse a la «hermosa mujer apellidada
Quandt». 140También se aplicaba a su relación con ella lo que hacía poco
había anotado en su diario, que después de la separación de Anka Stal-
herm el amor sólo llegaba «hasta la superficie del corazón» y el fondo
permanecía intacto.141
Magda Quandt fascinaba a Goebbels, pues con su elegante aspecto
y su porte superior encarnaba un mundo al que él no había tenido acce-
so. Semejante tipo de mujer no era precisamente habitual en el ámbi-
to de los nacionalsocialistas ni tampoco en el entorno más cercano de
Goebbels. Se había criado en condiciones acomodadas. Había termi-
nado su formación escolar con el bachillerato. Poco tiempo después
—-Johanna María Magdalena Friedlánder pertenecía entretanto a un
distinguido internado para señoritas de Goslar— conoció al gran indus-
trial Günther Quandt, quien se casó en enero de 1921 con Magda, que
había cumplido hacía poco los-diecinueve años.142
La vida que ahora llevaba al lado de Quandt comportaba sin duda
algunas ventajas extraordinarias, pero inevitablemente estaba hecha a
medida de las exigencias que el imperio económico creado por Quandt
hacía pesar sobre el exitoso hombre de negocios. Dejaba poco espacio
para las ideas más bien románticas de una mujer joven que —siendo
todavía estudiante y alumna de un internado— ahora de repente tenía
que estar al frente de una gran familia. El viudo Quandt, que era vein-
te años mayor que Magda, había aportado al matrimonio dos hijos
Ahora somos rigurosamente legales, igual de legales 229

mayores, Hellmuth y Herbert, a los que se sumó en noviembre de 1921


su hijo común Harald. Los deberes maternales y las tareas de represen-
tación al lado de su marido, que los llevaron en el año 1927 a Estados
Unidos y a Latinoamérica, ocultaron al principio el progresivo distan-
ciamiento de los cónyuges, que sin embargo condujo en el verano de
1929 a una separación definitiva cuando Magda se mostró en público
con un joven amante.
Después de ponerse de acuerdo sobre la custodia de Harald, que
tenía siete años —viviría hasta los catorce años con su madre y después
o en caso de que ella se volviera a casar regresaría a casa de su padre—
y de que Quandt hubiera dotado a Magda económicamente con tan-
ta generosidad que tenía garantizado un futuro sin preocupaciones mate-
riales, ella se instaló en una ostentosa vivienda del elegante Westend de
Berlín, en el número 2 de la Reichskanzlerplatz, no muy lejos del cha-
let de Quandt situado en la Frankenallee. En busca de ocupaciones para
su vida, durante la campaña electoral parlamentaria de 1930 Magda
Quandt vino a dar en un mitin del NSDAP en el palacio de deportes,
donde hablaron Goebbels y Hitler. Bajo los efectos de la impresión
inmediata debió de tomar espontáneamente la decisión de unirse al
movimiento. Poco después de su ingreso en el partido el 1 de septiembre
de 1930,144 pasó a ocuparse ad honorem en el oeste de Berlín de la sec-
ción femenina de esa delegación del NSDAP, antes de ofrecer sus ser-
vicios a la secretaría de la Hedemannstrasse.145 Allí, la elegante mujer
conoció más de cerca al enjuto hombre del pie deforme. En Goebbels
creyó descubrir al idealista puro, al incansable precursor de un mundo
mejor que se levantaría con el Tercer Reich. Lo que Magda no vio fue
que para ello estaba dispuesto a cometer cualquier injusticia, que su
fanática voluntad no se basaba en otra cosa que en un infinito menos-
precio de las personas.
Goebbels pronto deseó el amor de la joven mujer de veintinueve
años.146 Una relación de esas características compensaría de manera
especial su defecto físico y su humilde origen, como cuando Anka Stal-
herm, en cierto modo similar a Magda, estaba a su lado. A ello se aña-
día que Magda Quandt, quien a lo largo de su vida no se había visto
230 Goebbels

obligada a enfrentarse a la miseria y la privación, estaba sin embargo


seriamente comprometida con el nacionalsocialismo. Goebbels, quien,
además de su «irresistible belleza», le atribuía buen juicio, «un sentido
vital sensato, ajustado a la realidad» y «un pensamiento y comporta-
miento generoso», 147 revivía verdaderamente en su presencia. Juntos
pasaron tardes «insuperablemente» hermosas, 148 después de las cuales él
se sentía «casi como en un sueño.Tan repleto de colmada felicidad». 149
Con el agravamiento de la crisis de Stennes, Goebbels, que ahora
creía amar «ya sólo a una», 150 le dedicó cada vez más atención a ella. Sin
embargo, en ese momento no podía ser un apoyo para él, pues a ella la
«evasión» de su mundo le había creado una gran cantidad de compli -
caciones. Ahí estaba su ex marido, con el que tras la separación tenía
una relación a todas luces mejor que antes; en cualquier caso, los dos
comían juntos a menudo en el exclusivo restaurante berlinés Horcher.
Günther Quandt, así como su familia, cuyo apellido seguía llevando
Magda, desaprobaban su compromiso con el nacionalsocialismo y cri -
ticaban con extrema dureza su relación con el jefe del distrito berlinés.
De ellos y también de sus propios padres —Auguste Behrend lo menos-
preciaba, Oskar Ritschel ni siquiera lo llegó a conocer de cerca— 151
tenía que aguantar «cosas horribles», 152 como se quejaba Goebbels. Pre-
cisamente en el climax de la crisis culminaron también las dificultades
de Magda, hasta tal punto que Goebbels casi la dio por perdida. Su
amante, el motivo de la separación de su matrimonio con Quandt, echó
mano de la pistola, porque él no le quería dejar libre el camino hacia
el agitador del pie deforme. Para Goebbels eso se convirtió en una «tor-
tura». Unos «celos locos», 153 como creía no haber vuelto a sentir desde
los días de Anka Stalherm, le condujeron según sus palabras a la «más
profunda desesperación». 154 La inevitabilidad de la suerte que supues-
tamente le había marcado el destino encontró su máxima expresión en
una apreciación que refleja una vez más su papel —en el que se había
encasillado a sí mismo— de ser la sacrificada excepción, así como su
ilimitado desprecio por el ser humano: «Tengo que quedarme solo y
me quedaré solo (.. .).Y basta ya de pensar en mí. ¿Qué es ya esta mise-
rable vida? ¿Y este montón de mierda llamado hombre?». 155
Ahora somos rigurosamente legales, igual de legales 231

En abril de 1931 no sólo le daban a Goebbels preocupaciones el


golpe de Stennes y su relación con Magda Quandt, sino también la
policía y la fiscalía. «Los procesos me dejan muerto (...). En mi mesa
se vuelven a amontonar las citaciones. Me dan náuseas. Pero no pue-
do perder los nervios. Eso es lo que quiere el enemigo».156 La maqui-
naria penal se había vuelto a poner en movimiento de manera inten-
sificada después de que el 9 de febrero el Parlamento cambiara su
reglamento, de modo que se podía anular más fácilmente la inmuni-
dad de los diputados. Ese mismo día había determinado en contra de
Goebbels, en relación con una demanda por injurias del vicepresiden-
te de policía Weiss, «conceder permiso para dictar y en su caso llevar a
efecto una orden de comparecencia contra su miembro el doctor Goeb-
bels»,157 con lo cual el fiscal general había dispuesto que se hiciera avanzar
el proceso «con la mayor celeridad», fijando la vista oral para la fecha
más temprana posible.158
Fue el 14 de abril de 1931 cuando se vio la causa por un comenta-
rio que hizo Goebbels el 26 de septiembre de 1929 durante un dis-
curso en la casa de la asociación de veteranos: «No hablamos de un Ber-
lín corrupto o del bolchevismo de la administración berlinesa. ¡No!
"Decimos sólo Isidoro Weiss. Con eso basta"».159 Según el considerando,
Goebbels justificó esto ante el tribunal de la siguiente manera: «Cuando
el marxista habla de la monarquía, dice sencillamente Guillermo; si
habla del fascismo, dice Mussolini. Menciona siempre al hombre y en
el hombre el pueblo reconoce el sistema. Esa es la verdadera razón por
la que el marxismo se ha vuelto más popular (...). Cuando él (Goeb-
bels) mencionó precisamente al doctor Weiss como exponente de un
determinado sistema, lo hizo exclusivamente teniendo en cuenta al sec-
tor de sus oyentes o lectores menos informado en materia política, pues
el nombre del vicepresidente de policía como el apoyo más destacado
de la administración berlinesa lo conoce cualquier niño, mientras que,
si hubiera mencionado otro nombre, el acusado no habría podido pre-
suponer sin más que era conocido, de manera que no habría podido
designar a todo el sistema con el nombre de una persona».160 Sin embar-
go, el tribunal reconoció que Goebbels «había querido expresar su des-
232 Goebbels

precio» a Weiss «por su origen judío», lo declaró culpable de injuria y


lo condenó a una multa de 1.500 marcos del Reich.
Tres días después, Goebbels se encontraba ante el tribunal de esca-
binos de Schoneberg.161 Después de que el 27 de abril no se presentara
una vez más en la fecha de la vista oral por un total de ocho causas
penales —comparecencia que había eludido siempre con distintos pre-
textos poco convincentes—, la fiscalía lo sacó de la capital bávara en
una complicada operación policial. Se encontraba allí para asistir a un
congreso interno del partido sobre el tema «prensa y propaganda». Un
agente viajó expresamente a Munich y, con ayuda oficial de la policía
del lugar, registró los conocidos locales que frecuentaba el NSDAP en
busca de Goebbels, hasta que finalmente lo encontró a última hora de
la tarde en la sección de vinos del restaurante Grosser Rosengarten. 162
Esa misma noche fue enviado en tren de regreso a Berlín, donde que-
dó inmediatamente bajo arresto en aislamiento «entre las risas burlonas
de chulos y ladrones»,163 tal como él lo quería ver. Ante su abogado
Otto Kamecke dio rienda suelta a su ira por la acción del fiscal Stenig
y bramó «que había que acordarse de este hombre para después».164
Pocas horas más tarde, Goebbels se encontraba ante el tribunal de
escabinos de Charlottenburg, precisamente frente a ese fiscal Stenig.
«Ese cerdo agita los ánimos contra mí.Y entonces yo empiezo a gritar.
Toda la rabia se la lanzo al tribunal a la cara.Toda la infamia de esta bati-
da.Y luego me niego a cualquier declaración»,165 así describió Goebbels
su intervención. Sin embargo, salió bien librado de ella, pues el tribunal
no pareció adivinar del todo el trasfondo político e ideológico con el
que operaba Goebbels. Así pues, resultó absuelto en el caso de la
injuria contra la comunidad religiosa judía que apareció en la primera
página del Angriff del 15 de abril de 1929.166 El artículo se ocupaba de
la muerte no esclarecida de un muchacho cerca de Bamberg. 167 En el
texto se decía que se podían hacer pesquisas seguramente pro-
metedoras «si uno se planteara la pregunta de sobre qué "comunidad
religiosa" existente en Alemania pesa desde hace siglos la sospecha de
tener entre sus filas a fanáticos que se sirven de la sangre de niños cris-
tianos para fines rituales». El tribunal dictaminó que la afirmación de
Ahora somos rigurosamente legales, igual de legales 233

que la comunidad religiosa israelita estaba bajo sospecha de tener entre


sus adeptos a fanáticos que perpetraran esa clase de crímenes no ence-
rraba «ningún hecho injurioso», pues no se sugería con ninguna pala -
bra «que aprobara o tolerara semejante conducta (...). El hecho de que
la expresión comunidad religiosa aparezca entre comillas significa en el
peor de los casos que el autor no reconoce a los judíos como
comunidad religiosa ni su fe como religión. Ésa es una crítica suya que
no rebasa el límite de lo admisible».168
En la causa de Magnus Heimannsberg, coronel de policía y coman-
dante de la policía urbana berlinesa, cuya vida privada había sido trata-
da maliciosamente y con todos los pormenores en un artículo del
Angriff,169 ya se vislumbró durante el interrogatorio del redactor copro-
cesado Martin Bethke que Goebbels también saldría airoso en este caso.
Después de que el tribunal diera crédito a la afirmación del redactor
de que el texto en cuestión había sido escrito por un autor que traba -
jaba con el pseudónimo de «Polente» [poli], 170 creyeron con compla-
cencia que Goebbels —acusado en este caso por su responsabilidad en
el derecho de prensa como editor y redactor responsable del Angriff-—
no había conocido los artículos antes de que salieran a la luz y que, de
haberlo hecho, no habría permitido su publicación. 171 «De la persona-
lidad del acusado (Goebbels) se ha tenido la impresión de que no dice
falsedades al tribunal por miedo a su responsabilidad», 172 creyeron en
consecuencia poder constatar los jueces y llegaron a la pese a todo bené-
vola conclusión de que Goebbels había desempeñado sus deberes como
redactor responsable «de una manera muy deficiente» y de que la «fal -
ta de un control suficiente» podía llevar a que en el Angriff aparecieran
injurias y difamaciones, «aun cuando él no las apruebe en absoluto».
Por «grave imprudencia», Goebbels fue condenado en el caso de Hei -
mannsberg a una multa de 300 marcos del Reich. 173
En otro caso, que se remontaba también al año 1929 pero que no se
vio hasta el mismo día, Goebbels tuvo que defenderse por injurias con -
tra el antiguo jefe de policía Zórgiebel. Durante un discurso lo había
tildado de «soplón cerdo y jeta». 174 En el juicio negó «haber dicho algo
semejante. No tenía por costumbre mencionar a alguien y luego aña-
234 Goebbels

dir descalificaciones. Además, hasta este proceso no había oído esas pala-
bras, que no querían decir nada para él», explicó, e hizo creer al tribu -
nal con gran sarcasmo que quizás había hablado «ocasionalmente, pero
sin duda no en este contexto», de «lamejetas».175 «Esta expresión la había
creado él para designar a los subordinados que querían congraciarse con
sus superiores incluso de manera indecorosa. Así pues, esta palabra nun -
ca se podría emplear para referirse a un jefe de policía que es él mismo
la autoridad suprema». La sentencia fue en este caso una multa de 100
marcos del Reich. En segunda instancia quedó en absolución. 176
En los ocho casos cuyo juicio estaba fijado para ese 29 de abril, Goeb-
bels fue condenado en total a 1.500 marcos de multa y a un mes de
prisión, una pena contra la que los abogados de Goebbels, como es lógi-
co, interpusieron recurso de apelación.Ya el 1 de mayo comparecía ante
el tribunal de escabinos de Berlín-Centro, que lo condenó en tres cau-
sas a 1.000 marcos de multa. Goebbels reaccionó con una táctica obs -
truccionista: «Ya no me defiendo. Ante los tribunales prusianos sólo
queda callar y seguir trabajando». 177
Con el objeto de poner las sentencias en ridículo a posteriori, comen-
zó acto seguido por parte de Goebbels y de sus abogados un regateo
consistente en pagar las multas y recargos a la caja del tribunal en las
sumas más pequeñas, o en retrasar todo lo posible el pago con toda cla -
se de pretextos poco convincentes hasta una próxima amnistía que cabía
esperar con seguridad, con la que el gobierno del Reich buscaría apa -
ciguar las diferencias políticas. Así, por ejemplo, en la causa de Weiss
contra Goebbels del 14 de abril, una vez que se denegó la apelación y
la casación, propusieron pagar la cuantía total a satisfacer de 1.840,08
marcos del Reich en plazos de 25 marcos mensuales. 178 Aunque luego
se le concedió a Goebbels por disposición judicial un fraccionamiento
en 500 marcos mensuales, desde diciembre de 1931 hasta diciembre de
1932 ingresó en la caja del tribunal once mensualidades de 100 mar -
cos, sumas que —como demuestran los recibos— se pagaron de la «caja
especial» de su secretario privado Schimmelmann. Una comprobación
por parte del tribunal de los recursos económicos del jefe de distrito
ya había evidenciado que estaba «en condiciones de pagar mensualida-
Ahora somos rigurosamente legales, igual de legales 235

des por un importe de al menos 250 marcos del Reich»,179 pero esto
preocupaba poco a Goebbels. Siguió transfiriendo sumas de 100 mar-
cos. El 24 de febrero de 1932, el fiscal superior competente declaró
finalmente su conformidad con esas cuantías, antes de que Goebbels
fuera dispensado del resto por la ley del Reich sobre impunidad del 21
de diciembre de 1932. En otros casos, la diferencia entre lo que se abo-
nó y lo que se condonó por medio de la amnistía fue sustancialmente
mayor,180 por no hablar de la pena de prisión de muchas semanas, de la
que Goebbels no cumplió ni un solo día.
Sin embargo, el «dineral»181 que esto supuso por el gran número de
multas pronto acarreó a Goebbels dificultades económicas. Para reme-
diarlas sustrajo al parecer fondos de las SA berlinesas. Hanfstaengl, nom-
brado por Hitler jefe de prensa extranjera tras las elecciones de sep-
tiembre de 1930, recordaba que una suma de 14.000 marcos facilitada
para ese propósito se perdió en el camino, que pasaba por la caja del
jefe de distrito. En los círculos del partido se propagó entonces la afir-
mación de que Goebbels era el responsable de ello. Los que estaban
enterados lo pusieron en relación con la aventura amorosa entre Goeb-
bels y Magda Quandt «y con las cargas económicas resultantes que pesa-
ban sobre el apasionado admirador».182
Después de que Magda Quandt abandonara definitivamente a su
antiguo amor y convenciera a los Quandt de la irrevocabilidad de su
decisión de seguir a Goebbels, éste pronto empezó a forjar «planes de
futuro» con ella.183 Durante las vacaciones de Pentecostés, que pasaron
juntos en la finca de los Quandt en Severin, al noroeste de la pequeña
ciudad mecklemburguesa de Parchim, la desigual pareja se hizo una
«solemne promesa». Querían casarse cuando aquello por lo que ahora
ambos vivían y en lo que ambos creían ciegamente, el Tercer Reich,
ese hipotético mundo mejor, se hubiera hecho realidad.184
Aparte de los procesos —a mediados de mayo fue condenado a dos
meses de prisión por injurias contra el vicepresidente de policía Weiss185 y
a 500 marcos por incitar al odio entre clases—, Goebbels tenía razones
para ser optimista en ese principio de verano de 1931.Y es que en
mayo irrumpió en Alemania aquella tercera oleada de la crisis econó-
236 Goebbels

mica mundial, la cual convenía a sus objetivos, pues ante todo arruina-
ba la esperanza depositada en una mejora general de las condiciones
económicas y sociales. Tampoco supuso un cambio sustancial la firma
de la moratoria Hoover el 24 de julio de 1931, con la que se aplazaban
por un año todos los pagos alemanes a título de reparaciones.
Tras la quiebra de la Osterreichische Kreditanstalt [Instituci ón de
Crédito Austríaca], a mediados de julio declararon su insolvencia el
Darmstádter Bank y el Banco Nacional. La afluencia masiva, motivada
por el pánico, a todos los institutos de crédito alemanes condujo pro -
visionalmente al cierre de todos los bancos, cajas de ahorro y bolsas. El
número de parados registrados en la oficina de empleo, que había alcan-
zado en enero los 4,1 millones, apenas bajó durante el verano y hasta
finales de año ascendió a más de 6 millones. Se extendieron el hambre,
la miseria y la desesperación en proporciones hasta ahora desconoci -
das, y al mismo tiempo desapareció la confianza de los alemanes en el
«sistema» de Weimar y en sus partidos democráticos.
Aunque, por tanto, las condiciones para la lucha revolucionaria con-
tra el «sistema» continuaron mejorando, Goebbels, tras la experiencia
del golpe de Stennes, siguió la trayectoria de legalidad de su Führer
al menos superficialmente. Cuando la Stahlhelm se esforzó por conse-
guir un referéndum para la disolución anticipada del Parlamento pru -
siano, los nacionalsocialistas hicieron causa común. A finales de junio
también se unió el KPD al frente de derechas. Antes había tenido lugar
la intervención de Stalin, quien exhortó a sus colegas alemanes a que
su partido se mantuviera en segundo plano en el proceso revoluciona -
rio y a que dejara al NSDAP el terreno de la demagogia nacional. Una
vez más recordó a los líderes comunistas que el precursor del «fascis-
mo» era el gobierno de Brüning, y el principal apoyo de éste el gobier -
no prusiano formado por los socialfascistas. Por eso había que hacerlo
caer.186
Pese a la reforzada coalición, Goebbels se vio en apuros para expli-
car la participación del KPD, pues no encajaba de ningún modo en su
cliché de los «partidos marxistas hermanos KPD y SPD». El 6 de agos-
to habló durante un mitin en Berlín-Friedenau, distorsionando com-
Ahora somos rigurosamente legales, igual de legales 237

pletamente la realidad, de que sólo la presión de los militantes había


obligado al KPD a participar. A la oposición nacional le importaba más
bien Prusia y el Reich. «Si se logra volver a hacer a Prusia prusiana,
entonces también podremos volver a hacer a Alemania alemana».187
Con la preocupación de no poder hacer frente al ataque conjunto
de la extrema izquierda y la extrema derecha, el presidente socialde-
mócrata del gobierno prusiano, Braun, apoyándose en un decreto ley
que acababa de promulgar el presidente del Reich, ordenó a los diarios
que imprimieran un «llamamiento del gobierno del Estado prusiano».
En él se decía, con una valoración sumamente realista de la situación:
«Partidos de derechas, la Stahlhelm y los comunistas —enemigos mor-
tales irreconciliables asociados en una unión antinatural— llaman a un
referéndum para la disolución del Parlamento regional prusiano (...).
Con la consecución del referéndum quieren que se vea a lo lejos la
señal de fuego de que en Alemania ha llegado el final de la democra-
cia, de la república democrática».188
Para evitar más prohibiciones del Angriff—el periódico de lucha
había sido prohibido por el consejero de Interior prusiano a principios
de junio primero por cuatro semanas, luego sólo por dos y al mes siguien-
te de nuevo por una semana—,189 Goebbels cumplió la orden de impri-
mir el llamamiento. La tarde del 7 de agosto, con gran habilidad dema-
gógica, reaccionó a la derrota que se le había infligido planteando a las
masas fanatizadas que se habían reunido en el palacio de deportes ber-
linés la pregunta retórica de qué siente un nacionalsocialista cuando lee
en su periódico algo semejante. El odio y la cólera —ésta era su res-
puesta— amenazaban con apoderarse de él. Eso estaba bien así, pues
«¿de dónde íbamos a sacar hoy el ánimo para trabajar si no nos dieran
las fuerzas la cólera, el odio y la ira?».190
Un «Filipos», que Goebbels había prometido en el palacio de depor-
tes a los partidos de centro, y muy especialmente a la «lamentable y
corrompida socialdemocracia, traidora de la patria», no llegó a ser el 9
de agosto de 1931. El referéndum fracasó probablemente por la nega-
tiva de muchos comunistas a hacer causa común con el NSDAP. Esa
tarde se propagaron rumores desenfrenados de una revolución roja. En
238 Goebbels

el barrio berlinés de Prenzlauer Berg la policía tuvo que acordonar calles


enteras porque francotiradores del prohibido aparato militar del KPD
disparaban a uniformados y civiles. El precedente fueron los asesinatos
de los capitanes de policía Paul Anlauf y Franz Lenck, que se produje-
ron en la Bülowplatz, muy cerca de la casa de Karl Liebknecht. Uno de
los dos jóvenes comunistas que durante una reunión provisional de la
jefatura del partido de Berlín-Brandeburgo habían recibido la orden
por parte de Ulbricht y Neumann de disparar los tiros mortales se lla-
maba Erich Mielke.191 Veintiséis años más tarde se convertiría en la RDA en
ministro para la Seguridad del Estado, cargo que ocuparía durante más
de treinta años.
Goebbels convirtió sin vacilaciones el fracaso del referéndum en una
victoria de su partido y atribuyó el «chasco total» a sus «socios», por-
que no habían podido movilizar a sus partidarios. Y, como es natural,
atizó de inmediato públicamente la indignación por los pérfidos asesi-
natos, sobre los que informaba por extenso el Angriff. En las semanas
pasadas no había transcurrido prácticamente ningún día «en el que no
se matara o hiriera a un nacionalsocialista, a un miembro de la Stahl-
helm o a un agente de policía a manos de criminales comunistas». 192 En
efecto, la violencia se había convertido a ojos vista en una empresa del
KPD, sobre todo de su aparato militar. Después de que el Rote Fah-ne
llamara a la ofensiva contra los «cuarteles nazis», 193 cuyas direcciones se
publicaron en el periódico de lucha, los locales de reunión de las sec-
ciones de las SA se convirtieron en objeto preferente de los ataques
comunistas, como el 9 de septiembre, cuando un comando asesino
comunista asaltó la taberna Zur Hochburg. Cuando los hombres des-
cargaron toda su munición y escaparon, dejaron atrás a varios miem-
bros de las SA heridos de gravedad, de los cuales uno murió poco des-
pués.194 Cuatro semanas más tarde se produjo otro baño de sangre.
Entonando La Internacional, 20 comunistas marcharon calle arriba por
la Richardstrasse de Neukólln; delante del hostal Bówe, lugar de reu-
nión de la sección de asalto 21, algunos de ellos se apartaron del gru-
po y dispararon indiscriminadamente en el local, muy concurrido. El
balance: una docena de miembros de las SA heridos y gravemente heri-
Ahora somos rigurosamente legales, igual de legales 239

dos y un muerto.195 Fue una de las 29 víctimas que se cobraron en la


capital del Reich los sangrientos enfrentamientos políticos del año
196

Entre otras cosas, el número creciente de acciones sangrientas por


parte de los comunistas contribuyó a que, en todos los sectores de la
población, la actitud de los individuos siguiera cambiando a favor de
los nacionalsocialistas. La adhesión a la legalidad, constantemente expues-
ta, y sobre todo el pathos nacional de los dirigentes del partido surtie-
ron efecto. Incluso representantes principales de la socialdemocracia
veían que el peligro real para Alemania procedía del KDP, que estaba
bajo control soviético.197 A los nacionalsocialistas, por el contrario, cada
vez más personas les concedían el papel de aliados; lo cierto es que
muchos empezaron a ver en ellos «el único bastión seguro de Alema-
nia contra la gran marea roja y bolchevique».198
Nada cambiaron en ello acontecimientos como los que se produje-
ron el 12 de septiembre de 1931 en la avenida berlinesa de Kurfurs-
tendamm. De un informe confidencial dirigido al departamento polí-
tico de la jefatura superior de policía199 se desprendía que a comienzos
del mes Goebbels había hablado con el jefe de las SA berlinesas y dipu-
tado del Parlamento regional prusiano, el conde Wolf-Heinrich von
Helldorf,200 oficial de la guerra mundial y combatiente del cuerpo de
voluntarios, sobre una «manifestación de desempleados» que debería
tener lugar en la fiesta del nuevo año judío. Lo que se escondía detrás
de ella se vio en la tarde de aquel 12 de septiembre: Helldorf, quien en
el año 1922 tuvo abierto en el tribunal regional de Güstrow un suma-
rio por homicidio que más tarde se sobreseyó, 201 subía y bajaba por la
Kurfiirstendamm en un Opel verde y dirigía a sus hombres, camufla-
dos como transeúntes normales, para que insultaran, injuriaran y gol-
pearan «a personas cuyo aspecto físico permitía deducir su pertenencia
al judaismo».202 El pogromo duró dos horas, durante las cuales los agentes
del jefe de policía arrestaron a numerosos nacionalsocialistas, entre
ellos al conde Helldorf.
Goebbels, que con tales acciones se proponía disminuir el abismo
siempre creciente entre la dirección muniquesa y la base revoluciona-
240 Goebbels

ria del movimiento y canalizar las agresiones dentro de las SA en su


sentido, se vio expuesto a mayores dificultades cuando Hitler, Hugen-
berg y otros líderes de la «reacción», con ayuda de algunos grandes indus-
triales, se unieron el 11 de noviembre en el Frente de Harzburg para
luchar conjuntamente por el poder en el Reich. No sólo en las SA ber-
linesas se acogió esto con consternación, pues ahora se había presenta-
do la prueba del «aburguesamiento» y el «caciquismo» temidos ya hacía
tiempo.
Así pues, Goebbels reunió todas las energías para explicar al «hom-
bre de las SA» en reuniones y tardes de debate el «carácter instrumen-
tal» de la alianza, sobre el que él mismo no dudaba ni un instante, e
incluso para jurarle que con ella se pretendía derribar a Brüning y disol-
ver el poder enemigo. Esto sólo era posible por la vía de la legalidad,
por lo cual no veía ningún motivo para apartarse de ella, pues la con-
quista del poder, que se diferenciaba por principio de la finalidad del
poder, sólo era posible en una coalición. 203 Pese a todo, esta táctica no
parecía demasiado creíble y no pudo evitar sino en escasa medida que
la esperanza depositada por muchos miembros de las SA en una mejo-
ra de la situación social a través del NSDAP cediera el paso a una ten-
sión nerviosa, a una irritación paralizante, de la que nadie sabía si se
descargaría y, en tal caso, cuándo.
Esta irritación se vio agravada por acontecimientos sobre los que en
otras circunstancias se habría hecho fácilmente la vista gorda. Entre ellos
estaba el proceso contra los miembros de las SA detenidos durante el
pogromo en la Kurfiirstendamm berlinesa, incluido su jefe, el conde
Helldorf. Aunque el tribunal consideró a este último culpable de la
autoría y lo condenó como «cabecilla» a una pena de cárcel, su aboga-
do Roland Freisler consiguió en el juicio de apelación conmutar la con-
dena por una multa total de 100 marcos del Reich.204 Una participación
decisiva para la indulgente sentencia contra Helldorf—quien
después del 20 de julio de 1944 sería condenado a muerte por el mis-
mo Freisler— fue la de Goebbels. En el estrado de los testigos insultó
a voz en grito al tribunal, por lo cual se ganó una multa disciplinaria
de 500 marcos, pero, cuando se le interrogó por los hechos en sí, se
Ahora somos rigurosamente legales, igual de legales 241

negó ilícitamente a declarar,205 motivo por el cual se imposibilitó a los


jueces —tal como escribieron en la sentencia— probar «con una pro-
babilidad rayana en la certeza» la autoría de Helldorf en los altercados.206
Mucho peor que a Helldorf les fiie a los miembros de las SA acusados.
Por perturbación del orden público recibieron penas de cárcel de hasta
dos años, que, aunque en los juicios de apelación se redujeron a entre
cuatro y diez meses,207 no hicieron desaparecer el descontento por el trato
desigual. Éste encontró expresión en octavillas que circularon en
diciembre en el entorno de las SA de la capital del Reich. En ellas se
podía leer que tenían el deber de hablar abiertamente y sin reservas, por
lo cual ya no seguían a los jefes Goebbels y Helldorf, personas que los
habían «traicionado y vendido». Habían sido «instigados sistemáticamente
y por medio de órdenes a los diferentes enfrentamientos, como por
ejemplo en la Kurfurstendamm (...). Pero ¿y en el proceso? Nos aban-
donan a nuestra suerte (...).Ése no es el compañerismo por el que hemos
luchado y nos hemos desangrado. Es más bien el caciquismo de Goeb-
bels y hasta del último septembrino.208 De esa gente nos separa todo».209 En
esta crítica situación, contra el jefe de distrito también trabajaba el jefe
de la plana mayor de las SA, Rohm, que había caído en descrédito
entre muchos miembros de las SA debido en parte a su inactivi dad y
en parte a los rumores de que era objeto.Todo comenzó en primavera
de 1931, cuando la crisis de Stennes se acercaba a su culmen.
Entonces llegó un indicio a la fiscalía berlinesa a raíz del cual se prac-
ticó un registro domiciliario a un médico berlinés por trastornos sexua-
les, durante el cual se confiscaron varias cartas de Rohm en las que éste
reconocía abiertamente su homosexualidad. Escribía que las mujeres le
causaban horror, especialmente las que lo acosaban con su amor. De
esto, así como de la falta de compañeros, se quejaba al «querido doc-
tor», al que le pedía una «fijación» de su «constelación», es decir, un
horóscopo de su vida amorosa. 210 La fiscalía instruyó un sumario por
«lascivia contra natura».211 Antes de que se suspendiera por falta de prue-
bas, entre otros Helmut Klotz, un periodista cercano al SPD, dio a cono-
cer el asunto con publicaciones en la prensa, de manera que las ten -
dencias del corpulento condotiero pronto fueron tema de conversación.
242 Goebbels

Goebbels, que achacaba al jefe de la plana mayor buena parte de la


responsabilidad por la crisis de Stennes, enseguida intervino en el asun-
to, no sólo proporcionando pruebas de cargo contra Rohm, sino tam-
bién difundiendo «los degradantes comentarios y bromas» en amplios
círculos.212 Lo que se decía de Rohm pronto le sirvió de pretexto para
perseguir solapadamente su destitución. En verano, durante una reu-
nión de la redacción del Angriff, intentó ganarse a Max Amann, el direc-
tor de la editorial Eher venido desde Munich, «para que éste exigiera
a Hitler la destitución del jefe de la plana mayor en nombre de los com-
pañeros del partido del norte de Alemania».213 Pero esto fracasó y Rohm
se vengó. Para el jefe de la plana mayor y aquellos que estaban de su
parte, el punto de partida fue la relación entre Goebbels y la elegante
Magda Quandt, pues simbolizaba verdaderamente la línea tomada por
el partido a ojos de muchos de sus miembros. Los partidarios de Rohm
propalaron todo tipo de rumores, llegando a afirmar que en esta rela-
ción Goebbels no había puesto sus miras en Magda Quandt, sino en su
hijo menor de edad.214 Además de los excesos homosexuales de Rohm, a
finales de 1931 también fue la comidilla de toda la ciudad «la relación
imposible (e inmoral)» del «cojo».
Todo esto contribuyó a que aumentara la distancia entre la direc-
ción del partido y sus militantes. Las reacciones a las intervenciones de
Goebbels tras una prohibición de palabra y reunión de cuatro semanas
constituían una clara evidencia. Por más que se esforzaba, por ejemplo
durante un mitin del estandarte 6 de las SA en la sala de conciertos
Clou, por arrastrar a los reunidos profetizando que los nacionalsocia-
listas, fortalecidos por el silencio de las semanas pasadas, ahora pasaban
a la batalla final, y aun prometiendo que la victoria se conseguiría en
cuatro o cinco meses, el entusiasmo no llegaba a generalizarse. Así, los
observadores del departamento IA de la jefatura de policía anotaron en
su informe que los aplausos de aprobación después de su «impresio-
nante discurso» de altos vuelos habían sido «llamativamente escasos». 215
¿Quizás cabía esperar que tocaran a su fin los tiempos dorados del pro-
pagandista pardo?
Capítulo 8

¿NO ES COMO UN MILAGRO QUE UN SIMPLE CABO


DE LA GUERRA MUNDIAL HAYA RELEVADO A
LAS CASAS DE LOS HOHENZOLLERN
Y DE LOS HABSBURGO?
(1931-1933)

E ra un día frío aquel 19 de diciembre de 1931 en el que Goebbels,


con un traje oscuro, salió con su esposa de la pequeña casa del alcal-
de de Goldenbow, en cuyo salón ambos acababan de convertirse ante
la ley en marido y mujer. La novia, discretamente vestida, se había cogi-
do del brazo de su cojo esposo. Junto a ellos iba Harald Quandt, de diez
años de edad, con el uniforme de la organización juvenil del NSDAP,
detrás los padrinos Hitler y Ritter von Epp —los dos de paisano—, la
madre de Magda y su cuñada Ello Quandt, así como unos pocos ami-
gos. El pequeño círculo se puso en camino hacia el cercano pueblo
mecklemburgués de Severin. Allí, en la iglesia decorada con banderas
de esvásticas, los novios sellaron su unión también ante Dios, del que
al menos Goebbels se había apartado hacía tiempo. Después de la boda
evangélica, la celebración tuvo lugar en la quinta de Quandt, cuyo
mayordomo Granzow, quien siete meses después ya sería presidente
regional de Mecklemburgo-Schwerin, lo había preparado todo.1
Si, contra los planes originales, la boda se celebró en la intimidad, lejos
de Berlín, antes de que el Tercer Reich se hiciera realidad, fue por el deseo
expreso de Goebbels, dada la atmósfera crítica que reinaba entre los par
tidarios, en su mayoría proletarios, del NSDAP en la capital del Reich.
Se trataba de legalizar la relación y así evitar dar pábulo a las habladurías,
que se amplificaban con todo tipo de historias sobre el «caciquismo» del
jefe de distrito. Esto le pareció a Goebbels aún más necesario porque su
mujer se acababa de enterar de que estaba embarazada.
244 Goebbels

Sin embargo, las cuentas no salieron bien. No sólo dentro del movi-
miento, sino sobre todo entre los adversarios políticos, la boda de Goeb-
bels era un tema muy en boga. Así se podía leer en el AP-Korrespon-
denz, editado por Klotz y cercano al SPD: «Al señor Goebbels le indigna
con razón que su mujer —incluso antes de que fuera su mujer— haya
sido arrastrada por determinados periódicos a la sucia línea política.
Invita a todo el que dude de la "procedencia puramente aria" de su
mujer a que se "cerciore examinando su apariencia". No lo ponemos
en duda. Pero nos tememos que el dueño y señor resulte extraño en
esa compañía. Hay que imaginárselo: una mujer rubia y alta, de ojos
azules y nórdica, como es debido, y a su lado el pequeño Isidoro Goeb-
bels. ¿"Nordificarlo"? No sabemos si el señor Goebbels es apto para
ello e igualmente ignoramos si el proceso en esa dirección puede lle-
var al objetivo deseado».2
En vista del creciente desmembramiento del partido, a Goebbels le
vinieron muy bien los actos de violencia que se volvieron a acumular
en Berlín a comienzos del año 1932, pues con el tratamiento propa-
gandístico correspondiente debían mejorar no sólo la cohesión de las
SA, sino también la seguridad de este cuerpo en sí mismo. Además, por
primera vez después de Bad Harzburg, tenían la impresión de desem-
peñar un papel en la lucha por la conquista del poder. Así pues, el apa-
rato propagandístico de Goebbels trabajó al máximo rendimiento cuan-
do el 19 de enero de 1932, durante un serio enfrentamiento en el grupo
de parcelas de Felseneck, perdieron la vida dos miembros de la Liga
Roja de Combatientes en el Frente y otro de las SA. En el Angriff des-
potricaba contra la «asesina peste roja» de Moscú, que con una metó-
dica campaña de difamación instigaba a cometer actos de violencia con-
tra los nacionalsocialistas, y realzaba como heroísmo patriótico la
intervención de las SA contra la «roja chusma de criminales» en Felse-
neck, donde había muerto un «soldado alemán».3
De forma parecida procedió cuando, pocos días después, hombres
de la Liga Roja de Combatientes, como venganza por Felseneck, mata-
ron de cinco puñaladas a Herbert Norkus, un estudiante de instituto
de quince años, cuando repartía octavillas nacionalsocialistas en Moa-
¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra mundial... 245

bit. El hecho estuvo precedido por una reunión de partidarios de Sten-


nes y comunistas, en cuyo transcurso estos últimos se habían dejado
convencer para llevar a cabo el atentado después de unas cuantas pala-
bras amables y la promesa de diez jarras de cerveza.4 Goebbels hizo un
llamamiento para acabar de una vez con estos «infanticidas rojos», con
estas «bestias». Para hacer especial hincapié en ello, llegó en el Angriffa.
un mal gusto casi insuperable, al escribir acerca de una «macilenta cara
pueril con los ojos medio abiertos, vidriosos» que «en un desconsola-
dor crepúsculo gris» mira al vacío, para después proseguir: «La tierna
cabeza ha sido pisoteada y convertida en una masa sangrienta. Grandes
y profundas heridas se adentran en el delgado cuerpo, y un desgarro
mortal se abre en los pulmones y el corazón (...). Cansado irrumpe el
crepúsculo negro. El vacío de la muerte mira fijamente desde los dos
ojos vidriosos».5
Los esfuerzos de Goebbels por mantener cohesionado el partido ber-
linés eran desbaratados por el «caciquismo» y el «aburguesamiento» del
partido, que a ojos de muchos compañeros había dado otro paso ade-
lante con la intervención de Hitler en el club industrial de Colonia el
27 de enero de 1932. No obstante, a esta opinión también contribuía
el modo de vida del jefe de distrito después de su matrimonio. Para
entonces ya se había trasladado de su modesto alojamiento en Steglitz
a la casa de alta burguesía de su mujer en la Reichskanzlerplatz, que en
adelante se convertiría en punto de encuentro de las personalidades par-
das y del sector de la sociedad berlinesa que simpatizaba con ellas. La
señora Von Dirksen, Helene y Edwin Bechstein, los Hanfstaengl y el
matrimonio Von Helldorf se reunían allí. Cuando Hitler se encontraba
con su séquito en la ciudad, también le gustaba acercarse hasta Westend,
a casa de los Goebbels, desde el hotel de lujo Kaiserhof, situado enfren-
te de la cancillería del Reich y que se había convertido en su cuartel
general berlinés después del más modesto Sanssouci. Los Goebbels se
deshacían por agradar a Hitler: la señora de la casa preparaba sus platos
favoritos, el señor de la casa le reproducía en el gramófono las graba-
ciones de sus mejores discursos, y ambos se quedaban absortos escu-
chando los largos monólogos de Hitler.
246 Goebbels

Durante esos encuentros, Goebbels intentaba trasladar a su Führer


las preocupaciones que le atormentaban sobre el «movimiento». El jefe
de distrito se mostraba convencido de que la alianza de conveniencia
con la «reacción» sólo se podía mantener ya durante un breve tiempo,
si el movimiento no quería perder de vista su finalidad social-revolu-
cionaria —que él le atribuía, pero que realmente no era perseguida en
serio por Hitler y la dirección muniquesa— y por tanto desmoronar-
se tarde o temprano. Para evitarlo había que librar ahora la «primera
lucha enérgica con la reacción».6 Goebbels veía una posibilidad de
ponerla en práctica con una candidatura de Hitler a las elecciones pre-
sidenciales del Reich de marzo de 1932. La campaña electoral que él
organizaría con «obras maestras de la propaganda» y «con unas dimen-
siones sin precedentes» devolvería al movimiento el dinamismo perdi-
do y además le colocaría a él en el centro de los acontecimientos por
su calidad de jefe de propaganda del Reich.
Con su acentuada necesidad de aprobación, especialmente por par-
te de Hitler, Goebbels no dejó pasar ninguna oportunidad para hacer
que aquél consolidara esa idea, una vez que hubo reflexionado sobre
ese paso. El 18 de enero decía haber abogado «fuertemente» por su can-
didatura.7 A principios de febrero, tras una «larga deliberación», a Goeb-
bels le parecía que Hitler se había decidido definitivamente.8 Sin embar-
go, pocos días después, cuando Hitler estuvo de nuevo en la capital del
Reich, Goebbels tuvo que constatar decepcionado que todo volvía a
estar «en el aire».9 Finalmente Hitler, que no había encontrado con
Hugenberg ningún denominador común sobre la manera de proceder,
se decidió por una candidatura, después de haber «calculado minucio-
samente» todo otra vez con Goebbels en el hotel Kaiserhof.10
El 22 de febrero de 1932 —Hitler le había dado permiso para «ade-
lantarse»—n el jefe de propaganda del Reich daba a conocer la candi-
datura del Führer para las nuevas elecciones presidenciales durante
una asamblea general del NSDAP berlinés en el palacio de deportes.
Casi diez minutos debió de hacerse oír el «entusiasmo desbordante».
«Impetuosas muestras de adhesión al Führer. La gente se levanta, grita
de alegría, da vivas. La bóveda amenaza con romperse. Un espectáculo
¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra mundial... 247

fascinante. Éste es realmente un movimiento que debe vencer. Reina


un éxtasis indescriptible (...). A última hora de la tarde llama el Führer
por teléfono. Le informo y luego viene a nuestra casa. Se alegra de que
la proclamación de su candidatura haya tenido tanto éxito». 12
En la central muniquesa del partido los acontecimientos de Berl ín
provocaron desconcierto, pues al parecer el anuncio de Goebbels no
concordaba con los compromisos que había tomado Hitler antes de su
partida hacia la capital del Reich. A la mañana siguiente, la dirección
del partido prohibía en un telegrama circular de prensa «la difusión de
esta noticia (...) pues Goebbels ha actuado sin la aprobación de Hitler».
Aunque Hitler intervino inmediatamente y pocas horas después un
segundo telegrama anulaba de nuevo la orden, la prensa aprovechó la
supuesta obstinación del jefe de propaganda del Reich y propagó el
«bulo» de que éste «se había dejado llevar por el ambiente de la asam-
blea». «¡Qué mal informado está el amarillismo! O, mejor dicho, hace
como si estuviera mal informado. Resumiendo, la lucha ha empezado
con mucho empuje (...). Los ejércitos políticos se aproximan a la bata-
lla decisiva».13
Horas después de que Goebbels hubiera anotado esto en su diario,
pasó a atacar directamente al candidato rival de Hitler, Hindenburg, duran-
te el debate parlamentario sobre el día de las elecciones. «Dime quién te
alaba y te diré quién eres». Hindenburg es «alabado por la prensa amari-
lla de Berlín, alabado por el partido de los desertores», 14 gritó Goebbels
a los diputados mientras señalaba a las filas de los socialdemócratas. Se
produjeron escenas tumultuosas, durante las cuales Goebbels tuvo que
tragarse como repuesta el calificativo de «soldado de salón». Como con-
secuencia, el presidente del Parlamento, Lóbe, interrumpió la sesión. El
consejo mayor excluyó entonces a Goebbels de su ulterior desarrollo por
haber injuriado al jefe del Estado, ante lo cual abandonó la sala entre vivas
de los diputados nacionalsocialistas. Luego, en un duro ajuste de cuentas,
el diputado del SPD Kurt Schumacher condenó la «mezquindad moral
e intelectual» que provocaba el nacionalsocialismo. 15
La «guerra electoral» la abrió Goebbels con la intervención de Hitler
en el palacio de deportes de Berlín el 27 de febrero. Movilizó «todo el
248 Goebbels

ruidoso aparato de la refinada sugestión de las masas»: el redoble de tam-


bores de las SA, las marchas militares y la entrada de banderas. «Prime-
ro sube Goebbels al estrado para preparar retóricamente la aparición
del "Führer" y para amoldar bien a la masa», así siguió describiendo el
acontecimiento el Vossische Zeitung, «luego se da a las SA la orden de
"¡Atención, firmes!" y se oyen en el repentino silencio del enorme
recinto los vivas in crescendo de fuera. Por la calle del "pueblo" avanza
Adolf Hitler».16 Su discurso duró varias horas. Cuanta más emoción
ponía al hablar, tanto más desenfrenadamente gesticulaba, tanto más alti-
va se volvía la expresión de su rostro; parecía embriagarse con el pate-
tismo de sus propias palabras: el día de las elecciones, el 13 de marzo,
no estaba en juego una nueva presidencia, sino más bien la «destruc-
ción del 9 de noviembre». Pero, a diferencia de Goebbels, Hitler pres-
cindió de cualquier ataque personal a los candidatos de los partidos
mayoritarios: «En su día servimos al general mariscal de campo con leal-
tad y obediencia. Hoy le decimos: "Tú eres para nosotros demasiado
venerable como para que pudiéramos permitir que se escondan detrás
de ti aquellos a los que queremos aniquilar. Debes echarte a un lado"».17
Mientras que el DNVP de Hugenberg con Theodor Duesterberg,
el segundo presidente federal de la Stahlhelm,y el KPD con Thálmann
presentaban a sus propios candidatos —sin posibilidades—, el SPD
tomó partido, de grado o por fuerza, por Hindenburg. «Contra Hitler,
ésa es la consigna para el 13 de marzo. No hay evasiva. ¿Hitler o Hin-
denburg? No hay una tercera opción. Todo voto que se deposite con-
tra Hindenburg es un voto a favor de Hitler. Todo voto que se arre-
bate aThálmann, el candidato del KPD, y se sume a Hindenburg es un
golpe contra Hitler», se decía en la edición del Vorwdrts del 27 de febre-
ro de 1932.
Para poder llevar a cabo la campaña electoral de manera más rigu-
rosa, Goebbels trasladó en primavera de 1932 la jefatura de propagan-
da del Reich de Munich a Berlín. En su oficina de la Hedemannstras-
se tenían lugar diariamente deliberaciones durante las cuales él instruía
a sus «altos funcionarios» sobre la «táctica siempre cambiante».18 La pro-
paganda se concertaba en todo detalle con los colaboradores más impor-
¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra mundial... 249

tantes de la dirección del Reich, del Angriff, que se había vuelto a pro-
hibir a finales de febrero, así como con el jefe de propaganda del dis-
trito nombrado en agosto del año anterior, Karoly Kampmann, 19 y el
jefe de organización de Berlín, Karl Hanke. Éste, un convencido opo-
sitor al «sistema», había sido despedido por la ciudad de Berlín de su
cargo de maestro superior de enseñanza profesional debido a sus acti-
vidades revolucionarias a favor del NSDAP, al que pertenecía desde el
1 de noviembre de 1928, y desde entonces estaba consagrado por com-
pleto al partido. De miembro de las SA, pasando por orador de asam-
bleas y fundador de células de empresa, finalmente había entrado en la
plantilla de Goebbels. Como jefe de organización —así se vanaglorió
después a lo largo de su vida— descubrió y montó las pistas de tenis
berlinesas como un espacio apropiado para las asambleas en el que su
jefe podía hablar a las masas.20
Junto a los numerosos discursos que pronunció Goebbels, los carte-
les fueron un medio propagandístico prioritario en esta campaña elec-
toral. De acuerdo con su opinión de que la cantidad de medios publi-
citarios empleados repercutía en el número de votos, a finales de febrero
de 1932 ya había «salido al país» medio millón de carteles, y también
en los paneles publicitarios alquilados y en las columnas anunciadoras
de Berlín los grandes carteles en color, en parte diseñados por el cari-
caturista Schweitzer, hacían propaganda del NSDAP. Puesto que Han-
ke, en colaboración con los jefes de las SA, había apostado a hombres
de la sección de asalto delante de los carteles para custodiarlos, se pro-
dujeron allí repetidos enfrentamientos, en particular con miembros del
KPD.Ya que las SA también formaron comandos para sabotear a su vez
los carteles de éstos, a principios de marzo de 1932 comenzó en la capi-
tal del Reich una «guerra de carteles» en toda regla.21
Sin embargo, Goebbels también se sirvió de otros métodos propa-
gandísticos que estaban a la altura de los tiempos desde el punto de vis-
ta técnico. Con una tirada de 50.000 ejemplares, se realizó un disco
fonográfico tan pequeño que se pudo enviar en un sobre normal. «Los
partidarios del sistema se quedarán asombrados cuando pongan este dis-
quito en el gramófono»,22 observó. Para la proyección nocturna en pía-
250 Goebbels

zas o en los cines de las grandes ciudades alemanas, Goebbels y sus ayu-
dantes habían elaborado una película sonora de diez minutos que pre-
tendía sugerir a la masa electoral la omnipresencia de los líderes nacio-
nalsocialistas, pero sobre todo la del único Führer.23
Como nunca antes, durante esta campaña electoral Goebbels ensal-
zó la figura de Hitler hasta convertirla en un mito. En su edición del
Angriff del 5 marzo, bajo el titular «Nosotros votamos a Adolf Hitler»,
lo calificaba como el «pangermano», el «Führer», el «profeta» y el
«combatiente». «Hitler el pangermano», eso significaba el hombre
que, como austríaco de nacimiento, había sentido en su propia car-
ne la «necesidad nacional», cuya vida hasta ahora había estado siem-
pre llena del anhelo de un Gran Reich Alemán. También significaba
el antiguo obrero que conocía la obra y a los trabajadores y que com-
partía su difícil suerte, así como el soldado del frente que se había
puesto como objetivo hacer realidad las legítimas pretensiones de sus
compañeros de armas por la vía de la política de Estado. «Hitler, el
Führer» había conseguido levantar una pequeña secta, objeto de escar-
nio y burla, hasta convertirla en el movimiento de masas más impo-
nente de Europa.24
La tarde de las elecciones el Führer permaneció en Munich, mien-
tras que Goebbels y su mujer ofrecían un convite. «Escuchamos por la
radio los resultados electorales. Las noticias van goteando poco a poco
(...).A las dos de la noche, el sueño del poder se ha esfumado por el
momento», resumió Goebbels desilusionado.Y prosiguió: «No nos hemos
equivocado tanto en la estimación de nuestros votos como en la esti-
mación de las posibilidades para el partido contrario».25 Hindenburg
había obtenido el 49,6 por ciento del total de votos válidos deposita-
dos. Aunque Hitler alcanzó un 30,1 por ciento, y esto suponía una subi-
da con respecto a las elecciones parlamentarias del año 1930,1a decep-
ción fue enorme en la Reichskanzlerplatz. Pero Goebbels, con su
inquebrantable fe, volvió a cobrar ánimos de inmediato, apoyado por la
actitud de que hizo gala Hitler cuando habló con él por teléfono esa
misma noche. «Ha conservado absolutamente la serenidad y está por
encima de la situación.Tampoco esperé nunca otra cosa de él (...). No
¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra mundial... 251

vacila ni un instante en emprender de nuevo la lucha (...)• Una batalla


perdida no decide el resultado de la campaña militar». 26
Poco antes de las votaciones se habían practicado registros domici-
liarios en la secretaría del distrito berlinés, y el consejero del Interior
prusiano, Severing, había instruido una causa por alta traición contra
Goebbels, que más tarde se sobreseyó. Aún con mayor obstinación se
puso éste de nuevo manos a la obra.27 Ya al día siguiente, el partido había
superado a su juicio la «depresión momentánea». Motivos para este opti-
mismo le dio su intervención al lado de Hitler en la nueva sala de con -
gresos de Weimar. «¡Lucha! ¡Ataque! ¡Fanfarrias! (...) Ataco con mor -
dacidad. El Führer habla en una extraordinaria sinfonía de espíritu
ofensivo. El partido se volverá a poner en pie». 28
Los métodos que, «sopesándolos muy cuidadosamente», 29 empleó
Goebbels durante el breve tiempo que quedaba hasta la segunda vuel ta
del 10 de abril, necesaria dado que ninguno de los candidatos había
alcanzado la mayoría absoluta, se correspondían en lo esencial con los
de las semanas pasadas. Aparte de los 800.000 ejemplares adicionales del
Vólkischer Beobachter que, inmediatamente antes de las elecciones, se
imprimían a diario y se distribuían a los distritos, hubo una destacada
novedad: puesto que sólo se podía volver a «agitar» a las masas «con
métodos grandiosos», 30 Goebbels hizo que hacia el mediodía del 3 de
abril, una vez que terminó la «paz de Pascua» proclamada por el presi -
dente del Reich —éste había reducido aún más el tiempo de la cam -
paña electoral—, el Führer emprendiera una gira en avión por Alema-
nia, en cuyo transcurso debía hablar diariamente en tres o cuatro ciudades,
a ser posible en plazas públicas o en pistas deportivas. De este modo
Goebbels esperaba que Hitler llegara aproximadamente a un millón y
medio de personas pese al escaso tiempo disponible. 31
En los órganos del NSDAP se debía informar diariamente por exten-
so sobre la sensación que causó asombro incluso en América. 33 Para
32

aumentar la eficacia mediática más allá de la prensa nacionalsocialista,


el jefe de propaganda del Reich ordenó en una circular que se inicia -
ran conversaciones en todos los distritos con la «prensa burguesa favo-
rable a nosotros». Para descartar de antemano una apariencia competí-
252 Goebbels

dora con estos periódicos burgueses, se recomendaba llevar a cabo las


negociaciones «no a través de la dirección de nuestros periódicos, sino
por medio de miembros de la dirección del distrito».34
Goebbels partió de la idea de que, en el plazo de tan pocos días, no
había posibilidad de conseguir un número considerable de votos del
Centro y del SPD. Por eso puso sus miras en irrumpir por todos los
medios en los sectores burgueses del Frente de Hindenburg. En una
circular a todos los jefes de distrito, el jefe de propaganda del Reich
escribió que se trataba de luchar «en particular por el burgués alemán»,
al que el adversario se ganaría «con sentimentalismo y con el miedo
ante la incertidumbre de lo nuevo»; por la mujer, cuyos votos los obten-
dría «apelando a las lágrimas y al miedo a una guerra»; y por «el pen-
sionista y el funcionario», que serían engañados con «alusiones a la infla-
ción, a la bajada de las pensiones y a la hostilidad nacionalsocialista contra
los funcionarios». A los votantes de Duesterberg había que dejarles cla-
ro que la consigna de Hugenberg de renunciar a la prosecución de la
lucha era equivocada. Aunque Hitler no ganara en la segunda vuelta,
cada voto de más que obtuviera sería una advertencia al gobierno y a
los partidos del «sistema» respecto a continuar con una política de decre-
tos.35
Cuando el 10 de abril de 1932 se contaron los votos de la segunda
vuelta de las elecciones presidenciales del Reich, Goebbels tuvo que
reconocer que la infiltración en el cuerpo de electores de Hindenburg
había fracasado. El anciano mariscal había obtenido el 53 por ciento de
los votos. Sin embargo, Hitler había ganado 2 millones de votos más
con respecto al 13 de marzo. Evidentemente recayeron en él no sólo la
mayoría de los votos de Duesterberg, sino también una parte de los 1,3
millones que perdió el candidato del KPD,Thálmann, respecto a la pri-
mera vuelta. «Su derrota es nuestra mayor victoria», constató Goebbels,
quien no obstante atribuyó prácticamente la misma importancia al
hecho de haber logrado atraer casi todos los votos de la «reacción» a la
parte de Hitler.36
Igual de halagüeñas consideró Goebbels las perspectivas para las
elecciones al Parlamento regional de Prusia, fijadas para el 24 de abril
¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra mundial... 253

junto con las de Anhalt, Baviera, Hamburgo y Wurtemberg.Ya al día


siguiente de las elecciones a la presidencia del Reich anotó: «La lucha
prusiana está lista. Prosigue sin tomar respiro. Se informa a la prensa y
se marca el rumbo. Disponemos de catorce días. Queremos producir
una obra maestra propagandística. Llegan los jefes electorales de Wur-
temberg para recibir sus directrices. En Anhalt tenemos las mejores
probabilidades de éxito. En Wurtemberg las cosas están peor de momen-
to. Allí las relaciones de poder son bastante confusas. Pero en esta región
debemos hacer todo lo posible por conseguir al menos un éxito rela-
tivo. Los jefes de circunscripción están reunidos. Reina un ambiente
fantástico».37
El ambiente se enturbió ese mismo día, cuando Goebbels se enteró
de que el ministro de Interior y de la Reichswehr, Wilhelm Groener,
proyectaba prohibir en todo el territorio del Reich las SA, que habían
alcanzado más de 400.000 miembros, así como las SS. Groener había
calificado hacía poco a Hitler como una persona discreta, honrada, ver-
daderamente idealista, y había querido incluir al partido en la respon-
sabilidad gubernamental; pero, después de que se encontraran instruc-
ciones de Hitler a las SA que implicaban una traición a la patria, cambió
de opinión y accedió a la petición correspondiente de los consejeros de
Interior regionales. Inmediatamente después de que, la tarde del 13
de abril, se promulgara el decreto ley presidencial «Para la protección de
la autoridad estatal», la policía ocupó una vez más el edificio del parti-
do en la Hedemannstrasse, lo registró y cerró las salas de las SA.
Goebbels sospechó las consecuencias de gran alcance que conlleva-
ba la prohibición de las SA, la cual la organización ya no podía que-
brantar, sino que solamente venía a dificultar el mantenimiento de la
disciplina y del orden interno en la ilegalidad. En su diario anotó sobre
Groener, al que apoyaba Brüning, que quizás se le podía hacer fracasar
en esa cuestión. En efecto, el decreto ley, que Hindenburg firmó con-
tra su voluntad, trajo consigo serias divergencias de opinión en el ban-
do conservador, que llegaron hasta el gabinete de Brüning y al entorno
más próximo de Hindenburg. Incluso el príncipe heredero elevo voz
contra «la supresión del magnífico material humano».38
254 Goebbels

El 16 de abril se confirmó el pronóstico de Goebbels, al enterarse


por su mediador Helldorf de que el presidente del Reich había escrito
una enfadada carta a Groener en la que le hacía saber que se podrían
presentar objeciones parecidas a las esgrimidas contra las SA también
contra la Reichsbanner, la organización del SPD de soldados en el fren-
te. Por eso solicitaba a Groener que «examinara con la misma seriedad»
el material probatorio de que disponía en ese sentido, tal como él, Hin-
denburg, lo había hecho a su vez con la prohibición precedente de las
SA. Según esto, a Goebbels no le faltaba razón cuando hablaba de una
«grave derrota» del gobierno de Brüning, que, de todos modos, fue tam-
bién una derrota del presidente del Reich y del sistema presidencial.
Y una derrota fue la que el jefe de propaganda del Reich, quien
debido a la prohibición de las SA llevaba a cabo la campaña electoral
en condiciones más complicadas, había infligido al canciller del Reich
ya el día anterior durante un acto celebrado en el palacio de deportes
berlinés. Puesto que Brüning se había negado a debatir allí pública-
mente con Goebbels, éste había pedido que le grabaran en un disco un
discurso del canciller y que lo reprodujeran al principio del acto. Des-
pués de eso le resultó fácil «refutar» los comentarios de Brüning y así
transportar a un frenético entusiasmo a las 18.000 personas del palacio
de deportes, del que se habían vendido todas las localidades.
La propaganda de Goebbels fue respaldada por un segundo recorri-
do germano de Hitler, al que aquél admiraba una vez más por su tena-
cidad. Con el resultado de las elecciones a los parlamentos regionales
infligió una nueva derrota a las fuerzas del Estado. Los nacionalsocia-
listas continuaron con su trayectoria de éxitos en las cinco regiones. En
Prusia, el NSDAP fue incluso el partido más fuerte con un 36,3 por
ciento. Aún más trascendente fue el hecho de que el gobierno de ese
land, formado por SPD, DDP y Centro, con Braun (SPD) a la cabeza,
perdió su mayoría parlamentaria. Presentó su renuncia, pero siguió asu-
miendo la gerencia dado que no se consiguió la mayoría absoluta reque-
rida para la nueva elección del presidente regional.
El resultado de las elecciones al Parlamento prusiano del 24 de abril
de 1932 no permitía ni a la Gran Coalición ni al Frente de Harzburg,
¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra mundial... 255

pero sí a los nacionalsocialistas junto con el Centro, elegir un presidente


regional, que según el reglamento modificado poco antes de las elec-
ciones exigía la mayoría absoluta. Así pues, Goebbels veía al NSDAP
ante una decisión difícil: «Con el Centro al poder o contra el Centro
contra el poder. En el Parlamento no hay nada que hacer sin el Cen-
tro, ni en Prusia ni el Reich. Hay que pensarlo detenidamente».39
El jefe de propaganda del Reich, que consideraba viable el «trabajo
sucio del coalicionismo»40 como medio para un fin, aunque le repug-
naba por ser una necedad no revolucionaria, no estaba seguro en este
asunto, como demuestran las anotaciones que hizo en su diario inme-
diatamente después de las elecciones prusianas. Si el 23 de abril apun-
taba que se debía llegar al poder en breve, «de lo contrario moriremos
entre victorias electorales»,41 tres días más tarde constataba que era muy
desagradable «estar entre la espada y la pared».42
Cuando a finales de abril Hitler fue como invitado a la casa de la
Reichskanzlerplatz, puso al corriente a Goebbels de un plan que en ese
momento no parecía sin embargo una solución a las dificultades: mien-
tras que Goebbels había estado ocupado de lleno con la campaña elec-
toral prusiana, Helldorf había ido dos veces a hablar con el jefe de la
oficina ministerial de la Reichswehr, Kurt von Schleicher, sin que Goeb-
bels diera demasiada importancia a estos encuentros. Helldorf, aparen-
temente sin tener a Goebbels en cuenta, había preparado el terreno para
una reunión entre el general y Hitler, que de hecho tuvo lugar el 26
de abril. Durante este encuentro, el intrigante general tanteó a Hitler
con sus propias ideas respecto al futuro político de Alemania, tratando
de averiguar si Hitler participaría en un gobierno del Reich de dere-
chas o al menos lo toleraría si se eliminara la prohibición de las SA y
se convocaran nuevas elecciones.
Tras los tanteos de Schleicher, que veía en el movimiento nacional-
socialista una «sana reacción del cuerpo popular», ya que «a diferencia
del KPD tiene una actitud positiva (...) hacia la política militar», 43 se
escondía la estrategia de vincular al NSDAP en la responsabilidad guber-
namental con el objetivo de imponerle una trayectoria más moderada
o incluso de dividir el movimiento. Schleicher pretendía despolitizar
256 Goebbels

las unidades militares y reunirías de forma suprapartidista en una orga-


nización paramilitar estatal, que debía preparar la transformación de la
Reichswehr para que pasara a ser una milicia en lugar de un ejército
profesional. Esto exigía un alto grado de habilidad táctica de la que no
creía capaz a Brüning, por lo cual fue él quien instrumentalizó el con-
flicto sobre la prohibición de las SA en el bando conservador contra
Groener y, por ende, finalmente contra Brüning, con el objetivo de
derribar a los dos.
Desde la perspectiva de Hitler, se trataba de utilizar a su vez a la «reac-
ción» agrupada en torno a Schleicher para los propios fines. Por eso
había que dar la impresión de que se pactaba seriamente con ella, pero
en realidad retirarse en el momento oportuno, es decir, tras el desman-
telamiento del gobierno de Brüning. Esta táctica la entendió inmedia-
tamente el jefe de propaganda del Reich, cuando ese 27 de abril Hitler
le informó sobre lo «bien» que había transcurrido su entrevista con
Schleicher el día anterior.44 Poco después, a principios de mayo, Goeb-
bels infería satisfecho de los periódicos que las intrigas de la «camarilla
de oficiales» contra Brüning y Groener ya se habían puesto en marcha.
Cuando el 7 de mayo Hitler se reunió con el general Schleicher para
la «entrevista decisiva», asistieron además de él Góring y «algunos seño-
res del entorno más próximo del presidente del Reich», entre ellos el
jefe de la cancillería del Reich, Meissner,45 pero no Goebbels. Éste, per-
sona non grata para la «reacción», sólo se enteró a posteriori a través de
Hitler de cuál era el convencimiento de sus interlocutores, a saber, que
Brüning caería en los próximos días, porque el presidente del Reich le
iba a retirar su confianza.46 Sobre el planeado desarrollo de la intriga
observó Goebbels en su diario: «El Führer se entrevistará lo más pron-
to posible con el presidente del Reich. Después empezará a rodar la
cosa. Un gabinete de transición sin colores nos franqueará el paso. A ser
posible no muy fuerte, para que lo podamos disolver más fácilmente.
Lo principal es que se nos restituya la libertad de manifestación».47
Por «libertad de manifestación» entendía Goebbels la anulación de
todas las «leyes coercitivas», desde la prohibición de las SA y las SS hasta
las de palabra y concentración. Él, que una vez más apostaba por la
¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra mundial... 257

omnipotencia de la propaganda, quería volver a producir «una obra


maestra» tras la caída de Brüning y la disolución del Parlamento. Ya el
3 de mayo había tratado detalladamente la reforma del aparato propa-
gandístico al completo en la jefatura de propaganda del Reich, que se
había trasladado de vuelta a Munich. «En los próximos meses, la carga
principal del trabajo recae sobre la propaganda. Toda nuestra técnica
debe perfeccionarse al máximo. Sólo los métodos más novedosos y pre-
cisos conducirán a la victoria».48
Sin embargo, la tarea del jefe de propaganda del Reich, que se preo-
cupaba por los adeptos revolucionarios del partido, consistió primero
en intensificar la agitación contra Brüning y Groener. Así pues, el 9 de
mayo escribió un «duro artículo» contra el canciller. Después, en el Par-
lamento, que acababa de celebrar sesión durante varios días por las dis-
cusiones sobre el presupuesto, Góring atacó al ministro de la Reichs-
wehr «enérgica y violentamente». Groener, impedido por enfermedad,
defendió a duras penas la prohibición de las SA. «Lo abucheamos tan-
to que toda la cámara tiembla y se desternilla de risa. Al final sólo se
tiene compasión de él»,49 se burlaba Goebbels. La desafortunada inter-
vención de Groener hizo surgir dudas sobre su cargo en el bando con-
servador. El 11 de mayo observaba el jefe de distrito con optimismo:
«El ejército ya no lo quiere. Incluso su propio entorno exige su desti-
tución. Es un buen comienzo; cuando uno cae, después rueda todo el
gabinete y con él el sistema».50
Brüning contraatacó hábilmente al desarme de su ministro de Inte-
rior y de la Reichswehr poniendo el peso de su discurso parlamenta-
rio en la política exterior. Con las alusiones a los éxitos que se espera-
ban en ese campo y las expectativas favorables en la política económica
y financiera combinó una intensa crítica a la política destructiva de la
oposición de derechas, «que no tiene en cuenta la conservación de
la capacidad de resistencia del pueblo alemán ni la situación de Alema-
nia en materia de política exterior» y sólo quiere «hacer propaganda
aprovechando estas dificultades».51 Brüning estaba convencido de haber
dirigido con éxito al Reich a través de la crisis: el fin de las reparacio-
nes era inminente, y después se podían poner inmediatamente en mar-
258 Goebbels

cha las medidas para la creación de empleo ya preparadas, pero que has-
ta entonces se habían tenido que postergar debido a las reparaciones.
En aquella fase de comienzos del verano de 1932, en la que Brü-
ning creía estar a cien metros de la meta, el adversario berlinés de Goeb-
bels, Gregor Strasser, empleaba un tono moderado. Su discurso parla-
mentario sobre el «anhelo anticapitalista» mereció mucha atención, pues
en el plan propuesto para el fomento del empleo se apreciaba un ver-
dadero interés por solucionar los problemas económicos y sociales.
Incluso Brüning declaró que había escuchado la exposición de Stras-
ser «con extraordinario interés (...) pues en gran parte coincide con las
medidas que tiene preparadas el gobierno del Reich», aunque su opi-
nión fuera distinta en el tema de la financiación.52 Los socialdemócra-
tas dejaron en manos de su antiguo ministro de Hacienda, Hilferding,
la réplica en el Parlamento, y el Vorwdrts escribió que el discurso de
Gregor Strasser «representaba un intento de enfrentarse por primera
vez a los problemas reales de la economía política, aunque fuera de una
manera muy diletante».53
Goebbels, a quien le importaba más la apariencia revolucionaria que
la creación de empleo, sólo sentía desprecio por su antiguo rival, entre
otras cosas por la popularidad de que éste gozaba. Así y todo, utilizó su
discurso en un comentario de su rotativo berlinés, para demostrar a los
«señores del sistema decadente» que el NSDAP, a diferencia de lo que
afirmaban, disponía de un buen programa.54 También instrumentalizó
bajo otro aspecto la nueva trayectoria de Strasser, que respetaba el com-
promiso y el mantenimiento del sistema, pues encubría el complot con-
junto de Hitler y de los hombres del entorno de Hindenburg contra el
canciller del Reich. «Es divertido observar cómo el amarillismo judío,
que generalmente está tan bien informado, se tambalea en la oscuridad.
Sigue creyendo que queremos aliarnos con el Centro. ¡Ingenuos idio-
tas!».55
El 12 de mayo de 1932, en el Reichstag las cosas salieron a pedir de
boca para el jefe de propaganda del Reich. En el pasillo del Parlamen-
to, diputados nacionalsocialistas, entre ellos Edmund Heines, jefe sile-
siano de las SA y amigo de Rohm, apalearon al periodista Klotz por
¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra mundial... 259

haber publicado un folleto que contenía cartas del homosexual Rohm.


Tras convocar urgentemente una sesión del consejo mayor, el presi-
dente del Parlamento, Lóbe, dio orden «de que la policía judicial arres-
tara a los culpables a los que hubiera que investigar, sin importar si per-
tenecían a la cámara o no».56 Cuando poco después apareció en el pleno
el vicepresidente de policía Weiss con unos cincuenta agentes y se colo-
có en el palco del gobierno, se produjeron tumultos. «¡Isidoro! ¡Isido-
ro!», vociferaban los diputados nacionalsocialistas, desde cuyo centro
gritó el jefe de distrito: «Aquí viene el cerdo a provocar». 57 Pero Weiss
no se dejó desconcertar. Sus agentes detuvieron a cuatro nacionalso-
cialistas. Aun así, el «fabuloso día» tuvo su verdadero broche de oro al
final, pues Groener, el ministro de la Reichswehr, presentó su dimisión.
El 23 de mayo, Goebbels pudo constatar con satisfacción que la crisis
seguía conforme al programa previsto.58 Para él esto implicaba realizar
los más duros ataques contra Brüning en su prensa y propaganda. «Ya
está completamente solo. Busca colaboradores desesperadamente (...).
Desde la parte de Strasser se lanza fuego de hostigamiento. Pero
nosotros ponemos contraminas (...). Nuestros campañoles están traba-
jando para roer por completo la posición de Brüning». 59 Apenas dos
semanas después, Werner von Alvensleben, un intermediario de los
nacionalsocialistas con el presidente del Reich, comunicaba que la ope-
ración entraba en su última fase. Meissner había partido hacia Neudeck
para encontrarse con Hindenburg, donde el anciano mariscal se halla-
ba descansando en su finca. Le llevaba el proyecto de un nuevo decreto
ley redactado por el gobierno de Brüning. Éste preveía entre otras
cosas la «colonización» de los bienes no susceptibles de desendeuda-
miento en el este, lo que ya de antemano había sido condenado por los
prusianos orientales hacendados del entorno de Hindenburg como un
«propósito de expropiación agrario-bolchevique». Hindenburg, muy
enojado contra Brüning por la influencia de su entorno más inmediato
y sobre todo de Schleicher, aprovechó la ocasión para llevar a la práctica
la decisión que ya había tomado hacía tiempo: dejar vía libre a un
gobierno de derechas liderado por Franz von Papen, amigo íntimo de
Schleicher. En un primer momento, Hindenburg se negó a recibir a
260 Goebbels

Brüning en Neudeck. Cuando el 29 de mayo se reunió con él en Ber-


lín, le explicó que no estaba dispuesto a firmar el nuevo decreto ley,
con lo cual quedaba decidido de manera definitiva el destino del can-
ciller presidencial y el de la república de Weimar.
Goebbels estaba a punto de dictar otro artículo contra Brüning cuan-
do tuvo conocimiento del estado de cosas: «Ha explotado la bomba. A
las doce del mediodía Brüning ha presentado la dimisión conjunta del
gabinete al presidente del Reich. El sistema se viene abajo (.. .).Voy en
coche hasta Nauen para encontrarme con el Führer, que viene de Mec-
klemburgo (...). El presidente del Reich quiere hablar con él en el trans-
curso de la tarde. Me cambio a su coche y le oriento acerca de todo.
No cabemos en nosotros mismos de gozo».60 Cuando, pocas horas más
tarde, se volvió a reunir con Hitler y se enteró de que la entrevista con
el presidente del Reich había ido bien, su alegría fue inmensa, pues, a
cambio de que el NSDAP tolerara provisionalmente el gobierno de
Papen, se anularía ahora la prohibición de las SA.Y lo que era más
importante: se disolvería el Parlamento.61
La disolución del Parlamento implicaba nuevas elecciones. En la
lucha por el poder, el papel central pasaría de aquellos que mantenían
contacto con la «reacción», de nuevo al jefe de propaganda del Reich.
En el caso de que la campaña electoral fuera lo más corta posible y el
adversario no se pudiera recuperar,62 Goebbels hacía una valoración
optimista de las posibilidades, entre otras cosas porque el NSDAP había
obtenido la mayoría absoluta en las elecciones de Oldenburgo con 24
de 46 escaños. «Es el primer gran golpe», comentaba Goebbels, y aña-
día que ya no habría manera de pararlos si fuera así en todo el país.63
Además de los preparativos para la cuarta campaña electoral del año
1932, lo que ahora importaba —análogamente al «itinerario» de Hitler
para la propaganda goebbeliana— era «rehuir la cercanía comprome-
tedora de estos gamberros burgueses. De lo contrario estamos perdi-
dos».64 Lo cierto era que Von Schleicher y Von Papen, quien el 1 de
junio había formado un «gabinete» presidencial «de concentración nacio-
nal», se estaban esforzando por incluir al NSDAP en la responsabilidad
gubernamental con el objeto de «domarlo».65 Además, a cambio de anu-
¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra mundial... 261

lar las prohibiciones, exigían a Hitler que siguiera dando su aprobación


a largo plazo al «gabinete de los barones».66
Después de que el 4 de junio se disolviera el Parlamento, el jefe de
propaganda del Reich hizo una calculada campaña contra el nuevo
gobierno. El 6 de junio publicó un polémico artículo contra el nue-
vo canciller, y el 14 de junio, poco antes de la readmisión de las SA y
las SS, otro enconado ataque contra Von Papen, quien en colaboración
con Hindenburg pronto cumplió los compromisos acordados con Hitler,
sin lograr con ello evitar el creciente distanciamiento de los nacional-
socialistas respecto a su gabinete. Sólo Gregor Strasser trabajaba en con-
tra de las diligencias que el jefe de propaganda del Reich había conve-
nido con Hitler; durante un discurso pronunciado ese mismo día
renunció conscientemente a «una fuerte polémica contra lo pasado y
contra los adversarios políticos» y anunció que estaba dispuesto a una
verdadera cooperación. Goebbels se indignó de que la prensa contra-
ria calificara este discurso como «sensato en cuanto a la política de Esta-
do». Para él éste era «realmente el juicio más demoledor que se puede
imaginar».67
Asimismo, al enfado de Goebbels con Gregor Strasser contribuyó
principalmente el hecho de que éste fuera el primer representante del
movimiento en dirigirse a la opinión pública a través de la radio del
Reich con su discurso sobre «La idea de Estado del nacionalsocialis-
mo». Strasser, responsable de la radiodifusión como jefe de organiza-
ción del partido y consciente de la significación futura de la radio, había
aconsejado a Hitler que añadiera la «libertad de radio», es decir, la aper-
tura de la radio también a oradores y ponentes nacionalsocialistas, a sus
condiciones para una posible tolerancia del gobierno de Papen. Ya el
11 de junio, el ministro del Interior del Reich, el barón Wilhelm von
Gayl, siguiendo las instrucciones de Papen, proclamó la apertura gene-
ral de la radio, que daba acceso a los nacionalsocialistas a las ondas del
éter.68
Para anunciar a los partidarios revolucionarios del movimiento que
el sitio del partido no estaba al lado de la «reacción», y para desbaratar el
discurso radiado de Strasser, esa misma tarde, haciendo caso omiso a la
262 Goebbels

prohibición de las SA, Goebbels apareció con unos 45 miembros uni-


formados de éstas en la Potsdamer Platz, el lugar más concurrido de la
capital del Reich. Aunque hicieron todo lo posible por provocar, no se
movió «ni Cristo». «Los guardias nos miran perplejos y luego apartan
la vista avergonzados».69 El primer decreto ley del gabinete de Papen
en materia de política económica, fechado el 14 de junio y presentado
al día siguiente a la opinión pública, le vino muy bien a Goebbels. Le
servía de pretexto para descartar una futura tolerancia del gabinete de
Papen. Era «marcadamente capitalista» y afectaba «duramente sobre todo
a los pobres. Contra eso sólo cabe la lucha», comentaba Goebbels.70
Durante la campaña electoral parlamentaria, que aumentaba sus revo-
luciones a principios de julio de 1932 —para enojo del jefe de propa-
ganda del Reich el gobierno había fijado las elecciones para la fecha
más tardía posible, el 31 de julio—, Goebbels atacó cada vez con más
dureza al gobierno de Papen. Cuando el ministro del Interior del Reich
prohibió una marcha de las SA por Unter den Linden, alegando que,
de lo contrario, también tendría que autorizársela a los comunistas, 71
esto supuso para Hitler el pretexto esperado para negar de nuevo la
tolerancia al gabinete de Papen. Esto dio vía libre a Goebbels para una
agitación desenfrenada. Por ejemplo, cuando Von Papen regresó a Ber-
lín a principios de julio con un tratado de la Conferencia de Lausana
en el que se establecía el fin de los pagos alemanes a título de repara-
ciones, transformó su éxito en materia de política exterior en un fra-
caso.72 La campaña contra Papen alcanzó su punto culminante el 10 de
julio, cuando Goebbels habló en el Lustgarten de Berlín, donde Karl
Liebknecht había proclamado la república socialista en noviembre de
1918. Durante ese acto fanatizó a 100.000 personas, según creía. «El
desafío es acogido por las masas con un entusiasmo nunca visto. Con
esta formidable manifestación de masas hemos rebasado los límites. Aho-
ra estamos libres de la política de tolerancia. Ahora podemos volver a
marchar en nuestra propia dirección».73
El 18 de julio Goebbels pudo hablar por primera vez en la radio del
Reich. Su intervención estuvo precedida por una contundente dispu-
ta con el Ministerio del Interior. Allí fue reenviado para su autoriza-
¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra mundial... 263

ción el texto que Goebbels presentó en la emisora Funk-Stunde [Hora


de la radio] inmediatamente después de la apertura de la radio para dis-
cursos e informes políticos. El texto pasó luego varias veces del conse-
jero ministerial competente —había puesto en el informe la adverten-
cia destinada a su ministro de que «rebasa el marco de lo habitual y de
lo admisible en la radio»—74 a Goebbels y viceversa. Como fin del pro-
cedimiento, el jefe de distrito formuló de una manera completamente
nueva sus comentarios sobre «El nacionalismo como necesidad de la
política de Estado»75 y los volvió a presentar bajo el título «Carácter
nacional como fundamento de la cultura nacional». 76 Sólo habían fal-
tado «algunas palabras», opinó después de haberse puesto por fin delan-
te del micrófono en la casa berlinesa de la radio. De todos modos, des-
pués de esta intervención Goebbels tuvo la sensación de que su discurso
no había sido eficaz. Prefería hablar en las asambleas. Entonces estaban
las salas repletas y a toda la gente la dominaba un «salvaje entusiasmo
combativo».77
El programa con el que Goebbels cargó en este sentido le exigió
una absoluta dedicación durante esas semanas^ «Apenas se recobra el
juicio.Te llevan de acá para allá por toda Alemania en tren, en coche y
en avión. Se llega a una ciudad media hora antes del comienzo, a veces
incluso más tarde; luego se sube uno a la tribuna del orador y habla
(...). Mientras tanto tiene que lidiar con el calor, con la palabra, con la
lógica del pensamiento, con una voz que se vuelve cada vez más ron-
ca, con el problema de una mala acústica, con el aire cargado de 10.000
personas apretujadas que le oprime (...). Cuando se termina el discur-
so, uno se encuentra como si acabara de salir de un baño caliente ves-
tido hasta arriba. Se sube al coche y viaja otras dos horas».78
El calor de esta campaña electoral durante el verano de 1932 y la
anulación de la prohibición de las SA y de las SS, en vigor desde el 16
de junio, provocaron una nueva oleada de violencia en Alemania, en la
que, pese a los seis millones de parados, la crisis económica había deja-
do atrás su peor momento. Al igual que durante el «mayo sangriento»
del año 1929, en aquellos días de julio los tanques de la policía se moví-
an ruidosamente por las calles de la capital del Reich. Los asesinatos
264 Goebbels

por razones políticas estaban a la orden del día. Desde hacía tiempo, los
grandes periódicos ya no informaban sobre actos de violencia aislados,
sino que más bien traían noticias colectivas acerca del «frente de la gue-
rra civil». Dos días después de que Hitler comenzara el 15 de julio un
nuevo recorrido por Alemania, que le debía llevar hasta final de mes a
50 ciudades del Reich, el terrorismo de los comunistas, provocado por
las SA, alcanzó un culmen sangriento en Hamburgo-Altona. En un solo
domingo murieron 18 personas. El gobierno prusiano reaccionó pro-
hibiendo todas las manifestaciones al aire libre. Para Goebbels un pre-
texto más para seguir atizando la crisis: «El gobierno nos golpea por-
que la Comuna nos dispara. Prohibe nuestras manifestaciones porque
los destructores del Estado y de la cultura podrían ser una provocación.
Todo el sistema es una auténtica catástrofe y se le puede aplicar el dicho
de "a lo que cae, hay que ayudarlo a caer"». 79 Cuarenta y ocho horas
después caía el gobierno prusiano y con él el último y más importante
bastión de un gobierno y un ejecutivo republicano sólido. Con la
funesta argumentación de que el gobierno de Braun ya no era capaz
de mantener la paz y el orden, y apoyándose en el artículo 48 de la
Constitución, Hindenburg, apremiado por Papen, ordenó su destitu-
ción. Al mismo tiempo, el presidente del Reich decretó el estado de
excepción en Berlín y en la provincia de Brandeburgo, y confirió el
poder gubernamental a Franz Bracht, primer alcalde de Essen y perso-
na de confianza de Papen.
Con profundo agrado escuchó Goebbels esta noticia por la radio en
Treuenbrietzen, en la Marca de Brandeburgo, mientras estaba en una
pequeña taberna.80 Con especial satisfacción veía que sus adversarios
más perseverantes y enconados, contra los que había luchado desde su
llegada a Berlín y a los que él odiaba por ser una encarnación del «sis-
tema», a saber, el jefe de policía Grzesinski, el comandante de la poli-
cía berlinesa, Heimannsberg, y sobre todo el vicepresidente de policía
Weiss, habían sido víctimas del golpe que Von Papen había asestado a
Prusia. Sólo unas semanas antes, cuando había vuelto a ser injuriado
por Goebbels en el Parlamento, el valiente Weiss, confiando en el buen
funcionamiento del orden republicano, había presentado una décimo-
¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra mundial... 265

séptima y última querella contra su enemigo. El jefe de policía Grze-


sinski, que apoyó la instancia, pidió al tribunal competente «que inten-
tara conseguir una pena realmente alta para el inculpado», toda vez que
Goebbels «tenía varios antecedentes penales por injurias al vicepresi-
dente de policía».81 Sin embargo, como otra serie de procedimientos,
éste también se sobreseyó en diciembre de 1932, como consecuencia
de la amnistía navideña del general Von Schleicher.
Ahora, en julio de 1932,Weiss, Heimannsberg y Grzesinski, a quien
le comunicó por teléfono su destitución un tal teniente general Gerd
von Rundstedt,82 fueron arrestados y retenidos durante algunas horas
en un club social de la Reichswehr situado en la Seydlitzstrasse berli-
nesa. Después de que firmaran que tras la destitución de sus cargos no
emprenderían ningún acto oficial en la jefatura de policía, fueron pues-
tos en libertad ese mismo día. Poco después de la subida al poder de
Hitler, Grzesinski y Weiss abandonaron en dramáticas circunstancias su
patria, por cuyo orden republicano habían luchado durante años.
Ávido de venganza, Goebbels, que con la desaparición del gobier-
no prusiano creía estar más cerca que nunca del objetivo de subir al
poder, había hecho una lista «con toda la gentuza que había que elimi-
nar en Prusia».Al decir que alguna gente temía que los «barones» no
dejaran nada más por hacer, también se incluía sin duda a sí mismo. De
buen grado habría ajustado él personalmente la cuentas con sus adver-
sarios de la jefatura de policía, con sede en la Alexanderplatz. Entre sus
subordinados, los policías normales, observó ahora una «notable ama-
bilidad».83 En efecto, la policía ya sólo procedía —si es que lo hacía—
contra los comunistas. La consecuencia: los disturbios y las luchas calle-
jeras siguieron aumentado. Sólo el 31 de julio, día en que los alemanes
elegían su nuevo Parlamento, el terrorismo político se cobró nueve
muertos.
El resultado de estas elecciones debió de ser decepcionante para el
jefe de propaganda del Reich. Lo cierto es que las elecciones de Mec-
klemburgo, Hesse y Turingia, donde el NSDAP obtuvo la mayoría abso-
luta o le faltó poco para conseguirla, habían fortalecido su esperanza de
lograr lo mismo también en las elecciones parlamentarias. Pero no se
266 Goebbels

llegó ni de lejos. Con el 37,3 por ciento de los votos, el NSDAP, que
ahora representaba el grupo parlamentario más fuerte, con 230 esca -
ños, sólo pudo superar exiguamente, pese a todos los esfuerzos, su resul-
tado con respecto a las dos vueltas presidenciales de marzo y abril. Pare-
cía vislumbrarse el final de su prodigioso ascenso.
Durante un tiempo también lo vio así Goebbels, en cuyo distrito el
NSDAP, con un 28,6 por ciento, aventajaba al resto de partidos —su
resultado fue mejor en las zonas burguesas que en los barrios de obre -
ros—,84 pero aun así estaba muy alejado de la «conquista» de Berlín.
«Por esta vía no alcanzamos la mayoría absoluta. Así que hay que seguir
otro camino», anotó desilusionado en su diario. 85 La alternativa ante la
que veía que se hallaba ahora el partido era: «O la más enérgica oposi-
ción o el poder», para erradicar por fin el marxismo. «Tolerar mata», 86
pues eso aminoraba el brío revolucionario del movimiento y amena -
zaba con desintegrarlo. Pero ¿cómo se podía conseguir el poder?
El 2 de agosto Goebbels estaba en el lago Tegernsee cuando Hitler
discutía este asunto con sus más altos funcionarios. «¿Legalidad? ¿Con
el Centro? ¡Da náuseas! (...) Deliberamos pero no llegamos a ninguna
conclusión». 87 Dos días más tarde Hitler hizo saber a Goebbels que iba
a comunicar a Schleicher las pretensiones de mando del partido. Apar te
de su cancillería iba a exigir —según dijo a Goebbels— carteras
ministeriales para Frick (Interior), Góring (Aire), Strasser (Trabajo) y,
finalmente, la de Educación Pública para Goebbels. «Eso quiere decir
que o todo el poder o nada. Así está bien». 88
Sin embargo, Hitler no pensaba realmente solicitar la cartera de Edu-
cación para Goebbels. Sabía muy bien que su entrada en el gobierno
sería inaceptable para los «barones». Según informó Schleicher, ese 6 de
agosto Hitler quería saber que se salvaguardaría el carácter de un gabi-
nete presidencial y «sólo pretendía introducir cambios en el actual gabinete
en la medida en que fuera necesario para su entrada como canciller y
la concesión del Ministerio del Interior a Strasser; eventualmente se
plantearía la utilización de Góring para cualquier cargo». 89
Cuando ese mismo día Goebbels se encontraba en el Obersalzberg,
allí reinaba un ambiente festivo, pues, en su entrevista con Schleicher,
¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra mundial... 267

Hitler había tenido la impresión de que aceptaba sus exigencias. Sin duda
con vistas a un reparto de carteras al que se aspiraba para más tarde, le
aseguró a Goebbels que, en caso de subir al gobierno, junto a Strasser,
Goring y otros nacionalsocialistas, a él le encomendaría, además de la car-
tera de Educación del Reich, la consejería de Cultura prusiana. 90 «Un
gabinete de hombres», celebraba Goebbels, quien creía que el poder pron-
to sería accesible para sí mismo y para el movimiento de Hitler, un poder
al que nunca más renunciarían: «Muertos nos tendrían que sacar. Esta será
una solución total. Requiere sangre, pero depura y limpia». 91
Goebbels se veía ahora en una distinguida posición, cuando escri-
bió entusiasmado en su diario después de una conversación con su vene-
rado Führer: «Hemos deliberado sobre todo el asunto de la educa -
ción pública. Se me encarga la escuela, la universidad, el cine, la radio,
el teatro, la propaganda. Un área enorme. Toda una vida llena. Una
misión histórica. Me alegro. Estoy de acuerdo con Hitler en todo lo
esencial. Eso es lo principal. La educación nacional del pueblo alemán
se pone en mis manos.Yo la controlaré (...). He tratado con Hanke en
detalle el tema del distrito berlinés. Sigo siendo todo lo que soy. Jefe de
distrito, jefe de propaganda del Reich. Representantes por todas par-
tes. Pero la cosa sigue dependiendo de mí». 92
El 9 de agosto se apagó el optimismo de Goebbels. Hitler le expre-
só el temor de que el camino al poder aún estuviera asociado a muchas
dificultades.93 El hecho era que había sabido de Schleicher a través de
Strasser que, contra lo que se esperaba, su nombramiento como canci-
ller sería más que cuestionable. Hitler, decidido a jugarse el todo por el
todo, escribió en el Volkischer Beobachter que se excluía «una participa-
ción insuficiente en el gobierno concedida por condescendencia» y que
él debería ser «llamado a liderar un gabinete del Reich formado por
personalidades».94 Goebbels aplaudió a Hitler, 95 quien, para insistir en
sus exigencias, hizo que se reunieran numerosas unidades de las SA en
torno a la capital del Reich 96 y además ejerció presión amenazando con
una coalición con el Centro. 97
En esta situación, en la que Goebbels animaba a Hitler a jugarse todo
a una carta, fue una vez más Gregor Strasser el que proporcionó mate-
268 Goebbels

ria de conflicto dentro del partido. El jefe de organización del Reich


abogaba por aceptar una vicecancillería de Hitler. Sin embargo, los perió-
dicos no informaron sólo acerca de esta disparidad de criterios; tam-
bién entre Goebbels y Hitler había habido diferencias, según algunos
artículos. De todos modos, estas afirmaciones carecían de fundamento.
Si se formulaban era porque Goebbels, sobre todo en el Angriff, sin tener
en cuenta la aspiración a que la «reacción» aprobara una cancillería de
Hitler, se las daba de revolucionario, pues a su juicio había que hacer el
juego a los seguidores pequeñoburgueses y proletarios del partido para
mantenerlos bajo la bandera de la esvástica.
Hitler desmintió los «relatos novelescos sobre la "división" dentro de
la dirección del partido nacionalsocialista y la "oposición" que, según
dicen, ejercen contra mí ciertos líderes, como el doctor Goebbels, Gre-
gor Strasser, etc.». Por el contrario, aseguró «que quizás nunca había
existido entre los distintos líderes una conformidad de opiniones más
rigurosa y ejemplar sobre la situación política». 98 En Prien am Chiem-
see, donde se reunió la dirección del partido el 11 de agosto, Hitler hizo
efectiva esta «conformidad» criticando a Strasser —para regocijo del
jefe de propaganda del Reich— y declarando su irrevocable decisión
de aferrarse a su exigencia de «todo o nada», aunque había oído hablar
de la postura negativa de Hindenburg.
Como «tormentosa y angustiante» sintió Goebbels la espera de Hitler,
después de que éste, acompañado por Rohm y Frick, saliera la tarde del
13 de agosto de la casa goebbeliana del Westend berlinés en dirección
al barrio gubernamental con el fin de reunirse con Hindenburg para
una entrevista decisiva. ¿Cómo reaccionaría el mariscal de campo? Los
que se habían quedado aguardando recibieron la respuesta más rápido
de lo que esperaban: el presidente del Reich —una última vez clarivi-
dente e inflexible— había rechazado con pocas palabras la exigencia de
Hitler de un «poder estatal íntegro a gran escala» y había argumentado
su negativa «muy categóricamente» diciendo «que ante su conciencia
y sus deberes para con la patria no podía hacerse responsable de enco-
mendar todo el poder gubernamental exclusivamente al movimiento
nacionalsocialista, el cual tiene la intención de utilizar este poder uni-
¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra mundial... 269

lateralmente». 99 No obstante, conforme al «plan de domesticación» de


Schleicher, le ofreció la vicecancillería, con la que no se conformó
Hitler. La entrevista, en la que también participó el secretario de Esta -
do Meissner, no duró ni siquiera veinte minutos. La maniobra de Hitler
para hacerse con el poder había fracasado.
Tras la «fría despedida» de Hindenburg, acudieron a la Reichskanz-
lerplatz para celebrar una sesión de crisis, pues cada uno de los presen-
tes tenía claras las consecuencias del fracaso. Inevitablemente, según
Goebbels, «la consecuencia sería una tremenda depresión en el movi-
miento y en el cuerpo de electores», 100 pues «todo el partido (...) ya
contaba con el poder». 101 Especialmente afectadas se verían las SA, en
cuyas filas de todos modos se tenía poca simpatía por la trayectoria de
legalidad. En efecto, allí la decepción se descargó al grito de «reacción
inmediata».102 «Quién sabe si se podrá parar a sus formaciones», era el
temor de Goebbels, pues «nada es más difícil que decir a una tropa segu-
ra de triunfar que la victoria se ha escurrido de las manos». 103
Mientras que en la capital del Reich corrían como la pólvora rumo-
res de un inminente golpe de Hitler, mientras que la gente se agolpa -
ba fuera de la casa de Goebbels y se oían continuamente gritos que lla-
maban al Führer, dentro se trabajaba febrilmente. Rohm y Hitler se
esforzaban por convencer a los jefes de las SA —convocados urgente-
mente, decepcionados y dispuestos a todo— de la falta de perspectivas
de un ataque armado. Goebbels escribía un enérgico artículo contra la
«reacción». Otros dictaban actas y proclamas. Un mandato dirigido a
las SA y a las SS, que se publicó en el Volkischer Beobachter, ordenaba
una «breve tregua», durante la cual había que «hacer el más amplio uso
de las vacaciones» y «evitar en lo posible las llamadas, los ejercicios, las
revistas (,..)».104
Goebbels también se dio una «tregua». El 14 de agosto, mientras que
la prensa burguesa alababa a Hindenburg —desde la dimisión de Brü-
ning frecuentemente criticado— como el «guardián de la constitución»
y mencionaba el rechazo de Hitler como un paralelo de su victoria en
Tannenberg, Goebbels se marchó de vacaciones a la playa del Báltico
de Heiligendamm. La derrota del NSDAP le preocupó menos porque
270 Goebbels

Hitler, al que admiraba por su «tranquila serenidad», había vuelto a hacer


que reafirmara su fe ciega en el triunfo del nacionalsocialismo. Hitler
permanecía imperturbable ante todas las vacilaciones, esperanzas, ideas
vagas y sospechas, como un «polo inmóvil en el vuelo de las aparien-
cias».105-106
Cuando, tras días de relajación en el Mar Báltico, Goebbels fue lla -
mado por Hitler a Berchtesgaden, éste estaba de nuevo «lleno de una
clara serenidad», 107 a ojos de su seguidor más fiel. Hitler quería conti -
nuar la vieja línea. Por una parte creía no poder conseguir una mayo -
ría parlamentaria para el NSDAP, y por otra temía el desgaste del par -
tido si formaba una coal ición de gobi erno con el Centro, t al como
postulaba Gregor Strasser. La «solución de centro» sólo quería ponerla
enjuego como medio de presión contra los «barones», para preparar el
camino a su cancillería al frente de un gabinete presidencial. El hués -
ped declaró inmediatamente su total conformidad con su Führer, pues,
a diferencia de la oposición o de la coalición, un gabinete presidencial
liderado por Hitler tenía al menos «el olor de la ilegalidad», 10 8 puesto
que Hindenburg y la Reichswehr bloqueaban un cambio de régimen
revolucionario según el modelo de Mussolini.
Dada la paralizante resignaci ón que se generalizó en el movimien to
a partir del 13 de agosto, el principal interés de la propaganda nacio -
nalsocialista consistía en acentuar más la apariencia revolucionaria y
antirreaccionaria. Con la correspondiente contundencia actuó cuando
a finales de agosto, en la localidad altosilesiana de Potempa, cinco miem -
bros de las SA fueron condenados a muerte por un tribunal especial de
Beuthen [Bytom] por el brutal asesinato de un obrero comunista pola -
co, después de que un decreto ley del gobierno del Reich declarara el
estado de sitio como severa amenaza contra el terrorismo político y los
actos de violencia. Hitler, al solidarizarse con los asesinos abiertamen te
y sin vergüenza alguna —su telegrama a los condenados decía: «¡Cama-
radas míos! En vista de esta atroz sentencia de muerte me siento uni -
do a vosotros por un infinito afecto»— 1 0 9 puso de manifiesto lo que
entendía por «legalidad» y demostró lo acertado que había sido el pare -
cer de Hindenburg del 13 de agosto. Aparte de eso, Hitler dirigió duros
¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra mundial... 271

ataques contra Von Papen, cuyo respaldo por parte de los partidos polí-
ticos iba desapareciendo progresivamente. Lo denostó como «perro de
presa» y calificó la lucha contra un gobierno bajo el que esto fuera posi-
ble como un deber de su partido.110
Los juicios contra los miembros de las SA sirvieron a Goebbels de
ocasión para atacar no sólo al régimen de Papen, sino al «enemigo uni-
versal judeo-marxista» en su conjunto. «Los judíos tienen la culpa», decía
en el Angriff la conclusión que sacó de los sucesos de Potempa.111 Como
casi siempre, la ruda polémica de Goebbels respondía a algo más que a
un cálculo táctico. En el enfrentamiento con la «reacción» podía dar
rienda suelta a su odio después de que fracasara la subida al poder. Sin
cesar, con una entrega fanática —el hecho de que el 1 de septiembre
Magda diera a luz a su primer hijo en común, la niña Helga, significó
para él un fausto acontecimiento al margen— pronunciaba discursos
incendiarios, agitaba los ánimos en el Angriff y gestionaba la reorgani-
zación de la jefatura de propaganda del Reich. El deseo de Goebbels
era que en su disposición se perfilaran ya desde entonces las estructu-
ras del ministerio que más tarde pretendía crear y dirigir. Además, gran
parte de la organización del partido, que todavía había que arrebatar a
Strasser, pasaría a ser competencia suya. Sus planes encontraron la apro-
bación de Hitler, pues a éste nada le comprometía a hacer promesas
sobre las que no era el momento de decidir.
El 12 de septiembre los nacionalsocialistas tomaron renovado ímpe-
tu. En lugar de apostar por abrirse paso ellos mismos, aspiraban a la des-
trucción del gabinete de Papen y de los restos del sistema presidencial.
Así, Goebbels pudo constatar con satisfacción que la primera aparición
del canciller —cuyo gabinete se encontraba irremediablemente aisla-
do por los partidos políticos— en el nuevo Reichstag terminó con «la
derrota parlamentaria más terrible que ha habido nunca». 112 Góring,
quien como representante del grupo parlamentario más fuerte fue ele-
gido presidente del Reichstag con los votos del Centro, sucediendo así
al socialdemócrata Lóbe, nada más comenzar la sesión dio la palabra en
armoniosa cooperación al presidente del grupo del KPD,ErnstTorgler,
para una moción de censura, y ello pese a que Von Papen señaló estar
272 Goebbels

dispuesto a una disolución del Parlamento. Sin brindar a Papen la opor-


tunidad de dar lectura a la orden de disolución del presidente del Reich,
apresuradamente preparada, Góring sometió acto seguido el asunto a
votación, de manera que el canciller del Reich no pudo evitar la mani-
fiesta derrota. Sólo 42 de 512 diputados le otorgaron la confianza.
Así pues, una nueva campaña electoral —como fecha se fijó el 6 de
noviembre de 1932— resultó inevitable. Goebbels sabía que esta vez
las probabilidades de éxito serían mucho menores, dado el callejón sin
salida al que se habían dirigido desde agosto, por lo cual se abstuvo de
pronósticos optimistas.113 Ahí estaban los efectos psicológicos parali-
zantes del 13 de agosto y de los asuntos de Potempa. Además era pal-
pable el hastío de la población por ser llamada a las urnas ya por quinta
vez en el plazo de un año.Y finalmente estaban las cajas vacías, 114 que
dificultaban el trabajo del jefe de propaganda del Reich, quien para la
fase de la campaña electoral volvió a trasladar su oficina a Berlín —aho-
ra en la central del partido donde se acababan de instalar en la Voss-
trasse.
Goebbels apostó ahora por un activismo total y movilizó en esta
campaña electoral todos los medios imaginables. El Angriffy otros perió-
dicos de la prensa nacionalsocialista aparecerían dos veces al día. En par-
ticular disponía, al igual que en las campañas precedentes desde 1930,
de una combativa reserva de unos mil oradores del partido, según su
propio testimonio, los mejores que había dado nunca Alemania.115 Des-
de 1928 eran formados sistemáticamente en una «escuela de oratoria
del NSDAP» bajo control de la «jefatura de propaganda del Reich», con
el objeto de asegurar un estilo propagandístico uniforme para los apro-
ximadamente 34.000 mítines.116 Al frente de todos estaban naturalmente
él mismo y Hitler, que repitió su gira por Alemania también durante
esta campaña. Una motivación adicional supuso para Goebbels la orden
de Hitler según la cual Gregor Strasser le tenía que transferir el control
sobre los asuntos de la radio.
Así pues, Goebbels se hizo cargo —junto con su infraestructura ya
muy desarrollada— de la «Federación del Reich de radioyentes alema-
nes para la cultura, la profesión y la nacionalidad»,117 creada en agosto
¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra mundial... 273

de 1930 por el DNVP y la Stahlhelm y desde marzo de 1932 contro-


lada exclusivamente por los nacionalsocialistas .Ya desde finales de 1930,
por asimilación con la organización del partido, se había instalado una
red de observatorios radiofónicos de los grupos locales, de distrito y
circunscripción, que difundían la propaganda contra la «radiodifusión
judeo-marxista». En las propias emisoras se fundaron «células de empre-
sa» nacionalsocialistas, que, en caso de una toma del poder nacionalso-
cialista, deberían asumir las funciones más importantes de la emisión y
hacer frente a cualquier resistencia. Goebbels siguió ampliando de inme-
diato esta infraestructura, formuló un nuevo «programa para la toma de
posesión de la radio»118 y elaboró nuevas listas de personal con el fin de
estar bien preparado para la «hora X».119
En la campaña electoral pendiente veía Goebbels el «último enfren-
tamiento» que tenía que realizar el NSDAP antes de su subida al poder.
Aunque en todo el Reich libraban sangrientas luchas callejeras las SA y
los miembros del aparato militar ilegal del KPD, aislado por su postura
antisocialdemócrata, este «último enfrentamiento» debía dirigirse ajuicio
de Goebbels contra la «reacción».A finales de septiembre —en este mes
se solidarizaron el NSDAP y el KPD con la huelga de arrendatarios de
Berlín— había comenzado la campaña con una orden del partido que
prohibía a los nacionalsocialistas comprar periódicos burgueses.120
Goebbels se apuntó un éxito el 19 de octubre cuando aceptó una
invitación del DNVP a la Neue Welt [Nuevo Mundo], una sala de la
Hasenheide berlinesa,121 para intervenir en una gran asamblea del partido
de Hugenberg.Tras haberse preparado concienzudamente, tras ser
introducido a hombros por los miembros de las SA en la sala, en la que
se habían reunido subrepticiamente más compañeros del partido que
nacionalistas alemanes, le resultó fácil asombrar a todos con sus
argumentos. En «una extraordinaria oleada de entusiasmo» debió de
alborotarse la sala. Las «espontáneas manifestaciones callejeras» que siguie-
ron a la asamblea, durante las cuales se entonó repetidamente la canción
de Horst Wessel, aún no se habían disuelto cuando Goebbels ya estaba
dando directrices a la prensa propia. Se imprimieron en gran tira-da
números especiales del Angriff, pues sospechaba que los nacionalis-
274 Goebbels

tas alemanes se servirían de la preponderancia de su prensa para «dar el


cambiazo» y transformar su derrota en victoria.122
Goebbels, que en esta campaña electoral volvía a denunciar la «dic-
tadura de los ricachones»,123 sintió casi como una traición el hecho de
que Gregor Strasser sacara consecuencias del 13 de agosto y confirmara
durante sus intervenciones oratorias su voluntad de colaborar con los
nacionalistas alemanes de Hugenberg, así como que repitiera su afir-
mación del 10 de mayo de que el movimiento nacionalsocialista esta-
ba dispuesto a cooperar con cualquiera que diera el sí a Alemania y que
quisiera salvarla junto con los nacionalsocialistas.124 Tales intervenciones
de Strasser, como la que tuvo lugar en el palacio de deportes dos días
después del triunfo goebbeliano en la Neue Welt, indignaban al jefe
de propaganda del Reich, tanto más cuanto que la prensa burguesa
informaba por extenso sobre ellas, haciendo pública por tanto la de-
sunión dentro del NSDAP.
Otra confusión respecto a la posición política del NSDAP la pro-
vocó Goebbels cuando el 2 de noviembre de 1932 comenzó la huelga
en la compañía de transportes berlinesa, la BerlinerVerkehrsgesellschaft.
En esta piedra angular de la economía municipal, en su día alabada y
admirada por su expansión y modernidad y ahora en la crisis sentida
como una abrumadora carga que ponía a la ciudad al borde de la insol-
vencia,125 los salarios se iban a reducir mínimamente con arreglo a un
decreto ley del gobierno del Reich. Aunque sólo se trataba de dos pfen-
nigs a la hora, en sus diarios Goebbels se engañaba a sí mismo argumen-
tando que de esta manera se ponían en peligro «los derechos vitales más
antiguos de los trabajadores del tranvía».126 Pero, una vez más, esto le
brindaba una gran oportunidad para presentar a la opinión pública la
alternativa «de que el propósito y la intención de nuestro rumbo anti-
rreaccionario nacen realmente desde dentro, de que el NSDAP repre-
senta en efecto una nueva forma de actuación política y un alejamien-
to consciente de los métodos burgueses».127
Por orden suya, la Organización Nacionalsocialista de Células de
Empresa declaró su disposición a la huelga. Lo mismo hizo la Oposi-
ción Sindical Revolucionaria (Revolutionáre Gewerkschafts-Opposi-
¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra mundial... 275

tion, RGO). Cuando en el referéndum bastante más de la mitad de la


plantilla se declaró a favor, la huelga se convocó esa misma tarde. Goeb-
bels reaccionó con enojo a la información de la prensa burguesa, según
la cual él había promovido esa huelga a espaldas de Hitler para dar al
partido una «orientación bolchevique»; en realidad Hitler había apro-
bado su punto de vista y, según Goebbels, había hablado por teléfono
con él a cada hora. «Si no hubiéramos actuado así, ya no seríamos un
partido socialista y de trabajadores», 128 y eso lo seguía siendo el NSDAP
en la imaginación idealista de Goebbels.
Mientras que, solidariamente unidos, Goebbels y Ulbricht, quien
había asumido el liderazgo huelguista por parte del KPD, fustigaban a
los «opresores de los trabajadores» y a la «reacción» en el Angriff o en
el Rote Fahne, prohibido desde el comienzo de la huelga pero que se
seguía imprimiendo y distribuyendo ilegalmente, los piquetes nacio -
nalsocialistas y comunistas marcharon hasta las puertas de la estación
de depósito. Miembros de las SA y combatientes rojos del Frente reco-
rrían juntos las calles de Berlín para apalear a los esquiroles y destruir
autobuses y tranvías de la empresa de transportes berlinesa que estu -
vieran en marcha. El 4 de noviembre se intensificó la violencia. Se pro -
dujeron graves enfrentamientos entre los huelguistas y la policía, en
cuyo transcurso murieron a tiros tres personas y casi cincuenta resul -
taron heridas.129
La participación de los nacionalsocialistas en la huelga de la empre-
sa de transportes berlinesa atizó los primitivos miedos burgueses. La
imagen de las SA, sus métodos, así como las consignas socialistas de la
propaganda del partido hacían temer que el ala socialista de éste vol-
viera a ganar influencia y que la cooperación entre los extremistas de
izquierdas y de derechas fuera sólo el principio. El Deutsche Allgemeine
Zeitung, de la derecha liberal, veía también en la huelga un «aconteci -
miento de gravísimo alcance».130 Al día siguiente se observaba en el mismo
periódico «cuan profundamente ha calado en el pueblo alemán el
pensamiento proletario y de lucha de clases, y también —y ésa es la
mayor diferencia con respecto a las huelgas del mismo tipo de 1919 y
1923— en el bando de la derecha». 131
276 Goebbels

El discurso que Von Papen dirigió al pueblo a través de todas las emi-
soras alemanas dos días antes de las elecciones parlamentarias subrayó
precisamente esta contradicción de manera explícita, con el objetivo de
agravar las diferencias dentro del movimiento nacionalsocialista. Se había
dado crédito al «grito de guerra de Hitler contra el marxismo y a favor
de la renovación nacional». Ahora los nacionalsocialistas intentaban hacer
fracasar el programa económico del gobierno del Reich colaborando
con el «bolchevismo ateo», lo que significaba la «muerte de nuestra mile-
naria cultura». Esto era un atentado contra la nación, que había movi-
lizado aquí sus últimas reservas de energía.132
La tormenta de indignación, la exaltación con que reaccionó la opi-
nión pública dejó ver a Goebbels rápidamente que la campaña surtiría
más bien un efecto desfavorable para el resultado de las elecciones par-
lamentarias. Aunque pensaba que el prestigio del partido había aumen-
tado en pocos días «espectacularmente» entre la clase obrera, tenía que
reconocer que posiblemente esto no se traduciría todavía en las pre-
sentes elecciones. Pero él se dejaba guiar por la consideración de que
este «activo» tendría un valor incalculable en el futuro. Había que ope-
rar con largos periodos de tiempo, «pues en definitiva queremos con-
quistar Berlín, y ahí no importa si perdemos varias decenas de miles de
votos en unas elecciones más o menos intrascendentes, que de todos
modos carecen de significación en la lucha activa y revolucionaria».133
Probablemente debido a los pronósticos no demasiado buenos, a
Goebbels le parecía que pesaba sobre Berlín un «ambiente sofocante,
bochornoso». El mismo día de las elecciones —ese 6 de noviembre de
1932 estuvieron parados los medios de transporte como consecuencia
de la huelga en la empresa berlinesa— transcurrió para él con una «tre-
menda tensión».134 La pregunta clave era a cuánto ascenderían las pér-
didas. Los resultados que llegaban por la tarde desde los distritos bur-
gueses de Berlín no auguraban nada bueno. En Zehlendorf el NSDAP
perdió un 7 por ciento de los votos, en Steglitz el 6 y en Wilmersdorf
más de un 5 por ciento. Pero los nacionalsocialistas también sufrieron
pérdidas en las circunscripciones de obreros, como Wedding y Frie-
drichshain, aunque fueron mínimas.135 En conjunto, cayeron de un 28,6
¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra mundial... 277

a un 26,2 por ciento en la capital del Reich. Por el contrario, el KPD,


ahora el partido más fuerte de Berlín, obtuvo un 31,3 por ciento, aven-
tajando así por primera vez al SPD, por el que sólo optaron un 23,3 por
ciento de los electores.136
En Berlín, las pérdidas del NSDAP fueron menores que en el pro-
medio del Reich. Allí se apartaron del NSDAP más de 2 millones de
votantes, lo que supuso un retroceso del 37,3 al 33,1 por ciento, aun-
que siguió siendo con diferencia el grupo parlamentario más numero-
so con 196 diputados. También el Centro y el SPD obtuvieron peores
resultados que en las pasadas elecciones. En comparación, el KPD, el
DNVP y partidos menores como el DVP registraron ascensos consi-
derables. Ahora ya no existía la posibilidad de que el NSDAP formara
mayoría con el Centro, con lo que el DNVP alcanzó su objetivo de
recuperar una posición clave.
Goebbels sabía que las consecuencias de la derrota serían serias, pues
el movimiento nacionalsocialista había perdido su aureola de marcha
imparable hacia el poder. Sin embargo, «no tenemos que hacernos repro-
ches por eso»,137 se decía.Ahí estaba por una parte el 13 de agosto, que, a
juicio de Goebbels, las masas aún no habían llegado a comprender; no
mencionó Potempa, al menos en la versión publicada de su diario.
Pero también estaba el «aprovechamiento sin escrúpulos que había hecho
la propaganda nacional-alemana de nuestros contactos con el Centro».138
Al hecho de que hubiera fracasado completamente la participación de
los nacionalsocialistas —por él iniciada— en la huelga del transporte
berlinés, a la que se prestó atención en todo el Reich y de la que espe-
raba una infiltración en el potencial electoral de los trabajadores, le dio
artificiosamente la vuelta. Apoyándose en una comparación con las elec-
ciones de 1919 y 1932, escribió en el Angriff. «Teniendo en cuenta las
cifras electorales más altas y que los votos marxistas sólo han permane-
cido igual, se ha producido en efecto una decisiva infiltración en el ban-
do marxista».139
Puesto que Hitler llamaba a la prosecución de la lucha,140 Goebbels
también volvió a mirar enseguida hacia adelante. En Munich, Hitler le
orientó sobre el rumbo a seguir. La «reacción» se quedará asombrada.
278 Goebbels

«Nosotros no hacemos nada a medias», 141 manifestó en su diario, ali-


viado por la tenacidad de su Führer. Por este Hitler, que al atardecer,
en el círculo íntimo, relató alguna desesperada situación de la guerra
mundial y finalmente dejó que leyera en alto una de sus cartas de cam-
paña; por un «hombre tan fabuloso», él también quería dar su vida.
Pese a la energía con que Goebbels pensaba reemprender la lucha,
tras regresar a Berlín pronto tuvo que darse cuenta con desencanto de
que el «despecho inicial» en el partido había dado paso a una «lángui -
da depresión». En todas partes surgían ahora la indignación, la disen -
sión y las discrepancias. «Así pasa siempre: tras la derrota sale a flote todo
lo peor, y hay que matarse semanas enteras trabajando contra eso». 142 A
ello se sumaba el estado cada vez más desconsolador de la caja del par-
tido, dado que el ingreso de donaciones remitió rápidamente. «Sólo rui-
na, deudas y obligaciones», se quejaba Goebbels. 143 Se trataba sobre todo
de deudas cambiarías de pequeños acreedores, proveedores, sastres,
pequeñas constructoras, que, mientras el partido progresaba y la toma
del poder parecía estar cada vez más cerca, contaban con recobrar su
dinero con intereses e intereses acumulados, y que ahora habían perdi-
do la paciencia. El Vossische Zeitung se burlaba de ello diciendo que sin
duda no era una casualidad que los miembros de las SA inundaran las
calles con el sonsonete de sus alcancías y que por ejemplo en el centro
de Berlín superaran con mucho el número del resto de mendigos. En
lugar de «para la colecta invernal del NSDAP» debería rezar «colecta
invernal para el NSDAP».144
En vista de la seria crisis del partido, Goebbels y Hitler acordaron
que todos los trabajos de organización y fomento internos tenían que
supeditarse «a la única misión de intensificar exteriormente nuestra pro-
paganda».145 Goebbels aguijoneaba sin cesar a los colaboradores y com-
pañeros del partido. El mismo se impuso la tarea adicional de escribir
todos los días un artículo contra el gabinete. «La gota de agua horada
la piedra. No es que se vea de inmediato el éxito de estos ataques, pero
a la larga no quedarán sin efecto», se decía, dándose ánimos. 146
Esos ánimos los iba a necesitar, pues Hitler y Goebbels tuvieron que
hacer frente al verdadero problema cuando, por la presión de Schlei-
¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra mundial... 279

cher, que desde el 13 de agosto se había apartado de «su» canciller, el


17 de noviembre de 1932 Papen presentó la dimisión de su gabinete,
aislado parlamentariamente, con el fin de dar a Hindenburg vía libre
para negociar con los líderes de los partidos. El resultado de las elec-
ciones había disminuido sustancialmente las probabilidades de éxito de
una cancillería de Hitler con respecto al 13 de agosto, no tanto porque
el NSDAP ya no pudiera formar mayoría con el Centro, con lo que asi-
mismo desaparecía la amenaza de una coalición, sino más bien porque
entre los adversarios del partido se generalizó la certeza de que el NSDAP
había dejado atrás su mejor momento.
El jefe de propaganda del Reich se dio cuenta con preocupación
de la discrepancia entre la esperanza y la posibilidad real, que necesa-
riamente desembocaría en una repetición del 13 de agosto con sus
devastadoras consecuencias psicológicas. En efecto, los adeptos del
partido creían que ahora Hindenburg nombraría a Hitler. Delante
del hotel Kaiserhof, desde donde el cabo de la guerra mundial inten-
taba hacer por segunda vez su «jugada para alcanzar el poder», la gen-
te se reunió en aquellos días de noviembre y prorrumpió en vivas a
Hitler, el futuro canciller, aunque después de dos encuentros entre
éste y el «viejo señor» los diálogos ya habían tocado fondo. Hinden-
burg había establecido la condición de que Hitler se buscara una mayo-
ría parlamentaria.
Aunque el secretario de Estado Meissner se esforzó extraordinaria-
mente por hacer atractiva a Hitler una mayoría de ese tipo, a partir de
la cual pudiera formarse una cancillería presidencial,147 éste —estimu-
lado por Goebbels, que defendía con perseverancia el «todo o nada»—
respondió a través de un memorándum que semejante «encargo era
irrealizable debido a su contradicción interna». Como consecuencia,
Hindenburg rechazó las exigencias de Hitler, repetidas en el memo-
rándum, aunque renombrados industriales y grandes terratenientes habí-
an intercedido en su favor. Temía con razón que un «gabinete presi-
dencial liderado por los nacionalsocialistas se convierta forzosamente
en una dictadura del partido, con todas sus consecuencias para la agu-
dización de las diferencias en el pueblo alemán: el señor presidente del
280 Goebbels

Reich no podría tolerar ante su juramento y su conciencia el haberlas


motivado».148
Ni las declaraciones de prensa de Goebbels ni el «imperturbable lla-
mamiento» de Hitler al partido pudieron finalmente hacer olvidar que
su nueva maniobra para conseguir el poder había fracasado inespera-
damente pronto. En modo alguno «se había evitado felizmente otro 13
de agosto», tal como Goebbels quería creer y hacer creer; y el partido
ya no estaba «firme e inquebrantable», pues tras el desastre de las elec-
ciones de noviembre se habían alzado las voces de aquellos que temían
que la continua oposición arruinara al movimiento nacionalsocialista.
Al frente de todas esas voces estaba la de su antagonista Gregor
Strasser.
Puesto que la prensa informaba cada vez con más frecuencia de la
disparidad de criterios dentro del partido, que poco a poco se iba agra-
vando y convirtiendo en disputa, Strasser, Goebbels, Frick, Góring y
Rohm reaccionaron con una declaración conjunta que se publicó el
25 de noviembre en el Vólkischer Beobachter y en la que tildaban tales
informes de «noticias tendenciosas sin fundamento», al tiempo que con-
firmaban que iban a «permanecer unidos en una diamantina lealtad al
Führer del movimiento».149 Sin embargo, esto alimentó las especula-
ciones contrarias, máxime cuando el mismo día se podía oír en el Minis-
terio de la Reichswehr que la actitud de Strasser con respecto a Hitler
sólo derivaba del espíritu de compañerismo. Se decía que Strasser esta-
ba dispuesto a reemplazarle personalmente.150
El 4 de diciembre, el día después de que Hindenburg nombrara al
general Von Schleicher canciller presidencial tras haberse impuesto a
Papen, Schleicher volvió a tomar contacto directo con Strasser para
ofrecerle el cargo de vicecanciller y el Ministerio de Trabajo. Detrás se
escondía el plan de Schleicher de dividir al NSDAP, para lograr una
tolerancia del gobierno por parte de todos los partidos a través de un
«eje sindical». Cuando Goebbels se enteró del encuentro de Strasser con
Schleicher, habló enseguida de la «peor traición al Führer y al partido»
e instigó a Hitler contra su representante, porque ahora creía poder ven-
cerlo definitivamente.151
¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra mundial... 281

Goebbels esperaba que la ruptura tuviera lugar en el congreso de


dirigentes celebrado en el hotel Kaiserhof el 5 de diciembre, durante
el cual Strasser intentó otra vez ganarse a Hitler para la causa de una
tolerancia con Schleicher, ya que éste amenazaba con nuevas eleccio-
nes. Pero en el momento actual unas elecciones serían funestas para el
partido, como demostró el resultado de las elecciones municipales turin-
genses, en las que el NSDAP había sufrido serias pérdidas en compara-
ción con las elecciones del 31 de julio. Por el contrario, Hitler hizo con-
siderar que la mera participación en el gobierno significaría la derrota
segura del «movimiento». No afloraron sin embargo los «más duros
enfrentamientos»,152 que más bien respondían a los deseos de Goeb-
bels. Hitler se esforzó para que la cuestión no se convirtiera en una
prueba de nervios y por conservar al mismo tiempo su margen de acción
político. Gracias a su superioridad retórica, frente a la disyuntiva entre
tolerancia o disolución del Parlamento y nuevas elecciones, supo mos-
trar una tercera vía que por el momento ayudó a evitar la ruptura. Hitler
propuso conceder a Schleicher un «plazo de circulación», establecien-
do como condiciones la amnistía, el «restablecimiento social», el dere-
cho a la legítima defensa, la libertad de manifestación y el aplazamiento
provisional del Parlamento.153
Él éxito que se le negó a Strasser tanto aquí como durante una reu-
nión del grupo parlamentario, en la que Hitler —de nuevo sin com-
prometerse definitivamente— lamentó el «afán de transigir» dentro del
partido, al final le hizo renunciar.Tras otra disputa con Hitler que Goeb-
bels avivó enérgicamente, en cuyo transcurso el Führer prohibió a
Strasser aceptar cualquier cargo en el gabinete de Schleicher y además
le incriminó «las sospechas más canallas», Gregor Strasser se dio por ven-
cido.154 Los «tétricos muchachos» del entorno más directo de Hitler, el
pérfido «diablo cojo» Goebbels, el «cerdo» Rohm y Góring, el «brutal
egoísta al que Alemania le trae sin cuidado» —así expresó su opinión
sobre ellos el patriota nacionalsocialista Strasser— estaban cerca de con-
seguir su objetivo.155
La mañana del 8 de diciembre, Gregor Strasser remitió a Hitler, que
residía en el hotel Kaiserhof, un escrito en el que declaraba no poder
282 Goebbels

compartir ya el rumbo político del partido, consistente en dejar que


Alemania se arrojara al caos y sólo después comenzar los trabajos cons-
tructivos nacionalsocialistas. Por ese motivo quería dimitir de sus car -
gos en el partido, renunciar a su escaño parlamentario y volver al movi-
miento como «soldado raso». 156 Así pues, Goebbels vio llegado el
momento en el que su oponente consumaba su «traición» públicamente.
A eso se ajustaba un artículo publicado el 9 de diciembre en el Tagliche
Rundschau [La revista diaria], un periódico cercano a Schleicher. En él
se exigía una reforma del NSDAP bajo el liderazgo de Strasser, en la
que debían participar todas las fuerzas del partido con voluntad cons-
tructiva. Como parte de la «conjuración» vio Goebbels también el hecho
de que al mismo tiempo otro de sus antiguos rivales, el programático
Feder, pidiera de repente su suspensión a Hitler, porque veía amenaza -
da la fuerza de choque del partido con la proyectada disolución del
departamento principal IV —dirigido por él— para la economía de la
«dirección del Reich» y del departamento de ingeniería técnica. 157
Mientras que Hitler aún temía, como especulaba erróneamente la
prensa liberal, que Strasser emprendiera ahora un «ataque general» y ame-
nazara, en caso de una división del movimiento, con romper las relacio-
nes en tres minutos, 158 Goebbels aprovechó la crisis para seguir dándose
importancia ante el Führer con una eficiente gestión de la crisis. En
total acuerdo con Hitler, el 8 de diciembre ya había declarado mediante
un comunicado de la oficina de prensa del Reich que Strasser se tomaba
con permiso del Führer tres semanas libres por motivos de enfer -
medad. «Todos los demás rumores e informaciones al respecto son falsos
y carecen de todo fundamento». En el Angriff Goebbels fue más claro.
Allí se podía leer que la excedencia de Strasser nunca podría impedir el
hecho de que el NSDAP prosiguiera su camino «con los objetivos cla -
ros y sin ninguna claudicación». El Führer no traicionaría el programa
que le había dado desde el principio ni ante el «marxismo» ni ante la
«reacción», aunque costara sillones ministeriales. 159
La superación de la crisis dependía decisivamente de hasta qué pun-
to se lograba comprometer con Hitler a los funcionarios del partido y,
sobre todo, a los potenciales partidarios de Strasser. Las condiciones no
¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra mundial... 283

eran malas, pues Strasser —tal como se averiguó entretanto— había


abandonado Berlín con rumbo a Italia para pasar allí unas vacaciones.
Esto hizo que se desplomara la teoría de la conspiración, difundida en
el entorno de Hitler principalmente por Goebbels. Así pues, la tarde
del 10 de diciembre de 1932, a Hitler le resultó fácil poner al partido
de su lado sin atacar directamente a Strasser, primero ante los jefes de
distrito e inspectores, después en la casa de Góring ante el grupo par-
lamentario.
Si, por el contrario, Goebbels manifestó que Hitler había hablado
«demoledoramente contra Strasser y aún más contra Feder» y se había
apuntado un gran éxito, fue porque se produjo de manera espontánea
una declaración de lealtad de la que Goebbels concluyó con demasia-
da precipitación: «Strasser está solo. ¡Es hombre muerto!».160 Tras seis
años de lucha, Goebbels creía haber «aniquilado» definitivamente a Gre-
gor Strasser, pues ya el 8 de diciembre Hitler había distribuido delante
de él el aparato de poder del jefe de organización del Reich. La cartera
de Educación Popular se desgajaría de la jefatura de organización del
Reich —que ahora Hitler quería asumir personalmente— y se trans-
feriría a Goebbels.161
Sin embargo, muy poco después Goebbels tuvo que comprobar que
las cosas no habían llegado ni mucho menos tan lejos como él había
sospechado. La costumbre de Hitler de tomar una última decisión sólo
cuando fuera inevitable y se impusiera por sí misma le había permiti-
do evitar una ruptura definitiva con Gregor Strasser. Así pues, Hitler se
distanció del artículo del Angriffy declaró en él el 12 de diciembre que
los comentarios reproducidos tres días antes sobre la suspensión de Gre-
gor Strasser no eran aprobados por él, ya que «cbntienen algunas obser-
vaciones carentes de delicadeza». Como consecuencia, Goebbels se apre-
suró a asegurar en el Angriff su subordinación a Hitler, subrayando como
tan a menudo lo había hecho que él no representaba ninguna direc-
ción particular dentro del partido. Para él había «una única dirección,
y ésa es la que determina el Führer».162
Aunque las opiniones dentro del partido, como Goebbels tenia
que reconocer, estaban «todavía divididas», Hitler logró superar la aguda
cri-
284 Goebbels

sis. Mucha importancia tuvo el hecho de que, por el momento, se pudie-


ran evitar nuevas elecciones parlamentarias, pues las esperanzas conti-
nuamente frustradas del año 1932 habían tenido un precio por lo que
respectaba al número de adeptos. A un ritmo vertiginoso le dieron la
espalda al partido, que al parecer estaba en quiebra. Esta tendencia se
vio favorecida por la situación política general. Gracias a los esfuerzos
del gobierno de Brüning, después de las reparaciones también se anu-
laron las restricciones militares establecidas en el Tratado de Versalles.
Asimismo, la crisis económica, que había hecho irrupción en Alema-
nia con la caída de la bolsa de Nueva York y cuyas consecuencias socia-
les habían contribuido a preparar el camino al nacionalsocialismo, pare-
cía haber dejado atrás su peor momento, si bien la cifra de desempleados
seguía tocando la barrera de los seis millones. La sensación de haber
pasado ya el momento más crítico, aunque no se hubiera abierto paso
entre los sectores más amplios de la población, era perceptible en los
editoriales de los grandes periódicos con motivo del cambio de año de
1932 a 1933. El Frankfurter Zeitung creía, poder constatar que «el vio-
lento ataque nacionalsocialista al Estado» se había rechazado.163
A las malas perspectivas de futuro del partido, que Goebbels con-
cebía como las últimas pruebas antes de subir al poder, se sumó a fina-
les de año la enfermedad de su esposa. Después de que el 23 de diciem-
bre de 1932 ambos volvieran a casa tras la celebración de Navidad del
distrito, la invadió un repentino malestar. El doctor al que llamaron, el
profesor Walter Stoeckel, la autoridad de esa época en materia de gine-
cología, ordenó su inmediato ingreso en la fundación Ida Simón, el
servicio privado de la clínica ginecológica universitaria, donde Mag-
da había dado a luz.164 La situación de Magda era grave, tal como explicó
el profesor Stoeckel a Goebbels el día de Nochebuena.165 La enorme
tensión de las últimas semanas y meses había dejado huella en la
mujer, que acababa de ser madre por segunda vez. Volvieron a aparecer
aquellos espasmos cardiacos a causa de los cuales ya tuvo que someterse
una vez a tratamiento médico tras la muerte repentina del hijo de
Quandt, Hellmuth, algunos años antes, aún durante su matrimonio
con éste.
¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra mundial... 285

Cuando parecía que le volvía a ir mejor, Goebbels, que había pasa-


do la Navidad con su hijastro Harald, viajó a Berchtesgaden para pasar
allí el fin de año en compañía de Hitler y de otros nacionalsocialistas
prominentes. Mientras que desde Berlín llegaban noticias de que su mujer
había vuelto a empeorar, allí se abrían para Hitler y su partido en vías
de descenso perspectivas que podrían cambiar su destino aparentemen-
te ineludible. El hecho era que Ley había llegado al Obersalzberg en
compañía de un «señor de Colonia» que transmitió a Hitler la noticia
de que Von Alvensleben y Von Papen querían entrevistarse con él.
El día de Año Nuevo, María, la hermana pequeña de Goebbels, que
se encontraba en Berlín, tuvo que hacer volver urgentemente a su her-
mano, pues el estado de salud de Magda había empeorado dramática-
mente.166 Así se le escapó a Goebbels que ya el 4 de enero —para enton-
ces Magda había pasado lo peor— tuvo lugar el encuentro acordado
en el Obersalzberg en casa del barón Kurt von Schróder, banquero de
Colonia y presidente del Herrenklub [Asociación de Caballeros] de la
ciudad catedralicia. Sólo al día siguiente se enteró de la «sensación»,
como calificó el acuerdo entre Von Papen y Hitler. Éste le informó por
extenso acerca de ello y Goebbels anotó en su diario: «Papen riguro-
samente en contra de Schleicher. Lo quiere derribar y quitar de en
medio. Todavía le escucha el viejo. Incluso vive con él. Se ha prepara-
do un acuerdo con nosotros. O bien la cancillería o bien ministerios
de poder. Defensa e Interior. Eso ya suena bien. Schleicher no tiene
ninguna orden de disolución.Va de mal en peor».167
Si Schleicher, sobre el que Goebbels ya había profetizado en diciem-
bre que fracasaría a causa de sus propias artimañas, iba «de mal en peor»,
era porque sus esfuerzos por encontrar una amplia base para su gabi-
nete habían sido infructuosos. Aunque seguía pugnando por conseguir
a Strasser y circulaban todo tipo de rumores al respecto, no había logra-
do poner de su parte a vastos sectores del NSDAP. La dirección del SPD
rechazaba «cualquier pacto», y también la lucha del general por los sin-
dicatos fracasó en esos días. Así, Schleicher perdió todo su crédito entre
los derechistas, desde cuyas filas ahora se intrigaba con más intensidad
contra su gabinete, aislado por los partidos políticos.
286 Goebbels

Con un determinante despliegue de fuerzas, al NSDAP le importa-


ba ahora dar la impresión de que había superado el bajón y de que aspi-
raba de manera imparable al poder. En la capital del Reich, además de
innovaciones organizativas, Goebbels efectuó cambios de personal. Así,
tal como había proyectado ya en diciembre del año anterior, sustituyó
a Lippert, que a su juicio se había vuelto demasiado cómodo, por Kamp-
mann como redactor jefe. De este modo, Goebbels había querido con-
fiar la jefatura de redacción a un activo propagandista berlinés, para que
también el A ngriff asumiera con más fuerza el liderazgo propagandísti-
co en esta «lucha final», recordaba más tarde Kampmann.168
Además de los numerosos grandes mítines y desfiles planeados para
enero de 1933, la muerte del joven hitleriano berlinés Walter Wagnitz
y del miembro de las SA Erich Sagasser vinieron muy a propósito, pues
las dos «víctimas sangrientas» ofrecían además a Goebbels la posibilidad
de movilizar al partido berlinés y de hacer constar su presencia en la
opinión pública. Según esto, las escenificaciones de Goebbels fueron
espectaculares. «Como a un príncipe» se debía enterrar a Wagnitz. El 6
de enero, en dimensiones hasta ahora casi desconocidas, el cortejo fúne-
bre, encabezado por él y otros «grandes del partido», marchó «entre
interminables multitudes», para terminar con un «espectáculo» de entie-
rro también ante «inmensas multitudes».169 Cuando Sagasser, que en
diciembre había sido apuñalado por un comunista en Moabit, sucum-
bió a sus heridas el 8 de enero, no iba a correr distinta suerte.170
En esta situación, las elecciones fijadas para el 15 de enero en el
minúsculo Estado de Lippe tuvieron una trascendental importancia psi-
cológica. A Goebbels le costó mucho trabajo reunir los fondos necesa-
rios. Pero concentró todas las energías en este pequeño land, con sólo
100.000 personas con derecho a voto, para dar lugar a un éxito de pres-
tigio que el NSDAP necesitaba urgentemente. El plan general que ela-
boró para esta campaña electoral —en el Angriff se vendió como un
«asalto»—m preveía la gran entrada en acción de todos los oradores
prominentes del partido. Él mismo habló diariamente durante los últi-
mos días antes de las elecciones en las ciudades y pueblos de Lippe.
Durante la «batalla por la tierra de Arminio», como calificó la campa-
¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra mundial... 287

ña electoral del lugar aludiendo a la importante victoria del Querusco,


Goebbels se reunió en algunas ocasiones con Hitler, quien le informa-
ba en cada caso sobre los últimos progresos.
Aunque Hindenburg se siguió resistiendo, después de que el 15 de
enero casi el 40 por ciento de los electores de Lippe votaran a los nacio-
nalsocialistas, éstos dieron un paso decisivo para la consecución de su
objetivo. Si bien seguían siendo menos votos de los que el NSDAP
había obtenido allí en las elecciones parlamentarias del 31 de julio de
1932, y con aproximadamente 40.000 votos sólo 6.000 más que los del
6 de noviembre de 1932, el efecto psicológico fue enorme. Muy segu-
ro de sí mismo escribió Goebbels en su periódico de lucha bajo el títu-
lo «¡Victoria de Hitler! El dictamen popular de Lippe», que «el movi-
miento nacionalsocialista ha superado el estancamiento al que le habían
forzado temporalmente las maniobras sin escrúpulos de gobiernos de
apariencia nacional, y ahora vuelve a la ofensiva en toda la línea. Aque-
llo que amplios sectores del electorado no pudieron entender en agos-
to, septiembre, octubre y noviembre del año pasado, eso lo empiezan a
comprender ahora paulatinamente: que el 13 de agosto y el 25 de
noviembre Hitler hizo bien en rechazar la responsabilidad si no se le
concedía al mismo tiempo la correspondiente plenitud de poderes».172
La satisfacción también parecía llegarle a Goebbels en el asunto de
Strasser, quien tras su regreso a la capital del Reich el 3 de enero había
provocado gran confusión: en los periódicos se leía incluso que era
inminente su nombramiento como vicecanciller. Lo cierto era que
Hitler había mantenido sin aclarar la relación con Strasser —quien espe-
raba una reconciliación con él— mientras se vio obligado a tener en
cuenta los ánimos dentro del partido. Cuando el resultado de las elec-
ciones confirmó la validez de la trayectoria de Hitler, abandonó defi-
nitivamente al viejo oponente de Goebbels durante una conferencia de
jefes de distrito celebrada en Weimar. Bajo la presidencia de Hess, pri-
mero se había debatido acaloradamente; nadie quería ya tener nada que
ver con las ideas políticas de Strasser. Después pronunció Hitler un dis-
curso de tres horas, que Goebbels comentó diciendo que ahora sí esta-
ba «decidida» la caída de Strasser.173 Esta vez no se iba a equivocar. El
288 Goebbels

jovial bajobávaro, querido mucho más allá de las fronteras del partido,
al que a menudo había envidiado y al que había temido en la lucha por
el favor de Hitler y de los compañeros berlineses, al que había apren-
dido a odiar porque sentía que le descubría el juego, este Gregor Stras-
ser, uno de los últimos triunfos de Schleicher en el partida por el poder,
fue expulsado así de la escena política.
La convicción de Goebbels de que las cosas se cumplían si les ponía
voluntad se vio igualmente confirmada porque, además de sus éxitos y
los de su partido, Magda también estaba recuperando fuerzas. Pese a la
campaña electoral, Hitler había preguntado por su salud casi diaria-
mente. El 19 de enero ambos le hicieron una visita en la clínica gine-
cológica universitaria, aprovechando también para dar una «clase polí-
tica» a los profesores.174 El profesor Stoeckel recuerda que la curva de
temperatura de Magda «bajó muy repentinamente» y que luego él excla-
mó espontáneamente a Hitler, que pasó a desempeñar el papel de sal-
vador: «Señor Hitler, si su presencia ante la cama de la enferma Alema-
nia tiene el mismo efecto que aquí, entonces Alemania sanará pronto».175
A esa ilusión sucumbieron también Von Papen, Hugenberg y Seld-
te, quienes discutían con Hitler y Góring la posibilidad de formar un
gobierno nacional con una importante participación de los nacional-
socialistas y de los nacionalistas alemanes, así como las personas que
compondrían ese gabinete. Como apoyo adicional estaba el aparato pro-
pagandístico de Goebbels, concentrado contra Schleicher. Para dejar
claro a todo el mundo que no se podría seguir adelante sin el NSDAP,
el 22 de enero —ese mismo día Hitler se reunió con Von Papen, Meiss-
ner y Oskar von Hindenburg para una entrevista en la que «allanó el
terreno»—176 puso en escena una gran manifestación con la que quería
al mismo tiempo provocar a los comunistas para que cometieran
actos de violencia. Una vez más quedarían como una amenaza para la
república.
En homenaje a Horst Wessel, ese día marcharon miles de nacional-
socialistas desde todos los puntos de la ciudad hasta la Bülowplatz, muy
cerca de la casa de Karl Liebknecht. Desde allí, una enorme comitiva
encabezada por Hitler, Goebbels, Rohm y otros líderes del NSDAP se
¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra mundial... 289

dirigió al cementerio de St. Nikolai, donde tres años antes habían ente-
rrado al jefe de la sección de asalto. Después de los redobles de tambo-
res, de los himnos y de la canción «del buen camarada», durante la cual
se bajaron las banderas, Hitler ensalzó la muerte de Wessel como un
sacrificio simbólico y descubrió una placa en su honor. El día conclu-
yó, como tantas otras veces, con un mitin en el palacio de deportes,
pero, para decepción de Goebbels, no se produjeron incidentes signifi-
cativos debido al enorme dispositivo policial.177
El 25 de enero el KPD «respondió» con una manifestación por las
calles de Berlín. El Rote Fahne habló de un «imponente desfile contra
el fascismo». Según éste fueron 130.000 personas las que vitorearon al
comité central y al camarada Thálmann.178 E incluso Friedrich Stamp-
fer, el redactor jefe del socialdemócrata Vorwárts, mostró simpatía a las
masas, pues reconocía «el odio mil veces justificado contra la clamoro-
sa injusticia de nuestra situación social», de la que hacía corresponsable
a Schleicher.179 En el aristocrático general canciller, el SPD veía un peli-
gro mucho mayor para la república que en el demagogo Hitler, del que
se seguía suponiendo que pronto se iría a pique.
Si el desfile del KPD había pretendido mostrar su resolución de
emprender una lucha armada, que en efecto muchas personas sentían
amenazadoramente cercana en vista de las revoluciones políticas que se
estaban abriendo paso, la tensión llegó a su punto culminante cuando
el 28 de enero Von Schleicher quiso disolver el Parlamento, Hinden-
burg no lo aceptó y el general presentó la dimisión conjunta de su gabi-
nete. Goebbels, que ya se había enterado el día anterior por Alvensle-
ben de la inminente renuncia de Schleicher, se quedó sorprendido de
la celeridad con que se había producido el hecho. Regresó inmediata-
mente de Rostock, donde había hablado ante estudiantes, a Berlín, pero
siguió siendo escéptico con respecto a la «banda de impostores», como
calificaba al entorno del «alevoso» e «imprevisible» Hindenburg, y tenía
razones para no hacerse ilusiones.180
Lo cierto era que, para entonces, la resistencia de Hindenburg con-
tra la cancillería de Hitler ya se había quebrado. Por qué razón el ancia-
no mariscal de campo —aún el 26 de enero había afirmado en un reci-
290 Goebbels

bimiento del jefe del Alto Mando militar, el general barón Von Ham-
merstein-Equord: «No me creerán capaces, señorías, de nombrar a ese
cabo austriaco canciller del Reich»—181 cedió finalmente a los ruegos
de sus apuntadores conservadores, no se ha explicado nunca claramen-
te. ¿Era ésta la disposición del presidente del Reich, de ochenta y seis
años de edad, del que se decía que a veces ya no podía seguir las cosas,
o había otras razones para su cambio de opinión?
En ese momento, el crédito y la posición del presidente del Reich
se veían seriamente amenazados: por una parte, un pariente estaba
implicado en el «escándalo de la ayuda oriental», muy discutido en la
comisión presupuestaria y en la opinión pública; por otra parte, se
hablaba de un turbio asunto fiscal de Hindenburg, porque aún en vida
había transferido su finca de Neudeck, adquirida con dinero donado,
a su hijo Oskar, lo que era legal en sentido jurídico, pero no parecía
compatible con la imagen de su inviolable honradez. El presidente del
Reich temía que de todo ello surgieran comisiones de investigación,
que habrían podido desembocar en un proceso de destitución plebis-
citario incoado con una mayoría de dos tercios o en una demanda ante
el tribunal del Estado basada en el cargo de haber vulnerado la Cons-
titución.182
Si los nacionalsocialistas ejercieron presión sobre Hindenburg, no
debió de ser cosa de Goebbels —aunque decía tener en sus manos
«material aplastante contra Hindenburg»—183 sino de aquellos que ha-
bían negociado con la camarilla conservadora. Éstos eran el presidente
del Parlamento, Góring, al que miraba con escepticismo como com-
petidor y burgués, y sobre todo el propio Hitler, quien el 18 de enero
se había reunido en un segundo encuentro infructuoso con Von Papen
en la casa del hombre de negocios Joachim von Ribbentrop, situada en
el barrio Dahlem de Berlín. A este encuentro le siguió el del 22 de ene-
ro. En él Hitler habló también a solas con el hijo del presidente del
Reich, que como consecuencia reconsideró su actitud negativa con res-
pecto al apremiante aspirante al poder. Nunca quedó claro si Hitler sólo
se sirvió de su sugestiva elocuencia o si ejerció también otro tipo de
Presión.
¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra mundial... 291

En el bando conservador, además de su hijo Oskar y de Franz von


Papen, también contribuyó a materializar la decisión del presidente del
Reich el hombre que ya en 1930, junto con el abogado de Goebbels,
Von der Goltz, había hecho posible el misterioso cambio del presidente
del Reich en la causa penal contra el jefe de propaganda: el secretario
de Estado Meissner.Tras la subida al poder, la «eminencia gris», que
entraría en el NSDAP en 1934 y seguiría el camino de Hitler durante
largos años en posición destacada, reivindicaría para sí el haber inter-
venido de manera decisiva en su ascenso al poder.185
Goebbels, informado sobre el último estado de cosas por Hitler,
quien en aquellos días solía estar en la Reichskanzlerplatz, volvió a de-
sempeñar más bien el papel de mero espectador también en esta fase
de la subida al poder, cuando circulaba el rumor de que Schleicher y
el jefe del Alto Mando militar, el barón Von Hammerstein-Equord, pla-
neaban un golpe de Estado. La tarde del 29 de enero de 1933 se pre-
sentó en la casa goebbeliana Von Alvensleben e informó sobre los pla-
nes del golpe. Puesto que Hindenburg iba a instaurar un gabinete
minoritario de Papen, pero la Reichswehr no estaba dispuesta a con-
sentirlo, se iba a llevar a Hindenburg a Neudeck y a detener a su hijo
Oskar. El jefe de propaganda del Reich «puso al corriente» de inme-
diato a Hitler y a Góring, que esperaban en la sala contigua. 186 Para
Hitler se planteaba ahora la pregunta —siempre que la información
fuera cierta— de qué perseguía Schleicher con un golpe de Estado. Por
una parte, la Reichswehr estaba a favor de una integración del NSDAP,
porque temía una guerra civil en caso de un gobierno de Papen-Hugen-
berg;por otra parte, Schleicher era contrario a la cancillería de Hitler.187
Mientras que Goebbels vio confirmados sus resentimientos contra
toda la «chusma reaccionaria», Hitler vislumbró la oportunidad de ejer-
cer presión a sus compañeros aristocráticos. «Muy furioso», con un audaz
gesto demagógico, Hitler no sólo dio al instante la voz de alarma a las
SA berlinesas, sino que, anticipándose patéticamente al esperado poder,
dispuso que se prepararan para ocupar la Wilhelmstrasse seis batallones
de policía que ni siquiera existían. Al mismo tiempo, por orden suya,
Góring informó a Meissner y a Von Papen. Estos aprovecharon ense-
292 Goebbels

guida el fantasma de un inminente golpe militar para acelerar las cosas.


De hecho, Von Papen se veía a punto de culminar una obra maestra
política: haberse vengado de Schleicher y llevar a Hitler a la responsa-
bilidad gubernamental sin entregarle el Estado, pues el Führer no se
convertiría en canciller de un gabinete presidencial, sino que debía
gobernar con una mayoría parlamentaria. El «jinete» creía poder inte-
grar y domar a Hitler en colaboración con Hindenburg. A quienes lo
amonestaban les objetaba con arrogancia: «Se equivocan, nos lo hemos
ganado».188
Goebbels esperaba con numerosos compañeros del partido en el
hotel Kaiserhof cuando, el 30 de enero de 1933, poco antes de la diez
de la mañana, Von Papen acompañó a los miembros del proyectado
gobierno a través de los jardines nevados de los ministerios hasta la pre-
sencia del presidente del Reich. Allí estaban, además de Hitler, el futu-
ro canciller del Reich, también Góring, que recibiría un Ministerio del
Aire de nueva creación (en principio todavía sin cartera), así como el
cargo de consejero de Interior prusiano, y Frick, a quien estaba asigna-
do el Ministerio de Interior del Reich. Una cartera para Goebbels sólo
habría supuesto un obstáculo en las negociaciones con los conserva-
dores. Hitler nunca le había dicho esto abiertamente a su jefe de pro-
paganda del Reich, sino que el día anterior le había declarado «solem-
nemente» que tenía asegurado su ministerio. Hasta las inmediatas nuevas
elecciones, que se impusieron contra la resistencia de Hugenberg en la
antesala de Hindenburg, por así decir en el último minuto, le reserva-
ría su puesto un «testaferro».189
Goebbels había manifestado que eso le bastaba por el momento.
Quería dedicarse por entero a la decisiva campaña electoral,190 que ahora
se realizaría con la ventaja electoral del canciller y con el aparato estatal.
Sin embargo, el hecho de quedar postergado le decepcionó. Sólo
después de que su Führer, con un marcado sentido del patetismo, se
bajara del coche delante del hotel Kaiserhof, de que entrara en él a tra-
vés de un pasillo de gente y detrás de Góring, que marchaba delante
pregonando la noticia, sólo después de que Hitler caminara en silencio
entre sus partidarios y de que se le llenaran los ojos de lágrimas, su
¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra mundial... 293

decepción dio paso a la alegría de que el hombre en quien había empe-


zado a creer años antes, al que finalmente idolatró, se hubiera conver-
tido en canciller.
Como en un sueño —así le pareció después— volaron las horas de
ese día de la «gran decisión», del «cambio histórico», en definitiva, del
«gran milagro».Viajó a la oficina del distrito y anunció allí la «novedad
de las cosas», coordinó, organizó, se reunió entre medias con un «gran-
dísimo» Hitler y luego visitó con el jefe de la prensa extranjera, Hanfs-
taengl, a su entusiasmada mujer Magda, cuya próxima salida del hospi-
tal ofrecía otro motivo de alegría. Al atardecer, Goebbels permaneció
en el hotel Kaiserhof esperando con algunos otros el gran desfile de
antorchas con el que debía terminar el día. Poco después, casi intermi-
nables columnas marchaban a través de la Puerta de Brandeburgo y
delante de la cancillería, bajo la luz flameante, entre los acordes de la
canción de Horst Wessel continuamente entonada, muchos con la creen-
cia de estar en camino hacia un mundo mejor. En una ventana de la
cancillería estaba el anciano mariscal con la vista clavada en las forma-
ciones que pasaban delante de él. Un par de ventanas más allá, aquél a
quien parecía pertenecer el futuro; detrás de él, en penumbra —ade-
más de Góring y Hess—, aparecía de vez en cuando Goebbels, que
había venido momentáneamente a la cancillería como principal orga-
nizador del espectáculo destinado a engrandecer el acontecimiento.
Goebbels quiso ver en él la marcha triunfal de su fanática fe, la vic-
toria de su voluntad, pues, desde su perspectiva, la fe en «el milagro de lo
imposible» —con estas palabras había parafraseado en 1926 la esencia
del nacionalsocialismo— se había hecho realidad justo en el décimo
aniversario de la muerte de su amigo Flisges. ¿Qué razón habría podido
predecir semejante futuro al pobre lisiado de la Dahlener Strasse de
Rlieydt, que gritaba pidiendo su salvación, o al fracasado cabo de la gue-
rra mundial con su grotesca conducta proselitista? «¿No es como un
milagro —preguntaría después Goebbels— que un simple cabo de la
guerra mundial haya relevado a las casas de los Hohenzollern y de los
Habsburgo?».191 Lo que a él le podía parecer un «gran milagro» más bien el
efecto de fuerzas históricas y políticas, así como la particu-
294 Goebbels

lar constelación de protagonistas que había nacido de ellas y que llevó


—en modo alguno de manera espontánea— a este 30 de enero de 1933.
Como si ahora la discordia y la lucha de los años pasados hubieran
terminado, como si ya sólo hubiera un único pueblo —exactamente
como él se lo había imaginado en sus visiones de una comunidad popu-
lar—, así hizo Goebbels celebrar el acontecimiento, que fue transmiti-
do a las regiones alemanas por todas las emisoras del Reich, con la úni-
ca negativa de las estaciones de Stuttgart y Munich. En una emisión
que obligó a hacer siguiendo las instrucciones del nuevo ministro de
Interior del Reich, Frick, y pese a la protesta de los responsables, pro-
siguió su artificio propagandístico después del discurso de Góring, dejan-
do intervenir a los compañeros del partido como «ciudadanos» de todos
los sectores de la población. Ninguno de ellos era realmente el que pre-
tendía ser: ni siquiera Albert Tonak, el antiguo combatiente del Frente
Rojo, que tras la batalla en los salones Pharus de Wedding se había pasa-
do a las SA y poco después conducía el coche del jefe de distrito. Las
últimas palabras de la transmisión le salieron a Goebbels del alma: «Es
conmovedor para mí ver cómo en esta ciudad en la que comenzamos
hace seis años con un puñado de personas, cómo en esta ciudad se levan-
ta realmente todo el pueblo, cómo abajo pasan desfilando las personas,
trabajadores y burgueses, campesinos, estudiantes y soldados, una gran
comunidad del pueblo en la que ya no se pregunta si uno es burgués o
proletario, católico o protestante, sino que sólo se pregunta: ¿Qué eres,
adonde perteneces y en qué te declaras partidario de tu país? Eso es
para nosotros, los nacionalsocialistas, la mayor satisfacción de este día.
En nuestra opinión la lucha no se acaba aquí, sino que mañana tem-
prano comenzaremos a trabajar y a la luchar de nuevo.Tenemos el ple-
no convencimiento de que llegará un día en que no sólo se levantará
el movimiento nacionalsocialista, sino todo un pueblo, en que todo un
pueblo recordará sus valores primitivos y emprenderá la marcha hacia
un nuevo futuro. Por el trabajo y por el pan, por la libertad y el honor
tenemos que luchar, y esta lucha la llevaremos hasta el final, y creemos
que será bendición y prosperidad para la nación alemana (...). Se pue-
de decir con sobrada razón: Alemania se está despertando».193
¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra mundial... 295

Lo cierto era que esta Alemania estaba dividida en dos bandos, como
demostraron los acontecimientos que tuvieron lugar en esa «noche del
gran milagro». El jefe de la temida «sección sanguinaria 33», Maikows-
ki, que «esa misma tarde había pasado desfilando delante del Führer con
la cabeza alta», y un agente de policía fueron muertos a tiros. 194 Con la
exaltación del triunfo, Maikowski entró con sus hombres en la calle
Wallstrasse de Charlottenburg, un baluarte del KPD. Allí se encontra-
ron con miembros de la Liga Roja de Combatientes que se habían reu-
nido rápidamente y con el escuadrón de protección que llevaba el nom-
bre del revolucionario de izquierdas sajón-tur ingense Max Holz. En la
confusión de la pelea, que se entabló pronto, se lanzaron los letales tiros
de revólver. Quién los disparó, nunca pudo ser aclarado.195
Puesto que tenían el poder en las manos, Goebbels vio en la muerte
del jefe de sección y del agente de policía la ocasión adecuada para
justificar propagandísticamente y llevar a efecto la ya de todos modos
inminente «erradicación» de la «peste» comunista. Con sus radicales pre-
tensiones, con las que quería hacer cesar el miedo de las SA al «caci-
quismo» del partido y contentar a las secciones de asalto, que exigían
un cambio revolucionario, despertó rechazo en un principio. Hitler,
con quien se reunió en la mañana del 31 de enero en el hotel Kaiser-
hof, quería conservar la apariencia de legalidad. Por el momento había
que prescindir de «contramedidas directas». «La tentativa revoluciona-
ria bolchevique tiene primero que recrudecerse», explicó Hitler al
decepcionado Goebbels.196
En realidad, en el KPD no sólo se propagaron la huelga y finalmente
la huelga general, sino que circulaban también noticias según las cua-
les era inminente el levantamiento armado como respuesta a la canci-
llería de Hitler. Ni la mayoría de los comunistas alemanes ni los parti-
darios y la dirección del NSDAP contaban con que la dirección del
KPD siguiera finalmente las órdenes del Komintern, que saboteó por
todos los medios los esfuerzos dentro del partido por una gran «alian-
za antifascista» con el SPD y que, por tanto, dejaría seguir su curso al
proceso de unificación pardo, del que no se esperaba sin embargo tanta
contundencia y celeridad.197
296 Goebbels

Los sangrientos enfrentamientos que se repetían entre las SA y la


Liga Roja de Combatientes en el Frente, que se interpretaban como
indicios seguros de una revuelta comunista, hicieron que a Hitler le
pareciera indicado reprimir paso a paso y de manera «legal» esta supues-
ta amenaza. Tras entrevistarse con Góring, éste, en calidad de interino
como consejero de Interior prusiano, ordenó el 2 de febrero prohibir
todas las manifestaciones del KPD y de sus organizaciones paralelas en
toda Prusia; al mismo tiempo se practicaron registros en las oficinas cen-
trales del KPD. En la berlinesa casa de Karl Liebknecht se confiscaron
«impresos ilegales», tal como informó el Vossische Zeitung.198
Entretanto, Goebbels se dedicaba por completo a las próximas elec-
ciones, de las que Hitler pensaba que serían las últimas de una manera
u otra.199 De las medidas de su adversario Góring contra el KPD apenas
se preocupó. De otro modo actuó cuando el 4 de febrero Hitler hizo
que se publicara un decreto ley «para la protección del pueblo alemán»,
que autorizaba al gobierno a prohibir huelgas en empresas importantes,
así como asambleas y manifestaciones cuando «se tema un peligro
directo para el orden público». Poco después, Goebbels explicó
maliciosamente a la «prensa judía» que los decretos ley eran el «manual
de comportamiento de la política».200 Con ellos se tenía una base jurídica
para eliminar los periódicos de la oposición de izquierdas por medio de
prohibiciones y, por tanto, hacer más eficiente la propia propaganda del
«renacimiento nacional» del pueblo alemán.
Aunque Goebbels continuaba hablando sin trabas a favor de la pró-
xima «erradicación» del «marxismo», el objetivo marcado por Hitler
seguía consistiendo en simular la «legalidad» de su actuación. Así pues,
los oradores del NSDAP tenían que llamar la atención sobre el hecho
de que el nuevo gobierno debía su nombramiento a la confianza de
Hindenburg. Es más, si los oradores electorales que hacía poco le ha-
bían atacado refiriéndose a él como un «debilucho senil e inepto», como
el hombre que había perdido la guerra, ahora ensalzaban a Hindenburg
como una «destacada figura heroica», como el «venerable e infatigable
fideicomisario del pueblo alemán» y el «mariscal del invicto ejército
alemán», era porque su nombre debía avalar (realmente siendo utiliza-
¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra mundial... 297

do) la política nacionalsocialista «comprometida con el bien de la


patria».201
A los alemanes se les machacaba ahora con que sólo el movimiento
nacionalsocialista y su Führer podían aún salvar a la nación del «ene-
migo público judeo-marxista», que había hecho que se tambalearan
seriamente sus bases y la había expuesto a la ruina. Las exequias por los
fallecidos en la noche del 31 de enero ofrecían una buena oportunidad
para ello, pues Goebbels era el más entendido en memorables esce -
narios fúnebres. Como si de un símbolo se tratara, hizo que en la cate -
dral de Berlín se colocaran uno al lado del otro los ataúdes del jefe de
sección y del agente de policía, flanqueados por las guardias de honor
de sus camaradas; delante, reunidos en la misma armonía, los notables
pardos y no pardos, entre los que se encontraban también el canciller
del Reich y su jefe de propaganda. 202
A instancias de Goebbels, la emisora berlinesa Funkstunde envió a
uno de sus reporteros más populares, Fritz Otto Busch, para que infor -
mara a los radioyentes de todo el Reich sobre la marcha del cortejo
fúnebre al «son admonitorio» de las campanas de la catedral. Apenas
cabía imaginar un adoctrinamiento más sutil y efectista: Busch habla -
ba con sumo patetismo del gran rey Federico, «al que en este instante
veía descender en persona de su caballo del monumento situado en
Unter den Linden y acercarse al ataúd de Maikowski para agradecer al
difunto su cumplimiento del deber». Después, desde el cementerio de
los Inválidos, las ondas del éter transmitieron a todo el país el sermón
del sacerdote y las «apasionadas palabras de nuestro jefe de distrito», ya
tan a menudo pronunciadas, sobre el «sacrificio, la muerte y la salva-
ción».203
Después de todo, en esta campaña electoral Goebbels utilizó la radio
por primera vez de manera masiva, aunque, dado el reparto de funcio -
nes dirigentes determinado por la política de partidos, el NSDAP tenía
que mostrarse por el momento comprometido con la coalición guber -
namental. Por eso, en un principio los nacionalsocialistas permanecie-
ron en segundo término, pese a ser generalmente los «directores de la
emisión», es decir, los directores del programa, en las posiciones políti-
298 Goebbels

cas recién creadas. Aunque a principios de febrero Goebbels había anun-


ciado en el hotel Kaiserhof con enérgicas palabras la rápida eliminación
de los «viejos caciques del sistema» en la radio, «y hasta el 5 de marzo
en una medida que no pueda hacer peligrar el remate de nuestra cam -
paña electoral»,204 en el fondo tenía claro que la verdadera «reforma de
la radio» sólo podría tener lugar «después del 5 de marzo». 205
Sin embargo, en estas semanas de campaña electoral apenas pasó un
día sin que todas las emisoras difundieran al menos un discurso electo-
ral, que la mayoría de las veces ocupaba todo el programa de la tarde.
Eugen Hadamovsky, que había sido nombrado por Goebbels en 1931
primer observador radiofónico del NSDAP para el distrito, que luego
lideró la Federación del Reich de radioyentes alemanes y que en 1932
entró en la jefatura de propaganda del Reich, organizaba las retrans -
misiones de los mítines de Hitler, sobre los que constató: «Empezamos
en la radio con una fantástica oleada de influencia política, agitación y
propaganda en todas sus formas. Desde el 10 de febrero hasta el 4 de
marzo, casi todas las tardes se emitieron discursos del canciller del Reich
a través de algunas o todas las emisoras alemanas (...). Era necesario
semejante fuego nutrido en masa para hacer que todo el pueblo agu-
zara los oídos y dirigiera su atención al nuevo gobierno de Hitler». 206
Así, Hitler sólo pronunciaba sus discursos electorales en las ciudades
que tenían una emisora de radio. 207 Las retransmisiones debían reali-
zarse «en medio del pueblo», para proporcionar a los oyentes una ima-
gen plástica de lo que ocurría en las asambleas nacionalsocialistas, una
imagen de esa pseudo-religiosidad enfática, adornada de patetismo, pero
que sin embargo, o precisamente por eso, tocaba los sentimientos de las
masas, una religiosidad que culminaba en el «amén» con que Hitler ter-
minaba sus discursos.
Goebbels siempre introducía con un reportaje los discursos de Hitler,
que se retransmitían por la radio y se recibían en todo el Reich. El
Frankfurter Zeitung comentó la intervención del jefe de propaganda del
Reich en el palacio de deportes berlinés, la «gran tribuna del nacio -
nalsocialismo»:208 se presentaba primero «como el superlativo nato: fas-
cinante, único; una expectación febril, una expectación que crece febril-
¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra mundial... 299

mente; las multitudes se apelotonan, todo es una masa humana en la


que ya no se reconoce a los individuos».209 Sólo después hablaba Hitler e
intensificaba lo que ya no parecía poder intensificarse, hasta que las
masas entraban en un «delirio sin sentido», 210 como observaba Goeb-
bels con satisfacción.
Esas intervenciones radiofónicas alimentaban los rumores de que
Goebbels, que hasta ahora se había quedado con las manos vacías en el
reparto de poderes, iba a recibir el cargo de comisario político de la
radio a nivel del Reich. 211 Esto agravó el sentimiento que ya le carco-
mía de verse postergado y aumentó su notoria desconfianza. La «reac -
ción» dictaba que se le «aplastara» contra la pared y se pretendía arrin -
conarlo —se lamentaba— y Hitler apenas le ayudaba. 212 Su ambiciosa
mujer, que estaba «muy triste» y lloraba de impaciencia porque él no
prosperaba, reforzaba sus recelos. 213 Cuando Rust se convirtió en con-
sejero de Cultura de Prusia y Walther Funk, el antiguo redactor jefe del
periódico financiero líder en Berlín, el Bertiner Borsenzeitung [Periódico
Bursátil Berlinés], en secretario de Estado para prensa y propaganda,
Goebbels fue presa de una paralizante depresión. 214 Pasó «horas amar-
gas», se sentía «abandonado por todos» y «casi cansado de vivir». 215
Preocupaciones adicionales le daba la mala situación financiera del
partido, que cuestionaba el despliegue sin trabas de la propaganda. «Ni
Cristo» se preocupaba por la cuestión económica. En Munich eran
demasiado optimistas por lo que respectaba a las elecciones, se lamen-
taba Goebbels, entre otras cosas porque ahora no se le concedía la aten-
ción que él consideraba oportuna. Cuando el 13 de febrero Hanke le
comunicó que no cabía contar con ningún fondo para la campaña elec -
toral, anotó furioso en su diario que en ese caso el «gordo Góring debe-
ría renunciar por una vez a algo de caviar». 216
Góring, tachado de «reaccionario» por el cada vez más descontento
Goebbels, entre otras cosas debido al dispendioso estilo de vida de aquél,
había monopolizado ya la iniciativa en Prusia. Después de disolver el
Parlamento regional prusiano el 4 de febrero, introdujo solapadamen -
te un sinnúmero de los denominados «comisarios honoríficos» en la
consejería de Interior prusiana, que se instalaron allí y decretaron des-
300 Goebbels

pidos y modificaciones en un importante cambio de personal. Goring


dedicó especial atención a las jefaturas de policía, que en poco tiempo
cubrió en gran parte con jefes de las SA. Para aliviar la carga de los poli-
cías numerarios, el 22 de febrero ordenó la formación de un cuerpo
auxiliar de policía de unos 50.000 hombres, sobre todo de las SA y de
las SS, haciendo que se derrumbara abiertamente la ficción de la neu-
tralidad policial al favorecer el predominio de los vinculados al parti-
do. «Mis medidas», así decía la argumentación de Goring, quien creó la
comisaría regional de policía secreta prusiana, de la cual nació la ofici-
na central de seguridad del Reich, «no sufrirán menoscabo por medio
de ninguna objeción jurídica».217
El 24 de febrero, el día después de que el KPD celebrara un gran
mitin en el palacio de deportes berlinés, Goring hizo ocupar la casa de
Karl Liebknecht y cerrarla «hasta nuevo aviso». Esto último fue justifi-
cado por la oficina de prensa oficial después de la acción alegando que
se había confiscado una serie de octavillas del KPD «que exhortaban a
actividades de alta traición o actos de violencia». 218 El 25 de febrero,
cuando el jefe de la policía política nombrado por Goring, Rudolf Diels,
emprendió el trabajo en la casa de Karl Liebknecht «con toda su ener-
gía», la oficina presentó el sorprendente comunicado de que en habi-
taciones subterráneas se habían encontrado «muchos cientos de quin-
tales de material de alta traición». En los impresos se llamaba a la
«subversión armada, a la revolución sangrienta». «Escritos sobre la revo-
lución rusa sirven de aleccionamiento e instrucción para los jefes de los
escuadrones comunistas. Se indica cómo nada más empezar la revolu-
ción se debe detener y fusilar a ciudadanos que gozan de crédito en
todas partes (...). Ninguna habitación ni ningún impreso quedará sin
un minucioso examen», se decía en la declaración, que se cerraba con
la advertencia de que se necesitaría un trabajo de semanas, advertencia
que bloqueaba cualquier demanda de información.219
Mientras que en la edición nocturna del 24 de febrero el Vossische
Zeitung informaba en primera plana sobre la ocupación y el cierre de
la central del partido, así como por extenso en la edición matutina del
26 de febrero sobre los «hallazgos» en las «bóvedas secretas», el perió-
¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra mundial... 301

dico de lucha de Goebbels se limitó a una información inusitadamente


breve. Sobre el golpe de Góring se podían leer sólo nueve líneas en el
Angriff del 24 de febrero, en la edición del día siguiente una sola frase y
en el número del 27 de febrero un comunicado. No se mencionaban
siquiera los impresos que llamaban a la subversión armada o a la
revolución. Sólo se notificaba que se había incautado «material de alta
traición».
Sin duda para mostrar que no necesitaba a Góring, en Berlín Goeb-
bels se concentró de lleno en su gran campaña propagandística para el
«día de la nación que resucita», el 4 de marzo. Para entonces ya habían
remitido sus depresiones. Durante un viaje en el marco de la campaña
electoral, Hitler le había comunicado en Essen que ahora el vicecanci-
ller Von Papen estaba de acuerdo con crear un nuevo ministerio para
él. Por fin volvió a estar totalmente animado cuando una donación
millonada para la campaña electoral por parte de líderes industriales 220
cambió de repente las condiciones para la propaganda. Ahora creía poder
demostrar a sus adversarios «qué se puede hacer con el aparato estatal
cuando se sabe utilizarlo».221
La tarde del 27 de febrero de 1933 fijó detalladamente con algunos
colaboradores y jefes de las SA la campaña propagandística para el «día
de la nación que resucita» y dio las instrucciones necesarias a la propia
prensa. En todas las partes del Reich debía haber desfiles de las SA. Al
atardecer estaban reunidos en la casa goebbeliana de la Reichskanzler-
platz Hitler y algunos otros líderes del partido, cuando el jefe de pren-
sa extranjera del NSDAP, Hanfstaengl, igualmente invitado pero que se
había quedado en casa por un resfriado, llamó por teléfono y pidió «sin
aliento» hablar con el Führer. Cuando Goebbels preguntó qué pasaba
y se ofreció para comunicárselo a Hitler, Hanfstaengl perdió la pacien-
cia: «Dígale que el Reichstag se está quemando». «Hanfstaengl, ¿estás de
broma?», respondió Goebbels brevemente. «Si me cree capaz de algo
así, venga aquí y véalo con sus propios ojos», contestó Hanfstaengl y
colgó. El jefe de la prensa extranjera recordó haber informado después
a dos periodistas. «Apenas había colgado el teléfono cuando volvió a
sonar. Era Goebbels otra vez: "He hablado con el Führer; quiere saber
302 Goebbels

qué es realmente lo que pasa. ¡Basta de bromas!'.Yo me enfadé:"Hagan


el favor de venir ustedes mismos y cerciórense de si digo disparates o
no.Todo el edificio está en llamas"». 222
En un principio, Hanfstaengl estaba convencido de que Goebbels se
había quedado sorprendido por la noticia, como escribió después de la
Segunda Guerra Mundial: «El pequeño doctor era, como es sabido, un
perfecto embustero, pero si alguna vez una voz denotó de verdad enfa -
do y recelo, ése era su caso aquella tarde». 223 Hay muchas pruebas a favor
de esta primera impresión (que pronto Hanfstaengl revisó bajo el efec-
to que le produjo la lectura de los periódicos extranjeros), pues Goeb-
bels creía no necesitar ese señuelo para movilizar a «los últimos» para
la causa del nacionalsocialismo, desde que contaba con suficientes recur-
sos económicos. Con esos fondos y con la ayuda del aparato estatal aho-
ra disponible, estaba convencido de llevar a la victoria al NSDAP en las
elecciones parlamentarias del 5 de marzo y de este modo mejorar su
autoestima, dañada desde hacía semanas.
Este éxito que esperaba con seguridad debía ser exclusivamente suyo.
Un incendio provocado por él no encajaba en sus cálculos, pues para
su realización habría sido precisa una estrecha colaboración con Goring,
que para entonces ya dominaba en Prusia y al que miraba con malos
ojos.224 Si, con todo, Goebbels hubiera organizado esa acción con él,
no habría tratado tan marginalmente en su periódico de lucha los regis-
tros de las centrales del partido comunista promovidos por Goring, con
fabulosos «resultados» para la propaganda. Precisamente en esos «resul-
tados» se apoyaría Góring después del 27 de febrero cuando culpó a los
comunistas de haber incendiado el Reichstag. 225
La autoría del incendio del Reichstag —en el caso de que hubiera
que atribuírsela a los nacionalsocialistas— 226 respondía indudablemente
más de cerca al carácter del «hombre de acción» Góring, del que
Hitler había dicho en una ocasión que era «un hombre de hierro, sin
escrúpulos». Si primero los comunistas y enseguida también otros adver-
sarios del nacionalsocialismo vieron en Goebbels al iniciador, fue sobre
todo porque el infierno nocturno de aquel 27 de febrero parecía enca -
jar perfectamente en el cliché del «diablo cojo», la encarnación del mal
¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra mundial... 303

por antonomasia. Más probable es que, de manera análoga a los acon-


tecimientos que precedieron al 30 de enero, las cosas pasaran a toda pri-
sa por delante de Goebbels y que él sólo se enterara de ellas a poste-
* 227
non.
Eso mismo induce a suponer el comportamiento posterior de Goeb-
bels, después de que recibiera la llamada de Hanfstaengl y se asegurara
volviéndolo a llamar. En compañía de Hitler bajó a cien kilómetros por
hora la avenida Charlottenburger Chaussee. Poco antes de las diez y
media llegaron ambos al Reichstag, desde cuya «destacada cúpula» su-
bían al frío cielo nocturno llamas y un negro humo. Los cordones poli-
ciales detuvieron el coche. Cuando los agentes reconocieron a Hitler,
se abrió el cordón. A través de la puerta 2, a través de filas de oficiales
de policía y de bomberos, a través de mangueras de agua entraron en
el edificio.228 Al igual que poco después el vicecancillerVon Papen, que
también acudió corriendo, encontraron en el interior a un solícito
Góring, por quien pronto supieron que había sido detenido un incen-
diario comunista en el salón del pleno del Parlamento.
Era un hombre robusto, desconcertado, con deficiencia visual, de
mirada ausente, al que se identificó como Marinus van der Lubbe, ofi-
cial de albañil de la ciudad holandesa de Leiden y vagabundo con ante-
cedentes penales. Durante días había estado errando por los alrededores
de Berlín.Tenía un pasado comunista, como pronto se demostró. Al ser
detenido, el hombre, medio desnudo y empapado en sudor, que había
pasado la noche anterior en una celda de la policía local de Hennigs-
dorf,229 no hizo ningún esfuerzo por negar que había encendido el fuego.
Poco después declaró haber tomado espontáneamente la decisión y
haberla llevado a cabo solo. Había comprado cuatro cajitas de encende-
dores de carbón, había entrado en el edificio y había prendido fuego en
varios lugares, para lo que se había valido de la camisa como material
incendiario. A la pregunta de por qué lo había hecho respondió el holan-
dés, que tenía claramente una deficiencia mental, que «quería llamar la
atención sobre el hecho de que el trabajador quiere tener el poder».230
En el primer comunicado del servicio de prensa oficial prusiano,
corregido después por Góring, se dio la imagen de una conspiración
304 Goebbels

comunista a gran escala, haciendo caso omiso de las declaraciones que


prestó Van der Lubbe en una comisaría de policía de la Puerta de Bran-
deburgo en presencia del jefe de la policía política, Diels. En el comu-
nicado se decía que el incendio era hasta ahora «el acto terrorista más
atroz del bolchevismo en Alemania».231 Un agente de policía había
observado en el edificio a oscuras a personas con antorchas encendi-
das. Disparó acto seguido. Se logró coger a uno de los autores. Luego
se seguía diciendo que, entre los «cientos de quintales de material des-
tructivo» que la policía había encontrado en el registro de la casa de
Karl Liebknecht, se hallaban las instrucciones para este atentado terro-
rista. «Según esto se van a incendiar edificios gubernamentales, museos,
castillos y empresas de vital importancia». Con la incautación del mate-
rial se habían puesto trabas a la ejecución sistemática de la revolución
bolchevique. «Sin embargo, el incendio del Reichstag debía ser la señal
para la revuelta sangrienta y la guerra civil».
Con la certeza de haber encontrado finalmente la legitimación para
el golpe decisivo contra el «marxismo», Goring, tras convenirlo con
Hitler —se dice que en la conmoción éste gritó que se abatiera todo
lo que se les pusiera en el camino—232 puso en estado de máxima alerta
a toda la policía. Durante la noche fueron detenidos unos 4.000 fun-
cionarios, sobre todo del KPD, así como numerosos intelectuales de
izquierdas, entre ellos Cari von Ossietzky y Egon Erwin Kisch. Se ocu-
paron varias sedes del partido y editoriales socialdemócratas; periódi-
cos que todavía no estaban prohibidos se excluyeron ahora.
Goebbels, al que junto con Hitler,Von Papen y el comandante de la
ciudad de Berlín, Schaumburg, guió por el edificio en llamas del Par-
lamento el jefe de policía de Góring, el contralmirante Magnus von
Levetzow,233 a continuación —evidentemente expuesto a la fuerza de la
improvisación— se apresuró a ir al distrito «para informar allí y pre-
pararlo todo para cualquier eventualidad». Con Hitler, después de que
éste puso al corriente al consejo ministerial urgentemente convocado,
se reunió en el hotel Kaiserhof, desde donde se dirigieron a la desier-
ta redacción del Volkischer Beobachter para escribir conjuntamente edi-
toriales y proclamas.234
¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra mundial... 305

El objetivo, marcado por los acontecimientos, de ese trabajo propa-


gandístico nocturno era —después de que en una primera declaración
oficial se interpretara el incendio como el preludio de una rebelión
comunista— no sólo justificar ante la opinión pública las represalias ini-
ciadas por Góring y preparar próximas gestiones, sino presentar de nue-
vo al movimiento nacionalsocialista, con Hitler a la cabeza, como la
única fuerza capaz de salvar a Alemania de una revolución comunista.
Esta intención encontró su máxima expresión en el editorial del Angriff
que Goebbels puso por escrito aquella noche. En él descargó todo su
odio, escribiendo que el comunismo tenía que ser erradicado tan pro-
fundamente que ni siquiera quedara su nombre. Exhortaba a conferir
a Hitler el mandato para ello: «Ahora ponte en pie, nación alemana.
Ahora levántate y da tu opinión. Ahora, el 5 de marzo, irrumpirá el jui-
cio de Dios sobre la universal peste roja, y lo anunciará a través de la
voz del pueblo. Hitler quiere actuar. Hitler actuará. Dadle el poder para
ello».235
El 28 de febrero de 1933, mientras los jóvenes hitlerianos vendían
el Angriff por las calles de Berlín, mientras el presidente del grupo par-
lamentario del KPD, Ernst Torgler, acusado de complicidad, compare-
cía ante la policía, el presidente del Reich concedió al canciller Hitler
el poder exigido. Tras una exposición dramática de los acontecimien-
tos de las últimas horas, Hindenburg firmó un decreto ley que se le pre-
sentó, por el cual se derogaron todos los derechos fundamentales, se
amplió considerablemente el campo de aplicación de la pena de muerte
y además se prepararon numerosas maniobras contra las regiones. El
decreto ley «para la protección del pueblo y del Estado», completado
por otro decreto del mismo día «contra la traición al pueblo alemán y
maquinaciones de alta traición» y por la «ley de autorización» aproba-
da algunas semanas más tarde, fue la decisiva base pseudo legal de la
dominación nacionalsocialista y sin duda la ley más importante del Ter-
cer Reich, pues el Estado de derecho se vio ahora sustituido por un
permanente estado de excepción.
Mientras que en todas partes de Alemania eran arrestados miles de
comunistas y socialdemócratas, mientras que los miembros de las SA
306 Goebbels

saldaban cruelmente viejas cuentas en sótanos y patios interiores, mien-


tras que los combatientes de la Liga Roja se pasaban en masa a los «par-
dos» —en parte por miedo, en parte por la fascinación del poder del
que hacían gala—, la campaña propagandística goebbeliana se acercaba
a su punto culminante con la precisión de un reloj después de espec-
taculares mítines multitudinarios en Breslavia, Hamburgo y Berlín. En
una «concentración nunca acontecida», el «día de la nación que resu-
cita», el 4 de marzo de 1933, se agotaron todas las posibilidades propa-
gandísticas.236 Como sitio desde el cual Hitler hablaría al pueblo por
todas las emisoras «con supremo fervor y entrega» había elegido Goeb-
bels Kónigsberg, la vieja ciudad de coronación prusiana, en alusión cons-
ciente a la mayoría absoluta que se esperaba con seguridad en las elec-
ciones del día siguiente. Después de que Hitler terminara su discurso
—introducido por el reportaje del jefe de propaganda del Reich— con
un llamamiento a los alemanes para que volvieran a llevar la cabeza «alta
y orgullosa», sonó potentemente en el «acorde final» del Führer la ora-
ción holandesa de acción de gracias, que finalmente quedó ahogada en
su última estrofa por el repique de campanas de la catedral de Kónigs-
berg. En ese mismo momento desfilaban por todas las partes del Reich
columnas de las SA, mientras que en los montes y a lo largo de las fron-
teras se encendieron los denominados «fuegos de la libertad». Embria-
gado por su propia escenificación escribió Goebbels al respecto: «Cua-
renta millones de personas (...) son conscientes del gran cambio de era.
Centenares de miles tomarán en este momento la decisión final de
seguir a Hitler y de luchar en su ánimo por la resurrección de la nación
(...).Toda Alemania se asemeja a una única antorcha, grande y brillan-
te. Se ha producido, tal como queríamos, el día de la nación que resu-
cita».237
Sin embargo, las grandes expectativas de Goebbels no se cumplie-
ron.238 Con un 43,9 por ciento de los votos, el NSDAP no consiguió
claramente la mayoría absoluta y siguió dependiendo de su compañe-
ro de coalición, el negro, blanco y rojo DNVP, que obtuvo un 8 por
ciento. El Centro y los socialdemócratas se consolidaron con un 11,3
y un 18,3 por ciento de los votos respectivamente, y el KPD, con su
¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra mundial... 307

12,3 por ciento, tampoco sufrió una pérdida excesiva. Particularmente


decepcionante debió de ser para Goebbels el hecho de que el NSDAP
obtuviera precisamente en Berlín el segundo peor resultado, con un
31,3 por ciento, después de la circunscripción electoral 20 (Colonia-
Aquisgrán), con un 30,1 por ciento.239
Goebbels transformó propagandísticamente estos resultados en una
victoria «fantástica e increíble», en un «glorioso triunfo». Él, que creía
en la omnipotencia de la propaganda, tampoco podía ni quería reco-
nocerse a sí mismo que, pese a las tan halagüeñas perspectivas, no se
había alcanzado el objetivo deseado. «¿Pero qué significan ahora ya las
cifras? Dominamos en el Reich y en Prusia; todos los demás han caí-
do derrotados. (...) Alemania está despierta», afirmaba sin más, dejan-
do de lado los hechos.240
Por consiguiente, la propaganda de Goebbels, ateniéndose a las cifras,
no había conquistado para los nacionalsocialistas ni el Reich ni su capi-
tal. No obstante, había contribuido de manera decisiva al ascenso de
éstos y a su subida al poder, pues fue la primera en dar dinamismo al
movimiento del sur de Alemania, que causaba una impresión más bien
indolente; fue la primera en dar amplitud al movimiento, conciliando
lo que parecía inconciliable, manteniendo unido lo que en realidad no
encajaba. Cuando Goebbels, como jefe de distrito o más tarde como
jefe del Reich, dirigía repetidamente su propaganda llena de odio con-
tra la burguesía y la «reacción» y hablaba en favor del socialismo, vin-
culaba hacia sí a la parte proletario-socialista de la base del partido y, en
definitiva, hacia el «reaccionario» Hitler, al que él se había consagrado.
Su actuación, determinada por su división interior y su deformación
psíquica, fue la que contribuyó de manera decisiva a que el partido no
se escindiera en dos bandos como consecuencia del congreso de Bam-
berg, del golpe de Stennes o de las crisis de Strasser.
Sin duda, estas contradicciones no podían transmitirse por medio de
programas del partido, sino sólo por medio de la persona. Goebbels
supo predisponer a las masas a favor del austríaco, cabo de la guerra
mundial y agitador político, a favor de ese tipo raro con su ridicula con-
ciencia proselitista. Del mismo modo que éste se había convertido para
308 Goebbels

él en un punto de referencia y apoyo personal, sería también punto de


referencia y apoyo para el pueblo, pues Goebbels lo celebraba en una
glorificación pseudo religiosa como el portador de esperanzas, como el
guía que los sacaría de las miserias y privaciones del momento.241
Pero sólo esto no habría conducido al éxito, como demostraron las
elecciones parlamentarias con la ventaja electoral del canciller, un apa-
rato de mayor tamaño y una oposición en parte ya descartada. Antes
bien, se necesitó una gran crisis económica, el fracaso de los partidos
democráticos, un presidente del Reich senil y finalmente una arrogan-
te camarilla de aristócratas que se creía todopoderosa, a la cual Hitler
midió con las propias categorías de ésta y que le sirvió de trampolín al
poder en la desesperada situación en la que se encontraba en la segun-
da mitad del año 1932. A todos los que encarnaban ese sistema, que en
su día parecía no tener sitio para el entonces desempleado e impedido
Goebbels, éste los despreciaba tanto más por su debilidad. Más tarde
constataría con malicia que sin duda «una de las mejores bromas de la
democracia siempre será que ella misma proporcionó a sus enemigos
mortales los medios por los que iba a ser destruida».242
Capítulo 9

VAMOS A PERSUADIR A LA GENTE HASTA


QUE QUEDE A NUESTRA MERCED
(1933)

E l 14 de marzo de 1933, la Agencia Telegráfica Wolff notificó que


Hindenburg había tomado juramento al doctor Paul Joseph Goeb-
bels como ministro del Reich para la Educación popular y la Propa-
ganda. «Bueno, el trompetista también quiere ser algo», debió de decir
el presidente del Reich el día anterior al firmar el acta de nombra-
miento del «escritor». Seis años y medio después de su traslado desde
Wuppertal-Elberfeld a la capital, ahora Goebbels podía dar rienda suel-
ta a su odio contra los judíos y los marxistas apoyándose en el poder
del aparato estatal y del partido. Despiadadamente, iba a hacer caer aho-
ra sobre ellos la espada de su ira y a «derribarlos por su descarada sober-
bia».1 A todos los demás los quería incorporar a la «comunidad popu-
lan) nacionalsocialista, amasarlos y moldearlos2 como si quisiera demostrar
que realmente sólo eran un «montón de mierda», tal como solía tildar-
los tan a menudo con sumo desprecio.3
Oficialmente, el Ministerio del Reich para la Educación Popular y
la Propaganda —así decía el decreto fundacional— debía perseguir el
objetivo de impulsar «entre la población la educación y la propaganda
sobre la política del gobierno del Reich y sobre la reconstrucción nacio-
nal de la patria alemana».4 Sin embargo, realmente se trataba de poner
en marcha entre las masas una «movilización espiritual», 5 de «persua-
dirlas hasta que queden a nuestra merced».6 Cuando el ministro más
joven del gabinete, con treinta y cinco años, habló por primera vez el
16 de marzo de 1933 ante la conferencia de prensa del gobierno del
310 Goebbels

Reich, mencionó su objetivo con toda franqueza: el pueblo debía empe-


zar «a pensar unitariamente, a reaccionar unitariamente y a ponerse a
disposición del gobierno con total simpatía».7 El pueblo como sumiso
instrumento en manos de Hitler respondía a la visión goebbeliana de
un «pueblo unido». Si este gobierno estaba decidido a «no retroceder
nunca, nunca, jamás y bajo ninguna circunstancia», entonces a la larga
no se podría contentar con saber que le respaldaba un 52 por ciento y,
por tanto, aterrorizar al 48 por ciento restante, sino que vería que su
próxima misión consistía en ganarse al 48 por ciento restante.8
Durante mucho tiempo, los socios de los nacionalsocialistas que pro-
cedían de las élites tradicionales se habían negado a aprobar que se con-
fiara la misión de la propaganda precisamente al hombre que en el pasa-
do no había dejado pasar ninguna oportunidad de agitar contra ellos.
Se necesitaron profundas conversaciones entre Hitler y su vicecanciller
Von Papen hasta que este último accedió. Hugenberg, el antiguo y nue-
vo ministro de Economía y Alimentación, fue el que durante más tiem-
po se opuso a este plan. Cuando el 11 de marzo el gabinete se encar-
gó de la cuestión, a Hitler le costó trabajo sacar adelante el ministerio
de Goebbels. Una de sus «principales tareas», manifestó, «sería la prepa-
ración de importantes acciones gubernamentales». Como ejemplo
—sarcástico— mencionó la cuestión de los aceites y las grasas, que ocu-
paba entonces al gabinete. «Tiene que explicarse al pueblo que el cam-
pesino se arruinaría si no se hiciera algo por mejorar la venta de sus
productos».9 El último intento, sin posibilidades de éxito, por parte de
Hugenberg para retrasar al menos la decisión fracasó. El canciller, al que
habían querido «domar» por medio de la «integración», se impuso. Ese
mismo día el gabinete aprobó el establecimiento del nuevo ministe-
rio.10
Ya el 6 de marzo Goebbels había hablado con Hitler sobre la estruc-
tura del ministerio. Según ello, «incorporaría en una única y vasta orga-
nización»11 —de manera similar a la oficina propagandística del partido
a nivel del Reich— prensa, radio, cine, teatro y propaganda en cinco
departamentos, de manera que tenía competencias en casi todos los
ámbitos en los que era «posible una influencia intelectual sobre la
Vamos a persuadir a la gente hasta que quede a nuestra merced 311

nación».12 Sin embargo, Hitler no había otorgado a Goebbels la esfera


de acción de la «educación popular» que le había prometido en enero
y agosto de 1932;13 la puso en manos del antiguo profesor y consejero
interino de Cultura de Prusia, el jefe del distrito de Hannover, Rust,
quien el 30 de abril de 1934 sería nombrado ministro del Reich de
Ciencia, Educación y Formación Popular. No obstante, Goebbels se
sobrepuso pronto a la decepción, pues las tareas que se le habían asig-
nado eran «las que guardan más estrecha relación conmigo personal-
mente y a las que por eso me voy a dedicar con mucho ahínco y con
gran satisfacción interna de entregarme a ellas».14
Goebbels también había aclarado con su Führer el tema de la desig-
nación de su ministerio.15 Ahí habían surgido diferencias. A juicio de
Goebbels, en el nombre establecido por Hitler, «Ministerio del Reich
para la Educación Popular y la Propaganda», no se resaltaban por una
parte sus importantes tareas en el ámbito de la cultura y de las artes, y
por otra parte la palabra «propaganda» tenía para Goebbels un «regus-
to amargo».16 Pero, dado que su propuesta de nombrar a la cartera «Minis-
terio del Reich de Cultura y Educación Popular» fue rechazada por
Hitler,17 pronto se disuadió de su antipatía hacia la palabra «propagan-
da». Era injustamente una palabra «muy denigrada y a menudo mal
entendida». Aunque el lego se imaginaba al oírla «algo de escaso valor
o incluso despreciable»,18 sobre el propagandista no sólo recaía la misión
de «administrar a la masa complejos razonamientos en crudo y sin coci-
nar», sino que era más bien un artista que tenía que «comprender las
secretas oscilaciones del alma del pueblo hacia una parte o hacia la
otra».19 Luego la propaganda era para él un «arte de la política de Esta-
do» que había que desarrollar.20 Así pues, la estilizó hasta convertirla en
un proceso creativo, en un asunto de la fantasía productiva; en defini-
tiva, en algo plenamente positivo.21
Por el contrario, sí hubo acuerdo sobre el emplazamiento del nue-
vo ministerio. Después de su entrevista del 6 de marzo en la cancille-
ría del Reich, Goebbels y Hitler visitaron el edificio, el Palacio de Leo-
poldo (Leopold-Palais), situado en la Wilhelmplatz 8/9, que había sido
construido en 1737 y reformado cien años después por Schinkel. A
312 Goebbels

Goebbels le gustó sobremanera, aunque algunas cosas le parecieron


«anticuadas y pasadas de moda».22 En una inspección más detenida
dio inmediatamente la orden a algunos miembros de las SA de que
quitaran el estuco de las paredes y de que descolgaran las pesadas cor-
tinas de felpa, que olían a moho y estaban roídas por las polillas, pues
no podía trabajar «con esa oscuridad».23 Poco después ya sólo queda-
ban «turbias nubes de polvo (...) de la desaparecida suntuosidad de
los burócratas».24 El 22 de marzo Goebbels pudo instalarse en su resi-
dencia oficial.
Con el lema de «limpiar entre las personas al igual que se debe hacer
en las habitaciones», pues «los de ayer no pueden ser precursores del
mañana»,25 el ministro de Propaganda se encargó de que el ministerio
«nacionalsocialista de nacimiento»,26 junto con las instancias inferiores
de las regiones y las provincias,27 estuviera compuesto «casi exclusiva-
mente» por compañeros del partido. En su mayoría apenas habían reba-
sado la treintena, teniendo por tanto una media de diez años menos
que la élite del partido.28 Goebbels era consciente de que no entendían
«el tema burocrático igual de bien que los viejos funcionarios», pero
aportaban cualidades que eran mucho más útiles para sus propósitos, en
el caso de que quisiera forjar un arma contundente: «Fogosidad, entu-
siasmo y un fresco idealismo».29
El hecho de que realmente lograra reunir en torno a sí una planti-
lla ambiciosa y eficiente respondía, además de al alto nivel educativo de
sus colaboradores —más de la mitad de ellos había asistido a la univer-
sidad y muchos se habían doctorado—, sobre todo a su radical rechazo
de la «época del sistema», que, a causa de las anteriores fases de crisis
sociales y económicas, había significado en muchas ocasiones
desempleo y, por ende, exclusión social para ellos, procedentes princi-
palmente de la media o pequeña burguesía. La mayoría se había afiliado
al NSDAP mucho antes de 1933.30 En muchos casos habían trabajado
con Goebbels en la jefatura de propaganda del Reich del NSDAP, en la
jefatura del distrito berlinés o en la redacción del Angriff. Casi cien de
los trescientos cincuenta funcionarios y empleados con los que empezó
Goebbels31 llevaban la insignia de oro del partido.32
Vamos a persuadir a la gente hasta que quede a nuestra merced 313

En la oficina ministerial estaba como jefe de negociado de personal


Karl Hanke, de veintinueve años, antiguo jefe de organización del dis-
trito de Berlín y jefe de la oficina central de propaganda del NSDAP a
nivel del Reich. Con esta persona de confianza desde hacía muchos
años, que desde 1932 era su ayudante personal y que el 27 de junio de
1933 fue ascendido a secretario de Estado, ejercía Goebbels la política
actual.33 Hitler otorgó las atribuciones de organización y finanzas, en
el nivel de la secretaría de Estado, a su consejero económico más impor-
tante, Walther Funk, que desde el 30 de enero de 1933 hasta finales de
1937 fue también jefe de prensa del gobierno del Reich.Tal como había
determinado Hitler, Funk debía organizar el Ministerio de Propagan-
da «para que Goebbels no tenga que ocuparse de las cuestiones de admi-
nistración, finanzas y organización».34 Funk, a quien como jefe de la
administración (departamento I) le asistía uno de los pocos «converti-
dos» de la «época del sistema», el antiguo nacional-conservador Erich
Greiner,35 fue quizá —como mánager en la lucha por competencias
dentro del partido— el apoyo más eficaz de Goebbels.36
Wilhelm Haegert, de veintiséis años, dirigía el departamento de pro-
paganda, que como es natural tenía «un peso dominante» dentro del
ministerio.37 El antiguo suplente del jefe de la delegación del NSDAP
en Angermünde pasó a ser en 1931 jefe del departamento de protec-
ción jurídica del distrito de Gran-Berlín y en 1932 jefe de personal de
la jefatura de propaganda del Reich en Munich, antes de que Goeb-
bels lo llamara a su ministerio. A la cabeza del departamento responsa-
ble de cinematografía puso Goebbels a Ernst Seeger, y a Otto Laubin-
ger le encomendó las competencias del teatro.
Como director del departamento de prensa nombró Goebbels a Kurt
Jahncke, quien al mismo tiempo era suplente de radiodifusión en la ofi-
cina del jefe de prensa del gobierno del Reich. Debía velar por que la
prensa no sólo «informara», sino que también «instruyera», tal como expu-
so Goebbels su misión a grandes rasgos el 16 de marzo. Tenía que ser «por
así decir un piano en manos del gobierno, que el gobierno pueda tocan>.
Éste era el «estado ideal», y conseguirlo era a su juicio una de sus «prin-
cipales tareas».38 La monotonía y el aburrimiento que esto amenazaba
314 Goebbels

Goebbels intentaba combatirlos con su fórmula de que la prensa debía


ser «uniforme en los principios», pero «multiforme en los matices». 39 El
propio Goebbels consideraba la prensa como un producto y un instru-
mento del espíritu liberal e ilustrado de la Revolución Francesa; así pues,
la prensa procuraría «evitar en lo posible una concepción y una orienta-
ción totalitarias».40 Especialmente marcado le parecía en este sentido el
influjo del «judaismo internacionalista», entre otras cosas por sus expe-
riencias personales.Ya en 1926 había «analizado» que especialmente esos
periódicos que eran «mensajeros de la putrefacción» y «promotores de la
catástrofe» contaminaban las «creencias, las costumbres y la conciencia
nacional» de los «buenos alemanes» y del «hombre de bien». 4142
Esto iba a cambiar pronto. Así, la semioficial Agencia Telegráfica Wolff,
en la que desde 1928 se habían infiltrado sistemáticamente los nacional-
socialistas, la Unión Telegráfica de Hugenberg y la Compañía Telegráfica
Continental se fusionaron en la Agencia de Noticias Alemana (Deuts-
ches Nachrichtenbüro, DNB), subordinada a la vigilancia oficial del
Ministerio de Propaganda y que llegó a tener el monopolio del Estado.
La unificación la llevó a cabo Alfred Ingeniar Berndt, que aún no tenía
los veintiocho años. El «prototipo del atizador nacionalsocialista» 43 fue
nombrado a principios de febrero de 1933 comisionado del Reich para
la Agencia Telegráfica Wolff, y después de la fusión asumió el cargo de
redactor jefe de la DNB. Con su ambición, con su capacidad para pre-
sentar la realidad bajo su punto de vista, con su desconsideración y falta
de escrúpulos, impresionó tanto a Goebbels 44 que el ministro de Propa-
ganda le encomendó más tarde funciones directivas en su ministerio.
Otro paso decisivo en la unificación de la prensa consistió en que, con
la ley de redactores, la responsabilidad del editor, que hasta ahora com-
prendía lo periodístico, se transfirió también al redactor. Así pues, al igual
que los editores, cuyo círculo también se «unificó» pronto, estaba directa-
mente sujeto a la intervención estatal. En caso de que no gozaran de sim-
patías, Goebbels los amenazaba con tacharlos de la lista de empleo, con
amonestaciones e incluso con el «ingreso» en un campo de concentración.
Un efecto disuasorio tuvo ya la primera oleada de prohibiciones
motivada por el decreto del 4 de febrero de 1933 para la «protección
Vamos a persuadir a la gente hasta que quede a nuestra merced 315

del pueblo alemán», del que fueron víctimas de inmediato varios «órga-
nos judíos».45 Siguieron periódicos de izquierdas, entre ellos el Vorwárts
y el Rote Fahne; a Goebbels esto le pareció «un alivio para el alma».46
En julio de 1933 el ministro pudo celebrar como el «derrumbamiento
de un baluarte judeo-liberal»47 el final del gigante periodístico Mos-se,
en el que diez años antes Goebbels había buscado sin éxito colocarse.
En noviembre de 1933 fue «unificada» la editorial Ullstein; el
periódico que ésta publicaba, el Vossische Zeitung, fue suprimido por
Goebbels en marzo de 1934.48 Una excepción constituyó el Frankfurter
Zeitung. Este periódico líder de la burguesía liberal, con muchos
lectores en el extranjero, fue tolerado por los nacionalsocialistas hasta
finales de agosto de 1943, puesto que les servía, por así decirlo, de pan-
talla.49 Era el que mejor lograba salvaguardar la propia integridad e
incluso a veces sacar a la luz entre líneas puntos de vista contradicto-
rios.
Además de las prohibiciones, la presión económica y las depuracio-
nes de personal en las redacciones de los periódicos aún permitidos, la
«conferencia de prensa en el gobierno del Reich», fundada en 1917 y
que ahora se llamaba «conferencia de prensa del gobierno del Reich»,
le sirvió a Goebbels como el verdadero instrumento para dirigir a la
prensa, aunque sólo participaba en ella con motivo de los aconteci-
mientos más importantes.50 Si antes la presidencia de la conferencia de
prensa concedía autorizaciones o acreditaciones, ahora el departamen-
to de prensa del Ministerio de Propaganda seleccionaba a los asistentes
que cada mediodía debían recibir allí las «órdenes» e «instrucciones»
oficiales, o «ser orientados», como se denominaba tal costumbre.51 Junto
con las «indicaciones» de la oficina de prensa del NSDAP a escala del
Reich, las «informaciones confidenciales» para redactores o el servicio
de revistas de la jefatura de propaganda de Goebbels —aquí apa recieron
Unser Wille una Weg [Nuestro querer es poder] a partir de 1936; Parole
derWoche [Consigna de la semana] a partir de 1937 y demás material
informativo—, estas directrices, que afectaban a todos los ámbitos de
la vida imaginables —entre 1933 y 1945 en total unas 75.000—
constituían «la columna vertebral del dirigismo periodístico».52
316 Goebbels

Pero la dirección de la prensa no estaba exclusivamente en manos


de Goebbels, pues aquí también Hitler, que gobernaba según el prin -
cipio de «divide y vencerás», había compensado pesos y contrapesos. El
contrapeso de Otto Dietrich con respecto a Goebbels consistía, por una
parte, en su función como presidente de la Federación del Reich de
Prensa Alemana y como vicepresidente de la Cámara de Prensa del
Reich —desde 1933 en adelante le correspondió la supervisión y orien-
tación ideológica de los redactores—, pero por otra parte también en
su cercanía a Hitler, quien en 1931 había confiado el cargo de jefe de
prensa del NSDAP del Reich al antiguo redactor de prensa. Por la
demanda de Dietrich de poder dar de manera autónoma directrices a
los representantes de la prensa pronto surgieron continuas tensiones y
disputas con el Ministerio de Propaganda. 53
A Goebbels le iba a nacer otro contrapeso en la persona de Max Amann,
el presidente de la Cámara de Prensa del Reich y director de la editorial
Eher perteneciente al partido. Si en el año 1933 el NSDAP sólo poseía
un 2,5 por ciento de las editoriales periodísticas alemanas con unos 120
diarios y semanarios, que en conjunto tenían una tirada de aproximada-
mente un millón de ejemplares, Amann, sargento de Hider en la Primera
Guerra Mundial, compró hasta 1939 casi un millar y medio de edito-
riales con más de 2.000 periódicos 54 —entre ellas la Editorial Alemana
con el Deutsche Allgemeine Zeitung, el Berliner Borsenzeitung y en 1939, con
ocasión del cincuenta cumpleaños de Hitler, el Frankfurter Zeitung— e
incorporó hasta 1945 al trust de prensa nacionalsocialista más del 80 por
ciento de las editoriales alemanas. 55 En estas gestiones Amann contó con
la ayuda del fiduciario del Reich Max Winkler, quien —encubierto por
holdings y sociedades de financiación aparentemente neutrales— reali-
zaba las compras, y del colaborador del propio Amann Rolf Rienhardt,
quien dirigía la oficina de administración del jefe de prensa del NSDAP
del Reich. En su posición como vicedirector permanente de la Federa -
ción del Reich de Editores Periodísticos Alemanes, Rienhardt aglutina-
ba «todo el poder prescriptivo, administrativo y judicial» en el sector de
las editoriales periodísticas, con lo cual tenía al mismo tiempo un poder
casi ilimitado en los asuntos de personal de toda la prensa alemana.
Vamos a persuadir a la gente hasta que quede a nuestra merced 317

Goebbels dedicó una singularísima atención a la radio. En este terre-


no iba pronto a mandar él solo. A ningún departamento de su minis-
terio «dedicó un análisis propio tan intenso» como al tercero, declaró
en Nuremberg el que fue durante años su ayudante personal, Moritz
von Schirmeister.56 Este medio, que apenas tenía diez años, lo conside-
raba Goebbels como «autoritario en esencia»57 y —hasta que se inventó
la televisión—58 como el instrumento para la sugestión de las masas,
que «por su naturaleza es apropiado para el Estado total».59 Sólo la radio
garantizaba a su juicio que se pudiera abarcar totalmente a la población.
Para crear las condiciones técnicas necesarias para ello hizo ampliar la
red de estaciones emisoras, instalar en calles y plazas «columnas de alta-
voces del Reich» e incentivar la producción de un económico aparato
receptor, el «receptor del pueblo», por 76 marcos, que popularmente se
conoció después como el «piquito de Goebbels».60
Ya antes de ser nombrado ministro, Goebbels había empezado a
poner bajo su control este medio desde el punto de vista organizati-
vo.61 Tenía la ambición de «crear la primera radio moderna del mun-
do».62 A mediados de marzo, el ministro del Interior del Reich le había
encomendado «las tareas de personal, políticas, culturales y progra-
máticas de la radio». El comisario político de la radio, director de la
sociedad radiofónica del Reich y primer jefe del departamento de
radio en el ministerio de Goebbels, Gustav Krukenberg, cuyas fun-
ciones fueron asumidas en julio de 1933 por Eugen Hadamovsky, que
sólo tenía veintiocho años —éste se convirtió en jefe de emisiones
del Reich, o lo que es lo mismo, en director de los programas de todas
las emisoras del Reich, y en director de la sociedad radiofónica del
Reich—63 y por Horst Dressler-Andress —quien dirigía el departa-
mento de radio en el Ministerio de Propaganda—, ahora ya no reci-
bía órdenes del ministro del Interior, sino del ministro de Educación
Popular y Propaganda.64 Además, el 22 de marzo Goebbels acordó
con el ministro de Comunicaciones del Reich, el barón Von Eltz-
Rübenach, quien delegó en el ministerio de Goebbels la parte de las
comunicaciones referente a la sociedad radiofónica del Reich, que la
supervisión de la radio ejercida hasta ahora por éste quedaría en ade-
318 Goebbels

lante exclusivamente en manos suyas.65 Comunicaciones sólo seguía


siendo responsable de la realización técnica.
Tres días después, Goebbels citó a los intendentes y directores de las
sociedades radiofónicas en la «Casa de la radio» berlinesa. Dando reite-
rados puñetazos en la tribuna del orador, dejó categóricamente claro
quién llevaba ahora la voz cantante: «No tenemos ningún reparo en
decirlo: la radio nos pertenece a nosotros, a nadie más.Y pondremos la
radio al servicio de nuestra idea, y ninguna otra idea encontrará aquí
expresión».66 Para terminar ordenó una «acción de depuración» que
debía eliminar de las emisoras de radio «los últimos elementos marxis-
tas».67 Víctimas de esta acción fueron los directores de las estaciones
regionales, que habían perdido su independencia y que ahora, como
emisoras del Reich, estaban subordinadas a la central berlinesa, así
como muchos jefes de los departamentos de noticias, conferencias y
entrevistas, o dirigentes. Muchos de los pioneros de la radio —a ojos
de Goebbels «literatoides, liberalillos, sólo técnicos que cobraban dine-
ro y creaban gastos»—68 desaparecieron de la esfera pública. Pocas sema-
nas después de la toma de posesión del cargo por parte de Goebbels,
se decía en una notificación de la sociedad radiofónica del Reich que,
desde la «reestructuración» de la radio, 98 dirigentes y otros 38 emple-
ados habían «abandonado» las sociedades radiofónicas y habían sido sus-
tituidos por «viejos combatientes del levantamiento nacional, que por
el trabajo realizado hasta entonces y por su calidad personal garantiza-
ban que iban a hacer progresar la radio por la vía indicada por el doc-
tor Goebbels».69
Una «fantástica oleada de influencia política, agitación y propagan-
da en todas sus formas»70 inundó entonces la esfera pública alemana.
Durante los primeros meses se retransmitieron sobre todo discursos de
los altos funcionarios nacionalsocialistas, pronunciados en las muchas
festividades nacionales y en los grandes actos que se acumulaban. La
política, si quería ser moderna, tenía que dirigirse a la nación en todas
las Ocasiones posibles, dejarla sonar.71 El comienzo lo marcó la solemne
inauguración del Reichstag, durante la cual efectuaron su primer
gran despliegue la radio del Reich y el noticiario Wochenschau [Cróni-
Vamos a persuadir a la gente hasta que quede a nuestra merced 319

ca de la semana]. Al igual que había celebrado el 4 de marzo como «día


de la nación que resucita», ahora se propuso instituir el 21 de marzo
como «día del levantamiento nacional», muy al «estilo del modelado
nacionalsocialista». 72 Pero en la planificación no consiguió dejar aparte
a la Reichswehr, a la Stahlhelm, a las asociaciones monárquicas y a las
iglesias. La dirección del acontecimiento —misas en la iglesia de San
Nicolás de Potsdam y en la de San Pedro y San Pablo, un acto solem-
ne en la Garnisonskirche [iglesia del Cuartel], lugar de enterramiento
de Federico el Grande, así como un desfile final— no le satisfizo en
todos los puntos, pues se incluían muy pocos elementos nacionalsocia -
listas. Por eso convenció a Hitler para que no participara en ninguna
de las ceremonias preliminares e hiciera acto de presencia sólo en la
Garnisonskirche.73 En su lugar, Goebbels organizó un «homenaje a los
caídos» en el cementerio de Luisenstadt, donde estaban enterrados varios
de los miembros de las SA fallecidos durante las luchas callejeras de los
años pasados en Berlín. El jefe de la prensa extranjera, Hanfstaengl, habló
después de una «obra maestra de la improvisación teatral». 74 Sin embar-
go, esto no era precisamente improvisación, sino rutina cargada de sim-
bolismo, como cuando Goebbels, ducho en «sepelios», honraba a los
«mártires» del movimiento, cuando avanzaba entre las filas de hombres
de las SA y depositaba la corona con la esvástica en la cinta, tras lo cual
Hitler estrechaba la mano a los familiares y todos guardaban silencio
durante un momento, antes de que se repitiera la ceremonia en la siguiente
tumba.
Desde el cementerio de Luisenstadt bajaron en un convoy de auto-
móviles la Reichsstrasse 1, «entre multitudes que no dejaban de dar gri-
tos de júbilo», 75 en dirección a Potsdam, engalanada con traje de fiesta.
Con frac y sombrero de copa, que significativamente en esos tiempos
usó cada vez más en lugar del traje pardo, entró el canciller del Reich
acompañado del presidente del Reich, que llevaba el uniforme de maris-
cal, en la Garnisonskirche, donde ya habían ocupado sus asientos Goeb -
bels y el resto de ministros y diputados parlamentarios. Hindenburg,
después de detenerse un instante delante del palco imperial y de levan -
tar el bastón de mando a modo de saludo, después de que se fuera extin-
320 Goebbek

guiendo el Nun danket alie Gott [Ahora dad todos gracias a Dios] del himno
de Leuthen, leyó con concisión y seriedad su mensaje, en el que
evocó el «viejo espíritu de este lugar glorioso contra el egoísmo y las
disputas entre partidos (...) en beneficio de una Alemania orgullosa y
unida». A continuación, en tono patético, pensando en los corazones de
aquellos que se consideraban guardianes de las tradiciones prusianas,
Hitler aseguró a los reunidos y a la nación que le seguía por la radio
que la Alemania nacionalsocialista continuaría con el pasado y que mar-
charía hacia un futuro digno de ese pasado. Todos quedaron «honda-
mente conmovidos», escribió Goebbels, no menos impresionado por
el acontecimiento y que decía haber visto cómo a Hindenburg se le
llenaban los ojos de lágrimas.76
El «día de Potsdam», con el apretón de manos entre el mariscal y el
cabo que se difundió en millones de postales y carteles, apeló a la emo-
ción nacional y sugirió no sólo a las masas burgués-conservadoras la
reconciliación entre la vieja y la nueva Alemania. «Como una ola hura-
canada» había barrido Alemania el entusiasmo nacional y, «así lo espe-
ramos, ha desbordado los diques que algunos partidos habían levanta-
do contra ellos y abierto puertas que hasta entonces habían permanecido
obstinadamente cerradas», escribió el Berliner Bórsenzeitung.11 Todo esto
debía hacer creer que los catorce años anteriores desde la derrota y la
revolución habían sido un mal sueño, que ahora, tras años de discordia,
el camino de la gloriosa historia alemana seguía su curso natural.
Este ambiente se hizo sentir cuando dos días después, en la ópera
Kroll, transformada en Parlamento y que había sido acordonada por las
SS y decorada con los emblemas y colores de la «nueva era», incluso el
Centro y el Partido del Estado Alemán (Deutsche Staatspartei) dieron
su aprobación a la ley de autorización del NSDAP, cuyos diputados se
habían presentado con el uniforme pardo. Sólo el grupo del SPD, diez-
mado por las persecuciones y los arrestos, se negó a conceder a Hitler
una absoluta libertad de acción durante cuatro años, tal como preveía
la ley. Antes de la votación, su presidente, Otto Wels, pronunció un
valiente discurso —pese a la enormemente errónea estimación política
de la situación— en el que justificaba la postura negativa de su par-
Vamos a persuadir a la gente hasta que quede a nuestra merced 321

tido y terminaba con un llamamiento a la conciencia del derecho del


pueblo y con un saludo a los perseguidos y a los oprimidos: «Su perse-
verancia y lealtad merecen admiración. Su arrojo reivindicativo, su inque-
brantable esperanza garantizan un futuro más brillante».78 Éste fue el
último discurso de la oposición en el Parlamento, que en adelante sólo
constituyó el telón de fondo para las intervenciones del Führer, pues
los nacionalsocialistas eran ahora también «constitucionalmente los seño-
res del Reich», como manifestó satisfecho Goebbels en su diario.79
Un día después de esa memorable sesión parlamentaria, Goebbels
pudo presentar un proyecto de ley que él había propuesto hacía mucho
desde dentro del partido y que se impuso en el gabinete de Hitler: el
día 1 de mayo se convertiría en fiesta nacional del pueblo alemán, hacién-
dose así realidad un viejo sueño de la clase obrera alemana. Junto con
los programas de creación de empleo implementados por el gobierno
del Reich, que debían poner fin a la penuria general, el ministro de
Propaganda esperaba que esta medida, acogida sensacionalmente en la
opinión pública, ejerciera un efecto remolino sobre aquellos por los
que había luchado desde siempre: los trabajadores. Así, el nuevo régi-
men intentaba ofrecer algo a cada grupo social. Pero quien no contri-
buyera, quien se opusiera, ése era perseguido, vuelto a aleccionar y, si
no se dejaba, «exterminado». La crítica ya sólo les estaba permitida a
aquellos «que no tienen miedo de ir al campo de concentración», ame-
nazaba claramente en el Angriff90 Goebbels, quien, en calidad de jefe
del distrito berlinés, hacía que las SA llevaran esas órdenes a la prácti-
ca. A algunos de los confinados allí, como al escritor de la Prusia Orien-
tal Ernst Wiechert, los hacía comparecer Goebbels ante sí para «dego-
llarlos» mentalmente —como él decía— con una «filípica» de una
brutalidad verbal insuperable.81
Goebbels encontraba satisfacción en semejantes escenas, pues le ser-
vían como válvula de escape a su odio. Realmente se deleitaba con la
orgía de venganza que continuaba desde el incendio del Reichstag, en
cuyo transcurso miles de personas desaparecieron en los campos de con-
centración: hombres como el socialdemócrata Julius Leber, el sindicalista
Wilhelm Leuschner y el anarquista Erich Mühsam, del que Goebbels
322 Goebbels

dijo que era un «agitador judío» con el que se cortaría por lo sano y que
en 1934 murió como consecuencia de las torturas en el campo de con -
centración de Oranienburg, o muchos directores de las emisoras de radio,
los «barones de la radio», que por orden de Goebbels fueron trasladados
a Oranienburg. 82 «Ali» Hohler, el combatiente de la Liga Roja que en
1930 había disparado a Horst Wessel los tiros mortales, fue sacado de la
cárcel con falsificación de hechos por parte de miembros de las SA y
asesinado de manera bestial en un bosque cerca de Berlín. 83
Desde el primer día de la toma de posesión de su cargo, Goebbels
consideró su «deber» emplear su aparato contra aquellos a los que no
sólo echaba la culpa de la desgracia de Alemania en el pasado, sino a los
que también veía como una amenaza para la existencia futura de la
nación, contra los judíos. Quería demostrarles que los nacionalsocialis-
tas estaban «dispuestos a todo». 84 Para preparar una primera llamada de
atención hacia lo inconcebible, hacia la deseada «extirpación» del ju-
daismo del «cuerpo del pueblo alemán», Hitler llamó a su ministro de
Propaganda a Berchtesgaden. «En la soledad de la montaña», 85 donde
según sus propias declaraciones podía «pensar mejor», 86 su Führer había
tomado la decisión de emprender una acción de gran envergadura con -
tra los judíos alemanes.
Goebbels llegó el 26 de marzo a la casa de montaña (el Berghof),
donde Hitler había convocado a varios altos funcionarios del partido
para una conferencia. En su transcurso, Julius Streicher, antisemita y edi-
tor del periódico demagógico Der Stürmer [El asaltante], fue nombrado
jefe de la «comisión central» encargada de la planificación y la organi-
zación, a la que también pertenecía Muchow, el antiguo colaborador
de Goebbels y ahora jefe suplente de la organización nacionalsocialis ta
de células de empresa, así como Heinrich Himmler y Robert Ley. 87
Hubo acuerdo en que, para justificar esta acción frente al pueblo ale -
mán y los miembros del gobierno, era necesario un motivo que fuera
más allá de la «convicción» tan a menudo propagada de que los «judíos
de acción internacionalista» eran los «únicos culpables». A ese propósito
serviría la posición crítica de los periódicos ingleses y americanos —
Goebbels la denominó «campaña difamatoria»— respecto al gobier-
Vamos a persuadir a la gente hasta que quede a nuestra merced 323

no de Hider-Papen, que se reinterpretó como un complot precisamente


de ese «judaismo corrosivo». Así pues, el boicot recibiría el carácter de
una medida ejecutada con resolución, pero defensiva, para la protec-
ción del Reich.88
Goebbels preparó un documento 89 que, según la decisión de Hitler,
convocaba a todas las organizaciones del partido a un boicot de los
negocios judíos en Alemania para el 1 de abril de 1933. 90 El punto 11
decía: «Nacionalsocialistas, habéis hecho realidad el milagro de derri -
bar con un solo ataque el Estado de noviembre; esta segunda misión la
resolveréis de la misma manera. El judaismo internacional debe saber:
(...) Hemos acabado con los agitadores marxistas en Alemania, no van
a conseguir que nos postremos de rodillas, ni aunque ahora prosigan
desde el extranjero sus criminales perfidias contra el pueblo. ¡Nacio -
nalsocialistas! El sábado, a las 10 en punto, el judaismo sabrá a quién
ha declarado la lucha».91
El día del boicot, en el que el Ministerio de Propaganda comenzó
oficialmente sus actividades, Goebbels habló en el Lustgarten berlinés
«contra la campaña difamatoria del judaismo mundial». En este discur-
so, que se retransmitió por todas las emisoras alemanas, Goebbels anun -
ció que si los judíos alemanes declaraban hoy en día no tener la culpa
de que los de su misma raza denigraran al régimen nacional de Ale -
mania en Inglaterra y América, entonces los nacionalsocialistas tampo -
co tendrían la culpa si pedían cuentas a los judíos «por los cauces abso -
lutamente legítimos y legales»; pocos días más tarde esto se llevó a efecto
en las disposiciones de la ley para la «reconstitución del funcionariado
profesional» (7-4-1933), que excluía a los «no arios» del empleo en el
servicio público. Goebbels siguió amenazando con que los «pecados»
de los judíos no se habían olvidado: «De las tumbas de Flandes y Polo -
nia se levantan dos millones de soldados alemanes y denuncian que el
judío Toller pudiera escribir en Alemania que el ideal heroico es el más
estúpido de todos los ideales. Dos millones de soldados se levantan y
denuncian que la revista judía Weltbühne pudiera escribir: "Los soldados
son siempre asesinos", que el profesor judío Lessing pudiera escri bir:
"Los soldados alemanes han caído por una basura"».92
324 Goebbels

El llamamiento que hizo a continuación de creer en «nuestra orgu-


llosa misión» se llevó a la práctica ese mismo día. En todos los puntos
del Reich fueron secuestrados conciudadanos judíos, delante de sus
negocios se montaron guardias de las SA; se pintarrajearon y se rom-
pieron los escaparates; en Leipzig tuvieron lugar razias en sinagogas y
casas parroquiales judías.93 Goebbels, que siguió al detalle los sucesos
en Berlín, los percibió como un «imponente espectáculo» y vio con
satisfacción la «ejemplar disciplina».94 Pero entre la población esto no
fue acogido en absoluto tan positivamente como Goebbels había espe-
rado.
Aún más impresionante debía ser la celebración del cumpleaños de
Hitler, en adelante el acontecimiento más señalado en el calendario de
fiestas nacionalsocialista. Después de que la víspera Goebbels ensalzara
a su Führer como el salvador de la nación en un discurso que se leyó
para todas las emisoras, el 20 de abril tuvieron lugar en todo el país mar-
chas, desfiles de banderas y actos festivos. Apenas había pasado este hito,
los esfuerzos del ministro se concentraron en los preparativos de las fies-
tas de mayo. Debían convertirse en un acontecimiento de masas como
el mundo no lo había visto nunca, en «una obra maestra de la organi-
zación y de la manifestación multitudinaria»,95 fantaseaba Goebbels, a
quien el gabinete había confiado la gestión. Durante días enteros tra-
bajó en el proyecto de las celebraciones nocturnas del campo de Tem-
pelhof junto con Hanke y con un acreditado especialista en desfiles
masivos, Leopold Gutterer, antiguo jefe de propaganda del distrito de
Hannover y actual encargado de mítines y fiestas nacionales en el Minis-
terio de Propaganda. Al grupo de planificación dirigido por Goebbels
pronto se unió un joven arquitecto, profesor adjunto en la Escuela Téc-
nica Superior de Berlín, que se había afiliado a las SA en 1931 ya las
SS el año siguiente. Albert Speer, como se llamaba el arribista, elaboró
un proyecto para la parte decorativa, que en la planificación del Minis-
terio de Propaganda se asemejaba a una «fiesta con competición de
tiro», llamando así enseguida la atención de Goebbels.96
El trabajo del ministro se vio interrumpido por una estancia en
Rheydt. El concejo municipal de su ciudad natal, controlado por el
Vamos a persuadir a la gente hasta que quede a nuestra merced 325

NSDAP, había propuesto a instancias de Fritz Prang su nombramiento


como hijo predilecto. Aquellos que entonces, a comienzos de los años
veinte, habían estigmatizado por su defecto físico a ese inteligente chi -
co raro y se habían reído con desprecio, los que más tarde, una vez que
se marchó y volvió como orador del partido, se habían burlado de él,
solicitaban ahora su favor. Su desprecio por la «gente canalla» no servía
más que para confirmarlo. No se trataba, como escribió en la versión
publicada de su diario, de soportar el agasajo sólo por su madre. 97 Antes
bien, estaba ansioso de exhibirlo ante ellos y, sobre todo, ante sí mismo.
Consideraba como un resarcimiento por las humillaciones de aquellos
años el que, durante su viaje desde Colonia —adonde había llegado con
el avión especial la tarde del 23 de abril de 1933— a Rheydt, la gente
esperara en las carreteras y saludara a la limusina del «señor ministro del
Reich» que pasaba a toda velocidad, el que la pequeña ciudad se hubie -
ra vestido de fiesta y que las autoridades municipales hubieran decidi-
do cambiar el nombre de la Dahlener Strasse, donde había crecido, por
el de Joseph-Goebbels-Strasse.
El programa de fiestas era muy intenso. 98 Comenzó la tarde de su lle-
gada con una representación de la Juventud de Max Halbe en el audito-
rio municipal, con la colaboración de la conocida actriz María Paudler,
y continuó a la mañana siguiente con una visita a su antigua escuela, el
centro de secundaria de Rheydt. Después de «estrechar la mano duran -
te largo rato» a sus antiguos profesores y —como se podía leer en el Rheyd-
ter Zeitung— apenas ser capaz de articular palabra de la «emoción inter-
na», se presentaron en el salón de actos ante todo el alumnado allí reunido,
salón donde se le había permitido pronunciar el discurso de gala en la
primavera de 1917 por ser el mejor bachiller. El director del colegio,
Harring, lo ensalzó como «prestigio de esta escuela, orgullo de esta ciu-
dad y gloria de nuestra patria alemana». El director creía descubrir la razón
de su «alto y soberbio éxito» en el hecho de que el «señor ministro del
Reich» había seguido un desarrollo y una formación «que me gustaría
denominar verdaderamente humanista». Pero por humanista entendía «de
manera muy general el objetivo de ser un homo humanus, un verdadero
hombre, una persona en perfecta armonía». 99
326 Goebbels

Por la tarde, las autoridades de la administración, los concejales y un


nutrido grupo de invitados de honor, entre ellos la mujer de Joseph
Goebbels, Magda, su hijastro Harald, su madre, sus hermanos María,
Konrad y Hans y viejos camaradas, como su amigo de colegio y com-
pañero de bachiller Fritz Prang, que en su día le había llevado a los
nacionales, se congregaron en el ayuntamiento, ostentosamente enga-
lanado, donde se le hizo entrega a Goebbels del diploma de ciudadanía
honoraria de la ciudad de Gladbach-Rheydt.Tras los comentarios ver-
daderamente panegíricos del primer alcalde, Handschumacher, que con-
cluyó con un «Que Dios esté siempre con Rheydt. (...) ¡Viva, viva,
viva!»,100 y después de entonar al unísono Alemania, Alemania, por encima
de todo, el homenajeado habló desde la escalinata del ayuntamiento a la
multitud apiñada, que había acudido a la «plaza de Adolf Hitler». En
un «discurso conceptual y lleno de sagrado fanatismo y fogosidad
arrebatadora», anunció la próxima separación de Rheydt de Gladbach,
lo que fue acogido por los reunidos con «indescriptibles gritos de júbi-
lo», pues en ese caso serían los únicos en tener al ministro de Propa-
ganda del Reich como hijo predilecto.101
Las celebraciones finalizaron con un desfile de antorchas por la Joseph-
Goebbels-Strasse, al que el hijo de la ciudad pasó revista entre los acor-
des de la marcha de honor y de la canción de Horst Wessel, con el bra-
zo en alto, de pie en un coche descapotable aparcado delante de la casa
paterna, mientras los suyos contemplaban el espectáculo desde los ven-
tanucos de la pequeña casa. Cuando, después de una reunión con vie-
jos conocidos y compañeros del partido de Rheydt en la sala Rütten
y una breve noche en el hotel Palast, partió al día siguiente en direc-
ción a Berlín, estaba profundamente satisfecho. El cronista del periódi-
co local manifestó que habían pasado un día «como Rheydt nunca lo
había vivido y como no hay otro en su agitada historia».102
De vuelta en Berlín, Goebbels se consagró de nuevo a los prepara-
tivos del «día del trabajo nacional», que se iba a convertir en un gran
éxito propagandístico. Centenares de miles de personas se dieron cita
en el campo de Tempelhof, delante de la gigantesca tribuna de Speer
con las enormes banderas de esvásticas, y siguieron el impresionante
Vamos a persuadir a la gente hasta que quede a nuestra merced 327

espectáculo compuesto de proclamas, canciones, representaciones y la


intervención del Führer. Uno de los invitados de honor de la diplo-
macia, el embajador francés André Francois-Poncet, observó al respec-
to: «Tras unas palabras introductorias de Goebbels, Hitler sube a la tri-
buna del orador. Los focos se apagan, excepto los que bañan al Führer
de una brillante luz, de manera que parece estar como en un barco
legendario sobre el ir y venir de las masas. Reina el silencio como en
una iglesia. Hitler habla».103
Cuando esta primera fiesta nacional de los trabajadores terminó con
unos inmensos fuegos artificiales, cuyo momento estelar fue el res-
plandor del gran retrato del Führer formado por fuegos de Bengala,
Goebbels también había sucumbido a la propia escenificación de este
espectáculo dirigido a millones de personas. Sobre él escribió que los
berlineses, que un par de años antes aún se estaban disparando entre sí
con ametralladoras, habían salido con toda la familia, obreros y bur-
gueses, ricos y pobres, empresarios y subordinados. «Una furiosa borra-
chera de entusiasmo se ha apoderado de la gente. Los acordes de la can-
ción de Horst Wessel suben al eterno cielo de la noche con fuerza y fe.
Las ondas del éter llevan las voces (...) a toda Alemania, (...) y ahora
en todas partes cantan a coro (...). Aquí nadie puede quedarse fuera,
todos pertenecemos al mismo grupo, y ya no es una frase huera: nos
hemos convertido en un único pueblo de hermanos».104
Aunque esto seguía siendo una visión, es cierto que, tras pocos meses
de despliegue del poder pardo, la oposición contra el nacionalsocialis-
mo comenzó a desmoronarse. Amplios sectores de la clase obrera vol-
vieron la espalda a sus partidos y sindicatos, facilitando así su desverte-
bración, que ahora avanzaba aceleradamente. Sin encontrar resistencia,
el 2 de mayo unidades de las SS y de las SA ocuparon en todo el Reich
las casas sindicales, así como las correspondientes empresas y bancos
obreros. Poco después, por orden de Góring,se ocuparon todas las sedes
y se incautaron los fondos del SPD y de la Reichsbanner. Por esa ava-
lancha de unificación forzosa, que, partiendo en marzo del mando sobre
la policía, había alcanzado primero a las regiones, también fueron arro-
llados pronto los demás partidos políticos, organizaciones y asociacio-
328 Goebbels

nes de intereses. La Iglesia protestante consiguió hacerle frente, pero a


precio de escindirse en Iglesia Confesora y Cristianos Alemanes. Por el
contrario, la Iglesia católica, que en un principio había declarado la gue-
rra a los nacionalsocialistas, entró en la «corriente parda» gracias a las
negociaciones entabladas por Hitler, que culminaron en el concordato
del Reich, pues el tratado, que resaltaba solemnemente la «libertad del
culto y de la religión católica», no dejó de surtir efecto en los católicos
alemanes.
Asimismo, en las universidades del país ya sólo existía una débil volun-
tad de autoafirmación. En el nacionalsocialismo, con la propagada «comu-
nidad popular» y el «liderazgo orgánico», se manifestaba finalmente para
muchos docentes aquello sobre lo que habían teorizado desde hacía
tiempo en los coloquios. Renombrados profesores como Heidegger,
Pinder y Sauerbruch pusieron enseguida sus nombres al final de pro-
clamas y juramentos de fidelidad. Un signo adecuado a la época tam-
bién quiso tener la Federación Alemana de Estudiantes, a cuyo frente
hubo un nacionalsocialista desde julio de 1931. La dirección de esta
asociación estudiantil voluntaria, la más grande de Alemania, intentaba
ahora incluso superar a la Liga Estudiantil Nacionalsocialista por lo que
respectaba a la «pureza» de la doctrina.105 Ya el 2 y el 9 de abril, un dele-
gado de la Federación Alemana de Estudiantes había hablado con un
representante del Ministerio de Propaganda sobre un acto «simbólico»,
planeado para principios de mayo, en el que se quemarían escritos
«corrosivos», es decir, escritos de judíos, marxistas y demás autores «antia-
lemanes», y el 10 de abril había solicitado ayuda económica al Minis-
terio de Propaganda. A la persona a la que se dirigieron le pidieron que
intercediera ante el «compañero de partido y ministro Goebbels» en
favor de la concesión del dinero. El ministro, quien ya había sido nom-
brado orador principal en el proyecto programático paralelo de la que-
ma de libros en Berlín, afrontaba este plan, que en general aprobaba,
más bien con sentimientos encontrados por razones personales, pues
había estudiado con profesores judíos como Gundolf y Waldberg. Este
último, un ferviente patriota alemán, acababa de ser borrado de la lista
de docentes por «no ario» tras la promulgación de la ley para la «recons-
Vamos a persuadir a la gente hasta que quede a nuestra merced 329

titución del funcionariado profesional». En los primeros años Goebbels


había alabado con gran entusiasmo a ambos profesores, e incluso cuan-
do empezó a ver en el judaismo la decadencia del mundo, su inmenso
odio no iba dirigido a ellos personalmente.Ya que, con su intervención
en la quema de libros, temía llamar la atención de sus adversarios sobre
este pasado, vaciló y dejó a la Federación Alemana de Estudiantes con
la incertidumbre de si podían contar con él o no. Sólo cuando el 3 de
mayo la asociación estudiantil le volvió a pedir por escrito que pro-
nunciara el «discurso incendiario» en la noche del 10 de mayo, el ayu-
dante expresó la aprobación del ministro.
Cuando a medianoche —al mismo tiempo ardían las hogueras en
muchas ciudades universitarias del Reich— Goebbels llegó en un coche
descapotable a la Plaza de la Ópera de Berlín, enfrente de la venerable
Universidad Federico Guillermo, dio la impresión de «no estar dema-
siado entusiasmado con el asunto».106 De todos modos, ya al principio de
su discurso «en contra del espíritu antialemán», anunció el final de la
«era de un exagerado intelectualismo judío». 107 En las llamas de los
20.000 volúmenes veía desmoronarse el «fundamento intelectual de la
república de noviembre».108 Sin embargo, era evidente que, durante el
breve discurso pronunciado a la luz del fuego nocturno y retransmitido
por la radio, no se encontró en su forma habitual. En lugar de agitar
como de costumbre «con una voz ronca y retumbante», habló «más
bien civilizadamente» e intentó «moderar más que instigar», recordaba
Golo Mann,109 quien como estudiante estuvo presente cuando Goeb-
bels atacó a buena parte de la mejor vida intelectual y cultural alemana
como «porquería intelectual» de los desarraigados «literatoides
judíos».110
También la esposa de Goebbels, Magda, consagrada al nacionalso-
cialismo con no menos radicalismo, se puso en esos días al servicio del
régimen. El 14 de mayo pronunció en la radio «de un modo perfecto»,
como encomió su marido lleno de orgullo,111 el primer discurso del
día de la madre, en el que subrayó que la «madre alemana» se situaba
«ya por instinto» al lado de Hitler y que, «tras comprender sus elevados
objetivos espirituales y morales, se convertía en una entusiasta adepta y
330 Goebbels

en una fanática luchadora». 112 La mujer del ministro de Propaganda,


rubia y de ojos azules, se prestaba de manera extraordinaria como repre-
sentante de la Alemania nacionalsocialista, pues respondía perfectamente
al difundido cliché de la «moderna mujer alemana». Ésta tenía en el
Estado nacionalsocialista, calificado de «masculino», 113 la única misión
de «ser hermosa y traer hijos al mundo», 114 como en cierta ocasión
expresó Goebbels sin rodeos.
Magda, quien siempre tuvo un «contacto» personal sumamente bue-
no con Hitler, fue en muchos aspectos una ayuda para el advenedizo
Goebbels. A diferencia de su marido, que no manejaba con fluidez nin -
guna lengua extranjera moderna, ella dominaba varios idiomas, entre
otros el italiano, 115 lo que le benefició mucho en el primer viaje al
extranjero, que a finales de mayo de 1933 les llevó a ella y a Goebbels
a Roma. La elegante y mundana mujer se mostraba segura y efectista
en sus intervenciones. A ella le debía Goebbels el que se disiparan su
inseguridad y sus dudas de si causaría una «impresión correcta» en esta
visita oficial.116 En esta época hacía constar repetidamente en su diario lo
«maravillosamente»117 que Magda cumplía su misión. Con ello se
refería sobre todo al banquete de gala al lado de Mussolini, quien figu -
ró entre sus «grandes conquistas», 118 no escatimó cumplidos y manifestó
su «fabulosa» opinión acerca de Magda.
Pero ella no sólo daba a Goebbels confianza en sí mismo, sino que
velaba ambiciosamente por su autoridad política. Así, sufrió con él cuan-
do el asunto de la delimitación de competencias respecto a otros minis-
terios le provocó «mucha indignación». 119 La causa radicaba en que las
tareas del nuevo ministerio no estaban fijadas con exactitud en el decreto
fundacional firmado por Hindenburg; antes bien, este decreto auto-
rizaba al canciller del Reich a establecer las competencias. 120 Ya que
Hitler se abstuvo conscientemente de ello en cierto grado, los conflic -
tos entre las respectivas carteras resultaron inevitables. Sin duda el más
serio lo tuvo que lidiar en un principio con el ministro del Interior del
Reich, Frick, y es que el Ministerio del Interior era el que más com -
petencias tenía que ceder al Ministerio de Propaganda recién creado,
pues hasta entonces los asuntos culturales del Reich se habían atribuí-
Vamos a persuadir a la gente hasta que quede a nuestra merced 331

do principalmente a aquél.121 Además, Goebbels tenía en la persona de


Frick, el antiguo consejero de Interior y Educación popular de Turin-
gia, a un rival predestinado y nada desdeñable en materia de cultura.
Sin embargo, consiguió sacar ventaja a Frick con el decidido apoyo del
astuto táctico Funk. No sin orgullo anotó pronto en su diario: «Todo
el departamento de cultura del Ministerio del Interior depende ahora
de mí».122
En el «decreto del canciller del Reich sobre las tareas del ministro
del Reich para la Educación Popular y la Propaganda»,123 publicado el
30 de junio de 1933 por la disputa con Frick, Hitler no concedía a
Goebbels todo lo que éste había deseado,124 pero en él se decía que era
«responsable de todas las tareas de influencia intelectual sobre la nación».
De las atribuciones del Ministerio del Interior, pasaban a depender de
él «la instrucción general en política interior, la Escuela Superior de
Política, la implantación y celebración de los días festivos nacionales y
festividades estatales en colaboración con el ministro del Interior, la
prensa (con el Instituto de Periodismo), la radio, el himno nacional, la
Biblioteca Alemana de Leipzig, el arte, el fomento de la música inclu-
yendo la Orquesta Filarmónica, los asuntos teatrales y cinematográfi-
cos», así como la «lucha contra la literatura barata».125
Mientras que el Ministerio de Economía y el de Alimentación tuvie-
ron que cederle la propaganda económica y los asuntos de publicidad,
exposiciones y ferias, y el Ministerio de Transportes la propaganda de
transportes y comunicaciones, el Ministerio de Exteriores, de acuerdo
con el decreto, tenía que transferir de su ámbito de competencias al
Ministerio de Propaganda «el sistema informativo y la propaganda en
el extranjero, el arte, las exposiciones de arte, la cinematografía y los
deportes en el extranjero». También el departamento de prensa del
gobierno del Reich, que hasta ahora había estado integrado en el Minis-
terio de Exteriores, se incorporaría al Ministerio de Propaganda. El 10
de mayo Goebbels tuvo que luchar duramente por ello en una delibe-
ración de dirigentes.126 En un principio, el ministro de Exteriores, Kons-
tantin von Neurath, no quería darse por satisfecho. El 16 de mayo envió
negociadores a Goebbels, que sin embargo poco consiguieron frente a
332 Goebbels

su determinación y capacidad de imponerse. Una «sentencia termi-


nante» de Hitler —así lo vio Goebbels— en una nueva deliberación de
dirigentes celebrada el 24 de mayo,127 durante la cual se dice que el can-
ciller del Reich defendió «con brío» el criterio de Goebbels, aseguró
al ministro de Propaganda el quedar al cargo de la propaganda activa
en el extranjero y dejó finalmente aVon Neurath sin conseguir su obje-
tivo.128
En la cuestión de las competencias, Goebbels llegó a enfrentarse asi-
mismo con Góring en el verano de 1933, aunque su relación se había
distendido visiblemente desde que aquél también fue nombrado minis-
tro. Puesto que ahora ya no se sentía postergado, celebró el nombra-
miento de Góring como presidente regional de Prusia en abril, prin-
cipalmente porque ahora por fin también estaba «garantizada una clara
y enérgica orientación nacionalsocialista para este land tan importan-
te».129 Si hacía poco Goebbels había atacado la política de Góring como
«reaccionaria», al mes siguiente, en una «entrevista», el enjuto agitador
y el pesado vividor hicieron responsables de su a veces difícil relación
a los «chismosos», que eran los peores perturbadores.130
Pero la concordia duró poco. Goebbels, que tenía el poder en Ber-
lín sobre los «teatros del Reich» —la Volksbühne y el teatro de la Nollen-
dorfplatz, así como la Ópera Alemana—m siempre estaba criticando la
«chulería uniformada» del «gordo».132 Cuando en junio Góring se negó a
renunciar a su responsabilidad sobre el Teatro Estatal Prusiano, que
abarcaba desde la plaza de Gendarmenmarkt hasta Unter den Linden, 133
enseguida se volvió a leer en sus escritos sobre la «descarada fanfarro-
nería» de su adversario134 y se rescató el viejo argumento de que Góring
se comportaba con demasiada complacencia con la noble «reacción».135 Y
es que, si se comparaban los edificios, palidecían todos los teatros que
tenía Goebbels bajo su control, pero Góring no se dejó arrebatar este
«tesoro», aunque aquél no cesaba de intentarlo.
El conflicto abierto entre ellos se produjo cuando Góring disputó
al ministro de Propaganda el monopolio sobre la radio. El 12 de
junio, en una «circulan) dirigida a varios ministerios del Reich y gobier-
nos regionales, Góring llamó la atención sobre el hecho de «que la
Vamos a persuadir a la gente hasta que quede a nuestra merced 333

radio no se presta de ningún modo a ser administrada por una sola


mano, a saber, exclusivamente por el Reich. Es mucho más propio
de la naturaleza de la radio combinar los intereses de diferente
índole y de diferente envergadura del Reich y de las regiones, hasta
el punto de que la gestión de la radio sólo sea posible a partir de una
estrecha colaboración entre ambos, si es que se desean conseguir
los mejores resultados de esta importante rama de la administración
del Estado».136
Cuando el 17 de junio Goebbels tuvo noticia del escrito, vio «la
ocasión para atacar».137 Calificó la carta como «una desfachatez», tenía
una «rabia tremenda» y lo primero que quería era «ir volando
directamente a Hitler», quien ahora debía emitir su dictamen; pero
finalmente dejó «madurar el asunto».138 Goebbels no dudaba de que
Góring saldría perdiendo en esto,139 pues, al igual que para Hitler, la
«rigurosa centralización» era para Goebbels la medida de todas las
cosas.140 «No conservar, sino liquidar», era la estrategia de ambos con
respecto a las regiones, en particular por lo que se refería a la poderosa
Prusia.141 Goebbels desacreditó a Góring acusándole de propagar sólo
por su «sed de poder» un «regionalismo» que había encontrado
expresión en el asunto de la radio.142Varias veces se dirigió a Hitler con
esta cuestión, hasta que éste finalmente confirmó la exclusiva
competencia de Goebbels sobre la radio.143
Goebbels también tuvo éxito en sus gestiones para conseguir una
residencia oficial adecuada, que él se había fijado a la sombra de la Puer-
ta de Brandeburgo, en el más septentrional de los siete jardines minis-
teriales, como se los denominaba, entre la Wilhelmstrasse y la Friedrich-
Ebert-Strasse. Pero el antiguo palacio de los mayordomos reales de Prusia
había servido hasta ahora de domicilio oficial al correspondiente minis-
tro de Alimentación del Reich. Con el apoyo de Hitler, que dio su apro-
bación el 28 de junio,144 Goebbels aprovechó la dimisión de Hugen-
berg para adelantarse a su sucesor en el Ministerio de Alimentación,
Darré, a la hora de ocupar la vivienda. Aun antes del nombramiento de
Darré, Goebbels se dirigió a él «por la cesión de la casa».Ya que Goeb-
bels le comunicó que Hitler así lo deseaba, pues quería tenerle inme-
334 Goebbels

diatamente cerca», Darré accedió al ruego del ministro de Propagan-


da.145
El nuevo señor de la casa situada en la calle Hermann-Goring-Stras-
se 20, como se llamó la Friedrich-Ebert-Strasse a partir de agosto de
1933, siguió creando problemas a Darré; impidió la necesaria amplia-
ción del Ministerio de Alimentación porque le «molestaban» esos tra-
bajos en su residencia oficial, según sospechó Darré.146 Por el contrario,
las reformas en la propia casa ministerial comenzaron enseguida y a
gran escala. Albert Speer dirigía las obras, que comprendían también la
anexión de un gran edificio residencial. 147 El 30 de junio de 1933
Goebbels entregó la llave a su mujer, pero en la alegría de ésta se mez-
cló de inmediato una gota de amargura: los muebles elegidos por Speer
no le gustaban.148 Así que hubo que cambiarlos por otros, pues, a pesar
de la sencillez que proclamaban, los Goebbels empezaban a vivir en un
ambiente cada vez más lujoso. El seguía intentando evitar esa impre-
sión hacia fuera —así, por ejemplo, en las Navidades de 1933 hizo que
su hermano mayor Konrad reconviniera a su hermano Hans por su cara
limusina—,149 pero en lo que se refería a la decoración de sus viviendas
y casas se subordinaba a Magda, cuyo «gusto fabuloso» siempre hacía
constar.Y ella —quién no lo iba a comprender teniendo en cuenta las
condiciones de su primer matrimonio— se regía por lo que era bue-
no y caro, aunque, a diferencia de la pasión que sentían las esposas de
otros muchos compañeros del partido por lo cursi y lo ostentoso, tenía
un gusto certero y sobre todo estilo, hecho que revelan sus encargos a
los Talleres Unidos de Munich. Y sabía crear un ambiente en el que
también Hitler se sintió muy bien en privado durante años —un
vínculo adicional entre el Führer y su jefe de propaganda.
Cuando condujeron orgullosos a Hitler a través de la casa y el jar-
dín, éste mostró un «completo y sincero entusiasmo» y compartió su
opinión de que era «como un pequeño palacio de recreo».150 Hitler
sólo desaprobó muy duramente las acuarelas de Nolde, que Speer había
tomado prestadas para la vivienda de Eberhard Hanfstaengl, el director
de la Nationalgalerie [Galería Nacional]. Aunque a los Goebbels les
encantaban esas acuarelas, el ministro hizo llamar inmediatamente a
Vamos a persuadir a la gente hasta que quede a nuestra merced 335

Speer y le comunicó que eran «sencillamente imposibles» y que había


que retirarlas «al instante». 151 También aquí la opinión de Hitler, «enten-
dido en arte», estaba para él y su esposa por encima de todo.
Hasta qué punto el deseo de Hitler era una orden para los Goebbels
lo ilustra también el papel que desempeñó en un conflicto entre ambos:
en julio de 1933 Magda quería asumir la presidencia de un nuevo cen -
tro de moda alemán, cosa que Goebbels rechazó de manera tajante, pues
las mujeres tenían que concentrarse exclusivamente en la familia y no
desempeñar ningún papel activo en la esfera pública. Así que se produ-
jeron «ruidosas escenas». 152 Cuando, como consecuencia de ello, Magda
se negó a acompañar a su marido a Bayreuth para el festival de Wag-ner,
que era sagrado para los dirigentes nacionalsocialistas, la cosa se
convirtió en un «serio conflicto». 153 Hitler, quien, después de que Goeb-
bels se presentara allí solo, reaccionó «horrorizado», dio inmediatamente
la orden de traer a Magda en avión desde Berlín. Ahora ella ya no se
hizo más de rogar y apareció después del primer acto de Los maestros
cantores «con una belleza resplandeciente».154 Los «ánimos» todavía «muy
abatidos» entre ella y Goebbels sólo fueron superados tras las nuevas
insistencias de Hitler. Aún en Bayreuth, escribió Goebbels en su diario
con un agradecimiento pueril: «Hitler restablece la paz entre Magda y
yo», es un «verdadero amigo» y «lo quiero mucho». 155
Puede que la causa de estas desavenencias estuviera en el estado psí-
quico del ministro de Propaganda, pues un nuevo competidor tocaba
la posición de poder de Goebbels. Ley, que con el Frente Alemán del
Trabajo (DAF, en sus siglas alemanas) se había apropiado de la organi-
zación y del enorme capital de los sindicatos y seguros sociales desar-
ticulados,156 tenía la intención de integrar en el frente a todas las fede -
raciones de trabajadores, incluida la Asociación Profesional de Artistas,
lo que recortaría decisivamente las posibilidades de Goebbels de influir
en materia político-cultural. Esta idea provocó en Goebbels una reac -
ción «casi de pánico». 157 Con la mayor celeridad posible se presentó
ante el representante de su Führer, Rudolf Hess, con quien habló «seria-
mente» el 6 de julio sobre las intenciones de Ley, 158 operando con la
palabra clave «marxismo», un arma habitual contra el DAF. El 10 de julio
336 Goebbels

advirtió en un artículo contra las «tendencias marxistas» dentro de la


Organización Nacionalsocialista de Células de Empresa, NSBO en
siglas alemanas.159 Había que tener cuidado de que el marxismo, pri-
vado de sus posibilidades de organización, no encontrara «una nueva
palestra ideológica» en la NSBO. No todo el que se ponía la insignia
de la NSBO era por ello un leal soldado de Hitler.Y pensar que el mar-
xismo estaba completamente exterminado tras el final del SPD y del
KPD, eso se podía esperar de otros, pero no de «nosotros, viejos nacio-
nalsocialistas».160 Tres días después, en un escrito dirigido a la cancillería
del Reich, acusó a Ley de seguir siendo partidario del clasismo y del
sindicalismo marxistas, lo que «siempre prometía buenos resultados tra-
tándose de Hitler, que padecía el síndrome de Strasser». 161 Goebbels
pedía «que se buscara lo más pronto posible el arbitraje del señor can-
ciller del Reich en este asunto» y «que en el sector artístico se le die-
ran instrucciones al Frente del Trabajo de no atentar contra la conti-
nuidad de las asociaciones profesionales existentes que colaboran
conmigo».162 Goebbels justificó su exigencia alegando que tenía inten-
ción de «presentar propuestas para la creación de una Cámara de Cul-
tura del Reich, que estaría formada por las organizaciones de los dis-
tintos ámbitos» pertenecientes a su «esfera de acción»163 y que abarcaría a
todos los «trabajadores culturales» del Reich bajo su dirección.
Puesto que Hitler no le respondió con una negativa decidida, Goeb-
bels dio de inmediato el siguiente paso y pocos días después añadió a
su carta una «nota» que llevaba por título «Ideas básicas para la crea-
ción de una Cámara de Cultura del Reich». 164 Por muy poco que se
hubiera dejado madurar el escrito desde el punto de vista ideológico,
estuvo disponible rápidamente, y ante todo de eso se trataba ahora en
su situación,165 pues una organización de este tipo no había tenido nin-
guna importancia en el momento en que se planificó la estructura del
Ministerio de Propaganda. En estas «ideas básicas», Goebbels castiga-
ba duramente las supuestas «aberraciones» ideológicas de Ley. Había
que observar —se decía--.que «no todos entendían» la «línea» del
nacionalsocialismo de hacer de la constante formación cultural, en la
que Goebbels veía el «gran proyecto sociológico del siglo xx»,166 «el
Vamos a persuadir a la gente hasta que quede a nuestra merced 337

cimiento natural del Estado de la comunidad creadora nacional». De


este modo, Goebbels quería oponerse a los frentes sociales y a la repre-
sentación de intereses económicos con una nueva «razón de ser»: la
creación artística libre sería reemplazada por el servicio a la «comuni-
dad popular»,167 estableciéndose así el deseado frente único de Estado y
cultura.168 Ley, en cambio —así lo afirmaba Goebbels—, apoyaba
«tendencias que reducen la construcción estatal exclusivamente al terre-
no de las luchas sociales y quieren hacer de ella una especie de comu-
nidad de trabajo paritaria reactivando el ideario sindicalista». 169 Estas
«direcciones opuestas —seguía diciendo— quizás no se han manifes-
tado en ninguna parte con más fuerza y gravedad» que en la esfera de
acción asignada al Ministerio de Propaganda. Por este motivo, pero
también porque el ministerio tenía la misión de «fundir en un con-
junto la educación estatal y la formación de la identidad», el Ministe-
rio de Propaganda necesitaba «para el desempeño de sus tareas asocia-
ciones de prensa, radio, literatura, teatro, cinematografía, música y artes
plásticas, y no asociaciones de trabajadores y patronos, en las que se
subraya de la manera más contundente posible la uniformidad del inte-
rés económico y se reprime la disparidad de condiciones de los ramos
profesionales».170
Durante un «largo cambio de impresiones de carácter general» con
Hitler, que tuvo lugar el 24 de agosto en el Obersalzberg, el Führer
dio por buenas las ideas de Goebbels y expresó la «más plena admira-
ción» por su trabajo.171 Después todo fue muy rápido. A finales de mes se
discutió por primera vez a nivel de ponentes el correspondiente «Pro-
yecto para una ley de Cámara de Prensa y Cultura». En la «deliberación
de dirigentes» del 19 de septiembre se logró un «consenso» y ya el 22
de septiembre se aprobó la ley172 que otorgaba a Goebbels plenos pode-
res «para unir en corporaciones de derecho público» a los «miembros
del ramo de actividades que comprendía su esfera de acción». Así exis-
tía, aparte del DAF de Ley, un segundo sindicato del Estado controla-
do por Goebbels para los profesionales del sector cultural. El ministro
de Propaganda había conseguido una «obra maestra en el arte de la
improvisación política».173
338 Goebbels

Aunque Hitler dio por terminada la «revolución parda» ya el 7 de


julio de 1933 —lo que significaba tanto como: el ejército y la econo-
mía se dejan en paz y todo lo demás está bajo control— y pese a que
las medidas más perentorias para la unificación forzosa se habían con-
cluido más o menos, el aparato propagandístico de Goebbels seguía tra-
bajando al máximo rendimiento e intentaba entusiasmar a la nación
con fiestas y desfiles multitudinarios para combatir el letargo que a
menudo se observaba. En el año de la subida al poder, se celebró a prin-
cipios de septiembre en Nuremberg el «congreso de la victoria del par-
tido del Reich» con una pompa nunca vista. Cientos de miles de per-
sonas se acercaron a la capital de Franconia para presenciarlo. A los que
se quedaron en casa, la radio, la prensa, el noticiario Wochenschau y final-
mente la película de Leni Riefenstahl les transmitieron esa Victoria de
la fe, como decía significativamente el título de esta última.
Si la penuria ya no pesaba tanto sobre la gente, se debía entre otras
cosas al efecto de la propaganda, que exhibía de manera incansable los
esfuerzos y logros sociales del régimen.Ya se tratara de medidas para el
fomento del empleo, como las obras del tramo de autopista entre Frank-
furt y Heidelberg, que comenzaron en septiembre, o iniciativas de bene-
ficencia, como la campaña de socorro invernal, la radio del Reich y la
prensa siempre estaban presentes e informaban detalladamente sobre la
primera piedra colocada por Hitler aquí o el discurso inaugural pro-
nunciado por el ministro de Propaganda allá. La dinámica de los acon-
tecimientos y la experiencia de comunidad propagada en todas partes
debían sugerir a la gente la excitación ante lo nuevo y la consolidación
del estado de cosas antes de que realmente hubiera mejorado su situa-
ción económica. Cada vez más personas de todas las capas sociales iban
sucumbiendo poco a poco al hechizo pardo con sus lemas de «elimi-
nación del desempleo», restauración del «honor nacional» y una «comu-
nidad popular» que salvaba todas las barreras sociales. Sin embargo, había
muchas cosas inquietantes, que daban motivos para dudar, como los ata-
ques contra los judíos o la construcción de campos de concentración,
así como el terrorismo contra quienes tenían diferente ideología polí-
tica, como por ejemplo durante la «semana sangrienta de Kópenick»,
Vamos a persuadir a la gente hasta que quede a nuestra merced 339

en la que 91 personas fueron cruelmente masacradas por las SA. 174 Pero,
puesto que las cosas habían venido así y de todos modos nada se podía
hacer como individuo particular, en Alemania muchos se excusaban
alegando que ellos no tenían nada ver con eso. Y, a fin de cuentas, ¿no
habían tenido todas las revoluciones sus excesos que tarde o temprano
habían vuelto a disminuir?
En cambio, entre los enemigos occidentales de la guerra mundial, la
dictadura de Hitler, con la radical eliminación de personas que no goza-
ban de su simpatía política, pero sobre todo el antisemitismo decreta-
do por el Estado, aumentaron las aversiones contra el Reich. En esos
países, las abiertas declaraciones de enemistad estaban a la orden del día
y pesaban cada vez más sobre las relaciones exteriores. Por ese motivo,
en otoño Hitler tuvo que frenar a su ministro de Propaganda, quien tras
la consolidación de su esfera de influencia dedicó toda su energía a la
lucha contra los ciudadanos de credo judío, la «peste universal que había
que exterminar». Así, la ponencia que le había encargado a Goebbels
para el congreso del partido sobre «El problema racial y la propaganda
mundial» le resultó demasiado agresiva. «Por razones de política exte-
rior», muy a pesar del orador, el texto tuvo que ser «suavizado en la
cuestión judía».175
Sin embargo, Goebbels fue para Hitler la primera opción cuando se
trató de calmar los ánimos internacionales. Como gesto de un supues-
to pacifismo alemán, que Hitler ya había exhibido a lo grande en su
discurso parlamentario del 17 de mayo de 1933, envió en una misión
especial, además de a su ministro de Exteriores,Von Neurath, a su más
hábil dialéctico a Ginebra para el congreso de la Sociedad de Nacio-
nes de finales de septiembre de 1933. «Del mismo modo que nuestros
adversarios en política interior no se dieron cuenta hasta 1932 de hacia
dónde nos dirigíamos, de que la promesa de legalidad era sólo un ardid»,
así se deberían salvar ahora «todos los peligrosos escollos» de la «zona
de riesgo» por medio de juramentos de paz; con ello se refería a la fase
de «capacitación para la guerra», que Goebbels consideraba la condi-
ción indispensable para la supervivencia de Alemania en un mundo de
enemigos y el primer paso en el camino hacia el gran imperio conti-
340 Goebbels

nental.176 De acuerdo con esta regla, la propaganda de Hitler y Goeb-


bels en política exterior tuvo el siguiente lema encubridor entre 1933
y 1936: «No somos una Alemania militarista».177
Después de su visita a la Italia amiga de Mussolini, éste era el segun-
do viaje oficial de Goebbels al extranjero. En él se presentó por pri-
mera vez ante los representantes de aquellos países en contra de cuyos
sistemas democráticos, sin conocerlos en lo más mínimo, había des-
plegado una campaña difamatoria tan grande. En consecuencia, la
impresión que se llevó de la asamblea de la Sociedad de Naciones el
25 de septiembre fue «deprimente». «Una reunión de muertos» se cele-
bró allí, sobre la que sentenció con tanta ironía como desprecio que
esto era el «parlamentarismo de las naciones».178 El delegado alemán
en Berna, Ernst von Weizsácker, había esperado que Goebbels sacara
«útiles impresiones».179 En realidad fueron de este tipo: «Lo único inte-
resante era observar a la gente. Sir John Simón, ministro de Exterio-
res inglés. Alto e imponente (...). Dollfuss, un enano, un petimetre, un
bribón. Por lo demás, nada raro (...). Nosotros los alemanes les damos
cien vueltas.Todo sin dignidad ni estilo.Aquí ha encajado y se ha sen-
tido bien Stresemann. Esto no es para nosotros (...). Me fastidia haber
participado. El Ministerio de Exteriores se caga en los pantalones de
miedo».180
Pero también él mismo, «la sensación de la asamblea plenaria», 181 fue
«examinado y juzgado».182 En el ambiente ginebrino tan denostado por
él —informa el intérprete jefe del Ministerio de Exteriores, Paul
Schmidt—183 Goebbels se movió sin embargo «con absoluta desenvol-
tura», «como si llevara años siendo delegado en la Sociedad de Nacio-
nes». Lo cierto es que el «hombre salvaje de Alemania» causó una impre-
sión tranquila y cuidada, y Goebbels cambió su violento vocabulario
de agitador político, habitualmente tan delator, por una cuidada jerga
diplomática. La máscara era perfecta. El intérprete Schmidt tuvo la
impresión de que «casi todos» los interlocutores extranjeros de Goeb-
bels «se quedaron igual de sorprendidos que yo al encontrar frente a sí,
en lugar de al vocinglero tribuno del pueblo, al tipo completamente
normal de delegado de la Sociedad de Naciones, que sonreía amable-
Vamos a persuadir a la gente hasta que quede a nuestra merced 341

mente de vez en cuando, como hubo decenas en las asambleas de sep -


tiembre».184
Von Weizsácker lo confirmó. La «rica mezcla» de la delegación gine-
brina con personalidades del NSDAP «dio muy buen resultado», pen -
saba. Los extranjeros que hablaron con Goebbels se despidieron en gene-
ral con la impresión de que en ese movimiento había algo que merecía
un estudio más detenido.185 Para sus «negocios suizos»,Weizsácker quedó
asimismo «muy satisfecho»186 con la visita de Goebbels, a lo que pudo
contribuir considerablemente una cena del 27 de septiembre de 1933
con el profesor ginebrino de Historia Moderna y futuro comisario de
la Sociedad de Naciones en Danzig, Cari Jacob Burckhardt. En ella
Goebbels decía haber logrado cambiar a su favor el «frío ambiente» ini-
cial entre los suizos. 187 También creía haber desvanecido las preocupa-
ciones del consejero federal suizo Giuseppe Motta por los «deseos de
expansión nacionalsocialistas», de manera que finalmente el «burgués
metido a político» se fue al parecer «muy satisfecho». 188
Un efecto similar hizo constar Schmidt sobre la intervenci ón de
Goebbels ante los representantes de la prensa internacional la tarde del
28 de septiembre de 1933 en la abarrotada sala de los espejos del hotel
Carlton de Ginebra. Su conferencia sobre «La Alemania nacionalsocia-
lista y su misión de paz» 189 volvió a estar perfectamente en la línea de
la propaganda alemana de los años 1933-1936. 190 En ella Goebbels
rechazó como «grotesca»191 la tesis de que la nueva Alemania estuviera
preparando una futura política expansionista y sostuvo que era «injus -
to» conjeturar un deseo de guerra por parte de Alemania cuando todo
el sistema sobre el que se basaba el gobierno alemán estaba «impregna-
do de un espíritu pacifista». 192 Schmidt refiere que el comentario de
Goebbels sobre que el nuevo régimen era una «ennoblecida forma de
democracia en la que se gobierna autoritariamente según el mandato
del pueblo»193 fue acogido en muchos casos con «incrédulo escepticis-
mo» y alguna «sonrisa irónica». Del mismo modo, sus promesas de paz
resultaron demasiado halagüeñas teniendo como fondo las Señales del
nuevo tiempo194 que llegaban desde Alemania. Sin embargo, los comen-
tarios hábilmente calculados que hizo Goebbels sobre el auténtico peli-
342 Goebbels

gro, el bolchevismo, encontraron gestos de asentimiento en el audito-


rio, sobre todo entre algunos ingleses y americanos.195
De todos modos, más que el fondo fue la forma en que Goebbels
se expresaba y hablaba lo que dejó una cierta impresión «positiva» en
el auditorio internacional, pues éste también se «sorprendió de que el
desmedido demagogo que veían en Goebbels por sus comentarios aho-
ra estuviera delante de ellos de una forma tan civilizada y amable». 196
Justo esta sensación contradictoria dejó el discurso de Goebbels en el
corresponsal del Times londinense, quien escribió «que el tono en que
Goebbels expuso sus ideas fue extraordinariamente suave y de manera
inequívoca debía ser un gesto útil y conciliador para las negociaciones
sobre el desarme, pero contrastaba extrañamente con algunas senten-
cias anteriores procedentes de la misma fuente».197 Un periódico pari-
sino llegó a manifestar que Goebbels había hablado «como Stresemann
en su día».198 Cuando a continuación el ministro de Propaganda se mezcló
libremente con los periodistas y respondió incluso a las preguntas más
duras sobre la libertad de prensa, la cuestión judía o los campos de
concentración «con temperamento, capacidad de réplica y diploma-
cia»,199 pudo estar seguro de su «reconocimiento, aunque fuera invo-
luntario».200 El ministro de Exteriores francés, Joseph Paul-Boncour, a
ojos de Goebbels un «vanidoso desagradable. Francés y literatoide. No
un buen tipo»,201 informó al presidente de su consejo de ministros, Dala-
dier, sobre el diálogo de dos horas que mantuvo con Goebbels y que
no le había dejado del todo indiferente: «Conversación fogosa, ojos
ardientes, gestos de una mano elegante y fina, que contrastan como los
ojos con el cuerpo deforme y que subrayan, acentúan y amplifican sus
esfuerzos de argumentación. Este ministro de Propaganda trae la pro-
paganda a la diplomacia».202
Antes de su vuelo de regreso a Berlín del día siguiente, Schmidt oyó
al ministro de Propaganda hablar de una atmósfera terrible, de confu-
sión, intrigas y disimulo.203 Al parecer, Goebbels, pese a su éxito, estaba
desconcertado por el foro extranjero: tenía el convencimiento de que
los representantes de la Sociedad de Naciones estaban unidos en cuan-
to a su hostilidad contra la Alemania nacionalsocialista. Al menos eso
Vamos a persuadir a la gente hasta que quede a nuestra merced 343

era lo que todos le habían «dejado sentir claramente, aunque por fuera
se mostraran tan amables».204 El enviado italiano Suvich estaba «visi-
blemente influenciado por los franceses», hablaba de guerra y peligro y
además estaba «plenamente contra nosotros» en la cuestión austriaca,
anotó Goebbels en su diario y resumió: «Italia es un país de sacro egoís-
mo (...). Suvich es rival nuestro. Intenta ocultarlo (...). Pero yo no me
dejo engañar».205 El ministro de Exteriores húngaro, el conde Kanya, le
informó de la «psicosis bélica» que reinaba en París, de lo cual Goeb-
bels concluyó que París buscaba «torpedear el desarme».206 En el asunto
de la igualdad de armamentos exigida por Hitler, Goebbels no pudo
hacer desistir de su postura negativa ni a Jean Louis Barthou, el anti-
guo presidente de la comisión de reparaciones y futuro ministro de
Exteriores francés, ni a Paul-Boncour, pese a dos largas entrevistas que
mantuvieron el 29 de septiembre de 1933, en las que intentó hacerles
perder su «miedo cerval» con innumerables «argumentos».207
Sólo los encuentros ginebrinos con el ministro de Exteriores pola-
co, Josef Beck, y con el presidente del Senado de Danzig, Hermann
Rauschning, quien «con seguridad no hace tonterías», transcurrieron
de manera satisfactoria para Goebbels. Con Beck puede uno «arreglár-
selas», es «joven e impresionable», observó Goebbels. Además Beck quie-
re «librarse de Francia y tender más hacia Berlín», 208 un proceso que
desembocó el 26 de enero de 1934 en un pacto de amistad y no agre-
sión germano-polaco. Con él, Alemania dio un paso decisivo para salir
de su aislamiento en política exterior, aislamiento hacia el que Hitler
—sin duda vio corroborada la decisión que ya había tomado por el
informe negativo de Goebbels con respecto a Ginebra— había dirigi-
do al país con la salida de la Conferencia para el Desarme y de la Socie-
dad de Naciones el 14 de octubre de 1933.
Aquí también, en la fase de «capacitación para la guerra» de Alema-
nia, un hábil reparto de papeles encubrió la estrategia de engaño. Mien-
tras que Hitler daba a conocer su decisión en la radio, Goebbels, por
orden del gobierno, volvía a declarar en una conferencia de prensa la
adhesión «a una política del más sincero pacifismo y disposición -con-
ciliadora».209 Lo repitió en su discurso de política exterior «Laiuchade
344 Goebbeü

Alemania por la paz y la igualdad» el 20 de octubre en el palacio de


deportes berlinés, en el que justificó públicamente la salida de Alema-
nia de la Sociedad de Naciones y de las negociaciones para el desarme:
«Si hemos abandonado la Sociedad de Naciones y la Conferencia para
el Desarme, no ha sido para preparar la guerra. Adolf Hitler ha decla-
rado con razón en su discurso radiado que sólo un loco desearía la gue-
rra. Nos hemos salido para limpiar el ambiente, para mostrar al mundo
que así no se puede seguir». En lugar de ocuparse con responsabilidad
de las catástrofes económicas, los políticos se dedicaban a «convertir a
Alemania en cabeza de turco»,210 decía disipando en el interior los fun-
dados temores del exterior.
La indignación que reinaba en Ginebra por la salida alemana y las
aisladas peticiones de acciones militares contra Alemania fueron en vano,
y esto confirmó el juicio de Goebbels sobre la «decadencia» de las demo-
cracias occidentales. En el Reich —tal como él y Hitler querían hacer
creer— no se derramaba ni una lágrima por la Sociedad de Naciones,
sino que más bien se aplaudía la salida. Nadie habría entendido «que
hubiéramos continuado por medio del debate aquello que los partidos
de Weimar realizaron durante diez años». El pueblo quiere ver algo, no
lo que «meditabundos intelectuales» consideren conveniente, sino una
acción arrebatadora que documente la decidida voluntad de empezar
de nuevo.211
Ahora le tocaba a Hitler demostrar por su parte al extranjero que
todo el pueblo alemán seguía su política en un «frente único sin pre-
cedentes».212 Por eso hizo que se sancionara la salida de la Sociedad de
Naciones, unida a la pregunta por la aprobación general de su política,
con un plebiscito asociado a la reelección del Parlamento votado el 5
de marzo. Como tan a menudo en los años pasados, en las pocas sema-
nas que quedaban hasta el día de las elecciones, el 12 de noviembre vol-
vió a arrollar el país una gigantesca oleada de mítines multitudinarios
retransmitidos por la radio, de desfiles y llamamientos en masa. En millo-
nes de carteles se exigía justicia y libertad para la patria. Una vez más
Goebbels, que hacía las veces de jefe electoral del Reich, cumplió con
una enorme carga de intervenciones oratorias y entrevistas con el obje-
Vamos a persuadir a la gente hasta que quede a nuestra merced 345

tivo de que sus «compatriotas» dieran su voto a favor de la política de


Hitler como símbolo de su fiel y leal confianza, sobre todo con vistas
al extranjero.
No se necesitaba ningún don profético para predecir que el resulta-
do de la votación respondería a las expectativas. Es cierto que la lista úni-
ca garantizaba de todos modos el éxito, pero también estaba demasiado
presente Versalles con sus cesiones de territorio, con sus zonas de ocu-
pación y los pagos de reparaciones, estaba demasiado vivo el recuerdo
de las humillaciones que depararon a Alemania las negociaciones tribu-
tarias o el que se echara mano de la cuenca del Ruhr, como para poder
negar el «sí» al «Führer y a la patria». Así pues, el plebiscito y la asociada
reelección del Parlamento, que ahora por vez primera estaba hecho «de
una sola pieza»,213 integrado casi exclusivamente por diputados nacio-
nalsocialistas, fue un temprano momento estelar de la aprobación de
Hitler en Alemania y, por ende, un éxito íntegro de su ministro.
El 8 de noviembre éste había declarado como testigo ante el tribu-
nal imperial de Leipzig en el proceso por el incendio del Reichstag,
intentando minimizar el daño que causaba este proceso, iniciado ya
hacía semanas, sobre todo en el extranjero. El caso era que, tanto en el
Reich —aunque con la boca tapada— como en el extranjero, el pro-
ceso contra el autor confeso Marinus van der Lubbe, contra el antiguo
presidente del grupo parlamentario comunista,Torgler, 214 así como contra
los comunistas búlgaros Dimitrov, Popov y Tanev, había reavivado la
discusión sobre aquello que habían difundido escritos en parte prohi-
bidos y en su mayoría comunistas: la autoría nacionalsocialista del deli-
to. En el estrado de los testigos, transformado en plataforma propagan-
dística, Goebbels hizo un «llamamiento al sentido de la justicia del
mundo» y exigió a la prensa extranjera que reprodujera su «minuciosa
descripción de las verdaderas circunstancias del delito» con el mismo
rigor que le había concedido al Braunbuch [Libropardo],215 el cual inten-
taba probar la culpabilidad nacionalsocialista en el incendio del Reichs -
tag.216 Era inadmisible —declaró Goebbels— que «el gobierno de un
pueblo decente y honrado siga estando bajo sospecha ante el mundo
de una manera tan falaz».
346 Goebbels

De «absurda» y de «distorsión sin escrúpulos de la realidad» calificó


Goebbels la teoría que le imputaba la autoría intelectual del incendio.
Para eliminar a un partido «al que habríamos podido pasar a cuchillo y
aniquilar en cualquier momento que quisiéramos», para eso habría dis-
puesto de otros medios. Como igualmente «absurda», rechazó la impu-
tación de que los nacionalsocialistas habrían tenido motivos para aco-
meter «algo especial», particularmente debido a los malos pronósticos
para las elecciones del 5 de marzo. Por el contrario, encontraba —como
había hecho Góring cuatro días antes— toda una serie de argumentos
para la autoría comunista del atentado. Los comunistas —así lo expuso
el ministro de Propaganda tergiversando gravemente la realidad— ha-
bían sido los únicos «beneficiarios» del incendio y con él habían que-
rido dar «la señal para la rebelión general». Había sido su «última opor-
tunidad» de «reprimir el levantamiento nacional».
Por «absolutamente absurda» y por una «estúpida broma» —así
declaró respondiendo a la pregunta de cuándo había tenido conoci-
miento del incendio del Reichstag— tomó él en un principio la comu-
nicación telefónica de Hanfstaengl. En consonancia con las memo-
rias de posguerra de éste, Goebbels siguió refiriendo en Leipzig que
sólo había transmitido la noticia a Hitler, que se encontraba en su casa
de la Reichskanzlerplatz, después de que el jefe de la prensa extran-
jera le avisara por segunda vez. «Sorprendido» e «incrédulo» se había
dirigido luego con Hitler «a un ritmo vertiginoso» hacia el Reichs-
tag, donde Góring los recibió media hora después del aviso de Hanfs-
taengl en la puerta 2 con la explicación de que se trataba de un aten-
tado político y de que ya se había detenido a uno de los autores, un
comunista holandés.
De la intervención de casi tres horas del ministro de Propaganda, el
profesor Justus Hedemann, jurista de Jena y testigo del proceso, sacó la
impresión de que Goebbels había sido «extremadamente sugestivo» y
«también concluyente desde el punto de vista del contenido», sobre
todo «teniendo en cuenta la situación psicológica» que imperaba enton-
ces. Cuando Goebbels empleaba la palabra «absurdo» al final de una
exposición de ideas, sonaba tan consecuente «como si no hubiera sido
Vamos a persuadir a la gente hasta que quede a nuestra merced 347

posible ningún otro juicio».217 Aunque puede que esto también lo sin-
tieran así los espectadores con sus nutridos aplausos, entre ellos Magda
Goebbels —Hedemann anotó: «(...) Los lindos ojos, calculadamente
sombríos; las ondas del cabello, de un rubio pajizo, bajo una capucha
negra; una mirada muy expresiva (...) ¡Clotilde!»—,218 los jueces del
Reich llegaron a otra conclusión. Condenaron a muerte aVan der Lub-
be como «autor único», pero absolvieron a Torgler, Dimitrov, Tanev y
Popov, dando una negativa ridiculizadora a la teoría nacionalsocialista
de la conspiración comunista.
Los jueces de Leipzig aún no habían emitido la sentencia cuando
Goebbels, poco después del éxito triunfal en las elecciones parlamen-
tarias, con una reforzada confianza en sí mismo, accedió a la tribuna del
orador de la Filarmónica de Berlín para, en presencia de su Führer,
pronunciar el discurso solemne con motivo del acto fundacional de la
Cámara de Cultura del Reich.219 El presidente de la Cámara, Goeb-
bels, todavía entusiasmado por el resultado de las elecciones, mostró
enfáticamente las perspectivas de futuro de las artes en Alemania, que
evidenciarían que el «gran despertar alemán de nuestra era» no sólo era
político, sino también cultural. Las medidas que él establecía con ese fin
las dictaba el «sentido común». Lo que eso significaba ya lo habían expe-
rimentado amargamente durante la primera mitad del año un buen
número de impopulares escritores, actores, intendentes y directores artís-
ticos. Privados de perspectivas profesionales de futuro, muchos fueron
abandonando Alemania paulatinamente, entre ellos Thomas y Heinrich
Mann, Arnold Zweig, Alfred Dóblin y el director de cine Fritz Lang.
Los judíos se vieron afectados con especial dureza; Goebbels declaró
abiertamente que, según su «opinión y experiencia», «un coetáneo judío»
era «en general incompetente para gestionar el patrimonio cultural de
Alemania».220 Así, Otto Klemperer, el director de la Ópera Estatal de
Berlín, después de que se le concediera la medalla de Goethe aún en
1933, fue despedido «por razones raciales». Quienes no habían emigra-
do o habían perdido las simpatías del régimen, quedaron ahora inte-
grados forzosamente en la Cámara de Cultura del Reich, subordinada
al Ministerio de Propaganda y compuesta por siete cámaras menores:
348 Goebbels

literatura, prensa, radio, teatro, música, cinematografía y artes plásticas


del Reich.221
Goebbels, que acababa de «depurar» las redacciones de los periódi-
cos por medio de una ley de redactores, se esforzó mucho por disipar
miedos y temores 222 asegurando durante su discurso inaugural que en
Alemania no encontraría su hogar la «censura» 223 y que la única pre-
tensión consistía en ser «los benévolos patronos del arte y la cultura ale -
mana». Había que poner coto al «diletantismo insensible y sin vida de
una legión de ineptos»; la «incultura» y la «involución reaccionaria», que
obstruían a los jóvenes el camino hacia arriba, debían ser definitiva -
mente cosa del pasado. Sólo «manos consagradas» tendrían «el derecho
de servir en los altares del arte». 224 Así intentó ganarse al menos a algu-
nos «iconos» para que colaboraran en la Alemania nacionalsocialista,
pues no podía permitir que se produjera un éxodo completo de artis -
tas, si es que la palabra de Hitler acerca de un florecimiento cultural en
Alemania aún debía tener un ápice de autoridad.
En un primer momento, la estrategia que esto implicaba de «neu-
tralizar a la burguesía liberal y ganar prestigio en el extranjero» 225 iba a
salir bien. En efecto, hubo un número no despreciable de artistas pro -
minentes dispuestos a colaborar en las instituciones del régimen nacio-
nalsocialista, entre ellos Wilhelm Furtwángler, uno de los directores de
orquesta más importantes del siglo XX, pero también los compositores
Richard Strauss y Paul Hindemith, el poeta lírico Gottfried Benn, e
incluso el premio Nobel de Literatura Gerhart Hauptmann se puso a
bien con el Estado nacionalsocialista.
Con esta política cultural, Goebbels, que procedía con habilidad y
había incluido en sus cálculos una apariencia positiva hacia el exterior,
encontró sin embargo la enconada resistencia de un hombre al que muy
a sabiendas había asignado un lugar en las últimas filas durante la cere-
monia fundacional de la Cámara de Cultura del Reich: Alfred Rosen-
berg. El jefe de la Liga para la Defensa de la Cultura Alemana, no ofi -
cial en el partido, que se había quejado ante Hess por el trato que se le
daba,226 sólo servía a Goebbels de escarnio. Le calificaba despreciativa-
mente como «filósofo del Reich»227 y tildaba de «eructo filosófico»228
Vamos a persuadir a la gente hasta que quede a nuestra merced 349

su tratado El mito del siglo xx, publicado en 1930. Rosenberg velaba


dogmáticamente por la «pureza de la idea» del nacionalsocialismo —es
decir, la vuelta al pasado, a la mística alemana, a Goethe, a Schopen-
hauer, a Nietzsche, a Wagner y a las Thingstátten,229 y el rechazo radical
de todo lo nuevo—,230 lo que ocasionalmente provocaba también
observaciones despectivas de otros compañeros del partido. Góring pen-
saba que si mandara Rosenberg «no habría ya teatro alemán, sino sólo
culto, consejos abiertos, mitos y cuentos por el estilo».231
Rosenberg, quien en noviembre de 1925 ya había reprochado a
Goebbels desviaciones «pro bolcheviques» en el Vólkischer
Beobachter232 del cual era redactor jefe, volvió a escribir en julio de
1933 en el Vólkischer Beobachter dirigiéndose a su adversario que
alrededor de hombres como Nolde o Barlach se enardecía «una viva
polémica»; un grupo de artistas nacionalsocialistas que se decía
revolucionario levantaba sobre el pavés a estas figuras controvertidas.233
El caso era que, contra la difamación de toda la modernidad artística
ejercida por Rosenberg con la ayuda de su Liga para la Defensa de la
Cultura Alemana, se había dirigido una acción de jóvenes artistas y
estudiantes pertenecientes al NSDAP, presumiblemente con el secreto
beneplácito de Goebbels. Bajo la dirección de los pintores Otto Andreas
Schreiber y Hans Jakob Wei-demann —ponente artístico del
Ministerio de Propaganda y futuro vicepresidente de la Cámara de
Cinematografía del Reich—, se inauguró el 22 de julio de 1933 en la
galería privada Ferdinand Moeller de Berlín la exposición «Treinta
artistas alemanes», con obras del expresionismo alemán, entre otros de
Barlach, Macke, Nolde, Rohlfs y Pechs-tein. Aunque la muestra fue
cerrada a los tres días por orden del ministro del Interior, Frick, el
hecho de que Weidemann perteneciera al Ministerio de Propaganda
llevó incluso en el extranjero a la sospecha de que Goebbels fomentara
en secreto esta y otras empresas de los artistas.234
Si Rosenberg intrigaba y actuaba contra Goebbels, era, aparte de las
diferencias ideológicas, por el puro poder. El «frío báltico»,235 como
Goebbels a veces le llamaba, había querido asegurarse una gran influen-
cia en las esferas culturales del Reichjusto esa influencia que tenía aho-
350 Goebbels

ra Goebbels gracias a su ministerio y a la Cámara de Cultura del Reich,


cuyo número de socios ascendía a cientos de miles y que a finales de
1937 ya tenía empleados con contrato a 2.050 colaboradores.236 Con su
«instinto para las imposibilidades políticas»,237 Rosenberg se lo había
jugado todo por la primacía dentro del partido 238 y hasta entonces poco
había alcanzado. No logró prosperar con el departamento de asuntos
exteriores del NSDAP, que dirigía desde abril de 1933 y que intenta-
ba en vano utilizar como trampolín hacia el Ministerio de Exteriores
del Reich, ni tampoco consiguió que Hitler hiciera efectivo el reco-
nocimiento oficial del partido para su Liga de Defensa de la Cultura
Alemana, fundada por él en diciembre de 1928 y que desde 1934 lle-
vó el nombre de Comunidad Cultural Nacionalsocialista.239
La posición de Rosenberg se debilitó todavía más porque, en la dis-
puta entre su aliado Ley y Goebbels, se abrió paso un compromiso en
noviembre, después de la fundación de la Cámara de Cultura del Reich.
Aunque por de pronto el ministro de Propaganda había alcanzado lo
que quería con la creación de la cámara, aún había problemas con Ley
por una serie de importantes organizaciones profesionales, de las que
se seguía dudando si debían incorporarse al DAF o a la Cámara de Cul-
tura del Reich. Sin embargo, dado que Ley dependía de la ayuda de
Goebbels para elaborar un programa cultural popular para la organiza-
ción de tiempo libre, llamado Fuerza a través de la Alegría (Kraft durch
Freude, KdF), cedió en los puntos litigiosos. Como contraprestación,
Goebbels reconoció y apoyó la organización de Ley, KdF. De manera
significativa, aparecieron juntos en el acto fundacional de la nueva orga-
nización de tiempo libre el día de los difuntos de 1933. Goebbels agra-
deció a Ley que el proyecto «se hubiera debatido y llevado a cabo de
plena conformidad con el Ministerio de Propaganda del Reich».240
Así pues, en diciembre de 1933 Goebbels pudo volver la vista atrás
hacia un año repleto de éxitos para él, en el que, como él lo veía, se
había restablecido la «unidad del pensamiento popular».241 Además de
la jefatura del departamento de propaganda del NSDAP y del Minis-
terio de Propaganda, con la Cámara de Cultura del Reich, que pronto
tuvo filiales en todo el país al igual que el ministerio berlinés, dis-
Vamos a persuadir a la gente hasta que quede a nuestra merced 351

ponía de un tercer pilar para su poder, con el que podía impulsar en el


pueblo la «movilización intelectual» que demandaba la orientación
expansionista de Hitler en política exterior. Pero el colmo de su felici-
dad al final del «año revolucionario» fue la «carta muy afectuosa» del
Führer242 que éste escribió a su «querido doctor Goebbels» por Año
Nuevo. En ella resaltaba que Goebbels había «hecho de la propaganda
del partido un arma de fuerza inaudita, a la que había sucumbido a lo
largo del año un enemigo tras otro».243
Capítulo 10

EL CAMINO A NUESTRA LIBERTAD PASA


POR CRISIS Y PELIGROS
(1934-1936)

A hora Goebbels ya no se conformaba con los beneficios econ ómi-


cos de su ascenso, con la ostentosa casa oficial, la limusina y los
trajes hechos a medida. Movido por un enfermizo complejo de infe -
rioridad, buscaba siempre una nueva autoafirmación, por ejemplo en
el glamuroso mundo del cine, que ya había apreciado durante la «épo-
ca de lucha». Disfrutaba presentándose como ministro del ramo entre
«la gente más curiosa del mundo», 1 ya fuera en recepciones, después de
los estrenos o durante una de sus habituales visitas al club de la Asocia-
ción de Artistas Alemanes creada por él, situado en la berlinesa Vikto-
riastrasse, donde le lisonjeaban aquellas pequeñas y grandes estrellas del
cine que sólo había podido admirar en la pantalla en los primeros años.
Primero se reunían en Caputh, a la orilla del lago Schwielowsee, y lue-
go en una casa alquilada para los fines de semana en Kladow an der
Havel, donde antes había vivido el actor de cine Hans Albers. Para sí
Goebbels pensaba que sus huéspedes eran divertidos, aunque «comple -
tamente inofensivos» y «sin idea alguna» en materia política, 2 pero qui-
zá precisamente por eso el ministro, que luchaba contra la inteligencia
crítica, podía darse importancia entre ellos de manera especial.
La invitada más habitual en casa de los Goebbels era Jenny Jugo, a la que
el ministro no sólo apreciaba por su alegre temperamento, sino tam bién por
su competencia en el mundo del cine.Ya había sido una estrella en la época
del cine mudo, pero era una de las pocas que había logrado dar el salto a la
era de las películas sonoras. Con su interpretación de Eli-
354 Goebbels

sa» al lado de Gustaf Gründgens en el Pigmalión de Shaw, se estableció en


el año 1935 como actriz cómica de primer orden. Después de que en Pas-
cua de 1934 Goebbels adquiriera el yate Baldur, blanco como la nieve, y
el correspondiente permiso para manejarlo, 3 se realizaban salidas conjun-
tas en barco en los espacios navegables de la Marca de Brandeburgo, o se
celebraban alegres veladas en las que se bebía bastante, siempre con Jenny
Jugo, a quien a veces acompañaba su marido Friedrich Benfer. Luise Ull-
rich se contaba también entre los huéspedes bienvenidos. Había conven-
cido al ministro del Reich con su primera película, El rebelde (1932), diri-
gida por Luis Trenker, que, junto con el Acorazado Potemkin de Serguei
Eisenstein, los Nibelungos de Fritz Lang y Ana Karenina —llevada al cine
en 1925 con la «divina» Greta Garbo,4 a ojos de Goebbels la «mejor actriz
de todas»—,5 ensalzaba como la cuarta de aquellas películas clásicas que
habían dejado en él «una impresión indeleble» y que había recomendado
a los «señores del cine» como «punto de referencia» para su futuro traba-
jo.6 Goebbels, que todas las noches proyectaba para esparcimiento suyo y
de sus invitados una, a veces dos películas de la más reciente producción
alemana —en ocasiones también americana—, tenía en privado una opi-
nión sumamente positiva sobre la calidad de la industria cinematográfica
americana,7 que aventajaba a la alemana en algunas cosas. Entre las pro-
ducciones de Hollywood, que condenaba públicamente, la que más le gus-
taba era Lo que el viento se llevó.
Las hermanas bailarinas Hópfher, Irene von Meyendorff, Max Schme-
ling y su mujer Anny Ondra, Erika Dannhoff, Emil Jannings y el direc-
tor Veit Harían —éste primero con su esposa Hilde Korber, después
con Kristina Sóderbaum— completaban la ronda, a la que también per-
tenecían Ello Quandt, la ex cuñada y amiga íntima de Magda, su ami-
ga Hela Strehl, así como los matrimonios Bouhler,Von Helldorf,Von
Arent y Von Schaumburg, sin que pareciera molestarle el origen noble
de estos últimos, aunque en los demás casos sólo manifestaba un enor-
me desprecio por la «distinguida gentuza de sociedad». 8 A Leni Rie-
fenstahl también le unían vínculos de amistad con el matrimonio Goeb-
bels y con Hitler. En opinión de Goebbels, ella era «la única de todas
las estrellas que nos entiende».9
El camino a nuestra libertad pasa por crisis y peligros 355

Los actores y directores de cine se agrupaban en torno al ministro


de Propaganda porque el camino hacia una gran carrera no era posible
sin su protección. Pronto mandó en el sector del cine tan omnímoda-
mente como en la radio. Así, hizo que se elaboraran listas con los acto-
res especialmente valorados por él, entre ellas una en la que incluyeron
a los favoritos de Hitler en el mundo del cine, como Henny Porten, Lil
Dagover, Otto Gebühr y otros. Las preferencias de la nueva generación
se registraban asimismo en listas después de una inspección minuciosa
por parte del ministro;10 las femeninas, como sabía todo el mundo en
los círculos interesados, a veces se incorporaban sólo cuando las seño-
ras se mostraban complacientes con las inclinaciones eróticas del minis-
tro. Géza von Czifíra, un conocido director del género de entreteni-
miento, refiere que el secretario personal del ministro, Georg Wilhelm
Müller, tenía que procurar que estas citas, que habitualmente tenían
lugar en el ministerio, pasaran inadvertidas.11 Entre otras cosas por su
pie deforme, que disparaba la imaginación, pronto tuvo fama de aman-
te diabólico. Puesto que los objetos de su deseo trabajaban en su mayo-
ría en los estudios cinematográficos Ufa, se propagó la alusión al «sáti-
ro de Babelsberg».
No sólo los actores y los directores, sino también los productores
dependían de Goebbels, pues éste se había hecho con un amplio ins-
trumental que le permitía intervenir directamente en todas las fases de
la creación cinematográfica. El departamento de cine del Ministerio de
Propaganda, cuyo jefe Seeger era al mismo tiempo presidente de la ofi-
cina superior de control —a partir de 1942 director de cine del Reich—,
vigilaba los planes de producción de la industria cinematográfica. Allí
mismo era donde se examinaban —más tarde lo hacía un asesor artís-
tico del Reich— todos los guiones para verificar si tenían la orienta-
ción artística e intelectual «adecuada». De forma análoga, en el depar-
tamento de dramaturgia del Reich, de la sección teatral, se controlaba
toda la producción dramática de teatro, ópera y opereta,12 tareas que el
ministro se fue atribuyendo cada vez más, de la misma forma que algu-
nos años más tarde decidía prácticamente solo sobre repartos y pro-
yectos. Casi todas las noches Goebbels leía guiones y los modificaba
356 Goebbels

según sus ideas con un «lápiz ministerial» de color verde muy temido
entre los directores. Sólo entonces el Banco de Crédito Cinematográ-
fico, creado por cuatro bancos, podía decidir sobre las solicitudes de
financiación. Pero Goebbels intervenía incluso en los rodajes. Con fre-
cuencia hacía visitas a los estudios, «controlaba» las escenas, denomina-
das «muestras», que se habían rodado y daba finalmente menciones de
calidad a la película terminada. A partir de octubre de 1935 él decidía
en solitario sobre las prohibiciones cinematográficas.13
Con la censura y el sistema de menciones como instrumentos adi-
cionales, que, estando estrictamente separados durante la república de
Weimar, Goebbels unificó bajo su poder, se reservaba no sólo el con-
trol de contenidos sobre la producción cinematográfica alemana, sino
que al mismo tiempo tenía la posibilidad de ejercer una presión eco-
nómica sobre las compañías de producción, pues una única mención
de calidad —por término medio una película obtenía tres de ellas duran-
te el Tercer Reich— significaba una reducción fiscal del cuatro por
ciento para la película en cuestión. Con una recaudación media reque-
rida de unos dos millones y medio de marcos del Reich, esto suponía
unos 100.000 marcos, sólo aproximadamente un quinto de los costes
de producción.14
Cuando, al principio de su actividad ministerial, Goebbels se había
imaginado al «cineasta» como un «apasionado amante del arte fílmi-
co»15 —compartía este entusiasmo con Hitler, a quien un año le envió
como regalo de Navidad «30 películas de primera categoría» y «18 de
Micky Maus» (sic)—16 no había sido sin un sentido oculto. Calculada-
mente, Goebbels engatusaba a actores y directores, promovía el culto a
las estrellas, autorizaba sueldos astronómicos, se encargaba de sus pro-
blemas fiscales y pagaba con el consentimiento de Hitler «honorarios
extras libres de impuestos»17 a «cineastas atormentados por los impues-
tos», y finalmente los revalorizaba concediéndoles títulos honoríficos
como «profesor» o «actor del Estado». Está claro que de esta forma hacía
que se avinieran a los objetivos del régimen, a cuyos altos funcionarios
les gustaba adornarse en público con su compañía. Hermann Goring
llevó al altar a la «actriz del Estado» Emmy Sonnemann, con una pom-
El camino a nuestra libertad pasa por crisis y peligros 357

pa casi regia, en la catedral de Berlín, convirtiéndola así en la primera


dama del Estado.
Mientras que Goebbels, cuya mujer había dado a luz el 15 de abril
de 1934 a una niña a la que llamaron Hilde, disfrutaba de la vida sien-
do el centro de la gente chic relacionada con el cine en la capital del
Reich, para la masa de seguidores proletarios del partido, en particular
para muchos de aquellos «soldados del partido» a los que Goebbels había
prometido en los «años de lucha» la revolución social, la «salvación» en
un Tercer Reich, todo seguía siendo como antes. A diferencia de los
funcionarios, para ellos no se habían cumplido las esperanzas de mejo-
rar sus condiciones de vida que habían depositado en la subida al poder
de Hitler.Y es que, a cada día que pasaba, quedaba claro que el cami-
no para salir de la crisis económica sería mucho más largo de lo que
habían augurado los nuevos gobernantes.
El movimiento nacionalsocialista, que había provocado en amplios
sectores de la población la sensación de un resurgimiento, había perdi-
do fuerza visiblemente; se había vuelto a instalar la anodina normali-
dad del día a día. Por ese motivo, en la base del partido pardo se hacía
oír cada vez más la exigencia de continuar la revolución hasta que ellos
también gozaran de sus supuestas bendiciones. La consigna de la «segun-
da revolución» empezó a circular por los locales de las secciones de asal-
to. Es más, de ella esperaban los que se sentían estafados con la recom-
pensa recibida que devolviera a las SA su vieja importancia. «Lo que
quiero, lo sabe Hitler perfectamente —escribió Rohm, el jefe de la pla-
na mayor de las SA—, se lo he dicho bastantes veces. No un segundo
recuelo del viejo ejército imperial. ¿Somos una revolución o no? (...)
Si lo somos, de nuestro ímpetu tiene que nacer algo nuevo, como los
ejércitos de masas de la Revolución Francesa».18 Sin embargo, en febrero
de 1934, con vistas a sus planes expansionistas, Hitler no dio prioridad
a un ejército miliciano como el que se imaginaba Rohm, al que
además le debía corresponder el papel político preponderante en Ale-
mania, sino a la Wehrmacht y al servicio militar obligatorio, aumen-
tando así el abismo existente entre él y el comandante supremo de
las SA.
358 Goebbels

Entre los socios de gobierno burgués-nacionales, esto dio pábulo a


la esperanza de que quizás aún fuera posible transformar la dictadura
totalitaria del partido en un gobierno autoritario más moderado. Como
punto de partida para ese proceso, que debía desembocar en la instau-
ración de una monarquía constitucional, se consideraba la decisión sobre
la sucesión del anciano presidente del Reich. El 21 de mayo, Goebbels
se enteró por el ministro de Defensa,Von Blomberg, de que Papen per-
seguía esos «ambiciosos planes». Quería reemplazar a Hindenburg cuan-
do muriera el viejo señor. «Ni hablar de ello. Al contrario, entonces es
cuando se hará una verdadera limpieza», escribió Goebbels al respecto
en su diario.19
El 17 de junio, el vicecanciller Von Papen pronunció ante la comu-
nidad universitaria de Marburgo un discurso que mereció mucha aten-
ción, que había sido redactado por su colaborador Edgar Jung y en el
que se ejercía una crítica despiadada contra el dominio del NSDAP.20
Papen, que sobreestimaba mucho su posición, condenó en él los rumo-
res acerca de la «segunda revolución», así como la lucha del régimen
contra el supuesto «intelectualismo». Fustigó muy abiertamente el terro-
rismo pardo como «resultado de una mala conciencia»21 y lanzó fuertes
ataques contra el férreo dirigismo de la prensa por parte del Ministerio
de Propaganda. Hacia éste iban dirigidas igualmente observaciones
como «a los grandes hombres no los hace la propaganda, sino que cre-
cen a través de sus hechos»,22 o «ninguna organización ni ninguna pro-
paganda, por buena que sea, será capaz a la larga de conservar por sí sola
la confianza».23 Pero Papen fue aún más lejos al calificar la dominación
de un solo partido como un estado de transición y aludir por tanto a
una restauración de la monarquía.24
Ya el 11 de mayo de 1934, en vista de la evolución de la política
interior, en vista de la protesta de la «reacción», Goebbels dio comien-
zo a una «campaña informativa», preparada durante largo tiempo, con-
tra los «alarmistas y criticones», con un discurso en el palacio de depor-
tes berlinés. A la alocución, retransmitida por la radio, sobre la que
Rosenberg escribió que en ella había vuelto a triunfar «el agitador de
1928 sobre el ministro»,25 siguieron intervenciones del ministro de Pro-
El camino a nuestra libertad pasa por crisis y peligros 359

paganda en todo el Reich.A mediados de junio se vieron interrumpi -


das por una visita oficial a Polonia, adonde Goebbels viajó por orden
de Hitler para corroborar allí también las intenciones «pacíficas» de la
política de la nueva Alemania, que aspiraban a la «igualdad de derechos»
y al «restablecimiento del honor». 26
Si Goebbels, que acababa de regresar de Varsovia, sigui ó en buena
medida presentando en clave sus ataques contra los «alarmistas» burgués-
conservadores en el congreso del partido del distrito turingense cele-
brado en Gera el 17 de junio, 27 al día siguiente, durante un mitin mul-
titudinario en el Friburgo de Badén, protestó —aludiendo a los
comentarios de Papen— contra el hecho de «que la gente que en 1918
demostró no ser apta para el liderazgo ahora se agrupa a nuestro lado y
tiene la más benévola disposición de gobernar». 28 La crítica de Papen
también llevó a Goebbels a seguir intensificando su campaña propa -
gandística. Durante la fiesta de solsticio del distrito de Gran-Berlín cele-
brada en el estadio de Neukólln el 21 de junio de 1934, gritó a la mul -
titud que los nacionalsocialistas se habían apropiado del poder porque
no había habido nadie más que reivindicara ese derecho, «ningún prín-
cipe heredero, ningún eminente economista, ningún gran banquero ni
ningún cabecilla parlamentario. Todos han dejado que las cosas patina-
ran», siendo los causantes del desempleo que ahora el gobierno nacio -
nalsocialista pronto eliminaría. Mejor habría sido acerrojar a todos «esos
señores», afirmaba el furibundo Goebbels, interrumpido una y otra vez
por los aplausos, antes de que finalmente expresara su total desprecio por
el mundo burgués-conservador insultando a sus representantes, esos «dis-
tinguidos señores», como «ridículos renacuajos» y exhortara a las masas
a hacerles frente, «y ya veréis cómo retroceden con cobardía». 29 Después
de esto, el vicecanciller Papen fue a quejarse ante Hitler y amenazó con
ofrecer su dimisión a Hindenburg porque el Ministerio de Propaganda
había suspendido sin más la retransmisión radiada de su discurso de Mar-
burgo y había impedido su divulgación en la prensa. 30 Sin embargo, el
canciller logró aplazar la acción de protesta de su «vice» hasta Neudeck.
De todos modos, desde la perspectiva de Goebbels, el conflicto con
la «reacción» siguió aumentando. La Federación del Reich de oficiales
360 Goebbels

alemanes echó al comandante supremo de las SA, Rohm, de sus filas.


El 26 de junio, Hitler, como si él mismo quisiera que el problema se
agravara, ordenó la detención de Edgar Jung, que había redactado el
discurso de Marburgo pronunciado por Von Papen. El 27 de junio, cuan-
do la «clerigalla» también dirigió un fuerte ataque al Estado en una car-
ta pastoral, Goebbels enmarcó este hecho en el contexto de la aguda
crisis maquinada por Von Papen «y cómplices». «La situación es cada
vez más grave. El Führer tiene que actuar. De lo contrario la reacción
será superior a nuestras fuerzas», anotó lleno de preocupación.31
La mañana del 29 de junio creyó que Hitler estaba definitivamente
decidido. Éste ordenó por teléfono a su ministro de Propaganda que
fuera inmediatamente a Bad Godesberg, donde pensaba presenciar una
retreta del Servicio de Trabajo del Reich ante la fachada del hotel Dre-
esen que daba al Rin. Con la certeza de que había llegado por fin la
hora de ajustar las cuentas con la «reacción», Goebbels subió alrede-
dor de las diez a un avión especial en el aeródromo de Tempelhof.
Cuando llegó a Bad Godesberg, el consternado Goebbels se enteró de
que su Führer no quería proceder primariamente contra la «reacción»,
sino que iba a dirigir el golpe de guillotina sobre todo contra las SA. 32
Aunque las tensiones entre el partido y las SA habían disminuido de
manera perceptible precisamente en las últimas semanas, aunque pare-
cía que las ambiciones de Rohm podrían conciliarse con las preten-
siones de la Reichswehr por una vía intermedia, Hitler había tomado
al parecer esa decisión durante una estancia de tres días en su casa de
la sierra. Ni ahora, puesto que aún no se había arreglado la sucesión
del vegetativo presidente del Reich, ni con vistas a sus próximos obje-
tivos, creía poder arriesgar una ruptura con las fuerzas burgués-con-
servadoras de la Reichswehr, la industria y el funcionariado. Hitler cal-
culaba que con la eliminación de Rohm y de sus amigos y, por ende,
con la negativa a una segunda revolución «socialista», no sólo atajaría
la amenazadora crisis, sino que pondría plenamente de su lado a sus
socios aristocráticos.33
Con toda su fijación puesta en la «reacción» que odiaba, Goebbels
no había visto, o no había querido ver, todos los indicios que anuncia-
El camino a nuestra libertad pasa por crisis y peligros 361

ban el golpe contra la desprevenida jefatura de las SA, que disfrutaban


del permiso de vacaciones. Rudolf Hess, persona de confianza de Hitler,
había dirigido sus ataques el 25 de junio contra los «provocadores»
—aludiendo a las SA— que intentaban instigar a unos compatriotas
contra los otros y encubrían «este juego criminal con el honroso nom-
bre de "segunda revolución"».34 Goebbels no podía saber que tanto
Góring como Himmler, quien el 20 de abril de 1934 había sido nom-
brado por Hitler jefe de la oficina de policía secreta del Estado prusia-
no, y el jefe del Servicio de Seguridad, Reinhard Heydrich, habían con-
certado la acción con la jefatura de las Fuerzas Armadas, es decir, con
Werner von Blomberg, y se habían asegurado el respaldo de éstas. Goeb-
bels tampoco conocía la verdadera razón por la cual Hitler había aban-
donado Berlín el 28 de junio y había volado a Essen para la boda del
jefe de distrito Terboven. Lo cierto era que allí fijó con los invitados
Góring y Himmler el plan de acción concreto. Según éste, los jefes de
las SA —en principio Hitler pensaba al parecer sólo en unos pocos
hombres del entorno de Rohm— debían recibir la orden de acudir a
BadWiessee con el pretexto de mantener un debate abierto y, una vez
allí, ser detenidos. Cuando, tras su llegada al hotel Dreesen, se puso a
Goebbels al corriente de este plan, por un momento tuvo que enfren-
tarse a la realidad. Una vez más Hitler se revelaba como «reaccionario».
Una vez más Goebbels se resignó inmediatamente, aunque tuvo que
actuar de nuevo en contra de sus propias ideas. Para que no cupiera la
más mínima duda de su lealtad a Hitler, debió insistir en que se le per-
mitiera participar en la acción que Hitler había organizado personal-
mente.Y así finalmente —como observó Rosenberg con desprecio—
fue «admitido en empresas de hombres».35
Aún de noche, a las dos de la mañana del 30 de junio de 1934
—horas antes de lo planeado originalmente, pues desde Munich y Ber-
lín llegaban noticias según las cuales parecía que los jefes de las SA habí-
an adivinado el asunto y de hecho se estaban rebelando en Munich—
se elevaba en Bonn-Hangelar «hacia el cielo nocturno cubierto de nie-
bla» el Ju 52 que transportaba a Hitler, a sus ayudantes Wilhelm Brück-
ner,Julius Schaub y a los chóferes Julius Schreck y Erich Kempka, así
362 Goebbels

como al jefe de prensa del Reich, Dietrich, y a Goebbels. Como más


tarde informó Goebbels dramatizando en su discurso radiado al pue-
blo alemán, en este vuelo el Führer se sentó en silencio en el primer
asiento de la gran cabina y permaneció inmóvil con la vista clavada en
la ancha oscuridad.36
Desde el aeropuerto de Munich, en el que aterrizó el grupo alre-
dedor de las 4.30 de la mañana, el comando de la muerte se dirigió de
inmediato a la consejería de Interior bávara. La gran ruptura con los
supuestos iniciadores —que ya habían sido buscados por unidades de
las SS— de la marcha de las SA que se desarrolló la víspera, durante la
cual tres mil alborotadores pertenecientes a las SA habían manifestado
enérgicamente su disposición de oponerse a cualquier traición, comen-
zó con el teniente general Schneidhuber (obergruppenführer), el jefe de
policía de Munich y el general de división Schmid (gruppenführer),jefe
de las SA de Munich. Hitler les gritó «con una indignación tremenda»
y les arrancó las charreteras de los hombros; a continuación fueron con-
ducidos a la prisión de Stadelheim. Goebbels vio como un voto espe-
cial de confianza el que Hitler también le llevara a Wiessee para la ver-
dadera operación. Más tarde, el ministro de Propaganda se vanagloriaba
de que, aparte de la escolta regular del Führer de las SS, sólo «sus fieles
camaradas» pudieron viajar con él.
Alrededor de las siete de la mañana llegaron al hotel Hanslbauer
de Bad Wiessee, donde se habían alojado Rohm y su gente. Pene-
traron en el edificio sin encontrar la menor resistencia. Primero iba
Hitler con la fusta, seguido de los demás, entre los cuales el cojo
Goebbels se abría paso adelante, de manera que estuvo muy cerca
cuando Hitler abrió bruscamente la puerta de la habitación de Rohm
y le gritó que estaba detenido. El jefe de la plana mayor apenas pudo
contestar un somnoliento «Heil, mi Führer» antes de comprender la
gravedad de la situación. Hitler procedió de la misma manera con los
demás jefes de las SA, de lo cual Goebbels retuvo en su memoria la
«repugnante y casi vomitiva escena» en la que Hitler sorprendió a
Edmund Heines en la habitación de enfrente, pues estaba con un
homosexual.37
El camino a nuestra libertad pasa por crisis y peligros 363

Goebbels observó lleno de admiración cómo Hitler, después de haber


desmantelado el «nido de conspiradores», controló la situación extre-
madamente crítica que se produjo con la llegada de la guardia perso-
nal de Rohm desde Munich. Le hizo frente «con integridad y hom-
bría» y ordenó volver inmediatamente a Munich; los hombres de las SA
los siguieron. Con gran dramatismo —según Goebbels— transcurrió
también el viaje de vuelta a Munich, durante el cual volvió a estar al
lado de Hitler en la parte trasera de su Mercedes. 38 Constantemente,
en intervalos de pocos minutos, se encontraban con los coches de los
jefes de las SA que se dirigían al congreso de Wiessee. Fueron deteni-
dos personalmente por Hitler y entregados al comando de las SS, que,
al igual que a Rohm, Heines y los demás, los llevó a Stadelheim, don-
de fueron asesinados.
De vuelta en Munich, alrededor de las diez, Goebbels pudo comu-
nicar a Góring telefónicamente desde el antedespacho de Ritter von
Epp «que la mayor parte de los criminales están arrestados» y que él
—Góring— ahora podía «cumplir su misión».39 Así pues, el proyecto
«Colibrí», nombre con que se encubrió la operación, se puso en mar-
cha también en Berlín y en el resto del territorio de Reich. Mientras
que en la capital bávara Goebbels recibía ya de Hitler las directrices
propagandísticas y daba las primeras instrucciones para la prensa y la
radio, las SS y la policía detuvieron a más «conspiradores» del grupo de
jefes de las SA y los mataron. En Silesia, en un funesto delirio homici-
da, decenas de miembros de las SA que no sospechaban nada fueron
asesinados por las SS de Himmler.
La tarde del 30 de junio Goebbels, que tenía cara «de no sentirse
bien y tener ganas de vomitar», 40 volvió en avión a Berlín al lado de
Hitler, donde fueron recibidos en el aeródromo deTempelhof con hon-
ras militares y un gran comité de bienvenida en el que estaban Góring,
Himmler, Daluege y otros. Excitado e impaciente, Hitler hizo que se
le entregara inmediatamente la lista de los asesinados, que Góring había
ampliado por cuenta propia.41
Entre la lluvia de balas de una brigada asesina habían muerto a la
hora del mediodía el general Von Schleicher y su mujer en el despacho
364 Goebbels

de su casa de Neubabelsberg. El general de división Von Bredow tam-


bién había sido asesinado, así como el jefe de la Acción Católica, el
director ministerial Erich Klausener. Uno de los comandos de la muerte
había acabado con el secretario particular de Papen,Von Bose, y su
más directo colaborador Jung, el que había redactado el discurso de
Marburgo. El vicecanciller fue arrestado pese a sus protestas. Había ofre-
cido a Hitler su dimisión, pero se le necesitaba todavía como enlace
con Hindenburg y por eso salvó la vida.
En la lista negra estaba también el nombre de una persona que hasta
Bamberg había sido para Goebbels un camarada, luego un rival y
finalmente un encarnizado enemigo: Gregor Strasser. Ascendido para
entonces a vicepresidente de la empresa farmacéutica Schering-Kahl-
baum, había asegurado en repetidas ocasiones a la dirección del parti-
do que desde «aquel aciago diciembre de 1932» se había «abstenido
escrupulosamente de toda actuación política». El 18 de junio, Gregor
Strasser, cuyo hermano Otto conspiraba contra Hitler desde Praga, diri-
gió un escrito a Hess con un funesto presentimiento de lo que iba a
suceder. «En virtud de los diez años de sacrificada y abnegada actividad
en la fase de consolidación del partido» le pedía protección y consejo
de qué podía hacer para «huir de cualquier debate sobre su persona» y
«sobre todo descartar la infamante e indescriptiblemente lacerante impre-
sión de que tengo una actitud hostil al partido».42 A Gregor Strasser este
escrito ya no le sirvió de nada. Alrededor de las 14.30 del 30 de junio
fue sacado de su casa por un grupo de diez hombres, conducido al cuar-
tel general de la policía estatal secreta y liquidado a primeras horas de
la noche en un sótano del edificio de la Prinz-Albrecht-Strasse.43
El hecho de que Strasser, Schleicher y otros «reaccionarios» pudie-
ran haber estado entre los «traidores a la patria» facilitó a Goebbels el
autoengaño. ¿Qué podría haber motivado la operación, en vista del gol-
pe hacia ambas partes, más que una conspiración? Después de todo, ¿no
le había parecido Strasser sospechoso desde hacía tiempo? ¿No había
colaborado éste con Schleicher ya en diciembre de 1932? ¿Y Rohm?
¿No se podía creer a este homosexual capaz de algo así? 44 A Goebbels
se le presentaron ahora conexiones donde no las había, pero con cuya
El camino a nuestra libertad pasa por crisis y peligros 365

suposición se guardaba de reconocer que, con la eliminación de los jefes


de las SA, Hitler había llevado a cabo el desmantelamiento del ejérci -
to pardo del partido y, por tanto, del objetivo revolucionario que para
Goebbels encarnaba.
Puesto que, contra todas las reglas de la propaganda, Hitler guarda -
ba silencio y no tomó la palabra hasta el 13 de julio con un discurso
poco convincente lleno de contradicciones, le cumplió a Goebbels diri-
girse a la opinión pública alemana por todas las emisoras del Reich el
1 de julio. Como si una vez más buscara justificar ante sí mismo por
qué Hitler le había dejado a oscuras durante tanto tiempo, anunció a
los «compatriotas» nada más empezar el discurso que «el Führer (...)
como suele hacer en situaciones graves y difíciles, ha vuelto a actuar
según su viejo principio de sólo decir aquello que se debe decir, a aquel
que lo debe saber y en el momento en que lo debe saber». Goebbels
glorificó a Hitler como «salvador de la patria» con una dramática des-
cripción de los acontecimientos, en cuyo transcurso habló repetida-
mente de la «vida desordenada» y de la «vergonzosa y repugnante anor-
malidad sexual» de los jefes de las SA. Hitler y «sus incondicionales» no
habían podido permitir que «su trabajo constructivo, iniciado con inde-
cible sacrificio de toda la nación», fuera puesto en peligro por una
«pequeña banda de criminales» que estaba aliada con la «reacción» y un
poder extranjero. Distorsionando completamente los hechos, Goebbels
reclamó para la actuación de Hitler el concepto de «segunda revolu -
ción», que ahora había llegado, «pero de manera distinta» a como aqué-
llos se la imaginaban.45
La radio y las publicaciones en la prensa de los siguientes d ías con-
tinuaron las mentiras. No se dieron datos precisos sobre la cifra de muer-
tos; debieron de ser más de doscientos. En los periódicos del 3 de julio,
entre los nombres de siete jefes de las SA se podía leer el de Rohm. Se
decía que se le había dado la oportunidad de asumir las consecuencias
de sus «actos de traición a la patria». Como no lo había hecho, había
sido ejecutado. Además había una pequeña nota en la que se afirmaba
que el general retirado Von Schleicher, quien contra la seguridad del
Estado había mantenido relaciones con las fuerzas hostiles de la jefatu-
366 Goebbels

ra de las SA y con poderes externos, había opuesto resistencia con su


arma cuando iba a ser detenido por agentes de la policía judicial. «En
el tiroteo que se produjo resultaron heridos de muerte él y su mujer,
que se puso en medio», se decía lapidariamente. Los nombres de los
demás asesinados sólo los difundió por de pronto el rumor, pues una
orden del Ministerio de Propaganda había prohibido a la prensa publi-
car esquelas de los asesinados o de los «disparados en la huida».
El 10 de julio de 1934, a las ocho de la tarde, Goebbels habló a tra-
vés de todas las emisoras de radio alemanas sobre el «30 de junio en el
espejo del extranjero». Después de alabar a la prensa alemana, que había
«apoyado al gobierno con una disciplina y una receptividad dignas de
aplauso», y por ende a sí mismo, atribuyó a las noticias falsas de los perió-
dicos extranjeros el propósito de querer aumentar el desconcierto gene-
ral en Alemania; así desvió la atención de lo que realmente había pasa-
do —y de lo que se había ocultado— para terminar tildando las
especulaciones de la prensa extranjera de «campaña de difamación», que
en su maldad sólo podía ser comparada «con la propaganda de atroci-
dades inventadas que se puso en escena durante la guerra contra Ale-
mania».46
El encubrimiento propagandístico de los acontecimientos se vio faci-
litado de manera decisiva por la actuación de los cómplices de Hitler
que procedían de la élite tradicional. Arreglaron felicitaciones telegrá-
ficas del presidente del Reich a Hitler y Góring. En ellas, Hindenburg,
que languidecía hacia la muerte en Neudeck, se refería a Hitler como
la persona que los había salvado de un «serio peligro» y le manifestaba
su «más sentido agradecimiento» y su «sincero reconocimiento».47 El
ministro de Defensa del Reich, Blomberg, que había asumido con con-
descendencia el asesinato de dos de sus generales pese a la indignada
oposición en sectores del ejército, dio enfáticamente las gracias al «hom-
bre de Estado y soldado Hitler», que con su «valiente y decidida actua-
ción» había evitado la guerra civil. El capitán general, quien ahora veía
garantizada la posición de monopolio de la Wehrmacht en el Estado
como dueña de las armas, hizo esto en nombre de todo el gabinete, que
de inmediato y con extrema diligencia aprobó una ley cuyo único parra-
El camino a nuestra libertad pasa por crisis y peligros 367

fo daba por lícita la brutal depuración como «legítima defensa del Esta-
do».48
La «legalidad» de la represión de la «revuelta de Rohm», que ahora
Goebbels exhibía a lo grande en la prensa y en la radio, hizo que la
opinión pública pasara por alto su brutalidad. En lugar del miedo al
terrorismo de las SA y a la amenaza de una «segunda revolución», lle-
gó un hondo respiro, pues las «fuerzas buenas» del movimiento nacio-
nalsocialista parecían haber triunfado definitivamente. Apenas nadie
vislumbró en aquel verano de 1934 los verdaderos nexos causales, ape-
nas nadie adivinó que Hitler sólo se había acercado en apariencia al
mundo burgués-conservador, a sus instituciones políticas, para degra-
darlas ahora con más fuerza a un mero instrumento de su desmesurada
sed de poder.
El proceso que empezó con el fulminante golpe de liberación con-
tra las SA encontró un rápido final. Justo en el momento en que los
alemanes tomaban aliento pese a la alarma que habían provocado los
acontecimientos, cuando los socios conservadores creían haber llevado
a Hitler al «buen camino», los boletines del equipo médico encabeza-
do por el profesor Ferdinand Sauerbruch anunciaron desde Neudeck
que el fallecimiento del presidente del Reich se produciría en cuestión
de días. Hitler, aprovechando el momento, buscó ahora la autocracia.
El 1 de agosto, haciendo sin más caso omiso del principio de legalidad,
presentó al consejo de ministros una ley sobre la sucesión que fusiona-
ba el cargo de presidente del Reich con el de «Führer y canciller del
Reich».49 Entró en vigor en menos de veinticuatro horas, pues en la
mañana del 2 de agosto murió Paul von Hindenburg a la edad de ochen-
ta y seis años. A las 9.25 todas las emisoras de radio interrumpieron su
programación. El ministro de Propaganda daba a conocer la muerte del
presidente del Reich y mariscal de campo de la guerra mundial con
una voz lánguida que afectaba tristeza. Tras un silencio radiofónico de
media hora, Goebbels comunicó «las primeras medidas y disposiciones
legales necesarias en tal ocasión».50 Pocas horas después de que se extin-
guiera en el éter el Yo tenía un camarada, el ministro de Defensa del
Reich, el capitán general Von Blomberg, ordenó lo que ya estaba con-
368 Goebbels

venido hacía tiempo; mandó que los soldados de la Wehrmacht alema-


na juraran por el «Führer del Reich y del pueblo alemán,Adolf Hitler».
La escenificación del duelo, de la que Goebbels se encargó de inme-
diato, se convirtió, al igual que el día de Potsdam del año anterior, en un
símbolo de la continuidad política. Comenzó el 6 de agosto con un fune-
ral del Parlamento alemán en la ópera Kroll, en el que Hitler pronunció
el discurso fúnebre. Al día siguiente, el cadáver fue trasladado en un des-
file militar de Neudeck a Tannenberg, hasta el colosal monumento con-
memorativo de aquella batalla de la que Hindenburg salió victorioso en
el año 1914. Allí, después de que formaran las unidades tradicionales del
mariscal que acompañaban el féretro y los numerosos combatientes de
entonces, dio comienzo el acto estatal con la Heroica de Beethoven. Siguió
el sermón del obispo castrense evangélico de la Reichswehr, cánticos, una
salva de honor y finalmente la intervención del orador principal: el pre-
sidente del Reich y canciller, el Führer Adolf Hitler.51
Aunque durante su discurso subrayó precisamente esa continuidad,
la herencia, faltaba la declaración del testador. Se encontró doce días
después de la muerte del mariscal, cuando Franz von Papen se presen-
tó en Berchtesgaden: éste entregó a Hitler un testamento político de
Hindenburg, sobre el que enseguida corrió el rumor de que era falso.
Por una parte se había hallado bastante tarde —Goebbels hizo declarar
inmediatamente después de la muerte de Hindenburg que no se había
encontrado testamento alguno—52 y, por otra, el estilo del documento
apenas cuadraba con la sencilla manera de expresarse de Hindenburg,
como cuando se hablaba del «valle de la más profunda tribulación» des-
de el que «su canciller», el «abanderado de la cultura occidental», había
dirigido el Reich. A diferencia de la reiterada mención de Hitler, no
aparecían ni el emperador ni Dios, a los que Hindenburg tanto había
venerado. Algunos creían que el propio Hitler era el falsificador; otros,
como el embajador francés Francois-Poncet, apostaban por la partici-
pación de la camarilla del entorno de Otto Meissner, Oskar von Hin-
denburg y Franz von Papen.53
Para no depender del favor de la Reichswehr, Hitler —tal como
estaba decidido desde 1933—54 vinculó la toma de posesión del poder
El camino a nuestra libertad pasa por crisis y peligros 369

total con un plebiscito. De nuevo, con el apoyo de la jefatura de pro-


paganda del NSDAP —el «autotrén imperial Alemania» y el «tren auxi-
liar Baviera» garantizaron la asistencia técnica y el aprovisionamiento
de los grandes mítines—, una oleada de propaganda inundó el país, de
nuevo la consulta no dejó ningún margen de libertad y de nuevo se
intervino manipuladoramente en la votación. De todos modos, el 19
de agosto de 1934 no se cumplieron las exigentes expectativas de Hitler
y Goebbels. Aunque se calculó que un 89,9 por ciento votó a favor del
Führer, Hitler y su ministro de Propaganda recibieron el resultado con
cara de turbación.55
Ya antes del plebiscito, Alfred Rosenberg, a cuyas ambiciones había
cedido Hitler a principios de año con un cargo de supervisión de toda
la instrucción intelectual e ideológica del NSDAP, había preparado un
ataque general contra Goebbels. Como punto de arranque tomó su dis-
curso justificativo sobre los acontecimientos del 30 de junio, que ha-
bían dejado en todo el mundo una «impresión verdaderamente catas-
trófica». Goebbels había «confundido el cargo de ministro del Reich
con el papel de un agitador de barrio». 56 «Sólo porque una persona sin
sentido de la medida da rienda suelta a su lengua y a su vanidad» todo
el Reich alemán se expone «al más serio peligro», se indignaba el que
desde la muerte violenta de Gregor Strasser era probablemente el rival
interno del ministro de Propaganda más enérgico y tenaz, que busca-
ba por esa vía dar vigor a sus ambiciones en materia de política exte-
rior. A principios de agosto pidió a Hess «con mucha (...) insistencia»
que propusiera al Führer otorgarle a él, Rosenberg, plenos poderes para
la política exterior de todo el movimiento.57
Un gran enfado supuso también para Rosenberg el manifiesto elec-
toral que Goebbels, quien obstruía el acceso de su adversario a la radio
con todos los medios a su alcance,58 había dirigido a los artistas. Se pidió
a Ernst Barlach, Emil Nolde y Ludwig Mies van der Rohe, entre otros,
que lo firmaran. Por el hecho de que un consejero gubernamental del
ministerio de Goebbels hubiera «rogado encarecidamente» a los «bol-
cheviques culturales» y a los «artistas Barlach y Nolde, contra los que
luchamos» que intercedieran a favor de Hitler —así informaron las Base-
370 Goebbels

ler Nachrichten [Noticias basilienses]— guardó rencor a Goebbels durante


largo tiempo el «comisionado del Führer para la supervisión de toda la
instrucción y la formación intelectual e ideológica del NSDAP».
Encontraba «deprimente pedir firmas para el Führer a aquellos contra
los que llevamos luchando al máximo desde hace años en nuestra polí-
tica cultural».59 Goebbels intentó debilitar su crítica con el argumento
de que también se había exhortado a firmar manifiestos electorales a
determinados obispos católicos.60 Pero Rosenberg consideró que esta
comparación «no se sostenía de ningún modo», puesto que el partido
«nunca había atacado» a los obispos católicos en cuestión y «el Führer
siempre había proclamado frente a ellos el principio estatal de toleran-
cia religiosa». Por el contrario, las «personalidades artísticas» afectadas
«habían sido rechazadas terminantemente por el propio Führer», lo que
«se ha manifestado públicamente en repetidas ocasiones con absoluta
claridad»,61 replicó Rosenberg.
En adelante se iba a producir un enfrentamiento interminable y
encarnizado entre Goebbels y Rosenberg en las cuestiones culturales.
El 30 de agosto, Rosenberg escribió al presidente de la Cámara de Cul-
tura del Reich «que la misión que me ha encomendado el Führer tam-
bién consiste en controlar todas las asociaciones unificadas con respec-
to a su orientación intelectual e ideológica».62 Empezó a atacar
sistemáticamente a importantes personalidades de la Cámara de Cul-
tura del Reich, precisamente a aquellas que, después del éxodo de artis-
tas, Goebbels había conseguido comprometer con el régimen como
acreditados representantes del florecimiento cultural de Alemania.
El primer objetivo de Rosenberg estuvo relacionado con el com-
positor Richard Strauss, probablemente la personalidad musical alema-
na más importante del siglo xx de significación internacional. Goeb-
bels se lo había ganado como presidente de la Cámara de Música del
Reich.63 Hacía poco que, con motivo de su setenta cumpleaños, le había
hecho entrega a Strauss de un cuadro enmarcado en plata con la dedi-
catoria «Al gran maestro de las notas con agradecida admiración»64 y le
había celebrado de parte del Ministerio de Propaganda «como uno de
los músicos alemanes más representativos»,65 cuando Rosenberg, en un
El camino a nuestra libertad pasa por crisis y peligros 371

escrito del 20 de agosto de 1934 dirigido al Ministerio de Propagan-


da, amenazó de forma violenta66 que este «caso» podía convertirse en
un «escándalo cultural», pues era «completamente inaceptable» que «un
judío» le hubiera escrito a Strauss el libreto de su ópera La mujer silen-
ciosa. El «judío» en cuestión, Zweig, era además «colaborador artístico
de un teatro de emigrantes judíos» en Suiza. El ataque de Rosenberg
volvió a provocar en Goebbels una «furiosa indignación», sobre todo
porque Hess se había puesto de lado de Rosenberg en este asunto, 67
aunque Hitler y él habían dado oficialmente su aprobación para la repre-
sentación de esta ópera.68 Rosenberg era un «dogmático terco y obsti-
nado que no ve más allá de sí», 69 afirmó Goebbels desahogando su ira.
Le reprochó a Rosenberg su falta de conocimientos en la materia, elu-
diendo así el núcleo de las acusaciones. «No es cierto que un emigrante
judío haya escrito al doctor Richard Strauss el libreto de su ópera. La
verdad es, por el contrario, que el revisor del texto es Stephan Zweig, un
judío austriaco, al que no se debe confundir con el emigrante Arnold
Zweig (...). Por tanto, tampoco es cierto que el autor del libreto sea
colaborador artístico de un teatro de emigrantes judíos (...). Así pues,
a partir de las cuestiones arriba consideradas sólo podría producirse un
escándalo cultural, según su temor, si en el extranjero se trataran con el
mismo descuido que usted lo ha hecho en su carta, que queda contes-
tada con la presente. ¡Heil Hitler!».70 Aunque de esta manera se rechazó
por el momento el ataque de Rosenberg en el «caso Strauss», el comi-
sario ideológico continuó siguiéndole la pista a Strauss.
La revista Die Musik [La música], publicada por la comunidad cultu-
ral de Rosenberg, arremetió a principios de noviembre de 1934 con-
tra el compositor Paul Hindemith, miembro de la Cámara de Música
del Reich, alegando que «no era aceptable desde el punto de vista polí-
tico-cultural».71 En otra publicación se decía que con sus primeras obras
había demostrado ser claramente uno de los «abanderados de la deca-
dencia».72 También el propio Rosenberg echó mano de la pluma en
este «caso». Bajo el título «Estética o lucha popular» escribió en el Vól-
kischer Beobachter. «Cuando un hombre como Hindemith, dotado músi-
co, tras unos comienzos alemanes ha vivido, trabajado y se ha sentido
372 Goebbels

bien en compañía de judíos durante catorce años; cuando se relacio -


naba casi exclusivamente con judíos y, alabado por ellos, tenía éxito;
cuando, siguiendo las tendencias de la república de noviembre, se dedi -
có a los elementos de peor gusto de la música alemana», entonces «no
procede admitirle en los más altos institutos artísticos del nuevo Reich
sólo teniendo en cuenta la visión aria». 73 Goebbels, por el contrario, en
una circular de la dirección de emisiones del Reich del 25 de junio de
1934 le había valorado como «uno de los mejores talentos de la gene-
ración más joven de compositores alemanes», aunque tuviera que recha-
zar enérgicamente la «posición intelectual que se expresa en la mayor
parte de sus obras realizadas hasta la fecha». 74
Wilhelm Furtwángler, el vicepresidente de la Cámara de Música del
Reich, al que Goebbels admiraba como director genial, 75 salió en ayuda
de Hindemith el 25 de noviembre con una réplica en el Deutsche Allge-
meine Zeitung,76 que, debido a la enorme demanda, tuvo incluso que ser
reimprimido. Allí dejaba claro que no se podía permitir «renunciar sin más
a un hombre como Hindemith viendo la tremenda escasez de músicos
verdaderamente productivos que impera en todo el mundo». Aludiendo
a Rosenberg, planteaba la decisiva pregunta de adonde iríamos a parar «si
la denuncia política se aplicara al arte en gran proporción». 77 El público
de la ópera estatal —en el que también se encontraban casualmente esa
misma noche Goebbels y Góring— brindó a Furtwángler un prologan-
do aplauso en señal de apoyo después de una representación del Tristán.
Al parecer, Góring aprovechó esto para informar a Hitler de que se había
producido una manifestación pública de disconformidad contra un líder
del Reich del NSDAP.78 Goebbels por su parte amenazó ahora a Furt-
wángler diciéndole que «ya le demostraría él quién era el más fuerte». 79
Como consecuencia, el 4 de diciembre de 1934 Furtwángler renunció a
sus cargos de vicepresidente de la Cámara de Música del Reich y de direc-
tor de la ópera estatal, dispuesto a emigrar a América muy a pesar suyo.
Así pues, el «caso Hindemith» se extendió a un «caso FurtwángleP> o, mejor
dicho, a toda la Cámara de Música del Reich.
Oficialmente parecía que en el «caso Furtwángler» Rosenberg se
había anotado un rotundo éxito sobre Goebbels, al menos de momen-
El camino a nuestra libertad pasa por crisis y peligros 373

to, pues a Goebbels le vino muy bien que los planes americanos de
Furtwángler se vieran estorbados por su enemigo íntimo Arturo Tos-
canini, que habló públicamente en su contra. Así, Goebbels, con la con-
formidad de Hitler,80 hizo que se negociara entre bastidores con Furt-
wángler a base de ofertas y amenazas. Al principio éste puso «todavía
objeciones»,81 pero luego se declaró dispuesto a lamentar públicamente
«las consecuencias y conclusiones de índole política que tuvieran
relación con su artículo, tanto más cuanto que no había sido en abso-
luto su intención (...) injerirse en la dirección de la política artística
del Reich, que también a su entender sólo la determinan, como es natu-
ral, el Führer (...) y el ministro competente designado por él». 82 Con
este comunicado de prensa de gran habilidad táctica Goebbels mató
tres pájaros de un tiro. En primer lugar ayudó a Furtwángler a salvar la
cara, en segundo lugar rechazó las pretensiones de Rosenberg y en ter-
cer lugar fue provechoso para el régimen conservar a este director en
Alemania. Por último, Goebbels pensó probablemente, tal como anotó
en su diario, que esto era un «gran éxito moral para nosotros». Lo que
quedaba era «el problema de qué ocupación darle».83
Como es lógico, Rosenberg no estaba satisfecho con eso. Con gran
sutileza hizo saber a Hess que él encontraba «directamente provocador»
cómo se había redactado la declaración de prensa goebbeliana. Furt-
wángler no se disculpaba «por sus ataques políticos contra una organi-
zación nacionalsocialista», sino que lamentaba «sólo las consecuencias y
conclusiones que se hubieran sacado de su artículo. Y el ministro
nacionalsocialista» daba por buenas «exactamente esas formulaciones». Él,
Rosenberg, pedía que «se indujera al señor doctor Furtwángler» a
«disculparse ante él de la misma manera, pero no por las conclusiones,
sino por sus ataques políticos contra la comunidad cultural nacionalso-
cialista».84 Seguramente a instancias de Hess, Furtwángler tuvo que dar
también este paso. Como contrapartida, tras el encuentro con Furt-
wángler, Rosenberg dio instrucciones a su comunidad cultural no reco-
nocida oficialmente por el partido de observar una «absoluta neutralidad»
con respecto a Furtwángler.85 Así parecía que se habían creado las;
condiciones necesarias para la reconciliación oficial entre Furtwangle
374 Goebbels

y Hitler.86 El director pudo finalmente seguir siendo lo que era: vice-


presidente de la Cámara de Música del Reich, director de la ópera esta-
tal de Berlín y consejero del Estado prusiano. En el año 1936 asumió
además la dirección musical del festival de Wagner de Bayreuth.87
Desde otoño de 1934, Goebbels se dedicó, además de al enfrenta-
miento con Rosenberg, al que creía poder «vencer algún día», 88 prin-
cipalmente al plebiscito del Sarre previsto en el Tratado de Versalles.
Bajo el lema Heim-ins-Reich [Vuelta a la patria del Reich], Goebbels puso
en escena una campaña propagandística que retransmitió al territorio
del Sarre sobre todo la emisora extranjera bajo la dirección de Adolf
Raskin. En las emisiones se presentaba al «frente alemán» del Sarre como
un receptáculo de «sangre alemana»; por el contrario, los partidarios del
status quo, que abogaban por que la Sociedad de Naciones siguiera admi-
nistrando el territorio, eran atacados como cómplices del «bolchevis-
mo judío».89 Con esta táctica, Goebbels esperaba entre otras cosas poder
movilizar a la Iglesia católica a favor del «regreso a la patria» del Sarre,
el «último bastión» del centro.90
La acción propagandística fue preparada por la organización Anti-
komintern del Ministerio de Propaganda, que trabajaba solapadamen-
te. Dependía del departamento de propaganda y estaba dirigida por
Eberhard Taubert. Atraído por el «antibolchevismo combativo que no
claudica» del NSDAP, había intentado ya desde 1932, como colabora-
dor de Haegert en la jefatura de propaganda del Reich, fusionar todas
las federaciones y sociedades anticomunistas existentes en Alemania.
Pero ese proyecto fracasó al igual que la perspectiva de hacerse cargo
de una «sección antibolchevique» en la jefatura del distrito berlinés,
según se le había prometido poco antes de la subida al poder. En lugar
de eso, Goebbels le incluyó como consejero en la constitución del
Ministerio de Propaganda, donde Taubert, aparte de su esfera oficial de
trabajo, el «anticomunismo», finalmente hizo valer su deseo de impul-
sar el desarrollo de la organización en el ministerio.91
A su actuación se debería en buena medida el que los obispos cató-
licos se dejaran inducir a tomar una posición pro alemana. Una pasto-
ral de la diócesis de Colonia del 26 de diciembre de 1934 exhortaba a
El camino a nuestra libertad pasa por crisis y peligros 375

los creyentes a «implorar un resultado del plebiscito del Sarre benefi-


cioso para nuestro pueblo alemán».92 Goebbels recompensó esta buena
conducta subrayando expresamente su «positiva posición alemana» en
el Volkischer Beobachter del 8 de enero de 1935. En efecto, es probable
que se contara entre las inolvidables anécdotas del Antikomintern que
—como su colaborador Taubert se burló después— la «clerigalla de
Sarrebruck no sospechara» por los asuntos de quién había «velado».93
El 13 de enero de 1935 —el escrutinio lo realizó una comisión
independiente— el 90,5 por ciento de los habitantes del Sarre se deci-
dieron a favor de la reintegración de su tierra en el Reich alemán. No
eran tantos como Goebbels había pronosticado a sus correligionarios
en el palacio de deportes ya en octubre de 1933, cuando dijo que todo
el mundo sabía «que entre el 95 y el 98 por ciento de la población
del Sarre se declaran partidarios de nosotros». 94 De todos modos, tras
el asesinato del canciller federal austríaco Engelbert Dollfuss en julio
de 1934 por parte de nacionalsocialistas austríacos apoyados por Ale-
mania y del aislamiento que había provocado la salida de la Sociedad
de Naciones, supuso un útil aumento de prestigio en materia de polí-
tica exterior.
Con este resultado de la votación, que calificó aun así como «mejor
que todas las expectativas», Goebbels tenía motivos suficientes para hacer
gala de su superioridad ante los miembros de la conferencia de prensa
del gobierno del Reich.95 En el territorio del Sarre no había ningún
campo de concentración, ningún «llamado amordazamiento de la opi-
nión pública», ninguna ley de prensa ni ninguna «denominada dicta-
dura de una pequeña camarilla de hombres». Antes bien, el Sarre —de
acuerdo con su línea propagandística— era un «punto de encuentro de
todos los elementos internacionales, derrotistas, anarquistas y demás, un
punto de encuentro del comunismo universal y del marxismo univer-
sal». Sin embargo, la población había declarado con más del 90 por ciento
de los votos su «adhesión a la nación alemana» y, al mismo tiempo, al
nacionalsocialismo. Esto demostraba que el nacionalsocialismo repre-
sentaba «un poder político inquebrantable», un «fenómeno cuya exclu-
sión del mundo no se puede ya sostener con ningún argumento». El
376 Goebbels

éxito se debía «al carácter, a la valentía, al coraje y a la audacia de la polí-


tica alemana, tal como la representa Adolf Hitler».
Las sirenas aullaron en toda Alemania cuando el 1 de marzo de 1935
el territorio del Sarre «regresó» oficialmente al Reich. En la plaza del
ayuntamiento de Sarrebruck, ante la población que «aún tenía que ser
moldeada»,96 Goebbels hizo que se desarrollara un mitin según el efec -
tivo ritual, con el que conectaron todas las estaciones de radio del Reich
—la emisora del Reich de Sarrebruck, tras superar la «desmembración
federalista» una «emisora del espíritu alemán», no fue inaugurada por
Goebbels hasta principios de diciembre de 1935. 97 Izado de banderas,
desfile ante Hitler, alocuciones, al final el discurso de Hitler: «En una
forma fantástica. Un himno (...). Abajo, en la plaza, la gente está en
éxtasis. Como un delirio. El Heil suena como una oración». 98
Así se había «reconquistado» una «provincia». 99 Sin embargo, no se
podía hablar de una plena satisfacción de Alemania, tal como Goebbels
le había prometido a Francia en 1933 en el caso de una reincorpora-
ción del territorio del Sarre. 100 Hitler aprovechó el auge de la política
exterior tras el plebiscito del Sarre para anunciar el 16 de marzo de
1935 la implantación del servicio militar obligatorio, pero tomando
como pretexto la ordenanza del gobierno francés promulgada el 13 de
marzo de 1935, según la cual se duplicaba el tiempo de servicio en el
ejército. De este modo contravino las disposiciones relativas al desarme
del Tratado deVersalles. Para evitar la inquietud entre la población ale-
mana se hizo hincapié en que, tras la promulgación de la ley sobre el
servicio militar obligatorio, la prensa no podía crear «ninguna clase de
psicosis bélica». 101 Poco después, Kurt Jahncke, jefe del departamento
de prensa del Ministerio de Propaganda, añadió que «todas las noticias
que sugieran otra tendencia (...) deben ser valoradas como propagan-
da de los enemigos de Alemania». 102
Con vistas al extranjero, la propaganda nacionalsocialista intensificó
al mismo tiempo sus promesas de paz.103 El 19 de marzo de 1935 Goeb-
bels aseguró en el Angriff104 que Alemania «necesitaba la paz tanto como
los demás pueblos (...). Nadie en Europa que tenga un mínimo senti-
do de la responsabilidad cree que los daños de una guerra que no se
El camino a nuestra libertad pasa por crisis y peligros 377

pudieron eliminar en diecisiete años de trabajo pacífico vayan a ser


suprimidos por una nueva guerra».105 Sin embargo, en su diario escribió
poco después Goebbels, que estaba al corriente de los planes expan-
sionistas de Hitler con miras al «espacio vital» del este: «Así que a armar-
nos y a poner a mal tiempo buena cara. Este verano permítenos, oh
Señor, sobrevivir. El camino a nuestra libertad pasa por crisis y peligros.
Pero hay que recorrerlo con valor».106
La reacción del extranjero daba suficientes motivos para esperar que
este doble juego tuviera éxito. El gobierno inglés y el francés enviaron
sólo notas de protesta. La planeada visita a Berlín del ministro de Exte-
riores británico sir John Simón y del lord del Sello Privado Anthony
Edén ni siquiera se canceló, sino que tuvo lugar después de un aplaza-
miento a finales de marzo de 1935. Las promesas de paz, unidas a la
actuación decidida de Hitler, pronto trajeron su primer gran éxito en
política exterior. El cierre del convenio germano-británico sobre las
fuerzas navales el 18 de junio de 1935 no sólo sancionaba el rearme
alemán, sino que incluso parecía ser el primer paso hacia una aproxi-
mación del Reich a Gran Bretaña, requisito previo para las ambiciones
continentales de Hitler.
Los éxitos en materia de política exterior volvieron a dar pie a Goeb-
bels para celebrar el mito del Führer: la víspera del cumpleaños de
Hitler subrayó en su discurso radiado que era un «milagro» sólo com-
prensible para los más íntimos amigos que un hombre que apenas hace
tres años tenía a la mitad del pueblo en su contra «hoy esté en todo el
pueblo por encima de toda duda y de toda crítica». Esta nueva e inque-
brantable unión del pueblo demostraba que Hitler era el hombre ele-
gido por el destino, un «apóstol con una misión». Llevaba «en su inte-
rior la vocación (...) de sacar a la nación de la más terrible división
interna y de la más ignominiosa humillación externa y conducirla a la
anhelada libertad».107 No obstante, estas palabras en boca de Goebbels
formaban parte sobre todo del ritual propagandístico. De este modo,
sus discursos eran menos cautivadores y menos sugestivos que los de la
«época de lucha». Si bien Hitler seguía siendo para Goebbels el amigo
paternal y su punto de referencia, así como la grandeza histórica que
378 Goebbels

actuaba bajo la protección de la Providencia y la autoridad intocable,


ya no era sin embargo la «sustitución del Mesías» de los primeros años:
la vida holgada y el ascenso habían hecho mella en esa fe nacida de la
necesidad y de la privación.
Pese a lo afortunado que Goebbels se consideraba por contarse entre
los compañeros del «apóstol Hitler», las querellas «terrenales» de la polí-
tica cultural le daban quebraderos de cabeza, pues Rosenberg acome-
tía la ofensiva cada vez con más ímpetu. Cuando éste se enteró de que,
por «iniciativa» de Goebbels y Rust, Hindemith iba a «reincorporarse
a su cargo de profesor en la Escuela Superior de Música», escribió de
inmediato al ministro de Educación que consideraba esto «completa-
mente fuera de lugar». La restitución entraba en «profunda contradic-
ción con dos declaraciones del Führer sobre la política cultural». El
«movimiento» ya había «actuado con bastante indulgencia (...) como
para dar a Hindemith un plazo de prueba». El compositor era «un cla-
ro representante de una orientación bolchevique en cultura y arte». 108
Cuando Rust prolongó «las vacaciones del compositor atendiendo al
escrito de Rosenberg», la derrota de Goebbels en el «caso Hindemith»
estaba sellada; el compositor abandonó Alemania poco después. Rust
tenía asegurado el agradecimiento de Rosenberg.
En junio de 1935, desde el congreso del Reich de la comunidad cul-
tural nacionalsocialista celebrado en Dusseldorf, Horst Dressler-Andress
envió a Goebbels otra mala noticia procedente del bando de Rosen-
berg. En su precipitado informe se decía que allí «se habían bebido unas
copas y se había brindado por la muerte de la Cámara de Cultura».
Dressler-Andress había visto un «forzado» ambiente «de oposición» y
calificaba en general el acto como «el principio de una oposición orga-
nizada de gran alcance» contra el ministerio y la Cámara de Cultura. 109
Los rivales de Goebbels tomaron nuevo impulso cuando Rosenberg
hizo un hallazgo decisivo en el «caso Strauss»;ya antes había hecho que
su comunidad cultural boicoteara el estreno de la ópera La mujer silen-
ciosa, autorizada por Hitler y Goebbels, el 24 de junio de 1935 en Dres-
de.110 La Gestapo había interceptado una carta del compositor dirigida
al libretista de la ópera, Stefan Zweig, en la que ponía que el remitente
El camino a nuestra libertad pasa por crisis y peligros 379

sólo «fingía» ser el presidente de la Cámara de Música del Reich por -


que quería «hacer el bien y evitar (...) una mayor desgracia». 111 Goeb-
bels se acaloró por el contenido de esta carta «especialmente infame»,
en vista de la cual no le quedó más remedio que capitular ante Rosen-
berg y obligar a Strauss a dimitir. «La carta es impertinente y además
estúpida. Ahora también tiene que irse Strauss. (...) Strauss "finge ser el
presidente de la Cámara de Música", y eso se lo escribe a un judío. ¡Qué
asco!».112 La decepción de la derrota se convirtió en una reprimenda
colectiva. Los artistas, «desde Goethe hasta Strauss (...) ninguno tiene
principios políticos. (...) ¡Fuera con esto!». 113 «Lo haremos sin escán-
dalos»,114 seguía diciendo, pues el éxito de Rosenberg ya era bastante
doloroso.
Al igual que Rosenberg utilizaba el antisemitismo para luchar con-
tra Goebbels, eso mismo hacía el ministro de Propaganda para hacer
caer al jefe de policía berlinés Magnus von Levetzow, al que tenía en
poca estima desde hacía tiempo. Éste se atrajo el enfado de Goebbels
cuando en julio de 1935 se produjo una manifestación contra una pelí-
cula antisemita y la policía, a juicio del jefe del distrito berlinés, no pro -
cedió «con la suficiente contundencia». Al mismo tiempo, su compa -
ñero de la «época de lucha», el conde Von Helldorf, que desde marzo
de 1933 era jefe de policía de Potsdam, le rogaba continuamente que
hiciera algo por él. Von Helldorf, cuyas aventuras con la actriz y can-
tante Else Elster eran la comidilla de la ciudad, tenía serias dificultades
económicas. Los periódicos berlineses habían informado ya antes de la
subida al poder de que había «dilapidado su fortuna debido a un derro -
che megalómano». A su «ruina» había contribuido sobre todo «una
especie de campamento de Wallenstein» 115 que mantenía en su finca
para las gentes de las SA.116 Helldorf, cuyas deudas ya habían llevado a
embargos de su salario, necesitaba urgentemente un puesto mejor remu-
nerado.
A su compañero de lucha, con cuya actitud hacia las mujeres sim-
patizaba —«¿No son así todos los hombres de verdad?», preguntó una
vez—, 117 Goebbels le ayudó de buen grado, sobre todo porque tenía
mucha amistad con él en privado. No obstante, fue decisivo el hecho
380 Goebbels

de que sabía que con Helldorf tendría a un antisemita radical a su lado,


con cuyo apoyo ahora quería proceder todavía con más dureza contra
los ciudadanos judíos de Berlín. Así pues, intervino ante Hitler, se quejó
acerca de Levetzow y presentó a Helldorf como sucesor. Hitler accedió
y el 18 de julio de 1935 le confió a éste el cargo de jefe de policía de
Berlín. «¡Bravo!», se elogió Goebbels a sí mismo, para añadir a con-
tinuación, «y volvemos a depurar Berlín, de común esfuerzo».118
Esta «depuración», la lucha contra los judíos y el bolchevismo, que
supuestamente tenía su origen en ellos, pasó a estar cada vez más en el
centro de la agitación goebbeliana, que se correspondía así con el doble
objetivo de Hitler: la guerra de exterminio de ideología racista y la con-
quista de «espacio vital» en el este. Hitler hizo que el «congreso del par-
tido de la libertad» celebrado en Nuremberg en septiembre de 1935 se
desarrollara por primera vez completamente bajo la divisa del antibol-
chevismo. Después de que apareciera en la prensa alemana un «mani-
fiesto del Antikomintern con motivo del VI congreso mundial del
Komintern», que acababa de tener lugar en Moscú —el manifiesto lo
redactó Taubert con un lema que imitaba el de los comunistas: «¡Anti-
bolcheviques del mundo, unios!»—, el colaborador de Goebbels, Han-
ke, recibió el encargo de parte de Hitler de proporcionar a todos los
oradores del congreso el material correspondiente;119 todos los discur-
sos debían estar dedicados a ese tema, para brindar al bolchevismo un
«demoledor ajuste de cuentas».
El discurso de Goebbels «Comunismo sin máscara», que pronunció
el 13 de septiembre, siguió sin solución de continuidad a las exposi-
ciones «rigurosamente antibolcheviques y antijudías» de los oradores
precedentes, Hitler, Rosenberg, Darré y Adolf Wagner.120 Goebbels
empezó anunciando una «misión universal» alemana contra el bolche-
vismo, al cual calificó como «el desafío de la brutalidad internacional
liderado por los judíos contra la cultura en sí».121 Para mostrar a la opi-
nión pública alemana y europea el bolchevismo «enteramente desen-
mascarado», que se había ido degradando hasta convertirse en una «orga-
nización criminal», describió la «facha diabólica de la destrucción
mundial» con una fulminante acumulación de atrocidades comunistas
El camino a nuestra libertad pasa por crisis y peligros 381

reales y ficticias. 122 Habló del «asesinato individual, de rehenes y de


masas» que llevaban a cabo las «bestias comunistas embrutecidas y avi -
llanadas», fustigó el «ateísmo programático de la Internacional bolche-
vique» y sacó de esto la conclusión de que el bolchevismo era una «locura
metódica» que tenía la finalidad de «aniquilar a los pueblos y sus
culturas y hacer de la barbarie el fundamento de la vida estatal».
La pregunta por los «maquinadores de este envenenamiento mun-
dial» era retórica. Para Goebbels, la «internacional bolchevique» era una
«internacional judía». Para demostrarlo dio lectura a una lista de varias
hojas con los principales representantes judíos del comunismo, cuya
teoría fue establecida por «el judío Karl Mordechai, llamado Marx», hijo
de un rabino, nacido en Tréveris.123 Una «derivación» surgió «en el cere-
bro del judío Ferdinand Lassalle, hijo del judío Chaim Wolfsohn pro -
cedente de Loslau (Wodzis_aw _l_ski)». Así, tras la división del Partido
Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR) en mencheviques y bolche-
viques, ambos grupos estuvieron dominados por judíos: por «Martov
(Zederbaum),Trotski (Bronstein)» por una parte, «Borodín (Grusen-
berg)... Jaroslavski (Gubelmann)... Litvinov (Wallach)» por otra. Los
judíos habían sido mayoría tanto en los gremios político-militares tras
la primera sesión del comité central el 23 de octubre de 1917 como en
la presidencia del XV congreso del partido de los bolcheviques en el
año 1927. Rosa Luxemburgo, que a finales de diciembre de 1918 se
puso al frente del KPD entonces fundado, había sido una «judía pola -
ca», y la mujer de Stalin, hija del judío Lazar Moiséyevich Kaganóvich.
Y así sucesivamente. Esta relación «fría e imparcial» —continuó Goeb -
bels— sólo permitía concluir que «el mayor mérito» de Hitler era el
haber puesto «a la afluencia del bolchevismo universal hacia Alemania
un dique» en el que se habían roto «las olas de esta inmunda marea
judeo-asiática». Ahora Alemania estaba «inmunizada contra el veneno
de la anarquía roja».
A la sombra de la atronadora campaña antibolchevique, el 15 de sep-
tiembre de 1935, durante una sesión extraordinaria del Parlamento en
el marco del congreso del partido a escala del Reich, los gobernantes
nacionalsocialistas hicieron aprobar las leyes antisemitas de Nuremberg
382 Goebbels

—la «ley de ciudadanía del Reich» y la «ley para la protección de la san-


gre y de la honra alemana»— que se habían redactado apresuradamente
y que se estuvieron «limando» hasta el último momento. 124 Goebbels
comentó el comienzo de la persecución sistemática a los judíos en su
diario: «El judaismo ha recibido un duro golpe. Desde hace cientos de
años, hemos sido los primeros en atrevernos a coger el toro por los
cuernos».125
En el tira y afloja por el decreto de aplicación, que entró en vigor a
mediados de noviembre de 1935, Goebbels estuvo entre los más radi-
cales. El, quien ya incitaba continuamente a Hitler contra la supuesta
«arrogancia judía»,126 ahora luchó con vehemencia para que fueran
expulsados de Alemania no sólo los judíos totales, sino también los
«medio judíos» y los «judíos en cuarta parte» —es decir, aquellos que
tenían al menos uno de los padres o uno de los abuelos de origen
judío—, así como los cónyuges de éstos. Sólo de mala gana, por la paz
dentro del partido, compartió finalmente el compromiso —como lo
llamó— sobre el decreto de aplicación de las leyes de Nuremberg,127 en
el que no entraban en principio los «medio judíos» y de ningún
modo los «judíos en cuarta parte». Ahora esto se debía dar a conocer a
la prensa «con habilidad y discreción», para que no se produjera «dema-
siado alboroto».128
Si bien aquí no pudo imponerse del todo el «criterio radical», en el
terreno cultural controlado por él, Goebbels perseguía con gran celo y
exceso el objetivo de los nacionalsocialistas de «limpiar» Alemania de
judíos.129 Aunque al principio no había visto ninguna «posibilidad legal
directa» de establecer un «artículo ario» en la Cámara de Cultura del
Reich y las asociaciones anexas,130 mediante un decreto del 24 de marzo
de 1934 había dificultado las condiciones de ingreso para los «no
arios», dando instrucciones a las cámaras de no admitirlos en general en
las profesiones culturales.131
En primavera de 1935 había empezado con una primera «oleada de
depuraciones» la «desjudeización» de la Cámara de Cultura del Reich,
que Goebbels impulsó en los años siguientes contra toda resistencia y
con una perseverancia implacable. Sin embargo, cuando en el segundo
El camino a nuestra libertad pasa por crisis y peligros 383

congreso anual de la cámara, celebrado el 15 de noviembre de 1935,


subrayó que ésta estaba «hoy limpia de judíos» y que «en la vida cultu-
ral de nuestro pueblo» ya no había «ningún judío en activo», 132 hablaba
más de sus sueños que de la realidad. Lo cierto era que, en el trans-
curso del otoño, Goebbels tuvo que luchar con considerables dificultades
creadas por el ministro de Economía del Reich, Hjalmar Schacht. Inme-
diatamente después de la aprobación de las leyes de Nuremberg, se dis-
puso sin informar a Schacht que los comerciantes judíos de objetos de
arte y antigüedades, así como los propietarios judíos de cines, tenían
que vender sus empresas antes del 10 de diciembre de 1935, a más tar-
dar, según la notificación de expulsión de la cámara. Para finales de año
también tuvieron que darse de baja los libreros. Además, a partir del 1
de octubre no se podían ofrecer ni vender públicamente revistas desti-
nadas sobre todo a judíos.133 Schacht intervino enérgicamente repetidas
veces ante Goebbels en contra de semejante modo de proceder,
argumentando que había que tener en cuenta los intereses económi-
cos del Reich.134 Pero Goebbels lo ignoró, principalmente porque se
sabía respaldado por Hitler. Después de que en agosto Schacht pro-
nunciara en Kónigsberg un «liberal y provocador discurso a lo Papen», 135
Hitler pidió a Goebbels «material contra Schacht», para hacerle ver al
independiente presidente del banco del Reich y ministro de Econo-
mía interino lo «prescindible» que era.136
El enfrentamiento de Goebbels con su enemigo íntimo Rosenberg
entró en un nuevo estadio en la segunda mitad del año 1935. En octu-
bre de 1935, Rosenberg estuvo implicado en la sustitución de los pre-
sidentes de las cámaras de literatura y cinematografía del Reich, Hans
Friedrich Blunck y Fritz Scheuermann. Para volver a procurarse ven-
taja frente a Rosenberg, Goebbels proyectaba crear un «senado de cul-
tura» del Reich, una asociación de «personalidades destacadas compro-
metidas con el pueblo y la cultura». Este plan se remontaba a noviembre
de 1933,137 pero ahora también debía servir para tranquilizar por medio
de la integración138 a personalidades que tenían una postura crítica hacia
su política cultural, por ejemplo Heinrich Himmler, el líder de la juven-
tud hitleriana Baldur von Schirach, o el jefe financiero del NSDAP
384 Goebbels

Franz Xaver Schwarz.139 Sin embargo, por una circular de la comunidad


cultural nacionalsocialista, Goebbels se enteró de que Rosenberg se
le había adelantado. El caso era que el 11 de septiembre de 1935
Hitler había encomendado al rival de Goebbels la designación del cita-
do senado de cultura del Reich, «con el objetivo de seleccionar y fomen-
tar en el terreno del arte y de la ciencia todas aquellas fuerzas creativas
que trabajan en Alemania a favor del nacionalsocialismo». 140 Goebbels
contestó a esto con la observación de que «es todo una copia pensada
como un golpe contra mí»,141 aunque sabía que había llegado el momento
de actuar «con decisión».142 El 26 de septiembre discutió con los
secretarios generales de la Cámara de Cultura del Reich la «cuestión
Rosenberg». Como éste era «desleal», no le quedaba «más remedio que
obrar de esa forma».143
El 2 de octubre de 1935 debía tener lugar una entrevista entre los
adversarios; sin embargo, en el viaje hacia Hohenlychen para encon-
trarse con Rosenberg, la policía paró el coche de Goebbels en Gran-
see. Su esposa Magda acababa de dar a luz a su tercer hijo en la clínica
ginecológica universitaria de Berlín, atendida por el profesor Stoeckel.
Por fin era el hijo que Goebbels tanto había esperado: «¡Indescriptible!
Bailo de alegría (...). Un alborozo infinito.Vuelvo a cien kilómetros por
hora. Me tiemblan las manos de alegría (...). Estoy feliz a más no poder.
Podría cargarme todo de alegría. ¡Un niño! ¡Un niño!... ¡El hijo! La
gran vida eterna».144 Probablemente en recuerdo del hijo mayor de
Günther Quandt, Hellmuth, muerto en 1927, el hijo del ministro de
Propaganda llevaría el mismo nombre.145
Pero pronto volvió la rutina y con ella el problema de Rosenberg.
Goebbels tenía que buscar aliados, pues Rosenberg había tomado carre-
rilla para hacerse con una facultad de dirección respecto a todos los car-
gos político-culturales del Estado —como ministro del Reich para Ideo-
logía y Cultura— y del partido —como gran canciller del NSDAP—.
Rosenberg ya se había asegurado el apoyo de Himmler, Schirach, Lut-
ze y Darré. Goebbels, por el contrario, seguía impulsando su proyecto
del «senado de cultura del Reich», para el que se ganó a Góring a media-
dos de octubre de 1935. Dado que éste se expresó «en duros términos»
El camino a nuestra libertad pasa por crisis y peligros 385

contra Rosenberg, por esta vez defendía a ojos de Goebbels «unas


ideas muy sanas».146
Para quitar de en medio a Rosenberg, Goebbels llamó la atención de
Hitler sobre los «inconvenientes» que provocaría «forzosamente» el que
se crearan dos instituciones con el mismo nombre. 147 Tras una «extensa
entrevista», durante la cual Hitler también lanzó «duros ataques contra
Rosenberg», una vez más se pusieron de acuerdo. El Führer accionó el
freno de emergencia respecto a las pretensiones de Rosenberg y anun -
ció que iba a prohibir su proyecto. En cambio, la «propuesta completa»
de Goebbels fue aceptada y Hitler se mostró «muy satisfecho» con ella.148 El
22 de octubre Goebbels decidió con los secretarios generales de la
Cámara de Cultura del Reich los 105 miembros del senado de cultura
del Reich,149 una asociación que pronto sólo existiría sobre el papel. Pero
mientras tanto Goebbels saboreó su triunfo e hizo saber a Rosenberg el
7 de noviembre que «el Führer» había «decidido» que la «asociación pla-
neada» por él «no se podía constituin>. El, Goebbels, «nombraría» por su
parte un senado de cultura del Reich el 15 de noviembre. 150
Ya que, pese a su mayor plenitud de poderes, Goebbels veía las con-
tinuas querellas con Rosenberg como la «causa de sus disgustos», 151 ahora
le hizo una propuesta de paz y le exhortó finalmente a que se incor-
porara al senado de cultura del Reich, cosa que Rosenberg rechazó
categóricamente. No se podía tolerar —así escribió— que se señalara
de forma general a una asociación de tan diferentes personalidades como
la responsable de la ideología nacionalsocialista «sin ni siquiera preguntar
al encargado de supervisar esa ideología». 152 En cualquier caso, según su
«más profunda convicción», él, Goebbels, no podía dar una «aprobación
general» a la opinión de que el senado de cultura del Reich fuera el
responsable de la ideología nacionalsocialista.153 A semejante rechazo de
su «generosa» propuesta Goebbels reaccionó criticando la
información negativa sobre su persona y su ministerio en el órgano
informativo de la comunidad cultural nacionalsocialista, los Presse-Berich-
te [Informes de prensa].154 Se negó a entrevistarse con Rosenberg acerca
de una «colaboración general» cuando oyó decir que éste había preve -
nido en una «impertinente carta» contra la entrada en el senado de cul-
386 Goebbels

tura del Reich a los líderes designados por él, Goebbels —entre otros
Philipp Bouhler, Schirach, Rust y Konstantin Hierl—.Ya no iba a con -
sentir semejantes «insolencias durante mucho tiempo», 155 escribió, y se
mantuvo en sus trece. Rosenberg iba a «escribir y quejarse» diciendo
que «ni siquiera permitiría que le informaran al respecto». 156 Así pues, al
comisionado de Hitler para la ideología no le quedó más remedio que
lamentar de nuevo que Goebbels «pasara lisa y llanamente por alto» la
misión que Hitler le había confiado. 157
Si bien Goebbels iba triunfando sobre Rosenberg lento pero segu-
ro, Goebbels no estaba satisfecho con cómo estaba transcurriendo la
«desjudeización» de la Cámara de Cultura del Reich desde enero de
1936. Después de que en el año que terminaba, 1935, se decretaran en
masa a lo largo de varias semanas expulsiones de la Cámara de Cultu ra
del Reich para los «no arios» activos en la economía cultural, a comienzos
de 1936 Schacht consiguió —aunque sólo provisionalmente— poner
freno a la manía «desjudeizadora» de Goebbels. Schacht hizo valer ante
Hitler su argumentación de renunciar a un proceder tan masivo aten -
diendo a la balanza alemana del comercio exterior y al presupuesto ale-
mán de divisas,158 con lo cual el Ministerio de Propaganda, «por encargo
especial» de Goebbels, tuvo que dar la orden de suspender «con
efecto inmediato (...) todas las medidas para la desjudeización (...) de
los gremios económico-culturales». 159
En esta situación le vino muy a propósito a Goebbels el asesinato de
Wilhelm Gustloff, el jefe del grupo nacional de la organización exte -
rior del NSDAP en Suiza. Con motivo de su sepelio, Hitler pronunció
en Schwerin el 12 de febrero de 1936 un «discurso contundente y radi-
cal».160 Calificó a Gustloff como el «primer mártir consciente» del nacio-
nalsocialismo en el extranjero y responsabilizó al «rencoroso poder de
nuestro enemigo judío» de esta y de «todas las desgracias que cayeron
sobre nosotros en noviembre de 1918 y (...) que invadieron Alemania
en los años siguientes». 161 Goebbels se ocupó de que estas palabras se
retransmitieran por todas las emisoras alemanas ese mismo día, 162 para
transformarlas inmediatamente en medidas directas utilizándolas como
impulso para la radicalización.
El camino a nuestra libertad pasa por crisis y peligros 387

Ya el 6 de marzo, durante una conferencia de los «informantes de la


cuestión judía» de las distintas cámaras, se establecieron directrices vin-
culantes sobre la exclusión de los judíos de la Cámara de Cultura del
Reich.163 Se decretaba que se debía eliminar de las cámaras, o negarles la
incorporación a ellas, a todas las personas que tuvieran un «25 por
ciento o más de sangre judía». Así, como ya disponían las leyes de redac-
tores y funcionarios profesionales del año 1933, 164 bastaba con ser un
«no ario» de tercera generación para estar incluido en los artículos arios
como «judío en cuarta parte», tal como se les denominaba. Como «empa-
rentados con judíos» —y, por ende, también objeto de exclusión— se
consideraba a todas las personas que estuvieran casadas con judíos «tota-
les» o «de tres cuartas partes». Por el contrario, modificando aparente -
mente la práctica habitual hasta ahora, las personas casadas con «medio
judíos ya no debían ser excluidas».
Mientras que Goebbels «desjudeizaba», fue madurando en Hitler la
resolución de ocupar ahora la desmilitarizada Renania con un golpe
por sorpresa y de violar por tanto los Tratados de Locarno de 1925
—un decisivo viraje en su política exterior hasta 1939: no se debía aban-
donar Versalles, sino el reglamento de Stresemann—. En la reunión del
mediodía del 20 de enero hizo las primeras alusiones. Estaba dispuesto
a «solucionar de una vez repentinamente» el asunto de la zona renana
—hizo saber—, pero «no ahora, para no dar oportunidad a otros de de -
sembarazarse del conflicto de Abisinia». 165 Por ese motivo nada de aquello
debía hacerse público. 166 Aunque el 12 de febrero ya había tomado la
decisión,167 Hitler aún no se lo había comunicado a su ministro el 27 de
febrero.168 Goebbels anotó expresando su interés: «El Führer lucha
duramente consigo mismo». Hitler tenía una «seria responsabilidad» que
a él le gustaría ayudar «a descargar en lo posible». Le desaconsejaba
«actuar en ese momento», ya que aún no se tenía un «motivo» suficiente.
Sólo la ratificación definitiva por parte de Francia del pacto franco-ruso
de mutua asistencia haría posible justificar la ruptura del pacto de Locar-
no por parte de Alemania. 169
El 27 de febrero, el pacto de asistencia había pasado por la Asamblea
Nacional Francesa, pero todavía no había sido aprobado por el Sena-
388 Goebbels

do.170 Hitler no esperó a ello. Ya la tarde del 28 de febrero llamó a Goeb-


bels, que iba a viajar con él a Munich, porque quería «tenerle a su lado
a la hora de tomar la difícil decisión con respecto a Renania». 171 Durante
el viaje nocturno en tren hacia Munich, Hitler se mostró «vacilante» y
«serio, pero tranquilo». Goebbels abogó una vez más por no actuar
antes de que Francia no hubiera «ratificado definitivamente» el «pacto
ruso», «pero después no dejar escapar la ocasión». Tuvo la impresión de
que «se haría seguramente de ese modo». 172 Pero se equivocó. El 1 de
marzo —los primeros debates en el Senado francés estaban fijados para
el 4 de marzo— el Führer comunicó a Goebbels y aVon Papen, que se
encontraba asimismo en Munich, que ahora estaba «firmemente deci -
dido». No obstante, puesto que el ministro de Propaganda creyó perci-
bir que la cara de Hitler irradiaba «tranquilidad y firmeza», él mismo
también se convenció enseguida de que había que actuar ahora, aunque
fuera «nuevamente un momento crítico». Como antídoto contra esas
ideas se inyectó autoconfianza: «A los valientes les pertenece el mundo.
Quien nada arriesga nada gana (...). Una vez más se hará historia». 173
A las once del día siguiente, Goebbels estaba presente cuando en la
cancillería del Reich Hitler informó sobre su plan para el golpe sor-
presa a Góring, Blomberg,Von Ribbentrop —en octubre de 1936 se
convertiría en embajador en Londres—, al comandante en jefe del ejér-
cito, Werner von Fritsch, y al de la marina de guerra, Erich Raeder.
Conforme a ello, Hitler tenía la intención de combinar la operación
con una propuesta de alianzas y un nuevo plebiscito: «El sábado, Parla -
mento. Allí, proclamación de la remilitarización de Renania y propuesta
simultánea de regreso a la Sociedad de Naciones, pacto aéreo, pacto de
no agresión con Francia. Así se reduce el agudo peligro, se rompe nues -
tro aislamiento, se restaura finalmente nuestra soberanía. París no pue-
de hacer mucho. Inglaterra se alegrará; Italia, que ha abusado de nues -
tra confianza con sus infamias, no puede contar con ninguna
consideración. A la vez, disolución del Parlamento, nuevas elecciones
con lemas de política exterior». 174
Al parecer, Goebbels, que ahora se burlaba de «los cagones disfraza-
dos de amonestadores» que se acercaban a él «desde todas partes», 175 no
El camino a nuestra libertad pasa por crisis y peligros 389

tenía clara la fecha definitiva, 176 pues creía que una «acción de recon-
ciliación entre Italia y Abisinia» el 3 de marzo en Ginebra, que podía
«durar mucho», «retrasará nuestra fecha. Es una pena, una pena, porque
el sábado es el mejor día». 177 Una vez más se equivocó, ya que el 6 de
marzo Hitler presentó hechos consumados al gabinete, que reaccionó
«con una estupefacción inmensa». 178 Esa misma tarde hizo que Goeb-
bels emitiera un comunicado oficial según el cual el «Parlamento se
convoca para mañana, sábado, a las 12 del mediodía». Por la tarde el
ministro de Propaganda dio órdenes a sus colaboradores, a quienes se
les prohibió abandonar esa noche el ministerio para que no fuera «posi-
ble ninguna indiscreción». 179 Mientras tanto ya estaba en marcha el
transporte «relámpago» de tropas hacia el oeste, planeado por Von Fritsch
y camuflado como «concentraciones de las SA y del Frente de Traba -
jo».180
A los corresponsales de prensa extranjeros los había convocado Goeb-
bels en un hotel berlinés y allí les impuso una «clausura» hasta el día
siguiente. 181 Sus colegas alemanes fueron citados en el Ministerio de
Propaganda muy temprano la mañana del sábado y «bajo fuertes medi -
das de precaución» embarcados en dos aviones que estaban preparados
en el aeropuerto de Tempelhof y que poco después despegaron en direc-
ción a Renania. 182 Sólo cuando estuvieron en el aire se les comunicó
que se dirigían hacia Colonia, Coblenza y Frankfurt del Meno para
seguir de cerca a la Wehrmacht alemana durante su entrada en Rena -
nia. Lo que tenían que informar desde allí se lo ordenó Alfred-Ingemar
Berndt, quien pocos días más tarde fue nombrado director del depar-
tamento de prensa del Ministerio de Propaganda: «Bonitas impresiones
desde el Rin sobre la entrada de las tropas, el entusiasmo de la pobla -
ción, el sentimiento de la población de ser liberada de una pesadilla (...)
por supuesto no el Victoriosos derrotaremos a Francia, mientras que real-
mente habría menos que objetar contra La guardia en el Rin».1S3-m
Aquella mañana del 7 de marzo de 1936, mientras la Wehrmacht
alemana cruzaba el Rin entre los gritos de júbilo de la población, Goeb-
bels trabajó «con gran agitación» 185 hasta que hizo desembocar todo, el
discurso de Hitler ante el Parlamento, las primeras noticias sobre el éxi-
390 Goebbels

to de la operación sumamente arriesgada y la información de que el


extranjero había reaccionado con consternación, en un «éxtasis de entu-
siasmo». «Como hijo de Renania» contestó Goebbels en Berlín a un
mensaje radiado desde la plaza de la catedral de Colonia, y saboreó espe-
cialmente este «extraordinario triunfo», pues había «sufrido un año»
allí.186 Su madre llamó por teléfono «como fuera de sí», y también su
antiguo profesor de alemán, Voss, que causalmente se encontraba de
visita en Berlín, estaba «feliz y agradecido». Cuando Goebbels escribió
como resumen en su diario «a los valientes les pertenece el mundo»,
esa frase, con la que previamente se había infundido confianza en el
buen resultado de la acción, se había hecho realidad para él con la mar-
cha de los acontecimientos. Y cuando escribió que Hitler «sabe per-
fectamente lo que quiere», esto significaba ahora para él, más allá de un
motivo de tranquilidad, la certeza de su éxito.
Así pues, en la siguiente «campaña electoral» para el «Parlamento de
la libertad y de la paz», Goebbels vendió esta arriesgada empresa, pro-
pia de un temerario y de resultado realmente incalculable, como un
«audaz paso» de Hitler, que actuaba con instinto certero y que, a dife-
rencia de los gobiernos de Weimar, había sido capaz de devolver a Ale-
mania «la libertad y la honra» y de reintegrarla al círculo de las grandes
potencias. Con la toma militar de Renania había concluido la lucha de
Alemania por la igualdad de derechos, se había restaurado su honra y
soberanía nacional, anunciaba la propaganda de Goebbels, y se decía
sugestivamente en los carteles electorales: «Nuestra gratitud es nuestro
voto».187
Se dieron instrucciones a la prensa de propagar una «atmósfera opti-
mista», «pues los hechos futuros tienen como requisito previo el asen-
timiento de la población. No debe originarse un temor a la guerra». 188
La víspera del «día de las elecciones», Hitler dirigió por todas las emi-
soras un llamamiento al pueblo alemán, que el fascinado Goebbels des-
cribió como sigue: «Se tenía la impresión de que Alemania se había
transformado en un templo que abarcaba todas las clases, profesiones y
confesiones, en el que el intercesor comparecía ante el alto trono del
Todopoderoso para dar testimonio de la voluntad y las obras e implo-
El camino a nuestra libertad pasa por crisis y peligros 391

rar su misericordia y protección para un futuro que permanecía incier-


to e inescrutable ante nuestros ojos (...). Eso era religión en el sentido
más profundo y arcano. Ahí una nación hacía profesión de fe a través
de su interlocutor y ponía confiadamente en manos de Dios su destino
y su vida».189
Ante semejante sensación, Goebbels sabía lo que le debía a Hitler
como resultado «electoral» del 29 de marzo, máxime cuando éste había
estado descontento durante mucho tiempo por haber obtenido «sólo»
el 89,9 por ciento en el plebiscito de agosto del año 1934. Sin más tar -
dar, el ministro de Propaganda «corrigió» una «estúpida pamplina jurí -
dica de Frick: votos válidos y no válidos, ¡vaya tontería!», 190 de manera
que al final pudo notificar a Hitler como resultado el 99 por ciento de
votos afirmativos.191 La prensa nacionalsocialista se mostraba triunfante
en sus titulares: «Adolf Hitler y Alemania son una única cosa». 192
De manera satisfactoria para Joseph Goebbels transcurrió también
en esos días la compra de una finca situada en la isla Schwanenwerder
del río Havel. Después de que Goebbels y Magda visitaran el 21 de
marzo la «casa de verano» 193 de ladrillo rojo por la que trepaban las
parras, con acceso al lago y con magníficas vistas a la bahía llamada Kla-
re Lanke, y que pertenecía al director bancario berlinés Oskar Schüt-
ter,194 se podía prever que la compra «funcionaría». 195 Hitler había pro-
metido ayudar.196 Por orden suya, Max Amann tenía que «volver a ser
generoso»,197 pues el Führer había hecho saber al director de la editorial
Eher que «daba importancia a que (...) el doctor Goebbels tuviera en
Berlín la alta posición que le correspondía» y que ahora se le había
presentado la oportunidad de comprar una gran propiedad por valor
de unos 350.000 marcos. «Si él (Hitler) tuviera ese dinero, se lo daría,
pero Goebbels era uno de los mejores autores de la editorial Eher»,
motivo por el cual solicitaba a Amann que «le subvencionara en este
caso». 198 Esta fuente, que después también siguió manando en abun -
dancia para Goebbels, era absolutamente necesaria para que él pudiera
«volver a respirar» y «Magda volviera a ver las cosas claras».Tenían «tantas
otras preocupaciones» que no podrían «soportar además esos pro -
blemas de dinero», escribió Goebbels en su diario. 199 El día anterior al
392 Goebbels

traslado quedó garantizada la financiación de Schwanenwerder. Amann


había aceptado la adquisición de los diarios de Goebbels, que se publi-
carían veinte años después de su muerte, y pagó por ellos una suma de
250.000 marcos del Reich,más otros 100.000 anuales.200 Además, Magda
acordó con Hitler por teléfono la cuantía del aumento de sueldo que
había prometido a su marido, y Hitler no la decepcionó.201
Después de que el 2 de abril de 1936 se formalizara la compra ante
notario,202 Magda correspondió al Führer por este favor. Expresamente
para él arregló la «casa de los caballeros»,203 que pertenecía a la finca,
con la esperanza de poder «ofrecerle un pequeño hogar» también en
Schwanenwerder.204 Un día antes de su cumpleaños, Hitler hizo a los
Goebbels la anhelada visita y una vez más quedó «completamente
entusiasmado».205 En adelante Hitler los visitó a menudo, también para
alegría de los niños, a los que el «tío Adolf» dedicaba mucha atención.
Siempre mostró una especial simpatía por la hija mayor, Helga. Goeb-
bels le enviaba repetidamente a su Führer fotografías de su hija. Lo
cierto era que Helga y sus hermanos estaban al servicio del régimen y
tenían que responder por la vanidad de su padre. Ya como objetos de
exhibición en actos oficiales o en los «cumpleaños del Führer», cuan-
do agrupados obedientemente en torno a Hitler daban una apreciada
y decorosa imagen propagandística que lo presentaba ante la opinión
pública como amigo de los niños, esto también pertenecía al mito del
Führer.
En Schwanenwerder los niños vivían como príncipes y princesas.
Goebbels les regaló ponis y un carro de ponis, Magda —ayudada por
Jenny Jugo o Heinz Rühmann— hacía rodar pequeñas películas don-
de aparecían ellos y que se proyectaban en los cumpleaños de Goeb-
bels. Las revistas ilustradas tenían permiso para publicar imagen tras ima-
gen del tropel de niños. Siempre que su agenda se lo permitía, Goebbels
pasaba unas horas con ellos. Su favorita también era Helga, que se había
convertido en una señorita bastante madura para su edad y con la que
le gustaba «charlar juiciosamente» durante los paseos. 206 En cambio, le
preocupaba un poco Helmut, que era un muchacho más bien distraí-
do, y lo achacaba a la compañía de sus hermanas.207 Los niños —así lo
El camino a nuestra libertad pasa por crisis y peligros 393

expresa continuamente en su diario— eran su mayor tesoro. Años antes


de ser padre por primera vez ya había escrito que los niños eran «bue-
nos pensamientos de Dios», porque sólo con ellos podía hablar «sin la
perpetua impresión de ser engañado». 208
No sólo los niños, también Goebbels se sentía «inmensamente feliz»
en Schwanenwerder.209 En junio, el ministro de Propaganda se permitió
un deportivo Mercedes 5,4 L, en el que su chófer Günther Rach le
llevaba por Berlín «orgulloso como un rey». 210 En verano adquirió una
pequeña lancha a motor «para Magda y los niños» y una nueva embar -
cación grande que era «algo cara». 211 Vivía «a cuerpo de rey», pensaba,212
mientras que fuera, en el Havel, los barcos turísticos que pasaban lleva-
ban rótulos como «quien compra en un comercio judío roba al patri -
monio nacional».
Sin embargo, este ascenso, esta satisfacción de Goebbels no consi-
guieron aplacar su odio patológico a los judíos, surgido en su día de la
postergación social. Antes bien, lo reforzaron, pues parecía que él subió
justo en el momento en que empezó a ver en los judíos el mal de este
mundo. Convencido de que las cosas en el Reich habían mejorado sólo
porque el movimiento nacionalsocialista había restringido la influen -
cia de los judíos, a finales de abril de 1936 hizo de nuevo que se recru-
decieran las ya de por sí «excesivas directrices de depuración» 213 para la
Cámara de Cultura del Reich, publicando «con rigurosa confidencia-
lidad» un nuevo «decreto de depuración» para aquélla. En él estaban
ahora comprendidos «todos los judíos en cuarta parte» y también «todas
las personas casadas con medio judíos y judíos en cuarta parte». 214 Así,
Goebbels excedía con mucho las disposiciones de las leyes de Nurem-
berg.
En una circular del 29 de abril, tomó además una medida que, sir-
viéndose de un artificio burocrático, debía presentar como definitiva -
mente resuelta la «depuración» de la Cámara de Cultura del Reich, que
ya se había dado por terminada en su día. En su diario se vanaglorió de
este «grandioso trabajo» del que estaba «orgulloso». 215 Por orden expresa
del ministro de Propaganda y presidente de la Cámara de Cultura del
Reich, su secretario general Hans Hinkel —desde comienzo del j
394 Goebbels

verano de 1935 dirigía la recién creada sección especial del adminis-


trador cultural del Reich Hinkel para la supervisión de los judíos inte-
lectual y culturalmente activos en el territorio del Reich alemán den-
tro del Ministerio de Propaganda—216 exhortó a los presidentes de las
cámaras a que entregaran en su oficina hasta el 10 de mayo «listas defi-
nitivamente cerradas con los nombres por orden alfabético» de todos
los «no arios» y «parientes de judíos». En el futuro las gestionaría la ofi-
cina del «comisionado especial», pues el ministro había decidido que
todas las personas que se debían incluir en la lista, ya estuvieran exclui-
das o no de las cámaras, con efecto a partir del 15 de mayo de 1936 no
podían «estar registradas como miembros de la Cámara». Con esta medi-
da se debía «conseguir que a partir del 15 de mayo de 1936 no haya en
ninguna cámara ningún miembro que tenga algo de judío». Goebbels
alegó querer «ahorrar» el trabajo a los «señores presidentes de las dis-
tintas cámaras» y a los «señores directores de los departamentos» del
ministerio.217
Cuando, pocas semanas después, la juventud del mundo llegó a
Berlín para celebrar los XI Juegos Olímpicos de la era moderna, poco
se pudo apreciar de la manía racial del régimen y de su ministro de
Propaganda, pues eso habría arruinado la oportunidad de presentar-
se como una nación amante de la paz. Aún en otoño de 1935 pare-
cía que un movimiento de boicot internacional conseguiría impedir
los Juegos Olímpicos, que se habían adjudicado a Alemania en mayo
de 1931.218 Para ello se basaron en la igualdad de todos los partici-
pantes independientemente de criterios religiosos, raciales o políti-
cos, tal como establecían los estatutos olímpicos. Sin embargo, el Comité
de Organización Internacional había desechado esas advertencias
más que justificadas en el sentido de la política de apaciguamiento,
con el argumento de no querer complicar las cosas innecesariamente.
Así pues, a la propaganda goebbeliana nada le estorbó para engañar a
la opinión pública nacional y extranjera con la «fiesta pacífica de la
juventud mundial».
Con la ayuda de la comisión propagandística para los Juegos Olím-
picos, Goebbels hizo todo lo posible por organizar su artificio de la
El camino a nuestra libertad pasa por crisis y peligros 395

manera más perfecta posible. En una directiva a la prensa dispuso expre-


samente que el «criterio racial (...) pasara completamente inadvertido
en la información». 219 Del aspecto urbano desaparecieron rápidamente
carteles como «los judíos no son bienvenidos» o «acceso para judíos a
propio riesgo». El periódico demagógico antisemita Der Stürmer fue
retirado de la venta callejera y el jefe de deportes del Reich, Hans von
Tschammer und Osten, incluyó en el equipo olímpico alemán a la ger -
mano-judía Helene Mayer, esgrimidora de la élite mundial, que estaba
estudiando en Estados Unidos.
Ya en junio se había llegado al acuerdo de que, durante esos días tan
decisivos para la imagen de Alemania en el mundo, el partido «no debía
manifestarse de forma llamativa». 220 Así pues, en el tira y afloja por el
«asunto de la colocación» de los invitados de honor, Goebbels tuvo que
desistir en una pequeña pero significativa diferencia de opinión con
Hitler. Este defendía el «punto de vista muy conservador» de que «los
viejos mandamases burgueses» iban «delante de los nazis» porque te-
nían «más años de servicio», mientras que Goebbels quería «hacerlo de
otra manera», ya que habían «luchado contra ellos por todos los medios
entre 1932 y 1933».221
Berlín se puso un reluciente manto festivo, que Goebbels examinó
por última vez la víspera de la inauguración. 222 De los grandes edificios
públicos situados entre la catedral, el palacio real y la Puerta de Bran-
deburgo se habían tendido desde los tejados hasta el suelo imponentes
colgaduras de terciopelo rojo con el símbolo de la esvástica; la avenida
de Unter den Linden se presentaba como un mar de banderas con la
cruz gamada, entre ellas se veía sólo de vez en cuando una blanca con
los anillos olímpicos multicolores. Incluso en las fachadas acristaladas
del Ministerio de Propaganda y de algunos otros edificios había festo -
nes y cintas doradas según el proyecto del diseñador responsable, Albert
Speer.223 A lo largo de los diez kilómetros que tenía la calle festiva entre la
Puerta de Brandeburgo y el «campo deportivo del Reich», se enla -
zaban de árbol en árbol gallardetes de guirnaldas. Por los mástiles de las
banderas, que escoltaban la arteria en una serie ininterrumpida, subían
serpenteando guirnaldas verdes, plateadas y doradas.
396 Goebbels

El día de la inauguración, el 1 de agosto de 1936, el cojo Goebbels


habló en primer lugar a los «atletas alemanes» durante una «hora solem-
ne» en el Lustgarten, donde se habían reunido los jóvenes alemanes.
Luego subió la Via triumphalis, flanqueada por cientos de miles de per-
sonas, en una limusina detrás del Mercedes descubierto de Hitler. Jun-
to con numerosos notables del Reich y del Comité Olímpico Inter-
nacional accedió al estadio a través del Campo de Mayo. Después de
los dos himnos nacionales y la entrada de las delegaciones de las nacio-
nes, su Führer declaró inaugurados los Juegos. Se lanzaron salvas de
bienvenida. Una infinidad de palomas se elevaron hacia el cielo antes
de que el último relevista llevara la llama olímpica al estadio. Segura-
mente muy pocos entre la gran multitud tuvieron algún tipo de duda
cuando el vencedor maratoniano de 1896, el griego Spyridon Louis,
salió de su equipo y le entregó una rama de olivo del bosque sagrado
de Olimpia como símbolo de la paz a aquel hombre de uniforme y
botes altas que conducía a Alemania a la guerra con determinación.
Para Hitler, que al igual que Goebbels pasó tardes enteras en la tri-
buna de honor, las competiciones deportivas eran una «lucha de razas».224
El embajador francés en Berlín, Francois-Poncet, que estaba sentado no
muy lejos de ambos, observó cómo Hitler, que odiaba el deporte, seguía
la actuación de los competidores alemanes con una expresión atenta y
tensa. Si vencían, su cara se alegraba, se daba sonoras palmaditas en las
piernas y se volvía hacia Goebbels riendo. Si perdían, su rostro se oscu-
recía. Pero el espíritu deportivo triunfó en el estadio sobre todas las
emociones. «Se tenía la imagen de una Europa reconciliada, que diri-
mía sus controversias en la carrera, el salto de altura, el tiro y el lanza-
miento de jabalina».225
Alemania parecía abandonarse al entusiasmo. ¿Acaso no simboliza-
ban verdaderamente las Olimpiadas el comienzo de una nueva era que
el Reich, con los mismos derechos después de las humillaciones del
pasado, podía afrontar ahora lleno de confianza? Pero no fueron sólo
los éxitos en materia de política exterior los que contribuyeron a este
ambiente; también en el país habían mejorado muchas cosas. Así, en
particular, había disminuido la legión millonaria de desempleados, entre
El camino a nuestra libertad pasa por crisis y peligros 397

otras razones por los importantes proyectos de construcci ón para los


Juegos Olímpicos. Todo esto hizo que mucha gente olvidara los lados
oscuros del dominio nacionalsocialista.
Pero no todos se dejaron engañar por la fachada de un régimen pací-
fico y progresista. Por motivos económicos muchos periódicos extran-
jeros no habían enviado a Alemania reporteros adicionales, sino que
siguieron los juegos a través de sus corresponsales que vivían en Euro-
pa, y éstos conocían la realidad. 226 Por eso no habría hecho falta que los
miembros de las SA se tambalearan borrachos por las calles de Berlín y
gritaran contra todas las indicaciones lemas como «cuando pasen las
Olimpiadas, moleremos a los judíos a palos». 227-228 En ese contexto causó
un efecto francamente contraproducente y poco imparcial el hecho de
que, al comienzo de los juegos, Goebbels asegurara a los correspon sales
extranjeros convocados que las olimpiadas no eran ningún acto
propagandístico.229 Y cuando se hacía creer a sí mismo que la repercu-
sión diaria en la prensa extranjera era sumamente positiva, 230 eso era
verdad nada más que a medias. Obvió los resultados de un informe secreto
del Ministerio de Propaganda que indicaba que esto no valía para los
casos en que las voces críticas se encontraban ya dentro de casa. 231
Sin duda, fue muy destacado el trabajo técnico-organizativo en el
sector de la radio. La sociedad radiofónica del Reich en Berlín fue la
primera que consiguió retransmitir la información a casi todos los paí -
ses del mundo —un proyecto que había fracasado en Los Angeles en
el año 1932—,232 Así, en los dieciséis días de los Juegos Olímpicos, aparte
de las 500 emisiones alemanas, 67 locutores pudieron transmitir por el
éter 2.500 informaciones en 28 idiomas a 19 países europeos y 13 de
ultramar, y millones de oyentes participaron en los acontecimien tos.
Los locutores extranjeros manifestaron su agradecimiento expreso al
ministro de Propaganda en un telegrama. 233
Sobre los juegos berlineses en los que estaban los mejores del mun-
do también tenía que producirse una película. Estaba claro de antema-
no que esta misión se le confiaría a Leni Riefenstahl, que era muy esti -
mada por Hitler. Con las películas que había realizado sobre los congresos
del partido, Triunfo de la fe134 y Triunfo de la voluntad, había demostrado
398 Goebbels

de qué manera tan perfecta sabía combinar los fines propagandísticos


del régimen con el medio del documental. 235 El hecho de que Goeb-
bels no compartiera en un principio la decisión de Hitler de garanti -
zarle a ella la responsabilidad exclusiva para el diseño artístico de la pelí-
cula, así como para el desarrollo organizativo del proyecto, se debía a
que en el departamento de cinematografía de la jefatura de propagan -
da del Reich se trabajaba metódicamente bajo su dirección con vistas
a las Olimpiadas. Allí se produjeron desde 1934 pequeñas películas pro-
pagandísticas sobre deportes que tenían como objetivo preparar a los
cámaras y a los comentaristas para sus funciones. Como «coronación»
de estos trabajos estaba prevista la «producción de dos grandes pelícu-
las olímpicas en el año 1936». 236 Aunque Hitler desbarató estos planes,
huelga decir que a Goebbels, con su autoritarismo en cuestión de cine,
le habría gustado muchísimo también por razones de vanidad asumir
la responsabilidad directa en la realización de esta prestigiosa empresa.
Pero no consiguió imponer su idea ante Hitler y, después de todo, los
deseos de su Führer eran, como siempre, órdenes para él. 237
En otoño de 1935 ya habían tenido lugar entre Leni Riefenstahl y
Goebbels varias entrevistas previas sobre el proyecto de la «película olím-
pica».238 Después de que Hitler diera el visto bueno al contrato prepa-
rado por el Ministerio de Propaganda, 239 Goebbels se lo entregó a prin-
cipios de noviembre a la directora, que pareció «alegrarse mucho». 240
En él se establecía que Leni Riefenstahl sólo estaba obligada a rendir
cuentas al ministerio en lo tocante a los intereses económicos. En este
sentido Goebbels le había asegurado unas condiciones de trabajo ven-
tajosas para ella,241 pero también con la intención de conservar así una
posibilidad de control. El millón y medio de marcos del Reich apro -
bado por Hitler para el proyecto en agosto de 1935 242 se costeó de la
caja del Reich por deseo de Goebbels, aunque habría sido posible una
financiación bancaria privada, 243 para evitar que Leni Riefenstahl se
viera apremiada en sus trabajos por un plazo de tiempo, que habría exis-
tido en el caso de una financiación bancaria. 244
La buena relación entre Goebbels y Leni Riefenstahl no se vio daña-
da cuando, en el transcurso del rodaje, hubo varias fuertes disputas entre
El camino a nuestra libertad pasa por crisis y peligros 399

el ministro de Propaganda y la directora; a él le surgían continuamente


dudas de si ella, como mujer, sería capaz de llevar a cabo semejante
misión. Si antes le había tributado reconocimiento y respeto —afirmó
que era «una persona inteligente» 245 y «una mujer que sabe lo que quie-
re»—,246 ahora observaba en su diario que se estaba comportando «de
manera indescriptible». «Una mujer histérica. ¡Como que no es un hom-
bre!».247 En otoño de 1936, cuando una inspección de la Olympia Film
S.L. reveló que Leni Riefenstahl había «preparado ahí un desbarajuste»,
Goebbels ordenó que se «tomaran medidas» inmediatamente. 248 Pero la
directora se atrevió a presentar una nueva propuesta a principios de
noviembre de 1936, hecho que encolerizó a Goebbels del todo: «La
señorita Riefenstahl me viene con sus histerias. Con estas mujeres sal -
vajes no se puede trabajar. Ahora quiere medio millón más para su pelí-
cula y así sacar dos. Su negocio apesta más que nunca. Permanezco frío
hasta el fondo del alma. Se pone a llorar. Ésa es la última arma de las
mujeres. Pero conmigo ya no funciona. Que trabaje y haga las cosas en
orden». 249 Sin embargo, Leni Riefenstahl también se impuso en este
punto. De una película sobre las Olimpiadas salieron dos: Fiesta de los
pueblos y Fiesta de la belleza.
El día anterior a esa fiesta, con una gigantesca y multitudinaria pues -
ta en escena nocturna con catedrales de luz, representaciones y cantos,
así como el llamamiento a los jóvenes del mundo para que acudieran
a los próximos Juegos en Tokio, el ministro de Propaganda del Reich
dio también una fiesta para los más importantes. Aunque en estas sema -
nas Goebbels había llegado a opinar que «se celebran demasiadas fies-
tas»250 en el partido y en el Estado, para el 15 de agosto había invitado
«a todo el mundo»251 —entre dos mil y tres mil personas— a la idílica
isla de los Pavos Reales. Si el marco ya era prácticamente insuperable,
el escenógrafo del Reich, Benno von Arent, había hecho el resto para
realzar aún más la pequeña isla del Havel con adornos y una «deslum-
brante iluminación» 252 que llevó al embajador americano en Berlín,
William E. Dodd, a explayarse sobre los elevados gastos. 253
Una vez que los invitados habían pasado el puente de barcas, cons-
truido para la ocasión, entre la orilla y la isla, entraban en la resplande-
400 Goebbels

ciente isla «a través de una calle de honor formada por jóvenes bailari -
nas que llevaban en las manos flameantes antorchas». «Los miles de luces,
que brillaban desde el ramaje de vetustos árboles, tenían la forma de
enormes mariposas».254 Tres orquestas tocaban música de baile. El radiante
anfitrión, Goebbels, con un traje blanco, y su esposa Magda, con un
elegante vestido de noche, hacían los honores. 255 El champán corría a
raudales esa noche, con la que no podían competir ni la fiesta de jar-
dín celebrada por los Góring en honor de los invitados extranjeros con
la «entrañable alegría alemana»256 ni la solemne tarde en la Ópera Ale-
mana, guarnecida de seda color crema.
Entre los invitados de esa noche de verano había también vecinos
de Schwanenwerder: los actores Lida Baarova y Gustav Fróhlich. Goeb-
bels, según recuerda el permanente acompañante de Lida Baarova, «aga-
sajó» verdaderamente esa noche a la joven checa con «seductor encan -
to».257 Ya antes le había llamado la atención al ministro en varias ocasiones.
En diciembre de 1934 había hecho junto con Hitler una visita a un
estudio en Babelsberg y había conocido a los protagonistas de la pelí -
cula Barcarola, Baarova y Fróhlich, durante el rodaje.258 En relación con
otro papel en la película La hora de la tentación, Goebbels la menciona
por primera vez en su diario en junio de 1936: aunque la película era
«una corriente bagatela», aun así actuaba bien la Baarova. 259
La relación que se iniciaba entre Lida Baarova y Goebbels se vio
facilitada por el hecho de que la mansión que ésta habitaba con Gus-
tav Fróhlich en Schwanenwerder estaba al lado de la del ministro de
Propaganda. Separado recientemente de la cantante de opereta Gitta
Alpar, la cual había abandonado Alemania poco después del 30 de enero
de 1933 por su origen judío, Fróhlich había adquirido como domi cilio
común para él y su amante el señorial edificio de doce habitaciones,
con embarcadero, poco antes de que comenzaran los Juegos
Olímpicos. Durante los juegos Goebbels manifestó su interés por ver
la mansión de Fróhlich.A esa visita siguieron varios encuentros. En petit
comité hacían salidas en barco hasta el lago Schwielowsee. 260 Goebbels
mostraba cada vez más claramente su interés por la hermosa checa, que
aún no tenía los veintidós años, y sin duda a la prometedora actriz tam-
El camino a nuestra libertad pasa por crisis y peligros 401

poco le molestaba, con vistas a su carrera, la atención que le prodigaba


el hombre más importante del cine alemán.
Nacida en Praga en 1914, Lida Baarova ya había rodado allí dieci-
nueve películas —seis de ellas con una filial de la Ufa— y representa -
do pequeños papeles en el Teatro Nacional y papeles protagonistas en
teatros más pequeños. En el año 1934, el director de la Ufa para el
extranjero. William Carol, la había llamado a Berlín para tomar unas
pruebas. De tipo moreno eslavo, más una de aquellas femmes fatales pro-
hibidas oficialmente por el régimen que no el propagado prototipo de
la «mujer alemana», encarnaba sólo por su aspecto justo lo contrario
que Magda Goebbels. Ésta ya hacía tiempo que había empezado a resig-
narse, pero le dolía la conducta de su esposo, quien también sentía frente
a ella hacía mucho «una cierta pesadumbre». 261 Magda estaba «a veces
muy lejos» de él, se quejaba Goebbels en su diario. 262 Este «muy lejos»
se refería sobre todo a la cuestión de la libertad dentro del matrimo -
nio. Repetidas veces ella le «explícito» en «interminables verborreas» su
concepto del matrimonio y de la familia, 263 que no coincidía exacta-
mente con el suyo. Ella le «sonsacaba» cosas sobre los rumores de sus
aventuras y él lamentaba haber entrado «siquiera a discutir este de -
sagradable tema», pues Magda «nunca cambiará». 264 A veces por ese
motivo estaba toda la casa «bajo una agobiante presión». 265
En estos permanentes enfrentamientos, siempre echaba leña al fue-
go Eleonore Quandt, la confidente más íntima de Magda y su antigua
cuñada. «Ello», más o menos de la misma edad, separada desde sep -
tiembre de 1934 del hermano de Günther Quandt, Werner, 266 estaba
invitada casi a diario en la casa de Goebbels y le contaba a Magda algu-
nas cosas de las que se rumoreaban en Berlín sobre su esposo y sus aven-
turas amorosas. Ello «azuzaba» y «desvariaba mucho», decía Goebbels
repetidamente intentando tranquilizar a Magda. Y ella también debía
«tener cuidado con lo que hablaba, sobre todo delante de Ello». 267 Pero la
leal Ello siempre «delataba» a Magda sus sospechas.
Magda, por su parte, también hacía de vez en cuando una escapada
amorosa. Mientras Berlín era presa de la fiebre olímpica, un «asunto de-
sagradable con Lüdecke» pesó sobre el matrimonio. 268 Goebbels se tuvo
402 Goebbels

que enterar precisamente por Alfred Rosenberg.269 Goebbels pidió expli-


caciones a Magda, pero dudaba de que le fuera a decir la verdad. 270
Cuando «por la noche» reconoció «que (el) asunto Lüdecke era cier -
to», él reaccionó «muy deprimido». Necesitaría tiempo para recuperar -
se de esta «gran pérdida de confianza». 271 Durante los días siguientes,
Goebbels estuvo «seco» con Magda, 272 hasta que finalmente se sentó
con Hitler, quien alabó a Magda como la mejor mujer que Goebbels
habría podido encontrar.273 Como ocurría tan a menudo, fue esto lo
que le impulsó a reconciliarse con Magda. 274
Las agitaciones emocionales y los continuos embarazos habían agra-
vado la inestabilidad de la salud de Magda y su latente insuficiencia car-
diaca. Sus estancias en el sanatorio de moda de Dresde,Weisser Hirsch
[Ciervo Blanco], fueron cada vez más frecuentes y largas. De allí aca -
baba de regresar a Berlín cuando Goebbels partió hacia Nuremberg
para el «congreso del partido de la honra».Tras consultar a Hitler, hizo
que se estrenara allí el 9 de septiembre la película de Baarova El trai-
dor.275 Así, el ministro de Propaganda tenía un motivo para apremiar a la
actriz, que por su parte estaba sometiéndose a un tratamiento en la
elegante Franzensbad de Bohemia, a que acudiera a Nuremberg, con
el argumento de que los otros dos protagonistas, Irene von Meyendorff
y Willy Birgel, también asistirían al estreno. 276 Después de que éste tuviera
un «éxito sin igual», 277 Goebbels le volvió a tirar los tejos a la actriz, al
parecer no sin resultados, pues en su diario anotó: «Comida con la
gente de la Ufa. Agradables conversaciones. Ha ocurrido un milagro».278
La gran intervención de Goebbels en el congreso del partido era
inminente. Para causar impresión y forzar la situación con la joven Baa-
rova, puso también en juego sus habilidades oratorias. Le rogó que
estuviera presente como invitada y supo lisonjearla desde la tribuna
con diversas señales. A Lida Baarova se le pasaron volando las dos horas
de «denuncia» del bolchevismo, pues sólo atendió a las señales
convenidas. Impresionada por el elocuente ministro, abandonó
Nuremberg en dirección a Franzensbad, 279 pero en el tren la asaltó el
ayudante de Goebbels, que le llevó rosas rojas y la fotografía de éste
con la nota de que deseaba volver a verla pronto.
El camino a nuestra libertad pasa por crisis y peligros 403

Poco después, Goebbels puso al nuevo volumen de su diario el epí-


grafe «La vida salvaje es la más hermosa».280 Y el 14 de septiembre, antes
de cumplir su sueño de juventud con un viaje de ocho días por la Gre-
cia clásica,281 hacia la que partió el 20 de septiembre, recibió «visita de
Franzensbad». Magda le acompañó en ese viaje, pero la «atmósfera mise-
rable» y «tensa» que reinaba entre ellos desde hacía semanas no llegaba
a su final, pues ella le acosaba «con eterno rencor». 282 Poco después de
regresar a Berlín, Goebbels llamó por teléfono a Lida Baarova a Fran-
zensbad, donde para entonces también se encontraba su compañero
sentimental, y le preguntó si iba a venir a Berlín con Fróhlich para el
estreno de la película de ambos La hora de la tentación. Ella contestó afir-
mativamente y, una vez que hubo llegado a Berlín, la exhortó con insis-
tencia a que la tarde de su estreno cinematográfico, el 29 de septiem-
bre, le buscara en su palco de la ópera estatal, donde él iba a ver La
Traviata.283 La invitó junto a Gustav Fróhlich para dos días después a
pasar la tarde en la sede ministerial de la Hermann-Góring-Strasse, que
acababa de ser renovada, con la excusa de examinar juntos la película
de Fróhlich Anatol, la ciudad trágica. Después de otros encuentros vinie-
ron discretas citas. Finalmente, el cojo ministro de Propaganda y la joven
belleza del cine formaron pareja. Aún a finales de los años ochenta, la
lozana setentona no tenía reparo en decir que había estado sinceramente
enamorada de Goebbels.
A su felicidad contribuyó además en aquel otoño de 1936 el hecho
de que la relación con su Führer se hacía cada vez más estrecha. Con
motivo de su treinta y nueve cumpleaños, Hitler le envió su escolta y
le hizo una visita en el Ministerio de Propaganda. Las notas de Goeb
bels al respecto ponen de manifiesto su dependencia pueril de Hitler:
«Pasamos solos a mi despacho, y entonces me habla con mucho cariño
y confianza: de los viejos tiempos, de cómo nosotros estamos en el mis
mo barco, de cuánto cariño me tiene personalmente. Se muestra muy
amable conmigo. Me regala su foto con una magnífica dedicatoria (...).
Es un hermoso rato con él a solas. Me abre completamente su corazón:
qué le preocupa, cómo confía en mí, qué grandes misiones aún me tie-.
ne reservadas».284
404 Goebbels

Al día siguiente, el 30 de octubre de 1936, Goebbels y el partido


berlinés celebraron el décimo aniversario de su jefatura del distrito. Con
tal motivo tuvo lugar en el ayuntamiento rojo de la Alexanderplatz la
exposición «Diez años de lucha por Berlín», en la cual, además de foto-
grafías de gran formato donde se veía al combativo orador Goebbels
instigando contra la «época del sistema» con el puño cerrado, se exhi-
bían como «trofeos», entre otras cosas, «la campanilla, las gafas y el pasa-
porte de "Isidoro"». Pero el ministro de Propaganda también se mos -
tró ahora caritativo. Ese día puso la primera piedra de la fundación
Hogar doctor Goebbels en Friedrichshain, 285 destinada a compañeros
del partido y combatientes de las SA «honrados y pobres». Para actores
necesitados se creó el fondo de vejez «Agradecimiento a los artistas-
Fundación doctor Joseph Goebbels», de cuyos subsidios estaban exclui -
dos los judíos «totales» y «medio judíos», pero también los «cónyuges
de judíos», así como los que no gozaban de simpatías políticas. 286 El
Angriff, que para entonces se había convertido en el periódico del DAF
con Robert Ley como director, pasó revista en una edición especial 287 a
los «años de lucha»; una página del número conmemorativo estaba
dedicada a los 40 «caídos del movimiento» en Berlín, entre otros Wes-
sel, Kütemeyer y Maikowski. En una mirada retrospectiva a esa época
se hacía constar que «los millones de habitantes» de esa ciudad «no ha -
bían aceptado voluntariamente» el nacionalsocialismo: «nos hemos
impuesto por la fuerza».288
También fue el Angriff el que comunicó el 31 de octubre de 1936
que la ciudad de Berlín había «hecho a su jefe de distrito doctor Goeb -
bels un especial regalo de cumpleaños». Se trataba de «una sencilla casa
de troncos en uno de los tranquilos lagos de los alrededores de Berlín»,
donde «después del esfuerzo del trabajo diario al servicio del pueblo y
del Reich» podía «encontrar calma, reposo y recogimiento». 289 La ciu-
dad la ponía «a disposición de su ciudadano de honor, para su libre uti -
lización de por vida, en señal de su interna adhesión a su beneficiosa
labor».290
Sin embargo, el momento estelar en el aniversario del jefe de dis -
trito fue el mitin en el palacio de deportes, donde Hitler habló la noche
El camino a nuestra libertad pasa por crisis y peligros 405

del 30 de octubre. Una hora antes de medianoche empezó su discur-


so,291 en el que distinguió a Goebbels como «fiel e inquebrantable escu -
dero del partido». En la «avanzadilla» de Berlín había comenzado una
lucha casi sin esperanza y «en esa lucha había marchado como un exal-
tado creyente a la cabeza de Berlín, de ese Berlín que despertaba (...).
Por eso me gustaría, doctor mío», continuó Hitler, «agradecerle hoy
sobre todo el que entonces, hace diez años, recibiera de mí una ban-
dera que después enarboló en la capital del Reich como estandarte de
la nación. Por encima de esta lucha de diez años del movimiento nacio-
nalsocialista en Berlín está su nombre. Está ligado para siempre a esta
batalla y nunca podrá (...) borrarse de la historia alemana». Para ter-
minar, Hitler invitó a los miles de personas del palacio de deportes a
«saludar conmigo al hombre que ha llevado aquí nuestro estandarte
como mi lugarteniente en Berlín, como vuestro líder. ¡Viva nuestro
doctor Goebbels!». Después, cuando Hitler dejó agotado la tribuna del
orador y delante de todos, con un forzado gesto de camaradería, le dio
torpemente una palmadita en la espalda, a Goebbels le costó no perder
la sangre fría. A su diario le confesó que Hitler le «destacaba de una
manera sin precedentes. No me lo esperaba (...) ¡Qué feliz soy!». 292
Capítulo 11

¡FÜHRER, ORDENA, NOSOTROS TE SEGUIMOS!


(1936-1939)

C uando Goebbels señaló a finales de octubre de 1936 en su diario


que «la era apolítica» ya había pasado,1 lo que quería expresar era
que se había atravesado la «zona de riesgo». Las «cadenas» de Versalles
se habían «deshecho», Alemania estaba de nuevo «capacitada para defen-
derse». Sabía que Hitler abordaría ahora inmediatamente su objetivo
programático del «espacio vital» alemán en el este. Para crear el punto
de partida necesario para ello se debía gestionar la «anexión» de Aus-
tria al Reich; Checoslovaquia y Polonia, si no se sometían al Reich,
debían ser destruidas, antes de poder extender finalmente la mano hacia
el enorme imperio comunista del este. En verano ya había enviado a
España unidades de tierra, mar y aire de la Wehrmacht.Tenian que luchar
al lado de los falangistas de Franco y de los grupos de intervención ita-
lianos contra las unidades del gobierno del Frente Popular de Madrid,
apoyado por Moscú y el movimiento comunista internacional, y así
ensayar para un caso de urgencia. Al mismo tiempo había intensificado
las negociaciones con Japón, que pronto desembocarían en un pacto
dirigido contra la Unión Soviética.
Así pues, el congreso del partido celebrado en Nuremberg a comien-
zos de septiembre tuvo como lema la «decisiva lucha universal» contra
el bolchevismo. Hitler había encargado al ministro de Propaganda un
discurso «muy enérgico», con el que quería provocar la ruptura de las
relaciones diplomáticas con la Unión Soviética,2 que en 1935 había
concluido dos pactos de asistencia mutua con Francia por una parte y
408 Goebbels

con Checoslovaquia por otra. De acuerdo con la idea de Hitler de que


el bolchevismo del «judío Marx» había socavado «el concepto alemán
de comunidad» —el «verdadero» socialismo— al internacionalizarlo, 3
Goebbels, quien certificaba que Hitler tenía «la mirada profética de un
vidente» para tales explicaciones, 4 redactó un texto de 64 páginas sobre
el «Bolchevismo en teoría y práctica». Hitler consideró que era lo mejor
que había leído de su jefe propagandístico desde hacía dos años 5 y le
colmó de cumplidos. Allí evocaba Goebbels la imagen del «enemigo
mundial» que debía ser aniquilado si Europa quería volver a «recupe -
rar la salud». 6Y cuando declaraba que a la larga no podían existir en el
mundo los bolcheviques al lado de los nacionalsocialistas, también esta-
ba siguiendo a Hitler. Goebbels pensaba que Alemania se encontraba
al comienzo de este «gran conflicto histórico» en otoño de 1936. 7
De manera similar a como había estructurado su discurso para el
congreso del partido, las directrices de su ministerio para la propagan -
da antibolchevique se ajustaban hábilmente a las diferentes necesidades
de las distintas capas de población. 8 Para el burgués, el obrero, el cam-
pesino, las iglesias o las mujeres había que destacar en cada caso dife-
rentes aspectos: el horror del burgués debía ser provocado con infor-
mes sobre las intrigas comunistas en todos los países; el hambre, la
precariedad de la vivienda, la falta de cualquier asistencia social, las horas
extraordinarias no pagadas y la completa esclavización debían conven-
cer al trabajador del engaño del bolchevismo a la clase obrera; al cam-
pesino, las consecuencias de la colectivización. A las iglesias se les expo-
nía de manera drástica el «ateísmo» del sistema soviético, mientras que
se calculaba que las enormes cifras de matrimonios rotos en el este, la
presentación de la mujer como «objeto de presa» y el desamparo de los
niños no dejarían de surtir efecto en las mujeres alemanas.
En la campaña propagandística no sólo desempeñaban un papel
importante las aportaciones de palabra, sino también la propaganda grá-
fica.9 El 17 de septiembre el Ministerio de Propaganda había convoca -
do a los redactores de todas las grandes revistas ilustradas para una con -
ferencia especial. Se asignó a cada revista un tema antisoviético para un
reportaje gráfico de entre una y dos páginas. Así, por ejemplo, la Mün-
¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! 409

chener Illustrierte [Revista ilustrada de Munich] debía informar sobre los


judíos soviéticos, y la Fatnilienillustrierte [Revista ilustrada de la familia]
sobre la pobreza infantil en la Unión Soviética.10
Cuando el 25 de noviembre de 1936 el Reich alemán y el Japón
imperial firmaron el Pacto Antikomintern,11 Goebbels marcó el tenor
de los comentarios periodísticos: igual que el nacionalsocialismo había
«salvado» con su revolución a Europa «de la inundación del comunis-
mo», así cumplía el pueblo japonés «una idéntica misión» en el Extre-
mo Oriente.12 El concepto «Antikomintern», que procedía de Taubert,
el colaborador de Goebbels, era la «fórmula moral que enmarcaba la
convergencia en la política imperialista», para evitar la «impresión de
una política imperialista por razones de conveniencia».13 Además, así se
encubrían las diferencias de ideología racial, pues los japoneses no per-
tenecían a los «arios» según los teóricos raciales nacionalsocialistas.
El equivalente de la lucha contra el enemigo externo, el «bolche-
vismo mundial», era en el interior el ajuste cada vez más estricto de
la «comunidad popular» a los objetivos de Hitler. Para imponer la com-
pleta normalización de una masa ligada exclusivamente a los princi-
pios doctrinarios nacionalsocialistas, se persiguió aún con más rigor
cualquier tipo de «desviacionismo», estigmatizado por la propaganda
como «judío» y «marxista». Heinrich Himmler iba a ser el garante de
ello. El 17 de junio de 1936, tras una lucha de poder con Frick, fue
colocado por Hitler a la cabeza de la policía alemana,14 hecho que
Goebbels celebró expresamente, porque le consideraba «enérgico e
intransigente».15
Dentro de su esfera de acción, Goebbels forzó primero la «marcha»
en la política cultural. Para ello se convirtió ahora a la línea radical-dog-
mática de Rosenberg. Su intento de conservar para el Reich, como
símbolo de la superioridad de la cultura alemana tan ensalzada por
Hitler, la colaboración de al menos algunos de los grandes artistas que
habían permanecido en Alemania después de 1933 le había llevado a
menudo a un callejón sin salida: «¿Qué se puede hacer en el arte? Los
que algo valen, aún navegan en su mayoría en la corriente antigua. Y
nuestra juventud todavía no ha madurado. No se pueden fabricar artis-
410 Goebbels

tas. Pero esta eterna espera en la sequía también es terrible. Pero voy a
empezar otra vez a arrancar las malas hierbas». 16
Cuando el 26 de noviembre de 1936 Goebbels prohibió en primer
lugar la crítica artística libre, que a sus ojos representaba un «daño can -
cerígeno para la vida pública», 17 fue porque Hitler acababa de dictami-
nar que «en una época como la actual (...) la crítica no debería ser el
mayor deber, sino la consecución de una unidad de espíritu y volun-
tad».18 Para semejante objetivo no podían servir en ningún caso aque -
llos «sabelotodo arrogantes» que siempre se oponían con «eternas que-
rellas» y «acordes disonantes» a la aspiración de construir una vida cultural
y artística «alemana».19
Dónde había que buscarlos quedó claro en el discurso que Goeb -
bels pronunció en el cuarto congreso anual de la Cámara de Cultura
del Reich. La prohibición de la crítica artística tenía una vez más una
orientación antisemita, pues llamó a sus representantes «descendientes
camuflados» de la «aristocracia judía de críticos». 20 En una época de
«intrusismo cultural judío»21 se había «encargado a literatos judíos, desde
Heinrich Heine hasta Kerr» que se erigieran «en infalibles jueces de los
trabajos ajenos»22 —así decía el decreto para la «reestructuración de la
vida cultural alemana»—. Goebbels acusó a los judíos de ser los prin-
cipales responsables de la «completa distorsión del concepto "crítica"
(...) hasta convertirlo en enjuiciamiento artístico». 23
A partir de ahora, por principio esto ya no se toleraría en el Estado
nacionalsocialista. Ningún líder nacionalsocialista comprendía siquiera
que se le tuviera que criticar públicamente, observó Goebbels en pri -
vado. Por eso —pensaba— había que librar a los artistas del poder crí -
tico de la prensa.24 Así pues, según su deseo, las convicciones nacional-
socialistas y la «pureza de corazón», junto al «tacto» y al «respeto de la
voluntad artística», debían servir en el futuro como fundamento de las
críticas, degradadas a «informes artísticos» a través de «regulaciones» adi-
cionales. Debían elaborarse conforme al criterio de ser menos valora-
tivas y más descriptivas, y, por ende, más dignificantes. 25
Goebbels y Hitler hicieron responsable a la influencia judía del efec-
to negativo que a su juicio ejercía la fe cristiana sobre el pueblo. Goe-
¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! 411

bbels defendía la opinión de que el cristianismo había «echado a per-


der» la moral y la conducta del pueblo alemán, 26 y también para Hitler
la imagen de las Iglesias se confundía cada vez más con el prototipo de
su enemigo, el judaismo.27 Cristo también había querido arremeter
«contra la hegemonía mundial judía». Luego el judaismo le había cru-
cificado —declaró durante una «conferencia sobre cuestiones eclesiás-
ticas» el 22 de febrero de 1937—.Algo parecido ya había escrito Goeb-
bels en su Michael.28 Hitler continuó diciendo que San Pablo, «el judío
del cristianismo», había «falseado» esa doctrina, destruyendo así a la
Roma antigua.29 Puesto que la Alemania nacionalsocialista no se quería
dejar destruir, se había propuesto el «aniquilamiento de la clerigalla»:
comenzaba la fase de la «lucha final» contra las confesiones, que al
empezar la guerra desembocó en un «armisticio».
Así, pese al concordato del Reich, pronto la represión tampoco se
detuvo ante los clérigos. Al mismo tiempo, en la Iglesia católica, que en
un principio había tenido bastantes simpatías hacia el régimen por la
orientación anticomunista de Hitler, fue en aumento el descontento
por la práctica nacionalsocialista de injerirse cada vez más en sus cues-
tiones internas vía Rosenberg. Así, no eran sólo objeto del intercam-
bio de notas entre el cardenal secretario de Estado Pacelli, el futuro Pío
XII, y el gobierno del Reich los intereses específicos de la Iglesia, sino
también el despotismo nacionalsocialista en sí. La Santa Sede sabía en
qué medida estaba hoy coartada en Alemania la libertad de decisión,
escribió en una de estas notas Pacelli, que por lo demás no era espe-
cialmente crítico con el régimen, pidiendo que eso se subsanara.
El 30 de enero de 1937, Goebbels y Hitler vivieron una experien-
cia crucial en relación con la «clerigalla católica».30 Hitler aprovechó el
cuarto aniversario de la subida al poder para admitir dentro del parti-
do a los miembros del gabinete que «no eran compañeros del partido»
y concederles la insignia dorada del mismo.31 Cuando le tocó el turno
al ultracatólico Eltz-Rübenach, ministro de Transportes y Comunica-
ciones —«cuando estornuda, sale hollín; así de negro es», le describió
Goebbels—32 sucedió «lo inconcebible»: Eltz rechazó la admisión argu-
mentando que el NSDAP oprimía a la Iglesia, y exigió una explicación
412 Goebbels

al Führer. Todos se quedaron petrificados. Estaban «como paraliza -


dos». Hitler denegó parcamente cualquier discusión y abandonó la sala.
Goebbels actuó de inmediato. Convocó a la ronda ministerial, asimis -
mo afectada «por semejante falta de tacto», y exigió «que en conjunto
pidamos su dimisión», que presentó de inmediato. «Así son los negros. 33
Tienen un mandamiento que está incluso por encima de su patria: el
de la única Iglesia verdadera». De todos modos, el gabinete se había
librado de «ese latente peligro». Por la tarde se esforzó por tranquilizar
a Hitler, que estaba «profundamente indignado», y escribió lleno de lás-
tima: «eso es lo que pasa cuando se es tan bondadoso como él».
El Domingo de Ramos —el 21 de marzo de 1937—, el papa Pío XI
hizo que se leyera desde el pulpito de todas las iglesias católicas su
encíclica Con candente preocupación.Y, de hecho, lo que escucharon los
asistentes a la misa no habría podido formularse de manera más certe-
ra: «Quien saca de la escala de valores terrenal la raza, o el pueblo, o el
Estado, o la forma de gobierno, a los titulares del poder estatal u otros
valores fundamentales de la organización de la sociedad humana —que
dentro del orden terrenal ocupan un lugar esencial y merecen distin -
ción— y los convierte en la norma suprema incluso de los valores reli-
giosos y los adora con idolatría» —sobre esto llamaron la atención los
sacerdotes a sus comunidades— «ése trastoca y altera el orden de cosas
establecido y ordenado por Dios». 34 Estas palabras debieron de equivaler
para Goebbels a una herejía, pues él quería elevar el nacionalsocia lismo
a religión, en lugar del cristianismo. 35 Hitler, y no Cristo, debía ser el
«profeta»,36 el «ídolo»,37 el «Mesías», a quien el pueblo debía seguir con fe,
como en su día hicieron los discípulos. Con él, y no con Cris to,
relacionaba Goebbels los «milagros» y los «prodigios», como cuando
observó durante el congreso del partido de 1937 —esforzándose por
fortificar su propia fe— que en el momento en que el Führer subió a la
tribuna del orador el sol irrumpió entre las nubes. 38 Goebbels vivía
personalmente los congresos del partido como una «misa solemne», 39
el llamamiento a las SA casi como una «celebración religiosa», «envuelta
por una infinita magia mística». 40 Ahí, y no en las catedrales del cris-
tianismo, tenía lugar el culto al Dios nacionalsocialista.
¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! 413

Cuando, ya entrada la noche del 20 de marzo, Heydrich, que que-


ría «azuzar», puso al corriente a Goebbels del contenido de la pastoral
del Papa, el ministro reaccionó «con furia y rabia contenida». No obs-
tante, él, que en su día había creído fervientemente en el Dios cristia-
no, se impuso cierta reserva, pues conocía demasiado bien el poder que
ejercía la Iglesia sobre los fieles. Por eso aconsejó a Heydrich «poner
sordina e ignorar». En vez de con detenciones se debía proceder con
«presión económica», y cualquier hoja en la que estuviera impresa la
pastoral de Pío XI debía ser interceptada y prohibida. Por lo demás,
hizo suyo el lema «mantener la calma y esperar hasta que llegue el
momento de deshacerse de estos provocadores».41
Hitler, a quien ocultó la noticia hasta el día siguiente para que no
estuviera «toda la noche enojado por este asunto», 42 reaccionó en un
principio también con reserva. El Führer, que «por razones tácticas»
había prohibido a Goebbels y a otros de un modo general que se die-
ran oficialmente de baja en la Iglesia,43 aprobó en primer lugar la táctica
de «echar tierra al asunto»,44 pero se fue radicalizando por momentos.45
El 2 de abril Goebbels anotó que Hitler quería «ahora arremeter contra
elVaticano», pues la «clerigalla» no conocía «la indulgencia y la
clemencia». Ahora iba a saber cuáles eran «nuestra severidad, dureza e
implacabilidad».46
Como «obertura» del despiadado fuego nutrido que comenzaba en la
prensa —en palabras de Goebbels— vino muy a propósito «el espe-
luznante asesinato sexual de un muchacho en un monasterio belga»,
motivo por el cual enseguida puso en marcha hacia Bruselas a un «enviado
especial» que debía iniciar desde allí la campaña difamatoria contra el
clero católico. La misma finalidad tenía el material propagandístico que
se publicó en la prensa durante las semanas siguientes, relacionado con
los procesos contra clérigos católicos homosexuales, que habían sido
suspendidos en 1936 y que ahora se habían reanudado por orden de
Hitler. Puesto que éste ya no sentía «compasión alguna» y quería saber
que se había «fumigado a esa banda de pederastas», 47 Goebbels ordenó a
través de Alfred-Ingemar Berndt, probablemente el agitador más
desenfrenado y con menos escrúpulos de entre sus colaboradores
414 Goebbels

aquella campaña periodística que se llevó a cabo con absoluta brutali -


dad y que describió en su diario como «hostigamiento público» 48-49 y
una «gran ofensiva»50 «con toda la artillería» 51 contra la «mala ralea
negra».52
Todo lo que Goebbels emprendió en el marco de esa acción contra
la «clerigalla», que caracterizó esas semanas, se hizo una vez más en estre-
cha coordinación con Hitler, quien era la fuerza motriz. Goebbels esta-
ba «muy feliz» de que Hitler le hubiera designado a él, y no a Rosen-
berg, 53 para señalar con un discurso el momento culminante del
«concierto infernal»54 contra las Iglesias. El «discurso contra la cleriga-
lla», para el que Hitler le hizo «algunas sugerencias», 55 lo redactaron jun-
tos en Schwanenwerder después de un paseo en barco por la tarde con
Magda y los niños.
Este ajuste de cuentas, que tuvo lugar la tarde del 28 de mayo de
1937 en un mitin multitudinario en el Pabellón de Alemania de Ber-
lín,56 fue retransmitido por todas las emisoras de radio y apareció al día
siguiente «con enormes titulares» 57 en todos los periódicos del Reich,
en algunos casos con el amenazador encabezamiento «¡Ultimo aviso!».
Ahí Goebbels alardeaba de ser un preocupado padre de familia, «cuyo
bien personal más preciado en la tierra eran sus cuatro hijos», para ata -
car «los escándalos que claman al cielo (...) de estos moralistas». Des-
pués dio rienda suelta a insuperables diatribas contra los clérigos cató -
licos, habló de «profanadores de la juventud embrutecidos y sin
escrúpulos» y llegó incluso a anunciar que «había que acabar de raíz
con esta peste sexual». Había que estar muy agradecidos al «Führer de
que, como defensor vocacional de la juventud alemana, proceda con
férrea dureza contra los corruptores y envenenadores del alma de nues -
tro pueblo». 58 Después de este discurso —«dos horas en fantástica for-
ma»—59 tenía asegurado otra vez el agradecimiento de Hitler: «Me da
un apretón de manos. Ha escuchado todo el discurso por la radio y,
según me cuenta, no ha podido quedarse quieto ni un minuto». 60
No se puede calcular el efecto que producía sobre la población esta
afectada indignación moral acerca de los supuestos excesos homose -
xuales de la «clerigalla»; asimismo, siempre habían sido conocidas en
¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! 415

Berlín las tendencias homosexuales de prominentes líderes del parti -


do61 y otros daban que hablar con sus aventuras amorosas hasta que se
separaban de sus esposas. La «manía de separarse», que cundía entre los
funcionarios más altos, se había convertido precisamente ahora en un
«problema muy serio» dentro del NSDAP.62 Estaba entre los temas habi-
tuales de conversación entre Hitler y Goebbels y no carecía de morda -
cidad con vistas al futuro. Cuando la mujer del jefe de prensa, Dietrich,
se dirigió a Hitler para pedirle ayuda, el ministro de Propaganda lo vio
como un intento de «ordenarle» a su marido por medio de aquél que
no rompiera el matrimonio, hecho que tildó de «inadmisible proceder».
Hitler, aunque consideraba la institución del matrimonio como un «cier-
to apoyo»,63 rehusó argumentando que, puesto que él no los había casado,
tampoco podía mantenerlos unidos. «Un criterio muy válido», pensó
Goebbels, 64 quien echaba toda la culpa a las mujeres, que eran
«demasiado tontas y demasiado torpes» para conservar a sus maridos. 65
Sobre la cuestión de si se debía penalizar de un modo general el
adulterio hubo vivas polémicas dentro del partido. Goebbels, que no
quería tener en Berlín «un lodazal de vicios», pero «tampoco un con-
vento», no podía dárselas en cualquier caso de guardián de la moral y
apostaba por aflojar un poco más las riendas, pues veía en «Eros», apar -
te del hambre, «la mayor fuerza vital». 66 Así pues, se declaró en contra
de esa medida, al igual que en el caso de las «comisiones de castidad»
para el control de escritos no aptos para menores. 67 Reaccionó ofen-
dido ante la propuesta de castigar el adulterio con diez años de cárcel:
«entonces, con efecto retroactivo, tendrían que empezar por Frick», 68
opinó, sabiéndose de acuerdo con Hitler en el rechazo de la «hipocre -
sía moral».
Aunque a principios de verano el matrimonio Goebbels segu ía dan-
do la impresión de estar intacto —el 19 de febrero de 1937 había naci -
do su cuarto hijo, la niña Holde—, para entonces estaba en realidad
«cerca de la ruptura», como él escribió. 69 Uno de los que ya hacía tiempo
que habían percibido un creciente cinismo por parte de Goebbels
hacia su esposa era Ernst (Putzi) Hanfstaengl, quien a principios de los
años treinta aún tenía una relación estrecha con el joven matrimonio,
416 Goebbels

entonces amartelado, y que a menudo tocaba piezas musicales en su


casa de la Reichskanzlerplatz. Las formas de Goebbels en el trato a Mag-
da las demuestra una situación que aquél contó: mientras el ministro de
Propaganda despedía una noche a sus invitados, se resbaló y habría caí-
do al suelo si Magda no le hubiera sujetado a tiempo. Después del susto
inicial, él la agarró de la nuca, la derribó y le increpó con una «tre-
menda risotada» diciéndole que ya le hubiera gustado a ella quedar
como su salvadora.70
Pero no sólo Magda, sino también el propio Hanfstaengl fue en aque-
llas semanas víctima del ministro de Propaganda, de sus «bromas» tan
temidas como brutales. Goebbels siempre contaba historias, anécdotas
o chistes —a menudo por entregas— cuando almorzaba con Hitler, al
que durante todos esos años se apresuraba a visitar en la cancillería del
Reich siempre que el Führer se encontraba en Berlín. 71 Ésta era la
oportunidad idónea para entretener a Hitler y al mismo tiempo des-
prestigiar de manera muy calculada a sus adversarios políticos. Para
hacerse con las competencias del jefe de la prensa extranjera del NSDAP,
que había caído en descrédito, Goebbels puso primero en circulación
historias sobre la supuesta avaricia de Hanfstaengl. 72 Como no dieron
resultado, propagó durante la tertulia de mediodía que Hanfstaengl había
hecho observaciones desfavorables sobre la moral de la Legión Cón-
dor alemana que luchaba en la Guerra Civil española.73 Según informó
Speer, Hitler reaccionó inmediatamente y exigió lleno de indig-
nación que «se le dé una lección a ese individuo cobarde, que no tiene
ningún derecho para opinar sobre la valentía de los demás».74
Esa fue la señal para Goebbels. Junto con Hitler y Góring ideó un
plan para el quincuagésimo cumpleaños de Hanfstaengl. A través de un
delegado de Hitler se le entregó una orden sellada con la condición de
que la abriera sólo tras el despegue de un avión que tenía preparado en
Staaken. Una vez que se elevó el aparato, el horrorizado Hanfstaengl
leyó que se le iba a dejar en «el sector rojo de España» para que traba-
jara allí como espía de Franco. Se adjuntaba un pasaporte falso. 75 Con
gran placer, Goebbels relató después a Hitler con todo lujo de detalles
cómo Hanfstaengl había pedido desesperadamente al piloto que diera
¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! 417

la vuelta, ya que todo debía ser un error; cómo el avión había estado
girando en las nubes durante horas sobre territorio alemán, mientras se
le daba al pasajero información falsa de la posición, de manera que
Hanfstaengl seguía creyendo que se aproximaba a España; cómo final -
mente el piloto había simulado una avería del motor, declarando que
tenía que iniciar un aterrizaje forzoso, y cómo le había «abandonado»
en una plaza de Wurzen, al este de Leipzig. 76 Con sorna señaló Goeb-
bels en su diario: «El pobrecito está haciendo ahora su expedición espa -
ñola en Sajonia».77
La minuciosa exposición de Goebbels provocó una gran hilaridad
en Hitler y sus compañeros de almuerzo. 78 Menos entusiasmado se debió
de mostrar Hitler cuando días más tarde se enteró de que Hanfstaengl
había huido a Suiza. Con el apoyo de Góring y Himmler, ahora Goeb -
bels tenía que intentar convencer a Hanfstaengl de que regresara a Ale -
mania, «detenerlo» y «no volverlo a soltar», pues se temía que hiciera
revelaciones que «eclipsarían con mucho» las de otros emigrantes. 79 El
19 de marzo, Hermann Góring le escribió a Hanfstaengl una hipócri ta
carta en la que le daba «su palabra de honor» de que con esta «broma
(...) se le había querido dar la oportunidad de reflexionar (...) por
algunas declaraciones demasiado osadas». 80 Himmler pidió a Goebbels
que «camelara» a Hanfstaengl «para que volviera», a lo que éste le ten -
dió «el señuelo de grandes honorarios para música cinematográfica». 81
Aunque Hanfstaengl no picó, a principios de 1938 deseó «regresar a
Alemania», 82 motivo por el cual en febrero de 1938 solicitó a Himmler
desde Londres, donde se había establecido para entonces, que le reha-
bilitara, puesto que se había cometido una «infinita injusticia» con él. 83
Entretanto, Magda Goebbels seguramente había sospechado la rela-
ción de su marido con Lida Baarova, pues en primavera de 1937 ésta
estaba invitada cada vez con más frecuencia en la casa del ministro de
Propaganda para tomar el té o asistir a veladas. 84 Además, hacía tiempo
que el tema era objeto de chismorreo en Berlín. Se decía que durante
el rodaje de la película Patriotas había habido una disputa entre Goeb-
bels, Lida Baarova y Gustav Fróhlich, que terminó con una bofetada de
éste al ministro de Propaganda. Lo que realmente sí había ocurrido,
418 Goebbeh

probablemente en enero de 1937, era que Fr óhlich había encontrado


a Goebbels y a Baarova en una situación embarazosa muy cerca de su
mansión de Schwanenwerder y, con el comentario de que ya estaba
enterado, le había dado al ministro con la puerta del coche en las nari-
ces.85 Desde entonces la situación quedó clara. Gustav Fróhlich y Lida
Baarova pronto se separaron definitivamente. En las postrimerías del
verano de 1937, Fróhlich —«un pequeño sabelotodo sin capacidad cre-
adora», como lo calificó Goebbels despectivamente— 86 vendió la man-
sión de Schwanenwerder.87
A todo esto, la carrera cinematográfica de Lida Baarova iba viento
en popa bajo el patrocinio de Goebbels. El ministro de Propaganda,
que desde 1937 en adelante «intervenía intensamente en todas las cues-
tiones de producción y reparto», 88 supervisó personalmente la realiza-
ción de la película Patriotas en todos los detalles. Designó a Mathias
Wiemann como compañero de Baarova 89 y le dejó claro qué clase de
interpretación esperaba de él: «Más piedra (...) y menos gelatina». 90 Él
mismo modificó el guión 91 y discutió el argumento repetidas veces con
el director, Karl Ritter, hasta que pareció «quedar bien asentado», 92 pero al
final hubo que darle un «giro nacionalista» más marcado. 93 En compañía
del embajador francés Francois Poncet y de su mujer, hizo una visita a
los estudios de la Ufa durante la grabación. 94 Después de que el
examen de la primera «muestra» diera un resultado sumamente positivo
—lo que no era de extrañar—, en abril el producto terminado le
conmocionó «hasta lo más profundo». La película había «quedado mara-
villosa. Con una tendencia muy clara y nacionalista (...). Ha sido un
deleite artístico». 95 También Magda se declaró, por fuerza, «muy satis-
fecha»^ cuando Hitler se deshizo en elogios sobre Patriotas y sobre la
interpretación de Baarova, 96 la felicidad de Goebbels fue una vez más
perfecta.
La película, en la que se contaba el conflicto de una francesa y un
soldado alemán durante la Primera Guerra Mundial entre sus senti -
mientos y el deber patriótico, al que finalmente obedecen, mereció por
parte de Goebbels la mayor mención de calidad que le podía otorgar.
De todos modos, la crítica cinematográfica tenía que aceptar esa valo-
¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! 419

ración. Así, después del estreno, la Filmwoche [Semana de Cine] juzgó


que Lida Baarova estaba «mejor que nunca». 97 Y en Licht-Bild-Bühne
[Escena de proyecciones], se podía leer que su trabajo en este «papel extraor-
dinariamente difícil» era «una obra maestra». 98 Goebbels hizo que se
estrenara la película durante la semana cultural alemana en la Exposi -
ción Universal de París, lo que sirvió una vez más de recomendación
para su amante.
Esto lo hizo posible su poder en el sector del cine alemán, que en
el año 1937 extendió hasta una posición todopoderosa. Puesto que en
la industria cinematográfica le molestaba sobre todo el «parlamentaris-
mo artístico que ataca los nervios»99 —así se lo manifestó al director de la
Ufa, Ernst Hugo Correll—, hasta marzo de 1937 «ablandó» tanto al
jefe de la Ufa con constantes críticas e invectivas cinematográficas 100
que terminó obligando a Alfred Hugenberg a perder la empresa. Aun -
que éste, que hasta el último momento se opuso a la venta, había con -
seguido salvar a la Ufa en 1927 de la intervención de los americanos,
para entonces ya le había nacido en Goebbels un rival tan poderoso
como enérgico. Con el decidido apoyo del fiduciario del Reich, Max
Winkler, Goebbels hizo que el Reich entrara en posesión de la mayo ría
de las acciones del consorcio cinematográfico, mientras que el ministro
de Hacienda, Schwerin von Krosigk, autorizó la compra con muchas
reticencias, en vista de los grandes déficits con que trabajaba la indus-
tria cinematográfica. Como agradecimiento, en 1937 Goebbels nom -
bró a Winkler comisionado del Reich para la economía de la cinema -
tografía alemana; Hugenberg recibió como «parche» por parte de
Goebbels una «amable carta», antes de que con el consejo de adminis -
tración «echara a la calle» de inmediato a otros tres «Hugenbergs» y a
otros «tíos nacionalistas alemanes».101
Con la Universum Film A.G. (Sociedad Anónima), fundada en diciem-
bre de 1917, Goebbels adquirió al mismo tiempo para el Reich alemán
la empresa más grande y significativa de la industria cinematográfica
alemana, un consorcio con más de 5.000 empleados, que tenía por toda
Alemania más de 120 cines con 120.000 localidades. Esto marcó la pau-
ta para las más pequeñas, Tobis, Terra y Bavaria, que junto con la Ufa
420 Goebbek

habían sobrevivido al descalabro económico de finales de los años vein -


te, pese a las enormes pérdidas económicas de aquellos tiempos. Éstas
también fueron absorbidas más tarde por el imperio cinematográfico
de Goebbels. «Ahora somos los dueños del cine alemán», afirmó con
satisfacción haciendo balance a principios de mayo de 1937. 102 Apenas
hubo nacionalizado las sociedades fílmicas, dio a Funk y a Winkler la
orden de «desjudeizar sistemáticamente a las representantes en el extran-
jero de la Ufa y de laTobis». 103 Un poco más avanzado el año, prohibió
«en bloque los últimos restos de películas del pasado» en las que
aparecían actores judíos.104
Ya que Goebbels sólo había podido muy a duras penas arrancar al
ministro de Hacienda, Schwerin von Krosigk, los fondos necesarios para
la compra de la industria cinematográfica, y dado que ahora se debía
pensar tanto más en el éxito comercial, 105 se esforzó por volver a traer a
Alemania a las grandes estrellas germanas que habían emigrado al
extranjero,106 si era preciso a cambio de honorarios astronómicos.107 Así, por
ejemplo, Goebbels puso en marcha hacia París al director artístico del
Teatro Alemán, Heinz Hilpert, como intermediario, para que recu-
perara a Marlene Dietrich como atracción para su antiguo lugar de tra -
bajo y, sobre todo, para el cine. Pero la estrella de El ángel azul, que había
vuelto la espalda a Alemania en el año 1934 tras la prohibición de su
película El cantar de los cantares,™8 le dio una negativa por respuesta. Sólo
podría presentarse en Berlín en un año, pero defendía firmemente la
causa alemana, hizo saber la diva, que obtuvo la nacionalidad america-
na en 1937, a Goebbels, 109 quien como consecuencia la rehabilitó de
inmediato en la prensa.110
Una vez que Goebbels hubo puesto bajo su control la industria cine-
matográfica, en verano de 1937, después de que se le mostraran «des -
consoladores ejemplos del bolchevismo artístico», 111 dirigió sus ataques
contra aquellas orientaciones artísticas en la pintura o la escultura que
Rosenberg había estigmatizado y difamado desde siempre como «bol-
chevismo cultural» desde su comunidad de cultura nacionalsocialista,
pero que aún en junio de 1934 Goebbels había querido que fueran
altamente estimadas por el nacionalsocialismo como «exponente de la
¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! 421

avanzada modernidad» también en materia artística, 112 el expresionismo


y la pintura abstracta. Cuando estudiaba en las universidades de
Wurtzburgo o Friburgo, Goebbels siempre asistía a clases de historia
del arte,113 y aún en 1933 estuvo meditando si Emil Nolde era «un bol-
chevique o un pintor», dejando la respuesta a esa pregunta para una tesis
doctoral; 114 en marzo de 1934 incluso formó parte junto con Goring
de la comisión de honor de una exposición sobre el futurismo italiano
en Berlín.115 Pero ahora planeaba —para Berlín— una exposición sobre
el «arte de la decadencia (...) para que el pueblo aprenda a verlo y reco-
nocerlo».116
Un motivo directo para exhibir la «exposición de la decadencia» en
Munich fue el hecho de que Goebbels tuvo que subsanar ante Hitler
un error que había cometido su colaborador Hans Schweitzer —anti -
guo caricaturista del Angriff, que para entonces había sido ascendido a
comisionado del Reich para el modelado artístico— en la preparación
del proyecto favorito de Hitler, la «Gran exposición del arte alemán». 117
Hitler, que en su primera ronda de información había montado en cólera
por el deficiente «acierto estilístico» de Schweitzer,118 le imputó serias
negligencias en la elección que había hecho de las obras —en realidad
se trataba más bien de gustos diferentes, pues necesariamente no podía
haber directrices claras para la selección de ejemplos de un «arte nue-
vo, auténticamente nacional» en sentido nacionalsocialista—. A Goeb-
bels esto le resultó tanto más enojoso cuanto que, en el «año del festi -
val alemán», quería cobrar una mayor influencia político-cultural también
en Munich, la «ciudad del movimiento» y la «ciudad del arte alemán»,
tal como se la denominó desde que se puso la primera piedra para la
«Casa del arte alemán» el 15 de octubre de 1933. Al mismo tiempo eso
significaba reprimir el influjo que allí tenía otro de sus rivales, el minis-
tro del Reich de Ciencia, Educación y Formación Popular, Bernhard
Rust, quien en última instancia controlaba la vida cultural de la ciudad
por encima del jefe del distrito muniqués, AdolfWagner. 119 El 8 de
mayo, el día después de la catástrofe del dirigible Hindenburg en la esta-
ción aeronaval americana de Lakehurst, Goebbels anotó en su diario
con relación a la atmósfera cultural relativamente liberal de la ciudad:
422 Goebbels

«Munich es un terreno difícil, pero poco a poco lo vamos conquistan-


do».120
Goebbels era tan optimista porque el radical profesor de la Acade-
mia de Munich, Adolf Ziegler, a quien él mismo había designado el 1
de diciembre de 1936 como sucesor del moderado Eugen Honig en el
cargo de presidente de la Cámara del Reich para las Artes Plásticas,121 le
comunicó que le habían incluido en los preparativos para el «día del
arte alemán». Ziegler, que además estaba en el grupo de expertos para
la «Gran exposición del arte alemán», había recibido en la «época de
lucha» un encargo especial de Hitler, pintar a su amante Angela Rau-
bal.122 Ahora, en el año 1937, se convirtió en la mano derecha de Goeb-
bels en los preparativos de la exposición «Arte degenerado», que el
ministro de Propaganda forzó ahora —para aplacar a Hitler— como
«contraexposición» de la «Gran exposición del arte alemán».
Si bien en un principio la idea encontró «resistencia por doquier»123
—por ejemplo por parte de Schweitzer y Speer—, el 29 de junio Hitler
aprobó la exposición sobre el «arte de la decadencia». Le dio a Goeb-
bels la autorización «para confiscar todas las obras correspondientes en
todos los museos».124 Goebbels delegó esta misión en Ziegler, a quien
le otorgó plenos poderes «para seleccionar y apropiarse de todas las
obras, ya se encuentren en posesión del Reich, de las regiones o de
los municipios, representativas del arte de la decadencia desde 1910 en los
sectores de la pintura y la escultura con el objeto de realizar una expo-
sición».125 Cuando Ziegler intentó incluir a Rust en esta acción, Goeb-
bels intervino enérgicamente: «Lo prohibo. La orden del Führer va diri-
gida a mí y a Ziegler, no a Rust».126
La incautación de aproximadamente 17.000 «chapuzas culturales bol-
cheviques» de los artistas ahora proscritos de las colecciones públicas
por «degenerados» estuvo asociada a la «reorganización» de la Academia
Prusiana de las Artes, que consistió sobre todo en una «reestructuración»
de sus miembros.127 A artistas como Ernst Barlach, Ernst Ludwig Kirch-
ner, Emil Nolde, Max Pechstein —en el año 1938 les siguió Oskar
Kokoschka— y al arquitecto Ludwig Mies van der Rohe se les reco-
mendó que se dieran de baja inmediatamente de la academia, cuya sec-
¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! 423

ción de artes plásticas ya habían abandonado en los años 1933-1934


Max Liebermann, Kathe Kollwitz, Karl Schmidt-Rottluffy otros. Mien-
tras que la mayoría presentó su baja inmediata, Kirchner, Nolde y Pechs-
tein protestaron enérgicamente. Subrayaron que tenían una actitud posi-
tiva hacia el nacionalsocialismo. Nolde, que se definía como un «alemán
residente en el extranjero que había pasado a Dinamarca» por el Trata -
do de Versalles, escribió el 12 de julio de 1937 al presidente de la Aca -
demia Prusiana de las Artes que se había afiliado a la sección de Nordsch-
leswig (Jutlandia meridional) del NSDAP inmediatamente después de
su fundación. 128 Además, según escribió a Goebbels el 2 de julio de
1938, veía que «era prácticamente el único artista alemán que tenía enta-
blada una lucha abierta contra la extranjerización del arte alemán», 129 y
llamaba la atención —al igual que Kirchner— sobre el hecho de que
antes de 1933 había sido atacado a menudo por la opinión artística pre -
dominante, mientras que Pechstein esperaba poder escapar a la exclu-
sión alegando que su hijo mayor era miembro de las SA. 130
Pero todos los argumentos no sirvieron de nada. Hitler y, por ende,
Goebbels, estaban firmemente decididos a llevar a cabo una «implacable
guerra de depuración (...) contra los últimos elementos disgrega-dores de
nuestra cultura». 131 Así, además de Heckel, Marc, Beckmann, Kokoschka,
Schmidt-Rottluff, Feininger, Chagall, Klee, Paula Moder-sohn y Barlach,
también se colgaron y se exhibieron las obras de Nolde, Kirchner y
Pechstein en la galería de las Hofgartenarkaden —donde en realidad se
encontraba la colección de esculturas de yeso del Museo Antiguo—
como «arte degenerado en la picota», 132 pese a que Goebbels había
considerado «rayos de esperanza» del arte moderno a dos de estos artistas,
Nolde y Barlach, durante una visita en el año 1924 al museo Wallraf
Richartz de Colonia. 133 Cuando Goebbels examinó la «exposición de la
decadencia» el 16 de julio, su opinión fue: «Es lo más extravagante que he
visto nunca».134 Así,Adolf Ziegler expresó justamente lo que Goebbels
pensaba cuando, en su discurso inaugural de esta contraexposición de la
«Gran exposición del arte alemán» (la cual había comenzado el día anterior
en la Casa del arte alemán «inaugura-da»135 por Hitler), describió las
aproximadamente 600 obras maestras de'
424 Goebbels

la modernidad como «abortos de la locura, del descaro» y de la «inep-


titud».136 Conforme a esta idea hizo que se procediera con ellas, des-
pués de que en febrero de 1938 se expusieran también para el público
berlinés y después de que una pequeña parte de los alrededor de 6.000
óleos, acuarelas, dibujos, estampas y grabados confiscados fuera vendi-
da en el extranjero a cambio de divisas por una comisión creada por
Goebbels en mayo de 1938: el 20 de marzo de 1939 hizo quemar las
aproximadamente 5.000 obras de arte que quedaban en el patio del par-
que principal de bomberos de Berlín. 137
Un deseo constante del ministro de Propaganda seguía siendo la
solución de la «cuestión judía». Permanentemente acometía ante Hitler
«enérgicos intentos» al respecto. 138 «Con mucho gusto» cumplió la
misión que Hitler le impuso 139 de elaborar un proyecto de ley de manera
que «los judíos no puedan asistir ya a los actos culturales y teatrales». Sin
embargo, para ello no eligió la forma de una ley, sino de un edicto
policial, ya que una ley habría levantado «demasiado revuelo». 140 La
«desjudeización» de la Cámara de Cultura del Reich también seguía
ocupando a Goebbels. Reprimía con rigor las oposiciones, por ejem-
plo dentro de la Cámara de Música del Reich, exhortaba repetidamente
a las distintas cámaras a que aceleraran la ejecución de sus disposicio -
nes. Una y otra vez se puede leer en su diario lo «particularmente orgu-
lloso» que estaba de esta «grandiosa actuación». 141
Entre los afectados, estas medidas tuvieron a veces trágicas conse-
cuencias, llevando a algunos al suicidio mucho antes del holocausto. Los
judíos «totales», «medio judíos» y «judíos en cuarta parte», así como los
«parientes de judíos», experimentaron en sus carnes el odio de Goeb-
bels, al igual que los «arios» caídos en desgracia. Cabarés como el ber-
linés Tingeltangel [Café Cantante], el Katakombe [Catacumba], el Kaba-
rett der Komiker [Cabaré de los Cómicos] y más tarde el Wiener Werkl
fueron objeto por orden de Goebbels de controles sistemáticos, algu -
nos se cerraron y «depuraron tácitamente». 142 Muchos cabareteros, como
Werner Finck, a quien se atribuía el eslogan «¿Quién no quiere ser
Fróhlich por un día?»,143 estuvieron incluso temporalmente en los campos
de concentración. 144
¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! 425

Goebbels emprendió enérgicamente, por orden de Hitler, la «ari-


zación» del capital en el sector de la economía cultural, por ejemplo
entre empresas de exportación cinematográfica, distribuidoras de pelí-
culas, teatros de revista y la industria discográfica. La «ejecución» se la
encomendó a Hans Hinkel, quien se mostró «contento» con esta tarea.145
Además ambos se vieron favorecidos por el hecho de que la posición
del ministro de Economía del Reich, Schacht, al que Goebbels con-
sideraba «un daño cancerígeno para nuestra política»,146 estaba para
entonces tan debilitada por su inobservancia de la disciplina indicada
por el partido que Hitler estaba considerando su sustitución. Sólo algu-
nos juristas expresaron objeciones jurídicas contra la «arización». Don-
de ellos no veían ninguna posibilidad, Goebbels la creaba «por la fuer-
za».147 De todos modos, los juristas sólo debían desempeñar, en su
opinión, «un papel subordinado», el de «proporcionar el manto legal a
las acciones necesarias del Estado»,148 después de que quedó claro que
los judíos debían ser desterrados «de Alemania, incluso de toda Euro-
pa».149
Más allá de esta tala completa en la cultura nacional, los intelectua-
les que seguían las normas del Reich se vieron aislados, entre otras cosas,
porque Hitler prohibió a todos los alemanes aceptar el Premio Nobel. 150
El caso era que se le había concedido el Premio Nobel de la Paz del
año 1935 a Cari von Ossietzky, periodista y antiguo redactor jefe del
Weltbühne, al que los nacionalsocialistas confinaron en un campo de
concentración. Goebbels, que echaba espuma de pura rabia, lo enten-
dió como una «consciente y atrevida provocación» hacia el régimen
nacionalsocialista.151 Así pues, el Premio Nacional de Arte y Ciencia,
dotado con 300.000 marcos del Reich y que se entregó por primera
vez en el congreso del partido del año 1937, debía contribuir a paliar
esa lamentable situación. Sin embargo, para consternación del ministro
de Propaganda, Hitler favoreció con el galardón, además de al cirujano
mundialmente conocido Sauerbruch, precisamente a Rosenberg.152
Pero luego Goebbels se conformó gustoso con el argumento de Hitler
de que quería poner a su rival «una tirita sobre la herida de la ambi-
ción no satisfecha».153
426 Goebbels

Durante su laudatoria en el «congreso del partido del trabajo», que


por tercera vez consecutiva se desarrolló por completo bajo la con-
signa del antibolchevismo, Goebbels recalcó generosamente que Rosen-
berg era «la primera persona con vida» que recibía el premio, elogio
que el halagado galardonado hizo constar enseguida en su diario lite-
ralmente y que calificó como «decisiva distinción de estos días». 154
Hitler, que quedó muy satisfecho con este discurso, se mostró por el
contrario muy crítico con la ponencia que presentó Goebbels en el
congreso del partido bajo el título La verdad sobre España.155 El ministro
de Propaganda se había precipitado mucho al proclamar que Ale-
mania podía estar orgullosa de liderar el frente defensivo europeo con-
tra el bolchevismo, o que Adolf Hitler había asumido una «nueva
misión mundial» para derribar definitivamente al «enemigo universal
número uno».156 Semejantes afirmaciones no tenían en cuenta las exi-
gencias del momento en materia de política exterior, principalmente
la susceptibilidad de Mussolini, a quien se trataba de lisonjear, pero
quien no quería ser menos que Hitler, en particular en la lucha con-
tra el bolchevismo.
En la versión oficial que se publicó del discurso de Goebbels, su
Führer hizo que se suprimieran esos pasajes que hablaban de las pre-
tensiones de liderazgo por parte de Alemania contra el bolchevismo
mundial,157 sobre todo en atención al Duce, cuya visita de Estado a Ale-
mania esperaba Hitler y al que debía ganarse definitivamente como alia-
do, si es que quería «anexionar» Austria al Reich. Hitler así lo quería,
había que seguir «una táctica sensata»,158 anotó el perspicaz ministro de
Propaganda, a quien sin embargo le hizo recobrar los ánimos el elogio
«entusiástico» de Mussolini, que el italiano le tributó el 25 de septiem-
bre de 1937 en Munich como cumplido a su discurso.159 Y al final se
sintió halagado en su vanidad cuando el Duce, a quien Goebbels dio la
bienvenida como «eminente creador de un destino nacional para el pue-
blo»,160 cerró el discurso que pronunció durante el espectáculo multi-
tudinario escenificado teatralmente la noche del 28 de septiembre en
el Campo de Mayo berlinés con el lema del congreso del partido del
ministro de Propaganda: «¡Europa, despierta!».161
¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! 427

En las anteriores conversaciones con Hitler, que renunciaba de buen


grado al Tirol del Sur, el Duce siempre había pasado por alto el punto
decisivo —la cuestión austríaca— con el comentario de querer «salvar
la cara».162 Esto hizo desconfiar a Goebbels, y siguió desconfiando tras
el discurso de Mussolini en el Campo de Mayo, a diferencia de Hitler,
que por fin estaba «muy seguro» de la asistencia de Italia. 163 «Esperemos
que no se equivoque», recelaba Goebbels. 164 Cuando Mussolini, des-
pués de partir, le garantizó a Hitler en un «maravilloso» telegrama su
«amistad incondicional», 165 Goebbels también se inclinó hacia la opinión
de Hitler de que ambos estados estaban «comprometidos el uno con el
otro para bien o para mal». 166 Pero sobre todo estaba satisfecho con la
gran repercusión de la visita de Mussolini en la prensa mundial. «El
llamamiento a la paz ha surtido efecto», 167 anotó, consciente de haber
engañado una vez más a la opinión pública.
Si bien durante la visita Mussolini no había dado la esperada apro-
bación a una alianza militar, 168 el 25 de octubre Italia firmó el tratado
del Eje germano-italiano y, tras la visita del embajador extraordinario
de Hitler, Ribbentrop, el 6 de noviembre de 1937, se adhirió al pacto
Antikomintern germano-japonés, lo que provocó en Goebbels un «sen-
timiento muy tranquilizadop> en vista de la «solidaridad de los 250 millo-
nes». Enseguida advirtió a Moscú que debía «andarse con cuidado». 169
En la adhesión de Italia al pacto Antikomintern, a la que siguió en
diciembre la salida de Roma de la Sociedad de Naciones, se manifes -
taba también de manera indirecta un acuerdo entre Mussolini y Hitler
en la cuestión de Austria.
Ya durante el congreso del partido del año 1937, Hitler, para quien
de este modo había quedado libre por fin el camino hacia Viena, le hizo
la observación a Goebbels de que la cuestión austríaca se «resolvería de
una vez por la fuerza» y —con Schiller— de que allí «la historia uni -
versal también sería el tribunal del mundo». 170 Goebbels no sabía cuándo
Hitler haría allí tabla rasa, pero no dudaba ni un instante de su decisión
fundamental de «entonces ir a por todas». Ese Estado no era ningún
estado —le había dicho Hitler—, su pueblo pertenecía a Alemania y
sería parte de Alemania. Su entrada en Viena sería «un día su más glo-
428 Goebbels

rioso triunfo».171 Esta postura se vio fortalecida por Ribbentrop, quien


en su informe final como embajador en Londres del 2 de enero de 1938
mostraba el convencimiento de que Inglaterra «no arriesgaría por un
problema local centroeuropeo (...) una lucha existencial por su impe-
rio universal».172
Del mismo modo que Goebbels esperaba como hechizado la deci-
sión de su Führer, también sintió mucha compasión por Hitler, que
parecía «un cadáver»,173 cuando precisamente antes de que se aclarara
la «cuestión» austríaca el ministro de Guerra del Reich y comandante
en jefe de la Wehrmacht,Von Blomberg, provocó con su boda el 12 de
enero de 1938 «la crisis más seria del régimen desde el caso Rohm», 174
aunque su «adelanto» ya había tenido lugar a principios de noviembre
de 1937, cuando la dirección del ejército —sobre todo Blomberg y
Fritsch— previno contra dar pasos en política exterior que llevaran aso-
ciado el peligro de una guerra. Ahora, pocos días después del enlace de
Blomberg, en el que fue testigo, además de Goring, nada menos que
Hitler, salieron a luz unas actas policiales que documentaban los ante-
cedentes penales de la nueva «esposa del mariscal general Blomberg»
por la «venta de fotografías obscenas de sí misma». 175 Hitler se explicó
todo argumentando que Blomberg era «sentimental y alegre», que pro-
cedía «de la estrechez de miras burguesa» y que ahora había «caído en
la trampa que le había tendido la primera persona».176
Si Goebbels había juzgado esto como una «terrible fatalidad» que
«no se superará tan fácilmente»,177 la situación aún había de empeorar,
pues con la inevitable dimisión de Blomberg quedaría vacante el car-
go de comandante en jefe de la Wehrmacht. Aspiraciones a la sucesión
tenía el comandante en jefe del ejército, el capitán general Von Fritsch.
Para descartar a este competidor, Goring, ávido de títulos y cargos, que
asimismo quería asumir la sucesión de Blomberg, urdió una intriga con-
tra Fritsch en colaboración con Himmler, la cual fue bien acogida por
Hitler, desconfiado desde el escándalo de Blomberg. Goring le presen-
tó a Hitler un acta preparada por Himmler que acusaba a Fritsch de
homosexualidad. Aunque éste dio su palabra de honor de que era ino-
cente, no le quedó más remedio que carearse, por la intervención de la
¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! 429

Gestapo, con un presidiario que tenía múltiples antecedentes penales


—un «mozo de cuadra», como escribió Goebbels—178 que afirmaba
reconocerle, cosa que Fritsch negó enérgicamente. De todos modos,
fue sometido por Heydrich a un interrogatorio que duró varias noches,
pero permaneció «firme y tenaz»,179 de manera que el 30 de enero, el
quinto aniversario de la subida al poder, Himmler se encontraba «muy
deprimido» en la cancillería del Reich. 180 No obstante, cuando Hitler
despidió a su ayudante Friedrich Hossbach porque supuestamente había
informado a Fritsch sobre las inculpaciones formuladas contra él, de
manera que éste se había podido preparar,181 quedó claro que daba más
crédito a la declaración del «mozo de cuadra» que a la de su coman-
dante en jefe del ejército.
Durante la escalada de la crisis, premeditadamente programada por
Góring y Himmler, Goebbels, que ya no sabía lo que era «verdad y lo
que no»,182 observó con preocupación la absoluta «palidez y tristeza»
de Hitler,183 sobre el cual hacía muy pocos días había afirmado en su
diario que le tenía tanto cariño «como a un padre».184 En consecuencia,
percibió con especial cuidado su agotamiento y su perturbación, 185 y
creía oírle hablar «con voz llorosa».186 En ningún momento dudó de que
con Fritsch se le habían «roto todos los ideales» a su Führer.187 Hitler «cree
firmemente» que Fritsch había sido «desenmascarado casi como
marica»,188 y esto también se lo aseguró como siempre a Goebbels.
Fritsch lo negaba, «pero eso siempre lo hace este tipo de gente», escri-
bió finalmente.189 Tanto más perentoria le resultó la declaración de que
«compartía los sentimientos del Führer intensa y profundamente» y
la promesa final de que Hitler «está muy arraigado y firme en mi cora-
zón. Es bueno que aún tenga algunos amigos en los que pueda confiar
ciegamente.Yo quiero contarme entre ellos».190
El 4 de febrero de 1938 Hitler destituyó al comandante en jefe del
ejército sin ni siquiera aguardar la sentencia del tribunal de honor pre-
sidido por Góring, que poco después —alegando una supuesta «con-
fusión»— hizo constar la inocencia de Fritsch, aunque no se admitió la
demanda de su abogado, el conde Rüdiger von der Goltz, de tomar
declaración también a Himmler y a Heydrich. Aun cuando el 13 de
430 Goebbels

junio de 1938 Hitler hizo forzosamente ante el generalato una retrac-


tación formal a favor de Fritsch, sellando así una «terrible derrota» para
Himmler,191 no se produjo la rehabilitación completa de Fritsch, quien
murió misteriosamente durante la campaña polaca.
De cara a la opinión pública se decidió escenificar una gran «remo-
delación». Con el «gran reajuste de personal», así lo esperaban Goebbels
y Hitler, «pasarían completamente inadvertidas» la verdaderas motiva-
ciones192 y al mismo tiempo se daría «carpetazo» a los rumores que cun-
dían en la prensa mundial.193 Después de que el 4 de febrero Blomberg y
Fritsch renunciaran a sus cargos oficialmente «por razones de salud»,
comenzó la oleada de sustituciones y nuevos nombramientos. Muchos
generales fueron cambiados y el ejército se rejuveneció «en un grado
inesperado»,194 es decir, el lugar de muchos oficiales que estaban consa-
grados al espíritu conservador del ejército fue ocupado ahora por nacio-
nalsocialistas y arribistas oportunistas como Walter von Brauchitsch, el
nuevo comandante en jefe del ejército. También el intrigante Goring
sacó provecho. Hitler le nombró el 4 de febrero de 1938 general maris-
cal de campo. Goebbels anotó: «Está radiante y con razón. Ha hecho una
carrera fantástica».195 Al frente de la Wehrmacht, degradada a un dócil
instrumento en manos de Hitler, se puso ahora el propio Führer.
También en el Ministerio de Exteriores se produjo un cambio deci-
sivo. En lugar de Konstantin von Neurath, debía asumir las funciones
el «diligente señor» Von Ribbentrop,196 que ya antes del nombramiento
de Hitler como canciller del Reich había rendido grandes servicios.
Goebbels veía a este «típico advenedizo político»197 con recelo ya desde
que fue ascendido a embajador alemán en Londres. Ribbentrop era un
«nombramiento erróneo», sentenció entonces,198 entre otras cosas
seguramente porque quería imponer una propia política de prensa,
contra lo cual Goebbels se opuso con toda energía. Ribbentrop tenía
que «obedecer, como todos los demás». 199 Pero Goebbels miraba con
desconfianza el creciente influjo de Ribbentrop, sobre todo porque
—según opinaba Goebbels— Hitler confiaba demasiado en él.200 Cuando
el Führer consideró su designación como ministro de Exteriores, el
ministro de Propaganda adoptó una postura radicalmente contraria.
¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! 431

Consideraba a Ribbentrop un «fracasado», le hizo saber a Hitler, quien


como consecuencia tuvo que replantearse su decisión.201 Goebbels erró
el golpe: el 5 de febrero de 1938 Ribbentrop fue nombrado ministro
de Exteriores.
Puesto que, en la marco de la «operación de distracción», Walther
Funk, hasta entonces secretario de Estado en el Ministerio de Propa-
ganda, ocupó oficialmente el cargo de ministro de Economía, también
fueron necesarias algunas remodelaciones en la dirección de dicho minis-
terio. A propuesta de Goebbels, el cargo de secretario de Estado que
había quedado libre fue cubierto por una de sus personas de confian-
za, Karl Hanke. Como segundo secretario de Estado se incorporó al
ministerio el jefe de prensa del Reich, Dietrich. 202 Éste, que al mismo
tiempo asumió el cargo de Funk como jefe de prensa del gobierno del
Reich, sería «exclusivamente» responsable de la prensa,203 mientras que
Funk debía seguir asistiendo a Goebbels como consejero en cuestiones
económicas.204
En el curso de la crisis de Blomberg-Fritsch, se lanzó una amenaza
en dirección a Austria. El 4 de febrero, sin previo aviso, Hitler ordenó
aVon Papen, su embajador extraordinario, al que se tenía por modera-
do, que regresara de Viena, lo que el canciller federal austríaco, Kurt von
Schuschnigg, entendió con razón como un síntoma de la orientación
hostil recrudecida con respecto a Austria. Por eso declaró su disposi-
ción a reunirse en un «encuentro extraoficial» con Hitler, que tuvo lugar
el 12 de febrero en el Obersalzberg, donde Hitler puso en juego todos
los registros de la táctica de intimidación. Durante la entrevista hizo que
alardearan en la antesala sus dos «generales de apariencia más brutal»,
los futuros generales mariscales de campo Von Reichenau y Sperrle. 205
Nada más comenzar la «conversación», Hitler emprendió el atronador
ataque: «Y le digo, señor Schuschnigg, que estoy firmemente decidido
a terminar con todo esto. El Reich alemán es una gran potencia y nun-
ca querrá que nadie se entrometa cuando ponga orden en sus fronte-
ras».206 A éste siguió un segundo monólogo de Hitler, a cuyo término
declaró categóricamente que si no se satisfacían inmediatamente todas
sus exigencias, resolvería el problema por la fuerza.
432 Goebbels

A Schuschnigg, completamente consternado, intentó consolarle Papen


en el viaje de regreso a Viena con estas palabras: «Sí, así puede ser el
Führer, ahora lo ha experimentado por sí mismo. Pero cuando venga
la próxima vez, se hablarán con mucha más facilidad. El Führer puede
ser francamente encantador».207 Pero eso era lo que Hitler menos estaba
pensando. De vuelta en Berlín, deliberó «en presencia de Goebbels y
Canaris», el jefe de defensa, qué clase de noticias se debían «lanzar»
para aumentar la presión sobre Austria. En cualquier caso, en ellas había
que dejar claro que se habían tomado «medidas de movilización».208
En un principio, todo parecía transcurrir según los planes. El 16
de febrero Schuschnigg dio a conocer una reorganización del gabi-
nete. Como deseaba Hitler, se había designado a dos nacionalsocia-
listas: Artur Seyss-Inquart en la posición clave de ministro federal de
Interior y Seguridad y Edmund von Glaise-Horstenau como minis-
tro sin cartera. Sin embargo, cuando la tarde del 9 de marzo Hitler se
percató de que Schuschnigg quería hacerle frente y de que había con-
vocado un plebiscito por separado para «una Austria libre y germana,
independiente y social, cristiana y unida»,209 el 10 de marzo ordenó
—Goebbels dice haber visto en su rostro «una cólera divina y una
santa indignación»—210 la movilización parcial en Baviera. En las pri-
meras horas de la madrugada del 11 de marzo se dio la «orden para la
acción armada contra Austria»,211 que se puso en marcha bajo el nom-
bre de «Otto».
En la mañana del 11 de marzo, Hitler saludó al embajador extraor-
dinario Von Papen —llegaba para asistir a una deliberación en la can-
cillería del Reich en la que también participaban Goebbels, Góring,
Von Neurath, así como algunos militares y secretarios de Estado— con
las palabras de que la situación en Austria se había vuelto insostenible.
Schuschnigg traicionaba la idea alemana; él no podía aceptar ese «ple-
biscito forzoso». O se suspendía el plebiscito o el gobierno tenía que
dimitir. La «fuerte agitación»212 de Hitler, tal como la percibió Von Papen,
era debida a que esperaba con impaciencia los resultados del gran núme-
ro de negociadores —entre ellos Hess, Himmler, Heydrich, Bürckel y
Daluege— que ese día había hecho salir en masa hacia Viena. Lo que
¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! 433

sin embargo siguió fue un sinnúmero de malentendidos, órdenes y con-


traórdenes de Hitler, que denotaban la gran inseguridad del Führer
durante esta primera gran operación expansionista. Una imagen muy
distinta de Hitler proyectó Goebbels en su propaganda: pese a la «ten-
sión extenuante» demostró «en todas las fases de los acontecimientos el
máximo dominio táctico y estratégico de los medios y métodos de un
proceso político ponderado y concebido sistemáticamente». 213
En realidad fue el frío Góring quien finalmente tomó la iniciativa.
Con la ayuda de su «oficina de investigación» había controlado las cosas
desde Berlín durante todo el día. Después de impulsar enérgicamente
al vacilante Hitler a seguir adelante, exigió por orden suya a modo de
ultimátum la dimisión de Schuschnigg y el nombramiento del nacio-
nalsocialista Seyss-Inquart como canciller federal, a quien Góring le
dictó de inmediato el telegrama en el que se pedía la ayuda alemana:
«El gobierno austríaco provisional, que tras la dimisión del gobierno de
Schuschnigg considera su principal tarea restablecer la paz y el orden
en Austria, dirige al gobierno alemán la petición perentoria de apoyarle
y ayudarle en su misión de evitar el derramamiento de sangre. Para este
propósito solicita al gobierno alemán el envío de tropas alemanas lo
más pronto posible».214
Cuando, ya entrada la noche del 11 de marzo, el yerno del rey ita
liano, el príncipe Philipp de Hesse, que había sido delegado a Roma, le
comunicó por teléfono a Hitler la conformidad de Mussolini, el «gol
pe» había triunfado. Alrededor de medianoche, tras encargar que se le
dijera a Mussolini que «nunca lo olvidaría», recibió las primeras felici
taciones. Entre los portadores estaban el ministro de Propaganda y el
comandante en jefe del arma aérea. Procedentes del banquete en la
«Casa de los aviadores», «Goebbels en frac y Góring en uniforme de
gala entraron apresuradamente»215 en la cancillería del Reich y desapa
recieron en la planta superior, en el despacho de Hitler, donde en la
«hora de la salvación» escucharon con lágrimas de emoción la canción
de Horst Wessel retransmitida por primera vez por la radio vienesa, tal
como poco después describió Goebbels la escena al público con gran,
patetismo a través de los receptores de radio.216
434 Goebbels

Apenas veinticuatro horas después, al toque de las campanas Hitler


atravesó el Inn, y por tanto la frontera, en su ciudad natal de Braunau.
Después de viajar cuatro horas en coche a través de las carreteras flan-
queadas por gentes que le vitoreaban, llegó a Linz, donde le esperaban
Seyss-Inquart y Himmler. Por la tarde, desde el balcón del ayuntamiento,
Hitler evocó la Providencia que «en su día le llamó fuera de esta ciu -
dad para gobernar el Reich». Bajo la impresión del júbilo por la unifi -
cación y de la persistente impotencia del extranjero, firmó en el hotel
Weinzinger de Linz, ya caída la noche del 13 de marzo, la improvisada
«ley sobre la reunificación de Austria con el Reich alemán».
Antes de partir desde Berlín el día anterior, había dictado una lar-
ga proclama al pueblo alemán, a la que Goebbels dio lectura en la radio
a las doce del mediodía según lo acordado: «Desde esta mañana mar -
chan a través de todas las fronteras de la Austria germana los soldados
de la Wehrmacht alemana. Tropas blindadas, divisiones de infantería y
las unidades de las SS por tierra, y la aviación alemana en el cielo azul,
llamadas por el nuevo gobierno nacionalsocialista deViena, serán el
garante de que ahora por fin se le ofrezca al pueblo austriaco en el más
breve plazo la posibilidad de conformar su futuro y, por ende, su des-
tino a través de un verdadero plebiscito (...).El mundo (...) debe con-
vencerse de que el pueblo alemán de Austria vive en estos días momen-
tos de la más gloriosa alegría y emoción.Ve en los hermanos que han
venido a ayudarle a los salvadores que lo sacarán de la más profunda
penuria».217
La entrada de Hitler en Viena la siguió Goebbels en la casa deVeit
Harían y de su segunda mujer, la actriz de teatro Hilde Kórber, que era
íntima amiga de Lida Baarova. Como tan a menudo en estas semanas,
Goebbels se había presentado también el 14 de marzo, ya entrada la tar-
de, en este secreto lugar de reunión. Juntos estaban allí sentados, pen-
dientes de la radio, 218 cuando Hitler llegó a través de Schonbrunn a la
capital austríaca entre gritos de alegría y toque de campanas. A las sie te
de la tarde pronunció un breve discurso ante una multitud entusias -
mada delante del hotel Imperial en el Ring: «Pase lo que pase, al Reich
alemán, tal como está hoy en día, ya nadie lo podrá destruir, ya nadie
¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! 435

lo podrá romper (...). Esto dicen con fe todas las personas alemanas,
desde Kónigsberg hasta Colonia, desde Hamburgo hasta Viena». 219
La radio de Goebbels también estaba presente cuando al día siguien-
te Hitler gritó desde un balcón del palacio imperial de Hofburg a la
Heldenplatz [Plaza de los Héroes]: «Como Führer y canciller de la nación
alemana y del Reich anuncio ahora a la historia la entrada de mi patria
en el Reich alemán».220 Para la «vuelta a casa del victorioso general»,
como se llamaba a Hitler en el Volkischer Beobachter, Goebbels había
acudido al aeropuerto de Tempelhof. El viaje desde allí a la cancillería
del Reich se asemejó de nuevo a una marcha triunfal. Casi una hora
duró el camino, bajo el toque de las campanas, entre los vítores de la
gente, hasta la cancillería del Reich. 221
Antes de que el Ministerio de Propaganda emprendiera las tareas
que le correspondían con la «anexión» de Austria, además de la prepa-
ración y organización del plebiscito y de las elecciones parlamentarias
para el 10 de abril, 222 Goebbels acometió a principios de ese mes algunas
innovaciones organizativas. Para entonces, el número de colaboradores
crecía continuamente hacia la marca ideal de un millar fijada por él,
aunque el deseo de Goebbels era dirigir, más que administrar, un
aparato de funcionarios lo más pequeño posible, pero con empleados
bien remunerados. 223 En la prensa señaló que los cambios no respondían
al habitual «reajuste de funcionarios», sino que por el contrario
significaban una «nueva organización disciplinada y bien ponderada»,
es decir, una «concentración de fuerzas». Una de estas medidas afectó a
la sección de prensa dirigida por Dietrich, que ahora se dividió en dos
departamentos principales. Como jefe del departamento de prensa nacio-
nal Goebbels nombró a Alfred-Ingemar Berndt, que desde abril de 1936
había estado al frente de todo el departamento de prensa y que era un
enemigo declarado de Dietrich, contra el cual intrigaba a menudo; algo
parecido se aplicaba a Karl Bómer, a quien se confió el departamento
de prensa extranjera, con relación al Ministerio de Exteriores de Rib-
bentrop. Además, al sector de la propaganda, del que ahora se hizo car-
go Leopold Gutterer, se añadió una sección general (departamento II A)
que, liderada por Hans Hinkel, ahora tenía oficialmente la misión de
436 Goebbeh

«supervisar la actividad cultural de los no arios en el territorio del Reich»,


cosa que se llevaba realizando desde 1935.
Puesto que ahora Austria también pertenecía al territorio del Reich,
Goebbels extendió inmediatamente su base de poder también hacia allí
y creó una oficina de propaganda del Reich enViena, que según los
deseos de Hitler debía ser eliminada como centro político.224 El edificio
se le había confiscado a un emigrante judío y, según las instrucciones
de Goebbels, tenía que ser «desinfectado primero»225 antes de que se
instalaran en él los propagandistas nacionalsocialistas.Aunque el «mar-
gen» definitivo para «proceder con verdadera energía»226 se lo dio la
entrada en vigor de la ley de cámaras de prensa y cultura el 21 de junio,
por de pronto inundó el país otra ola de adoctrinamiento de masas antes
del plebiscito. El núcleo lo constituyó la «gira» del Führer por el «Gran
Reich Alemán», que se realizó según el modelo ya probado y que le
llevó, a menudo en compañía de Goebbels, desde Kónigsberg, pasan-
do por Leipzig, Berlín, Hamburgo, Colonia, Frankfurt, Stuttgart y Munich
hacia Graz, Klagenfurt, Innsbruck, Salzburgo y Linz, la penúltima esta-
ción. Para la radio Hitler había ordenado que se hiciera un resumen de
sus discursos en grupos de emisiones aislados. Temía con razón sobre-
cargar tanto a los oyentes que se corriera el peligro de no poder «movi-
lizar a la audiencia alemana para el enorme y ostentoso mitin final de
la campaña electoral, durante el cual hablaría el Führer enViena, en la
medida» en que era deseable desde su punto de vista.227
El «día del Gran Reich Alemán», que Goebbels proclamó desde el
balcón del ayuntamiento vienes al mediodía del 9 de abril, antes del
aullido de las sirenas y del parón de los transportes previsto por la orga-
nización en todo el Reich, terminó y culminó en un gran mitin en la
estación del noroeste. Al igual que en el caso de los millones de oyen-
tes en el Reich, la opinión de las 20.000 personas que allí esperaban era
preparada por el reportaje del ministro de Propaganda radiado desde el
hotel Imperial. Goebbels celebró a Hitler, que acababa de salir hacia el
mitin, como el gran superador de la discordia alemana. Describió la
nación como una unidad política —«¿Dónde se vio nunca a 75 millo-
nes de personas reunidas en torno a un hombre?»—, luego atacó a la
¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! 437

«época del sistema» y a los «viejos partidos», que prometieron mucho y


no cumplieron nada, para a continuación afirmar acerca del plebiscito
del 10 de abril: «No se trata de unas elecciones más en el sentido coti-
diano, porque los alemanes de todo el país no tienen elección ante la
pregunta que se les plantea. La voz del pueblo ya se ha manifestado.Y
si la voz del pueblo es la voz de Dios, entonces mañana nosotros los
alemanes comparecemos ante un tribunal divino para decir sí. Así ha
llegado por fin la liberación de los interminables suplicios del pueblo
alemán en Austria».228
Tras el discurso de Goebbels continuó el ritual festivo puesto en
escena por él, que ya tenía gran experiencia, con los acordes de órga-
no y la sinfonía coral de Beethoven Los cielos cantan, antes de que se
enarbolaran los estandartes y las banderas de asalto al son de la marcha
de entrada del Tannháuser wagneriano, se entonaran los himnos nacio-
nales y finalmente apareciera Hitler ante la multitud. A su discurso y a
su llamamiento final siguió la oración nacional de petición y agradeci-
miento. Como en las demás grandes «festividades de la nación», sona-
ron en todo el Reich las campanas de las iglesias, en los lugares altos
ardían las hogueras en señal de regocijo. Al día siguiente, en la última
consulta popular del Tercer Reich, a la pregunta: «¿Estás de acuerdo con
la reunificación de Austria con el Reich alemán efectuada el 13 de mar-
zo de 1938 y votas a favor de la lista de nuestro Führer Adolf Hitler?»
respondieron afirmativamente el 99,08 por ciento de los electores en
Alemania y el 99,75 por ciento en Austria.229
Hitler, guiado por la Providencia —así lo hizo creer Goebbels—
había llevado una vez más las cosas a buen término. Con gran vehe-
mencia pronunció su discurso la víspera de su cuarenta y nueve cum-
pleaños, que celebró como una «oración nacional (...) llena de hondo
sentimiento, llena de esperanza, fe y orgullo nacional». En nombre del
pueblo alemán agradeció al Führer por haber hecho —por medio de
su «profunda vinculación al sentimiento y al pensamiento nacional, que
tiene su origen en el instinto político»— de la «hora del mayor peli-
gro» la hora de su «mayor triunfo», y del «pueblo más desdichado, al que
iluminaba el sol de Dios (...) el más feliz del gran globo terráqueo».230
438 Goebbels

En efecto, la gran mayoría de los alemanes veneraba para enton-


ces a este Führer. Se le atribuían todas las cualidades de un super-
hombre, pues vivía «semejante a un dios» en un «espacio vital» de-
sierto, «solitario, que nada ni nadie podía franquear», destinado
exclusivamente para él y en el que nadie, ni siquiera las mujeres, pare-
cía poder entrar. Por consiguiente, eran ellas sobre todo las que le
idolatraban, las que se embelesaban cuando le veían en persona, las
que incluso en las esquinas de sus casas habían convertido la «hor-
nacina de Dios» en un «rincón del Führer» con fotos y flores. Este
culto al Führer se reflejaba en las cartas y regalos de los admiradores,
que llegaban diariamente por miles al despacho privado de Hitler.
El capitán general Ludwig Beck pensaba que merecía la pena con-
servarlos en un «museo de la adoración alemana».231 Para la mayoría de
los alemanes, Hitler, a modo de sustitución de Dios, estaba por
encima de las cosas de la cotidiana vida terrenal. Fuera lo que fuere
lo que les aterrorizara del Reich, la injusticia y el mal que sucedie-
ran, él estaba demasiado alto, demasiado excelso, como para que pudie-
ran tener relación con él. Los responsables siempre eran los demás.
Incluso el capitán general Fritsch, tan indignamente destituido, resu-
mió: «Sobre el Führer no se puede decir nada malo, pero todo lo que
está por debajo de él es horrible».232
Para la tarde del cumpleaños de Hitler, el hombre que había creado
ese mito preparó el estreno solemne de la primera parte de la película
sobre las olimpiadas Fiesta de los pueblos, de Leni Riefenstahl, en el Pala-
cio de la Ufa situado junto al zoo de Berlín. Estaba pensado al mismo
tiempo como un homenaje a la directora cinematográfica y como un
particular placer para Hitler. Goebbels había alabado sobremanera los
fragmentos de la película que le enseñaron por primera vez en noviem-
bre de 1937: «Incomparablemente buena. Con una fotografía y una
representación magníficas. Un gran trabajo. En algunas partes profun-
damente conmovedora. Leni vale mucho. Estoy entusiasmado».233 En
cuanto tuvo ocasión se lo comunicó a Hitler, quien asimismo se mos-
tró muy satisfecho con el trabajo de su directora favorita.234 El 1 de
mayo, durante la asamblea festiva anual de la Cámara de Cultura del
¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! 439

Reich, en presencia de su presidente Goebbels, le entregó el Premio


Nacional de Cinematografía. 235
Al día siguiente, el ministro de Propaganda partió con la gran comi -
tiva de Hitler con destino a Italia para una visita de una semana. En ella
también estaban Ribbentrop, Frank, Lammers, Keitel, Himmler, Bouh-
ler, Amann, el doctor Dietrich, el teniente general Von Stülpnagel, el
contralmirante Schniewind, Sepp Dietrich y el general de división
Bodenschatz. En la Anhalter Bahnhof éstos subieron al tren especial que
tenían preparado, mientras que Góring se quedó en Berlín como repre -
sentante de Hitler. Cerca de la iglesia romana de San Pablo Extramuros,
la delegación fue recibida por el rey Víctor Manuel III en una estación
de ferrocarril especial, construida expresamente para la visita de Alema-
nia. Los días en la Ciudad Eterna, que estaba decorada con banderas,
haces de lictores y esvásticas, transcurrieron entre recepciones, visitas y
consultas, durante las cuales Hitler creyó oír que Italia le iba a dar vía
libre con respecto a Checoslovaquia. Desde Roma el séquito se dirigió
hacia Ñapóles, donde se presentó a los visitantes alemanes la marina de
guerra italiana, el orgullo del Duce, la cual daba «una contundente ima-
gen de fuerza», pese a que más tarde fracasaría estrepitosamente. Cuan -
do el buque insignia Conti de Cavour, desde donde el rey italiano y Mus-
solini habían seguido junto con Hitler el desfile de barcos en el golfo de
Napóles, entró de nuevo en el puerto la tarde del 5 de mayo, le llegó a
Goebbels por radiotelegrafía la noticia de que en Berlín su esposa Mag-
da acababa de traer al mundo a su quinto hijo, la niña Hedda. 236
En esta época Goebbels acariciaba la idea de obligar a Magda a que
consintiera su relación con Lida Baarova. Hacía mucho que él no la
ocultaba, sino que incluso en algunos actos oficiales ya se mostraba sin
inhibiciones ante la opinión pública berlinesa en compañía de la actriz.
Ya fuera en el estreno de su película El murciélago en el Capítol, cuyo
éxito se mojó a continuación en el club de artistas, 237 o durante una
visita al teatro de la Saarlandstrasse, donde Lida Baarova compartía esce-
nario con Rene Deltgen, 238 Goebbels siempre presentaba, no sin orgu-
llo, a su conquista. Incluso en el estreno de la película olímpica de Leni
Riefenstahl, al que acudieron casi al completo las personalidades par-
440 Goebbels

das, apareció con Lida Baarova.239 Ya en diciembre de 1937 Goebbels se


había salido de la mansión de Schwanenwerder y se había alojado en la
casa de los caballeros del jardín para no ser «molestado». Sin embar go,
la mayor parte del tiempo que compartía con Lida Baarova la pasaba en
Lanke am Bogensee. Se desplazaban hasta la idílica casa de troncos,
situada en medio de un bosque al norte de Berlín, cuando él, para
olvidar las frecuentes «broncas» por las «escenas de celos» de Magda, se
daba «para relajarse» un «pequeño paseo» al caer la tarde, ahora cada vez
con más asiduidad. Las horas de la tarde, y pronto también las noches,
al lado de la joven actriz, apartado de la gran política, le permitían eva -
dirse de la permanente pose, despertaban viejos esquemas racionales.
Cuando se le presentaba el panorama de los valores éticos y morales,
se refugiaba aún con más resolución en su ilimitado antisemitismo. Para
ello habría múltiples oportunidades en el año 1938, pues su Füh-rer se
había decidido, siguiendo los apremiantes consejos del ministro de
Propaganda, a disminuir el sector de población judía con la corres-
pondiente presión para que emigrara, y a excluir a los judíos de la vida
económica alemana. El 26 de abril de 1938 se promulgó una ordenan -
za para el registro de los patrimonios judíos que superaran los 5.000
marcos del Reich.Tras examinar las listas, que se elaboraron en las dele-
gaciones de hacienda y en las comisarías de policía locales, Goebbels
llegó a la conclusión de que había «muchos ricos y multimillonarios
entre ellos» y de que «la compasión aquí estaría fuera de lugar». 240 Este
registro y la tercera ordenanza de la ley de ciudadanía del Reich del 14
de junio de 1938, que preveía la señalización y la inscripción de empre -
sas industriales judías, crearon las bases para futuros planes estatales que
Goebbels anunció dentro de ese mismo mes. «Se procuraría a través de
medidas legales» acabar en breve con la influencia judía también en la
economía.241
Al mismo tiempo se produjo una oleada de detenciones y terroris-
mo en el Reich. Se había retrasado repetidas veces en atención a los
acontecimientos de la política interior. Esta acción —«la policía actúa
con aspecto legal, el partido finge ser un espectador», decía la orden de
Goebbels—242 estaba dirigida a los llamados judíos con antecedentes
¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! 441

penales, que habían sido clasificados como «vagos» y «asociales». Las


declaraciones de Goebbels del 3 de junio pusieron de manifiesto que
se trataba más bien de los judíos en general. Al conde Helldorf, con el
que organizó y desarrolló la acción en la capital del Reich, le dijo Goeb-
bels que su objetivo era la «expulsión de los judíos de Berlín.Y sin sen-
timentalismos».243 El 10 de junio Goebbels instigó a 300 oficiales de
policía, metiéndoles en la cabeza su odio con machaconería: «La ley no
es la consigna, sino una cortapisa». Abandonó el acto con el convenci-
miento de que la policía le ayudaría en ese asunto. 244 Lleno de satisfac-
ción observó: «Ahora Helldorf procede radicalmente en la cuestión
judía. El partido le ayuda. Muchas detenciones (...). La policía ha enten-
dido mis instrucciones. Limpiaremos Berlín de judíos. Ahora ya no voy
a ceder. Nuestro camino es el correcto».245
Al mismo objetivo sirvió su discurso pronunciado en la fiesta del
solsticio de la capital del Reich el 21 de junio en el estadio olímpico,
que aprovechó asimismo para crear una «polémica sin miramientos con
el judaismo».246 «¿No es francamente indignante —pregonó— y no le
pone a uno la cara roja de rabia el pensar que en los últimos meses han
inmigrado a Berlín nada menos que 3.000 judíos? Que se vayan al lugar
de donde han venido, que no nos sigan importunando». Goebbels les
«aconsejó» que abandonaran Berlín lo antes posible, y advirtió que cuan-
do el nacionalsocialismo hubiera conseguido hacer de esta capital euro-
pea, en su día la segunda más roja después de Moscú, «una ciudad ver-
daderamente alemana», tendría sin duda el derecho de hacer que no se
volvieran a perder en el futuro los resultados de esta lucha: «No hemos
estado luchando en Berlín durante siete años contra el judaismo inter-
nacional para que ahora se extienda en el Berlín nacionalsocialista casi
más que antes. Tenemos que protestar de la manera más enérgica con-
tra esta actitud provocadora del judaismo internacional en Berlín».247
Esta rígida manera de proceder se topó con protestas. La prensa
extranjera «estaba furiosa» por los pogromos antisemitas en Berlín. A
Goebbels esto apenas le irritó; hizo una «declaración tranquilizadora»
y ordenó al mismo tiempo que se siguiera con el rumbo marcado. 248
Más problemas le iban a dar pronto los críticos dentro del partido. Su
442 Goebbels

antiguo secretario de Estado, el actual ministro de Economía, Funk,


intervino y planteó si «todo eso no se podía hacer de manera legal».
«Pero se tarda tanto», anotó Goebbels tan enojado como afligido.249
También reaccionó con preocupación el ministro de Exteriores Von
Ribbentrop, con el que Goebbels se reunió en el hotel Kaiserhof para
una entrevista acerca de la situación de la política exterior. Para aplacar
el «miedo» de Ribbentrop, Goebbels le prometió que «procedería de
una manera un poco más suave», pero por principio no se apartó ni un
milímetro de su deseo de «depurar» Berlín.250
La responsabilidad de que la «cuestión judía» se «complicara mucho»
en Berlín, donde se habían producido incluso pillajes 251 a causa de la
resistencia que se creó —es posible que Hitler echara un poco el fre-
no—, Goebbels se la imputó sin más a Helldorf. Éste había cambiado
sus órdenes «justo por lo contrario». Por «iniciativa» de Helldorf había
«pintarrajeado el partido los negocios judíos». Cuando ahora Goebbels
fingía en su diario que «estaba reprimiendo los disturbios» junto con
Góring, se trataba a fin de cuentas de una pausa forzosa que no cam-
biaba nada en su propósito de perseguir a los judíos «hasta el último
peldaño del patíbulo».252 Aunque hizo saber a las «autoridades compe-
tentes del partido», como mera fórmula, que se pondría coto a «todas
las actuaciones ilegales», los judíos tenían que «seguir depurando ellos
mismos sus negocios (.. .).Y además esta especie de justicia popular tam-
bién ha tenido sus ventajas. Se ha espantado a los judíos y ahora segu-
ramente se cuidarán de considerar Berlín su Eldorado».253
Hitler defendía la misma opinión. A finales de julio, durante una
conferencia al margen del festival wagneriano de Bayreuth, aprobó la
manera de proceder de Goebbels. Lo que la prensa extranjera escribie-
ra «no tenía ninguna importancia». Además, lo «esencial» seguía siendo
que los judíos se vieran «forzados a abandonar» Alemania, pensaba
Hitler.254 Ahora siguieron más medidas contra los ciudadanos judíos,
una tras otra. En agosto se les retiró la licencia a los médicos judíos. 255
Desde mediados de mes, «para una mejor identificación», los judíos tenían
que llevar un nombre forzoso —Sara para las mujeres, Israel para los
hombres— que no sólo se registró en el pasaporte, sino que también
¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! 443

debía aparecer en los letreros de consultorios médicos o bufetes de abo-


gados. A Goebbels esto le debió gustar mucho, pero también le decep-
cionaría en el mismo grado la declaración de Hitler de que la «expul-
sión» de los judíos había de producirse en un plazo de diez años; mientras
tanto debían seguir sirviendo a Hitler «como garantía en mano».256
Goebbels no tenía reparos en enriquecerse a costa de los judíos. El
antiguo redactor jefe del Angriffy actual primer alcalde de la capital del
Reich, Lippert, forzó en nombre de la ciudad de Berlín a Samuel
Goldschmidt, propietario de un terreno arbolado de 9.600 metros cua-
drados, situado junto al lago en la Inselstrasse 12/14 de Schwanenwer-
der, a que dirigiera una oferta de venta por el precio irrisorio de 117.500
marcos del Reich «a la capital de Berlín o a un tercero señalado por la
ciudad para la cesión de la propiedad».257 El director de la casa banca-ria
Goldschmidt-Rothschild tuvo que resignarse y vender su propiedad,
que lindaba con la finca de Goebbels. El 30 de marzo de 1938 se
firmó el contrato de compraventa entre Goldschmidt y la «capital del
Reich, Berlín», después de lo cual Lippert comunicó al notario Otto
Kamecke —el abogado defensor de Goebbels en la «época de lucha»—
que el «concesionario del terreno» era «el ministro del Reich doctor
Joseph Goebbels».258
Mientras tanto, Hitler estaba ocupado con la próxima etapa de su
plan expansionista, el desmantelamiento de Checoslovaquia.Ya en agos-
to de 1937 le había comentado a Goebbels que Checoslovaquia no era
«ningún Estado». Un día sería «arrollada».259 Tras la vuelta de Roma
impulsó las cosas en este sentido. Cuando el gobierno checo ordenó la
movilización parcial, Inglaterra y Francia aprobaron enérgicamente el
paso, señalando, con el apoyo de la Unión Soviética, sus obligaciones
de asistencia. Como consecuencia, un encolerizado Hitler se vio obli-
gado a interrumpir los preparativos, pero el 30 de mayo de 1938 dio a
sus tropas una nueva orden secreta para la destrucción de Checoslova-
quia. «Este Estado de mierda», dijo Hitler a Goebbels, tiene que de-
saparecer, «cuanto antes mejor».260
El 2 de junio explicó a su ministro de Propaganda el proyecto exac-
to. Goebbels se quedó impresionado de que Hitler ya hubiera «resüel—
444 Goebbels

to mentalmente» esta cuestión y de que ya tuviera distribuidos «los


nuevos distritos».261 Inmediatamente levantó la prohibición que impe-
día a la prensa adoptar una postura crítica respecto a Checoslovaquia.
En cambio, ahora se daban instrucciones a diario para que se dedica-
ra atención a la política de ese país de orientación «antialemana». Noti-
cias sobre incidentes actuales e informes sobre la opresión y la priva-
ción de derechos a que se veían sometidos los alemanes de los Sudetes
debían surtir, con una presentación sensacional, un efecto intimidato-
rio sobre el enemigo. Este trabajo de «alarmismo periodístico» a gran
escala262 se lo había encomendado Goebbels a Berndt, después de que
Hitler «le cantara las cuarenta» al jefe de prensa del Reich, Dietrich,
«porque no se habían destacado ostentosamente los incidentes en Che-
quia». Fiel a la máxima goebbeliana de «instigar y dar golpes una y otra
vez», de no dar tregua hasta reventar,263 Berndt pasaba «en aquella época
noches enteras entre mapas oficiales, directorios y registros de nombres
y fabricaba noticias difamatorias desde los Sudetes».264 No sólo
exageraba hechos insignificantes, sino que a veces vendía aconteci-
mientos pasados como si acabaran de suceder.265 Un ejemplo de sus
métodos, tan claro como sugestivo, lo dio Berndt durante una confe-
rencia de prensa, cuando «con los ojos cerrados puso el dedo sobre el
mapa de los Sudetes para luego localizar entre risas las noticias sobre
atrocidades inventadas en el lugar que había señalado». 266 El propio
Goebbels aportó «un mapa de 1919 en el que los checos reclamaban
para sí aproximadamente media Alemania». Quería publicarlo «cuan-
do hubiera una buena ocasión».267
Mientras que el gobierno checo reaccionaba con consternación a
semejantes prácticas, Goebbels tampoco parecía estar contento con el
agravamiento de la crisis que se provocó de esa manera. En conversa-
ciones con su antiguo secretario de Estado Funk, 268 su más íntimo con-
fidente Hanke y Werner Naumann —éste le había llamado la atención
a Goebbels cuando era jefe del departamento de propaganda de Bres-
lavia y organizador del «festival lírico» de Breslavia en el año 1937, de
manera que le incluyó en su ministerio—,269 el agitador Goebbels expresó
a veces durante estas semanas desconcierto y preocupación ante las
¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! 445

perspectivas bélicas.270 Goebbels, que examinaba detenidamente los


informes de opinión de las oficinas de propaganda del Reich y del Ser-
vicio de Seguridad, creía percibir en Alemania un «ambiente apático»
que no tenía nada en común con el entusiasmo y el júbilo de agosto
de 1914.271 Antes bien, reinaba una «seria inquietud» por la situación,
todo apuntaba a la guerra —observaba—,272 Parte de la culpa se la atri-
buyó, con una indirecta a Dietrich, a la prensa, que por una parte pro-
vocaba «a la larga un pánico generalizado» entre la población con los
continuos ataques a Praga273 y, por otra, había «mellado» antes de tiempo
«la afilada arma de la ofensiva».274 No se podía «mantener abierta una
crisis durante meses», algo así cansaba a la opinión pública.275
Sin embargo, la intranquilidad de que fue presa, los restos de una
realista capacidad de discernimiento, Goebbels fue capaz de eliminar-
los enseguida de su conciencia, pues se decía que Hitler sabía perfec-
tamente lo que quería y siempre había utilizado y «aprovechado el
momento adecuado».276 En presencia de Hitler, él también opinaba que
una vez más Inglaterra no intervendría en caso de conflicto, sobre todo
porque su Führer le había dejado entrever que se concluirían pronto
las fortificaciones que harían a Alemania «inexpugnable» en el oeste. 277
En Goebbels, quien pensaba que la apreciación de aquél era «siempre
únicamente una cuestión de presentimiento»,278 la cercanía de Hitler
seguía surtiendo el efecto de un analgésico.
Goebbels cobró fuerza y seguridad en un viaje que realizó por la
Austria alemana en la segunda mitad de julio, durante el cual visitó
Leonding bei Linz, donde había crecido su Führer. En el cementerio
del pueblo, ante la tumba de los padres de Hitler, se apoderó de él «la
estremecedora impresión de que aquí descansan los padres de un genio
histórico muy importante». Permaneció largo rato junto a las tumbas,279
hasta que se le enseñó la casa de los padres, situada enfrente del cemen-
terio. Como si quisiera explicar así su estrecha unión con el Führer,
la percibió como un reflejo de su propia casa paterna. Era «muy peque-
ña y sencilla», escribió. «Me llevan a la habitación que era su reino.
Pequeña y humilde. Aquí ha forjado planes y soñado con el futuro».
Para terminar pasó cojeando por el jardín y se imaginó de inmediato
446 Goebbels

cómo aquí «el pequeño Adolf cogía por las noches manzanas y peras».
Por lo que le contaron los compañeros de colegio de Hitler, se enteró
de que, cuando era joven, era «siempre el cabecilla», de que hablaba a
sus amigos de la historia y era para ellos un «buen camarada». Como en
su casa, la madre de Hitler también era «cariñosa y bondadosa», su padre
«huraño, taciturno y severo». «Feliz» de estar allí, porque al parecer esa
procedencia y el «martirio» que Hitler había tenido que soportar al igual
que él en los primeros años —«perseguido, maltratado y detenido por
los esbirros del régimen de los Habsburgo»— los había destinado a los
dos a algo más grande, volvió a pasar al final por todas las habitaciones
e inhaló «profundamente el aire de esta casa». 280
De vuelta en Berlín, se agravó la situación entre él y su esposa Mag-
da.Antes de viajar a Austria había pasado —según él— las mejores vaca-
ciones de su vida en compañía de Lida Baarova en Lanke, 281 adonde
para entonces había trasladado su cuartel permanente. No fue hasta
principios de agosto cuando le reveló a Magda la verdadera dimensión
de su relación con la actriz. «Contento de que hubiera llegado el momen -
to»,282 resultó sintomático que no hablara directamente con ella, sino
que enviara por delante a Lida Baarova, quien, de mujer a mujer, debía
preparar a Magda para el propósito de Goebbels de llevar en el futuro
un matrimonio de tres. 283
Sólo después del tanteo de su amante, los esposos mantuvieron al
día siguiente una «larga discusión», después de la cual Goebbels tuvo la
impresión de que «no había quedado todo arreglado, pero sí muchas
cosas claras».284 Al parecer Magda se había mostrado dispuesta a aceptar
las propuestas de su marido. Sin embargo, durante dos fines de semana
que pasaron juntos, Goebbels la provocó de tal manera —en pre -
sencia suya y de sus invitados anduvo pavoneándose con Lida Baarova
en el yate y por la tarde proyectó sus películas en el cine privado— 285
que a Magda se le acabó la paciencia. El 15 de agosto de 1938 dio un
paso que Goebbels nunca se habría imaginado. Se dirigió a Hitler con
el objeto de poner fin a la situación, que se había vuelto insoportable
para ella. El Führer reaccionó «con profunda conmoción», pero, des-
pués del escándalo de Blomberg en febrero, temía otro affaire y le pro-
¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! 447

hibió el divorcio que ella exigía, a sabiendas de que hacía esto «a costa
de su propia reputación».286
Hitler hizo llamar a Goebbels en el acto y, durante «una entrevista
muy larga y seria», le recordó sus obligaciones y le ordenó categórica -
mente la inmediata separación de Lida Baarova. Con el fin de presio -
narle más, vinculó la carrera política de Goebbels a la existencia futu -
ra del matrimonio con Magda, a la que dejó la última decisión de si
accedía o no. Hitler, que sin embargo no quería perder a su más hábil
propagandista antes del esperado conflicto militar con Checoslovaquia,
jugó primero contra el reloj y ordenó «una tregua hasta finales de sep -
tiembre».287 Goebbels reaccionó con una «profundísima» conmoción y
«absoluto estupor», pero tomó de inmediato una decisión «muy difícil»
y «definitiva»: «El deber está por encima de todo. A él hay que obede -
cer en los momentos más difíciles. Fuera de él todo es variable y tam -
baleante. Así que me someteré a él. Del todo y sin queja». 288 Tarde, por la
noche, mantuvo una última «conversación telefónica, muy larga y
muy triste», con Lida Baarova. «Pero sigo siendo duro, aunque el cora -
zón amenace con rompérseme.Y ahora comienza una nueva vida. Una
vida dura, cruel, consagrada al deber. Ya se ha acabado la juventud». 289
Los días siguientes los pasó Goebbels con «cambios de impresiones»,
alternativamente con Hitler 290 y con Magda. No hay ninguna referencia
a que él tramitara realmente en serio la separación de ella. 291 Las notas
de su diario apuntan lo contrario. Esperaba que Magda se decidiera
positivamente a continuar con el matrimonio después de la fase de
tregua convenida: «Hasta entonces pueden cambiar muchas cosas, por
las buenas o por las malas. Esperemos que sólo por las buenas. Hay que
echar tierra a todo el asunto.Y dejar pasar el tiempo, que como es
sabido todo lo cura». 292 Pero, mientras que Hitler se comportó con él
«como un padre»,293 sufrió por parte de Magda «una extraordinaria mor-
tificación». 294 Una y otra vez se quejaba de lo «dura y cruel» que era
Magda con él. 295 Él mismo atravesó —como escribió lleno de auto-
compasión— la etapa más difícil de su vida. Su corazón estaba «herido
de muerte», sólo dormía «con fuertes medicamentos» y no comía nada
durante días. 296 Aparte de Hitler, sólo encontró apoyo en su madre y
448 Goebbels

en su hermana María, con las que pasaba largas tardes en busca de con-
sejo.297
Para Lida Baarova, la separación de Goebbels significó también el
final de su carrera en Alemania. En vano intentó hacer cambiar de opi -
nión a Goebbels a través de su amiga Hilde Korber, la segunda mujer
del directorVeit Harían. Goebbels defendió ante Hilde Korber «la nece-
sidad» de su actuación y «la irrevocabilidad» de su decisión. 298 Lida Baa-
rova perdió de inmediato su papel protagonista en la película La aman-
te, que pasó aViktoria von Balasko después de que el médico contratado
de la Ufa diagnosticara de repente una «lesión valvular». Su película ya
rodada Historia de amor prusiana, que —iniciada por Goebbels— con-
taba en clave la historia de amor de ambos, fue prohibida y no llegó a
los cines hasta 1950 bajo el título Leyenda de amor. Sin embargo, a ella
aún le esperaba su momento más amargo.
«Todo el pensamiento» de Hitler «está ocupado en este momento
por cuestiones militares», 299 constató Goebbels, que estaba todavía más
sumiso que de costumbre por su mala conciencia. Deliberaba con su
Führer casi diariamente. Unas veces era el tema los estados balcánicos.
Hitler no quería «renovar» los pueblos, «sobre todo a los checos», con
«sangre alemana», sino «empujarlos fuera» de sus territorios y tomar
posesión de su suelo, 300 lo que Goebbels admiraba como «muy claro,
duro, pero también consecuente». 301 Inglaterra —pensaba Hitler—
«estorbaba» el impulso expansionista alemán.302 También el 31 de agosto,
cuando Goebbels visitó a Hitler en el Obersalzberg, la postura de
Inglaterra volvió a ser el centro de las conversaciones, aparte de las cues-
tiones militares.303 Para el caso de que no aceptara un ataque alemán a
Checoslovaquia, planeado para octubre, 304 se habían hecho importantes
preparativos militares, dijo tranquilizadoramente Hitler a su ministro
de Propaganda. Pero esto no correspondía a la realidad, pues el Füh rer
contaba con que Inglaterra retrocediera finalmente ante el conflicto.
En su transcurso también empezó a «rodar el trabajo bélico» 305 del
Ministerio de Propaganda, pues desde el principio no era objeto de
discusión entre la dirección nacionalsocialista y la Wehrmacht que la
«guerra propagandística» debía estar en igualdad de condiciones con
¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! 449

la «guerra armada» en un conflicto militar.306 La propaganda fue por


primera vez parte oficial de la Wehrmacht durante las maniobras de
septiembre de 1937, cuando se permitió que «entrara enjuego» una sec-
ción de maniobras del ministerio de Goebbels equipada con los vehícu-
los y medios técnicos más modernos.307 En la sección general de defensa
del Reich integrada en el ministerio de Goebbels, se iniciaron en
1935 deliberaciones sobre cómo una «guerra propagandística» podría
completar la «guerra armada». En el transcurso del verano de 1938,Wil-
helm Keitel, del Alto Mando de la Wehrmacht, y Goebbels se pusieron
de acuerdo sobre el reparto de tareas en caso de guerra.308 En los «Fun-
damentos para la gestión de la propaganda durante la guerra» se esta-
bleció que la «asistencia moral» en la tropa, la «propaganda activa en la
zona de operaciones» y la «agitación en las fuerzas armadas o la clase
obrera enemigas» pertenecían a las competencias organizativas de la
Wehrmacht, pero sus contenidos y directrices psicológicas debían ser
determinados de manera responsable por el ministerio de Goebbels.309
Siguiendo la propuesta de Bruno Wentscher, que desde mediados de
julio de 1938 dirigía la sección de defensa del Reich, 310 se crearon las
denominadas «compañías de propaganda».311 En agosto fueron inte-
gradas en la Wehrmacht según las órdenes.312
Mientras tanto Hitler, ante el cual Goebbels había visto desfilar a las
delegaciones alemanas de los Sudetes con un «torrente de fanatismo y
confianza»313 durante la «Fiesta alemana de gimnasia y deporte» cele-
brada a finales de julio de 1938 en Breslavia, impulsaba con perseve-
rancia la solución del «problema» checoslovaco. Durante su discurso
final en el congreso del partido de Nuremberg, anunció que no estaba
en modo alguno dispuesto a «seguir presenciando con un silencio infi-
nito la opresión de los compatriotas alemanes en Checoslovaquia».
Cuando en el territorio de los Sudetes fracasó un intento de revolu-
ción escenificado por los nacionalsocialistas y se desencadenó en el
Reich una agitada actividad militar, en resumidas cuentas, cuando todos
los indicios apuntaban a un enfrentamiento armado cercano, intervino
el primer ministro británico, Chamberlain. El 15 de septiembre, el polí-
tico del apaciguamiento, dispuesto a hacer concesiones, se reunió con
450 Goebbels

Hitler en su casa de la montaña, el Berghof, y siete días más tarde en


Bad Godesberg. Sin embargo, las conversaciones no tuvieron éxito, pues
el 22 de septiembre Hitler no limitó sus pretensiones a los territorios
germanos de los Sudetes, sino que exigió ahora cesiones de territorio
a Polonia y Hungría.
Para el 26 de septiembre convocó un mitin en el palacio de depor-
tes, que debía preparar definitivamente a la opinión pública alemana
para la inminente guerra contra Checoslovaquia. Goebbels asumió la
tarea de ponerle de manifiesto a Hitler la supuesta disposición de los
alemanes para la guerra: «Puede confiar en su pueblo (...). Como un
solo hombre marcha unido en pos de usted. Ninguna amenaza ni nin-
guna presión (...) eso bien lo sabemos, pueden disuadirle de la indis-
pensable pretensión legal suya y nuestra. En estas ideas y en esta inque-
brantable fuerza de persuasión todo el pueblo alemán está de acuerdo
con usted. A menudo lo hemos aprobado en los grandes momentos de
la nación (...). Ahora, en el momento de la decisión más importante,
lo repetimos ante usted con toda la fuerza de nuestro corazón: ¡Führer,
ordena, nosotros te seguimos!».314
Una vez que Hitler hubo terminado su discurso con un delirio extá-
tico, en medio de la caldeada atmósfera del palacio de deportes, lleno
con 20.000 personas que gritaban de júbilo, Goebbels se erigió por
segunda vez «en esta hora histórica» en «portavoz de todo el pueblo» e
hizo una declaración de fidelidad. «Nunca —dijo— se repetiría un
noviembre de 1918». Cuando pronunció esta frase —así lo observó el
comentarista de radio americano William L. Shirer— Hitler levantó los
ojos hacia Goebbels, como si fueran exactamente esas palabras las que
él llevaba buscando toda la tarde. Hitler saltó de su asiento y gritó con
un «inolvidable fanatismo en sus ojos, con todas sus fuerzas: "Sí". Lue-
go, agotado, se volvió a hundir en su asiento».315
En este fanatismo se refugió Goebbels cada vez más cuando —como
tan a menudo en estos meses de crisis— se apoderaba de él de forma
subliminal el miedo a la guerra; así sucedió durante la marcha de una
división a través de Berlín el 27 de septiembre: al día siguiente, duran-
te el almuerzo en la cancillería del Reich, exteriorizó su miedo con la
¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! 451

esperanza de que su Führer se lo quitara. El secretario de Estado del


Ministerio de Exteriores, Ernst von Weizsácker, relata que Goebbels
dijo «en voz alta al Führer por encima de todos los presentes (...) con
valentía en el momento adecuado», que «la opinión pública alemana
estaba (...) de hecho muy en contra de la guerra».316
La confusión surgida por las advertencias de la marina y del ejérci-
317
to —por ese motivo el jefe del Estado Mayor del Ejército, Beck, había
presentado su renuncia el 19 de agosto—, pero sobre todo las noticias
del extranjero, que apuntaban a una postura decidida de las potencias
occidentales, obligaron a Hitler finalmente a conformarse con el terri-
torio alemán de los Sudetes. El 29 de septiembre, Chamberlain, Dala-
dier, Hitler y Mussolini, llegado como intermediario, firmaron el Pac-
to de Munich, que se impuso con una enorme presión al gobierno
checoslovaco. Así pues, el 1 de octubre de 1938 tuvo lugar la entrada
de tropas alemanas en la zona de los Sudetes, que Hitler ya había exi-
gido en su entrevista con Chamberlain en Godesberg, pero sin éxito
pese a la diferencia de pocos días.
Toda Europa respiró aliviada; muchos creyeron que se había salvado
definitivamente la paz. Sin embargo, el comandante en jefe del ejérci-
to, el capitán general Von Brauchitsch, telegrafió a Goebbels que esta
vez las armas no habían «podido hablar», y en cambio sus armas, la pren-
sa y la propaganda, se habían llevado la victoria. 318 La decepción de Von
Brauchitsch iba a durar poco tiempo, pues Hitler, enfadado porque se
le había impedido la guerra y porque Chamberlain le había desbarata-
do la entrada en Praga, seguía poniendo firmemente las miras en su ver-
dadero objetivo.319 Sólo tres semanas después, el 21 de octubre de 1938,
dio la orden a la Wehrmacht de que se preparara para destruir el «resto
de Chequia» y tomar posesión del territorio de Memel.
En esta época se seguía agravando la situación privada de Goebbels,
pues durante la «fase de tregua» no salió de parte de Magda ninguna
señal de transigencia. Goebbels, atormentado por una fuerte fiebre y
un «loco dolor de corazón», tomó la «firme decisión» de poner fin a esa
situación y envió a su secretario de Estado Hanke como mediador ante
Magda, ya que él tenía «cerrado cualquier camino».320 Un pequeño rayo
452 Goebbels

de esperanza para Goebbels supuso la conversación de Hitler con Magda


en el Berghof el 21 de octubre de 1938. 321 Dos días más tarde, el 23 de
octubre, siguió otra entrevista entre ella, Hitler y Goebbels. 322 Después
de que Hitler dejara claro que quería que el matrimonio se mantuviera
«por razones de política de Estado», Magda aceptó ahora un periodo de
prueba de tres meses,323 con la condición de que su esposo mostrara una
absoluta buena conducta. En el caso de que no se produjera una
reconciliación entre ellos, Goebbels tendría que renunciar a su cargo. 324
Al mismo tiempo aumentó la presión a Lida Baarova.A ello dio lugar
el estreno de su película El jugador, basada en la novela de Dostoievs-
ki, que se celebró a finales de octubre en el Gloria-Palast de la avenida
Kurflirstendamm. Cuando Goebbels «examinó» la película en julio, su
crítica fue verdaderamente entusiástica: «Un ambiente magnífico, una
realización psicológica magistral. Estoy encantado». 325 Lida Baarova
representaba el papel de la hija de un general ruso endeudado, la cual,
al no llegar una herencia que se esperaba urgentemente, busca refugio
en casa de su preceptor, que gana 100.000 florines en la mesa de jue go
con la última moneda de oro. En una escena ella le pide dinero a su
padre, pero él la rechaza con las palabras: «Pide el dinero a tu doctor. Él
tiene más que yo». En ese momento resonaron en la sala de cine, que
estaba ocupada al completo, silbidos y abucheos. «¡Fuera, puta del minis-
tro, fuera!», gritaron los alborotadores por encargo. El tumulto que se
escenificó sólo terminó cuando se interrumpió la proyección. Así pues,
la película había fracasado y fue suprimida inmediatamente de la car-
telera.326 Lida Baarova sufrió una crisis nerviosa. 327 Observada a cada paso
por la Gestapo, tuvo que retirarse por completo de la esfera públi ca por
orden de Helldorf. También se estorbaron sus planes de renovar los
viejos contactos con Hollywood. El miedo a que se diera a cono cer el
escándalo en el extranjero indujo a Hitler a prohibirle la salida a través
de su ayudante Schaub. Finalmente consiguió huir a Praga con la
ayuda de un amigo en el invierno de 1938-1939, pero también allí la
alcanzaría pronto el pasado. 328
Las noticias que llegaron desde la capital francesa el 7 de noviem -
bre desviaron la atención del escándalo. En París, un desesperado hom-
¡Fiihrer, ordena, nosotros te seguimos! 453

bre joven llamado Herszel Grynszpan, cuya familia pertenecía a los


judíos polacos deportados del Reich, había querido matar, al parecer,
al embajador alemán en aquella ciudad el 7 de noviembre de 1938,
pero en realidad había abatido con una pistola a Ernst von Rath, ter-
cer secretario de la delegación. Apenas se le había llevado al hospital
herido de gravedad cuando Goebbels ya estaba dando instrucciones
a la radio y a la prensa para que atacaran en sus noticias, que se debían
presentar con grandes titulares, a la «facción de emigrantes judíos» y a
la «banda internacional de criminales judíos» como los autores del
atentado.329 En el Volkischer Beobachter quedaron claros los objetivos
relacionados con ello; allí se decía que era una situación intolerable
el que miles de judíos dominaran todavía calles comerciales enteras,
que llenaran los lugares de ocio y que como «propietarios extranje-
ros de casas» se embolsaran el dinero de los inquilinos alemanes, mien-
tras que fuera los «de su misma raza» exigían la guerra contra Alema-
nia y mataban a tiros a los diplomáticos alemanes. 330 Después de los
discursos provocadores de algunos jefes de grupo locales, el 8 y el 9
de noviembre ya se produjeron agresiones antisemitas en algunas ciu-
dades de los distritos de Kurhesse y Magdeburgo-Anhalt, posible-
mente por iniciativa del Ministerio de Propaganda y de sus departa-
mentos exteriores.
«¡Ojalá no se muera!», con esta frase comenzaban muchas conversa-
ciones de judíos, que temían justificadamente que la muerte de Rath
resultara muy oportuna para los antisemitas. 331 Pero la tarde del 9 de
noviembre el diplomático sucumbió a sus graves heridas. Alrededor de las
siete de la tarde la noticia entró en las redacciones a través de las llamadas
en cadena de la Agencia Alemana de Noticias. Apenas dos horas más tarde
llegó al antiguo ayuntamiento de Munich, donde la dirección del partido
estaba decidiendo los actos conmemorativos anuales en recuerdo de la
marcha a la Feldherrnhalle. Un mensajero se la susurró a Hitler al oído,
tras lo cual éste habló «muy en serio» con Goebbels, que estaba sentado a
su lado, pero tan bajo que no entendieron nada ni siquiera los que estaban
sentados más cerca.332 Después hitler abandonó la reunión. Estaba
decidido a dar un aviso, entre otras cosa.
454 Goebbels

porque el Pacto de Munich había desbaratado sus planes.Ya le había


dado a Goebbels las instrucciones más inmediatas, pero sin haber habla-
do personalmente con los «condecorados con la Orden de la Sangre», 333
como venía sucediendo en los últimos años. Goebbels se encargó de
ello. Alrededor de las diez de la noche accedió cojeando a la tribuna,
comunicó con consternación el fallecimiento del diplomático y se expla-
yó en largas invectivas contra el «judaismo internacional». Allí mencio-
nó expresamente que la «cólera del pueblo» ya se había abierto paso y
añadió que no correspondía al partido preparar y realizar semejantes
manifestaciones, pero que tampoco se debía intentar impedirlas mien-
tras que se produjeran espontáneamente. Así quedó fijado el «itinera-
rio» que había acordado con Hitler poco antes. Que fue entendido
«correctamente» lo prueba un documento interno del partido del año
siguiente, en el que se decía: «Las instrucciones de palabra que dio el
jefe de propaganda del Reich fueron entendidas por todos los líderes
del partido allí presentes en el sentido de que el partido no debía apa-
recer hacia el exterior como el iniciador, pero en realidad sí tenía que
organizarías y llevarlas a cabo».334 Esto respondía a la táctica que Goeb-
bels ya había hecho poner en práctica a Von Helldorf en junio. Los
correspondientes departamentos de propaganda de los distritos eran los
encargados de dirigir las acciones.
Tanto a ojos de Hitler como de Goebbels había llegado la hora para
un pogromo apoyado por el gran público. Así, en las primeras horas de
la madrugada del 10 de noviembre, estalló el infierno en todas las par-
tes del Reich. Grupos de miembros de las SA en traje de civil —en
algunos casos también de las Juventudes Hitlerianas— entraban por la
fuerza en las sinagogas, las devastaban y las incendiaban. Se rompían los
escaparates de los negocios judíos y se tiraban a la calle los materiales y
objetos expuestos. Iban merodeando por las calles, sacaban violenta-
mente a los vecinos judíos de sus camas, los maltrataban e incluso los
mataban. Más de 20.000 personas fueron cargadas como animales en
camiones y deportadas a los campos de concentración de Dachau,
Buchenwald u Oranienburg, de los cuales la mayoría no regresó.
Lo que los alemanes debían conocer acerca de estos horrores lo deter-
¡Fiihrer, ordena, nosotros te seguimos! 455

minó Goebbels al mediodía del 10 de noviembre, cuando dio instruc-


ciones a la radio y a la prensa de qué y cómo debían informar. Aquí y
allá se habían roto lunas, las sinagogas se habían incendiado solas o ha-
bían ardido de algún modo —expuso, quitándole importancia al asun-
to—. Las noticias —según Goebbels— no debían aparecer en titulares
demasiado grandes. Había que redactar los comentarios aclarando «que
una comprensible indignación de la población había dado una respuesta
espontánea al asesinato del consejero de la legación». 335 Durante la obli-
gada conferencia de prensa de la tarde en su ministerio, Goebbels expli-
có a los corresponsales extranjeros que todas las informaciones que ha-
bían llegado a sus oídos sobre supuestos saqueos y destrozos de la
propiedad judía eran «asquerosas mentiras». A los judíos «no se les ha
tocado ni un pelo».336
La mayoría de los representantes de la prensa extranjera no se deja-
ron impresionar por semejantes afirmaciones. Así, por ejemplo, los corres-
ponsales del New York Times y del londinense Daily Telegraph informa-
ron por extenso sobre los pogromos en la capital del Reich, que ellos
habían presenciado muy de cerca. Sobre las reacciones de la población
escribieron que algunos habían gritado «¡abajo los judíos!», que la gen-
tuza de la gran ciudad había saqueado los negocios después de que las
SA terminaran su obra de destrucción. Pero también dieron cuenta de
que una mayoría estaba «profundamente consternada ante estos fenó-
menos». Esto no se podía leer en el Reich, pues Goebbels había impe-
dido por medio de incautaciones la distribución de estos periódicos en
Alemania.337
Pero, en general, las reacciones del extranjero al pogromo más gran-
de y cruel que hasta ahora había tenido lugar en suelo alemán fueron
muy moderadas. Todo lo que hizo el presidente americano Roosevelt
fue ordenar volver a su embajador para que le informara. Si bien en
Nueva York se produjeron manifestaciones, las contramanifestaciones
de la Federación Germano-Americana de los nacionalsocialistas con-
taron con protección policial; en estas últimas se celebraba al Reich ale-
mán como bastión contra el comunismo. Cuatro semanas después del
terror antisemita, Francia recibió al ministro de Exteriores alemán con
456 Goebbels

los mayores honores protocolarios de una visita de Estado, en la que


Ribbentrop y el ministro de Exteriores francés Bonnet presentaron una
declaración conjunta germano-francesa. París reconocía así, entre otras
cosas, el proceder alemán en Renania, mientras que respecto al pogro-
mo contra los judíos no pronunció ninguna palabra crítica.338 La situa-
ción se hizo aún más amenazadora para los judíos cuando en febrero
de 1939 Londres puso freno a la inmigración judía y, con vistas al apo-
yo árabe necesario para la protección del Canal de Suez, atenuó su apro-
bación para la creación de un Estado judío, de manera que ahora los
judíos sólo podían emigrar a Palestina de manera ilegal. Esto a su vez
daba finalmente impulso en Berlín a aquellas fuerzas que querían pro-
ceder con radicalidad en la «cuestión judía».
Esa tendencia quedó patente cuando se dieron cuenta de que los
judíos estaban asegurados y de que, por tanto, eran los seguros alema-
nes y la economía nacional los que tenían que pagar los destrozos. Por
eso, después de la Noche de los Cristales Rotos, se intentaba hacer ges-
tiones concretas para eliminar a los «no arios» de la economía nacio-
nal. Hans Fritzsche, que asumió en diciembre de 1938 la jefatura del
departamento de prensa nacional del Ministerio de Propaganda, hasta
entonces en manos de Berndt, declaró ante el tribunal militar interna-
cional de Nuremberg respecto a la postura de Goebbels: «De vez en
cuando hay que ser radical», observó, y al ministro de Economía Funk,
que siempre había manifestado «que no se puede eliminar a los judíos
de la economía», hubo que demostrarle que sí se podía organizando los
disturbios del 9 de noviembre.339
El día que siguió a la noche del pogromo, Goebbels se sentó a medio-
día a la mesa de Hitler y explicó para algunos de los presentes «el sen-
tido de esta acción de manera convincente».340 Si se da crédito a Góring,
Goebbels, en calidad de jefe del distrito berlinés y en relación con los
judíos adinerados que vivían en la capital del Reich, abogó entre otras
cosas porque los distritos percibieran multas de ellos. Góring defendía
la opinión de que las «multas» debían entregarse al Reich.341 Finalmente,
Hitler encomendó a Góring que organizara una comisión de la que
también debía formar parte Goebbels. Aun antes de que se constituye-
¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! 457

ra la comisión, Goebbels habló por teléfono con el ministro de Eco-


nomía Funk, el 11 de noviembre, y le hizo saber que el Führer había
dado a Góring una orden conforme a la cual se debía excluir comple-
tamente a los judíos de la economía.342
En la gran sala de juntas del Ministerio del Aire del Reich, se reu-
nieron el 12 de noviembre de 1938 Goebbels, Góring, el ministro de
Economía Funk, el ministro de Hacienda Schwerin von Krosigk, el
ministro de Comercio austriaco Hans Fischbock, el jefe de la policía
del Estado y del Servicio de Seguridad Heydrich, y el jefe de la poli-
cía del orden Daluege, para «resolver de una manera u otra» la «cues-
tión judía».343 Después de que Góring, responsable del plan cuatrienal,
debatiera con Funk, para empezar, el problema económico surgido con
el pogromo, intervino Goebbels, incompetente en cuestiones eco-
nómicas, y llevó las negociaciones a una dirección muy distinta. Exi-
gió una ordenanza que prohibiera a los judíos asistir al teatro, a los con-
ciertos, a las varietés, a los cines y al circo alemán, es decir, a cualquier
clase de actos culturales. Además se indignó de lo inadmisible que era
que un judío utilizara en el tren el mismo departamento de coche-
cama que un alemán. «Por tanto, debe publicarse un decreto del Minis-
terio de Transportes del Reich de manera que se establezcan departa-
mentos especiales para los judíos y que, cuando dicho departamento
esté lleno, los judíos no tengan derecho a un asiento, sino que sólo
cuando todos los alemanes estén sentados reciban un departamento
especial, de forma que los judíos no se mezclen con los alemanes y
permanezcan de pie en el pasillo en caso de que no haya sitio». Tras
algunas objeciones de Góring, que se burló de Goebbels por su pesa-
dez, éste, poseído por un odio a los judíos verdaderamente maniaco,
exigió además que se los eliminara de los baños y de los lugares de
esparcimiento «alemanes», de los lugares de ocio, de las escuelas, inclu-
so del «bosque alemán». Como «espantoso ejemplo» mencionó el Gru-
newald berlinés, donde los judíos andaban de acá para allá «en mana-
das», provocando.
Góring se siguió mofando del ministro de Propaganda cuando éste
le propuso delimitar partes del bosque expresamente para los judíos y
458 Goebbels

soltar allí animales que «se les parecen muchísimo», por ejemplo el alce,
por su gran nariz. Sin embargo, Goebbels hizo constar en su diario que
había trabajado con Góring «fabulosamente». Él también «aborda el
tema con dureza».Y esta valoración respondía a la realidad. Después de
que Góring volviera a encauzar el diálogo por el camino que le inte-
resaba y de que consultara para ello a un representante de la economía
de seguros, se dispuso que éstos tenían que pagar los desperfectos, pero
que el gobierno del Reich confiscaría inmediatamente esas sumas de
dinero. Además se impuso a los judíos una «prestación de desagravio»
que ascendía a 1.000 millones de marcos del Reich, a la que tenían que
contribuir aquellos que poseyeran un capital de 5.000 marcos o más.
El patrimonio judío en Alemania se estimó en 5.000 millones de mar-
cos, y se fijó un «impuesto» del 20 por ciento —«una buena sangría», a
juicio de Goebbels—.344 Después de la conferencia observó con satis-
facción que la «opinión radical» había vencido y que ahora se iba a hacer
«tabla rasa».345
Ese mismo día, las medidas debatidas para la exclusión de los judíos
de la vida económica alemana fueron publicadas en el boletín oficial
del Reich: las últimas empresas y negocios que se encontraran en pose-
sión judía tenían que ser «"arianizados" forzosamente», es decir, vendi-
dos por un precio irrisorio y los beneficios ingresados en cuentas blo-
queadas que fueron confiscadas por el Reich alemán durante la guerra.
Otra de las medidas que ordenó Goebbels fue prohibir a los judíos la
asistencia a cualquier tipo de actos culturales, ya fuera teatro o con-
cierto, cine o exposición. Además consideró que «ya no resultaba via-
ble» que fueran al circo.346 Lo mismo se aplicó para otros sectores, pro-
hibiendo a los niños judíos asistir a clase y denegando la admisión a los
judíos en general a los lugares de descanso y recreo. A principios del
año 1939 Góring encomendó a Heydrich que «llevara a cabo la expa-
triación judía de todo el territorio del Reich».347 A aquellos que se sentían
«obligados» a «compadecer a los pobres judíos después de este proceso
de segregación» les contestó que no tenían «ni idea de lo
profundamente que el influjo judío había corroído la vida cultural ale-
mana en el pasado». Alabó la «nítida separación» entre los alemanes y
¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! 459

«los elementos parasitarios del judaismo internacional» que habían rea-


lizado los nacionalsocialistas.348
Mientras tanto seguía en marcha la campaña propagandística de
Goebbels contra el «enemigo internacional de los pueblos». En ese sen-
tido, las noticias periodísticas tenían por objeto sugerir la formación de
un frente defensivo europeo, como cuando se leía sobre las exigencias
belgas de que se contuviera el flujo de inmigrantes judíos, sobre el lla-
mamiento a las «depuraciones» que se dejaba oír en París o sobre la pro-
hibición de votar que afectaba a los judíos en Eslovaquia. 349 En el Vol-
kischer Beobachter quedaban claros los objetivos de la campaña: «El crimen
de Grynszpan motivará esta vez más allá de nuestras fronteras la con-
clusión de que en este caso no se trata de castigar un asesinato alevoso,
sino de neutralizar el foco de la peste, del que sólo sale muerte, des-
trucción y ponzoñoso odio para todo el mundo (...). Ahí el judaismo
internacional350 apuntaba al corazón de Europa».351 El obsesionado
Goebbels se veía ahora bastante más cerca de su idea delirante de evitar
la «decadencia de Occidente» que perseguía el «judaismo interna-
cional». La privación de derechos y la depauperación sistemática de los
judíos alemanes habían comenzado. De ahí a pensar también en su ani-
quilamiento físico había sólo un paso, pero decisivo.
Pero de momento no había llegado la hora. Esto lo demostró la pro-
clama de Goebbels del 19 de noviembre, con la que reconocía de for-
ma indirecta que todavía había personas que rechazaban esta manera
de proceder. Ordenó que los artículos de prensa se cerraran de mane-
ra tendenciosa: «Pueblo alemán, ahora has tenido la oportunidad de leer
cómo y dónde los judíos te han perjudicado. Cuando ahora te encuen-
tres con un descontento compatriota, sabrás que es uno de aquellos que
todavía no lo han entendido, que pertenecen por tanto a los que siem-
pre dicen que no a todo. No te olvides de él. Ésos son los hombres que
dejan al Führer en la estacada».352 Finalmente lamentó el 24 de noviembre
en la conferencia de prensa que todavía una «capa de quejumbrosos
burgueses» hablara de los «pobres judíos» e intercediera en su favor a
la menor oportunidad. No podía ser «que sólo el Estado y el partido
sean antisemitas».353 Aunque Goebbels luchaba enérgicamente contra
460 Goebbels

ello, aunque conseguía comprometer a las «masas populares» con el


Führer, no alcanzaba su objetivo de armonizar a éste y al «pueblo» en
la «cuestión judía». Esto quedaba patente en el hecho de que la mayo-
ría de los alemanes no quería considerar el pogromo como obra de
Hitler. Para ello se necesitó una larga guerra, que insensibilizó a las per-
sonas y que convirtió su propia voluntad de sobrevivir en la grandeza
más absoluta; sólo así sería posible lo inconcebible.
Un reflejo del agravamiento general del ambiente fue también un
discurso confidencial en el que Hitler, a la sombra de la consternación
provocada por el pogromo contra los judíos del 10 de noviembre, dio
a conocer sus directrices sobre el nuevo rumbo propagandístico en el
edificio de la jefatura situado en la Kónigsplatz de Munich.354 Su obje-
tivo era saber que se pondría fin a la actual «propaganda pacífica» cuan-
do comunicó a los altos funcionarios del aparato de propaganda, Goeb-
bels, Amann, Hanke, Dietrich, Rosenberg, así como a unos 400 periodistas
y editores, que el «disco pacífico ya lo tenemos rayado». 355 Las «cir-
cunstancias» le habían «obligado a hablar casi exclusivamente de la paz
durante décadas», manifestó Hitler. Era evidente que eso también tenía
su «lado preocupante», pues muchas personas podían interpretar «con
demasiada facilidad» que el régimen en sí era idéntico a la decisión y a
la voluntad de conservar la paz bajo cualquier circunstancia. Pero esto
no sólo conduciría a una falsa apreciación de los objetivos de este sis-
tema, sino que llevaría sobre todo a que la nación alemana, en lugar de
estar preparada frente a los acontecimientos, se viera poseída por un
espíritu que a la larga cuestionaría los éxitos del régimen como derro-
tismo. Por eso era necesario ir reorientando psicológicamente al pue-
blo alemán y hacerle ver poco a poco que había cosas que se debían
imponer por medio de la fuerza. Pero era preciso no propagar la vio-
lencia como tal, sino presentar al pueblo alemán determinados fenó-
menos de la política exterior de tal manera que «la voz interior del pue-
blo» empezara «progresivamente a pedir violencia». Eso significaba
«presentar determinados fenómenos de tal manera que en la mente de
la gran masa popular vaya surgiendo automáticamente este convenci-
miento (...). Si esto no se puede solucionar por las buenas, entonces
¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! 461

hay que solucionarlo por la fuerza: pero las cosas no pueden seguir as í
en ningún caso».356
Como parte de esta reorientación psicológica de la población, había
que inyectarle confianza en sí misma. Así pues, Goebbels subrayó de
manera especial en la propaganda, aparte de la dirección nacionalso -
cialista y del «poder» del pueblo alemán, la fuerza militar de la Wehr-
macht como razón por la cual Alemania había recuperado su posición
de potencia mundial. El mismo proporcionó el marco cuando —en su
discurso inaugural de la campaña electoral para las elecciones comple-
mentarias que se iban a celebrar en los Sudetes alemanes para un Par-
lamento pangermano el 19 de noviembre— declaró que aquello que
parecía un «milagro», es decir, que el Reich se hubiera vuelto a forta-
lecer pasando de la «mayor caída» de su historia a ser «la potencia mili-
tar más fuerte del mundo», se debía a que el pueblo alemán había reco-
brado su «propia fuerza» y a la dirección estatal «verdaderamente virtuosa»
de los nacionalsocialistas; su secreto residía en hacer «lo correcto en el
momento adecuado».357 El ministro de Propaganda recordaba con insis-
tencia a sus oyentes alemanes de los Sudetes y a los de los receptores
públicos que ahora eran «miembros de una gran potencia mundial». «La
Wehrmacht, la cual hemos construido en cinco años y medio con el
mayor sacrificio y con los mayores peligros en el Reich, es ahora vues-
tra Wehrmacht. Y los buques de guerra alemanes (...), que hoy en día
surcan los mares como orgullosos testigos de la fuerza alemana y de la
grandeza alemana, son ahora vuestros buques de guerra. Son también
los testigos de vuestra fuerza y de vuestra grandeza, de vuestro orgullo
y de vuestra adhesión al Reich». 358
Como es lógico, la prensa también debía desempeñar esta y seme -
jantes «tareas constructivas» antes del golpe al «resto de Chequia».El 19
de octubre se dieron instrucciones a los representantes del Ministerio
de Propaganda para que contribuyeran intensamente a la «populariza -
ción de la Wehrmacht». 359 «Con un efecto continuo y de larga dura-
ción», debía consolidar «la confianza del pueblo alemán en sus propias
fuerzas y en sus medidas de presión militar» y además movilizar todos
los recursos disponibles y abrir todas las sendas periodísticas. 360 Se de-
462 Goebbels

bían evitar descripciones «que muestren el horror de la guerra y el sufri-


miento del individuo».361 En su lugar había que destacar el «carácter
heroico inmanente a la guerra» y la «natural alegría del combatiente
por el triunfo».362 La radio daba publicidad al «maravilloso compañe-
rismo» entre los soldados y la población con emisiones como «Guar-
niciones en las fronteras de la Gran Alemania», que retransmitían la emi-
sora alemana y las emisoras del Reich de Berlín, Konigsberg, Hamburgo,
Frankfurt,Viena y Breslavia.363
Mientras que se preparaba así a la población para la guerra, los altos
funcionarios del partido se ocupaban de la crisis matrimonial del minis-
tro de Propaganda y de sus detalles picantes. Magda Goebbels había
acudido a Emmy Góring para quejarse de su sufrimiento por «el dia-
blo» que encarnaba su marido, mientras que Goebbels supuestamente
se lamentó ante Góring de lo «fría» que era su esposa y de lo «impres-
cindibles que le resultaban otras mujeres».364 Lo que durante años se
había cuchicheado en voz baja, ahora se convirtió en un «escándalo de
rumores» en el que todos se cebaban gozosamente. 365 El secretario
de Estado de Goebbels, Hanke, que cortejaba a Magda cada vez con
más éxito, le contó a Speer «medio divertido, medio indignado» cómo
antes Goebbels solía chantajear a jóvenes actrices.366 También le infor-
mó de la «unánime rabia»367 que imperaba en los círculos artísticos y
del partido por las impertinencias de Goebbels. En general, la curiosi-
dad por el nuevo estado del asunto se mezclaba con una indignación a
menudo fingida por el hecho de que Goebbels hubiera despreciado la
confianza que el Führer había depositado en él.
Desde todas partes confluían el escarnio y la burla en el ministro
de Propaganda. El diario de su enemigo íntimo Rosenberg da testi-
monio de ello con especial viveza. Se escandalizaba de que Goebbels
fuera un «foco purulento», que hasta 1933 había «salpicado con ese pus
a Isidoro Weiss» y que luego había empezado a manchar las «limpias
reputaciones» de los funcionarios nacionalsocialistas.368 Al igual que
Himmler,369 veía ahora en Goebbels «la mayor carga moral del nacio-
nalsocialismo». Un abierto desprecio —en el caso de Rosenberg una
bienvenida válvula de escape para su envidia— recaía sobre el minis-
¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! 463

tro, que durante años no sólo había ejercido presión sexual sobre las
bellezas de la pantalla, sino también sobre muchas de sus empleadas, y
por eso estaba «aislado moralmente en el partido». «Antes renegábamos
de los directores generales judíos que abusaban de sus empleadas. Hoy
lo hace el doctor Goebbels», debió de decirle Himmler a Hitler sobre
el «hombre más odiado de Alemania». Himmler echó leña al fuego
comunicando a Rosenberg «decenas» de casos en los que las mujeres
afectadas habían declarado sucesivamente ante la señora Goebbels o
ante la Gestapo que se habían visto coaccionadas. Himmler transmitió
alguna de esas actas a Hitler. Así pues, no era de extrañar que Goebbels,
quien cada vez se veía sometido a mayor presión, sintiera en su entor -
no un «ambiente glacial». Aunque intentaba hacerse «el sordo y el dis -
traído» frente al chismorreo, 370 Goebbels hablaba frecuentemente con
su secretario de Estado Hanke, a quien había querido implicar en el
asunto, sobre la «penosa situación con respecto a mi caso», observando
casi con resignación que «no consigo salir de ella». 371 Su deseo, «¡que se
olvide todo el pasado!»,372 habla por sí solo. El 11 de noviembre, el cum-
pleaños de Magda se celebró «de manera muy silenciosa», porque en
ese momento no había razones «para una estrepitosa alegría». 373 Sin
embargo, el regocijo y las especulaciones de sus rivales acerca de que
había perdido el favor de Hitler carecían de fundamento. Significativo
fue que Hitler pasara a mediados de noviembre dos días en casa del
matrimonio Goebbels en Schwanenwerder, donde recibió a Keitel,
Brauchitsch y Góring para entrevistarse con ellos. 374
A finales del año 1938, el estado de Goebbels había vuelto a tocar
fondo. Mientras que se aproximaba la fecha decisiva para su carrera polí-
tica, en la que Magda debía emitir una resolución definitiva, él estaba
más solo que nunca y al borde de sufrir un colapso físico y anímico. En
diciembre de 1938 le diagnosticaron en el hospital «serios trastornos
nerviosos, sobre todo en el estómago», 375 que le llegaron a producir tales
dolores que el profesor Sauerbruch, al que se había hecho venir desde
Dresde, quería «operar inmediatamente». 376
Mientras Goebbels todavía estaba en el hospital de la Charité, Mag-da
tuvo otra entrevista con Hider, cuyo contenido permanecio Oculto
464 Goebbels

para su marido. Es probable que se tratara de las «actas» de las mujeres


acosadas por las impertinencias de Goebbels, pues después volvió a caer
sobre él «un torrente de reproches». Así pues, con Magda siguió pin -
chando en hueso. Ella le hacía expiar sus faltas. El ambiente entre ellos
era en los escasos encuentros generalmente «apático y difícil», 377 de
manera que él debió de tener la impresión de que ella ya no estaba dis -
puesta a transigir. Cuando, en esta situación, el abatido ministro de Pro-
paganda tuvo que cancelar su discurso «para las Navidades populares»,
hubo una nueva «ocasión para los rumores más increíbles». 378
La Navidad la pasó la familia en la mansión de Schwanenwerder sin
Goebbels, que en la casa de los caballeros desahogaba toda su desgracia
en su diario. Sólo le hicieron pequeñas visitas sus hijos, su madre, su
hermana María y el marido de ésta Axel Kimmich, con el que se había
casado a principios de febrero de 1938 en Schwanenwerder, y Hell-
dorf. Hitler le envió dos libros cuyas dedicatorias le revelaron un afec -
to inquebrantable. El fin de año transcurrió de manera similar. Como
único visitante se dejó ver Helldorf, pero de Magda no oyó «ni una
palabra».379 En un estado anímico desesperado resumió Goebbels: «¡Horri-
ble! Lo mejor sería ahorcarse».380
De todos modos, Goebbels siguió estando en el pequeño círculo de
aquellos a los que Hitler enviaba una carta de Año Nuevo personal. En
la contestación, Goebbels describió «con mucha confianza» 381 su con-
tinuo mal estado, ante lo cual Hitler le invitó al Obersalzberg. 382 Goeb-
bels llegó allí el 5 de enero de 1939. Al parecer, durante sus largos «cam-
bios de impresiones», Hitler insistió de nuevo en un pronto
esclarecimiento de la situación, lo que agravó aún más el estado de
Goebbels, en vista de la implacabilidad de Magda, que no dejaba de
expresar cada vez nuevas «sospechas». 383 Goebbels tenía claro que «ahora
le tocaba pagar». 384 Si había una solución, eso lo tenía que mostrar el
futuro, escribió, y además: «Estoy prevenido y preparado para todo. Se
lo digo también al Führer». 385 Aunque Hitler le prometió que haría todo
por ayudarle, el 17 de enero Goebbels regresó a Berlín «lleno de un
ardiente desasosiego», 386 con la dimisión a la vista, en caso de que
Magda insistiera en la separación. 387
¡Fiihrer, ordena, nosotros te seguimos! 465

Puesto que ahora el tiempo apremiaba, inmediatamente después de


su regreso Goebbels envió a su hermana María para hablar con Mag-
da, que se declaró dispuesta a celebrar un encuentro. 388 La tarde del 18
de enero de 1939 tuvo lugar en Schwanenwerder una conversación
entre los esposos, que finalmente le permitió a Goebbels esperar que
quizás sí hubiera «un camino hacia la solución». 389 Cuando al día siguiente
Magda y él estuvieron «más o menos de acuerdo», le hizo a Hitler por
primera vez la «propuesta de solución». Éste dio su conformidad y
quiso tomar parte en ella. 390 El 21 de enero Goebbels recibió el borrador
del contrato de su mujer, que había formulado el abogado berlinés
Rudolf Dix. Lo aceptó sin modificaciones y naturalmente prestó aten-
ción a la «serie de buenos consejos»391 de Hitler, e incluso escribió: «No
cabe más que tenerle cariño». 392 El 22 de enero de 1939 los cónyuges
firmaron el nuevo contrato matrimonial aún «con un desconsolado esta-
do anímico». Con resignación, él sacó una conclusión poco optimista:
«Así se ha cerrado el asunto formalmente. Al menos es un nuevo comien-
zo. ¿Adonde llevará? Eso todavía nadie puede decirlo». 393
A finales de enero de 1939 Hitler dejó ver por primera vez a la opi-
nión pública sus verdaderos objetivos en materia de política exterior,
cuando en su discurso del 30 de enero en el Parlamento habló de la
«ampliación del espacio vital de nuestro pueblo». 394 Pese a que en sep-
tiembre de 1938 había asegurado solemnemente que la regulación del
asunto de los Sudetes alemanes era su «última exigencia territorial» en
Europa,395 la crisis en torno a Checoslovaquia siguió aumentando; tarde
o temprano se anunciaba la guerra. En esta situación le resultaban
molestos al régimen aquellos que no habían acallado su inteligencia en
favor del principio propagado por Goebbels de la fiel adhesión, sino
que a pesar de los «éxitos únicos en la historia mundial» de Hitler se
atrevían a expresar claras advertencias: los «hipertróficos intelectuales»,
que Hitler y Goebbels mencionaban siempre al lado de los «marxistas»
y los «judíos».396
A ellos iba dirigido el ataque general que comenzó con el discurso
de Hitler ante los representantes de la prensa en noviembre de 1938, 397
en el que los denigró como «gallinas», 398 y que siguió con el discurso
466 Goebbels

de Goebbels pronunciado con motivo del fin del año 1938. Mientras
que las amplias masas del pueblo aún poseían «esa primigenia e íntegra
capacidad de creer», que «considera posible y realizable todo aquello a
lo que uno se entrega con toda el alma y por lo que se lucha con un
corazón fuerte y valiente», esa capacidad estaba «algo embotada»399 sobre
todo entre aquellos «intelectuales que andan buscando pendencias», 400
que confían «más en las fuerzas de la pura y fría razón que en las fuer -
zas de un corazón ardiente, idealista».
Después de este preludio, Goebbels continuó a lo largo del mes de
febrero su campaña de difamación con tres editoriales en el Vólkischer
Beobachter. El 4 de febrero, en «¿Seguimos realmente teniendo humor?»,
reprochaba a los intelectuales que no tuvieran «la fuerza para reunir
todo su valor y encarar el peligro (...). Para una pasión política grande
y fervorosa» no había «sitio en sus débiles corazones». No estaban dis-
puestos a dejar que los «ineptos intelectuales» les «dijeran sandeces», esa
«chusma parasitaria que puebla las calles de lujo de nuestras grandes
ciudades».401 Goebbels esperaba que el artículo «El intelectual»402 cayera
«como una bomba»,403 y ya el 18 de febrero de 1939 los volvía a atacar
en «Cabezas y cabezas huecas».
La furia de Goebbels contra los «intelectuales» tenía su origen en la
conciencia de que con ellos no daba resultado aquel método que él
siempre alabó como la única receta propagandística eficaz: 404 sólo quien
pueda formular los problemas de la manera más sencilla posible —así
decía su credo propagandístico— y «tenga el valor (...) de repetirlos
eternamente en esa forma simplificada, ése obtendrá a la larga resulta-
dos primordiales en la influencia sobre la opinión pública». 405 Los «inte-
lectuales», por el contrario, tenían la opinión errónea de que el públi co
se volvía más apático cuanto más a menudo se tratara un tema. Pero
precisamente la cuestión estaba en cómo tratar un tema. «Cuando se
tiene el talento de ilustrarlo siempre desde distintos lados, de encontrar
siempre nuevos patrones de demostración, de aducir argumentos cada
vez más drásticos y contundentes para defender el propio punto de vis -
ta, entonces el interés del público nunca decaerá, al contrario, sólo
aumentará».406
¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! 467

Justo según esta máxima procedió la prensa para volver a poner en


el punto de mira de la opinión pública el tema del «resto de Chequia»
en febrero de 1939. 407 Antes de la citación forzosa del presidente che-
coslovaco, Emil Hacha, en Berlín, se dieron a conocer las instrucciones
del Ministerio de Propaganda de destacar con enormes titulares las noti -
cias que llegaran sobre desórdenes en Checoslovaquia. 408 Esta propa-
ganda difamatoria, destinada a intimidar a los enemigos, adquirió un
carácter verdaderamente dramático. En las informaciones de la Agen-
cia Alemana de Noticias se decía que «ya había que lamentar 19 muer-
tos en Eslovaquia»; se leía acerca del maltrato de un «niño alemán» y
del «terrorismo de los soldados checos» contra los alemanes. 409 El 14 de
marzo, cuando Hacha llegó a Berlín, gigantescos titulares anunciaban
que Moscú manejaba los hilos en Checoslovaquia y que armaba al «ham-
pa roja». Además se informaba sobre 50 heridos en Iglau (Jihlava), serios
incidentes en Brünn (Brno), un ataque a un gimnasio alemán, disparos,
bayonetazos de gendarmes checos y otras atrocidades. 410
Mientras que Hacha, acompañado por el secretario de Estado Meiss-
ner, pasaba revista a la compañía de honor formada en la estación Anhal-
ter Bahnhof para su recibimiento, Hitler hizo que unidades del octavo
ejército alemán y la Leibstandarte de las SS «Adolf Hitler» cruzaran la
frontera germano-checa y ocuparan el importante nudo de comunica -
ciones de Ostrava-Moravia. 411 Al igual que Schuschnigg un año antes,
Hacha tuvo que soportar la sarta de improperios de Hitler y la fanfa -
rronada de Góring acerca de un bombardeo de Praga durante la entre -
vista que Goebbels vendió como «histórica», 412 antes de que tras un
desvanecimiento firmara el «pacto» que depositaba «con confianza en
manos del Führer del Reich alemán el destino del pueblo y el país che-
co».413
El 15 de marzo de 1939 laWehrmacht entró en el denominado «res-
to de Chequia» y ocupó por primera vez un territorio no poblado por
alemanes. Sin su cuerpo de guardia —para dar este paso fue animado
por su ferviente adepto Erwin Rommel, que estaba al mando del cuar -
tel general del Führer— Hitler, que había llegado a la frontera checos -
lovaca, emprendió la marcha hacia Praga. 414 Sólo una minoría vitorea-
468 Goebbels

ba a Hitler en las calles. En el barrio de Hradschin (Hradcanyy) anun-


ció que el país ya no existía. Al día siguiente se proclamó el «protecto-
rado de Bohemia y Moravia». Hitler designó al antiguo ministro de
Exteriores, Konstantin von Neurath, como protector del Reich. Según
el diario de Goebbels, el ministro de Propaganda lo aprobó plenamen -
te; era «una solución excelente». Neurath era «inteligente, severo cuan-
do es preciso, de formación diplomática y muy cortés en caso necesa -
rio». Desempeñaría su misión «sin duda magistralmente». 415 Sin embargo,
Speer recordaba que en un principio Goebbels había pronunciado duras
palabras contra Neurath, quien era «conocido como una mosquita muer-
ta»; pero en el protectorado hacía falta una mano dura que mantuvie -
ra el orden. Por lo demás, este hombre nada tenía en común con ellos,
pertenecía a un mundo totalmente distinto. 416
Si Goebbels se había adherido inmediatamente al parecer de Hitler,
era a buen seguro porque éste acababa de demostrar de nuevo su «cer -
tero instinto» y había tenido razón en su apreciación acerca de las «plu -
tocracias occidentales». El 18 de marzo París y Londres fueron las pri-
meras en presentar notas de protesta. Goebbels, cuyo escepticismo y
preocupación había disipado el Führer, que irradiaba una «calma sobe-
rana», estuvo completamente de acuerdo con Hitler en que se podía
despachar la protesta británica como un «estruendo teatral» y un «gri-
terío histérico», dada la ruptura del Pacto de Munich. «La prensa ale -
mana también lo tratará así por encima. El menosprecio está aquí indi-
cado».417
Por su parte, el ministro de Propaganda comentó la exitosa extor-
sión en sus editoriales con una sarcástica arrogancia, cuando «examinó»
una vez más la «semana histórica». En una sola noche —escribió— se
había disuelto «la más que singular formación estatal checoslovaca», 418 el
«Estado de temporada», ese «defectuoso producto deVersalles» que «en
realidad nunca había sido un Estado». Las «declamaciones patéticas» y
las «insolentes ofensas» que balbuceaban los «agitadores del pueblo
profesionales» en la «enemiga prensa difamatoria internacional» no
tenían «ninguna trascendencia política», sobre todo porque en conjunto
la reacción de las democracias occidentales fue «nula».419 Al día siguien-
¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! 469

te del regreso de Hitler a Berlín, Goebbels ordenó a los periódicos una


«campaña defensiva muy fuerte» contra la «difamación mundial»,420 pero
el hecho de que entre los altos líderes alemanes hubiera, en general,
poca excitación se debe atribuir a que Hitler autorizó a Goebbels, que
inmediatamente se había asegurado el estudio cinematográfico de Pra-
ga situado en la zona de Barrandov, el viaje que tenía planeado a la
región mediterránea oriental.421
Puesto que Hitler no le había dejado en la estacada, Goebbels vol-
vió a aparecer en esa época con más confianza incluso en el círculo de
los altos funcionarios. Rosenberg oyó que, en una recepción del parti-
do en Munich, Goebbels había manifestado que «había que dejarle vivir
como le conviniera».422 Ya que él veía los «escándalos de faldas» como
los menos peligrosos, porque eran los más naturales, lo reconoció públi-
camente, máxime cuando no comprendía por qué debía someterse a la
hipócrita moral de los burgueses de Munich.423 Hitler tenía que «habér-
selo pensado en 1924, de lo contrario se habría elegido entonces otro
partido», hizo saber a los oyentes, mudos ante tanto atrevimiento.424
Pronto los viajes separados del matrimonio Goebbels dieron que
hablar. Cuando el 30 de marzo él partió de Berlín en dirección a los
Balcanes, Magda llevaba casi tres semanas recorriendo el sur de Italia y
Sicilia.425 Albert Speer y su mujer la habían invitado a un recorrido desde
Segesta hasta Roma, pasando por Siracusa, Selinunte,Agrigento, Cas-tel
del Monte, Paestum y Pompeya. Del partido también les acompa-
ñaron los matrimonios Thorak, Breker y Brandt. Igualmente le habría
gustado viajar con ellos al secretario de Estado de Goebbels, Karl Han-
ke, quien hizo todo lo posible por participar. Poco a poco se había ido
ganando la confianza de Magda, y por eso se vio inevitablemente entur-
biada su relación con Goebbels. Muchas de sus declaraciones revelaban
ahora una distancia frente a su superior, sobre todo porque éste había
intentado de nuevo implicarle en sus affaires. En la transición de 1938
a 1939, los informes que presentaba ante él se habían convertido ya en
un «asunto frío»,426 tanto más cuanto que con sus esfuerzos por conse-
guir el favor de Magda Goebbels —se dice que la «asedió» literalmente
con cartas de amor— a Hanke no le faltó éxito. Sin embargo, al final
470 Goebbek

ella le marcó las distancias;427 a la seis veces madre, que en el día de la


madre de 1939 iba a ser la primera en recibir de parte de la delegación
de Berlín-Schlachtensee la «cruz de la madre» instituida por Hitler, le
resultaba muy incierto el futuro con Hanke, pensando en los niños.
Goebbels intentó distraerse durante esos días.Visitó la Acrópolis, la
«cuna de la cultura aria», contempló el Partenón y vio la ciudad anti-
gua de Rodas. En ese contexto observó que las personas que allí vivían
tenían que ser «utilizadas» por los «grandes pueblos», de lo contrario
«emergerían todas las inmundicias».428 El 6 de abril voló hacia El Cairo.
Siguió un programa turístico, visitando el Museo Nacional, la ciu-
dadela y las pirámides de Gizeh. Mientras tanto, en Alemania su Füh-
rer arremetía con determinación contra su próxima víctima, Polonia.
Ya le volvería a llamar cuando la cosa urgiera, se tranquilizaba Goeb-
bels. La última estación de su viaje fue Estambul, donde, además de los
monumentos históricos, visitó un cementerio militar alemán y meditó
sobre la antigua grandeza del imperio.
Los indicios anunciaban guerra cuando Goebbels regresó a la capi-
tal del Reich, a tiempo para la pomposa celebración con motivo del
quincuagésimo cumpleaños de Hitler. En la «cuestión» de Danzig
(Gdansk), Hitler había hecho en vano que su ministro de Exteriores se
dirigiera al gobierno polaco con el objeto de ganárselo para un ataque
conjunto contra la Unión Soviética, la parte esencial de su plan bélico.
Varsovia había rehusado rotundamente, pues los secretos sueños de Polo-
nia de convertirse en una gran potencia, tal como los que albergaba
sobre todo el ministro de Exteriores polaco, Beck, eran difíciles de con-
ciliar con ser el socio menor de la Gran Alemania. Si Hitler quería hacer
realidad su objetivo del «espacio vital» en el este, ahora no le quedaba
más remedio que «aniquilar» a Polonia.
En el discurso radiado que Goebbels pronunció la víspera de la fies-
ta nacional del «cumpleaños del Führer», dio la impresión de estar una
vez más insuficientemente informado. Habló de la «parada» que «de vez
en cuando» intercalaba un pueblo que luchaba por su destino «en el
vertiginoso rumbo de los acontecimientos» para aclarar sus ideas sobre
la situación, el camino y el objetivo, antes de glorificar como de eos-
¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! 471

tumbre a Hitler como un gran hombre de Estado y un genio históri-


co, que había demostrado ser más que merecedor de la ciega e inque-
brantable confianza de su pueblo. «Como si fuera un milagro» había
«dado una solución fundamental a una cuestión centroeuropea de la
que casi se habría podido creer que era completamente irresoluble». 429
La «imaginación» en los objetivos y el «realismo» en los caminos que
debía tomar se combinaban en él «con una armonía única, muy rara de
encontrar en la historia».430 Así, después de que se le revelara el sufri-
miento moral de los compatriotas alemanes de Austria y de los Sudetes,
que vivían en los márgenes de Alemania, había podido crear una «paz
de una realidad práctica (...) sobre la base de una visión elevada y de
instinto certero».431
El 20 de abril de 1939, en el eje este-oeste, la primera arteria ter-
minada de aquella gigantesca capital, «Germania», en la que Albert
Speer convirtió el viejo Berlín desde 1937, quedó claro qué había que
entender bajo el concepto evocado por Goebbels de la «paz de una rea-
lidad práctica». Con un impresionante telón de fondo —a ambos lados
de la fastuosa calle dominaban águilas de hierro fundido, con la coro-
na de la victoria en las garras, sobre robustas columnas, según el pro-
yecto del escenógrafo del Reich Benno von Arent—, Hitler hizo que
sus soldados escenificaran un desfile militar de unas dimensiones sin
precedentes. Durante cinco horas marcharon las unidades, pertrecha-
das de un extraordinario equipo técnico, delante de los representantes
diplomáticos del extranjero, tan asustados como impresionados. Hitler
había dado a Ribbentrop la orden de que trajera para esta ocasión como
invitados extranjeros «al mayor número posible de civiles y demócra-
tas cobardes»432 para intimidarlos. Durante el aterrador espectáculo, la
mirada de Goebbels subió desde la tribuna de honor hasta la «Gran
Estrella», donde la columna triunfal del «Segundo Reich», rodeada de
Bismarck, Moltke y Roon, había encontrado su nuevo emplazamien-
to. Cuando el sol se reflejó en la dorada diosa de la Victoria y lanzó un
resplandeciente rayo de luz, el ministro de Propaganda lo interpretó de
nuevo como «un signo prodigioso»,433 reprimiendo así su preocupa-
ción por el futuro, que le atormentaba en el fondo.
472 Goebbeh

El desfile marcial constituyó también el núcleo de una edición espe-


cial del noticiario Wochenschau de la Ufa,434 que Goebbels había encar-
gado con motivo del cumpleaños de Hitler con la condición de que
quedara patente el espíritu del momento en una «obra maestra» del
reportaje cinematográfico, que debía llevar a los más amplios sectores
de la población esa «atmósfera de disciplina y fuerza concentrada», cau-
tivándoles la vista y los sentimientos. 435 La imagen de Hitler como hom-
bre de Estado se completaba aquí con la del futuro general en jefe que
pasa revista a su ejército. Doce cámaras elegidos para este fin grabaron
unos 9.000 metros de película durante los actos oficiales del 19 y del
20 de abril, de los que finalmente —tras «examinarlos durante horas»—
se seleccionó para el Wochenschau definitivo una vigésima parte, a la que
se le puso una solemne música clásica de fondo. De esta manera surgió
una «valiosa pieza de la técnica propagandística goebbeliana», 436 y era
evidente que este Wochenschau recibiría las mejores calificaciones, entre
otras la de servir a la «educación popular», pues en este sentido Goeb-
bels atribuía al cine un resultado pedagógico tan importante como a la
escuela primaria.437
Estas «fuerzas armadas, las más poderosas del mundo», tal como se
había puesto de relieve, debían crear confianza entre los alemanes para
la guerra contra Polonia, hacia la que Hitler se dirigía de manera impa -
rable. Ya el 3 de abril había dado a la Wehrmacht las instrucciones para
la guerra contra Polonia. Una observación preliminar aludía a una orden
de Hitler según la cual la realización de las operaciones militares debía
ser «posible en cualquier momento», a partir de septiembre de 1939.
Puesto que Gran Bretaña había dado a Polonia una garantía de asis -
tencia, veía claro que esta vez tendría que «arriesgarse» más. De todos
modos, el hecho de que se revocara la declaración de renuncia a la vio-
lencia con Polonia del año 1934 y el tratado naval firmado al año siguien-
te con Gran Bretaña, que entonces se calificó de «definitivo», Hitler lo
asoció en su discurso del 28 de abril a que emprendía sus ataques con-
tra Inglaterra con expresiones de admiración, mientras que a Polonia
le aseguraba su disposición a negociar.
Por orden de Hitler, Goebbels encauzó ahora su aparato propagan-
¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! 473

dístico de manera bien calculada contra Inglaterra. Con la palabra cla -


ve del «aislamiento» «ilustró» a la población alemana la orientación ofen-
siva de Hitler como si se tratara de una trayectoria defensiva, necesaria
para rechazar una supuesta amenaza, enlazando así con el viejo com -
plejo alemán de la posición central del Reich, desfavorable desde el
punto de vista geopolítico, pues quedaba bajo la influencia aplastante
de sus enemigos.438 «El anillo que Inglaterra intenta poner alrededor de
Alemania con la mayor diligencia diplomática», escribió Goebbels, «no
tiene otra misión que la de refrenar el ascenso del Reich y restablecer
en Europa ese temido balance of power del que Inglaterra cree que debe
hacer depender su prosperidad y su seguridad tanto en la madre patria
como en su imperio mundial». 439
Cuando en mayo de 1939 se aclararon más los frentes con la firma
del Pacto de Acero italo-germano, Goebbels se lo presentó a los britá-
nicos como una reacción a su «política de aislamiento». Contra ella se
levantaba en Alemania e Italia «un bloque de 150 millones de perso-
nas», que estaban dispuestas y decididas a defender su existencia nacio-
nal movilizando todas sus fuerzas y reservas. Afirmaba que, contra eso,
el «frente aislacionista» no tenía nada equivalente que oponer, ni siquie ra
aproximado.440 Otro motivo central en el que Goebbels basó su pro-
paganda contra los «aislacionistas» británicos, a los que dedicó tres gran-
des artículos a principios del verano de 1939, 441 fue el anticapitalismo,
precisamente ese motivo de lucha de los pobretones indefensos y ham -
brientos, pero sanos, contra los adinerados que nadaban en la abun -
dancia, poderosos pero decadentes. Aquí se abrió paso sin duda un pro-
fundo odio que tenía sus raíces en su propia experiencia vital y al que
hasta entonces había tenido que renunciar por la trayectoria pro britá -
nica de Hitler. Así pues, Goebbels hizo del conflicto germano-británico
finalmente un enfrentamiento social, como cuando escribió que la
«plutocracia británica» terrateniente dictaba el principio del balance of
powerparz no hacer justicia a las «naciones proletarias». 442 Era más fácil
ser moral cuando uno se había «construido un imperio mundial» 443 y se
era rico, como el imperio británico, que cuando se era un «pobre- tón»
como Alemania e Italia. A un rico nunca se le ocurriría roban pan
474 Goebbels

pero sí al pobre, que tiene hambre y no tiene dinero para comprárselo


—afirmaba estilizando debidamente la situación—,444 Inglaterra, la «algo
vieja tía moralista de Europa»,445 ocultaba sus verdaderos motivos polí-
ticos detrás de «frases hueras empapadas de moral» cuando reprochaba
a la Alemania de Hitler atentados contra la humanidad, la civilización,
la confianza y el derecho internacional.446
Hitler, que ahora por consejo de Ribbentrop emprendía un rumbo
sin Inglaterra, en caso necesario contra Inglaterra, pero a ser posible aún
con Inglaterra, tuvo incluso que poner freno en ocasiones al odio de
Goebbels, pues de lo que se trataba era de evitar la intervención de Lon-
dres en la inminente destrucción de Polonia con una mezcla bien cal-
culada de amenazas y disposición conciliadora. Sin embargo, estas direc-
trices todavía no se aplicaban el 17 de julio de 1939, al final de la semana
cultural del distrito de Danzig: durante su única intervención notable
en la fase inmediatamente anterior al comienzo de la guerra, Goebbels
tenía que provocar, precipitarse en la cuestión polaca, para poner a prue-
ba la reacción de Londres. Por consiguiente, el discurso tenía que des-
tacarse bien en los periódicos. Previamente se comunicó de manera
confidencial a los redactores: «Mañana sábado por la tarde se desarro-
llará en Danzig un importante acontecimiento político, (...). La acción
de Danzig tiene que aparecer con grandes titulares en la primera pla-
na de los periódicos dominicales. Se trata de un primer tanteo del terre-
no, que debe comprobar la atmósfera internacional para el arreglo de
la cuestión de Danzig, etc.».447
Hitler sabía que no podía encontrar un hombre más indicado que
Goebbels para este propósito, pues el ministro de Propaganda transfor-
maba su propia conciencia de crisis en ese desenfreno que caracterizó
también su intervención en el balcón del Teatro Nacional, desde don-
de habló a las masas la tarde de ese 17 de junio. En un «salvaje discur-
so»,448 entre los histéricos gritos de júbilo de la población, Goebbels
exigió la reintegración al Reich de Danzig, que «de la noche a la maña-
na» se había convertido en un «problema internacional». 449 Interrum-
pido por prolongados coros de voces, cuidadosamente preparados, que
clamaban «¡Un pueblo, un Reich, un Führer!», «¡Queremos volver a la
¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! 475

patria, al Reich!», «¡Alemania, Alemania, por encima de todo!» y «Los


judíos y los polacos quieren quedarse con Danzig», 450 Goebbels lanzó
amenazadores ataques contra los supuestos «intentos de aislamiento»
británicos: «Tal como el ministro de Exteriores inglés, lord Halifax,
declaró hace algunos días ante la Cámara Alta, Londres quiere que la
cuestión de Danzig se dirima en amistosas negociaciones. Por eso Ingla-
terra también ha puesto a disposición deVarsovia una letra en blanco y
en este momento está intentando aislar al Reich y a Italia para comen -
zar de nuevo la política de 1914. Pero se equivocan si creen que tienen
delante a una Alemania débil, impotente, burguesa. El Reich nacional -
socialista no es débil, sino fuerte. No es impotente, sino que ahora mis-
mo posee las fuerzas armadas más imponentes del mundo.Y tampoco
está gobernado por cobardes burgueses, sino por Adolf Hitler». 451
Aunque los periódicos británicos reaccionaron con indignación,
Hitler continuó preparando la guerra sin vacilar. En la segunda mitad
de junio, el Alto Mando de laWehrmacht presentó el plan de ataque.
Poco después Hitler dio la orden de que se trazaran planes de opera -
ciones para la ocupación de los puentes sobre el bajo Vístula. El 27 de
julio se dio finalmente la orden para la conquista de Danzig. Los pre-
parativos de guerra contra Polonia estuvieron acompañados de una pro -
paganda cuyo principal precepto era ahora la «moderación» y el «come-
dimiento»,452 para no cargar demasiado la «tormentosa atmósfera», 453
«despertando las pasiones del pueblo». 454 Noticias sobre los incidentes
sólo podían aparecer en la prensa de forma aislada, en segunda plana y
sin titulares sensacionalistas. Lo mismo se aplicaba al «problema de Dan-
zig», que debía «ser relegado a segundo término». En general prevale -
cía la divisa de que «la cosa tiene que cocer a fuego lento». 455
En esta situación, a Goebbels le vinieron muy bien las recias pala-
bras que llegaban desde Polonia, con las que se expresaban las visiones
del país de convertirse en una gran potencia. Cuando los oradores mani-
festaban que Alemania había surgido de un antiguo Estado vasallo de
Polonia, Prusia, o cuando los periódicos polacos recordaban que la Pru-
sia Oriental era realmente un feudo de la república polaca y que toda
Pomerania era parte integral del Estado de los Piastas, 456 Goebbels hacía
476 Goebbels

que esto se transmitiera inmediatamente a las redacciones como noti -


cias «megalómanas». Así le resultó fácil atacar el «chovinismo polaco com-
pletamente fuera de quicio». 457 El hecho de que precisamente Polonia,
como escribía el periódico Warszawski Dziennik Narodowy, quisiera levan-
tar una barrera armada, que desde 1933 estaba dirigida contra la expan-
sión imperialista alemana en Europa, lo ridiculizó como una «excelen-
te broma»458 y preguntó con arrogancia: «¿Quo vadis, Polonia?».459
En aquel verano en el que Hitler llevaba a Europa a la guerra, se le
entregó a Goebbels el ostentoso nuevo edificio del palacio ministerial
oficial situado en la Hermann-Góring-Strasse 20. El proyecto ya se había
comenzado en verano de 1937. Entonces Goebbels le había hecho saber
al ministro de Hacienda, Schwerin von Krosigk, que Hitler daba impor -
tancia a que su «domicilio oficial» fuera también reconstruido en el
marco de la nueva organización de Berlín dirigida por Speer. Para ello
era necesario —continuó escribiendo— aprovechar todo el terreno
colindante de la parte del palacio Blücher que se encontraba en pro -
piedad americana, así como el parque perteneciente al Ministerio de
Alimentación del Reich. 460
El presupuesto de la nueva construcción, incluido el derribo del vie-
jo edificio, fue tasado en dos millones de marcos del Reich por el arqui -
tecto y profesor Paul Baumgarten, quien había entusiasmado a Goeb -
bels y a Hitler con su proyecto para la reconstrucción de la ópera
municipal de Berlín.461 Goebbels argumentó que las «obligaciones repre-
sentativas que le correspondían cada vez en mayor medida» hacían «nece-
saria una generosa ampliación del edificio». 462 El ministro de Hacienda
Schwerin von Krosigk, que «en principio» aprobó el proyecto, expresó
«las más serias objeciones», ya que había que considerar el importe
«extraordinariamente alto, pues no resultaban costes de la adquisición
del terreno y aún no se había tenido en cuenta la instalación interior». 463
Goebbels respondió que no permitiría ningún cambio sustancial del
proyecto y que «ante todo sólo se debía utilizar material de primera
calidad».464
En la decoración interior, las exigencias del ministro no conocie -
ron límites, de manera que a finales de febrero de 1939 —el 5 de ene-
¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! 477

ro de 1939 se celebró la fiesta de «cubrir aguas»—465 la «cuantía general


de los costes» del nuevo edificio ascendía por lo menos a dos millones
y medio de marcos, con tendencia al alza, pues al mismo tiempo se
anunció que los gastos para el mobiliario de las salas nobles —a cargo
de los talleres unidos de Munich— aumentarían en 200.000 marcos,
llegando a los 540.000, mientras que los costes para el interior de los
pisos superiores también se duplicarían a 400.000.466 Se emplearon 700
kilogramos de bronce entre otras cosas para los herrajes de las
puertas.467 Tampoco podían faltar la cómoda de madera de rosal con
placa de mármol al estilo Luis XVI por valor de 30.000 marcos, un
tapiz de Aubusson de la primera mitad del siglo XVIII por 283.450
marcos,468 así como los servicios de mesa necesarios para 300 personas,
la porcelana, la cristalería y los artículos de menaje.469 Contra los gastos
de aproximadamente 150.000 marcos para esta última partida, formu-
laron «muy serias objeciones» los representantes del Ministerio de
Hacienda del Reich. Llamaban la atención sobre el hecho de que «sólo
en el año presupuestario de 1938 se habían concedido fondos extraor-
dinarios para la adquisición de plata, mantelería, porcelana, etc., para
entre 100 y 500 personas».470 El Ministerio de Hacienda insistía en la
moderación; «para evitar estos nuevos dispendios» recomendaba la uti-
lización de los objetos ya adquiridos también en la nueva residencia
oficial del señor ministro, y sugería que Goebbels tuviera a bien «con-
formarse por el momento con comprar porcelana y demás artículos
para 50 personas».471
El importe total de la construcción alcanzó los 3,2 millones de mar-
cos del Reich.Y todavía no era suficiente. De una ronda de inspección
que hizo el dueño de la casa salió una lista de objeciones de cinco hojas.
A algunas estancias todavía les faltaba el «confort necesario». Además,
en todas partes se echaba de ver que los muebles previstos en un prin-
cipio habían garantizado «por lo general una elegante decoración», pero
que «en muchos casos no se había tenido en cuenta el carácter parti-
cularmente representativo de algunas salas ni el gusto personal del minis-
tro con respecto a su propia zona residencial».472 Pronto Goebbels pidió, a
modo de ultimátum, «que la casa se acomodara por fin para que fue-
478 Goebbels

ra habitable», una exigencia que llevó al departamento presupuestario


del Ministerio de Propaganda a economizar en los fondos para el tea-
tro y la promoción de los fines artísticos «con el objeto de seguir finan -
ciando las obras», 473 pues algunas de las empresas que participaron en
la construcción amenazaron con exigir comisiones e intereses por las
sumas pendientes.474
En el despacho de Goebbels, para el que los talleres unidos también
tuvieron que elaborar proyectos completamente nuevos de mobiliario
y decoración, 475 predominaba el color rojo: tanto la mesa como su
correspondiente sillón giratorio revestidos de piel roja; las paredes y los
sillones agrupados en torno a la chimenea guarnecidos de tela roja; las
pesadas cortinas y alfombras de un color rojo oscuro... lo que hizo que
personas bienintencionadas como su futuro jefe de prensa Von Oven
opinaran que la sala irradiaba una «suntuosidad un poco macabra». Una
imagen enorme de Hitler ocupaba casi toda la pared de detrás de la
mesa. A la izquierda de ésta estaba colgado un retrato del rey prusiano
Federico el Grande, del que Oven contó seis cuadros distintos en la
casa.476
Pero todo este lujo no conseguía desvanecer sus preocupaciones
sobre el futuro. Por eso ahora volvió a buscar apoyo en su matrimonio,
como ya había hecho en algunas ocasiones a lo largo de los primeros
años. Durante el festival wagneriano de Bayreuth, a finales de julio de
1939, trascendió que se había «reconciliado» con su mujer Magda. 477
Durante días enteros él había tratado de convencerla y la había puesto
bajo presión. Cuando una vez más amenazó con quitarle los niños en
caso de que se siguiera viendo en privado con Hanke, no le había que-
dado otra opción, confió ella a Albert Speer. 478 Como consecuencia,
Hanke abandonó a principios de agosto su cargo de secretario de Esta-
do en el Ministerio de Propaganda, aunque en realidad sólo renuncia-
ría a él definitivamente un año y medio después, para alistarse como
voluntario en el regimiento blindado de instrucción, con el que pocas
semanas más tarde participó en la campaña polaca. 479
Magda Goebbels aún no había asimilado todo eso. Durante la repre-
sentación de Tristón e Isolda el 26 de julio de 1939480 estuvo sollozan-
¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! 479

do todo el rato. Hitler, extenuado por la situación política, no entendía


el comportamiento de ésta y al día siguiente pidió a Speer que se lo
aclarara; luego llamó inmediatamente a Goebbels y le indicó con «secas
palabras» que fuera tan amable de abandonar Bayreuth con su mujer
ese mismo día.481 Aunque eso le debió de resultar poco agradable al
ministro de Propaganda, por fin estaba a salvo su matrimonio.
Capítulo 12

ÉL ESTÁ BAJO LA PROTECCIÓN DEL TODOPODEROSO


(1939-1941)

E n ese verano de 1939 invadieron constantemente al ministro de


Propaganda las preocupaciones por la firme resolución de su Füh-
rer» de llevar a cabo su objetivo a cualquier precio. No era que hubie-
ra dejado de venerarle; más bien se trataba del miedo a la hybris, que
ahora a veces se apoderaba de él. Demasiadas veces habían desafiado al
destino, demasiadas veces habían triunfado. Faltaban las privaciones y
el sufrimiento, en una palabra, el sacrificio que en su día le había dado
a Goebbels la fe inquebrantable. En los momentos de duda se propo-
nía llevar a Hitler en su expansionismo hacia una trayectoria pacífica.1
Pero cuando Hitler le hablaba y le ponía en su órbita, Goebbels se
creía aún con más fanatismo que la Providencia guiaba su mano, antes
de que el miedo le asediara de nuevo.
Goebbels, que no estaba incluido en el proceso de decisión de Hitler,
no participó en esta época en una sola conferencia secreta de éste. 2 Tanto
más amenazadora le debió de resultar la situación cuando desde su
perspectiva parecía que, a principios de verano de 1939, Hitler no sólo
pretendía la guerra contra Polonia, sino que también la concebía con-
tra Gran Bretaña y Francia y posiblemente incluso contra la Unión
Soviética. El ministro de Propaganda miraba con envidia y absoluta des-
confianza a Ribbentrop; le consideraba el «espíritu maligno» de Hitler,
que instigaba a éste a la guerra.3
A estos temores de Goebbels y a su falta de información se debe
atribuir seguramente el hecho de que interpretara las instrucciones que
482 Goebbels

recibía de la cancillería del Reich como una política de apaciguamiento


de la Unión Soviética en el conflicto que iba tomando forma. El 5 de
mayo, por orden suprema, dio indicaciones a la prensa de que se inte-
rrumpiera de inmediato la polémica contra la Unión Soviética y el bol-
chevismo. Según se argumentó, esto «no tenía nada que ver con un pro-
fundo cambio ideológico, sino que era necesario por los innumerables
rumores extranjeros, que sólo servían para embrollar la situación».4 El
caso era que se había conocido que París y Londres negociaban en Mos-
cú la reactivación del sistema de seguridad colectivo, la Sociedad de
Naciones. En otras palabras: las potencias occidentales se esforzaban por
estorbar las ambiciones expansionistas de Hitler en Polonia con ayuda
de la Unión Soviética. Por eso a Alemania le interesaba no impulsar al
Kremlin a caer en sus brazos con su agresiva propaganda.
La realidad era que Hitler estaba considerando una convergencia con
la Unión Soviética ante la insistencia de Ribbentrop, quien había con-
cluido de su actividad como embajador en Londres que Gran Bretaña
«nunca, pasara lo que pasara, pactaría con Alemania».5 El Kremlin ya
había dado a entender el 10 de marzo que buscaba un acuerdo con Ber-
lín. Hitler se proponía poder llevar a cabo sus planes polacos sin que las
potencias occidentales se arriesgaran a entablar la guerra con Alemania
a causa de Polonia. Pero precisamente esa guerra era la que esperaba
Stalin, quien temía que Hitler se pudiera llegar a entender con las «plu-
tocracias» occidentales y con el respaldo de éstas hiciera realidad sus
objetivos en el este. Por el contrario, una guerra de los países capitalis-
tas entre sí los desangraría, y eso permitiría a la Unión Soviética llevar
a Europa la idea de la revolución bolchevique con ayuda del Ejército
Rojo, del mismo modo que la guerra de las monarquías le había pre-
parado el terreno en su día.
Tras repetidas señales del Kremlin a mediados de julio, Hitler, que
hasta ahora había estado vacilante, aceptó la idea. El 14 de agosto, por
medio de Ribbentrop, dio orden al embajador alemán en Moscú, el
conde Von der Schulenburg, de que entregara al nuevo ministro de
Exteriores soviético, Molótov, que había sustituido al judío «Litvinov-
Finkelstein» —así se le denominó en las instrucciones para la prensa—,6
Él está bajo la protección del Todopoderoso 483

una propuesta alemana para la delimitación de las esferas de influen-


cia entre el mar Báltico y el mar Negro. En ella se aludía a la oposi-
ción común contra las «democracias capitalistas occidentales» y se pro-
metía a la Unión Soviética un sustancial botín. Para aumentarlo, Molótov
iba demorando las conversaciones, pues en Moscú se sabía que Hitler
ya había fijado la fecha de ataque para el sábado 26 de agosto. Sólo
después de que Hitler interviniera personalmente ante Stalin, el Krem-
lin accedió a adelantar la visita de Ribbentrop a Moscú para el 23 de
agosto.
En este momento Hitler puso al corriente al ministro de Propagan-
da del pacto que se planeaba con la Unión Soviética, a un Goebbels
que veía en la lucha contra el bolchevismo la «verdadera gran misión
histórica» de los nacionalsocialistas.7 Consternado y luego impresiona-
do de nuevo por el «genio» de su Führer, consideró el paso como una
«jugada propagandística genial». En marzo de 1940 anotó, siguiendo de
cerca la línea de argumentación de Hitler: «Hemos pescado al aliado
adecuado. Si no, hubiéramos estado con el agua al cuello (...).Y, a fin
de cuentas, ¿qué nos importa el modelo social y cultural del bolche-
vismo moscovita? Queremos hacer a Alemania fuerte y grande, no per-
seguir planes utópicos para mejorar el mundo».8 Si a Goebbels esta solu-
ción provisional ya le resultaba «un poco inquietante» 9 —cosa que
documentan muchas anotaciones posteriores en su diario—10 de nin-
gún modo veía, a diferencia de Hitler, que ésa fuera la condición pre-
via para jugarse ahora el todo por el todo en la cuestión polaca. De
acuerdo con las Memorias de Speer, Goebbels seguía considerando el
riesgo de una guerra con Inglaterra «demasiado grande» y se mostraba
preocupado.11
Antes de que Ribbentrop partiera hacia Moscú para preparar el pac-
to de no agresión y el protocolo secreto adicional, con el que Europa
se dividió en dos esferas de influencia al este y al oeste de una línea for-
mada por los ríos Narev,Vístula y San, Goebbels hizo estallar la bomba
por orden de su Führer. Sin embargo, él mismo se mantuvo en un
segundo plano en la propaganda, pues había sido él quien durante años se
había asomado más a la agitación antibolchevique. La tarde del 2l
484 Goebbels

de agosto se difundió en la radio del Reich, como comunicado oficial de


la Agencia Alemana de Noticias, que el gobierno del Reich y el gobier-
no soviético habían convenido firmar un pacto mutuo de no agresión.
Poco después, una serie de llamadas en cadena a las redacciones de los
periódicos daba instrucciones de publicar la noticia de la firma inmi-
nente de un pacto de no agresión germano-ruso «con grandes titula-
res en la primera plana». Incluso el texto de la noticia se podía repro-
ducir en negrita; sin embargo, había que prescindir de comentarios por
el momento.12
A diferencia de los países extranjeros occidentales, donde la noticia
de la alianza de ambos dictadores provocó puro pánico, la población
alemana la acogió con alivio. En una carta de un colaborador berlinés
del Frankfurter Zeitung dirigida a su jefatura de redacción se decía que
el ambiente en la capital del Reich era «de alegre excitación. El pue-
blo tiene esta impresión: ahora ya no hay guerra, y si la hay, no es peli-
grosa. En el significado profundo del pacto no se piensa por de pron-
to. Se toma como una distensión. Pero hay una sonrisa picara en las
caras, no se ocultan los guiños. Nuestros enviados lo expresan con pala-
bras: ¡Pero si era el enemigo público número uno!».13
La mañana del 22 de agosto, el jefe del departamento de prensa nacio-
nal del Ministerio de Propaganda, Fritzsche, dio instrucciones a los
representantes de la prensa alemana siguiendo la hoja de ruta fijada por
Goebbels. La información y los comentarios debían llamar la atención
sobre el «sensacional punto de inflexión» en la política europea.14 En la
información confidencial para los redactores de ese mismo día se aña-
día que con el pacto se recurría «a los tradicionales puntos en común
de la política germano-rusa». «En los comentarios y en los editoriales
se debe ahondar precisamente en esta vertiente de los condicionamientos
históricos necesarios para trazar semejante línea política, ya que desde
siempre ha sido determinante para la situación europea general». 15 En
cambio, se prohibía expresamente entrar «en las diferencias ideológicas
de ambos estados (...), tanto en sentido positivo como negativo».16
«El tema del Pacto Antikomintern, que seguramente va a ser trata-
do con insistencia por la prensa extranjera», debía ser omitido en lo
Él está bajo la protección del Todopoderoso 485

posible por la prensa alemana.17 Pronto Goebbels iba a suspender tam-


bién formalmente la actividad del aparato Antikomintern del ministe-
rio. Después de que se retirase de las puertas el viejo letrero «Antiko-
mintern» y se sustituyera por otros, la plantilla continuó de esa forma
enmascarada su trabajo de observación, recopilación y registro, aunque
con una fuerte reducción de personal.18
El 22 de agosto también se convocó a los representantes de la pren-
sa extranjera para una conferencia en el Ministerio de Propaganda.
Cuando terminó, Hitler, que se encontraba en el Berghof, hizo que le
pusieran en comunicación con Goebbels para saber cómo habían sido
las reacciones. Goebbels pensaba que la sensación no se podía superar.
Cuando, durante la conferencia, sonaron fuera una vez las campanas
de una iglesia, un representante de la prensa inglesa opinó que era el
«toque a muerto por el imperio británico», una observación que impre-
sionó mucho a Hitler, ya de por sí eufórico. «Con ojos febrilmente
brillantes» informó poco después a los generales, que se habían reuni-
do en torno a él, de lo que había oído de Goebbels.19 En la idea de
que había logrado un nuevo «golpe» y de que ahora podía emprender
una guerra limitada contra Polonia, manifestó a los generales y a los
almirantes, que en su mayoría daban su aprobación expresamente, su
irrevocable decisión de actuar ahora. La Wehrmacht estaba a punto de
llevar a cabo el «supuesto blanco», una guerra que no podía perder. Él
se iba a encargar de provocarla, sin importar si se hacía de manera creí-
ble o no. Al vencedor no se le preguntaba después si había dicho la
verdad.20
Mientras que la maquinaria de guerra alemana se ponía en marcha
—Hitler había fijado el 26 de agosto como fecha para el ataque—,
mientras que Pvibbentrop, de vuelta de Moscú, refería que se había sen-
tido en el Kremlin como entre viejos amigos políticos y que Stalin tenía
un carácter parecido al del Führer, los embajadores se movían apre-
suradamente de acá para allá entre las capitales europeas, las líneas tele-
fónicas ardían, para intentar evitar lo inevitable. Esa «marea de propuestas
de paz y de ofertas de mediación»21 —dispuso Fritzsche por orden de
su jefe en una conferencia de prensa extraordinaria celebrada en la
486 Goebbels

medianoche del 25 de agosto— debía ser omitida en lo posible por la


prensa, en la que los principales titulares debía seguir ocupándolos Polo-
nia.22 Esta «prueba de nervios» «duraría aún algunos días, se intensifi-
caría todavía más (...). Siempre tenía que quedar clara la férrea deci-
sión de Alemania»,23 pues se trataba de intimidar a Londres.
Casi a la misma hora Hitler proponía al embajador británico Hen-
derson la división del mundo en esferas de influencia: una garantía de
existencia para el imperio británico por parte de Alemania y el reco-
nocimiento de las fronteras occidentales del Reich a cambio de tener
vía libre en el este. Después de que Henderson se marchara para poner
al corriente a su gobierno de las propuestas de Hitler, éste corroboró
una vez más la fecha de ataque para el día siguiente, pero luego la apla-
zó precipitadamente, cuando se conoció en Berlín que Inglaterra iba a
ratificar esa misma tarde el tratado de asistencia con Polonia y cuando
Mussolini comunicó a través del embajador Attolico que, en contra de
las declaraciones anteriores, el ejército italiano no estaba preparado para
la lucha. Por ese motivo, el 26 de agosto Hitler hizo que se indicara de
manera especial a los representantes de la prensa que en ningún caso
revelaran a la población que la cosa «arrancaba» en una fecha determi-
nada. No se podía «comprometer» al Führer y éste «tiene que observar
la ley de la acción».24
El preocupado Goebbels esperaba en vano que Hitler pudiera sen-
tarse todavía a la mesa de negociaciones. En eso estaba la tarde del 27
de agosto cuando Hitler comunicaba a los diputados parlamentarios
convocados que la situación era muy seria. Pero de todos modos él esta-
ba decidido a resolver la cuestión oriental «de una manera u otra». Había
hecho determinadas propuestas a Henderson y ahora estaba esperando
la respuesta de los ingleses. Durante la conferencia de prensa de por la
tarde, Goebbels hizo comunicar que, en vista de las provocaciones pola-
cas en la Prusia Oriental y algunas otras regiones, «el poder ejecutivo
ha pasado a manos de la Wehrmacht»; los periódicos dominicales de-
bían resumir «los acontecimientos de la semana en una lengua dura,
quizás incluso intransigente»; «ante este panorama la noticia es relega-
da a segundo término». Asimismo, la noticia de la movilización en Fran-
Él está bajo la protección del Todopoderoso 487

cia sólo debía «figurar de paso en el interior del periódico» y no podía


«destacarse de ningún modo».25
A última hora de la tarde del 28 de agosto —ese día se racionaron
en el Reich los alimentos y otros bienes de abastecimiento— Hender-
son llevó a Hitler la respuesta de su gobierno: decía que éste cumplía
sus obligaciones del pacto, pero que tenía la firme promesa de Varsovia
de que estaba dispuesta a negociar sobre Danzig y el corredor. En la
contestación que Hitler le entregó al día siguiente al embajador inglés,
aplaudía las negociaciones directas con Varsovia. Contaba con la llega-
da de un representante polaco al día siguiente y presentaría a Londres
propuestas adecuadas. La respuesta estaría acompañada por las infor-
maciones de la prensa, a la que Goebbels dio estas indicaciones el 29
de agosto: «La proporción con que se destacan las noticias terroristas
polacas es para el extranjero la escala con la cual se mide la firmeza de
la actuación alemana».26
Alrededor de la medianoche del 30 de agosto, Henderson llegó a la
cancillería del Reich. Ribbentrop le leyó las propuestas alemanas, pero
subrayando al mismo tiempo que ya carecían de importancia, puesto
que Varsovia no había reaccionado. Tras la intervención británica y fran-
cesa en Varsovia, finalmente la tarde del 31 de agosto el embajador pola-
co Lipski solicitó, en efecto, una entrevista con Hitler o Ribbentrop.
Mientras que Hitler no recibió al polaco y ratificó que el caso «blan-
co» seguía adelante, Ribbentrop accedió al final a recibir a Lipski, pero
sólo quería que le confirmara lo que ya sabía por conversaciones tele-
fónicas intervenidas, esto es, que el polaco no estaba autorizado para
negociar.
Mientras que la propaganda goebbeliana seguía difundiendo nuevas
noticias de atrocidades polacas contra los miembros de la minoría ale-
mana —había ordenado que siguieran constituyendo «el titular decisi-
vo», sin importar qué pensara el pueblo o el extranjero, pues lo tras-
cendental era sólo «que Alemania no perdiera esta última fase de la
guerra de nervios»—,27 la maquinaria de guerra funcionaba a pleno
rendimiento. Alrededor de las cuatro de la tarde del 31 de agosto de
1939 Heydrich dio luz verde con la contraseña «la abuela ha muerto»
488 Goebbek

a aquella medida que iba a proporcionar el pretexto para la guerra. Al


atardecer, comandos de las SS simularon, entre otras cosas, un ataque
polaco a la emisora de Gleiwitz (Gliwice). Poco después, a las once de
la noche, Goebbels convocó una conferencia de prensa extraordinaria.
Las informaciones de la Agencia Alemana de Noticias sobre el asalto
polaco a la emisora debían presentarse en títulos llamativos con el siguien-
te tenor: «La disciplina del pueblo alemán no ha podido ser perturba da
hasta ahora, por eso hoy se produce un brutal ataque. Pero el pue blo
alemán no va a tolerar otro ataque. Hasta ahora el terrorismo sólo
había tenido lugar en territorio polaco, ahora también en territorio ale-
mán».28
Las unidades del ejército ya habían penetrado mucho en el interior
del país y Varsovia había sufrido su primer bombardeo cuando Hitler,
con su uniforme «preferido» gris de campaña, que se puso por primera
vez en 1920 y que no pensaba quitarse hasta la victoria, o ni siquie ra
entonces, se trasladó de la nueva cancillería del Reich a la Ópera
Kroll, con Goebbels y un séquito de otros «dignatarios» poco antes de
las diez de la mañana del 1 de septiembre de 1939. Aparte de las filas
que formaban los hombres de las SA y de las SS, las calles parecían de-
siertas,29 aunque la radio y los diarios de la mañana habían informado
sobre la «reintegración» de Danzig al Reich. Sin embargo, se evitaba la
palabra «guerra».30 «Sólo se devolvía el golpe», decía la formulación ofi-
cial. En un discurso ante los diputados parlamentarios, Hitler destacó
que su «pacifismo» y su «infinita paciencia» ya se habían agotado; des-
de las 5.45 se devolvían los disparos. 31
Goebbels, quien inmediatamente había redactado un proyecto de
ley sobre «medidas radiofónicas extraordinarias» que prohibía a la pobla-
ción oír las emisoras extranjeras y difundir las noticias transmitidas por
ellas bajo amenaza de prisión, y «en casos especialmente graves» de pena
de muerte, 32 estaba extremadamente nervioso, alarmado sobremanera.
¿Cómo reaccionaría Inglaterra? ¿Cumpliría las obligaciones de su alian-
za con Polonia? No se le había escapado que el propio Hitler tenía
dudas, que más que nunca había entrado en un juego de alto riesgo. Al
igual que Hitler, Goebbels se decía —y esto también se lo aseguraba
Él está bajo la protección del Todopoderoso 489

repetidamente a sus más estrechos colaboradores— «que no se produ-


ciría una guerra», porque las potencias occidentales habían «fanfarro-
neado» y «Polonia tampoco emprendería la guerra sin el apoyo militar
de Occidente».33 La moral negativa entre la población alemana depa-
raba al propagandista preocupaciones adicionales. En esos días no se
percibía nada del entusiasmo, del patriotismo exagerado de agosto de
1914, «ninguna alegría, ningún grito de júbilo. En cualquier parte a la
que se iba reinaba un silencio desalentador, por no decir abatimiento.
Todo el pueblo alemán parecía ser presa de un pánico paralizador, que
no le permitía dar señales de aprobación ni de disconformidad».34
Esto complicaría aún más las cosas a la propaganda goebbeliana en
caso de que se llegara al extremo, a una gran guerra, idea de la cual él
se intentaba disuadir desesperadamente. La tarde del 1 de septiembre el
embajador británico entregó a Ribbentrop una nota en la que se decía
que Gran Bretaña cumpliría las obligaciones de su alianza en caso de
que no se retiraran las tropas alemanas. Pero no se daba un ultimátum.
El 2 de septiembre transcurrió con gran temor. La mañana del 3, Hen-
derson se presentó de nuevo. Paul Schmidt, el intérprete jefe del Minis-
terio de Exteriores, tradujo a Hitler en presencia de Ribbentrop la nota
británica, en la que Londres exigía la interrupción de las operaciones
en Polonia en el plazo de dos horas. Schmidt escribió en sus memo-
rias: «Hitler se quedó como petrificado, mirando al vacío (...). Después
de un rato, que me pareció una eternidad, se dirigió a Ribbentrop, que
permanecía inmóvil junto a la ventana. "¿Ahora qué?", preguntó Hitler
a su ministro de Exteriores (...). Ribbentrop contestó en voz baja:
"Supongo que los franceses nos presentarán un ultimátum idéntico en
la próxima hora"».35
Entre los muchos que se habían reunido bajo la impresión de los
acontecimientos en la antesala del despacho de Hitler en la nueva can-
cillería del Reich se encontraba Goebbels, «en un rincón, abatido y
ensimismado; estaba literalmente como una manta mojada».36 Sus temo-
res se habían hecho realidad, tendría lugar la guerra. Aquél del cual
creía que era «el instrumento de la divinidad que obraba de forma natu-
ral» había demostrado no ser infalible. Eso no podía ser y, como no podía
490 Goebbels

ser, Goebbels pronto abandonaría esa idea para refugiarse en su auto-


engaño. En los próximos años de guerra, cuanto peor le fueran las cosas
al Führer y al Reich, tanto más se enfrascaría Goebbels en su mundo
ilusorio marcado por la «fe» en la misión de Hitler, que consistía en sal -
var a Occidente de la amenaza creada por la «conspiración internacio-
nal del judaismo».
Solícitamente seguía la idea de su Führer de que el «espacio vital»
en el este era de trascendental importancia para el Reich. Así pues, le
parecía que no era Danzig, un «objeto de litigio relativamente insigni -
ficante», sino la supuesta destrucción inminente de Alemania, la verda -
dera razón por la cual los «plutócratas» de Londres y París habían decla -
rado la guerra al Reich. Respecto a las potencias occidentales, la cosa
quedó por el momento en este aviso. En un principio no se produjo la
guerra en dos frentes temida por Goebbels, 37 lo que para él rayaba en
el milagro. Alfred Jodl declaró al respecto en Nuremberg: «El hecho de
que no nos derrumbáramos ya en el año 1939 sólo se explica porque
al oeste, durante la campaña polaca, las aproximadamente 110 divisio -
nes inglesas y francesas permanecieron completamente inactivas frente
a las 23 divisiones alemanas».38
Así pues, la Wehrmacht de Hitler, con las compañías de propaganda
introducidas por primera vez en la historia bélica, pudo demostrar al mun-
do toda su fuerza combativa, así como una nueva forma de hacer la gue-
rra: la guerra relámpago, con los Stukas 39 que se precipitaban silbando
desde el cielo, los mortíferos bombarderos Heinkel, los cazas Messer-
schmidt que casi alcanzaban los 600 kilómetros por hora, los repentinos
ataques por sorpresa de las formaciones blindadas movilizadas en masa, a
las que seguía una infantería motorizada. El ejército polaco, que en parte
seguía luchando con unidades de caballería, fue literalmente triturado
por la maquinaria de guerra alemana, ese monstruoso Moloc mecaniza-
do. Ya el 5 de septiembre, el comandante en jefe del ejército polaco, el
mariscal Rydz-Smigly, ordenó la retirada detrás delVístula.Tres días des-
pués, la cuarta división blindada llegó a las afueras deVarsovia, mientras
que más al sur el décimo ejército conquistaba Kielce y el decimocuarto
entraba en Sandomierz, en la confluencia delVístula y del San.
Él está bajo la protección del Todopoderoso 491

El 8 de septiembre, cuando el informe de la Wehrmacht daba par-


tes de victoria uno tras otro, Goebbels tuvo que encajar una derrota.
Ese día se promulgó una orden del Führer en materia de propaganda
exterior según la cual el ministro de Exteriores del Reich era quien
dictaba «las directrices e instrucciones generales» en el «terreno de la
propaganda relativa a la política exterior», y, según el punto 6, el minis-
tro de Exteriores tenía que expresar «sus deseos y disposiciones al minis-
tro de Propaganda» con respecto a las octavillas, la radio, el cine y la
prensa, que el Ministerio de Propaganda tenía que «asumir y realizar
sin cambios».40 En la práctica, la realidad sería que Ribbentrop enviaría
al Ministerio de Propaganda «funcionarios capacitados como inter-
mediarios».41 Así quedó establecida la facultad de dirección de Rib-
bentrop sobre Goebbels en las cuestiones de propaganda exterior y se
efectuó una revisión completa de la reglamentación de atribuciones del
30 de julio de 1933.42
Para Goebbels estas pretensiones no eran nuevas, pues, poco después
de su nombramiento como ministro de Exteriores, Ribbentrop ya había
comenzado a interesarse por el trabajo del departamento de exteriores
del Ministerio de Propaganda y, por tanto, a «mordisquear» 43 en aque-
llas competencias que Goebbels le había arrebatado con éxito al Minis-
terio de Exteriores en el año 1933. La aversión de Goebbels hacia él
no hizo más que aumentar a raíz de este hecho. Su contraataque con-
sistía ahora en el intento de desacreditar a su rival por sus «deficientes
y vagas» ideas en materia de política exterior.44 Pero en ese verano de
1939, tras «controversias muy feas» con Goebbels,45 Ribbentrop tuvo
éxito, sobre todo porque había contribuido considerablemente a la rea-
lización del pacto entre Hitler y Stalin y por ese motivo gozaba en ese
momento de las máximas simpatías de Hitler, quien empezaba a ver en
su ministro de Exteriores a un «segundo Bismarck».46
Sin embargo, Goebbels intentaba esquivar el decreto del 8 de sep-
tiembre referente a la propaganda exterior. Principalmente se opuso al
establecimiento de los intermediarios, ya nombrados por el Ministerio
de Exteriores, en el Ministerio de Propaganda, tachándolos de «espías».47
Además, le molestaba mucho la «estúpida propaganda intelectual» del
492 Goebbels

Ministerio de Exteriores,48 así como su línea moderada en la «cuestión


judía» con respecto al extranjero.49 Así pues, la permanente guerra pri-
vada entre él y Ribbentrop fue haciéndose extensiva poco a poco a
todo el espectro de la política periodística y propagandística exterior,
y al igual que en el caso de Rosenberg, encontró expresión en una
marea de cartas, sobre todo de Ribbentrop a Goebbels. 50 Pero por el
momento éste dejó simplemente «en suspenso» la coordinación con el
Ministerio de Exteriores51 y ya no respondía a los escritos de Ribben-
trop, en su mayoría «injuriosos». Adoptó el punto de vista de que ese
«megalómano» podía esperar sentado a que él, Goebbels, bailara a su
son.52
También el jefe de prensa del Reich, Dietrich, a ojos de Goebbels
un «mentecato sin imaginación ni conocimiento»,53 restringía el influjo
del ministro de Propaganda sobre la prensa. Esto se había hecho posible
porque, con el comienzo de la guerra, Dietrich estaba casi siempre en
el cuartel general del Führer y, por ende, en el entorno inmediato de
Hitler.54 Dietrich elegía los diarios y las informaciones de prensa que se
presentaban a Hitler, el cual, después de examinarlos, le daba todas las
mañanas las instrucciones para la prensa, en ocasiones incluso dic-
tándoselas literalmente.55 Dietrich mantenía un contacto telefónico dia-
rio con Goebbels, que servía para el intercambio de información entre
el frente y Berlín.56 La inevitable disminución de la influencia de Goeb-
bels la ilustra el hecho de que en esa época basaba sus comentarios en
los comunicados oficiales que venían del Führer, sin añadir ante sus
colaboradores «argumentaciones propias» sobre la estrategia alemana.57
Para no ser relegado definitivamente a un segundo plano en vista de
estas limitaciones, Goebbels activó a finales de septiembre un instru-
mento con el que ya había instruido en su día, en la difícil situación del
año 1932, a sus «altos funcionarios» sobre la «táctica eternamente cam-
biante» del conflicto, con éxito y disciplina. 58 Para controlar mejor la
información periodística, ahora convocaba a diario para las once de la
mañana a sus principales colaboradores y jefes de departamento —en
principio sólo cinco o seis personas, a partir de 1940-1941 unas veinte,
y desde el comienzo de la campaña rusa unas cincuenta— para una
«con-
Él está bajo la protección del Todopoderoso 493

ferencia ministerial», que en realidad, más que una conferencia, era una
distribución de órdenes que él dictaba personalmente. 59 El ayudante de
Goebbels declaró en Nuremberg que allí nunca se discutió, sino que
primero el oficial de enlace exponía a grandes rasgos la situación mili -
tar y a continuación Goebbels daba las instrucciones propagandísticas
a las personas competentes en cada caso, sobre todo en lo referente a la
prensa, la radio y el noticiario Wochenschau.60
A finales de septiembre de 1939 la campaña polaca llegó a su fin.
Con el pretexto de proteger a las minorías rusas y ucranianas, en vista
de que ya no existía el Estado polaco, el Ejército Rojo irrumpió en
Polonia oriental el 17 de septiembre. Al día siguiente se encontraron
las unidades soviéticas y alemanas en Brest-Litovsk. Nueve días después
capitularon los defensores de la cercadaVarsovia. En ese mismo momen-
to, Ribbentrop, Molótov y Stalin modificaban en el Kremlin las cláu-
sulas del pacto entre Hitler y Stalin a favor de la Unión Soviética. Con
la firma del tratado de límites y amistad germano-soviético, los nacio -
nalsocialistas renunciaban a Lituania y recibían a cambio adicionalmente
la voivodía de Lublin y la parte oriental de la voivodía de Varsovia.
Después de que, el mismo día de la caída de Varsovia, la prensa y la
radio dieran comienzo a una gran ofensiva por la paz, en un discurso
pronunciado el 6 de octubre en la Ópera Kroll, Hitler se dirigió a las
potencias occidentales con una «oferta de paz» en la que se manifesta ba
que «sería una insensatez aniquilar millones de vidas humanas y cau sar
pérdidas materiales de cientos de miles de millones para restablecer un
entramado que ya en el momento de su formación fue calificado por
todos los no polacos como un aborto». Durante la enervante espe ra a la
respuesta británica, Goebbels, que en secreto deseaba «que vinie ra la
paz»,61 se planteaba una y otra vez la angustiosa pregunta de «si se llegará
a una verdadera guerra mundial». 62 El 10 de octubre, durante un
almuerzo conjunto en la cancillería del Reich, Hitler observó que aún
no tenía idea de cómo reaccionaría Londres. Había que esperar y dejar
que las cosas maduraran. 63 Para acelerar este proceso, Hitler aprovechó
el «mitin popular» organizado por Goebbels esa tarde en el palacio del
deportes berlinés con motivo de la inauguración de la primera obra de
494 Goebbels

socorro invernal durante la guerra, en cuyo transcurso recomendó «por


última vez» a los ingleses que concluyeran la paz con el Reich.64
Pocas horas antes había llamado a los comandantes en jefe de los
cuerpos de la Wehrmacht y les había leído una larga memoria sobre la
situación bélica mundial, así como su directiva número seis para la estra-
tegia bélica en el oeste. En caso de que Inglaterra y, capitaneada por
ésta, también Francia no estuvieran dispuestas a terminar la guerra en
el menor plazo de tiempo, estaba decidido a actuar de manera activa y
ofensiva. Para la continuación de las operaciones militares Hitler orde-
nó preparar una ofensiva a través de la zona belga, luxemburguesa y
holandesa, con la que se debía derrotar a las fuerzas armadas francesas
y ganar un punto de partida para el desembarco en Inglaterra.
Era evidente que la idea de una rápida victoria sobre el «enemigo
histórico» había entusiasmado a Hitler sobremanera. En cualquier caso,
su «extraordinaria confianza en la victoria» impresionaba a Goebbels65
de tal modo que, contra todos sus miedos y dudas, escribió con verda-
dera euforia: «Con el Führer venceremos siempre; reúne en su perso-
na todas las virtudes del gran soldado: valor, astucia, precaución, flexi-
bilidad, espíritu de sacrificio y su soberano desprecio de la comodidad».66
El hecho de que Hitler ya estuviera distribuyendo mentalmente las pro-
vincias francesas lo comenta con profundo respeto su jefe de propa-
ganda con estas palabras: «En todas las iniciativas va muy por delante
del desarrollo de los acontecimientos. Como cualquier genio».67
Sin embargo, el ministro de Propaganda esperaba que las cosas no
llegaran tan lejos y que Gran Bretaña transigiera, pues hasta ahora en el
oeste sólo había habido «ridículos duelos de artillería»,68 lo que le llevó
a observar que ésa era «la guerra más singular que nunca había conocido
la historia».69 Así pues, la declaración de Chamberlain en la Cámara de
los Comunes del 13 de octubre le cayó como un jarro de agua fría,
pues calificó las propuestas de Hitler de vagas y ambiguas, ya que no
contenían ninguna alusión a cómo se podría reparar la injusticia
cometida contra Checoslovaquia y Polonia. Hitler apenas creía ya «en
una posibilidad de paz»; le parecía muy bien poder «arremeter ahora
contra Inglaterra» y pensaba que «los ingleses tienen que aprender a
Él está bajo la protección del Todopoderoso 495

base de escarmientos».70 Goebbels intentaba reafirmar su confianza con-


tra todas las dudas con esta absurda argumentación: «Ganaremos por-
que tenemos que ganar». Se decía constantemente que «nuestras posi-
bilidades son (...) sumamente buenas. Si nosotros mismos no lo
estropeamos, ganaremos». «Y así será», volvía a decirse.71
Hitler ordenó ahora una intensificada agitación contra Gran Breta-
ña. Como anillo al dedo le vino al ministro de Propaganda el hecho de
que el 14 de octubre el submarino alemán (7-47, comandado por el
teniente de navio Günther Prien, penetrara en la gran base naval bri-
tánica de Scapa-Flow y hundiera el acorazado Royal Oak. Goebbels lan-
zó inmediatamente un artículo contra el primer lord del almirantazgo,
Winston Churchill, a quien responsabilizó de la catástrofe. Puesto que
también la prensa neutral empezaba a «pedir a gritos la paz», estaba más
que preparado para ver «tambalearse (...) un poco» la posición de Chur-
chill, de manera que sólo había que «insistir constantemente» para derri-
barle a él y llevar a Alemania la anhelada paz.72
A este mismo propósito servía la nueva campaña que Goebbels des-
plegó alrededor del hundimiento del Athenia. El 3 de septiembre, el
vapor de pasajeros británico —según informaron los ingleses— había
sido hundido por error por un submarino alemán cerca de las islas
Hébridas. Puesto que en la jefatura de la guerra marítima se asumió que
el submarino alemán más cercano, el U-15, se encontraba a millas del
lugar donde se había hundido el Athenia y dado que se había enviado
la correspondiente noticia al cuartel general del Führer, Hitler hizo
comunicar al Ministerio de Propaganda a través del jefe de prensa del
Reich, Dietrich, que la notificación británica no era cierta. Paralela-
mente al desmentido ahora difundido por Goebbels en la radio y en la
prensa, el gran almirante Raeder, a instancias de Ribbentrop, que esta-
ba preocupado por la neutralidad americana —en el torpedeo habían
perdido la vida 28 ciudadanos de Estados Unidos—, invitó al agrega-
do naval americano a mediados de septiembre y le explicó que entre-
tanto se habían recibido las noticias de todos los submarinos alemanes,
que operaban en estricto silencio. Según ellas, se hacía constar de manera
concluyente que el Athenia no había sido hundido por ningún sub-
496 Goebbels

marino alemán. Sin embargo, esto no correspondía a la realidad. El 27


de septiembre, el U-30 regresó del Atlántico a Wilhelmshaven. El «jefe
de los submarinos», el comodoro Dónitz, interrogó a su comandante.
Éste reveló el hundimiento del buque de vapor, ante lo cual Dónitz se
puso en contacto con Raeder y, tras consultar a Hitler, ordenó «máxi-
ma discreción».
Según el diario de Goebbels, el ministro de Propaganda no sabía que
el hundimiento del vapor era obra de la marina de guerra alemana, y
eso que en el mes de octubre estuvo diariamente en el entorno de
Hitler. El 19 de octubre —en la capital del Reich todavía no se había
extinguido el júbilo por el solemne recibimiento a los héroes de Sca-
pa Flow escenificado por Goebbels— mencionó el informe de «un tal
Anderson», que «airea definitivamente el secreto del Athenia. Según ello
queda demostrado que Churchill lo echó a pique. Convertimos el asun-
to en una grandísima sensación. Le doy la vuelta otra vez a mi edito-
rial.Ataque general contra Churchill. Quizás esto le haga tambalearse».
Horas más tarde Goebbels recibió «instrucciones» de Hitler sobre cómo
tratar el caso. «Él también piensa que quizás consigamos derribarlo», y
evaluó semejante éxito en «más que el hundimiento de dos acoraza-
dos».73
El 21 de octubre anotó que esperaría para dar el golpe contra Chur-
chill hasta que la embajada alemana en Washington confirmara la decla-
ración de Anderson en Nueva York. Ese mismo día autorizó el ataque
contra Churchill. Después de que éste lo rechazara con bastante habi-
lidad, el 22 de octubre Goebbels puso en posición la artillería más pesa-
da contra Churchill en el Vólkischer Beobachter. Formuló el reproche de
«que Winston Churchill había intentado hundir el barco mediante la
explosión de una máquina infernal (...). Habrían perdido la vida casi
1.500 personas si el atentado original de Churchill hubiera tenido el
resultado que deseaba el criminal. Sí, esperaba ardientemente que los
cientos de americanos que viajaban en el buque encontraran la muer-
te en las olas, para que la ira del pueblo americano, engañado por él, se
dirigiera contra Alemania como supuesta autora del hecho». Goebbels
terminaba con la pregunta: «¿Cuánto tiempo más puede desempeñar
Él está bajo la protección del Todopoderoso 497

un asesino uno de los cargos más tradicionales que conoce la historia


de Gran Bretaña?».74
Además, el ministro de Propaganda dictó un discurso radiofónico
que «resume todas las incriminaciones contra él muy severamente» y
que esa misma tarde fue emitido a través de todas las emisoras alema-
nas y en todas las lenguas universales. Si bien en su diario celebró su
repercusión y aunque seguía trabajando con absoluta tenacidad para
derribar a Churchill, quien a su juicio era «el causante de la guerra y
de la prolongación de la guerra»,75 pronto tuvo que reconocer que con
Churchill hacía frente a un rival al cual había que tomar muy en serio.
Probablemente por esta razón, Goebbels intentó en lo sucesivo orga-
nizar la polémica contra Francia e Inglaterra de una manera algo más
realista. El pueblo alemán no debía creer que vencerlos era un juego de
niños. No se debía perseguir una propaganda derrotista, pero tampoco
ilusa.76
En vista de lo inevitable de la guerra en el oeste, contra la cual había
manifestado continuamente sus objeciones la dirección del ejército,
marcada por las experiencias y los sentimientos de la Primera Guerra
Mundial, Goebbels intentaba hacer frente a los temores diciéndose que
la «situación y el poder» de Inglaterra «es hoy más débil que nunca»; 77
otras veces se consolaba pensando que era «una suerte» que Alemania
no tuviera que hacer la guerra en dos frentes.78 Aunque incluso la astro-
logia, en la que en realidad no tenía mucha fe, hablaba «curiosamente»
a favor de Alemania,79 la vida le parecía «tan agobiante que se pierde
toda la alegría de vivir»,80 pues sin cesar le atormentaban amenazadoras
ideas. Al menos la relación con su mujer Magda se estabilizó durante
los primeros meses de la guerra, hasta tal punto que celebraron el
treinta y ocho cumpleaños de ésta el 11 de noviembre de 1939 «solos»
en Lanke. El día de su propio cumpleaños, en el que los británicos pre-
sentaron una «abyecta emisión» sobre él, había mirado con angustia al
futuro incierto: «Ya cuarenta y dos años. ¿Cuántos más podré cumplir?
No me gustaría saberlo».81
El 8 de noviembre de 1939, cuando Goebbels acompañó a su Füh-
rer a Munich para el mitin anual en memoria de los «caídos de noviem-
498 Goebbels

bre», no tenía distinta disposición anímica, sobre todo porque se daba


cuenta de que su propaganda «aún no era especialmente alabada en
todas partes».82 Sólo los gritos de júbilo con los que Hitler fue recibido
en la cervecería Bürgerbráu y su posterior discurso, que transformó la
sala en una fiesta de locos, le levantaron un poco el ánimo, pues
creía que el «cortante ajuste de cuentas» de Hitler con la «política de
rapiña británica» y su anuncio de que Alemania nunca iba a capitular
eran una «sensación mundial».83
Sensación sería sin embargo la que causó otra noticia. Hitler y su
ministro de Propaganda la conocieron durante el viaje de regreso con-
junto a la capital del Reich. Pocos minutos después de que Hitler y su
séquito abandonaran la Bürgerbráu, había estallado justo al lado de la
tribuna del orador la carga de dinamita con mecanismo de relojería que
había fabricado el ebanista Johann Georg Elser, de Kónigsbronn, en
Suabia. La potente explosión y las bóvedas del techo, que se vinieron
abajo, habían matado a varios asistentes al mitin y herido a decenas de
ellos. Dado que Hitler, a diferencia de lo que solía hacer en los años
anteriores, había comenzado el acto media hora antes y, por tanto, se
había marchado pronto, ahora Goebbels declaró, después de todas las
dudas del pasado: «El está bajo la protección del Todopoderoso. Morirá
cuando haya cumplido su misión».84
Parte de esa misión que Goebbels invocaba era la «pacificación» de
los territorios orientales conquistados, que supuso también nuevas ta-
reas para el ministro de Propaganda. Una vez que Hitler regresó de Var-
sovia, donde el 5 de octubre había pasado revista al gran desfile triun-
fal, informó a Goebbels sobre las impresiones que se había llevado de
Polonia. Los polacos eran «más animales que personas, completamente
torpes y amorfos», con los cuales no quería «ninguna asimilación».85 Lo
que quería era un pueblo polaco esclavo, a las órdenes de Hans Frank
en la gobernación general recién creada, que debía ser «depurado» de
intelectuales, del clero católico, de aristócratas y de judíos. Del «adies-
tramiento» del resto de la población también se ocuparía Goebbels.
Como si de un pequeño parche de éxito se tratara después de la drás-
tica reducción de competencias, debía asumir allí toda la propaganda,86
Él está bajo la protección del Todopoderoso 499

motivo por el cual se creó un departamento de instrucción popular y


propaganda, subordinado al departamento de propaganda de su minis-
terio, en la gobernación general de Cracovia y en cada una de las cua-
tro jefaturas de distrito de Cracovia, Lublin, Radom y Varsovia.
Aún durante las operaciones militares, Himmler había encargado a
Heydrich que comunicara a Wagner, del cuartel general del ejército,
que las SS planeaban una «concentración parcelaria» en Polonia. La
dirección del ejército mencionaba dos condiciones: el «saneamiento»
debía realizarse sólo tras la retirada del ejército y tras el traspaso a un
gobierno civil estable».Tampoco «puede ocurrir nada que dé al extran-
jero la posibilidad de poner en práctica una propaganda difamatoria a
causa de estos sucesos. ¡Clérigos católicos! Por el momento no es posi-
ble», anotó el jefe del Estado Mayor del Ejército, Halder, sobre una con-
versación con su comandante en jefe Von Brauchitsch. Con esto que-
da de manifiesto la implicación de la dirección del ejército en los crímenes
inconcebibles.87
Para confirmar por experiencia propia su opinión, determinada por
Hitler, sobre esa «parte de Asia echada a perder», 88 Goebbels viajó a
Polonia a principios de noviembre. ¿Qué otra imagen habría podido
ofrecer ese país arrollado por la guerra relámpago de Hitler que la de
«una opresora desolación»?89 Si Goebbels ya vio Varsovia como «morada
del horror» y a la población, subyugada por la guerra y la ocupación,
que se arrastraba por las calles «igual que insectos», como «apática y
espectral», su aversión se intensificó con la visita al gueto judío de Lodz:
«Eso ya no son personas, son animales. Por eso no se trata de una misión
humanitaria, sino quirúrgica. Aquí hay que cortar, y por lo sano».90
Goebbels, quien se preguntaba por qué precisamente Lodz, «ese mon-
tón de inmundicia»,91 en el que vivían «casi exclusivamente heces de
polacos y judíos»,92 debía ser germanizada y convertida en Litzmanns-
tadt, pidió a Hitler esos «cortes» por lo sano. Era evidente que Goeb-
bels, en conformidad con su Führer, pensaba en la aniquilación de los
judíos polacos, como posible primer paso para el «exterminio» del ju-
daismo europeo, tal como Hitler había anunciado a finales de enero de
1939 para el caso de otra guerra mundial. La exposición goebbeliana
500 Goebbels

del «problema judío» encontró la «plena aprobación del Führer». Pero


mientras Hitler esperaba un acuerdo con Occidente, no tenía ningún
interés en una rápida aniquilación de los judíos, pues podían servir como
«garantía», según argumentó Hitler delante de Goebbels.
En una primera acción, para la que Himmler había dado la orden
ya el 9 de octubre, se iba a deportar a los judíos y a los polacos no «aptos»
para la «germanización» a la gobernación general, donde a finales de
octubre de 1939 se introdujeron los trabajos forzados para los judíos y
se hizo obligatorio llevar la estrella de David amarilla. Las personas que
en invierno de 1939-1940 comenzaron con la deportación y el asesi-
nato masivo de estas gentes fueron ensalzadas como héroes por Himm-
ler en una conferencia ante la Leibstandarte Adolf Hitler: habían teni-
do que ser «duros» para «llevarse a miles, decenas de miles y cientos de
miles» y para «fusilar a miles de líderes polacos». «En muchos casos era
considerablemente más fácil entrar en combate con una compañía que
reprimir en cualquier territorio con una compañía a una población
insubordinada de bajo nivel cultural, hacer ejecuciones, deportar a la
gente, llevarse a mujeres que gritan y lloran».93
La justificación de aquello que no se podía ocultar de esta «política
polaca» y que trascendía a la opinión pública alemana la proporciona-
ba la propaganda goebbeliana, que durante semanas enteras había esta-
do destacando ostentosamente las atrocidades cometidas contra la mino-
ría alemana justo antes y durante la campaña, como por ejemplo lo
sucedido durante el denominado domingo sangriento de Bromberg
(Bydgoszcz). Goebbels también empleó el cine para imponer entre la
población las deportaciones y aquello que Hitler y él todavía proyec-
taban hacer contra el judaismo. Así pues, en el Ministerio de Propa-
ganda trabajaban bajo su dirección94 desde hacía algunas semanas el
director cinematográfico del Reich Fritz Hippler, el nuevo jefe del
departamento de cinematografía, y EberhardTaubert, cuyas actividades
antibolcheviques se habían visto abruptamente limitadas por el pacto
de Hitler con Stalin, en la realización y en el guión de la película «docu-
mental» El eterno judío. En su época de estudiante, Hippler, como jefe
del distrito de Brandeburgo de la asociación estudiantil de nacionalso-
Él está bajo la protección del Todopoderoso 501

cialistas alemanes, había sido uno de los principales organizadores de la


quema de escritos «antialemanes» en la Plaza de la Opera de Berlín en
mayo de 1933. 95 Él había traído de la conquistada Polonia las graba-
ciones para este «reportaje cinematográfico». 96 Entre ellas estaban las
escenas del rito de degollación de reses filmadas en el gueto de Varso-
via. Goebbels se dio el gusto de verlas de inmediato y se estremeció
«ante tanta barbarie», sólo para confirmar lo que de todos modos ya
estaba planeado: «Este judaismo tiene que ser aniquilado». 97
Después de proyectar las grabaciones para que las viera Hitler, 98
Goebbels tenía en principio la intención de incorporarlas a la película
de Veit Harían El judío Süss, que se estaba produciendo entonces, pero
éste lo rechazó alegando que el público vomitaría por su crueldad. 99 En
lugar de ello, estas escenas de la degollación se emplearon como últi -
ma secuencia de la película El eterno judío, con la reserva de que este
fragmento sólo se mostraría excepcionalmente en las proyecciones públi-
cas. En todo caso, las mujeres sólo debían ver la versión abreviada, que
también se recomendaba a las «naturalezas sensibles». 100 Este crudo
«documental», tal como había que exponer en la prensa, tenía la misión
de revelar a los alemanes «fría y objetivamente» a través de la «imagen
incorruptible» algunos aspectos del «judaismo mundial», a saber, el «esta-
do primitivo de los judíos como se ha conservado genuinamente en los
guetos de Polonia», para contraponerlo a la imagen de los judíos civi -
lizados de la Europa occidental. 101
El judío como «europeo occidental civilizado» era el objeto de la
escenificación de El judío Süss, que Goebbels había puesto en manos
del «jefe dramático» Harían. El encargo para esta película, basada en la
novela homónima de Lion Feuchtwanger, que sin embargo fue distor -
sionada bajo la perspectiva nacionalsocialista, lo valoró Harían en sus
memorias como un «golpe terrible». 102 No obstante, él aportó «un mon-
tón de nuevas ideas». 103 Además consiguió modificar el primer guión
elaborado por Eberhard Wolfgang Móller, 104 el jefe del departamento de
teatro del Ministerio de Propaganda, de una manera tan «extraordi-
naria» que Goebbels estaba seguro de que la película de Harían se con-
vertiría en «la película antisemita» por antonomasia. 105
502 Goebbels

De manera más problemática que con Harían transcurrieron las nego-


ciaciones con Ferdinand Marian, a quien se designó para interpretar a
Süss Oppenheimer. Este se negó a aceptar ese papel argumentando que
él representaba a vividores y enamorados y que su público no quería
verle en ese carácter antipático. 106 Goebbels le conminó a ello perso-
nalmente «con un empujoncito» 107 que consistió en gritarle a Marian a
la cara, de manera tan abierta como malhumorada, que él era omni -
potente. Él, Joseph Goebbels, repartía los papeles, pero sobre todo los
nacionalsocialistas habían sido los primeros en hacer que los actores
fueran admitidos en la buena sociedad, les permitían cobrar más que
los más grandes científicos alemanes y, cuando alguna vez él les pedía
algo, rehusaban por consideración a la «chusma judía» de Hollywood. 108
Así pues, Marian se vio obligado a actuar. En el caso de Werner Krauss,
al que Goebbels había previsto para el papel del rabino Lów, no fue
necesaria esa presión. 50.000 marcos del Reich endulzaron la acepta -
ción del papel a Krauss, quien había sido el primer vicepresidente de la
Cámara de Teatro del Reich. 109
A Goebbels, que a finales de noviembre había emprendido un segun-
do «viaje oriental» a Danzig.Thorn y Bromberg y a principios de diciem-
bre a la línea Sigfrido, le debió de resultar aún más molesto, en vista de
sus esfuerzos por realizar películas antisemitas, que Hitler expresara con
«la mayor severidad» su descontento con la producción cinematográfi -
ca durante el almuerzo en la cancillería del Reich el 11 de diciembre
de 1939. En presencia de su enemigo íntimo Rosenberg, del represen-
tante de Hitler Hess y de todos los oficiales y ayudantes 110 de Hitler,
Goebbels tuvo que oír que en las películas de la pantalla no se notaba
que hubiera tenido lugar una revolución nacionalsocialista. Sólo había
algunas películas «en general patrióticas», pero no nacionalsocialistas,
pero sobre todo las películas aún no se habían «atrevido (...) con el
judío bolchevique», vociferó Hitler sin tener en cuenta que las pelícu -
las antibolcheviques ya producidas habían tenido que ser postergadas
por su abrupto viraje con respecto a la Unión Soviética. 111
Hitler, que había hecho adaptar repetidas veces la película propa-
gandística sobre las fuerzas aéreas en la campaña polaca, El bautismo de
Él está bajo la protección del Todopoderoso 503

fuego, la cual Goebbels consideraba una obra maestra, 112 también criticó
ese día los noticiarios del Wochenschau, cuyas 3.000 copias llegaban
semanalmente a los cines.113 «Se hacen de manera trivial y con un interés
superficial».114 Al parecer, Goebbels cortaba «los metros sin dar a la
nación lo que quiere por medio de una dirección permanentemente
interesante», siguió renegando el Führer sentado a la mesa de medio -
día, poniendo así sobre el tapete una deficiencia que el ministro de Pro -
paganda trataba de subsanar desde hacía semanas. Durante la «guerra
sentada»115 habían faltado «los temas oportunos»;116 las compañías de
propaganda sólo enviaban un material fílmico carente de imaginación,
lo que el civil Goebbels achacaba a su instrucción militar, que inhibía
«la creatividad propia».117
La sarta de improperios duró —según anotó Rosenberg en su dia-
rio con tanta malicia como minuciosidad— unos veinte minutos, durante
los cuales Goebbels, a quien por lo demás nunca le faltaban argu -
mentos en contra, enmudeció totalmente tras un apocado intento de
defenderse: «Pero si tenemos buenas (...) películas nacionales».118Aunque
la situación en que le había puesto su Führer era más que emba razosa,
defendió el comportamiento de Hitler al escribir que «tiene derecho
a ello, es un genio», 119 prometiendo además hacerlo mejor en el futuro.
Posiblemente fue la moral de la población, cualquier cosa menos
optimista, la que llevó al irritado Hitler a lanzar semejantes ataques contra
su ministro de Propaganda. Desde que había quedado patente que la
guerra contra Gran Bretaña y Francia no se podría evitar, la gente
recordó la mortífera e interminable guerra de posiciones en el oeste
entre los años 1914 y 1918. El autohundimiento del Almirante Conde
Spee en el Río de la Plata volvió a hacer presentes esos terribles recuer-
dos bélicos: el acorazado destruido había atracado en Montevideo tras
un combate naval con una unidad británica. Puesto que el gobierno de
Uruguay, seguramente cediendo a la presión americana, sólo concedió
al capitán Hans Langsdorff un plazo de 96 horas, insuficiente para repa -
rar los desperfectos, y dado que los británicos estaban esperando en la \
bahía para hundir a cañonazos al Conde Spee, Berlín ordenó el hundi-
504 Goebbels

miento. Si bien la propaganda acababa de informar acerca de una exi-


tosa batalla naval del Conde Spee, en adelante se «esquivó» este tema, tal
como lo expresó Goebbels. Para desviar la atención del «heroico final
del glorioso buque», que «traspasa el corazón», hizo correr el rumor de
que los aviadores de Góring habían derribado 36 aviones británicos en
una batalla aérea sobre Helgoland. 120
Por más que esto sirviera de consolación a la catástrofe del Rio de
la Plata, a finales de año Goebbels consideró que era absolutamente
necesario no minimizar la importancia de los enemigos, sobre todo la
de los ingleses, pues estaba en juego la «existencia nacional». 121 Si en
Navidades había advertido contra dejar «aflorar el sentimentalismo» 122 y
en su lugar exigido que se hiciera «fuerte» al pueblo, 123 su discurso de fin
de año también respondía a este tenor. Él, que estaba convencido de
la victoria porque su Führer irradiaba «confianza y fe en la victoria»,
profetizó en Nochevieja a los alemanes para el año 1940: «La victoria
no se nos va a regalar.Tenemos que ganárnosla (.. .).Todo el mundo
tiene que colaborar y luchar por ello (.. .).Vamos a luchar y a trabajar y a
decir con aquel general prusiano: "Dios Nuestro, si no puedes o no
quieres ayudarnos, sólo te rogamos que tampoco ayudes a nuestros repro-
bos enemigos"».124
Ya que a finales de año, con 25 grados bajo cero, escaseaba el car-
bón, tuvieron que cerrarse las escuelas, las fábricas, los cines y los tea-
tros, y él mismo tenía que trabajar en su ministerio cubierto con el abri-
go y mantas, con mayor motivo pronunció Goebbels el brindis «¡Dios
castigue a Inglaterra!»125 en su pequeña velada de Nochevieja, en Lan-ke,
a eso de la medianoche. Mientras tanto Hitler, que celebraba el Año
Nuevo en el Berghof, meditaba sobre cómo «castigaría» a Francia. Ya
había tenido que aplazar varias veces la campaña occidental por el mal
tiempo. El 10 de enero la fijó «definitivamente» para el 17 de enero.
Cuatro días antes la tuvo que aplazar de nuevo, «en vista de la situación
meteorológica».
La verdadera causa fue el vuelo errante de un avi ón militar alemán,
que despegó el 10 de enero de Münster en dirección a Colonia y que
horas más tarde tuvo que realizar un aterrizaje forzoso en Mechelen-
Él está bajo la protección del Todopoderoso 505

sur-Meuse.A bordo se encontraba el comandante Helmut Reinberger,


que llevaba en su cartera los planes de operaciones para la planeada cam-
paña occidental. Pese a todos los esfuerzos del oficial de enlace de la
flota aérea 2 por destruir los documentos, parte de ellos cayeron en
manos de los belgas. Reinberger, después de ser liberado por las auto-
ridades belgas, se puso inmediatamente en contacto con el Ministerio
del Aire en Berlín a través de la embajada alemana en Bruselas. Segui-
damente, el 12 de enero, el jefe del Estado Mayor de la Wehrmacht en
el OKW [Alto Mando de la Wehrmacht], el general Jodl, dio cuenta
personalmente al Führer del incidente. Después de que al día siguiente
la embajada alemana en Bruselas informara en un telegrama urgente
sobre considerables movimientos de tropas del ejército belga, que se
debían a noticias alarmantes, Hitler hizo aplazar la campaña occidental
por un tiempo indefinido.
Aunque en esta época Goebbels se reunía casi diariamente con
Hitler —el 14 de enero éste visitó incluso a los Goebbels en Schwa-
nenwerder—, de nuevo parecía no estar al corriente de los aconteci-
mientos.Así, cuando al día siguiente se enteró de que Bélgica y Holan-
da habían suspendido los permisos para todos los miembros de sus
ejércitos, creyó que los gobiernos de ambos países querían «sondear el
terreno». Cuando por la tarde visitó a Hitler, éste volvió a justificar el
aplazamiento de la campaña occidental con el mal tiempo. Sólo diez
días después anotó Goebbels en su diario que había que seguir espe-
rando para la ofensiva, ya que el vuelo de un subteniente había perdi-
do el rumbo hacia Bélgica y había tenido que realizar allí un aterrizaje
forzoso.
En lugar de informar a Goebbels sobre los verdaderos motivos para
el aplazamiento de la campaña occidental, Hitler, a quien después del
fallido atentado del 9 de noviembre dominaba «una firme sensación de
absoluta seguridad»,126 le hablaba en un «orden de cosas muy elevado», en
las categorías de la fe: «Sencillamente no podemos perder la guerra. Y
en ese sentido se debe orientar todo nuestro pensamiento y actua-
ción». Análogamente a esas frases dogmáticas, Hitler hizo saber a su pro-
fundamente impresionado ministro de Propaganda que «las dimensio-
506 Goebbels

nes en las que actúa el genio histórico no son decisivas para su gran-
deza, sin el valor y el arrojo con que se enfrenta a los peligros». 127
Después de unas frases tan contundentes, Goebbels se puso a traba-
jar «como nuevo». En el centro de su trabajo seguía estando la propa -
ganda, con la que quería enemistar al pueblo británico y a sus líderes.
Allí estaban por una parte los «plutócratas», los «judíos entre los arios», 128
los Chamberlain, los Churchill y otros varios cientos de familias «que
reúnen todo, excepto la legitimidad moral para dominar el mundo». 129
Su «ilimitada y cerrada arrogancia, su lentitud de pensamiento, su pro-
vocadora flema respecto a las preocupaciones e intereses de otros pue -
blos, su moral hipócrita y falsa, su descarada ingenuidad en la propaga-
ción de mentiras y calumnias» ha sido elevada en cierto modo por el
«plutócrata» a la categoría de arte político, 130 con el que quiere llevar al
pueblo inglés a la guerra y a la destrucción; éste era el tenor de la pro -
paganda goebbeliana, cuyo «carácter antiplutocrático» ya había queri-
do subrayar enérgicamente en diciembre del año anterior; 131 ése era su
«mejor punto de ataque contra Inglaterra». 132
Para tal fin Goebbels había impulsado con una urgencia febril la
ampliación del departamento exterior del Ministerio de Propaganda,
cuyo número de colaboradores se había más que duplicado desde el
comienzo de la guerra hasta abril de 1941, pasando de 20 a 41. 133 El
departamento participaba en las emisiones de la radio exterior, que te -
nían una especial eficacia. Éstas estaban coordinadas e inspiradas a ente-
ra satisfacción de Goebbels por el intendente y director Adolf Raskin,
quien ya había descollado con su propaganda radiofónica durante la
campaña «de vuelta a la patria del Reich» en el territorio del Sarre. 134
Además de las emisiones habituales, durante las cuales se retransmitían
entre otras cosas los discursos traducidos de los líderes pardos, las emi-
soras clandestinas también hacían la «guerra etérea»135 bajo su dirección.
Asimismo entraba dentro de las tareas del departamento exterior el dise-
ño de octavillas. Goebbels recibió un elogio especial del Führer por
las hojas en las que se representaba a soldados ingleses en posturas inequí-
vocas con mujeres francesas y que debían atizar el resentimiento entre
los aliados. 136 El departamento de propaganda lanzó caricaturas muy
Él está bajo la protección del Todopoderoso 507

maliciosas de Churchill en los paquetes de cigarrillos, pensadas para los


alemanes, a quienes se les debían presentar las potencias occidentales
como instigadoras de la guerra. 137
«El propagandista más fastidioso de la parte contraria» era a juicio
de Goebbels el antiguo presidente del Senado de la ciudad libre de Dan -
zig, Hermann Rauschning. Su libro Conversaciones con Hitler estaba escrito
«con extraordinaria habilidad» y representaba un «enorme peligro», 138
pensaba Goebbels, pues el autor ponía en él al descubierto los objeti -
vos expansionistas y de ideología racial de Hitler. Rauschning le hacía
decir a éste que la «lucha decisiva» contra Rusia era ineludible, que que -
ría «desembarcar» en Inglaterra, maquinar «revueltas y desórdenes» en
Estados Unidos, acabar «de raíz» con el cristianismo y, claro está, con el
judaismo. El 29 de enero de 1940 la legación alemana en Berna pro-
testó contra la difusión de las Conversaciones en lengua inglesa y fran-
cesa, así como contra la publicación del libro de Rauschning Revolu-
ción del nihilismo, en el que describía la esencia del nacionalsocialismo.
Tres días después, el enviado alemán en Berna, el barón Sigismund von
Bibra, exigió la prohibición de las Conversaciones. Cuando Goebbels,
quien había hecho reunir material incriminatorio contra Rauschning
procedente de Danzig, amenazó a los estados neutrales alegando que
quería que el «concepto de neutralidad», además de su vertiente mili -
tar, se hiciera extensivo a la política y al periodismo, el consejo federal
suizo se rindió y el 16 de febrero prohibió el libro de Rauschning. 139
El 18 de febrero de 1940, después de que se conociera que el navio
alemán Altmark, un buque auxiliar de la marina que llevaba a bordo a
300 prisioneros ingleses rescatados del Conde Spee, había sido divisado
y capturado en aguas jurisdiccionales noruegas —en el fiordo de Jós-
sing—, Goebbels dio instrucciones a su aparato de disparar «con todos
los cañones propagandísticos» y de hacer estallar un «coro infernal de
indignación».140 Aunque la agencia de noticias británica ya había comu-
nicado el incidente varias horas antes que la alemana, de manera que la
mayor parte de la prensa mundial adoptó la exposición inglesa, él creía
poder «reparar aún en cierta medida la negligencia del Ministerio de
Exteriores con una hábil maniobra». «Todos los periódicos y emisoras
508 Goebbels

trabajan al máximo rendimiento. La cólera en el pueblo alemán es indes-


criptible», anotó en su diario, 141 y el 19 de febrero hizo dar órdenes a la
prensa de «concentrar toda la polémica (...) en este único caso», de
manera que el mar echara espuma. 142
Mientras que Goebbels continuaba su guerra propagandística, Hitler
llegó al convencimiento, bajo la impresión del caso Altmark, de que los
británicos no tenían miedo a saltar hacia Noruega y de que Oslo ape -
nas ofrecería resistencia. Por eso insistía en acelerar los preparativos para
el «golpe» alemán a Dinamarca y a Noruega, que a finales de enero
había impulsado «con su influencia directa y personal». 143 Se trataba
sobre todo de apoderarse de los puertos del país, para desde ellos posi -
bilitar a las fuerzas armadas alemanas el libre acceso al Atlántico y ade -
más asegurar el abastecimiento del mineral de hierro desde la neutral
Suecia. Puesto que en la estación fría se helaban las aguas del norte
de Suecia, el mineral tenía que ser transportado por ferrocarril hasta
Narvik y desde allí en barco a lo largo de la costa noruega hasta los
puertos alemanes.
Después de que el 18 de marzo, en su encuentro con Mussolini en
el Brennero, Hitler se hiciera asegurar que Italia entraría en la guerra
del lado de Alemania, se efectuaron rápidamente los preparativos para
la operación que se planeaba por tierra, mar y aire bajo el nombre cla ve
de Ejercicio del Weser (Weserübung) y que se mantuvo en secreto
también ante el Duce. Goebbels debió de ser informado a principios
de abril, pues el 5 de ese mes recibió a los redactores jefe de la prensa
berlinesa y a los jefes de las corresponsalías berlinesas de la prensa extran-
jera, y les comunicó que se esperaba pronto un cambio en la estrategia
bélica. Aun cuando el objetivo de la propaganda alemana fuera distan -
ciar a los pueblos de las potencias occidentales de sus gobiernos, al igual
que en la lucha por el poder se había apartado a los votantes de las vie -
jas presidencias de los partidos, de ningún modo radicaba ahí la única
receta «salvadora» de la estrategia bélica, pues en ese caso haría super-
flua la movilización militar.144
En esa misma época se puso en marcha un golpe propagandístico
que debía presentar la inminente operación en el norte como una medi-
Él está bajo la protección del Todopoderoso 509

da defensiva no sólo ante la opinión pública alemana. Los especialistas


de Goebbels habían recurrido a una portada de la revista francesa
L'Illustration, que mostraba al subsecretario de Estado del Ministerio de
Exteriores americano, Sumner Welles, y al presidente francés, Paul Rey-
naud, delante de un mapa de la Europa central, en el que Alemania esta-
ba limitada al territorio entre el Rin y el Oder, así como dividida en
un estado del norte y otro del sur. Al igual que en otros casos de falsi-
ficación propagandística, ésta se lanzó primero para su publicación en
el extranjero. Sólo cuando salió el periódico italiano Regima Fachista
con el mapa de Europa, se destacó exageradamente el asunto en la pro-
paganda alemana y se dieron instrucciones a la prensa de presentar el
mapa como una «cínica prueba de las nuevas tendencias destructivas de
los aliados», lo que, junto con el material sobre la lucha del Ruhr, pro-
dujo una mezcla propagandística muy del gusto de Goebbels.145
Dos días después de que éste señalara a la prensa el 5 de abril que
no tuviera en cuenta una rectificación de Sumner Welles en la cuestión
del trazado de las fronteras europeas, el supremo consejero de guerra
londinense entregó a los gobiernos de Oslo y Estocolmo sendas notas
en las que anunciaba la colocación de minas delante de las aguas terri-
toriales noruegas y el envío de un cuerpo expedicionario. El ministro
de Propaganda se alegró. Había encontrado un motivo: «Medidas con-
tra la navegación alemana, incluso publicadas abiertamente como tales.
Ese es el trampolín que buscábamos. ¡Oh sancta simplicitas! Así que aho-
ra al ataque. Ralentizo un poco la cosa en la prensa alemana. No hay
que quitarse la máscara demasiado pronto».146
Mientras que corría la «cuenta atrás» para el Ejercicio del Weser, la
mañana del 8 de abril Goebbels paseaba cojeando junto a Hitler por el
jardín de la cancillería del Reich.Todo estaba preparado «hasta el más
mínimo detalle», unos 250.000 hombres llevarían a cabo la operación,
explicaba Hitler. La munición y las piezas de artillería ya se habían tras-
ladado al otro lado, en gran parte ocultas en los transportes de carbón,
prosiguió, y no dejó de aludir al hecho de que la guerra tenía que con-
cluirse victoriosamente en el plazo de un año, ya que de lo contrario
la superioridad material de los enemigos sería demasiado grande.147 Por
510 Goebbels

la tarde Goebbels desarrolló «con el alma en un hilo» una serie de agi-


tadas actividades. Para disimular anunció que al caer la tarde estaría pre-
sente en una asamblea de la obra de socorro invernal en el palacio de
deportes, «movilizó» a la radio «secreta e inadvertidamente», se reunió
de nuevo con Hitler, dio instrucciones a la prensa de que abriera con
Rumania, habló con Jodl, a quien le expuso detalladamente este «atre-
vimiento, el más peligroso de la historia bélica moderna»148 y se dirigió
por tercera vez hacia su Führer. «Ahora hay que tener nervios de
acero y confiar en la buena estrella».149
Al amanecer del 9 de abril de 1940 la Wehrmacht dio comienzo a
la ocupación de Dinamarca y Noruega, adelantándose a los británicos
sólo unas pocas horas. Así, no sin razón, el ministro de Propaganda ber-
linés pudo presentar la operación Ejercicio del Weser como una medi-
da defensiva. En consecuencia, se dieron instrucciones a la prensa para
que informara en este sentido: «Respuesta relámpago a los intentos bri-
tánicos de convertir Escandinavia en un escenario bélico contra Ale-
mania». Durante el día, Londres anunció graves pérdidas alemanas, que
sin embargo Goebbels tildó de «inventadas». La confirmación final la
recibió cuando por la tarde, en la cancillería del Reich, oyó que Hitler
se refería a la exitosa acción como «uno de los mayores éxitos de toda
nuestra política y estrategia bélica». Londres estaba perplejo, Estados
Unidos declararon su falta de interés. Para Goebbels era el «colmo de
la felicidad».Tenía miedo «a la envidia de los dioses».150
Sin embargo, el desencanto no se hizo esperar. A diferencia de Dina-
marca, Noruega llamó a la resistencia militar. Cuando la división naval
alemana, formada por 16 buques comandados por el crucero pesado
Blücher, entró en el fiordo de Oslo, rompieron fuego contra éste las bate-
rías de la costa y lo hundieron. Poco después, las escuadras alemanas
entablaron sangrientas batallas con las fuerzas navales británicas cerca
de Kristiansand, Bergen y Narvik. Cuando el 10 de abril Goebbels visi-
tó la cancillería del Reich, Hitler constató que en los dos últimos días
Gran Bretaña había «perdido muchísimo prestigio», pero lamentó tam-
bién las pérdidas alemanas y concluyó que esta acción había sido la úni-
ca gran misión que había podido imponer a la marina de guerra.151
Él está bajo la protección del Todopoderoso 511

En la conferencia ministerial del 11 de abril, Goebbels pidió a sus


colaboradores que consideraran que el éxito de la operación Ejercicio
del Weser era lo único decisivo. «Lógicamente» había que contar con
pérdidas, pero eso no era lo importante, «sino el éxito que conduce a
la victoria».152 Un día después habló de «situaciones críticas» y señaló
que por principio nunca había que guardar silencio, sino siempre decir
algo,153 para poco después confirmar la regla con la excepción.Y es que
la radio y la prensa se quedaron calladas cuando más de 20.000 ingle-
ses, franceses y polacos desembarcaron en Narvik, donde terminaban
los trenes con el mineral de hierro. Mientras que el resto de operacio-
nes de laWehrmacht en Noruega avanzaban conforme al plan previs-
to, allí las tropas de montaña alemanas se vieron en una situación de-
sesperada. Como consecuencia, el 18 de abril Hitler comunicó a Dietl
que no contara con ningún tipo de refuerzo y le exhortó a «actuar de
tal manera que la honra de laWehrmacht alemana no sufra menos-
cabo».154
La víspera del 20 de abril, durante su discurso anual, Goebbels hizo
todo lo posible por ocultar la situación en el norte de Noruega. Se de-
sató en improperios contra los «plutócratas» británicos y sus mentiras;
toda la «sarta de mentiras lanzada» por Londres contra el Reich rebo-
taba en Alemania sin surtir efecto. «Eso se debe a que el pueblo alemán
tiene en el Führer la encarnación de su fuerza y el ejemplo más bri-
llante de sus objetivos nacionales».Tomando como ejemplo una secuen-
cia de la película sobre Polonia El bautismo de fuego, que Goebbels des-
cribió acto seguido en su discurso, explicó a los radioyentes el papel
salvador de Hitler: «Entonces la cámara se aparta lentamente del gru-
po de los generales que deliberan y enfoca al Führer, que está sentado
en un lado de la sala; y en ese momento el ojo del espectador descu-
bre con profunda emoción al hombre hacia el que todos miramos, su
rostro lleno de preocupaciones, ensombrecido por la carga de la refle-
xión, una personalidad histórica, sumamente grande y sola».155
Hitler, en el que Goebbels creía de nuevo ciegamente desde la enig-
mática salvación de la bomba colocada por Elser en la cervecería muni-
quesa Bügerbráu, demostró «un ingenio y una gracia inagotables» en
512 Goebbels

su mesa de cumpleaños. En la conversación también se abordó la pre-


gunta de cuánto tiempo seguiría Inglaterra haciendo la guerra contra
Alemania. Goebbels, que odiaba inmensamente a la «plutocracia» de ese
país por sus propias experiencias con la aristocracia alemana, escuchó
con cierta estupefacción que Hitler no quería aniquilar a Inglaterra y
destruir su imperio, sino «hacer las paces en el día de hoy». 156
A este objetivo servía también la campaña occidental, explicó Hitler
a su ministro de Propaganda el 24 de abril. Francia tenía que ser des -
trozada porque así Londres perdía «su espada continental» y quedaba
«por tanto impotente». Además, el «aniquilamiento» de Francia era igual-
mente un «acto de justicia histórica». 157 Una semana más tarde, el 1 de
mayo, Hitler ordenó el «supuesto amarillo» para el 5 de mayo, aunque
el inicio de la campaña tuvo que ser aplazado una vez más. Goebbels
volvía a tener los nervios a punto de desgarrarse por la tensión. Mien -
tras que todo estaba dispuesto para la gran ofensiva, desvió por el momen-
to la mirada de la opinión pública mundial para prepararla psicológi -
camente. Reaccionó con desprecio a las advertencias delVaticano, desde
donde se decía que el Papa había «pasado todo el domingo orando entre
abundantes lágrimas». «Ya conocemos esta vieja treta», fue su comen-
tario.158
Mientras que Goebbels desmentía en la radio y en la prensa cual-
quier tipo de intenciones ofensivas contra Holanda y Bélgica, cuyas
declaraciones de neutralidad «criticaban» continuamente los informes
del OKW ya desde marzo, 159 mientras que obligaba por juramento a
los representantes de los medios a aclarar una y otra vez que eran Ingla-
terra y Francia las que «nos han declarado la guerra y ahora lo van a
pagar» y que «en ningún caso» se podía permitir que «nos vuelvan a
encasillar en el papel del atacante», 160 el 9 de mayo Hitler daba la orden
definitiva de atacar al día siguiente. El plan Corte de hoz, del general
Von Manstein, que Hitler había aceptado, era un plan ofensivo que sin
embargo se presentaba como medida defensiva en la «proclama a los
soldados del frente occidental» redactada por Hitler, puesto que Ingla-
terra y Francia intentaban supuestamente «avanzar hacia la cuenca del
Ruhr» a través de Holanda y Bélgica. Así pues, había llegado la hora
Él está bajo la protección del Todopoderoso 513

para los soldados del frente occidental. La «lucha que se inicia deter-
mina el destino de la nación alemana para los próximos mil años», mani-
festó Hitler.161
Alrededor de las cinco de la tarde de ese 9 de mayo, Hitler subía con
su plana mayor a un tren especial en la pequeña estación de Finken-
krug, fuera de Berlín, y partía, para despistar, en dirección noroeste.
Cuando Goebbels, también para disimular, asistía por la tarde en el tea-
tro estatal de Berlín a una representación del drama de Mussolini Cavour,
su mente estaba más con Hitler, cuyo tren especial se dirigía entretan -
to al cuartel general Felsennest [Nido en la roca], por encima de Bad
Münstereifel, que no en la escenificación de Gründgens, que no le con -
venció en absoluto. «Al parecer» al Duce se le daba «mejor hacer his-
toria que dramatizarla», opinó Goebbels. 162
Al amanecer del 10 de mayo de 1940 comenzó la campaña occi-
dental. 137 divisiones con aproximadamente un millón y medio de sol -
dados, casi 2.500 carros de combate y casi 4.000 aviones formaron filas
desde el mar del Norte hasta la frontera meridional. A las ocho —en
ese mismo momento los destacamentos de tropas alemanas tomaban
puentes, nudos ferroviarios, centros de transportes y el fuerte de Eben
Emael, cerca de Lieja, que se consideraba inexpugnable y era un impor -
tante punto estratégico—, Goebbels daba lectura a través de la radio a
memorandos dirigidos a Bélgica, Holanda y Luxemburgo, en los cua -
les reprochaba a los gobiernos de estos países la «flagrante violación de
las reglas más primitivas de neutralidad». Se dieron instrucciones a la
radio y a la prensa para que señalaran que Inglaterra y Francia estaban
a punto de ocupar Bélgica y Holanda y que el Führer se les había ade -
lantado una vez más. De todos modos, dado que ambos países se ha -
bían puesto hacía mucho del lado de las «potencias plutocráticas», eran
víctimas suyas.
La campaña occidental se convirtió en una extraordinaria marcha
triunfal de las fuerzas armadas alemanas. El grupo de ejércitos A, al mando
de los generales de las divisiones blindadas Hans Reinhardt, Heinz
Guderian y Hermann Hoth, irrumpió sin esfuerzo a través de las posi-,
ciones francesas en Sedán y avanzó hasta el 20 de mayo hasta la de
514 Goebbels

sembocadura del Somme. Así pues, todas las fuerzas belgas, británicas y
francesas que se encontraban al norte de este «corte de hoz» quedaron
incomunicadas por tierra. «Se ha logrado el cerco. Se prepara una nue -
va Cannas», se regocijó Goebbels, que seguía con entusiasmo las ope -
raciones en los lugares que recordaba de la guerra mundial. Sin embar -
go, para su buen estado anímico, aún más importantes que los triunfos
de las armas alemanas eran las conversaciones telefónicas casi diarias con
Hitler, quien dirigía las operaciones desde el cuartel general de cam-
paña. Estaba «dichoso», anotó Goebbels una vez, otra que el Führer
creía firmemente en la victoria,para él «una prueba más (...) de que la
tenemos asegurada».163
Con mucho énfasis escribió Goebbels que el sistema nacionalsocia-
lista, pensado y preparado metódicamente por un «genio», era llevado
a la victoria «por la mano guía» de este «genio histórico». Bajo el «influjo
alentador» de este hombre habían despertado las viejas virtudes nacio-
nales alemanas en el espíritu de un nuevo ideal. «El genio creativo ale-
mán se ha visto liberado por primera vez en toda su historia de todos
los impedimentos burocráticos y dinásticos y se ha desarrollado plena-
mente». En el artículo titulado «Tiempo sin precedentes», epígrafe que
se tomó después para la publicación del libro que reunía sus discursos
y artículos de los años 1939-1941, Goebbels intentó además demos -
trarse a sí mismo y a sus lectores que la situación en la que se encon-
traba Alemania era completamente diferente a la del año 1914.
El artículo estaba destinado para la primera edición del nuevo perió-
dico semanal Das Reich. La idea para esta nueva creación nació a fina-
les de noviembre de 1939, cuando se lamentaba de forma generaliza -
da la monotonía de la prensa alemana y se buscaban posibilidades para
intensificar la propaganda en el extranjero. En algunas conversaciones
con el poderoso Rolf Rienhardt, 164 la mano derecha del «magnate de la
prensa» nacionalsocialista Amann, 165 surgió —pese a las dificultades que
ya existían para la adquisición de papel— 166 el proyecto de un
«semanario previsto sobre todo para el extranjero», para el que se sugi -
rió primero el título Deutsche Rundschau [Panorama alemán].167 Goebbels
consideraba desafortunado el título Das Reich, que prefería Rien-
Él está bajo la protección del Todopoderoso 515

hardt, porque era «demasiado oficioso», 168 pero en esta cuestión tuvo
que rendirse ante la omnipotencia del dúo Amann/Rienhardt en el sec -
tor editorial. No obstante, sí hubo acuerdo en la concepción. Se pen-
saba en una especie de Observer alemán, es decir, un periódico intelec-
tual que —con el apoyo de importantes personalidades del Reich
alemán— hiciera uso de una lengua cuidada y estuviera concebido sobre
todo para los países extranjeros neutrales, además de para los alemanes
con intereses políticos e intelectuales. 169 El Reich era el único periódico
que estaba exento de observar la consigna diaria del jefe de prensa del
Reich.
Goebbels, a quien le complacía poder escribir dentro del grupo de
prestigiosos colaboradores,170 fue presa de la ambición periodística. Desde
el principio tuvo la intención de «trabajar muy intensamente» en esa
empresa,171 entre otras cosas porque así esperaba poder «hacer mucho
en materia propagandística». 172 La Editorial Alemana, controlada entre-
tanto por Amann y que publicaba el Frankfurter Zeitung y el Deutsche
Allgemeine Zeitung, firmó con Goebbels un contrato que remuneraba
sus artículos con 2.000 marcos del Reich en cada caso. El ministro de
Propaganda, que tras una larga pausa había comenzado de nuevo a escri-
bir editoriales regularmente —primero en el Vólkischer Beobachter—
bajo la impresión de los críticos meses anteriores a la guerra, solía redac-
tarlos en una hora o en hora y media, pero también en menos de quin -
ce minutos si era necesario.173
A partir de principios de 1941, todos los lunes por la ma ñana casi
sin excepción, el ordenanza de la Wilhelmplatz llevaba a la editorial un
texto cuidadosamente redactado,174 una «inversión de energía» que reco-
nocía incluso el «enemigo jurado» de Goebbels, Rosenberg. Éste pen-
saba que por eso no había que hacer «cada vez pequeñas críticas» a los
artículos. Pero, cuando «por un sentimiento del deber conforme al car-
go» hacía el «esfuerzo de leer a veces con más detenimiento lo escri -
to», encontraba «principalmente la polémica contra nuestros adversa -
rios de tan baja categoría» que varias veces envió cartas de queja a
Góring, porque consideraba que Goebbels «permanecía agarrado a los
faldones de Churchill».175
516 Goebbels

La primera edición del nuevo periódico, cuya tirada alcanzaría el


medio millón de ejemplares sólo medio año después de su salida, apa-
reció el domingo 26 de mayo, 176 el día en que con la ocupación de
Calais —así lo veía Goebbels— Alemania ponía «la mano en el cuello
a Inglaterra».177 Tres días más tarde capituló, después de los Países Bajos, el
rey Leopoldo III de Bélgica, quien, a pesar de ser uno de esos aris -
tócratas que Goebbels odiaba por principio, fue reivindicado por él
inmediatamente como una «cabeza sensata», pues había «tratado al pue-
blo con el corazón».Ya que se decía de él que tenía «grandes simpatías»
por Alemania, Hitler le asignó una renta de 50 millones de francos. 178
Ya al comienzo de la campaña, la propaganda goebbeliana había
intentado separar a los aliados utilizando los comunicados oficiales para
poner a unos en contra de otros.También ahora aprovechó las declara -
ciones críticas del presidente francés sobre la capitulación de Bélgica
para denunciar la «lamentable postura» del «belicista gobierno» francés.
Primero se había ganado a Bélgica para el «plan criminal contra Ale -
mania» y luego, después de que Leopoldo desistiera al ver que la con -
tinuación de la resistencia carecía de perspectivas, le había dado por así
decir una patada y le había acusado de traición. 179
Mientras que en el Reich ya no cesaron los clarines de victoria con
los que la radio abría los partes especiales y mientras que la prensa debía
dar cuenta insistentemente a los alemanes de la grandeza de los éxitos,
las emisoras clandestinas de Goebbels trabajaban al máximo rendimiento.
Él mismo escribía noticias para ellas, a través de las cuales se exhortaba
por ejemplo a los soldados franceses a desertar, se recomendaba a la
población que huyera o se intentaba inducirla a que retirara sus aho -
rros de los bancos, porque eso sería lo primero que confiscarían los ale -
manes. Las noticias falsas, muy bien calculadas, a veces provocaban real-
mente una considerable confusión y, cuando en la Gare du Nord parisina
cundió el pánico sólo porque se creyó que Goebbels se había presen -
tado allí, según la noticia falsa de una emisora clandestina, esto halagó
especialmente al ministro de Propaganda. 180
A finales de mayo, cuando la victoria de los alemanes se perfilaba
cada vez con mayor claridad, Goebbels hizo intensificar de nuevo los
Él está bajo la protección del Todopoderoso 517

ataques contra Francia en la radio y en la prensa.181 Se repitieron hasta la


saciedad los viejos clichés contrarios a Francia, como el de la deca-
dencia de la «esencia romana». Francia no podía ser el exponente cul-
tural de Europa porque «se había degradado por la mezcla con razas
inferiores y había cometido después de 1918 el mayor atentado contra
la civilización, poniendo bajo el control de negros a la nación más de-
sarrollada racialmente durante la ocupación del Ruhr».182 No se debía
dejar pasar ninguna oportunidad para traer a la memoria la época de la
ocupación francesa con todas sus asociaciones de ideas negativas.
Tras la retrasada conquista de Dunkerque, que le había posibilitado
al ejército expedicionario británico la evacuación a través del Canal
de la Mancha, el 4 de junio terminó la primera fase de la campaña
occidental. Dos días después Goebbels voló para ver a Hitler, que había
instalado su cuartel general de campaña en Bruly-de-Pesche. Hitler le
habló de una visita a los campos de batalla en los que había luchado
durante la Primera Guerra Mundial y se deleitó recordando sus viven-
cias en el frente, sobre las que había escrito en su libro Mi lucha que
constituían la «época más grande e inolvidable» de su «vida en este
mundo». Goebbels quedó «profundamente embargado por estos dra-
máticos relatos». El Führer estaba «muy por encima» de todos. Era
—una vez más— un «genio histórico», observó su admirador, ale-
grándose del «gran momento» y de su dicha por poder participar en
la construcción de una «nueva Europa».183 Tras una «afectuosa despe-
dida» de Hitler, que se había mostrado «muy cariñoso» con él, Goeb-
bels partió «nuevamente lleno de energía y vigor» hacia el cercano
aeropuerto castrense, desde donde un bombardero Heinkel le llevó de
regreso a la capital del Reich.
Hitler le había dicho a Goebbels que contaba con que Francia, a la
que Italia le declaró la guerra el 10 de junio, fuera «derrotada» en un
plazo de entre seis y ocho semanas.184 En realidad, la campaña francesa
se iba a concluir con éxito en sólo catorce días. El 14 de junio los
carros de combate alemanes rompieron en Sarrebruck a través de la
línea Maginot.Verdún, por la que se había luchado durante años en la
guerra mundial —como consecuencia murieron 700.000 personas—,
518 Goebbels

cayó en pocas horas. El mismo día, una unidad de combate alemana


alcanzó la frontera suiza del Jura, aislando así a todo el ejército francés
del este, mientras que al mismo tiempo entraba en París una división
de infantería alemana. Tras una conversación telefónica con Hitler en
ese día repleto de acontecimientos, Goebbels creyó que el Reich esta-
ba en el culmen de su triunfo militar. Hitler «aplastará» a los franceses
«hasta que nos mendiguen la paz».185
En estado de euforia también le puso a Goebbels el hecho de que
dimitiera el gobierno de Reynaud, que se había refugiado en Burdeos,
al que Churchill, el nuevo primer ministro británico, había exhortado
a perseverar hasta el fin. Dos días después, el anciano mariscal Philippe
Pétain, el «vencedor de Verdún», asumió las funciones gubernamenta-
les y ofreció inmediatamente a Alemania un armisticio. Cuando Hitler
llamó a Goebbels para comunicárselo, éste apenas fue capaz de felicitar
a Hitler en ese «gran momento histórico». 186 Y Hitler escenificaba la
historia, pues pensaba llevar a cabo las negociaciones de capitulación
exactamente en el lugar donde el 11 de noviembre de 1918 los repre-
sentantes del ejército occidental alemán se vieron obligados a firmar el
acta de capitulación.
Goebbels, delante de cuya ventana en la Wilhelmplatz se reunieron
miles de personas ese 17 de junio de 1940 —después de que la radio
del Reich anunciara la sensacional noticia del armisticio— para ento-
nar el Alemania, Alemania, por encima de todo, estaba entusiasmado con
su Führer; calificó lo ocurrido en el vagón de tren en el bosque de
Compiégne el 21 y el 22 de junio de 1940 como un «juicio divino que
se efectúa aquí con nuestra mediación por orden de un destino histó-
rico superior».187 La ignominiosa derrota de la guerra mundial y las sub-
siguientes humillaciones quedaban ahora borradas, y el propio Goeb-
bels, cuyo periodo vital más sombrío comenzó en aquel noviembre
hacía más de veinte años, estaba ahora en el centro del poder de un
fuerte Reich alemán.
Goebbels mantuvo a la nación al corriente de las negociaciones de
armisticio con informes telefónicos desde Compiégne, que fueron
retransmitidos por la radio del Reich. El negociador francés, el general
Él está bajo la protección del Todopoderoso 519

Charles Huntziger, tras consultar a su gobierno, se vio finalmente obli -


gado a acceder a que la Wehrmacht alemana ocupara Francia hasta la
línea situada al oeste y al norte de Ginebra, Dóle,Tours, Mont de Mar-
san y hasta la frontera española y, por tanto, toda la costa del Canal de
la Mancha y del Atlántico. Cuando a la 1.35 de la mañana del 25 de
junio cesaron las actividades bélicas en Francia, la radio lanzó una emi -
sión especial sobre la cual el ministro de Propaganda afirmó con orgu -
llo que se había «realizado de manera muy eficaz». Goebbels la siguió
en el pequeño círculo de sus colaboradores, a los que había invitado a
Lanke. «¡Esto es lo que hemos conseguido!», dijo, satisfecho, a modo de
balance.188
Los miedos y preocupaciones que en su día atormentaron a Goeb-
bels ante la perspectiva de una guerra se habían desvanecido bajo el
efecto de la carrera triunfal de la Wehrmacht. Creyendo firmemente en
la misión divina del Reich y de su Führer, ahora esperaba incluso que
se produjera la guerra contra Inglaterra. «Confiemos en que Churchill
no desista en el último momento», afirmaba con verdaderos temores. 189
Al primer ministro británico, que no había asegurado a su pueblo nada
más que sangre, fatigas, lágrimas y sudor, Goebbels lo odiaba cada vez
más por su tenacidad y su firmeza, pues su propaganda parecía no poder
hacer mella en él. Pese a todos sus intentos por minimizar en su inte -
rior a su oponente —a quien se le atribuía un modo de vida extrava -
gante— como una figura ridicula, como un «vanidoso simio con pan-
taloncitos rosas»190 o un «vanidoso charlatán que busca un resultado
momentáneo», 191 a la larga Goebbels no pudo por menos que profe -
sarle respeto. Admiraba el «estilo sugestivo» de sus discursos 192 y escribió
que «el viejo zorro»193 no tenía ni carácter ni porte, pero que sin
embargo era «un hombre de gran talento», 194 tan peligroso que Ale-
mania hoy no estaría donde estaba «si él hubiera llegado al poder en
1933».195
Durante un viaje a Bélgica, Holanda y Francia, Goebbels vio con-
firmada plenamente su idea de derrotar también a Inglaterra ensegui -
da. Después de visitar los campos de batalla de Ypres y el cementerio
militar alemán de Langemarck, sus conversaciones con los soldados ale-
520 Goebbels

manes corroboraron su opinión: querían marchar a Inglaterra. Una


experiencia similar tuvo en Compiégne, el «lugar de la ignominia y el
lugar del resurgimiento nacional». Allí también sólo preocupaba a los
soldados una pregunta: «¿Cuándo se sale para Inglaterra?».196
El 1 de julio de 1940, Goebbels, que ahora hizo funcionar al máxi-
mo la maquinaria propagandística contra Inglaterra, pasó un día en París.
Visitó los monumentos históricos de la ciudad, la catedral de Los Invá-
lidos con la tumba de Napoleón, el Sacre Coeur y Notre Dame, salió
hacia Versalles, donde se había «condenado a muerte a Alemania» y soñó
con vivir allí un día durante algunas semanas. De tales sueños le sacó
por la tarde la llamada de Hitler, quien le pidió que fuera a su cuartel
general de Felsennest para explicarle la situación actual y las demás
medidas. Goebbels oyó con asombro que Hitler afirmaba poder derro-
tar a Inglaterra en cuatro semanas si quisiera, pero luego confirmó su
intención de conceder al gobierno británico una «última oportunidad»
con un discurso ante el Parlamento. Delante de Goebbels, una vez más
hechizado de inmediato, Hitler justificó esto con suma arrogancia, argu-
mentando que todo lo que Inglaterra perdiera probablemente no recae-
ría en Alemania, sino en otras grandes potencias; tenía en mente a Esta-
dos Unidos.
Goebbels dudaba de que Churchill aprovechara esta «última oportu-
nidad» sin tener conciencia de cuánto su Führer deseaba y necesitaba
la reconciliación con los británicos como requisito previo para realizar
sus objetivos bélicos en el este, pues hacía semanas ya que había dicho
que la operación noruega era la única gran misión que había podido
imponer a la marina de guerra, dando a entender así de manera indi-
recta que era prácticamente imposible un desembarco en la isla británi-
ca con perspectivas de éxito. A Goebbels le resultó difícil justificar públi-
camente la estrategia de Hitler con respecto a Inglaterra. Durante una
de las siguientes conferencias ministeriales declaró que era absolutamente
necesario «mantener el odio a Inglaterra al mismo nivel que hasta aho-
ra, pero evitando el peligro de que la población quiera ver por fin hechos
en lugar de acusaciones y amenazas. Así que no hay que anticipar acon-
tecimientos, ya que no se puede ir nunca por delante del Führer».197
Él está bajo la protección del Todopoderoso 521

La tarde del 6 de julio, Goebbels, que había invitado a los berlineses


a recibir al Führer con «un entusiasmo sin igual»,198 se trasladó a través
de las masas de gente hasta la Anhalter Bahnhof.Allí debía llegar el tren
especial del «mayor general de todos los tiempos». En un pabellón
adornado con un mar de banderas con la esvástica, en el que había
tomado posición una banda de música de las SA y donde los cámaras
del Wochenschau esperaban para entrar en acción, se encontró con todos
los notables del partido y los mandos de la Wehrmacht. Durante una
breve «charla» con Góring, éste le confesó que estaría tranquilo cuan-
do hubiera acabado el espectáculo, pues temía ataques aéreos británi-
cos. En efecto, al comenzar las hostilidades, el gabinete de guerra bri-
tánico había decidido permitir a la Royal Air Forcé los bombardeos
contra el interior del país germano.
A las tres en punto llegó el tren de Hitler. «Un frenético entusiasmo
llena la estación. El Führer está muy emocionado. Se le saltan las lágri-
mas»199 cuando pasa por delante de los líderes del «Gran Reich Alemán» a
los acordes de la Badenweiler, su marcha favorita. Su viaje a través de la
ciudad, por las calles cubiertas de flores y flanqueadas por multitudes
entusiasmadas, fue una marcha triunfal. Al son de las campanas de las
iglesias, el Mercedes del Führer rodó hasta la cancillería del Reich.
Cuando salió al balcón, abajo, en la Wilhelmplatz, cientos de miles de
brazos alzados hacia él le saludaban con el Heil.200
Si alguna vez el lema propagandístico «un pueblo, un Reich, un
Führer» correspondió a la realidad, fue ese 6 de julio de 1940. Hitler, al
que Goebbels siempre presentaba como elegido por la Providencia, se
había convertido ahora a ojos de los alemanes en una verdadera súper-
figura. Pero la cumbre del poder a la que había escalado tenía un fun-
damento poco seguro. Nadie lo sabía mejor que el propio Hitler, pues
todo dependía de si ahora Inglaterra, que acababa de demostrar su reso-
lución haciendo atacar a la flota francesa en el puerto argelino de Mer-
sa el Kebir, estaba dispuesta a reconciliarse con Alemania o no.
Mientras que Goebbels tenía que constatar de nuevo que Hitler aún
tenía una «relación muy positiva» con Inglaterra, éste había decidido
esperar por el momento, como tan a menudo había hecho a lo largo
522 Goebbels

de su vida. En su propaganda exterior, Goebbels siguió atacando a Chur-


chill, pero cuidándose mucho de no implicar al pueblo inglés. A nivel
nacional no dejaba de celebrar la grandeza del momento, subrayaba la
diferencia con los acontecimientos de la Primera Guerra Mundial y la
supuesta traición a la patria, manifestando así que esta guerra no se podía
perder. Cuando el 18 de julio la 218 división de infantería, que volvía
a casa, desfiló batiendo marcha y al son de todas las campanas de Ber-
lín a través de la Puerta de Brandeburgo, cubierta con las banderas de
guerra del Reich y estandartes con la esvástica, cuando volvía a reinar
una atmósfera de fiesta popular y había acuerdo en que Berlín no había
vivido un espectáculo semejante desde 1871, con la fundación del
Reich,201 Goebbels gritó a las tropas y a las masas que se habían reunido
en la Pariser Platz: «También en diciembre de 1918, vosotros, sol-
dados entonces del ejército de la guerra mundial, fuisteis recibidos des-
de este mismo lugar por lo que se denominaba un gobierno. Pero ese
recibimiento tampoco valía gran cosa. Fue llevado a cabo por las mis-
mas ínfimas figuras que habían organizado en 1917 y 1918 las huelgas
de municiones y que, cuando el destino del Reich pendía de un hilo,
le quitaron las armas al frente con una cobarde revolución interior.
Entonces os recibieron traidores a la patria y judíos (...). Por el con-
trario, vosotros, soldados de nuestra guerra, encontráis la patria tal como
la dejasteis. A la cabeza está el mismo Führer, en sus edificios ondea la
misma bandera, su pueblo está lleno del mismo espíritu y de la misma
voluntad (...).Todavía no se ha acabado la guerra.Todavía hay que ganar
la última etapa. Entonces sonarán las campanas de paz en la patria, enton-
ces construiremos un Reich más grande y una Europa mejor».202
Pese a toda la emoción del triunfo, Goebbels no había perdido de
vista la «cuestión judía». Siempre estaba apremiando a Hitler para que
la solucionara, como el 6 de junio, cuando le visitó en su cuartel gene-
ral. Cuando su cuasi secretario de Estado Gutterer le informó ahora de
que, en el momento de la entrada de las tropas, se había observado en
la avenida Kurfiirstendamm la misma «indiferencia» y la misma «gen-
tuza callejeando» de siempre, Goebbels hizo pública su decisión de
«deportar a Polonia en cuanto acabara la guerra a la totalidad de los
Él está bajo la protección del Todopoderoso 523

62.000 judíos que aún vivían en Berlín en el plazo máximo de ocho


semanas». Mientras los judíos vivieran en Berlín, el ambiente en la parte
oeste de la ciudad seguiría estando «siempre bajo su influjo». En la
conferencia ministerial, Hans Hinkel, el jefe de la sección general res-
ponsable de la «cuestión judía» integrada en el Ministerio de Propa-
ganda, informó acerca de un plan de evacuación ya elaborado junto
con la policía. Según el deseo de Goebbels, había que procurar princi-
palmente que «Berlín sea depurado en primer lugar», ya que la Kur-
fiirstendamm seguiría «manteniendo el mismo aspecto judío» hasta que
la ciudad no estuviera «realmente libre de judíos», aun cuando éstos no
se manifestaran directamente hacia fuera. Sólo después de Berlín le toca-
ría «el turno a otras ciudades judías, como Breslavia, etc.».203
Pero todavía no se había llegado a ese punto; aún estaba el Reich en
lucha con Gran Bretaña y Hitler seguía esperando una reconciliación
con Londres, aunque en realidad nada apuntaba a ella. Sin gran entu-
siasmo había dado el 16 de julio la orden de que se preparara una ope-
ración de desembarco contra Inglaterra. Cuando tres días después com-
pareció ante el Parlamento, su discurso estuvo dirigido más a Gran
Bretaña, el deseado socio que se resistía, que al pueblo alemán. 204 Tam-
bién se mencionó el nombre de Goebbels. En un pasaje poco destacado
aludió a él elogiosa pero lacónicamente como el jefe «de una pro-
paganda cuyo valor se hace más evidente contraponiéndola a la de la
guerra mundial». Eso era poco comparado con las palabras de agrade-
cimiento que Hitler tuvo para Ribbentrop, el hombre que había «hecho
realidad» sus directrices en materia de política exterior «con un trabajo
leal, incansable y agotador». El nombre de Ribbentrop —eso oyó
Goebbels con disgusto— , «en calidad de ministro de Exteriores, estará
siempre unido al engrandecimiento político de la nación alemana».
Después de leer largas listas de ascensos y conceder a Góring el título
recién creado de «mariscal del Reich» por sus «inigualables méritos»
como «creador» de las tan combativas fuerzas aéreas alemanas, Hitler
fue al grano. «En este momento», dijo, se sentía obligado «ante mi con-
ciencia a apelar una vez más a la razón también en Inglaterra (.. ). No'
veo ninguna razón que pudiera forzar a continuar esta lucha».
524 Goebbels

Goebbels, que no creía en la disposición británica a la paz «mientras


gobierne Churchill»206 —según escribió en su diario, porque su odio
le impedía creer— iba a tener razón. La tarde del 19 de julio se anun-
ció en la radio británica el categórico rechazo de la «oferta». Hitler no
quiso «admitir» esta respuesta «por el momento», pues había «apelado
también al pueblo y no a Churchill». 207 Pero cuando el ministro de
Exteriores británico, lord Halifax, volvió a desestimar decididamente la
propuesta en la radio el 22 de julio, Hitler también vio esto como un
«rechazo definitivo de Inglaterra».208 Ahora consideró varias posibilidades
para mover a Inglaterra a transigir: por una parte pensaba en crear un
frente enemigo continental-europeo incluyendo a la Unión Soviética.
Por otra parte veía en Rusia a la última «espada continental» de Gran
Bretaña y acariciaba la idea de llevar a cabo una guerra relámpago
contra la Unión Soviética antes de que acabara el año 1940, pero
luego hizo planear la empresa para 1941. Finalmente se decidió por
doblegar sólo a Inglaterra mediante un bloqueo naval y con el arma
aérea de Góring, pero sin considerar seriamente la operación de de-
sembarco que había hecho preparar.
En cambio, Goebbels, casi aliviado por la postura de Gran Bretaña,
estuvo en un principio firmemente convencido de que ahora Hitler
emprendería la operación de desembarco, considerando la ofensiva aérea
como requisito previo. Para Goebbels, quien presumía que la opinión
pública alemana había «temido» que Churchill «estrechara la mano pací-
fica del Führer»,209 ya sólo se planteaba la pregunta de cuándo se pon-
dría la cosa en marcha. «Sobre eso sólo decide el Führer. Él encontrará
el momento adecuado» y entonces actuará «de forma rápida y radi-
cal».210
Mientras que esperaba impacientemente la gran batalla de las fuer-
zas aéreas, hizo que la prensa y la radio estuvieran preparadas «para el
combate».211 En la conferencia ministerial del 24 de julio dio instruc-
ciones a sus colaboradores para que intensificaran aún más la animosi-
dad bélica extendida en el pueblo alemán. Se debía abandonar la mode-
ración de las últimas semanas, pero sólo atacando ante el pueblo alemán
a la «plutocracia» inglesa, no al pueblo inglés en su conjunto. Al pueblo
Él está bajo la protección del Todopoderoso 525

inglés había que explicarle que la «camarilla de plutócratas» que lo gober-


naba no tenía nada que ver con él ni tampoco se sentía vinculada a él.
Había que sembrar desconfianza contra ella e infundir miedo al pue -
blo, «exagerando todo lo posible». 212 Lo mismo se aplicaba a los medios
propagandísticos oficiales, sobre todo a las emisiones en lengua inglesa
de la radio del Reich.213
La radio fue el «arma propagandística más poderosa»214 de Goebbels
en la agitación contra Inglaterra, como ya había sucedido en el caso de
Francia. Además de las emisiones oficiales en lengua inglesa que retrans-
mitía la radio del Reich, había emisoras clandestinas que enviaban al
éter sus programas ingleses desde el continente, pero dando la impre -
sión de que trabajaban en Gran Bretaña. En ningún caso había que de-
senmascararlas como un dispositivo alemán —advirtió Goebbels—,
razón por la cual todas las emisiones tenían que empezar con ataques
contra el nacionalsocialismo. 215 La más conocida era la New British
Broadcasting Station, con el moderador irlandés William Joyce, alias
«Lord Haw Haw», como lo llamaban los oyentes, que pertenecía al cír -
culo del líder fascista británico Oswald Mosley. La emisora clandestina
propugnaba una Inglaterra de la paz y el bienestar, y apoyaba las ten -
dencias pacifistas de base cristiana. Radio Caledonia avivaba las diver -
gencias anglo-escocesas y una tercera emisora intentaba instigar a la
población de Gales contra la supuesta tiranía inglesa. 216
Cuando a mediados de agosto comenzó por fin la operación Día del
Águila (Adlertag) con el gran despliegue de tres flotas aéreas que supo-
nían casi 4.000 aviones, y —como lo expresó Goebbels— el «juicio de
Dios»217 se impuso sobre los británicos, también hizo estragos la «guerra
de las ondas». Goebbels estaba seguro de la victoria porque su Füh-rer
irradiaba «mucho optimismo y confianza». 218 A ello contribuyeron
también las noticias que hablaban de una devastadora destrucción de
Londres debida a los bombardeos alemanes, después de que Hitler inclu-
yera a principios de septiembre a la capital británica en sus objetivos
como respuesta a los ataques aéreos británicos sobre Berlín.Toda la ciu-
dad estaba cubierta de una «extraordinaria nube de humo», celebraba
Goebbels y, después de que una unidad de la Royal Air Forcé se diera
526 Goebbeh

la vuelta poco antes de llegar a Berlín, se preguntaba si el enemigo «ya


está tan fuera de combate».219
El 10 de septiembre de 1940 Goebbels respondió con un «sí» a la
pregunta de «si Inglaterra va a capitular», siendo de la misma opinión
que los militares, mientras que Hitler estaba «indeciso».220 Pero no sucedió
tal cosa, sino que pocos días después Goebbels tenía que reconocer
que Londres volvía a ganar «barlovento». El arma aérea de Góring
todavía no había conseguido derribar la defensa de cazas británica.Ya
el 11 de septiembre, después de que la noche anterior hubieran caído
bombas británicas en el barrio gubernamental, dio instrucciones por
teletipo a la prensa de que fuera «más cauta» con las noticias «que con-
jeturan que Londres ya tiene bastante o que la moral de la población
está quebrantada o que la fuerza defensiva inglesa ha sufrido menosca-
bo. En las próximas semanas hay que contar más bien con una intensi-
ficación de los ataques aéreos, pero esta intensificación debe permane-
cer oculta, pues se daría antes de tiempo la impresión de que el enemigo
ya está considerablemente abatido».221
Mientras que la batalla aérea se embravecía sobre el sur de Inglate-
rra y el Canal de la Mancha, la Royal Air Forcé intensificó, en efecto,
sus ataques sobre el Reich. En la noche del 24 al 25 de septiembre aulla-
ron dos veces las sirenas de la capital del Reich. Poco antes de que los
Wellington y los Whitleys británicos alcanzaran el Berlín oscurecido,
de que la gente corriera a los refugios antiaéreos y de que los cañones
antiaéreos abrieran fuego, había terminado en el palacio de la Ufa el
estreno alemán de El judío Süss, la segunda película difamatoria antise-
mita de ese verano después de Los Rothschild. Goebbels, que se había
sentado en los puestos de honor junto con Harían, Marian y numero-
sos dignatarios del régimen, como por ejemplo el secretario de Estado
Meissner,222 sintió satisfacción cuando se cerró el telón y la sala «bra-
mó» de entusiasmo.
El judío Süss había salido a su gusto y se había convertido en «una
genial obra maestra»; una película antisemita «a la medida de nuestros
deseos»,223 de tal modo que había hecho que se estrenara como una de
las contribuciones alemanas durante la semana de cine germano-italia-
Él está bajo la protección del Todopoderoso 527

na que se celebró en Venecia en agosto. Convencido de su eficacia, dio


órdenes a la prensa de no caracterizar la película como antisemita en la
propaganda previa,224 ya que semejante impresión se infería por sí sola en
esta película.225 Himmler también estaba tan convencido que el 30 de
septiembre mandó que «se tomaran medidas para que la totalidad de
las SS y de la policía vea la película El judío Süss a lo largo del invier-
no».226
Por lo que respectaba a la proyectada deportación de los judíos de
Berlín, Goebbels había insistido en ella aún con más energía, pues aho ra,
en vista del endurecimiento de la guerra, opinaba que Alemania se veía
perjudicada de todos modos en la opinión pública mundial por el
propio antisemitismo, motivo por el cual había que asegurarse tranqui -
lamente las ventajas que ofrecía y «expulsar» a los judíos. 227 Hinkel, el
jefe de la «sección judía» del ministerio, ya había comunicado el 6 de
septiembre «que está todo preparado para —en cuanto queden libres
los medios de transporte al acabar la guerra— sacar de Berlín en el pla zo
de cuatro semanas a 60.000 judíos, principalmente hacia el este; los
12.000 restantes desaparecerían asimismo en el plazo de otras cuatro
semanas».228
Poco después, el ministro tuvo que enfrentarse al denominado Plan
Madagascar. Después de que en el Ministerio de Exteriores, en cola -
boración con el departamento central de seguridad del Reich, se refle -
xionara sobre la deportación de los judíos europeos a Madagascar, el
12 de julio de 1940 Hitler aprobó el desarrollo de planes que tuvieran
por objeto una evacuación judía y declaró que Francia debía ceder la
isla, que era una de sus colonias. Quería tener como «garantía» en pose -
sión alemana un «gueto forzoso» en Madagascar, dando por buena la
muerte masiva de los deportados que cabía esperar con semejante acción.
Al parecer, Madagascar —por muy poco maduras que fueran esas deli -
beraciones— reemplazó a la gobernación general de Frank como des -
tino en las reflexiones que se hicieron en adelante en el Ministerio de
Propaganda. En cualquier caso, este plan le sirvió de base a Hinkel para
sus declaraciones durante la conferencia ministerial del 17 de sep -
tiembre.
528 Goebbels

Para «evacuar» a tres millones y medio de judíos europeos a una


reserva en Madagascar, controlada por Alemania, se necesitaba un final
victorioso de la guerra con Gran Bretaña. Pero no se podía hablar de
tal cosa, pues la ofensiva aérea causaba cada vez más pérdidas y amena-
zaba incluso con fracasar. El 11 de octubre anotó Goebbels en su dia rio
que algunos todavía defendían la opinión «de que en estas semanas se
podría conseguir doblegar a Inglaterra», pero consideró que ésta era una
esperanza «muy vaga».229 Por eso le pareció indispensable ampliar los
refugios antiaéreos en Berlín, completamente insuficientes; por ejemplo,
ninguno de los hospitales tenía uno de ellos. 230 Tenía presente que sin el
dominio del aire no sería posible la operación León marino
(Seelówe), el desembarco en Inglaterra. Cuando dos días después Hitler
la aplazó por tiempo indefinido, utilizó evasivas con Goebbels y men-
cionó como razones de su decisión el mal tiempo y la preocupación
de sufrir demasiadas pérdidas. 231 Hitler se reservó el hecho de que las
fuerzas aéreas de Góring habían fracasado y de que la marina de gue rra
había comunicado a través de su comandante en jefe que no podría
concluir los preparativos para la fecha fijada. En lugar de ello alabó a su
compañero Goebbels, quien todavía no se podía creer que su «campa -
ña antiilusión» contra Inglaterra, comenzada a principios de octubre
de 1940, no hubiera tenido ninguna repercusión. 232 Casi diariamente se
preguntaba si el «canalla de Churchill» aún no estaba «débil y de rodi-
llas»,233 cuánto tiempo iba a resistir 234 y «cuándo capitulará finalmente ese
ser».235 Inglaterra no podía soportar eso «eternamente». 236 Goebbels estaba
tanto más convencido de que «precisamente ahora, cuando (...) se abre
paso una pequeña crisis de moral» había que «mantener el tipo y seguir
el rumbo sin pestañear». Es más, el ejemplo de los meses de octubre a
noviembre de 1932 confirmó esta creencia suya, pues entonces «lo
importante fue la actitud y al final ganamos gracias a ella». 237
Tranquilizado de este modo, el 17 de octubre Goebbels viajó por
invitación del mariscal del Reich a Francia, para cuya parte ocupada
Hitler le había encomendado misiones propagandísticas en agosto. 238 En
París estuvo a la hora del té en el Palais Rothschild, visitó una expo-
sición junto al «coleccionista de arte» Góring, paseó con él por las calles
Él está bajo la protección del Todopoderoso 529

de la capital del Sena y pasó la tarde en el Casino de París, donde «muchas


mujeres hermosas y una desnudez cautivadora» le hicieron olvidar la
guerra por un momento.239 Mientras que Góring «requisaba» en París
obras de arte apropiadas para su lujosa residencia Karinhall, Goebbels
se ocupó principalmente de cuestiones filmográficas durante su visita
a la capital francesa, pues el ministro de Propaganda pensaba extender a
la Francia ocupada su dominante influjo en este oficio. A su regreso
deliberó con Hippler sobre cómo se podía organizar un «sistema camu-
flado», de manera que «el francés apenas se dé cuenta de quién le tiene
sujeto». Pero Goebbels no se conformaba con eso, sino que no iba a
cejar hasta poner todo el cine europeo bajo su control. 240 Cuan lucra-
tivo era el sector del cine se lo demostraron los beneficios que produjo
en el Reich y en los territorios ocupados, donde la industria cine-
matográfica alcanzó en el año 1939 una producción máxima de 111
largometrajes.241 Si en el año 1939 reportaron al imperio goebbeliano,
con sus casi 3.700 salas, unos ingresos de 500 millones de marcos del
Reich y, por tanto, «una suma récord sin precedentes»,242 los beneficios
netos del año 1940 ascendieron a 70 millones de marcos. Para hacerle
una «jugarreta» al ministro de Hacienda, creó inmediatamente un fon-
do especial «para la nueva construcción de salas de cine», 243 pero, para
alegría de Hitler, a quien le presentó con orgullo esta balanza de pagos,
destinó también 5 millones de marcos para su fondo cultural y 15 millo-
nes para el fondo social de la obra de socorro invernal durante la
guerra.
En vista de semejantes beneficios, al autócrata del cine alemán le
resultaría difícil de comprender que a nivel personal le atormentaran
«serias preocupaciones por la financiación» de la ampliación de su casa
de Lanke.245 Las obras habían comenzado en febrero de 1939, después
de que la casa de troncos se considerara «demasiado pequeña y poco
práctica».246 Sin embargo, Goebbels no tenía ningún permiso de cons-
trucción para el enorme terreno en forma de abanico, que pertenecía
a la reserva natural del lago de Liepnitzsee. El prefecto exigió la inme-
diata interrupción de las obras «para que la valiosa zona boscosa con-
serve su original belleza para la población de la capital del Reich que
530 Goebbels

busque descanso y para que permanezca abierta para el senderismo».247


Rosenberg, el rival de Goebbels, escuchó esto con agrado. Cuando a
mediados de mayo de 1939 reunió a la mayor parte de los jefes de dis-
trito, uno de ellos se dio importancia precipitadamente observando que
había estorbado los planes de obras de Goebbels y que, «en caso de que
fuera citado por eso ante el Führer, hablaría sin importar lo que suce-
diera con él». 248 Pero Góring, en calidad de inspector de montes del
Reich, no le había puesto a Goebbels ningún impedimento y a finales
de mayo había decidido «que no se obstaculizara en modo alguno la
obra».249
Así surgió a la orilla del lago Bogensee una mansión que, con sus
cinco edificios, resistía la comparación con Karinhall, la aristocrática
residencia del mariscal del Reich: rodeada de pinares, la alargada casa
residencial de un solo piso y estilo rústico estaba provista de veintiuna
habitaciones, entre ellas cinco baños y, por supuesto, una sala de cine.
Las enormes ventanas —al igual que el mueble-bar— eran abatibles
eléctricamente. La casa tenía aire acondicionado y calefacción de aire
caliente. Para embellecer las paredes venía muy bien un tapiz de Aubus-
son comprado en París por 25.000 marcos. 250 El edificio oficial tenía
veintisiete habitaciones, con la habitual decoración suntuosa; el inven-
tario ocupaba 28 páginas escritas con las líneas muy juntas. 251 Además
estaba la vieja cabana de troncos en la orilla opuesta del lago, así como
una casa de invitados y un garaje.
Winkler, el fiduciario del Reich, que ya había prestado buenos ser-
vicios en la absorción de la industria cinematográfica alemana, libró a
Goebbels del problema de la financiación de Lanke en noviembre de
1940. En colaboración con Góring, asumió en nombre de la industria
filmográfica alemana los costes de la quinta, por valor de 2,26 millones
de marcos. 252 Esto alivió de manera formidable al ministro de Propa-
ganda, pues además tenía que «pagar un montón de impuestos». 253 Pero,
después de todo, Goebbels echó para sí las cuentas de otra manera: «Si
me muriera ahora, no habría ganado ni perdido nada. Es una recom -
pensa por los veinte años de servicio a la patria», escribió el propietario
y usufructuario de tres residencias millonarias en Berlín y alrededores.254
Él está bajo la protección del Todopoderoso 531

En efecto, el 29 de octubre de 1940, día del cuarenta y tres cum-


pleaños de Goebbels, la familia del ministro se instaló en el palacio ofi-
cial y residencial de la Hermann-Góring-Strasse 20. Ya se había inau-
gurado el año anterior, pero se habían tenido que solucionar
continuamente nuevas «deficiencias». Goebbels, que en estas semanas
proyectaba soñadores planes para después de la guerra y acariciaba la
idea de retirarse entonces —esperaba poder escribir quizás en el nue-
vo volumen de su diario las «hermosas palabras» de que «ha vuelto la
paz»—,255 se alegró ahora de que a los niños, que como todos los años
se habían aprendido poemas de memoria, les gustaran sus habitaciones
en el ostentoso palacio. A los cinco se añadió por la tarde un sexto, pues
Magda, que estaba en el hospital desde hacía semanas, había dado a luz
a la «hija de la reconciliación», Heide.256 Cuando la madre y la niña vol-
vieron a casa y el 11 de noviembre Magda celebró su cumpleaños, se
presentó como invitado sorpresa el Führer, que se mostró entusiasma-
do con la recién nacida y con el palacio de mármol.257
Las visitas de Hitler se habían vuelto escasas en los últimos meses,
pues se había dedicado por completo a la alternativa política que había
propuesto Ribbentrop frente al desembarco en Inglaterra. Él quería ais-
lar políticamente al enemigo del otro lado del Canal de la Mancha con
una «solución provisional a nivel de política mundial», 258 un bloque
continental «desde Madrid hasta Yokohama» que incluyera a Francia y
sobre todo a la Unión Soviética, proyecto que Ribbentrop, apoyándo-
se en el autor de esta concepción, Karl Haushofer, había ensalzado como
«crepúsculo de los dioses» para el imperio británico, dado su «peso en
la política territorial».259 De esta manera esperaba poder impedir que
entrara en la guerra Estados Unidos, que cada vez se acercaba más a
Gran Bretaña, pero de todos modos llegar a un acuerdo con Londres y
así tener cubiertas las espaldas para los planes orientales del espacio vital,
perseguidos con insistencia.
Por ese motivo Hitler había tenido que cumplir durante las sema-
nas pasadas con una ajetreada agenda de viajes que le había preparado
su ministro de Exteriores, después de que el pacto tripartito firmado el
27 de septiembre entre Alemania, Japón e Italia proporcionara un anda-
532 Goebbeh

miaje en el que pensaba incluir al resto de grandes países europeos. El


4 de octubre se entrevistó con el Duce en el Brennero, el 23 de octu-
bre se reunió con Franco en Hendaya y ese mismo día con Pétain en
la pequeña localidad de Montoire-sur-le-Loir, al norte de Tours, el cual
le causó una «profunda impresión», a diferencia del Caudillo, según
informó Goebbels. Debido a la contraposición de intereses casi insal-
vable de los vecinos mediterráneos, esto despertó enseguida las sospe-
chas de Mussoüni, que acababa de atacar a Grecia, motivo por el cual
Hitler viajó a Florencia inmediatamente después de su encuentro con
Pétain para hablar de nuevo con su desconfiado aliado.
El 11 de noviembre, cuando Hitler estuvo con los Goebbels en la
Hermann-Góring-Strasse, era inminente la visita del ministro de Exte-
riores soviético, Molótov. Pese a los decepcionantes resultados de los
diálogos mantenidos hasta ahora y pese a la «evidencia» de que «todo
el problema de Europa» era la Unión Soviética y que por eso se debía
hacer todo lo posible para estar preparados para el «gran ajuste de cuen-
tas» al año siguiente, Hitler quería intentar desviar las aspiraciones expan-
sionistas de Stalin en el gran espacio índico para conseguir integrar a
Moscú en el frente hostil a Gran Bretaña.
Goebbels era consciente de que una convergencia con la Unión
Soviética, al igual que había sucedido con el pacto entre Hitler y Sta-
lin, sólo podía ser una solución provisional; así, por ejemplo, escribió
en su diario en agosto de 1940 que el bolchevismo era «con todo» el
«enemigo público número uno» y que el Reich «también chocaría un
día con él».260 No sabía cuándo ocurriría eso, pero prohibía categóri-
camente «todas las insinuaciones con Rusia», pues él sabía seguro que
ocurriría.261 Dado que la relación entre ambos países no debía superar la
«conveniencia meramente política»,262 Goebbels se había opuesto
también a los esfuerzos del Ministerio de Exteriores por poner en mar-
cha un intercambio cultural germano-soviético.263
Goebbels había prohibido continuamente a la prensa cualquier artí-
culo pro ruso.264 En agosto había vuelto a advertir a Fritzsche «con insis-
tencia» que evitara cualquier cosa que informara positivamente sobre
la situación interna de la Unión Soviética, en particular todo tipo de
Él está bajo la protección del Todopoderoso 533

propaganda a favor de la política cultural, social, militar y económica


de los rusos. Además, la prensa debía «guardarse» de hablar más de lo
debido sobre el stand ruso en la feria otoñal de Leipzig. 265 Cuando el
corresponsal en Moscú del Deutsche Allgemeine Zeitung informó sobre
el ballet del Teatro Bolshói, el indignado ministro de Propaganda le hizo
saber en clave que tenía que presentar en el plazo de ocho días una des-
cripción igual de buena de las condiciones del teatro alemán que se
hubiera publicado en un periódico ruso del mismo prestigio; «en caso
contrario se le retirará inmediatamente de su puesto por falta de ins -
tinto»,266 pues prevalecía el lema de «no dejar entrar en Alemania nada de
las tendencias y convicciones bolcheviques». 267
Con vistas a la visita de Molótov, Goebbels ordenó a la prensa que
aludiera al progreso de las relaciones germano-soviéticas desde el año
anterior, pero que no diera la impresión de que «nos frotamos las manos
por la visita». Sin asociar más reflexiones a las conversaciones de Moló-
tov en Berlín, la visita se debía valorar simplemente como un «punto
político» en las relaciones germano-rusas. Mientras que en la retros -
pectiva histórica se podía observar que tanto Alemania como la Unión
Soviética se habían beneficiado siempre de la cooperación mutua, los
aspectos externos de la visita no se debían presentar en más de dos
columnas.268
Para que no se hicieran demasiados honores al ministro de Exterio res
soviético, Goebbels, que se encargó de los preparativos de la visita,
impidió que las SA formaran calle para Molótov y que se celebrara en su
honor un «desfile de la población», tal como había propuesto el Ministerio
de Exteriores. 269 El 13 de noviembre, mientras Hitler desayunaba en la
cancillería del Reich con la delegación rusa, Goebbels observaba a los
«bolcheviques infrahumanos». Molótov, con un «rostro macilento como
la cera», le causó una «impresión de picaro y astuto», pero se mostraba
«muy reservado». En cambio, sus acompañantes le parecieron «más que
mediocres. Ni una sola cabeza distinguida. Como si nuestras percepciones
teóricas sobre la esencia de la ideología de masas bolchevique quisieran
confirmarse a toda costa (...). En sus caras están escritos el miedo mutuo y
los complejos de inferioridad». 270 En su opi-
534 Goebbek

nión sobre la apariencia de los acompañantes de Molótov coincidió


con el secretario de Estado von Weizsácker, quien pensaba que los rusos
valdrían muy bien como «personajes del hampa para una película».271
Sin embargo, esta superioridad de los «señores de la raza dominan-
te» no consiguió que la delegación soviética se interesara por los obje-
tivos de Hitler cuando se le presentaron vagas expectativas de futuro
con respecto al activo de la quiebra del imperio británico en la India;
tanto menos cuanto que, durante las conversaciones en Berlín, la Royal
Air Force hizo acto de presencia de manera contundente, mostrando
así que a Gran Bretaña le faltaba mucho para ser derrotada. Goebbels
valoró la visita como «un jarro de agua fría» para los «amigos soviéticos
de Londres».272 A Hitler en cambio le quedó claro que los intereses
soviéticos apuntaban en gran medida a Centroeuropa y no estaban en
la India, de manera que había fracasado el plan de un bloque conti-
nental como solución provisional. Eso le llevó, el mismo día de la par-
tida de Molótov, a dar órdenes para que se preparara un avance, «para
arreglar las cuentas con Rusia en cuanto lleguen los primeros días bue-
nos».273 El 18 de diciembre de 1940 firmó la directiva del Führer número
21 para la Operación Barbarroja.
Hitler, quien desconfiaba de Stalin hasta tal punto que en verano de
1940 había hecho colocar «algunas divisiones» en las fronteras orienta-
les del Reich,274 ocultó a su ministro de Propaganda que ahora iba a
acometer sus verdaderos objetivos en el este sin tener cubiertas las espal-
das en el oeste, asumiendo por tanto el riesgo de una guerra en dos
frentes. Entre otras cosas porque Hitler había subrayado la importancia
de tener las espaldas cubiertas en el este para la guerra contra Gran Bre-
taña y porque precisamente por ese motivo se había firmado el pacto
con la Unión Soviética, Goebbels siguió partiendo de la base de que
primero se derrotaría a Gran Bretaña. En consecuencia, observó en su
diario que la «neutralidad» de Moscú era lo más importante.275
En adelante, Goebbels se dejó llevar por el crédito que dio a la afir-
mación de Hitler de que Inglaterra iba siendo «derribada poco a poco».276
Del mismo modo que el año anterior había pronosticado la derrota de
Francia, así pronosticaba ahora la de Inglaterra, y ésta se cumpliría como
Él está bajo la protección del Todopoderoso 535

se había cumplido aquélla.277 Puesto que la incursión no podía tener


lugar sin el dominio del aire y Goebbels creía ver en Hitler un cierto
miedo «al agua», se centró en los bombardeos sobre Londres, Coventry
o Sheffield, cuyo efecto psicológico se sobrevaloraba, y prometió per-
sistir y emplear todas sus fuerzas en trabajar para la victoria. En el umbral
del segundo invierno de guerra esto significaba alentar a la población
en el propio país, decirle que no sería fácil, pero que el triunfo estaría
asegurado con el correspondiente esfuerzo. En una de sus conferencias
ministeriales, Goebbels declaró que a la larga se produciría un efecto
rechazo si en la prensa alemana se diera diariamente la impresión de
que Inglaterra se derrumbaría al día siguiente. Se le puede decir al pue-
blo alemán «con toda tranquilidad que un imperio universal como el
británico no cae en pocas semanas».278
En este contexto, a principios de noviembre de 1940 se redujeron
visiblemente las competencias del ministro de Propaganda con relación
a la prensa. Hitler estableció las denominadas «consignas diarias del jefe
de prensa del Reich», con las que se aseguraba a través de Dietrich una
intervención directa y más poderosa sobre la prensa. 279 Las respectivas
consignas del día se redactaban en el cuartel general del Führer y se
leían como primer punto obligatorio en las conferencias de prensa que
tenían lugar diariamente en el Ministerio de Propaganda. 280 De este
modo, durante la conferencia de prensa, Goebbels y los representantes
de las demás secciones sólo podían transmitir sus órdenes, informacio-
nes y notificaciones a la prensa después de que fueran presentadas pre-
viamente por escrito por Dietrich o el jefe del departamento de pren-
sa alemana subordinado a su competencia profesional.
Goebbels, cuyo enfado por las «consignas diarias» que se dieron en
adelante iba dirigido exclusivamente a Dietrich, intentó compensar su
pérdida de competencias en el dirigismo de la prensa ampliando su
influjo sobre la propaganda extranjera.281 Si ya mandaba sobre la pro-
paganda en el protectorado de Bohemia y Moravia, en la gobernación
general de Polonia y en la ocupada Francia, Holanda y Noruega, espe-
raba que reanudando las conversaciones con el Ministerio de Exterio-
res se le devolviera formalmente la competencia directiva que se le había
536 Goebbels

otorgado a Ribbentrop en septiembre de 1939. Esto parecía prometer


éxito, porque la influencia de Ribbentrop sobre Hitler había disminui-
do notablemente con el fracaso del proyecto del bloque continental.
No obstante, exceptuando que Goebbels consiguió mantener alejados
de la radio a los representantes del Ministerio de Exteriores —en un
caso hizo expulsarlos por la fuerza—, por el momento las negociacio-
nes no le llevaron verdaderamente hacia adelante.
Al mismo tiempo, ante los continuos bombardeos de los británicos
en el territorio del Reich —el 9 de diciembre bombardearon su ciu-
dad natal, Rheydt—, le resultó cada vez más difícil detener la caída de
la moral en la población, que se vio agravada por el fracaso que se per-
filaba del socio del Eje, Italia, en el norte de África y en los Balcanes.
Mussolini, alentado por la visión de un renaciente imperio romano en
el Mediterráneo, había hecho que en septiembre de 1940 un ejército
expedicionario entrara en el vecino Egipto desde su colonia libia. La
ofensiva se interrumpió pocos días después sin haber encontrado una
resistencia británica digna de mención. El ataque de las fuerzas arma-
das italianas a la pequeña Grecia desde el territorio fronterizo albanés
se había convertido en noviembre en un auténtico desastre. Lo mismo
les ocurrió poco después en el norte de África, cuando en diciembre
los británicos emprendieron la contraofensiva tras lograr la preponde-
rancia marítima en el Mediterráneo. Después de que en enero toma-
ran Tobruk y Bengasi, parecía que nadie les podía impedir conquistar
Trípoli, la capital de la colonia italiana. Puesto que sin la intervención
alemana no parecía poder evitarse la catástrofe en el flanco meridional
de Europa, Hitler había decidido «arreglar» la situación allí antes de la
campaña rusa. Después de haber enviado ya en noviembre un cuerpo
de aviadores al sur de Italia y Sicilia, a comienzos del año 1941 mandó
una unidad blindada al norte de África. En primavera se debía intentar
estabilizar el flanco sudoriental con una expedición a través de los Bal-
canes en dirección a Grecia.
Goebbels, ya enfadado por la tardía entrada de Italia en la guerra,
reprochó ahora a los italianos que habían «arruinado todo el prestigio
militar del Eje».282 Sin embargo, Hitler, quien en su proclama de Año
Él está bajo la protección del Todopoderoso 537

Nuevo propagó 1941 como el «año de la consecución de nuestra vic-


toria», le había dado órdenes estrictas de «subrayar la amistad del Eje
ostentosamente». 283 Dado que ahora Inglaterra vencía en la zona medi-
terránea, la repercusión de la estrategia bélica alemana contra la isla no
podía ser tan grande como se presentaba en la propaganda, motivo por
el cual Goebbels dio indicaciones a la prensa de no resaltar tanto sus
éxitos. Asimismo eliminó «de nuestro repertorio una serie de síntomas
de decadencia en Inglaterra», para «acostumbrar poco a poco» al pue -
blo «a la paciencia».284 Por lo demás, su propaganda «volvió a los prin-
cipios fundamentales»,285 como en la época de la «guerra sentada» y en la
fase de la diplomacia secreta del otoño de 1940, cuando también
hubo que llenar el vacío propagandístico teniendo al pueblo «ocupa -
do».286 Volvió a poner en el blanco a los «plutócratas» británicos, su
«mejor punto de ataque», redactando personalmente una serie de edi -
toriales para el Reich, que llevaban títulos como «Inglaterra y sus plu-
tócratas», «De la fábrica de mentiras de Churchill» o «Pseudosocialis-
tas». 287 Cuando en marzo Estados Unidos se puso del lado de Gran
Bretaña en señal de provocación con la Ley de Préstamo y Arriendo,
que habilitó al presidente americano Franklin D. Roosevelt para hacer
suministros de guerra a Inglaterra incluso sin pago alguno, a juicio de
Goebbels ésa fue la «tabla de salvación» para Londres. 288 En el Reich
escribió además que «el prestigio nacional y la influencia internacio -
nal» que Inglaterra tenía que «sacrificar» con los suministros de mate -
rial, «eso no tienen reparo en expresarlo abiertamente los periodistas
americanos, que en esta confusión de opiniones han conservado su cla ra
visión. Dicen sin ambages que Inglaterra puede perder tranquila -
mente la guerra; entonces América ocupará su lugar y liquidará al impe-
rio universal».289
Al repertorio propagandístico de Goebbels contra Inglaterra perte-
necía también el cine. Para evitar que Rosenberg siguiera alimentando
las críticas, según las cuales en el sector cinematográfico se producían
«indiscriminadamente películas pro inglesas», 290 aprovechó la idea del
actor estrella Emil Jannings de llevar a la pantalla la vida del «luchador
por la independencia bóer» Paul Krüger, quien por su resistencia con-
538 Goebbels

tra la política inglesa en Sudáfrica tuvo que sufrir los «horrores de los
campos de concentración ingleses».291 El drama histórico de El tío Krü-
ger (Ohm Krüger), con Jannings en el papel protagonista, 292 se convirtió
en «película de la nación».
Incluso durante la guerra, estas películas marcadamente propagan-
dísticas constituyeron sólo un pequeño porcentaje, aunque creciente,
de la producción. 293 El motivo era que Goebbels consideraba que pre-
cisamente ahora la misión prioritaria de la industria cinematográfica
era producir «películas amenas para relajarse», 294 de modo que se con-
servara el «buen humor», pues una guerra de estas dimensiones sólo
podía ganarse «con optimismo». 295 Pero dado que el entretenimiento,
«de gran valor en la política estatal», no podía «sustraerse a las tareas
impuestas por la dirección política», 296 y dado que Goebbels veía en el
cine un «medio de educación nacional de primera categoría», 297 la
supuesta distracción o «refrescamiento» de las «fuerzas morales» tam-
bién tenía su sentido oculto. 298 Así, los argumentos que Goebbels hacía
producir estaban sutilmente entrelazados con las intenciones propa -
gandísticas del régimen. 299 Goebbels procuraba combinar la guerra, que
desde 1939 en adelante se había convertido en el tema principal de la
cinematografía, con los distintos géneros, para disfrazar el adoctrina-
miento de los espectadores con la variedad y conseguir que el medio
siguiera siendo atractivo. 300 Como él esperaba por principio de su pro-
paganda ideal, en el cine también se tenía que presentar siempre el mis-
mo mensaje bajo diferentes aspectos cada vez.
Millones de personas vieron Bailando por el mundo (1939), donde se
combinaban las revistas y las marchas militares: «Bailar y ser jóvenes,
vencer y ser jóvenes, reír y ser jóvenes, así somos nosotros, así reza nues-
tro lema», era el leitmotiv de la película.301 Unos 23 millones de espec-
tadores vieron la exitosa película Concierto a la carta (1940), que cuenta
la historia de una «chica alemana» que pierde de vista a su novio, un
robusto subteniente de aviación, por circunstancias del destino, y que
lo vuelve a encontrar gracias a un programa de peticiones musicales.
Las escenas bélicas estaban intercaladas entre los recuerdos nostálgicos
de la «gran época» de los Juegos Olímpicos de 1936 y los éxitos de la
Él está bajo la protección del Todopoderoso 539

emisión radiofónica más popular de todas, el programa de peticiones


musicales que se emitía todos los domingos y que tendía un puente
sentimental entre el frente y la patria. Películas románticas como El gran
amor (1942), con Zarah Leander, a la que Goebbels, después de una fuerte
antipatía inicial, había aprendido a estimar por las enormes recauda -
ciones de sus películas, se prestaban especialmente para los propósitos
de los nacionalsocialistas. Basándose en los destinos allí representados,
que compartían en esos años cientos de miles de personas, se podían
transmitir mensajes a los espectadores y dar ejemplo de la conducta que
se esperaba de ellos. Canciones como Sé que algún día ocurrirá un mila-
gro y el ambiente melodramático en el que Leander se tenía que des-
pedir de su enamorado, un piloto de las fuerzas aéreas a cuya unidad,
que volaba en dirección al frente, ella dirigía una mirada de profundo
agradecimiento, hacían esos «modelos» aún más memorables para los
espectadores.
Sobre todo eran los aviadores, los titulares de la Cruz de Caballero
del arma aérea de Góring, los que eran ensalzados por Goebbels como
héroes nacionales. Nombres como Werner Mólders,Adolf Galland, más
tarde Hans Joachim Marseille, la «estrella de África», encarnaban el nue-
vo prototipo del soldado alemán. Estos, pero también los hombres del
arma submarina, principalmente el «héroe de Scapa Flow», Günther
Prien, se convirtieron en ídolos de los jóvenes alemanes. En cambio, el
ejército de tierra, cargado de tradición, tenía menos oficiales populares
que ofrecer. Aquí, desde el desembarco en Narvik, se celebraba a Eduard
Dietl, que con sus cazadores de montaña de la «patria del Führer» había
resistido hasta la retirada de las fuerzas expedicionarias británicas pese
a lo desesperado de la situación. Goebbels «glorificó» su lucha 302 como
un «nuevo Cantar de los Nibelungos»,303 ocupándose de que su propa-
ganda diera prioridad a los «titulares más jóvenes de la Cruz de Caba -
llero».304 Otro iba a superar pronto a todos en la simpatía que le profe -
saba el ministro de Propaganda: Erwin Rommel.
Durante la campaña francesa, sobre la cual Goebbels hizo producir
la película propagandística Victoria en el oeste, en colaboración con el
Alto Mando del Ejército, Rommel rompió con su división blindada la
540 Goebbels

alargada línea Maginot al frente del cuarto ejército. Su arrojado estilo


de dirección cuadraba con la «estrategia revolucionaria» de la guerra
relámpago. Goebbels, quien defendía la opinión de que una «guerra moder-
na» no era para «viejos generales», 305 veía que Rommel reunía todas las
cualidades y rasgos característicos del comandante de tropas nacional-
socialista, motivo por el cual la propaganda le dedicó una atención espe-
cial ya durante la campaña francesa. Pero esto también pudo deberse a
que Karl Hanke servía en su división.
Cuando Rommel, al que Hitler anunció ante Mussolini como su
«general más audaz del arma acorazada», 306 llegó a Trípoli en febrero de
1941, donde debía detener el avance británico con el Cuerpo Alemán
de África (Deutsches Afrikakorps) para que el Eje no perdiera la colo-
nia italiana, con él estaban los colaboradores de Goebbels Haegert y
Berndt. Como oficial en servicio y jefe de la escuadra de combate del
comandante en jefe, Berndt destacó en el rango de capitán por opera-
ciones «particularmente peligrosas y arriesgadas» con la patrulla de obser-
vación,307 que merecieron el respeto de Rommel. 308 Sin embargo, mayor
importancia tuvo para el general de la acorazada la gestión propagan-
dística de Berndt.309
Mientras que Goebbels, quien estaba en estrecho contacto con sus
colaboradores excedentes Berndt y Haegert, coordinaba la guerra pro-
pagandística contra Inglaterra desde su ministerio en la Wilhelmplatz,
Hitler permaneció semanas enteras en el Berghof. Goebbels no le vol -
vió a ver hasta el 12 de marzo en Linz, con motivo de la celebración
del tercer aniversario de la «anexión». Antes de eso, el ministro de Pro-
paganda había examinado en el ayuntamiento de la ciudad maquetas y
proyectos para su reconstrucción —«un plan favorito del Führer, que
está muy apegado a su ciudad natal»— y había salido hasta Leonding
para depositar una corona en la tumba de los padres de Hitler, y una
vez más «se emocionó profundamente». 310
Cuando estuvieron sentados juntos en el hotel, «una tienda de pie-
dra algo primitiva», Hitler «replicó» a Goebbels, que le seguía agrade -
cido, exponiéndole toda la situación política. Como muy pronto el 12
de marzo y como muy tarde en el marco de una comida que Hitler
Él está bajo la protección del Todopoderoso 541

ofreció al ministro de Exteriores japonés Matsuoka en la cancillería del


Reich, el 28 de marzo, puso al corriente a su ministro de Propaganda
de su plan de atacar inmediatamente a la Unión Soviética sin una «recon-
ciliación previa» con Gran Bretaña. No se ha transmitido de qué mane-
ra reaccionó Goebbels. Sin embargo, todo apunta a que, como tan a
menudo había hecho, valoró la resolución del Führer como una deci -
sión genial. Así, como si nunca hubiera existido el miedo a una guerra
en dos frentes, Goebbels anotó en su diario por primera vez en la maña -
na del 29 de marzo: «La gran operación viene después, contra R. Se
enmascara con mucho cuidado, sólo unos pocos están enterados. Comien-
za con importantes transportes de tropas hacia el oeste. Dirigimos la
sospecha hacia todas partes menos hacia el este. Se prepara una opera-
ción simulada contra Inglaterra, y luego hay que retroceder con la rapi-
dez de un rayo y atacar. Ucrania es un buen granero. Si la ocupamos,
entonces podemos resistir durante mucho tiempo. Así se soluciona defi-
nitivamente la cuestión de los Balcanes y del este. Desde el punto de
vista psicológico el asunto presenta algunas dificultades. Paralelos con
Napoleón, etc. Pero eso lo superamos fácilmente con el antibolchevis-
mo (...). Produciremos nuestra obra maestra». 311
Al hecho de que la guerra en dos frentes ya no preocupara a Goeb-
bels, completamente inexperto en materia militar, 312 contribuyeron
—además de su confianza en el «genio estratégico» del Führer— las
noticias que llegaban de Libia. Allí Rommel iba ganando terreno con
el Cuerpo Alemán de África más allá de sus misiones defensivas. Pron -
to arrebató a las tropas del imperio británico Bengasi y Derna, cercó
Tobruk y a mediados de abril llegó a la frontera egipcia en Sollum. El
ministro de Propaganda, quien acababa de observar que se debía «hacer
algo por el ejército en la propaganda», 313 siguió con euforia desde el
lejano Berlín la ofensiva, en la que Berndt y Haegert iban «muy ade-
lante». 314 Cuando Rommel tomó Sollum, Goebbels tuvo «casi miedo y
desasosiego».315 «Y luego salta noticia tras noticia: Rommel ya ha avanzado
más allá de Sidi el Barani (...). Uno casi se estremece de horror ante
tanta fortuna bélica y quisiera como Polícrates arrojar un anillo al mar
como regalo expiatorio». 316 «El milagro de África del norte»317 y
542 Goebbek

la campaña contra Yugoslavia y Grecia, que para entonces había comen-


zado con gran éxito y que terminaría con un desastre para el ejército
expedicionario británico, pusieron en un verdadero éxtasis de alegría a
Goebbels, quien estaba convencido de la «profecía» de Hitler de que
Inglaterra sería derrotada en ese año: «¡Menudas Pascuas! ¡Qué resu-
rrección de la larga noche invernal».318
Aunque la euforia de Goebbels se vio algo apagada por la difícil
situación en la que Rommel entró a continuación en la lucha por la
cercada Tobruk, esperaba con impaciente agitación los próximos acon-
tecimientos. Estaba satisfecho porque al parecer Stalín no sospechaba
nada. Esto se confirmó cuando el georgiano abrazó al agregado militar
alemán Krebs durante la despedida del ministro de Exteriores japonés
Matsuoka en la Estación Bielorrusa de Moscú y le dijo que «Rusia y
Alemania marcharían juntas hasta la meta». Esto era «magnífico y suma-
mente provechoso para este momento»,319 comentó Goebbels, aña-
diendo acto seguido que «no vacilarían» en sus objetivos contra la Unión
Soviética a causa del tratado de neutralidad soviético-japonés que Mat-
suoka acababa de firmar.320
Sin embargo, esta resolución se vería sometida a una dura prueba
pocos días después de que Hitler diera en la Ópera Kroll su informe
triunfal sobre la campaña de los Balcanes, que entretanto se había con-
cluido con éxito. El caso era que, la tarde del 12 de mayo, Goebbels,
que estaba ocupado con la elaboración del último Wochenschau, recibió
«una noticia terrible»:321 Rudolf Hess, el brillante piloto que en el año
1934 había ganado la prueba de aviones de la Zugspitze, había despe-
gado dos días antes de un aeródromo cerca de Augsburgo con un Me
110 bimotor en dirección a Inglaterra para terminar la guerra con el
imperio insular a través de negociaciones. Hitler, a quien al día siguien-
te muy de mañana el ayudante de Hess le entregó una carta del repre-
sentante del Führer en la que éste explicaba su propósito, había prefe-
rido esperar por el momento para no poner en peligro las perspectivas
de éxito, por escasas que fueran, de la descabellada operación.
Después de que transcurriera otro día sin ningún tipo de reacción,
las esperanzas eran nulas. Sólo entonces, Hitler, que había debatido el
Él está bajo la protección del Todopoderoso 543

asunto con Goring y Ribbentrop el 11 de mayo, se decidió a tomar


otras medidas: ordenó a Martin Bormann que continuara con las tareas
del que hasta entonces había sido su superior y envió a Ribbentrop a
Roma para que informara personalmente al dictador italiano sobre estos
asuntos tan serios. Hizo que el jefe de prensa del Reich, Dietrich, publi-
cara un primer comunicado que se leyó en la Gran Radio Alemana la
tarde del 12 de mayo. Informaba a la población alemana y a la opinión
pública mundial de que el «compañero del partido Hess», pese a una
«avanzada enfermedad», se había hecho con un avión y había empren-
dido un vuelo. Una carta que había dejado revelaba «desgraciadamente
por su confusión indicios de un trastorno mental» que hacían temer
«que el compañero de partido Hess era víctima de alucinaciones». Así
pues, había que contar con que Hess hubiera «tenido un accidente o
caído en algún sitio durante su vuelo».322
Cuando Goebbels recibió la noticia y al mismo tiempo fue llama-
do a Berchtesgaden con todos los jefes de distrito y del Reich, no podía
«comprender en ese momento la situación».323 En el Obersalzberg, un
Hitler que causaba impresión de «abatimiento» le mostró a su ministro
—éste se sentía postergado porque no se le había consultado para la
redacción del comunicado del día anterior—324 la carta del aviador que
había volado hacia Inglaterra, cuyo salto en paracaídas ya habían con-
firmado los británicos con una breve noticia. Goebbels, que en el pasa-
do octubre aún tenía una opinión muy positiva sobre el «hombre bue-
no y leal» en el que Hitler podía confiar «ciegamente»,325 hizo constar
en su diario: «Una absoluta confusión, un diletantismo de principian-
te; quería ir a Inglaterra, dejarle clara su desesperada situación, derribar
al gobierno de Churchill a través de lord Hamilton en Escocia y luego
concluir la paz, con la que Londres podría salvar la cara (...). Semejante
loco era el hombre que iba después del Führer. Es casi inconcebible.
Sus cartas rebosan de un inmaduro ocultismo. El profesor Haushofer y su
mujer, la vieja Hess, han sido los espíritus malignos. Han obsesionado
artificiosamente a su "gran hombre" con este papel».326
En la gran sala del Berghof se reunieron poco más tarde las entre 60
y 70 personas convocadas. Después de que Bormann, el nuevo jefe de
544 Goebbels

la secretaría del partido, leyera pasajes de las cartas de Hess, Hitler tomó
la palabra y condenó la acción de su representante con duras palabras.
Hess le había abandonado en un momento en el que las divisiones apos-
tadas en las fronteras alemanas del este estaban en estado de alerta y en
el que los comandantes podían recibir en cualquier instante la orden
para la misión militar más difícil hasta la fecha. ¿Cómo podía esperar
que sus generales obedecieran esa orden si su más alto jefe político aban-
donaba su «lugar de combate» por propia iniciativa? Goebbels, impre-
sionado una vez más por las palabras de Hitler, lamentó tener que dejar -
le allí tras una «cordial despedida» para dirigir desde su ministerio la
campaña propagandística defensiva en el tema de Hess. 327
Aún en Berchtesgaden, Goebbels había declarado su conformidad
con el Führer sobre la publicación de un segundo comunicado. Al fin
y al cabo, había que reaccionar de alguna forma a las notificaciones
inglesas y explicar a la desconcertada población alemana qué se le había
perdido a Hess en Inglaterra o Escocia. El resultado fue una noticia del
Nationalsozialistische Parteikorrespondenz [Correspondencia del Partido Nacio-
nalsocialista] en la que se aludía una vez más a las supuestas alucinacio-
nes de Hess. 328 De vuelta en Berlín, Goebbels, que no habló de este
tema en el Reich, orientó a sus colaboradores y les dio la consigna según
la cual había que proceder: en el interior no se debía abordar más el
asunto y había que exagerar hasta los episodios militares más insignifi -
cantes para distraer a la población. Hacia el exterior, una significativa
exposición del conjunto debía ir acompañada del «rechazo a las men-
tiras» —como tales calificó Goebbels las prolíficas especulaciones en los
medios extranjeros, supuestamente mal informados—. 329 Por último,
Goebbels esperaba que sirvieran de ayuda profesiones de fe como: «Cre-
emos en el don profético del Führer. Sabemos que al final todo lo que
aparentemente redunda en nuestro perjuicio es nuestra gran fortuna». 330
Qué harían los británicos con este regalo propagandístico, era la pre-
gunta que se planteaba Goebbels, quien envidiaba al adversario por
tener esa posibilidad. Por ejemplo, se podían emitir declaraciones en
nombre de Hess de las que éste no tenía por qué saber nada. Incluso
existía la posibilidad de escenificar llamamientos al pueblo alemán imi-
Él está bajo la protección del Todopoderoso 545

tando su voz. Al mismo tiempo que todo esto inspiraba la imaginación


de Goebbels, las consecuencias que se deducían le hacían estremecer-
se de miedo. Al no creer ver todavía en la propaganda enemiga ningu-
na «tendencia de gran alcance», aunque Londres dio rienda suelta a las
especulaciones que se precipitaban, Goebbels consideró en principio
que se trataba de una particular astucia del enemigo, pues parecía que-
rer aumentar el dramatismo con la espera. Cuando en los días siguien-
tes Churchill tampoco explotó el asunto propagandísticamente, Goeb-
bels lo achacó a la decadencia de la clase dirigente «plutócrata», que
estaba a punto de derrumbarse. Puesto que las hipótesis se agotaron
pronto en la radio y en la prensa del extranjero, un aliviado Goebbels
pudo dar por «liquidado» el caso Hess ya el 18 de mayo, sólo ocho días
después del vuelo a Inglaterra. «Así de rápido van hoy las cosas en estos
tiempos ligeros. Eso lo tenía que haber previsto Hess. ¿Qué va a ser de
él ahora?».331
Goebbels consideró superada la crisis que había desencadenado Hess.
Sin embargo, el ministro se ponía cada vez más nervioso, pues a cada
día que pasaba se aproximaba más la «verdadera gran tarea» del nacio-
nalsocialismo, el exterminio del «bolchevismo judío». Hasta mediados
de mayo había seguido partiendo de la base de que la Operación Bar-
barroja, nombre con que se la conocía en el ámbito militar, comenza-
ría el 22 de mayo.332 El aterrizaje de tropas aerotransportadas en Creta
que Hitler intercaló inesperadamente en el último minuto para estabi-
lizar el flanco meridional de Europa, por así decirlo, como cierre de la
campaña de los Balcanes, aplazó de nuevo las operaciones en el este y
atrajo la atención del ministro de Propaganda hacia la región oriental
del Mediterráneo, entre otras cosas porque «allí abajo» estaba su hijas-
tro Harald, por el que temía su madre Magda.
Creta se convirtió en un auténtico póquer propagandístico, que
empezaron los británicos con contundentes noticias de que la isla esta-
ba firmemente en sus manos y nunca la entregarían. Lo primero era
cierto, pues los paracaidistas de Góring, con catastróficas pérdidas que
lamentar, lo tuvieron difícil para poner pie en Creta. Así pues, la pro-
paganda goebbeliana no hizo mención de los combates durante días,
546 Goebbels

mientras que en Gran Bretaña se informaba extensamente al respecto.


Cuando la situación de los invasores se iba despejando poco a poco, el
27 de mayo Londres pudo presentar la espectacular noticia de que el
Bismarck, perseguido por toda la flota nacional inglesa, el cual tres días
antes había hundido el acorazado británico Hood al sur del Estrecho de
Dinamarca, ahora había sido hundido a su vez en el Atlántico. La catás-
trofe, que costó la vida a más de 2.000 marineros alemanes, no se pudo
minimizar desde el punto de vista propagandístico, pese al último men-
saje radiotelegráfico del almirante Lütjens, de tono patético, que se leyó
en la radio del Reich, y pese a la evocación del heroísmo y de la inmar-
cesible gloria de la marina de guerra.
Así pues, Goebbels desvió «toda la política informativa» al Medite-
rráneo oriental,333 después de que allí finalmente la suerte de las armas
tomara un rumbo favorable a los alemanes. A principios de junio, cuan-
do los británicos renunciaron a Creta, él logró el golpe de liberación,
pues la conquista de la isla, muy sobrevalorada en cuanto a su impor-
tancia estratégica, mejoró visiblemente la moral de la población ale-
mana. Goebbels, que hacía celebrar las noticias victoriosas que llegaban
del Mediterráneo oriental, pudo certificar por fin una seria pérdida de
prestigio por parte de Churchill. En un «incisivo editorial» creía haber
desenmascarado las «miles de evasivas y ridiculas disculpas» de los bri-
tánicos.334
Creta, donde Harald Quandt había actuado valientemente para satis-
facción de su padrastro y de Hitler,335 inspiró a Goebbels una fanfarro-
nada propagandística que tenía por objeto encubrir los preparativos de
la Operación Barbarroja, que habían entrado en su fase final.Ya a fina-
les de mayo había hecho difundir rumores según los cuales la Wehr-
macht iba a provocar el desenlace en el oeste con un desembarco en
Inglaterra, Stalin planeaba una visita oficial a Berlín y se proyectaba una
alianza militar con la Unión Soviética. 336 Sin embargo, esto no consi-
guió acabar con las especulaciones en el exterior y los rumores en el
interior acerca de una gigantesca operación militar que se cernía en
el este. Aunque nadie consideraba posible que Hitler abriera sin nece-
sidad un segundo frente antes de terminar la lucha con Inglaterra, hacia
Él está bajo la protección del Todopoderoso 547

eso apuntaban de manera innegable los continuos movimientos de trans-


porte, así como el correo militar, que llegaba casi exclusivamente de
Polonia y la Prusia Oriental.
Goebbels había inferido de la prensa americana que la ocupación de
Creta —siempre que tuviera éxito— demostraba que también era posi-
ble la ocupación de Gran Bretaña. 337 Aunque la dirección de la Wehr-
macht había sacado más bien la conclusión contraria de la Operación
Mercurio, ¿por qué no se iba a reforzar esa idea de la opinión pública
extranjera?, conjeturaba Goebbels. Semejante maniobra de distracción,
que él mismo veía como «un intento algo osado», era tanto más nece-
saria cuanto que Bómer, el jefe del departamento de prensa extranjera
del Ministerio de Propaganda, había hecho algunos comentarios bajo
los efectos del alcohol durante una recepción de la embajada búlgara
en Berlín, a partir de los cuales se dedujo en los círculos diplomáticos
el inminente ataque a la Unión Soviética. Así pues, tras pedir la apro-
bación de Hitler para la maniobra de desorientación con Creta, Goeb-
bels redactó «con gran artificio» un artículo titulado «El ejemplo de
Creta», en el que se podía leer entre líneas que la invasión de la isla bri-
tánica era inminente. El 12 de junio, la colaboración, corregida por el
Führer, fue entregada «con todas las ceremonias apropiadas» al Vól-
kischer Beobachter, en cuya edición berlinesa debía aparecer al día siguien-
te. Sin embargo, no llegó tan lejos, pues formaba parte del embuste la
incautación durante la madrugada de toda la edición de la capital, excepto
unos cuantos ejemplares.338
El artículo de Goebbels, cuya repercusión se vio aumentada de este
modo, cayó como una bomba entre los representantes de la prensa
extranjera. Las escuchas telefónicas demostraban que la conclusión que
se sacó era en muchos casos la misma: el «fanfarrón Goebbels» no había
sido capaz de callarse. Los reporteros llegaban a referir que el ministro
había caído en desgracia con Hitler porque había revelado secretos. Los
comentaristas de la radio británica concluían incluso que el despliegue
en la periferia oriental de la zona de influencia alemana era una gran
mentira con la que se querían ocultar los preparativos de la invasión de
Gran Bretaña.339 Quien por el contrario hablaba de una maniobra de
548 Goebbels

distracción del ministro y mantenía que Hitler iba a atacar a la Unión


Soviética tuvo que rendirse ante un desmentido oficial del Kremlin,
según el cual éste no sabía nada de las intenciones ofensivas alemanas y
los movimientos de tropas alemanas servían a otros propósitos. 340 La
«absoluta confusión» que reinaba en la radio y en la prensa de los paí-
ses extranjeros occidentales reforzó la opinión errónea de Goebbels de
que había conseguido desorientar perfectamente al enemigo.
Exceptuando a sus personas de confianza, Goebbels intentó despis-
tar incluso a su propio ministerio. El 5 de junio, el día antes de que una
orden a los comisarios (kommissarbefehl) de la Wehrmacht decretara la
no observación del reglamento de La Haya para la guerra terrestre,
Goebbels «informó» a sus jefes de sección durante una reunión confi-
dencial acerca de que el Führer había llegado al convencimiento de que
sin la invasión de Inglaterra no se podía terminar la guerra. Las opera-
ciones planeadas .para el este se habían suspendido. No podía indicar la
fecha exacta. Sólo una cosa era segura: en tres, quizás cinco semanas
comenzaría la invasión de Inglaterra.341 Para hacer creíble el engaño
pidió una canción para la invasión, hizo que se compusieran nuevas fan-
farrias y que se eligieran traductores de inglés —y todo esto a riesgo
de «perder prestigio al final, cuando suceda lo contrario», como obser-
vó en su diario.342
La opinión pública de la nación y del extranjero seguía especulan-
do cuando la tarde del 15 de junio Goebbels fue llamado ante Hitler.
Para dar pábulo a las sospechas de la caída en desgracia de Goebbels, su
chófer tuvo que montar nuevas matrículas en los coches ministeriales
y llevarle a una entrada lateral de la cancillería del Reich. 343 Después
de que Hitler le saludara con «gran afecto», le explicó los planes de las
inminentes operaciones en el este: el ataque a Rusia comenzaría en
cuanto terminara el despliegue, que duraría alrededor de una semana.
«Será un ataque masivo a grandísima escala. Seguramente el más impre-
sionante que haya conocido la historia», manifestó Hitler. Era necesa-
rio porque Stalin quería esperar a que Europa se desangrara para bol-
chevizarla, argumentó. Pero ante Goebbels no hacía falta ninguna
justificación, pues éste vio ya en la convergencia con la Unión Sovié-
Él está bajo la protección del Todopoderoso 549

tica una «mancha en nuestro escudo de honor». Con la destrucción del


«bolchevismo judío» se «limpiaría» ahora esa mancha, pensaba Goeb-
bels.344 En qué medida había sucumbido a la ficción de que la inmi -
nente campaña de aniquilamiento era una «guerra justa», lo ilustran las
palabras que anotó en su diario sobre su salida de la cancillería del Reich:
«El Führer se emociona mucho cuando me despido. Es un gran momen-
to para mí. Voy a través del jardín, de la entrada y luego a toda veloci -
dad por la ciudad, donde la gente pasea tranquilamente bajo la lluvia.
Personas felices que no saben nada de todas nuestras preocupaciones y
que viven al día. Para todas ellas trabajamos y luchamos nosotros y corre-
mos todo tipo de riesgos. ¡Para que nuestro pueblo viva!».
Cuando Goebbels escribía acerca de un «riesgo» que conllevaba la
campaña rusa y, por tanto, la guerra en dos frentes, era porque él tenía
presente que el futuro de Alemania dependía de que se consiguiera arre-
batar a Inglaterra la última «arma continental imaginable» con una nue-
va guerra relámpago. Hitler había afirmado que la campaña duraría cua-
tro meses en vista de la fuerza combativa del Ejército Rojo, que se debía
considerar escasa. Goebbels, sin haber profundizado nunca en este aspec-
to, consideraba aún menor la capacidad de resistencia de los rusos y, por
ende, aún más corta la duración de la campaña, evitando así el senti-
miento de preocupación del que ya daba cuenta su jefe de prensa per -
sonal, Rudolf Semler, a finales de mayo. 345
Si la cercanía física de Hitler reprimía las dudas que le atormenta-
ban, en un acto de autoengaño voluntario adujo en una de las anota -
ciones más largas de su diario un torrente de afirmaciones, en parte
tomadas de Hitler, para convencerse de que no podía repetirse, ni se
repetiría, el ejemplo de Napoleón. 346 «El bolchevismo se derrumbará
como un castillo de naipes. Estamos ante una marcha triunfal sin pre -
cedentes. Tenemos que actuar (...). Nuestra acción está preparada como
es humanamente posible. Se han movilizado tantas reservas que un fra-
caso queda rotundamente excluido (...).Japón está en la alianza (...).
Rusia nos atacaría si nos volviéramos débiles, y entonces tendríamos la
guerra en dos frentes, que evitamos con esta acción preventiva. Sólo
entonces tendremos las espaldas cubiertas.Yo considero la capacidad de
550 Goebbeh

resistencia de los rusos muy pequeña, todavía más que el Führer. Si ha


habido y hay una acción segura, es ésta. Tenemos que atacar a Rusia
también para disponer de más hombres. Una Rusia imbatida nos obli-
ga a mantener constantemente 150 divisiones, cuyos hombres necesi-
tamos perentoriamente para nuestra economía bélica. Hay que inten-
sificarla (...) de manera que tampoco Estados Unidos tenga por dónde
pillarnos».347
Los últimos días hasta la fecha del ataque, fijada entonces para la
madrugada del 22 de junio de 1941, transcurrieron con una «tensa impa-
ciencia». Mientras que en el Reich los rumores se convertían en cer-
teza, mientras que la prensa anglosajona descubría el embuste propa-
gandístico y desde la Unión Soviética se acumulaban las noticias de que
continuaban las concentraciones de tropas cerca de sus fronteras occi-
dentales, Goebbels trabajaba incansablemente con los pocos colabora-
dores de su ministerio que estaban informados en los últimos prepara-
tivos de la maquinaria propagandística que se activaría de manera abrupta
al iniciarse la campaña, pero hacia afuera guardaba «el más profundo
silencio».348 Así, organizó en el más estricto secreto la edición y la difu-
sión de un llamamiento de Hitler a los soldados del ejército oriental,
que se debía distribuir entre éstos el día del ataque con una tirada de
100.000 ejemplares; daba los últimos retoques a las fanfarrias con las
que se debían introducir los partes extraordinarios de las esperadas vic-
torias, y buscaba los lugares más apropiados para las emisoras destina-
das a interferir la propaganda radiofónica soviética.
La tarde del 21 de junio —era domingo— Goebbels tuvo que des-
pedirse de sus invitados italianos en Schwanenwerder, pues fue llama-
do a la cancillería del Reich.349 Allí se encontró con un Hitler com-
pletamente agotado, quien sin embargo se entusiasmó al comentar el
inminente avance, el más grande de la historia universal. El Führer se
iba librando de una pesadilla a medida que se acercaba el desenlace.
Siempre le ocurría lo mismo. Todo su cansancio desapareció —se aper-
cibió Goebbels— en las tres horas que estuvo yendo y viniendo con él
en la gran sala de la cancillería del Reich y creyó haber arrojado una
vez más una «mirada profunda a su interior».350
Él está bajo la protección del Todopoderoso 551

Eran las dos y media de la madrugada cuando Goebbels se dirigió


finalmente a su ministerio a través de la noche para poner al corriente
a su equipo de colaboradores, que le esperaba. Después de un trabajo
febril, se retiró a su despacho alrededor de las tres y media, cuando
más de 160 divisiones atravesaban las fronteras de la Rusia soviética en
una extensión de 1.500 kilómetros. Anotó en su diario: «Ahora true-
nan los cañones. ¡Dios bendiga nuestras armas! (...). Me muevo ner-
vioso de acá para allá en mi despacho. Se oye la respiración de la his-
toria. Un momento grande y maravilloso en el que nace un nuevo
Reich. Con dolores, pero sale a la luz».351
Capítulo 13

¿QUERÉIS LA GUERRA TOTAL?


(1941-1944)

A las 5.30 de aquel 22 de junio de 1941, la nueva fanfarria basada


en Liszt sonó a través de todas las emisoras alemanas para intro-
ducir la proclamación de Hitler leída por Goebbels. El ministro de Pro-
paganda anunciaba con voz sonora que el Führer se había decidido a
«volver a poner el destino y el futuro del Reich alemán y de nuestro
pueblo en manos de nuestros soldados».1 En todas las partes de Alema-
nia, pero también en las posiciones de la costa atlántica francesa, en los
casinos de oficiales de Bélgica y Grecia, de Dinamarca y Noruega, el
mensaje, repetido a lo largo del día, fue acogido con un desalentado
silencio más que con entusiasmo. ¿No había dicho el propio Hitler que
Alemania tenía que aprender de la derrota de la guerra mundial y evitar
a toda costa una guerra en dos frentes? ¿No se había firmado pre-
cisamente por eso el pacto, tan difícil de comprender, con el enemigo
mortal bolchevique? —debían preguntarse los oyentes de los receptores
de radio—.Justamente desvanecer ese tipo de preocupaciones era el
reto al que se enfrentaba ahora Goebbels. Por eso reanudó la propa-
ganda antibolchevique de la época anterior al pacto de no agresión ger-
mano-soviético, que sin duda seguía produciendo efecto entre los ale-
manes.Así, en primer lugar, había que convertir el «criminal doble juego
bolchevique», que había provocado la «aplastante intervención» del
«millonario ejército» alemán, «en objeto de una amplia actuación publi-
citaria de la prensa».2 El argumento más importante, decisivo para la
«disposición psicológica» del pueblo alemán, consistía en acentuar el
554 Goebbels

«hecho» de que una completa movilización de la Wehrmacht alemana


en el oeste había sido imposible mientras en el este había existido una
«fuerza traidora desconocida». Éstas fueron las órdenes que dio el minis-
tro de Propaganda en la conferencia ministerial del 22 de junio. 3 Al
«descubrir el Führer la traición de los gobernantes bolcheviques», el
nacionalsocialismo, después de una «aparente tregua» de dos años, vol-
vía «ahora a la ley» con la que había arrancado: la lucha contra la «plu -
tocracia» y el «bolchevismo». 4 Convencido de que «el judío» amenaza-
ba a toda Europa «con su diabólico sistema del bolchevismo», 5 quería
que se presentara la Operación Barbarroja como una campaña preven-
tiva y como una «actuación histórica» 6 del Occidente liderado por la
Alemania de Hitler frente a ese «taimado complot de dogmáticos doc -
trinarios de partido, de arteros judíos y de codiciosos capitalistas de Esta-
do».7
El verdadero pistoletazo de salida para la campaña lo dio Goebbels
con el artículo «El velo cae», publicado el 6 de julio en el periódico
Das Reich, en el cual escribía que la guerra que Alemania llevaba a cabo
contra el bolchevismo «es una guerra de la humanidad civilizada frente
a la perversidad mental, frente a la depravación de la moral pública,
frente al cruento terrorismo intelectual y físico, frente a una política
criminal cuyos iniciadores se sientan sobre pilas de cadáveres para bus -
car con la vista a quién van a elegir como su próxima víctima». Habían
estado a punto —seguía Goebbels— de penetrar en el corazón de Euro-
pa. «Qué implicaría el que hubieran inundado con sus hordas embru -
tecidas Alemania y el occidente de este continente, eso no lo puede
concebir la imaginación humana». Los soldados que habían seguido al
«Führer (...) son en realidad los salvadores de la cultura y la civilización
europea frente a la amenaza que supone un averno político». 8
Tras días de noticias muy escasas y que no decían nada en definiti-
va, los alemanes recibieron las primeras informaciones sobre el trans-
curso de esta «cruzada de Europa contra el bolchevismo» 9 el 29 de junio,
con nada menos que doce partes extraordinarios de victorias sobre el
Ejército Rojo en Brest-Litovsk, Bialystok, Grodno y Minsk, entre otros
lugares, que se leyeron en la radio a intervalos de un cuarto de hora.
¿Queréis la guerra total? 555

Mientras que Goebbels pedía moderación y desaprobaba la manera de


proceder que ordenó el jefe de prensa Dietrich por encargo de Hitler,
porque con la colocación compacta de tantos partes extraordinarios «se
exageraba mucho»,10 en el cuartel general eso no planteaba ningún pro-
blema.
Según la opinión muy generalizada allí a finales de mes, la campaña
contra la Rusia soviética ya estaba decidida, pues el Ejército Rojo pare-
cía desmoronarse bajo los duros y rápidos golpes de la maquinaria de
guerra alemana, que funcionaba con precisión. Ejércitos enteros se rin-
dieron, el número de prisioneros de guerra rebasó en pocos días la barre-
ra del millón. Todos los vaticinios sobre la reducida fuerza combativa
del Ejército Rojo y sobre la hipotética «superioridad racial» de los ata-
cantes parecían haberse cumplido, de manera que el jefe del Estado
Mayor del Ejército, Franz Halder, anotó con satisfacción ya el 3 de julio
de 1941: «No es una exageración cuando afirmo que la campaña con-
tra Rusia se ganó en el plazo de catorce días».11
Sin embargo, estas observaciones precipitadas y jactanciosas se vie-
ron rápidamente atenuadas, pues a cada día que pasaba se endurecía la
resistencia del Ejército Rojo. Donde hacía nada reinaba un extraordi-
nario optimismo, pronto circuló la palabra crisis, e incluso a Goebbels,
lego en cuestiones militares, le daban que pensar los informes sobre las
guarniciones soviéticas de los fuertes que se hacían saltar por los aires
y sobre los aviadores derribados que se daban muerte para no caer en
manos de los alemanes.12 Puesto que ahora era evidente que no habría
«ningún paseo» hacia Moscú, no se debía hablar tanto —criticaba al
cuartel general, donde se redactaban los informes de la Wehrmacht—.
Cualquier política informativa de tintes demasiado optimistas implica-
ba tarde o temprano serias decepciones, decía pensando en la ejemplar
propaganda británica.13
Después de que el Servicio de Seguridad comunicara que la espera
de partes extraordinarios sobre nuevos éxitos en el frente oriental, los
cuales hasta ahora nunca habían tardado tanto en llegar en ninguna
campaña, hacía que los ánimos fueran decayendo poco a poco entre la
población,14 el Alto Mando de laWehrmacht pudo anunciar por fin el
556 Goebbels

6 de agosto el desenlace exitoso de la batalla de Smolensk, en el sector


central del frente.Ya que el Grupo de Ejércitos Sur había avanzado hasta
el Dniéper y en el sector septentrional del frente las tropas habían
atravesado el Daugava y ocupado Estonia, el ministro de Propaganda
observó aliviado que el pesimismo había remitido y que todo alemán
volvía a mirar con gran confianza al futuro inmediato. 15
La superación de la crisis de la estrategia bélica alemana en el este y
la capacidad de resistencia de los soviets, que Goebbels atribuía a la «pri-
mitiva dureza» y al «instinto animal» de la «ruda masa de millones de
personas», fueron también el tema de conversación durante su prime ra
visita al cuartel general de Hitler en la Prusia Oriental, la Guarida del
Lobo (Wolfsschanzé), a mediados de agosto.16 Allí, el comandante en jefe,
aún consternado por los acontecimientos de las semanas pasadas y
«muy irritable», 17 le confesó que se había subestimado de manera dra-
mática la fuerza, y sobre todo el armamento de los ejércitos soviéticos.
A la pregunta de Goebbels de si Hitler habría vacilado en atacar a la
Unión Soviética de haber conocido esto, dio a entender que por prin -
cipio «jamás» se habría dejado influir por ello, pero que en ese caso la
decisión le habría resultado «mucho más difícil». Finalmente tranquili -
zó a Goebbels con la esperanza de conseguir una «cierta conclusión»
de la campaña antes de que irrumpiera el invierno. Quizás entonces
Stalin pediría la paz. Él, Hitler, estaría entonces dispuesto a aceptar la
capitulación si se le dieran importantes garantías territoriales. A raíz de
la entrevista, Goebbels se decía que «quizás» había sido «muy bueno» el
no haber «conocido exactamente» el potencial de los bolcheviques,
incluso el haber hecho una estimación errónea y no haber «tenido ni
la menor idea de la cantidad total de sus armas, sobre todo de las armas
pesadas». Si «hubiéramos tenido clara la verdadera dimensión del peli -
gro», Hitler habría tenido que «soportar preocupaciones todavía más
serias (...) durante meses».Y «quizás —escribió— no nos habríamos
atrevido a abordar la cuestión del este y del bolchevismo, cosa que ya
se ha hecho».18
Si Goebbels abandonó el cuartel general con motivación, se debía
principalmente a que Hitler volvía a mostrar ahora un «manifiesto inte-
¿Queréis la guerra total? 557

res» por la propaganda,19 que en este momento se había vuelto aún más
perentoria para la desmoralización del imperio soviético y que debía
salir de su estado de «Cenicienta».20 Hacer propaganda en «circunstan-
cias propicias» no era —según Goebbels— ningún arte, «pero, en una
crisis, hacer propaganda que conduzca al éxito es un arte político». 21
Lo único que le dolía en relación con este nuevo desafío era que Hitler
había puesto la dirección de la propaganda oriental en manos de Rosen-
berg, al que en abril de 1941 había nombrado primero comisionado
para la gestión central de las cuestiones referentes al espacio europeo
oriental y el 17 de julio de 1941 ministro de los territorios ocupados
del este. Rosenberg se había convertido así en el beneficiario de las que-
rellas que habían mantenido durante años Goebbels y Ribbentrop. Su
relación había tocado fondo cuando, durante la campaña de los Balca-
nes, el Ministerio de Exteriores aumentó su influencia propagandísti-
ca con una gran compra de emisoras de radio 22 y cuando Ribbentrop
intervino ante Hitler en el «asunto Bómer» en contra del colaborador
de Goebbels, quien finalmente tuvo que someterse al Tribunal del Pue-
blo por orden de Hitler.23 La apreciación inicial de Goebbels de que el
caso era «más inofensivo de lo que los sujetos del Ministerio de Exte-
riores lo habían presentado»24 se trocó después en cólera contra Rib-
bentrop, casado con una heredera de la dinastía Henkell, el cual con-
fundía «la política con el comercio del champán (...) en el que también
se trata de engañar al socio».25
Pero, ya que Ribbentrop había perdido visiblemente crédito ante
Hitler, Goebbels se permitió a mediados de junio de 1941 preguntar al
jefe de la cancillería del Reich, Hans-Heinrich Lammers, de manera
provocadora, si todavía estaba en vigor la directiva del Führer del 8 de
septiembre de 1939, es decir, si la propaganda era asunto del Ministe-
rio del Reich para la Educación Popular y la Propaganda o del Minis-
terio de Exteriores y, en definitiva, si tenía justificación en la guerra
construir un segundo aparato «cuya función, según el estado de cosas,
sólo puede consistir en hacer competencia al aparato de que dispone
mi ministerio, en despilfarrar de manera absurda dinero, personal y mate-
rial y en quitarnos a mí y a mis colaboradores las ganas de trabajar».26
558 Goebbels

En efecto, Goebbels consiguió poco después restablecer formalmente


la igualdad de su ministerio con el Ministerio de Exteriores en mate-
ria de propaganda exterior.27
Para asegurarse su influencia en la propaganda oriental y antibol-
chevique, que desde el pacto entre Hitler y Stalin sólo se había podido
llevar a cabo con una pequeña plantilla encubierta, Goebbels hizo aho-
ra aumentar este aparato considerablemente. Como si se tratara de una
contraorganización del ministerio de Rosenberg para los territorios
ocupados del este, en julio de 1941 se había creado en su ministerio
una sección general para el espacio oriental bajo la dirección de Tau-
bert. Así se programó el enfrentamiento con el Ministerio del Este de
Rosenberg, tanto más cuanto que Goebbels se apoyó en el decreto del
Führer de septiembre de 1939, según el cual el aparato propagandístico
de su ministerio era «el dispositivo central para la realización práctica
de la propaganda»,28 mientras que Hitler le había otorgado a Rosenberg
«la competencia exclusiva» para todas las tareas que surgieran en los
territorios orientales. La esfera de acción de la sección general del
Ministerio de Propaganda, subordinada directamente al secretario de
Estado Leopold Gutterer, comprendía la propaganda «contra el enemi-
go», es decir, para la desmoralización del Ejército Rojo, así como la pro-
paganda antibolchevique en toda la zona de influencia del nacionalso-
cialismo, ya fuera entre los trabajadores del este del Reich, las unidades
de voluntarios que luchaban en el bando alemán, los pueblos de la Euro-
pa oriental, los prisioneros de guerra soviéticos o la población de la
Europa ocupada.29
Con el objeto de estar preparados para el día del ataque, ya el 10 de
abril Goebbels había pedido a Taubert que volviera a activar en secreto
el Antikomintern, su aparato antisoviético independiente del Ministerio
de Propaganda.30 Para ello Taubert había creado un departamento cuya
misión consistía en preparar las emisiones de radio en las lenguas más
importantes de la Europa oriental, así como el trabajo de las emisoras
clandestinas. Los colaboradores del servicio lingüístico, herméti-
camente aislados del mundo exterior hasta el comienzo de la campaña
y que figuraban bajo el nombre clave de «Viñeta», diseñaban carteles y
¿Queréis la guerra total? 559

octavillas, grababan discos para los automóviles anunciadores y dobla-


ban películas propagandísticas. Su colaborador más prominente era el
antiguo diputado parlamentario del KPD Torgler,31 que ya había tra-
bajado para el ministro en la campaña occidental.32
De acuerdo con las anotaciones de Goebbels en su diario, la propa-
ganda alemana tuvo un arranque muy prometedor al comienzo de la
campaña rusa. Sin embargo, se había quedado corto en las estimacio-
nes de la capacidad aérea necesaria para el transporte de octavillas.33
Aparte de los 90 millones de octavillas34 que los aviones del arma aérea
lanzaron detrás de las líneas enemigas, el ministro apostó de manera
especial por la repercusión de la propaganda radiofónica. A tal efecto
trabajaron en principio tres emisoras clandestinas, y además, posterior-
mente 22 estaciones emitían a diario hacia la Europa oriental 34 noti-
ciarios políticos diferentes en 18 idiomas,35 «todos muy cáusticos contra
el régimen de Stalin».36 De todos modos, la impresión que tenía
Goebbels del efecto de su propaganda se debía más bien al hecho de
que la población sometida consideró en un principio libertadoras a las
fuerzas armadas alemanas que avanzaban, las cuales, por ejemplo, reci-
bieron una efusiva bienvenida en la ucraniana Lemberg (Lvov). Esta
actitud frente a los alemanes pronto empezó a cambiar, cuando a la tro-
pa combatiente no le siguió la libertad, sino grupos móviles del Servi-
cio de Seguridad, de las SS y de la Gestapo, de manera que ya a media-
dos de agosto Goebbels tuvo que constatar que hasta entonces no se
había logrado provocar entre los vencidos un «entusiasmo por la cam-
paña oriental».37
De esto no era responsable el ministro del Este, Rosenberg, quien
favorecía una autonomía limitada para los estados bálticos y Ucrania y
quería que se tratara a estos pueblos, que debían ser organizados eco-
nómicamente en beneficio del Reich, como víctimas del bolchevis-
mo.38 En cambio, Rosenberg odiaba a los rusos, a quienes echaba la
«culpa del bolchevismo».39 Aunque la posición de Rosenberg se dife-
renciaba poco de la de Taubert, Goebbels rechazaba categóricamente
cualquier independencia de los pueblos del este. Las corrientes nacio-
nalistas que surgían vehementemente en el «territorio oriental» —sobre
560 Goebbels

todo en los estados bálticos— eran calificadas por él como una «inge-
nua fantasía infantil que no nos impresiona en modo alguno».40 Al pare-
cer estos pueblos se habían imaginado que «las fuerzas armadas alema-
nas ponen su sangre para instaurar nuevos gobiernos nacionales en estos
minúsculos estados». Antes bien, el nacionalsocialismo era demasiado
frío, sensato y realista para una «política tan miope». Sólo hacía aquello
que era útil a su pueblo, y eso era «sin lugar a dudas la imposición rigu-
rosa de un orden alemán sin tener en cuenta los (...) intereses de las
pequeñas nacionalidades que allí viven».41 La opinión de Goebbels cua-
draba con las convicciones de Hitler, que llevaba a cabo en el este una
guerra de exterminio basada en su ideología racial y que, por consi-
guiente, consideraba a los pueblos orientales como «infrahumanos» y
«bestias bolcheviques», y a su territorio como una especie de objeto de
explotación para el Reich alemán.42
No obstante, en paralelo a los éxitos y perspectivas de septiembre,
pronto volvió a decaer el interés que se había dado provisionalmente a
la propaganda oriental en el entorno de Hitler. El Führer, quien tras
el exitoso final de la batalla librada al este de Kiev acababa de dar la
orden de avanzar hacia Moscú al Grupo de Ejércitos Central, confiaba
ahora —en oposición a su pronóstico del mes anterior, sumamente pesi-
mista— en poner «en movimiento» al Ejército Rojo al mes siguiente, 43
tal como le aseguró a Goebbels durante la visita de éste al cuartel gene-
ral del Führer el 23 de septiembre.
La doble batalla en Viazma y Briansk, que prometía victoria, llevó a
que el 3 de octubre, con motivo de la inauguración de la obra de soco-
rro invernal en el palacio de deportes, Hitler anunciara enfáticamente
que el enemigo ya estaba quebrantado y que nunca se volvería a levan-
tar.44 Y Goebbels anotó en su diario que su Führer había considerado a
fondo todos los factores. Cualquier elemento de la situación general
era tenido en cuenta por él con exactitud. Mediante una observación
realista de todas las circunstancias Hitler llegaba a la «conclusión defi-
nitiva» de que ya no se le podía arrebatar la victoria a Alemania. 45 Así
pues, Goebbels tuvo por extraordinariamente útil desde el punto de
vista propagandístico el discurso de su Führer, que él introdujo y que
¿Queréis la guerra total? 561

despertó una vez más esperanzas irrealizables en la opinión pública ale-


mana.
El ministro, que el 5 de octubre se mostró visiblemente más reser-
vado en Metz durante un mitin del distrito Westmark, Marca del Oes-
te,46 se enojó cuando su antagonista, el jefe de prensa del Reich Die-
trich, declaró cuatro días después en la gran sala de conferencias de
prensa del Ministerio de Propaganda ante periodistas nacionales y extran-
jeros que la campaña del este estaba decidida tras la destrucción del
Grupo de Ejércitos de Timoshenko. El desarrollo posterior transcurri-
ría conforme a lo deseado. El sueño inglés de una guerra en dos fren-
tes se había acabado definitivamente.47 Goebbels protestó ante Hitler
contra las observaciones que Dietrich publicó de manera ostensiva en
el Volkischer Beobachter bajo el título «Ha llegado el gran momento», de
las que temía que llevaran a una seria desilusión de la opinión pública
ya en los próximos días, pues ésta creía ahora que la campaña rusa esta-
ba poco menos que terminada.48 Hitler respondió que se trataba de una
jugada estratégica para mover a Japón a entrar por fin en la guerra con-
tra la Unión Soviética.49
El periodo de mal tiempo que sobrevino en el este, que transfor-
mó de repente las carreteras y los caminos en pistas de lodo, dificultó
cada vez más el avituallamiento, basado principalmente en el trans-
porte por camiones, y también el avance de la tropa, e hizo que las
operaciones militares se ralentizaran tras la victoria sobre el Ejército
Rojo en Viazma y Briansk. Por ese motivo, hacia finales de octubre la
pregunta central era —y no sólo para Goebbels— si se había derrota-
do realmente a los soviéticos, como parecían sugerir sus importantes
pérdidas humanas y materiales y el traslado del gobierno soviético de
Moscú a Kuibishev, junto al Volga. Cuando el 27 de octubre se volvió
a reunir con Hitler, éste le infundió optimismo con su valoración suma-
mente positiva de la situación militar: «Sólo tenemos que esperar seque-
dad o hielo. Si nuestros carros de combate pueden volver a arrancar
los motores y las carreteras están libres de barro y lodo, entonces la
resistencia soviética se romperá en relativamente poco tiempo», creía
Goebbels.50
562 Goebbels

Mientras que en aquel octubre el mundo estaba pendiente de Rusia,


se arrastraban por las ciudades de Alemania columnas de conciudada -
nos judíos. De nuevo fue Goebbels el que insistió en esta «evacuación»
acelerada de los judíos alemanes, pues desde el comienzo de la campa -
ña oriental vio confirmada una vez más su construcción ideológica sur -
gida a partir de 1923. El bolchevismo —así escribió en un artículo en
el Reich— era obra de «doctrinarios políticos judíos» y de «taimados
capitalistas judíos». 51 Esto quedaba patente con la aproximación de los
«plutócratas» occidentales a Stalin. El, Churchill y Roosevelt eran los
«líderes de la gran conjuración mundial contra Alemania». 52 Cuanto
más le acosaba esta imagen del enemigo en vista de la lucha contra la
Unión Soviética, inesperadamente difícil y absolutamente decisiva, tan-
to más urgente le debió de parecer el «exterminio» de los aliados ale -
manes de los «conspiradores mundiales», cuya «eliminación» se debía
abordar ahora «sin ningún sentimentalismo». 53
Goebbels, que pronto hizo obligatoria la «estrella judía» incluso en
Berlín,54 había convocado una conferencia en el Ministerio de Propa-
ganda para el 20 de marzo de 1941. En ella, el representante de Goeb -
bels, Leopold Gutterer, declaró que aún había en Berlín entre 60.000
y 70.000 judíos. Era inadmisible «que la capital del Reich nacionalso -
cialista albergue todavía hoy una cifra de judíos tan alta». 55 Aunque
Hitler no había decidido personalmente que se limpiara de inmediato
Berlín de judíos, Goebbels —dijo Gutterer— tenía el «convencimien -
to de que una propuesta adecuada de evacuación contará de seguro con
la aprobación del Führer>. También el inspector general de obras, Speer,
podía hacer buen uso de las aproximadamente 20.000 viviendas habi -
tadas por judíos, «como reserva para desalojos en caso de grandes daños
causados por la aviación y más tarde para desocupar casas que tienen
que ser derribadas para la reestructuración de Berlín». La conferencia
terminó con una «petición» a Adolf Eichmann, el jefe de la sección de
cuestiones judías en el departamento principal de seguridad del Reich,
que se convertiría en la central para la puesta en práctica del transpor te
de masas y de la «solución final»: «Elaborar una propuesta para la eva-
cuación de los judíos de Berlín para el jefe de distrito doctor Goebbels».
¿Queréis la guerra total? 563

En agosto, Goebbels observó de nuevo que era un «escándalo» que


todavía 75.000 judíos pudieran «andar sueltos» por Berlín, de los cua -
les sólo 23.000 estaban en el mundo laboral; los demás vivían «como
parásitos del trabajo de su pueblo de acogida» y esperaban la derrota
alemana mientras se «alimentan gracias a nuestra fuerza popular». 56 No
sólo corrompían «la imagen de las calles, sino también el ambiente», 57
motivo por el cual debían ser «segregados» del pueblo alemán. Sin embar-
go, «fuertes resistencias burocráticas» y «posiblemente también senti-
mentales» en las autoridades del Reich, 58 que se oponían a una «solu-
ción radical del problema», impedían seguir avanzando. Pero él no se
dejaría «desconcertar ni confundir» por eso, 59 no iba a «descansar ni
parar hasta que (...) hayamos llegado a las últimas consecuencias en
relación con el judaismo». 60
En su encuentro con Hitler el 18 de agosto, Goebbels insistió en lle-
var la «cuestión judía» a una solución rápida. Su proyecto de informe
contenía una gran cantidad de propuestas 61 que en su mayoría se pusie-
ron en práctica poco después. Además del marcado y disminución de
las raciones de alimentos —sobre ello escribió Goebbels en su diario: «No
es más que lo justo y equitativo. Quien no trabaje que no coma»— 62,
Goebbels sugirió a su Führer excluir a los judíos de la utilización de
los medios de transporte y privarles de los productos de los artesanos
«alemanes». Tenían que entregar «objetos de uso corriente y de lujo»,
como bicicletas, máquinas de escribir, libros, gramófonos, frigoríficos,
hornos eléctricos, tabaco, espejos de mano... También se debían limi -
tar «rigurosamente» sus adquisiciones mensuales, «para que el judío no
pueda sobornar a alemanes de poco carácter». Además, una «inspección
general» de los judíos «vagos y parasitarios» debía decidir quién podía
ser de utilidad para el «proceso laboral de interés para la guerra». Esta
«selección minuciosa» debía «separar» a los judíos que estaban «madu-
ros» para su «envío al este».
Goebbels recibió la aprobación de Hitler para «retirar» en primer
lugar a los judíos de Berlín hacia el este en cuanto estuvieran disponi bles
los medios de transporte. 63 Allí se los «acosaría bajo un clima más. duro». 64
Lo que Goebbels logró al instante fue un edicto policial sobre
564 Goebbels

la identificación de los judíos y la implantación de la estrella judía, que


entraría en vigor en todo el Reich el 1 y el 19 de septiembre. Poco des-
pués, Goebbels debatió con Heydrich «algunas cuestiones importan-
tes» en el cuartel general del Führer.65 Aunque en principio se partía
de la base de que, debido a la insuficiente capacidad de los transportes,
las deportaciones tendrían que esperar hasta el final de las operaciones
orientales, el amigo de Goebbels, Daluege, en calidad de jefe de la poli-
cía berlinesa, firmó ya el 14 de octubre la primera orden de deporta-
ción para los judíos berlineses, basada en una disposición suprema que
se llevó a cabo probablemente bajo el efecto de la victoria en Viazma
y Briansk.66
De cara a la opinión pública, Goebbels «justificó» los transportes en
un artículo de un odio furioso e insuperable. 67 Allí se decía que en el
caso de los judíos se confirmaba la profecía «que el Führer pronunció
el 30 de enero de 1939 en el Parlamento alemán, según la cual, si el
judaismo financiero internacional lograba abocar otra vez a los pueblos
a una guerra mundial, el resultado no sería la bolchevización de la tie-
rra y, por ende, la victoria del judaismo, sino el exterminio de la raza
judía en Europa. Estamos viviendo en este momento la ratificación de
esa profecía y se cumple un destino para el judaismo que es duro, pero
más que merecido. La compasión o la lástima están en este caso com-
pletamente fuera de lugar».
Las «evacuaciones» comenzaron en la capital del Reich con entre
500 y 1.000 judíos, que fueron conducidos a las ruinas de la sinagoga
de la Levetzowstrasse, utilizada como centro de agrupamiento. Desde
allí, aquellos que se tenían en pie, flanqueados por miembros de las SS
con fustas, fueron llevados hasta la estación de la ciudad jardín de Gru-
newald, donde se les cargó en el tren según un sistema que había teni-
do que elaborar la comunidad judía. Una mujer que sobrevivió relató
que la actitud de las víctimas fue admirable: «Todos sabían que no cabía
rebelarse, la única rebelión posible era el suicidio». 68 Al primer «trans-
porte de evacuación» de judíos berlineses a Lodz le siguieron hasta fina-
les de enero de 1942 otros nueve, hacia Lodz, Minsk, Kaunas (Kowno)
y Riga. En ese mes se interrumpieron momentáneamente las deporta-
¿Queréis la guerra total? 565

ciones después de que la Wehrmacht llevara semanas enteras luchando


en vano por la propia capacidad de los transportes. La razón era el dra-
mático agravamiento de la situación en el frente oriental. La segunda
fase de la batalla por Moscú puso en evidencia que el Ejército Rojo no
estaba ni muchos menos derrotado, sino que era la Wehrmacht la que
había llegado al límite de sus posibilidades. Esto se vio fomentado por
la irrupción inesperadamente temprana del invierno. Miles de soldados
alemanes, que no estaban equipados para la lucha con hielo y nieve,
murieron de frío en los frentes; los vehículos y las armas automáticas
dejaron de funcionar. A finales de noviembre, Heinz Guderian comu-
nicó que sus tropas estaban acabadas, el mismo Guderian que semanas
antes había escrito a casa que no le gustaría que con su entrada en Mos-
cú se realizara un jolgorio propagandístico «a la Rommel» en torno a
su persona.69
Hitler se opuso obstinadamente a las peticiones de sus generales
—que fueron casi presa del pánico— de replegar las unidades y pasar a
la defensiva con un frente alineado, pues entre las vanguardias ofensi-
vas alemanas y Moscú, el prestigioso objetivo, sólo había treinta kiló-
metros. Como si confiara plenamente en la Providencia que hasta aho-
ra le había sido favorable, ignoró todas las consideraciones objetivas de
la situación y se refugió en cambio en la idea de que Japón entraría
enseguida en la guerra contra la Unión Soviética, con lo que la situa-
ción de Alemania mejoraría decisivamente. Esto fue lo que Hitler le
manifestó a Goebbels por última vez el 21 de noviembre, sobre lo cual
éste anotó en su diario que no compartía —por primera vez desde hacía
mucho— la esperanza de su Führer.70
Ya el 9 de noviembre Goebbels había publicado un artículo en el
Reich bajo el título «Cuándo o cómo», que no tenía nada en común
con las grandes expectativas que Hitler y su jefe de prensa Dietrich
habían propagado el mes anterior. «No preguntemos —escribió Goeb-
bels— cuándo llegará la victoria, sino preocupémonos más bien de que
llegue». Para ello se necesitaba un «gigantesco despliegue nacional de
fuerzas». Para aumentar el rendimiento militar, Goebbels pensaba en
una movilización de la «comunidad popular» que abarcara todos los
566 Goebbels

ámbitos de la vida, a través de una justa distribución de las cargas y pri-


vaciones de la guerra entre todos los alemanes, en definitiva, a través de
una «gestión socialista» de la guerra.71 Con ello no se refería a otra cosa
que a la «guerra total», que proclamaría en febrero de 1943.
Puesto que sólo su propaganda podía crear la base para ello, había
en su análisis de la situación, prematuro y muy desapasionado, una
buena dosis de cálculo, pese a todas las preocupaciones por el de-
sarrollo de la situación en el frente oriental. La aplicación de sus ideas
debía ser tanto más urgente cuanto que a principios de diciembre la
situación se agravó dramáticamente. El Ejército Rojo había acome-
tido la contraofensiva con divisiones de élite traídas desde Siberia.Ya
que el Kremlin tenía la certeza de que el golpe de Japón en la zona
del Pacífico era inminente y de que, por tanto, desaparecería la ame-
naza para el imperio soviético por el este, se habían podido trasladar
al oeste divisiones bien equipadas. Con su asalto el frente se tamba-
leó durante días. De este modo había fracasado definitivamente el plan
bélico de Hitler de arrebatar a Inglaterra su «espada continental» con
una guerra relámpago contra la Unión Soviética, para a continuación,
con una movilización de todos los recursos bélicos, obligarla a ceder
o derrotarla.
En vista de la catástrofe que se cernía sobre el ejército alemán del
este, los tanteos de Japón al aliado alemán el 28 de noviembre le pare-
cieron a Hitler realmente «obra de la Providencia». Los japoneses pro-
pusieron una nueva alianza militar para una guerra conjunta de Ale-
mania y Japón contra Estados Unidos y Gran Bretaña. La tarde del 4
de diciembre ya era segura la decisión de Hitler para la guerra contra
Estados Unidos, pues esperaba que la división de la potencia militar
anglosajona en dos escenarios bélicos oceánicos le permitiera ganar
tiempo para seguir intentando realizar sus objetivos en el este.
Después de que el 7 de diciembre recibiera la noticia —sumamente
sorprendente para él— del ataque de las fuerzas navales japonesas a la
flota americana del Pacífico en Pearl Harbor, a primeras horas de la
tarde del 14 de diciembre hizo llamar al comisionado americano Leland
Morris para que concurriera al Ministerio de Exteriores, donde Rib-
¿Queréis la guerra total? 567

bentrop le leyó la declaración de guerra alemana. Previamente, en un


discurso ante el Parlamento interrumpido una y otra vez por el aplau-
so de los fanáticos, Hitler reprochó a Roosevelt el haber provocado la
guerra para tapar el fracaso del New Deal. El final de ese dramático día
lo constituyó la firma de un pacto germano-italo-japonés, con el que
se tomó la «inquebrantable decisión» de no rendir las armas hasta que
se concluyera exitosamente la guerra conjunta contra Estados Unidos
y Gran Bretaña.
Goebbels celebró la decisión de su Führer, que éste le explicó el
18 de diciembre en la Guarida del Lobo.72 De todos modos, el ministro
de Propaganda —también había sido convocado al cuartel general del
Führer el 16 de diciembre para que buscara una solución propa-
gandística al inminente licénciamiento del comandante en jefe del ejér-
cito, Von Brauchitsch—73 había considerado inevitable la guerra contra
Estados Unidos. Después de que se hubiera hecho realidad, en su
opinión esto aclaraba los frentes y ayudaba a poner mejor en práctica
sus ideas acerca de una «gestión socialista de la guerra».
Para su propaganda esto significaba continuar con el cambio de línea
cuidadosamente iniciado en noviembre hacia una divulgación objeti-
va de la situación.Ya durante la conferencia ministerial secreta celebra-
da el 7 de diciembre, Goebbels declaró que la propaganda había come-
tido el «error capital» de volver al pueblo alemán «demasiado sensible»
a posibles reveses, al ahorrarle cualquier noticia desagradable. Ahora
mencionó como ejemplo la estrategia de «sangre, sudor y lágrimas» de
Churchill y opinó que la propaganda alemana, «que naturalmente siem-
pre debe tener como actitud fundamental el justificado optimismo con
respecto al resultado de la guerra», en adelante debía ser objeto de un
tratamiento más realista en todas sus ramas. El pueblo lo aguantaba y
además lo exigía.74
Para satisfacer su exigencia de un «optimismo realista» en la propa-
ganda,75 que corroboró ante sus colaboradores el 19 de diciembre, tuvo
que tomar en cuenta la inseguridad que cundía en la opinión pública,
pues las últimas informaciones procedentes del frente oriental contras-
taban fuertemente con las expectativas de la población. A ello se suma-
568 Goebbels

ba que la entrada en la guerra de Estados Unidos alejaba mucho el final


de la misma y, por tanto, pesaba sobre la moral, aunque no se había pro-
ducido el «duro choque» que esperaba Goebbels. Así pues, la propa-
ganda convenida con Hitler debía destacar la contundencia de las fuer-
zas armadas japonesas y, para no poner en peligro la confianza en la
superioridad militar de Alemania, achacar a la temprana irrupción del
invierno las complicaciones que se presentaron en el este y que pronto
también se expusieron.
Goebbels subrayaba una y otra vez las inclemencias del desacos-
tumbrado tiempo, y Hitler también recurría a esta imagen durante sus
intervenciones: «No ha sido Rusia la que nos ha obligado a retroceder
a las posiciones defensivas, sino los 38, 40, 42 y a veces 45 grados bajo
cero», hizo creer a los «compatriotas» en el mitin celebrado en el pala-
cio de deportes berlinés con motivo del noveno aniversario de la subi-
da al poder.76 Así nació una leyenda que ha perdurado hasta el día de
hoy y que encubría la verdadera razón del fracaso, la arrogante infrava-
loración del poder soviético que hizo la jefatura.
Inmediatamente después de su regreso del cuartel general del Füh-
rer el 18 de diciembre, y teniendo como marco sus ideas —propuestas
sin éxito— acerca de una gestión «socialista» de la guerra, que respon-
dían precisamente al concepto de totalización de la guerra, Goebbels
planeó una acción propagandística que había acordado con Hitler,77 la
donación de socorro invernal, una recogida de ropa de invierno para
los soldados del este, un «regalo de Navidad de la patria para el frente».
Con vistas al cercano invierno, después de su primera visita al cuartel
general del Führer, Goebbels ya había propuesto en agosto una «acción
de recogida de lana». Sin embargo, Jodl rechazó entonces el proyecto
de organizar una recogida nacional de ropa de invierno, entre otras cosas
porque se temía desconcertar al frente y a la patria, que pensaban que
la campaña oriental terminaría antes de que sobreviniera el invierno.
Semanas después, Goebbels dirigió una vez más la propuesta al gene-
ral, a la cual éste supuestamente respondió con altivez: «¿En invierno?
Para entonces estaremos en nuestros cálidos cuarteles de Leningrado y
Moscú. Eso corre de nuestra cuenta».78
¿Queréis la guerra total? 569

El objeto de la tardía acción, cuya realización Goebbels abordó con


gran ímpetu pese a las voces escépticas procedentes sobre todo del Alto
Mando de la Wehrmacht, debía ser movilizar el «frente de la patria»,
motivar de nuevo a la gente. La patria no se merecía ni una hora más
de tranquilidad mientras un solo soldado estuviera expuesto a los rigo-
res del tiempo principalmente en el este, en el sureste, en Noruega o
incluso en la alta Finlandia, decía un llamamiento para despertar los áni-
mos en el que Goebbels enumeró largas listas de prendas de vestir que
se necesitaban en el frente.79
Esta nueva imagen circunstancial de la gravedad de la situación, así
como la de las «hordas embrutecidas» que habían estado a punto de
«inundar» el oeste del continente, movilizó en efecto la disposición de
los alemanes a hacer donaciones. La respuesta fue tan grande que la
recogida, anunciada por actores de cine o deportistas prominentes, tuvo
que prolongarse más allá de las semanas de Navidad, hasta el 11 de ene-
ro de 1942. En la colecta de más de 67 millones de prendas de vestir,
Goebbels vio —tal como anunció en su discurso del 14 de enero a tra-
vés de las emisoras del Reich— una «prueba convincente de la resolu-
ción con que la nación alemana está dispuesta a llevar esta guerra a la
victoria».80 Parecía que los cálculos de Goebbels habían salido bien,
pues un observador sueco constató que la recogida había subido de
manera definitiva la moral de la población.81 Pero llegó demasiado tarde
y se preparó demasiado mal como para poder ayudar realmente a las
tropas del frente.82
Goebbels, que a finales de enero estaba ocupado en rastrear su minis-
terio en busca de colaboradores para la Wehrmacht o el armamento en
el marco de una campaña iniciada contra los «derrotistas» del Alto Man-
do de la Wehrmacht y del Ministerio de Exteriores, llamaba cada vez
más la atención sobre los paralelos entre la «época de lucha» y la situa-
ción actual. En su editorial del 30 de enero de 1942 recordó los gran-
des reveses del año 1932, concluyendo que no se podía conseguir nin-
gún gran objetivo «sin esfuerzo, sin sudor, sin sacrificio y sin sangre (...).
Aquí se demuestra también si uno tiene un corazón fuerte o no, y eso
en los momentos críticos que es más valioso sólo la razón y el intelec-
570 Goebbels

to»,83 escribió Goebbels. El mismo, bajo el efecto de la situación suma -


mente crítica, empezó de nuevo a creer, aún con más firmeza.
La tarde de aquel 29 de enero Goebbels se reunió con su Führer,
que se había desplazado a Berlín desde su cuartel general para pronun-
ciar la tarde siguiente su discurso anual en el palacio de deportes. Goeb-
bels mantuvo con él un «largo cambio de impresiones», que transcurrió
de manera «extraordinariamente positiva y satisfactoria», pues al parecer
Hitler estaba de acuerdo con las ideas de su ministro acerca de una futu-
ra totalización de la guerra. Una vez más bajo el completo hechizo de
Hitler, que estaba agotado y con los nervios muy debilitados, sintió como
un hecho «feliz (...) el buen aspecto que tiene y el fabuloso estado men-
tal y físico en que se encuentra». 84 Puesto que para él la victoria era una
cuestión de fe en Hitler,85 Goebbels tenía que conceder absoluta priori-
dad a su salud, pues «mientras viva y esté sano entre nosotros, mientras
sea capaz de emplear la fuerza de su espíritu y la fuerza de su hombría,
no nos puede suceder nada malo». 86 El «inimaginable entusiasmo» que
produjo luego el discurso de Hitler parecía confirmárselo.
Cuando, bajo el efecto de la reunión con Hitler, el ministro de Pro-
paganda observó que se habían superado las «principales dificultades
psicológicas»,87 era entre otras cosas porque, además de las noticias vic-
toriosas de los japoneses en el Extremo Oriente, llegaron —justo en el
momento oportuno— las de otro escenario bélico: en el norte de Áfri-
ca, donde, como consecuencia de la ofensiva británica de principios de
diciembre, las tropas del Eje se habían tenido que retirar a las posicio -
nes iniciales del Gran Sirte, es decir, al lugar desde donde habían par-
tido en marzo/abril de 1941, Rommel había emprendido el contraa -
taque y estaba a punto de recuperar las pérdidas de terreno. El nuevo
éxito era maravilloso. Los ingleses tenían que reconocer que el cuerpo
de ejército de África los había vuelto a sorprender y engañar en toda
regla, afirmaba Goebbels triunfante, y pensaba que la propaganda bri-
tánica convertía a Rommel «en uno de los generales más populares de
todo el mundo». 88
En efecto, ya en el cambio de año de 1941 a 1942, Rommel era el
general alemán más conocido en la opinión pública británica. Duran-
¿Queréis la guerra total? 571

te su retirada, la prensa inglesa había sacado casi diariamente titulares


sobre él. El corresponsal de guerra del Daily Express, Alan Moorehead,
admiraba la habilidad estratégica del suabo, y el propio sir Claude Auchin-
leck, el comandante en jefe del ejército británico del Medio Oriente,
encontró palabras de elogio para los movimientos de retirada de su ene-
migo. Cuando éste volvió a acometer la ofensiva, Churchill tuvo que
dar explicaciones en la Cámara de los Comunes de por qué Rommel
había podido invertir tan rápidamente a su favor la situación en el norte
de África, que se daba por zanjada. Sin embargo, Churchill no quería
reconocer públicamente que sus tropas imperiales estaban escasamente
cubiertas —como consecuencia de la entrada en la guerra de Japón,
numerosas unidades habían tenido que ser trasladadas a la región de
Asia oriental—. Para justificar a pesar de todo las derrotas británicas,
no le quedó más remedio que realzar a Rommel como un verdadero
superhombre.89
El general se lo merecía, pues era un «hombre excelente y un cons-
picuo soldado», opinaba Goebbels,90 que se sentía especialmente vin-
culado a Rommel por los informes y relatos de Berndt, quien había
recibido orden de regresar del norte de África en septiembre. Ya en
verano el ministro de Propaganda se había preocupado personalmente
por la atención a las tropas de África, para que sus soldados no creye-
ran que se les había olvidado por la repercusión de la campaña orien-
tal. Su benevolencia se explicaba sobre todo porque Rommel —a dife-
rencia de la aristocrática «camarilla de generales» tan odiada por Goebbels,
a la cual, coincidiendo con Hitler, atribuía la responsabilidad por el
desastre de Moscú— acababa de demostrar que «la iniciativa, el valor y
la imaginación de un verdadero soldado» hacían posibles éxitos que
daban la impresión de ser «casi un milagro».91 En otras palabras, Rom-
mel parecía encarnar en el terreno militar algo de aquello que el pro-
pio Goebbels asociaba al nacionalsocialismo, a saber, que la política era
el «milagro de lo imposible». Por eso, entre otras cosas, Goebbels lo con-
sideraba un «general moderno en el mejor sentido de la palabra».92
El ministro dirigió ahora hacia los éxitos de Rommel la preocupa-
da mirada de la opinión pública alemana, fijada de lleno en la lucha del
572 Goebbels

este. Desde finales de noviembre, Goebbels ya había pretendido ofre-


cer un contrapunto a la guerra del gélido frente ruso con las operacio-
nes militares en la cálida África. El ministro de Propaganda, a quien la
información sobre el quincuagésimo cumpleaños de Rommel le había
parecido demasiado marginal, había recomendado «encarecidamente»
a Keitel y a Jodl que ensalzaran a Rommel, al que la opinión pública
había perdido un poco de vista, como «una especie de héroe nacional».
El ejército lo necesitaba urgentemente. Los generales, que miraban con
envidia al favorito de la dirección del partido, expresaron su conformi-
dad, por fuerza o de buen grado, incluso una conformidad «extraordi-
naria», según percibió Goebbels.93
Si en las postrimerías del otoño anterior se había interpuesto la ofen-
siva británica, ahora no se dejó escapar la ocasión. Ahora, a finales de
enero y principios de febrero de 1942, se informaba extensamente acer-
ca del norte de África.Ya fuera en el noticiario Wochenschau, en la radio
o en la prensa, todo giraba en torno a Rommel, cuyo nombre se fue
convirtiendo poco a poco en sinónimo de la campaña africana. Retra-
tado miles de veces, en los informes propagandísticos se le parangona-
ba con Blücher, Moltke y Hindenburg, e incluso se le celebraba como
«ejecutor de la voluntad de la historia».94
El alboroto propagandístico en torno a Rommel, atizado con la
intensa colaboración del extranjero, llevó en el Reich a sobrevalorar la
guerra en el norte de África y las posibilidades estratégicas que allí se
ofrecían, que se ponían en relación con la beligerancia japonesa. Por
ese motivo Goebbels se vio obligado a ordenar que «la propaganda ale-
mana se cuidara mucho» de provocar «falsas esperanzas en materia mili-
tar».95 Esto valía para la situación en Libia, favorable en sí, pero que no
se debía presentar como si se proyectara reconquistar la Cirenaica. Pero
precisamente eso fue lo que hizo Rommel por iniciativa propia hasta
principios de febrero, por lo que la propaganda sobre él siguió toman-
do impulso.
Ahora contribuyó a mejorar la moral en Alemania sobre todo la noti-
cia de la caída de Singapur. Goebbels, que había abandonado hacía
mucho su tendencia a hablar del hundimiento inminente del imperio
¿Queréis la guerra total? 573

británico, siguió aferrado incluso ahora a su propaganda más modera-


da. «Lo que se construyó durante siglos no cae en cuestión de meses»,
seguía siendo el tenor de los comentarios,96 aunque Hitler, el cual esta-
ba en la capital del Reich con motivo del funeral de FritzTodt, el
ministro del Reich de Armamento y Munición, que había sufrido un
accidente mortal, se mostraba optimista. «Él cree que eventualmente
pueda surgir de ahí una seria crisis en el imperio británico. Quizás la
posición de Churchill también se vería extraordinariamente
perjudicada».97
Puesto que el primer ministro británico, a través de su propaganda
consistente en no poner el listón tan alto, había adoptado una
posición que le «hace completamente intocable»,98 como observaba
Goebbels indignado, el ministro de Propaganda creía que había que
cuidar con tiento la «delicada plantita» del conflicto que había
provocado en la política interior la pérdida de la colonia de la corona
británica. Por eso reconoció en su propaganda que, si bien el imperio
universal no se hundía sólo por la caída de Singapur, el calculado
optimismo que propagaba Churchill enturbiaba la mirada objetiva de
los hechos y, por tanto, originaba un proceso «que tarde o temprano
debe conducir a la crisis más grave del imperio universal británico», y
manifestó «que penden muchas sombras sobre el imperio británico».99
Con satisfacción anotó que la entrada en la guerra de Japón era «un
verdadero regalo de Dios», pues había cambiado sustancialmente la
situación en aquel «invierno fatal».100
Ese «invierno fatal» fue también uno de los temas centrales sobre
los que habló con Hitler cuando le visitó el 19 de marzo en su
cuartel general de la Prusia Oriental.101 Al igual que un mes y medio
antes, Goebbels no se dio cuenta del estado de Hitler, sino que se
alegró de encontrar al Führer aparentemente «muy bien de salud,
gracias a Dios». Sólo cuando Hitler le confesó que el largo invierno
había repercutido en su estado de ánimo y que todo eso le había
dejado huella, «percibió» también su visitante «cuánto ha encanecido
y cómo su descripción sobre las preocupaciones del invierno le hace
parecer muy avejentado». A veces —afirmó el comandante supremo—
había creído que no sería posible salir de ese invierno. Luego se había
opuesto al ene-
574 Goebbels

migo una y otra vez «con la última fuerza de voluntad» y había conse-
guido siempre acabar con él.
Goebbels vio en ello una vez más el «triunfo de la voluntad» y pro-
pagó en adelante la superación de esta batalla invernal con catastróficas
pérdidas humanas como una prueba predestinada a la victoria. «¿Qué
podría venir después de todo esto que no seamos capaces de contro-
lar?», escribió en el Reich, y prosiguió: «La gran prueba se ha superado.
Si luchamos contra el destino o la asumimos de buen grado para ven-
cer con arrojo, no importa: es nuestra. En el futuro nunca se podrá hablar
de heroísmo alemán sin mencionar primero este brutal invierno en el
Voljov y en Demiansk, enYujnov y Rzhev, en el Donets y en Kerch; y
a lo largo de los siglos brillará el nombre con el que demostró su efi-
cacia: el frente oriental».102
Sin embargo, aquel 19 de marzo de 1942 Hitler y Goebbels no sólo
trataron el tema del frente oriental, en el que Hitler, como había anun-
ciado pocos días antes en su discurso del día de los héroes, derrotaría
definitivamente a los soviéticos, sino también la movilización total del
«frente de la patria» defendida por Goebbels. Ambos hombres delibe-
raron sobre muchas cosas, como por ejemplo sobre la implantación del
«deber del trabajo femenino»; en muchos puntos Hitler aprobó la opi-
nión de su ministro, sin que se llegara de todos modos a medidas con-
cretas. Esto sólo fue diferente con la tentativa de Goebbels de crear las
condiciones legales según las cuales cualquiera que atentara contra los
principios de la dirección de masas nacionalsocialista, conocidos en la
opinión pública, sería castigado con la prisión, la reclusión o, en casos
muy graves, incluso con la muerte. Cinco semanas después de que Goeb-
bels, que se sentía como un «acumulador recién cargado», abandonara
el cuartel general del Führer para regresar a Berlín, Hitler hizo que el
26 de abril el Parlamento le diera carta blanca para este proyecto.
Goebbels también se había quejado amargamente ante Hitler sobre
el secretario de Estado del Ministerio de Justicia, Schlegelberger. Éste,
ante las propuestas de intervención de Goebbels, siempre insistía en que
no tenían base legal, afirmaba el ministro de Propaganda. En su opi-
nión, la justicia, con la que habían «jugado» en la «época de lucha», no
¿Queréis la guerra total? 575

podía defender por sí sola a un Estado; además había que «tener siem-
pre un equivalente, como en nuestro caso el campo de concentración». 103
Allí debían estar los delincuentes habituales antes de que cometieran
atrocidades. Goebbels se indignaba «de que nuestros juristas nunca lo
entenderán», del mismo modo que tampoco comprendían «que los ju-
díos también pertenecen a ese grupo y con ellos hay que cortar por lo
sano».104 Evidentemente, necesitaba con urgencia un motivo «legal» para
quitar de en medio los impedimentos «burocráticos» para la «desjudei-
zación» de la capital del Reich. Si no se había necesitado ninguna nue -
va «base jurídica» para la deportación de los judíos europeos a los gue-
tos de la Rusia soviética, que se coordinó en la llamada Conferencia de
Wannsee del 20 de enero de 1942, sí se requería desde el comienzo
paralelo del plan de Auschwitz, pues el campo de exterminio estaba en
territorio del Reich. 105
Tampoco las medidas que debían justificar propagandísticamente el
exterminio de los judíos por medio de la acusación fueron aceptadas
por el Ministerio de Justicia, tal como Goebbels se había imaginado. Él
planeó un simulacro de proceso contra el asesino deVon Rath, el judío
Herszel Grynszpan, que en 1940 había caído en manos alemanas en la
Francia ocupada. Grynszpan tenía que ser desenmascarado como mero
cómplice, y el hecho, como una obra de la «conspiración judía inter -
nacional».106 Ya después del ataque a Polonia, Goebbels había publicado
un opúsculo titulado Atentado contra la paz. Un libro amarillo sobre
Grynszpan y sus cómplices. Lo había redactado Wolfgang Diewerge, el jefe
del departamento de radio, que ya había destacado tras el asesinato de
GustlofFcon un tratado antisemita del mismo tipo. 107 El título del actual
«libro amarillo» ya revelaba el objeto de la publicación. Allí, coinci -
diendo con la tesis de Hitler sobre la provocación judía de la Primera
Guerra Mundial,108 se atribuía a los judíos la responsabilidad de la Segunda
Guerra Mundial, intentando trazar un paralelo entre el asesinato del
consejero de embajada en París y el del príncipe heredero austríaco
Francisco Fernando en Sarajevo.
En los preparativos del proceso contra Grynszpan hubo muchas difi-
cultades para adquirir «material probatorio» que permitiera implicar a
576 Goebbels

los supuestos «maquinadores judíos». Por ese motivo, el presidente del


Tribunal del Pueblo mantuvo correspondencia con la Gestapo y el
ministro de Propaganda tampoco omitió esfuerzo alguno. A mediados
de febrero de 1942, Diewerge regresó de hacer consultas en París y le
trajo a su jefe la noticia de que el antiguo ministro de Exteriores fran-
cés, Bonnet, estaba dispuesto a deponer en el proceso por asesinato «que
él había estado en contra de declarar la guerra a Alemania, pero que,
por así decirlo, el judaismo había sometido al gobierno francés a tanta
presión que no había podido evitar la declaración de guerra».109
Después de que se fijara una fecha para la apertura del proceso ante
el Tribunal del Pueblo y un procedimiento estratégico con importante
participación del ministro de Propaganda, Goebbels se escandalizó
con el escrito de acusación. En éste se había admitido una carta anó-
nima que procedía supuestamente de un refugiado judío en Francia.
Según ella, Herszel Grynszpan mantuvo relaciones homosexuales con
el diplomático Von Rath. Tratar esto públicamente, así como las «eva-
cuaciones de judíos» incluidas en el escrito de acusación, Goebbels lo
consideraba una afrenta, pues se corría el peligro de que la propagan-
da enemiga convirtiera el proceso en lo contrario. «Así pues, se ve con
qué insensatez han vuelto a actuar nuestros juristas en este caso y qué
poca perspicacia hay en confiar una cuestión política al tratamiento de
los juristas».110
Goebbels estaba cada vez más descontento a causa de estas dificul-
tades. Para él no avanzaba todavía con suficiente rapidez la aniquilación
de los judíos, contra los que se «aplica un proceso brutal y que no se
puede describir con más detalle», con el que «ya no (queda) mucho de
los propios judíos».111 Un oportuno pretexto para acelerar las cosas por
medio de una calculada agitación política lo vio en el ataque a una
exposición antisoviética en el Lustgarten berlinés el 18 de mayo de
1942. Inmediatamente echó la culpa a los judíos. La oportunidad de
escenificar una «conspiración» se ofreció aún más cuando el 29 de mayo
Heydrich fue víctima de un atentado durante el viaje hacia su nueva
residencia en Panenske Brezany, cerca de Praga. El 30 de mayo —en la
noche siguiente los británicos atacaron Colonia con mil bombarde-
¿Queréis la guerra total? 577

ros—, Goebbels se reunió con Hitler en la cancillería del Reich e insis-


tió una vez más en «evacuar» a los 40.000 judíos que todavía estaban
registrados en Berlín y en «liquidar el peligro judío, cueste lo que cues-
te».112
El día anterior Goebbels había anotado en su diario que iba a pro -
seguir con la detención por él planeada de 500 judíos berlineses y a
advertir a los líderes de la comunidad judía «de que por cada conjura-
ción judía y por cada intento judío de rebelión se fusilará a entre 100
y 150 judíos que estén en nuestras manos». Ya el 5 de junio —ese día
Heydrich murió como consecuencia de sus graves heridas— la comi -
saría central de la policía berlinesa de la Gestapo, situada en la Gru-
nerstrasse 12, envió al presidente de altas finanzas una lista con los nom-
bres de los judíos «que fueron arrestados durante una acción especial el
27 de mayo de 1942 y que entretanto han muerto»; se adjuntaban las
«correspondientes declaraciones de bienes». 113 Pese a esta acción san-
guinaria, otras deportaciones de judíos berlineses a los guetos de los
territorios orientales y una serie de medidas, en su mayoría iniciadas
por él, como por ejemplo la prohibición de asistir a las peluquerías del
29 de mayo o la de comprar tabaco del 11 de junio, al odio antisemita
de Goebbels aún le quedaba mucho para alcanzar su objetivo.
Mientras tanto se habían puesto en marcha las operaciones en el este,
con las que Hitler esperaba provocar el desenlace en un segundo inten -
to. Hasta finales de mayo de 1942, la Wehrmacht conquistó la península
de Kerch y aniquiló a tres ejércitos soviéticos en la batalla de cerco al sur
de Jarkov. A principios de junio las tropas alemanas emprendieron la ofen-
siva en la plaza de Sebastopol, en Crimea, que fue tomada cuatro sema-
nas más tarde, después de durísimos combates. Durante todas estas ope-
raciones, la propaganda goebbeliana se abstuvo de hacer pronósticos. La
agitación iba dirigida particularmente contra «la falsedad» de la política
informativa soviética y anglosajona; en otras palabras, los informes y pro-
nósticos optimistas del enemigo se mostraban como «propaganda falaz»
después de ser superados por el curso de los acontecimientos.
Para desviar la mirada del golpe principal de la operación alemana
en el sector meridional del frente este, con el que se pretendía cortar a
578 Goebbels

la Unión Soviética la entrada de materias primas, Goebbels volvió a


idear varias maniobras de distracción. Así, lanzó en el Frankfurter Zei-
tung, especialmente leído en el extranjero, un artículo en el que se afir-
maba que el golpe principal del ataque alemán se dirigía contra Mos-
cú. Goebbels envió al redactor jefe de la editorial Scherl, Kriegk, primero
al sector central del frente oriental y luego a Lisboa, la principal esta-
ción europea de tránsito de informaciones, para que, en un aparente
estado de embriaguez, cometiera allí algunas indiscreciones en un bar
que se le indicó. Esperaba que los periodistas neutrales y enemigos cono-
cieran enseguida los chismes de Kriegk.114 Aunque la acción segura-
mente no convenció a nadie en los estados mayores enemigos —en caso
de que les llegaran realmente las «informaciones»—, con ella el minis-
tro se hizo una vez más merecedor del elogio del Führer.115
A principios de julio comenzó la verdadera ofensiva estival en el este.
La Wehrmacht avanzó en dirección al Donets, a lo cual el Alto Mando
soviético ordenó la retirada a Stalingrado, elVolga y el Cáucaso. Hitler,
decepcionado por la falta de batallas decisivas, decidió finalmente a
mediados de julio continuar las operaciones en dos cuñas ofensivas.Ya
a principios de agosto se alcanzaron las primeras cumbres del Cáucaso,
mientras que el sexto ejército se aproximaba alVolga después de haber
cruzado el Don. El 23 de agosto, dos días después de que los soldados
de montaña alemanes izaran la bandera de guerra del Reich en el Elbrús,
los bombarderos en picado comenzaron el bombardeo sobre Stalin-
grado, en cuyas posiciones defensivas situadas hacia el sur abrieron bre-
cha poco después los soldados de infantería alemanes.
La prensa y la radio tenían que informar ahora acerca de las opera-
ciones militares locales. En cambio, se destacaron más los objetivos eco-
nómicos de la guerra contra la Unión Soviética, seguramente también
en vista de que las raciones de alimentos se habían reducido en el Reich.
Importaba menos el número de prisioneros que las fuentes de materias
primas, debía ser el tenor de la propaganda. La guerra relámpago se
había transformado hacía tiempo en una guerra de desgaste, que sólo
se ganaría con la ayuda de los valiosos recursos económicos que habían
pasado a manos alemanas. A finales de mayo Goebbels había escrito en
¿Queréis la guerra total? 579

el Reich que no era una guerra por «el trono y el altar, es una guerra
por el grano y el pan, por una mesa repleta en el desayuno, la comida
y la cena (...). Una guerra por las materias primas, por el caucho, el hie-
rro y las menas; en definitiva, es una guerra por una existencia nacio-
nal digna, que hasta ahora, como pobres avergonzados, no hemos sido
capaces de llevar».116
Al creciente optimismo que se sentía en Alemania contribuyó en
aquel verano sobre todo el desarrollo de la situación en el escenario
bélico del norte de África. A finales de mayo, el «Zorro del desierto»
acometió la ofensiva. Apenas cuatro semanas después, el 21 de junio,
tras combates muy variables en las extensiones del norte de África, sona-
ron las fanfarrias de victoria a través de la Gran Radio Alemana. La pla-
za de Tobruk, ya conocida del año anterior, el supuesto último bastión
de las tropas imperiales británicas antes de El Cairo y del Canal de Suez,
había caído. En la primera plana del Volkischer Beobachter resaltaba en
letras enormes la «Magnífica victoria de Rommel».117 En la prensa y en
la radio se atribuyó a la conquista de la plaza un efecto de choque en
el enemigo mayor que el del desastre de Dunkerque o la caída de Sin-
gapur. Se hablaba de una opinión pública británica perpleja y de un
Churchill desconcertado. La propaganda exterior alemana debía echarle
a él solo toda la culpa de la pérdida de Tobruk, exigió Goebbels en la
conferencia ministerial del día siguiente. La venganza por el fuerte
bombardeo sobre Colonia se llamaba Tobruk; se debía señalar que «el
diletante a la cabeza del gobierno británico» movilizaba aviones para
objetivos de escasa importancia militar en Alemania que después falta-
ban en batallas decisivas.118 El hecho de que 25.000 soldados del imperio
británico capitularan en esa plaza no se debía interpretar como signo
de una deficiente capacidad de resistencia enemiga. Berndt, que
había regresado al frente africano y había estado en primera línea en el
asalto a Tobruk, se lo había pedido a Goebbels, pues eso restaría impor-
tancia a la victoria conseguida y al éxito de aquel que la logró: Erwin
Rommel. Éste fue poco después tema de conversación en la sobreme-
sa con Hitler en la cancillería del Reich. Goebbels alabó al general como
alguien que en amplios sectores de la opinión pública gozaba de tal
580 Goebbels

prestigio que su nombre se había convertido para la población en el


símbolo de la «soldadesca alemana más exitosa».119 Hitler, que lo había
ascendido a general mariscal de campo, era del mismo parecer, y aña-
dió que los ingleses habían hecho una «propaganda inaudita», pues espe-
raban «poder explicar sus derrotas a su propio pueblo más fácilmente
enalteciendo a Rommel».120
Puesto que la radio y la prensa no sólo envolvían a Rommel con la
aureola de la invencibilidad, sino que además celebraban la caída de
Tobruk como la «del último y más importante pilar angular del siste-
ma defensivo británico», esto sugería que ahora, una vez que parecía
haberse producido la batalla decisiva en el norte de África, las fuerzas
armadas del Eje avanzarían hacia el corazón de Egipto. Por eso Goeb-
bels se vio obligado a indicar a sus colaboradores durante la conferen-
cia ministerial del 23 de junio que la propaganda no debía causar en la
opinión pública la impresión de que Inglaterra estaba completamente
acabada. Llamó la atención sobre el hecho de que la política informa-
tiva oficial británica trabajaba según el principio de exagerar primero
a propósito la gravedad de las derrotas para después presentar cuanto
antes noticias favorables.121
Pero Goebbels ya no pudo evitar que el torbellino en torno a la vic-
toria de Rommel desarrollara en el Reich una dinámica propia que
también se apoderó de Hitler y que le llevó a continuar la ofensiva en
el norte de África en contra de lo convenido anteriormente con el alia-
do italiano, después de que Berndt le explicara en una misión secreta
los móviles del avance del recién nombrado mariscal de campo igno-
rando todas las órdenes. Exhortó a Mussolini a que no le negara a Rom-
mel la autorización para proseguir la ofensiva, a pesar de que éste no
disponía de suficiente combustible ni de bastantes carros de combate.
Con las patéticas palabras de que la diosa de la fortuna bélica sólo toca-
ba una vez a los generales, Hitler cogió por sorpresa al Duce, debilita-
do en la política interior por la falta de éxitos militares. 122 Así pues,
mientras que en el Ministerio de Exteriores se trabajaba en una pro-
clama con la que se prometía a Egipto la independencia del yugo bri-
tánico, los pocos carros blindados de Rommel siguieron rodando en
¿Queréis la guerra total? 581

dirección al Nilo y al Canal de Suez. Cuando a principios de julio el


noticiario alemán Wochenschau llevó a los cines nacionales la toma de
Tobruk, ya se habían quedado parados entre la impracticable depresión
de Qattara y el mar Mediterráneo en una zona desértica llamada El Ala-
mein. Por eso, el comentarista del Wochenschau sólo habló, sin mencio-
nar la palabra «Egipto», de que Rommel no conocía pausa alguna: «La
lucha debe continuar».123
En este verano Goebbels consiguió crearlas «condicionesjurídicas»
para que, además de los judíos de los territorios ocupados, pronto tam-
bién los del Reich fueran transportados —hacinados en vagones para
el ganado— sobre todo hacia Auschwitz, para allí ser «seleccionados»
por médicos de las SS para las cámaras de gas o la mortífera aplicación
en el trabajo. El camino lo había allanado un acontecimiento más bien
marginal: Karl Lasch, el gobernador del distrito de Radom, había sido
ejecutado sin juicio. Como consecuencia, su amigo, el gobernador gene-
ral Hans Frank, exigió en calidad de comisario de justicia del Reich la
construcción de un «Estado de derecho nacionalsocialista» en discur-
sos dirigidos a algunas universidades alemanas. Hitler, que se vio obli-
gado a actuar, no sólo privó a Frank de su cargo de comisario del Reich,
sino que cumplió además un deseo del ministro de Propaganda. Des-
tituyó al ministro de Justicia, Schlegelberger, que hacía una gestión más
moderada, y lo reemplazó por el sanguinario juez del Tribunal del Pue-
blo Otto Thierack, brutalmente agresivo. Se le autorizó expresamente
a desviarse del derecho en vigor para constituir una «fuerte jurispru-
dencia nacionalsocialista».124
Goebbels había favorecido a Thierack como sucesor de Schlegel-
berger, y ése parecía saber que tenía a un valedor en el ministro de Pro-
paganda. El 22 de julio, un mes antes de su ascenso, había invitado a
Goebbels a pronunciar una conferencia ante los miembros del Tribu-
nal del Pueblo, en la que éste criticó que los judíos pudieran seguir ape-
lando a un tribunal; asimismo anunció la deportación de 40.000 «ene-
migos judíos del Estado» que vivían en Berlín. Cuando finalmente
Thierack ascendió a ministro, el 14 de septiembre Goebbels le propu-
so declarar a los judíos como «incondicionalmente exterminables», para
582 Goebbels

cuyo efecto lo «mejor» era «la idea del aniquilamiento a través del tra-
bajo».125
Después de que ambos deliberaran de nuevo sobre ello, el ministro
de Justicia acordó con Himmler —bajo el lema «extradición de los aso-
ciales para la ejecución de sus sentencias»— crear las bases para que los
judíos, los gitanos y otras personas non gratas al régimen pudieran ser
llevadas a un campo de concentración sin procesamiento. Thierack infor-
mó a Martin Bormann «de que la justicia sólo puede contribuir en
pequeña medida a exterminar a los miembros de esta tribu». 126 Consi-
deraba mejor poner a este grupo de personas bajo la custodia de la poli -
cía, para que ésta «pueda tomar las medidas necesarias sin verse estor -
bada por disposiciones sobre el procedimiento probatorio penal».
Goebbels había conseguido su objetivo; ahora las ideas de Hitler se po-
dían hacer realidad. Comenzó la deportación hacia Auschwitz, y no
sólo de los judíos berlineses, a través del ferrocarril del Reich alemán,
a un precio por cabeza de cuatro pfennigs por kilómetro de riel; para
los niños se calculó la mitad.
Nada cambió en ello el hecho de que la capacidad de transporte por
ferrocarril en la zona de influencia de las potencias del Eje no bastara ni
de lejos para el abastecimiento de las tropas. En el frente oriental faltaban
bienes de avituallamiento, y también se paralizó su transporte a los puer-
tos italianos. Por ese motivo, pero sobre todo por la preponderancia marí-
tima británica en el Mediterráneo central, la logística casi se había derrum-
bado en el norte de África. El ejército blindado de Rommel y las tropas
de la aliada Italia, extenuadas por el desgaste de las luchas en El Alamein,
se enfrentaban a la superioridad material de los británicos, que se prepa-
raban para la gran ofensiva con apoyo americano.Y también en el «fren -
te de la patria» la vida se hizo más difícil, pues los ataques aéreos británi-
cos eran cada vez más amenazadores, de manera que en la población se
desvanecieron las optimistas esperanzas del verano acerca de un pronto
final de la guerra. Goebbels —acababa de regresar de su visita anual al Fes-
tival de Cine de Venecia— reprimió esta amarga realidad y valoró el de-
sarrollo de la situación como «una cosa positiva (...) pues entraríamos en
el invierno con mejor disposición anímica que el año pasado». 127
¿Queréis la guerra total? 583

De todos modos, a mediados de septiembre de 1942 parecía que la


Wehrmacht daba un paso decisivo hacia adelante en el este. El día 15
la consigna diaria del jefe de prensa de Hitler, Dietrich, decía que la
lucha por Stalingrado se aproximaba a «su exitoso final». Se dieron ins-
trucciones a la prensa alemana de que en ese caso «valorara el desenla-
ce victorioso de esta batalla tan grande por la ciudad de Stalin de la for-
ma más efectiva, si hubiere lugar a ello con la publicación de ediciones
extraordinarias».128 Aunque las noticias de victoria no llegában los perió-
dicos alemanes anunciaban el inminente triunfo. Por ese motivo, Goeb-
bels dirigió duros ataques a Dietrich —cuya subordinación formal a
Goebbels fue establecida por Hitler en su disposición del 23 de agosto
de 1942 «para garantizar la colaboración entre el ministro de Propa-
ganda del Reich y el jefe de prensa del Reich»—129 sin tener en cuenta
una vez más que al fin y al cabo Dietrich hacía exactamente lo que le
pedía Hitler.130
Con tanta más perseverancia intentó Goebbels continuar con su
rumbo propagandístico —disimulando mucho la verdadera situación—
de la victoria que aún era posible pero que exigía la mayor moviliza
ción. Nunca en la historia —así escribió en el Reich— una potencia
beligerante había creado en tan poco tiempo tantas condiciones pre
vias para la victoria. «¿Qué nos llevaría a ver la situación más de color
de rosa de lo que es? Nos brinda ya de por sí muchas probabilidades de
victoria. Nos exigirá todavía muchas víctimas y esfuerzos».131 El prin
cipal obstáculo eran para Goebbels forzosamente aquellos que cerra
ban los ojos ante la realidad, que ya no eran capaces de creer. A ellos se
opuso durante su discurso pronunciado con motivo de la inauguración
de la obra de socorro invernal el 30 de septiembre de 1942 en el pala
cio de deportes berlinés. «Los vacilantes sujetos políticos que entonces,
en la fase final de la lucha por el poder, estuvieron contra nosotros»,
querían también hoy «con la divulgación de disparatados y absurdos
rumores introducir el desasosiego en la comunidad popular alemana y
debilitar y disolver la fe de nuestro pueblo en la victoria final». Después
de Goebbels, tomó Hitler la palabra para atacar a sus adversarios con
una furiosa sarta de improperios.132
584 Goebbels

Aquella tarde también estaba sentado el general mariscal de campo


Rommel en la tribuna de honor del palacio de deportes. Hitler le salu-
dó con un «apretón de manos de confianza en la victoria», como decía
la Hamburger Illustrierte en el pie de su primera plana, donde se repro-
ducía la imagen del Führer y su mariscal de campo. 133 Aunque Rom-
mel, ávido de notoriedad, estaba en la patria para recuperarse de las fati-
gas de la guerra en el desierto, tenía que seguir sirviendo como arma
propagandística, pues él simbolizaba en la Wehrmacht como ningún
otro el optimismo y la confianza en la victoria. Goebbels organizó una
conferencia de prensa internacional durante la cual presentó al «Zorro
del desierto» a los periodistas. En los periódicos alemanes, el aconteci-
miento se celebró como un «encuentro con una de las personalidades
más destacadas de nuestro tiempo». En ese sentido, había surtido efecto
la propaganda goebbeliana, pues de hecho muchos creían que mientras
Rommel estuviera en el norte de África no podía pasar nada malo.134
Rommel aún no había regresado allí cuando el 23 de octubre de
1942 los británicos emprendieron la ofensiva. Dos días después volvió
a asumir la dirección del ejército blindado germano-italiano. Cuando
a principios de noviembre empezó a replegarse ordenadamente, por-
que temía que sus fuerzas fueran aniquiladas en vista de la absoluta supe-
rioridad británica, recibió de Hitler la orden de detenerse. «No sería la
primera vez en la historia que la voluntad más fuerte triunfa sobre los
batallones más poderosos del enemigo. Pero usted no le puede mostrar
a su tropa otro camino que el de la victoria o el de la muerte». 135 Fue
Berndt quien voló de inmediato al cuartel general del Führer para allí,
posiblemente con la ayuda de Goebbels, hacer cambiar de opinión a
Hitler, evitando así la catástrofe.136
Durante su conferencia ministerial del 5 y el 6 de noviembre, Goeb-
bels explicó a sus colaboradores la situación militar y expresó —como
sí fuera víctima de su propia propaganda— la esperanza «de que el gene-
ral mariscal de campo Rommel controle la situación, como ha hecho
tan a menudo». A su aparato le dio órdenes de «ahorrar fuerzas por el
momento». Estos momentos difíciles también pasarían.137 Alarma, ver-
dadero pánico —constató su colaborador Werner Stephan—138 había
¿Queréis la guerra total? 585

despertado en él sin embargo la aparición de buques americanos de


guerra y de transporte de tropas en el Mediterráneo, pues esperaba una
invasión en Italia o el sur de Francia. Cuando se produjeron los de-
sembarcos en Marruecos y Argelia, creyó de nuevo en la «pasividad e
ineptitud» de la estrategia bélica americana, cuya manera sistemática y
cauta de proceder le resultaba extraña.139
En un principio, el ministro de Propaganda no comprendió la gra-
vedad de la situación en el sector meridional del frente este. Allí, el 19
de noviembre, casi al mismo tiempo que el invierno, se había desenca-
denado la contraofensiva soviética y había llevado sólo tres días después
al cerco del sexto ejército, parte del cuarto ejército blindado y algunas
unidades rumanas con 250.000 soldados en la zona de Stalingrado.
Hitler, quien el 8 de noviembre había manifestado que la ciudad ya esta-
ba conquistada,140 ordenó al general Friedrich Paulus que resistiera y
esperara a ser socorrido. El 16 de diciembre —cuatro días antes había
comenzado el avance de desbloqueo con un grupo de ataque del cuar-
to ejército blindado—, el jefe de prensa de Goebbels, Rudolf Semler,141
que acababa de regresar de Stalingrado, informó al ministro de Propa-
ganda acerca de las encarnizadas luchas en torno a la capital delVolga.
A la pregunta de Semler de si se debía ocupar Stalingrado a cualquier
precio, Goebbels respondió que estaba en juego el prestigio del Füh-
rer como estratega. «No nos atreveríamos a destruir su obra», 142 dijo
confidencialmente al comandante supremo, quien el año anterior ya
pareció controlar la crisis delante de Moscú con su orden de detener-
se. Nada cambió el hecho de que el 18 de diciembre se enterara de que
Hitler permanecía en el cuartel general en contra de su intención ini-
cial, por más que veía en ello un indicio de que sin duda la situación
daba «lugar a algunas preocupaciones».143
Semanas antes Goebbels había acometido un nuevo intento para
imponer ante Hitler su plan de movilización total del «frente de la
patria». Para este propósito se había buscado aliados, que encontró por
ejemplo en la persona del nuevo ministro del Reich de Armamento y
Munición, Speer, que desde febrero de 1942 centralizó la economía y
reorganizó con éxito la industria armamentística. También consiguió
586 Goebbels

que colaboraran su antiguo secretario de Estado, el ministro de Eco-


nomía Funk, y el jefe de organización del Reich, Ley.144 En la mansión
de Goebbels en Schwanenwerder éstos se declararon conformes con su
objetivo de transformar Alemania sucesivamente en un enorme cam-
pamento militar en el que sólo gobernara la guerra y sólo estuviera per-
mitido lo «necesario para la guerra», y prohibido todo lo demás. Quien
no luchara con las armas en el frente, tenía que trabajar en la patria día
y noche para el armamento y el abastecimiento de víveres. Todos los
restos «civiles», incluso la apariencia de un nivel de vida como en tiem-
pos de paz, debían ser atajados radicalmente. En la oficina ministerial
se pusieron en marcha las correspondientes diligencias y deliberacio-
nes bajo la dirección de Naumann, que entretanto se había convertido
en la «mano derecha» de Goebbels.145 De él se decía en el Ministerio
de Propaganda que tenía una «personalidad cautivadora» y una «enér-
gica y tajante firmeza».146 Compartía el «desenfrenado fanatismo»147 de
Goebbels y lo acentuaba todavía más. En 1944, con treinta y cinco años,
sustituiría a Gutterer como secretario de Estado general en el Ministe-
rio de Propaganda.
A principios de octubre, Goebbels, acompañado por Speer, había
aprovechado la oportunidad para presentar su plan a Hitler. Parece que
éste prometió dar pronto la «orden de salida» para la «guerra total».
Como a principios de diciembre aún no había ocurrido nada, Goeb-
bels se volvió a dirigir a él con este asunto. Pero una vez más no se pro-
dujo la reacción deseada. Ahora hacía falta actuar, pues el 21 de diciem-
bre el avance de desbloqueo se había quedado parado a menos de
cincuenta kilómetros de Stalingrado, con lo que incluso Goebbels, lego
en cuestiones militares, reconoció que ya no se podía evitar la caída del
ejército allí cercado.
Así pues, Goebbels pasó desalentado las Navidades de 1942 en el cír-
culo familiar. Tampoco produjo un gran cambio en su estado de áni-
mo el regalo de Hitler, que le daba muestras de su ilimitada benevo-
lencia: un Mercedes blindado con lunas antibalas, que debía proteger al
ministro, quien tenía asignados cuatro guardaespaldas, frente a los aten-
tados.148 El caso era que, a principios de mes, el doctor Hans Heinrich
¿Queréis la guerra total? 587

Kummerow había intentado cometer un atentado contra él. El inge-


niero y jefe de departamento de Loewe en Berlín ya había redactado
anónimamente en el año 1939 un informe que se entregó al agregado
naval en Oslo y que detallaba los proyectos alemanes más modernos de
armas de larga distancia.149 Kummerow había querido colocar una mina
debajo del puente que conducía a la isla de Schwanenwerder, en el
Havel, para explosionarla con un sistema de encendido a distancia. Pero
el atentado fracasó. Kummerow fue detenido antes de que, vestido de
pescador, instalara la bomba debajo del puente. El Tribunal del Pueblo
le condenó a muerte poco más tarde.150
Después de los días festivos, Hitler reaccionó finalmente a los pla-
nes de Goebbels. Envió a Martin Bormann a Lammers y Goebbels para
discutir las propuestas destinadas a incrementar los servicios de guerra
en el «frente de la patria».151 Bormann, que estaba de acuerdo con Goeb-
bels en que la limitación del nivel de vida y los «sacrificios especiales
de los sectores más altos de la sociedad» eran inevitables, encargó al
ministro de Propaganda que formulara lo más pronto posible el decreto
necesario para la guerra total, «sobre la movilización general de hom-
bres y mujeres aptos para trabajar en las tareas de defensa del Reich».
El documento debía estar listo en enero para su próxima deliberación.
Goebbels, que miraba con celos a Bormann porque éste se granjeaba
cada vez más el favor de Hitler, creía ver cumplidos sus deseos, pues
pensaba que tenía por fin la oportunidad de llevar a la práctica sus
ideas, ideas de las que ya había querido convencer a Hitler en el invier-
no de 1941-1942.
Goebbels, a quien en Nochevieja su hijastro Harald le había dicho
a la cara que la guerra duraría «al menos otros dos años», 152 anunció
en su salutación de Año Nuevo a los soldados del frente que el nuevo
año acercaría a Alemania a la «victoria definitiva», a la «victoria final»,
aunque «sus tormentas nos envuelvan con sus bramidos». 153 El 4 de
enero, durante la conferencia ministerial, confrontó a sus colaborado-
res con la amenazadora situación, si bien subrayó al mismo tiempo que
estaba feliz «de que ahora se abra paso paulatinamente la demanda de
una estrategia bélica total (...). Cada día demuestra más que nos enfren-
588 Goebbels

tamos en el este a un brutal enemigo, al que sólo se puede derrotar


con los medios más brutales, y para ello debe producirse la moviliza-
ción total de todas nuestras fuerzas y reservas. Así la propaganda ale-
mana recobra su base realista (...). Si el pueblo siente que no sólo se
hace propaganda para la guerra total, sino que también se sacan las con-
secuencias necesarias, entonces la propaganda adquiere su verdadera
sustancia y efecto».154
El 5 de enero de 1943 Goebbels anunció a sus más estrechos cola-
boradores que el trío formado por Bormann, Lammers y él mismo pro-
bablemente elaboraría un plan de acción para la «realización de la gue-
rra total», que se debía entregar a Hitler en el «plazo más corto posible».155
Tres días después, Goebbels, Speer y Funk deliberaron con Bormann,
Lammers y Keitel sobre el proyecto de decreto «del Führer sobre la
movilización general de hombres y mujeres aptos para trabajar en las
tareas de defensa del Reich». El 13 de enero Hitler firmó el documen-
to que se le presentó, pero no nombró todavía a los miembros de la
comisión tripartita que se debía crear.
Después de que Naumann regresara al día siguiente a Berlín, entre-
gó el proyecto de decreto, todavía sin fecha, a algunos intermediarios
de las más altas autoridades del Reich en el Ministerio de Propaganda
para su conocimiento estrictamente confidencial.156 El decreto iba diri-
gido a instancias civiles y militares. Se adjuntaba un proyecto del Füh-
rer que exponía las ideas goebbelianas. Según eso, el objetivo de la
acción era poner a disposición del frente en un plazo de tres meses al
menos a medio millón de personas, en el mejor de los casos a 750.000.
Para ello se tenía que suprimir entre el 10 y el 15 por ciento de las posi-
ciones insustituibles, que según los cálculos del 31 de mayo de 1942
ascendían a unos 5,2 millones de personas aptas para el servicio mili-
tar. Para cubrir los miles de puestos de trabajo que quedarían vacantes,
Goebbels planeó una especie de «proceso de redistribución» entre las
personas con capacidad laboral que permanecieran en el Reich. Expli-
có sólo por medio de cálculos que en las empresas al por menor aún
estaban empleados 2,2 millones, a menudo de manera «infructuosa».
Goebbels pensaba poder sustraer alrededor de un millón de trabajado-
¿Queréis la guerra total? 589

res de las condiciones laborales actuales para cubrir con ellos los pues-
tos de trabajo de los llamados a filas.
El documento de Goebbels estaba basado en la profana idea de que
con otro medio millón de hombres se aproximarían más a la victoria
en el este. Mientras que en la cuestión de los efectivos necesarios para
ello se dejaba engañar por las aclaraciones de su Führer, que fingía para
sí y su ministro una imagen mucho menos crítica de la situación de lo
que correspondía a la realidad, en el tema de las capacidades arma-
mentísticas estaba al parecer bajo el influjo del ministro de Armamen-
to, Speer. Aunque se había entrevistado extensamente con el diligente
arribista, los datos estadísticos que había recogido junto con Naumann
parecían ser insuficientes incluso a ojos de Hitler.
Quizás por eso Hitler nombró finalmente el 18 de enero a Bor-
mann, Lammers y Keitel para la comisión tripartita, concediendo al ini-
ciador de todo el asunto sólo una función consultiva. Goebbels, que,
apoyado por Speer, había contado sin duda con que se le encomenda-
ra esta misión, se había jactado el día anterior de su influencia.Tan fuerte
como su absoluta seguridad de que no se le pasaría por alto 157 fue la
«amarga decepción» que sufrió al recibir la noticia. «Indignado y pro-
fundamente ofendido», intentó de inmediato conseguir en el cuartel
general del Führer un cambio en el nombramiento, pero fue rechaza-
do por Lammers.158
Así pues, el 20 de enero hubo mal ambiente cuando volvió a cele-
brarse por primera vez otra reunión de los ministros del Reich bajo la
dirección de Lammers.159 Apoyado en sus argumentos por Funk y
Speer, Goebbels defendió sus ideas radicales. Frick y Lammers se opo-
nían. Durante cuatro horas Goebbels tuvo que «luchar como un tigre» 160
por su catálogo de medidas, y sin embargo no pudo imponerse. La afir-
mación de Fritz Sauckel, plenipotenciario para la inserción laboral, de
que podía aportar la cantidad exigida de mano de obra, incluso cuali-
ficada, del extranjero anuló buena parte de las medidas de movilización
laboral propugnadas por Goebbels, pero no le hizo perder su determi-
nación. Ahora tenía «la tranquilizadora impresión de que se hacía lo que
se podía hacer».161
590 Goebbels

En su visita al cuartel general del Führer el 22 de enero, Hitler le


justificó su decisión alegando que no quería que Goebbels entrara per-
sonalmente en la comisión tripartita «para que no cargara con los tra-
bajos administrativos de este gran programa. Le gustaría que en esta
tarea yo asuma la función de un motor eternamente en marcha». 162 Las
atenciones por parte de Hitler y sus oportunos halagos, pero también
el reconocimiento de Rudolf Schmundt, ayudante de Hitler como prin-
cipal oficial adjunto de la Wehrmacht y jefe de la oficina de personal
del ejército, y del general Kurt Zeitzler —que alabó incluso a Goeb-
bels como «la última esperanza»—163 le hicieron posible reprimir la
humillación de haber sido obviado no sólo por Bormann, quien se cui-
daba celosamente de mantener alejados a sus competidores por el favor
de Hitler, sino también por el propio Hitler.164 En lugar de eso, se engañó
a sí mismo diciéndose que su trabajo preparatorio en Rastenburg
(Ketrzyn) ya había echado «raíces muy profundas». Con la promesa de
Hitler en el oído «de que no recibirá a nadie que intrigue contra él, el
ministro, durante los próximos tres meses»,165 Goebbels viajó finalmente
de vuelta a Berlín.
Que la «victoria final» aún se podía lograr, siempre que se tomaran
las medidas adecuadas, eso no lo dudaba Goebbels ni siquiera a finales
de enero de 1943, cuando a 2.500 kilómetros de su ministerio se de-
sarrollaba el último acto de la tragedia en elVolga. Hacía mucho que la
lucha en los barrios cercados de Stalingrado no respondía a ningún
objetivo estratégico o táctico, ni tenía ya ningún sentido militar; sólo
era una masacre caótica y dolorosamente sorda. El 24 de enero Paulus
había pedido permiso a su comandante en jefe para ponerle fin y capi-
tular. La respuesta de Hitler fue breve: «Capitulación excluida. La tro-
pa lucha hasta el último cartucho». Así siguió la muerte sin sentido en
las ruinas de Stalingrado. El 30 de enero, aquellos que tuvieron la posi-
bilidad se pusieron alrededor de los pocos receptores de radio. Querían
oír lo que el Führer tenía que decirles desde la lejana patria, que la
mayoría nunca volvería a ver.
Hitler no tenía nada que decirles. Descontento con el destino, se
escondía literalmente en su cuartel general. Además de Góring, fue
¿Queréis la guerra total? 591

Goebbels quien habló a los alemanes a través de la radio con motivo


del décimo aniversario de la subida al poder desde el palacio de depor-
tes, la «gran tribuna del nacionalsocialismo». 166 Disculpó a Hitler con la
«necesidad de dirigir la guerra», que le ataba al cuartel general. En el
marco de su discurso leyó una «proclama del Führer», 167 en la que éste
mencionaba la «heroica lucha de nuestros soldados en elVolga» y
pedía que se hiciera «todo lo posible a favor de la lucha por la liber -
tad de Alemania», para no defraudar al «Todopoderoso», al «Justo Juez»,
al «Creador de todos los mundos». 168 Al igual que la proclama de Hitler,
Goebbels anunció asimismo medidas concretas para la realización de
la guerra total, de la que los golpes actuales sólo eran la señal de arma.
«Pero para nosotros siempre ha sido un principio firme e incontesta -
ble el que la palabra capitulación no existe en nuestro vocabulario
(...). Creemos en la victoria porque tenemos al Führer (...). La fe
mueve montañas. Todos nosotros debemos estar llenos de esa fe que
mueve montañas».169
La profesión de fe de Goebbels todavía no se había extinguido cuan-
do Paulus, que acababa de ser ascendido por Hitler a general mariscal
de campo —con la esperanza de obligarle así al suicidio—, 170capituló el
1 de febrero de 1943 con los restos de su ejército en Stalingrado. Goeb -
bels tenía claro cuál habría sido su decisión en esa situación: «Vivir quin-
ce o veinte años más o ganar una vida eterna de varios miles de años
con una gloria inmarcesible». 171 Sólo se podía glorificar a los muertos,
como símbolos de una heroica abnegación en el «puesto avanzado de
Europa con su afianzamiento frente a la estepa». 172 Por eso, en un prin-
cipio silenció en su propaganda la capitulación de los supervivientes del
ejército de Stalingrado. Después de que el Führer, quien quería pasar
por alto la catástrofe con el menor ruido posible, le diera a Goebbels
permiso para presentar el asunto a la opinión pública, lo hizo en la radio
con un programa especial cuidadosamente preparado. Las grabaciones
de la ópera Rienzi de Richard Wagner constituyeron la parte princi-
pal.173 La tarde del 3 de febrero se embelleció tanto el final de la batalla,
diciendo que el sexto ejército, «fiel hasta el último aliento a la bandera
jurada (...) bajo el ejemplar liderazgo del general mariscal de campo
592 Goebbek

Paulus, ha sucumbido a la superioridad del enemigo y a lo desfavora-


ble de la situación»,174 que apenas se dejó notar la capitulación.
La catástrofe del Volga, aquella «imagen de una grandeza verdadera-
mente antigua»,175 pensaba Goebbels instrumentalizarla en el sentido de
su concepción de la guerra total. Su idea era presentar a la consternada
opinión pública alemana la alternativa «victoria o hundimiento» con
mucha insistencia durante un impresionante mitin. Quien quisiera la
victoria, tenía que aceptar su concepto de la guerra total con todas las
consecuencias, suponía Goebbels, y con su espectacular intervención
esperaba movilizar a la masa en su dirección para así poner fin a la
actual «falta de entusiasmo».
Goebbels empezó a tomar medidas en el distrito de Berlín antes de
su partida hacia Posen (Pozna) para el congreso de jefes de distrito del
6 de febrero, dando el pistoletazo de salida para cerrar todos los nego-
cios que no fueran de interés para la guerra. Ya el mes anterior había
ordenado dispensar a 300 hombres de su ministerio para laWehrmacht
y la industria armamentística, y sustituirlos por mujeres. Además refle-
xionó sobre cómo se podía evitar el creciente derrotismo en el barrio
gubernamental de Berlín176 e hizo poner en marcha una acción para
cerrar los restaurantes de lujo berlineses. Hasta entonces, los notables
comían allí por un precio de entre 50 y 100 marcos, sin presentar car-
tillas de racionamiento. El local sibarítico más conocido era Horcher,
cuyo explotador gozaba especialmente de las simpatías del mariscal del
Reich. Goebbels hizo que algunos miembros de las SA le rompieran
varias veces las lunas, porque no conseguía que cerrara. Temía que la
población se sintiera estafada si no «se actuaba por fin en serio», tam-
bién en las capas altas del partido.177
En el congreso de Posen y en la subsiguiente entrevista en el cuar-
tel general del Führer en Rastenburg, Goebbels no pudo, al parecer,
ampliar su influjo sobre la gestión total de la guerra. Su esfera de acción
debía seguir limitándose al tratamiento periodístico de las medidas de
totalización. Pero tenía que procurar que su tratamiento público no
derivara en una «corriente de lucha de clases».178 Tampoco pudo impo-
ner sus ideas de un cambio de rumbo en la política respecto a los pue-
¿Queréis la guerra total? 593

blos de la Europa oriental, con el que esperaba mejorar las condiciones de


lucha para los soldados alemanes en la Unión Soviética.
Esas consideraciones se las habían inspirado a Goebbels dos memo-
rias que le fueron presentadas en enero. 179 La primera procedía del Estado
Mayor del Ejército y dibujaba una imagen más que lóbrega de la
disposición anímica de la población en el este de Europa, que se acha -
caba al tratamiento despiadado e inhumano por parte de las tropas de
ocupación alemanas. Además —pudo leer Goebbels— los lemas ale-
manes sobre la inferioridad de la nacionalidad eslava y la necesidad de
exterminarla habían llegado a la opinión pública rusa —incluso se habla-
ba de caza de hombres—, lo que fortalecía la voluntad de resistencia
del Ejército Rojo y aseguraba cada vez mayor adhesión a la «guerra
patriótica» proclamada por Stalin. Cosas muy parecidas infirió Goeb-
bels pocos días después del informe del viejo compañero de partido
Hofweber.Aún el 10 de enero de 1943 Goebbels había dado una nega-
tiva a la propuesta del Estado Mayor del Ejército consistente en que
Hitler garantizara a todos los rusos en una declaración la igualdad de
derechos, la autonomía administrativa y el restablecimiento de la pro-
piedad privada; alegó que la propuesta adolecía de «una falsa valoración
del carácter nacional eslavo», que aprovechaba los éxitos políticos para
formular siempre nuevas pretensiones. 180 Ahora cambió de opinión. No se
podía poner en duda —escribió pocos días después— «que un lema
que afirme que en el este sólo combatimos el bolchevismo, pero no al
pueblo ruso, seguramente facilitaría de forma sustancial nuestra lucha
allí».181
Hasta mediados de febrero Goebbels trabajó en el proyecto de una
proclama oriental destinada a Hitler, en la que —con la ayuda del gene -
ralato— hacía suyas sus propuestas. La realidad era que, bajo la presión
de los acontecimientos militares, él había llegado entretanto a la con-
clusión de que «una persona con claras ideas políticas» ya no podía
«desoír la lógica demanda» de que en el este se procurara cierto «alivio
psicológico» para hacer más fácil la lucha militar y contrarrestar al mis mo
tiempo el creciente peligro partisano. 182 Ahora creía incluso que su catálogo
de medidas, 183 como complemento a la movilización total del
594 Goebbels

«frente de la patria», daría lugar a un «considerable remedio» de la cri-


sis en el este.184
La proclama preveía explicar a los pueblos de los territorios orien-
tales ocupados la victoria de Hitler y de las armas alemanas sobre la
«bestia Stalin» y sobre la «bestialidad del sistema bolchevique» como
algo que redundaba en su propio interés. Con esto no era compatible
el que se los denigrara públicamente y el que se los humillara en la con-
ciencia interna de su valía. Tampoco se tenían que repetir comentarios
sobre la colonización o la confiscación de tierras, a la par que se debía
«recalcar en todas las oportunidades que se presenten el deseo de liber-
tad, la voluntad de lucha contra el régimen terrorista bolchevique que
alienta a los pueblos sometidos por los soviéticos, su naturaleza de sol -
dados así como su diligencia en el trabajo».185 «Todas las fuerzas del con-
tinente europeo, es decir, también de manera especial las de los pueblos
orientales» debían movilizarse para la lucha contra el «bolchevismo
judío».186 Pero Hitler rechazó secamente el intento del ministro de Pro-
paganda. Sólo quería pronunciar una proclama de forma paralela a la
reanudación de las operaciones ofensivas en el este. 187 Goebbels echó la
culpa a su enemigo íntimo Rosenberg, porque éste se había dirigi do a
Hitler con una petición semejante «a destiempo». 188
Con el fanático deseo de producir ahora una verdadera «obra maes-
tra de su retórica», la tarde del 14 de febrero Goebbels dictó un texto
que corrigió por primera vez esa misma noche y que revisó varias veces
en los días siguientes, hasta la madrugada del 18 de febrero. 189 El 17 de
febrero suavizó «algunos fragmentos demasiado duros» y dejó que el
Ministerio de Exteriores repasara los pasajes relacionados con la polí -
tica exterior. Convencido de que su discurso estaba «muy conseguido»,
de que era un «gran logro», y «con bastante certeza» de que sería un
«gran éxito», se subió la tarde del 18 de febrero a su Mercedes a prue -
ba de balas, que le llevó al palacio de deportes. Poco antes de las cinco
pisó la «arena», ocupada hasta el último asiento, en la que también se
encontraban su mujer Magda y, por vez primera, sus dos hijas mayores,
Helga y Hilde. Speer refiere que en el caso de la audiencia restante se
trataba de «un despliegue de personalidades que habían convocado las
¿Queréis la guerra total? 595

organizaciones del partido», entre las que se hallaban «intelectuales y


actores populares» como Heinrich George, «cuyas reacciones aproba-
torias debían impresionar al pueblo a través de las cámaras del Wochens-
chau».m Además, el gabinete del Reich casi al completo, una serie de
jefes del Reich y de los distritos, así como prácticamente todos los secre-
tarios de Estado se habían dado cita en el palacio de deportes, en cuyas
balaustradas resaltaba una pancarta en la que se podía leer: «Guerra total,
guerra más corta».
Cuando Goebbels subió a la tribuna con una cara enérgica y tensa
para hablar a «las y los compatriotas alemanes», evocó Stalingrado como
la «gran voz de alarma del destino» y como símbolo de la heroica lucha
contra el «embate de la estepa», aquel «espantoso peligro histórico» que
«eclipsa plenamente todos los peligros que ha sufrido hasta ahora el
Occidente».191 Detrás de las divisiones soviéticas que avanzaban impe-
tuosamente «vemos ya a los comandos de liquidación judíos», y detrás
de éstos se erguía «el terror, el fantasma del hambre de millones de per-
sonas y de una completa anarquía europea. Aquí el judaismo interna-
cional demuestra ser una vez más el diabólico fermento de la descom-
posición, que encuentra una satisfacción verdaderamente cínica en
abocar al mundo a su más profundo desorden y, por tanto, provocar la
caída de culturas milenarias en las que nunca tuvo una participación
interna».
Goebbels expuso el atroz escenario en todas sus variantes para lue-
go dar la única respuesta llena de odio que le parecía posible, la de com-
batir el supuesto terrorismo con el contraterrorismo. Había que poner
fin a los «melindres burgueses», profirió Goebbels con una voz muy
aguda, para luego, tras el atronador aplauso, dar paso a su exigencia, la
guerra total. Era la necesidad del momento. Recurrió a sus viejas
ideas de inspiración socialista, a su visión de la «comunidad popular»
que al fin y al cabo nunca había llegado a ser realidad, y siguió dicien-
do que el partido no podía tener en cuenta la clase ni la profesión; se
debía apelar a pobres y ricos, a los de alta y baja extracción. Esto no
tenía nada que ver con el bolchevismo. Antes bien, se trataba de derro-
tar al bolchevismo.
596 Goebbels

La catástrofe de Stalingrado, en la que se manifestó el fracaso defi -


nitivo de la campaña oriental y, por ende, de toda la guerra, fue trans -
formada por Goebbels en un lance positivo de la fortuna, pues el pue -
blo alemán se había «beneficiado profundamente» de ella. En su opinión,
sólo el «sacrificio heroico» de Stalingrado había dado vía libre para lle-
gar al convencimiento —augurio de salvación— de que únicamente el
inquebrantable deseo de la guerra total conducía a la «victoria final».
Según esta lógica, Stalingrado adquiría una «transcendencia histórica
decisiva». «No ha sido en vano. Por qué, lo demostrará el futuro».
Éstas eran las mismas imágenes —aunque en una dimensión com-
pletamente distinta— que había utilizado veinte años antes en su Michael.
Entonces, su héroe novelesco ofrecía el sacrificio redentor a través de
su muerte en la mina y daba lugar a una fe fetichista que proporciona -
ba fuerzas. Esta fe, la superación de la razón, tenía que producir ahora
también el «milagro de lo imposible». Goebbels mencionó como «prue-
ba» de esa fuerza que radicaba en la fe, además del ascenso del partido,
la Guerra de los Siete Años de Federico el Grande. «El gran rey» ven-
ció aunque ya en el segundo de los siete «años infernales» sufrió una
derrota que hizo tambalearse a toda Prusia. Pero estas derrotas no eran
decisivas; lo decisivo era más bien —según Goebbels— que «el gran rey
—a él se le dedicó una película homónima de la categoría «propagan -
da de resistencia»— permanecía firme ante todos los reveses del desti -
no, que asumía imperturbable la fluctuante fortuna bélica y que su cora-
zón de hierro vencía cualquier peligro». Del mismo modo que Federico
había tenido fe y vencido, Hitler también tenía fe y vencería —sugirió
Goebbels a sus oyentes—; el camino del Reich a la victoria estaba «basa-
do en la fe en el Führer».
Goebbels había subido a la tribuna de oradores para transmitir esto
a los «compatriotas».Ya durante su exposición le habían brindado un
impetuoso aplauso. Cuando llegó al final y preguntó a los reunidos si
creían con el Führer en la definitiva victoria total de las armas alema -
nas —«¿Queréis la guerra total? ¿Queréis que sea, si es necesario, más
total y más radical de lo que hoy nos la podemos imaginar?»—, el pala-
cio de deportes enloqueció. Cuando luego el ministro de Propaganda,
¿Queréis la guerra total? 597

agotado pero concentrado, gritó a la masa delirante con voz apasiona-


da el conocido «Ahora pueblo levántate y que se desate la tormenta»,
un «caos de frenética animosidad» lo inundó todo. 192 Se desarrollaron
escenas de la más excesiva histeria colectiva, como no se habían visto
en el palacio de deportes ni siquiera en la «época de lucha». La Gran
Radio Alemana siguió emitiendo otros veinte minutos, para fanatizar
también a los oyentes.
Goebbels, que vio en su discurso la «obra maestra» por antonoma-
sia de su actividad oratoria, analizó con Speer, quien le acompañó a
casa, el efecto psicológico de sus bien calculados arrebatos emociona-
les. Preguntó al ministro de Armamento si había observado cómo el
público había reaccionado al más pequeño matiz y había aplaudido jus-
to en los momentos oportunos. Era el «público mejor adiestrado» que
se podía encontrar en Alemania.193 En los días siguientes se recreó con
los elogios de la prensa, recopilados solícitamente. Una impresión gro-
tesca causa su alegría por las reacciones de la prensa nacional, teniendo
en cuenta las precisas instrucciones de su propio ministerio. Habló de
una «sensación de primera clase», de una verdadera «repercusión gigan-
te» y de «artículos realmente fantásticos» sobre su persona.194
En efecto, el discurso entusiasmó a muchos que lo oyeron a través
de los receptores públicos en todas las partes del Reich. Esto es lo que
se desprende al menos de los informes realizados por los departa -
mentos propagandísticos del Reich.195 Se volvía a tener un absoluto
optimismo, refirió Bochum, donde había surgido una «ligera atmós-
fera de pogromo» contra los judíos que aún vivían en la ciudad. Müns-
ter comunicó que el discurso del ministro se consideraba «como uno
de los más elocuentes y cercanos al pueblo» y que se identificaba con
las duras exigencias de la guerra total. Es posible que estos y otros
informes fueran exagerados, pero no cabía duda de que el ministro
de Propaganda, lleno de odio y obcecación, había conseguido impe-
ler a una parte de los alemanes —personas que ahora creían luchar
por su propia supervivencia, pero que a fin de cuentas sólo alargaban
con ello la guerra y su propia desgracia— a movilizar las últimas reser-
vas de energía
598 Goebbels

Después del mitin, un gran círculo de altos funcionarios del parti-


do se dio cita en el domicilio oficial de Goebbels,196 entre ellos el general
mariscal de campo Erhard Milch, el secretario de Estado del Ministerio
de Interior del Reich y de la consejería de Interior prusiana,
Wilhelm Stuckart, el vicepresidente del Estado Mayor Económico del
Este, Paul Kórner, así como Ley y Thierack. Allí se defendió la opinión
de que el mitin había sido «una especie de tácito golpe de Estado», un
golpe de Estado contra la burocracia odiada por Goebbels. En ella veía
éste uno de los principales obstáculos para la aplicación de su plan. Fal-
taban las estructuras que habrían hecho posible una rápida actuación,
empezando desde la baja administración y terminando en el entorno
más inmediato de Hitler. La máxima del Führer de «divide y vencerás»
tenía consecuencias más nefastas a medida que él mismo, paralizado por
los reveses de la guerra, iba perdiendo iniciativa, lo cual no podían com-
pensar los subordinados de su entorno que recibían órdenes. A Bor-
mann le faltaba inteligencia, Lammers era un vacilante y «exagerado
jurista y burócrata» y Keitel un modesto soldado, un «cero a la izquier-
da», como decía Goebbels.
Sin embargo, para acelerar la guerra total, esa tarde del 18 de febre-
ro de 1943 se discutió la propuesta, presentada por Milch y Speer, de
ganarse a Góring como aliado. Se esperaba que con la colaboración del
mariscal del Reich se pudiera reactivar el consejo ministerial para la
defensa del Reich, cuya presidencia desempeñaba Góring, y desman-
telar así la comisión tripartita y su influjo sobre Hitler.Ya el 2 de marzo
de 1943, tras la mediación de Speer y Milch, el mariscal del Reich
recibió al ministro de Propaganda en su residencia veraniega del Ober-
salzberg para una entrevista de la que Goebbels esperaba una «trascen-
dencia decisiva para toda nuestra estrategia bélica».197 Aunque en los
últimos tiempos habían vuelto a estar a la orden del día «nimias discre-
pancias» entre ellos, Góring, que cada vez se abandonaba más a las dro-
gas, recibió a su invitado «con la mayor amabilidad» y le atendió «fran-
camente, con el corazón abierto». Después de que Goebbels expusiera
sus planes, ambos estuvieron plenamente de acuerdo en que ahora había
que actuar. «Sobre todo en la cuestión judía estamos tan comprometí-
¿Queréis la guerra total? 599

dos que ya no tenemos ninguna escapatoria.Y está bien así. Un movi-


miento y un pueblo que han quemado las naves luchan por experien-
cia de una manera mucho más incondicional que aquellos que tienen
una posibilidad de retirada».198
Para cambiar el rumbo, Goebbels y Góring acordaron una reactiva-
ción del consejo ministerial para la defensa del Reich. Goebbels y
Speer se harían también miembros. En ningún caso se debía hablar con
demasiada claridad a los demás miembros del consejo ministerial. «No
deben saber que queremos privar de influencia paulatinamente a la
comisión tripartita. Somos sencillamente una liga fiel al Führer», opi-
naba Goebbels,199 que coincidió de inmediato con Goring y Speer en
que «la misión de los amigos más estrechos del Führer» era «agruparse
en torno a él en estos tiempos de necesidad y formar una férrea falan-
ge alrededor de su persona».200
Después de la conversación con Góring, Goebbels veía aún más
motivo para convencerse: «Todavía tenemos muchas oportunidades en
la toga. En modo alguno hemos estado jugando a un juego fútil. Si apro-
vechamos nuestras posibilidades, podemos dar un giro fundamental a
la guerra en relativamente poco tiempo».201 Pero las cosas iban a tomar
otro rumbo cuando el 8 de marzo de 1943 Goebbels se reunió con
Hitler, que pocos días antes había vuelto a hablar por primera vez a sus
«compatriotas», en su cuartel general ucraniano de Vinnitsa. Goebbels
le iba a explicar, al menos en síntesis, los planes para la activación del
consejo ministerial para la defensa del Reich. Nada más llegar, Speer le
informó de que a Hitler apenas se le podía hablar sobre Góring debi-
do a los ataques aéreos masivos de los aliados, que casi no habían encon-
trado trabas. De inmediato, Goebbels consideró «inoportuno» exponer
lo que deseaba y lo dejó para más tarde.202
Así, Goebbels y Hitler estuvieron hablando cuatro horas sin tocar
siquiera el verdadero tema. En la cena se les sumó Speer. Hasta la madru-
gada estuvieron sentados al fuego de la chimenea, «relajados, casi pláci-
damente». Goebbels sabía cómo entretener a Hitler. «Con gran elo-
cuencia, con frases agudas, con ironía en el sitio adecuado, con admiración
cuando Hitler lo esperaba, con sentimentalismo cuando el momento y
600 Goebbels

el tema lo requerían, con chismes y amoríos. Mezclaba todo magistral-


mente: teatro, cine y viejos tiempos; pero Hitler —como siempre—
también pedía que le hablara extensamente sobre los niños de la fami-
lia Goebbels; sus opiniones infantiles, sus juegos preferidos, sus obser-
vaciones a menudo certeras distraían (...) a Hitler de sus preocupacio-
nes. Cuando Goebbels conseguía fortalecer la seguridad de Hitler en
sí mismo evocando los viejos tiempos de apuros y su superación, y hala-
gar su vanidad, que en la sobriedad de las relaciones militares encon-
traba tan poca satisfacción, Hitler por su parte mostraba su agradeci-
miento ponderando los logros del ministro de Propaganda y reforzando
de este modo su confianza en sí mismo». 203 Así pues, alabó el discurso
goebbeliano sobre la guerra total como un «exitazo» y aseguró a su
admirador «por milésima vez» que no sólo estaba contento con su tra-
bajo, sino que francamente lo admiraba. La propaganda bélica alemana
era una obra maestra de principio a fin.204
Viendo fortalecida su confianza en sí mismo y sucumbiendo de nue-
vo enteramente a Hitler, Goebbels no llegó a mencionar su objetivo
principal, por el que realmente había emprendido el largo viaje hasta
Vinnitsa. Además llegó de sopetón la noticia de los violentos ataques
aéreos sobre Nuremberg, como consecuencia de los cuales Hitler lan-
zó duros reproches contra el «inepto mariscal del Reich». Goebbels,
que intentaba apaciguar, tampoco progresó con su idea de una procla-
ma oriental. Hitler había tocado el tema de pasada. La situación en el
este todavía no estaba lo bastante estabilizada, y además el bolchevismo
era tan odiado y temido en la población «que la tendencia antibolche-
vique de nuestra propaganda es más que suficiente».205 De todos modos,
Goebbels parecía haber recobrado la esperanza de que Hitler contro-
lara la crisis sin su intervención, pues se alegró mucho «de que, pese a
su aislamiento en el cuartel general, el Führer vea las cosas de una mane-
ra tan clara y realista», lo que una vez más daba a Goebbels «motivos
para depositar grandes esperanzas en el futuro».206
De vuelta en Berlín, Goebbels siguió persiguiendo su objetivo de
desmantelar la comisión tripartita. Para ello se volvió a reunir varias
veces con Speer, Ley, Funk y Góring. El 17 de marzo, en el palacio ber-
¿Queréis la guerra total? 601

linés del mariscal del Reich situado en la Leipziger Platz, deliberaron


durante tres horas. Góring hizo primero una extensa exposición de las
actuales relaciones de poder dentro del partido con una caracterización
psicológica del Führer. Lo más importante era —dijo— tratarle correc-
tamente y presentarle las propuestas en el momento adecuado con los
argumentos oportunos. Desgraciadamente, habían perdido algunas oca-
siones en ese terreno, ya que Bormann, Lammers y Keitel habían pro-
cedido ahí con mucha más habilidad.207 Mientras que Speer, Funk y
Ley estaban sentados en silencio, Góring y Goebbels se dejaron llevar
mutuamente a la relación obsesiva de los peligros para Hitler que ema-
naban de la comisión tripartita, y consideraron posibilidades para sacar
a Hitler de su aislamiento. «Goebbels parecía haber olvidado por com-
pleto cómo Hitler había despreciado a Góring pocos días antes». 208 Para
terminar, el mariscal del Reich prometió jactanciosamente despachar
el asunto en su próximo encuentro con el Führer.
Sin embargo, el nuevo intento contra los miembros de la comisión
tripartita, acordado en esta entrevista, no se produciría, pues nada menos
que el propio Führer había creado un obstáculo que Goebbels no
podía franquear: Bormann, la eminencia gris de una influencia conti-
nuamente creciente, había sido nombrado por Hitler «secretario del
Führer», adquiriendo así la posibilidad de injerirse en todos los minis-
terios. En la manera que le era propia, Goebbels se decía en adelante
que se había dejado engañar por el «gordo y vago» mariscal del Reich,
cuyo crédito sufría cada vez más menoscabo ante Hitler por el com-
pleto fracaso del arma aérea alemana en la defensa de los bombardeos
aliados. Al contrario, después de que, al margen del entierro del jefe de
las SA Lutze, que había sufrido un accidente, Goebbels hablara con
Hitler, Ley y Bormann sobre algunos nombramientos en el partido,
encontró que el secretario se comportaba de una forma «extraordina-
riamente leal» y que las recriminaciones que se le hacían carecían en
buena parte de justificación. Así olvidó que él mismo había sido el
impulsor de los reproches contra Bormann, así como el hecho de que
había fracasado el plan de realizar la guerra total por medio de la reac-
tivación del consejo ministerial.
602 Goebbeh

Aún con más fanatismo, Goebbels se volvió a dedicar ahora a la «des-


judeización» de la capital del Reich.209 Puesto que el alcance y la velo-
cidad de las deportaciones hacia Auschwitz no correspondían todavía
a sus ideas —entre principios de enero y finales de febrero de 1943
habían abandonado la capital del Reich cinco trenes con 5.000 perso-
nas—, la noche del 27 de febrero de 1943 puso en marcha una gran
razia en las fabricas de municiones berlinesas. Hizo que la Leibstandar-
te las rodeara y que los judíos obligados a trabajar a la fuerza en los talle-
res permanecieran detenidos hasta que los transportes estuvieran dis-
puestos. Hasta el 2 de marzo, más de 3.000 de ellos emprendieron en
condiciones infrahumanas el viaje hacia el campo de la muerte. De todos
modos, Goebbels anotó que la razia no había sido un éxito rotundo;
desgraciadamente, una vez más se había puesto de manifiesto «que la
buena sociedad, en particular los intelectuales, no entiende nuestra polí-
tica judía y en parte se pone del lado de los judíos. En consecuencia,
se ha dado a conocer nuestra acción antes de tiempo, de manera que se
nos ha escapado de las manos una gran cantidad de judíos. Pero los
vamos a coger. En cualquier caso, yo no voy a descansar hasta que al
menos la capital del Reich quede totalmente libre de judíos».210
Exceptuando a 4.000, a los que no se había podido detener o que
vivían como cónyuges en «privilegiados matrimonios mixtos» (en rea-
lidad debían de ser en ese momento unos 18.000), el 11 de marzo Goeb-
bels creyó haber alcanzado su objetivo. Con el transporte de 946 judí-
os a Auschwitz al día siguiente y con el de entre 300 y 400 en cada uno
de los meses de abril, mayo y junio, se puso fin a las grandes deporta-
ciones, principalmente con destino hacia Auschwitz. En un total de 63
transportes fueron deportados y asesinados 35.738 judíos de los 66.000
que aún vivían en la ciudad en 1941. Además, hasta el final de la gue-
rra, 117 de los denominados transportes de ancianos llevaron aThere-
sienstadt (Terezín) a 14.979 judíos, de los que muy pocos sobrevivie-
ron.211 A éstos, pero también a millones de judíos europeos —sobre
todo intelectuales— fue Goebbels quien les preparó el camino a la
muerte; el 19 de mayo de 1943 su distrito fue declarado «libre de ju-
díos», en lo cual vio su «mayor logro político».212
¿Queréis la guerra total? 603

Al ministro de Propaganda no le atormentaban los escrúpulos. Cuan-


to más se alejaba el éxito militar, más veía en el «exterminio» del ju-
daismo la parte realizable de la gran misión histórica del nacionalso-
cialismo para la salvación de Occidente. Su supuesta amenaza justificaba
en la lógica demencial del ministro de Propaganda que también fueran
asesinados niños, mujeres y ancianos, lo que se convirtió en un «deber»
para Goebbels. Sin embargo, su propaganda no había conseguido gene-
ralizar semejantes ideas en el pueblo alemán. Por eso el genocidio tuvo
que mantenerse en secreto. De todos modos, en la situación excepcio-
nal de la guerra, la propaganda había agravado la tendencia de muchos
a mirar para otro lado, sobre todo cuando aquello que trascendía a la
opinión pública sobre los campos de exterminio parecía demasiado
monstruoso como para poder creerlo.
Por el contrario, las informaciones sobre la «solución final» movili-
zaron a los países extranjeros enemigos en su lucha contra Alemania.
Desde finales de 1942,1a radio británica, pero también el servicio infor-
mativo soviético, emitieron informes realistas, en parte en lengua ale-
mana, sobre el alcance y el modo de los asesinatos en masa, como resul-
tado de los cuales se exigían consecuencias. 213 Por ejemplo, el arzobispo
de York exhortó a las potencias aliadas en su mensaje de Año Nuevo a
emprender una cruzada «para liberar a la humanidad de la atroz barba-
rie que supone el exterminio de los judíos».214
No obstante, en vista de semejantes informaciones, la propaganda
exterior goebbeliana tenía aún más interés en desenmascarar a la Unión
Soviética como el «pestilente enemigo público» y, por tanto, en de-
sacreditarla como cómplice de los aliados occidentales. Una oportuni-
dad para ello se presentó el 4 de abril de 1943, cuando el secretario de
Estado Gutterer recibió un teletipo de un sargento de las SS de Smo-
lensk, que llegó a través de la oficina principal de seguridad del Reich. 215
Informaba sobre una fosa común cercana a un lugar llamado Katin, en
la que yacían oficiales y soldados polacos atados. Según las estimacio-
nes del miembro de las SS, se trataba de 6.000 ejecutados por las for-
maciones de guardia de la NKWD,216 cuyos cadáveres se habían con-
servado medianamente bien en la tierra arcillosa. «Se ha encontrado,
604 Goebbels

entre otros a un general, a oficiales superiores del Estado Mayor, a un


obispo. Se han confiscado numerosos documentos de identidad, chapas
de identificación, amuletos, diarios». Puesto que existía peligro de con-
tagio y el Grupo de Ejércitos había impedido la utilización propagan-
dística de este hallazgo —en precedentes descubrimientos del mismo
tipo los cadáveres exhumados habían servido exclusivamente como
objeto de estudio a los médicos militares, sin que intervinieran siquie-
ra las autoridades propagandísticas— el sargento de las SS aconsejaba
una rápida actuación.
Una vez que la información llegó con retraso hasta Goebbels, puso
en marcha su maquinaria propagandística con la colaboración de Berndt,
que había regresado de África. Goebbels dio las directrices en la con-
ferencia de las once del 8 de abril.217 En su transcurso indicó lo impor-
tante que era que, después de un primer grupo de periodistas cuya par-
tida hacia Smolensk estaba prevista para el día siguiente, se convencieran
de las atrocidades, también in situ, periodistas polacos, sacerdotes, eru-
ditos y delegaciones de los países extranjeros neutrales, así como de los
territorios occidentales ocupados. Además quería enviar allí a un escri-
tor renombrado en Europa —estaba pensando en el autor de Vía Mala,
John Knittel, que odiaba a Inglaterra y que quería haber entrado con
Rommel en Egipto—, «que podría entonces redactar una carta abier-
ta, un grito de socorro de un europeo».
Lo que los periodistas vieron y comunicaron desde el bosque de
Katin, Goebbels lo consideró tan «espantoso» que le llevó a especular
que la cosa se convertiría en un «gigantesco asunto político (...) que
eventualmente aún tendrá una importante repercusión».218 No se equi-
vocaba. A pesar de las afirmaciones de Moscú de que los asesinatos ha-
bían sido cometidos por los alemanes, el gobierno polaco exiliado en
Londres dirigió un comunicado a la opinión pública en el que se alu-
día a las infructuosas solicitudes de información sobre la suerte de miles
de soldados polacos que habían caído en cautiverio soviético en el año
1939. Los polacos sabían perfectamente que la propaganda alemana
difundía mentiras, pero en este caso el gobierno polaco se había diri-
gido a la Cruz Roja Internacional para pedirle el envío de una comi-
¿Queréis la guerra total? 605

sión, se decía.219 Puesto que el gobierno del Reich pidió ese mismo día
una investigación del asunto por parte de la Cruz Roja, el Pravda [La
verdad] acusó sin más a los polacos de ser «cómplices» de Hitler. El 26
de abril, Stalin, ya con vistas al futuro, hizo romper a través del minis-
tro de Exteriores Molótov las relaciones diplomáticas de la Unión Sovié-
tica con el gobierno civil polaco en el exilio.220
El ministro de Propaganda manifestó triunfante: «Todas las emiso-
ras y periódicos enemigos concuerdan en la opinión de que la ruptu-
ra se debe considerar como un éxito total de la propaganda alemana,
en especial de mi persona. Se admira la extraordinaria astucia y habili-
dad con la que hemos sabido unir al caso Katin una cuestión de gran
trascendencia política. En Londres están sumamente desconcertados por
este éxito de la propaganda alemana. Ahora de repente se ven aparecer
grietas en el bando aliado».221 Sin embargo, Goebbels sobrevaloró estas
grietas, acerca de las cuales prohibió entrar en detalles a la radio y a la
prensa del Reich, pues Churchill y Roosevelt apostaban por el más
fuerte, es decir la Unión Soviética. ¿Qué significaban unos cuantos miles
de ciudadanos asesinados de un Estado polaco que no existía desde hacía
años?
La alegría del ministro de Propaganda se vio enturbiada por los
acontecimientos del escenario bélico norteafricano. El 5 de mayo los
británicos habían emprendido allí la ofensiva decisiva y habían divi-
dido en dos grupos a las tropas del Eje que defendían la cabeza de
puente tunecina. El problema propagandístico que se le planteaba a
Goebbels no consistía en transmitir a la opinión pública sólo el nue-
vo revés que se perfilaba, sino también el hecho de que el general
mariscal de campo Rommel, ligado indisolublemente a la campaña
africana, había regresado ya hacía semanas al Reich. Puesto que pare-
cería muy sospechoso no revelar la verdad hasta que se hubiera pro-
ducido la catástrofe, Goebbels, que por otra parte no quería perjudi-
car el prestigio de Rommel con una derrota, hizo que el Alto Mando
de la Wehrmacht anunciara nada más comenzar la ofensiva británica
que el «Zorro del desierto» se había tomado dos meses de permiso
para recuperarse.222
606 Goebbels

Goebbels celebró la derrota en África como una victoria. En el foco


estuvo una vez más Rommel. Éste se reunió a principios de mayo varias
veces con Goebbels y Berndt para redactar un informe radiofónico
definitivo titulado «Veintisiete meses de lucha en África». 223 El culto a
la personalidad del «genial estratega», que había recibido de manos del
Führer el bastón de mariscal en un soleado día de otoño, el culto a ese
«maestro de los ardides de guerra», que jugaba al gato y al ratón con los
Tommys,224 no podía cambiar el hecho de que al mismo tiempo capi-
tularan en Túnez 240.000 soldados alemanes e italianos. Goebbels ocul-
tó estas cifras y aseguró en cambio que estaba fuera de toda sospecha
de «querer encubrir los acontecimientos en Túnez por razones de la
moral bélica del pueblo alemán».225
No sólo la derrota en el norte de África, sino también los ataques
aéreos británicos y americanos, cada vez más frecuentes, habían lleva-
do en mayo a una caída de la disposición anímica en toda Alemania,
como se desprendía de los informes secretos del Servicio de Seguri-
dad.226 «Nos cuestan mucho desde el punto de vista material y moral»,
reconoció Goebbels,227 quien cada vez consideraba más que su misión
consistía en restringir las consecuencias psicológicas de estos ataques a
través de sus intervenciones personales. Así viajó de ciudad en ciudad
como presidente de la comisión interministerial para la reparación de
los daños aéreos, labor que se le había encomendado en enero. 228 En
junio habló durante un mitin de duelo enWuppertal-Elberfeld, su lugar
de acción de la primera época de lucha, con el que «nunca había roto
los vínculos afectivos»;229 en julio, en Colonia, después de un gran ata-
que aéreo. En todas partes se le daba una cordial bienvenida. Estas per-
sonas que sufrían sentían que al menos alguien se preocupaba por su
destino, anotó su informante Semler.230 Cuando a finales de mes Goeb-
bels visitó la vieja ciudad hanseática de Hamburgo, donde habían muer-
to 30.000 personas en un infierno que duró siete días, no fue de otra
forma.
La propaganda de Goebbels no negaba los graves daños que deja-
ban los ataques aéreos, pues él defendía la opinión de que al pueblo sólo
se le podía dar más «apoyo moral» abordando abiertamente los proble-
¿Queréis la guerra total? 607

mas. Al mismo tiempo se intentaba convencer al enemigo de la sinra -


zón de los ataques aéreos, ya que se afirmaba que fortalecían la moral
de la población. En caso de que fuera cierto, esto sólo se aplicaba a una
pequeñísima minoría. Pero Goebbels creía que se estaba operando u
na «transformación interesante» en el pueblo. «Los positivos se vuelven
más fanáticos en su fe en la victoria; los negativos, sobre todo los cír -
culos intelectuales, exageran sus comentarios derrotistas». 231
Contra esos «derrotistas» que expresaban sus pensamientos con un
juicio realista de la situación, Goebbels empezó a arremeter una vez
más con toda dureza. En su opinión, eran ellos los que saboteaban la
ideología prometedora de doblegar la realidad a través de la fe. Con una
oleada de asambleas en todas las partes del Reich se debía infundir a los
«compatriotas» con machaconería la confianza en la victoria y la fe cie ga
en Adolf Hitler. De forma paralela se exhortaba a denunciar a los
«derrotistas». Ahora solía bastar un comentario escéptico sobre el resul -
tado de la guerra para ser detenido por la Gestapo y ser condenado a
muerte por el Tribunal del Pueblo. A otros, como el director de cine
Herbert Selpin y periodistas de la oposición como Erich KnaufF y el
genial dibujante de prensa E. O. Plauen, Goebbels los incitó al suicidio
por medio del terror.232
Cómo se podía conciliar una visión objetiva, como el conocimien to
de la gravedad de la situación, o el conocimiento en general, con la fe
en la «victoria final», lo explicó el ministro de Propaganda durante su
conferencia «El trabajador intelectual en la lucha decisiva del Reich», que
pronunció el 9 de julio de 1943 en la Universidad de Heidelberg,
donde se había doctorado en el año 1921. «No pertenecemos como
tales a las naturalezas ingenuamente felices, que sacan su fuerza inago -
table sólo de la fe. Pero nosotros no buscamos degradar el conocimiento
y el saber a una prueba en contra de la fe, sino que más bien los con -
vertimos en su principal fundamento. El conocimiento a medias con -
duce a menudo a la cobardía; en cambio, sólo el conocimiento pleno
y la más absoluta profundidad del saber dan a la fe su victoriosa fuer za,
que permanece inquebrantable incluso en tempestades y tormen-
tas».233
608 Goebbels

Para preparar el camino a la superación colectiva de la razón con


vistas a una fe ciega, creó una acción cuyo objetivo era difundir siste-
máticamente rumores entre la población, según los cuales las promesas
de represalia se iban a cumplir enseguida por medio de unas nuevas
armas, «armas prodigiosas».234 La acción se coordinó probablemente en
la Oficina Schwarz van Berk del Ministerio de Propaganda, que, bajo
la dirección del homónimo coronel de las SS, seleccionaba oficialmen-
te noticias sobre Alemania para el extranjero, pero que en realidad se
había fundado con el fin expreso de propagar rumores y consignas.235
Con qué eficacia se trabajaba allí, se desprende del informe del Servi-
cio de Seguridad del 1 de julio de 1943. En él se decía que los rumo-
res sobre las nuevas armas estaban desde hacía algunos días tan exten-
didos en todo el territorio del Reich que prácticamente todos los
«compatriotas» se sentían afectados por ellos de alguna manera. No sólo
se divulgaban noticias, a veces muy detalladas, sobre las nuevas armas
en las conversaciones entre amigos, sino en parte abiertamente en los
medios de transporte, en los restaurantes, etc., que habían despertado
por doquier grandes esperanzas en el éxito de las represalias.236
Estas esperanzas eran aún más necesarias puesto que en aquel vera-
no la serie de reveses parecía no tener fin. En el este, la ofensiva que
comenzó a principios de julio en Kursk tuvo que ser interrumpida tras
una violenta batalla blindada, porque el Ejército Rojo había empren-
dido por su parte un exitoso contraataque. La propaganda ocultó esto
a la opinión pública. En lugar de ello, en una mezcla de llamamientos
a la resistencia y de una fraseología que expresaba la fe en la victoria
final, se hablaba de un «enemigo implacable», de una «soldadesca embru-
tecida», cuyo ataque contra las líneas defensivas alemanas había que
rechazar si Europa no quería irse a pique.
Goebbels era consciente de la gravedad de la situación, pues confe-
só a su diario que le invadían unos «ligeros escalofríos» cuando miraba
el mapa y comparaba «lo que aún poseíamos el año pasado por estas
fechas y hasta dónde se nos ha hecho retroceder ahora». 237 A finales de
agosto de 1943 le comentó a su nuevo jefe de prensa, Wilfred von Oven,
que Alemania podía perder la guerra. En ese caso su decisión era fir-
¿Queréis la guerra total? 609

me: «Yo renunciaría gustosamente a una vida bajo el dominio de nues -


tros enemigos. O bien controlamos esta crisis —y para ello movilizaré
todas mis energías— o me inclinaré una vez más profundamente ante
el genio inglés y me pegaré un tiro». 238 Goebbels, que desde ese momento
guardaba una pistola de calibre 6,35 en el cajón de su mesa, 239 volvía a
escapar sin embargo a esos pensamientos gracias a su fe. Su experiencia
vital, la desesperación personal de los años posteriores a la Primera Guerra
Mundial, de la que le había sacado aquella fe, o la crisis del partido en
el año 1932, que sólo habían superado gracias a su inquebran table fe,
corroboraban esa manera de proceder.
Una vez más, una visita a Hitler le dio nueva fuerza. El 9 de sep-
tiembre partió hacia Rastenburg, 240 después de haber guardado silencio
como consecuencia de la caída de Mussolini y de la complicada
situación en Italia, después de que el ambiente en Alemania hubiera
seguido empeorando y él considerara aún más urgente que Hitler se
volviera a dirigir por fin al pueblo alemán a través de la radio tras una
pausa de medio año. Tuvo éxito. Su admirado Führer escribió ese mis -
mo día un discurso del que Goebbels afirmó con entusiasmo que esta -
ba impregnado completamente por un «espíritu clausewitziano». En él,
Hitler condenaba la «traición de la camarilla de Badoglio», proclamaba
su inviolable amistad hacia el Duce y esbozaba las medidas para asegu-
rar la posición alemana en Italia. Al mismo tiempo advertía a los «com-
patriotas» que semejante traición nunca podía ser cometida en el Reich.
Además anunciaba las represalias por el terrorismo aéreo angloameri -
cano y apelaba finalmente, pese a todas las cargas actuales, a la «victoria
final» de Alemania, de la que Goebbels estaba convencido.
Como consecuencia del discurso de Hitler y de los «duros golpes»
contra Italia, en particular la toma de Roma por parte de la Wehrmacht
alemana, Goebbels creyó, aún bajo la impresión de las últimas horas en
el cuartel general del Führer, poder distinguir un cambio de opinión
hacia lo positivo. Sin embargo, sólo se trataba de la satisfacción de muchos
de que ahora por fin le tocara el turno a los italianos, contra los cuales
el odio era «indescriptiblemente grande», según constató Goebbels. 241
En ese sentido, el ministro de Propaganda no se consideraba una excep-
610 Goebbels

ción. Sin embargo, después de que los paracaidistas alemanes liberaran


a Mussolini, en una operación espectacular, de su reclusión en el Gran
Sasso, un macizo montañoso de los Abruzos, se formó un juicio escép-
tico de las cosas: «Mientras no estaba el Duce, se nos ofreció la opor-
tunidad de hacer tabla rasa en Italia. Sin ninguna consideración y apo-
yándonos en la grandiosa traición del régimen de Badoglio, pudimos
solucionar las cuestiones que quedan pendientes con respecto a Italia.
Yo pensaba que, salvando el Tirol del Sur, nuestra frontera se extende-
ría eventualmente hasta Venecia».242
Ahora, después de que se aclararon las cosas, Goebbels dio instruc-
ciones a la prensa y a la radio de abandonar la actitud expectante para
tratar los acontecimientos italianos en el tenor de Hitler. El mismo, tras
semanas de pausa, tomó la palabra en un editorial del Reich.243 Aunque
en él Goebbels trataba de causar la impresión de que por supuesto ha-
bían adivinado la «traición planeada por la camarilla de Badoglio» inme-
diatamente y «en su totalidad», pero que habían guardado silencio en
«atención a nuestros intereses nacionales»,244 su propaganda no fue capaz
de aumentar la confianza de la población en la estrategia bélica alema-
na. Entretanto, los aliados habían desembarcado en tierra italiana, y en
el este se había puesto en marcha la contraofensiva soviética en el sec-
tor central del frente, que hasta finales de septiembre de 1943 llevó a la
reconquista de la cuenca del Donets y de Smolensk.
El cliché propagandístico tan manido de que «toda la nación tiene
que sufrir inevitablemente su calvario en el camino hacia la libertad
definitiva y la satisfacción propia de un pueblo elegido» 245 se estaba des-
gastando por momentos. El letargo se generalizó, en Alemania la gente
dudaba de las promesas vacías de la propaganda, pero aun así seguía al
Führer y esperaba salir bien librada de alguna manera. Goebbels
pensaba que en la opinión pública y en el entorno inmediato de Hitler
no se era suficientemente consciente de que en este estadio la guerra
se había convertido en una «encarnizada lucha a vida o muerte». «Cuan-
to antes se dé cuenta de ello todo el pueblo alemán, y en particular
nuestra dirección, mejor para todos nosotros. Sería trágico tener que
decir en un momento determinado del desarrollo de esta guerra: "Dema-
¿Queréis la guerra total? 611

siado poco y demasiado tarde"»,246 escribió un par de días antes de que


Hitler, con motivo del 20 aniversario del golpe de 1923, hablara en
Munich a la guardia del partido y ejerciera sobre Goebbels un efecto
«como de un bálsamo en las heridas abiertas».247
Para mantener en pie la moral del país hasta cierto punto, el 5 de
noviembre, durante un discurso en Kassel, él mismo ya había anuncia-
do a la población por primera vez de parte oficial que con las prome-
sas de represalia se pretendía mucho más que devolver el golpe. «Eso
que proyectamos hacer se ha convertido en una especie de secreto popu-
lar; uno sabe más que otro. Pero, de todos modos, creo poder afirmar
que en un tiempo no muy lejano Inglaterra recibirá una respuesta que
seguramente hará sudar sangre y agua al pueblo inglés».248 De la fecha de
la entrada en acción se ocupó unas semanas después Schwarz van
Berk en un artículo del Reich. En él, para dar respuesta a la apremian-
te impaciencia de la población, evitando hábilmente poner una fecha
fija, se hacía depender el inicio del ataque de un «momento adecuado
desde el punto de vista psicológico».249
Sin embargo, fueron los ingleses y sus aliados los que, por el momen-
to, siguieron atacando. A mediados de noviembre comenzaron con el
bombardeo sistemático a la capital del Reich, con el que Goebbels y
los berlineses ya habían contado desde los devastadores ataques aéreos
sobre Hamburgo. En la noche del 31 de julio al 1 de agosto de 1943,
el ministro de Propaganda hizo distribuir octavillas a todos los hogares
berlineses en las que se exhortaba a la evacuación de mujeres que no
ejercieran una actividad profesional, niños y ancianos hacia territorios
menos amenazados.250 Como consecuencia, cientos de miles de perso-
nas abandonaron la ciudad; sólo en el transcurso de la evacuación de
niños se puso a salvo a 400.000 de ellos, trasladándolos en ferrocarril
por ejemplo hacia Austria y Silesia —de este modo sus madres queda-
ban libres para la intervención en la guerra total—. En un llamamien-
to a la población que se quedó, atormentada por la guerra aérea, cali-
ficó su moral como un «factor decisivo para la guerra». 251 La propia
familia de Goebbels —para entonces los niños habían regresado a Ber-
lín, después de que en primavera de 1941 se los pusiera a salvo prime-
612 Goebbels

ro en el Berghof y luego en Aussee, en el distrito de Oberdonau (Alto


Danubio)— se trasladó al domicilio de Lanke, junto al lago Bogensee,
menos expuesto a los peligros. Él se quedó en Berlín. Insistió en que se
le había llamado el conquistador de Berlín, y ahora quería ganarse el
nombre de defensor de Berlín.252
Puesto que no se habían tomado amplias medidas antiaéreas y ya no
quedaba tiempo para su construcción —faltaban obreros y también
materiales—, hubo que improvisar. Así, frente a la opinión de los exper-
tos, Goebbels impuso la suya de no cerrar las instalaciones del metro,
aunque sólo estaban a pocos metros bajo el nivel de la calle. Rechazó
los pronósticos de que eso llevaría a una catástrofe, y tuvo razón. Cuan-
do comenzaron los bombardeos, miles de personas huyeron de los incen-
dios de rápida propagación a través de las galerías subterráneas. Para
Goebbels esto fue una prueba más de que su improvisación merecía
más confianza que el parecer de los prudentes «burócratas».253
Durante las alarmas en las noches de bombardeo, y ahora también
durante el día, dirigía la acción civil y las medidas de socorro desde el
bunker del hotel Kaiserhof. Para ello había hecho ocupar sin más las
lujosas salas que se habían construido bajo laWilhelmplatz para renom-
brados huéspedes.254 En los momentos de cese de alarma, era el único
de los «grandes» líderes del partido que corría a través de la ciudad en
llamas, que asumía aquí la lucha contra el fuego o proveía allá rápida
ayuda, con gran efecto sobre la opinión pública. En Berlín también acu-
día la gente en masa, le estrechaba la mano o hablaba con él. En una
distribución pública de alimentos en el «rojo Wedding» fue recibido
con entusiasmo por los trabajadores y las trabajadoras. 255 E incluso en
los entierros, como los de numerosos jóvenes auxiliares de artillería
antiaérea, sobre cuyos féretros depositaba la Cruz de Hierro con un ges-
to rutinariamente patético y con palabras igualmente patéticas sobre el
sacrificio y la redención, su presencia era acogida por los deudos como
un reconocimiento.256 Ese modo de verse a sí mismo como uno de
ellos, cosa que siempre afectaba, hizo a Goebbels popular ahora en los
tiempos de apuros, pues se agradecía cualquier palabra de aliento, aun-
que proviniera de la boca del ministro de Propaganda.
¿Queréis la guerra total? 613

Así pues, la desmoralización de la población de la capital del Reich


que esperaban los británicos no tenía ni siquiera visos de comenzar.257
Las secciones de asalto de las SA o las «tropas de choque de interven-
ción especial», que, por orden de Goebbels, debían combatir —con
pertrechos militares— los desórdenes en las empresas, resultaron ser
completamente prescindibles. Semler anotó el 24 de noviembre de
1943 que el 75 por ciento de los trabajadores estaba esa mañana en sus
puestos de trabajo. Esto tampoco cambió en los días siguientes, de
manera que a principios de diciembre la inspección armamentística
de Berlín pudo comunicar que la producción se había iniciado «en su
totalidad». No sin razón, Goebbels se fijó este comportamiento como
una meta suya. Había que agradecerle a él personalmente que los ber-
lineses no se precipitaran hacia la Wilhelmplatz y exigieran el final de
la guerra, pensaba con la certeza de controlar a la gente a la que explo-
taban.258
Su diligencia fue recompensada finalmente por Hitler. El 21 de
diciembre de 1943 encomendó a su compañero más fiel la dirección
de la recién fundada inspección del Reich de las medidas civiles para
la guerra aérea, nacida de la comisión interministerial. Así le corres-
pondía la misión de «inspeccionar todas las medidas preparatorias, pre-
ventivas y auxiliares que se tomaran a nivel local para contrarrestar los
daños ocasionados por la guerra aérea, teniendo siempre en cuenta las
últimas experiencias de la guerra aérea, así como trabajar para que se
siguieran activando todas las fuerzas disponibles a nivel local, en parti-
cular de los recursos propios y comunitarios, para la aplicación de estas
medidas».259 El ministro agradeció enfáticamente a su Führer la muestra
de confianza. En las Navidades de 1943, que pasó una vez más con su
mujer e hijos, su suegra y su hermana María Kimmich fuera en Lan-ke,
escribió a Hitler acerca de lo feliz que le hacía «quitarle una pequeña
parte de la gigantesca carga de preocupaciones que pesa sobre usted», y
para el «año de lucha 1944» le aseguraba a Hitler, marcado por el peso
del fracaso, que podía contar con él «en cualquier situación». Le deseaba
«salud y una afortunada mano (...). Lo demás que todos esperamos
sera el resultado de su genio y de su trabajo».260
614 Goebbels

También en su lucha con Rosenberg por las competencias de la pro-


paganda en los territorios orientales ocupados, Goebbels había conse-
guido imponerse en buena medida hacia finales de año. El 15 de diciem-
bre se llegó a un acuerdo según el cual los departamentos de propaganda
de los comisariatos del Reich, exceptuando los ámbitos de la política
cultural y de la prensa, quedarían subordinados al ministerio de Goeb-
bels.261 Desde el nombramiento de Rosenberg como ministro del Este,
Goebbels había arremetido continuamente contra la «exclusiva com-
petencia para todas las tareas que se presenten en estos territorios», la
cual se le había concedido a Rosenberg por medio de la directiva del
Führer del 17 de julio de 1941. Goebbels se apoyó en el principio
del Führer del 8 de septiembre de 1939, que determinaba que su apa-
rato propagandístico era la organización central para la aplicación prác-
tica de la propaganda y que su «destrucción en la guerra era semejante
a la destrucción de determinadas partes de la Wehrmacht».
En un principio, parecía que el asunto tendría un resultado favora-
ble para Rosenberg, cuando éste se dispuso a atribuirse el presupuesto
para el trabajo oriental del Ministerio de Propaganda. Como conse-
cuencia, el jefe del departamento del Este, Taubert, formuló ante el
secretario de Estado Gutterer «serias y fundamentales objeciones. A
medio plazo nos pondríamos completamente en manos del Ministerio
del Este».262 Una entrevista entre ambas partes, que en lo esencial no
dio ningún resultado, la interpretó Rosenberg como un convenio a su
favor. Informó al ministro de Hacienda del Reich de que a partir del
1 de diciembre de 1942 los gastos para la propaganda en los territorios
orientales ocupados correrían directamente a cargo de su plan particu-
lar. «Desde ese momento, el Ministerio de Propaganda me solicitará a
mí directamente los recursos necesarios», añadió Rosenberg.263
Rosenberg encontró finalmente un aliado contra Goebbels en el
jefe de la cancillería del Reich, Lammers. Éste no sólo consiguió de
Hitler un decreto relacionado con la financiación, tal como deseaba el
ministro del Este, sino que le manifestó a éste «que la consecuencia
necesaria de la mencionada decisión del Führer es la disolución del
departamento ministerial del Este integrado en el Ministerio de Pro-
¿Queréis la guerra total? 615

paganda».264 El 23 de mayo de 1943 Goebbels se dirigió personalmente


a Hitler, le recordó sus repetidas declaraciones según las cuales el control
de la propaganda general debía estar en manos de su ministerio, y
finalmente expresó que «recibiría con agradecimiento» una decisión del
Führer en este sentido.265 Aunque el 15 de agosto Hitler publicó una
ordenanza266 en la que correspondía esencialmente a las ideas de Goeb-
bels —entre otras cosas, los fondos presupuestarios para los territorios
orientales ocupados debían seguir presentándose en el Ministerio de
Propaganda—, las querellas entre los dos adversarios persistieron aho-
ra sin merma alguna en la cuestión de la competencia para el trabajo
periodístico y cultural. Lammers aprovechó la ocasión para comunicar
al ministro de Propaganda en una carta sumamente mordaz que al Füh-
rer le «desagradaba» verse obligado a ocuparse del asunto de nuevo,
tan poco tiempo después de la publicación de su ordenanza del 15 de
agosto. Puesto que no era posible una clara delimitación de compe-
tencias, Hitler esperaba que Goebbels se entendiera con Rosenberg. Si
esto no fuera posible, Bormann y él, Lammers, darían lugar a un acuer-
do entre los contendientes. El Führer deseaba no tener que ocuparse
otra vez del asunto.267
La lucha de los viejos rivales por las competencias de la propagan-
da en los territorios orientales ocupados se vio finalmente moderada
por el acuerdo de diciembre de 1943, en el que simplemente se ex-
cluían las cuestiones controvertidas. Sin embargo, para entonces la pro-
paganda en los territorios ocupados tenía ya escasa trascendencia. Los
38 millones de carteles, los 54 millones de folletos, las emisiones de
noticias políticas, que se retransmitían en 18 lenguas a través de 32 emi-
soras orientales, los 7.625 ejemplares del Wochenschau oriental y el sin-
número de películas propagandísticas que se proyectaron en 650 cines
de campaña —según Goebbels había alardeado en su escrito a Hitler
del 23 de mayo de 1943— contrastaban bruscamente con la estrategia
bélica de la «tierra quemada» y el indescriptible terror de los coman-
dos especiales de las SS y del Servicio de Seguridad. «¿De qué servía a
la larga colgar millones de carteles en las ciudades del este, en los que
se presentaba a Hitler como el libertador», describía Taubert, «si deba-
616 Goebbels

jo de estos mismos carteles eran fusilados los prisioneros rusos o miles


de ellos morían de hambre, si se arrastraba a la población como al gana-
do para los trabajos forzosos, si los señores comisarios torturaban al pue-
blo con la fusta? —a saber, los comisarios alemanes, pues los bolchevi-
ques tenían demasiada astucia psicológica como para emplear el castigo
corporal contra la población rusa—. Así pues, los hechos de la política
alemana desmentían en un grado cada vez mayor las hermosas palabras
de la propaganda alemana».268
El enfrentamiento entre Goebbels y Rosenberg se convirtió en un
hecho grotesco, sobre todo porque el territorio en disputa se reducía
por momentos bajo el embate del Ejército Rojo. El 4 de enero de 1944
unidades del frente ucraniano atravesaron la frontera polaco-soviética
en Volhinia. Diez días después, el enemigo emprendió un exitoso gran
ataque en el sector septentrional del frente. En el sector meridional
comenzó a principios de marzo la ofensiva de primavera. Pero no sólo
llegaban continuamente malas noticias del frente oriental. En Hungría,
el primer ministro Von Kallay había establecido contactos con los alia-
dos occidentales, como consecuencia de los cuales la Wehrmacht ocu-
pó el país. En Italia, donde Badoglio ya había declarado la guerra al
Reich en octubre, fracasaban los intentos de hacer retroceder al Medi-
terráneo a las tropas de desembarco aliadas en Anzio-Nettuno. En el
Atlántico los submarinos alemanes luchaban cada vez con menos pro-
babilidades de éxito, y sobre el territorio del Reich operaba un arma
aérea alemana desesperadamente inferior contra un enemigo anglo-
americano demasiado poderoso, que ahora aumentaba los ataques diur-
nos. Poco a poco, las ciudades de Alemania se iban viendo reducidas a
escombros.
Aparte de eso, pendía sobre el continente la espada de Damocles de
una invasión aliada, anunciada desde hacía más de un año. Por eso, des-
de hacía meses Goebbels intentaba repetidamente en su propaganda con-
vencer a los alemanes, pero también a sí mismo, de que semejante ope-
ración no podía llegar a buen puerto. Su opinión se veía confirmada por
la valoración sumamente optimista que hacían los generales de la situa-
ción. A mediados de febrero de 1944 el comandante en jefe del Oeste,
¿Queréis la guerra total? 617

Rundstedt, pronunció un «discurso muy efectivo» sobre el «muro del


Atlántico», en el que subrayó que se trataba de una obra de fortificación
completamente novedosa, en la que no podían abrir brecha los ingleses
y americanos.269 El jefe del Estado Mayor de la Wehrmacht, Jodl, hizo
unas declaraciones parecidas en el congreso de jefes de distrito celebra-
do en Munich el 24 de febrero. Cuando también Hitler —en un dis -
curso que Goebbels encontró «extraordinariamente vivo», pronunciado
durante la gran asamblea de la vieja guardia del partido en el salón de
fiestas de la cervecería Hofbráuhaus— anunció que marchaba por el
«camino de la victoria» y que «seguiría marchando por él sin claudica-
ción» hasta que fueran eliminados los judíos de todo el mundo, y cuan-
do de inmediato estallaron «enormes salvas de aplauso», las preocupa-
ciones de Goebbels se desvanecieron una vez más, por poco tiempo. 270
En vista de la inminente batalla decisiva en el oeste, Goebbels pro -
yectaba en esos días hacer algo para favorecer la relación entre Hitler y
sus generales. Entre otras cosas, pesaban sobre ella gravemente las acti-
vidades de la Liga de oficiales alemanes, creada en septiembre de 1943
en cautiverio soviético. Su presidente, el general Walther von Seydlitz-
Kurzbach, el conde y subteniente de aviación Heinrich von Einsiedel
y otros dirigían llamamientos —bajo la dirección soviética— a sus cama-
radas combatientes y los exhortaban a sublevarse contra Hitler. Goeb-
bels propuso ahora al ayudante de Hitler y oficial adjunto de la Wehr -
macht, Schmundt, redactar una declaración «en virtud de la cual el
ejército se distancie de la manera más rotunda del generalVon Seydlitz
y rompa las relaciones con él. Esta declaración debe representar una
ardiente promesa de fidelidad al Führer y estar firmada por todos los
generales mariscales de campo del ejército». 271 Puesto que a Schmundt
le entusiasmó la idea, el ministro de Propaganda le dictó inmediata -
mente el texto de la declaración. Pocos días después, el ayudante llamó
«exultante de felicidad», pues había «terminado su viaje para reunirse
con los generales mariscales de campo y le habían recibido en todas
partes con los brazos abiertos». 272
Cuando el 3 de marzo Goebbels estuvo con Hitler en el Obersalz-
berg, alegrándose todos allí de que llegara algo de vida a la tertulia de
618 Goebbels

sobremesa, Hitler se desahogó de nuevo con sus extensos monólogos


sobre los generales «extraordinariamente repugnantes», que no tenían
«ninguna relación estrecha» con él, que estaban en la reserva y en par-
te querían crear dificultades mejor hoy que mañana. Stalin lo tenía más
fácil. Había hecho fusilar a tiempo a los generales que le estorbaban.
«En ese terreno tenemos que reparar algunos errores, pero la guerra es
el momento menos apropiado para ello».273 Con semejante valoración
de Hitler estuvo Goebbels aún más contento cuando semanas después
le habló de su reunión con los mariscales de campo y de su declaración
de lealtad «completamente nacionalsocialista». El 18 de abril Goebbels
anotó con picardía en su diario: «Me alegro mucho de ser el autor de
la declaración sin que el Führer lo sepa».274
El día anterior, Goebbels había asistido en Munich a las exequias de
Adolf Wagner,275 que fue enterrado en los panteones junto a los edifi-
cios del Führer en la Kónigsplatz de aquella ciudad, «donde descansan
nuestros viejos soldados». Durante el almuerzo, Hitler le manifestó que
la desigual alianza entre «plutócratas» y «bolcheviques» se volvía cada
vez más inestable con su avance hacia Centroeuropa.Ya entonces rei-
naba una crisis en Inglaterra, aunque todavía no había saltado la chis-
pa. El segundo tema sobre el que Hitler se explayó en la sobremesa fue
de nuevo la invasión. Colmó de elogios al comandante del Grupo de
Ejércitos B, que operaba en el oeste, al mariscal de campo Rommel,
que ha «actuado de manera ejemplar». «Tiene una vieja cuenta que sal-
dar con los ingleses y los americanos, arde por dentro de cólera y odio».
Puesto que el mariscal, muy seguro de la victoria, le había hecho la
«promesa vinculante» de que para el 1 de mayo habría terminado los
preparativos defensivos, Hitler se mostraba sumamente optimista, con-
vencido de que la invasión fracasaría, como poco después confirmó en
su discurso pronunciado ante los jefes de los distritos y del Reich, el
cual abrió con una «ilimitada profesión de fe en la victoria alemana».
En su escrito con motivo del cincuenta y cinco cumpleaños de Hitler,
Goebbels, que acababa de ser nombrado por aquél presidente de la ciu-
dad de Berlín, obteniendo así «plenos poderes para la dirección y el
gobierno de la capital del Reich»,276 volvió a calificar como una dicha
¿Queréis la guerra total? 619

especial el hecho de poder compartir otra parte de las cargas. Goebbels


no vaciló en comunicar al dictador, que se había vuelto tembloroso y
estaba muy envejecido: «Nunca le he admirado tanto como en los
momentos de crisis, que siempre me han vinculado más estrechamen-
te a usted. El que con estas cargas haya seguido siendo una gran perso-
na, a la par que sencilla, es para mí la más hermosa confirmación de su
personalidad. El hecho de que yo, al igual que todos sus estrechos cola-
boradores, pueda dirigirme siempre a usted con mis preocupaciones y
alentarme con su fortaleza, eso me da invariablemente nueva fuerza y
nueva fe en los momentos más difíciles».277
Goebbels, que a lo largo del mes de mayo estuvo profetizando impor-
tantes pérdidas humanas a los británicos y a los americanos si empren-
dían la operación de desembarco, que exhibía a Rommel como el pro-
totipo del vencedor, en definitiva, que creó el mito del inexpugnable
muro del Atlántico, necesitaba ahora esa fe más que nunca, pues su pro-
paganda se iba desgastando cada vez más entre la población. El miedo
al Ejército Rojo, del que Hitler creía haber detenido su avance, era lo
que aún podía movilizar más a los alemanes. El título de uno de sus
artículos en el Reich da la impresión de ser un hondo suspiro personal:
«¿Por qué nos lo ponen tan difícil?».278 Para «explicar» los continuos
reveses y derrotas en los frentes, a Goebbels no le quedaba más reme-
dio que valerse cada vez más de categorías metafísicas en su propagan-
da. La historia poseía «una sublime justicia que eclipsa cualquier acción
y proceder humanos», que finalmente irrumpiría en la «causa justa» del
nacionalsocialismo.279
Al mismo tiempo, del mundo delirante de Goebbels se desprendía
una agresividad cada vez mayor. Ya que hasta la fecha Hitler había de-
soído sus ideas acerca de una totalización de la guerra, es decir, de una
movilización de todas las fuerzas imaginables para el armamento y el
frente, defendió ahora con más ahínco la radicalización de la lucha. En
una campaña propagandística —como por ejemplo en un artículo publi-
cado en el Volkischer Beobachter a finales de mayo— exigía la revoca-
ción de facto de la Convención de Ginebra y abogaba por no proteger
ya más a los aviadores enemigos derribados contra los abusos de la pobla-
620 Goebbels

ción. El fuego de los aviones rasantes sobre los civiles o el bombardeo


de zonas residenciales eran un «puro asesinato». En ese sentido, no había
ninguna normativa del derecho internacional en la que se pudiera apo-
yar el bando enemigo. Hallaremos «medios y vías para defendernos con-
tra estos criminales».280
Ya el 30 de mayo de 1944 el cuartel general del Führer había envia-
do a todos los jefes de los distritos y del Reich una circular firmada por
Bormann, según la cual se debía interrumpir en adelante la persecu-
ción penal de las personas que lincharan a los pilotos de aviones rasan-
tes anglo-americanos.281 Goebbels, quien quería que esto se aplicara
también a los pilotos de bombarderos, fustigó una vez más los «ataques
terroristas» anglo-americanos durante un mitin en la plaza del merca-
do central de Nuremberg el 4 de junio de 1944.282 Cuando al día siguiente
estuvo en el Obersalzberg y se deliberaron allí las «reglas sobre el lin-
chamiento», para su decepción quedaría en vigor el procedimiento
actual.283 El colaborador de Goebbels, Berndt, que para entonces había
ascendido en su rango de las SS a general de brigada, hizo caso omiso
de las normativas. El 6 de junio de 1944 disparó en plena calle a un
subteniente de aviación americano llamado Dennis, que se había sal-
vado con el paracaídas. Los adversarios de Berndt querían castigarle por
ello, pero Keitel y otros le apoyaron y finalmente le defendió también
Himmler.284
De su primer encuentro con Hitler aquel 5 de junio de 1944, el
ministro de Propaganda se llevó la impresión de que, aunque se creye-
ra «desde lejos encontrar en él a un hombre duramente castigado por
el destino y profundamente agobiado, cuyos hombros amenazan con
romperse bajo el peso de la responsabilidad», se presentaba ante uno «en
realidad (...) una personalidad activa y resoluta, en la que no se nota ni
rastro de depresión ni de conmoción anímica».285 Objeto de la con-
versación con un Hitler hecho polvo físicamente, durante la cual Goeb-
bels no desaprovechó la oportunidad para volver a hacer campaña con-
tra Goring, fue, además de la supuesta crisis que se cernía en la coalición
enemiga, la política exterior, entre otras cosas. Goebbels se enteró con
satisfacción de que Hitler ya sólo estaba de acuerdo «en parte» con
¿Queréis la guerra total? 621

Ribbentrop y de que había acariciado a menudo la idea de destituirlo


de su cargo, pero no encontraba por ninguna parte a un sucesor. «Cuan-
do el Führer menciona a Rosenberg como posible sucesor a tener en
cuenta, me quedo francamente horrorizado. Rosenberg en lugar de
Ribbentrop, eso significaría salir del lodo y caer en el arroyo (...). No
es más que un teórico y no tiene el menor talento para la política prác -
tica». En vista de esa confidencia, Goebbels comprendió rápidamente
que el Führer no estaba en ese momento en condiciones de tomar
una decisión contra Ribbentrop. Había que intentar «dejar correr las
cosas».286
Hacia las 22 horas llegaron las primeras noticias, «que hemos cono-
cido por las radiocomunicaciones enemigas y según las cuales la inva-
sión comenzará esta noche», pero Goebbels, que desde hacía algunos
días bromeaba sobre la «invasionitis», no las tomó en serio. 287 Después,
el ministro de Propaganda, quien en vista de la supuesta fase decisiva
de la guerra se sentía cada vez más atraído a la cercanía de su Führer,
estuvo sentado largo rato con él al fuego de la chimenea en el Berg-
hof, mientras fuera había una «terrible tormenta» sobre el Obersalz-
berg. No se despidió hasta las dos de la madrugada, para luego hacer
una visita a Bormann, antes de que alrededor de las cuatro le bajaran a
su hotel de Berchtesgaden, donde su ayudante Semler le enseñó «docu -
mentos auténticos» de los que se desprendía «que la invasión empezará
en las primeras horas de la mañana, y por el oeste. En ese caso habría
despuntado el día decisivo de esta guerra». 288
Siguieron horas de agitada actividad, durante las cuales se precipita-
ron las noticias desde la costa del Canal de la Mancha. Sin embargo, no
estaba claro si el desembarco era una maniobra de distracción y era
inminente el verdadero ataque en otro lugar. Goebbels encontró tran -
quilizador que su Führer no mostrara «el menor signo de debilidad».
Aunque en el transcurso de ese 6 de junio la situación siguió siendo
confusa, la preocupación de Goebbels parecía haberse esfumado cuan-
do por la tarde su tren especial salió desde la estación de Berchtesga-
den en dirección a la capital del Reich, pues en la despedida Hitler,
«muy emocionado», había expresado de nuevo «su incontestable certe-
622 Goebbels

za de que conseguiremos expulsar al enemigo del suelo europeo en


relativamente poco tiempo».289
Esta confianza poco realista de Goebbels se vio reforzada por las
«armas prodigiosas», que por fin estaban listas para funcionar. Su con-
clusión, continuamente aplazada, había puesto en peligro para enton-
ces no sólo su propaganda, que desde hacía más de un año se llevaba a
cabo de forma subliminal, sino también su propia credibilidad, según
temía Goebbels. En un informe del Servicio de Seguridad de abril de
1944 se decía que la población ya no hablaba tanto del modo y mane-
ra de las represalias, sino de si realmente tendrían lugar.290 A principios
de junio debía llegar por fin el momento. Para el día 9, Goebbels había
invitado a su casa a un pequeño grupo, expresamente para comunicarle
el primer lanzamiento de un arma alemana de larga distancia. Al igual
que durante el mitin de Nuremberg, él, que se había dejado engañar
por los anuncios de Speer y que sobrevaloraba con mucho la eficacia
de las armas de largo alcance, subrayó su «carácter decisivo para la gue-
rra». Pero el aplauso llegó demasiado pronto, pues se produjeron retra-
sos una vez mas.
En la noche del 12 al 13 de junio de 1944 tuvo lugar la primera
misión del «arma prodigiosa», que sin embargo hubo que interrumpir
de nuevo para continuarla a partir del 15. Se afirma que Goebbels dijo
aliviado a su jefe de prensa personal: «Creo que yo soy quizás la perso-
na que más satisfacción experimenta de todo el pueblo alemán de que
por fin las represalias se hayan hecho realidad, pues yo se las he prome-
tido al pueblo alemán.Y me habrían hecho a mí responsable si no hubie-
ran tenido lugar.Ya conoce usted los cientos de cartas que por lo gene-
ral no contenían más que una pregunta: ¿Dónde están las represalias?». 292
Ahora estaban ahí y daban alas a las fantasías de victoria de Goebbels:
«Nuestras acciones han subido no sólo en el propio pueblo, sino tam-
bién en la opinión pública mundial».293
De todos modos, Goebbels no quería abusar de las esperanzas en su
propaganda, pues eso podía producir el efecto contrario al buscado. La
moderación —por ejemplo se debía evitar el concepto «represalia»—
era especialmente recomendable, entre otras cosas porque la veracidad
¿Queréis la guerra total? 623

de la propaganda acerca de las «armas prodigiosas» sólo se podía medir


con la realidad. Así pues, Goebbels consideró un evidente desacierto el
editorial del conocido periodista Otto Kriegk en el Berliner Nachtaus-
gabe [Edición de noche berlinesa], que había redactado sobre la base de una
consigna de Dietrich formulada de manera imprecisa y que comenza -
ba con la frase: «Ha llegado el día que esperaban con impaciencia 80
millones de alemanes».294 Goebbels le manifestó a su ayudanteVon Oven
que la moral del pueblo era un «instrumento enormemente complica -
do»; había que conocer ese «instrumento» a la perfección para poder
tocarlo. Un «chapucero» como Dietrich nunca lo entendería. 295
A pesar de esos contratiempos, la entrada en acción de las nuevas
armas volvió a provocar una mejoría a corto plazo de la disposición
anímica en la población alemana. «El pueblo alemán se encuentra casi
en un estado de entusiasmo febril... En algunas partes se hacen apues -
tas sobre si la guerra terminará en tres, cuatro u ocho días». 296 En estos
días, mientras la batalla de Normandía hacía estragos, los informes del
Servicio de Seguridad hablaban de un repunte de la confianza en el
Führer, de la esperanza de que las cosas fueran a mejor. Las noticias
sobre las armas contra las que no había nada que hacer infundieron
nueva seguridad incluso a los soldados de los frentes, fortaleciendo así
la moral bélica.297
La propaganda goebbeliana intentaba fomentarla avivando de con-
tinuo los sentimientos de odio y venganza. «En todos los meses del
terrorismo con bombas anglo-americano —así decía el comentarista
jefe y responsable del programa de emisiones, 298 Hans Fritzsche, cuando
el 17 de junio habló al micrófono de radio siguiendo el tenor de su jefe
—, Europa ha acumulado odio, un odio mayor que cualquier otro que
haya habido en los tiempos de las tan enconadas guerras internas de
Europa. En esos meses, los pueblos de Europa vivían de ese odio y
vivían del deseo de parar ese terrorismo, sí, de devolver ese terroris -
mo».299
Aunque a principios de julio la propaganda volvió a resaltar en grande
el tema «venganza», aunque se anunciaban más «armas V» (de Ver-
geltung, represalia) —como se llamaron oficialmente las armas de larga.
624 Goebbels

distancia a partir del 17 de junio a propuesta de Schwarz van Berk—


con un efecto aún más devastador, los informes del Servicio de Segu-
ridad hablaban de una «bajada» de la moral, pues los proyectiles de lar-
go alcance no parecían cambiar nada en la dramática evolución de la
situación militar. En Francia, los aliados habían tomado en pocos días
una firme cabeza de puente, por la que podía pasar el avituallamiento
casi sin estorbo, y en Italia seguían avanzando hacia el norte, después de
que la Wehrmacht hubiera abandonado Roma el 4 de junio.
Pese al continuo agravamiento de la situación militar, desde el cuar-
tel general del Führer seguían saliendo valoraciones favorables. A pesar
de todo el oportunismo que reinaba allí, a pesar de la diligente sumisión
de los generales, Goebbels no quería reconocer que era principalmente
el propio Hitler quien intentaba esconder su fracaso de esa forma. 300
Ahora volvió a reunir a algunos de sus ministros en torno a sí. Una vez
más, Funk, Speer, Ley y Fritz Sauckel daban vueltas a las cosas en las
denominadas rondas de los miércoles, de las que también formaban par-
te los secretarios de Estado Herbert Backe del Ministerio de Alimenta-
ción y Agricultura, Stuckart del Ministerio de Interior y Naumann del
Ministerio de Propaganda. Discutían de nuevo la totalización de los
recursos bélicos, que en su opinión no se había realizado hasta entonces
en proporciones suficientes. Todos los que allí se reunían se aferraban a
la iniciativa del ministro de Propaganda con sus ideas radicales, pues era
a él a quien más capaz creían de provocar el cambio deseado.
A mediados de junio, Goebbels convenció a Schmundt de que, en
vista de la situación sumamente crítica, había que tomar «medidas extraor-
dinarias».301 El oficial adjunto de laWehrmacht fue quien informó luego
a Hitler detalladamente sobre su conversación con Goebbels. Hitler
escuchó en silencio durante una hora, para a continuación citar «lo más
pronto posible» a su ministro de Propaganda en el Obersalzberg. 302 De
esta entrevista, que tuvo que ser aplazada algunos días por el viaje de
Hitler al frente occidental para reunirse con los mariscales de campo
Rundstedt y Rommel, Goebbels esperaba una aprobación definitiva de
su Führer a la totalización de la guerra ante la gravedad de la situa-
ción.303
¿Queréis la guerra total? 625

El 21 de junio de 1944 ambos hombres se sentaron uno enfrente de


otro en la gran sala del Berghof para esta deliberación, la «más seria» y
la «más importante» de todo el tiempo de guerra, según escribió Goeb-
bels en su diario.304 Éste le presentó «todas las objeciones contra un
optimismo sin ningún fundamento, por no decir ilusionismo» y lamentó
que la guerra total hasta entonces planteada sólo «representa un con-
cepto huero», pero que en realidad no se llevaría a la práctica. Después
de que Goebbels expresara sus ideas, Hitler lanzó sobre su interlocutor
uno de sus típicos sermones, cuya esencia registró Goebbels en su dia-
rio de la siguiente manera: «Todo eso en conjunto conduce al Führer
a la opinión de que en este instante todavía no es hora de dirigirse al
pueblo alemán con un gran llamamiento a la guerra total en el verda-
dero sentido de la palabra. De momento quiere arreglarse con los méto-
dos empleados hasta ahora. Abogo apasionadamente por lo contrario y
manifiesto que quizás sería demasiado tarde cuando recurriéramos a
esos medios (...). El Führer no considera que la crisis sea todavía tan
fuerte y contundente como para llevarle a apelar a los últimos recur-
sos».305 Después de una conversación de varias horas, el ministro de Pro-
paganda tuvo que reconocer que había vuelto a fracasar con su inten-
to. Puesto que en esta ocasión los argumentos de Hitler no pudieron
convencerle del todo —lo que ocurrió muy pocas veces—, no le que-
dó más remedio que, tras otros conatos frustrados durante esta conver-
sación, tranquilizarse con la idea de que su Führer siempre había ele-
gido hasta ahora instintivamente el momento adecuado.306
La subsiguiente evolución de los escenarios bélicos iba a dar la razón
a Goebbels. El 22 de junio de 1944 —justo tres años después del ata-
que alemán a la Unión Soviética— comenzó la ofensiva estival sovié-
tica esperada por Hitler, que en el plazo de pocas semanas llevaría a la
derrota del Grupo de Ejércitos Central.Tras un diálogo con su antiguo
secretario de Estado, Hanke, a principios de julio en Breslavia, con el
que acababa de dar por terminada definitivamente la vieja disputa a
causa de Magda,307 Goebbels anotó: «La situación en el este me depara
cada vez más preocupaciones. Pero finalmente debe ser posible detener
el frente en algún punto. Como la cosa siga así, los soviéticos muy
626 Goebbels

pronto estarán delante de nuestra frontera en la Prusia Oriental. No


hago más que preguntarme desesperadamente qué hace el Führer para
impedirlo».308 Ya que el ministro de Propaganda no tenía para ello nin-
guna respuesta y le llegaban desde el frente oriental noticias e «imáge-
nes de verdadera desgracia y horror» —como, entre otras, que la reta-
guardia ya había emprendido la huida—, decidió dirigirse otra vez a
Hitler.
Goebbels recibió el apoyo de los miembros de su ronda de los miér-
coles, especialmente de Speer, que miraba con preocupación el bom-
bardeo sistemático de las plantas de hidrogenación, como consecuen-
cia del cual la producción de combustible se redujo a un cuarto del
nivel de abril de 1944, amenazando con paralizar completamente la
maquinaria de guerra nacionalsocialista. El 10 de julio, en una larga
conversación con Goebbels, Speer, que se jactaba de los éxitos arma-
mentísticos que cabía esperar sin ese problema, sostuvo la opinión de
que Hitler estaba más abierto a la aplicación de la guerra total en vista
de la reciente evolución. Goebbels, que en un editorial en el Reich aca-
baba de dar una respuesta negativa a la pregunta de si Alemania lleva-
ba a cabo una guerra total,309 se decidió por ese motivo a redactar una
memoria destinada al Führer, y también Speer tenía intención de ela-
borar un documento para Hitler en el que le propondría encomendar
al ministro de Propaganda «los problemas de la aplicación de la guerra
total en lugar de a la inepta comisión tripartita».310
Goebbels, quien acariciaba la idea de «ausentarse» en el caso de que
Hitler no le otorgara plenos poderes —no tenía ganas de «quedar en
ridículo una segunda vez» y permitir que los «débiles burgueses macha-
caran y pusieran a caldo» sus propuestas,311 escribió—, partía en la memo-
ria312 de una ruptura inminente de la coalición bélica anglo-america-na.
Pero a veces le inquietaba «la angustiosa pregunta» de si para entonces el
Reich aún tendría suficientes «garantías» en mano, escribió, pidiendo
que se movilizaran todas las fuerzas imaginables. Esto era posible
porque «en el interior» aún se disponía de «enormes reservas humanas
y de poder económico» y la población exigía una totalización de la
lucha.
¿Queréis la guerra total? 627

En particular, Goebbels propuso a su Führer limpiar la Wehrmacht,


la «gran consumidora de hombres», para emplear a sus efectivos de mane-
ra más eficaz; la administración pública se debía reducir a las medidas
administrativas más necesarias, para de este modo liberar a personas para
el armamento y la Wehrmacht. Además, la vida civil debía convertirse
en un «verdadero estado de guerra». Ahí había que localizar «un sinfín
de cosas accesorias y absurdas» que producían un efecto «casi tétrico».
«Mientras que la provincia de la Prusia Oriental se arma para defender
con todas sus fuerzas su suelo patrio, aquí en Berlín se reciben diaria-
mente desde todas las partes del Reich un sinnúmero de invitaciones
para recepciones, ceremonias, festivales y demás, que hoy en día perju-
dican mucho más de lo que benefician respecto a la consideración del
pueblo. Aquí hay que introducir modificaciones, si no por razones mate-
riales, al menos sí por razones psicológicas».
Muchos esfuerzos para la totalización de la guerra, siguió escribien-
do, habían fracasado por la engreída burocracia —Goebbels mencionó
en este sentido el Ministerio del Este de Rosenberg y el Ministerio de
Exteriores de Ribbentrop—, así como por las luchas de competencias
entre los distintos aparatos. Él había asistido a la «tragedia de la deno-
minada comisión tripartita» y advertía insistentemente contra una nue-
va edición. Todas las grandes decisiones se habían desmenuzado y de -
sintegrado hablando, hasta que al final sólo había quedado un sucedáneo.
Eso era muy lógico. «En los grandes momentos del partido o del Esta -
do, usted, Führer mío, siempre ha reunido en torno a sí a hombres, y
no comisiones», hombres «que concillan la imaginación, la pasión polí-
tica, la profunda confianza en usted y en su obra con una disposición
a asumir responsabilidades, sí, con una verdadera sed de responsabili-
dades».
En tres o cuatro meses, sacarían juntos de debajo de la tierra «cin-
cuenta nuevas divisiones», podrían seguir intensificando el proceso arma-
mentístico, en definitiva, proporcionar a Hitler con la «dictadura béli -
ca interna» el «instrumento de lucha» para la victoria. Era posible que
se pasara de la raya con sus pronósticos, seguía diciendo para luego vol -
ver a apostar por el poder de la fe y de la voluntad: «Pero ¿alguna vez
628 Goebbels

hemos alcanzado algo en la historia de nuestro partido sin no pasarnos


de la raya con nuestros planes?». Con la declaración de que «usted sabe
que mi vida le pertenece», y de que su familia «jamás podría ni debe-
ría vivir en una época que no sea la nuestra», concluyó Goebbels su
exposición de ideas, fechada en el 18 de julio de 1944, con la que espe-
raba conseguir los plenos poderes anhelados desde hacía tiempo,
Capítulo 14

LA VENGANZA NUESTRA VIRTUD,


EL ODIO NUESTRO DEBER
(1944-1945)

E n el mediodía del 20 de julio de 1944 Goebbels deliberaba en su


despacho con el ministro de Economía Funk y con el de Arma-
mento Speer «sobre oportunidades perdidas o todavía existentes para
la movilización de la patria», cuando fue llamado urgentemente al telé-
fono por megafonía.Al otro lado de la línea estaba el jefe de prensa del
Reich, Dietrich, quien le comunicó desde la Guarida del Lobo, con
agitación y premura, que se acababa de cometer un atentado contra
Hitler en el barracón de los invitados que servía como sala de juntas.
A Goebbels le pareció «como si comenzara a tambalearse el suelo». 1
Después de que se le informara de que el Führer estaba a salvo, pre-
guntó si se sabía algo más en concreto. Dietrich respondió que Hitler
consideraba a uno de los trabajadores «orientales» de la Organización
Todt como el autor.2
Después de la conferencia telefónica, Goebbels enfrentó inmedia-
tamente al ministro de Armamento a preguntas llenas de reproches,
pues, como jefe de la Organización Todt, Speer era el responsable de
todos los trabajadores que se ocupaban de construir las instalaciones
del bunker en el cuartel general del Führer. Como Speer no pudo dar
al enfadado Goebbels más información sobre a qué medidas de con-
trol eran sometidos los trabajadores en el proceso de selección, éste
espetó que en esas circunstancias le debía de haber resultado fácil al
autor del atentado entrar en esa zona, la más segura y más protegida
del mundo.3
630 Goebbels

Al parecer, Goebbels creyó realmente que un trabajador oriental era


el autor hasta que el consejero gubernamental Heinersdorf le pidió que
permitiera pasar a hablar con él al antiguo colaborador del Ministerio
de Propaganda y oficial del regimiento de guardia de la Gran Alema-
nia, Hans Hagen.Tras breves formalidades de identificación, Goebbels
lo recibió alrededor de las cinco y media con las palabras: «A ver qué
me trae, doctor Hagen». Éste le indicó que el batallón de guardia del
comandante Ernst Otto Remer había recibido la orden de rodear el
barrio del gobierno porque Hider había sufrido una desgracia y el poder
gubernamental había pasado a manos de la Wehrmacht. Sin embargo,
creía que se trataba de una traición. Hagen apenas había dicho esto
cuando Goebbels dio un salto y gritó que eso era imposible. El anti-
guo colaborador de Goebbels, quien acto seguido pidió al ministro que
mirara por la ventana, delante de la cual pasaba en ese preciso instante
una compañía del batallón transportada en camiones, infirió después
que Goebbels «probablemente estaba al corriente del atentado, pero
aún no tenía ni idea del golpe de Estado que se había puesto en mar-
cha en Berlín».4
A las 17 horas, conforme al plan Valkiria de los conspiradores, Remer,
el jefe de los soldados que pasaban por debajo, había recibido de su
comandante general Paul von Hase, quien era comandante de la Wehr-
macht de Berlín, la orden de tomar amplias medidas de seguridad en el
barrio gubernamental.5 Según él, como afirmó en su informe atribu-
yéndose méritos, inmediatamente después de la llamada de Hase dijo
a Hagen «que todo era tan extraño que ahora debíamos mantener la
cabeza fría bajo cualquier circunstancia y no dejarnos manipular en nin-
gún caso».6 Pero, en realidad, es probable que esto hiciera desconfiar a
Hagen, quien estaba unido a Remer por una amistad personal basada
«en una misma orientación ideológica».7 De todos modos, al final de la
conversación, el comandante del batallón de guardia de la Gran Ale-
mania hizo salir al subteniente Hagen hacia el Ministerio de Propa-
ganda para sondear allí la situación.
Cuando Goebbels terminó de escuchar las explicaciones de Hagen,
tenía por seguro que la «aristocrática camarilla de generales», tan odia-
La venganza nuestra virtud, el odio nuestro deber 631

da por él, estaba intentando usurpar el poder. Los siguientes pasos que
dio Goebbels fueron fríamente calculados. Ordenó a Hagen que fue-
ra a buscar al comandante del batallón de guardia, puso en estado de
alerta a la Leibstandarte Adolf Hitler, que estaba apostada en Berlín-
Lichterfelde, y habló por teléfono con Hitler, quien le encargó que
emitiera de inmediato un mensaje en la radio alemana diciendo que
había habido un atentado frustrado contra el Führer. Goebbels duda-
ba porque no conocía las proporciones de la conspiración. Al pare-
cer, prefería esperar a tener más información, que confiaba que le
aportara Remer.
Mientras tanto, llamó a Speer a su ministerio sin perder tiempo y le
informó sobre la situación.8 Después de que Speer le diera a Goebbels
«consejos bienintencionados para sofocar la revuelta de los generales», 9
se retiró al despacho de Von Oven. Desde una ventana observó a los
soldados, que se movían hacia la Puerta de Brandeburgo en pequeños
grupos dispuestos para el combate. Allí colocaban sus ametralladoras en
los soportes e impedían la circulación, mientras que dos de ellos se diri-
gieron fuertemente armados a la puerta de entrada del Ministerio de
Propaganda, junto al muro del parque, y montaron guardia. Speer infor-
mó a Goebbels de ello; éste fue acto seguido a una estancia privada con-
tigua, «cogió unas pastillas de una cajita y se las guardó en el bolsillo de
la chaqueta: "Esto, por si acaso", dijo».10
Goebbels no excluía el peor de los casos porque no se podía loca-
lizar a Himmler, el comandante supremo de las SS, siempre bien infor-
mado de todo, «el único que disponía de unidades indiscutiblemente
leales para reprimir el golpe». Goebbels «se inquietó aún más al inten-
tar en vano encontrar una razón convincente para ello».11 A Speer le
habló varias veces sobre su desconfianza hacia Himmler. Sólo por el
hecho de que el teléfono aún funcionaba y de que la radio no había
emitido hasta ese momento ninguna proclama de los conjurados, Goeb-
bels concluyó que las cosas tampoco marchaban sin contratiempos en
la parte contraria.12 Después de que Hitler le llamara de nuevo y exi-
giera el informe radiado, ya que temía que los golpistas se apoderaran
de una emisora, Goebbels dio las instrucciones correspondientes.13 A
632 Goebbels

las 18.45 la Emisora de Alemania sacó el comunicado especial «Aten-


tado fallido».14
Alrededor de las 18.30 Remer ya había terminado el cierre del barrio
gubernamental.15 Tras inspeccionar las medidas, se dirigió hacia la coman-
dancia para comunicar la ejecución de la orden a su superior, el teniente
generalVon Hase. En la antesala de su despacho le llegó a Remer el aviso
de Hagen, quien ya había vuelto del Ministerio de Propaganda, de que se
trataba de un golpe militar y de que tenía que presentarse inmediatamente
ante Goebbels.16 Aunque Von Hase le prohibió a Remer que lo hiciera,
éste se decidió «al instante y solo» a encaminarse hacia el ministro de
Propaganda.17 En ese momento, el intento de derrocar a Hitler y de poner
fin a la dictadura nacionalsocialista había poco menos que fracasado.
Antes de que Remer llegara al Ministerio de Propaganda, el ner -
vioso señor de la casa estaba convencido de poder ponerlo de su par -
te. Hitler, según declaró Speer, estaba al tanto de esta inminente con -
versación, esperaba el resultado en el cuartel general y estaba dispuesto
a hablar personalmente en cualquier momento con el comandante, 18
que entró en el despacho de Goebbels alrededor de las 18.40 con un
enérgico «Heil Hitler».19 Lo que allí sucedió consta en el informe ela-
borado poco después por Remer: «El ministro me preguntó si era un
nacionalsocialista convencido. Le dije que sin duda alguna y que defen-
día al cien por cien la causa del Führer». 20 Hasta ese momento, Remer
supuso que Hitler había sido asesinado 21 y aludió a que debía cumplir
las órdenes de su comandante, el teniente generalVon Hase. 22 En ese
instante Goebbels le opuso a Remer «el argumento decisivo, que lo
invalidaba todo: "¡El Führer está vivoF'.Y cuando observó que Remer
se quedó primero perplejo y luego visiblemente dubitativo, añadió de
inmediato:"¡Está vivo!"». 23 Goebbels «aseguró» ahora que actuaba por
orden de Hitler, con el que había hablado por teléfono sólo hacía algu -
nos minutos. Era la «mayor vileza de la historia que una pequeñísima
camarilla de ambiciosos generales» hubiera escenificado un golpe de
Estado. 24 A continuación, Remer prometió que, «como honrado oficial
nacionalsocialista», estaba dispuesto bajo cualquier circunstancia a
cumplir con su deber, fiel al juramento prestado al Führer. 25
La venganza nuestra virtud, el odio nuestro deber 633

Speer recordaba que la perspectiva de que Hitler aún vivía tuvo un


efecto de «alivio sobre el desconcertado y acorralado receptor de la
orden de cerco». Remer los miró «feliz, pero todavía incrédulo». Enton-
ces Goebbels llamó la atención de Remer «sobre el momento históri-
co, sobre la inmensa responsabilidad ante la historia que pesaba sobre
sus jóvenes hombros: pocas veces el destino le concedía a una persona
una oportunidad de esa índole; de él dependía si la aprovechaba o la
rechazaba». Estas o similares debieron de ser las palabras de Goebbels.
Elegidas con gran habilidad psicológica, no dejaron de surtir efecto.
«Quien veía a Remer ahora, quien observaba qué cambio se había ope-
rado en él con estas palabras, ése sabía que Goebbels ya había ganado».
Sólo entonces Goebbels, muy superior intelectualmente, usó su mayor
triunfo: anunció al comandante que le iba a poner en línea telefónica
con Hitler. «"¿El Führer puede darle órdenes que anulen las de su gene-
ral?", concluyó con un tono ligeramente irónico».26
A continuación, sin perder más tiempo, Goebbels hizo establecer la
comunicación con Rastenburg. La línea especial de la central telefóni-
ca de su ministerio no había sido cortada por los conspiradores —pro-
bablemente su mayor error—. En pocos segundos Hitler estuvo al apa-
rato; tras hacer algunas observaciones sobre la situación, Goebbels pasó
el auricular al comandante, que enseguida se puso firmes. 27 Éste infor-
mó después al respecto: «El Führer dijo que estaba ileso y me preguntó
si le reconocía por la voz. Respondí afirmativamente».28 Hitler aludió
«al infame atentado criminal». Remer estaba subordinado
directamente a él, Hitler, hasta que llegara Himmler, el comandante
supremo de las SS, al que había nombrado jefe del ejército de la patria.
De momento tenía que cumplir todas las órdenes dadas por Goebbels. 29
Después de que Hitler informara al ministro de Propaganda sobre la
conversación, después de que Remer pusiera al corriente al ministro
sobre las intenciones de los adversarios, en la medida en que tenía cono-
cimiento de ellas, Goebbels ordenó «que todos los hombres del bata-
llón de guardia que estuvieran al alcance se reunieran inmediatamente
en el jardín de su ministerio».30 Poco después concurrieron allí unos
150 soldados, en su mayoría hombres mayores. Remer pidió a Goéb-
634 Goebbels

bels que les hablara. Antes de dirigirse a los soldados, el ministro de Pro-
paganda le dijo a Speer, seguro del triunfo: «Si los convenzo también a
ellos, entonces podemos cantar victoria. Esté atento a cómo me los
gano».31
Entretanto había atardecido. A través de una puerta abierta se ilu-
minó la escena en el jardín de la casa ministerial, escena que Speer con-
templó. Goebbels, que había hecho anunciar a través de la emisora ale-
mana que Hitler pronto hablaría al pueblo alemán, estaba ahora en
medio de los soldados del batallón de guardia y les explicaba la situa-
ción.32 Desde las primeras palabras, éstos escucharon con la mayor aten-
ción el largo discurso de Goebbels, «en el fondo insustancial», pero diri-
gido muy personalmente a ellos. 33 Consciente de tener los
acontecimientos bajo control, se mostró «extraordinariamente seguro
de sí mismo, como el auténtico vencedor del día». 34 «Expuso a grandes
rasgos la situación, condenó abiertamente el criminal atentado contra
la vida del Führer y aludió a la misión histórica que en ese momento
tenía el batallón de guardia de la Gran Alemania».35 Para terminar lanzó
un Sieg por Hitler, y acto seguido resonó el HeiP6 de los soldados por
el barrio gubernamental.37
Remer, muy motivado, tenía ahora la intención de dirigirse a la cen-
tral de la resistencia, el cuartel general del ejército de reserva en el Ben-
dlerblock, «para arreglar allí las cosas».38 Pero Goebbels le disuadió, pues
no se sabía cuántos eran los conjurados. Según su jefe de prensa Wil-
fred von Oven, sobre todo no quería arriesgarse a perder al hombre
que en ese momento era «simplemente insustituible». 39 Ernst Kalten-
brunner, el jefe de la oficina central de seguridad del Reich, que entre-
tanto se había presentado en el edificio ministerial, se adhirió a la opi-
nión de Goebbels. Había que disponer de fuerzas lo bastante numerosas
antes de acometer un «intento de desalojar la guarida de los conjura-
dos».40
En el Bendlerblock se habían puesto del lado de Hitler la mayoría
de los oficiales, que, como el comandante del ejército de reserva, el capi-
tán general Fritz Fromm, habían sabido del intento de golpe de Esta-
do, pero querían esperar a ver cómo terminaba la cosa. Hacía tiempo
La venganza nuestra virtud, el odio nuestro deber 635

que tenían claro que el golpe había fracasado. Mientras tanto, Fromm,
para salvar su propia cabeza, había hecho arrestar a los principales cons-
piradores y a los testigos de su complicidad y, después del suicidio del
capitán general Ludwig Beck, había hecho fusilar al conde Claus Schenk
von Stauffenberg, Friedrich Olbricht,Albrecht Ritter Mertz von Quirn-
heim y Werner von Haeften en el patio del grupo de edificios. Pero
esto no iba a salvar a Fromm. Después de que las unidades de las SS
ocuparan el Bendlerblock, él también fue detenido, llevado por Skor-
zeny al palacio ministerial de Goebbels y allí retenido de momento jun-
to con otros oficiales,41 entre ellos el generalVon Hase, el capitán gene-
ral Erich Hoepner y el generalVon Kortzfleisch.42 Por todos ellos sentía
el ministro de Propaganda un profundo desprecio, no sólo porque ha-
bían atentado contra la vida de su querido Führer, sino porque los con-
sideraba unos miserables diletantes.
Hitler había encomendado a Himmler la detención de Stauffenberg
y le había nombrado comandante del ejército de reserva. Hasta la tar-
de no llegó a la Hermann-Góring-Strasse y explicó su ausencia como
medida táctica. Goebbels le hizo la siguiente observación: «¡Si no hubie-
ran sido tan torpes! Han tenido una gran oportunidad. ¡Qué ventaja!
¡Qué puerilidad! Cuando pienso cómo lo habría hecho yo... ¿Por qué
no han ocupado la casa de la radio y difundido las más disparatadas
mentiras? Aquí me ponen centinelas a la puerta, pero con toda tran-
quilidad me dejan hablar por teléfono con el Führer, movilizar todos
los recursos. Ni siquiera me han cortado el teléfono. Han tenido tan-
tos ases en la manga... ¡Qué novatos!».43 Goebbels sólo exceptuaba al
hombre que había puesto la bomba en la cabana de Hitler, la Lageba-
racke. «Sin embargo, Stauffenberg era un tipo listo. Él casi es digno de
lástima. ¡Qué sangre fría, qué inteligencia, qué férrea voluntad! Inex-
plicable, que se rodeara de esa guardia de imbéciles».44
Horas después de que Hitler hablara por la radio del Reich a la una
de la noche y anunciara que iba a ajustar las cuentas «como acostum-
bramos nosotros los nacionalsocialistas», aún reinaba en la Hermann-
Góring-Strasse una intensa agitación. Hasta las cinco de la madrugada
no empezó a volver la calma poco a poco, de manera que Goebbels,
636 Goebbels

sumamente orgulloso —¿cómo habría crecido su prestigio ante Hitler?—,


pudo hacer un primer balance. Ante sus personas de confianza, Nau-
mann, Schwágermann y Von Oven, opinó que nadie se habría atrevi -
do a esperar que todo tuviera un final tan rápido y bueno. Ciertamen -
te, él era un «hombre sensato, de ideas claras, del que está lejos toda
exaltación». Pero en este caso sólo podía decir: «Es una evidente ayuda
del reino de Dios. Aquí hasta el más insensible realista tiene que sentir
el soplo de un destino sobrenatural». 45
El 22 de julio fueron convocados los principales hombres del Reich
a Rastenburg, donde felicitaron a Hitler por haber superado el atenta -
do. Goebbels, quien del hecho de que StaufFenberg tuviera «una mujer
inglesa» concluyó «dónde había que buscar a los verdaderos autores inte-
lectuales del atentado», 46 viajó con la esperanza de recibir por fin de
Hitler los plenos poderes para la realización de la guerra total, dada su
prudente y decidida actuación. Ya la deliberación de dirigentes en el
cuartel de campaña de Lammers, en el que estaban presentes Bormann,
Keitel, Speer, Funk y Sauckel entre otros, infundió optimismo al minis-
tro de Propaganda.47 Al parecer, siguiendo las instrucciones de Hitler,
Lammers propuso ahora a regañadientes, en vista de la situación «tan
crítica», disolver la comisión tripartita, formada por él mismo, Bormann
y Keitel. La reforma de la Wehrmacht se debía confiar «con plenos pode-
res» a Himmler, y la reforma del Estado y de la vida pública, «igual-
mente con plenos poderes», a Goebbels, a quien asombró la propuesta
de Lammers, pero que de inmediato creyó descubrir la razón en que
los «señores» ahora tenían miedo de que «sus insuficientes medidas (...)
conduzcan progresivamente a una gran crisis bélica y estatal». 48
Goebbels se declaró dispuesto a asumir las funciones «aunque en
modo alguno se peleaba por ellas», pues las dificultades de la patria exi-
gían «grandes medidas» y a Hitler «había que eximirle de todas las nimie-
dades para que sólo tenga que consagrarse a su gran misión histórica».
Para poner coto de antemano a las resistencias desde dentro del parti-
do —sobre todo las de Bormann—, Goebbels manifestó en el trans -
curso de su exposición de ideas, ya formuladas en la memoria del 18
de julio, que las medidas que proyectaba respetarían al NSDAP. No era
La venganza nuestra virtud, el odio nuestro deber 637

«un depósito del que se puedan sacar fuerzas, porque apenas tiene sufi-
ciente con las suyas propias».49
Después de él tomó la palabra Keitel y —según el «extrañadísimo»
Goebbels— admitió su exposición «de manera más que indiscutible».
Más moderado que Keitel, quien encontró «grandes palabras de elo-
gio» para él,50 se mostró Bormann. El «secretario» aludió a la oposición
de las distintas secciones. También hubo resistencia de parte del secre-
tario de Estado Stuckart, quien pensaba que «del sector del ferrocarril
y de comunicaciones del Reich ya no se podían desviar fuerzas para la
Wehrmacht y el armamento» y «asimismo esto apenas era posible en la
administración, puesto que ya casi sólo se desempeñaban los trabajos
estrictamente necesarios». Goebbels rechazó esas objeciones indicando
que la deliberación actual no se podía perder en detalles. Después de
que Speer, Sauckel y Funk expusieran sus opiniones y el debate dege-
nerara en un parloteo general, Goebbels volvió a tomar la palabra y
exhortó a los asistentes a comprometerse con su «gran línea» para la
inminente negociación con Hitler. Puesto que nadie se opuso, pidió
finalmente al ministro del Reich Lammers que se encargara de plan-
tear el asunto a Hitler, ya que «no está bien proponerse a sí mismo». 51
«Si conseguimos del Führer lo que se ha decidido en la reunión con
Lammers, entonces queda inaugurada prácticamente una dictadura béli-
ca interna. Me siento lo bastante fuerte como para desempeñarla y apro-
vechar los plenos poderes de manera que se produzca el mayor efecto
bélico posible». «Con mano férrea» —así se lo propuso Goebbels— iba
a «limpiar» el aparato del Estado.52
En el almuerzo que siguió en el mismo círculo, el hombre de Rheydt
fue el centro de atención y se sintió en su elemento, pues desde siem-
pre las crisis le habían hecho encontrarse en un gran estado de forma.
Ahora pudo referir cómo el 20 de julio reprimió el «golpe criminal»
de la «camarilla de traidores» con la colaboración de Remer:53 «Si el
batallón de guardia no hubiera tenido un comandante tan brillante, yo
habría estado perdido al menos durante un tiempo». 54 El hecho de que
todos le trataran con la «mayor amabilidad» despertó en él la esperan-
za de que «el mando» le resultara «extraordinariamente fácil» en la sitúa-
638 Goebbels

ción actual. «Esto tiene mucho que ver con que no hay nadie que no
tenga miedo a una gran crisis bélica o incluso a una catástrofe». 55 pen-
saba Goebbels, exceptuándose de tal temor a sí mismo, pero también a
«su querido Führer».
Cuando la tarde de aquel 22 de julio de 1944 volvi ó a ver a Hitler,
Goebbels tuvo «la sensación de estar ante un hombre que trabaja bajo
la mano de Dios». Esta «sensación» se intensificó cuando Hitler expre -
só su opinión «con gran entusiasmo» sobre sus medidas para reprimir
la conspiración. «Encuentra mi proceder muy acertado, sobre todo que
haya evitado escrupulosamente la utilización de las SS armadas contra
los generales del ejército». Cuando Hitler, después de una violenta sarta
de improperios contra los conspiradores, se mostró además muy
abierto hacia la guerra total, Goebbels estaba cada vez más hechizado;
volvía su vieja confianza de los años de lucha. El hecho de que el Füh -
rer hubiera envejecido mucho y de que causara una «impresión real -
mente débil» le preocupó, pero tuvo para Hitler, cuya naturaleza esta -
ba «marcada por una inmensa bondad», palabras de la mayor veneración.
«Nunca» le había «visto con tanta calidez interior como ese día. Fran-
camente hay que quererle. Es el mayor genio histórico de nuestro tiem-
po».56
Avanzada la tarde, en otra conversación, el ministro de Propaganda
recibió de Hitler el encargo de «poner en marcha en todo el territorio
del Reich una gran oleada de asambleas cuya tendencia sea acabar defi-
nitivamente con la traidora camarilla de generales». 57 Su desarrollo fue
fijado en todos los detalles por Goebbels. Los oradores debían destacar
que el atentado tenía su origen en la iniciativa de una «camarilla de trai -
dores muy pequeña y de una ranciedad reaccionaria», que esta «gentu -
za» había hecho todo lo posible por «impedir la victoria definitiva (...)
del nacionalsocialismo» y, sobre todo, que el «ejército» como tal, «de
valía siempre demostrada», había salido sin tacha del intento de golpe
de Estado.58 Subrayar esto parecía aún más importante cuanto que Ley,
en un discurso transmitido por la radio, había desacreditado a los aris -
tócratas de la dirección del ejército al fustigar a los autores del atenta -
do entre otras cosas como «sucios perros de sangre azul». 59
La venganza nuestra virtud, el odio nuestro deber 639

El punto culminante de la campaña propagandística que empezaba


lo constituiría el discurso de Goebbels del 26 de julio, retransmitido
por todas las emisoras, que Hitler había autorizado a petición suya. 60
Allí proclamaba haber visto mentalmente «imágenes apocalípticas» cuan-
do se enteró del crimen de aquella «pequeña facción, ambiciosa y sin
escrúpulos, de aventureros y jugadores de azar», que colaboraba con el
enemigo.61 «Pero entonces llena mi corazón un agradecimiento casi
religioso, piadoso.Ya había experimentado muchas veces —pero nun-
ca de una manera tan manifiesta y clara como ésta— que el Führer eje-
cuta su obra bajo la protección de la Providencia (...) pero que así tam-
bién un destino divino, que impera sobre cualquier acción humana, nos
señala que esta obra, aunque encuentre tan grandes dificultades, debe
ser completada, puede ser completada y será completada».62
Por lo que respectaba al éxito de este discurso, y en general de toda
la campaña, los propagandistas se engañaron a sí mismos. En una memo-
ria elaborada en el ministerio de la Wilhelm-Platz,63 que se basaba en
las noticias de las oficinas de propaganda del Reich, se describían los
mítines organizados por el partido, en los que los «compatriotas» tenían
obligación de participar, como «manifestaciones espontáneas de leal-
tad» y éstas a su vez como un «instintivo plebiscito» a favor de Hitler.
En realidad, aunque la mayoría de los alemanes vieron en el atentado
una traición a la patria, no se podía hablar de que se hubiera registra-
do una «mejora de la moral» por la «salvación del Führer».
Semejantes informes, destinados a ser presentados al «señor minis-
tro del Reich», en los que también se podía leer que ahora el pueblo
alemán estaba dispuesto aún con más decisión a trabajar con todas sus
fuerzas para continuar la guerra hasta la victoria, fortalecieron la fe de
Goebbels en la Providencia y repercutieron sobre Hitler. Cuando se
celebró una reunión el 22 de julio en la llamada casa del té de la Gua-
rida del Lobo, al ministro de Armamento, Speer, le llamó la atención el
estado anímico de Hitler, quien al parecer, gracias al atentado frustra-
do y al optimismo difundido por Goebbels, se entregó una vez más a
la idea de que ahora había llegado el gran giro positivo de la guerra. «El
momento de la traición», dijo Hitler, había pasado, «nuevos y mejores
640 Goebbels

generales asumirían el mando (...).Todos estuvieron de acuerdo», 64 unos


por puro oportunismo, otros por miedo o falta de perspicacia. Sólo uno,
que arrojó «cubos de desprecio y escarnio sobre los generales», 65 creía
realmente en ello, porque sólo la fe podía hacer realidad lo que racio -
nalmente parecía imposible: el ministro de Propaganda Goebbels.
Como mandatario del Reich para la aplicación de la guerra total,
cargo para el que había sido nombrado Goebbels formalmente por
medio del decreto del 25 de julio de 1944, 66 ahora estaba facultado para
dar órdenes a todo el sector civil y a los jefes de las más altas instancias
del Reich. Goebbels no planeaba crear un nuevo departamento, sino
que quería llevar a cabo la necesaria «transformación estructural en todo
el aparato del Estado» con una plantilla de veinte personas, lo que daba
idea indirectamente de las proporciones de las medidas que se iban a
tomar. Para ello creó dos comisiones; una comisión de proyectos bajo
la dirección de Naumann, cuyo trabajo sería revisado por él, luego pre-
sentado a Hitler y a continuación aplicado en las distintas secciones por
una segunda comisión ejecutiva, al frente de la cual estaba el jefe del
distrito de Weser-Ems, PaulWegener.67
Para facilitar la aplicación de las medidas, Goebbels proyectaba con-
ceder a los comisarios de defensa del Reich 68 —en esta función los jefes
de los distritos ejercían el mayor mando en sus sectores— «un amplio
derecho para pedir información y dar instrucciones a todos los depar-
tamentos del nivel medio y bajo del Reich y a las regiones, a las cor-
poraciones autogestionadas, incluyendo la autogestión de la economía
industrial, a los municipios, a las empresas industriales y a las compa -
ñías que trabajan para la Wehrmacht». 69 Para inspeccionar las posiciones
indispensables y la movilización adecuada de todas las fuerzas, se
debían crear comisiones de distrito y circunscripción. En último tér-
mino, todo iba orientado a hacer realidad la utopía nacionalsocialista
de un «gobierno sin administración» a través de los plenos poderes asig-
nados y controlados por él. 70
En una circular a las más altas instancias del Reich, jefes de distrito,
gobernadores del Reich y cargos administrativos, Goebbels recordó que
la medida de su proceder debía ser la idea de que sus acciones se efec-
La venganza nuestra virtud, el odio nuestro deber 641

tuaban ante los ojos de los soldados del frente y de los trabajadores del
armamento. Por ese motivo, el estilo de vida de las personalidades diri-
gentes debía adaptarse a las exigencias de la situación bélica general;
«nuestro empeño debe ser cuidar ahora en toda la vida pública un esti-
lo de guerra que documente no sólo ante el propio pueblo, sino tam-
bién ante el extranjero, que luchamos por nuestra vida y que estamos
firmemente decididos a llevar esta guerra a un victorioso final, cueste
lo que cueste»,71 escribió Goebbels, cuya esposa daba ejemplo prestan-
do sus servicios temporalmente en una fábrica berlinesa.72
Durante el congreso de jefes de distrito celebrado el 3 de agosto de
1944 en el castillo de Posen, Goebbels expuso detalladamente a los pre-
sentes las medidas para la totalización de la guerra. La alarma general
por la «crisis» en el sector central del frente oriental, que era tres veces
más grave que la de Stalingrado, la explicó con la conjura del 20 de
julio, de la que más tarde dijo que no había sido «sólo el punto más bajo
de nuestra crisis bélica», sino al mismo tiempo también «el día fijado
para nuestro renacimiento».73 Las órdenes descubiertas en la Bendlers-
trasse le daban «una clásica prueba de que, si las cabezas visibles de esta
organización se hubieran esforzado en igual medida en dar las órdenes
correspondientes para el mantenimiento del frente oriental, y vincula-
do tantos deseos y esperanzas al mantenimiento del frente oriental como
lo habían hecho para la derrota del movimiento nacionalsocialista, sin
duda la situación en el este se habría desarrollado de una manera muy
distinta (...). Esta pequeña facción no ha querido vencer», gritó Goeb-
bels a los jefes de distrito.74
En su discurso de Posen, Goebbels anunció que se iban a ajustar las
cuentas sin indulgencia con los «traidores». Ya al día siguiente, el 4 de
agosto de 1944, según las órdenes indicadas por Hitler,75 se reunió por
primera vez el tribunal de honor de la Wehrmacht bajo la presidencia
del general mariscal de campo Von Rundstedt, el recién nombrado jefe
del Estado Mayor del Ejército, Heinz Guderian, Keitel y otros dos gene-
rales, para expulsar del ejército alemán a los resistentes detenidos y así
ponerlos bajo la jurisdicción del Tribunal del Pueblo. Cuatro días des-
pués, tras un juicio inhumano por parte de su fanático presidente, Freis-
642 Goebbels

ler, se dictaron las primeras ocho sentencias de muerte, que se ejecuta-


ron pocas horas después en la prisión de Plótzensee.
Estas y las siguientes ejecuciones —los condenados eran colgados de
unos ganchos con flejes de acero y así estrangulados poco a poco—
fueron grabadas por un equipo cinematográfico bajo la dirección de
Hans Hinkel, el administrador cultural del Reich y jefe del departa-
mento de cinematografía del Ministerio de Propaganda. El encargo del
documental Traidores ante el Tribunal del Pueblo procedía de Goebbels,
quien lo prometió a todos los jefes de distrito con una serie de llama-
das en cadena.76 Convencido de que cada uno de los jefes de distrito
haría participar a un mayor círculo de personas en la proyección, «de lo
que puede resultar muy fácilmente una desagradable discusión sobre
estos procesamientos», el jefe del Reich Bormann manifestó sus «obje-
ciones». Puesto que había que tener en cuenta la intervención de éste,
Goebbels, de quien se decía que le tenía «verdadero miedo», 77 escurrió
el bulto, comunicando ahora a los jefes de distrito que la película se
proyectaría en el próximo congreso común, pues se temía que duran-
te el transporte cayera en las manos equivocadas.78
Se afirma que, cuando le enseñaron a Goebbels las escenas de eje-
cución, apartó la vista,79 entre otras cosas porque entre los ejecutados
se encontraba su antiguo compañero de lucha, el jefe de la policía ber-
linesa Von Helldorf. «Bajo el efecto de los últimos años de guerra» había
entrado «cada vez más en un estado de desesperación y depresión» y se
había asociado a los hombres de la resistencia.80 Poco antes de su deten-
ción, el antisemita sin escrúpulos le había hecho al consejero guberna-
mental Gisevius una descripción sincera de la situación: «Todo el mun-
do desea el final de la guerra. Nadie lucharía a favor de los nazis en las
barricadas. El cansancio general es grande. Sin embargo, no se puede
hablar de ningún fenómeno de rebelión. El terror por las bombas une
a la gente. En las operaciones de rescate no queda tiempo para pre-
guntarse quién está a favor y quién en contra. Ante la falta general de
salidas, todos se aferran a la extraordinaria voluntad fanática que se hace
patente y que por desgracia personifica Goebbels. Da asco contem-
plarlo, pero allí donde este artero enano se deja ver, aún hoy las gentes
La venganza nuestra virtud, el odio nuestro deber 643

se arremolinan y se sienten afortunadas con un autógrafo o un apretón


de manos».81
Aquel «artero enano» también sentía desprecio por el amigo de enton-
ces, cargado de deudas y desconcertado por asuntos espinosos, después
de que se comprobara que formaba parte de la resistencia. El odio de
Goebbels hacia Helldorf era aún mayor porque a principios de año
había intercedido ante Hitler para que fuera uno de los primeros «de
la inmediata organización del partido» en recibir la Cruz de Caballero
al mérito de guerra.82 Así pues, tras la ejecución de Helldorf, se dice
que Goebbels comentó con satisfacción que el «traidor» tuvo que ser
testigo de cómo otros compañeros de infortunio sufrían para morir en
la horca antes de que le tocara el turno a él.83
Para poner en el patíbulo a cualquiera que contraviniera en lo más
mínimo a las leyes de la guerra total, Goebbels proyectaba una ley de
bases para la ejecución de sus medidas de movilización.84 Nunca se pro-
mulgó, pues la «ordenanza contra los parásitos del pueblo» y el «artículo
contra la desmoralización del ejército» le ofrecían suficiente capacidad
de maniobra a Goebbels, que se inmiscuía en todas partes. Después de
que, por ejemplo, la actriz Marianne von Simson acusara ante la Gestapo
a un comandante llamado Fritz Goes por haber dicho a finales de julio
en relación con el intento de atentado a Hitler «¡qué pena que no haya
salido bien!», y después de que el tribunal central del ejército, com-
petente en el caso de este oficial, lo absolviera, Goebbels le expuso el
asunto a Hitler.85 Como consecuencia, el comandante supremo de las
SS anuló la sentencia del tribunal militar y le sometió al Tribunal del
Pueblo de Freisler.86
En su entorno, donde por miedo a él se mantenía una atmósfera
artificial de optimismo, Goebbels acusó de «derrotismo» a colabora-
dores como Semler o Müller.87 La misma suerte corrió Berndt, el jefe
del departamento de propaganda, que desde hacía algunos meses tam-
bién presidía la comisión interministerial para los daños ocasionados
por la guerra aérea, así como la inspección del Reich. En opinión de
Goebbels, había cometido en público «muy serias indiscreciones sobre
los preparativos defensivos en el oeste» y revelado «discrepancias en el
644 Goebbels

mando supremo de nuestras tropas occidentales».88 En realidad, Berndt


había manifestado que el mariscal de campo Rommel, que se mostra-
ba ante Hitler tan seguro de la victoria y que a mediados de julio en
Francia había resultado herido de gravedad por un ataque de aviones
rasantes americanos, no tenía tan segura la victoria.89 Goebbels no
soportaba ese «derrotismo», motivo por el cual destituyó a Berndt de
su cargo de jefe del departamento de propaganda en junio de 1944.
Como consecuencia, éste pidió en un principio que se le dispensara
de otras tareas para combatir en el frente, sin resultado. Sólo después
de una discusión entre ellos y la intervención del teniente general de
las SSVon Herff, Goebbels eximió a su colaborador del servicio en el
ministerio. Finalmente, a mediados de agosto, Berndt entró a formar
parte de las SS armadas, donde quedó al mando de una unidad blin-
dada.90
Entretanto se había puesto en marcha la última gran campaña de
movilización de la Segunda Guerra Mundial, con la coordinación del
mandatario del Reich y la colaboración de Speer y Himmler. Goeb-
bels —rebosante de agitado activismo y ciego ante la efectividad real
de las medidas— había hecho cerrar empresas, implantar la semana de
sesenta horas para funcionarios y trabajadores o suprimir sin miramientos
posiciones indispensables.También había limitado drásticamente el sec-
tor periodístico. La extensión de los pocos diarios que seguían exis-
tiendo se redujo a cuatro hojas. Se interrumpió la publicación de las
revistas ilustradas, con excepción del Illustrierter Beobachter [Observador
ilustrado] y de la Berliner Illustrierte [Ilustrada berlinesa],y se paralizó toda la
literatura de entretenimiento.Todos los teatros, varietés, cabarés, escuelas
de arte dramático, academias, exposiciones de arte tuvieron que
cerrar. Lo mismo se aplicaba al terreno musical, exceptuando las orques-
tas necesarias para los programas de la radio del Reich.
Aunque los representantes del partido y del Estado consideraban
urgentemente necesarias las medidas establecidas, en muchos casos inten-
taban hacer valer su influencia ante el Führer para evitar, o al menos
moderar, las medidas de crisis que afectaban a sus ámbitos de compe-
tencias. Bormann, que miraba con envidia a su «competidor» por el
La venganza nuestra virtud, el odio nuestro deber 645

favor de Hitler, adquirió así el papel de inspector del fanático trabajo


goebbeliano. Para limitar su creciente poder, intentaba convencer a
Hitler de la insensatez de una u otra medida adoptada por Goebbels y
así burlar su trabajo.
Así, el 14 de agosto Bormann comunicó a Goebbels las objeciones
del Führer contra la dureza de determinadas disposiciones previstas
con relación al correo del Reich. Se tenía que volver a reflexionar con
detenimiento si realmente era necesario interrumpir el envío de paque-
tes pequeños y de telegramas privados cuando se superara la distancia
de 150 kilómetros. En el caso de las medidas previstas para la justicia,
«no debían presentarse impedimentos para los matrimonios rápidos», y
con las publicaciones del frente había que observar que los soldados
tenían una «gran sed» de periódicos y revistas. El Führer había subra-
yado que en todos los casos había que ponderar «si el efecto realmen-
te (...) justifica las molestias».91 Puesto que Goebbels había hecho publi-
car una parte de las medidas en la prensa, Bormann acogió con gusto
la oportunidad de rogar «encarecidamente» a Goebbels que prescin-
diera de publicar ordenanzas y disposiciones que todavía no eran jurí-
dicamente válidas.92 El 24 de agosto Bormann criticó que los decretos
de Goebbels revelaran en parte «una alarmante incomprensión» de las
exigencias de la guerra total, cuando a través de ellos se coartaba con-
siderablemente la posibilidad de acción de las autoridades de las ins-
tancias medias, de las empresas y de los jefes de distrito.93
Pero, a pesar de todo, Goebbels seguía su camino con ímpetu, aun-
que continuaba evitando cualquier confrontación con el «secretario».
Ya que creía en realidad que la «traición» del 20 de julio había sido
corresponsable del desastre en los frentes, ya que hacía una estimación
completamente errónea de los recursos armamentísticos del enemigo
y ya que Speer hablaba de cifras récord cada vez mayores en la pro-
ducción propia —entre otras cosas, la construcción de aviones a reac-
ción y de modernos submarinos—, Goebbels confiaba en un pronto
giro de la guerra, que daría al Reich el tiempo necesario hasta que se
produjera la ruptura de la coalición enemiga, tenida por segura. Ade-
más, su opinión se veía confirmada por la inminente entrada en acción
646 Goebbeü

de otra —esta vez la auténtica— «arma prodigiosa»: el A4 o V2, el pri-


mer cohete balístico del mundo.
Ya en julio Speer había organizado una proyección estrictamente
secreta, en la que, aparte de Goebbels, sólo participó Milch. El minis-
tro de Propaganda quedó tan entusiasmado con la grabación del des-
pegue del cohete que hizo que se la repitiera inmediatamente varias
veces seguidas; poco después declaró que, aunque no quería propagar
un «optimismo injustificado», creía tras madura reflexión «que esta arma
subyugará a Inglaterra. Si pudiéramos mostrar esta película en todos los
cines alemanes, no necesitaría yo pronunciar más discursos ni escribir
más artículos: ni el más acendrado pesimista dudaría ya de nuestra vic-
toria».94 El entusiasmo de Goebbels fue tal que en un editorial del Reich
ya daba a entender que el Führer provocaría en breve el fin de la gue-
rra gracias a la utilización de «temibles recursos bélicos».95
Sin embargo, estas palabras no cambiaron nada en la percepción
negativa de la población, pues se veía realmente avasallada por prome-
sas no cumplidas. De la bomba volanteVl (V de Vergeltung, represalia),
ya circulaban sarcásticas designaciones sustitutivas como «fallo n° 1» o
«medio de engañar al pueblo n° 1» (basándose en la V inicial de estos
términos en alemán, Versager y Volksverdummungsmittel respectivamen-
te).96 Sin duda por tener eso en cuenta, el cuartel general del Führer
había conminado a Goebbels a guardar silencio. Aquella opinión fue
ratificada por Speer, quien se había dirigido a Hitler advirtiéndole de
que una propaganda como la de la VI provocaba demasiadas expecta-
tivas que no se podrían cumplir a corto plazo y producirían el efecto
contrario.97
Así pues, desde principios de septiembre voló la V2 sin acompaña-
miento propagandístico hacia Inglaterra, causando allí considerables
destrozos, aunque insignificantes comparados con los de los bombar-
deos aliados. Pero esto no pudo evitar que los frentes se siguieran acer-
cando de manera imparable. En el este, el Ejército Rojo entró hasta
mediados de septiembre en los países bálticos y alcanzó la frontera con
Eslovaquia. En el sureste, donde Bulgaria y Rumania habían declarado
la guerra a Alemania, la Wehrmacht abandonó Grecia. En Italia comen-
La venganza nuestra virtud, el odio nuestro deber 647

zó la batalla defensiva en la posición de los Apeninos, y en el oeste las


unidades americanas y de la Francia libre, bajo el mando del general De
Gaulle, habían entrado triunfalmente ya el 25 de agosto en la capital
del Sena, que la Wehrmacht abandonó sin combate, y avanzaban rápi-
damente en dirección al territorio del Reich.
El 30 de agosto Goebbels anotó en su diario que los informes del
Alto Mando de la Wehrmacht eran ahora tan dramáticos «que poco a
poco el pueblo comienza a perder los nervios».98 Pero al parecer Goeb-
bels también se preocupaba por la estabilidad del aparato de dirección
política, al considerar erróneo que se le proporcionaran diariamente los
resúmenes de las «noticias calculadas y tendenciosas» de la propaganda
radiofónica enemiga. «Yo mismo sólo permitiré que me muestren una
fracción de ese material, porque no tengo ninguna gana de estropear-
me los nervios con la propaganda anglo-americano-soviética en esta
etapa tan crítica y grave».99
Goebbels reconocía ahora que él solo ya no podía «animar» a los
alemanes a través de la radio. Por eso, con su inquebrantable confian-
za se dirigió a su Führer, el único que tenía la autoridad «para vol-
ver a infundir valor y fuerzas al pueblo en la situación actual», y le
rogó que hablara en la radio «sin más dilación». La petición de Goeb-
bels fracasó, motivo por el cual creció su preocupación de no poder
mantener la moral interna, en particular porque sus medidas de tota-
lización aún no surtían efecto y había que contar con más «golpes
serios» tanto en el este como en el oeste. El peor momento de la cri-
sis —eso lo tenía Goebbels claro— «todavía no ha llegado de ninguna
manera».100
Además de la situación en los frentes, que se volvía más dramática
cada día, además de que el maestro de las obras de fortificación de la
línea Sigfrido había comunicado que «todas las instalaciones estaban
preparadas para las viejas armas» y que los bunkeres de hormigón «no
tenían la fuerza suficiente» para resistir el permanente bombardeo de la
artillería,101 el general de paracaidistas Kurt Student le trajo el 9 de sep-
tiembre la «triste noticia» de que su hijastro Harald Quandt había resul-
tado herido en los combates del Adriático y que desde entonces se le
648 Goebbels

daba por desaparecido. Goebbels, que inmediatamente encargó a la Cruz


Roja que investigara el caso, ocultó en un principio la noticia a su espo-
sa, que había vuelto a enfermar, «para no alarmarla innecesariamen-
te».102 Apenas veinticuatro horas después tuvo conocimiento de un
devastador bombardeo sobre Gladbach y Rheydt. El 12 de septiembre
estalló una mina aérea en el jardín del palacio ministerial situado en la
Hermann-Goring-Strasse, que derrumbó el tejado y devastó la planta
baja, de manera que Goebbels tuvo que establecerse en Lanke, donde
Hitler había hecho construir un bunker para su familia.103
Llevado por la convicción de que ya no se podía ganar la guerra en
dos frentes, Goebbels se aferró cada vez más a la ruptura de la tan des-
igual coalición enemiga, profetizada por su Führer. El 9 de septiembre
discutió hasta bien entrada la noche con Schwarz van Berk. Este le con-
firmó su idea de que los aspectos políticos que ofrecía la actual situa-
ción bélica eran «muy prometedores, si es que en el bando enemigo
todavía existe el sentido común». Sin embargo, Goebbels temía una vez
más que la política exterior alemana no estuviera en condiciones de
aprovecharlos de la manera adecuada. «Si yo fuera ahora ministro de
Exteriores, sabría lo que tendría que hacer».104
De todos modos, Goebbels se decidió a actuar después de hablar el
19 de septiembre con Naumann. Este hombre de confianza, nombra-
do secretario de Estado en abril de 1944, le informó acerca de una
«entrevista sensacional» con el embajador japonés en Berlín, Oshima.
Éste defendía la opinión de que el Reich alemán debía intentar a toda
costa llegar a una paz por separado con los soviéticos. Precisamente él,
Oshima, defendía esa opinión como antibolchevique «porque no se
podía justificar que las tropas alemanas se siguieran desangrando en el
este, teniendo en cuenta el peligro que se presentaba en el oeste. Japón
estaba incluso dispuesto a allanar el camino hacia un tratado de paz ger-
mano-soviético con concesiones de su parte». Puesto que Naumann
siguió contando que el embajador japonés pensaba que ya no se podía
hacer nada con los americanos y los ingleses, pero que Stalin era «un
realista», reproduciendo así exactamente la percepción del ministro de
Propaganda, éste ardía de entusiasmo. Inmediatamente se dirigió a
La venganza nuestra virtud, el odio nuestro deber 649

Himmler y a Bormann, quienes debían exponer al Führer de manera


adecuada las ideas de Oshima.
El propio Goebbels abordó de inmediato la tarea de poner por escri-
to sus reflexiones sobre política exterior,105 que desde hacía un año
había ido silenciando, en forma de una memoria destinada a Hitler.106 El
punto de partida de su análisis de la situación era la constatación de
que la Unión Soviética y las potencias occidentales estaban separadas
por una «montaña de intereses contrapuestos», que sólo se había salva-
do por la guerra conjunta contra Alemania. La salida a esta situación
—volvía a decir Goebbels— la indicaba una mirada retrospectiva al año
1932. Entonces, la astuta diplomacia de Hitler había conseguido apro-
vechar las diferencias entre los enemigos de izquierdas y de derechas
«de tal manera que el 30 de enero de 1933 alcanzamos una victoria
limitada, pero que de todos modos era el requisito previo para con-
quistar totalmente el poder». Igual que se hizo entonces en materia de
política interior, había que actuar ahora en política exterior. Se trataba
de buscar la reconciliación con uno de los dos bandos enemigos, que
permitiera derrotar poco a poco a los adversarios.
Él no era ningún «aventurero político», sino que tenía que cumplir
su deber con respecto a «usted y su obra», escribió Goebbels. La recon-
ciliación había que buscarla con Stalin. Puesto que era necesario dar
semejante paso, era preferible hacerlo con la «petulancia judía», como
había calificado una vez al bolchevismo, que no con el aún más odia-
do «judaismo bursátil» capitalista, que era finalmente el que dirigía las
«plutocracias» occidentales. Este razonamiento, en el que se veía domi-
nado de lleno por su viejo odio de motivación social, hizo que a Goeb-
bels le pareciera oportuno dirigir las tentativas de paz hacia el este.
Pero la empresa, en modo alguno carente de perspectivas de éxito,
fallaba por la actual política exterior, observaba el ministro de Propa-
ganda, y enumeraba los fracasos de Ribbentrop. Éste «difícilmente pue-
de alegar que los éxitos militares deben constituir el requisito indis-
pensable para una política exterior también exitosa», pensaba, y añadía
con habilidad que en el caso de contar con éxitos militares apenas se
necesitaba una política exterior, ya que ésta se hacía con la fuerza per-
650 Goebbels

suasiva de las armas. Además, era «en buena medida corrupto y derro-
tista»; cuando menos no tenía el «ardiente fanatismo» que se necesita-
ba ahora. «Apenas había nadie entre los líderes alemanes del partido, del
Estado y de la Wehrmacht» que no compartiera su opinión, decía para
corroborar sus reproches, que rebasaban el límite de la denuncia. El
objetivo que perseguía con esta crítica a su antagonista Ribbentrop,
cuyo departamento de prensa, radio y cultura quería cerrar en calidad
de mandatario del Reich,107 era evidente. Se lo insinuó a sus colabora-
dores del ministerio cuando declaró que él personalmente quería lle-
var a cabo las negociaciones con Stalin, y por eso ahora insistía en asu-
mir las potencialidades del Reich en materia de política exterior.108 La
carta-memoria, que tenía 27 páginas y estaba escrita a máquina con
letras muy grandes, atendiendo expresamente a la avanzada miopía de
Hitler, terminaba con promesas de lealtad y abnegación, así como con
la disculpa de no querer aleccionar a su Führer. Si con su trabajo, el
«resultado de innumerables tardes solitarias y de insomnes noches de
cavilación», no conseguía nada más que desahogar su corazón ante el
Führer, eso ya le bastaba.
El 22 de septiembre Goebbels remitió la memoria a Hitler. «Se pue-
de uno imaginar con qué tensión espero a ver cómo reacciona». 109 Poco
después, Naumann le informó de que el Führer había «leído con aten-
ción» su exposición en presencia de Schaub y que luego se la había lle-
vado en su propia carpeta para releerla.110 Sin embargo, pasaron semanas
sin que Goebbels oyera nada de Hitler sobre el asunto. En octubre
volvió a insistir en su intento, llamando en un escrito la atención de
Hitler sobre el hecho de que el Ministerio de Exteriores estaba «com-
puesto en peligroso grado por traidores a la patria y por elementos de
poca confianza en materia política».111 Pero eso tampoco pudo evitar
que el comandante supremo de la Wehrmacht se aferrara a su vieja con-
cepción. Además, a causa del éxito defensivo en Arnhem, Hitler había
decidido emprender una contraofensiva en las Ardenas. Con eso y con
el fuego intensificado de las armas V, seguía esperando poder mover a
Inglaterra a la paz y conseguir así la retirada de los americanos de Euro-
pa, para a continuación provocar el desenlace en la lucha contra la Unión
La venganza nuestra virtud, el odio nuestro deber 651

Soviética teniendo las espaldas cubiertas y concentrando todas las


fuerzas.
La decisión de Hitler de acometer la ofensiva en el oeste, que éste
calificó ante Goebbels como la condición previa para una paz por sepa-
rado, pero sin comprometerse a decir con quién la pretendía, encajaba
de todos modos en la idea goebbeliana de una reconciliación con el
este, pues parecía que el mayor despliegue de fuerzas futuro iba dirigi-
do contra el que se suponía el principal enemigo. Ahora, en vista de la
aproximación de los aliados, el objetivo propagandístico de Goebbels
debía ser sobre todo combatir el tedio ante la guerra, en particular entre
la población de la Alemania occidental. Y es que para entonces ya se
consideraba el menor de todos los males caer cuanto antes bajo el régi-
men de ocupación americano, con tal de no hacerlo bajo el soviético.
Muy a propósito le vino a Goebbels en ese sentido el plan del minis-
tro de Hacienda americano, Morgenthau, aprobado por los aliados a
mediados de septiembre de 1944 en la Conferencia de Quebec y des-
pués desestimado, el cual preveía parcelar Alemania y, tras desmantelar
por completo su industria, convertirla en un «campo de hortalizas». Así
pues, se presentó la oportunidad de dibujar en la propaganda una apo-
calíptica visión de futuro de la vida bajo la ocupación americana. Así
proclamaba triunfante el Volkischer Beobachter en vista de los «progra-
mas de aniquilamiento conocidos hasta ahora»:112 «Clemenceau supe-
rado-40 millones de alemanes de más».113
A principios de octubre, el ministro de Propaganda realizó una visi-
ta a los «territorios fronterizos del oeste», que eran objeto de duras
luchas. Después de discutir con los jefes de distrito de esos lugares cues-
tiones de la aplicación de la guerra total y después de que se le permi-
tiera conocer con exactitud la situación en el cuartel general del gene-
ral mariscal de campo Walter Model, el comandante en jefe del Grupo
de Ejércitos B, la tarde del 3 de octubre llegó a la ciudad catedralicia de
Colonia, castigada por la guerra de bombardeos. Allí, durante un mitin
del distrito de Colonia-Aquisgrán,114 manifestó que como «hijo de su
tierra renana» le daba igual si eran los anglo-americanos o los soviéti-
cos los que ocupaban el territorio alemán. Aludiendo al plan del «judío
652 Goebbels

Morgenthau», siguió diciendo que tanto unos como otros «instaurarán


el mismo espantoso régimen de terror en suelo alemán».115 La conclusión
que Goebbels sacaba era una vez más «resistir», pues dentro de poco se
podría hablar de un milagro. Un paso hacia ese milagro ya lo daba a
entender Goebbels al afirmar que no sólo el embate enemigo se rom-
pería en las fronteras de Alemania, sino que en un tiempo no muy leja-
no se podría pasar a la ofensiva.116
Sin embargo, el anhelado contraataque en el oeste se hacía esperar.
En lugar de ello, tras semanas de enconadas batallas, las fuerzas ameri-
canas conquistaron Aquisgrán, la primera ciudad del Reich de grandes
dimensiones. A principios de octubre tomaron Übach, el lugar de naci-
miento de la madre de Goebbels, aunque con grandes pérdidas, según
anotó en su diario con un resto de satisfacción. Pero eso no podía hacer
olvidar que la población, al menos en el oeste, ansiaba el final de la gue-
rra. En los informes de las oficinas propagandísticas destinados a Goeb-
bels, se hablaba de «desesperación» y de «resignación general»,117 lo que a
veces le deprimía incluso a él.
A ello contribuía el hecho de que aún no se había averiguado nada
acerca de Harald —Magda ya estaba informada—. Además se sumó la
muerte de su amigo Rommel.118 Hitler, a través de los generales Wil-
helm Burgdorf y Ernst Maisel, había planteado al mariscal de campo la
alternativa de ser condenado por el Tribunal del Pueblo o ingerir cia-
nuro potásico y así «salvar el honor», el suyo y el de su familia.Tal como
se le presentaba a Goebbels el asunto, tuvo que suponer también él que
el mariscal de campo había estado implicado en la conspiración del 20
de julio. El nombre de Rommel estaba —sin que éste lo imaginara—
en una lista de gabinete que había caído en manos de la Gestapo, per-
teneciente al primer alcalde de Leipzig, Goerdeler, que había partici-
pado con un papel de liderazgo en la resistencia y que al parecer había
visto en este soldado, popular tanto en el interior como en los países
extranjeros occidentales, una figura de integración para el nuevo comien-
zo. En septiembre, Goebbels pudo deducir de unos «documentos sobre
el grupo occidental del 20 de julio» que el «general Stülpnagel había
participado de lleno en esta traición y que había intentado poner de su
La venganza nuestra virtud, el odio nuestro deber 653

lado a Kluge y a Rommel. Ni Kluge ni Rommel habían opuesto a sus


sugerencias la resistencia necesaria».119 Sin embargo, el destino de Rom-
mel no quedó sellado al parecer hasta la declaración del general Hans
Speidel, sospechoso como conspirador, ante el tribunal de honor de la
Wehrmacht. Allí, el jefe del Estado Mayor de Rommel afirmó haber
tenido conocimiento de los planes del atentado, pero habérselos comu-
nicado inmediatamente al mariscal de campo. Los presidentes del tri-
bunal de honor —en su mayoría adversarios de Rommel, que lo envi-
diaban— dieron crédito a la declaración de Speidel, inculpando así
automáticamente al mariscal de campo. Pero fue la intervención de sus
rivales en el cuartel general del Führer la que llevó finalmente a que
Hitler sólo dejara elegir a su «general favorito» la forma de morir. Rom-
mel, quien desde que resultó gravemente herido en julio de 1944 se
había desalentado visiblemente, descubrió el complot, pero no vio nin-
guna posibilidad de advertir a Hitler. Así pues, el 14 de octubre de 1944,
el «Zorro del desierto» se tomó la cápsula de cianuro.
La ironía del destino quiso ahora que Goebbels, en la creencia de
tener que embellecer la muerte del traidor como una «muerte acci-
dental» del leal héroe, diera efectivamente con la realidad mientras tra-
taba de salvar las apariencias: Rommel, cuya mujer no quería que, des-
pués de terminada la guerra, se manchara el prestigio de su marido
como «hijo de Wurtemberg» con afirmaciones de que había pertene-
cido a la resistencia,120 nunca había roto el juramento al Führer. Así
pues, no era del todo falso cuando en el discurso fúnebre, redactado en
el Ministerio de Propaganda y pronunciado por el mariscal de campo
Rundstedt, tras ensalzar sus méritos militares con un patetismo heroi-
co, se decía finalmente que «su corazón pertenecía al Führer».
De todos modos, la enfermedad de Hitler —sufría convulsiones esto-
macales e intestinales y estaba en cama casi apático, entre otras cosas
porque acababa de enterarse de que las fechas de ataque para la cam-
paña occidental habían sido reveladas en el año 1940— 121 se convirtió
para Goebbels en su mayor carga. Era intolerable que el Führer estu-
viera diariamente entre cinco y seis horas en la deliberación sobre la
situación. En su entorno había que procurar una distribución
654 Goebbels

bajo, se quejaba un ministro de Propaganda cada vez más deprimido.


Su mujer no sufría menos. Cada vez le preocupaba más el final, que se
acercaba de manera imparable. Puesto que no veía ninguna salida para
sí y los suyos, había empezado a resignarse. Siendo conocedor de ello,
Hitler pidió que se pusiera también ella al teléfono para infundirle áni-
mos cuando el día del cumpleaños de Goebbels, el 29 de octubre, lla-
mó «un minuto después de las doce». Cuando después de un rato regre-
só a la habitación, en la que se había reunido un pequeño grupo —entre
ellos, Naumann, Semler y Schwarz van Berk—, tenía lágrimas de ale-
gría en los ojos. El Führer le había prometido —así dijo a los allí con-
gregados— que por Navidades regalaría a la población alemana un gran
triunfo militar.122
Puesto que Hitler quería hacer realidad esa victoria antes de volver
a aparecer ante la opinión pública, rechazó, pese a la intervención de
Goebbels, pronunciar su discurso muniqués anual en memoria del gol-
pe de noviembre de 1923. En su lugar, anunció que se permitía utili-
zar la V2 en la propaganda, para que los alemanes tuvieran al menos una
«alegría» en el aniversario y así poder alentar nuevas esperanzas. 123 Como
consecuencia, la víspera del aniversario, el Alto Mando de la Wehrmacht
comunicó que desde hacía varias semanas se había bombardeado el área
de Londres con un artefacto explosivo aún más eficaz que laVl,la V2.124
A Goebbels debió de enojarle semejante diletantismo propagandístico,
pues ¿cómo iba a inspirar confianza a la población un «arma prodigio-
sa» que llevaba semanas en funcionamiento y que al parecer no había
podido cambiar nada en la desesperada situación?
A su enfado por ese motivo y al constante fuego de hostigamiento
de Bormann, se sumó una inesperada manifestación del ministro de
Armamento, con el que se había enfrentado en las últimas semanas y
meses por el poder decisorio de los industriales del armamento con res-
pecto a las producciones indispensables.125 Del 2 de noviembre databa
una carta de Speer en la que éste solicitaba que «se tomen medidas para
que en el futuro se eviten en la prensa diaria y especializada alusiones
a éxitos de nuestra producción armamentística que todavía no se han
producido».126 Tras una discusión en la que Speer anunció, sin duda para
La venganza nuestra virtud, el odio nuestro deber 655

calmar los ánimos, nuevos récords armamentísticos para finales de año,


el 14 de noviembre Goebbels desahogó su enfado al respecto con Sem-
ler, diciéndole que Speer le había estado engañando durante meses con
informaciones falsas sobre el estado del armamento.127
Pese a todos los contratiempos, pese a todas las oposiciones y muchas
soluciones parciales, Goebbels, con una propaganda en ebullición sobre
la victoria final, consiguió en colaboración con Speer provocar una últi-
ma —y en definitiva absurda— tanda de movilizaciones, aunque no en
la escala planeada. Una vez más, cientos de miles de personas se vieron
obligadas a servir en la Wehrmacht, para ser colocadas en los frentes,
que retrocedían continuamente, formando parte de las denominadas
divisiones de granaderos del pueblo, mal instruidas y mal armadas,
sufriendo devastadoras bajas. Otros fueron destinados a trabajar en el
armamento, donde Speer, por medio de la simplificación de modelos,
la división interempresarial del trabajo, el creciente traslado de la pro-
ducción a empresas mayores de gran rendimiento técnico y trabajo en
cadena, y por medio de la reducción de la economía destinada a cubrir
las necesidades civiles, había explotado las reservas de producción, de
manera que en el verano y el otoño de 1944 la producción armamen-
tística alemana alcanzó su máximo nivel. Incluso ante el tribunal mili-
tar de Nuremberg, Speer alardeó de haber logrado «un continuo incre-
mento a pesar de los ataques aéreos. Para expresarlo en cifras, éste era
tan grande que en el año 1944 conseguí armar por entero 139 divisio-
nes de infantería y 40 divisiones blindadas. Esto equivalía a pertrechar
de armamento nuevo a dos millones de personas».128
Goebbels se dedicó ahora también a la preparación propagandística
de la organización del Volkssturm [Sección de Asalto del Pueblo]. Con
varias semanas de retraso, el 18 de octubre se publicó la «directiva del
Führer» del 25 de septiembre «sobre la formación del Volkssturm ale-
mán». Preveía llamar a filas a todos los hombres alemanes con edades
comprendidas entre los 16 y los 60 años y que fueran aptos para el ser-
vicio en el ejército. En todo el Reich se dispusieron oficinas de alista-
miento, delante de las cuales ahora hacían cola personas no aptas para
el servicio militar, ancianos y adolescentes. La composición de las uni-
656 Goebbels

dades la asumieron funcionarios del partido, que también se encarga-


ban de la instrucción militar. Las unidades, parecidas a la milicia y absur-
das desde el punto de vista militar, no estaban bajo el mando de solda-
dos, sino de líderes del partido, los comisarios de defensa del Reich. 129
Goebbels fijó para el 12 de noviembre su jura del cargo de manera con-
junta en todo el Reich. En medio de la capital, en la Pariser Platz, direc-
tamente junto a la Puerta de Brandeburgo, tuvo lugar la reunión cen-
tral del distrito para la circunscripción de Stadtmitte [centro urbano].
A Goebbels le complació asumir el papel del comandante, principal-
mente cuando la «última leva» —entre otros el batallón Wilhelmplatz
formado por colaboradores del Ministerio de Propaganda— formó filas
y finalmente el teniente general de las SA Günther Grántz le dio parte
de novedades.130
Mientras que Goebbels intentaba movilizar a los últimos alemanes
aptos de alguna manera para operar, se iba aproximando el día en el que
él y su Führer tenían depositadas grandes expectativas. Habían habla-
do de ello en repetidas ocasiones, por ejemplo el 3 de diciembre, cuan-
do, tras mucho tiempo y seguramente por última vez, Hitler aceptó una
invitación de los Goebbels para tomar el té de la tarde, que él mismo
se llevó en un termo. Los seis niños se «presentaron militarmente» para
saludarle; las niñas llevaban vestidos largos.131 Una hora y media estuvo
sentado el matrimonio Goebbels con él, su ayudante Schaub y Nau-
mann. Pese a que se había vuelto más silencioso, Hitler llevó el peso de
la conversación, durante la cual Goebbels estuvo pendiente de sus labios,
como en los viejos tiempos en la Reichskanzlerplatz. Cuando se fue,
se mostraron orgullosos, y su mujer Magda no pudo abstenerse de
comentar que Hitler probablemente no habría ido a casa de los Góring.132
Finalmente, al alba del 16 de diciembre de 1944 había llegado la
hora. Entre Hohes Venn (Hautes Fagnes) y la parte norte de Luxem-
burgo, comenzó la ofensiva de las Ardenas, acompañada por el fuego de
las VI y las V2 sobre la base de avituallamiento aliada en Amberes.
Puesto que los americanos se vieron sorprendidos y los primeros
combates comenzaron de forma muy prometedora, un Goebbels que
parecía otro tenía buenos motivos para regocijarse: era un milagro
cómo el Führer
La venganza nuestra virtud, el odio nuestro deber 657

había conseguido eso. Hasta finales de año —así se lo explicó con exa -
gerada alegría a sus colaboradores— un ejército y medio del bando
americano sería aniquilado o empujado hacia el mar. 133
La euforia que volvió a invadir a Goebbels tenía su origen también,
de forma significativa, en las palabras de reconocimiento que Hitler le
tributó antes de trasladarse a su cuartel general del Nido del Águila
(Adlerhorst) en Ziegenberg, cerca de Bad Nauheim, para dirigir la ofen-
siva de las Ardenas. Gracias a sus medidas de totalización de la guerra,
en particular la formación de divisiones de granaderos del pueblo, se
había hecho posible la mitad del contraataque proyectado —le alabó
Hitler, aprovechando la ocasión para informarle acerca de armas com-
pletamente nuevas que entrarían en acción en la ofensiva—.Así, Goeb-
bels no sólo creía en su éxito, sino también que su Führer, por cuya
condición física y mental tanto se preocupaba, volvería a encontrar cier-
ta tranquilidad.134
En la conferencia de prensa convocada para el 17 de diciembre, sin
especificar el objetivo de la «ofensiva Rundstedt», como la llamaba, Goeb-
bels habló de «un gran éxito militar» y vendió el largo silencio público
de Hitler como un «gran golpe»; Washington y Londres debían de haberse
creído seguros.135 Las esperanzas que Goebbels tenía depositadas en la
ofensiva occidental parecieron cumplirse cuando el 19 de diciembre
Hitler le llamó a la una de la mañana desde el cuartel general de cam-
paña. El ministro de Propaganda escribió al respecto en su diario: «Tie-
ne un magnífico estado de ánimo, se encuentra perfectamente de salud
y por su moral se nota que toda su mentalidad ha experimentado un
cambio fundamental gracias a los éxitos ya conseguidos». 136 Poco des-
pués se despejó el cielo sobre las Ardenas y los aliados pudieron poner
en juego su superioridad aérea, de manera que el 22 de diciembre los
americanos emprendieron el contraataque. El evidente fracaso en el oeste
que resultaba de ello, que Goebbels sin embargo no quería recono cer,
lo transformó en un éxito en su propaganda: la operación Guardia en el
Rin, como se la denominaba de manera encubierta, tenía como
misión contener a las fuerzas enemigas y apartarlas de peligrosos secto -
res del frente, lo que se había logrado en su totalidad.
658 Goebbels

Pese a todo el autoengaño, la Navidad de 1944, que Goebbels pasó


en Lanke al igual que el año anterior, con su mujer, sus hijos y su her-
mana María, fue una de las más amargas de su vida. Es cierto que se
guardaron las formas, pues la familia se reunió en torno al árbol de Navi-
dad, se obsequió con regalos y escuchó atentamente el discurso de Na -
vidad del ministro de Propaganda, que se emitió por la radio. La con -
fianza que él pretendía infundir a los «compatriotas» alemanes sólo se
pudo mantener en Lanke de manera artificial. No sin un sentido ocul -
to, Magda manifestó a su secretaria en las últimas horas del 24 de diciem-
bre que el próximo año seguramente habría paz. 137
En Nochevieja, la angustia que reinaba en la casa de campo se vio
interrumpida por algunas visitas. 138 Al mediodía, se pasó un rato por allí el
teniente coronel Hans Ulrich Rudel, el piloto de combate más exi toso
de Alemania, antes de visitar a Hitler para recibir allí, además del
ascenso, la mayor condecoración al valor militar creada expresamente
para él, la Cruz de Caballero con hojas de roble en oro, espadas y bri -
llantes. El ministro le escuchó con interés, pues Rudel parecía demos-
trar una vez más qué resultados era capaz de producir la voluntad. Goeb-
bels creía que esta actitud también la personificaba el jefe de distrito
Hanke, quien anunció con una determinación fanática que iba a defen-
der Breslavia de los soviéticos. A pesar de su antigua relación con Mag-
da, Hanke gozaba por eso de su mayor aprecio. Así pues, a Goebbels no
le cupo la menor duda de que había que luchar por la causa del Füh-
rer hasta la salvación o el hundimiento cuando, alrededor de la media -
noche, sonó desde el altavoz de la radio la declaración prusiana de Clau-
sewitz pronunciada por Heinrich George, que en las últimas frases se
mezclaba con los acordes del himno nacional de Alemania y, para ter -
minar, seguía al toque de las campanas el Oh Deutschland hoch in Ehren
[Oh Alemania grande en honores].
Al hombre por cuya salud brindaron en Lanke a medianoche, Goeb -
bels le había vuelto a felicitar enfáticamente a finales del año de gue-
rra de 1944. Ahora buscaba más que nunca apoyarse en Hitler. Le había
deseado «sólo una cosa: salud y fuerza; todo lo demás ya se arreglará»,
aludiendo con ello, como siguió escribiendo, a la «victoria para núes-
La venganza nuestra virtud, el odio nuestro deber 659

tra causa (...) y la gran salvación para el mundo que sufre», por la que
seguiría movilizando «con entusiasmo todas sus fuerzas», él, cuya «vida
sólo le pertenece a usted y a su obra, que no puede ni quiere imagi -
narse un mundo sin usted». 139
En vista de la situación del Reich en la «implacable lucha por el ser
o no ser», tal como decía Hitler en la orden de Año Nuevo a la Wehr-
macht,140 Goebbels, afectado ahora por eccemas nerviosos y cólicos de
riñon, seguía buscando modelos en la historia. Además de Federico II,
su modelo de resistencia, sobre el que leía una y otra vez en la biogra -
fía del británico Thomas Carlyle, estudió los capítulos sobre las Gue -
rras Púnicas en la Historia de Roma de Mommsen. La antigua Roma
tuvo que luchar durante décadas contra Cartago, Aníbal estuvo una vez
a las puertas de Roma, sin que Roma capitulara; sólo a la perseveran -
cia del Estado y del pueblo romano se debió que después el arado roma-
no pasara sobre el lugar donde había estado un día Cartago. 141
Leyendo el libro de Zdenko von Kraft La batalla de Alejandro, Goeb-
bels encontró un pasaje que no sólo le parecía reflejar la situación actual
en el entorno de Hitler, sino que también indicaba la solución. 142 Goeb-
bels leyó acerca de un Alejandro postrado, del que nadie sabía «si sus
ojos fuera de las órbitas aún miraban a la vida». Cuando el médico de
Alejandro, Filipo, preparó una bebida curativa para el rey y éste alargó
su mano temblorosa hacia la copa, «como si no le quedara más tiempo
que esperar», se abrió paso hasta él un mensajero de Parmenión con
una carta en la que estaba escrito que la muerte se hallaba en la bebida
de Filipo. Mientras que Alejandro «se llevaba la copa a la boca con la
mano derecha y bebía a sorbos, con la izquierda le alcanzó la hoja que
acababa de llegar. Filipo leyó. Su cara empalideció, pero su porte
siguió erguido (...). Sin contestar una palabra, Filipo apartó la hoja, se
sentó en el lecho del rey. No se le ocurrió asegurar su inocencia. Tran-
quilamente (...) habló de la patria rica en bosques y pastos,de su infan-
cia y juventud, de cómo había llegado siendo un muchacho a la corte
de Pela, alabó Macedonia y los hechos del rey, auguró nuevas victorias
y soñó con los fantásticos países del este, que expuso de una manera tan
visible ante los ojos cansados de Alejandro que por primera vez desde
660 Goebbels

hacía, mucho tiempo una solemne sonrisa embelleció sus pálidos labios.
Luego se levantó y echó a todos fuera: Alejandro se había quedado dor-
mido, dormía el sueño de la curación».
El 10 de enero Goebbels envió este pasaje de La batalla de Alejandro
a su Führer, que algunos días después regresó a Berlín desde el cuartel
de campaña cercano a Bad Nauheim para dirigir la lucha defensiva con-
tra los soviéticos desde el bunker situado bajo la cancillería del Reich.
El 12 de enero el primer frente ucraniano emprendió el ataque en direc-
ción a la Alta Silesia desde la cabeza de puente de Baranov, con lo que
comenzó la gran ofensiva invernal, anunciada por el Kremlin desde
hacía semanas, desde el Mémel (Niemen) hasta los Cárpatos. Sólo unos
pocos días después, el Ejército Rojo rompió las líneas defensivas ale-
manas. Hasta finales de mes avanzó hasta Kónigsberg; Tannenberg
—de allí se evacuó el cadáver de Hindenburg—, Gumbinnen (Gusev)
e Insterburg (Tschernjachowsk) ya estaban en sus manos; al sur de éstas
atacó hacia el oeste, cercó la Prusia Oriental, tomó Gnesen (Gniezno)
yThorn, marchó hasta Posen y Frankfurt del Oder y aisló del resto del
territorio del Reich a Silesia, con su capital Breslavia, donde Hanke se
preparaba para la batalla final. En las provincias del este, donde los sol-
dados soviéticos cometían asesinatos y violaciones entre la población
civil, cundió el pánico. Millones de alemanes huían hacia el oeste en
caravanas interminables, a caballo, en coche y a pie, con un frío glacial
y bajo el fuego de los aviones rasantes soviéticos. A finales de enero lle-
gaban a Berlín diariamente entre 40.000 y 50.000 personas, de las cua-
les se pudo hacer pasar más allá a un 10 por ciento a lo sumo. Pese a los
incansables esfuerzos, en la ciudad destruida por las bombas faltaba alo-
jamiento, alimentos, combustible, en definitiva casi de todo.
Pese a lo desesperado de la situación, Hitler respondió a las expec-
tativas de su «Filipo» cuando el 22 de enero se reunió con él por pri-
mera vez tras su regreso del Nido del Águila. Goebbels anotó al res-
pecto que Hitler irradiaba una «tremenda seguridad y fe», que creía
«firmemente en su estrella», incluso que el Führer era «una persona pro-
digiosa».143 El 26 de enero hasta a Goebbels le pareció excesivo el opti-
mismo de que hacía gala. Dudaba «muy seriamente» que fuera posible
La venganza nuestra virtud, el odio nuestro deber 661

contener las actuales líneas defensivas, tal como Hitler había pronosti-
cado «con demasiado optimismo».144 Hitler, marcado por la enfermedad
de Parkinson, no siempre podía fingir semejante seguridad ante su
compañero más fiel y ante sí mismo, pese a su gran autodominio. En
esos momentos, Goebbels se esforzaba inmediatamente por alentarle,
intentando convencerle de su «misión histórica» con analogías proce-
dentes de la historia. Sus esfuerzos no quedaban sin resultado, como
cuando escribió en su diario acerca del 28 de enero: «Según me mani-
fiesta, él (Hitler) quiere hacerse digno de los grandes ejemplos de la his-
toria. Nunca un peligro le encontrará titubeante».145
Del mismo modo que Goebbels era capaz de fortalecer a su Füh-
rer, éste le fortalecía a su vez a él. Así, ese día había vuelto a fracasar
con su demanda al Führer, que ya había formulado en repetidas oca-
siones, de salvaguardar los intereses del Reich en materia de política
exterior. Cuando en el camino de vuelta a casa reflexionó una vez más
sobre todo lo que le había dicho el Führer, llegó sin embargo a esta
conclusión: «Es acertado que un gran hombre espere su gran momen-
to, y que no se le pueda dar ningún consejo. Es más una cuestión de
instinto que de visión racionalista. Si el Führer consigue un viraje de
las cosas —y estoy firmemente convencido de que en su día llegará la
oportunidad—, no sólo será el hombre del siglo, sino del milenio». 146
Pero a Goebbels no se le ocurrió que Hitler probablemente no aspira-
ba a una solución política porque consideraba nulas las posibilidades de
éxito de semejante intento. Cuando Góring, que cada vez se refugiaba
más en las drogas, le planteó a Goebbels «con énfasis» precisamente esta
cuestión en una fase de clara consciencia, éste reaccionó con la afir-
mación tan rotunda como ilusoria de que el Führer, «por supuesto»,
quería una solución política.147
Por el contrario, en calidad de mandatario del Reich para la aplica-
ción de la guerra total, Goebbels había adquirido finalmente plenos
poderes para examinar ahora las secciones de la Wehrmacht, de las SS
armadas y de la policía en la «zona de guerra de la patria con el obje-
tivo de liberar para el frente el mayor número de soldados posible». 148
Si se cree el testimonio de su colaboradorVon Oven, la medida se basa-
662 Goebbels

ba en el siguiente razonamiento: tras la provisión de cientos de miles


de soldados procedentes de la vida civil, sólo la Wehrmacht poseía ya
reservas de hombres aptos para el frente. Puesto que el error radicaba
en la propia institución, sólo una persona de fuera podía subsanarlo.
Esperaba conseguir en un principio la movilización de cien divisiones
adicionales para el frente.149 En la pequeña plantilla que dirigía el jefe
del distrito de Franconia, Karl Holz, como delegado del ministro, y a
la que también pertenecía Grántz, se trabajó en adelante febrilmente
para la realización de este objetivo. Ahora, con la ampliación de sus
poderes, Goebbels creía que se volvería loco sólo de pensar que durante
dos años se había estado hablando con rodeos de la guerra total, que
por comodidad; negligencia, falta de responsabilidad, envidia o mala
voluntad se habían estorbado y saboteado todos sus esfuerzos por hacer
realidad la guerra total. Sólo había conseguido imponerse en los últi-
mos tiempos. «Pero todo» llegaba «demasiado tarde».150
Goebbels todavía registró un pequeño éxito a finales de enero de
1945. Después de mucho tiempo, había conseguido que Hitler hablara
en la radio. Sería la última vez que el «Führer del gran Reich ale-
mán», el cual hacía tiempo que no existía, apelaba al «Todopoderoso»,
que el 20 de julio le había dispensado la «confirmación» de su misión;
que llamaba a la razón a su socio deseado, Gran Bretaña, ya que éste no
estaba en condiciones de «domeñar» al bolchevismo por sí solo, y que
finalmente anunciaba su «inalterable voluntad» de «no retroceder ante
nada en esta lucha por la salvación de nuestro pueblo del más espanto-
so destino de todos los tiempos».151
En el momento en que Hitler dirigía sus palabras a los alemanes
aquel 30 de enero, la tragedia de los refugiados alcanzó en el este un
primer climax. Durante una operación de evacuación emprendida por
la marina de guerra, el buque Wilhelm Gustloff, asignado a la organiza-
ción Kraft durch Freude [Fuerza a través de la Alegría], fue hundido
por un submarino soviético. Más de 5.000 personas que pretendían huir
del Ejército Rojo murieron en las gélidas aguas frente a la costa pome-
rana. Mientras que los berlineses asumieron esto letárgicamente, el 31
de enero la noticia de que los soviéticos estaban en el Oder provocó
La venganza nuestra virtud, el odio nuestro deber 663

situaciones de pánico. Rumores sobre vanguardias blindadas del ene-


migo en Velten, Strausberg y Fürstenwalde, o incluso de tropas aero-
transportadas en el perímetro de la ciudad, corrían como la pólvora.152
Ese día Goebbels mandó a su ayudante Schwa'germann con el coche
a Lanke, para que pusiera a salvo —es decir, en el edificio ministerial
de la Hermann-Góring-Strasse— a Magda, los seis niños, las abuelas,
los sirvientes y el equipaje necesario. «Pese a los ataques aéreos —escri-
bió Magda a su hijo Harald Quandt, sobre cuyo paradero, un campa-
mento inglés de prisioneros de guerra, ya había tenido noticia por la
Cruz Roja—, nuestra casa todavía está en pie y todos estamos bien aten-
didos, incluyendo la abuela y los demás miembros de la familia. Los
niños están alegres y contentos de no tener colegio. Gracias a Dios toda-
vía no pueden comprender la gravedad del momento. Por lo que res-
pecta a papá y a mí, tenemos firmes esperanzas y cumplimos con nues-
tro deber tan bien como podemos».153
En vista de la aproximación de los ejércitos soviéticos, en este «deber»
entraba para Goebbels el tomar medidas para la defensa en «su ciudad»,
junto con el general Von Hauenschild, el nuevo comandante de Ber-
lín. Para ello se elaboró un plan que dividía la ciudad en varios anillos
defensivos. Después de que el 1 de febrero Goebbels declarara Berlín
como plaza fuerte, se comenzó a toda prisa a abrir fosas en la periferia
de la ciudad y a construir barricadas y barreras antitanque provisiona-
les en el centro. ElVolkssturm ocupó estaciones, puentes y edificios
públicos.Tal como acordó Goebbels con Speer, la producción esencial
para la guerra no sólo debía continuar en la ciudad, sino incrementar-
se, puesto que, tras la separación de la Alta Silesia, Berlín se había con-
vertido en el principal centro armamentístico del Reich.154
Como modelo para la defensa de la capital del Reich le sirvió a
Goebbels la «lucha defensiva bolchevique» de Stalin, la «guerra popu-
lar socialista». Creía que al dictador soviético le había llevado al éxito
precisamente la guerra total, que él todavía no había logrado hacer rea-
lidad pese a todos sus esfuerzos. Goebbels estaba profundamente impre-
sionado por un informe del general Vlasov, el comandante en jefe del
ejército ruso del mismo nombre, que luchó en el bando alemán sobre
664 Goebbels

la «capacidad de resistencia» de Stalin durante la exitosa defensa de Mos-


cú en diciembre de 1941,155 pero también por la película soviética Lenin-
grado en lucha, que mostraba el bloqueo y la liberación de la ciudad tras
más de un año de sitio por parte de la Wehrmacht. Se debía proyectar
como un alentador ejemplo a todos los que tuvieran una participación
de responsabilidad en la inminente batalla por Berlín. 156
Goebbels hizo que figurara una y otra vez en el programa para la
población la película de resistencia El gran rey. En enero se terminó
también por fin la película Kolberg, que le había encargado a Harían en
junio de 1943. Goebbels había autorizado a Harían a pedir ayuda y apo -
yo a todas las «secciones de la Wehrmacht, el Estado y el partido», basán-
dose en que la película que había mandado hacer «está al servicio de
nuestra estrategia bélica intelectual».157 Tomando como ejemplo la resis-
tencia de la pequeña ciudad portuaria del mar Báltico, Kolberg (Kolobr-
zeg), contra los ejércitos napoleónicos, la misión de la película era mos -
trar que «un pueblo unido en la patria y en el frente vence a cualquier
enemigo».158
Goebbels había falseado los hechos históricos con una trama pro-
puesta por él que servía de marco al filme. 159 Si bien Kolberg, defendida
con éxito por los ciudadanos en el año 1807, fue ocupada por las
tropas napoleónicas tras la paz de Tilsit, Goebbels hizo de su resisten -
cia, liderada por el alcalde Nettelbeck, un ejemplo de la guerra de inde-
pendencia. La música también fue elegida conforme al objetivo: la pelí -
cula comenzaba con la canción de marcha de Theodor Kórner Estalla
la lucha, se desencadena la tormenta, y terminaba, no con menos patetis-
mo, con el cántico final de la Oración de gracias neerlandesa, que había
surgido más de cincuenta años después: «Te alabamos a Ti que estás en
las alturas, Tú, director de las batallas, y Te imploramos que nos sigas
socorriendo, que Tu comunidad no sea víctima de los enemigos. Sea
alabado Tu nombre, ¡oh Señor!, haznos libres». 160
La película había adquirido una actualidad que no podía ser más
drástica, pues había duros combates por la pomerana Kolberg. Pero no
fue allí, sino a La Rochela y a Saint Nazaire, 161 plazas alemanas en el
Atlántico que estaban cercadas, donde Hinkel envió copias por orden
La venganza nuestra virtud, el odio nuestro deber 665

del ministro de Propaganda, quien había exigido actualizaciones a últi-


ma hora.162 Lo que era posible en el cine, a saber, hacer de la caída de
Kolberg una batalla ganada, fracasó sin embargo en la realidad. Pero
Goebbels intentó aferrarse a la ficción: prohibió difundir la noticia de
la toma posterior de la ciudad por parte del Ejército Rojo. 163
A principios de febrero remitió la ofensiva soviética. Mientras que
en la población surgieron esperanzas de que el Ejército Rojo estuvie -
ra exánime, Goebbels sabía que sólo era la calma antes de la última tor-
menta. Tenía completamente claro cómo se produciría ahora todo. En
la conferencia tripartita de Yalta se llegaría a un acuerdo, y Alemania
sería derribada definitivamente desde el este, el oeste y el sur y desde
el aire. Entonces, el montón de ruinas que todavía quedaba sería ocu-
pado según el plan previsto. Las sandeces de la organización de la paz
mundial sólo eran, naturalmente, falsas promesas con las que se enga -
ñaba a la humanidad cansada de la guerra, para poder proseguir aún con
menos escrúpulos la correspondiente política imperialista, dijo Goeb-
bels a Von Oven.164
De todos modos, esta situación significaba ganar tiempo, un tiempo
que, pese a la falta de perspectivas de éxito, había que aprovechar, pues
el milagro, la ruptura de la alianza entre anglo-americanos y soviéticos,
requisito necesario para una convergencia con el Kremlin que quizás
aún llegara a tiempo, tenía como condición tanto la fe como los hechos.
A los «hechos» pertenecía la ininterrumpida propaganda que atacaba a
la coalición de los «plutócratas» occidentales con el bolchevismo como
un «grave delito histórico». En su editorial del Reich del 4 de febrero
de 1945, Goebbels advirtió contra una «bolchevización» de Europa, que
sólo Alemania se esforzaba por evitar con su «lucha heroica». Para ello
volvió a referirse a un ejemplo de la historia: «También la nobleza fran-
cesa» había hecho «en buena parte causa común con el jacobinismo»,
lo había «mimado» en sus salones hasta que cayeron bajo la guillotina
las cabezas de sus últimos renegados. Entonces, ¿cómo cabía esperar que
«la clase que hoy predomina en las plutocracias sea más perspicaz y evite
por su parte los errores por los que se fueron a pique sus precursores
intelectuales?». 165 Así pues, si el pueblo alemán rindiera las armas
666 Goebbels

—escribió en una perspectiva para el año 2000— «incluso después de


los pactos entre Roosevelt, Churchill y Stalin, los soviéticos ocuparían
toda la Europa oriental y meridional, además de la mayor parte del
Reich. Delante de este enorme territorio, incluida la Unión Soviética,
caería inmediatamente un telón de acero detrás del cual comenzaría
luego la matanza masiva de los pueblos».166
Goebbels aprovechó también la ganancia de tiempo para fortalecer
la voluntad de resistencia de los alemanes por medio de una propagan-
da difamatoria llena de odio, aun a riesgo de que siguiera aumentando
el pánico entre la población de las provincias del este. Los «oídos del
mundo», escribió, se hacían los «sordos ante los gritos de dolor de millo-
nes de personas torturadas y violadas en cuerpo y alma, que han caído
en las despiadadas manos del bolchevismo en el norte, el este y el sureste
de Europa, y ahora también en el este de nuestra propia patria». Contra
este enemigo «sanguinario y vengativo» había que defenderse «con
todos los medios que estén a nuestra disposición, y sobre todo con un
odio que no conozca límites».167 Incluso en las calles de la capital del
Reich —el 3 de febrero sufrió un duro ataque aéreo en el que murió
el presidente del Tribunal del Pueblo, Freisler—, Goebbels había hecho
que empresas de pintores escribieran lemas como «El odio es nuestro
deber, la venganza nuestra virtud».168
Goebbels se reunía cada vez más a menudo con Hitler y Bormann
tras la deliberación sobre la situación.169 Su irrefrenable odio le hacía
seguir insistiendo en una ampliación de sus plenos poderes para la tota-
lización de la guerra y en una exacerbación de la propia estrategia béli-
ca. Una nueva oportunidad para imponer sus radicales objetivos la vio
Goebbels después de que en la noche del 13 al 14 de febrero, así como
al mediodía del 14, bombarderos británicos y americanos arrasaran Dres-
de, una de las ciudades más hermosas de Alemania, que estaba repleta
de refugiados de Silesia. Al menos 35.000 personas murieron en ese
infierno. Goebbels, de quien se dice que se le saltaron las lágrimas y que
temblaba de rabia, intervino inmediatamente ante Hitler, igualmente
afectado, exigiendo como medida de urgencia el fusilamiento de «diez
mil o más prisioneros de guerra ingleses y americanos».170
La venganza nuestra virtud, el odio nuestro deber 667

Goebbels justificó la consiguiente revocación de la Convención de


Ginebra con el argumento de que había perdido su sentido si los pilo-
tos de los bombarderos enemigos podían matar en brevísimo tiempo a
«cientos de miles de personas no beligerantes». Alemania dejaría sin
efecto el pacto porque impedía las medidas de represalia. Si se abando-
nara la Convención, sería posible condenar a muerte en un juicio suma-
rísimo como asesinos de civiles indefensos a la tripulación de los bom-
barderos que cayera en manos alemanas. Semejante medida obligaría a
las potencias occidentales a interrumpir el terrorismo aéreo.171 Hitler,
que ya estaba decidido a dar ese paso, 172 ordenó sin embargo que se
examinaran las ventajas e inconvenientes de una revocación del acuer-
do internacional sobre la estrategia bélica, atendiendo a las objeciones
que se le habían presentado. La comisión le desaconsejó esa medida.173
Goebbels aprovechó además la destrucción de Dresde para derribar
finalmente a su viejo adversario, el mariscal del Reich Góring, que para
entonces había sucumbido plenamente a la morfina. El 14 de febrero,
en presencia de Naumann y Semler, manifestó su indignación con el
«parásito», al que ya había odiado desde la época de lucha por sus
ideas burguesas. Él, Goebbels, sentaría ante el Tribunal del Pueblo al
«haragán» que era responsable del terrorismo aéreo aliado.174 En su diario
anotó que el mariscal del Reich no era ningún nacionalsocialista, sino
un «sibarita». «Locos cubiertos de condecoraciones y petimetres
vanidosos y perfumados no deben formar parte de la dirección de la
guerra. O cambian o tienen que ser eliminados».175
A principios de febrero, Goebbels volvió a pedir a Hitler en un escri-
to la ampliación de sus poderes.176 Con el objeto de conseguir apoyo
para aislar a sus enemigos dentro de las propias filas, Góring, Ribben-
trop y Rosenberg, que se negaba a disolver su Ministerio del Este, y
para hacer más eficaz la lucha defensiva alemana —así lo creía Goeb-
bels—, el 14 de ese mes se reunió en Hohenlychen, a 40 kilómetros de
Berlín, con Himmler, que se recuperaba de una angina de pecho en el
hospital militar de las SS de ese lugar. La nueva dirección nacionalso-
cialista, según las ideas de Goebbels, quedaría más o menos como sigue:
él mismo proyectaba convertirse en canciller del Reich, Himmler asu-
668 Goebbels

miría el Alto Mando de la Wehrmacht y Bormann sería jefe del parti -


do, todo esto con la aprobación del Führer. A éste había que eximir le
de su responsabilidad por su preocupante estado, pensaba Goebbels,
que atribuía a Hitler en su plan el papel de una autoridad histórica que
reinaba sobre todas las cosas.177
Aparte de eso, ambos hombres deliberaron en Hohenlychen sobre
las posibilidades políticas de salvar el Reich. Días después, Goebbels
dejó constancia brevemente de la posición del comandante supremo
de las SS: éste creía que Inglaterra «entraría en razón», cosa que él «duda-
ba bastante».Tal como se desprendía de sus declaraciones, Himmler esta-
ba orientado por completo hacia el oeste; del este no esperaba absolu-
tamente nada. Por el contrario, el ministro de Propaganda seguía pensando
que «más bien en el este se podría conseguir algo», puesto que Stalin le
parecía más «realista» que «los locos homicidas anglo-americanos». 178 Lo
que al parecer le ocultó Himmler fueron sus contactos con el con de
sueco Bernadotte, con el que el comandante supremo se reunió poco
después, también en Hohenlychen. A instancias de su compañera sen -
timental Hedwig Potthast, sondeaba las posibilidades para una paz por
separado con las potencias occidentales, con la esperanza de poder sal-
var la propia cabeza.
Ya que el 25 de febrero, durante la fiesta de cumpleaños de Kons-
tantin Hierl, el jefe de trabajo del Reich, celebrada en el edificio minis -
terial, Goebbels tampoco pudo ganarse a Himmler para una actuación
conjunta, 179 en su conferencia ante el Führer del 27 de febrero tuvo
que limitarse a exponer las dificultades burocráticas que todavía se le
planteaban en sus esfuerzos por conseguir la totalización de la guerra.
Goebbels pedía que sus poderes tuvieran mayor alcance y que se «pri -
vara de influencia» a aquellos que estorbaban la aplicación de sus medi-
das. Sobre todo pensaba en Góring, cuya arma aérea había tenido que
volver a ver, impotente, el día anterior cómo más de mil bombarderos
americanos atacaban la capital del Reich y causaban considerables daños.
Hitler, que le había dado la «razón en todos los puntos», le «alabó mucho»,
se declaró partidario de él abiertamente y sin reserva y se alegró de que
no tuviera reparos en expresar su opinión, anotó Goebbels. Estas hala-
La venganza nuestra virtud, el odio nuestro deber 669

gadoras palabras le hicieron renunciar gustosamente a insistir en una


sustitución de Góring. Antes bien, ahora esperaba que el Führer logra-
ra «volver a hacer de Góring un hombre». 180 Pero esto no impidió que
poco tiempo después Goebbels se propusiera de nuevo firmemente eli-
minar al mariscal del Reich, motivo por el cual abordó el tema por
milésima vez frente a Hitler, quien probablemente seguía aferrado a
Góring, sobre todo porque en noviembre de 1923 estuvieron lado a
lado durante la marcha a la Feldherrnhalle.
El 4 de marzo Goebbels bajó muy preocupado las escaleras que lle-
vaban al bunker del Führer —los soviéticos habían emprendido la ofen-
siva en la Pomerania Ulterior en dirección al mar Báltico y habían roto
las posiciones defensivas alemanas—, pero las volvió a subir muy forta-
lecido. El Führer decía que había que relativizar la situación en el este.
Tenía razón al manifestar que hoy se podía observar un alivio. Hacía
cuatro semanas la situación era tal «que la mayoría de los expertos mili-
tares daban nuestras posibilidades absolutamente por perdidas (...) si el
Führer no hubiera venido personalmente a Berlín y hubiera tomado el
control de las cosas».181 Durante esta conversación, en cuyo transcurso
Hitler atacó una vez más al Estado Mayor en su búsqueda del culpable,
Goebbels recibió finalmente plenos poderes para formar batallones
femeninos en Berlín.182 Además, Hitler aprobó su plan de agrupar a los
soldados aislados en nuevos regimientos. Goebbels, a quien le gustaba
cada vez más su papel de miliciano del pueblo, no sólo se conformaba
con la planificación. Con abrigo de cuero y un gorro de oficial alemán
sin insignia de rango, inspeccionaba repetidamente los trabajos de zapa
para la defensa de la capital del Reich o visitaba a las unidades del Volkss-
turm. En el frente del Oder, donde a mediados de febrero recorrió co-
jeando las posiciones en Frankfurt, exhortó a los comandantes de las
heterogéneas unidades, que se enfrentaban a unas fuerzas soviéticas cada
día más superiores, a echar el resto por «el Führer y la patria».183
El 8 de marzo Goebbels viajó hacia la Baja Silesia, donde un limi-
tado contraataque alemán había llevado a reconquistar las ciudades de
Lauban (Luba) y Striegau (Strzegom). En Górlitz se reunió con el jefe
de circunscripción Bruno Malitz, que había llevado la defensa de la ciu-
670 Goebbels

dad a unas «condiciones fabulosas».184 Goebbels quedó entusiasmado


con el capitán general Ferdinand Schorner, el comandante en jefe del
frente silesiano, pues le parecía que no era un general de despacho y
mapas, sino un «combatiente» de la primera línea. Lo que más le impre-
sionó a Goebbels fue el brutal proceder del general, temido como «perro
sanguinario», contra los «cobardes» en las propias filas. «Trata a esos per-
sonajes con bastante brutalidad, los hace colgar en el árbol más cerca-
no», escribió Goebbels de manera aprobatoria. Con Schorner siguió
viajando en dirección al frente, pasando por delante de carros de com-
bate soviéticos destruidos, esos «colosos de acero monstruosos y robó-
ticos con los que Stalin quiere subyugar a Europa».
En la plaza mayor de la pequeña ciudad destruida de Lauban, des-
pués de que Schorner elogiara sus medidas para la totalización de la
guerra, Goebbels habló a las formaciones de soldados de infantería y
auxiliares de las fuerzas aéreas. Ante ellos evocó la imagen de Federico
el Grande, «cuya tenacidad e inquebrantable corazón salvaron a Prusia
y, por ende, al futuro Reich precisamente en este suelo histórico. Del
mismo modo el Führer, con inquebrantable corazón, conducirá a nues-
tra generación a la victoria, si, como en su día sucedió con el gran rey
prusiano, el pueblo se pone a su disposición en todo momento (...) con
fe y lealtad».185 Después de la guerra, algunos supervivientes relataron
que les impresionó con sus palabras por una parte realistas, por otra par-
te emotivas, sobre el deber común de defender a la patria, a la pobla-
ción alemana, de los horrores y de la crueldad de la «soldadesca bol-
chevique».186
Por la tarde, en el discurso que pronunció en Górlitz ante soldados,
miembros delVolkssturm, trabajadores del armamento y jóvenes hitle-
rianos, Goebbels se refirió a esas «indescriptibles bestialidades soviéti-
cas», según informó el Volkischer Beobachter, cuyas columnas con las
pequeñas esquelas de los caídos por «el Führer, el pueblo y el Reich»
hacía tiempo que llenaban la mitad de las hojas. Los soldados alemanes
empuñaban las armas con más fuerza que nunca, con una «ira inmen-
sa», porque les acompañaban de continuo las imágenes de niños asesi-
nados y de mujeres y madres deshonradas, imágenes que no se podían
La venganza nuestra virtud, el odio nuestro deber 671

quitar de la cabeza. En lugar del pánico que el odioso enemigo inten-


taba propagar, se topaba hoy en día por eso con el lema común de cien-
tos de miles de soldados del frente oriental: «Derrotad a los bolchevi-
ques dondequiera que los encontréis».187 La profunda emoción y el
odio, que Goebbels creyó poder observar también aquí, le llevaron a
concluir después de su visita al frente «que entre estos hombres predo-
mina una firme fe en la victoria y en el Führer», sobre todo porque
Schorner le había asegurado jactanciosamente que se podía derrotar a
los «bolcheviques» y que creía poder levantar el sitio de Breslavia en
pocas semanas.
Breslavia, cercada desde mediados de febrero y declarada por Han-
ke como plaza fuerte, fue ensalzada por Goebbels en su propaganda
como un «bastión en la lucha contra el bolchevismo», junto a la igual-
mente aislada Kónigsberg, de la cual se había convertido en hijo adop-
tivo en diciembre de 1937.188 La tarde del 3 de marzo había hecho
retransmitir un discurso de Hanke en la radio del Reich, y a conti-
nuación había anotado en su diario que la causa de Alemania iría mejor
si todos los jefes de distrito del este fueran y trabajaran como Han-
ke.189 Esta observación iba dirigida en particular contra el jefe de dis-
trito de la Prusia Oriental, Erich Koch, que se había retirado de Kónigs-
berg y había nombrado al jefe de circunscripción Wagner comisionado
del partido para esa plaza fuerte. Junto con el general Otto Lasch, el
comandante de Kónigsberg, Wagner, no sólo defendía la capital ase-
diada de la Prusia Oriental, sino que luchando consiguió dejar libre
una importante comunicación con Pillau (Pi_awa). Para destacar el
éxito táctico, Goebbels hizo publicar en los periódicos un mensaje de
radio de Wagner a Hanke, que llevaba claramente el sello del minis-
tro de Propaganda y en el que los defensores de Kónigsberg «grita-
ban» sus lemas a los de Breslavia: «¡La venganza nuestra virtud, el odio
nuestro deber! (...) Con valentía y lealtad, con orgullo y obstinación
transformaremos nuestras plazas fuertes en fosas comunes de las hor-
das soviéticas (...). Sabemos con vosotros que el momento anterior a
la salida del sol siempre es el más oscuro. Pensad en eso cuando os
chorree la sangre ante los ojos durante la lucha u os envuelvan las
672 Goebbels

tinieblas. Venga lo que venga, la victoria será nuestra. ¡Muerte a los


bolcheviques! ¡Viva el Führer!».190
En vista de esa heroicidad presentada con patetismo, Goebbels encon-
tró aún más «vergonzoso y humillante» que precisamente su ciudad
natal, Rheydt, hubiera capitulado sin combate ante los americanos, que
para entonces habían derribado la línea Sigfrido en toda su extensión,
desde Aquisgrán hasta el Palatinado, y estaban ahora en el Rin. No que-
ría ni imaginarse que en su casa paterna se hubiera enarbolado una ban-
dera blanca; no obstante, lo que le parecía insoportable era que los ocu-
pantes, para ofenderle, pensaran crear en Rheydt un «denominado
periódico alemán libre», como se desprendía de una noticia propagan-
dística. «Pero el triunfo del que hacen gala me parece algo prematuro.
Ya tendré yo medios y recursos para restablecer el orden al menos en
Rheydt».191 Además, por voluntad suya, una operación de comando
debía liquidar al alcalde Vogelsang, «un auténtico burgués nacionalso-
cialista»192 que se había puesto a las órdenes de los americanos. El aten-
tado, que no llegó a producirse, debía ser ejecutado «por compañeros
berlineses del partido (...) que ya están duchos en tales actos». Se tra-
taron todos los detalles de su organización, desde los pasaportes falsos
para los implicados hasta los alimentos concentrados para su abasteci-
miento, pasando por la metralleta y el aparato de radio, pues Goebbels
no quería dejar nada al azar.193
Más incluso que la capitulación de su ciudad natal le afectó a Goeb-
bels la destrucción de su ministerio por una mina aérea la noche del 13
de marzo de 1945, justo doce años después de que Hindenburg, el pre-
sidente del Reich, le tomara juramento. Desconcertado, fue a trompi-
cones a través de los escombros, de entre los cuales sus colaboradores,
que habían acudido a toda prisa, salvaron lo que se podía. Preocupado
por su ministro, Hitler le llamó nada más enterarse para conversar con
él en el bunker situado debajo de la cancillería del Reich. Allí Goeb-
bels describió los destrozos y expuso sobre todo la creciente violencia
de los ataques de los «mosquitos» británicos, que tenían lugar todas las
noches. Esta vez tampoco desaprovechó la oportunidad para criticar
duramente a Góring y exigir consecuencias.194
La venganza nuestra virtud, el odio nuestro deber 673

Pero Hitler no entró en ese tema, sino que habló más bien de divi-
siones —que ya sólo existían sobre el papel— con las que quería esta-
bilizar el frente oriental y hacer retroceder a los americanos, que ya ha-
bían cruzado el Rin en Remagen en el frente occidental; habló de la
guerra submarina, que quería intensificar, y apostó por los cazas a reac-
ción, que estaban listos para intervenir. Él, un hombre tembloroso, enfla-
quecido, marcado gravemente por la enfermedad, volvió a cautivar a su
compañero más leal de tal manera que ante sus ojos aparecieron visio-
nes de un Tercer Reich que nunca llegaba a su fin.Y así Goebbels esta-
ba firmemente decidido a «construir después de la guerra no sólo un
nuevo ministerio monumental —como piensa el Führer—, sino a ree-
dificar este viejo ministerio en su antiguo esplendor».195
Por una parte, Goebbels seguía logrando extasiarse con esas visio-
nes, pero por otra parte también le atrapaba la realidad. Entonces se
imaginaba su final con un sarcasmo mortificante. Hablaba de ingerir
veneno en el último momento o de volarse por los aires. En su ima-
ginación se veía muriendo en las barricadas con la bandera de la esvás-
tica.196 Cuando se obsesionaba tanto con su final y esto hacía que su
odio fuera cada vez más desenfrenado, sacaba de él nueva fe, que for-
talecía con la biografía de Carlyle de Federico el Grande u otras lec-
turas históricas sobre una salvación en el último momento, hasta que
todo se volvía a desmoronar en la realidad y buscaba de nuevo soco-
rro en Hitler.
Delante de su mujer evitaba hablar sobre el final, que llevaba a ésta
a desesperarse. Por eso Magda confrontaba sus penas con los colabora-
dores de su marido, que tras la destrucción del ministerio prosiguieron
su trabajo en el cercano edificio de la Hermann-Góring-Strasse.A Sem-
ler le dijo que, aunque tenía miedo a la muerte, había conseguido tras
larga lucha aguardar su final con cierta serenidad. Pero aún no podía
soportar la idea de quitar la vida a sus hijos. Se devanaba continuamente
los sesos sobre cómo lo llevaría a cabo cuando hubiera llegado el momen-
to. No podía hablar con su marido acerca de ello. El nunca le perdo-
naría que ella debilitara su capacidad de resistencia. Mientras él pudie-
ra luchar, pensaba que no todo estaba perdido.197
674 Goebbels

Su cuñada María Kimmich y otras personas cercanas a ella intenta-


ban disuadirla de la idea de darse muerte a sí misma y a sus hijos en el
momento del hundimiento. También Naumann, el único que hasta los
últimos días causaba una impresión asombrosamente «tranquila», «fres-
ca» y «relajada»198 y que ayudaba a Goebbels a superar los momentos de
desesperación con su fanatismo, buscó una salida para su mujer y los
niños. Hizo todo lo necesario para que se anclara una de las grandes
embarcaciones del Havel con provisiones de alimentos cerca de la fin -
ca de los Goebbels en la isla. Propuso que Magda y los niños se escon -
dieran en el barco en el caos de la catástrofe y que, una vez que se tran-
quilizara la situación, se entregaran a los ocupantes. 199 Pero la decisión
de Magda Goebbels de permanecer hasta el final al lado de su marido
era irrevocable.
De todos modos, el ministro de Exteriores del Reich se esforzaba
por evitar ese final. La tarde del 4 de marzo, Goebbels hab ía sabido por
el embajador Hewel que Ribbentrop «movía los hilos hacia los países
occidentales».200 Goebbels no sólo consideraba que ese paso iba en la
dirección equivocada, sino que carecía de perspectivas «si no tenemos
ningún éxito militar que presentar». 201 Lo mismo había argumentado su
Führer justo antes de la conversación con Hewel.Varias veces Goebbels
había llamado cuidadosamente la atención de Hitler sobre el hecho de
que esa desintegración de la coalición bélica anglo-americano-sovié-
tica, que observaban «esperanzados», no progresaba con la suficiente
celeridad. Sin atreverse a apremiar a Hitler hacia una reconciliación con
la Unión Soviética, Goebbels, invirtiendo sus verdaderos objetivos como
si no quisiera dedicar mucho tiempo al molesto tema, afirmó que
creía posible buscar un entendimiento con Stalin para luego continuar
la lucha contra Inglaterra con «la energía más brutal». Pero para ello el
requisito previo era un éxito militar.
Después de que Ribbentrop hiciera que el consejero de legación
Hesse emprendiera sondeos de paz con las potencias occidentales el 15
de marzo, en Estocolmo, con el consiguiente fracaso, Goebbels no tuvo
para él más que escarnio. Observó con desprecio que ese intento se
había visto «frustrado completamente». Sin relacionar el caso con «su
La venganza nuestra virtud, el odio nuestro deber 675

Führer», quien había dado la autorización al ministro de Exteriores,


Goebbels registró la misión fracasada como una «malograda escapada
de Ribbentrop, sobre la cual se habría podido predecir con cierta segu-
ridad que acabaría de esta manera».202
Mientras que Hitler veía en las medidas que ahora tomaba la esce-
nificación de su propio final y el de su Reich, Goebbels las entendía
como más medidas para la totalización de la lucha. El 19 de marzo Hitler
ordenó «destruir todas las instalaciones militares de transporte, comu-
nicaciones, industria y abastecimiento dentro del territorio del Reich
que el enemigo pueda aprovechar de alguna manera para la prosecu-
ción de la lucha de forma inmediata o a corto plazo». 203 El hecho de
que Speer, quien con vistas a la época posterior a Hitler empezaba a
apartarse de él, lograra con todo tipo de argumentos frustrar la «orden
neroniana», Goebbels lo valoró como un éxito, pues todavía no había
dejado de creer en el «viraje» y, por tanto, en el reaprovechamiento de
los objetos.
Sin embargo, la «orden neroniana» sólo fue el principio. Una deno-
minada «orden de banderas» disponía que todos los moradores de las
casas en las que ondeara una bandera blanca tenían que ser fusilados
inmediatamente. En la lucha final no se debían tener miramientos con
la población; la guerra tenía que ser de hecho «más total y más radical»
—tal como había formulado Goebbels en su discurso en el palacio de
deportes— de lo que nunca cupo imaginar. En este sentido, a finales
de marzo Goebbels se dedicó a la organización de una actividad parti-
sana en los territorios ocupados por el enemigo, que en el oeste llega-
ban ahora casi hasta Fulda: la denominada Acción Werwolf204 [hombre
lobo]. Proyectaba fundar un periódico y establecer una fuerte emisora
de radio, que llevarían en los dos casos el nombre de esta organización
creada por las SS y que harían uso de un lenguaje marcadamente revo-
lucionario. No obstante, los «hombres lobo», glorificados míticamente
por Goebbels, no pasaron de algunas acciones terroristas, como el ase-
sinato del alcalde de Aquisgrán instaurado por los americanos. En cam-
bio, la correspondiente propaganda radiofónica surtió un efecto consi-
derable. Entre los aliados occidentales suscitó en un principio temores
676 Goebbels

de que la resistencia clandestina de los alemanes persistiera durante lar-


go tiempo.
Del mismo modo que Goebbels intentaba hacerse con el control de
la organización Werwolf, seguía luchando denodadamente por desar-
mar a sus adversarios personales. El 25 de marzo consiguió un peque-
ño éxito contra Góring. Después de proponer a Hitler en una «larga
carta» simplificar las fuerzas aéreas en toda su organización «de mane-
ra que se pueda eliminar realmente su formación hidrocéfala», éste le
otorgó plenos poderes para iniciar las medidas correspondientes.205 Seis
días después Goebbels logró la destitución de un hombre contra el que
había intrigado sin éxito durante años. Hitler se había decidido «en el
acto» a suspender a Dietrich y a nombrar a su sucesor, no ya jefe de
prensa del Reich, sino «jefe de prensa del Führer», con lo que quedaba
suprimida la institución.206 Esta orden se vio precedida por la descrip-
ción por parte de Goebbels de las dificultades que Dietrich supuesta-
mente le ocasionaba tanto en la propaganda antibolchevique como en
la dirigida contra el despotismo de los anglo-americanos en los terri-
torios ocupados.
El ministro de Exteriores del Reich era el único al que Goebbels
no podía desarmar. Así, por milésima vez echó la culpa a Ribbentrop
«de que hayamos llegado a semejante situación».207 Le tenía que haber
presentado a Hitler propuestas de negociaciones cuando el Reich toda-
vía tenía algo que poner en la balanza.Ya que un «hombre de autori-
dad» del Kremlin se encontraba en Estocolmo, Goebbels se ofreció para
hablar con él. Pero Hitler, que reaccionaba a las noticias del derrum-
bamiento de los frentes con reiterados ataques de ira, de los que esca-
paba alternativamente con visiones de salvación y hundimiento, no que-
ría saber nada de ello, porque «en el momento actual eso sería un signo
de debilidad». Goebbels se refugió una vez más en el autoengaño. Hitler
había tenido «siempre en estas cosas un buen presentimiento», motivo
por el cual uno podía «confiar plenamente» en él.208
Como si no quisiera ver que el final era inminente, se enfrascaba en
el trabajo. A la tarea de preparar para la defensa a la ciudad de Berlín,
diariamente atacada por las fuerzas aéreas aliadas —en su diario se hacía
La venganza nuestra virtud, el odio nuestro deber 677

creer a sí mismo que libraría una batalla con el enemigo «como no habrá
otra en la historia bélica»—,209 se sumaban cada vez con mayor fre-
cuencia trabajos orientados al futuro. Así, elaboraba planes para la nue-
va organización de la radio210 y, aprovechando su éxito contra Dietrich,
hizo que se redactara un nuevo estatuto para la jefatura de prensa, en el
que ya no había cabida para un jefe de prensa del Reich. 211 Incluso tra-
bajaba en un nuevo libro, que quería titular La ley de la guerra. El gene-
ral mariscal de campo Model le envió el prólogo que le había encar-
gado, 700 palabras telegrafiadas que, después de reformular Goebbels el
texto, aseguraban que el libro estaría entre aquellos escritos que más
tarde leerían generaciones enteras y que «perdurará durante siglos como
si fuera de bronce».212
Así transcurrieron los primeros días de abril del año 1945, en la «Pas-
cua más triste» de su vida. En esa época se dedicaba poco a la familia,
que había hecho evacuar a finales de marzo hacia Schwanenwerder.
Cuando no se refugiaba en el trabajo, estudiaba informes del bando de
los enemigos, que se acababan de disponer en San Francisco a crear las
Naciones Unidas; luego lamentaba una tercera guerra mundial entre
el este y el oeste y se convencía de la salvación del resto de Alemania,
que cada vez se volvía más pequeña entre las dos agrupaciones ene-
migas.
Las «preocupantes noticias» llegaban ahora en intervalos cada vez
más breves.213 En el bunker, Hitler perdió la visión de conjunto sobre
la situación en los frentes y crecientemente el control sobre sí mismo.
A Sepp Dietrich y a los soldados del ejército blindado de las SS que
habían emprendido la ofensiva en Hungría al norte del lago Balatón,
Hitler les quitó los galones con el nombre bordado de la división —y
por tanto el «honor», según la percepción del momento—, cuando tras
semanas enteras de sangrientos combates, en los que también encon-
tró la muerte Alfred-Ingemar Berndt,214 se retiraron ante lo desesperado
de la situación. Dio de baja al jefe del Estado Mayor del Ejército,
Guderian, con el requerimiento de que se tomara inmediatamente un
permiso de seis semanas para descansar. Cuando el 9 de abril capituló
la plaza de Kónigsberg, en llamas y destruida por la artillería, Hitler
678 Goebbels

ordenó que se condenara a muerte in absentia al comandante Lasch y


que se imputara a su familia «corresponsabilidad familiar». Goebbels dis-
culpó el proceder de Hitler en el asunto de Dietrich y aprobó las medi -
das de su «sobrecargado Führer» contra Guderian y Lasch. Por el con -
trario, volvió a destacar la figura de Hanke, quien comunicó por teléfono
desde Breslavia que seguiría resistiendo. 215
Mientras que en el entorno de Hitler, ante el que ahora ni siquiera
Goebbels «triunfaba del todo» con sus ejemplos históricos, 216 se gene-
ralizaba una atmósfera de gran desaliento, el ministro de Propaganda
«luchaba» sin descanso. Así, la tarde del 12 de abril no estuvo entre los
asistentes al concierto de despedida de la Orquesta Filarmónica de Ber -
lín, celebrado en su sala de conciertos, que todavía se conservaba a
medias, y donde se dieron cita, sin Hitler, numerosos representantes
importantes del Reich, entre ellos Speer, el promotor, Ley y Donitz. 217
Mientras el final wagneriano de El aespúsculo de los dioses se oía más allá
del desierto de ruinas que rodeaba la Potsdamer Platz, Goebbels viajó
al frente del Oder, donde visitó el cuartel general del noveno ejército
en Küstrin (Kostrzy).AUí repartió cigarrillos y aguardiente y habló en
tono magistral a los oficiales sobre la «justicia de la historia», que salva-
ría al Reich del hundimiento. 218
Ya llevaba varias horas de viaje cuando en la Hermann-Góring-Stras-
se su colaborador Semler recibió una llamada de la Agencia Alemana
de Noticias, cuyo contenido consideró en principio una broma: por la
mañana, mientras aún ensayaban los músicos de la orquesta filarmóni-
ca, Roosevelt había muerto en Warm Springs, a seis mil kilómetros de
distancia. Cuando Semler, tal como hizo constar en sus notas, repitió
en alto la sensacional noticia, los colaboradores del ministro, las secre-
tarias y los empleados del servicio doméstico acudieron corriendo, gri -
tando de alegría y dándose la mano mutuamente. Se afirma que la coci-
nera, que procedía de Viena, se persignó y dijo lo que muchos pensaban
en ese momento: ése era el milagro que el doctor Goebbels nos había
prometido desde hacía tiempo. 219
Semler intentó en vano localizar a Goebbels en el cuartel general
del noveno ejército; éste se encontraba ya en el camino de regreso a
La venganza nuestra virtud, el odio nuestro deber 679

Berlín, que estaba sufriendo justo en ese momento un serio ataque con
bombas. Cuando después de medianoche —ya era viernes, 13 de abril—
llegó a la Hermann-Góring-Strasse y Semler le gritó la noticia desde
lejos, se quedó por un momento «como clavado».220 Su secretaria Inge
Haberzettel recordaba que «nunca olvidaría la expresión de su rostro
en medio del resplandor del incendiado Berlín». 221 Goebbels exclamó
enardecido que ése era el giro de la guerra, antes de asegurarse una vez
más de que la noticia era cierta.222 Inmediatamente hizo que le pusieran
en comunicación con Hitler. Le felicitó porque el destino había
derribado a su principal enemigo, Dios no le había olvidado, para final-
mente hablar del «milagro» con una voz extática. Ahora se repetiría
aquel «milagro de la Casa de Brandeburgo», que había librado a la Pru-
sia de Federico del hundimiento en el último instante. Y del mismo
modo que el gran rey nunca había dejado de tener fe, él, Goebbels,
siempre había seguido aferrado a su fe en el Führer. Si entonces fue
la muerte de la zarina Isabel la que rompió la coalición enemiga aus-
triaco-rusa, ahora era la muerte del enemigo mortal, del «judío» Roo-
sevelt, la que provocaría el final de la coalición enemiga entre las «plu-
tocracias» occidentales y el bolchevismo.
Capítulo 15

VIVIR EN EL MUNDO QUE VIENE DESPUÉS


DEL FÜHRER Y DEL NACIONALSOCIALISMO
YA NO VALE LA PENA
(1945)

P or un instante, similar a un momento de demora en el inevitable


hundimiento, la muerte del presidente americano Roosevelt pare-
cía constituir la salida de la crisis en el mundo delirante de Goebbels.
Tampoco Hitler procuró refrenar el autoengaño de su compañero más
fiel.Aunque no mostraba «un gran optimismo»,1 consintió que se hablara
de la actuación de la «divina Providencia». Delante del comisionado
permanente de Ribbentrop, el embajador extraordinario Walther Hewel,
Goebbels esbozó ahora una «imagen del futuro sumamente promete-
dora».2 Según ésta, la ruptura de la coalición enemiga era inminente,
pues esperaba de Truman —coincidiendo supuestamente con Hitler—
que se opusiera con resolución a las pretensiones de poder de Stalin en
Europa. Ahora lo importante era —así le parecía a Goebbels— recha-
zar la gran ofensiva soviética ante las puertas de la capital del Reich,
que se esperaba diariamente, y ganar tiempo hasta que la Providencia
terminara su obra.
Así pues, Goebbels se volvió a dirigir ahora a los alemanes para que
resistieran contra el «enemigo sanguinario y vengativo en el este y en
el oeste», pues —así escribió el 15 de abril en su penúltimo artículo en
el Reich— el Führer tenía también esta vez una salida al dilema. «El de-
senlace de esta guerra sólo se producirá un segundo antes de la doce.
Pero si para entonces ya nos hubiéramos resignado y rendido las armas,
según están las cosas sólo podría ser desfavorable para nosotros».3 En el
llamamiento de Hitler a «sus combatientes del este», que Goebbels ayu-
682 Goebbels

dó a redactar, exigía por eso encarecidamente que cumplieran con su


deber, para que se desmorone el «último embate de Asia (...) del mis-
mo modo que al final fracasará a pesar de todo la invasión de nuestros
adversarios en el oeste (...). En el momento en que el destino se ha lle-
vado de la tierra al mayor criminal de guerra de todos los tiempos, se
decidirá el giro de esta guerra».4
En la madrugada del 16 de abril de 1945 comenzó la batalla por
Berlín. Los grupos de ejércitos de los mariscales soviéticos Zhúkov y
Koniev —dos millones y medio de soldados, 41.600 cañones, 6.250
carros de combate y 7.560 aviones— emprendieron el ataque en tena-
za a la capital del Reich desde sus posiciones de salida en el frente del
Oder-Neisse, después de varias horas de cañoneo de la artillería. La
encarnizada resistencia de la Wehrmacht, desconsoladoramente infe-
rior, no pudo contener la irrupción de los soviéticos al norte de la pla-
za de Küstrin durante la tarde de ese mismo día. El 17 y el 18 de abril
el Ejército Rojo prosiguió sus esfuerzos por construir cabezas de puente
en la orilla occidental del Oder, lo que consiguió primero en la zona de
Frankfurt.
En Berlín, donde el estruendo de la artillería, semejante al sordo
retumbar de una lejana tormenta, anunciaba el cercano final de la gue-
rra a los tres millones de personas que resistían con abatimiento entre
las ruinas, los jóvenes, ancianos y mujeres delVolkssturm —las unida-
des más aptas para la lucha las había enviado Goebbels al frente el 17
de abril en autobuses de la empresa berlinesa de transportes—5 se pre-
paraban para entrar en acción. Cerca del bombardeado Ministerio de
Propaganda, los miembros del batallón Wilhelmplatz levantaban las últi-
mas barricadas; en el terreno de la cancillería del Reich se echaron aba-
jo muros y se colocaron en sus posiciones cañones antitanque y lanza-
granadas. Unos 800 soldados de la Leibstandarte Adolf Hitler, al mando
del general de brigada de las SS Wilhelm Mohnke, se apostaron allí.
Tenían que defender la residencia oficial del hombre que daba nombre
a su unidad.
Para enfurecer en el último minuto a las potencias occidentales con-
tra la Unión Soviética, para indicarles que urgía actuar si querían salvar
Vivir en el mundo que viene después del Führer... 683

a Europa, el 19 de abril, durante su tradicional discurso radiado en la


víspera del cumpleaños de Hitler, Goebbels pintó con los colores más
oscuros la «marea del bolchevismo» que había invadido el continente y
ensalzó a Hitler como defensor del mundo civilizado: «Si no hubiera
un Adolf Hitler, Alemania estaría regida por un gobierno como Fin-
landia, Bulgaria y Rumania, se habría convertido hace tiempo en botín
del bolchevismo. Lenin dijo en su día que el camino a la revolución
roja mundial pasaba por Polonia y el Reich. Polonia está en posesión
del Kremlin pese a todos los intentos anglo-americanos por encubrir-
lo. Si le hubiera seguido o le siguiera Alemania, ¿qué sería del resto de
nuestro continente?».6
De hecho, se temía en Moscú que en el último momento las poten-
cias occidentales firmaran una paz por separado con la Alemania nacio-
nalsocialista o incluso que concluyeran una alianza militar contra la
Unión Soviética. Numerosos indicios parecían apuntar en esa direc-
ción. Así, se conocían en el Kremlin los contactos entre Himmler y Ber-
nadotte, las negociaciones del teniente general de las SS WolfF con el
jefe del servicio secreto americano Alien Dulles y las gestiones de Rib-
bentrop. «En esa situación, puesto que no sólo teníamos numerosos
hechos en la mano, sino que zumbaban rumores en nuestras cabezas,
no teníamos ninguna razón para hacer caso omiso de esas posibilida-
des», escribió en sus memorias el mariscal soviético Koniev.7 El de-
sarrollo de la situación en la zona de operaciones deViena pone de
manifiesto lo nervioso que estaba el bando soviético. Poco después de
la toma de la ciudad el 13 de abril, Stalin había hecho interrumpir el
avance y levantar complejas obras de fortificación sin ningún motivo
militar. «La mayor traición de la historia mundial se abre paso. Si no
queréis seguir luchando con las potencias capitalistas contra nosotros,
entonces pasad a nuestro lado», tronaba la propaganda soviética a través
de los altavoces, más allá de las posiciones alemanas.8
Así pues, para Stalin era decisiva la rápida toma de la capital del Reich.
Mientras que los ejércitos soviéticos se aproximaban, miles de trabaja-
dores forzados de los sectores industriales municipales se ponían en mar-
cha y huían; interminables caravanas de coches de caballos y carroma-
684 Goebbels

tos procedentes de las provincias del este provocaban una verdadera


congestión en la ciudad; en las estaciones de ferrocarril de la periferia
había transportes de heridos sin atender, y los muertos de los agotado-
res ataques aéreos británicos y americanos, que se producían todas las
noches, hacía tiempo que ya no podían ser rescatados. Esto no le
preocupaba a nadie, pues la «parálisis emocional» que ya había ido cun-
diendo durante las noches de bombardeos se convirtió ahora en un
estado permanente, ya que todo el mundo pensaba exclusivamente en
la propia supervivencia.9
Mientras tanto, los privilegiados del Estado pardo comenzaron a de-
saparecer de Berlín. El ministro del Estado Meissner comunicó a Goeb-
bels telefónicamente el 20 de abril desde Mecklemburgo que la canci-
llería presidencial se había puesto a salvo para conservar la libertad de
acción. Lleno de cólera, Goebbels le respondió que lamentaba no poder
hacer ya lo que había ansiado durante doce años, escupirle a la cara. 10
La evacuación de la cancillería presidencial no fue un caso aislado.
Durante esos días fueron evacuados amplios sectores de la burocracia
ministerial. Ministros como Góring, Ley, Himmler o Speer aguardaban
con mucho tacto el cumpleaños del Führer para después, «con dolor
de su corazón» y obedeciendo exclusivamente al «deber», proseguir la
lucha en otra parte.
Ya que tras la muerte de Roosevelt no se presentó ningún indicio
que apuntara a una ruptura de la coalición enemiga, hubo una atmós-
fera más que de abatimiento durante la pequeña fiesta de cumpleaños
en el bunker, en la que se reunieron por última vez los superiores del
régimen. Aunque Hitler intentó evitar este ambiente con todo tipo de
comentarios y con un optimismo afectado, 11 su estabilidad había deca-
ído dramáticamente en el plazo de pocas horas, desde que los rusos
abrieron brecha en el Oder. Así pues, en vista de la aproximación de los
soviéticos —cediendo a la insistencia de los militares y de su entorno
más directo— había tomado ya la decisión de retirarse al Obersalzberg,
para continuar la lucha protegido en la «fortaleza alpina».12
Goebbels estaba enterado y alentaba a Hitler sugiriéndole una vez
más el papel de enviado por la Providencia.Ya en el discurso que pro-
Vivir en el mundo que viene después del Führer... 685

nuncio la víspera del cumpleaños de Hitler había condenado el «ju-


daismo internacional (...) que no quiere la paz hasta que no haya alcan-
zado su satánico objetivo de destruir el mundo», para luego ensalzar a
Hitler como el salvador llamado por Dios: «Como tan a menudo ha
sucedido cuando Lucifer ha estado a las puertas del poder sobre todos
los pueblos, Dios lo volverá a arrojar al abismo de donde ha salido. Un
hombre de una grandeza irrepetible, de un valor sin igual, de una fir-
meza que levanta y conmueve el corazón, será su instrumento».13 Goeb-
bels instó a Hitler a buscar en la capital del Reich, Berlín, la lucha final
del «mundo civilizado» contra la «perversa coalición entre plutocracia
y bolchevismo», que estaba a punto de romperse.14 Sólo en Berlín, en
donde estaban puestos los ojos del mundo, se podía conseguir un «éxi-
to moral universal», pensaba.15
Fortalecido por las palabras de Goebbels, al mediodía del 20 de abril
Hitler compareció arriba, en el jardín de la cancillería del Reich, ante
los cámaras y fotógrafos, mientras fijaba la Cruz de Hierro en el pecho
de algunos jóvenes hitlerianos que se habían presentado en formación,
para luego volver a bajar rápidamente al bunker. Allí tomó pronto la
disposición de que, en caso de una división del territorio del Reich en
una zona de combate meridional y septentrional, se formaran dos man-
dos. Además ordenó que se hicieran los preparativos para una ofensiva
desde el norte contra los soviéticos que se aproximaban a las fronteras
de la ciudad. Informado insuficientemente por generales serviles que
tenían miedo de explicar a su Führer la desesperada situación, Hitler
movía divisiones que estaban aniquiladas hacía tiempo, recorría con
mano temblorosa los mapas de la situación y anunció en un último
enfado que infligiría «al ruso (...) la derrota más sangrienta de su his-
toria a las puertas de la ciudad de Berlín».16
Al mismo tiempo Goebbels escribió su último editorial para el
Reich, con el que no llegó a nadie, pues este último número no se dis-
tribuyó.17 Una vez más exhortaba a los «compatriotas» a oponer «resis-
tencia a cualquier precio». Ahí se creaba visiones de «muchachos y
muchachas» que lanzaban contra el enemigo «granadas de mano y
minas de plato (...) disparan desde las ventanas y los tragaluces des-
686 Goebbels

preciando el peligro bajo el que luchan».18 Pero esta última exagera-


ción de sus ideas perversas sobre la guerra total no fue sólo una visión.
En efecto, se envió a las zonas de combate a chicas de los internados
del partido. Se habían bordado en la manga izquierda de sus blusas:
«Venganza para nuestros hermanos y maridos». Las SS encontrarían
apoyo en jóvenes soldados de las Juventudes Hitlerianas, que durante
las últimas semanas fueron instruidos en campos de preparación
militar y arrojados a la batalla el 22 de abril. La mayoría de ellos cayó
poco después en el Havel o en la lucha por el campo de deportes del
Reich en Berlín.19
La falta de cualquier noticia que señalara la esperada ruptura de la
coalición enemiga llevó a Goebbels a engañarse a sí mismo cada vez
más. Durante la última conferencia ministerial, que celebró el 21 de
abril en la Hermann-Góring-Strasse, detrás de ventanas condenadas y
a la luz de las velas, permitió por un instante que sus colaboradores se
dieran cuenta de ello. El pueblo no había querido otra cosa, pues en el
marco del plebiscito sobre la salida de la Sociedad de Naciones había
votado con gran mayoría contra una política del entreguismo y a favor
de una política del «honor y la audacia», insistía, para sacar la conclu-
sión de que los propios alemanes habían elegido la guerra. Reveló su
infinito desprecio por el ser humano cuando para terminar les dijo que
no había obligado a nadie a ser su colaborador, observando con abso-
luto cinismo: «Ahora se les corta el cuellecito».20
Al día siguiente, en el que los soviéticos alcanzaron Zossen, al sur de
Berlín, ya luchaban en el noroeste en el barrio de Frohnau y en el este
se encontraban en la zona defensiva exterior de la capital del Reich,
Goebbels se ocupó de poner a salvo las anotaciones de su diario. Des-
de hacía algunos meses se venían haciendo microcopias de éstas en pla-
cas bajo la supervisión de su estenógrafo personal, Richard Otte. Esa
tarde, éste recibió el encargo de empaquetar las anotaciones originales
con la ayuda de Otto Jacobs, que también había estenografiado los dic-
tados del diario durante las últimas semanas, incluyendo ese 22 de abril,
para que a continuación pudieran ser transportadas al bunker del Füh-
rer en la cancillería del Reich.21
Vivir en el mundo que viene después del Führer... 687

Alrededor de las cinco de la tarde sonó el teléfono en el palacio


ministerial. Al aparato estaba un Hitler que sonaba alterado y que se
quejaba de la traición, de la infamia y de la cobardía de sus generales.
Antes había tenido lugar una deliberación sobre la situación en el bun-
ker, en cuyo transcurso Hitler tuvo que conocer que la ofensiva que
había ordenado y cuyo éxito había estado esperando en vano toda la
tarde ni siquiera había comenzado por falta de fuerzas. Hitler había reac-
cionado con un ataque de rabia, luego se había vuelto a tranquilizar y
había dicho a los que se encontraban en torno a la mesa de mapas que
ahora podían elegir si querían huir o no. Él iba a quedarse en Berlín y
a morir en las escaleras de la cancillería del Reich.22
Fue Goebbels, que se apresuró a bajar al bunker, quien volvió a alen-
tar a Hitler y a infundirle algo de esperanza, 23 que Eva Braun —estaba
en el bunker desde hacía algunos días— pensaba que el Führer había per-
dido.24 Se dice que Goebbels habló pocos minutos con Hitler a puerta
cerrada. Después salió de la sala, ignoró los ruegos de Bormann para que
aconsejara la huida a Hitler mientras era posible y comentó a la secreta-
ria de Hitler, Edeltraut Junge, que más tarde llegaría su mujer con los
niños. Por orden del Führer vivirían a partir de ahora en el bunker.25
Poco después, dos limusinas conducidas por el chófer de Goebbels,
el teniente Günther Rach, y por su ayudante, el capitán de las SS Gün-
ther Schwágermann, recorrieron los pocos metros que separaban la
Hermann-Góring-Strasse de la cancillería del Reich, pasando por delan-
te de montones de escombros y ruinas. La familia ocupó allí cinco
pequeñas habitaciones, entre ellas la del médico personal de Hitler, el
profesor Theodor Morell, que, junto con el oficial de enlace de Dónitz,
Karl Jesko von Puttkamer, y otros, acababa de abandonar el bunker.26
Cuando Hitler recomendó a Magda que volara hacia Baviera a bordo
de un aparato que despegaría por la noche desde el aeropuerto de Gatow,
para esperar allí a ver qué pasaba, rehusó, pues ella también considera-
ba que su «deber» consistía en permanecer al lado de su tan venerado
Führer. Goebbels y Magda habían decidido no dejar solo ya a su vaci-
lante «Mesías», para —en el caso de que no se produjera el anhelado
milagro— darle fuerzas para su «camino hacia el Gólgota».Así pues,
688 Goebbels

tenía que encontrar fuerzas para marcharse del mundo terrenal como
un «Mesías» y de este modo legar a la posteridad un ejemplo de abne-
gación y lealtad, a partir del cual se crearían mitos y leyendas de los que
Goebbels esperaba una contribución a la existencia futura de la reli-
gión política del nacionalsocialismo: «Si el Führer tuviera una muerte
gloriosa en Berlín y Europa se hiciera bolchevique, en cinco años a lo
sumo el Führer sería una personalidad legendaria y el nacionalsocialis-
mo, un mito, porque quedaría glorificado por su última gran entrega», 27
manifestaba Goebbels, y se olvidaba de la derrota definitiva confirien-
do un «sentido» al fracaso.
A instancias de Goebbels, que se había informado por extenso de la
situación militar con Jodl, Hitler tomó la iniciativa por última vez. Orde-
nó que el duodécimo ejército, que se encontraba en el Elba —fue una
leva realizada precipitadamente al mando del general Walther Wenck—,
se distanciara de los americanos y acudiera al socorro de Berlín. 28 El
noveno ejército de Busse, ya bloqueado por los soviéticos y completa-
mente extenuado, debía atacar asimismo en dirección a Berlín y encon-
trarse al sur de la ciudad con las tropas de Wenck. Desde el norte de-
bían presentarse los restos del cuerpo de Steiner. La tarde del 22 de abril
Keitel salió hacia Wiesenburg, donde se encontraba el puesto de man-
do de Wenck, para instar al comandante en jefe del ejército a «sacar de
apuros al Führer: su destino es el destino de Alemania. Usted, Wenck,
tiene en su mano salvar a Alemania».29
Después de que la tarde del 22 de abril Goebbels anunciara ya en
un llamamiento a la población que se quedaría en Berlín con sus cola-
boradores —«mi mujer y mis hijos también están y permanecen aquí»—,30
al día siguiente, tras conocer la decisión definitiva de Hitler,31 al que
Bormann y Ribbentrop habían instado en vano a la huida, pudo comu-
nicar en un segundo llamamiento que el Führer se encontraba en la
capital del Reich y que había asumido el mando sobre «todas las fuer-
zas defensivas de Berlín». Este hecho daba a la lucha por Berlín el carác-
ter de un combate de trascendencia europea.32
Goebbels siguió radicalizando esta lucha. El día anterior ya había
anunciado que se procedería por «todos los medios» contra los «provo-
Vivir en el mundo que viene después del Führer... 689

cadores y los elementos criminales». Ahora urgió además a Hitler a una


«primera advertencia», que se imprimió en el primer número del perió -
dico volante Der Panzerbar [El oso blindado], distribuido ese día en Ber-
lín. Allí se decía: «¡Tenedlo presente! Todo el que propague o incluso
apruebe medidas que debiliten nuestra capacidad de resistencia es un
traidor. Hay que fusilarle o colgarle al instante». 33 Comandos antidis-
turbios formados rápidamente por hombres de las SS, jefes políticos del
partido o miembros del Servicio de Seguridad perpetraban ahora eje -
cuciones verdaderamente excesivas, que sólo servían para aumentar
todavía más el caos en la ciudad. 34
Entretanto, bajo el techo de hormigón del bunker, de varios metros
de grosor, Goebbels adoptaba poses de exaltada heroicidad. 35 Si los sovié-
ticos avanzaran hasta el Elba —dijo en una de las muchas deliberacio -
nes sobre la situación—, entonces los americanos retrocederían. De
Inglaterra sólo quedaban entre 20 y 25 divisiones. Stalin militarizaría el
territorio conquistado y lucharía con su propaganda contra las poten -
cias occidentales. Era mejor propagandista que los ingleses. Los sovié -
ticos podían tocar todos los registros. Ahí se produciría el conflicto en
el más breve plazo. «No me puedo imaginar que haya ingleses inteli -
gentes que no se den cuenta de ello». 36Y Goebbels seguía explicándole
al Führer sus ideas acerca de una solución política y afirmaba que
una conversión antisoviética de las potencias occidentales «animaba»
incluso a Moscú: si Stalin viera esta evolución en los estados occiden-
tales con motivo de una victoria alemana en Berlín, se diría que no
tenía la Europa que deseaba y que en lugar de ello sólo unía a los ale -
manes con los ingleses. Entonces se «aliaría» con los alemanes por medio
de algún acuerdo. «Federico el Grande también estuvo en su día en una
situación parecida. Él también recobró toda su autoridad con la batalla
de Leuthen», alegó como apoyo a sus argumentos. 37
Mientras que Goebbels hablaba con Speer, que había regresado por
poco tiempo a Berlín, de una «trascendencia para la historia universal»
en relación con el avance de socorro del ejército deWenck, 38 Magda
estaba a punto de desfallecer bajo la carga de lo que se avecinaba. Era
superior a sus fuerzas el tener que devanarse los sesos por una parte
690 Goebbels

sobre cómo dar muerte a sus hijos y, por otra, aparentar tranquilidad
ante ellos; pálida, aquejada de crisis cardiacas y postrada en cama por
debilidad —así la vio Albert Speer en su última visita al bunker—. 39
Por el contrario, los niños se comportaban «maravillosamente» a ojos
de la madre. «Ellos solos se las arreglan sin ayuda en estas condiciones
más que precarias», escribió. «Ya duerman en el suelo, ya puedan lavar-
se o no, ya tengan qué comer o no... nunca una palabra de queja o un
llanto. Los impactos sacuden el bunker. Los mayores protegen a los más
pequeños, y su sola presencia es una bendición, porque de vez en cuan-
do hacen sonreír al Führer». 40
Aquel 23 de abril Hitler se había recuperado un poco de las profun-
das depresiones que sufría. Quizás todo era sólo la última prueba, un «gol-
pe del destino», y el cambio de la fortuna estaba cerca. Tenía que «per -
manecer firme en medio de lo imposible», se decía para infundirse ánimos,
con el continuo consuelo de su ministro de Propaganda. 41 Así reunió
fuerzas para reaccionar en la pose de Führer cuando llegó un mensaje
radiado de Hermann Goring desde Berchtesgaden. Goring preguntaba
si Hitler estaba de acuerdo en que él asumiera como representante suyo
la «dirección general del Reich», puesto que suponía que el Führer había
perdido la libertad de acción. Hider vociferó que sabía desde hacía tiem-
po que Goring era un morfinómano, un corrupto y un fracasado. 42 Goeb-
bels, que vio confirmada su opinión acerca de su rival, añadió inmedia -
tamente que el mariscal del Reich nunca había sido un verdadero
nacionalsocialista y que nunca había vivido como tal. 43 Se apercibió con
satisfacción de que Hitler viera en el comportamiento de Goring una
«traición a su persona» y a la causa del nacionalsocialismo y de que lo
destituyera sin más como comandante en jefe de las fuerzas aéreas. Aun-
que de este modo Goring quedó por fin derrotado, Goebbels se decep -
cionó porque Hitler dio la orden de detenerle, pero no de liquidarle.
Para que Hitler resistiera pese a semejantes decepciones, Goebbels
continuaba alimentando su esperanza en la ruptura de la coalición ene-
miga. Se necesitaba un motivo para que se volviera «virulenta», afirmó
en la deliberación sobre la situación el 25 de abril, 44 y siguió diciendo
que la muerte de Roosevelt había sido un motivo propicio, pero que
Vivir en el mundo que viene después del Führer... 691

no había bastado. Si Alemania demostraba en Berlín que era capaz de


actuar, ése podría ser el segundo motivo que llevara a una ruptura de la
coalición enemiga. Después de todo, Hitler y Goebbels creían ver un
indicio de ello en que los americanos hubieran interrumpido sus bom-
bardeos en el campo de operaciones del ejército de Wenck.45 Aún con
mayor impaciencia esperaban el «choque» entre este y oeste, que era
inminente en la zona de Torgau.
Entre el 25 y el 26 de abril terminó por fin el reagrupamiento y el
despliegue del duodécimo ejército. Comenzaba la última ofensiva ale-
mana de la Segunda Guerra Mundial, para levantar el bloqueo de la
capital del Reich, que ya estaba completamente cercada. Se distribuye-
ron entre los soldados octavillas con el lema «Berlín os espera», para
aguijonearlos una vez más. El resto lo hicieron los refugiados que les
salían al encuentro en masa, quienes informaban acerca de indescripti-
bles atrocidades soviéticas cometidas contra la población civil alemana.
Así, los soldados del duodécimo ejército, que luchaban encarnizada-
mente, consiguieron, en efecto, hacer retroceder el frente soviético de
cerco y avanzar en dirección a Potsdam.
«¡Dios quiera queWenck avance!», comentó Goebbels el 27 de abril
ante las noticias sobre su ofensiva.46 Hitler, que se aferraba a los rayos
de esperanza, pensaba que todo se estaba poniendo en marcha. Después
de que el vicealmirante Hans-ErichVoss, que representaba al gran almi-
rante Dónitz ante Hitler, lo corroborara, se entusiasmó enseguida ima-
ginando qué efecto surtiría el hecho de que corriera como la pólvora
por todo Berlín la noticia de que un ejército alemán había irrumpido
en el oeste y había entrado en contacto con la plaza fuerte. Pero tam-
poco fue ése el caso al día siguiente. De todos modos, en el informe de
laWehrmacht que Goebbels había ayudado a redactar se decía en tono
triunfante que las divisiones que se habían puesto en movimiento des-
de el oeste habían hecho retroceder al enemigo en un ancho frente gra-
cias a un enconado combate, «mientras que la capital es defendida en
una lucha grandiosa, única en la historia moderna».47
En lugar de más partes exitosos sobre el avance de socorro de Wenck,
el 28 de abril volvieron a llegar al bunker informes deprimentes. La
692 Goebbels

radio inglesa había difundido la sensacional noticia de que ya el 24 de


abril Himmler se había reunido en Lübeck con el conde Bernadotte y
había presentado a las potencias occidentales una propuesta de capitu-
lación. Para conferirse autoridad, afirmó que Hitler estaba enfermo o
muerto. Se dice que, cuando, alrededor de las diez de la noche, Hitler
recibió esta noticia de su sirviente Heinz Linge, se enfureció de nuevo.
Apenas se tranquilizó un poco, llamó a Goebbels y a Bormann para
deliberar. Acordaron que se celebrara un juicio sumarísimo y se con-
denara a muerte al cuñado de Eva Braun, Hermann Fegelein, que había
intentado en vano huir como civil. Éste, que fue fusilado de inmedia-
to, conocía supuestamente las secretas negociaciones de Himmler. Han-
na Reitsch, la prominente piloto de pruebas y admiradora de Hitler, y
el general de las fuerzas aéreas Ritter von Greim, quienes el 26 de abril
habían aterrizado con un Fieseler Storch en el eje este-oeste, bajo un
violento bombardeo soviético, y desde allí se habían abierto paso has-
ta el bunker, recibieron la orden de abandonar Berlín para que el gene-
ral mariscal de campo Greim, al que Hitler había nombrado como suce-
sor de Góring en el cargo de comandante en jefe de las fuerzas aéreas,
pudiera detener al traidor Himmler y movilizar aviones para la lucha
final por la cancillería del Reich.
A Magda Goebbels, a quien el día anterior Hitler le había regalado
su insignia dorada del partido, se le ofrecía así la posibilidad de hacer
llegar un último mensaje a su hijo Harald, que se encontraba en un
campamento de prisioneros británico en el norte de África.Ya llevaban
seis días allí en el bunker —escribió Magda—, para «dar a nuestra vida
nacionalsocialista el único fin honroso posible».48 Debía saber que ella
se había quedado con «papá en contra de su voluntad» y que el domin-
go anterior el Führer había querido ayudarla a salir de allí. «No he teni-
do que pensármelo. Nuestra magnífica idea se hunde, y con ella todo
lo hermoso, admirable, noble y bueno que he conocido en mi vida.
Vivir en el mundo que viene después del Führer y del nacionalsocia-
lismo ya no vale la pena, y por eso he traído aquí también a los niños.
La vida que viene después de nosotros no es digna para ellos, y un Dios
compasivo me entenderá si yo misma les doy la liberación». Estaba «orgu-
Vivir en el mundo que viene después del Führer... 693

llosa y feliz» y todos tenían ya un único objetivo: seguir fieles al Füh-


rer hasta la muerte. El hecho de que pudieran terminar la vida con él
era «una merced del destino» con la que jamás se atrevieron a contar,
seguía escribiendo, antes de despedirse de su «querido hijo» con la exhor-
tación de que viviera por Alemania.
Goebbels también envió algunas líneas para Harald Quandt.A dife-
rencia de su mujer, él no había abandonado del todo las esperanzas,
cuando escribió que sólo Dios sabía cómo terminaría esa lucha. Pero
él sabía que sólo saldrían de ella «vivos con honor y gloria, o muertos».
Apenas confiaba en que se volvieran a ver, pero estaba convencido de
que Alemania superaría esa terrible guerra, siempre y cuando el pue-
blo alemán tuviera ante sus ojos ejemplos con los que se pudiera vol-
ver a levantar. Ellos querían dar ese ejemplo. Para terminar exhortó a
su hijastro a no dejarse desconcertar por el ruido del mundo que aho-
ra iba a comenzar. «Un día las mentiras caerán por su propio peso y
sobre ellas volverá a triunfar la verdad. Llegará la hora en que estemos
por encima de todo, puros y sin tacha, tal como siempre ha sido nues-
tra convicción y afán».49
Las cartas llegarían realmente a Harald Quandt, pues Hanna Reitsch
consiguió pilotar el avión, con Greim levemente herido, desde la capi-
tal del Reich en llamas hacia Rechlin. Cuando el Fieseler Storch des-
pegó desde el eje este-oeste entre granadas que explotaban y el fuego
de las ametralladoras, los soviéticos ya estaban en Charlottenburg y ha-
bían irrumpido en el anillo defensivo interior a través del campo de
Tempelhof. En Hallesches Tor, en la Schlesischer Bahnhof [estación de
Silesia] y en la Alexanderplatz había comenzado la lucha por el núcleo
urbano. Fue sobre todo la enconada resistencia de las unidades de las
SS alemanas y extranjeras la que retrasó el final.
En el bunker de la cancillería del Reich, alejado de esos combates
sólo unos pocos cientos de metros, Goebbels tuvo que enfrentarse a un
encargo que iba en contra de sus ideas sobre el final del «instrumento
naturalmente creativo de un destino divino» —como había calificado
una vez a Hitler—50 que debía conmover a la posteridad y dar lugar a
mitos. Al parecer, Hitler había renunciado a esa pretensión al pedir
694 Goebbels

entonces a Goebbels que llamara a un oficial del registro civil para hacer
aquello que durante toda su vida había rechazado debido a esa preten-
sión: tenía intención de casarse con su compañera sentimental, Eva
Braun.
Cuando el 29 de abril, a la una de la madrugada, se presentó por fin
el jefe de servicio del distrito, Walter Wagner, concejal de Berlín y auto-
rizado como oficial del registro civil, Goebbels estuvo al lado de Hitler
y Eva Braun en la sala de las deliberaciones, arreglada precipitadamen-
te para la ceremonia. Después de que el novio y la novia se dieran el
«sí», después de que Goebbels, como padrino de bodas de Hitler, y Bor-
mann firmaran el acta, salieron al pasillo, donde la pareja recibió las feli-
citaciones de los ocupantes del bunker. Como colofón tuvo lugar en
las habitaciones privadas un pequeño banquete al que asistieron Goeb-
bels y su mujer, Bormann, las secretarias de Hitler, Christian y Junge, y
más tarde también los generales Hans Krebs y Wilhelm Burgdorf, así
como el ayudante de Hitler de las fuerzas aéreas Nicolaus von Below.51
Finalmente se despidieron. Mientras que Magda Goebbels se retiró
a su habitación privada y Goebbels daba vueltas nervioso, Hitler dictó
su última voluntad. En su testamento político, 52 una mezcla de auto-
justificaciones, afirmó solemnemente que no había querido la guerra
en el año 1939 y profetizó: «Entre las ruinas de nuestras ciudades y
monumentos artísticos siempre seguirá reavivándose el odio contra ese
pueblo, el responsable en último término, al que debemos todo esto: el
judaismo internacional y sus colaboradores». Después de que se había
decidido a morir «con el corazón alegre» en Berlín, la «sede del Füh-
rer y canciller», en vista de los inconmensurables actos y méritos de sus
soldados, expulsó a Góring y a Himmler del partido y designó para des-
pués de su muerte a Dónitz como presidente del Reich y comandante
supremo de laWehrmacht; al jefe de distrito Hanke, que resistía en
Breslavia, como comandante supremo de las SS53 y al jefe del distrito
de Munich-Alta Baviera, Paul Giesler, como ministro del Interior. Por
último, nombró a Joseph Goebbels su sucesor como canciller del Reich.
Al hombre de Rheydt, que firmó el testamento político de Hitler
como testigo junto con Bormann, Burgdorf y Krebs a las cuatro de la
Vivir en el mundo que viene después del Führer... 695

madrugada del 29 de abril, se le concedió así en el hundimiento la coro-


nación de su ascenso. Aunque como canciller del Reich sólo mandaba
sobre algunos kilómetros cuadrados, se sintió ensalzado por la gran prue-
ba de afecto y confianza de su Führer, que, además de a Dónitz, le
había puesto a su lado en la última hora. Goebbels le dio las gracias
inmediatamente en un codicilo al testamento de Hitler redactado por
él, en el cual le prometía lealtad. «En el delirio de traición» que envol-
vía al Führer tenía que haber al menos algunos que le apoyaran incon-
dicionalmente hasta la muerte. Creía que así, y no con la dirección de
un gobierno del Reich fuera de Berlín, prestaba al pueblo alemán el
mejor servicio para el futuro, pues para «los difíciles tiempos que vie-
nen», para la «reconstitución de nuestra vida popular-nacional», los
modelos eran aún más importantes que los hombres «que muestran a
la nación el camino a la libertad». Por eso éljoseph Goebbels, tenía que
«negarse categóricamente (...) por primera vez» en su vida a obedecer
una orden del Führer. «Mi mujer y mis hijos se unen a esta negativa.
En caso contrario —prescindiendo de que, por razones humanas y de
fidelidad personal, nunca tendríamos valor para dejar solo al Führer en
su hora más difícil— yo mismo me sentiría para el resto de mi vida
como un infame desertor y un vil canalla».54 Según la voluntad de Goeb-
bels, el codicilo se debía añadir a la copia del testamento de Hitler des-
tinada al público. Le encargó al jefe de prensa Heinz Lorenz que llevara
ambos documentos a los territorios ocupados por los americanos o los
británicos para que se publicaran allí y así se conservaran para la pos-
teridad. Poco después, Lorenz —al igual que el ayudante de Bormann,
el coronel de las SS Wilhelm Zander, y el ayudante de Hitler del ejér-
cito, el comandante Willi Johannmeier, que debían hacer llegar copias
del testamento político a Dónitz y a Schórner— abandonó el bunker
para abrirse paso entre las líneas enemigas.55
Las luchas urbanas cerca de la Potsdamer Platz, en la Leipziger Stras-
se, la Friedrichstrasse y la Anhalter Bahnhof dejaron claro a Goebbels
y a su Führer que ahora debían estar preparados para ejecutar en cual-
quier momento la decisión que ya habían tomado. La noticia de la muer-
te de Mussolini, que llegó al bunker ese 29 de abril de 1945, les pare-
696 Goebbels

ció una advertencia de que debían no caer con vida en manos del ene-
migo. Mussolini y su compañera sentimental Clara Petacci habían sido
capturados por partisanos el 27 de abril en Dongo, en el lago de Como,
y fusilados al día siguiente. Sus cadáveres, ultrajados por el pueblo enfu-
recido, que en su día había seguido con entusiasmo al Duce, fueron col-
gados finalmente en el andamiaje de una gasolinera a medio terminar
en la milanesa Piazzale Loreto.56
Hacia las dos y media de la madrugada del 30 de abril de 1945
comenzó en el bunker el último acto. Goebbels, su mujer y las demás
personas del entorno inmediato de Hitler estaban en el pasillo inferior
para despedirse de él. Ya la tarde anterior Hitler había encargado a su
cirujano, el profesor Haase, quien atendía un hospital militar de heri-
dos en el gran bunker antiaéreo situado debajo de la cancillería del
Reich, que envenenara a su perra Blondi, de raza pastor alemán. A sus
secretarias, Hitler les entregó cápsulas tóxicas, hecho que acompañó con
el comentario de que lamentaba no poder hacerles un regalo de des-
pedida mejor.57 Alrededor de las once de la noche del 29 de abril había
hecho enviar un último mensaje radiado, como si no quisiera decep-
cionar al «Todopoderoso» con un abandono antes de tiempo, en caso
de que éste quizás sólo pretendiera «probarle» y concederle en el últi-
mo segundo el milagro salvador: «¿Dónde están las vanguardias de
Wenck?, ¿cuándo siguen atacando?, ¿dónde está el noveno ejército?».58
Hacia la una y media Keitel respondió con un cablegrama e hizo que
se desvaneciera también esta última esperanza: no se podía proseguir el
ataque para levantar el bloqueo de Berlín. Una hora más tarde, Hitler
pasó por delante de las aproximadamente veinte personas reunidas, dio
la mano a las mujeres y murmuró algunas palabras ininteligibles.
Sin embargo, Hitler vacilaba. La mañana del 30 de abril, mientras los
soviéticos sometían a la cancillería del Reich a un intenso fuego de arti-
llería, hizo que el general Helmut Weidling transmitiera la orden del
Führer de que las tropas, cuando hubieran agotado su munición, esca-
paran y continuaran la lucha en los bosques que rodeaban Berlín. Por
la tarde Hitler volvió a despedirse. Una vez más se reunieron Joseph y
Magda Goebbels, los generales Krebs, Burgdorf,Voss, Hewel y los demás.
Vivir en el mundo que viene después del Führer... 697

Hitler —tembloroso y convertido en una sombra de los primeros años—


apareció en la antesala de las deliberaciones del brazo de su esposa. La
ceremonia, para la que Hitler se puso un sencillo uniforme con la Cruz
de Hierro en la parte izquierda del pecho, duró unos diez minutos. Lue-
go Linge abrió la puerta que conducía a las habitaciones privadas. Cuan-
do ambos desaparecieron detrás de ella, Magda Goebbels perdió la sere-
nidad. «Anegada en lágrimas y extremadamente agitada», instó al ayudante
de Hitler de las SS, el comandante Otto Günsche, quien se había apos-
tado delante de la puerta con algunos miembros de las SS, a que le per-
mitiera hablar de nuevo con Hitler. Cuando éste llamó a la puerta para
preguntar y Hitler abrió enojado, ella se metió en la habitación pasan-
do por delante de Günsche. Probablemente para ahorrarse a sí misma
y a sus hijos el cruel final en el bunker, rogó a Hitler que abandonara
Berlín; todavía no era demasiado tarde. Su «categórico "no" puso fin a
la conversación (...). Alrededor de un minuto después, Magda Goeb-
bels había vuelto a abandonar el salón y se retiró llorando».59
Goebbels, Krebs, Burgdorf y otros esperaban en la sala de delibera-
ciones. Unos minutos más tarde, entró en ella Günsche con las pala-
bras: «El Führer está muerto».60 Goebbels siguió entonces con Günsche
y Artur Axmann, el jefe de la Juventud del Reich, a Bormann y a
Linge, que habían entrado primero en la habitación donde había falle-
cido. Allí, después de alzar sus brazos con el saludo hitleriano, inspec-
cionaron el cadáver. Se afirma que Goebbels, al parecer incapaz de ver
a su Führer muerto, volvió corriendo inmediatamente a la sala de las
deliberaciones y, ante su sentimiento de desamparo, anunció que iba a
salir a la Wilhelmplatz para correr de acá para allá hasta que le alcanza-
ran;61 sin embargo, permaneció en el bunker y confesó a Linge que en
el último minuto no había podido hacerlo.62
Una vez que se sosegó, poco después de las cuatro de la tarde, subió
con Bormann las escaleras hasta el jardín de la cancillería del Reich,
donde los cuerpos de Hitler y de su mujer, rociados con varios bido-
nes de gasolina y envueltos en mantas, yacían en una fosa a medio exca-
var, a pocos metros de la salida de emergencia. Puesto que los hombres
de las SS no pudieron prender fuego a la gasolina con cerillas debido
698 Goebbels

al fuerte viento, Günsche cogió finalmente un trapo, lo empapó en gaso-


lina y lo arrojó a los cadáveres. Goebbels, Bormann, Burgdorf, Güns-
che, Linge y Kempka saludaron por última vez a su Führer muerto con
el Heil Hitler.63
Un canciller que parecía desorientado, sin Reich y sin función, se
movía cojeando por el bunker. Sus tareas para la defensa de Berlín ha-
bían sido superadas hacía mucho por los acontecimientos. En última ins-
tancia, sus discursos sobre la gran traición y la necesaria prosecución de
la lucha contra el «judaismo internacional» no interesaban ya a nadie.
Hitler estaba muerto y así cesaron los temores de los ocupantes del bun -
ker de que pudiera ordenar un suicidio colectivo u otras medidas des-
tinadas a acabar con la vida de todos. La sensación de alivio se genera-
lizó; se dice que tuvieron lugar verdaderos banquetes. Para el nuevo señor
del bunker, cuya autoridad ni siquiera bastaba para prohibirlo, el anun -
cio de que moriría al lado de Hitler, que a fin de cuentas había confir -
mado patéticamente en la euforia de su elección como sucesor a la can -
cillería, se convirtió en un obstáculo insalvable. Le invadió el miedo ante
el propio final. A él sucumbió finalmente, dejando que las promesas fue -
ran sólo promesas y decidiéndose ahora, tras la muerte de Hitler, a bus -
car el contacto con Stalin, cuyas tropas ya habían izado la bandera roja
sobre las ruinas del edificio del Reichstag a primeras horas de la tarde.
Un obstáculo para su propósito lo constituyó Bormann, quien en el
transcurso de la larga conferencia celebrada la tarde del 30 de abril, en
la que participaron el jefe del Estado Mayor Krebs, Burgdorf, Hewel y
Axmann, propuso una evasión masiva de los ocupantes del bunker, entre
300 y 500 personas, para intentar llegar hasta Dónitz, en la zona norte.
Sólo después de que el informe sobre la situación de Mohnke dejara
claro que semejante tentativa no ofrecía probabilidades de éxito, Goeb-
bels se impuso con su propuesta. Como líder de las negociaciones se
ofreció el jefe del Estado Mayor Krebs. Desde los tiempos de la misión
militar alemana en Moscú sabía ruso y además ya había hablado una
vez con Stalin, cuando en abril de 1941 éste despidió al ministro de
Exteriores japonés, Matsuoka, en la estación bielorrusa.
Goebbels redactó ahora, ayudado por Bormann, una carta dirigida
Vivir en el mundo que viene después del Führer... 699

al «comandante supremo de las fuerzas armadas de la Unión Soviéti-


ca». Era el «primer no alemán» al que se le comunicaba que Hitler se
había suicidado el 30 de abril y que en su testamento había transferi-
do el poder por fuerza legal a Dónitz, Goebbels y Bormann. El nuevo
canciller del Reich, Goebbels, había encargado a Krebs que se pusiera
en contacto con los soviéticos para pactar un armisticio, «cosa que es
necesaria para entablar negociaciones de paz entre las potencias que han
sufrido las mayores pérdidas».64
No hacía mucho que los cuerpos de Hitler y de su mujer, no calci-
nados del todo, estaban enterrados junto con el cadáver de la pastora
alemana Blondi en un cráter abierto por un obús —de ello se había
encargado un comando dirigido por el general de brigada de las SS
Johann Rattenhuber—, cuando poco antes de las cuatro de la madru-
gada Krebs llegó al avanzado puesto de mando del octavo ejército de
guardia, cerca del aeropuerto de Tempelhof, con el escrito de Goeb-
bels, que llevaba adjuntas una lista del gabinete y una autorización de
plenos poderes para negociar.65 Allí Krebs, acompañado por el coronel
Theodor von Dufving y dos soldados, entregó los documentos al capi-
tán general Vasily Chuikov y expuso además su contenido oralmente.
A continuación, Chuikov estableció comunicación telefónica con su
superior, el mariscal Zhúkov, que a su vez se puso en contacto con Sta-
lin. La respuesta de Moscú llegó a Berlín alrededor de las 10.15 del 1
de mayo de 1945. Allí se disponía que las fuerzas soviéticas tenían que
reanudar el asalto al barrio gubernamental si no se aceptaban las exi-
gencias: capitulación general o capitulación de Berlín. Krebs tuvo que
reconocer que su misión había fracasado después de largas horas de con-
versación con Chuikov y con Sokolovski, enviado por Zhúkov. Para
ganar tiempo explicó por extenso que no estaba autorizado para una
capitulación. Poco después de la una del mediodía —a esa misma hora,
Walter Ulbricht, el viejo rival de Goebbels y compañero de lucha con-
tra la república de Weimar, que había regresado de Moscú el día ante-
rior con otros comunistas alemanes, emprendió un viaje de inspección
por el noreste de Berlín—, Krebs abandonó la casa del Schulenbur-
gring, en Tempelhof, para volver al bunker.
700 Goebbels

Allí informó a los que esperaban desde hacía horas. Sumamente irri-
tado, Goebbels rechazó las exigencias de capitulación de los soviéticos.
De inmediato echó la culpa del fracaso de la misión a Krebs, que no
había planteado a Chuikov con la suficiente decisión la alternativa de
que, en caso de que rechazaran el armisticio provisional, se continuaría
la lucha hasta el último cartucho.66 Así pues, decidió enviar a otro par-
lamentario para que incidiera una vez más en este punto. Esta segunda
delegación alemana estaba compuesta por cuatro oficiales al mando de
un coronel. Pero también éste y un acompañante —los otros dos fue-
ron arrestados— tuvieron que volver con las manos vacías.
Tras el fracaso de sus esfuerzos por conseguir una paz por separado
con la Unión Soviética, para Goebbels ya no tenía sentido ocultar la
suerte de Hitler a Dónitz y a los que actuaban en la zona norte y sur,
como había hecho Bormann en dos teletipos.Ya entrada la tarde del 30
de abril sólo comunicó en un principio al gran almirante Dónitz que
había sido designado como presidente del Reich para el caso de que
Hitler muriera.67 A la mañana siguiente se conformó con la noticia de
que el testamento estaba en vigor, pero sin mencionar nada tampoco
sobre la muerte de Hitler.68 Eso lo hizo ahora Goebbels enviando un
tercer teletipo a Dónitz, en el que se decía que el Führer había «expi-
rado» y que Bormann intentaría ese mismo día abrirse paso hasta él
«para aclararle la situación».69 La firma del teletipo, que llegó a las 15.18
a Pión, en Schleswig-Holstein, así como el protocolo final de la deli-
beración sobre la situación, en cuyo transcurso Goebbels dejó la deci-
sión de huir a los ocupantes del bunker, fueron los dos últimos actos
oficiales del canciller del Reich Paul Joseph Goebbels.
A continuación, éste se retiró a su pequeño despacho a la otra par-
te del pasillo para concluir su diario, el registro de su vida: un prodi-
gioso autoengaño que sería trágico si él no hubiera contribuido deci-
sivamente a aquella catástrofe en principio alemana, luego europea y
finalmente mundial. Su papel consistió en hacer primero de Hitler el
Führer. Goebbels enseguida lo «proclamó» como el «Salvador», como
el «nuevo Mesías», primero a un pequeño séquito, luego a cientos de
miles de personas y pronto, con la ayuda de un aparato propagandísti-
Vivir en el mundo que viene después del Führer... 701

co que lo abarcaba todo, a una nación entera y muy receptiva. Cuan-


do el cabo de la guerra mundial hubo superado realmente la discordia
alemana en buena medida, revisado Versalles y devuelto así al pueblo la
propia dignidad nacional, las profecías goebbelianas parecían haberse
cumplido. Se había creado el mito del Führer, del «instrumento de la
Providencia».
Sin haber tenido jamás influencia sobre ninguna decisión política o
de estrategia bélica, fue Goebbels quien creó las condiciones previas
para las ilimitadas guerras de conquista de Hitler, para la realización de
las visiones sobre el «Reich pangermano» con el espacio vital suple -
mentario del este. El juego de alto riesgo y el escapar por poco a la gue -
rra gracias a la política de apaciguamiento, lo celebró Goebbels como
el «genio» y la «misión» de un Führer amante de la paz. Cuando des -
pués llevó a los alemanes a la guerra, Goebbels volvió a predicar a la
preocupada nación su infalibilidad.Y una vez más pareció ser infalible
cuando venció con una guerra relámpago al «enemigo jurado» en el
oeste, contra el que se había desangrado toda una generación en la lucha
de posiciones durante la Primera Guerra Mundial. A ese Führer le
siguieron los alemanes incluso cuando condujo al país a una guerra en
dos frentes y llegaron las derrotas en lugar de las victorias. ¿Por qué no
iba él a cambiar ahora las cosas para mejor, como prometía Goebbels?
Ésas eran sus esperanzas y le seguían a él, sólo a él, el glorificado míti -
camente, y no a los demás representantes del Estado y del partido. A
ellos les endosaban la culpa y la responsabilidad por todo lo que, aparte
de la guerra, sucedía de horrible, cruel e infame, y que se hacía paten te
para muchos. Para Hitler tenían una fórmula que le eximía de res-
ponsabilidad: «¡Si el Führer lo supiera...!». Esta frase simboliza la fuerza
del mito; la trascendencia histórica de Joseph Goebbels consiste en haber
sido el creador del mismo.
Prescindiendo de las casualidades y de los imponderables del momen-
to, este «éxito» de Goebbels fue posible entre otras cosas porque aquel
que ensalzaba a Hitler como «instrumento de la Providencia» nunca
dejó de creer en él. Cuanto más se hundía el Reich en la crisis, tanto
más se evadía Goebbels en la irracionalidad de su fe y tanto más se exce-
702 Goebbels

din en las alabanzas. La guerra total como su agresiva realización, como


guerra fanática de una «comunidad popular» comprometida con Hitler,
debía forzar la victoria en una situación desesperada, debía doblegar la
realidad, del mismo modo que su rencorosa fe en un futuro mejor pare-
cía haber doblegado la realidad ya en el año 1923. Las nuevas dimen-
siones del terror y la muerte de millones de personas sólo sirvieron para
demorar el final. Para que él mismo no dejara de creer y no se de-
salentara ante el imparable retroceso, Goebbels sugestionó al resignado
Hitler hasta la hora del hundimiento, hablándole de su grandeza y de
su misión. En sus últimas anotaciones, que Naumann afirmó haber per-
dido en su huida del bunker, es posible que Goebbels se entregara al
autoengaño con más fuerza que nunca. El hombre que, en su esfera de
responsabilidades, había sido el precursor de la «desjudeización», que
había instado constantemente a Hitler a la «eliminación» de los judíos,
se perdería por última vez en la fraseología de la lucha mundial contra
el enemigo internacionalista. Por última vez glorificaría a su Führer
como modelo para generaciones posteriores, para dar sentido al sin-
sentido y finalmente reunir las fuerzas para cumplir la aciaga profecía
del año 1926. Entonces había prometido públicamente a su Führer que
quería pertenecer al «grupo de los caracteres fuertes», de los «de hierro»,
de aquellos que en el momento en que «el populacho rabioso vocife-
ra y grita en torno a Él "crucificadlo" (...) cantan el hosanna» y «no se
desesperan ni siquiera ante la muerte».70
Pero lo que ocurrió en el bunker después de que Goebbels termi-
nara sus anotaciones alrededor de las cuatro de la tarde no tenía nada
de la grandeza evocada en su día. Se trataba más bien de la última per-
versión de su rencoroso fanatismo. Al parecer, dudó todavía por un ins-
tante, cuando después de la última deliberación sobre la situación se
dirigió a Magda con la propuesta de Axmann de sacar a sus propios
hijos de Berlín. Sin embargo, ella, prácticamente igual de fanática que
él, permaneció implacable,71 como ya había hecho el 26 de abril cuan-
do él había propuesto evacuar a todas las mujeres y a sus hijos. Fue ella
también la que ejecutó el asesinato de sus propios hijos.Ya había habla-
do en repetidas ocasiones con los médicos de las SS Ludwig Stump-
Vivir en el mundo que viene después del Führer... 703

fegger y Helmut Gustav Kunz, el ayudante del médico jefe del servi-
cio sanitario de las SS en la cancillería del Reich, sobre cómo se podía
dar muerte a los niños rápidamente y sin sufrimiento.
Ahora, la tarde del 1 de mayo, llamó a Kunz para que se reuniera con
ella en el bunker.72 La decisión estaba tomada, debió decirle al médico
de las SS, y Goebbels debió agradecerle que ayudara a su mujer a «dor-
mir» a los niños. Alrededor de las 20.40 inyectó morfina a los niños. 73
Abandonó la sala con las seis camas dispuestas en literas de dos pisos y
esperó con Magda Goebbels a que los niños se durmieran. Entonces
ella le rogó que les administrara el veneno. Pero Kunz se negó y des -
pués fue enviado por la mujer del ministro a buscar a Stumpfegger.
Cuando Kunz regresó con él a la antesala del dormitorio de los niños,
Magda ya estaba en él y Stumpfegger la siguió de inmediato. Entre cua-
tro y cinco minutos después, Magda salió de la habitación de los niños,
siendo ella con toda probabilidad la que les exprimió en la boca las
ampollas de cristal, que contenían cianuro y que provenían del profe -
sor Morell, a Helga, Hilde, Helmut, Holde, Hedda y Heide. 74
Presa del miedo a la muerte, Goebbels, que fumaba sin parar y cuyo
rostro estaba cubierto de manchas rojas, preguntaba constantemente por
la situación militar, todavía confiando en el milagro. Cuando el tiem-
po apremiaba, pues se contaba con que los soviéticos asaltaran el bun -
ker en cualquier momento, hizo prometer a su ayudante Schwa'ger-
mann que se ocuparía de incinerar su cadáver y el de su mujer, y se
despidió de Günsche, Mohnke, Linge, Kempka, Bormann, Naumann y
los demás. Se esforzaba visiblemente por conservar la calma, cosa que
creía deber demostrar con todo tipo de flores retóricas cargadas de pate-
tismo. «Dígale a Dónitz —se afirma que dijo al piloto jefe de la escua-
drilla de aviones de Hitler, Hans Baur, cuando se marchaba— que no
sólo hemos sabido vivir y luchar, sino que también hemos sabido morip>.75
Los últimos detalles de esta muerte probablemente siempre perma-
necerán oscuros. 76 Es seguro que Joseph y Magda Goebbels se envene-
naron con las mismas cápsulas de cianuro del profesor Morell con las,
que ella había dado muerte a sus hijos. 77 No está claro si Goebbels de más se
pegó un tiro. 78 También queda sin respuesta la pregunta de si
704 Goebbels

murieron en el bunker o fuera, delante de la salida de emergencia, don -


de los soviéticos encontraron sus cadáveres. Algunos datos apoyan la
idea de que Goebbels y su mujer, seguidos por Schwágermann y Rach,
que llevaría dos bidones de gasolina, subieron las escaleras poco después
de las diez de la noche de ese 1 de mayo de 1945 79 para poner fin a sus
vidas arriba.80
Anexo

E l 2 de mayo de 1945, alrededor de las cinco de la tarde, en el jardín


de la cancillería del Reich, a pocos metros de la salida de emergen-
cia del «bunker del Führer», el teniente coronel Klimenko y los coman-
dantes Bystrov y Khazin, en presencia del cocinero de la cancillería del
Reich, Lange, y del maestro del garaje, Schneider, descubrieron los cuer-
pos calcinados de Joseph y Magda Goebbels: «El cuerpo del hombre era
de pequeña estatura; el pie de la pierna derecha estaba en una posición
medio encorvada (pie zambo) dentro de una prótesis de metal calcinada;
encima, los restos quemados de un uniforme del NSDAP y una insignia
dorada del partido chamuscada. Al lado del cuerpo calcinado de la mujer
se encontró una pitillera dorada chamuscada; sobre el cadáver, una insig-
nia dorada del NSDAP y un broche de oro ligeramente quemado. Junto
a las cabezas de los dos cuerpos había sendas pistolas Walther n° I».1
Los oficiales soviéticos decidieron llevarse los cadáveres. Puesto que
no tenían camillas, los colocaron sobre una puerta arrancada de la can -
cillería del Reich, los pusieron en el remolque de su camión y regre -
saron a la prisión de Plotzensee, donde se encontraba el cuartel gene -
ral del departamento de defensa, SMERSH, del 79° cuerpo de cazadores
del primer frente bielorruso. 2 En el edificio de Heckerdamm 5A, fuera
de la penitenciaría, el vicealmirante Voss, Lange y Schneider identi-
ficaron al día siguiente los cuerpos de Joseph y Magda Goebbels, así
como los de sus hijos, que también se habían hallado. Para ello fueron
sacados al patio de la prisión, donde los fotografiaron y filmaron. 3
706 Goebbels

El 4 de mayo los restos mortales de la familia Goebbels se encon-


traban ya en el hospital quirúrgico de campaña 496 del Ejército Rojo
en Buch, al norte de Berlín, donde los vio Hans Fritzsche. El cadáver
del ministro de Propaganda estaba todavía sobre la hoja de una puerta
de color cobrizo, los de los seis niños en el sótano de un pequeño edi -
ficio «en estantes que estaban en el agua». 4 Después de la autopsia de
éstos el 7 de mayo, los médicos militares soviéticos se ocuparon el 9 de
mayo del cadáver de Goebbels. Su informe decía: «Como consecuen -
cia del encogimiento de la pantorrilla y de la encorvadura hacia el inte-
rior del pie en la articulación del mismo, la pierna derecha está enfla-
quecida y acortada; así se explica la presencia de la prótesis para el pie
derecho y del zapato ortopédico derecho; particularidades de la cabe -
za: aplanada en los lados, la frente muy prominente, un rostro que se
estrecha marcadamente en dirección a la barbilla, nariz de tamaño media-
no con una pequeña protuberancia; los dientes delanteros superiores
ocultan los inferiores». Sobre la causa de la muerte se decía: «En el cuer-
po parcialmente calcinado no se observaron signos evidentes de heri -
das o enfermedades mortales. Durante la exploración del cadáver se
percibió un olor a almendras amargas; en la boca se encontraron frag -
mentos de una ampolla. Por medio del análisis químico de los órganos
internos y de la sangre se comprobó la existencia de compuestos de
cianuro. Por tanto, se debe concluir que la muerte del (...) hombre se
produjo por intoxicación con un compuesto de cianuro». 5
Aunque la identidad de los cadáveres ya se había comprobado varias
veces, alrededor del 12 de mayo fueron mostrados de nuevo al profe-
sor de cirugía berlinés Werner Haase, quien ya los había examinado el
4 de mayo junto con Fritzsche. 6 El oficial de seguridad de Goebbels,
Wilhelm Eckold, los identificó por Pentecostés en un ataúd de made -
ra, ahora en una zona boscosa de Friedhchshagen, al este de Berlín. 7
Los restos mortales iban a ser enterrados y exhumados varias veces más,
hasta que en la primavera de 1970 fueron incinerados junto con los de
su Führer y arrojados al Ehle, un pequeño río cerca de Magdeburgo.
Notas

Introducción

' Helmut Heiber, Joseph Goebbels, Berlín, 1962 (en adelante citado como Heiber,
Goebbels); véase además el listado cronológico de la biografía de Goebbels en el ane-
xo de este libro.
2
Joseph Goebbels, Tagebücher 1945. Die letzten Aujzeichnungen. Con una intro
ducción de Rolf Hochhuth, Stuttgart, sin año (en adelante citado como diario de
1945). [Traducción en La Esfera de los Libros: Diario de 1945. Los últimos escritos del
jerarca nazi que permaneció junto a Hitler hasta el final, Madrid, 2007].
3
Joachim C. Fest, Das Gesicht des Dritten Reiches. Profile eíner totalitdren Herrschaft
[El rostro del Tercer Reich. Retratos de un poder totalitario], Munich, 1963, p. 119 y ss.
4
Werner Stephan, Joseph Goebbels, Dámon einer Diktatur, [Joseph Goebbels, demonio
de una dictadura], Stuttgart, 1949 (en adelante citado como Stephan, Goebbels).
5
Viktor Reimann, doctor Joseph Goebbels, Viena, Munich y Zurich, 1971.
6
Heinrich Fraenkel y Roger Manvell, Goebbels. Eine Biographie [Goebbels. Una bio-
grafía], Colonia y Berlín, 1960 (en adelante citado como Fraenkel, Goebbels).
1
Die Tagebücher pon Joseph Goebbels. Sdmtliche Fragmente [Los diarios de Joseph Goeb-
bels. Fragmentos completos], editados por Elke Fróhlich por encargo del Instituto de His-
toria Contemporánea y en colaboración con el Archivo Federal. Parte I, entradas de
1924-1941, Munich y Nueva York, 1987 (Vol.l: Erinnerungsbldtter [Memorias] de 1897
a octubre de 1923; diario del 27/6/1924 al 31/12/1930;Vol.2:1/1/1931-31/12/1936;
Vol.3: l/l/1937-31/12/1939;Vol.4:1/1/1940-8/7/1941), (en adelante citado como
Diario del Instituto de Historia Contemporánea); además, Das Tagebuch von Joseph
Goebbels 1925/26 [El diario de Joseph Goebbels de 1925/26], con otros documentos,
editado por Helmut Heiber, Stuttgart, 1960 (conocido como el diario de Elberfeld);
Goebbels Tagebücher aus denjahren 1942/43 [Diarios de Goebbels de los años 1942/43],
con otros documentos, editado por Louis P. Lochner, Zurich, 1948 (en adelante cita-
do como Lochner, Diario de Goebbels); diario de 1945, así como fragmentos no publi-
cados del Archivo Federal de Coblenza (NL 118). En la cuestión del valor bibliográ-
708 Goebbels

fico de los diarios, se debe aprobar la opinión de la editora de la edición muniquesa,


quien en la introducción del primer volumen escribe que «los diarios han conservado
hasta el final una base de información cronística seria y exacta, pese al fatuo reflejo de
sí mismo y a una autosugestiva tendencia a la mentira». Puesto que esto último se
desarrollaba siempre según el mismo patrón psicológico, que se repetía constante-
mente, no es difícil distinguir esos pasajes dentro del diario. El recurso a las fuentes
que se corresponden con las entradas del diario hizo el resto.
8
Comunicación de la señora Brachmann-Teubner al autor del 23/5/1990.
9
Willi A. Boelcke, Kriegspropaganda 1939-1941. Geheime Ministerkonferenzen im
Reichspropagandaminísteríum [Propaganda bélica, 1939-1941. Conferencias ministeriales
secretas en el Ministerio de Propaganda del Reich], Stuttgart, 1966.
10
Ernest K. Bramsted, Goebbels und die Nationahozialistische Propaganda 1925-1945
[Goebbels y la propaganda nacionalsocialista, 1925-1945], Frankfurt del Meno, 1971.
11
Michael Balfour, Propaganda in War. Organisations, Policies and Publics in Britain
and Germany, Londres, 1979.

Capítulo 1. ¿Por qué Dios le había hecho de tal forma que la gente se
riera y se burlara de él? (1897-1917)

1
N. de la T. Ein Platz an der Sonne «un puesto al sol»: expresión acuñada por el
canciller Fürst von Bülow como sinónimo de éxito y prosperidad.
2
Para su nacimiento, infancia y juventud véanse: las copias de los registros de naci
mientos y defunciones que se encuentran en el archivo municipal de Mónchenglad-
bach (documentos del registro civil sobre los antepasados del doctor Joseph Goeb
bels, así como la crónica de la familia); además, las actas de los interrogatorios a los
parientes, elaboradas después de la Segunda Guerra Mundial, en los K. Frank-Korf-
Papers, Hoover Institution, Standorf, California; y sobre todo: Diario del Instituto de
Historia Contemporánea, aquí introducción al vol.l, 27/6/1924-31/12/1930, «Dia
rio de Joseph Goebbels (Memorias) desde 1897 (año de nacimiento) hasta octubre
de 1923 (escrito en julio de 1924)», aquí «Desde 1897 hasta mi primer semestre en
Bonn, 1917», págs. 1-5, (en adelante citado como Diario del Instituto de Historia
Contemporánea, Memorias); una información muy sugestiva sobre su disposición inte
rior la aporta el trabajo autobiográfico —escrito en 1919 en tercera persona— Michael
Voormanns Jugendjahre [Los años de juventud de Michael Voormann],Varte I, Archivo fede
ral de Coblenza, NL 118/126, en adelante citado como: Goebbels, Michael (1919); en
sus Erinnerungsbldtter [Memorias] escribió al respecto: «Escribo mi propia historia con
el corazón en la mano. "Michael Voormann". Recita todo nuestro sufrimiento. Sin
maquillaje, tal como yo lo veo» (Diario del Instituto de Historia Contemporánea,
Memorias, p. 14); además: Fraenkel, Goebbels, p. 21 y ss.; Heiber, Goebbels, p. 7 y ss.
3
El apellido Goebbels, o Góbbels, es común en el triángulo formado por Colo
nia, Aquisgrán y Mónchengladbach, a la izquierda del Rin, que perteneció tempo
ralmente a Francia. A este respecto véase Heiber, Goebbels, p. 8.
Notas 709

4
Carné n° 419 para la circulación en el territorio ocupado, expedido a nombre
de Fritz Goebbels el 2/6/1927, colección Genoud, Lausana.
5
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 11/12/1929, p. 467.
6
Carné n° 419 para la circulación en el territorio ocupado, expedido a nombre
de Fritz Goebbels el 2/6/1927, en el colección Genoud, Lausana.
7
Erckens, Günter.Juden in Mónchengladbach. Jüdisches Leben in denfrüheren Gemein-
den M. Gladbach, Rheydt, Odenkirchen, Giesenkirchen-Schelsen, Rheindalen, Wickmth und
Wanlo [Judíos en Mónchengladbach . La vida judía en los antiguos municipios de M. Glad
bach, Rheydt, Odenkirchen, Giesenkirchen-Schelsen, Rheindalen, Wickrath y Wanlo\. Con
tribuciones a la historia de la ciudad de Mónchengladbach, 25, vol.2, Mónchenglad
bach, 1989, p. 187, nota 1 (en adelante citado como: Erckens,Judíos).
8
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 8/12/1929, pág. 466 y
11/12/1929, p. 467.
9
Goebbels, Michael (1919).
10
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 8/12/1929, p. 466.
11
Goebbels, Michael (1919).
12
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 5/7/1935, p. 490.
13
Extractos de las cuentas de Fritz Góbbels de los años 1900-1920, colección
Genoud, Lausana.
14
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Memorias, p. 2.
15
Pese a los pocos datos que da Joseph Goebbels sobre su dolencia, se puede decir
que sufrió una enfermedad neurogenética de pie equinovaro como consecuencia de
una afección ósea. En la misma dirección apunta el informe necrópsico soviético del
9/5/1945, en el que se dice: «El pie derecho no sufrió alteración por efecto del fue
go. La planta del pie está tan curvada hacia dentro que casi forma un ángulo recto
con la tibia. La zona de la articulación del pie está muy deformada, el pie encogido
e hinchado. El pie izquierdo tiene 21,5 cm de largo, el derecho en cambio 18 cm
(longitud máxima). La prótesis entregada con el cadáver (...) corresponde perfecta
mente a la deformación del pie derecho», en: Besymenski, Lew: DerTod des Adolf Hitler.
Der sowjetische Beitrag über das Ende des Drítten Reiches und seines Diktators [La muerte
de Adolf Hitler. La contribución soviética sobre el final del Tercer Reich y de su dictador], 2a
ed., Munich/Berlín, 1982, p. 333 y ss. (en adelante citado como: Besymenski, Hitler).
16
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Memorias, p. 2.
17
A diferencia de Goebbels (Michael, 1919), su hermana María Kimmich precisó
después de la Segunda Guerra Mundial que su hermano fue operado del pie o de la
pierna a la edad de siete años. Comunicación de María Kimmich a Richard McMas-
ters Hunt en diciembre de 1959, en.Joseph Goebbels:A Study qf the Formation qfhis
National-Socialist Consciousness 1897-1916, tesis doctoral, Harvard University, Cam
bridge, Massachusetts, 1960, p. 62, nota 46.
18
Comunicación de la señora Hompesch del 19/10/1987. Una cinta magneto
fónica con una conversación de aproximadamente una hora que mantuvo con ella la
710 Goebbels

radio WDR en el año 1987 se encuentra en el archivo municipal de Mónchenglad-


bach.
19
Ibid.
20
Significativo del sufrimiento anímico del joven Joseph Goebbels es que su abue
lo siempre fue para él «en su imaginación» el más querido de sus antepasados, aun
que sólo lo conocía por lo que le contaba su madre. Era «alto, fuerte, musculoso» y,
por tanto, físicamente justo lo contrario de su nieto. (Diario del Instituto de Histo
ria Contemporánea,Vol. 1, Memorias, p. 1).
21
Goebbels, Michael (1919).
22
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, Memorias, p. 2.
2i
Ibid.,p.3.
24
Fraenkel, Goebbels, p. 24.
25
Goebbels, Michael (1919).
26
Wilfred von Oven: Finale Furioso. Mit Goebbels bis zum Ende [Finale Furioso. Con
Goebbels hasta e¡final\,Tubingi, 1974, p. 281 (en adelante citado como: Oven, Finale).
27
Colección Genoud, Lausana.
29
Oven, Finale, p. 281.
29
Para la ordenación cronológica véase el curriculum vitae de Joseph Goebbels del
año 1921, manuscrito adjunto a la tesis doctoral, colección Genoud, Lausana.
30
Goebbels, Michael (1919).
■ 31 Ibid.
32
Diez certificados de notas de Joseph Goebbels de los años 1912-1916 se encuen
tran en el archivo federal de Coblenza, NL 118/113.
33
Oven, Finale, p. 283.
34
Goebbels, Michael (1919): «(...) y Michael se convirtió en otro muy distinto del
que era en realidad».
35
Goebbels: Aus meinem Tagebuch [De mi diario],junio de 1923, archivo federal de
Coblenza, NL 118/126.
36
Goebbels, Michael (1919).
37
Andenken an die erste hl. Kommunion der Schüler der hóheren Lehranstalten [Recor
datorio de la primera comunión de los alumnos de los colegios superiores]:... Rheydt,
3 de abril de 1910, maestro superior Mollen, profesor de religión, archivo municipal
de Mónchengladbach, 14/2112.
38
Goebbels, Joseph: Gerhardi Bañéis Manibus!, contribución al escrito en memo
ria del maestro superior doctor Gerhard Bartels, Rheydt, p. 25 y ss. (aquí p. 26),
6/12/1919, archivo federal de Coblenza, NL 118/120.
39
Willy Zules a Joseph Goebbels, 4-5/1/1915, colección Genoud, Lausana.
40
Goebbels, Michael (1919).
41
N. de laT. En alemán estos versos riman el primero con el tercero y el segun
do con el cuarto: «Hier steh' ich an der Totenbahre, /Schau deine kalten Glieder an,
/Du warst der Freund mir, ja, der wahre, /Den ich im Leben liebgewann. /Du mutest
jetzt schon von mir scheiden, /Lieest das Leben, das dir winkt, /Lieest die Welt mit
ihren Freuden, /Lieest die Hoffnung, die hier blinkt».
Notas 711

42
Joseph Goebbels: Der tote Freund [El amigo muerto], abril de 1912, colección
Genoud, Lausana: en las memorias denominadas Erinnerungsblatter data Goebbels su
primer poema en el año 1909 (Diario del Instituto de Historia Contemporánea,
Vol. 1, Memorias, p. 3).
43
Joseph Goebbels: Der Lenz [La primavera], 1914, colección Genoud, Lausana.
44
Goebbels, Michael (1919).
45
Ibid.
46
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Memorias, p. 3.
47
Goebbels, Michael (1919).
48
Ibid.
49
Ibid.; cí. Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Memorias, p. 5.
50
Hitler, Mein Kampf[Mi lucha], Munich, 1939, p. 162 (en adelante citado como:
Hitler, Mi lucha).
51
Joseph Goebbels: Wie kann auch der Nichtkampfer in diesen Tagen dem Vaterland die-
nen? [¿Cómo puede el no combatiente servir también a la patria en estos días?] (redacción
de clase del 27/11/1914), archivo federal de Coblenza, NL 118/117.
52
Certificado de aptitud científica para el servicio voluntario anual, 3/4/1914,
archivo federal de Coblenza, NL 188/113.
53
Joseph Goebbels: Wie kann auch der Nichtkampfer in diesen Tagen dem Vaterland die-
nen?, op. cit.
54
Joseph Goebbels: Aus halbvergessenen Papieren. DemAndenken Ernst Heynens gewid-
met [Depapeles medio olvidados. En memoria de Ernst Heynen], 22/2/1924, archivo fede
ral de Coblenza, NL 118/113.
55
Hubert Offergeld a Joseph Goebbels el 16/11/1914, colecci ón Genoud, Lau
sana.
56
Willy Zilles a Joseph Goebbels, 4-5/1/1915, colecci ón Genoud, Lausana.
57
N. de la T. Así se denominaba familiarmente a los soldados alemanes durante la
Primera y Segunda Guerra Mundial, por alusión al color de sus uniformes (en ale
mán, Feldgraue).
58
N. de laT. La sentencia de Raabe dice en alemán: Sieh' aufzu den Sternen, hab'
acht aufdíe Gassen! (¡Alza la vista a las estrellas, presta atención a las callejuelas!).
59
Joseph Goebbels a Willy Zilles el 26/7/1915, archivo municipal de M ónchen-
gladbach. Lo mismo expresó en una carta dirigida a Ernst Heynen, como se desprende
de su respuesta del 12/4/1916 (colección Genoud, Lausana).
60
Sobre ambos poetas Goebbels escribió largos ensayos, que se encuentran en la
colección Genoud, Lausana.
61
Joseph Goebbels a Willy Zilles el 26/7/1915, archivo municipal de M ónchen-
gladbach.
62
Goebbels, Joseph: Wilhelm Raabe, 7/3/1916, colección Genoud, Lausana.
63
Ibid.
64
Joseph Goebbels: Das Lied im Kriege [La canción en la guerra], (redacción de cla
se del 6/2/1915); véase también Wie kann auch der Nichtkampfer in diesen Tagen dem
712 Goebbels

Vaterland dienen? [¿Cómo puede el no combatiente servir también a la patria en estos días?],
op. cit.
65
Esto se infiere de una carta de Hubert Hompesch a Joseph Goebbels del
6/8/1915, colección Genoud, Lausana.
66
Willy Zules a Joseph Goebbels el 29/7/1915, colección Genoud, Lausana.
67
Fritz Goebbels a Joseph Goebbels el 9/11/1919, archivo federal de Coblenza,
NL 118/112.
68
Voss a Joseph Goebbels el 7/12/1915, colección Genoud, Lausana.
69
Hubert Hompesch a Joseph Goebbels el 15/7/1916, colección Genoud, Lau
sana.
70
Goebbels, Joseph: In utraque fortuna utriusque mentor (redacción de clase del
30/6/1916), colección Genoud, Lausana.
71
Hubert Hompesch a Joseph Goebbels el 15/10/1916, colección Genoud, Lau
sana.
72
Lene Krage a Joseph Goebbels el 8/12/1916, archivo federal de Coblenza, NL
188/112.
73
Goebbels, Michael (1919).
74
Lene Krage a Joseph Goebbels el 22/8/1916, archivo federal de Coblenza, NL
118/112.
75
Goebbels, Michael (1919).
76
Rheydter Zeitung [periódico de Rheydt] del 25/4/1933.
77
Goebbels, Joseph: discurso de fin de bachillerato, 21/3/1917, archivo federal de
Coblenza, NL 118/126.
78
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 25/4/1933, p. 412;
Rheydter Zeitung del 25/4/1933.
79
Borrador de una carta de Joseph Goebbels a su maestro Voss de finales de 1915,
colección Genoud, Lausana.
80
Rheydter Zeitung del 25/4/1933.

Capítulo 2. Caos en mí (1917-1921)

1
Para los años de carrera de Joseph Goebbels cf. diario del Instituto de Historia
Contemporánea, vol. 1, Memorias, pp. 5-22 (aquí p. 5).
2
Informes de la unión de asociaciones estudiantiles científico-católicas Unitas,
Instituto de Estudios sobre la Universidad, Universidad de Wurtzburgo (en adelante
citado como: Unitas), año 57,1916/17,p. 227; el capellán Mollen también había estu
diado en Bonn y allí había sido miembro de la Unitas. Esto se desprende del registro
general de la unión de asociaciones estudiantiles científico-católicas Unitas en las uni
versidades de Aquisgrán, Berlín, Bonn, Friburgo de Brisgovia, de 1914.
3
Joseph Goebbels: Bin einfahrender Schüler, ein wüster Gesell..., Novelle aus dem Stu-
dentenleben [Soy un escolar errante, un tipo desordenado..., novela corta de la vida estudian
til], verano de 1917, archivo federal de Coblenza, NL 118/117.
Notas 713

4
Joseph Goebbels: Wilhelm Raabe, sin fecha, colección Genoud, Lausana. Al pare
cer, en este caso se trata de una versión revisada de su redacción sobre el poeta del
7/3/1916; Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 5;
Unitas, año 57,1916/17, p. 279; véase además: Schrader, Hans-Jürgen:Joseph Goebbels
ais Raabe-Redner [Joseph Goebbels como orador raabiano], en:Jahrbuch der Raabe-Gesells-
chaft [Anuario de la asociación de Raabe], (1974), p. 112 y ss.
5
Franz Josef Klassen, Treue um Treue. Sigfridia sei's Panier. Geschichte der Katholischen
Deutschen Burschenschaft Sigfridia zu Bonn im Ring Katholischer Deutscher Burschenschaf-
ten 1910-1980 [Lealtad por lealtad. Sigfridia es nuestra bandera. Historia de la corporación
estudiantil católica alemana Sigfridia de Bonn en la agrupación de corporaciones estudiantiles
católicas alemanas, 1910-1980], Bonn 1980, p. 19, nota 1.
6
Fraenkel, Goebbels, p. 34.
7
Unitas, año 57, 1916/17, p. 279;Joseph Goebbels a un profesor desconocido el
14/9/1917, reproducido en: Fraenkel, Goebbels, p. 32.
8
Joseph Goebbels: Die die Sonne lieben [Los que aman el sol], verano de 1917, archi
vo federal de Coblenza, NL 118/117.
9
Joseph Goebbels: Bin einfahrender Schüler, ein wüster Gesell..., Novelle aus dem Stu-
dentenleben, op. cit.
10
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 5.
11
Joseph Goebbels a la comisión diocesana de la asociación de Alberto Magno el
5 y el 15/9/1917, archivo federal de Coblenza, NL 118/113.
12
Nota del capellán Mollen a una carta de Joseph Goebbels dirigida a la comi
sión diocesana de la asociación de Alberto Magno el 18/9/1917, reproducido en:
Fraenkel, Goebbels, p. 32 y ss.
13
Cf. los documentos del archivo federal de Coblenza, NL 118/113.
14
Unitas, año 58,1917/18, p. 68 y p. 119 y ss.
15
Peter Joseph Hasenberg: 125Jahre Unitas-Verband. Beitrage zur Geschichte des Ver-
bandes der wissenschaftlichen, katholischen Studentenvereine Unitas (UV) [125 años de Uni
tas. Contribuciones a la historia de la unión de asociaciones estudiantiles científico-católicas Uni
tas], Colonia 1981, p. 91.
16
Madre de Agnes Kólsch a Joseph Goebbels el 16/11/1917, archivo federal de
Coblenza, NL 118/111.
17
Cf. la abundante correspondencia epistolar entre Joseph Goebbels y los miem
bros de la familia Kólsch en el archivo federal, NL 118/111.
18
Unitas, año 58,1917/18, p. 153.
19
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 6.
20
Unitas, año 58,1917/18, pp. 182 y 215.
21
Joseph Goebbels: Michael Voormann, Ein Menschenschicksal in Tagebuchbldttern
[Michael Voormann. El destino de un hombre a través de su diario], manuscrito, 1923, colec
ción Genoud, Lausana; Goebbels describe detalladamente los comienzos de su rela
ción amorosa con Anka Stalherm durante el segundo semestre en Friburgo en: Michae,
(1919), parte III, terminada en septiembre de 1919, archivo federal de Cobleza NI
714 Goebbels

188/115; véanse también las muchas cartas en el archivo federal de Coblenza, NL


i 118/109 y s.
22
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 8.
23
Agnes Kólsch a Joseph Goebbels el 15/8/1918, archivo federal de Coblenza,
NL 118/112.
24
Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 31/7/1918, archivo federal de Coblenza,
NL 118/109; Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol.l, Memorias, p. 8.
25
Oven, Finale, p. 287.
26
Joseph Goebbels: Judas Iscariot. Eine biblische Tragodie infünfAkten [Judas Iscario
te. Una tragedia bíblica en cinco actos], julio/agosto 1918, archivo federal de Coblenza,
NL 118/127; cf. también la correspondencia epistolar entre Joseph Goebbels y Anka
Stalherm de esa época (archivo federal de Coblenza, NL 118/109, NL 118/127).
27
Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 21/8/1918, archivo federal de Coblenza,
NL 118/127.
28
N. de la T. Letra cursiva alemana que debe su nombre al diseñador gráfico L.
Sütterlin (1865-1917).
29
Joseph Goebbels: Judas Iscariot. Eine biblische Tragodie infünfAkten, op. cit.
20
Ibid., p. 99.
31
En otoño de 1918, Joseph Goebbels regaló a su compañero de estudios Theo
Geitmann un ejemplar «del Zaratustra»; cf. la correspondencia epistolar de octubre de
1918, archivo federal de Coblenza, NL 118/112.
32
Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 26/8/1918, archivo federal de Coblenza,
NL 118/109.
33
Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 30/8/1918, archivo federal de Coblenza,
NL 118/109.
34
Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 11/8/1918, archivo federal de Coblenza,
NL 118/127.
35
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol.l, Memorias, p. 10.
36
Joseph Goebbels a Fritz Prang el 13/11/1918, reproducido en: Fraenkel, Goeb
bels, p. 38.
37
Ibid.
38
Julius-Maximilians-Universitat de Wurtzburgo, Kollegienbuch des Studierenden der
Germanistik, Herrn Joseph Goebbels aus Rheydt [Libro académico del estudiante de Germa-
ntstíca Sr. Joseph Goebbels de Rheydt] , archivo federal de Coblenza, NL 118/113.
39
Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 29/1/1919, archivo federal de Coblenza,
NL 118/109.
40
Fritz Prang a Joseph Goebbels en noviembre de 1918, archivo federal de Coblen
za, NL 118/113.
41
Fritz Goebbels a Joseph Goebbels el 3/10/1918, archivo federal de Coblenza,
NL 118/113.
42
Fritz Goebbels a Joseph Goebbels el 14/11/1918, archivo federal de Coblen
za, NL 118/113.
Notas 715

43
Fritz Goebbels a Joseph Goebbels el 21/12/1918, archivo federal de Coblen
za, NL 118/112.
44
Fritz Goebbels ajoseph Goebbels el 3/1/1919 y el 31/12/1918, archivo fede
ral de Coblenza, NL 118/113.
45
Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 25/1/1919, archivo federal de Coblenza,
NL 118/109.
46
Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 26/1/1919, archivo federal de Coblenza,
NL 118/109.
47
Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 30/1/1919, archivo federal de Coblenza,
NL 118/109.
48
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 10.
49
Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 26 y el 27/1/1919, archivo federal de
Coblenza, NL 118/109.
50
Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 29/1/1919, archivo federal de Coblenza,
NL 118/109.
51
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol.l, Memorias, p. 15.
52
Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 27/1/1919, archivo federal de Coblenza,
. NL 118/109.
53
Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 16/2/1919, archivo federal de Coblenza,
NL 118/126.
54
Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 20/2/1919, archivo federal de Coblenza,
NL 118/126.
55
Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 26/2/1919, archivo federal de Coblenza,
NL 118/126.
56
Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 24/2/1919, archivo federal de Coblenza,
NL 118/109.
57
Joseph Goebbels: Heinrich Kdmpfert, Ein Drama in dreiAufzügen [Heinrich Kamp-
fert, un drama en tres actos], archivo federal de Coblenza, NL 118/114. La obra, que en
principio iba a llevar el título de Stille Helden [Héroes silenciosos], fue terminada el 12
de febrero de 1919; véase al respecto la correspondencia epistolar entre Joseph Goeb
bels y Anka Stalherm en el archivo federal de Coblenza, NL 118/109.
58
Joseph Goebbels: Heinrich Kdmpfert, Ein Drama in dreiAujzügen [Heinrich Kamp-
jert, un drama en tres actos], p. 39, archivo federal de Coblenza, NL 118/114.
59
Ibid., p. 56.
60
Fiódor Dostoievski: Schuld und Sühne [Crimen y castigo], Munich, 1987.
61
En el Michael (1919), parte III (archivo federal de Coblenza, NL 118/114 y s.)
escribió Goebbels: «El cristianismo actual tiene en la práctica ya muy poco de la bue
na nueva que trajo Cristo. No maltratéis a los hombres y chupadles la sangre».
62
Unitas, año 59,1918/19, «Suplemento del primer semestre 18/19: salida del Sr.
Goebbels».
716 Goebbels

63
Él le regaló a ella un cuadernito con los «apuntes de Navidad» redactados por
él mismo, Die Weihnachtsglocken des Eremiten [Las campanas navideñas del eremita], archi
vo federal de Coblenza, NL 118/126.
64
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 11.
65
Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 16/3/1919, archivo federal de Coblenza,
NL 118/109.
66
Olgi Esenwein a Joseph Goebbels el 21/2/1924 (eventualmente tambi én el
21/6/1924), archivo federal de Coblenza, NL 118/112.
67
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 13.
68
Fiódor Dostoievski: Die Ddmonen [Los demonios], versión alemana de E.K. Rah-
sin, Munich, 1956, p. 343 y ss.; cf. Bársch, Claus-Ekkehard: Erlósung und Vemichtung.
Dr. phil. Joseph Goebbels. Zur Psyche und Ideologie eines jungen Nationalsozialisten [Salva
ción y destrucción. Doctor Joseph Goebbels. Sobre el espíritu y la ideología de un joven nacio
nalsocialista], Munich, 1987 (en adelante citado como: Bársch, Salvación).
69
En la colección Genoud, Lausana, se encuentra un sinnúmero de poemas, entre
otros una colección que «dedicó» a Anka Stalherm.
70
N. de la T. Antiguo alemán por Nehmt, Frauen, diesen Kranz, «coged, mujeres,
esta corona». Es la primera línea del poema Traumliebe («amor ideal») de Walther von
derVogelweide (finales del siglo XII y principios del xm).
71
Contrato editorial entre Joseph Goebbels cand. phil. [licenciado en estudios de
cuatro años] y la editorial Xenien de Leipzig, 18/6/1919, archivo federal de Coblen
za, NL 118/113.
72
Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 20/8/1919, archivo federal de Coblenza,
NL 118/109.
73
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 13.
74
Goebbels, Michael (1919), Parte I (archivo federal de Coblenza, NL 118/126),
así como parte III (archivo federal de Coblenza, NL 118/115 y s.); la segunda parte
no se ha conservado.
75
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 14; «Michael
Voormann está terminado, creo que te gustará», escribió Joseph Goebbels a Anka Stal
herm el 6/9/1919, archivo federal de Coblenza, NL 118/109.
76
Goebbels, Michael (1919), parte I.
77
Aiá., parte III.
78
N. de la T. En alemán Raterepublik, conocida como el «soviet bávaro», la Repú
blica Soviética de Baviera o el Consejo de Baviera.
79
Arco-Valley fue excarcelado en 1924 y ascendió en el Tercer Reich a director
de la Lufthansa alemana.
80
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 17.
81
Ayuntamiento de Munich a Joseph Goebbels (sin fecha, asunto: establecimien
to de foráneos), colección Genoud, Lausana.
Notas 717

82
Goebbels describe esta Nochebuena de 1919 en su artículo Sursum corda! [[Arriba
los corazones*.], en el Westdeutsche Landeszeitung [Periódico regional de la Alemania occi-
dental] del 7/3/1922.
83
Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 6/9/1919, archivo federal de Coblenza,
NL 118/126.
84
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 16.
85
Fritz Goebbels a Joseph Goebbels el 9/11/1919, archivo federal de Coblenza,
NL 118/112.
86
Joseph Goebbels: Kampf der Arbeiterklasse. Fragment eines sozialistischen Dramas
[Lucha de la clase obrera. Fragmento de un drama socialista], colección Genoud, Lausana.
87
Ibid.
88
Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 29/1/1920, archivo federal de Coblenza,
NL 118/109.
89
Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 31/1/1920, archivo federal de Coblenza,
NL 118/109.
90
Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 6/2/1920, archivo federal de Coblenza,
NL 118/109.
91
Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 4/3/1920, archivo federal de Coblenza,
NL 118/110.
92
Cf. Borrador de una carta de Joseph Goebbels aVoss, finales de 1915, colección
Genoud, Lausana.
93
Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 4/3/1920, archivo federal de Coblenza,
NL 118/110.
94
N. de la T. Conocida alusión al «Hamlet» de Shakespeare (1.4). En lengua ingle
sa dice: Something is rotten in the state ofDenmark.
95
Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 13/3/1920, archivo federal de Coblenza,
NL 118/110.
96
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 17 y s.
97
Joseph Goebbels: Díe Saat [La siembra], acción en tres actos (marzo de 1920),
archivo federal de Coblenza, NL 118/117.
98
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 17 y s.
"Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 14/4/1920, archivo federal de Coblenza,
NL 118/126.
100
Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 6/6/1920, archivo federal de Coblenza,
NL 118/110.
101
Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 15/5/1920, archivo federal de Coblenza,
NL 118/110.
102
Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 13/6/1920, el 18/6/1920 y el 4/7/1920,
archivo federal de Coblenza, NL 118/110.
103
Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 15/5/1920, archivo federal de Coblenza,
NL 118/110.
718 Goebbels

104
Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 29/6/1920, archivo federal de Coblenza,
NL 118/126.
105
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 19.
106
Joseph Goebbels a Anka Stalherm, sin fecha, archivo federal de Coblenza, NL
118/118.
107
Testamento de Joseph Goebbels del 1/10/1920. Existen dos versiones ligera
mente diferentes, archivo federal de Coblenza, NL 118/113 así como NL 118/118.
108
Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 27/11/1920, archivo federal de Coblen
za, NL 118/126.
109
Richard Flisges a Joseph Goebbels el 31/10/1920, archivo federal de Coblen
za, NL 118/112; véanse también las cartas de Richard Flisges ajoseph Goebbels del
3 y del 9/11/1920, archivo federal de Coblenza, NL 118/112.
110
Anka Stalherm ajoseph Goebbels el 24/11/1920, archivo federal de Coblen
za, NL 118/126.
111
Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 27/11/1920, archivo federal de Coblen
za, NL 118/126.
112
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 30/5/1928, p. 229.
113
Ibid., 14/12/1928, p. 303.
114
Ibid., 16/12/1928, p. 304.
115
Ibid., 1/4/1929, p. 351.
116
Oswald Spengler: Der Untergang des Abendlandes. Umrisse einer Morphologie der
Weltgeschichte [La decadencia de Occidente. Bosquejo de una morfología de la Historia Uni
versal], Munich, 1923.
117
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 21.
118
Fritz Goebbels ajoseph Goebbels el 5/12/1920, archivo federal de Coblenza,
NL 118/113.
119
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 16.
120
Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 6/6/1920, archivo federal de Coblenza,
NL 118/110.
121
Joseph Goebbels: Wilhelm von Schütz ais Dramatiker. Ein Beitrag zur Geschichte
des Dramas der Romantischen Schule [Wilhelm von Schütz como dramaturgo. Una contribu
ción a la historia del drama de la escuela romántica], tesis doctoral, Heidelberg 1921; cf.
Neuhaus, Helmut: Der Germanist Dr. phil. Joseph Goebbels. Bemerkungen zur Sprache des
Joseph Goebbels in seiner Dissertation aus demjahre 1922 [El germanista doctor Joseph Goeb
bels. Observaciones sobre la lengua de Joseph Goebbels en su tesis doctoral del año 1922], en:
Zeitschriftfür Deutsche Philologie (ZfdPh) [Revista de Filología Alemana] 93 (1974), p. 398
yss.
122
Ibid., p. 8 y s.
123
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 21.
124
N. de laT. Según la costumbre alemana, el periódico de bodas o periódico nup
cial (Hochzeitszeitung) consiste en presentar a los novios de manera divertida. Lo sue-
Notas 719

len redactar familiares o amigos íntimos de la pareja, e incluye fotos, anécdotas, algún
pequeño secreto de los novios, etc.
125
N. de laT. Muy expresivo en alemán dada la proximidad fonética entre Haken-
kreuz (cruz gamada o esvástica) y Kacken (cagar), así como por la aliteración de la ka
y de la erre: Seh ich nur ein Hakenkreuz, krieg ich schon zum Kacken Reiz.
126
Comunicación de Wilhelm Kamerbeek del 21/10/1987.
127
Título de doctor de Joseph Goebbels, fechado el 21/4/1922, Universidad de
Heidelberg, archivo federal de Coblenza, NL 118/128; el original se encuentra en la
colección Genoud, Lausana.
128
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 22.
129
Ibid.

Capítulo 3. ¡Fuera dudas! Quiero ser fuerte y creer (1921-1923)

1
Richard Flisges a Joseph Goebbels el 12/12/1921, archivo federal de Coblen
za, NL 118/112.
2
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 23.
3
Westdeutsche Landeszeitung del 24/1/1992.
4
Joseph Goebbels, Aus meinemTagebuch [De mi diario],junio de 1923,archivo federal
de Coblenza, NL 118/126.
5
Ibid.
6
Westdeutsche Landeszeitung del 6/2/1922.
7
«La expresión de la decadencia de Occidente está hoy en boca de todas las perso
nas cultas e incultas, en todas las ocasiones adecuadas e inadecuadas. ¡Cuántas veces
he tenido la oportunidad de oír esta expresión en boca de gente que ni siquiera cono
cía el nombre de Oswald Spengler, por no decir su libro! Seguramente pocas veces
el título de un libro ha ejercido una fuerza tan sugestiva como éste. Spengler es hijo
de su tiempo, del mismo modo que todos nosotros estamos varados en nuestro tiem
po, por muy convencidos que estemos personalmente de haberlo superado. Me gus
ta mucho el libro de Spengler y le debo algunas horas espléndidas. Pero eso no me
hará desistir de afirmar que el libro ha perjudicado más que beneficiado a nuestro
espíritu alemán (...) por desgracia,muchos han sacado de él un pesimismo enfermi
zo, y el pesimismo es hoy más que nunca un veneno para el cuerpo de nuestro pue
blo. El libro de Spengler ha llegado en el momento equivocado», de: Joseph Goeb
bels: Vom Sinn unserer Zeit [Del sentido de nuestro tiempo], Ibid.
8
Westdeutsche Landeszeitung del 8/2/1922; además, aparecieron en el Westdeutsche
Landeszeitung los artículos de Goebbels Kritik und Kunst [Crítica y arte] (edición del
11/1/1922), Zur Erziehung eines neuen Publikums [Para la educación de un nuevo públi
co] (primera parte en la edición del 21/2/1922; segunda parte en la edición del
27/2/1922) y Sursum corda [Arriba los corazones] (edición del 7/3/1922).
9
Müller a Joseph Goebbels el 16/10/1922, archivo federal de Coblenza, NL
118/113.
720 Goebbels

10
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 24.
11
Joseph Goebbels: Ausschnitte aus der deutschen Literatur der Gegenwart [Fragmentos
de la literatura alemana contemporánea] (conferencia pronunciada el 30/10/1922), colec
ción Genoud, Lausana.
12
Anuncio en el Westdeutsche Landeszeitung del 25/10/1922.
13
Else Janke a Joseph Goebbels el 6/9/1922, archivo federal de Coblenza, NL
118/110.
14
Fraenkel, Goebbels, p. 68.
15
Else Janke a Joseph Goebbels el 5/10/1922, archivo federal de Coblenza, NL
118/110.
16
Else Janke a Joseph Goebbels el 22/12/1922, archivo federal de Coblenza, NL
118/110.
17
Joseph Goebbels a Else Janke, Navidades de 1922, reproducido en: Fraenkel,
Goebbels, p. 66 y s.
18
María Goebbels a Joseph Goebbels el 16/2/1923, archivo federal de Coblen
za, NL 118/113: «El paquete adjunto contiene: pan, pan blanco, azúcar, embutido,
mantequilla... 3 pañuelos, un par de calcetines y dos esclavinas».
19
Else Janke ajoseph Goebbels el 11/2/1923, archivo federal de Coblenza, NL
118/110.
20
Else Janke ajoseph Goebbels el 31/1/1923, archivo federal de Coblenza, NL
118/110.
21
Joseph Goebbels, Aus meinem Tagebuch [De mi diario], junio de 1923, archivo
federal de Coblenza, NL 118/126.
22
Ibid.
23
Ibid.
24
Else Janke ajoseph Goebbels el 25/4/1923, archivo federal de Coblenza, NL
118/110.
25
Joseph Goebbels: Aus meinem Tagebuch [De mi diario], junio de 1923, archivo
federal de Coblenza, NL 118/126, como las dos siguientes citas de este párrafo.
26
Joseph Goebbels a Else Janke el 5/6/1923, reproducido en: Fraenkel, Goebbels,
p. 68 y ss.
27
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 26.
28
Joseph Goebbels, Aus meinem Tagebuch, op. cit.
29
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 27.
30
Ibid.
31
Else Janke ajoseph Goebbels el 11/2/1923, archivo federal de Coblenza, NL
118/110.
32
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 27.
33
Joseph Goebbels, Michael Voormann. Ein Me nschenschicksal in Tage buchbl áttem
[Michael Voormann. El destino de un hombre a través de su diario], manuscrito del año
1923, colección Genoud, Lausana (en adelante citado como: Goebbels, Michael 1923).
En la misma colección, así como en el archivo federal de Coblenza (NL 118/127),
Notas 721

se encuentra además una versión escrita a máquina y una fotocopia del manuscrito;
cf. Singer, Hans-Jürgen: Míchael oder der leeré Glaube [Michael o la fe vacía], en: 1999.
Zeitschrift für Sozialgeschichte des 20. und 21 Jahrhunderts [Revista de la historia social de los
siglos xx y xxi], año 2, octubre de 1987, número 4, p. 68 y ss.; Richard McMasters
Hunt, Joseph Goebbels: A Study qf the Formation qfhis National-Socialíst Conscíousness
(1897-1916), tesis doctoral, Harvard University, Cambridge, Massachusetts 1960,
p. 94 y ss.; Bársch, Salvación.
34
Goebbels, Michael (1923), preludio.
35
Cf. Dietz Bering, Die Intellektuellen. Geschichte eines Schimpfwortes [Los intelec
tuales. Historia de un insulto] , Frankfurt del Meno, Berl ín,Viena 1982, p. 109 y ss.
36
Goebbels, Michael (1923), diario del 14 de junio.
37
Ibid.
38
Ibid., diario del 1 de junio.
39
Ibid., diario del 15 de noviembre.
40
Ibid., dia rio del 15 de ma yo.
41
Joseph Goebbels, Die Führerfrage [La cuestión del Führer] , en: Joseph Goebbels:
Die zweite Revolution. Briefe an Zeitgenossen [La segunda revolución. Cartas a los coetá
neos], Zwickau, 1926, p. 6 (en adelante citado como: Goebbels, La segunda revolución).
42
Joseph Goebbels: «Schópferische Kráfte. Richard Flisges, dem toten Freunde!»
[«Fuerzas creativas. Al amigo muerto, Richard Flisges»], Rheydter Zeitung del 22/12/1923,
archivo federal de Coblenza, NL 118/113.
43
Olgi Esenwein a Joseph Goebbels el 3/1/1924, archivo federal de Coblenza,
NL 118/112; así como la carta de Olgi Esenwein a Joseph Goebbels del 21/4/1924,
archivo federal de Coblenza, NL 118/112.
44
Joseph Goebbels: Michael. Ein deutsches Schicksal in Tagebuchblattern [Michael. El
destino de un alemán a través de su diario], Munich, 1929 (en adelante citado como:
Goebbels, Michael 1929).
45
Ibid., diario del 15 de mayo, p. 108.
46
N. de la T. Arbeiter der Stirn und Faust: se refiere al trabajo intelectual (frente) y
al trabajo manual (puño).
47
Ibid., diario del 17 de mayo.p. 109.
48
Ibid., diario del 9 de agosto, p. 57.
i9
Ibid.,p. 156 y s.
50
Die Weltbühne [la escena mundial] del 27/1/1931.
51
Véase p. 153.
52
Joseph Goebbels a Else Janke el 22/9/1923, archivo federal de Coblenza, NL
118/110.
53
Hans Goebbels a Joseph Goebbels el 18/9/1923, archivo federal de Coblenza,
NL 118/110.
54
Fritz Goebbels a Joseph Goebbels el 23/9/1923, archivo federal de Coblenza,
NL 118/113.
55
Fritz Goebbels a Joseph Goebbels el 27/9/1923, archivo federal de Coblenza,
NL 118/113.
722 Goebbels

56
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 28.
57
Comunicación de Erich Willmes del 6/7/1988.
58
Fraenkel, Goebbels, p. 70.
59
Solicitud de empleo de Joseph Goebbels a la editorial Rudolf Mosse, sin fecha,
archivo federal de Coblenza, NL 118/113.
60
Joseph Goebbels, Au s meine m Tage buch [De mi diario] , junio de 1923, archivo
federal de Coblenza, NL 118/126.
61
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 28/7/1924, p. 51.
62
N. de la T. Juego de naipes alemán.
63
Ibid., p. 52.
64
ifeiá., p. 51.
65
Ibid., 17/7/1924, p. 43.
66
Joseph Goebbels: Aus meine m Tqgebuc h [De mi diario] , junio de 1923, archivo
federal de Coblenza, NL 118/126.
67
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 26: «El ju
daismo. Reflexiono sobre el problema del dinero».
68
Fraenkel, Goebbels, p. 65; Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol.
1, Memorias, p. 23.
69
Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 17/2/1919, archivo federal de Coblenza,
NL 118/126.
70
Carta abierta del doctor Josef Joseph, emigrado a Estados Unidos, dirigida al
ministro de Propaganda del Reich, publicada en noviembre de 1944 en la prensa ame
ricana, citada por: Erckens,J«¿ío5, p. 189 y s.
71
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 25.
72
Joseph Goebbels, Ausschnitte aus der deutschen Literatur der Gegenwart [Fragmentos
de la literatura alemana contemporánea] (conferencia pronunciada el 30/10/1922), colec
ción Genoud, Lausana.
73
A partir de este momento se acumulan las entradas sobre el judaismo, Diario
del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 26 y s.
74
Else Janke a Joseph Goebbels el 4/11/1923, colección Genoud, Lausana.
75
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 27; Cham-
berlain, Houston Stewart: Die Grundlagen des neunzehnten Jahrhunderts [Los fundamen
tos del siglo xix], Munich, 1899 (en adelante citado como: Chamberlain, Fundamen
tos).
76
Joseph Arthur de Gobineau: Die Ungleichheit der Menschenrassen [La desigualdad
de las razas humanas], 4 vols., 1853-55.
77
Chamberlain, Fundamentos, p. 259.
78
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 8/5/1926, p. 178.
79
En el Michael (1929) escribió Goebbels en la entrada del 15 de noviembre
(p. 82): «Cristo es el primer antisemita de relieve."Devora a todos los pueblos". A eso
él le declaró la guerra. Por eso el judaismo tuvo que eliminarle, pues ponía en duda
los fundamentos de su futura potencia mundial».
Notas 723


Joseph Goebbels en el Vdlkísche Freiheit [Libertad nacional] del 15/11/1924.
81
Joseph Goebbels, Lenin oder Hitler? Eine Rede [¿Lenin o Hitler? Un discurso], Zwic-
kau, 1926, p. 21.
82
Joseph Goebbels, Ausschnitte aus der deutschen Literatur der Gegenwart [Fragmen
tos de la literatura alemana contemporánea] (conferencia pronunciada el 30/10/1922),
colección Genoud, Lausana.
83
Diario del Instituto de Historia Contempor ánea, vol. 1, 4/7/1924, p. 33.
84
Joseph Goebbels, Lenin oder Hitler? Eine Rede, op. cit., p. 31.

Capítulo 4. ¿Quién es este hombre? Mitad plebeyo, mitad dios.


¿El Cristo verdadero o sólo San Juan? (1924-1926)

'Joseph Goebbels, Aus meinem Tagebuch [De mi diario],junio de 1923, archivo fede-
ral de Coblenza, NL 118/126.
2
Goebbels, Michael (1923), diario del 15 de mayo.
3
Joseph Goebbels, Die Führerfrage [La cuestión del Fú'hrer], en Goebbels, La segun
da revolución, p. 7.
4
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 30/6/1924, p. 30: «Los
primeros quieren el protestantismo prusiano (...),los otros la reconciliación panger-
mana, seguramente con un cariz católico. Munich y Berlín están en lucha. Se puede
decir también Hitler y Ludendorff».
5
Ulrich Klein: Mekka des deutschen Sozialismus oder «Kloake der Bewegung». Der
Aufstieg der NSDAP in Wuppertal 1920-1934 [Meca del socialismo alemán o «cloaca del
movimiento». El ascenso del NSDAP en Wuppertal en 1920-1934], en: Über allem die Par-
tei. Schule, Kunst, Musík in Wuppertal 1933-1945 [El partido por encima de todo. Escue
la, arte, música en Wuppertal, 1933-1945], editado por Klaus Goebel, Oberhausen, 1987,
p. 105 y ss. (aquí p. 117) (en adelante citado como Klein, Meca).
6
Die Stadt Rheydt und die Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei [La ciudad de
Rheydt y el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán], del jefe de servicio de la circuns
cripción, el compañero de partido W. von Ameln, en: Libro de empadronamiento de la
ciudad de Rheydt de 1936, archivo municipal de Mónchengladbach.
7
Diario del Instituto de Historia Contempor ánea, vol. 1, 30/6/1924, p. 30.
8
Ibid.
9
Ibid., p. 30 y s.
10
Ibid., 15/8/1924, p. 65.
11
Para el congreso de Weimar del 17 y 18 de agosto véase Diario del Instituto de
Historia Contemporánea, vol. 1,19 y 20/8/1924, págs. 66-73 (aquí p. 66).
12
BerlinerTageblatt [Diario de Berlín] del 13/9/1930.
13
Joseph Goebbels, Die Katastrophe des Liberalismus [La catástrofe del liberalismo], en
Vdlkische Freiheit del 11/10/1924, archivo municipal de Wuppertal.
14
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 22/8/1924, ]
724 Goebbels

15
Die Stadt Rheydt und die Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei [La ciudad de
Rheydt y el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán], del jefe de servicio de la circuns
cripción, el compañero de partido W von Ameln, en Libro de empadronamiento de la
ciudad de Rheydt de 1936, archivo municipal de Mónchengladbach.
16
Ibid.
17
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 22/8/1924, p. 75.
18
Fraenkel, Goebbels, p. 71 y s.
19
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 27/9/1924, p. 91.
20
Volkische Freiheit del 4/10/1924, archivo mun icipal de Wuppertal.
21
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 3/10/1924, p. 93.
22
Ibid., 27/9/1924, p. 91.
23
N. de laT. El título en alemán de esta sección era Streiflichter, que significa «refle
jos de luz» y, por extensión, «ilustración» o «explicación breve».
24
Volkische Freiheit del 18/10/1924, archivo municipal de Wuppertal.
25
Ibid., 11/10/1924.
26
Ibid., 1/11/1924.
27
Ibid., 4/10/1924.
28
Ibid., 18/10/1924.
29
Ibid., 20/9/1924.
30
Ibid.
31
Ibid., 8/11/1924.
32
Ibid., 15/11/1924.
33
Ibid., 4/10/1924.
34
Ibid., 20/12/1924.
35
Hermann Fobke al doctor AdalbertVolck el 21/9/1924, reproducido en:Joch-
mann,Werner, ed., Nationalsozialismus und Revolution. Ursprung und Geschichte der
NSDAP in Hamburg 1922-Í923, Dokumente [Nacionalsocialismo y revolución. Origen
e historia del NSDAP en Hamburgo, i922-1923, Documentos], Frankfurt del Meno,
1963, doc. 46, p. 154 y s. (en adelante citado como Jochmann, Documentos).
36
Volkische Freiheit del 10/1/1925, archivo municipal de Wuppertal.
37
Hitler, Mi lucha, p. 354.
38
Konrad Heiden, Geschichte des Nationalsozialismus. Die Karriere einer Idee [Histo
ria del nacionalsocialismo. La carrera de una idea], Berlín, 1932, p. 195.
39
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1,15/9/1924, p. 85: «Hablo
largo rato con Strasser, sobre Hitler, de si será puesto en libertad. Angustiosa pregun
ta».
40
Karl Kaufmann a Otto Strasser el 4/6/1927, BDC (Berlín Document Center).
41
Klein, Meca, p. 116.
42
Heiber, Goebbels, p. 46.
43
Karl Kaufmann a Otto Strasser el 4/6/1927, BDC.
44
Ibid.
Notas 725

45
Informe policial sin fecha, Archivo General del Estado. Dusseldorf, colección
de la Jefatura Superior de Policía de Wuppertal.
46
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 8/6/1925, p. 116.
47
Ibid., 23/10/1925, p. 137.
48
Vólkische Freiheit del 15/11/1924, del 20/12/1924 y del 10/1/1925, archivo
municipal de Wuppertal.
49
Ibid., 20/12/1924.
50
15 diseños para carteles u octavillas para anunciar conferencias del NSDAP, editados
por la oficina de las Nationalsozialistische Briefe [Cartas nacionalsocialistas], con un pró
logo de Joseph Goebbels, Elberfeld, sin indicación del año.
51
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 26/3/1925, p. 98.
52
Ibid., 28/3/1925, p. 99.
53
Ibid., 16/4/1925, p. 104.
54
Ibid., 28/5/1925, p. 115.
55
/W<¿., 22/4/1925, p. 105 y s.
56
Ibid., 18/4/1925, p. 105.
57
Ibid., 27/5/1925, p. 114.
58
Vólkischer Beobachter del 8/7/1925.
59
Karl Kaufmann comunicó a los biógrafos de Goebbels Fraenkel y Manvell
(Fraenkel, Goebbels, p. 95) que el primer encuentro entre Goebbels y Hitler tuvo lugar
en otoño de 1925 en Elberfeld. Sin embargo, Kaufmann debió de equivocarse, pues
en el diario goebbeliano de Elberfeld, que comienza el 12/8/1925, no se encuentra
ninguna entrada sobre semejante encuentro antes del 2 o del 6/11/1925. Según la
entrada del diario del 6/11/1925 (Diario del Instituto de Historia Contemporánea,
vol. 1, p. 140 y s.), Goebbels se encontró con Hitler en Brunswick. Puesto que ambas
entradas permiten inferir claramente que no se puede tratar del primer encuentro,
éste debió de producirse en la laguna de transmisión de los diarios goebbelianos, que
abarca desde el 10/6/1925 hasta el comienzo de los diarios de Elberfeld el 12/8/1925.
Dado que ni en las memorias ni en las fuentes se halla ninguna alusión a que Hitler
estuviera en Elberfeld en el verano de 1925 (en cambio, su visita a la asociación de
ese lugar en junio del año 1926 está ampliamente documentada), se justifica la con
jetura de que Goebbels y Hitler se encontraron por vez primera en el congreso de
jefes de distrito celebrado en Weimar el 12/7/1925, máxime cuando en el borrador
de los diarios de Goebbels que termina en julio de 1928 se encuentra la anotación:
«Julio del 25, Hitler en Weimar (...) noviembre del 25, Hitler en Brunswick», Diario
del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, p. 248.
6(1
Hinrich Lohse, Der Fall Strasser [El caso Strasser], sin fecha, Instituto de Historia
Contemporánea, ZS 265.
61
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 21/8/1925, p. 121.
62
Ibid., 12/10/1925, p. 134.
63
Ibid,, 26/3/1925, p. 98.
64
Klein, Meca, p. 119 y s.
726 Goebbels

65
Rust (Hannover), Fobke (Gotinga), Schultz (Hesse-Nassau Norte) y Lohse
(Schleswig-Holstein) en la dirección del NSDAP el 15/4/1925, archivo federal de
Coblenza, colección Schumacher 201/1.
65
Bouhler a Rust el 20/4/1925, archivo federal de Coblenza, colecci ón Schu-
macher 202/1.
67
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 18/5/1925, p. 112.
68
Ibid., 12/8/1925, p. 118.
69
Ibid. 4/4/1925, p. 101.
70
Ibid. 19/8/1925, p. 121.
71
Klein, Meca, p. 120.
72
Otto Strasser: Mein Kampf. Eine politische Autobiographie mit einem Vorwort pon Ger-
hard Zwerenz [Mí lucha. Una autobiografía p olítica con un prólogo de Gerhard Zwerenz] ,
Frankfurt del Meno, 1969, p. 24 (en adelante citado como Strasser, Otto: Mi lucha).
73
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 21/8/1925, p. 121.
74
Anexo a la carta de Gregor Strasser a Karl Kern del 18/6/1927 sobre la asam
blea berlinesa del partido del 10/6/1927, BDC.
75
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 21/8/1925, p. 121.
76
Hermann Fobke, Aus der nationalsozialistischen Bewegung. Bericht über die Grün-
dung der Arbeitsgemeinschaft der nord- und Westdeutschen Gaue der NSDAP [Del movi
miento nacionalsocialista. Informe sobre la creación de la comunidad de trabajo de los distritos
del NSDAP del norte y oeste de Alemania], 11/9/1925, reproducido emjochmann, Docu
mentos, doc. 66, p. 207 y ss. (aquí p. 208).
77
Ibid., p. 209.
78
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 11/9/1925, p. 127.
79
Ibid., 28/9/1925, p. 130.
80
Hitler, Mi lucha, p. 73.
81
/W.,p. 113.
82
Ibid., p. 145.
83
Nationalsozialistische Briefe [Cartas nacionalsocialistas] del 15/10/1925; cf. Schüd-
dekopf, Otto-Ernst: Nationalbolschewismus in Deutschland 1918-1933 [Nacionalbolche-
vismo en Alemania, 1918-1933], Frankfurt del Meno, Berlín,Viena, 1972, p. 176 y ss.
84
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 27.
85
Ibid., 14/10/1925, p. 134 y s.
86
Ibid., 6/11/1925, p. 141 (al igual que las siguientes citas).
87
Ibid., 23/11/1925, p. 143.
88
Ibid., p. 144.
89
Joseph Goebbels, Die Führerfrage [Elproblema del líder] , en: Goebbels, La segun
da repolución), p. 8.
90
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 23/11/1925, p. 143.
91
Joseph Goebbels y Gregor Strasser (signatarios), Statuten der Arbeitsgemeinschaft
der Nord-und Westdeutschen Gaue der NSDAP [Estatutos de la comunidad de trabajo de los
Notas 727

distritos del NSDAP del norte y oeste de Alemania], reproducidos en: Jochmann, Docu-
mentos, doc. 67, p. 212 y s. (aguí p. 213).
92
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 18/12/1925, p. 149.
93
Joseph Goebbels: Das kleine ABC des Nationalsozialisten [El pequeño ABC del
nacionalsocialista], borrador manuscrito de octubre de 1925, BDC; véase además: Dia
rio del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 26/10/1925, p. 138.
94
N. de laT. En la terminología nazi se habla de schaffendes Kapítal («capital crea
tivo» o productivo) y raffendes Kapital («capital codicioso» o especulativo).
95
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1,6/1/1926, p. 153.
96
Joseph Goebbels a Gregor Strasser el 11/1/1926, archivo federal de Coblenza,
NS 1-341 11-184; «Es inaudito cómo algunos jefes de distrito han tratado el borra
dor de su programa».
97
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 18/12/1925, p. 148;
este escrito político-especulativo, aparecido en 1923, es el testimonio más importan
te de pensamiento antidemocrático en la república de Weimar, una reacción a los
decepcionantes acontecimientos de la Primera Guerra Mundial, la revolución de
noviembre y las disposiciones deVersalles; en 1933 Goebbels celebró «la difusión de
la obra, trascendental para la historia de las ideas políticas del NSDAP» (anuncio edi
torial en Hamburgo de una gran tirada), Kindlers Literatur-Lexikon [Diccionario de lite
ratura de la editorial Kindler], Munich, 1974, vol. 7, p. 2.874 y s.
98
Nationalsozialismus und Bolschewismus [Nacionalsocialismo y bolchevismo] , en Natio-
nalsozialistische Briefe [Cartas nacionalsocialistas] del 15/10/1925.
99
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 25/1/1926, p. 157.
100
Ibid.
101
Ulrich Wórtz: Programmatik und Führerprinzip. Das Problem des Strasser-Kreises
ín der NSDAP Eine Historische-politische Studie zum Verhdltnis von Sachlichem Programm
und Personlicher Führung in Einer Totalitdren Bewegung [Programática y principio del Füh-
rer. El problema del círculo de Strasser en el NSDAP Un estudio histérico-político sobre la rela
ción del programa objetivo y del liderazgo personal en un movimiento totalitario], tesis doc
toral, Erlangen, 1966. P. 85 (en adelante citado como Wórtz, Programática).
102
Otto Strasser, Mi lucha, p. 27.
103
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 20/1/1926, p. 156.
104
/tó/., 6/2/1926, p. 159.
105
Bouhler aViereck el 9/2/1926, archivo federal de Coblenza, colección Schuh-
macher, 204.
106
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol.l, 11/2/1926, p. 160.
107
Ibid.
108
Sobre el congreso de dirigentes celebrado en Bamberg véase Diario del Insti
tuto de Historia Contemporánea, vol. 1,12-15/2/1925, p. 161 y s.
109
Otto Strasser a Joseph Goebbels el 26/1/1926, reproducido en Jochmann, Docu
mentos, doc. 72, p. 221 y ss. (aquí p. 222).
110
Volkischer Beobachter del 25/2/1926.
111
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 15/2/1926, p. 161.
728 Goebbels

112
Carta de protesta de Gottfried Feder a Hitler y/o Heinemann (Comisi ón de
investigación y arbitraje) el 2-3/5/1926, reproducida en:Tyrell, Albrecht (ed.): Führer
befiehl... Selbstzeugnisse aus der «Kampfzeit» der NSDAP. Dokumentation und Analyse
[Führer, ordena... Autotestimonios de la «época de lucha» del NSDAP. Documentación y aná-
lisis], Dusseldorf, 1969, p. 124 y ss. (aquí p. 127) (en adelante citado como Tyrell, Füh
rer, ordena...).
113
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 15/2/1926, p. 162.
114
Ibid.
115
Nationalsozíalistische Briefe [Cartas nacionalsocialistas] del 1/3/1926.
116
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 13/3/1926, p. 166.
117
Ibid., 22/2/1926, p. 163.
118
Carta de protesta de Gottfried Feder a Hitler y/o Heinemann (Comisi ón de
investigación y arbitraje) el 2-3/5/1926, reproducida en:Tyrell, Führer, ordena..., p.
125.
u<)
Ibid.,p. 125 y s.
120
Cf. sobre Munich: Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1,
13/4/1926, p. 171 y ss.
121
Ibid., 16/4/1926, p. 174.
122
Ibid., 19/4/1926, p. 175.
123
Joseph Goebbels, Lenin o Hitler, Zwickau 1926, p. 13.
124
Joseph Goebbels, Der Generalstab [El Estado Mayor], en Joseph Goebbels, Wege
ins Dritte Reich. Briefe und Aufsdtze für Zeitgenossen [Caminos hacia el Tercer Reich. Car
tas y artículos para coetáneos], Munich, 1927, p. 7 y ss. (aquí p. 9 y s.) (en adelante cita
do como Goebbels, Caminos hacia el Tercer Reich); véase también: Diario del Instituto
de Historia Contemporánea, vol. 1, 3/5/1926, p. 177.
125
Carta de protesta de Gottfried Feder a Hitler y/o Heinemann (Comisión de
investigación y arbitraje) el 2-3/5/1926, reproducida en:Tyrell, Führer, ordena..., p.
124 y s.
126
Ibid., p. 125.
127
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 8/5/1926, p. 178.
128
Ibid., 10/5/1926, p. 179.
129
Ibid., 16,17,19 y 21/6/1926, p. 186 y s.
130
Ibid., 6/7/1926, p. 190 y s.
131
N. de la T. Alusión al capítulo 9 de la Historia de los Apóstoles, donde se relata la
conversión de Saúl de Tarso en Pablo durante su viaje a Damasco; por extensión, la
expresión «vivir su Damasco» o «vivir el día de Damasco» significa convertirse, cam
biar el criterio con respecto a algo de manera fundamental (en alemán, sein Damas-
kus/seinen Tag von Damaskus erleben).
132
Joseph Goebbels, Die Revolution ais Ding an sich [La revolución como objeto en sí
mismo], en Nationalsozialistische Briefe [Cartas nacionalsocialistas], caita 24 del 15/11/1926;
reproducida en: Goebbels, Caminos hacia el Tercer Reich, p. 44 y ss. (aquí p. 47 y s.).
133
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 24/7/1926, p. 196 y s.
Notas 729

134
Ibid., 10/6/1926, p. 185.
135
Albrecht Tyrell, Führergedanke und Gauleiterwechsel. DieTeilung des Gaues Rhein-
land der NSDAP 1931 [Idea del Führer y cambio de jefes de distrito. La división del distri
to deRenania del NSDAP en 1931], en: Vierteljahrsheftefür Zeitgeschichte (VfZG) [Cua
dernos trimestrales de historia contemporánea], año 23/1975, p. 341 y ss. (aquí p. 352) (en
adelante citado como Tyrell, Idea del Führer).
136
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 6/7/1926, p. 191.
137
Ibid., 27/8/1926, p. 204
138
Ibid., 17/9/1926, p. 208.
139
Kurt Daluege en la edición conmemorativa del Angriff del año 1936, archivo
federal de Coblenza, NS 26/968; Diario del Instituto de Historia Contemporánea,
vol. 1,16/10/1926, p. 212.
140
Erich Schmiedicke ajoseph Goebbels el 16/10/1926, reproducido en el ane
xo de documentos de Helmut Heiber, ed.,DasTagebuch vonjoseph Goebbels 1925/1926
[El diario dejoseph Goebbels de 1925/1926], Stuttgart 1960, p. 112 y s. (en adelante
citado como Heiber: Diario de 1925/26).
141
Else Janke ajoseph Goebbels el 9/4/1924, colección Genoud, Lausana.
142
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol.l, 17/8/1926, p. 202.
143
Ibid., 8/6/1925, p. 117.
144
Ibid., 12/10/1925, p. 133 y s.
Ui
Ibid., 12/2/1925, p. 161.
U6
Ibid., 12/6/1926, p. 185.
147
Anexo de documentos de Broszat, Martin: Die Anfdnge der Berliner NSDAP
1926121 [Los comienzos del NSDAP berlinés, 1926/27], en VfZG, año 8/1960, p. 85 y
ss., aquí informe de la situación n° 6, noviembre de 1926, p. 103 y ss. (aquí p. 104) (en
adelante citado como Muchow, informe de la situación n°...).
148
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 16/6/1926, p. 186.
149
Ibid., 30/10/1926, p. 214.
150
Ibid., 18/10/1926, p. 213.

Capítulo 5. Berlín... un lodazal de vicios. ¿Y ahí me tengo que


meter yo? (1926-1928)

1
Las denominaciones Gauleiter (líder de distrito) y Ortsgruppenleiter (líder de gru-
po o de sección local) no eran habituales en ese momento. Hasta enero de 1930 no
se publicó una ordenanza del jefe de organización del Reich (9/1/1930, archivo fede -
ral de Coblenza, colección Schuniacher 373), según la cual en el futuro, en lugar de
la pretenciosa designación de Gauführer (jefe de distrito) y Ortsgruppenführer (jefe de
grupo local) que todavía se empleaba, los funcionarios del partido debían ser califi-
cados de manera uniforme como «líderes» (Tyrell, Idea del Führer, p. 351, nota 40).
730 Goebbels

2
Extraído del folleto publicitario del centro gráfico de Otto Elsner para el con
greso mundial de publicidad de 1929 en Berlín, en Berlín, Berlín. Katalog zur Ausste-
llung zur Geschichte der Stadt [Berlín, Berlín. Catálogo de la exposición sobre la historia de
la ciudad], Berlín 1987, p. 459.
3
Cf. Michael Erbe, Spandau im Zeitalter der Weltkriege [Spandau en la época de las
guerras mundiales], enWolfgang Ribbe, Slawenburg, Landesfestung, Industriezentrum. Unter-
suchungen zur Geschichte von Stadt und Bezirk Spandau [Slawenburg, fortaleza interior, cen
tro industrial. Investigaciones sobre la historia de la ciudad y el distrito de Spandau], Berlín
(sin fecha), p. 268 y ss. (aquí Der Weg ins Unheil [El camino hacia la desgracia], p. 292
y ss.).
4
Muchow, informe de la situación n° 5 y 6, de octubre a noviembre de 1926, p.
101 yss.
5
Muchow, informe de la situación n° 5, octubre de 1926, p. 103.
6
Recopilación de los ataques lanzados (contra Strasser) y su respuesta en la reu
nión de funcionarios del viernes 10 de junio de 1927, p. 4, BDC.
7
Si esta edición se podía adquirir en los distritos de Gran-Berlín, Brandeburgo y
Elba-Havel, había además para el distrito del Ruhr la edición El nacionalsocialista para
el Rin y el Ruhr, para Sajonia El nacionalsocialista para Sajonia, para Silesia, Prusia orien
tal y Grenzmark, El nacionalsocialista para la Marca oriental, para Pomerania, Mecklem-
burgo, Schleswig-Holstein, Hamburgo y Luneburgo, El nacionalsocialista para el norte
de Alemania, para la Alemania occidental, Kurhesse y Waldeck, El nacionalsocialista para
la Alemania occidental y para los distritos de Magdeburgo-Anhalt, Sajonia del norte,
Halle-Merseburgo El nacionalsocialista para la Alemania central.
8
Daluege en la edición conmemorativa del Angriff del año 1936, archivo federal
de Coblenza, NS 26/968.
9
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, p. 248 (suplemento): «5
de noviembre. Hitler en Munich. Suscribe las condiciones».
10
Recopilación de los ataques lanzados (contra Strasser) y su respuesta en la reu
nión de funcionarios del viernes 10 de junio de 1927, p. 6, BDC.
11
Otto Strasser, Mi lucha, p. 31.
12
Recopilación de los ataques lanzados (contra Strasser) y su respuesta en la reu
nión de funcionarios del viernes 10 de junio de 1927, p. 6, BDC.
13
Otto Strasser, Mi lucha, p. 30.
14
Circular n° 1 de la jefatura del distrito de Berlín-Brandeburgo del NSDAP del
9/11/1926, reproducida en Heiber, Diario de 1925/26, p. 115 y s.
15
Goebbels, Kampfum Berlín [Lucha por Berlín], p. 24; Muchow, informe de la situa
ción n° 6, noviembre de 1926, p. 104.
16
N. de la T. Buss-und Bettag, día de oración y penitencia (festividad protestante
que se celebra el miércoles anterior a Todos los Santos).
17
Goebbels, Kampfum Berlín [Lucha por Berlín], p. 26; Muchow, informe de la situa
ción n° 6/7/8, noviembre/diciembre de 1926, enero de 1927, p. 104,106 y 108; Dia-
Notas 731

rio del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,15/11/1932, p. 280 (Kaiserhoí),


así como Ibid., 19/11/36, p. 730.
18
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 2/5/1925, p. 109.
19
Goebbels, Kampfum Berlín [Lucha por Berlín], p. 27; Nationalsozialistische Briefe
[Cartas nacionalsocialistas], n° 31; Muchow, informe de la situación n° 6, noviembre de
1926, p. 104.
20
Gustave Le Bon, Psycholog ie der Massen [Psicolog ía de las masas] , 1911.
21
Joseph Goebbels, Erkenntnis und Propaganda. Rede vom 9.Januar 1928 [«Conoci-
miento y propaganda. Discurso del 9 de enero de 1928»], en Joseph Goebbels, Síg-
nale der Neuen Zeit [Señales del nuevo tiempo], Munich, 1937, p. 28 y ss. (aquí p. 40) (en
adelante citado como Goebbels, Señales].
22
Goebbels, Kampfum Berlín [Lucha por Berlín], p. 28.
23
/6¡íí.,p.86.
24
Circular n° 1 de la jefatura del distrito de Berlín-Brandeburgo del NSDAP del
9/11/1926, reproducida en Heiber, Diario de 1925/26, p. 116.
25
Volksblatt [Diario del pueblo] y Spandauer Nationale Zeitung [Periódico Nacional de
Spandau] del 15/11/1926.
26
Ibid.
27
Joseph Goebbels, «Erkenntnis und Propaganda. Rede vom 9Januar 192» [«Cono-
cimiento y propaganda. Discurso del 9 de enero de 1928»], en Goebbels, Señales, p.
44 y s.
28
Goebbels, Kampfum Berlín [Lucha por Berlín], p. 23.
29
Havelzeitung [Periódico del Haveí]/Spandauer Nationale Zeitung del 9/12 y
14/12/1926.
30
Cf.Thomas Oertel, Horst Wessel. Untersuchung einer Legende [Horst Wessel. Inves
tigación de una leyenda], Colonia yViena, 1988 (en adelante citado como Oertel, Wes
sel).
31
Horst Wessel, Politik,Aufzeichnungen aus demjahre 1929 [Política. Anotaciones del
año 1929], Biblioteca de los Jagelones de Cracovia, Ms.Germ, Oct.761.
32
Ibid.
33
Ibid.
34
Muchow, informe de la situación n° 8, enero de 1927, p. 107 y ss. (aquí p. 108).
35
Goebbels, Kampfum Berlín [Lucha por Berlín], p. 24 y s.
36
Ibid., p. 52.
37
Muchow, informe de la situación n° 7, diciembre de 1926, p. 105 y s. (aquí p.
106).
38
Julek Karl von Engelbrechten, Eine brauneArmee entsteht [Surge un ejército pardo],
Berlín, 1937, p. 48.
39
Muchow, informe de la situación n° 8, enero de 1927, p. 107 y s. (aquí p. 108).
40
Horst Wessel, Politik, Aufzeichnungen aus demjahre 1929, op. cit.
41
Otto Strasser, Mi lucha, p. 31 y s.
42
Hitler, Mi lucha, p. 478.
732 Goebbels

43
Informe del servicio exterior del departamento IA en la Jefatura Superior de
Policía del 21/3/1927 sobre la marcha de las SA del NSDAP hacia Trebbin el 19 y el
20 de marzo de 1927, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 302, vol. 4.
44
Relación de las actividades del jefe de distrito. Elaborada por el departamento
IA.BDC.
45
Informe del servicio exterior del departamento IA en la Jefatura Superior de
Policía del 21/3/1927, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 302, vol. 4.
46
Declaración testimonial de Goebbels del 21/3/1927 en la causa II PJ 62/27,
archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 302, vol. 1.
47
Escrito de acusación de la Fiscalía Superior, tribunal regional II, del 9/1/1928
en la causa II PJ 62/67, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 302,
vol. 6.
48
Declaración testimonial de Goebbels del 21/3/1927 en la causa II PJ 62/27,
archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 302, vol. 1.
49
Informe policial «relativo a pendencias políticas y discursos provocadores» del
20/3/1927, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 302, vol. 1.
50
Declaración testimonial de Goebbels del 21/3/1927 en la causa II PJ 62/27,
archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 302, vol. 1.
51
Informe del departamento IA del 28/3/1927, reproducido en Heiber, Diario de
1925/26, p. 117; entre otoño de 1926 y junio de 1927 se alistarían «alrededor de entre
100 y 120 miembros al mes por término medio», tal como se dice en una carta de
autor desconocido del 16/6/1927, que se encuentra con los documentos de Goeb
bels en el BDC. En cambio, sólo la Deutsche Volksbund [Liga Popular Alemana], que
pertenecía a las asociaciones más pequeñas, tuvo más de 3.000 miembros en Berlín
en los años 1919/1922.
52
Relación de las actividades del jefe de distrito, elaborada por el departamento
IA en la Jefatura Superior de Policía, BDC.
53
Escrito de acusación de la Fiscalía General, tribunal regional I, Berlín-Centro,
del 23/11/1927 en la causa 1J372/27, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399,
n°27.
54
Ibid.
55
Toma de declaración de Fritz Stucke el 19/6/1928, informe del departamento
IA sobre el juicio de apelación en el «proceso Stucke» celebrado el 19/6/1928, del
20/6/1928, BDC.
56
Vossische Zeitung del 6/5/1927.
57
Ibid.
58
Relación de las actividades del jefe de distrito, elaborada por el departamento
IA, BDC.
59
Vossische Zeitung del 6/5/1927.
60
Berliner Arbeiterzeitung [Peri ódico Berlinés de los Trabajadores] del 23/4/1927.
61
Acta de la reunión de funcionarios del 10/6/1927, de Emil Holtz, BDC.
62
Eri.ch Koch ajoseph Goebbels el 26/4/1927, BDC.
Notas 733

63
Goebbels a Otto Strasser el 29/12/1925 y Otto Strasser a Goebbels el 30/12/1925
(archivo federal de Coblenza, NS 1/341-1 fol. 56 y s. y fol. 47-51).
64
El panorama de la prensa berlinesa en esa época lo describe Peter de Mendels-
sohn (Zeitungsstadt Berlín, Menschen und Máchte in der Geschichte der deutschen Presse
[Berlín, ciudad de periódicos. Personas y poderes en la historia de la prensa alemana], Berlín,
1959, p. 306): en 1928 aparecieron en la capital del Reich 2.633 periódicos y revis
tas; cf. también Carin Kessemeier, Der Leitartikler Goebbels in den NS-Organen «Der
Angriff» und «Das Reich» [El editorialista Goebbels en los órganos nacionalsocialistas
«Der Angriff» y «Das Reich»], Münster, 1967, p. 18 y s. (en adelante citado como Kes
semeier, Editorialista).
65
Welt amAbend [El mundo de tarde], del 4/6/1927.
66
BerlinerTageblatt del 4/6/1927.
67
Informe de la comisión de investigación y arbitraje del 19-21/6/1927, BDC.
68
Joseph Goebbels a Adolf Hitler el 5/6/1927, reproducido en Heiber, Diario de
1925/26, p. 121 yss.
69
Acta de la reunión de funcionarios del 10/6/1927, de Emil Holtz, BDC.
70
Ibid.
71
Emil Holtz a Hitler el 17/6/1927, reproducido en Heiber, Diario de 1925/26,
p. 135 y s.
72
W6rtz, Programática, p. 134 y s.
73
Un acta de la policía política de Munich sobre la tarde de deliberaciones cen
trales [Zentralsprechabend) del NSDAP celebrada el 20/6/1927 se encuentra en el BDC.
74
Goebbels ya había exigido esa explicación el 9/6/1927 en una carta dirigida a
Rudolf Hess, reproducida en Heiber, Diario de 1925/26, p. 124.
75
Vdlkischer Beobachter del 25/6/1927 (reproducido en Heiber, Diario de 1925/26,
p. 138) y el resultado de la deliberación de Munich del 20-21/6/1927, BDC.
76
Comisión de investigación y arbitraje a Karl Kern el 24/6/1927, BDC.
77
Gregor Strasser a Rudolf Hess el 15/6/1927, reproducido en Heiber, Diario de
1925/26, p. 124.
78
Goebbels, Kampfum Berlín [Lucha por Berlín], p. 188.
79
Desde el 1 de octubre de 1929, Der Angriff se publicó dos veces por semana, los
domingos y los jueves; desde el 1 de noviembre de 1930 diariamente por la tarde,
excepto los domingos, antes de que en 1933 se convirtiera en el diario del Frente Ale
mán delTrabajo de Ley. La publicación del Angriff se interrumpió el 24/4/1945.
80
Hans-Georg Rahm, Der Angríff 1927-1930. Der nationalsozialistische Typ der
Kampfzeitung [Der Angriff, 1927-1930. El prototipo nacionalsocialista de periódico de lucha],
Berlín, 1939, p. 214.
81
Goebbels, Kampfum Berlín [Lucha por Berlín], p. 209.

83
Ibid., p. 202 y s.; en 1933, Dürr se convirtió en jefe de prensa de la ciudad de
Berlín.
734 Goebbels

84
Patrick Moreau, Nationalsozialismus von links. Die «Kampfgemeinschaft Revolutio-
nárer Nationalsozialisten» und die «Schwarze Front» Otto Strassers 1930-1935 [Nacional
socialismo de izquierdas. La «comunidad de lucha de nacionalsocialistas revolucionarios» y el
«Frente Negro» de Otto Strasser, 1930-1935], Stuttgart 1984 (1985), p. 27 (en adelante
citado como Moreau, Nacionalsocialismo de izquierdas).
85
Kessemeier, Editorialista, p. 48; con este pseudónimo publicó Schweitzer junto
con Goebbels Das Buch Isidor [El libro de Isidoro] ; véase: nota 112.
86
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 15/9/1929, p. 425.
87
Goebbels, Caminos hacia el Tercer Reich, p. 23.
88
Goebbels ya había escrito en su día una serie de artículos bajo el título Politis-
chesTagebuch [Diariopolítico].Apareció a partir del 13/9/1924 en el semanario de Elber-
feld Vólkische Freiheit, cuya jefatura de redacción asumió Goebbels el 4/10/1924.
89
Goebbels, Kampfum Berlín [Lucha por Berlín], p. 200.
90
Ibid., p. 202.
91
Ibid., p. 188.
92
Ibid., p. 190.
93
Rahm, DerAngriff, p. 200.
94
Kessemeier, Editorialista, p. 49.
95
Goebbels, Kampfum Berlín [Lucha por Berlín], p. 200.
96
Ibid.
97
Goebbels, Señales, p. 50.
98
Goebbels, Kampfum Berlín [Lucha por Berlín], p. 198.
99
Hitler, M//MC/M, p. 124.
100
DerAngriff del 21/1/1929.
101
Ibid., 30/7/1928.
102
Ibid.; Goebbels, Kampfum Berlín [Lucha por Berlín], p. 138.
103
Goebbels, Kampfum Berlín [Lucha por Berlín], p. 140.
104
Sobre Bernhard Weiss, cf. Hsi-Huey Liang, Die Berliner Polizei in der Weimarer
Republík [La policía berlinesa en la república de Weimar], Berlín y Nueva York, 1977, pp.
61,75,177.
105
Vóíkischer Beobachter del 8-9/5/1927.
106
DerAngriff del 15/8/1927.
107
Por primera vez en el Rote Fahne [Bandera roja] del 5/7/1923. El autor de este
artículo difamatorio, Otto Steinicke, trabajó más tarde como redactor en el Angriff;
al respecto véase WernerT.Angress, Die Kampfzeit der KPD 1921 bis 1923 [La época
de lucha del KPD desde 1921 a 1923], Dusseldorf, 1974, p. 375, nota 63.
108
Cf. Dietz Bering, «Der jüdische Ñame ais Stigma» [«El nombre judío como
estigma»], en Die Zeit del 7/8/1987; cf. también el estudio del mismo autor Der Ñame
ais Stigma.Antisemitismus im deutschen Alltag 1812-1933 [El nombre como estigma.Anti
semitismo en la vida cotidiana alemana, 1812-1933], Stuttgart 1987. En él, Bering inten
ta demostrar que, con la elección de este nombre, Goebbels aceptaba y ponía en esce
na de nuevo aquello que una tradición antisemita «profundamente arraigada y extendida»
Notas 735

en Alemania había «tramado y preparado»; cf. también Escrito de acusación de la Fis -


calía Superior en la causa II PJ 430/27 del 2/3/1928 (archivo regional de Berlín, Rep.
58, n° 24, vol. 1). En éste se dice: «Aunque el nombre "Isidoro" no contiene insulto
alguno por su etimología, como es sabido se utiliza muchas veces en el lenguaje popu -
lar para designar el origen judío de una persona en sentido despreciativo»; cf. Goeb-
bels, Kampfum Berlín [Lucha por Berlín], p. 140 y s.; resulta muy revelador a este pro-
pósito que ya en 1924 Goebbels denostara en su diario como «Isidoro Witkowski» al
escritor y periodista Félix Ernst Witkowski, alias Maximilian Harden (Diario del Ins -
tituto de Historia Contemporánea.Vol. 1, 27/6/1924, p. 30).
109
Cf. Escrito de acusación de la Fiscalía Superior, tribunal regional II, en la cau
sa II PJ 430/27 del 2/3/1928 (archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 24,
vol. 1).
110
Dietz Bering, Derjüdische Ñame ais Stigma, op. cit.
111
N. de la T. Ambas soluciones riman en alemán: Verbreitet den Angriff, bis Isidor
besiegt ist y Mit Isidor ist's bald zu Ende, wenn jeder gibt zur Angriff-Spende.
112
Mjoelnir/Goebbels, Das Buch Isidor. Ein Leitbild poli Lachen und Hass [El libro
de Isidoro. Un modelo repleto de risa y odio], Munich, 1928.
113
Joseph Goebbels, Knorke. Ein neues Buch Isidor für Zeitgenossen [Fenomenal. Un
nuevo libro de. Isidoro para coetáneos], Munich, 1929.
114
Diario del Instituto de Historia Contemporánea.Vol. 1, 12/7/1928, p. 244; a
principios de noviembre de 1928 apareció ya una segunda edición.
115
Este pasaje procede del editorial de Goebbels «Rund um den Alexanderplatz»
[«Alrededor de la Alexanderplatz»] en el Angriff del 11/3/1929.
116
N. de laT. De nuevo un lema con rima: Trotz Verbot-nicht tot.
117
Goebbels, Kampfum Berlín [Lucha por Berlín], p. 217.
118
HorstWessel, Politik,Aufzeichnungen aus demjahre 1929 [Política. Anotaciones del
año i929], Biblioteca de losjagelones de Cracovia, Ms.Germ.Oct.762.
119
Ibid.
120
DerAngriff del 29/8/1927.
121
Joseph Goebbels, DerWanderer. Ein Spiel in einem Prolog, elf Bildern und einem
Epilog [El caminante. Una obra en un prólogo, once cuadros y un epílogo], archivo federal de
Coblenza, NL 118/98.
122
DerAngriff del 10/10/1927.
123
Archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 1708; en 1932 se iniciaron
contra Rohde pesquisas policiales por una representación no autorizada en Ora-
nienburg.
124
Véase al respecto el Vólkischer Beobachter del 6/5/1933.
125
DerAngriff del 10/10/1927; el 1/10/1928 continuó, siendo el tema inaugural
de Goebbels «Anbruch oder Untergang?» [«¿Principio o decadencia?»] (Diario del
Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1,1/10/1928, p. 271).
126
DerAngriff del 14/11/1927.
127
N. de laT. Un refrán alemán dice: Wenn's dem Esel zu wohl wird,geht era aufEis
[tanzen],es decir, «cuando al asno le va demasiado bien, se pone (a bailar) sobre el hie-
736 Goebbels

lo». El significado es claro: cuando a alguien le va demasiado bien, cobra ánimos exce-
sivos y se pone en peligro.
128
Ibid., 28/11/1927.
129
Toma de declaración en el juzgado de primera instancia de Schóneberg el
25/2/1928 en la causa II PJ 430/27, archivo regional de Berlín, Rep. 58, n° 24, vol. 1.
130
Nationalsozialistische Briefe [Cartas nacionalsocialistas] del 1/4/1927.
131
Informe del departamento IA del 20/6/1928 sobre el juicio de apelación en
la causa IJ 372/27 del 19/6/1928, BDC.
132
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 20/6/1928, p. 236.
133
Escrito de Goebbels al presidente del tribunal regional I del 4/4/1928, archi
vo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 302, vol. 7.
134
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 14/4/1928, p. 215.
135
Vossische Zeitung del 3/5/1928.
136
Ibid., 5/5/1928.
137
Ibid.
138
Ibid.
139
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 20/4/1928, p. 216.
140
Ibid., 26/4/1928, p. 218.
141
Ibid., 17/4/1928, p. 216.
142
Goebbels al juzgado de primera instancia de Schóneberg el 17/4/1928, archi
vo regional de Berlín, Rep. 58, n° 24, vol. 1.
143
Wilke al juzgado de primera instancia de Schóneberg el 23/4/1928, archivo
regional de Berlín, Rep. 58, n° 24, vol. 1.
144
Jefe de policía (departamento I A) al fiscal superior del tribunal regional II en la
causa II PJ 365/27 el 18/2/1928, archivo regional de Berlín, Rep. 58, n° 24, vol. 2.
145
Jefe de policía al fiscal superior del tribunal regional II en la causa II PJ 46/28
el 23/4/1928, archivo regional de Berlín, Rep. 58, n° 24, vol. 8.
146
Weiss al fiscal superior del tribunal regional II en la causa II P1J 77/28 el
30/3/1928, archivo regional de Berlín, Rep. 58, n° 24, vol. 7.
147
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 28/4/1928, p. 219.
148
Jtói., 27/4/1928, p. 219.
149
Del considerando de la sentencia de apelación en la causa II PJ 365/27 del
20/11/1928, archivo regional de Berlín, Rep. 58, n° 24, vol. 2.
150
Escrito de acusación del fiscal superior del tribunal regional II en la causa II
PJ 430/27 del 2/3/1928, archivo regional de Berlín, Rep. 58, n° 24, vol. 1.
151
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 3 y 5/5/1928, p.
220 y s.
152
Ibid., 17/5/1928, p. 224.
153
Ibid., 16/5/1928, p. 224.
154
Vossische Zeitung del 12/5/1928.
155
Cf. Martin Broszat, Die Machtergreifung. DerAufstieg der NSDAP und die Zersto-
rung der Weimarer Republik [La subida al poder. El ascenso del NSDAP y la destrucción de
Notas 737

la república de Weimar], 2a ed., Munich 1987, p. 46 (en adelante citado como Broszat,
Subida al poder).
156
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 21/5/1928, p. 226.
157
Ibid.

Capítulo 6. Queremos ser revolucionarios, y seguir siéndolo (1928-1930)

1
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1,13/6/1928, p. 234.
2
Ibid., 15/6/1928, p. 235.
3
Ibid., 13/6/1928, p. 234.
4
Sesiones del Parlamento. Cuarta legislatura, 1928. Informes taquigráficos.Volu-
men 424 (desde la 41 a sesión del 5 de febrero de 1929 hasta la 76 a sesión del 4 de
junio de 1929),Berlín 1929, aquí acta de la 54a sesión del viernes 1 de marzo de 1929,
p. 1.349 y ss. (aquí p. 1.389); se da una fecha equivocada (9/3/1929) en la reproduc
ción de este discurso en Joseph Goebbels, Revolution der Deutschen. 14Jahre National-
sozialismus. Goebbels-Reden mit einleitenden Zeitbildern von Hein Schlecht [Revolución de
los alemanes. 14 años de nacionalsocialismo. Discursos de Goebbels con cuadros introductorios
del momento a cargo de Mein Schlecht], Oldenburgo, 1933, p. 15 (en adelante citado como
Goebbels, Repolución).
5
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 26/6/1928, p. 239.
6
Sesiones del Parlamento. Cuarta legislatura, 1928. Informes taquigráficos.Volu
men 423 (desde la Ia sesión del 13 de junio de 1928 hasta la 40a sesión del 4 de febre
ro de 1929), Berlín 1929, aquí acta de la 7 a sesión del martes 10 de julio de 1928, p.
121 yss.
7
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 10/7/1928, p. 243.
8
Joseph Goebbels, Idl [Beneficiario de la inmunidad], en: Der Angriff dd 28/5/1928
(los artículos del Angriff están reproducidos en su mayoría, aunque muchas veces corre
gidos, en Joseph Goebbels, Der Angriff. Aufsátze aus der Kampfzeit [El ataque. Artículos
de la época de lucha], Munich, 1935, y en Joseph Goebbels, Wetterleuchten. Aufsátze aus
der Kampfzeit [Relámpagos. Artículos de la época de lucha]. Segundo volumen Der Angriff,
Munich, 1938).
9
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1,10/6/1928, p. 233.
10
Berliner Arbeiterzeitung del 27/5/1928.
11
Nationalsozialistische Briefe [Cartas nacionalsocialistas] del 15/6/1928; Diario del
Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 20/6/1928, p. 236.
12
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 22/6/1928, p. 238.
13
Ibid., 29/6/1928, p. 240.
14
Ibid., 1/7/1928, p. 241.
15
Ibid., 15/7/1928, p. 245.
16
Ibid., 21/6/1928, p. 237.
17
Berliner Arbeiterzeitung del 9/9/1928.
18
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1,1/9/1928, p. 260.
738 Goebbels

19
Oertel, Wessel, p. 57 y s.
20
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 3/9/1929, p. 418.
21
Goebbels, Kampfum Berlín [Lucha por Berlín], p. 89.
22
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 8/8/1928, p. 253.
23
De un informe sin fecha del departamento IA sobre la persona de Stennes. El
autor se basa, entre otras cosas, en el opúsculo de Wilhelm Hillebrand Herunter mit der
Maske. Erlebnisse hínter den Kulissen der NSDAP [Abajo la máscara. Experiencias del
NSDAP entre bastidores], parte I, BDC.
24
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 13/8/1928, p. 255.
25
Ibid., 24/8/1928, p. 257.
26
Horst Wessel, Politik, Aufzeichnungen aus dem Jahre 1929 [Política. Anotaciones
del año 1929], Biblioteca de los Jagelones de Cracovia, Ms.Germ.Oct.761.
27
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 14/9/1928, p. 264.
28
Sobre la persona de Muchow véase Martin Broszat, «Die Anfánge der Berliner
NSDAP 1926/27» [«Los comienzos del NSDAP berlinés, 1926/27»], en:Vf2G, año
8/1960, p. 85 y ss. (en adelante citado como Broszat, Comienzos).
29
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 11/10/1928, p. 275.
30
Horst Wessel escribió al respecto en Politik, Aufzeichnungen aus dem Jahre 1929
[Política. Anotaciones del año 1929], Biblioteca de los Jagelones de Cracovia,
Ms.Germ.Oct.761: «La propia organización se basaba en una imitación de los comu
nistas. Las secciones en lugar de los grupos locales, el sistema de células, la publicidad
periodística, la propaganda... permitían todavía reconocer claramente su modelo».
31
Ibid.
32
Ibid.
33
Según Broszat (Comienzos, p. 87), el 1 de mayo de 1930 se creó un departa
mento de células de empresa para el distrito del NSDAP berlinés.
34
Ibid.
35
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 7/12/1928, p. 300 y s.
36
Ibid., 23/9/1928,p. 268.
37
Der Angriff del 25/6/1928; figuraba también bajo el título «canción de las SA
berlinesas», reproducida en Die Flamme [La llama] (7/10/1927), el periódico nacio
nalsocialista de Bamberg reconocido oficialmente por el partido. Sin embargo, allí
decían los versos finales: Sturm aufdie Barrikaden! Auf, auf, durch Kampf zum Sieg! Wir
sind die Sturmkolonnen der Hitlerrepublik [Avalancha a las barricadas. ¡Adelante, adelan
te, a la victoria a través de la lucha! Somos las columnas de asalto de la república de
Hitler]; cf.Tyrell, Führer, ordena..., p. 288.
38
Informe del servicio exterior del departamento IA del 2/11/1928, archivo regio
nal de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 697.
39
Ibid.: debido a estas declaraciones, la policía hizo pesquisas contra Goebbels por
contravenir la ley de defensa de la república, pero el proceso se suspendió después de
que el 4/2/1929 el parlamento decidiera no anular la inmunidad de Goebbels en esta
causa (archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 697).
Notas 739

40
N. de la T. Conocida estrofa del himno nacionalsocialista: Deutschland, Deuts-
chland, ü'ber alies in der Welt.
41
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 1/10/1928, p. 271.
42
Ibid., 4/10/1928, p. 273.
43
Ibid., 6/10/1928, p. 273.
44
Ibid., 14/10/1928, p. 276 y s.
45
Ibid., 4/11/1928, p. 286.
46
Ibid., 23/12/1928, p. 307.
47
Vossische Zeitung del 18/11/1928.
48
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 17/11/1928, p. 292.
49
Ibid., 18/11/1928, p. 292.
50
Joseph Goebbels, «Kütemeyer», en Der Angriff del 26/11/1928.
51
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 17/1/1929, p. 318.
52
Ibid., 19/1/1929, p. 319.
53
Joseph Goebbels, «Gegen dieYoung-Sklaverei» [«Contra la esclavitud deYoung»],
en: Der Angriff del 23/9/1929.
54
Fragmento del denominado diario anual de Joseph Goebbels (se trata de ano
taciones esporádicas que quería publicar algún día en forma de libro. Algunas partes
aparecieron en el Angriff bajo la rúbrica Diario político) del 16/2/1929, colección
Reuth; alusiones a este «diario anual», al parecer sólo escrito esporádicamente, se
encuentran en el Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1,16/2/1929,
p. 332, así como 1/6/1929, p. 380.
55
Fragmento del 19/2/1929, colección Reuth.
56
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1,17/12/1929, p. 470 y s.
57
Fragmento del 18/2/1929, colección Reuth.
58
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 5/4/1929, p. 354 y s.
59
Ibid., 6/4/1929,p. 355.
60
Ibid., 12/4/1929, p. 358.
61
Ibid., 13/4/1929, p. 359.
62
Ibid., 16/4/1929, p. 360.
63
Jfó/., 28/4/1929, p. 365.
64
Wórtz, Programática, p. 134.
65
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 30/4/1929, p. 366.
66
Ibid., 29/5/1929, p. 378 y s.
67
Ibid., 31/5/1929, p. 380.
68
Ibid., 28/6/1929, p. 392.
69
Ibid., 5/7/1929, p. 395.
7u
Ibid., 12/7/29, p. 397.
71
Martin Broszat, Die Machtergreifung. DerAufstieg der NSDAP und die Zerstórung
derWeimarer Republik [La subida al poder. El ascenso del NSDAP y la destrucción de la repú
blica de Weimar], Munich, 1984, p. 46 (en adelante citado como Broszat, Subida al poder).
72
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 2/5/1929, p. 367.
740 Goebbels

73
Der Angriff del 6/5/1929.
74
Internationale Pressekorrespondenz 12 [Correspondencia de prensa internacional 12],
n° 46 del 13 de junio de 1932, p. 1.431 (reproducido en:Theo Pirker, Komintern und
Faschismus. Dokumente zur Geschichte und Theorie des Faschismus [Komintern y fascismo.
Documentos sobre la historia y la teoría del fascismo], Stuttgart, 1965, p. 158 y ss.).
75
Oertel, Wessel, p. 60 y ss.
76
Der Angriff del 9/9/1929.
77
Acta de las sesiones del duodécimo congreso del KPD (sección de la Interna
cional Comunista), Berlín-Wedding, 9-16 junio de 1929, Berlín, sin fecha, p. 79.
78
Margarete Buber-Neumann, Kriegsschauplatze der Weltrevolution. Ein Bericht aus
der Praxis der Komintern 1919-1943 [Escenarios bélicos de la revolución mundial. Un infor
me basado en la práctica del Komintern, 1919-1943], Stuttgart, 1967, p. 269 y s.
79
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 30/8/1929, p. 416.
80
DerAngriffád 24/11/1929.
81
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 23/9/1929, p. 429 y s.
82
Ibíd., 3/11/1929, p. 449.
83
Ibid., 24/12/1929, p. 474.
84
Der Angriff del 29/12/1929.
85
Informe del departamento IA de la Jefatura Superior de Policía del 2/4/1930
sobre la asamblea del 14/3/1930, Rep. 58, Supl. 399, n° 6.015.
86
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 19/11/1929, p. 456.
87
Der Angriff del 21/11/1929.
88
«Por sobrecarga de trabajo» como diputado parlamentario, editor del Angriff y
jefe de propaganda del Reich del NSDAP —ésa fue la argumentación—, a princi
pios de octubre de 1930 Goebbels renunció a sus cargos como concejal de Berlín y
delegado del distrito de Charlottenburg. Lippert fue su sucesor como líder de la frac
ción berlinesa de concejales.
89
Hans J. Reichhardt, «Berlín in der Weimarer Republik. Die Stadtverwaltung
unter Oberbürgermeister Gustav Bóss» [«Berlín en la república de Weimar. La admi
nistración municipal con el primer alcalde Gustav Bóss»], serie de artículos Berliner
Forum [Foro Berlinés], 7/1979, p. 108.
90
Reinhold Muchow, «Die Strassenzellen-Organisation des Gaues Berlin» [«La
organización de las células de calle del distrito berlinés»], en Vólkischer Beobachter del
11/3/1930.
91
Sin embargo, esto no se correspondía con el número de afiliados. En julio de
1931, el distrito de Gran-Berlín sólo tenía 16.667 afiliados, mientras que el distrito
de Sajonia, con el mismo número de habitantes, ya disponía de más de 40.000 afilia
dos y 16.000 miembros de las SA.
92
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 11/12/1929, p. 467.
93
/tó¿.,p.468.
94
Ibid., 19/12/1929, p. 471 y 23/12/1929, p. 473.
95
Ibid., 29/12/1929, p. 475.
Notas 741

96
Sentencia ./. Stoll entre otros (500) 1 polbK 13/34. (60/34). Se trata de la sen
tencia del segundo proceso de Wessel del año 1934. Las actas del primer proceso de
Wessel de 1930 se transfirieron a petición hacia el sector soviético el 14/8/1947, sin
que fueran devueltas nunca; véase el escrito del tribunal regional de Berlín a los abo
gados Lohmeyer y Jacob de junio de 1963, exp. n° 1 Par. 35/63. La sentencia y la car
ta se encuentran en la colección de actas del tribunal regional de Moabit. Sobre la
muerte de Horst Wessel: Oertel, Wessel y Lazar, Der Fall Horst Wessel [El caso Horst Wes
sel], Stuttgart y Zurich, 1980 (en adelante citado como Lazar, Wessel).
97
Cf. la información sobre el proceso por el homicidio de Wessel en el Vossische
Zeitung del 23 y 24/9/1930; además Oertel, Wessel, p. 83 y ss.
98
Vossische Zeitung del 24/9/1930.
99
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 19/1/1930, p. 486.
100
Ibid.
101
Der Angriff del 21/1/1930.
102
Die Rote Fahne del 15/1/1930.
103
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1,10/2/1930, p. 498.
104
Lazar, Wessel, p. 117.
105
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1,1/3/1930, p. 507; Hanfs-
taengl, Ernst: 15Jahre mit Hitler. Zwischen Weissem und Braunem Haus [15 años con Hitler.
Entre la Casa Blanca y Parda], Munich y Zurich, 1980, p. 204 y s. (en adelante citado
como Hanfstaengl, i5 años).
106
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 2/3/1930, p. 508; Vos
sische Zeitung del 2/3/1930.
107
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 2/3/1930, p. 508.
108
Der Angriff del 6/3/1930.
109
N. de laT. Rima el primer verso con el tercero y el segundo con el cuarto: Die
Fahne hoch! Die Reihenfestgeschlossen! /S.A. marschiert mit mutigfestem Schritt/ Kame-
raden die Rotfront und Reaktion erschossen/ Marschier'n im Geist in unsern Reihen mit.

Capítulo 7. Ahora somos rigurosamente legales, igual de legales


(1930-1931)

1
Al mismo tiempo Goebbels creó allí su «secretaría particular» bajo la dirección
del conde Karl Hubertus von Schimmelmann.
2
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 24/1/1930, p. 489.
3
Ibid.
4
Ibid. ,31/1/1930, p. 492.
5
Ibid., 16/2/1930, p. 500.
6
Ibid., 8/2/1930, p. 497.
7
Ibid., 2/2/1930, p. 493.
8
Ibid., 2/3/1930, p. 507.
742 Goebbels

9
Ibid., 16/3/1930, p. 515.
10
Ibid., 1/4/1930, p. 522.
"Véase al respecto Der Angriff del 30/3, 27/4, 4/5 y 11/5/1930.
12
ifcti., 11/5/1930.
13
Nationalsozialistische Briefe [Cartas nacionalsocialistas] del 15/5/1930.
14
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 28/4/1930, p. 538.
15
Ibid.
16
Otto Strasser, Hitler und ich [Hitler y yo], Constanza 1948, p. 129 y ss.
17
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 14/6/1930, p. 561.
18
Der Angriff del 22/6/1930.
19
«Ein Brief des Führers» [«Una carta del Führer»], en Der Angriffdel 3/7/1930.
20
Der Nationale Sozialist [El nacionalsocialista] del 1/7/1930; cf. también Moreau,
Nacionalsocialismo de izquierdas.
21
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 29/6/1930, p. 567.
22
Cf. con la asamblea del 30/6/1930: Der Angriff del 3/7/1930; Diario del Insti
tuto de Historia Contemporánea,Vol. 1,1/7/1930, p. 569.
23
Hitler sabía por qué quería recompensar a Gregor Strasser con un cargo minis
terial en Sajonia, como agradecimiento a su lealtad, pero todo quedó en nada por
que los nacionalsocialistas no tuvieron participación en el gobierno.
24
Der Angriff del 27/7/1930.
25
Ibid., 3/8/1930.
26
Conde Rüdiger von der Goltz, Lebenserinnerungen des Grafen Rüdiger von der
Goltz (1894-1976) [Memorias del conde Rüdiger von der Goltz (1894-1976)], p. 172,
archivo federal de Coblenza, Kl. Erw./653-2 (en adelante citado como Memorias de
von der Goltz).
27
Vorwárts [Adelante] del 13/8/1930.
28
Escrito del consejero de Justicia prusiano al fiscal general del tribunal cameral
de Berlín del 20/3/1930, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 6.015.
29
Ministro de Justicia del Reich al consejero de Justicia prusiano el 14/5/1930,
archivo federal de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 6.015, vol. 2.
30
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 16/5/1930, p. 547 y
30/5/1930, p. 554.
31
Del considerando del tribunal de escabinos de Charlottenburg, dpto. 60, en la
causa E 1 J 22/30 del 31/5/1930, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n°
6.015.
32
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 1/6/1930, p. 554 y s.
33
Del considerando del tribunal de escabinos de Charlottenburg, dpto. 60, en la
causa E 1 J 22/30 del 31/5/1930, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n°
6.015.
34
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1,1/6/1930, p. 555.
.. 35 DerAbend [La tarde] del 14/8/1930.
- 36 Vossische Zeitung del 15/8/1930.
Notas 743

37
Vorwárts del 15/8/1930.
38
Der Angriff del 17/8/1930.
39
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 28/5/1930, p. 553.
40
Nota relativa al proceso contra el doctor Goebbels (sólo para uso manual, no
para las actas), archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 6.015, vol. 2.
41
Memorias deVon der Goltz, p. 170, archivo federal de Coblenza, Kl. Erw./653-
2.
42
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 1/9/1930, p. 596 y s.;
Julius Lippert, Im Strom der Zeit, Erlebnisse und Eindrticke [En el curso del tiempo, viven
cias e impresiones], 2a ed., Berlín 1942, p. 178 y s.
43
Hanfstaengl, 15 años, p. 226.
44
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1,1/9/1930, p. 596 y s.:
Hitler ordenó la destitución del «jefe supremo de las SA» von PfefFer, asumió él mis
mo su cargo y volvió a llamar al capitán retirado Rohm como «jefe del Estado Mayor
de las SA».
45
Comunicación de la comisaría de policía judicial de Berlín del 16/9/1930,
archivo municipal de Bremen, 4.65, vol. 5.
46
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1,1/9/1930, p. 597.
47
Ibid., 11/9/1930, p. 601.
48
Volkischer Beobachter del 10/9/1930.
49
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 11/9/1930, p. 601.
50
Der Angriff del 14/10/1930.
51
Eberhard Kolb, Die Weimarer Republik [La república de Weimar], 2a ed., Munich,
1988, p. 169 y s. (en adelante citado como Kolb, República de Weimar); nuevas investi
gaciones sobre el perfil socioestructural de los electores del NSDAP han demostrado
que la clase media predominó entre los votantes del NSDAP a partir de 1930, Ibid.,
p. 211.
52
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 23/9/1930, p. 606 y s.
53
En el escrito mencionado por los jueces (Joseph Goebbels, Der Nazi Sozi. Fra-
gen und Antworten für den Nationalsozialisten [El naci-soci. Preguntas y respuestas para el
nacionalsocialista] , Elberfeld, 1927) no se encuentra este pasaje.
54
Vossische Zeitung del 26/9/1930.
55
Ibid.
56
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 26/9/1930, p. 608.
57
Scheringer, Richard: Das grosse Los. Unter Soldaten, Bauern und Rebelkn [El mayor
premio. Entre soldados, campesinos y rebeldes] , Hamburgo, 1959, p. 236.
58
Hitler, Mi lucha, p. 338.
59
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 27/9/1930, p. 609.
60
Kolb, República de Weimar, p. 127.
61
Véase tamb ién Joseph Goebbels, «Der Adler steigt » [«El águila sube»] En
Der
Angriff del 2/12/1930.
62
Vossische Zeitung del 16/10/1930.
744 Goebbels

63
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 29/10/1930, p. 625.
64
Tatsachenberícht über díe Mordtat am Bülotvplatz von Michael Krause, Lu ckau (Nie-
derlausitz, 2.7.1938) [Informe verídico sobre el asesinato en la Bülowplatz de Michael
Krause, Luckau (Baja Lusacia, 2/7/1938), actas del fiscal general del tribunal regio
nal de Berlín, ./.Thunert y compañeros, 1 polaK 7/34 (41/34), tribunal regional de
Berlín-Moabitj.
65
Sturm 33. Hans Maikowski. Geschrieben von Kamemden des Toten [Secci ón de asalto
33. Hans Maikowski. Escrito por los cantaradas del difunto], Berlín, 1933, p. 16.
66
Robert M.W. Kempner, (Der verpasste Nazi-Stopp. Die NSDAP ais staats- und
republikfeindliche, hochverraterische Verbindung. Preussische Denkschrift von 1930 [El olvi
dado stop a los nazis. El NSDAP como asociación traidora, hostil al Estado y a la república.
Memoria prusiana de 1930], Frankfurt del Meno, Berlín y Viena, 1938, p. 7 y ss.
67
Von der Goltz al presidente del tribunal de escabinos de Charlottenburg del
25/9/1930, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 39, vol. 4.
68
Certificado facultativo del médico general doctor Conti del 27/9/1930, archi
vo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 39, vol. 4.
69
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 29/9/1930, p. 610.
70
Acta de la sesión del tribunal de escabinos de Charlottenburg del 29/9/1930,
archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 39, vol. 4.
71
Von der Goltz al tribunal de escabinos de Charlottenburg del 11/10/1930, archi
vo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 39, vol. 4.
72
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 13/10/1930, p. 617.
73
Del acta de la sesión del tribunal de escabinos de Charlottenburg del 13/10/1930,
archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 39, vol. 4.
74
Vossische Zeitung del 14/10/1930.
75
Ibid.
76
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 6/11/1930, p. 629.
77
Der Angriff del 8/11/1930.
78
Ibid., 11/11/1930.
79
N. de la T. Literalmente significa «Nada nuevo en el oeste», aunque en la tra
ducción española se tituló «Sin novedad en el frente».
80
N. de la T. Ufa o UFA: Universum Film AG, el estudio cinematográfico más
importante de Alemania durante la república de Weimar y la Segunda Guerra Mun
dial.
81
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 9/12/1930, p. 644.
82
Ibid., 10/12/1930, p. 644; Vossische Zeitung del 11/12/30.
83
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 9/12/1930, p. 644.
84
Vossische Zeitung del 10/12/1930.
85
Ibid., 7/12/1930.
86
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 10/12/1930, p. 644.
87
N. de la T. Reichsbanner Schwarz-Rot-Gold, de manera abreviada Reichsban-
ner: unidad de combate, creada en 1924, de orientación política de izquierdas, cuyo
Notas 745

objetivo era la defensa de la república de Weimar y de su Constitución parlamenta-


rio-democrática.
88
BerlinerTageblatt del 2/1/1931.
89
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 2, 3/1/1931, p. 2.
90
Die Rote Fahne y Der Angriff del 23/1/1931.
91
Die Rote Fahne del 30/1/1931.
92
BerlinerTageblatt del 2/2/1931.
93
Die Rote Fahne del 5/2/1931.
94
Sesiones del parlamento. Quinta legislatura, 1930. Informes taquigráficos.Volu-
men 444 (desde la Ia sesión del 13 de octubre de 1930 hasta la 26a sesión del 14 de
febrero de 1931), Berlín, 1931, aquí acta de la 17a sesión del 5 de febrero de 1931, p.
683 y ss., aquí p. 685 y s.
95
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 2,12/2/1931, p. 20.
96
Vossische Zeitung del 3/2/1931.
97
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 2,10/2/1931, p. 19.
98
Sesiones del parlamento. Quinta legislatura, 1930. Informes taquigráficos.Volu-
men 444 (desde la Ia sesión del 13 de octubre de 1930 hasta la 26a sesión del 4 de
febrero de 1931), Berlín, 1931, aquí acta de la 22a sesión del 10 de febrero de 1931,
p. 873 y s.
99
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,18/1/1931, p. 9.
100
Ibid., vol. 1,12/11/1930, p. 631.
101
Ibid., 27/11/1930, p. 637.
102
Ibid., 2/12/1930, p. 639.
103
Ibid., vol. 2,23/2/1931, p. 25; véanse también los artículos en las ediciones del
Angriff del 19 y del 26/2/1931, en los que Stennes es valorado como experimenta
do soldado en el frente y exitoso combatiente del cuerpo de voluntarios.
104
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 4/3/1931, p. 30.
105
Relación de las actividades del jefe de distrito. Elaborada por el departamen
to IA de la Jefatura Superior de Policía de Berlín, BDC.
106
Ibid.
107
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 6/3/1931, p. 30.
108
Aunque la causa instruida por la fiscalía de Berlín (1 polj 388/31) tuvo que ser
finalmente sobreseída a finales de mayo de 1931 sin la identificación de un culpable
y aunque tampoco se llevó a efecto un procedimiento que entretanto se estaba con
siderando contra la redacción del Angriff por desorden público, los indicios —sobre
todo la declaración corregida del miembro de las SA Eduard Weiss— daban cuenta
claramente de qué clase de «atentado con bomba» se trataba. En su informe del
27/3/1931, el jefe de policía hacía constar: «Así pues, no se puede rechazar después
de todo la sospecha de que el atentado contra el doctor Goebbels ha sido cometido
por el NSDAP como medio propagandístico» (1 polj 388/31, archivo regional de
Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 509).También las observaciones cuidadosamente inter
caladas en el diario de Goebbels a partir de enero de 1931 acerca de que se esperaba
un atentado son sumamente reveladoras en este sentido.
746 Goebbels

109
De la declaración de EduardWeiss en la causa 1 polj 388/31 del 8/5/1931,
archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 509. Previamente, Weiss ya había
prestado una declaración jurada análoga para el periódico de Stennes, Arbeiter, Bauern,
Soldaten [Obreros, campesinos, soldados] publicado el 4/5/1931.
110
Vossische Zeitung del 17/3/1931.
111
Ibid., 14/3/1931.
112
DerAngriff del 14/3/1931.
113
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 14/3/1931, p. 33.
114
Ursachen und Folgen. Vom Deutschen Zusammenbruch 1918 und 1945 bis zur Staa-
tlichen Neuordnung in der Gegenwart [Causas y consecuencias. Del descalabro alemán en 1918
y 1945 a la reestructuración estatal en la actualidad], ed. por Herbert Michaelis y Ernst
Schraepler, vol. 7, doc. 1.621a, p. 549 y ss.
115
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 16/3/1931, p. 34.
116
Ibid.
117
Ibid., 25/3/1931, p. 38.
118
Comunicaciones de la policía judicial regional de Berlín del 1/5/1931, archi
vo federal de Coblenza, colección Schumacher/278.
119
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 25/3/1931, p. 38.
120
Ibid., 29/3/1931, p. 41.
121
Ibid., 30/3/1931, p. 41.
122
Ibid., 28/3/1931, p. 40.
123
Ibid., 29/3/1931, p. 41.
124
Ibid.
125
Vossische Zeitung del 3/4/1931.
126
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 2/4/1931, p. 42 y s.
127
Vossische Zeitung del 3/4/1931.
128
Ibid.
129
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 2/4/1931, p. 43.
130
Volkischer Beobachter del 5-6-7/4/1931.
131
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 4/4/1931, p. 44.
132
Ibid.
133
Comunicaciones de la policía judicial regional de Berlín del 1/5/1931, archi
vo federal de Coblenza, colección Schumacher/278.
134
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 17/4/1931, p. 51.
135
Ibid., 10/4/1931,p. 46.
136
Arbeiter, Bauern, Soldaten [Obreros, campesinos, soldados] del 4/5/1931.
137
Vossische Zeitung del 15/3/1931.
138
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 6/5/1931, p. 60.
139
Ibid., 4/4/1931, p. 44.
140
Ibid., vol. 1,7/11/1930, p. 629.
141
Ibid., 3/4/1929, p. 353.
Notas 747

142
Probablemente por deseo de Quandt, el 15/7/1920 renunció al apellido judío
de su padrastro, Friedlánder, y fue declarada hija legítima por su padre, el ingeniero
Oskar Ritschel, cuyo apellido llevó hasta su matrimonio con Quandt. Su madre, la
sirvienta Auguste Behrend, estaba soltera en el momento de su nacimiento el
11/11/1901 en Berlín-Kreuzberg y sólo después se casó con Ritschel. La separación
de éste se produjo cuando Magda tenía tres años. Después contrajo matrimonio con
el comerciante judío Friedlánder, a cuyo nombre tuvo que renunciar más tarde a peti
ción de su yerno Goebbels, para volver a llevar en adelante su nombre de soltera Beh
rend, «irreprochablemente ario».
143
Se debió de tratar del estudiante ViktorArlossoroff, un «fervoroso sionista» que
más tarde emigró a Palestina. De esto informa el periodista Curt Riess, que asistió al
instituto berlinés Werner Siemens al igual que Arlossoroff; véase Curt Riess, Das war
mein Leben. Erinnerungen [Ésta fue mi vida. Memorias], Munich, 1986, p. 326.
144
Carné de afiliada al NSDAP.
145
Hans-Otto Meissner, Magda Goebbels. The First Lady of the Third Reich [Magda
Goebbels. La primera dama del Tercer Reich], Nueva York, 1980, p. 80 (en adelante cita
do como Meissner, Primera dama).
146
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 1/2/1931, p. 15.
147
Ibid., 15/3/1931, p. 33 y 23/2/1931, p. 25.
148
Ihid., 19/2/1931, p. 23.
149
Ibid., 15/2/1931, p. 21.
150
Ibid., 22/3/1931, p. 37.
151
Al biógrafo de Goebbels Curt Riess (Joseph Goebbels. Eine Biographie \Joseph
Goebbels. Una biografió], Baden-Baden, 1950, p. 212, en adelante citado como Riess,
Goebbels), le reveló que había tenido una relación francamente mala con su yerno y
que nunca había tenido «confianza» con él; a su vez, Goebbels veía en su suegra a una
«persona horrible» (Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,26/1/1933,
p. 350) que no le interesaba (Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3,
27/5/1937, p. 155). Según su propio testimonio, Goebbels apenas conoció a su sue
gro, Oskar Ritschel; su muerte el 5 de abril de 1941 no le afectó en absoluto (Dia
rio del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 4/4/1941, p. 569).
152
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 12/4/1931, p. 48.
153
Ibid., p. 47.
154
Ibid.
155
Ibid.
^bIbid., 18/4/1931, p. 51.
157
El consejero de Justicia prusiano al fiscal general del tribunal regional I (Ber
lín-Centro) en la causa 1 J 1276/29 el 23/2/1931, archivo regional de Berlín, Rep.
58, Supl. 399, n° 2.
158
Resolución del fiscal general del tribunal regional I en la causa 1 J 1276/29
del 2/3/1931, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 2.
748 Goebbels

159
Del expediente policial del discurso goebbeliano del 26/9/1929 en la causa 1
J 1276/29 del 2/3/1931, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 2.
160
Del considerando en la causa 1 J 1276/29 del 2/6/1931, archivo regional de
Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 2.
161
Se veía una causa por infracción contra el artículo 130 del código penal, cau
sa II PJ 268/28, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 23 (actas de mano
del fiscal), vol. 3.
162
Informe del policía judicial Herbst sobre la detención de Goebbels en Munich
en la causa E 1 J651/30, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 39, vol. 4.
163
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 28/4/1931, p. 57.
164
Nota de acta en la causa E 1J651/30, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl.
399, n° 39, vol. 4.
165
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 28/4/1931, p. 57.
166
Joseph Goebbels, «Der geheimnisvolle Leichnam» [«El cadáver misterioso»] en
DerAngriff del 15/4/1929.
167
Artículos similares aparecieron en amplios sectores de la prensa nacionalsocia
lista, como en el Westdeutscher Beobachter [Observador de Alemania occidental] del
28/10/1928 bajo el título «Ein Ritualmord» [«Un asesinato ritual»]. Robert Ley, a la
sazón editor y redactor responsable de este periódico, fue condenado en segunda ins
tancia por la Primera Gran Sala de lo Penal del tribunal regional de Colonia el
2/10/1929 a una multa de 1.000 marcos del Reich, después de que la primera ins
tancia sentenciara una pena de prisión de dos meses. En el considerando se decía que
«aquí sólo se trata de la tendencia que se sigue en la imagen y el texto», y además se
afirmaba que el artículo hacía perder a todos los judíos el sentimiento de seguridad
jurídica (archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 39, vol. 3).
168
Del considerando de la sentencia del juicio de apelación en la causa E 1J651/30
del 14/11/1931, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 39, vol. 2.
169
DerAngriff del 11/2/1929.
170
Sesión del tribunal de escabinos de Charlottenburg en la causa E 1 J 651/30
del 29/4/1931, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 39, vol. 1.
171
Del considerando de la sentencia del juicio de apelación en la causa E 1J651/30
del 14/11/1931, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 39, vol. 2.
172
Ibid., vol. 2.
173
De las «consideraciones determinantes para la aplicación de la pena» de la sen
tencia del juicio de apelación en la causa E 1J651/30 del 14/11/1931, archivo regio
nal de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 39, vol. 2.
174
«Informe sobre la asamblea del NSDAP celebrada el 22/3/29 en elViktoria-
garten,Wilhelmsaue» del departamento IA en la Jefatura Superior de Policía, servi
cio exterior, del 23/3/1929, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 39,
vol. 2.
Notas 749

175
N. de la T. Juego de palabras intraducibie. Goebbels se vale de los compuestos
para cambiar un lexema cada vez: Schweinespitzel, Rüsselspitzel y Rüsselputzer, que po
drían significar algo así como «soplón cerdo», «soplón jeta» y «lamejetas».
176
Del considerando de la sentencia del juicio de apelación en la causa E 1J651/30
del 14/11/1931, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 39, vol. 2.; en este
contexto es digna de mención una carta del amigo de Goebbels Theo Geitmann del
6/10/1918, en la que éste recuerda similares juegos de palabras goebbelianos: «Me
hizo pensar en un juego de palabras de mi querido amigo Ulex. Lampenputzer, Pum-
penlatzer, Lutzenpamper, Pampeníutzer» (archivo federal de Coblenza, NL 118/112).
177
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 2/5/1931, p. 58.
178
Escrito de Goebbels al tribunal regional I, Berlín-Centro, del 7/11/1931, archi
vo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 2.
179
Respuesta de la Jefatura Superior de Policía del 20/1/1932 a la correspon
diente pregunta del fiscal general del 24/12/1931, archivo regional de Berlín, Rep.
58, Supl. 399, n° 2.
180
Cf.Archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 39, vol. 12 (E 1J 615/30):
de los 1.486,77 marcos del Reich a pagar según la sentencia de segunda instancia, se
habían abonado un total de 60 marcos hasta la amnistía navideña del canciller del
Reich Schleicher en el año 1932.
181
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 20/4/1931, p. 52.
182
Hanfstaengl, 15 años, p. 277.
183
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 7 y 8/5/1931, p. 61;
Ihid., 29/5/1931, p. 71.
184
Ibid., 31/5/1931, p. 71.
185
Ibid., 12/5/1931, p. 63; sentencia de segunda instancia en la causa II PJ 41/28
ó II PJ 430/27, archivo federal de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 24, vol. 4.
186
Alfred Weiland (pseudónimo: Spartakus), Der Fall Mielke. Unternehmen Bülow-
platz. Biographie Unserer Zeit [El caso Mielke. Operación Bülowplatz. Biografía de nuestro
tiempo], Berlín, sin fecha, p. 4 (en adelante citado como Weiland, Mielke).
187
DerAngriffáá 7/8/1931.
188
Ibid.
189
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 5/6/1931, p. 74,
15/6/1931, p. 79 y 18/7/1931, p. 90.
19(1
DerAngriff del 8/8/1931.
1)1
Juicio contra Thunert, entre otros, por el homicidio de los agentes de polic ía
Anlauf y Lenk, 1 Pol a K 7/34, actas del fiscal general en el tribunal regional de Ber-
lín, tribunal regional de Berlín-Moabit; cf. también: Weiland, Mielke.
192
DerAngriff áe\ 13/8/1931.
193
Die Rote Fahne del 23/4/1931.
194
Juicio contra Beilfuss, entre otros, por el asalto al local nacionalsocialista Zur
Hochburg, II P K 13/33, actas del fiscal general en el tribunal regional de Berlín, tri
bunal regional de Berlín-Moabit.
750 Goebbels

195
Juicio contra Deig, entre otros, por el asalto al local de la Sección de asalto 21
de las SA, II P K 1/32, actas del fiscal general en el tribunal regional de Berlín, tri
bunal regional de Berlín-Moabit. De ahí se desprende que Ulbricht era «culpable de
instigar a los asesinatos cometidos por los tiradores, a las tentativas de asesinato y a la
grave perturbación del orden público».
196
Albert C. Grzesinski, Inside Germany, Nueva York, 1939, p. 132.
197
El 14 de octubre de 1931, durante un discurso en el parlamento prusiano, Cari
Severing (SPD) consideró que la amenaza procedente de los comunistas era mucho
mayor (Europaischer Geschichtskalender [Calendario histórico europeo], de Schulthess [para
los años 1860-1940], 1931, p. 243). En otoño de 1931, en una fiesta de la Reichsban-
ner en Kreuzberg, Grzesinski (SPD) defendió la siguiente opinión: «No veo en los
nacionalsocialistas el peligro que en ciertos lugares se cree que tienen; el mayor peli
gro lo suponen los comunistas, con los que la Reichsbanner tiene que acabar tan rápi
do como sea posible» (Geheímes Staatsarchiv Preussischer Kulturbesitz, GStAPK, [Archi
vo Estatal Secreto del Patrimonio Cultural Prusiano], Rep. 219, n° 20, fol. 65). Además se
cita a Grzesinski en el Vorwdrts del 22/9/1931: «Repetidamente se comprueba que
los comunistas han proporcionado a sus rivales fascistas el material para su propagan
da».
198
DerAngriff del 10/8/1931.
199
Anexo al escrito del jefe de policía al fiscal superior del tribunal regional III
en la causa E 1 J 1155/30 del 5/10/1931. En otro anexo a este escrito se dice que
durante la deliberación de coroneles del 2/10/1931 se dieron instrucciones detalla
das por parte de los jefes con respecto a las declaraciones ante el tribunal, archivo
regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 20, vol. 1.
200
Véanse los papeles personales de Helldorf del departamento IA de la Jefatura
Superior de Policía de Berlín, BDC.
201
Informe sobre el conde Wolf-Heinrich von Helldorf, nacido el 14/10/1896
en Merseburg, departamento I A, 24/10/1931, BDC.
202
Del escrito de acusación contra 38 miembros de las SA en el proceso de Kur-
fürstendamm (E 1 J 1155/31), archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 20,
vol. 1.
203
DerAngriff del 19/12/1931.
204
Sentencia de casación en la causa E 1 L 34/31 de la Cuarta Gran Sala de lo
Penal del tribunal regional III del 9/2/1932, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl.
399, n° 20, vol. 7.
205
Lo que se adivina por la solicitud de pena disciplinaria del representante de la
fiscalía, doctor Stenig, por el juicio ante la Cuarta Gran Sala de lo Penal del tribunal
regional III del 26/1/1932 (archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 20, vol.
3) se lee así en la exposición de Goebbels: «Se trata de que un espía anónimo afirma
que yo he elaborado junto con el conde Helldorf los planes para los sangrientos
enfrentamientos en la Kurfiistendamm. Lanzo inmediatamente los más duros ataques
contra la Jefatura Superior de Policía y por razones de integridad me niego a decía-
Notas 751

rar hasta que no se mencione el nombre del espía. Entonces hay enfrentamiento tras
enfrentamiento. Me peleo con el fiscal y al final le grito de tal manera que pierde la
calma. Luego, a petición, hago una declaración llena de insultos y se me pone en liber-
tad con una multa de 500 marcos del Reich. Los miembros acusados de las SA se des-
ternillan de risa y no caben en sí de gozo» (Diario del Instituto de Historia Con-
temporánea, vol. 2, 22/1/1932, p. 114).
206
Del considerando de la sentencia de casación en la causa E 1 L 34/31 de la
Cuarta Gran Sala de lo Penal del tribunal regional III del 9/2/1932, archivo regio
nal de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 20, vol. 7.
207
Sentencia de casación en la causa E 1 L 34/31 de la Cuarta Gran Sala de lo
Penal del tribunal regional III del 9/2/1932, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl.
399, ii° 20, vol. 7.
208
N. de la T. Septemberíing (septembrino) era la palabra que empleaba Goebbels,
entre otros, para designar irónicamente a los compañeros del partido, en su mayoría
jóvenes y con formación académica, que habían entrado en el NSDAP después del
éxito en las elecciones parlamentarias de septiembre de 1930.
209
Octavilla de las SA de diciembre de 1931, archivo regional de Berlín, Rep. 58,
Supl. 399, n° 20, vol. 3.
210
Ernst Rohm al doctor Karl Günther Heimsoth el 25/2/1929, BDC.
211
Cf. la causa Rohm por §175, 1 polJ127/31, archivo regional de Berlín, Rep.
58, Supl. 399, n° 517, vol. I-III.
212
Informe secreto a la presidencia del partido del 21/12/1931, archivo federal
de Coblenza, NS 26/87.
213
Ibid.
214
Ibid.
215
Informe sobre el transcurso de la asamblea pública del estandarte 6 de las SA
del NSDAP, celebrada el 4 de enero de 1932 en la sala de conciertos Clou, archivo
federal de Coblenza, NS 26/1124.

Capítulo 8. ¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra


mundial haya relevado a las casas de los Hohenzollern y de los
Habsburgo? (1931-1933)

1
Meissner, Primera dama, p. 96.
2
AP-Korrespondenz n° 54/31 del 22/12/1931, ed. por doctor Helmut Klotz, en:
actas del proceso de Kurfiirstendamm, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399,
n°20.
3
DerAngriff del 19/1/1932.
4
De la resolución del fiscal general del tribunal regional I en la causa 1 polj 164/32
del 4/3/1932, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 9, vol. 2; según una
noticia del Vossische Zeitung del 19/5/1932, los verdaderos culpables consiguieron
huir, presumiblemente a la Unión Soviética. Los demás implicados en los hechos, al
752 Goebbels

igual que un hombre de Stennes como coiniciador, fueron condenados el 14/7/1932


ante la Duodécima Sala de lo Penal del tribunal regional I a varios años de reclusión
y prisión.
5
Joseph Goebbels, «Anklage» [«Acusación»], en Der Angriff del 26/1/1932; el escri
tor nacionalsocialista Arnold Littmann transformó la historia de Herbert Norkus en
un relato novelesco (Herbert Norkus und die Hitlerjungen vom Beusselkiez [Herbert Nor
kus y los jóvenes hitlerianos del Beusselkiez], Berlín, 1934).
6
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,22/2/1932, p. 131 (Kai-
serhof).
7
Ibid., 19/1/1932, p. 112 (Kaiserhof).
8
Ibid., 2/2/1932, p. 119 (Kaiserhof).
9
Ibid., 9/2/1932, p. 125 (Kaiserhof).
10
Ibid., 12/2/1932, p. 127 (Kaiserhof).
11
Ibid., 22/2/1932, p. 130 (Kaiserhof).
12
Ibid., p. 131 (Kaiserhof).
13
Ibid., 23/2/1932, p. 131 (Kaiserhof); la suposición de que Goebbels proclamó
«por cuenta propia» la candidatura de Hitler para las elecciones presidenciales del
Reich es defendida por Albert Krebs (Tendenzen und Gestalten der NSDAP. Erinne-
rungen an die Frühzeit der Parteí [Tendencias y figuras del NSDAP. Memorias de los comien
zos del partido], Stuttgart, 1959, p. 167, en adelante citado como Krebs, Tendencias) y
Wortz (Programática, p. 183), pero sin documentarlo. Según la información del Vossis-
che Zeitung del 23/2/1932, Goebbels declaró que estaba autorizado para comunicar
la decisión de Hitler a sus amigos políticos.
14
Sesiones del Parlamento. Quinta legislatura, 1930. Informes taquigráficos.Volu-
men 446 (desde la 53* sesión del 13/10/1931 hasta la 64* sesión del 12/5/1932), Ber
lín 1932, aquí acta de la 57a sesión del 23/2/1932, p. 2.245 y ss. (aquí p. 2.250); Vos-
sische Zeitung del 24/2/1932.
15
Sesiones del Parlamento. Quinta legislatura, 1930. Informes taquigráficos.Volu-
men 446 (desde la 53a sesión del 13/10/1931 hasta la 64a sesión del 12/5/1932), Ber
lín 1932, aquí acta de la 57a sesión del 23/2/1932, p. 2.245 y ss. (aquí p. 2.254).
16
Vossische Zeitung del 28/2/1932.
17
Citado por Vossische Zeitung del 28/2/1932.
18
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 2,28/9/1932, p. 250 (Kai
serhof).
19
Cf. el trabajo sin título del compañero del partido Karoly Kampmann, sin fecha,
archivo federal de Coblenza, NS 26/968.
20
Curriculum vitae del jefe de distrito Karl Hanke del 25/5/1943, BDC.
21
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 2, 7/3/1932, p. 137 (Kai
serhof) .
22
Ibid., 29/2/1932, p. 134 y s. (Kaiserhof).
23
Ibid., 6/3/1932, p. 137 (Kaiserhof).
Notas 753

24
También tendían al ensalzamiento los artículos de Goebbels en el Angriff del
1/4/1932 («Adolf Hitler ais Staatsmann» [«Adolf Hitler como hombre de Estado»])
y del 4/4/1932 («Adolf Hitler ais Mensch» [«Adolf Hitler como persona»]).
25
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 2, 13/3/1932, p. 140 y s.
(Kaiserhof).
26
Ibid.
27
Véase el trabajo sin título del compañero del partido Karoly Kampmann, sin
fecha, archivo federal de Coblenza, NS 26/968.
28
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,15/3/1932, p. 142. (Kai
serhof).
29
Ibid., 16/3/1932, p. 143 (Kaiserhof).
30
Ibid., 17/3/1932, p. 144 (Kaiserhof).
31
Ibid., 18/3/1932,p. 145 (Kaiserhof).
32
Cf. la información del Vólkischer Beobachter.
33
Vossische Zeitung del 13/4/1932.
34
Dirección electoral del NSDAP a nivel del Reich a todas las jefaturas de dis
trito, 23/3/1932, archivo federal de Coblenza, NS 26/290.
33
Ibid.; el número de leyes promulgadas por el presidente del Reich como decretos
ley subió de 5 en el año 1930 a 44 en el año 1931 y a 66 en el año 1932, mien tras
que al mismo tiempo el número de leyes votadas por el Parlamento se redujo de 98
en el año 1930 a 34 en el año 1931 y a 5 en el año 1932. El número de días de
sesiones parlamentarias descendió asimismo fuertemente: tras las 94 del año 1930, se
celebraron 42 sesiones en el año 1931 y sólo 13 en el año 1932 (Kolb, República de
Weimar, p. 128).
36
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 2,10/4/1932, p. 153 (Kai
serhof).
37
Ibid., 11/4/1932, p. 153 (Kaiserhof).
38
Citado por Andreas Hillgruber, «Die Auflosung der Weimarer Republik» [«La
disolución de la república de Weimar»], en Walter Tormin, Die Weimarer Republik [La
república de Weimar], Hannover, 1973, p. 189 y ss. (aquí p. 216).
39
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 2,26/4/1932, p. 161 (Kai
serhof).
4(1
Ibid., 25/4/1932, p. 161 (Kaiserhof).
41
Ibid., 23/4/1932, p. 160 (Kaiserhof).
42
Ibid., 26/4/1932, p. 161 (Kaiserhof).
43
Die Politik des Generáis von Schleicher gegenüber der NSDAP 1930-1933. Ein Bei-
trag zur Frage Wehrmacht und Partei [La política del general von Schleicher con respecto al
NSDAP, 1930-1933. Una contribución a la cuestión de la Wehrmacht y el partido], repro
ducción en extracto de un escrito del general de división retirado H. v. Holtzendorff
del 22/6/1946, en:VfZG, año 1/1953, p. 268.
44
Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 2,28/4/1932, p.
Kar
serhof).
754 Goebbels

45
Ibid., 8/5/1932, p. 165 (Kaiserhof); Meissner, Otto: Staatssekretar unter Ebert, Hin-
denburg, Hitler. Der Schicksalsweg des deutschen Volkes von 1918 bis 1945, wie ich ihn erleb-
te [Secretario de Estado con Ebert, Hindenburg, Hitler. El camino destinado del pueblo alemán
desde 1918 a 1945, tal como yo lo viví], Hamburgo, 1950, p. 230 (en adelante citado
como Meissner, Secretario de Estado).
46
Diario del Instituto de Historia Contemporánea.Vol. 2,8/5/1932, p. 165 (Kai
serhof).
47
Ibid., 9/5/1932,p. 166 (Kaiserhof).
48
Ibid., 4/5/1932,p. 164 (Kaiserhof).
49
Ibid., 10/5/1932, p. 166 y s. (Kaiserhof).
50
Ibid., 11/5/1932, p. 167.
51
Sesiones del Parlamento. Quinta legislatura, 1930. Informes taquigráficos.Volu-
men 446 (desde la 53 a sesión del 13 de octubre de 1931 hasta la 64 a sesión del 12 de
mayo de 1932), Berlín 1932, aquí acta de la 63 a sesión del 11/5/1932, p. 2.561 y ss.
(aquí p. 2.598).
52
Ibid., p. 2.599.
53
Vorwdrts del 10/5/1932 (edición vespertina).
54
Der Angriff del 11/5/1932.
55
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,19/5/1932, p. 170 (Kai
serhof) .
56
Sesiones del Parlamento. Quinta legislatura, 1930. Informes taquigráficos .Volu
men 446 (desde la 53 a sesión del 13 de octubre de 1931 hasta la 64 a sesión del 12 de
mayo de 1932), Berlín 1932, aquí acta de la 64 a sesión del 12/5/1932, p. 2.561 y ss.
(aquí p. 2.686 y s.).
57
Vossische Zeitung del 12/5/1932.
58
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,23/5/1932, p. 172 (Kai
serhof).
59
Ibid., 18/5/1932, p. 170 (Kaiserhof).
60
Ibid., 30/5/1932, p. 177 (Kaiserhof).
61
Ibid.
62
Ibid., 8/5/1932, p. 165 (Kaiserhof).
63
Ibid., 29/5/1932,p. 176 (Kaiserhof).
64
Ibid., 14/6/1932, p. 185 (Kaiserhof).
65
Véase Kolb, República de Weimar, p. 134.
66
De los nueve ministros seis eran nobles.
67
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,14/6/1932, p. 185
(Kaiserhof).
68
Heinz Pohle, Der Rundfunk ais Instrument der Politik. Zur Geschichte des deutschen
Rundfunks von 1923/38 [La radio como instrumento de la política. Sobre la historia de la
radio alemana entre 1923 y 1938], Hamburgo, 1955, p. 165 (en adelante citado como
Pohle, Radio).
Notas 755

69
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,14/6/1932, p. 185 (Kai-
serhof).
70
Ibid., 15/6/1932, p. 186 (Kaiserhof).
71
Ibid., 7-8/7/1932, p. 201 (Kaiserhof).
72
Ibid., 8/7/1932, p. 202 (Kaiserhof).
73
Ibid., 10/7/1932, p. 202 (Kaiserhof).
74
Nota marginal de Scholz, consejero del ministro del Interior del Reich, sobre
la carta de la emisora Funk-Stunde dirigida a él mismo el 16/6/1932, archivo federal
de Coblenza, R 55/1273.
75
Joseph Goebbels, «Der Nationalismus ais staatspolitische Notwendigkeit» [«El
nacionalismo como necesidad de la política de Estado»], texto de un discurso, archi
vo federal de Coblenza, R 55/1273.
76
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 5/7/1932, p. 200.
77
Ibid., 18/7/1932, p. 206 (Kaiserhof); sobre el asunto véanse las entradas del
20/6/1932 (p. 189) y del 10/7/1932 (p. 202).
78
Ibid., 1/7/1932, p. 194 y ss. (Kaiserhof).
79
Ibid., 18/7/1932, p. 206 (Kaiserhof).
80
Ibid., 20/7/1932, p. 207 (Kaiserhof).
81
Grzesinski al fiscal general del tribunal regional I el 17/5/1932 en la causa 1
polj 1560/32, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 721.
82
Anotaciones sobre su actividad política que Albert Grzesinski escribió después
de su emigración en diciembre de 1933 en París, archivo federal de Coblenza, Kl.
Erw./144.
83
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,22/7/1932, p. 209 (Kai
serhof) .
84
En Berlín, al igual que por ejemplo en Hamburgo, Essen y Dortmund, el NSDAP
obtuvo unos resultados superiores al promedio, y en parte óptimos, precisamente en
los barrios residenciales de la clase alta y de la clase media-alta (Kolb, República de Wei-
mar, p. 210). Mientras que el porcentaje medio para el NSDAP en Gran-Berlín fue
de 28,6 por ciento, el partido registró 42,1 por ciento en Steglitz (en comparación,
el KPD, que alcanzó en Gran-Berlín un porcentaje de 27,3 por término medio, regis
tró un 12,3 por ciento en Steglitz; el SPD, asimismo con una media de 27,3 por cien
to, obtuvo allí un 19,0 por ciento), en Zehlendorf 36,4 por ciento (KPD 8,5 por cien
to, SPD 21,2 por ciento) y en Wümersdorf 35,1 por ciento (KPD 10,2 por ciento,
SPD 25,4 por ciento) de los votos. Por el contrario, el NSDAP alcanzó en Wedding
19,3 por ciento (KDP 42,6 por ciento, SPD 27,8 por ciento), en Friedrichshain 21,6
por ciento (KPD 38,5 por ciento, SPD 28,1 por ciento) y en Neukólln 23,9 por cien
to (KPD 34,4 por ciento, SPD 30,8 por ciento); véase al respecto por extenso: Michael
Erbe, «Spandau im Zeitalter der Weltkriege» [«Spandau en la época de las guerras
mundiales»], en Wolfgang Ribbe, (Slawenburg, Landesfestung, Industriezentrum. Untersu-
chungen zur Geschichte vori Stadt und Bezírk Spandau [Slawenburg, fortaleza interior, cen-
756 Goebbels

tro industrial. Investigaciones sobre la historia de la ciudad y el distrito de Spandau], Berlín


(sin fecha), p. 268 y ss. (aquí p. 295).
85
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,1/8/1932, p. 211.
86
Ibid., 2/8/1932, p. 213.
87
Ibid., 3/8/1932, p. 214.
88
Ibid., 5/8/1932, p. 215.
89
Anotación de Meissner sobre las deliberaciones realizadas hasta el momento en
el asunto de una reestructuración del gobierno (Walther Hubatsch, Hindenburg und
der Staat.Aus den Papieren des Generalfeldmarschalls und Reichsprásidenten von 1878 bis
1934 [Hindenburg y el Estado. De los documentos del mariscal general de campo y presiden
te del Reich desde 1878 hasta 1934], Gotinga, 1966, doc. n° 87, p. 336); cf. Wórtz, Pro
gramática , p. 192 y s.
90
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 7/8/1932, p. 217.
91
Ibid.
92
Ibid., 9/8/1932, p. 218 y s.
93
Ibid., p. 220 (Kaiserhoí).
94
Vólkischer Beobachter del 11/8/1932.
95
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 11/8/1932, p. 221.
96
Ibid.
97
Ibid., p. 222 (Kaiserhof).
98
Desmentido del 10/8/1932 en el Vólkischer Beobachter del 12/8/1932.
99
Citado por Karl Dietrich Erdmann, Die Weimarer Republik [La república de Wei-
mar], Munich, 1980, p. 297.
100
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,12/8/1932, p. 223 (Kai
serhof).
101
Ibid., 8/8/1932, p. 218 (Kaiserhof).
102
Andreas Dorpalen, Hindenburg in der Geschichte der Weimarer Republik [Hinden-
burg en la historia de la rep ública de Weimar] , Berlín y Frankfurt del Meno 1966, p. 336
(en adelante citado como Dorpalen, Hindenburg).
103
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,13/8/1932, p. 225 (Kai
serhof).
104
Vólkischer Beobachter del 17/8/1932.
105
N. de laT.Alusión al verso 134 del poema de Schiller Der Spaziergang [Elpaseo],
que dice en alemán: Sucht den ruhenden Pol in der Erscheinungcn Flucht [Busca el polo
inmóvil en el vuelo de las apariencias].
106
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,13/8/1932, p. 225 (Kai
serhof).
107
Ibid., 25/8/1932, p. 231 (Kaiserhof).
108
Ibid.
109
Citado por Andreas Hillgruber, Die Auflosung der Weimarer Republik [La disolu
ción de la república de Weimar], Hannover, 1960, p. 46 (en adelante citado como Hill
gruber, República de Weimar); Góring y el jefe del Estado Mayor Rohm enviaron tele
gramas del mismo tenor.
Notas 757

1111
Ibid.
111
DerAngriff del 24/8/1932.
112
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,12/9/1932, p. 241 (Kai-
serhof).
113
Ibid., 13/9/1932, p. 242 (Kaiserhof).
114
Ibid., 16/9/1932, p. 243 (Kaiserhof).
115
Ibid., 1/10/1932, p. 251 (Kaiserhof).
116
Manfred Deist, Hans-Erich Volkmann y Wolfram Wette, Ursachen und Voraus-
setzungen des Zweiten Weltkrieges [Causas y condicionantes de la Segunda Guerra Mundial],
Stuttgart, 1989, p. 122 y s. (en adelante citado como Messerschmidt, Segunda Guerra
Mundial).
117
Cf. Pohle, Radio, p. 162 y ss.
118
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,14/10/1932, p. 259
(Kaiserhof).
119
Ibid., 9/10/1932, p. 256 (Kaiserhof).
12(1
DerAngriff del 24 y del 25/9/1932.
121
Ibid., 10/10/1932.
122
Diario del Instituto de Historia Contempor ánea, vol. 2, 20/10/1932, p. 263
(Kaiserhof).
123
Éste era el título de un discurso goebbeliano para un mitin del 4/10/1932,
archivo municipal de Mónchengladbach, 14/2281.
124
Cf. Sesiones del Parlamento. Quinta legislatura, 1930. Informes taquigráficos.
Volumen 446 (desde la 53 1 sesión del 13 de octubre de 1931 hasta la 64 a sesión del
12 de mayo de 1932), Berlín 1932, aqu* acta de la 62 a sesión del 10/5/1932, p. 2.510
yss.
125
Henning Kóhler, Berlín in derWeimarer Republik (1918-1932) [Berlín en la repú
blica de Weimar (1918-1932)], enWolfgang Ribbe, ed., Geschichte Berlins. Von derMárz-
revolution bis zur Gegenwart [Historia de Berlín. Desde la Revolución de Marzo hasta la
actualidad], Munich, 1987, p. 797 y ss. (aquí p. 921) (en adelante citado como Kóhler,
Berlín en la república de Weimar).
126
Diario del Instituto de Historia Contempor ánea, vol. 2, 2/11/1932, p. 268.
127
Ibid.
128
Ibid., 4/11/1932, p. 270.
129
Cf. el informe de un agente de la Jefatura Superior de Policía para el ministro
del Interior del 7/11/1932, Rep. 219, n° 80, fol. 80-82, GStAPK, Berlín.
130
Deutsche Allgemeine Zeítung del 3/11/1932.
131
Ibid., 4/11/1932.
132
Europaischer Geschichtskalender [Calendario histórico europeo], de Schulthess, 1932,
p. 194.
133
Diario del Instituto de Historia Contempor ánea, vol. 2, 4/11/1932, p. 270.
134
Ibid., 6/11/1932, p. 272.
758 Goebbels

135
En los barrios burgueses de Zehlendorf retrocedió del 36,4 por ciento al 29,4
por ciento, en Steglitz del 42,1 por ciento al 36,1 por ciento y en Wilmersdorf del
35,1 por ciento al 29,3 por ciento. En los barrios obreros el descenso fue menor. En
Wedding el NSDAP perdió un 1,3 por ciento (del 19,3 por ciento al 18,0 por cien
to) y en Friedrichshain un 1,6 por ciento (de 21,6 por ciento al 20,0 por ciento);
véase al respecto en detalle Michael Erbe, Spandau im Zeitalter der Weltkriege [Spandau
en la época de las guerras mundiales], enWblfgang Ribbe, ed., Slawenburg, Landesfestung,
Industriezentrum. Untersuchungen zur Geschichte von Stadt und Bezirk Spandau [Slawen
burg, fortaleza interior, centro industrial. Investigaciones sobre la historia de la ciudad y el dis
trito de Spandau], Berlín (sin fecha), p. 268 y ss. (aquí p. 295).
136
Kóhler, Berlín en la república de Weimar, p. 920.
137
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,6/11/1932, p. 272 (Kai-
serhof).
138
Ibid.
139
Der Angríff del 13/12/1932.
140
Volkischer Beobachter del 8/11/1932.
141
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 9/11/1932, p. 274.
142
Ibid., 10/11/1932, p. 276 (Kaiserhof).
143
Ibid., 11/11/1932, p. 277 (Kaiserhof).
144
Vossische Zeítung del 10/10/1932.
145
Volkischer Beobachter del 8/11/1932.
146
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 11/11/1932, p. 277
(Kaiserhof).
147
Meissner, Secretario de Estado, p. 248. •>
148
Schwabischer Merkur [Mercurio suabo] del 25/11/1932.
149
Volkischer Beobachter del 25/11/1932.
150
Wórtz, Programática, p. 218 y s.
151
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,5/12/1932, p. 293 (Kai
serhof) .
152
Ibid., p. 292 (Kaiserhof).
153
Ibid., p.293 (Kaiserhof).
154
Otto Strasser, 3O.Juni. Vorgeschichte, Verlauf, Folgen [30 de junio. Antecedentes, de
sarrollo, consecuencias], Praga, sin fecha (1934), p. 36.
155
Hans Frank, Im Angesicht des Galgens. Deutung Hitlers und seiner Zeit auf Grund
eigener Erlebnisse und Erkenntnísse [Con la horca a la vista. Interpretación de Hitler y de su
época de acuerdo con las propias experiencias y conclusiones], Múnich-Grafelfing 1953, p.
108.
156
Vossische Zeitung del 10/12/1932.
157
Ibid., 9/12/1932.
158
Diario del Instituto de Historia Contempor ánea, vol. 2, 9/12/1932, p. 295.
159
DerAngriffy Vossische Zeitung del 9/12/1932.
160
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 10/12/1932, p. 299.
Notas 759

161
Ibid., 9/12/1932, p. 295.
162
Der Angriff del 12/12/1932.
163
Frankfurter Zeitung del 1/1/1933.
164
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 24/12/1932, p. 314.
165
Ibid., 25/12/1932, p. 315.
xhb
Ibid., 1/1/1933, p. 320 y ss.
167
Ibid., 10/1/1933, p. 332.
168
Trabajo sin título del compañero del partido Karoly Kampmann, sin fecha,
archivo federal de Coblenza, NS 26/968.
169
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 8/1/1933, p. 329; Der
Angriff del 9/1/1933.
170
Der Angriff del 16/1/1933; Causa penal./. Geissler por el homicidio del miem
bro de las SA Sagasser, actas del fiscal general en el tribunal regional de Moabit, IPolK
5/33, tribunal regional de Berlín-Moabit.
171
Der Angriff del 12/1/1933.
172
Ibid., 16/1/1933.
173
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 17/1/1933, p. 340.
174
Ibid., 20/1/1933, p. 343.
175
«Stationen eines Arztes. Operieren bei Sauerbruch, Kinderkriegen bei Stoec-
kel» [«Etapas de un médico. Operaciones con Sauerbruch, paritorio con Stoeckel»],
en Frankfurter Allgemeine Magazin, número 375 del 8/5/1987, p. 52 y ss.
176
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 25/1/1933, p. 349:
«Café con Hitler. Me informó del último estado de cosas. El domingo se reunió con
Papen, Meissner y el joven Hindenburg (...). El joven Oskar es un singular ejemplo
de imbecilidad (...). Los tres se oponen radicalmente a Schleicher.Tiene que irse.
Papen quiere ser vicecanciller. Eso es todo».
177
Der Angriff del 23/1/1933, Volkischer Beobachter del 24/1/1933.
178
Die Rote Fahne del 26/1/1933.
179
Vorwdrts del 25/1/1933.
180
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 29/1/1933, p. 354.
181
Erich von Bussche-Ippenburg, en Frankfurter Allgemeine Zeitung del 2/12/1952.
182 grnS( Rudolf Huber, Deutsche Verfassungsgeschichte seit 1789 [Historia constitu
cional alemana desde 1789], vol.VII, Ausbau, Schutz und Untergang der Weimarer Repu-
blik [Consolidación, defensa y caída de la república de Weimar], Berlín, Colonia y Magun
cia 1984, p. 1.240 (en adelante citado como Huber, Historia constitucional).
183
Ibid., 16/1/1933.
184
Huber, Historia constitucional, p. 1.239.
185
Esto se desprende de un curriculum vítae redactado y firmado por Otto Meiss
ner, BDC; cf. también: Henry Picker, ed., Hitlers Tischgespráche im Führerhauptquartier
[Conversaciones de sobremesa de Hitler en el cuartel general del Führer], Stuttgart, 1976, p.
82 (en adelante citado como Picker, Conversaciones de sobremesa).
186
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 30/1/1933, p. 355.
760 Goebbels

187
Cf. Escrito de Hammerstein, en Hillgruber, República de Weimar, p. 63 y s.
188
Conde Lutz Schwerin von Krosigk, Es Geschah in Deutschland. Menschenbilder
Unseres Jahrhunderts [Sucedió en Alemania. Perfiles humanos de nuestro s!¿/o],Tubinga y
Stuttgart, 1951, p. 147.
189
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 30/1/1933, p. 355.
190
Ibid.
191
Discurso de Goebbels de octubre de 1938, citado por Der Verführer. Anmerkun-
gen zu Goebbels [El seductor. Observaciones sobre Goebbels], documentación de la ZDF
(Zweites Deutsches Fernsehen [segundo canal de la televisión pública alemana]).
192
Con el título «Das Grosse Wunder» [«El gran milagro»] escribió Goebbels sen
dos editoriales en el Angriff el 24/12/1932 y el 2/2/1933.
193
Texto de esta emisión radiofónica reproducido en Joseph Wulf, Presse und Funk
im Dritten Reich. Eine Dokumentation [Prensa y radio en el Tercer Reich. Una documenta
ción], Frankfurt del Meno y Berlín 1983, p. 284 y ss. (aquí p. 288 y s.) (en adelante
citado como Wulf, Prensa y radio).
194
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,30/1/1933, p. 361 (Kai-
serhof) e Ibid., 31/1/1933, p. 359.
195
Del considerando de la sentencia en el proceso contra Schuckar y cómplices,
archivo regional de Berlín, Rep. 58, n° 30, vol. 4; véase también la extensa informa
ción en el Angriff desde el 31/1/1933 hasta el 6/2/1933.
196
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 31/1/1933, p. 362 y
1/2/1933, p. 362 (Kaiserhof ambos).
197
El 6/2/1933, el embajador alemán Von Dirksen comunicó desde Moscú según
los datos de una «fuente bien informada» que Thálmann había realizado una estancia
de 48 horas en el Kremlin a principios de mes. Se dice que allí recibió instrucciones
de orientar la táctica del KPD del tal manera «que se eviten las provocaciones de las
autoridades y los enfrentamientos armados con ellas»; véase Paul Chartess, Strategie
undTechnik dergeheimen Kriegführung [Estrategia y técnica de la beligerancia secreta], Parte
II: Geheímpolítík und Geheimdíenste ais Faktoren der Zeitgeschichte [Política secreta y servi
cios secretos como factores de la historia contemporánea], vol. A, Berlín 1987, p. 346.
198
Vossische Zeitung del 2/2/1933.
199
Discurso de Hitler ante industriales el 20/2/1933, IMT (International Mili-
tary Tribunal), vol. XXXV, doc. 203-D, p. 42 y ss. (aquí p. 46).
200
Der Angriff del 7/2/1933.
201
Dorpalen, Hindenburg, p. 427 y s.
202
Der Angriffdel 6/2/1933.
203
El discurso de Goebbels con motivo del funeral de Estado por Maikowski y
Zauritz está reproducido en Heiber, Goebbels-Reden [Discursos de Goebbels], vol. 1, p.
64 y ss.; Der Angriff del 6/2/1933.
204
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,3/2/1933, p. 366 (Kai
serhof).
205
Ibid., 4/2/1933, p. 365.
Notas 761

206 gUgen Hadamovsky, Dein Rundfunk [Tu radio], citado por Pohle, Radio, p. 276
ys.
207
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,3/2/1933, p. 365 (Kai-
serhof).
208
Ibid., 24/2/1933, p. 382 (Kaiserhof).
209
Frankfurter Zeitung del 12/2/1933.
210
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 11/2/1933, p. 371.
211
Vossische Zeitung del 2/2/1932.
212
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,6/2/1933, p. 368; Ibid.,
2/2/1933, p. 363.
213
Ibid., 3/2/1933, p. 364; Ibid., 11/2/1933, p. 371.
214
Ibid., 3/2/1933, p. 364.
215
Ibid., 6/2/1933, p. 368; Ibid., 10/2/1933, p. 369; Ibid., 13/2/1933, p. 374.
216
Ibid., 14/2/1933, p. 375.
217
Hermann Góring, Reden und Aufsatze [Discursos y artículos], Munich, 1939, p.
27.
218
Vossische Zeitung del 24/2/1933.
219
Ibid., 26/2/1933.
220
Cf. Martin Broszat, Der Staat Hitlers [El Estado de Hitler], 1 Ia ed., Munich, 1986,
p. 96 y s. (en adelante citado como Broszat, El Estado de Hitler).
221
Diario del Instituto de Historia Contemporánea.vol. 2,21/2/1933, p. 381 (Kai
serhof).
222
Hanfstaengl, 15 años, p. 294 y s.
223
Jfóf.,p.295.
224
Cf. Ernst Hanfstaengl, Hitler-The MissingYears, Londres, 1957,p. 202; allí se dice:
It would not surprise me in the least... that Góring planned the whole thing himselfas a means
qfwresting a piece qf initiative from his hated rival, Goebbels [No me sorprendería en lo
más mínimo... que Góring planeara todo personalmente como medio de arrebatar
un poco de iniciativa a su odiado rival, Goebbels]. Este pasaje se omitió en la versión
alemana del libro (Hanfstaengl, 15Jahre).
225
Vossische Zeitung del 2/3/1933; según esto, a petición de un periódico conser
vador sueco, Góring llegó a anunciar que «en caso necesario» publicaría «las copias
fotográficas» de un «plan revolucionario incautado» en la casa de Liebknecht, lo que
sin embargo no sucedió.
226
Sobre la controversia, al parecer interminable, de si el incendio del Reichstag
fue obra exclusiva del vagabundo holandés Van der Lubbe o bien obra de los nacio
nalsocialistas, cf. sobre todo para la primera posición Fritz Tobías, Der Reichstagsbrand.
Legende und Wirklichkeit [El incendio del Reichstag. Leyenda y realidad], Rastatt ,1962, así
como Janssen Backes, Karl-Heinz/Jesse, Eckhard/Kóhler, Henning/Mommsen, Hans
Fritz Tobias, Reichstagsbrand-Aujkldrung einer historischen Legende [El incendio del Reichs-
tag-Aclaración de una leyenda histórica], Munich, Zurich, 1986; sobre la segunda posi
ción cf. Der Reichstagsbrand. Eine wissenschaftliche Dokumentation [El incendio del Reichs-
762 Goebbels

tag. Una documentación científica], vol. 2, ed. porWalter Hofer,Edouard Calic, Christoph
Graf y Friedrich Zipfel, Munich, Nueva York, Londres, París y Berlín 1978, p. 362 (en
adelante citado como Hofer, Incendio del Reichstag), así como Hofer,Walter/Graf, Chris-
tof, Neue Quellen zum Reichstagsbrand [Nuevasfuentes sobre el incendio del Reichstag], en
Geschíchte in Wissenschaft und Unterricht [Historia en la ciencia y en la enseñanza] 27 (1976),
pp. 65-88; en el diario de Goebbels se encuentra una reveladora entrada fechada el
9/4/1941 (Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, p. 579). Allí se
dice: «Sobre el incendio del Reichstag, él (Hitler) apuesta por Torgler como inicia-
dor. Yo lo descarto. Es demasiado burgués para eso».
227
En las memorias publicadas se acusa a Goebbels en repetidas ocasiones de la
autoría del incendio, sin que se aleguen sin embargo indicios concluyentes. Sólo en
un informe de Hans von Kessel del año 1969, cuya autenticidad se pone en duda,
aparece el nombre del jefe de propaganda del Reich en una relación concreta con el
incendio. Según él, Diels, el jefe de la policía política, comunicó al jefe de grupo de
las SA Detten, amigo del hermano —asesinado en 1934— del informante Hans von
Kessel, que existían informaciones según las cuales un «vagabundo» iba a incendiar el
Reichstag «por orden de Moscú». Luego, el 27 de febrero, alrededor de las seis de la
tarde, Detten sería llamado a la vivienda de Goebbels, donde Diels ya había hecho
acto de presencia. Se afirma que Goebbels dijo en ese encuentro: «Si este crimen nos
puede reportar 8 millones de votos, entonces que ahumen tranquilamente el bun
ker». A Detten, que lideraba un comando especial para la lucha contra los comunis
tas, se le debió de indicar que, en el caso de que se produjera el incendio, no lo extin
guiera, sino que contribuyera a que el Reichstag se quemara por completo; cf. Hofer,
Incendio del Reichstag, vol. 2, p. 362.
228
DerAngriff del 28/2/1933.
229
Der Reichstagsbrandprozess und Georgi Dimitrqff. Dokumente [El proceso por el incen
dio del Reichstag y Georgi Dimitrov. Documentos] , vol. 1, del 27 de febrero hasta el 20 de
septiembre de 1933, Berlín-Este, 1982, aquí nota al documento n° 6, p. 32.
230
Ibid., documento n° 6, p. 24.
231
Vossische Zeitung del 28/2/1933.
232
Rudolf Diels, Lucifer ante portas. Zwischen Severing und Heydrich [Lucifer a las puer
tas. Entre Severing y Heydrich] , Zurich, sin año (1949), p. 194.
233
DerAngriff del 28/2/1933.
234
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,27/2/1933, p. 383 (Kai-
serhof); durante una tertulia de sobremesa en el mediodía del 10/5/1942, Hitler se
acordó de esta ocasión y vio en ella una prueba evidente «de que en situaciones deci
sivas es muy fácil verse en el trance de tener que hacer todo uno mismo», Picker, Con
versaciones de sobremesa, p. 278.
235
DerAngriff del 28/2/1933.
236
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,2/3/1933, p. 385 (Kai-
serhof).
237
Ibid., 4/3/1933, p. 386 (Kaiserhof).
238
Ibid., 31/1/1933, p. 359: «Vamos a ganar de manera aplastante».
Notas 763

239
Es cierto que en las elecciones al ayuntamiento berlinés del 12 de marzo el
NSDAP fue el grupo más fuerte con un 38,5 por ciento. Sin embargo, sólo gracias al
«Frente de lucha negro-blanco-rojo», con un 12,1 por ciento, dispuso de una escasí
sima mayoría de solo un voto. Por tanto, no se podía hablar de una «conquista» de
Berlín.
240
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,5/3/1933, p. 387 (Kai-
serhof).
241
Ian Kershaw, Der Hitler-Mythos, Volksmeinung und Propaganda im Dritten Reich
[El mito de Hitler. Opinión pública y propaganda en el Tercer Reich], Stuttgart, 1980 (en
adelante citado como Kershaw, Mito), p. 25 y ss.
242
Joseph Goebbels, «Die Dummheit der Demokratie» [«La estupidez de la demo
cracia»], en Joseph Goebbels, «Der Angriff». Aufsátze aus der Kampfzeit [«El ataque».
Artículos de la época de lucha], Munich, 1935, p. 61.

Capítulo 9. Vamos a persuadir a la gente hasta que quede a nuestra


merced (1933)

1
En la entrada de su diario correspondiente al 15/2/1933 (Diario del Instituto
de Historia Contemporánea, vol. 2, p. 376) se dice: «Un día caerá la espada de nues
tra ira sobre los malhechores...».
2
Goebbels consideraba al «pueblo» como masa, como «género femenino» que
requería una «mano firme, segura» (Heiber, Goebbels, p. 268). A juicio de Goebbels
habría que suplir una mano «masculina», pues él propagaba las denominadas cualida
des «masculinas», como el instinto creativo, la fuerza, el valor, la resistencia, etc., así
como un Estado nacionalsocialista «masculino» en general (Diario del archivo fede
ral de Coblenza, NL 118/21, entrada del 19/8/1941).
3
A lo largo de todo el diario se extienden observaciones como «¿Qué es ya esta
miserable vida y este montón de mierda llamado hombre?» (Diario del Instituto de
Historia Contemporánea, vol. 2,12/4/1931, p. 47); «Ya he aprendido la resignación,
y un desprecio inmenso por el hombre canalla» (Diario del Instituto de Historia Con
temporánea, vol. 1,14/10/1925, p. 135); «El hombre es un montón de basura» (Dia
rio del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 2/2/1941, p. 488).
4
Decreto sobre la creación del Ministerio del Reich para la Educación Popular
y la Propaganda del 13/3/1933, RGB1 (Reichsgesetzblatt [Boletín legislativo del Reich]),
1933,1, p. 104, archivo federal de Coblenza, R 43 II/1150a.
5
Discurso de Goebbels del 25/3/1933 titulado «Die zukünftige Arbeit und Ges-
taltung des deutschen Rundfunks» [«El futuro trabajo y organización de la radio ale
mana»], en Helmut Heiber, ed. Goebbels-Reden 1932-1939 [Discursos de Goebbels, 1932-
1939], vol. 1, Dusseldorf 1971, p. 82 y ss. (aquí p. 89) (en adelante citado como Heiber,
Discursos de Goebbels).
764 Goebbels

6
Discurso ante la prensa en Berlín el 16/3/1933, en Goebbels, Revolución, p. 135
y ss. (aquí p. 137).
7
Citado por Presse in Fesseln. Eine Schilderung des NS-Pressetrusts [La prensa enca
denada. Una descripción del consorcio periodístico nacionalsocialista].Trabajo en equipo de
la editorial Archiv und Kartei [Archivo y fichero], Berlín, basado en material autén
tico, Berlín 1947, p. 220.
8
Goebbels, Repolución, p. 136.
9
Citado en extracto del acta de la sesión del consejo de ministros del 11/3/1933,
archivo federal de Coblenza, R43 11/1149 hoja 5, reproducido en Zur Geschichte des
Reichsministerium für Volksaufklarung und Propaganda und zur Überlieferung [Sobre la his
toria del Ministerio del Reich para la Educación popular y la Propagada y sobre la transmi
sión], en Reichsministerium flir Volksaufklarung und Propaganda (RMVP) [Minis
terio del Reich para la Educación Popular y la Propagada], elaborado por Wolfram
Werner, Coblenza 1979, p.VI (en adelante citado como Werner, Historia del RMVP).
10
Ibid.
11
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,6/3/1933, p. 388 (Kai-
serhof); más tarde se añadieron los departamentos de «literatura», «defensa», «música»
y «artes plásticas»; más detalles sobre las funciones y la estructura del departamento
de «literatura» en Dietrich Strothmann, Nationalsozialistische Literaturpolitik. Ein Bei-
trag zur Publizistik ím Dritten Reich [Política literaria nacionalsocialista. Una contribución al
periodismo en el Tercer Reich], 2a ed., Bonn 1963, p. 23 y ss.
12
GeorgWilhelm Müller, Das Reichsministerium für Volksaufklarung und Propagan
da [El Ministerio del Reich para la Educación Popular y la Propaganda], Berlín 1940, p. 11.
13
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,22/1/1932, p. 113 (Kai-
serhof); Ibid., 5/8/1932, p. 215 y 9/8/1932, p. 218.
14
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,8/3/1933, p. 389 (Kai-
serhof).
15
Sobre esta divergencia de opiniones véase Werner, Historia del RMVP, p. IX; cf.
también Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 1, p. XIX; Stephan, Goebbels, p. 31.
16
Goebbels, Revolución, p. 137.
17
Observación de Lammers del 9/5/1934 sobre una conferencia con Hitler, archi
vo federal de Coblenza, R43 11/1149.
18
Goebbels, Revolución, p. 137.
19
Ibid., p. 138.
20
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 8/8/1932, p. 219 (Kai-
serhof).
21
Más tarde, Goebbels hizo velar escrupulosamente para que el concepto «pro
paganda» se utilizara sólo en sentido positivo, aunque él mismo no siempre se atenía
a ello. En el año 1937 se publicó una directiva del RMVP según la cual había que
distinguir claramente entre «propaganda» y «agitación» (para la publicidad en la eco
nomía se establecía la palabra Reklame [reclamo]): «Se ruega no abusar de la palabra
"propaganda". En la percepción del nuevo Estado, "propaganda" es por así decir un
Notas 765

concepto protegido legalmente y no se debe utilizar para cosas desfavorables. Así pues,
no hay una "propaganda difamatoria" o una "propaganda bolchevique", sino sólo una
demagogia, una agitación, una campaña difamatoria, etc. En resumen, propaganda sólo
cuando vaya a nuestro favor, demagogia cuando vaya contra nosotros» (archivo federal
de Coblenza, colección Brammer, Zsg. 101/10, p. 61, 28/7/1937, n° 960). Había una
reglamentación lingüística para la prensa, según la cual el concepto «propaganda»
sólo se podía usar en sentido positivo (decreto del RMVP a la RPA [Reichspro-
pagandaamt, oficina de propaganda del Reich] de Nuremberg del 8/11/1940, archi -
vo federal de Coblenza, R 55/1410). En lasVertrauliche Informationen [Informaciones
confidenciales] del 9/2/1942 se decía: «Se recuerda a los periódicos que el concepto
"propaganda" sólo se debe utilizar en sentido positivo, es decir, para la propaganda
que procede de Alemania. Para los afanes de las potencias enemigas se debe seguir
aplicando el concepto "agitación"» (Vertmulkhe Informationen, n° 147/42, 9/2/1942,
p. 3, colección Oberheitmann, ZSg 109/28, archivo federal de Coblenza). El propio
Goebbels, en la época en que escribió Kampfum Berlín [Lucha por Berlín], todavía no
había hecho distinción entre ambos conceptos (véase Goebbels, Kampfum Berlín
[Lucha por Berlín], p. 212: «A menudo se ha calificado nuestra agitación de primitiva
e insustancial»), y tampoco se atenía siempre a esta disposición en sus artículos del
Reich (Kessemeier, Editorialista, p. 281).
22
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 6/3/1933, p. 388 (Kai-
serhof).
23
Ibid., 11/3/1933, p. 390 (Kaiserhof).
24
Ibid., 13/3/1933, p. 392 (Kaiserhof).
25
Ibid., 11/3/1933, p. 390 (Kaiserhof).
26
Gerhard Menz, Der Aufbau des Kulturstandes [La constitución del nivel cultural],
Munich y Berlín, 1938, p. 13 y s.
27
En julio de 1933 se crearon 31 de estas oficinas regionales, que el 9/9/1937
pasaron a ser departamentos del Reich, llamándose desde entonces «oficinas de pro
paganda del Reich». Más tarde hubo en total 41 «oficinas de propaganda del Reich».
28
Messerschmidt, Segunda Guerra Mundial, p. 132.
29
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,18/4/1933, p. 409 (Kai
serhof).
30
Cf. Bramsted, Ernest K.: Goebbels und die nationalsozialistische Propaganda 1925-
1945 [Goebbels y la propaganda nacionalsocialista, Í925-1945], Frankfurt del Meno, 1971,
p. 110 (en adelante citado como Bramsted, Propaganda); Messerschmidt, Segunda Gue
rra Mundial, p. 132.
31
El 1/4/1939, el RMVP tenía 956 empleados, número que se incrementó has
ta las 1.356 personas para el 1/4/1940. El 1/4/1941, tras un continuo proceso de cre
cimiento, el ministerio empleaba a 1902 colaboradores. Este aumento de personal se
reflejó también en el número de departamentos. Si en el año 1935 había 9, hasta 1941
esta cifra alcanzó el nivel máximo de 17. Esto también se hizo notar en el aspecto
espacial. A mediados de los años treinta, se construyó para el RMVP un nuevo edi
ficio de cinco plantas con 500 habitaciones en el terreno de la Mauerstrasse 45-52;
766 Goebbels

más tarde fueron 32 los edificios en Berlín que albergaban departamentos del Minis -
terio de Propaganda (Heiber, Goebbels, p. 138). El presupuesto ordinario subió de los
17 millones de marcos iniciales a casi 100 millones, a los que se sumaban gastos extraor-
dinarios en una cuantía similar, que incluso fue rebasada con mucho durante la gue -
rra; cifras tomadas de: Boelcke, Willi A. (ed.): Kriegspropaganda 1939-Í941. Geheime
Ministerkonferenzen im Reíchspropagandaministeríum [Propaganda bélica, 1939-1941.
Conferencias ministeriales secretas en el Ministerio de Propaganda del Reich], Stutt-
gart 1966, p. 121 y s. y 138 (en adelante citado como Boelcke, Conferencias ministeria-
les).
32
Georg Wilhelm Müller, Das Reichsministeriumfür Volksaufkldrung una Propagan
da [El Ministerio del Reich para la Educación popular y la Propaganda], Berlín 1940, p. 10.
33
Declaración de Hans Fritzsche en Nuremberg, IMT, vol. XVII, p. 210.
34
Declaración de Walther Funk en Nuremberg, IMT, vol. XIII, p. 106.
35
Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 60.
36
Véase Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 12/7/1933, p.
445.
37
Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 139.
38
«Reichsminister doctor Goebbels über die Aufgaben der Presse» [«Ministro del
Reich doctor Goebbels sobre las funciones de la prensa»], en Zeitungs-Verlag del
18/3/1933, reproducido en Joseph Wulf, Presse und Funk im Dritten Reich. Eine Doku-
mentation {Prensa y radio en el Tercer Reich. Una documentación], Frankfurt del Meno y
Berlín, 1983, p. 64 y s. (en adelante citado como Wulf, Prensa y radió).
39
Goebbels durante la recepción de la asociación berlinesa de prensa extranjera
en el RMVP el 6/4/1933, citado por Europdischer Geschichtskalender [Calendario his
tórico europeo] de Schulthess, 1932, p. 85 y ss.; véase también Hans-Dieter Müller, «Por-
trait einer Deutschen Wbchenzeitung» [«Retrato de un semanario alemán»], en Fac
símile Querschnitt. Das Reich [Muestra representativa de facsímiles. El Reich], Berna y
Munich, sin fecha, p. 7 y ss. (aquí p. 9).
40
Citado por Stephan, Goebbels, p. 156 y s.
41
N. de laT. En alemán dice «el buen Miguel» {der brave Michel), prototipo alemán
del hombre honrado. La expresión tiene su origen en que San Miguel se considera
ba el patrón particular de los alemanes.
42
Citado por Wulf, Prensa y radio, p. 6.
43
Margret Boveri, Wir lügen alie. Eine Hauptstadtzeitung unter Hitler [Todos menti
mos. Un periódico de la capital en tiempos de Hitler] , Friburgo de Brisgovia, 1965, p. 547
(en adelante citado como Boveri, Todos mentimos); para detalles sobre Berndt véase
Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 75 y ss. (aquí p. 76); sobre su actividad como comi
sario especial del jefe de prensa del Reich, Dietrich, véase también curriculum vítae
deAlfred Ingemar Berndt del 19/10/1936, BDC.
44
Éstas son las opiniones de Wilfred von Oven, más tarde jefe de prensa personal
de Goebbels, y de Werner Stephan, colaborador del departamento de prensa del gobier
no del Reich, integrado en el RMVP, véase Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 75.
Notas 767

45
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,15/2/1933, p. 376 (Kai-
serhof).
46
Ibid.
47
Wulf, Prensa y radio, p. 27 y ss. (aquí p. 31); entre 1932 y 1934, el número de
periódicos descendió de 4.700 a 3.100 (Heiber, Goebbels,p. 160).
48
Wulf, Prensa y radio, p. 31 y s.
49
En repetidas ocasiones se encuentran comentarios al respecto en el diario de
Goebbels: «Hay que acabar con el Frankfurter Zeitung. Este periódico de mierda ya no
sirve para nada» (Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,22/10/1936,
p. 703); para detalles sobre este tema véase Günther Gillessen, Auf verlorenem Posten.
Die Frankfurter Zeitung im Dritten Reich [Una causa perdida . El Frankfurter Zeitung en el
Tercer Reich] , Berlín, 1986.
50
Véase informe de Fritz Sanger, colaborador durante muchos años de la redac
ción berlinesa del Frankfurter Zeitung hasta su prohibición el 31/8/1943, del 28/7/1963,
reproducido en Wulf, Prensa y radio, p. 81 y ss.
51
Aiá., p. 81.
52
Ibid., p. 83.
53
Declaración de Moritz von Schirmeister en Nuremberg, IMT, vol. XVII, p. 263.
54
Eberhard Aleff, Das Dritte Reich [El Tercer Reich], Hannover, 1970, p. 103 (en
adelante citado como Aleff, Tercer Reich).
55
Karl-Dietrich Abel, Presselenkung im NS-Staat. Eine Studie zur Geschichte der Publi-
zistik in der nationalsozialistischen Zeit [Dirigismo en la prensa en el Estado nacionalsocia
lista. Un estudio sobre la historia del periodismo en la época nacionalsocialista], Berlín, 1968,
p. 5 y s. (aquí p. 6) (en adelante citado como Abel, Dirigismo en la prensa); la capacidad
para ello se la ofrecía su cargo de presidente de la Cámara de prensa del Reich, pues
como tal podía excluir de la cámara a los editores que no poseyeran la «Habilidad y
la idoneidad necesarias» para el ejercicio de su profesión en el sentido nacionalsocia
lista (§§ 4 y 10 del Primer Reglamento de Aplicación de la ley de la RKK [Reichs-
kulturkammer, Cámara de cultura del Reich] del 1/11/1933, RGB1,1933,1, p. 797).
56
IMT, vol. XVII, p. 265.
57
Stephan, Goebbels, p. 157.
58
Goebbels, Revolución, p. 144.
59
Stephan, Goebbels, p. 157; en la presentación de Hadamovsky como director de
la sociedad radiofónica del Reich, Goebbels calificó la radio como «el instrumento
más poderoso para influir sobre el pueblo» (Der Angriff del 14/7/1933).
60
Cf.Ansgar Diller, Rundfunkpolitik im Dritten Reich [Pol ítica radiofónica en el Tercer
Reich], Munich, 1980.
61
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 1/3/1933, p. 384 y s.
(Kaiserhof).
62
Film-Kurier [Correo cinematográfico] del 8/7/1933, citado por Wulf, Prensa y radio,
p.301.
768 Goebbels

63
Para una información detallada sobre Hadamovsky véase Boelcke, Conferencias
ministeriales, p. 80 y ss. y 89.
64
Kólnische Zeitung [Periódico de Colonia] del 16/3/1933, citado porWulf, Prensa
y radio, p. 300.
65
Badischer Beobachter [Observador de Badén] del 23/3/1933, citado porWulf, Pren
sa y radio, p. 300 y s.
66
Discurso de Goebbels titulado «Die Zukünftige Arbeit und Gestaltung des
Deutschen Rundfunks» [«El futuro trabajo y organización de la radio alemana»], en
Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 1, p. 82 y ss. (aquí p. 87 y 89).
67
Ibid., p. 106.
68
Goebbels en su discurso inaugural de la 19 a exposición sobre la radio el
16/8/1935, en Hannoverscher Anzeiger [Notic iero de Hannover] del 17/8/1935.
69
Comunicaciones de la RRG [Reichs-Rundfunk-Gesellschaft, Sociedad Radio
fónica del Reich], n° 364 del 9/6/1933, hoja 1; en el año 1937, el proceso de unifi
cación ideológica de la radio fue coronado con el nombramiento de un «director del
Reich para la Gran Radio Alemana» (Boelcke, Conferencia ministerial, p. 89).
70
Eugen Hadamovsky, Deín Rundfunk [Tu radio], citado por Pohle, Rundfunk [Radio],
p.276.
71
«Considero inadmisible que un acontecimiento nacional, como por ejemplo la
inauguración del nuevo Reichstag o (...) el desfile de un regimiento de Potsdam ante
el señor presidente del Reich, sólo se desarrolle ante 10.000 o 15.000 personas. Eso
está pasado de moda. Un gobierno que permite eso no tiene que sorprenderse si,
aparte de esas 15.000 personas, nadie más tiene interés en un acontecimiento nacio
nal de ese tipo. Por el contrario,yo considero necesario que toda la nación (...) par
ticipe directamente y preste oído a esos eventos», en Goebbels, Revolución, p. 143 y s.
72
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 17/3/1933, p. 394
(Kaiserhof).
73
Hanfstaengl, 15 años, p. 298.
74
Ibid.
75
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,22/3/1933, p. 395 (Kai
serhof).
76
/fó¿., p. 396.
77
Berliner Bórsenzeitung [Periódico financiero berlinés] del 22/3/1933.
78
Max Domaras, Hitler - Reden und Proklamationen 1932-1945 [Hitler - Discursos
Y proclamaciones, 1932-1945], vol. I: Triumph [Triunfo], vol. II: Untergang [Hundimiento],
Wurtzburgo, 1963 (aquí vol. I, p. 241) (en adelante citado como Domarus, Discursos).
79
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,24/3/1933, p. 397 (Kai
serhof).
80
DerAngriff del 18/5/1934.
81
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 30/8/1938, p. 522.
82
Ibid., vol. 2,9/8/1933, p. 456: «Los barones de la radio, a Oranienburg por orden
mía. Ahora gimotean en cartas y telegramas y sufren crisis nerviosas. Esto es muy pro-
Notas 769

pió de estas cobardes personas de altos ingresos»; Hans Bredow, el inventor y «padre»
de la radio alemana, comisario de la radio del Reich y presidente de la junta directiva
de la sociedad radiofónica del Reich, que había renunciado a su cargo en el Ministerio
del Interior del Reich inmediatamente después de la subida al poder de Hitler, se
salvó, sufriendo sólo una prohibición de actividad. Véase Diario del Instituto de
Historia Contemporánea, vol. 2, entradas del 10/8/1933, p. 456 y del 12/8/1933, p.
457.
83
Rudolf Diels, Lucifer ante Portas... es Spricht der erste Chefder Gestapo... [Lucifer
a las puertas,... habla el primer jefe de la Gestapo], Stuttgart, 1950, p. 304.
84
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,27/3/1933, p. 398 (Kai-
serhof).
85
lbid., 26/3/1933, p. 398 (Kaiserhof).
86
Domarus, Discursos, vol. II, p. 1.030.
87
Lista de miembros de la «comisión central», véase IMT, vol. III, p. 586 (lista com
pleta, véase doc. 2156-PS, IMT, vol. XXIX, p. 268 y s.).
88
El punto 7 de la proclama de boicot emitida por la presidencia del partido el
28/3/1933 decía: «Por principio hay que subrayar siempre que se trata de una medi
da defensiva que nos hemos visto obligados a tomar», citado por Domarus, Discursos,
vol. I, p. 250.
89
Alá., p. 251.
90
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,28/3/1933, p. 399 (Kai
serhof).
91
Domarus, Discursos, vol. I, p. 251.
92
Goebbels, Revolución, p. 158.
93
Informe del cónsul general americano en Leipzig del 5/4/1933 (doc. 2709-
PS), IMT, vol. III, p. 586.
94
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,1/4/1933, p. 400 (Kai
serhof).
95
lbid., 28/4/1933, p. 413 (Kaiserhof).
96
Albert Speer, Erinnerungen [Memorias], Frankfurt del Meno,Viena y Berlín, 1969,
p. 40 (en adelante citado como Speer, Memorias).
97
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,25/4/1933, p. 411 (Kai
serhof).
98
Véanse las ediciones del Rheydter Zeitung del 22,23 y 25/4/1933, archivo muni-
cipal de Mónchengladbach.
99
Rheydter Zeitung del 25/4/1933, archivo municipal de Mónchengladbach.
100
lbid.
101
Después de que el 1/8/1933, por la intervención de Goebbels, Rheydt vol
viera a ser autónoma e independiente de Gladbach (Volksparole. Rheydter Nachrichten
[Consigna popular. Noticias de Rheydt] del 17/10/1934), el nuevo ayuntamiento le con
cedió a Goebbels el título de hijo predilecto de la ciudad de Rheydt por resolución
de los concejales del 16/10/1934, decisión que se revocó en la sesión de la comisión
de delegados de la ciudad de Rheydt el 14/6/1945 (archivo municipal de Món-
770 Goebbels

chengladbach, sesiones de la comisión de delegados, marzo-diciembre de 1945, Sign.


256/194, depósito-n° 2878).
102
Rheydter Zeitung del 25/4/1933.
103
André Francois-Poncet, Botschafter in Berlín. 1931-1938 [Embajador en Berlín.
1931-1938], Berlín y Maguncia, 1962, p. 129 (en adelante citado como Francois-Pon
cet, Embajador).
104
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,1/5/1933, p. 415 (Kai-
serhof).
105
Sobre la quema de libros y el papel que Goebbels desempeñó en ella, véase
Gerhard Sauder, «Der Germanist Goebbels ais Redner bei der Berliner Bücherver-
brennung» [«El germanista Goebbels como orador en la quema de libros de Berlín»],
en Horst Denkler/Eberhard Lammert, eds., Das war ein Vorspiel nur... [Eso sólo fue un
preludio...], coloquio en Berlín sobre la política literaria en el «Tercer Reich», serie
de escritos de laAkademie der Künste [Academia de las Artes], vol. 15, Berlín 1985,
p. 56 y ss.
106
Golo Mann en una conversación con Pierre Bertaux y Brigitte Bermann-Fis-
cher, Navidades de 1982, reproducido en Haarmann/Huder/Siebenhaar, eds., «Das
war ein Vorspiel nur». Bücherverbrennung Deutschland 1933. Voraussetzungen und Folgen
[«Eso sólo fue un preludio». Quema de libros en Alemania, 1933. Condicionantes y conse
cuencias], Berlín y Viena, 1983, p. 228 y ss. (aquí p. 230).
107
Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 1, p. 108 y ss. (aquí p. 108).
108
Ibid.,p. 111.
109
Golo Mann en una conversación con Pierre Bertaux y Brigitte Bermann-Fis-
cher, Navidades de 1982, op. cit., p. 228 y ss. (aquí p. 230).
110
Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 1, p. 109 y s.
111
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 15/5/1933, p. 420.
112
Magda Goebbels, Die deutsche Mutter. Rede zum Muttertag gehalten im Rundfunk
am 14.5.1933 [La madre alemana. Discurso con motivo del día de la madre, pronunciado en
la radio el 14/5/1933], Heilbronn, 1933, p. 18 y s.
113
Diario del archivo federal de Coblenza, NL 118/21, entrada del 19/8/1941.
114
Klaus-Jórg Ruhl, Brauner Alltag. 1933-1939 in Deutschland [La cotidianidad par
da. 1933-1939 en Alemania], Dusseldorf, 1981, p. 73 (en adelante citado como Ruhl,
Cotidianidad parda); véase además discurso inaugural de Goebbels con motivo de la
exposición «Die Frau» [«La mujer»] el 18/3/1933 en Berlín, reproducido en Joseph
Goebbels, Sígnale der neuen Zeit. 25 ausgewáhlte Reden [Señales del nuevo tiempo. Selec
ción de 25 discursos], Munich, 1937, p. 118 y ss. (en adelante citado como Goebbels,
Señales).
115
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 17/7/1933, p. 447.
116
Ibid., 4/6/1933, p. 425.
117
Ibid.
118
Ibid., p. 427.
119
Ibid., 8/7/1933, p. 443.
^RGBL, 1933 I, p. 104.
Notas 771

121
Véase Volker Dahm, Anfdnge und Ideologie der Reichskulturkammer [Comienzos e
ideología de la Cámara de Cultura del Reich], en VfZG, año 34/1986, p. 53 y ss. (aquí
p. 60) (en adelante citado como Dahm, Comienzos).
122
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,19/4/1933, p. 409 (Kai-
serhof).
123
RGBl.,1933,I,p.449.
124
Cf. una nota, probablemente procedente de Goebbels, sobre la necesidad de
crear un «comisariado del Reich para la educación popular y la propaganda» (archi
vo federal de Coblenza, R 43 11/1149, hojas 49-53), en la que se reclamaban com
petencias que excedían las del decreto del 30/6/1933.
125
Reproducido en extracto en Joseph Wulf, Die Bildenden Künste im Dritten Reich.
Eine Dokumentation [Las artes plásticas en el Tercer Reich. Una documentación], Gütersloh,
1963, p. 99 y s. (en adelante citado como Wulf, Artes plásticas).
126
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,11/5/1933, p. 418 y s.
127
Escrito al respecto en ADAP [Akten zur deutschen Auswa'rtigen Politik, actas
de la política exterior alemana], serie C I, vol. 2, doc. 261.
128
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 25/5/1933, p. 424;
sobre esta controversia véase también peter Longerich, Propagandisten im Krieg. Die
Presseabteilung des Auswa'rtigen Amtes unter Ribbentrop [Propagandistas en la guerra. El depar
tamento de prensa del Ministerio de Exteriores bajo el mandato de Ribbentrop], Munich,
1987, p. 126 y s. (en adelante citado como Longerich, Propagandistas).
129
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 11/4/1933, p. 406.
130
Ibid., 25/5/1933, p. 424.
131
A su ámbito de competencias pertenecía también el Teatro Alemán de Wies-
baden, así como más tarde el Teatro del Reich deViena, el Teatro Metropolitano y el
Admiralspalast [Palacio del Almirante] de Berlín.
132
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,7/8/1933, p. 455, véan
se también las entradas del 9/7/1933, p. 444,23/8/1933, p. 460,29/8/1933, p. 462 y
31/8/1933, p. 462.
133
Ibid., 25/6/1933, p. 438.
134
Ibid., 23/8/1933, p. 460.
135
Ibid.
136
Escrito de Góring al ministro del Interior del Reich, al ministro de Comuni
caciones del Reich, al consejero del Interior prusiano, al consejero prusiano de Cien
cia, Arte y Educación Popular, así como a los gobiernos regionales de Baviera, Sajo-
nia, Wurtemberg, Badén, Turingia, Hesse y Hamburgo del 12/6/1933, reproducido
en extracto en Wulf, Prensa y radio, p. 289 y ss. (aquí p. 292).
137
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 17/6/1933, p. 435.
138
Ibid., 20/6/1933, p. 436.
139
Ibid., 17/6/1933, p. 435.
140
Ibid., 19/8/1933, p. 459.
141
Ibid., 2/9/1933, p. 463.
772 Goebbels

142
Ibid., 17/6/1933, p. 435.
143
Ibid., 19/7/1933, p. 448.
144
Ibid., 29/6/1933, p. 440: «El jefe es muy bueno conmigo. Recibo el domicilio
oficial de Hugenberg».
145
El borrador de un escrito del ministro de Alimentación del Reich, Darré, a
Hitler, que no fue enviado, probablemente por las escasas posibilidades de éxito de la
empresa, se encuentra en el BDC; Speer (Memorias, p. 40) comunica al respecto que
la adquisición de la vivienda por parte de Goebbels no se hizo «sin cierto uso de la
fuerza».
146
Borrador de un escrito de Darré a Hitler, BDC.
147
Speer, Memorias, p. 40.
148
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 1/7/1933, p. 441.
149
Ibid., 27/12/1933, p. 468.
150
Ibid., 16/7/1933, p. 447.
151
Speer, Memorias, p. 40 y s.
152
Ibid., vol. 2, 20/7/1933, p. 448.
153
Ibid., 21/7/1933, p. 449.
154
Ibid., 22/7/1933, p. 449.
155
Ibid. y 23/7/1933, p. 450.
156
Cf. Dahm, Comienzos, p. 61 y ss.
157
/W.,p.62.
158
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 7/7/1933, p. 443.
159
Ibid., 11/7/1933, p. 445.
160
DerAngriff del 11/7/1933.
161
Dahm, Comienzos, p. 62.
162
Escrito del RMVP a la cancillería del Reich del 13/7/1933, archivo federal
de Coblenza, actas de la cancillería del Reich, R 4311/1244.
163
Ibid.
164
«Ideas básicas para la creación de una Cámara de Cultura del Reich» (julio de
1933), archivo federal de Coblenza, R 4311/1241.
165
Véase Dahm, Comienzos, p. 62.
166
Discurso de Goebbels «sobre la estructura corporativa de las profesiones cul
turales», en el congreso de la Cámara de Cultura del Reich el 7/2/1934, texto de la
Agencia Alemana de Noticias (Deutsches Nachrichtenbüro,DNB), n° 288 del 28/2/1934,
archivo federal R 4311/1241, hoja 18 y s.
167
Dahm, Comienzos, p. 56.
168
Hildegard Brenner, Die Kunstpolitik des Nationalsozialismus [La política artística
del nacionalsocialismo], Reinbek y Hamburgo, 1963, p. 56 (en adelante citado como
Brenner, Política artística).
169
«Ideas básicas para la creación de una Cámara de Cultura del Reich» (julio de
1933), archivo federal de Coblenza, R 4311/1241.
170
Ibid.
Notas 773

171
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 25/8/1933, p. 461.
172
Dahm, Comienzos, p. 66.
173
Ibid., p. 83.
174
Cf.Werner, Kurt/Biernat, Karl Heinz, Die Kópenicker Blutwoche 1933 [La sema
na sangrienta de Kopenick, 1933], Berrín Este, 1960.
175
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 1/9/1933, p. 463.
176
De la declaración secreta de Goebbels el 5/4/1940 ante representantes invita
dos de la prensa alemana, reproducido en extracto en Hans-Adolf Jacobsen, 1939-
1945. Der Zweite Weltkrieg in Chronik und Dokumenten [1939-1945. La Segunda Gue
rra Mundial en crónica y documentos], Darmstadt, 1959, p. 180 y s. (en adelante citado
como Jacobsen, Guerra mundial).
177
Joseph Goebbels, «Deutschlands Kampf um Friede und Gleichberechtigung»
[«La lucha de Alemania por la paz y la igualdad de derechos»], discurso sobre políti
ca exterior en el palacio de deportes berlinés el 20/10/1933, en Goebbels, Señales, p.
250 y ss. (aquí p. 271).
178
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 25/9/1933, p. 465.
179
Leónidas E. Hill, ed., Die Weizsácker-Papiere 1933-1950 [Los papeles de Weizsác-
ker, 1933-1950], Frankfurt del Meno,Berlín yViena, 1974, aquí entrada del 1/10/1933,
p. 76 (en adelante citado como Hill, Papeles de Weizsacker).
180
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 25/9/1933, p. 465.
181
Paul Schmidt, Statist auf diplomatischer Bühne 1923-1945. Erlebnisse des Chef-
dolmetschers im Auswdrtigen Amt mit den Staatsmdnnern Europas [Figurante en la escena
diplomática, 1923-1945. Experiencias del intérprete jefe del Ministerio de Exteriores con los
hombres de Estado de Europa], Bonn, 1953, p. 283 (en adelante citado comoSchmidt,
Figurante).
182
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 25/9/1933, p. 465.
183
Schmidt, Figurante, p. 283.
184
Ibid.; el diplomático alemán Ulrich von Hassell informa en su diario (Die Has-
sell-1agebücher,Aufzeichnungen vomAndern Deutschland [El diario de Hassell, anotaciones
de la otra Alemania], editado por el barón Friedrich Hiller von Gaertringen, Berlín
1988, entrada del 12/6/1944, p. 431 y s.; en adelante citado como diario de Hassell)
sobre una conferencia que Goebbels pronunció el 8/6/1944 delante de un selecto
círculo de altos funcionarios, líderes económicos, etc.; «se adaptó magníficamente al
alto nivel "burgués": un elegante traje gris sin insignias, un lenguaje no patético diri
gido confidencialmente a knowing men. (...) Ejerció sobre la mayoría una rotunda
impresión como "gran intelectual"».
185
Hill, Papeles de Weizsacker, entrada del 1/10/1933, p. 76.
186
Ibid., entrada del 6/10/1933, p. 76.
187
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 28/9/1933, p. 467.
188
Ibid.,2 7/9/1933, p. 466.
189
Reproducido en Goebbels, Señales, p. 233 y ss.
190
Véase Messerschmidt, Segunda Guerra Mundial,^. 135 y ss.
774 Goebbels

191
Goebbels, Señales, p. 243 y s.
192
Ibid., p. 246.
193
Ibid.,p. 236.
194
Éste es el título de la colección de 25 discursos goebbelianos de 1933/34 publi
cados en 1934 en la editorial Eher de Munich, perteneciente al NSDAP.
195
Schmidt, Figurante, p. 284 y s.
196
JW.,p.285.
197
The Times del 29/9/1933.
198
Citado por Heiber, Goebbels, p. 246.
199
Boveri, Todos mentimos, p. 162; cf. también Schmidt, Figurante, p. 285: escribe
que Goebbels abordó «con magistral dialéctica (...) las preguntas más delicadas» y fue
hábil a la hora de «quitar importancia a las observaciones de los periodistas extranje
ros, a menudo muy agudas».
200
Schmidt, Figurante, p. 286.
201
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 25/9/1933, p. 465.
202
Documents Diplomatiques Francais 1932-1939 [Documentos diplomáticos
franceses, 1932-1939], serie primera (1932-1935), tomo IV, 16 de julio-12 de noviem
bre de 1933, París 1968, doc. 259, M. Paul-Boncour, ministro de Asuntos Exteriores,
a M. Daladier, presidente del Consejo, ministro de Guerra, Ginebra, 29 de septiem
bre de 1933, p. 443 y ss. (aquí p. 444).
203
Schmidt, Figurante, p. 289.
204
Ibid.
205
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 27/9/1933, p. 466.
206
Ibid.
207
Ibid., 21/9/1933, p. 464; esta entrada, a juzgar por su contenido, está mal orde
nada; la fecha correcta es 29/9/1933, cf. acta del discurso de Paul-Boncour del
29/9/1933, en Documents Diplomatiques Francais 1932-1939, serie primera (1932-
1935), tomo IV, 16 de julio-12 de noviembre de 1933, París 1968, doc. 259, p. 443
yss.
208
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 27/9/1933, p. 466.
209
Domarus, Discursos, vol. I, p. 306 y s. (aquí p. 306); cf. también: Messerschmidt,
Segunda Guerra Mundial, p. 136.
210
Goebbels, Señales, p. 250 y ss. (aquí p. 270 y p. 269).
211
Hermann Rauschning, Gesprdche mit Hitler [Conversaciones con Hií/er],Viena
1973, p. 103 (sobre las reservas respecto a esta fuente véase Der Spiegel, n° 37/1985,
p. 92 yss.).
212
Goebbels en una entrevista con la Agencia Telegráfica Wolff (WolfFsches Tele-
graphen-Büro) del 8/11/1933 sobre el sentido de estas elecciones parlamentarias,
reproducido en Ursachen und Folgen. Vom Deutschen Zusammenbruch 1918 und 1945
bis zur Staatlichen Neuordnung in der Gegenwart [Causas y consecuencias. Del descalabro ale
mán en 1918 y 1945 a la reestructuración estatal en la actualidad], ed. por Herbert Michae-
Notas 775

lis y Ernst Schraepler, Berlín 1958 y ss., aquí vol. X, doc. 2330, p. 51 y ss. (aquí p. 52)
(en adelant e citado como Causas y consecuencias).
213
Ibid.
214
Aunque Torgler fue absuelto, estuvo hasta mediados de 1935 en arresto pre
ventivo, durante el cual escribió un libro contra el comunismo con su antigua cola
boradora María Reese (Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,
23/8/1935, p. 506), por el que Hitler se interesó mucho (Ibid., 21/8/1935, p. 505),
pero que no obtuvo permiso para ser publicado (Ibid., 2/12/1936, p. 742).Torgler
recibió después de Hitler 800 marcos de sueldo mensual por trabajos científicos, con
la condición de que no los hiciera públicos (Ibid., vol. 3,25/1/1937, p. 21; 26/1/1937,
p.22).
215
El aparato agitador-propagandístico del propagandista jefe del KPD,Willi Mün-
zenberg, huido a Francia, elaboró «documentaciones» («Braunbücher» [«Libros par
dos»]) que contenían supuestas declaraciones de testigos, órdenes reservadas sacadas
clandestinamente de Alemania y memorandos confidenciales de funcionarios nacio
nalsocialistas. El material, y aún más la argumentación de los «Libros Pardos», parecía
tan plausible que prácticamente todos los adversarios de los nacionalsocialistas esta
ban convencidos de su culpabilidad.
216
La exposición sigue, cuando no se indica de otra forma, el acta de la toma de
declaración de Goebbels, así como los correspondientes informes acerca del proceso
en el Vossische Zeitung del 9/11/1933.
217
Observaciones del proceso por parte de Hedemann, archivo federal de Coblen-
za, Kl. Erw./433, p. 173.
218
Ibid., p. 179.
219
«Die deutsche Kultur vor neuen Aufgaben» [«La cultura alemana ante nuevas
misiones»], en Goebbels, Señales, p. 323 y ss. (también p. 336).
220
Discurso de Goebbels «sobre la estructura corporativa de las profesiones cul
turales», en el congreso de la Cámara de Cultura del Reich el 7/2/1934, texto de la
Agencia Alemana de Noticias (Deutsches Nachrichtenbüro, DNB), n° 288 del
28/2/1934, archivo federal R 4311/1241, hoja 18 y s.
221
Véase Dahm, Comienzos, p. 55 y ss.
222
Véase Hildegard Brenner, Die Kunstpolitik des Nationalsozialismus [La política
artística del nacionalsocialismo], Hamburgo, 1963, p. 56 (en adelante citado como Bren
ner, Política artística).
223
N. de la T. En alemán Goebbels utiliza una palabra muy expresiva, Gesinnungs-
riecherei, que viene a significar algo así como «olfateo de las tendencias u orientacio
nes» (políticas) de los artistas.
224
Goebbels, Señales, p. 332 y ss.
225
Ernst Piper, Nationalsozialistische Kunstpolitik. Ernst Barlach und die «entartete
Kunst». Eine Dokumentation [Política artística nacionalsocialista. Ernst Barlach y el «arte
degenerado». Una documentación], Munich, 1987, p. 15 (en adelante citado como Piper,
Política artística nacionalsocialista).
776 Goebbels

226
Citado por Reinhard Bollmus, DasAmt Rosenberg und seine Gegner. Studien zum
Machtkampfim Nationalsozialistischen Herrschaftssystem [El departamento de Rosenberg y
sus rivales. Estudios sobre la lucha de poder en el sistema de dominio nacionalsocialista], Stutt-
gart 1970, p. 52 y s. (en adelante citado como Bollmus, Departamento de Rosenberg).
227
Speer, Memorias, p. 139.
228
Christian Zentner, Der Nürnberger Prozess. Dokumentation-Bilder-Zeittafel [El
proceso de Nuremberg. Documentación, imágenes, cuadro cronológico], Munich y Zurich,
1984, p. 70.
229
N. de la T. Thingstatte era el lugar donde los germanos celebraban el Thing o
consejo abierto, en el que se trataban las cuestiones judiciales de una tribu. Así, los
nacionalsocialistas dieron el nombre de Thingstatte a un teatro de piedra que cons
truyeron en el monte Heiligenberg de Heidelberg.
230
Piper, Política artística nacionalsocialista, p. 14.
231
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 13/4/1937, p. 109.
232
Volkischer Beobachter del 14/11/1925; véase capítulo 4, p. 96; Bollmus, Depar
tamento de Rosenberg, p. 45 y p. 265, nota 101; diario del Instituto de Historia Con
temporánea, vol. 1,14/11/1925, p. 143.
233
Volkischer Beobachter del 7/7/1933.
234
Bollmus, Departamento de Rosenberg, p. 45 y s.
235
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 16/5/1933, p. 420.
236
Dahm, Comienzos, p. 57.
237
Ibid., p.71.
238
Véase la máxima de Hitler durante el mitin de los «líderes políticos» en el con-
greso del partido celebrado en Nuremberg en 1934: «El Estado no nos ordena a no -
sotros, sino que nosotros ordenamos al Estado. El Estado no nos ha creado, sino que
nosotros nos hemos creado nuestro Estado», citado por Bollmus, Departamento de
Rosenberg, p. 265, nota 94.
239
Bollmus, Departamento de Rosenberg, p. 45 y p. 53.
240
Ibid., p. 52.
241
Goebbels en el palacio de deportes el 7/11/1933, en Goebbels, Señales, p. 278
y ss. (aquí p. 301).
242
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 2/1/1934, p. 469.
243
Domarus, Discursos, vol. I, p. 339.

Capítulo 10. El camino a nuestra libertad pasa por crisis y peligros


(1934-1936)

1
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 2/3/1935, p. 483.
2
Ibid., 15/8/1933, p. 458.
3
Ibid., 25/3/1934, p. 471 y 31/3/1934, p. 471.
4
Ibid., vol. 3,25/1/1937, p. 22.
Notas 777

5
Ibid., vol. 2,15/10/1935, p. 527.
6
Goebbels el 28/3/1933 en el Hotel Kaiserhof ante cineastas, citado por Gerd
Albrecht, Nationalsozialistische Filmpolitik. Eine soziologische Untersuchung über die Spiel-
filme des Dritten Reiches [La política cinematográfica nacionalsocialista. Una investigación socio
lógica sobre los largometrajes del Tercer Reich], Stuttgart, 1969, p. 439 y ss. (aquí p. 439) (en
adelante citado como Albrecht, Política cinematográfica).
7
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,15/1/1936, p. 564: «Amé
rica... Un país sin cultura. Pero saben hacer algunas cosas y se dedican a ellas con
empeño: la técnica, por ejemplo, y el cine.Tienen un profundo desinterés por Euro
pa. Cuentan con 12 millones de negros y 7 millones de judíos. Claro está que no
entienden nuestras leyes raciales. Tampoco les hace falta. Que se dediquen a hacer
películas y a construir máquinas».
8
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,26/7/1933, p. 451 y vol.
3,30/1/1939, p. 565.
9
Ibid., vol. 2,12/6/1933, p. 432.
10
Véase la nota de acta del 19/8/1942, reproducida enWulf, Theater und Film [Tea-
tro y cine],p. 354 y s.
11
Géza von Cziffra, Es war eine Rauschende Ballnacht. Eine Sittengeschichte des Deuts-
chen Films [Fue una grandiosa noche de baile. Una historia de las costumbres del cine alemán],
Frankfurt del Meno y Berlín, 1987, p. 141 y s.
12
Sobre las funciones y la estructura del departamento de teatro del Reich v éa
se Wulf, Teatro y cine (p. 56 y s.).
13
Diario del Instituto de Historia Contempor ánea, vol. 2, 13/10/1935, p. 526.
14
Cf. Cinzia Romani, Die Filmdivas des Dritten Reiches [Las divas del cine del Tercer
Reich], Munich, 1982, p. 19 (en adelante citado como Romani, Divas del cine).
15
Goebbels el 28/3/1933 ante representantes del cine en el Hotel Kaiserhof, cita
do por Albrecht, Política cinematográfica, p. 439.
16
Diario del Instituto de Historia Contempor ánea, vol. 3, 22/12/1937, p. 378.
17
Ibid., vol. 4,15/10/1940, p. 365.
18
Hermann Rauschning, Gesprdche mit Hitler [Conversaciones con Híí/er],Viena,
1973, p. 143 y s.
19
Diario del Instituto de Historia Contempor ánea, vol. 2, 21/5/1934, p. 472.
20
Causas y consecuencias, vol. X, doc. 2375a, p. 157 y ss.
21
Ibid., p. 161.
22
Ibid.,
23
Ibid., p. 162.
24
Ibid., p. 159.
25
Das PolitischeTagebuchAlfred Rosenbergs aus denjahren 1934/35 und 1939/40 [El
diario político de Alfred Rosenberg de los años 1934/35 y 1939/40], editado por Hans-
Günther Seraphim, Gotinga, 1956, aquí entrada del 22/5/1934, p. 24 (en adelante
citado como diario de Rosenberg).
778 Goebbeh

26
El tema de su conferencia en la asociación cultural polaca fue: «Das national-
sozialistische Deutschland ais Faktor des Europáischen Friedens» [«La Alemania nacio
nalsocialista como factor de la paz europea»].
27
Vólkischer Beobachter del 19/6/1934.
28
Ibid.
29
Deutsche Allgemeine Zeitung del 22/6/1934, véase también Angriff del 22/6/1934
y Vólkischer Beobachter del 23/6/1934.'
30
Franz von Papen, Der Wahrheit eine Gasse [Una senda a la verdad] , Munich, 1952,
p. 349.
31
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 29/6/1934, p. 472.
32
Que Goebbels debió de sorprenderse mucho se infiere sobre todo de su entra
da en el diario del 29/6/1934, donde escribe dos veces acerca de la «reacción», que
está «detrás de todo» y contra la que hay que actuar.
33
Sobre el «golpe de Rohm» véase Peter Longerich, Die braunen Bataillone. Ges-
chíchte der SA [Los batallones pardos. Historia de las SA], Munich, 1989, p. 206 y ss. (en
adelante citado como Longerich, Batallones pardos).
34
Causas y consecuencias, vol. X, doc. 2376, p. 166 y s. (aqu í p. 166).
35
Diario de Rosenberg, 7/7/1934, p. 33.
36
Der Angriff del 2/7/1934.
37
Ibid.; véase también la narración del chófer de Hitler, Erich Kempka, en Cau
sas y consecuencias, vol. X, doc. 2378, p. 168 y ss.; véase también Domarus, Discursos,
vol. I, p. 395.
38
Ibid., vol. I, imagen X.
39
Longerich, Batallones pardos, p. 218.
40
Observación del ayudante de Goebbels Friedrich Christian, príncipe de Schaum-
burg-Lippe: Zwischen Krone und Kerker [Entre la corona y la cárcel] ,Wiesbaden, 1952, p.
173 y ss., reproducido en extracto en Causas y consecuencias, vol. X, doc. 2379b, p. 181
y ss. (aquí p. 183).
41
Lleno de orgullo, Góring anunció a representantes de la prensa que había amplia
do su misión, véase Causas y consecuencias, vol. X, documento 2379c, p. 183 y ss. (aquí
p. 184).
42
Gregor Strasser a Rudolf Hess el 18/6/1934, BDC.
43
La señora Strasser a Wilhelm Frick el 22/10/1934, reproducido en extracto en:
Lothar Gruchmann, Einleitung zum Erlebnisbericht Werner Pünders über die Ermordung
Klauseners am 3O.Juni 1934 und ihre Folgen [Introducción al informe vivencial de Werner
Pünder sobre el asesinato de Klausener el 30 de junio de 1934 y sus consecuencias], enVfZG,
año 19/1971, p. 404 y ss. (aquí p. 409 y s.).
44
El 28 de junio, Rohm anunció a sus invitados, entre ellos el general Von Epp,
que iba a aprovechar el encuentro en Wiessee entre otras cosas para «quitar a Goeb
bels la máscara de la cara». Declaración de Ferdinand Karl, príncipe de Isenburg, del
3/1/1950, citado por Hermann Mau, Die Zweite Revolution-Der 30.Juni 1934 [La
Notas 779

segunda revolución-El 30 de junio de 1934], enVfZG, año 1/1953, p. 119 y ss. (aquí p.
128).
45
Texto del discurso de Goebbels del 1/7/1934, reproducido en el Angriff del
2/7/1934; a continuación, tanto Góring (Volkischer Beobachter del 3/7/1934) como
Rosenberg (Volkischer Beobachter del 4/7/1934) manifestaron su opinión al respecto;
cf. Kershaw, Mito, p. 72 y ss.
46
Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 1, p. 156 y ss.
47
Volkischer Beobachter del 3/7/1934.
48
Ibid., 4/7/1934.
49
Sobre este modo de proceder ya había acuerdo desde el verano de 1933. Goeb
bels anotó el 19/7/1933 en su diario (vol. 2, p. 448): «Cuestión de la sucesión de Hin
denburg. Hitler no debe tolerar a un presidente del Reich por encima de él y tam
poco debe convertirse en figura el hijo Oskar (se refiere al hijo de Hindenburg, el
coronel Oskar von Hindenburg [el autor]). Hay que reunir los dos cargos en una per-
sona.Ya encontraremos alguna solución. Sobre todo con la aprobación del pueblo y
sin estar a merced de la R.W. [Reichswehr]»; véase también: Diario del Instituto de
Historia Contemporánea, vol. 2, 25/8/1933, p. 461.
50
Berliner Lokal-Anzeiger [Noticiero local berlin és] del 2/8/1934.
51
Ibid., 3/8,7/8 y 8/8/1934.
52
Francois-Poncet, Embajador, p. 242.
53
Jfóí.,p.244ys.
54
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 19/7/1933, p. 448.
55
Domarus, Discursos, vol. I, p. 444.
56
Diario de Rosenberg, 13/7/1934, p. 39.
57
Diario de Rosenberg, 2/8/1934, p. 40.
58
Goebbels había impedido la retransmisión de varios discursos de Rosenberg
—entre ellos el «discurso-manifiesto» Der deutsche Ordensstaat [El Estado alemán de
la Orden] en Marienburg— por una parte con el argumento de que ya no se podía
cambiar un programa fijo, y por otra con la disposición según la cual los discursos no
debían durar más de media hora. A continuación, Rosenberg se dirigió a Goebbels
el 21/4/1934 (copia también a Rudolf Hess): «Protesto formalmente contra seme
jantes intentos de dejar sin efecto en lo posible la misión que me ha encomendado
el Führer. La radio del Estado nacionalsocialista no sólo está ahí para unos cuantos
elegidos», archivo federal de Coblenza, NS 8/171.
59
Rosenberg en un escrito del 20/10/1934 dirigido a Goebbels, que al parecer
no envió. Lleva la nota «no remitido». Pero Rosenberg sí le envió a Goebbels una
versión más moderada el 20/12/1934. Los reproches aquí citados proceden de la ver
sión del 20/10/1934, Instituto de Historia Contemporánea, MA-596.
60
Esto se desprende de una carta de Rosenberg a Goebbels del 30/8/1934, Ins
tituto de Historia Contemporánea, MA-596.
61
Rosenberg a Goebbels el 30/8/1934, Instituto de Historia Contemporánea,
MA-596.
780 Goebbels

62
Citado por Joseph Wulf, Literatur und Dichtung im Dritten Reich. Eine Doku-
mentation [Literatura y poesía en el Tercer Reich. Una documentación], Frankfurt del Meno,
Berlín yViena, 1983, p. 230 (en adelante citado como Wulf, Literatura).
63
Sobre el papel de Strauss en el Tercer Reich véase Joseph Wulf, Musik im Drit
ten Reich. Eine Dokumentation [Música en el Tercer Reich. Una documentación], Frankfurt
del Meno, Berlín y Viena 1983, p. 194 (en adelante citado como Wulf, Música).
64
Wulf, Música, p. 195: Hitler le hizo entrega de un regalo similar con la dedica
toria: «Al gran compositor alemán con sincera admiración» (Ibid.).
65
Goebbels a Rosenberg el 25/8/1934, archivo federal de Coblenza, NS 8/171.
66
Citado por Bollmus, Departamento de Rosenberg, p. 75.
67
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,24/8/1934, p. 475 y s.
68
Véase Wulf, Música, p. 196.
69
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 24/8/1934, p. 475.
70
Goebbels a Rosenberg el 25/8/1934, archivo federal de Coblenza, NS 8/171.
71
Die Musik [La música], noviembre de 1934, p. 138-146; véase también Wulf,
Música, p. 372 y s.
72
NSZ-RheinJront [Periódico nacionalsocialista-Frente del Rin], Neustadt, del 5/11/1934,
citado por Wulf, Música, p. 372; se trataba en particular de las obras Morder, Hqffnung
derFrauen [Asesino, esperanza de las mujeres], Nusch-Nuschi, Sancta Susanna [Santa Susa
na] y Nenes vom Tage [Novedades del día] (véase Wulf, Música, p. 374).
73
Volkischer Beobachter del 7/12/1934.
74
Citado por Heiber, Goebbels, p. 199.
75
Véase por ejemplo Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,
11/9/1935, p. 513 y 1/11/1935, p. 534.
76
Wilhelm Furtwángler, «Mathis der Maler» [«Matías el pintor»], en Deutsche All-
gemeine Zeitung del 25/11/1934, citado por Wulf, Música, p. 373 y ss.; la piedra del
escándalo y el motivo de la controversia fue la ópera de Hindemith Matías el pintor,
en cuyo tercer cuadro se hacen preparativos para quemar escritos heréticos, una cla
ra alusión a la quema de libros del 10/5/1933. Furtwángler había ejecutado la sinfo
nía de esta ópera en primavera de 1934, después de que se le prohibiera la represen
tación de la ópera; véase al respecto Wulf, Música, p. 373.
77
/W.,p.376.
78
Bollmus, Departamento de Rosenberg, p. 76.
79
Ibid., p. 76; véase el texto del discurso goebbeliano durante el mitin de artistas
en el palacio de deportes (Berliner Lokal-Anzeiger del 7/12/1934), donde Goebbels
hizo «algunas aclaraciones fundamentales» con motivo del «caso» Furtwangler-Hin-
demith (Wulf, Música, p. 376 y ss.).
80
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 2/3/1935, p. 483.
81
Ibid.
S2
Wu\í, Música, p.378.
83
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 2/3/1935, p. 483.
84
Citado por Bollmus, Departamento de Rosenberg, p. 76.
Notas 781

85
7¿ií/.,p.277,nota94.
86
lbid.
87
Sobre el papel de Furtwangler en el Tercer Reich es muy interesante Wulf, Músi
ca, p. 85 y s.
88
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 20/7/1934, p. 474.
89
Sobre esta táctica Querschnitt durch dieTátigkeit des Arbeitsgebietes Dr.Taubert (Anti-
bolschewismus) des RMVP bis zum 31.12.1944 [Perfil de la actividad del ámbito de traba
jo del Dr. Taubert (antibolchevismo) del RMVP hasta el 31 /12/1944],YYVO-lnsútute for
Jewish Research, G-PA-14, archivo federal de Coblenza, R 55/450, p. 14 y ss. (aquí
p. 15).
90
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 27/9/1933, p. 466.
91
Eberhard Taubert, Der antisowjetische Apparat des deutschen Propagandaministeriums
[El aparato antisoviético del Ministerio de Propaganda alemán], archivo federal de Coblen
za, Kl. Erw. 671, p. 1 y 3 (en adelante citado como Taubert, El aparato antisoviético).
92
Citado por Aleff, Tercer Reich, p. 98.
93
Querschnitt durch dieTátigkeit des Arbeitsgebietes Dr.Taubert (Antibolschewismus) des
RMVP bis zum 31.12.1944 [Perfil de la actividad del ámbito de trabajo del Dr. Taubert
(antibolchevismo) del RMVP hasta el 3Í/Í2/Í5»44],YIVO-Institute for Jewish Rese
arch, G-PA-14, p. 16.
94
Goebbels en su discurso sobre política exterior «Deutschlands Kampf um Frie-
de und Gleichberechtigung» [«La lucha de Alemania por la paz y la igualdad de dere
chos»] en el palacio de deportes berlinés el 20/10/1933, en:Goebbels, Señales, p. 250
y ss. (aquí p. 267).
95
Acta de la conferencia del 15/1/1935, archivo federal de Coblenza NS 8/171;
ésta y las siguientes citas están tomadas de aquí.
96
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,2/3/1935, p. 484.
97
Del discurso de Goebbels pronunciado con motivo de la inauguraci ón de la
emisora del Reich de Sarrebruck, reproducido en Heiber, Discursos de Goebbels, vol.
1, p. 269 y ss. (aquí p. 269).
98
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 2/3/1935, p. 484.
99
lbid.
100
«Por ejemplo a Francia le podemos decir que ya no tenemos pretensiones finan
cieras si se nos reintegra el territorio del Sarre.Esto no es nada imposible (...). Si se
cumple esta demanda nuestra, entonces estaremos satisfechos», Goebbels el 20/10/1933
en el palacio de deportes berlinés sobre el tema «Deutschlands Kampf um Friede und
Gleichberechtigung» [«La lucha de Alemania por la paz y la igualdad de derechos»],
en Goebbels, Señales, p. 250 y ss. (aquí p. 267).
101
Fritz Sa'nger, Politik derTauschungen. Missbrauch der Presse im Dritten Reich. Wei-
sungen, Informationen, Notizen 1933-1939 [Política de engaños. Abuso de la prensa en el
Tercer Reich. Instrucciones, informaciones, noticias. 1933-1939],Vien!L, 1975, p. 64 (en ade
lante citado como Sánger, Política de engaños).
102
lbid., p. 65.
782 Goebbels

103
Cf. Bramsted, Propaganda, p. 219 y ss.
104
Joseph Goebbels, «Klarheit und Logik» [«Claridad y lógica»], en:Joseph Goeb-
bels, Wetterleuchten.Aufsdtze aus der Kampfzeit [Relámpagos.Artículos de la época de lucha],
Munich, 1939, p. 385 y ss. (en adelante citado como Goebbels, Relámpagos).
105
Ibid., p.388.
106
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 17/4/1935, p. 486.
107
Discurso radiado de Goebbels con motivo del cumpleaños de Hitler en 1935,
reproducido en Frankfurter Zeitung del 21/4/1935; cf. Bramsted, Propaganda, p. 290.
108
Rosenberg a Rust el 2/5/1935, archivo federal de Coblenza, NS 10/58.
109
Informe de Dressler-Andress, «Eilt sehr!» [«Muy urgente»], del 8/6/1935, repro
ducido en JoSeph Wulf, Theater und Film im Dritten Reich. Bine Dokumentation [Teatro
y cine en el Tercer Reich. Una documentación], Frankmrt del Meno, Berlín y Viena 1983,
p. 71 y s. (aquí p. 71) (en adelante citado como Wulf, Teatro).
110
Comunicación estrictamente confidencial a los jefes de los distritos de la comu
nidad cultural nacionalsocialista, 20/6/1935, reproducida en Wulf, Música, p. 196 y s.
111
Citado por Bollmus, Departamento de Rosenberg, p. 78; véanse además los docu
mentos sobre el «caso Strauss» en Wulf, Música, p. 194 y ss.; en el legado de Strauss se
encontraron unas notas que llevaban por título Geschichte der schweigsamen Frau [His
toria de La mujer silenciosa] en las que se decía: «Es una época triste, en la que un artis
ta de mi categoría tiene que preguntar a un ministro de poca monta lo que puede
componer y representar», citado por Wulf, Música, p. 197 y s.
112
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 5/7/1935, p. 490.
113
Ibid.
114
Ibid.
115
N. de laT. El campamento de Wallenstein (Wallensteins Lager) es el título de una
de las grandes obras en verso de Schiller, que forma parte de la trilogía del autor sobre
el general Wallenstein.
116
Berlín am Morgen [Berlín de mañana], del 29/10/1931.
117
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 31/3/1934, p. 471.
118
Ibid., 19/7/1935, p. 494.
119
Taubert, El aparato antisoviético, p. 5.
120
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,13/9/1935, p. 513 y s.
121
Joseph Goebbels, Kommunismus ohne Maske [Comunismo sin máscara], Munich,
1935, p. 5 y p. 7 (en adelante citado como Goebbels, Comunismo).
122
Ibid., p. 4 y s.; para las siguientes citas véase Ibid., p. 7,18 y 23.
123
Ésta y todas las demás citas de este párrafo están tomadas del discurso de Goeb
bels Comunismo sin máscara, p. 24 y ss.
124
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 15/9/1935, p. 515.
125
Ibid., 17/9/1935, p. 515.
126
Ibid., 29/4/1935, p. 488.
Notas 783

127
Ibid., 15/11/1935, p. 540: «Aplicación de las leyes sobre los judíos. Un com
promiso (...). Los judíos en cuarta parte entre nosotros. Los medio judíos sólo excep-
cionalmente. En el nombre de Dios, para que haya paz».
128
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 15/11/1935, p. 540.
129
Ibid., 15/9/1935, p. 515.
130
Volker Dahm, Dasjüdische Buch im Dritten Reich [El libro judío en el Tercer Reich],
parte I: Die Ausschaltung der jüdischen Autoren, Verleger und Buchhdndler [La exclusión de
los autores, editores y libreros judíos], Frankfurt del Meno, 1979, columna 60 (en adelante
citado como Dahm, El libro judío).
131
Véase Dahm, El libro judío, columna 60 y ss.; además, «Nichtarier auf deutschen
Bühnen» [«No arios en los escenarios alemanes»], Frankfurter Zeitung del 6/3/1934,
reproducido en Wulf, Teatro, p. 260.
132
«Dr. Goebbels über den geistigen und künstlerischen Umbruch im neuen
Deutschland» [«Dr. Goebbels sobre la transformación intelectual y artística en la nue
va Alemania»], discurso pronunciado en el segundo congreso anual de la Cámara de
Cultura del Reich, en Borsenblattfür den Deutschen Buchhandel [Periódico financiero para
el comercio librero alemán] del 18/11/1935.
133
Véase al respecto Dahm, El libro judío, columna 114.
134
Las protestas del ministro de Economía del Reich tuvieron lugar el 28/9,4/11
y 12/12/1935; véase Dahm, El libro judío, columna 115.
135
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 21/8/1935, p. 505.
136
Ibid., 11/9/1935, p. 512.
137
Goebbels a Rosenberg el 7/11/1935; ahí cita el §12 del primer decreto de
aplicación de la ley de la Cámara de Cultura del Reich del 1/11/1933, archivo fede
ral de Coblenza, NS 8/171.
138
Cf. el memorándum del jefe del departamento de cultura del Reich integra
do en el RMVP, Moraller, del 18/6/1935, reproducido en Wulf, Literatura, p. 192 y s.
(aquí p. 193).
139
Bollmus, Departamento de Rosenberg, p. 80.
140
Goebbels a Rosenberg el 7/11/1935; ahí se cita la circular de la «comunidad
cultural nacionalsocialista» del 16/10/1935, archivo federal de Coblenza, NS 8/171.
141
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 13/9/1935, p. 513.
142
Ibid., 27/9/1935, p. 519.
143
Ibid.
144
Ibid., 3/10/1935, p. 522.
145
Se seguía al parecer una tradición de la familia del primer marido de Magda,
cuyos hijos llevaban los nombres de Hellmuth, Herbert y Harald, que ahora se com
pletó por casualidad al tomar como base la letra inicial del apellido «Hitler».
146
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 13/10/1935, p. 526.
147
Goebbels a Rosenberg el 7/11/1935, archivo federal de Coblenza, NS 8/171.
148
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, ^
149
Ibid., 24/10/1935, p. 530.
1

\\ y >«, ^
784 Goebbels

150
Goebbels a Rosenberg el 7/11/1935, archivo federal de Coblenza, NS 8/171;
véase también: Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 9/11/1935,
p. 537.
151
Ibid., 11/12/1935, p. 551.
152
Rosenberg a Goebbels el 22/4/1936, archivo federal de Coblenza, NS 8/171.
153
Rosenberg a Goebbels el 31/3/1936, archivo federal de Coblenza, NS 8/171.
154
Goebbels a Rosenberg el 20/3/1936, archivo federal de Coblenza, NS 8/171.
155
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 6/4/1936, p. 596.
156
Ibid., 4/4/1936, p. 595.
157
Rosenberg a Goebbels el 22/4/1936, archivo federal de Coblenza, NS 8/171.
158
Véase Dahm, El libro judío, columna 116.
159
Directiva circular de Hinkel del 22/1/1936, archivo federal de Coblenza R 56
V/102.
160
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 14/2/1936, p. 573.
161
Reproducido en Domaras, Discursos, vol. I, p. 573 y s. (aquí p. 574).
162
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 14/2/1936, p. 573.
163
Esto y lo que sigue según Dahm, El libro judío, columna 134 y ss.
164
Véase Wulf, Prensa y radio, p. 74 y ss.
165
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,21/1/1936, p. 567; en
octubre de 1935 la Italia fascista había invadido Abisinia desde Eritrea y el territorio
somalí de Italia, anexionándosela en 1936 (el rey italiano Víctor Manuel se convirtió
en emperador de Etiopía) y desviando así de Europa la atención de Londres, lo que
le vino muy bien a Hitler.
166
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 21/1/1936, p. 567.
167
Hans-Adolfjacobsen, NationahozialistischeAussenpolitik Í933-1938 [Política exte
rior nacionalsocialista, 1933-1938], Frankfurt del Meno, Berlín, 1968, p. 417 (en ade
lante citado como Jacobsen, Política exterior nacionalsocialista); Friedrich Hossbach, Zivis-
chen Wehrmacht und Hitler [Entre la Wehrmacht y Hitler], Wolfenbüttel y Hamburgo,
1949, p. 97.
168
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 29/2/1936, p. 575.
169
Goebbels argumentaba que el pacto de Locarno sólo se podía «implementar
cuando estuviera firmado el pacto ruso» (Diario del Instituto de Historia Contem
poránea, vol. 2, 29/2/1936, p. 576).
170
Jacobsen, Política exterior nacionalsocialista, p. 418.
171
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 29/2/1936, p. 576.
172
Ibid.
173
Ibid., 2/3/1936, p. 577.
174
Ibid., 4/3/1936, p. 578.
175
Ibid., 6/3/1936, p. 580.
176
«Ya sólo queda por saber la fecha. Depende de Ginebra», Diario del Instituto
de Historia Contemporánea, vol. 2, 4/3/1936, p. 578.
177
7feid.,p.579.
Notas 785

178
Aú/., 8/3/1936, p. 581.
179
Ibid.
180
Ibid., 4/3/1936, p. 578.
181
Domarus, Discursos, vol. I, p. 582.
182
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 8/3/1936, p. 581; cf.
Riess, Goebbels, p. 184 y s.
183
N. de la T. Conocidos cantos bélicos. En alemán: Siegreích woll'n wir Frankreich
schlagen y Die Wacht am Rhein.
184
Sánger, Política de engaños, p. 79.
185
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 8/3/1936, p. 581 y s.
(al igual que las siguientes citas de este párrafo).
186
Ibid., 29/3/1936, p. 593.
187
Cartel, véase en Ruhl, Cotidianidad parda, p. 146.
188
Sanger, Política de engaños, p. 79.
189
Vóíkischer Beobachter del 20/4/1936.
190
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 31/3/1936, p. 594.
191
Sobre esta manipulación electoral cf. Domarus, Discursos, vol. I, p. 617.
192
Véase al respecto Ruhl, Cotidianidad parda, p. 146.
193
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 22/3/1936, p. 590.
194
Según información del juzgado municipal de Schóneberg/ Registro de la pro
piedad de Schwanenwerder del 12/10/1989.
195
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 29/3/1936, p. 593.
m
Ibid., 17/3/1936, p. 587.
197
Ibid., 8/4/1936, p. 597.
198
Entrevista de Max Amann por parte de K. Frank Korf el 4/4/1948, Korf-Papers,
Hoover Institution, Standford.
199
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 15/3/1936, p. 586.
200
Ibid., 22/10/1936, p. 704.
201
Ibid., 9/4/1936, p. 597 y s.
202
La transmisión a favor de Goebbels fue declarada el 1/4/1936, la entrada en el
registro de la propiedad tuvo lugar el 25/4/1936 (según información del juzgado
municipal de Schóneberg/ Registro de la propiedad de Schwanenwerder del
12/10/1989).
203
N. de la T. En este tipo de mansiones, la «casa de los caballeros» (Kavaliershaus)
era en origen el edificio donde se alojaban los huéspedes de alto rango (los «caballe
ros»). Después se utilizó para también albergar al personal de servicio y para otros
menesteres, aunque el viejo nombre permaneció.
204
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 20/4/1936, p. 602.
205
Ibid.
206
Ibid., vol. 4,28/4/1940, p. 133.
786 Goebbels

207
El 3/10/1941 dice en su diario (archivo federal de Coblenza, NL 118/28):
«Helmut cumple seis años (...). Es indispensable que se relacione con otros círculos
de chicos, pues de un muchacho que crece siempre entre chicas no sale nada bueno».
208
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 13/8/1926, p. 201.
209
Ibid., vol. 2,9/4/1936, p. 598.
210
Ibid., 27/6/1936, p. 634.
211
Ibid., 9/7/1936, p. 640 y 28/8/1936, p. 668.
212
Ibid., 13/4/1936, p. 599.
213
Dahm, El libro judío, columna 136.
214
Directiva circular de Hinkel a los presidentes de las distintas c ámaras del
29/4/1936, archivo federal de Coblenza R 56 V/102.
215
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 3/2/1937, p. 32.
216
Para detalles sobre Hinkel v éase Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 85 y ss.
217
Directiva circular de Hinkel a los presidentes de las distintas c ámaras del
29/4/1936, archivo federal de Coblenza R 56 V/102.
218
Arnd Kr üger, Die Olympischen Spiele 1936 und die Weltmeinung. Ihre Aussenpoli-
tische Bedeutung unter Besonderer Berücksichtigung der USA [Los Juegos Olímpicos de 1936
y la opinión mundial. Su significado en política exterior atendiendo especialmente a Estados
Uníaos], Berlín, Frankfurt del Meno y Munich 1972, p. 230 (en adelante citado como
Krüger, Olimpiadas).
219
Sanger, Política de engaños, p. 108.
220
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 26/6/1936, p. 633.
221
Ibid., 15/8/1936, p. 662.
222
Ibid., 29/7/1936, p. 649 y 30/7/1936, p. 650.
223
Véase al respecto la documentación en el archivo federal de Coblenza R 55/509.
224
Horst Ueberhorst (Spiele unterm Hakenkreuz [Juegos bajo la esv ástica^) escribe:
«La competición deportiva de las naciones se convirtió en una forma primitiva de la
lucha bélica», citado por Günter Kunert, «Bühne der Macht, Stadt der Spiele: Berlin
und sein Stadion» [«Escenario del poder, ciudad de los Juegos: Berlín y su estadio»],
en Frankfurter Allgemeine Magazin, número 528 del 12/4/1990.
225
Francois-Poncet, Embajador, p. 304.
226
Krüger, Olimpiadas, p. 231.
227
N. de la T. Rima en alemán: Wenn die Olympiade vorbei, schlagen wir diejuden
zu Brei.
228
Citado por Ibid., p. 229.
229
Volkischer Beobachter del 1/8/1936.
230
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 18/8/1936, p. 663.
231
Véase Arnd KrügeT,:Olimpiadas, p. 230; véase también archivo federal de Coblen
za R 55 Zg. Rep. 304/45, las olimpiadas de Berlín de 1936 reflejadas por la prensa
extranjera.
232
Pohle, Radio, p. 414 y ss.
233
Bramsted, Propaganda, p. 222.
Notas 787

234
La película fue producida por encargo de la jefatura de propaganda del NSDAP
a escala del Reich, departamento principal IV (cinematografía), cuya dirección artís
tica se encomendó a Leni Riefenstahl «por deseo expreso del Führer», véase Wulf,
Teatro y cine, p. 387 y s.
235 por Triumph des Wiílens [Triunfo de la voluntad], Leni Riefenstahl recibió de
Goebbels el Premio Nacional de Cinematografía el 1/5/1935. En la bienal deVene-
cia de 1935 fue galardonada por un jurado internacional con el primer premio en la
sección de película documental; en 1937, en la exposición universal de París, obtuvo
el Grand Prix y la medalla de oro de la nación francesa.
236
NSK-Sonderdienst. Der deutsche Film. Neue Filmaufgaben der Rekhspropagandalei-
tung [Servicio especial de la correspondencia del partido nacionalsocialista. El cine
alemán. Nuevas misiones cinematográficas de la jefatura de propaganda del Reich]
del 1/2/1934, archivo federal de Coblenza, NS 26/293.
237
Cf. Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 13/10/1935, p.
526.
238
Ibid., 17/8/1935, p. 503 y 5/10/1935, p. 523.
239
Cf. Cooper C. Graham, Leni Riefenstahl and Olympia, Londres 1986, p. 264 y
s. (en adelante citado como Graham, Riefenstahl).
240
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 7/11/1935, p. 537.
241
Graham, Riefenstahl, p. 21: «Goebbels seemed to a large degree interested in
helping Riefenstahl» [«Goebbels parecía muy interesado en ayudar a Riefenstahl»].
242
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 21/8/1935, p. 505.
243
Graham, Riefenstahl, p. 21 y s.
244
Citado por Graham, Riefenstahl, p. 21 y s.
245
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 17/8/1935, p. 503.
246
Ibid., 5/10/1935, p. 523.
247
Ibid., 6/8/1936, p. 655.
248
Ibid., 25/10/1936, p. 707.
249
Ibid., 6/11/1936, p. 717.
250
Ibid., 25/6/1936, p. 633 y 3-4-5/7/1936, p. 637 y ss.
251
Ibid., 16/8/1936, p. 662 y s.
252
Ibid.
253
William E Dodd, Ambassador Dodd's Diary. 1933-1938 [Diario del embajador
Dodd, 1933-1938], Londres, 1941, p. 349; el 1/7/1937. Goebbels organizó otra fies
ta en la isla de los pavos reales con una decoración igual de suntuosa (Diario del Ins
tituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 2/7/1937, p. 193 y s.).
254
Descripción según Erich Ebermayer y Hans Roos (pseudónimo de Hans Otto
Meissner), Gefdhrtin des Teufels. Leben und Tod der Magda Goebbels [Compañera del dia
blo. Vida y muerte de Magda Goebbels], Hamburgo, 1952, p. 210 y s.; también en Fran-
cois-Poncet, Embajador, p. 305; Riess, Goebbels, p. 186.
255
William E Dodd, Ambassador Dodd's Diary. 1933-1938 [Diario del embajador
Dodd, 1933-1938],LonáKs 1941, p. 349.
788 Goebbels

256
Vdlkischer Beobachter del 15/8/1936.
257
Gustav Fróhlich, Waren das Zeiten! Mein Film-Heldenleben [¡Qué tiempos aque
llos! Mi vida de héroe en el cine], Munich y Berlín 1983, p. 367 (en adelante citado como
Fróhlich, Qué tiempos aquellos).
258
Fróhlich, Qué tiempos aquellos, p. 362 y s.
259
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 10/6/1936, p. 623.
260
Lida Baarova en una conversación con el autor el 3/9/1987 en Salzburgo; véa
se también Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,19/8/1936, p. 664
y 5/9/1936, p. 673.
261
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 18/6/1933, p. 435.
262
Aid., 10/5/1936, p. 610.
263
Ibid., 24/10/1935, p. 531.
264
Ibid., 3/8/1935, p. 498.
265
Ibid.
266
Ibid., 21/9/1934, p. 476 y s. y 24/9/1934, p. 477.
267
Ibid., 7/8/1935, p. 500.
268
Con bastante probabilidad se trata en este caso de Kurt G. Lüdecke, consejero
de Hitler en materia de política exterior en los años veinte y que más tarde, como
comisionado especial de Hitler, buscó apoyos en Estados Unidos para el movimien
to nacionalsocialista, así como nuevas fuentes de financiación; véase Jacobsen, Políti
ca exterior nacionalsocialista, p. 14 y p. 529.
269
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 1/8/1936, p. 652.
270
Ibid., 2/8/1936, p. 652.
271
Ibid., p. 653.
272
Ibid., 4/8/1936, p. 654.
273
Ibid., 7/8/1936, p. 656.
274
Ibid., p. 657.
275
Ibid., 6/9/1936, p. 673.
276
La exposición sigue un texto escrito a máquina de las memorias de Baarova
sin publicar (en posesión del autor), la grabación magnetofónica de una conversación
del autor con la señora Baarova en Salzburgo el 3/9/87, así como las entradas del dia
rio de Goebbels; de la comparación de estas tres fuentes resultan sorprendentes coin
cidencias.
277
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 10/9/1936, p. 675.
278
Ibid., 11/9/1936,p. 676.
279
Ibid., 12/9/1936, p. 676, allí se dice: «Despedida hacia Franzensbad».
280
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, p. 678.
2SÍ
Ibid., 18/9/36, p. 680.
282
Ibid., 18/9 y 19/9/1936, p. 680.
283
Ibid., 30/9/1936, p. 690; memorias de Baarova.
284
Ibid., 30/10/1936, p. 711.
285
Ibid., 31/10/1936, p. 712.
Notas 789

286
Wulf, Teatro y cine, p. 94.
287
Archivo federal de Coblenza, NS 26/968.
288
Citado en Catálogo de la exposición «Berlin, Zur Geschichte der Stadt» [«Ber
lín, sobre la historia de la ciudad»] en el museo Martin-Gropius-Bau 1987, p. 543.
289
Así dice el texto del acta de donación, citado por Heiber, Goebbels, p. 260.
290
Citado por Heiber, Goebbels, p. 260.
291
Discurso de Hitler del 30/10/1936, reproducido en Domarus, Discursos, vol.
I, p. 652 y s. (de aquí proceden también las siguientes citas en las que no se indica lo
contrario).
292
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,31/10/1936, p. 712 y s.

Capítulo 11. ¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! (1936-1939)

1
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 27/10/1936, p. 708.
2
Ibid., 9/9/1936, p. 675.
3
Ibid., vol. 3,23/2/1937, p. 55.
4
Ibid.
5
Ibid., vol. 2, 8/9/1936, p. 675.
6
Texto de la ponencia de Goebbels durante el congreso del partido el 10/9/1936,
en Vólkischer Beobachter del 11/9/1936.
7
Citado por Jacobsen, Política exterior nacionalsocialista, p. 457 (cf. consignas diarias
y semanales del RMVP, archivo federal de Coblenza, colección Brammer, ZSg 101,
del 24/11/1936, p. 491).
8
Fueron publicadas el 31/3/1937; véase para más detalles Jacobsen, Política exte
rior nacionalsocialista, p. 458; cf. también texto de la ponencia de Goebbels durante el
congreso del partido el 10/9/1936, en Vólkischer Beobachter del 11/9/1936; Goebbels
ya había lanzado una campaña similar sobre Das wahre Gesicht Soivjetrusslands [La ver
dadera cara de la Rusia Soviética] en septiembre de 1930 en el Angriff, con la vista pues
ta en la clase obrera de Berlín.
9
Véase, para más detalles, Jacobsen, Política exterior nacionalsocialista, p. 457.
10
Instrucciones secretas a la prensa alemana, archivo federal de Coblenza, colec
ción Sánger (ZSg 102) del 17/9/1936; véase también Sánger, Política de engaños, p.
345.
11
A él se adhirieron Italia en noviembre de 1937 y Manchukuo, Hungría y España
en 1939.
12
Instrucciones secretas a la prensa alemana, archivo federal de Coblenza, colec
ción Sánger (ZSg 102) del 25/11/1936.
13
Querschnitt durch dieTatigkeit desArbeitsgebietes Dr.Taubert (Antibolschewismus) des
RMVP bis zum 31.12.1944 [Perfil de la actividad del ámbito de trabajo del Dr. Taubert
(antibolchevismo) del RMVP hasta el 31/12/1944],YIVO-lmútute for Jewish Rese
arch, G-PA-14 (archivo federal de Coblenza, R 55/450), p. 11.
790 Goebbels

14
Cf. Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 31/5/1936, p. 619.
15
Ibid., 19/6/1936, p. 628.
16
Ibid., 16/6/1936, p. 627.
17
Ibid., 18/11/1936, p. 729.
18
Citado por Hans A. Münster, Publizistik [Periodismo], Leipzig 1939, p. 149.
19
Discurso de Goebbels en el cuarto congreso anual de la Cámara de Cultura del
Reich el 27/11/1936, en Volkischer Beobachter del 28/11/1936, citado por Dietrich
Strothmann, «Die "Neuordnung" des Buchbesprechungswesen im 3. Reich und das
Verbot der Kunstkritik» [«La "reorganización" de la crítica literaria en el Tercer Reich
y la prohibición de la crítica de arte»], en Publizistik. Zeitschriftfür die Wissenschaft von
Presse, Rundfunk, Film, Rhetorik, Werbung und Meinungsbildung [Periodismo. Revista para
la ciencia de la prensa, radio, cinematografía, retórica, publicidad y formación de opinión], edi
tada por la Deutsche Gesellschaft fiir Publizistik [Sociedad Alemana de Periodismo],
año 5/1960, p. 140 y ss. (aquí p. 151).
20
Ibid., p. 151.
21
Decreto para la reestructuración de la vida cultural alemana del 27/11/1936,
citado por Wulf, Artes plásticas, p. 127 y s. (aquí p. 128).
22
Ibid.
23
Ibid.
24
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 26/10/1936, p. 707.
25
Decreto para la reestructuración de la vida cultural alemana del 27/11/1936,
citado por Wulf, Artes plásticas, p. 127 y s. (aquí p. 128).
26
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 6/2/1937, p. 35.
27
Hans Günter Hockerts, «Die Goebbels-Tagebücher 1932-1941. Eine neue
Hauptquelle zur Erforschung der Nationalsozialistischen Kirchenpolitik» [«Los dia
rios de Goebbels, 1932-1941. Una nueva fuente principal para el estudio de la polí
tica eclesiástica nacionalsocialista»], en Politik und Konfession. Festschriftfür Konrad Rep-
gen zum 60 Geburtstag [Política y confesión. Publicación homenaje a Konrad Repgen por su
60 cumpleaños], editado por Dieter Albrecht, Hans Günter Hockerts, Paul Mikat,
Rudolf Morsey, Berlín 1983, p. 359 y ss. (aquí p. 376).
28
Véase arriba, capítulo 3, nota 77.
29
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 23/2/1937, p. 55.
30
Ibid., 6/4/1937, p. 102.
31
Lo que sigue, según Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3,
31/1/1937, p. 29 y s.
32
Ibid., 5/1/1937, p. 5.
33
N. de la T. Durante todo este párrafo se refiere, por supuesto, al color negro
asociado a la Iglesia.
34
Citado por Dieter Albrecht, «DerVatikan und das Dritte Reich» [«El Vaticano
y el Tercer Reich»], en Kirche im Nationalsozialismus [La Iglesia en el nacionalsocialismo],
editado por Geschichtsverein der Diózese Rottenburg-Stuttgart [Asociación de His-
Notas 791

toria de la diócesis de Rottenburg-Stuttgart], Sigmaringen 1984, p. 31 y ss. (aquí p.


36 y s.).
35
Véase también Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,7/8/1933, p.
455: «Nosotros mismos nos convertiremos en una Iglesia».
36
Ibid., vol. 3,23/2/1937, p. 55.
37
Ibid., 13/9/1937, p. 265.
38
/fóf.,p.264.
39
Ibid., vol. 2,17/9/1935, p. 515.
40
Ibid., vol. 3,13/9/1937, p. 264.
41
Todas las citas de este párrafo están tomadas de Ibid., 21/3/1937, p. 87.
42
Ibid.
43
Ibid., vol. 4,29/4/1941, p. 614, allí se sigue diciendo: «Y para estas sandeces lle
vo pagando más de diez años mis impuestos eclesiásticos. Es lo que más me pesa»; cf.
Speer, Memorias, p. 109: «Cuando alrededor de 1937 Hitler se enteró de que, a ins
tancias del partido y de las SS, innumerables partidarios suyos se habían salido de la
Iglesia porque ésta se oponía obstinadamente a los propósitos de Hitler, ordenó por
razones de oportunismo que sus colaboradores más importantes, principalmente
Góring y Goebbels, siguieran perteneciendo a la Iglesia. Él mismo también seguiría
siendo miembro de la Iglesia católica aunque no tenía ninguna vinculación interna
hacia ella».
44
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 24/3/1937, p. 89.
45
Ibid., 10/4/1937, p. 105.
46
Ibid., 2/4/1937, p. 97.
47
Ibid., 1/5/1937,p. 129.
48
N. de la T. En alemán dice Haberfeldtreiben, una forma de sanción colectiva que
se practicaba en algunas zonas rurales de Baviera contra individuos que habían aten
tado contra las reglas de la comunidad transmitidas por la tradición. El ritual, cele
brado de acuerdo con una reglas fijas, consistía entre otras cosas en hostigar y humi
llar públicamente al sancionado mediante la lectura de versos infamantes y burlescos
o causando deterioros en su casa. Se pone en relación con la tradición de los chariva
ri (farsas o vituperios públicos), atestiguada en toda Europa a partir de la Edad Media.
49
Ibid., 26/4/1937, p. 124.
50
Ibid., 30/5/1937, p. 157.
5
' Ibid., 30/4/1937, p. 128.
52
Ibid., 27/6/1937, p. 188.
53
Ibid., 30/5/1937, p. 157.
54
Ibid., 30/4/1937, p. 128.
55
Ibid., 26/5/1937, p. 153.
56
Para más detalles véase Hans Günter Hockerts, Die Sittlichkeitsprozesse gegen
Katholísche Ordensangehorige und Priester 1936/37. Eine Studie zur Nationalsozialistis-
chen Herrschaftstechnik und zum Kirchenkampf [Los procesos por delitos sexuales contra sacer
dotes y miembros de órdenes católicas en 1936/37'. Un estudio sobre la técnica de dominio
792 Goebbels

nacionalsocialista y sobre la lucha anticlerical], Maguncia, 1971, p. 113 y ss. (en adelante
citado como Hockerts, Procesos por delitos sexuales).
57
Instrucciones a la prensa, citado por Hockerts, Procesos por delitos sexuales, p. 113.
58
Esta y las citas precedentes proceden del texto del discurso, véase Vólkischer Beo-
bachter del 30/5/1937, archivo federal de Coblenza, colección Schumacher (SS 115).
59
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 29/5/1937, p. 156.
60
Ibid., p. 156 y s.
61
«Circulan desagradables rumores sobre Funk por 175 [homosexualidad]. De
inmediato salgo al paso enérgicamente», Diario del Instituto de Historia Contem
poránea, vol. 3,31/12/1937, p. 387.
62
Ibid., 10/4/1937, p. 105.
63
Ibid.
64
Ibid., 22/2/1937, p. 53.
65
Ibid., 11/2/1937, p. 40.
66
Ibid., vol. 4,11/12/1940, p. 427.
67
Ibid., vol. 3,10/12/1937, p. 363.
68
Ibid., 5/3/1937, p. 67.
69
Ibid., 16/4/1937, p. 113.
70
Hanfstaengl, 15 años, p. 319.
71
Cf. Speer, Memorias, p. 138 y s.; Hanfstaengl, 15 años, p. 199 y s.; Serge Lang, y
Ernst von Schenk, Portrait eines Menschheitsverbrechens, nach den Hinterlassenen Memoi-
ren des Ehemaligen Reichsministers Alfred Rosenberg [Retrato de un crimen contra la huma
nidad, según las memorias legadas por el antiguo ministro del Reich Alfred Rosenberg], St.
Gallen, 1947, p. 182: Rosenberg nunca oyó «a la mesa del Führer una buena palabra
por parte de Goebbels acerca de otro (...), sino siempre su apoyo cuando se expre
saba una crítica».
72
Picker, Conversaciones de sobremesa, p. 424.
73
Speer, Memorias, p. 141.
74
Ibid.
75
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3,11/2/1937, p. 40.
76
Ibid.
77
Ibid., 12/2/1937, p. 41.
78
Speer, Memorias, p. 141.
79
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 13/4/1937, p. 109.
80
Góring a Hanfstaengl el 19/3/1937, reproducido en: Hanfstaengl, 15 años, p.
373.
81
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3,12/3/1937, p. 76.
82
Ibid., 19/1/1938, p. 407.
83
Hanfstaengl a Himmler el 5/2/1938, BDC, expediente personal de Hanfstaengl;
en el año 1942, Hanfstaengl se trasladó a los Estados Unidos como consejero del pre
sidente Roosevelt.
84
Por ejemplo el lunes de Pascua y el 18 de abril, cuando Baarova, Hitler y otros
invitados estuvieron allí para tomar el té.
Notas 793

85
Gustav Fróhlich, Waren das Zeiten! Mein Film-Heldenleben [¡Qué tiempos aquellos!
Mi vida de héroe en el cine], Munich y Berlín, 1983, p. 157.
86
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 24/2/1937, p. 57.
87
Ibid., 5/9/1937, p. 255.
88
Ibid., 23/3/1937, p. 88.
89
Ibid., 13/1/1937, p. 9.
90
Ibid., 20/1/1937, p. 15 y s.
91
Ibid., 17/1/1937, p. 13.
92
Ibid., 20/1/1937, p. 15 y s.
93
Ibid., 13/1/1937, p. 9.
94
Ibid., 26/1/1937, p. 23.
95
Ibid., 21/4/1937, p. 120.
96
Ibid., 26/5/1937, p. 153.
97
Díe Filmwoche [La semana de cine] del 4/10/1937.
98
Licht-Bild-Bühne [La escena de proyecciones] del 4/9/1937.
99
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3,14/1/1937, p. 10.
100
Ibid., 13/3/1937, p. 76.
m
Ibid., 20/3/1937, p. 85 y s.
102
ftid., 5/5/1937, p. 135.
103
Ibid., 12/5/1937, p. 141.
m
Ibid., 11/9/1937, p. 262.
105
Ibid., 6/10/1937, p. 290.
106
ftiá., 7/10/1937, p. 291.
107
ftiá., 8/12/1937, p. 360.
108
Véase Wulf, Teatro y cine, p. 306 y s.
109
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 12/11/1937, p. 332.
110
Ibid., 19/11/1937, p. 339.
m
Ibid., 5/6/1937, p. 166.
112
Citado por Heiber, Goebbels, p. 196.
113
Entre otras en Wurtzburgo, en el semestre de invierno de 1918/19, con el pro
fesor Knapp: «Vom Impressionismus zum Kubismus. Geschichte der Modernen Kunst»
[«Del impresionismo al cubismo. Historia del arte moderno»] (véase certificación aca
démica de Goebbels del semestre de invierno de 1918/19, archivo federal de Coblen-
za,NL 118/113).
114
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 2/7/1933, p. 441.
115
Piper, Política artística nacionalsocialista, p. 15.
116
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 5/6/1937, p. 166.
117
Karl-Heinz Meissner constata que existió una «relación directa y causal» entre
los desaciertos de Schweitzer y la exposición muniquesa «Entartete Kunst» [«Arte
degenerado»] («München ist ein heisser Boden. Aber wir gewinnen ihn alímahlich doch».
Münchener Akademien, Galerien und Museen im Ausstellungsjahr 1937 [«Munich es un
terreno difícil, pero poco a poco lo vamos conquistando». Academias, galerías y mu-
794 Goebbels

seos de Munich en el año de la exposición 1937], en Die «Kunststadt» München 1937.


Nationalsozialismus und «Entartete Kunst» [La «ciudad del arte» Munich en 1937. El nacio-
nalsocialismo y el «arte degenerado»], editado por Peter-Klaus Schuster, Munich, 1987,
p. 37 y ss. (aquí p. 44) (en adelante citado como Schuster, «Ciudad del arte» Munich);
véanse al respecto las entradas del diario: «El Führer (...). Ha expresado a Funk sus
quejas sobre Schweitzer. Con razón, pues es un enclenque y no tiene buen gusto.
Pero el escándalo por la selección de cuadros en Munich se lo han endosado los pica-
ros muniqueses porque estaba ausente. ¡Viejo método!» (Diario del Instituto de His-
toria Contemporánea, vol. 3, 18/6/1937, p. 177) y al día siguiente: «Se planea una
exposición de la decadencia para Munich» (Diario del Instituto de Historia Con-
temporánea, vol. 3,19/6/1937, p. 178).
118
«El Führer emite una opinión muy dura sobre Schweitzer. (...) No tiene gus
to, ni acierto en el estilo», Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3,
30/6/1937, p. 190.
119
AdolfWagner era al mismo tiempo ministro del Estado bávaro de Enseñanza
y Cultura y, por tanto, estaba subordinado a Bernhard Rust.
120
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 8/5/1937, p. 138.
121
Ibid., vol. 2,22/11/1936, p. 733.
122
Wulf, Artes plásticas, p. 153 (nota 1).
123
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 12/6/1937, p. 172.
124
Ibid., 30/6/1937, p. 190.
125
Goebbels a Ziegler el 30/6/1937, documento reproducido en: Schuster, «Ciu
dad del arte» Munich, p. 219; sin embargo, Ziegler no se limitó a las obras de artistas
alemanes producidas después de 1910, tal como indicaba la autorización, sino que
desde las postrimerías del verano de 1937 hizo que se incautaran también cuadros de
Van Gogh, Cézanne, Munch, Matisse y otros, que se almacenaron en un depósito de
la Kópenicker Strasse; véase al respecto Armin Zweite, Franz Hofmann und die Stad-
tische Galerie 1937 [Franz Hofmann y la Galería Municipal en 1937], en Ibid., p. 261 y
ss. (aquí p. 283); el 31/5/1938 siguió la «ley sobre la confiscación de productos del
arte degenerado».
126
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 3/8/1937, p. 223.
127
Escrito de la Academia Prusiana de las Artes del 8/7/1937, reproducido en
Piper, Política artística nacionalsocialista, p. 188.
128
Wulf, Artes plásticas, p. 40; Rosenberg había rechazado la solicitud de Nolde
para ingresar en la «Liga para la defensa de la cultura alemana».
129
Citado por Piper, Política artística nacionalsocialista, p. 24.
130
Piper, Política artística nacionalsocialista, p. 188.
131
Discurso de Hitler en Münchener Neueste Nachrichten [Ultimas noticias de Munich]
del 19/7/1937.
132
Titular del Volkischer Beobachter del 20/7/1937.
133
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1,29/8/1924, p. 78: «Una
bailarina española de Nolde. Colores maravillosos. (...) Lo que más me impresiona
Notas 795

es una escultura. Barlach:Berserker [Guerrero furibundo]. Ése es el sentido del expre-


sionismo. La concisión elevada a una grandiosa representación».
134
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 17/7/1937, p. 204.
135
Volkischer Beobachter del 19/7/1937.
136
Discurso de Ziegler con motivo de la inauguración de la exposición «Entar-
tete Kunst» [«Arte degenerado»] del 19/7/1937, reproducido en Schuster, «Ciudad
del arte» Munich, p. 217 y s. (aquí p. 217).
137
Heiber, Goebbels, p. 198.
138
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3,11/2/1937, p. 40: «Vuel
vo a acometer enérgicos intentos en la cuestión judía por lo que se refiere al bol
chevismo. Carteles y prensa. El Führer entusiasmado».
139
/W., 26/11/1937, p. 346.
140
Ibid., 3/12/1937, p. 354.
141
Ibid., 3/3/1937, p. 64 y 3/2/1937, p. 32.
142
Ibid., 30/4/1937, p. 108 y vol. 4,20/1/1941, p. 472.
143
N. de la T. Juego de palabras intraducibie. En alemán el eslogan reza: Wer móch-
te nicht einmal Fróhlich sein? Fróhlich era el apellido del compañero sentimental de
Lida Baarova, Gustav Fróhlich.Werner Finck pronunció esta frase cuando ya se rumo
reaba acerca de la relación de Goebbels con Baarova: ¿a quién no le gustaría alguna
vez ser Fróhlich? (para en su lugar disfrutar de la hermosa actriz checa). La gracia está
en que el adjetivo fróhlich significa en alemán «feliz», de manera que el eslogan se inter
preta simultáneamente como: ¿quién no quiere ser feliz por un día?
144
Diario de Hassell, p. 476 (nota 2).
145
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 25/12/1937, p. 382.
146
Ibid., 4/11/1937, p. 324.
147
Ibid., 9/12/1937, p. 361.
148
Ibid., 15/12/1937, p. 369.
149
Ibid., 30/11/1937, p. 351.
150
Véase Ibid., 31/1/1937, p. 29: «.. .Parlamento (...) Discurso del Führer (...) Se
fijan 300.000 marcos al año para el Premio Nacional de Arte y Ciencia. Consigo el
decreto de aplicación. El premio Nobel prohibido para los alemanes».
151
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 27/11/1936, p. 737.
152
Ibid., vol. 3,27/7/1937, p. 213.
153
Ibid., 3/9/1937, p. 252.
154
Robert M.W. Kempner, «Der Kampf gegen die Kirche. Aus UnverófFentlich-
tenTagebüchern Alfred Rosenbergs» [«La lucha contra la Iglesia. Del diario no publi
cado de Alfred Rosenberg»], en Der Monat. Eine internationale Zeitschrift [El mes. Una
revista internacional], año 1/julio de 1949, n° 10, p. 26 y ss. (aquí entrada: después del
congreso del partido de 1937, p. 31).
155
Volkischer Beobachter del 10/9/1937.
156
Citado por Jacobsen, Política exterior nacionalsocialista, p. 460.
157
Ibid., p. 835.
158
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 10/9/1937, p. 261.
796 Goebbels

159
Ibid., 26/9/1937, p. 279.
160
Citado por Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 1, p. 288.
161
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 25/9/1937, p. 278.
162
Ibid., 28/9/1937, p. 281.
163
Ibid., 29/9/1937, p. 283.
164
Ibid.
165
Ibid., 1/10/1937, p. 285.
166
Ibid., 30/9/1937, p. 284.
167
Ibid.
168
Ibid.
169
Ibid., 7/11/1937, p. 328.
170
Ibid., 14/9/1937, p. 266.
171
Ibid., 3/8/1937, p. 223.
172
ADAP, serie D, vol. 1, n° 93.
173
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 27/1/1938, p. 416.
174
Ibid.
175
Ibid., p. 415.
176
Ibid., 1/2/1938, p. 423.
177
Ibid., 29/1/1938, p. 419.
178
Ibid., 28/1/1938, p. 417.
179
Ibid., 31/1/1938, p. 422.
180
Ibid.
181
Ibid., 28/1/1938, p. 417.
182
Ibid. y 31/8/1938, p. 422.
183
Ibid., 28/1/1938, p. 417.
184
Ibid., 17/1/1938, p. 405.
185
Ibid., 30/1 /1938,p. 421.
186
Ibid., 6/2/1938, p. 433.
187
/Wá., 30/1/1938, p. 421.
188
N. de laT. En alemán dice que lo han desenmascarado como «175»: así se lla
maba coloquial y peyorativamente a los homosexuales, dado que el artículo 175 del
código penal era el que trataba esta cuestión.
189
Ibid., 1/2/1938, p. 423.
190
/feid.,p.424.
191
Ibid., 12/8/1938, p. 505.
192
Ibid., 1/2/1938, p. 424.
193
Ibid., 6/2/1938, p. 434.
194
Ibid., 5/2/1938, p. 431.
195
Ibid., 6/2/1938, p. 432.
196
Ibid., 6/3/1937, p. 68.
197
Ibid., vol. 4,1/4/1941, p. 562.
198
Ibid., vol. 3,27/10/1937, p. 315.
Notas 797

199
Ibid., vol. 2, 7/12/1935, p. 550.
200
Ibid., vol. 3, 6/3/1937, p. 68.
201
Ibid., 1/2/1938, p. 424.
202
Ibid., 29/10/1937, p. 318.
203
/biá., 20/1/1938, p. 408.
204
Ibid., 29/10/1937, p. 318.
205
Domaras, Discursos, vol. 1, p. 787 (nota 62).
206
Ai-<í.,p.788.
207
/fóí.,p.790.
208
Declaración de Wilhelm Keitel en Nuremberg, IMT, vol. X, p. 568.
209
Texto del llamamiento de Schuschnigg al plebiscito fijado para el 13 de mar
zo, citado por Domarus, Discursos, vol. 1, p. 807.
210
Goebbels en su discurso radiado con motivo del cumpleaños de Hitler en 1938,
reproducido en Vólkischer Beobachter del 21/4/1938.
211
Reproducido en Domarus, Discursos, vol. I, p. 809.
212
Declaración de Franz von Papen en Nuremberg, IMT, vol. XVI, p. 354; de ahí
están tomadas también las dos citas precedentes.
213
Goebbels en su discurso radiado con motivo del cumpleaños de Hitler en 1938,
reproducido en Vólkischer Beobachter del 21/4/1938.
214
Citado por Domarus, Discursos, vol. I, p. 811, nota 120.
215
Speer, Memorias, p. 123.
216
Goebbels en su discurso radiado con motivo del cumpleaños de Hitler en 1938,
reproducido en Vólkischer Beobachter del 21/4/1938.
217
Citado por Domarus, Discursos, vol. I, p. 816 y s.
218
Veit Harían, Im Schatten meiner Filme. Selbstbiogmphie [A la sombra de mis pelícu
las. Autobiografía], Gütersloh, 1966, p. 83 (en adelante citado como Harían, Autobiogra-
fia).
219
Citado por Domarus, Discursos, vol. I, p. 822 y s.
220
Ibid., p. 824.
221
Ibid., p. 825 y s.
222
«Veránderungen im Reichsministerium mrVolksaufklárung und Propaganda»
[«Cambios en el ministerio del Reich para la Educación Popular y la Propaganda»],
Hamburger Fremdenblatt del 5/4/1938, archivo federal de Coblenza, R 55/1338.
223
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 2/12/1937, p. 353.
224
Ibid., 19/7/1938, p. 485.
225
Ibid., 19/6/1938, p. 460.
226
Ibid., 21/6/1938, p. 462.
227
Discurso ante los líderes del partido el 19/3/1938 en Berlín, citado por Hei-
ber, Discursos de Goebbels, vol. I, p. 289 y ss. (aquí p. 291).
228
Reportaje de Goebbels sobre la visita de Hitler aViena el 9/4/1938, reprodu
cido en Heiber, Discursos de Goebbels, vol. I, p. 299 y ss. (aquí p. 302).
229
Ruhl, Cotidianidad parda, p. 149.
798 Goebbels

230
Volkischer Beobachter del 21/4/1938.
231
Hans Erik Hausner, Zeitbild: Das historische Nachrichtenmagazin. Der Zweite Welt-
krieg [Zeitbild: La revista de noticias históricas. La Segunda Guerra Mundial],,Viena y Hei-
delberg, 1979, p. 25.
232
Ibid., p. 26; cf. también Kershaw, Mito, p. 118 y ss.
233
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 24/11/1937, p. 344.
234
Ibid, 26/11/1937, p. 347.
235
Domarus, Discursos, vol. I, p. 855.
236
Volkischer Beobachter del 6/5/1938 y del 7/5/1938.
237
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 3/11/1937, p. 324.
238
Ibid., 28/12/1937, p. 385.
239
Descripción detallada de la tarde y lista pormenorizada de invitados en: Coo-
per C.Graham, Leni Riefenstahl and Olympia, Londres 1986, p. 186 y ss.
240
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 31/8/1938, p. 523;
véase Wolfgang Sche{ñer,Judenvervolgung im Dritten Reich 1933-1945 [Persecución de
los judíos en el Tercer Reich, 1933-1945], Berlín, 1960, p. 27 y ss.
241
«Goebbels über die Auseinandersetzung mit den Juden. Eine Rede bei der Ber-
liner Sonnwendfeier» [«Goebbels sobre el conflicto con los judíos. Un discurso pro
nunciado en la fiesta del solsticio berlinesa»], en Deutsche Allgemeine Zeitung del
23/6/1938, archivo federal de Coblenza, colección Schumacher (SS 115).
242
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 22/6/1938, p. 463.
243
Ibid., 4/6/1938, p. 448 y s.
244
Ibid., 11/6/1938, p. 452.
245
Ibid., 19/6/1938, p. 460.
246
Ibid., 22/6/1938, p. 463.
247
«Goebbels über die Auseinandersetzung mit den Juden. Eine Rede bei der Ber-
liner Sonnwendfeier» [«Goebbels sobre el conflicto con los judíos. Un discurso pro
nunciado en la fiesta del solsticio berlinesa»], en Deutsche Allgemeine Zeitung del
23/6/1938, archivo federal de Coblenza, colección Schumacher (SS 115).
248
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 19/6/1938, p. 460.
249
Ibid., 22/6/1938, p. 463.
250
Ibid., 6/7/1938, p. 473.
251
Ibid., 22/6/1938, p. 463.
252
Ibid.
253
Ibid.
254
Ibid., 25/7/1938, p. 490.
255
Ibid., 4/8/1938, p. 500.
256
Ibid., 25/7/1938, p. 490.
257
Informe del abogado Krech, Berlín Oeste, del 11/10/1954 respecto a la «bús
queda del doctor Goebbels por ser curador sucesorio», 5.II.623/54 y 5.II.210/54.
258
Según las entradas en el registro del juzgado municipal de Schóneberg/regis-
tro de la propiedad de Schwanenwerder, el 8 de junio de 1939 Goebbels vendió al
Notas 799

industrial Alfred Ludwig de Osnabrück una parte del terreno de la Inselstrasse 12/14
por 180.000 marcos del Reich (según la información del juzgado municipal de Schó-
neberg/registro de la propiedad de Schwanenwerder del 12/10/1989). En el año 1941
alquiló además la casa «tras una pequeña lucha» con este «gordo capitalista» (Diario
del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 30/3/1941, p. 558 y entrada del
24/3/1941, p. 550).
259
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 3/8/1937, p. 223.
260
Ibid., 3/6/1938, p. 446 y s.
261
Ibid., 10/8/1938, p. 504.
262
Diario del archivo federal de Coblenza, 19/8/1941, NL 118/21; véase tam
bién Eberhard Schwarzenbeck, Nationalsozialistische Pressepolitik und die Sudetenkrise
[La política periodística nacionalsocialista y la crisis de los Sudetes], Munich, 1979.
263
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 3/6/1938, p. 446 y s.
264
Declaración de Moritz von Schirmeister en Nuremberg el 28/6/1946, IMT,
vol. XVII, p. 266.
265
Véase declaración de Hans Fritzsche el 7/1/1946, IMT, documento 3469-PS,
vol. XXXII, p. 319.
266
Stephan, Goebbels, p. 105.
267
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 3/6/1938, p. 446 y s.
268
Ibid., 24/8/1938, p. 516.
269
Para más detalles sobre Naumann véase Boelcke, Conferencias ministeriales, p.
54 y ss.
270
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 19/7/1938, p. 484 y
s.: «...conversación seria con Hanke sobre las perspectivas de la guerra. (...) En este
momento todos estamos un poco desconcertados»; Ibid., 28/8/1938, p. 520: «...con
Hanke y Naumann (...) El tema candente: la guerra y Praga. Ahora mismo estas cues
tiones pesan sobre todos».
271
Ibid., 1/9/1938, p. 525.
272
Ibid., 28/8/1938, p. 520.
273
Ibid., 16/7/1938, p. 482.
274
Ibid., 19/7/1938, p. 485.
275
Ibid., 17/7/1938, p. 483.
276
Ibid., 19/7/1938, p. 485; Ibid., 24/8/1938, p. 516.
217
Ibid., 19/8/1938, p. 511.
278
Ibid., 30/8/1938, p. 521 y s.: «Randolph (el agregado de prensa de Goebbels
en Londres —el autor—) me informa sobre Londres. Lo que Inglaterra hará en caso
de un conflicto sangriento, nadie lo sabe. Randolph piensa que intervenir. No lo creo.
Si se le da al gobierno inglés la posibilidad de justificar su no actuación ante su pro
pio pueblo, si además está afianzada nuestra frontera occidental, Londres sólo protes
tará. Pero eso no es más que una cuestión de presentimiento».
279
Ibid., 22/7/1938, p. 487.
280
Ibid., p. 488; la historia del martirio del joven Hitler en Austria, que compren
día por su propia juventud, procede del discurso de Goebbels con motivo del cua-
800 Goebbels

renta y nueve cumpleaños de Hitler, pronunciado el 19 de abril de 1938, Volkischer


Beobachter del 21/4/1938; véase Bramsted, Propaganda, p. 295 y diario del Instituto de
Historia Contemporánea, vol. 2, 9/8/1932, p. 219.
281
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 2/7/1938, p. 471.
282
Ibid., 5/8/1938, p. 501.
283
«En casa Magda tenía una importante entrevista. Es para mí de gran trascen
dencia», Ibid., 5/8/1938, p. 501.
284
«Espero que ahora se vuelva a fijar pronto un nuevo objetivo. Lo necesito. Los
últimos meses me han consumido mucho», seguía diciendo allí. (Ibid., 6/8/1938, p.
501).
285
Alá., 14/8/1938, p. 507.
286
Diario de Rosenberg, entrada del 6/2/1939, p. 64.
287
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 21/8/1938, p. 513.
288
Ibid., 16/8/1938, p. 508.
289
Ibid.
290
«Co n el Füh rer.Vuelvo a ten er un largo ca mbio de impresio nes co n él ( . . . ) . Ya
casi no veo ninguna solución», Ibid., 17/8/1938, p. 509.
291
Ibid., 16/8/1938, p. 508 y 21/8/1938, p. 513; véase diario de Hassell, entrada
del 10/10/1938, p. 57.
292
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 21/8/1938, p. 513.
293
Ibid., 16/8/1938, p. 508.
294
Ibid., 18/8/1938, p. 509.
295
Ibid., 20/8/1938, p. 513; Ibid., 18/8/1938, p. 509; Ibid., 19/8/1938, p. 510.
296
Ibid., 18/8/1938, p. 509 y s.
297
«Me dirijo a casa de mi madre, que es tan buena y cariñosa conmigo. Allí me
siento de verdad en casa. María está completamente de mi parte (...). Me alegro de
ver a mi madre, que es enternecedora (...). Otra vez de visita a mi madre y a María
(...). De lo contrario me siento tan solo que no lo puedo soportar», Ibid., 19/8/1938,
p. 510 y s.; «Visito a mi madre, que está muy enferma (...). Reflexiono con ella. Es la
persona más cercana a mí (...). Un buen rato sentado con mi madre y con María. Es
una tarde muy triste», Ibid., 20-21/8/1938, p. 513.
299
Ibid., 17/8/1938, p. 509.
299
Ibid., 21/8/1938, p. 513.
300
Ibid., 22/8/1938, p. 514 y s.
301
Ibid.
302
Ibid., 21/8/1938, p. 514.
Mi
Ibid., 1/9/1938, p. 525.
304
Ibid.
305
Ibid., 21/8/1938,p. 513, véase también Ibid., 13/8/1938,p. 506: «El trabajo de
nuestro ministerio para el caso de urgencia se desarrolla ahora a muy gran escala».
306
Messerschmidt, Segunda Guerra Mundial, p. 149; véanse escritos de Blau, el espe
cialista que trabajaba en el laboratorio psicológico del ministerio de Guerra del Reich,
Propaganda (1935) y Geistige Kriegfühmng [Beligerancia intelectual] (1937).
Notas 801

307
Véase Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 16/9/1937, p.
268, Ibid., 19/9/1937, p. 271.
308
Ibid., 30/7/1938, p. 495.
309
Véase Messerschmidt, Segunda Guerra Mundial, p. 149; Longerich, Propagandistas, p.
116 y ss.; Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 127 y ss. M0 Ibid.,p. 127 y s.
311
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 13/8/1938, p. 506;
véase Messerschmidt, Segunda Guerra Mundial, p. 149.
312
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 21/8/1938, p. 513; al
comienzo de la guerra en verano de 1939 había 15 compañías de propaganda en con
diciones de operar.
313
Ibid., 1/8/1938, p. 497.
314
Domarus, Discursos, vol. I, p. 923.
315
William L. Shirer, Berlin Diary, Londres, 1941, p. 118 y s., citado por Alan Bullock,
Hitler. Eíne Studie über Tyrannei [Hitler. Un estudio sobre la tiranía], Kronberg, 1977, p.
445 (en adelante citado como Bullock, Hitler).
316
Hill, Papeles de Weizsdcker, entradas del 9/10/1938 y de mediados de octubre
de 1939 (retrospectiva), p. 145 y 171; el presidente del Banco del Reich, Schacht, con
tó al embajador von Hassell el 15/9/1938 que Goebbels estaba «en contra de una
irreflexiva política bélica» (diario de Hassell, entrada del 17/9/1938, p. 52).
317
Véase Hill, Papeles de Weizsdcker, entrada de mediados de octubre de 1939 (retros
pectiva), p. 171: «El mariscal de campo Góring me dijo unas semanas después de la
conferencia de Munich que sabía que dos razones habían movido al Führer a elegir
el procedimiento pacífico: la duda de que el pueblo alemán quisiera la guerra y la
duda de si Mussolini no le dejaría plantado en caso contrario»; Marianne vonWeiz-
sa'cker a la madre de Ernst von Weizsácker el 30/10/1938, Ibid., p. 144: «Ernst atri
buye el mérito principal en los últimos días, además de al Führer, a Hermann Goring,
(...) a quien tenía en gran estima.También Goebbels debió de prestar un buen ser
vicio en su puesto, como informador»; cf. también Bullock, Hitler, p. 453.
318
Citado por Domarus, Discursos, vol. I, p. 946.
319
Cf. Bullock, Hitler, p. 453.
320
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3,18/10/1938, p. 525 y s.
321
David Irving, HitlersWeg zum Krieg [El camino de Hitler hacia la guerra], Herrs-
ching, 1978, p. 299 y s. (en adelante citado como Irving, Camino de Hitler).
322
Véase la imagen y el pie de imagen en el Vólkischer Beobachter del 25/10/1938;
se dice que en el diario de Bormann el 23/10 como fecha de este encuentro está
anotado con signo de interrogación, véase Irving, Camino de Hitler, p. 301; también
Heiber, Goebbels, menciona esta fecha, p. 277; por el contrario, Domarus apunta el
24/10 (Discursos, vol. I, p. 961).
323
Diario de Rosenberg, entrada del 6/2/1939, p. 64 y s.
324
Hanke a Urban, uno de los más antiguos colaboradores políticos de Rosen
berg, diario de Rosenberg, Ibid., p. 64.
802 Goebbels

325
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 16/7/1938, p. 482.
326
Nota de Rudolf Likus a Ribbentrop el 3/11/1938: «Escenas de escándalo en
el Gloria-Palast desde el viernes al domingo con la proyección de la película Spieler
[El jugador]. Lida Baarova recibe una pitada. El lunes se quita la película del progra
ma» (Ministerio de Exteriores, serie 43, 29 042); véase también diario de Hassell,
entrada del 30/1/1939, p. 79.
327
Relato según Géza von Cziffra: Es war eine rauschende Ballnacht. Eine Sittenges-
chichte des deutschen Films [Fue una grandiosa noche de baile. Una historia de las costumbres
del cine alemán] , Fran kfurt del Meno y Berlín, 1987, p. 149 y s.
328
Dos años después de que laWehrmacht alemana invadiera el denominado «res
to de Chequia» el 15/3/1939, Lida Baarova, que vivía en Praga, seguía sin ser moles
tada. En primavera de 1941 se le prohibió también actuar allí. Ante la aproximación
de las tropas rusas, huyó con amigos al territorio ocupado por los americanos. En la
confusión de la última fase de la guerra fue entregada a los comunistas, que la hicie
ron comparecer en Praga ante el Tribunal del Pueblo como colaboracionista. Fue con
denada por traición a la patria. Durante los interrogatorios por parte de los oficiales
rusos, su madre murió de un ataque cardiaco; a su hermana Zorka, también actriz, se
le impuso la prohibición de actuar y después se suicidó.Tras pasar dieciséis meses en
la cárcel, finalmente fue indultada y puesta en libertad gracias a la intervención del
sobrino de un ministro checo.Jan Kopetzky, con el que más tarde se casó.
329
Günther Gillessen, «Der Organisierte Ausbruch des Hasses. Die "Reichskris-
tallnacht" vor 50 Jahren» [«El estallido organizado del odio. La "Noche de los Cris
tales Rotos" hace 50 años»]. Suplemento del FAZ (FrankfurterAllgemeine Zeitung) del
5/11/1988 (en adelante citado como Gillessen, Noche de los Cristales Rotos).
330
Volkischer Beobachter del 8/11/1938.
331
Inge Deutschkron, Ich trug dengelben Stern [Yo llev é la estrella amarilla], Munich,
1985, p. 36.
332
Hermann Graml, Reichskristallnacht.Antisemitismus undJudenverfolgung im Drit-
ten Reich [La Noche de los Cristales Rotos. Antisemitismo y persecuci ón de los judíos en el
Tercer Reich], Munich, 1988, p. 17 (en adelante citado como Graml, Noche de los Cris
tales Rotos).
333
N. de laT. La Orden de la Sangre (Blutorden) fue fundada por Hitler en 1934
y su insignia se concedió principalmente a aquellas personas que habían participado
de forma activa en el golpe de 1923.
334
Documento 3063-PS, IMT, vol. XXXII, p. 21.
335
Gillessen, Noche de los Cristales Rotos.
336
Bramsted, Propaganda, p. 506.
337
Gillessen, Noche de los Cristales Rotos.
338
Acta del diálogo de Ribbentrop-Bonnet, ADAP, serie D, vol. 4, doc. 372.
339
Declaración de Hans Fritzsche en Nuremberg, IMT, vol. XVII, p. 210.
340 Anotación del comandante Engel del 11/11/1938, citado por Heinz Lauber,
Judenpogrom: «Reichskristallnacht» November 1938 in Grossdeutschland. Daten, Fakten,
Notas 803

Dokumente, Quellentexte, Thesen und Bewertungen [Pogromo contra los judíos: «La Noche
de los Cristales Rotos» de noviembre de 1938 en la Gran Alemania. Datos, hechos, docu-
mentos, fuentes, tesis y valoraciones], Gerlingen, 1981, p. 178; esto también lo afirmó
Góring en Nuremberg, IMT, vol. IX, p. 312 y ss.
341
Declaración de Hermann Góring en Nuremberg, IMT, vol. IX, p. 312 y ss.
342
Declaración de Walther Funk en Nuremberg, IMT, vol. XIII, p. 131.
343
Gerald Reitlinger, Die Endlósung. Hitlers Versuch der Ausrottung derjuden Europas
1939-1945 [La solución final. El intento de Hitler por exterminar a los judíos de Europa,
1939-1945], 5a ed., Berlín 1979, p. 18; el acta de la deliberación se encuentra como
documento 1816-PS en IMT, vol. XXVIII, p. 499 y ss.
344
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3,12-13/11/1938, p. 532
ys.
345
Ibid., 13/11/1938, p. 533.
346
Volkischer Beobachter del 14/11/1938.
347
Decreto del 24/1/1939, H. G. Adler, H.G., Der verwaltete Mensch. Studien zur
Deportation derjuden aus Deutschland [La administración del ser humano. Estudios sobre la
deportación de los judíos de Alemania],Tubinga 1974, p. 71 y 85 (en adelante citado como
Adler, Deportación); véase también carta de Góring a Heydrich del 31/7/1941, IMT,
doc. 710-PS, vol. XXVI, p. 266 y s.
348
Goebbels en el congreso anual de la C ámara de Cultura del Reich el
25/11/1938, en Volkischer Beobachter del 26/11/1938.
349
Ibid., 20/11/1938.
350
N. de la T. Aquí se utiliza el término Alljuda, concepto hegeliano que expresa
la síntesis entre el judaismo y el sionismo.
351
Ibid., 10/11/1938.
352
Gillessen, Noche de los Cristales Rotos.
353
Ibid.; véase Graml, Noche de los Cristales Rotos, p. 37.
354
Volkischer Beobachter del 11/11/1938; Rede Hitlers vor der deutschen Presse (10.
November 1938), mit Vorbemerkungen von Wilhelm Treue [Discurso de Hitler ante la pren
sa alemana (10 de noviembre de 1938), con observaciones introductorias deWilhelm
Treue], en:VfZG, año 6/1958, p. 175 y ss. (en adelante citado como Treue, Discurso
confidencial).
355
Treue, Discurso confidencial, p. 183.
356
Ibid., p. 182 y s.
357
Reproducido en Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 1, p. 309 y ss. (aquí p. 316 y
p. 320); véase Jutta Sywottek, Mobilmachungjür den Totalen Krieg. Die Propagandisiische
Vorbereitung der Deutschen Bevolkerung aufden Zweiten Weltkrieg [Movilización para la gue
rra total. La preparación propagandística de la población alemana para la Segunda Guerra Mun
dial], Opladen, 1976, p. 165 y s. (en adelante citado como Sywottek, Movilización).
358
Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 1, p. 309 y ss. (aquí p. 327 y s.); el discurso
también se distribuyó en forma de octavilla durante la «campaña electoral» diri
a los alemanes de los Sudetes; véase Sywottek, Movilización, p. 165.
804 Goebbels

359
Directiva de prensa del RMVP del 19/10/1938, citado por Sywottek, Movili
zación, p. 166 y s.
360
Citado por Ibid.,p. 166.
361
Conferencia de prensa del 9/5/1939, archivo federal de Coblenza, colección
Sanger (ZSg 102/13).
362
Escrito del jefe de la sección de prensa del OKW [Alto Mando de la Wehr-
macht], Hasso von Wedel, al departamento interno del OKW responsable del con
trol de la literatura, 6/5/1939, citado por Sywottek, Movilización, p. 167.
363
Ibid., p. 169.
364
Diario de Hassell, entrada del 26/1/1939, p. 82.
365
Ibid., entrada del 10/10/1938, p. 57.
366
Speer, Memorias, p. 161.
367
Diario de Rosenberg, 6/2/1939, p. 66.
368
Rosenberg a Darré el 1/3/1939 durante una recepción de Hitler al cuerpo
diplomático, en Diario de Rosenberg, entrada del 1/3/1939, p. 66.
369
Ibid., entrada del 6/2/1939, p. 63 y ss. (aquí p. 64 y s.), de ahí proceden tam
bién las siguientes citas de este párrafo.
370
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 1/11/1938, p. 526.
371
Ibid., 3/11/1938, p. 528 y diario de Rosenberg, entrada del 6/2/1939, p. 64.
372
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 3/11/1938, p. 528.
373
Ibid., 12/11/1938, p. 532.
™Ibid., 17/11/1938, p. 536.
375
Ibid., 10/12/1938, p. 545.
376
Ibid., 30/12/1938, p. 551.
377
Ibid., 9/12/1938, p. 545.
378
Ibid., 30/12/1938, p. 551; véase también diario de Hassell, entrada del 30/1/1939,
p.79.
379
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 3/1/1939, p. 553.
xo
Ibid., 1/1/1939, p. 552.
381
Ibid., 3/1/1939, p. 553.
382
Ibid., 4/1/1939, p. 553.
383
Ibid.
384
Ibid., 18/1/1939, p. 556.
385
Ibid., 8/1/1939, p. 554.
386
Ibid., 17/1/1939, p. 555.
387
A ello alude una observación durante una conversación entre Amann y Rosen
berg en enero de 1940: «Amann (...) informó sobre una entrevista con el doctor
G.(oebbels). A.(mann) había establecido editores y redactores en Polonia. Luego G.
"inspeccionó" y despidió de nuevo a la gente. Entonces A. se dirigió a G. en el minis
terio y le dijo sus verdades durante dos horas. Que qué se había pensado, que qué se
creía con su miserable ministerio. Nadie quería ya saber nada de él.Todos los jefes de
distrito lo rechazaban unánimemente, etc. Goebbels permaneció allí sentado en esta-
Notas 805

do lastimoso: Querido compañero A., si nos separamos, he ofrecido mi dimisión al


Führer ya hace un año», diario de Rosenberg, entrada del 19/1/1940, p. 96.
388
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 18/1/1939, p. 556.
™ Ibid., 19/1/1939, p. 556.
390
Ibid., 20/1/1939, p. 557.
391
Ibid., 21 léase 22/1/1939, p. 559.
392
Ibid., 20/1/1939, p. 557.
393
Ibid., 24 léase 25/1/1939, p. 561.
394
Citado por Domarus, Discursos, vol. II, p. 1.053.
395
Ibid., vol. I, p. 927.
396
Hitler en su discurso confidencial ante representantes de la prensa el 10/11/1938,
reproducido en Ibid., vol. I, p. 973 y ss. (aquí p. 976).
397
Sobre sus reproches a los intelectuales, Ibid., p. 975 y s.
398
Treue, Discurso confidencial, p. 188.
399
En Joseph Goebbels, Die Zeit ohne Beispiel. Reden und Aufsdtze aus denjahren
1939/1940/41 [Un tiempo sin precedentes. Discursos y artículos de los años 1939/40/41],
Munich, 1941, p. 17 y ss. (aquí p. 19) (en adelante citado como Goebbels, Tiempo sin
precedentes); de aquí procede el resto de citas de este párrafo donde no se indica de
otra forma.
400
Joseph Goebbels, «Wer will den Krieg?» [«¿Quién quiere la guerra?»] del
1/4/1939 en Goebbels, Tiempo sin precedentes, p. 90 y ss. (aquí p. 91).
401
Vdlkischer Beobachter del 4/2/1939.
402
Ibid., 11/2/1939.
403
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 10/2/1939, p. 571.
404
«El peor enemigo de toda propaganda es el intelectualismo», Ibid., vol. 4,
15/12/1940, p. 422.
405
Lochner, Diarios de Goebbels, 29/1/1942, p. 62; Goebbels manifestó esta mis
ma opinión repetidas veces en su diario. En la entrada del 3/1/1940 (Diario del Ins
tituto de Historia Contemporánea, vol. 4, p. 2) dice: «Hay que repetir siempre lo mis
mo en formas siempre distintas (...). El pueblo (...) debe estar completamente imbuido
de nuestras ideas gracias a la constante repetición. ¡Hasta que todo quede bien asen
tado!»; y el 8/2/1940 (Ibid., p. 36): «La propaganda es repetir, repetir eternamente».
406
Ibid., vol. 2, 8/2/1932, p. 124 (Kaiserhoí).
407
Hans Fritzsche proporcionó ejemplos en su declaración en Nuremberg del
7/1/1946, IMT, vol. XXXII, documento 3469-PS, p. 305 y ss. (aquí p. 319).
m
Ibid., p. 320.
409
Domarus, Discursos, vol. II, p. 1.091.
410
Ibid.,p. 1.092.
411
Acontecimientos de la visita de Hacha según: Ibid., p. 1.093 y ss.; en realidad,
la entrada de las tropas alemanas comenzó ya el 14/3/1939, pero se indicó a la pren
sa que no era «oportuno dar demasiada importancia a esta fecha (...) la fecha del 14
debe pasar a un segundo plano» (archivo federal de Coblenza, colección Sánger, ZSg.
102/15).
806 Goebbels

412
Joseph Goebbels, «Die Grosse Zeit» [«El gran momento»], del 18/3/1939, en
Goebbels, Tiempo sin precedentes, p. 70 y ss. (aquí p. 72).
413
Domarus, Discursos, vol. II, p. 1.095.
414
Ralf Georg Reuth, Erwin Rommel. Des Führers General [Erwin Rommel. El gene
ral del Führer], Munich, 1987, p. 24 y s. (en adelante citado como Reuth, Rommet).
415
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 19/3/1939, p. 576.
416
Speer, Memorias, p. 162.
417
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 19/3/1939, p. 576.
418
Joseph Goebbels, «Aussprache unter vier Augen mit der Demokratie» [«Deba
te a solas con la democracia»] del 21/3/1939, en: Goebbels, Tiempo sin precedentes, p.
77 y ss. (aquí p. 78).
419
Donde no se indica de otra forma, las citas de este párrafo proceden del edi
torial de Goebbels «Die Grosse Zeit» [«El gran momento»] del 18/3/1939, en Goeb
bels, Tiempo sin precedentes, p. 70 y ss. (aquí p. 72 y s.).
420
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 21/3/1939, p. 577.
421
/tóf.,p.578.
422
Diario de Rosenberg, entrada del 1/3/1939, p. 66.
423
Heiber, Goebbels, p. 274.
424
Diario de Rosenberg, entrada del 1/3/1939, p. 66.
425
Speer, Memorias, p. 161 y s.
426
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 1/1/1939, p. 552.
427
Speer, Memorias, p. 161.
428
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 3/4/1939, p. 588.
429
Discurso radiado con motivo del cincuenta cumpleaños de Hitler del 19/4/1939,
en Goebbels, Tiempo sin precedentes, p. 97 y ss. (aquí p. 98).
430
ftiíf.,p.99.
431
Aid., p. 98.
432
Erich Kordt, Wahn und Wirklichkeit [Ilusión y realidad], Stuttgart, 1948, p. 152 y s.
433
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 21/4/1939, p. 599.
434
Véase FritzTerveen, Der Filmbericht über Hitlers 50. Geburtstag. Ein Beispiel natio-
nalsozialistischer Selbstdarstellung und Propaganda [El reportaje cinematográfico sobre el 50
cumpleaños de Hitler. Un ejemplo de autorrepresentación y propaganda nacionalsocialista], en:
VfZG año 7/1959, p. 75 y ss. (en adelante citado como Terveen, Reportaje cinemato-
gráfico).
435
Georg Santé, Parade ais Paradestück. Zwó'ljAugenpaare, die mehr ais Hunderttau-
sende sahen-Grosseinsatz der Wochenschau [El desfile como alarde. Doce pares de ojos que
veían más que cientos de miles-Gran operación del Wochenschau], reproducido en extracto
en Wulf, Teatro y cine, p. 382 y s. (aquí p. 382).
436
Terveen, Reportaje cinematográfico, p. 84.
437
Joseph Goebbels, «Der Film ais Erzieher» [«El cine como educador»], en Joseph
Goebbels, Das eherne Herz. Reden und Aufsdtze aus denjahren 1941/42 [El corazón de
Notas 807

hierro. Discursos y artículos de los años 1941/42], Munich, 1943, p. 37 y ss. (aquí p. 38)
(en adelante citado como Goebbels, El corazón de hierro).
438
Véase Bramsted, Propaganda, p. 531.
439
Joseph Goebbels, «Nochmals: die Einkreiser» [«Otra vez: los aislacionistas»], en
Vólkischer Beobachter del 27/5/1939.
440
Ibid.
441
«Die Einkreiser» [«Los aislacionistas»] (20/5/1939), p. 144 y ss., «Nochmals: die
Einkreiser» [«Otra vez: los aislacionistas]» (27/5/1939), 150 y ss. y «Das schreckliche
Wort von der Einkreisung» [«La terrible palabra del aislamiento»] (1/7/1939), 188 y
ss., en: Goebbels, Tiempo sin precedentes.
442
Véase Joseph Goebbels, «Klassenkampf der Vólker?» [«¿Lucha de clases entre los
pueblos?»] del 3/6/1939, en Goebbels, Tiempo sin precedentes, p. 157 y ss.
443
Joseph Goebbels, «Die Moral der Reichen» [«La moral de los ricos»] del
25/3/1939, en Goebbels, Tiempo sin precedentes, p. 84 y ss. (aquí p. 85).
44 4
/W.,p.84.
445
Zbííí., p. 89.
446
Joseph Goebbels, «Aussprache unter vier Augen mit der Demokratie» [«Deba
te a solas con la democracia»] del 21/3/1939, en Goebbels, Tiempo sin precedentes, p.
77 y ss. (aquí p. 77).
447
Orden confidencial para la redacción, del 16/6/1939, reproducida en Wulf,
Prensa y radio, p. 106.
448
Diario de Hassell, entrada del 20/6/1939, p. 92.
449
Discurso del 17/6/1939 reproducido en Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 1,
p. 333 y ss.; este discurso provocó la mayor histeria colectiva que jamás logró un dis
curso de Goebbels de los años de paz transmitido en grabación sonora, Ibid., p. XXVII;
discurso del 18 de junio reproducido en el Vólkischer Beobachter del 19/6/1939.
450
N. de laT. Rima en alemán: Diejuden und die Polen, die wollen Danzig holen!
451
Reproducido en Heiber, Discursos de Goebbels, vol. I, p. 333 y ss. (aquí p. 335).
452
Sánger, Política de engaños, p. 371 y ss.
453
Joseph Goebbels, «Wer will den Krieg» [«¿Quién quiere la guerra?»] del 1/4/1939
en Goebbels, Tiempo sin precedentes, p. 90 y ss. (aquí p. 90).
454
Joseph Goebbels, «Bajonette ais Wegweiser» [«La bayoneta como indicador del
camino»], del 13/5/1939, en Goebbels, Tiempo sin precedentes, p. 135 y ss. (aquí p. 135).
455
Directiva del 23/6/1939, citada por Sánger, Política de engaños, p. 378.
456
Véase Joseph Goebbels, «Bajonette ais Wegweiser» [«La bayoneta como indica
dor del camino»], del 13/5/1939, en Goebbels, Tiempo sin precedentes, p. 135 y ss. (aquí
p. 135). (aquí p. 137 y ss.).
457
Ibid., p. 139.
458
Ibid., p. 136 y s.
459
Ése era el título de su editorial publicado en el Vólkischer Beobachter el 5/5/1939,
en Goebbels, Tiempo sin precedentes, p. 127 y ss.
460
Goebbels a Schwerin von Krosigk el 2/6/1937, archivo federal de Coblenza,
R 55/421.
808 Goebbels

461
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 27/8/1935, p. 507.
462
Anotación del jefe del departamento presupuestario del RMVP, doctor Karl
Ott, respecto al domicilio oficial del ministro del Reich para la Educación Popular y
la Propaganda, 21/4/1938, archivo federal de Coblenza, R 55/421.
463
Nota de Ott del 22/4/1938, archivo federal de Coblenza, R 55/421.
464
Véase Heiber, Goebbels, p. 254.
465
N. de la T. Fiesta que celebra el propietario de la nueva casa con los obreros y
los amigos cuando se acaba de instalar la armadura del tejado.
466
Extracto general de gastos relativos al nuevo edificio del domicilio oficial del
señor ministro del Reich para la Educación Popular y la Propaganda, 28/2/1939,
archivo federal de Coblenza, R 55/421.
467
Con el argumento «de que las salas en las que se utilizaría el bronce sólo te
nían una finalidad oficial representativa», Goebbels hizo ordenar a la oficina de con
trol de metales que proporcionara el bronce requerido; escrito dirigido a la oficina
de control de metales del 10/2/1939, archivo federal de Coblenza, R 55/421.
468
En suma, la lista de objetos comprados en París para las residencias de la Her-
mann-Góring-Strasse y de Lanke comprendía 48 artículos por un precio total de 2,3
millones de marcos del Reich, archivo federal de Coblenza, R 55/423.
469
Ott a Goebbels el 24/2/1939, archivo federal de Coblenza, R 55/421.
470
Ibid.
471
Ibid.
472
Argumentación para el escrito dirigido al ministerio de Hacienda respecto al
título del presupuesto del RMVP: nuevo edificio del domicilio oficial del ministe
rio, archivo federal de Coblenza, R 55/1360.
473
Oficina ministerial al departamento presupuestario el 3/11/1939, archivo fede
ral de Coblenza, R 55/1360.
474
El arquitecto Baumgarten al ministro el 2/12/1939, archivo federal de Coblen
za, R 55/1360.
475
Argumentación para el escrito dirigido al Ministerio de Hacienda respecto al
título del presupuesto del RMVP: nuevo edificio del domicilio oficial del ministe
rio, archivo federal de Coblenza, R 55/1360.
476
Oven, Finóle, entrada del 19/6/1943, p. 38.
477
«Para entonces, las cosas habían llegado a tal punto entre Hanke y la señora
Goebbels que, para consternación de todos los enterados, querían casarse (...). Han
ke insistía ante Hitler en la separación, pero Hitler se negó por razones de Estado»,
Speer, Memorias, p. 164.
478
Ibid., p. 165.
479
Curriculum vítae del jefe de distrito Karl Hanke del 25/5/1943, BDC, expe
diente personal de Hanke.
480
Vólkischer Beobachter del 27/7/1939; Domarus, Discursos, vol. II, p. 1.220.
481
Speer, Memorias, p. 165.
Notas 809

Capítulo 12. Él está bajo la protección del Todopoderoso (1939-1941)

'Véase Speer, Memorias, p. 177; una opinión similar manifestó el que fue durante
muchos años jefe de prensa de Goebbels, Moritz von Schirmeister, quien en Nurem-
berg declaró que Goebbels «no quiso incitar a la guerra» (IMT, vol. XVII, p. 263).
2
Domaras, Discursos, vol. II, p. 1.334.
3
Speer, Memorias, p. 177.
4
Orden para la redacción del 5/5/1939, reproducida en Wulf, Prensa y radio, p.
106 (archivo federal de Coblenza, colección Brammer, ZSg 101).
5
Joachim von Ribbentrop, Zwischen hondón und Moskau. Erinnerungen und letzte
Aufzeichnungen [Entre Londres y Moscú. Memorias y últimos escritos], editado por Anne-
lies von Ribbentrop, Leoni, 1953, p. 97; véase también el resumen de su actividad
como embajador en Londres del 2/1/1938 («Nota para el Führer», ADAP, serie D,
vol. l,doc. 93, p. 132 y ss.).
6
Véase Sanger, Política de engaños, orden del 11/9/1937, p. 348.
7
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 24/5/1941, p. 657.
* Ibid., 16/3/1940, p. 76.
9
Ibid., vol. 3,9/11/1939, p. 635.
"'Véase Ibid., vol. 4, entradas del 12/4, 5/8, 9/8,25/8, 23/8, 24/8/1940.
11
Speer, Memorias, p. 177; Speer sigue escribiendo que Goebbels se había decla
rado «abiertamente preocupado por el peligro de guerra que se perfilaba», motivo por
el cual en el entorno de Hitler se le consideraba una «persona degenerada por la vida
holgada del poder».
12
Citado por Sanger, Política de engaños, p. 360.
13
Citado por Ibid., p. 360 y s.
14
Citado por Ibid., p. 362.
15
Vertrauliche Informationen [Informaciones confidenciales] n° 188/39, 22/8/1939,
archivo federal de Coblenza, colección Oberheitmann, ZSg 109, citado por Brams-
ted, Propaganda, p. 277.
16
Ibid.
17
Citado por Sanger, Política de engaños, directiva del 24/8/1939, p. 363.
18
Taubert, El aparato antisoviético, p. 6.
19
Speer, Memorias, p. 176 y s.
20
Registro del segundo discurso de Hitler ante los generales alemanes el 22/8/1939
(IMT, doc. 1014-PS), citado por Domarus, Discursos, vol. II,p. 1.237 y s. (aquí p. 1.238).
21
Citado por Sanger, Política de engaños, p. 385.
22
Ibid., p. 364.
23
/6iif.,p.384.
24
Citado por Ibid., p. 386.
25
Citado por Ibid.
26
Citado por Ibid., p. 388.
810 Goebbels

27
Citado por Joachim C. Fest, Hitler. Eine Biographie [Hitler. Una biografía], Frank-
furt del Meno, Berlín y Viena, 1973, p. 803; véase Sánger, Política de engaños, p. 364
y ss. (aquí p. 379).
28
Citado por Ibid.,p. 390.
29
Véase Domarus, Discursos, vol. II, p. 1.310 y s.
30
El 1/9/1939, en la conferencia de prensa del gobierno del Reich, se public ó
esta normativa lingüística: «Ningún titular que contenga la palabra guerra. Según el
discurso del Führer, sólo rechazamos el ataque», citado por Sanger, Política de engaños,
p. 391 y s.; véase también el telegrama circular del secretario de Estado en el Minis
terio de Exteriores, Weizsácker, del 1/9/1939 (ADAP, D, vol. VII, n° 512). En él se
decía que las tropas alemanas habían entrado en acción «para defenderse de los ata
ques polacos». «Esta acción no se puede calificar por el momento de guerra».
31
Domarus, Discursos, vol. II, p. 1.314 y s.; en realidad el ataque había comenza
do a las 4.45.
32
Goebbels, «carta rápida» del 1 de septiembre de 1939, actas de la cancillería del
Reich, archivo federal de Coblenza, R 43 II/639, p. 145-147; cf. también Conrad F.
Latour: Goebbels' «Ausserordentliche Rundfunkmassnahmen» 1939-1942 [Medidas radio
fónicas extraordinarias de Goebbels, 1939-1942], enVfZG, año 11/1963, p. 418 y ss.
33
Declaración de Moritz von Schirmeister en Nuremberg, IMT, vol. XVII, p. 277.
34
Karl Wahl (jefe de distrito de Suabia), sobre su viaje por Alemania en aquellos
días, citado por Messerschmidt, Segunda Guerra Mundial, p. 25.
35
Schmidt, Figurante, p. 473.
36
/fóí.,p.474.
37
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 11/11/1939, p. 639.
38
Declaración de Alfred Jodl en Nuremberg, IMT, vol. XV, p. 385 y s.
39
N. de la T. Stuka es la abreviatura de Sturzkampfflugzeug, «bombardero en pica-
di».
40
ADAP, serie D, 1937-1945, vol.VIII. 1, Die Kriegsjahre [Los años de guerra], 4/9/1939
hasta 18/3/1940, Baden-Baden/Frankfurt del Meno 1961, doc. 31, p. 24.
41
Ibid,, punto 7,p. 24.
42
Willi A. Boelcke, Kriegspropaganda 1939-1941. Geheime Ministerkonferenzen im
Reíchspropagandaministerium [Propaganda bélica, 1939-1941. Conferencias ministeriales
secretas en el Ministerio de Propaganda del Reich], Stuttgart, 1966, p. 125 (en adelante cita
do como Boelcke, Conferencias ministeriales).
43
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 8/7/1938, p. 475.
44
Ibid., 3/6/1938, p. 447.
45
Declaración de Moritz von Schirmeister en Nuremberg, IMT, vol. XVII, p. 280.
46
Otto Dietrich, Zwbífjahre mit Hitler [Doce años con Hitler], Munich, 1955, p. 259.
47
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 2/12/1940, p. 415.
48
Ibid., vol. 3,18/11/1939, p. 646.
49
Ibid., 21/11/1939, p. 648.
Notas 811

50
Peter Longerich, Propagandisten im Krieg. Die Presseabteilung des Auswdrtigen Amtes
unter Ribbentrop [Propagandistas en la guerra. El departamento de prensa del Ministerio de
Exteriores bajo el mandato de Ribbentrop], Munich, 1987,p. 137 (en adelante citado como
Longerich, Propagandistas).
51
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4,12/1/1940, p. 11.
52
Ibid., 6/2/1940, p. 35.
53
Ibid., vol. 3, 5/11/1939, p. 632.
54
Sobre la relación Goebbels-Dietrich véase Longerich, Propagandistas, p. 112
y ss.
55
Cf. Speer, Memorias, p. 311: «Después de que Hitler desayunaba ya avanzada la
mañana, se le mostraban los diarios y las informaciones de prensa. Este servicio tenía
una importancia decisiva para la formación de su opinión, y al mismo tiempo influía
sobre su estado de ánimo de forma sustancial. Con respecto a determinadas noticias
del extranjero establecía al instante los criterios oficiales, en su mayoría agresivos, que
a menudo dictaba palabra por palabra a su jefe de prensa, el doctor Dietrich, (...)»;
declaración de Hans Fritzsche en Nuremberg, IMT, vol. XVII, p. 172 y s.
56
Véase Longerich, Propagandistas, p. 115.
57
Declaración de Moritz von Schirmeister en Nuremberg, IMT, vol. XVII, p. 277.
58
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,28/9/1932, p. 250 (Kai-
serhof).
59
Para más detalles véase Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 26 y s. y p. 49.
60
Declaración de Moritz von Schirmeister en Nuremberg, IMT, vol. XVII, p. 261.
61
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 9/10/1939, p. 603.
62
Ibid., 12/10/1939, p. 607.
63
Ibid., 11/10/1939, p. 605 y s.
64
Domarus, Discursos, vol. II, p. 1.395.
65
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3,12/10/1939, p. 606 y s.
66
Jfóf.,p.6O7.
67
Ibid., 3/11/1939, p. 630.
68
Ibid., 13/10/1939, p. 608.
69
Ibid., 12/10/1939, p. 607.
70
Ibid., 14/10/1939, p. 609.
71
Ibid., 13/10/1939, p. 608.
72
Ibid., 15/10/1939, p. 610.
73
Ibid., 20/10/1939, p. 615.
74
IMT, vol. XXXII, documento 3260-PS, p. 83 y s.
75
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 23/10/1939, p. 618.
76
Ibid., 8/11/1939, p. 634.
77
Ibid.
78
Ibid., 11/11/1939, p. 639.
79
Ibid., 14/11/1939, p. 640.
80
Ibid., 26/10/1939, p. 621.
812 Goebbels

81
Ibid., 29/10/1939, p. 625.
82
Ibid., 9/11/1939, p. 636.
83
Ibid.
84
Ibid., p. 637.
85
ftid., 10/10/1939, p. 604.
86
Véase Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 185.
87
Franz Halder, Kriegstagebuch. Tagliche Aufzeichnungen des Chefs des Generalstabes
des Heeres 1939-1942 [Diario de guerra. Anotaciones diarias del jefe del Estado Mayor del
ejército, 1939-1942] , vol. 2: Von dergeplanten Landung in England bis zum Beginn des
Ostfeldzuges (1.7.1940-21.6.1941) [Desde el planeado desembarco en Inglaterra hasta el
comienzo de la campaña oriental (1/7/1940-21/6/1941)], revisado por Hans-Adolf
Jacobsen, Stuttgart, 1963, entrada del 20/9/1940 (en adelante citado como diario de
Halder).
88
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 9/5/1940, p. 150.
89
Ibid., vol. 3,2/11/1939, p. 628 y s., también las citas siguientes proceden de esta
entrada.
90
Oficialmente, el gueto de Lodz sólo existió desde el 30 de abril de 1940.
91
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 17/11/1939, p. 645.
92
Ibid., 8/11/1939, p. 635.
93
Discurso de Himmler al cuerpo de oficiales de la Leibstandarte de las SS «Adolf
Hitler» el 7/9/1940, reproducido en IMT, vol. XXIX, doc. 1918-PS, p. 98 y ss. (aquí
p. 104).
94
En el diario se refiere a ella como «mi película judía», diario del Instituto de
Historia Contemporánea, vol. 3, 28/11/1939, p. 653; véase también entrada del
11/11/1939, p. 639.
95
*Wu\f, Artes plásticas, p. 13, nota 1.
96
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 17/10/1939, p. 611.
97
Ibid., p. 612.
98
Ibid., 29/10/1939, p. 625.
99
Harían: Autobiografía, p. 111 y s.
100
Wulf, Teatro y cine, p. 456 (cartel).
101
Estas citas están tomadas de la crítica del Deutsche Allgemeine Zeitung del
29/11/1940, reproducido en Wulf, Teatro y cine, p. 457.
102
Harían, Autobiografía, p. 86.
103
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 5/12/1939, p. 657.
104
Eberhard Wolfgang Móller, autor de Frankenburger Würfelspiel [Juego de dados de
Frankenburgo, una obra perteneciente al género del Thingspiel, teatro de carácter ritual
que se representaba al aire libre para las masas], fue galardonado en 1935 con el Pre
mio Estatal de Poesía.
105
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 15/12/1939, p. 666.
106
Harían, Autobiografía, p. 107 y s.
107
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 5/1/1940, p. 4.
Notas 813

108
Harían, Autobiografía, p. 108.
109
Wulf, Teatro y cine, p. 447.
110
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 12/12/1939, p. 663.
111
Diario de Rosenberg, entrada del 11/12/1939, p. 91; ese motivo provocó pér
didas millonarias a la industria cinematográfica, que Goebbels atribuyó a una «fuer
za mayor» (Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 29/10/1939, p.
624).
112
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3,10/12/1939, p. 662 y
13/12/1939, p. 663 y s.
113
Hans Schwarz van Berk, «Von der Kunst, zur Welt zu sprechen» [«Del arte de
hablar al mundo»], en Goebbels, Tiempo sin precedentes, p. 9 y ss. (aquí p. 10).
114
Diario de Rosenberg, entrada del 11/12/1939, p. 91.
115
N. de laT. En alemán Sitzkrieg («guerra sentada»), en francés dróle deguerre («gue
rra de broma»): con estos nombres se conoció el periodo comprendido entre sep
tiembre de 1939 y mayo de 1940, durante el cual no hubo ningún enfrentamiento
directo entre las tropas aliadas y las alemanas.
116
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 21/11/1939, p. 649.
117
Ibid., 15/10/1939, p.610-y 13/12/1939, p. 664.
118
Diario de Rosenberg, entrada del 11/12/1939, p. 91.
119
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3,12/12/1939, p. 663.
120
Véase Ibid., entradas del 19 y del 20/12/1939, p. 669 y ss.
121
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 21/12/1939, p. 672.
122
Ibid., 23/12/1939, p. 674; véase discurso de Navidad de Goebbels en 1939, en
Goebbels, Tiempo sin precedentes, p. 224 y ss.
123
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 24/12/1939, p. 675.
124
Discurso de Nochevieja de Goebbels a finales del año 1939, reproducido en
Goebbels, Tiempo sin precedentes, p. 229 y ss. (aquí p. 238 y s.).
125
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4,1/1/1940, p. 1.
126
Ibid., 1/2/1940, p. 29.
127
Ibid., 16/1/1940, p. 15 (al igual que la cita siguiente).
128
Joseph Goebbels, «Von der Gottáhnlichkeit der Englander» [«De la semejanza
a Dios de los ingleses»], en Das Reich del 16/6/1940, reproducido en Goebbels, Tiem
po sin precedentes, p. 301 y ss. (aquí p. 304).
129
Goebbels, Tiempo sin precedentes, p. 248.
130
Joseph Goebbels, «Von der Gottáhnlichkeit der Englander» [«De la semejanza
a Dios de los ingleses»], en Das Reich del 16/6/1940, reproducido en Goebbels, Tiem
po sin precedentes, p. 301 y ss. (aquí p. 301).
131
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 21/12/1939, p. 672.
132
Ibid., 23/12/1939, p. 674.
133
Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 141.
134
Sobre la persona de Raskin véase Ibid., p. 92 y s.
135
Véase Alá., p. 93.
814 Goebbels

136
Stephan, Goebbels, p. 211; Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 304.
137
Ibid., p. 211.
138
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 13/2/1940, p. 41.
139
Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 272.
140
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 19/2/1940, p. 48.
141
Ibid.
142
Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 289.
143
Orden de Hitler para la preparación de la operación «Ejercicio del Weser» del
27/1/1940, citado porWilliam Lawrence Shirer, Aufstieg und Fall des Dritten Reiches
[Ascenso y caída del Tercer Reich], Herrsching (sin fecha), p. 621.
144
Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 314.
us
Ibid., p. 310.
146
Diario del Instituto de Historia Contempor ánea, vol. 4, 9/4/1940, p. 101.
147
Ibid., p. 102.
148
Ibid., p. 103.
U9
Ibid., p. 104.
150
Ibid., 10/4/1940, p. 106.
151
Ibid., 11/4/1940, p. 107.
152
Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 317.
153
Willi A. Boelcke, Wollt Ihr den totalen Krieg? Die geheimen Goebbels-Konferenzen
Í939-43 [¿Queréis la guerra total? Las conferencias secretas de Goebbels, 1939-43], Herrs
ching, 1989, p. 45 (en adelante citado como Boelcke, Conferencias de Goebbels).
154
Véase diario dejodl del 1/2-26/5/1940, IMT, documento 1809-PS, vol. XXVIII,
p. 397 y ss. (aquí entradas del 17-18/4/1940, p. 420 y s.).
155
Goebbels, Tiempo sin precedentes, p. 285 y s.
156
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 21/4/1940, p. 121.
157
Ibid., 25/4/1940, p. 126.
l5S
Ibid., 7/5/1940, p. 145.
159
Ibid., 29/3/1940, p. 90.
160
Boelcke, Conferencias ministeriales, orden n° 4 del 11/5/1940, p. 346.
161
Domarus, Discursos, vol. II, p. 1.503.
162
Diario del Instituto de Historia Contempor ánea, vol. 4, 10/5/1940, p. 152.
163
Ibid., 16/5/1940, p. 162.
164
Véase Ibid., vol. 3,26/11/1939, p. 651 y 6/12/1939, p. 659.
165
Rienhardt, nacido en 1903, fue miembro del NSDAP desde 1923; desde 1928
asesor jurídico y representante de la editorial central del NSDAP, cabeza organizado
ra de la editorial Eherjefe de su «oficina administrativa» en Berlín; desde 1934, suplen
te permanente del jefe de la asociación del Reích de editores de periódicos alema
nes; a él estaba subordinado todo el personal de la prensa alemana; sobre la extraordinaria
autoridad de Rienhardt, véase Abel, Dirigismo en la prensa, p. 8 y s.
166
Véase escrito de Amann a GerdyTroost del 30/6/1940, reproducido enWulf,
Prensa y radio, p. 158 y ss.
Notas 815

167
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 14/12/1939, p. 665.
168
Hans-Dieter Müller, Portrait einer Deutschen Wochenzeitung [Retrato de un sema
nario alemán], introducción a «Facsimile-Querschnitt durch das Reich» [«Muestra
representativa de facsímiles del Reich»], Munich, Berna y Viena, 1964, (en adelante
citado como Müller, Retrato), p. 7 y ss. (aquí p. 10); véase también Kessemeier, Edito-
rialista, p. 138.
169
Véase escrito de Amann a Gerdy Troost del 30/6/1940, reproducido en Wulf,
Prensa y radio, p. 159 y s (aquí p. 159).
170
Müller, Retrato, p. 10.
171
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 14/12/1939, p. 665;
sobre los argumentos de Rienhardt para impedirlo véase Müller, Retrato, p. 10.
172
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 26/11/1939, p. 651;
desde el 7/11/1941 se leían los editoriales de Goebbels todos los viernes por la tar
de de las 19.45 a las 20 en el programa de la Gran Radio Alemana (Kessemeier, Edi-
torialista, p. 200).
173
Diario de 1944/45, 19/9/1944, archivo nacional central de Potsdam; Hans
Schwarz van Berk, «Von der Kunst, zur Welt zu Sprechen» [«Del arte de hablar al
mundo»], en Goebbels, Tiempo sin precedentes, p. 9 y ss. (aquí p. 9).
174
Müller, _Re<raW, p. 10.
175
Alfred Rosenberg, Letzte Aufzeichnungen. Idéale und Idole der nationalsozialistis-
chen Revolution [Últimos escritos. Ideales e ídolos de la revolución nacionalsocialista], Gotin-
ga,1955,p. 193.
176
El 15 de marzo de 1940 ya había habido un número de muestra.
177
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 27/5/1940, p. 177.
178
Ibid., 31/5/1940,p. 183.
179
Bramsted, Propaganda, p. 324.
180
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 28/5/1940, p. 177.
181
Ibid., 31/5/1940, p. 183.
182
Bramsted, Propaganda, p. 326.
183
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 6/6/1940, p. 192.
m
Ibid., 4/6/1940, p. 189.
185
Ibid., 15/6/1940, p. 203.
186
Ibid., 18/6/1940, p. 207.
187
Ibid., 22/6/1940, p. 213.
188
Ibid., 25/6/1940, p. 219.
189
Ibid., 23/6/1940, p. 215.
190
Ibid., 13/6/1941, p. 687.
191
Ibid., 12/4/1940, p. 109.
192
Ibid., 22/8/1940, p. 290.
193
Ibid., 23/1/1940, p. 20.
194
Ibid., 1/4/1940, p. 93.
195
Ibid., 8/5/1941, p. 629.
816 Goebbels

196
Ibid., 1/7/1940, p. 224.
197
Boelcke, Conferencias ministeriales, orden n° 6 del 6/7/1940, p. 417.
198
Berliner Lokal-Anzeiger del 6/7/1940.
199
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 7/7/1940, p. 231.
200
Véase información del Berliner Lokal-Anzeiger del 6 y 7/7/1940.
201
Domarus, Discursos, vol. II, p. 1.539; Goebbels dispuso que para este aconteci
miento se reservara la primera plana de los periódicos, de manera que «por compa
ración, también con imágenes, aclaren en especial la diferencia entre 1918 y ahora»
(Boelcke, Conferencias ministeriales, directiva n° 6 del 17/7/1940, p. 428). Del noticia
rio Wochenschau Goebbels esperaba «que salga un magnífico reportaje sobre e] reci
bimiento en sí y sobre la fiesta popular que se desarrolla en torno a él» (Boelcke, Con
ferencias ministeriales, directiva n° 4 del 19/7/1940, p. 431).
202
Joseph Goebbels, «Heimkehr» [«Vuelta a casa»], en Goebbels, Tiempo sin prece-
dentes, p. 305 y ss. (aquí p. 307 y s.).
203
Boelcke, Conferencias ministeriales, 19/7/1940, p. 431.
204
Discurso de Hitler del 19/7/1940, reproducido en Domarus, Discursos, vol. II,
p. 1.540 y ss.
205
Ibid., p. 1.558.
206
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 21/7/1940, p. 248.
207
Ibid.; véase Galleazzo Ciano, Tagebücher 1939-1943 [Diario de 1939-1943],Ber-
na, 1947, p. 259.
208
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 24/7/1940, p. 250.
209
Ibid.
210
Ibid., 25/7/1940, p. 253.
211
Ibid., 24/7/1940, p. 250.
212
Boelcke, Conferencias ministeriales, 24/7/1940, p. 435.
213
Ibid.
214
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 12/5/1940, p. 155.
215
Boelcke, Conferencias ministeriales, 24/7/1940, p. 435.
216
Bramsted, Propaganda, p. 328.
217
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 3/8/1940, p. 263.
218
Ibid., 5/9/1940, p. 309.
219
Ibid., 8/9/1940, p. 314.
220
Ibid., 11/9/1940, p. 318.
221
Citado por Walter Hagemann, Publizistik im Dritten Reich. Ein Beitrag zur Metho-
dik der Massenführung [Periodismo en el Tercer Reich. Una contribución a la metodología de
la dirección de masas], Hamburgo, 1948, p. 443 (en adelante citado como Hagemann,
Periodismo).
222
Berliner Lokal-Anzeiger del 26/9/1940.
223
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 18/8/1940, p. 286.
224
Boelcke, Conferencias ministeriales, directiva n° 5 del 26/4/1940, p. 332.
225
Harían, Autobiografía, p. 273.
Notas 817

226
Orden de Himmler del 30/9/1940, reproducida en Wulf, Teatro y cine, p. 451
y s.; véase también expediente personal de Harían en BDC.
227
Joseph Goebbels, «Das kommende Europa» [«La Europa futura»]. Discurso a
los intelectuales y periodistas checos el 11/9/1940, en Goebbels, Tiempo sin preceden
tes, p. 314 y ss. (aquí p. 319).
228
Boelcke, Conferencias ministeriales, 6/9/1940, p. 492.
229
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 11/10/1940, p. 360.
230
Véase Ibid., entradas del 18/9/1940, p. 328,19/9/1940, p. 331 y 12/10/1940,
p.361.
231
Ibid., 16/10/1940, p. 366.
232
Ibid., 7/10/1940, p. 355.
2i3
Ibid., 14/10/1940, p. 364.
234
Ibid., 18/10/1940, p. 369.
235
Ibid., 20/11/1940, p. 404.
236
Ibid.
237
Ibid., 15/10/1940,p. 365.
238
Ibid., 21/8/1940, p. 289; en el invierno de 1939/40, Hitler ya hab ía enco
mendado al RMVP la dirección de las octavillas propagandísticas contra Francia, infli
giendo la primera pérdida sensible al Ministerio de Exteriores, que reclamaba la pri
macía en la propaganda exterior.
229
Ibid., 19/10/1940, p. 369.
240
/ímí.,21/10/1940,p.371.
241
Boelcke menciona para el año de producción 1939/40 81 largometrajes, y para
1940/41 44 (Conferencias ministeriales, p. 171), pero en otoño de 1939 Goebbels pro
curaba limitar la marea de películas a unas 100 por año, no para evitar producciones
precipitadas, según alegaba (diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3,
20/10/1939, p. 616), sino para mantener mejor el control. Junto con Hippler fijó en
un estatuto cinematográfico finalmente 104 producciones al año, cuyos guiones se
debían presentar un mes antes de comenzar a rodar, de manera que era posible «una
especie de censura previa» (Ibid., 14/11/1939, p. 641); véase también entrada del
7/11/1939 (Ibid.,p. 634).
242
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 30/4/1940, p. 136.
243
Ibid., 29/3/1941, p. 555.
244
Ibid., 1/4/1941, p. 562.
245
Ibid., vol. 3,7/11/39, p. 633.
246
Heiber, Goebbeb, p.261.
247
El presidente del distrito gubernamental de Potsdam al secretario de Estado
Hanke del RMVP el 16/3/1939, archivo federal de Coblenza, R55/422.
248
Diario de Rosenberg, entrada de mediados de mayo de 1939, p. 66 y s. (aquí
p.67).
249
El secretario de Estado de la dirección general de política forestal al secretario
de Estado Hanke del RMVP el 31/5/1939, archivo federal de Coblenza, R 55/422.
818 Goebbels

250
Lista de los objetos comprados en París para las residencias de la Hermann-
Góring-Strasse y de Lanke, archivo federal de Coblenza, R 55/423.
251
Archivo federal de Coblenza, R 55/430.
252
Informe sobre el examen de cuentas para la casa del Bogensee del 11/10/1940,
archivo federal de Coblenza, R 55/422.
253
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 5/11/1940, p. 387.
254
Ibid., 5/12/1940, p. 419.
255
Véase Ibid., 4/12/1940, p. 418 y 20/11/1940, p. 405; véase Speer, Memorias, p.
267: «En la primera fase exitosa de la guerra Goebbels no había mostrado ninguna
ambición; al contrario, ya en 1940 expresó su intención de dedicarse a sus múltiples
aficiones privadas tras un final victorioso,...».
256
Goebbels anotó al respecto entre otras cosas: «Las madres son en el parto como
los soldados en la batalla» (Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4,
26/9/1940, p. 341).
257
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 12/11/1940, p. 394.
258
Hillgruber, véase nota 271.
259
Hans-Adolf Jacobsen, Kan Haushofer. Leben und Werk [Karl Haushofer. Vida y
obra], vol. 1: vida entre 1869-1946 y textos seleccionados sobre geopolítica, Bop-
pard/Rin, 1979, p. 607.
260
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 9/8/1940, p. 273.
261
Ibid., 24/8/1940, p. 293.
262
Ibid., 12/4/1940, p. 109.
263
Ibid. y 5/8/1940, p. 266.
264
Ibid., 23/8/1940, p. 292.
265
Boelcke, Conferencias ministeriales, 22/8/1940, p. 473.
266
Ibid., 23/8/1940, p. 476.
267
Ibid., directiva n° 6 del 12/8/1940, p. 455.
268
/Wi.,p.565ys.
269
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 12/11/1940, p. 393.
270
Ibid., 14/11/1940, p. 396.
271
Hill, Papeles de Weizsdcker, entrada del 15/11/1940, p. 224.
272
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 15/11/1940, p. 398.
273
Hitlers Politísches Testament. Die Bormann Díktate vom Februar undApril 1945 [Tes
tamento político de Mitler. Los dictados de Bormann de febrero y abril de 1945], Hamburgo,
1981, entrada del 15/2/1945, p. 80; cf. la valoración de la visita de Molótov desde la
perspectiva de Hitler en Andreas Hillgruber, «Noch einmal: Hitlers Wendung gegen
die Sowjetunion 1940. Nicht (Militar-) "Strategie oder Ideologie", sondern "Pro-
gramm" und "Weltkriegsstrategie"» [«Otra vez: el giro de Hitler contra la Unión
Soviética en 1940. No "ideología y estrategia" militar, sino "programa" y "estrategia
de guerra mundial"»], en Geschichte in Wissenschaft und Unterricht [Historia en la ciencia
y en la enseñanza], 4/1982, p. 214 y ss. (aquí p. 221 y s.).
274
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 15/8/1940, p. 281.
Notas 819

275
lbid., 14/11/1940, p. 396.
276
Ibid., 12/12/1940, p. 429.
277
Ibid.
278
Boelcke, Conferencias ministeriales, 28/10/1940, p. 558.
279
Declaración de Hans Fritzsche en Nuremberg, citada por Longerich, Propa
gandistas, p. 113, nota 27: «En un trabajo que comenzó lentamente, pero que se llevó
a cabo de manera metódica, se encargó de toda la prensa. En ella alcanzó finalmente
tal grado de independencia que incluso el doctor Goebbels tenía prohibida cualquier
relación directa con la prensa y sus órdenes y deseos sólo podían llegar a los periódi
cos a través del doctor Dietrich».
280
Carta del doctor Hansjoachim Kausch a J.Wulf del 21/11/1963, reproducida
en Wulf, Prensa y radio, p. 90 y s.
281
Véase Longerich, Propagandistas, p. 139 y s.
282
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 22/12/1940, p. 441.
283
Ibid., 7/1/1941, p. 456.
284
Ibid., 6/1/1941, p. 455.
285
Ibid., 10/1/1941, p. 460.
286
Ibid., 25/10/1940, p. 375.
287
Del 5/1,12/1 y 26/1/1941, reproducidos en Goebbels, Tiempo sin precedentes,
p. 359 y ss., 364 y ss. y 375 y ss.
288
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 11/3/1941, p. 534.
289
Joseph Goebbels, «Wenn der Frühling auf die Berge steigt» [«Cuando la pri
mavera suba a las montañas»] del 9/3/1941, en Goebbels, Tiempo sin precedentes, p.415
y ss. (aquí p. 417).
290
Diario de Rosenberg, entrada del 8/5/1940, p. 115.
291
Véase Wulf, Teatro y cine, p. 412 y s.
292
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 29/11/1939, p. 653.
293
De los 1.094 largometrajes que se rodaron durante el Tercer Reich, por tér
mino medio el 47,8 por ciento fueron comedias, el 27 por ciento películas de tesis,
el 11,2 por ciento películas de aventuras y el 14 por ciento películas propagandísti
cas, véase Romani, Divas del cine, p. 21 y s.
294
Goebbels ante los representantes de la industria cinematográfica el 1/3/1942,
en Volkischer Beobachter del 2/3/1942.
295
Diario del archivo federal de Coblenza, 3/3/1942, NL 118/41; véanse tam
bién las entradas del 26 y 27/2/1942, Ibid., NL 118/40 así como del 10/5/1943, Ibid.,
NL 118/54.
296
Joseph Goebbels, «Der Film ais Erzieher» [«El cine como educador»], en Goeb
bels, El corazón de hierro, p. 37 y ss. (aquí p. 38).
297
/W.,p.38.
298
Ibid., p. 38.
820 Goebbels

299
Véase Albrecht, Política cinematográfica nacionalsocialista, p. 83: «Las películas no
políticas de esa época (...) tenían la misma función a la que servían también las pelí
culas propagandísticas propiamente dichas».
300
Véase Romani, Divas del cine, p. 22.
301
Ibid., p. 23.
302
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 21/7/1940, p. 248.
303
Ibid., 3/7/1940, p. 226.
304
Ibid., 22/9/1940, p. 334.
305
Ibid., 26/5/1940, p. 175 y s.
306
ADAP, serie D, vol. 12.1, doc. 17, 5/2/1941, p. 25.
307
Cf. los documentos personales de Alfred-Ingemar Berndt, BDC.
308
Entrevista de Manfred Rommel por parte de David Irving el 5/12/1976, Ins
tituto de Historia Contemporánea, colección Irving.
309
Ibid.
310
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 13/3/1941, p. 536.
311
Ibid., 29/3/1941, p. 556 y s.
312
Así por ejemplo, Goebbels escribió en su diario el 16/4/1941: «Tenemos aho
ra en el norte de África 8 divisiones blindadas. Con eso podemos hacer cualquier
cosa» (diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, p. 589). En realidad
Rommel disponía en aquel momento de una división blindada ligera alemana, pues
to que acababa de comenzar el transporte de la segunda hacia el norte de África. Ade
más estaba entonces a sus órdenes una débil división blindada italiana. Asimismo tenía
a su disposición una división de infantería italiana.
313
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 8/3/1941, p. 529.
314
Ibid., 16/4/1941, p. 589.
315
Ibid., 15/4/1941, p. 588.
316
Ibid., 16/4/1941, p. 590.
317
Ibid., 6/4/1941, p. 571.
318
Ibid., 14/4/1941, p. 587.
319
Ibid.
320
Ibid., 24/4/1941, p. 604.
321
Ibid., 13/5/1941, p. 638; sobre el vuelo de Hess y la pregunta de si se hizo con
o sin el conocimiento de Hitler, véase también Wolf Rüdiger Hess, Mein Vater Rudolf
Hess. Englandflug und Gefangenschaft [Mi padre Rudolf Hess. Vuelo a Inglaterra y cautive
rio], Munich y Viena, 1984, p. 90 y ss.
322
Domaras, Discursos, vol. II, p. 1.714.
323
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 13/5/1941, p. 638.
324
Diario de Semler, 14/5/1941, p. 32 y ss. (aquí p. 33).
325
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 16/10/1940, p. 366.
326
Ibid., 14/5/1941, p. 639.
327
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 14/5/1941, p. 640.
328
Domarus, Discursos, vol. II, p. 1.715.
Notas 821

329
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 15/5/1941, p. 641.
330
Boelcke, Conferencias de Goebbels, p. 170.
331
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 18/5/1941, p. 647.
332
Ibid., 16/5/1941, p. 643.
333
Ibid., 28/5/1941, p. 662 y s.
334
Ibid., 3/6/1941, p. 672.
335
Diario del archivo federal de Coblenza, 19/8/1941, NL 118/21.
336
Diario de Semler, 1/6/1941, p. 38.
337
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 22/5/1941, p. 652.
338
Ibid., 7,11,12,13,14 y 15/6/1941, p. 677 y ss.
339
Ibid., 14/6/1941, p. 688.
340
Ibid., p. 690.
341
Boelcke, Conferencias de Goebbels, 5/6/1941, p. 180; diario de Semler, 5/6/1941,
p.39.
342
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 31/5/1941, p. 668.
343
Diario de Semler, 13/6/1941, p. 42; sobre la conversación con Hitler véase dia
rio del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4,16/6/1941, p. 694 y ss.
344
Ibid., p. 696.
345
Diario de Semler, 28/5/1941, p. 36 y s.
346
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 16/6/1941, p. 694;
véase también el prólogo de esta edición de Elke Frohlich, vol. 1, p. LIV/LV!
347
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 16/6/1941, p. 695.
348
Ibid.
349
Ibid., 22/6/1941, p. 709.
350
Ibid., p.710.
35Í
Ibid., p.7ll.

Capítulo 13. ¿Queréis la guerra total? (1941-1944)

1
Vólkischer Beobachter del 23/6/1941.
2
Boelcke, Conferencias de Goebbels, 22/6/1941, p. 181.
3
Ibid.
4
Ibid., p. 182.
5
Ibid., 5/7/1941, p. 183.
"Joseph Goebbels, «Der Schleier fállt» [«El velo cae»], en Das Reich del 6/7/1941.
7
Ibid.
8
Ibid.
9
La prensa retomó el concepto «cruzada» por iniciativa del Ministerio de Exte
riores. Goebbels, por el contrario, no quería que se utilizara demasiado, porque las
cruzadas medievales, que costaron ríos de sangre, nunca consiguieron un éxito com-
822 Goebbels

pleto y, por tanto, en su opinión sólo despertarían reminiscencias pesimistas (Boelc-


ke, Conferencias de Goebbels, p. 182).
10
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 30/6/1941, p. 724 y s.
11
Diario de Halder, vol. 3: Der Russlandfeldzug bis zum Marsch auf' Stalingrad
(22.6. Í941-24.9.1942) [La campaña rusa hasta la marcha contra Stalingrado, 22/6/1941-
24/9/1942], revisado por Hans-Adolfjacobsen, Stuttgart, 1964, entrada del 3/7/1941.
12
Diario de Semler, 1/7/1941, p. 46.
13
Diario del archivo federal de Coblenza, 24/7/1941, NL 118/18.
14
Heinz Boberach, ed., «Meldungen aus dem Reich. Auswahl aus den geheimen
Lageberichten des Sicherheitsdienstes der SS 1939-1944» [«Noticias del Reich. Selec
ción de informes secretos sobre la situación del Servicio de Seguridad de las SS, 1939-
1944»], Neuwied, 1965, n° 208 del 4/8/1941, p. 167 (en adelante citado como Bobe
rach, Noticias).
15
Diario del archivo federal de Coblenza, 7/8/1941, NL 118/19.
16
Diario del archivo federal de Coblenza, 19/8/1941, NL 118/21.
17
Ibid.
18
Ibid.
19
Ibid.
20
Alá., 21/8/1941, NL 118/21.
21
Ibid., 29/8/1941, NL 118/21.
22
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 1/6/1941, p. 670: «El
Ministerio de Exteriores ha comprado la emisora de Belgrado delante de nuestras
narices. No lo voy a tolerar».
23
Véase Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 13/6/1941, p.
687.
24
Ibid., 24/5/1941, p. 658.
25
Ibid., 27/5/1941, p. 661 y s.
26
Escrito de Goebbels a Lammers para presentárselo a Hider, del 16/6/1941, cita
do por Longerich, Propagandistas, p. 141 y s.
27
En el contrato de trabajo entre el RMVP y el Ministerio de Exteriores del
22/10/1941, se omitió el párrafo de la facultad directiva de Ribbentrop sobre el Minis
terio de Propaganda, véase Longerich, Propagandistas, p. 142 y s.
28
El jefe del departamento jurídico del RMVP, Schmidt-Leonardt, a Goebbels el
19/10/1942, archivo federal R 55/799, fol. 1.
29
Taubert, El aparato antisoviético, p. 7.
30
Ibid., p. 6.
31
Taubert a Gutterer el 16/10/1943, archivo federal de Coblenza, R 55/567.
32
Torgler había trabajado para la emisora clandestina de Goebbels «Humanité»,
véase Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 3/6/1940, p. 187 y 8-
10/6/1940, p. 195 y ss.
33
Diario del archivo federal de Coblenza, 21/8/1941, NL 118/21:«(...) el trans
porte de las octavillas al frente oriental (...) más difícil de lo que pensé en un prin-
Notas 823

cipio (...).Para el transporte de 200 millones de octavillas se necesita prácticamente


una flota aérea entera».
34
Ibid., 19/8/1941, NL 118/21.
35
Anexo sobre el «trabajo del aparato propagandístico oriental del Ministerio de
Propaganda» al escrito de Goebbels a Hitler del 23/5/1943, archivo federal de Coblen-
za, R 55/799.
36
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 30/6/1941, p. 725.
37
Diario del archivo federal de Coblenza, 14/8/1941, NL 118/20.
38
Estudio de Taubert para el secretario de Estado Gutterer titulado Die Politik in
den Besetzten Ostgebieten [La política en los territorios orientales ocupados] del 24/2/1943,
archivo federal de Coblenza R 55/567.
39
Taubert, El aparato antisoviético, p. 8.
40
Lochner, diario de Goebbels, 16/3/1942, p. 123.
41
Mi.,p. 122 y s.
42
Taubert, El aparato antisoviético, p. 8.
43
Diario del archivo federal de Coblenza, 24/9/1941, NL 118/24.
44
Domarus, Discursos, vol. II, p. 1.758 y ss.; cf. También Otto Dietrich, Zwólfjah-
re mit Hitler [Doce años con Hitler], Munich, 1955, p. 101 y ss.
45
Diario del archivo federal de Coblenza, 4/10/1941, NL 118/28.
46
DerAngriff del 7/10/1941.
47
Hagemann, Periodismo, p. 253.
48
Diario del archivo federal de Coblenza, 10/10/1941, NL 118/28.
49
Diario de Semler, 11/10/1941, p. 56.
50
Diario del archivo federal de Coblenza, 28/10/1941, NL 118/31.
51
DasReich del 20/7/1941.
52
Diario del archivo federal de Coblenza, 24/7/1941, NL 118/18.
53
Ibid., 20/8/1941, NL 118/21.
54
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 22/4/1941, p. 601.
55
Al igual que las citas siguientes de este párrafo, de acta de una deliberación en
la jefatura de propaganda del Reich del 21/3/1941, citado por Adler, Deportación, p.
152 y s.; véase también Matthias Schmidt, Albert Speer. Das Ende eines Mythos. Speers
wahre Rolle im Drítten Reich [Albert Speer. El fin de un mito. El verdadero papel de Speer en
el Tercer Reich], Berna y Munich, 1982, p. 218 y s.
56
Diario del archivo federal de Coblenza, 18/8/1941, NL 118/21.
57
Ibid., 20/8/1941, NL 118/21.
58
Ibid.
59
Ibid.
60
Ibid., 19/8/1941, NL 118/21.
61
Reproducido en Adler, Deportación, p. 50 y s.; de aquí proceden también las citas
de este párrafo, a menos que se indique de otra forma.
62
Diario del archivo federal de Coblenza, 19/8/1941, NL 118/21. ^~=~—
6i
Ibid. .'•^''.^'""'■'
64
Ibid. ':. '"'7^

**,
824 Goebbels

65
Ibid., 24/9/1941, NL 118/24.
66
Gerald Reitlinger, Die Endló'sung. Hitlers Versuch der Ausrottung derjuden Europas
1939-1945 [La solución final. El intento de Hitler por exterminar a los judíos de Europa,
1939-1945], 5' ed., Berlín, 1979,p. 97 y s. (en adelante citado como Reitlinger, Solu
ción final); sobre la deportación y el asesinato de los judíos berlineses cf. Kempner,
Robert Max y Wassili, «Die Ermordung von 35000 Berliner Juden. Der Judenmord-
prozess in Berlin schreibt Geschichte» [«El asesinato de 35.000 judíos berlineses. El
proceso por el asesinato de judíos en Berlín hace historia»], en Gegenwart im Rü'ck-
blíck: Festgabefür diejüdische Gemeinde zu Berlin 25Jahre nach dem Neubeginn [La actua
lidad en retrospectiva. Homenaje a la comunidad judía de Berlín 25 años después del nuevo
comienzo], Heidelberg 1970, p. 180 y ss.
67
Joseph Goebbels, «Die Juden sind schuld!» [«Los judíos tienen la culpa»], en Das
Reich del 16/11/1941; véase diario del archivo federal de Coblenza, 19/8/1941, NL
118/21; discurso parlamentario de Hitler del 30/1/1939, reproducido en Domarus,
Discursos, vol. II, p. 1.047 y ss. (aquí p. 1.057).
68
Hildegard Henschel, «Aus der Arbeit der Jüdischen Gemeinde Berlin wáhrend
der Jahre 1941-1943. Gemeindearbeit und Evakuierung von Berlin. 16. Oktober
1941- ló.Juni 1943» [«Del trabajo de la comunidad judía de Berlín durante los años
1941-1943.Trabajo comunitario y evacuación de Berlín. 16 de octubre de 1941-16
de junio de 1943»], en Zeitschrift für die Geschichte derjuden [Revista de historia de los
judíos], 9 (1972), p. 33 y ss. (aquí p. 36 y s.).
69
Reuth, Rommel,p. 117.
70
Diario del archivo federal de Coblenza, 22/11/1941, NL 118/36.
71
Ibid., 13/8/1941, NL 118/20.
72
Fragmento del diario del 20/12/1941, colección Reuth.
73
La prensa recibió el 22 de diciembre de 1941 la siguiente orden: «La asunción
del Alto Mando del Ejército por parte del Führer, que es un convincente signo de la
unión de todas las fuerzas en el frente y en la patria, del deseo de intensificar la movi
lización general y de la magnitud de la confianza, no se debe comentar en modo algu
no, pero para los periódicos debe ser un motivo para profundizar en su actitud com
bativa y para reduplicar sus esfuerzos», Boelcke, Conferencias ministeriales, 19/12/1941,
p.201.
74
Boelcke, Conferencias ministeriales, 7/12/1941, p. 196.
75
Ibid., 19/12/1941, p. 200.
76
Adolf Hitler, Der grossdeutsche Freiheitskampf. Reden Adolf Hitlers vom 16. Marz
1941 bis 15. Marz 1942 [La lucha pangermana por la libertad. Discursos de Adolf Hitler
d esd e el 16 de marz o de 194 1 hast a e l 15 de marz o de 194 2] , 3 vol úmen es, Mu ni ch,
1943, p. 203.
77
Fragmento del diario del 20/12/1941, colección Reuth.
78
Boelcke, Conferencias de Goebbels, p. 195.
79
Reproducido en Goebbels, El corazón de hierro, p. 131 y ss. (aquí p. 134 y s.).
Notas 825

80
El discurso radiado está reproducido en Goebbels, El corazón de hierro, p. 176 y
ss. (aquí p. 178).
81
A. Fredborg, The Steel Wall. A Swedish Joumalist in Berlín, 1941-1943 [El muro
de acero. Un periodista sueco en Berlín, 1941-1943], Nueva York, 1944, p. 67 y s.
82
Ha gemann, Periodismo, p. 254.
83
Volkischer Beobachter del 30/1/1942.
84
Diario del archivo federal de Coblenza, 30 y 31/1/1942, NL 118/38.
85
Goebbels el 30/1/1942 como recibimiento a Hitler en el palacio de deportes
con motivo del noveno aniversario de la subida al poder, en Heiber, Discursos de Goeb
bels, vol. 2, p. 81.
86
Diario del archivo federal de Coblenza, 31/1/1942, NL 118/38.
87
Ibid.
88
Diario del archivo federal de Coblenza, 24/1/1942, NL 118/38.
89
Reuth, Rommel, p. 87 y ss.
90
Diario del archivo federal de Coblenza, 24/1/1942, NL 118/38.
91
Ibid., 25/1/1942, NL 118/38.
92
Picker, Conversaciones de sobremesa, 22/6/1942, p. 374.
93
Diario del archivo federal de Coblenza, 28/11/1942, NL 118/36.
94
Reuth, Rommel, p. 89.
95
Boelcke, Conferencias de Goebbels, 29/1/1942, p. 210 y s.
96
Das Reich del 23/11/1941.
97
Diario del archivo federal de Coblenza, 11/2/1942, NL 118/39.
98
Ibid., 16/2/1942, NL 118/40.
99
Joseph Goebbels, «Schatten über dem Empire» [«Sombras sobre el imperio bri
tánico»] del 22/2/1942, en Goebbels, El corazón de hierro, p. 215 y ss. (aquí p. 215 y
221).
100
Diario del archivo federal de Coblenza, 18/2/1942, NL 118/40.
101
Ibid., 20/3/1942, NL 118/42.
102
Joseph Goebbels, «Die Ostfront» [«El frente oriental»], del 17/5/1942, en Goeb
bels, El corazón de hierro, p. 316 y ss. (aquí p. 322).
103
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 20/12/1940, p. 440.
104
Ibid., 20/7/1940, p. 246.
105
Esta teoría defendida por Reitlinger {Solución final, p. 175 y s.) para Himmler
es confirmada por el comportamiento de Goebbels.
106
Véase Helmut Heiber, Der Fall Grünspan [El caso Grünspan], en VfZG, año
5/1957, p. 134 y ss.
107
Wolfgang Diewerge, Der Fall Gustlqff. Vorgeschichte und Hintergründe der Bluttat
von Davos [El caso Gustlqff. Antecedentes y trasfondo del crimen sangriento de Davos], Munich,
1936; para más detalles sobre la persona de Diewerge véase Boelcke, Conferencias minis
teriales, p. 79, nota 91.
108
Véase diario del archivo federal de Coblenza, 19/8/1941, NL 118/21. 109
Ibid., 11/2/1942, NL 118/39.
Notas 825

80
El discurso radiado está reproducido en Goebbels, El corazón de hierro, p. 176 y
ss. (aquí p. 178).
81
A. Fredborg, The Steel Wall. A Swedish Joumalist in Berlín, 1941-1943 [El muro
de acero. Un periodista sueco en Berlín, 1941-1943], Nueva York, 1944, p. 67 y s.
82
Ha gemann, Periodismo, p. 254.
83
Volkischer Beobachter del 30/1/1942.
84
Diario del archivo federal de Coblenza, 30 y 31/1/1942, NL 118/38.
85
Goebbels el 30/1/1942 como recibimiento a Hitler en el palacio de deportes
con motivo del noveno aniversario de la subida al poder, en Heiber, Discursos de Goeb
bels, vol. 2, p. 81.
86
Diario del archivo federal de Coblenza, 31/1/1942, NL 118/38.
87
Ibid.
88
Diario del archivo federal de Coblenza, 24/1/1942, NL 118/38.
89
Reuth, Rommel, p. 87 y ss.
90
Diario del archivo federal de Coblenza, 24/1/1942, NL 118/38.
91
Ibid., 25/1/1942, NL 118/38.
92
Picker, Conversaciones de sobremesa, 22/6/1942, p. 374.
93
Diario del archivo federal de Coblenza, 28/11/1942, NL 118/36.
94
Reuth, Rommel, p. 89.
95
Boelcke, Conferencias de Goebbels, 29/1/1942, p. 210 y s.
96
Das Reich del 23/11/1941.
97
Diario del archivo federal de Coblenza, 11/2/1942, NL 118/39.
98
Ibid., 16/2/1942, NL 118/40.
99
Joseph Goebbels, «Schatten über dem Empire» [«Sombras sobre el imperio bri
tánico»] del 22/2/1942, en Goebbels, El corazón de hierro, p. 215 y ss. (aquí p. 215 y
221).
100
Diario del archivo federal de Coblenza, 18/2/1942, NL 118/40.
101
Ibid., 20/3/1942, NL 118/42.
102
Joseph Goebbels, «Die Ostfront» [«El frente oriental»], del 17/5/1942, en Goeb
bels, El corazón de hierro, p. 316 y ss. (aquí p. 322).
103
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 20/12/1940, p. 440.
104
Ibid., 20/7/1940, p. 246.
105
Esta teoría defendida por Reitlinger {Solución final, p. 175 y s.) para Himmler
es confirmada por el comportamiento de Goebbels.
106
Véase Helmut Heiber, Der Fall Grünspan [El caso Grünspan], en VfZG, año
5/1957, p. 134 y ss.
107
Wolfgang Diewerge, Der Fall Gustlqff. Vorgeschichte und Hintergründe der Bluttat
von Davos [El caso Gustlqff. Antecedentes y trasfondo del crimen sangriento de Davos], Munich,
1936; para más detalles sobre la persona de Diewerge véase Boelcke, Conferencias minis
teriales, p. 79, nota 91.
108
Véase diario del archivo federal de Coblenza, 19/8/1941, NL 118/21. 109
Ibid., 11/2/1942, NL 118/39.
826 Goebbels

110
Ibid., 5/4/1942, NL 118/43.
111
Ibid., 27/3/1942, NL 118/42.
112
Boelcke, Conferencias de Goebbels, p. 243.
113
Citado por Reitlinger, Solución final, p. 111.
114
Diario del archivo federal de Coblenza, 6/4/1942, NL 118/43,
115
Ibid., 23/5/1942, NL 118/46.
116
Das Reich del 31/5/1942.
117
Vólkischer Beobachter del 23/6/1942.
118
Boelcke, Conferencias de Goebbels, 22/6/1942, p. 249.
119
Picker, Conversaciones de sobremesa, 22/6/1942, p. 372.
120
Ibid., p. 373.
121
Boelcke, Conferencias de Goebbels, p. 252.
122
Hitler a Mussolini el 23/6/1942, reproducido en Ralf Georg Reuth, Entschei-
dung im Mittelmeer. Die südliche Peripherie Europas in der Deutschen Strategie des Zweiten
Weltkrieges 1940-1942 [Decisión en el mar Mediterráneo. La periferia meridional de Euro
pa en la estrategia alemana de la Segunda Guerra Mundial, 1940-1942], Coblenza, 1985,
p. 200 y p. 250ys.,doc. 13.
123
Reuth, Rommel, p. 98.
124
Reitlinger, Solución final, p. 176.
125
Extracto del documento 682-PS, reproducido en IMT, vol.V, p. 496 y s.
126
Citado por Reitlinger, Solución final, p. 177.
127
Boelcke, Conferencias de Goebbels, 10/9/1942, p. 277.
128
Ibid., p. 282.
129
El acuerdo negociado por Goebbels y Dietrich con el objeto de «aplicar la dis
posición del Führer para garantizar la colaboración entre el ministro de Propaganda
del Reich y el jefe de prensa del Reich» del 23/8/1942 contenía 13 puntos, en los
que se subrayaba la competencia «administrativa» general de Goebbels, pero también
se establecía la responsabilidad «técnica» de Dietrich para los tres departamentos de
prensa del RMVP (Alemania, extranjero y revistas), de manera que Dietrich estaba
subordinado a Goebbels desde el punto de vista de la organización, pero de hecho
equiparado a él; véase Longerich, Propagandistas, p. 114.
130
Boelcke, Conferencias de Goebbels, 26 y 27/9/1942, p. 285.
131
Joseph Goebbels, «Der steile Aufstieg» [«La empinada subida»], en Das Reich
del 20/9/1942.
132
Citado por Boelcke, Conferencias de Goebbels, p. 286.
133
Hamburger Illustrierte [Revista ilustrada de Hamburgo] del 10/10/1942.
134
Reuth, Rommel, p. 98 y ss.
135
Citado por David Irving, Rommel. Eine Biographie [Rommel. Una biografía], Ham
burgo, 1978, p. 295.
136
Expediente personal de Berndt, BDC.
137
Boelcke, Conferencias de Goebbels, 6/11/1942, p. 299.
Notas 827

138
Stephan fue secretario general del Deutsche Demokratische Partei [Partido
Democrático Alemán] entre 1922 y 1929, luego jefe del departamento de prensa del
gobierno del Reich, que dependía del Ministerio de Exteriores y en 1933 pasó al
Ministerio de Propaganda. Después de la guerra, Stephan publicó la primera biogra
fía crítica de Goebbels: Joseph Goebbels. D'ámon einer Diktatur \Joseph Goebbels. Demo
nio de una dictadura], Stuttgart, 1949; para más detalles sobre la persona de Stephan
véase Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 67 y s.
139
Stephan, Goebbels, p. 287.
140
Bramsted, Propaganda, p. 351.
141
Semler fue primero jefe de negociado en el departamento de prensa exterior
integrado en el Ministerio de Propaganda, y desde el 1 de enero de 1941 hasta abril
del año 1945 jefe de prensa personal de Goebbels; después de la guerra se publicaron
sus memorias en forma de diario con el título: Goebbels-The Man Next to Hitler [Goeb-
bels-El hombre al lado de Hitler], Londres, 1947; para detalles sobre la persona de Sem
ler véase Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 52 y s.
142
Diario de Semler, 16/12/1942, p. 59.
143
Diario del archivo federal de Coblenza, 18/12/1942, NL 118/48.
144
Speer, Memorias, p. 267.
145
Diario de Semler, 31/12/1940, p. 13.
146
Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 55; allí también detalles sobre la persona de
Naumann.
147
Diario de Semler, 4/3/1945, p. 187.
148
Ibid., 24/12/1942, p. 61.
149
Véase Heinz Dieter Hólsken, «Die V-Waffen. Entstehung-Propaganda-Krieg-
seinsatz» [«Las armas V (de venganza). Origen, propaganda, intervención en la gue
rra»], Studien zur Zeitgeschichte [Estudios de Historia Contemporánea], vol. 27, editado por
Instituto de Historia Contemporánea, Stuttgart, 1984, p. 169 (en adelante citado como
Holsken, Armas V).
150
Diario de Semler, 19/12/1942, p. 60; archivo federal de Coblenza, 19/12/1942,
NL 118/48; ficha del doctor Hans Kummerow del Tribunal del Pueblo, BDC.
151
Diario de Semler, 28/12/1942, p. 62 y s.
152
De esto informaVeit Harían, que esa tarde estuvo invitado en casa de los Goeb
bels con su mujer Kristina Sóderbaum {Autobiografía, p. 140).
153
Citado por Boelcke, Conferencias de Goebbels, p. 316.
154
Boelcke, Conferencias de Goebbels, 4/1/1943, p. 316; el concepto de «guerra
total» surgió a mediados de los años treinta y fue discutido con especial intensidad
por los estrategas de la guerra aérea. En 1935 apareció en Alemania el libro de Luden-
dorff Der Totale Krieg [La guerra total], que ya en 1937 alcanzó una tirada de 100.000
ejemplares. Las tesis allí defendidas se aproximaban hasta en las formulaciones espe
cíficas a lo que Goebbels expuso en 1943 (véase Günter Mohmann,:Goebbels' Rede
zum Totalen Krieg am 18. Februar 1945 [Discurso de Goebbels sobre la guerra total del 18
828 Goebbels

de febrero de Í945], enVíZG, año 12/1964, p. 13 y ss. (aquí p. 17) (en adelante citado
como Moltmann, Discurso sobre la guerra total).
155
Boelcke, Conferencias de Goebbels, 5/1/1943, p. 318.
156
Así también al intermediario del Ministerio de Exteriores en el RMVP, el lega
do Krümmer. Se encuentra en las actas de mano de Krümmer, archivo político del
Ministerio de Exteriores, Bonn. Estaba establecido desde un principio que no debía
ser publicado; cf. para más detalles Willi A. Boelcke, «Goebbels und die Kundgebung
im Berliner Sportpalast vom 18. Februar 1943.Vorgeschichte undVerlauf» [«Goeb
bels y el mitin del 18 de febrero de 1943 en el palacio de deportes berlinés. Antece
dentes y transcurso], enjahrbuchfür die Geschichte Mittel- und Ostdeutschlands [Anuario
de historia de la Alemania central y oriental], editado porW. Berges, H. Herzfeld y H.
Skrzypczak, vol. 19, Berlín, 1970, p. 234 y ss. (aquí p. 238 y s.) (en adelante citado
como Boelcke, Mitin de Goebbels en el palacio de deportes).
157
Diario del archivo federal de Coblenza, 18/1/1943, NL 118/50.
158
Boelcke, Mitin de Goebbels en el palacio de deportes, p. 242.
159
Speer, Memorias, p. 269.
160
Diario de Semler, 20/1/1943, p. 66.
161
Diario del archivo federal de Coblenza, 21/1/1943, NL 118/50.
162
Ibid., 23/1/1943, NL 118/50.
163
Ibid.
164
Véase Boelcke, Mitin de Goebbels en el palacio de deportes, p. 242.
165
Boelcke, Conferencias de Goebbels, 24/1/1943, p. 326.
166
Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 2, p. 158 y ss.
167
Domarus, Discursos, vol. II, p. 1.976 y ss.
168
Jfcá.,p. 1.976 y 1.979.
169
Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 2, n° 16, p. 158 y ss. (aquí p. 160,169 y 170).
170
Hugh R.Trevor-Roper, Hitlers letzteTage [Los últimos días de Hitler], Frankfurt
del Meno y Berlín, 1965, p. 37 (en adelante citado como Trevor-Roper, Últimos días
de Hitler).
171
Diario del archivo federal de Coblenza, 2/2/1943, NL 188/52.
172
Joseph Goebbels, «Die harte Lehre» [«La dura lección»], en Das Reich del
7/2/1943.
173
Hinkel a Goebbels el 3/2/1943, archivo federal de Coblenza, R 55/1254.
174
Die Wehrmachtberichte 1939-1945 [Los partes de laWehrmacht, 1939-1945],Colo-
nia, 1989, vol. 2, p. 435 (en adelante citado como Partes de la Wehrmacht).
175
Diario del archivo federal de Coblenza, 23/1/1943, NL 118/50.
176
Ibid.
177
Boelcke, Conferencias de Goebbels, 4/2/1943, p. 334.
178
Indicación a la prensa del 7/2/1943, citado por Boelcke, Conferencias de Goeb
bels, p. 334.
179
Diario del archivo federal de Coblenza, 10/1/1943 y 14/1/1943, NL 118/49.
180
Ibid., 10/1/1943, NL 118/49.
181
Ibid., 14/1/1943, NL 118/49.
Notas 829

182
Ibid., 31/1/1943, NL 118/50.
183
Reproducido en Boelcke, Conferencias de Goebbels, 15/2/1943, p. 337 y ss.
184
Diario del archivo federal de Coblenza, 31/1/1943, NL 118/50.
185
Boelcke, Conferencias de Goebbels, 15/2/1943, p. 338.
186
Jfó¿.,p.337.
187
Diario del archivo federal de Coblenza, 10/2/1943, NL 118/52.
188
Ibid., 11/2/1943, NL 118/52.
189
Véase Ibid., 14-18/2/1943, NL 118/52 y 53 (de aquí proceden también las
siguientes citas); Moltmann, Discurso sobre la guerra total, p. 25 y ss.
190
Speer, Memorias, p. 269; para más detalles sobre la composición del público,
véase Moltmann, Discurso sobre la guerra total, p. 27 y ss.
191
Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 2, p. 172 y ss. (de aquí proceden también las
siguientes citas).
192
Diario de Goebbels, citado por Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 2, p. 204, nota
89.
193
Speer, Memorias, p. 269.
194
Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 2, p. 208, nota 99.
195
El jefe de los colaboradores propagandísticos a Goebbels el 19/2/1943, archi
vo federal de Coblenza, R 55/612.
196
La siguiente exposición según Moltmann, Discurso sobre la guerra total, p. 26.
197
Diario del archivo federal de Coblenza, 1/3/1943, NL 118/54.
198
Ibid., 2/3/1943, NL 118/54.
199
Speer, Memorias, p. 272.
200
Diario del archivo federal de Coblenza, 2/3/1943, NL 118/54.
201
Ibid.
202
Ibid., 9/3/1943, NL 118/54.
203
Speer, Memorias, p. 275.
204
Diario del archivo federal de Coblenza, 9/3/1943, NL 118/54.
205
Ibid.
206
Ibid.
207
Ibid., 18/3/1943, NL 118/54.
208
Speer, Memorias, p. 276.
209
Durante su discurso en el palacio de deportes el 18/2/1943, había anunciado
una vez más que Alemania no tenía intención de «doblegarse ante esta amenaza judía,
sino más bien de hacerle frente a tiempo, si es necesario con la exterm... elimina
ción (Ausrott-schaltung) completa y radical del judaismo». ¿Lapsus linguae o cálculo?
210
Diario del archivo federal de Coblenza, 2/3/1943, NL 118/54 y 18/4/1943,
NL 118/54.
211
Las cifras proceden de Robert Max Wassili Kempner, «Die Ermordung von
35000 Berliner Juden. Der Judenmordprozess in Berlín Schreibt Geschichte» [«El ase
sinato de 35.000 judíos berlineses. El proceso por el asesinato de judíos en Berlín hace
historia»], en Gegenwart im Rückblick. Festgabefür diejüdische Gemeinde zu Berlín 25
830 Goebbels

Jahre nach dem Neubeginn [La actualidad en retrospectiva. Homenaje a la comunidad jud ía de
Berlín 25 años después del nuevo comienzo] , Heidelberg, 1970, p. 180 y ss.
212
Diario del archivo federal de Coblenza, 2/3/1943, NL 118/54 y 18/4/1943,
NL 118/54.
213
RMVP/servicio de inspección el 22/12/1942, archivo federal de Coblenza,
R 55/1355.
214
Ibid.
215
Teletipo a la RSHA III C (oficina principal de seguridad del Reich) para entre
gar al capitán de las SS doctor Hirche el 4/4/1943, archivo federal de Coblenza, R
55/115.
216
N. de la T. Abreviatura de Narodny kommissariat Wnutrennich Diel, «Comi-
sariado Popular para Asuntos Internos».
217
Acta de la conferencia ministerial del 8/4/1943, archivo federal de Coblenza,
R 55/115.
218
Diario del archivo federal de Coblenza, 16 y 17/4/1943, NL 118/54.
219
Polish Sovjet Relatíons 1918-1943. Offtcial Documents [Relacionespolaco-soviéticas,
1918-1943. Documentos oficíales], editado por la legación polaca en Washington, 1945.
Doc.n°39,p. 119.
220
Soviet Foreign Policy during the Patriotic War: Documents and Materials [Pol ítica exte
rior soviética durante la Guerra Patriótica: documentos y materiales], traducido por A. Rothens-
tein, Londres, 1946, vol. I, p. 202.
221
Diario del archivo federal de Coblenza, 28/4/1943, NL 118/54.
222
Reuth, Rommel, p. 104.
221
Ibid., p. 104 y s.
224
N. de la T. Con este apodo se conocía a los soldados británicos durante la Pri
mera y la Segunda Guerra Mundial.
225
Joseph Goebbels, «Mit souveraner Ruhe» [«Con soberana calma»], en Das Reich
del 23/5/1943.
226
Boberach, Noticias, n° 381, 384 y 385 del 6, 20 y 24/5/1943, p. 387 y ss.
227
Diario del archivo federal de Coblenza, 6/3/1943, NL 118/54.
228
Ibid., 8/1/1943, NL 118/49.
229
Joseph Goebbels, «In vorderster Reihe» [«En la primera fila»]. Discurso pro
nunciado durante el mitin de duelo celebrado en el pabellón municipal de Elberfeld,
en Joseph Goebbels, Der steile Aufstieg, Reden undAufsatze aus denjahren 1942/43 [La
empinada subida, discursos y artículos de los años 1942/43], Munich, 1944, p. 323 y ss.
(aquí p. 323) (en adelante citado como Goebbels, La empinada subida).
230
Diario de Semler, 10/7/1943, p. 88.
231
Diario del archivo federal de Coblenza, 28/5/1943, NL 118/55.
232
Stephan, Goebbels, p. 275.
233
Joseph Goebbels, Dergeistige Arbeiter im Schicksalskampf des Reiches, Rede vor der
Heidelberger Üniversitat am Freitag, dem 9.Juli 1943 [El trabajador intelectual en la lucha
decisiva del Reich, discurso pronunciado en la Universidad de Heidelberg el viernes 9 de julio
de 1943], Munich (sin fecha), p. 8.
Notas 831

234
Véase Hólsken, Armas V, p. 93 y ss.; según Rudolf Semler, Hans Schwarz van
Berk creó el concepto «armaV» (diario de Semler, p. 131); véase también: Kessemeier,
Editorialista, p. 299 y s.
235
Hólsken, Armas V, p. 96.
236
Boberach, Noticias, 1/7/1943, p. 413.
237
Diario del archivo federal de Coblenza, 21/9/1943, NL 118/56.
238
Oven, Finale, 27/8/1943, p. 115.
239
Véase Lochner, Diario de Goebbels, p. 9 (en el punto 8).
240
Diario del archivo federal de Coblenza, 10 y 11/9/1943, NL 118/56.
241
Ibid., 12/9/1943, NL 118/56.
242
Ibid., 13/9/1943, NL 118/56.
243
Joseph Goebbels, «Das Schulbeispiel» [«El ejemplo clásico»], en Das Reich del
19/9/1943.
244
Ibid.
245
Bramsted, Propaganda, p. 386.
246
Diario del archivo federal de Coblenza, 7/11/1943, NL 118/56.
247
Ibid., 11/11/1943, NL 118/56.
248
Citado por Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 2, p. 277 y s.
249
Joseph Goebbels,:«Die Lehren des Krieges» [«Las lecciones de la guerra»], en
Das Reich del 5/12/1943.
25U
Werner Girbig, ...imAnflug auf die Reíchshauptstadt [ . . . e n el vuelo de aproxima-
ción a la capital del Reich], Stuttgart, 1977, p. 69 y s.
251
Joseph Goebbels, «Die Moral ais Kriegsentscheidender Faktor» [«La moral como
factor decisivo para la guerra»], en Vólkischer Beobachter del 7/8/1943.
252
Es spra ch Ha ns Fritzsche. Nach Gesprachen, Briefen und Dokumenten [Ha bl ó Hans
Fritzsche. Según conversaciones, cartas y documentos], de Hildegard Springer, Stuttgart
1949, p. 17.
253
Stephan, Goebbels, pág 268.
254
/fó¿.,p.267.
255
Diario del archivo federal de Coblenza, 29/11/1943, NL 118/56.
256
Stephan, Goebbels, p. 260 y ss.
257
Hans Dieter Scháfer, Berlín im Zweiten Weltkrieg. Der Untergang der Reichshauptstadt
in Augenzeugenberich ten [Berlín en la Segunda Guerra Mundial, ha caída de la cap ital del
Reich según informes de testigos oculares], Munich y Zurich, 1985, p. 41 (en adelante cita
do como Schafer, Berlín).
258
Diario de Semler, 24/11/1943, p. 111.
259
Decreto del Führer del 21/12/1943, archivo federal de Coblenza, R 43 11/669 d.
260
Carta de Goebbels a Hitler, Navidad de 1943, así como el borrador de un tele
grama de Goebbels a Hitler con motivo del nuevo año de 1944, ambos en el archi
vo federal de Coblenza, NL 118/100.
261
Acuerdo del 15/12/1943 entre el RMVP y el ministerio del Reich para los
territorios orientales ocupados, así como decreto sobre la creación de oficinas pro-
832 Goebbels

pagandísticas en el ámbito de los territorios orientales ocupados del 17/12/1943,


archivo federal de Coblenza, R 55/1436 fol. 1.
262
Taubert y Ott a Gutterer el 5/11/1942, archivo federal de Coblenza, R 55/799
fol. 1.
263
Rosenberg a Schwerin von Krosigk el 23/3/1943, archivo federal de Coblen
za, R 55/799 fol. 1.
264
Ibid.
265
Goebbels a Hitler el 23/5/1943, archivo federal de Coblenza, R 55/799 fol. 1.
266
Ordenanza del Führer con respecto a la limitación de competencias entre el
RMVP y el Ministerio del Reich para los territorios orientales ocupados del 15 de
agosto de 1943, archivo federal de Coblenza, R 55/799 fol. 1.
267
Lammers a Goebbels el 27/10/1943, archivo federal de Coblenza, R 55/799
fol. 1.
26 8
Taubert, El aparato antisoviético, p. 9.
269
Diario de 1944/45,17/2/1944, archivo nacional central de Potsdam; Hitler ya
había destacado la perfección de la línea Sigfrido en su discurso parlamentario del
28/4/1939, cuando habló de la «más poderosa obra de fortificación de todos los tiem
pos», Domarus, Discursos, vol. 2, p. 1.154; sobre el verdadero estado de algunos secto
res véase Helmuth Grosscurth, Tagebücher eines Abwehrqffiziers 1938-1940 {Diario de
un oficial de defensa, 1938-1940], editado por H. Krausnick y H. C. Deutsch, con la
colaboración de H.V. Kotze, Stuttgart 1970, p. 179.
270
Ibid., 25/2/1944.
271
Ibid., 29/2/1944.
272
Ibid., 11/3/1944.
273
Ibid., 4/3/1944.
274
Ibid., 18/4/1944.
275
Ibid. (de aquí proceden también las siguientes citas de este párrafo).
276
Ibid., 8/4/1944 y una entrada de fecha desconocida.
277
Goebbels a Hitler el 20/4/1944, archivo federal de Coblenza, NL 118/100.
278
Das Reich del 9/4/1944.
279
Ibid.; cf. también el artículo de Goebbels «Die Nemesis der Geschichte» [«La
venganza de la historia»], en Das Reich del 21/5/1944.
280
Vólkischer Beobachter del 28-29/5/1944, reproducido en IMT, vol. XXVII, doc.
1676-PS,p.436yss.
281
Circular 125/44 g. (no para su publicación), asunto: justicia popular contra los
asesinos angloamericanos, reproducido en IMT, vol. XXV, doc. 057-PS, p. 112 y s.
282
Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 2, p. 323 y ss. (aquí p. 335 y ss.).
283
Del considerando de la sentencia contra Bormann, IMT, vol. I, p. 385.
284
Asunto: fusilamiento del subteniente de aviación estadounidense Dennis por
parte del general de brigada de las SS Berndt, al general de brigada de las SS doctor
Klopfer (secretaría del partido),julio de 1944, BDC; nota de la exposición de Keitel,
IMT, vol.V, p. 20.
285
Diario de 1944/45, 6/6/1944, archivo nacional central de Potsdam.
Notas 833

286
Ibid.
287
Ibid. y 5/6/1944.
288
Ibid., 6/6/1944; diario de Semler, 6/6/1944, p. 127: según éste, Goebbels le
dijo a Semler: «¡Gracias a Dios!, por fin. Ésta es la última ronda».
289
Diario de 1944/45, 7/6/1944, archivo nacional central de Potsdam; diario de
Semler, 6/6/1944, p. 128.
290
Boberach, Noticias, p. 472 y ss.; cf. en general: Hólsken, Armas V, p. 102 y ss.
291
Diario de Semler, 9/6/1944, p. 128 y s.
292
Oven, Finale, p. 359.
293
Diario de 1944/45,18/6/1944, archivo nacional central de Potsdam.
294
Citado por Bramsted, Propaganda, p. 429.
295
Oven, Finale, p. 361.
296
Diario de 1944/45,18/6/1944, archivo nacional central de Potsdam.
297
Hólsken, Armas V, p. 104 y s. y p. 107.
298
Vease diario de 1944/45, 5/4/1944, archivo nacional central de Potsdam.
299
Ibid., p. 105.
300
Véase diario de Semler, 2/5/1944, p. 122.
301
Diario de 1944/45,14/6/1944, archivo nacional central de Potsdam.
302
Ibid., 16/6/1944.
3<»yease también Ludolf Herbst, Der totale Krieg und die Ordnung der Wirtschaft. Die
Kriegswirtschaft im Spannungsfeld pon Politik, Ideologie und Propaganda 1939-1945 [La
guerra total y la ordenación de la economía. La economía de guerra en el campo de tensión de
la política, la ideología y la propaganda, 1939-1945], Stuttgart, 1982, p. 207 y ss.
304
Diario de 1944/45, 22/6/1944, archivo nacional central de Potsdam.
305
Ibid.
306
Ibid.
307
Ibid.
308
Ibid., 9/7/1944.
309
Das Reich del 2/7/1944.
310
Speer, Memorias, p. 405.
311
Diario de 1944/45,14/7/1944, archivo nacional central de Potsdam.
312
Véase Peter Longerich,Josep/j Goebbels und derTotale Krieg. Eine unbekannte Denksch-
rift des Propagandaministers vom 18.Juli 1944 [Joseph Goebbels y la guerra total. Una memoria
desconocida del ministro de Propaganda del 18 de julio de 1944], en VfZG, año 35/1987, p.
289 y ss. (documento: p. 305 y ss., de aquí proceden las siguientes citas).

Capítulo 14. La venganza nuestra virtud, el odio nuestro deber


(1944-1945)

1
Informe de Goebbels sobre el 20 de julio. Discurso radiado del 26/7/1944, cita
do por Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 2, p. 342 y ss. (aquí p. 342). ^,
834 Goebbels

2
Speer, Memorias, p. 391.
3
Ibtd; Goebbels afirmó en su informe del 26/7/1944 que inmediatamente había
tenido claro —en contra de las primeras suposiciones de Hitler— que ninguno de
los obreros que trabajaban en el cuartel general del Führer podía haber cometido ese
crimen (Schmidt, Speer, p. 122).
4
Exposición según el informe de Hagen del 16/10/1944 sobre el 20/7/1944 (en
adelante citado como informe de Hagen), en Hans Adolf Jacobsen, Spiegelbild einer
Verschwórung. Die Opposition gegen Hitler und der Staatsstreich vom 2O.Juli 1944 in der
SD-Berichterstattung [Reflejo de una conspiración. La oposición contra Hitler y el golpe de
Estado del 20 de julio de 1944 en el informe del Servicio de Seguridad], Stuttgart, 1984,
vol. I, p. 12 y ss. (aquí p. 14) (en adelante citado como Jacobsen, Reflejo).
5
Informe de Remer del 22/7/1944 sobre el transcurso de los acontecimientos
del 20/7/1944, tal como él los «vivió como comandante del batallón de guardia de
la Gran Alemania», (en adelante citado como informe de Remer), reproducido en
Jacobsen, Reflejo, vol. II, p. 637 y ss. (aquí p. 637); cuando en diciembre de 1940 Von
Hase hizo a Goebbels la primera visita oficial, Goebbels anotó sobre él en su diario:
«Un oficial excelente, que tiene una actitud muy positiva hacia el partido» (Diario
del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4,12/12/1940, p. 429).
6
Informe de Remer, en Jacobsen, Reflejo, vol. II, p. 637.
7
Informe de Hagen, en Jacobsen, Reflejo, vol. I, p. 13.
8
Speer, Memorias, p. 392 y s.
9
Wilfred von Oven, «Der 2O.Juli 1944-erlebt im Hause Goebbels» [«El 20 de
julio de 1944, vivido en el domicilio de Goebbels»], en Verrat und Widerstand im Drit-
ten Reich [Traición y resistencia en el Tercer Reich], Coburg, 1978, p. 43.
10
Speer, Memorias, p. 393.
11
Ibid.
12
Ibid.
13
Oven, Finale, p. 417; Bramsted, Propaganda, p. 448.
14
Andreas Hillgruber y Gerhard Hümmelchen, Chronik des Zweiten Weltkrieges.
Kalendarium Militarischer und Politischer Ereignisse 1939-1945 [Crónica de la Segunda
Guerra Mundial. Calendario de acontecimientos militares y políticos, 1939-1945], Dussel
dorf, 1978, p. 223; Bramsted indica las 18.30 (Propaganda, p. 448).
15
Informe de Remer, en Jacobsen, Reflejo, vol. II, p. 638.
16
JW.,p.639.
17
Ibid.
18
Speer, Memorias, p. 394.
19
Aunque la hora que indica la bibliografía para esta importante entrevista difie
re bastante —Semler, por ejemplo (diario de Semler, p. 134) menciona las 17 horas,
mientras que John W. Wheeler-Bennett (The Nemesís of Power. The Germán Army in
Politics 1918-1945 [La venganza del poder. El ejército alemán en la política, 1918-1945],
Londres, 1953, p. 656) cree que fue alrededor de las 19 horas—, del informe de Remer
sobre el desarrollo de los acontecimientos del 20/7/1944 se desprende de forma
Notas 835

inequívoca que la conversación tuvo lugar a partir de las 18.40/18.45 aproximada-


mente. Hagen señala en su informe que el coche donde viajaba Remer entró en la
Hermann-Góring-Strasse a las 18.35 (Jacobsen, Reflejo, vol. I, p. 15).
20
Informe de Remer, en Jacobsen, Reflejo, vol. II, p. 639; esto coincide con las
memorias de Speer: «Goebbels recordó primero al comandante su juramento al Füh-
rer. Remer respondió con una promesa de fidelidad a Hitler y al partido» (Memorias,
p. 394 y s.).
21
Informe de Remer, en Jacobsen, Reflejo, vol. II, p. 639.
22
Speer, Memorias, p. 395.
23
Ibid.
24
Informe de Remer, en Jacobsen, Reflejo, vol. II, p. 639; esto coincide con la expo
sición de Speer (Memorias, p. 395): «He hablado con él hace unos pocos minutos. Una
pequeña y ambiciosa camarilla de generales ha comenzado el golpe militar. ¡Una vile
za! ¡La mayor vileza de la historia!».
25
Informe de Remer, en Jacobsen, Reflejo, vol. II, p. 639.
26
Speer, Memorias, p. 395.
27
Ibid.
28
Informe de Remer, en Jacobsen, Reflejo, vol. II, p. 639; Speer también observó
que Remer reconoció de inmediato la voz de Hitler, al que daban por muerto (Memo
rias, p. 395).
29
Speer, Memorias, p. 395.
30
Ibid.
31
Ibid., p. 396.
32
Oven, Finale, p. 422.
33
Speer, Memorias, p. 396.
34
Ibid.
35
Informe de Remer, en Jacobsen, Reflejo, vol. II, p. 640.
36
N. de la T. Sieg HeiR era la aclamación de los nacionalsocialistas, que significa
ba «¡viva la victoria!».
37
Oven, Finale, p. 422.
38
Ibid.
39
Ibid.
40
Ibid.
41
Bramsted, Propaganda, p. 454.
42
Ibid.
43
Speer, Memorias, p. 398.
44
Oven, Finale, p. 429.
45
Jí>úf.,p.427yss.
46
Diario de 1944/45, 23/7/1944, archivo nacional central de Potsdam.
47
Acta de la deliberación de dirigentes celebrada el 22/7/1944 en el cuartel de
campaña del ministro del Reich y jefe de la cancillería del Reich bajo la presidencia
del ministro del Reich Lammers, archivo federal de Coblenza, R 55/664a.
48
Diario de 1944/45, 23/7/1944, archivo nacional central de Potsdam.
836 Goebbels

49
Acta de la deliberación de dirigentes celebrada el 22/7/1944 en el cuartel de
campaña del ministro del Reich y jefe de la cancillería del Reich bajo la presidencia
del ministro del Reich Lammers, archivo federal de Coblenza, R 55/664a.
50
Diario de 1944/45, 23/7/1944, archivo nacional central de Potsdam.
51
Acta de la deliberación de dirigentes celebrada el 22/7/1944 en el cuartel de
campaña del ministro del Reich y jefe de la cancillería del Reich bajo la presidencia
del ministro del Reich Lammers, archivo federal de Coblenza, R 55/664a.
52
Diario de 1944/45, 23/7/1944, archivo nacional central de Potsdam.
53
Ibid.
54
Ibid.
55
Ibid.
56
Ibid.
57
Ibid.
58
Consigna propagandística n° 68 del 22/7/1944 y el correspondiente teletipo a
todos los jefes de distrito del 23/7/1944, ambos en archivo federal de Coblenza, R
55/614.
59
La versión radiofónica del discurso de Ley del 20/7/1944 se encuentra en el
anexo del diario de Semler, p. 212 y ss.
60
Diario de 1944/45, 23/7/1944, archivo nacional central de Potsdam.
61
Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 2, p. 342 y s.
62
Ibid., p. 343.
63
Memoria, fechada en el día 24/7/1944, archivo federal de Coblenza, R 55/601.
64
Speer, Memorias, p. 399.
65
Ibid.
66
El nombramiento que acompañaba al decreto, fechado también el 25/7/1944
y firmado por Hider, Góring y Lammers, se encuentra en el archivo federal de Coblen
za, R 55/664a.
67
Goebbels expuso esto en su discurso de Plauen ante los jefes de distrito el
3/8/1944, Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 2, p. 400.
68
A comienzos de la Segunda Guerra Mundial, los jefes de distrito habían sido
nombrados «comisarios de defensa del Reich», adquiriendo así importantes funcio
nes administrativas estatales.
69
Ordenanza para la aplicación de la guerra total del 16/8/1944, archivo federal
de Coblenza, R 55/666a.
70
Peter Longerich, Josep/i Goebbels und der Totale Krieg. Eine Unbekannte Denksch-
rift des Propagandaministers vom 18.Juli 1944 \Joseph Goebbels y la guerra total. Una memo
ria desconocida del ministro de Propaganda del 18 de julio de 1944], enVfZG, año 35/1987,
p.289yss. (aquí p. 302).
71
Circular a todas las instancias superiores del Reich, jefes de distrito, goberna
dores del Reich, organismos administrativos en los territorios ocupados, asociación
alemana de municipios, etc., asunto: estilo de vida en la guerra total, sin fecha, archi
vo federal de Coblenza, R 55/665.
Notas 837

72
Riess, Goebbels, p. 400.
73
Diario de 1944/45, 4/12/1944, archivo nacional central de Potsdam.
74
Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 2, p. 366 y p. 370.
75
Véase diario de 1944/45, 23/7/1944, archivo nacional central de Potsdam.
76
Director cinematográfico (Hinkel) a secretario de Estado (Naumann) el
31/8/1944, archivo federal de Coblenza, R 55/664.
77
Declaración de Hans Fritzsche en Nuremberg el 28/6/1946, IMT, vol. XVII,
p.221.
78
Borrador de un teletipo a los jefes de distrito del NSDAP, sin fecha, archivo
federal de Coblenza, R 55/664.
79
Oven, MU Goebbels bis zum Ende [Con Goebbels hasta elfinal\, vol. 2, p. 118.
80
Helldorf, sobre sus motivos para participar en el 20 de julio, en su toma de decla
ración del 30/7/1944, acta reproducida en Jacobsen, Reflejo, vol. 1, p. 98 y ss. (aquí p.
104).
81
Esta conversación de Helldorf con el consejero gubernamental Gisevius tuvo
lugar el 20/7/1944 alrededor de las once de la mañana en la Jefatura Superior de
Policía de Berlín (Hans Bernd Gisevius, Bis zum Bitteren Ende [Hasta el amargo ftnal\,
2 vol., Darmstadt 1947, vol. II, p. 255 y s.).
82
Diario de 1944/45, 9 y 10/2/1944, archivo nacional estatal de Potsdam.
83
Stephan, Goebbels, p. 295.
84
Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 2, p. 399, nota 70.
85
Diario de 1944/45, 17/12/1944, archivo nacional central de Potsdam: «Cojo
este caso y lo convierto por así decir en un caso típico».
86
Müller al puesto de mando de campaña/señor teniente coronel Suchaneck, así
como otros documentos del proceso, BDC.
87
Diario de Semler, 17/10/1944, p. 159.
88
Diario de 1944/45, 7/6/1944, archivo nacional central de Potsdam.
89
Manfred Rommel a David Irving el 7/6/1975, Instituto de Historia Contem
poránea de Munich, colección Irving.
90
Ibid.; véanse los antecedentes en el expediente personal de Berndt, BDC.
91
Bormann a Goebbels el 14/8/1944, archivo federal de Coblenza, R 55/665.
92
Ibid.
93
Bormann a Goebbels el 24/8/1944, archivo federal de Coblenza, R 55/666a.
94
Oven, Finale, p. 393; cf. también diario de 1944/45,13/7/1944, archivo nacio
nal central de Potsdam. Allí escribió Goebbels sobre el efecto de la película: «Se tie
ne la impresión de asistir al nacimiento de un nuevo mundo».
95
Joseph Goebbels, «Die Überholung desVorsprungs» [«La superación de la ven
taja»], en Das Reich del 30/7/1944.
96
Ma rlies G. Stei ner t, Hi tlers Krieg und die Deu tschen. Stimmung und Haltung der
Deutschen Bevólkerung im Zweiten Weltkrieg [La guerra de Hitler y los alemanes. Moral y
actitud de la población alemana en la Segunda Guerra Mundial\, Dusseldorf, 1970, p. 497.
97
Speer, Memorias, p. 418.
838 Goebbels

98
Diario de 1944/45, 30/8/1944, archivo nacional central de Potsdam.
99
Ibid., 31/8/1944.
100
Ibid., probablemente 7/9/1944.
101
Ibid., 14/9/1944.
102
Ibid., 10/9/1944.
103
Ibid., 11,12,13/9/1944.
104
Ibid., 10/9/1944.
105
Lochner, diario de Goebbels, entradas de septiembre de 1943.
106
La memoria lleva el encabezamiento «Mi Führer» y está redactada en forma
de carta, archivo federal de Coblenza, NL 118/100; para la ordenación temporal véa
se Oven, Finale, 22/9/1944, p. 479 y ss.
107
Longerich, Propagandistas, p. 146.
108
Véase Oven, Finale, 20/9/1944, p. 479 y 22/9/1944, p. 480 y ss.
109
Diario de 1944/45, 23/9/1944, archivo nacional central de Potsdam.
110
Ibid., 25/9/1944.
111
Goebbels a Hitler el 25/10/1944, Instituto de Historia Contemporánea, ED
172.
112
Diario de 1944/45, 13/9/1944, archivo nacional central de Potsdam; por el
contrario, parece que Goebbels consideró menos eficaz desde el punto de vista pro
pagandístico la exigencia de una capitulación incondicional de Alemania presentada
por los aliados desde la Conferencia de Casablanca del 24/1/1943. En cualquier caso,
esto se desprende «sin lugar a dudas» de las instrucciones de su ministerio para la pren
sa en los meses de enero/febrero de 1943. Goebbels también ignoró esa exigencia en
su discurso del 18/2/1943 en el palacio de deportes (Moltmann, Discurso sobre la gue
rra total, p. 33).
113
Volkischer Beobachter del 26/9/1944.
114
Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 2, p. 405 y ss.
115
Aid., p. 424 y s.

117
Memoria, fechada en el día 16/10/1944, archivo federal de Coblenza, R 55/601.
118
Cf. sobre la muerte de Rommel, Reuth, Rommel, p. 110 y ss.
119
Diario de 1944/45, probablemente 7/9/1944, archivo nacional central de Pots
dam.
120
Reuth, Rommel, p. 132.
121
Nicolaus von Below, Ais Hitlers Adjutant 1937-45 [Como ayudante de Hitler,
1937-45], Maguncia, 1980, p. 389 (en adelante citado como Below, Ayudante).
122
Diario de Semler, 28/10/1944, p. 162 y s.; diario de 1944/45, 29/10/1944,
archivo nacional central de Potsdam.
123
Domarus, Discursos, vol. II, p. 2.160.
124
Partes de la Wehrmacht, 8/11/1945, vol. 3, p. 324.
125
Diario de 1944/45, 31/8/1944 así como 7 (?) y 8/9/1944, archivo nacional
central de Potsdam.
Notas 839

126
Speer, Memorias, p. 418.
127
Diario de Semler, 14/11/1944, p. 165 y s.
128
Citado por Karl Dietrich Erdmann, Der Zweite Weltkrieg [La Segunda Guerra
Mundial], Stuttgart, 1980, p. 126 y s.
129
Como contrapeso al aumento de poder del partido, en agosto de 1943 Hitler
designó a Himmlerjefe de las SS y de la policía, como ministro del Interior, que aho
ra podía impartir órdenes a los jefes de distrito en su condición de «comisarios de
defensa del Reich» y, por tanto, injerirse en el ámbito de Bormann.
130
Sobre el desarrollo del juramento véanse los documentos del archivo federal
de Coblenza,R 55/1287.
131
Diario de 1944/45, 4/12/1944, archivo nacional central de Potsdam.
132
Semler (diario, p. 174 y s.) señala como fecha de este encuentro el 12/1/1945,
pero Hitler no regresó de su cuartel general Nido del águila, en Bad Nauheim, a la
cancillería del Reich hasta el 16/1/1945, con el comienzo de la gran ofensiva sovié-
tica.Ya que después no se encuentra en el diario de Goebbels ninguna entrada sobre
una visita de Hitler, sólo se puede tratar de la del 3 de diciembre; véase también Riess,
Goebbels, p. 414.
133
Diario de Semler, 16/12/1944, p. 168; véase también: Oven, Finale, p. 528 y s.
134
Ibid.
135
Diario de Semler, 17/12/1944, p. 170.
136
Diario de 1944/45,19/12/1944, archivo nacional central de Potsdam.
137
Riess, Goebbels,?. 410.
138
Oven, Finale, p. 533 y ss.
139
Goebbels a Hitler, Navidad de 1944, archivo federal de Coblenza, NL 118/100;
cf. también el discurso de año nuevo de Goebbels, Vóíkischer Beobachter del 2/1/1945.
140
Domarus, Discursos, vol. II, p. 2.185 y ss. (aquí p. 2.185).
141
A este supuesto paralelo histórico recurrió también durante su discurso en
Colonia el 3/10/1944, véase Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 2, p. 408 y s.
142
Este pasaje de la Alexanderschlacht [Batalla de Alejandro] así como los escritos
adjuntos que Goebbels envió a Hitler el 10/1/1945 se encuentran en el archivo fede
ral de Coblenza, NL 118/100.
143
Diario de 1944/45, 23/1/1945, archivo nacional central de Potsdam.
144
Ibid., 26/1/1945.
145
Ibid., 29/1/1945.
146
Ibid.
147
Ibid., 28/1/1945.
148
Domarus, Discursos, vol. II, p. 2.194.
149
Oven, Finale, p. 520 y s.
150
Oven, Finale, p. 545 y s.
151
Domarus, Discursos, vol. II, p. 2.194 y ss.
152
Sobre la situación en Berlín a principios de 1945 véase Scháfer, Berlín, p. 62 y
ss. (aquí p. 62).
840 Goebbeh

153
Citado por Fraenkel, Goebbeh, p. 323.
154
Oven, Finale, 559 y s.
155
Joseph Goebbels, Tagebiicher 1945. Die letzten Aufzekhnungen [Diario de 1945.
Los últimos escritos], con una introducción de Rolf Hochhuth, Hamburgo, sin año,
entrada del 1/3/1945, p. 58 (en adelante citado como diario de 1945).
156
Oven, Finale, p. 566.
157
El escrito de Goebbels está reproducido en Harían, Autobiografía, p. 183; la pelí
cula, con un coste de 8,5 millones de marcos del Reich, se convirtió en la más cara
de la historia cinematográfica hasta el momento.
158
Ibid.
159
Esta exposición sigue Ibid., p. 189 y s.; véase también: Ibid., p. 181 y s.
160
Citado por Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 346.
161
Hinkel a Goebbels el 18/1/1945, BDC.
162
Hinkel a Goebbels el 6/12/1944, archivo federal de Coblenza, R 55/664.
163
Diario de 1945,19/3/1945, p. 255.
164
Oven, Finale, p. 573 y s.
165
Goebbels, Joseph: Das politische Btirgertum vor der Entscheidung [La burgues ía polí
tica ante la decisión], en Das Reich del 4/2/1945.
166
Joseph Goebbels, «Dasjahr 2000» [«El año 2000»], en Das Reich del 25/2/1945;
Goebbels fue quien creó el concepto de «telón de acero», que más tarde pasó a ser
una expresión fija; ya en su editorial del Reich del 3/12/1944 («Vom Irrtum im Krie-
ge» [«Del error en la guerra»]), utiliza esta imagen —allí se lee acerca de un «telón de
acero de silencio» (véase Kessemeier, Editorialista, p. 185, nota 277).
167
Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 2, p. 431 y s.
168
Jacob Kronika, Der Untergang Berlins [La caída de Berlín], Flensburg entre otros,
1946, p. 58 (en adelante citado como Kronika, Caída).
169
Declaración de Albert Speer en Nuremberg, IMT, vol. XVI, p. 543.
170
Declaración de Adolph von Steengracht en Nuremberg, IMT, vol. X, p. 141.
171
Diario de Semler, 18/2/1945, p. 183.
172
Declaración de Hans Fritzsche en Nuremberg, IMT, vol. XVII, p. 283 y decla
ración de Speer, IMT, vol. XVI, p. 542.
173
Nota de la conferencia, de Jodl para Hitler, del 21/2/1945, doc. 606-D, IMT,
vol. XXXV, p. 181 y ss.; además: declaración del general del Alto Mando de laWehr-
macht, August Winter, en Nuremberg, IMT, vol. XV, p. 660 y s.
174
Diario de Semler, 16/2/1945, p. 180 y s.
175
Diario de 1945,28/2/1945, p. 49 y s.
176
Oven, Finale, p. 576.
177
Diario de Semler, 15/2/1945, p. 179 y s.
178
Diario de 1945, 8/3/1945, p. 129.
179
Oven, Finale, p. 585 y ss.
180
Diario de 1945,28/2/1945, p. 50.
181
Ibid., 5/3/1945, p. 93.
Notas 841

182
Ibid., 5/3/1945, p. 93 y s.
183
Oven, Finóle, p. 582.
184
Sobre este viaje al frente véase diario de 1945, 9/3/1945, p. 136 y ss.
185
Vólkischer Beobachter del 11/3/1945.
186
Comunicación escrita de Rupprecht Sommer al autor del 16/10/1987.
187
Vólkischer Beobachter del 11/3/1945; también Deutsche Wochenschau, n° 9/1945,
archivo federal de Coblenza; para esta formulación Goebbels imitó la consigna Schlagt
die Faschisten, wo ihr sie trefft [«derrotad a los fascistas dondequiera que los encontréis»],
que dio Heinz Naumann, líder del partido comunista y redactor jefe del Rote Fahne,
en agosto de 1929.
188
Documento del 10/12/1937, BDC.
189
Diario de 1945, 4/3/1945, p. 87.
190
Radiograma de Wagner a Hanke, así como nota del 3/3/1945, ambos en BDC.
191
Diario de 1945,11/3/1945, p. 154.
192
Ibid.
193
Oven, Finóle, p. 606.
194
Diario de 1945,14/3/1945, p. 205 y ss.
195
Ibid., 210.
196
Diario de Semler, 4/3/1945, p. 187.
197
Ibid., 25/2/1945,p. 186.
m
Be\ow, Ayudante, p. 411.
199
Fraenkel, Goebbels, p. 323 y s.
200
Diario de 1945, 5/3/1945, p. 98.
201
Ibid., p. 99.
202
Ibid., 18/3/1945, p. 244.
203
Domarus, Discursos, vol. II, p. 2.215.
204
Diario de 1945, 30/3,1/4 y 2/4/1944, p. 381 y s., p. 404 y p. 410.
205
Ibid., 26/3/1945, p. 337.
206
Ibid., 31/3/1945, p. 390 y s.
207
Ibid., 22/3/1945, p. 283.
208
Ibid.
209
Ibid., 28/3/1945, p. 363.
210
Ibid., 1/4/1945, p. 406.
211
Ibid.
212
Riess, Goebbels, p. 439.
213
Diario de 1945,2/4/1945, p. 412.
214
Manfred Rommel a David Irving el 7/6/1975, Instituto de Historia Con
temporánea de Munich, colección Irving.
215
Diario de 1945,30/3/1945, p. 384.
216
Ibid., 22/3/1945, p. 284.
217
Below, Ayudante, p. 409.
842 Goebbels

218
Schwerin von Krosigk: «Luego Goebbels contó que ayer había estado en el
cuartel general del general Busse en Küstrin y que él (Goebbels) había expuesto su
tesis de que, según la necesidad y la justicia histórica, tendría que producirse un vira
je como el milagro de la Casa de Brandeburgo en la Guerra de los Siete Años. Uno
de los oficiales del Estado Mayor preguntó con cierto escepticismo e ironía: "Enton
ces... ¿qué zarina debe morir?". Goebbels respondió que eso no lo sabía, porque el
destino disponía de las más diversas posibilidades. Entonces se dirigió a casa y allí reci
bió la noticia de la muerte de Roosevelt. Llamó inmediatamente a Busse: la zarina
había muerto. Éste dijo que eso daría un fuerte impulso a su gente, pues ahora vol
vería a ver una probabilidad de éxito» (citado porTrevor-Roper, Últimos días de Hitler,
p.117).
219
Diario de Semler, 13/4/1945, p. 190 y ss.
220
Informe de Inge Haberzettel, citado por Trevor-Roper, Últimos días de Hitler,
p. 118.
221
Ibid.; véase también: diario de Semler, 13/4/1945, p. 190 y ss.; la descripción
de Semler coincide con la de Haberzettel.
222
Below, Ayudante, p. 408.

Capítulo 15. Vivir en el mundo que viene después del Führer y del
nacionalsocialismo ya no vale la pena (1945)

1
Below, Ayudante, p. 408.
2
Declaración de Adolph von Steengracht en Nuremberg, IMT, vol. X, p. 128.
3
En este editorial, titulado «Der Einsatz des Eigenen Lebens» [«Arriesgar la pro
pia vida»], Goebbels —para darle más énfasis— se dirigió al lector en primera per
sona, raramente utilizada: «Durante toda la guerra, todas las semanas, yo he tomado la
palabra en público, ante nuestro pueblo (...). Cuando en ocasiones incurrían en el
error, nacía de esta insuficiencia humana. Pero hoy ya no se trata de quién tenía razón
y quién no...».
4
Proclamación a los soldados del frente alemán del este, en Domarus, Discursos,
vol. II, p. 2.223 y s. (aquí p. 2.224).
5
Oven, Finale, 19/4/1945, p. 647.
6
Citado por Heiber, Discursos, vol. 2, p. 447 y ss. (aquí p. 454).
7
Frankfurter Allgemeine Zeitung del 11/4/1985.
8
Ibid.
9
Scháfer, Berlín, p. 69.
10
Conde Lutz Schwerin von Krosigk, Es Geschah in Deutschland. Menschenbilder
unseres Jahrhunderts [Sucedió en Alemania. Imagen de los hombres de nuestro siglo],Tubin-
ga y Stuttgart, 1951, p. 234 y s.
11
Karl Koller, Der letzte Monat [El último mes], Mannheim, 1949, p. 16;Trevor-
Roper, Últimos días de Hitler, p. 125 y s.
Notas 843

12
Trevor-Roper, Últimos días de Hitler, p. 122; según esto, Hitler ya había manda
do diez días antes a sus sirvientes al Obersalzberg para que hicieran los preparativos
correspondientes.
13
Heiber, Discursos, vol. 2, p. 447 y ss. (aquí p. 452).
14
Ibid.
15
Cf. los argumentos que Goebbels adujo durante la deliberación sobre la situa
ción el 25/4/1945, en Der Spiegel del 10/1/1966.
16
Fest, Hif/er, p. 1.006.
17
Kessemeier, Editorialista, p. 337.
18
Joseph Goebbels, «Widerstand um jeden Preis» [«Resistencia a cualquier pre
cio»], en Das Reich del 22/4/1945.
19
Schafer, Berlín, p. 70 y s.
20
Hildegard Springer, Es sprach Hans Fritzsche. Nach Gesprdchen, Briefen und Doku-
menten [Habló Hans Fritzsche. Según conversaciones, cartas y documentos], Stuttgart, 1949,
p.30.
21
Véase epílogo del diario de 1945, p. 468; introducción al diario del Instituto de
Historia Contemporánea, vol. 1, p. LXII y s.
22
Trevor-Roper, Últimos días de Hitler, p. 131 y s.; declaración del estenógrafo
Herrgesell en el diario de guerra del Alto Mando de laWehrmacht, vol. IV, 2,p. 1.696
ys.
23
En las Memorias de Speer (p. 488) se dice: «Ayer (se refiere al 22/4/1945) la situa
ción era tan desesperante que contábamos con una rápida ocupación de Berlín por
parte de los rusos. El Führer ya quería abandonar. Pero Goebbels le persuadió y así
estamos aquí todavía».
24
Fest, Mí/er, p. 1.007 y s.
25
Esta orden se ha interpretado a menudo erróneamente en el sentido de que el
traslado de la familia Goebbels fue iniciativa de Hitler. En realidad se produjo a ins
tancias de Goebbels; cf. Below, Ayudante, p. 415.
26
Sobre el traslado de la familia Goebbels al bunker véase Oven, Finale, 22/4/1945,
p. 653 y s.; Auguste Behrend, «Meine Tochter Magda Goebbels» [«Mi hija Magda
Goebbels»], en Schwabische Ulustrierte [Revista ilustrada suaba] del 23/5/1953.
27
Goebbels durante la deliberación sobre la situación el 25/4/1945, en Der Spie
gel dé. 10/1/1966.
28
Sobre el ejército de Wenck y su ataque de socorro a Berlín véase Günther Geller-
mann, DieArmee Wenck-Hitlers letzte Hqffnung [El ejército de Wenck-La última esperanza
de Hitler], Coblenza, 1984 (en adelante citado como Gellermann, Ejército de Wenck).
29
WalterWenck, «Berlin war nicht zu retten» [«Berlín no se podía salvar»], en Der
Stern [La estrella] del 18/4/1965.
30
Texto de la Agencia Alemana de Noticias (Deutsches Nachrichtenbüro, DNB) del
22/4/1945, Domarus, Discursos, vol. II, p. 2.228.
31
Trevor-Roper, Últimos días de Hitler,p. 146.
32
Texto de la DNB del 23/4/1945, Domarus, Discursos, vol. II, p. 2.228.
844 Goebbels

33
Der Panzerbdr [El oso blindado] del 23/4/1945.
34
Ernst-Günter Schenk, Ich sah Berlín Sterben [Yo vi morir a Berlín], Herford, 1975,
p. 102; Kronika, Caída, p. 152.
35
Speer, Memorias, p. 487.
36
Der Spiegel del 10/1/1966.
37
Ibid.
38
Speer, Memorias, p. 484.
39
Ibid., p. 484 y s.
40
Magda Goebbels a Harald Quandt el 28/4/1945, reproducido en Diario de
1945, p. 456 y s.
41
Citado por Domarus, vol. II, p. 2.228.
42
Declaración de Albert Speer en Nuremberg, IMT, vol. XVI, p. 582 y s.
43
Trevor-Roper Papers, vol. IV, p. 1.419 y ss.; colección Irving, Instituto de His
toria Contemporánea de Munich.
44
Der Spiegel del 10/1/1966.
45
Gellermann, Ejército de Wenck, p. 78.
46
Der Spiegel del 10/1/1966.
47
Partes de la Wehrmacht, 28/4/1945, vol. 3, p. 559.
48
Magda Goebbels a Harald Quandt el 28/4/1945, reproducido en Diario de
1945, p. 456.
49
Joseph Goebbels a Harald Quandt el 28/4/1945, Ibid., p. 455 y s.
50
Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 24/7/1926, p. 196.
51
Cf. sobre la boda de Hitler: Domarus, Discursos, vol. II, p. 2.233 y ss.;Trevor-
Roper, Últimos días de Hitler, p. 173.
52
Reproducido en Diario de 1945, p. 458 y ss.
53
En la noche del 5 al 6 de mayo, Hanke abandonó la plaza de Breslavia con un
Fieseler Storch, aterrizó en Schweidnitz [_widnica], poco después se le volvió a ver
en Hirschberg (Montes de Silesia) y se dice que en verano de 1945 fue herido de un
disparo mientras intentaba escapar del cautiverio checoslovaco en un lugar llamado
Neudorf y finalmente matado a golpes; cf. la colección de material de Horst G.W.
Gleiss, Breslauer Apokalypse 1945. Dokumentarchronik vom TodeskampJund Untergang einer
deutschen Stadt und Festung am Ende des Zweiten Weltkrieges [Apocalipsis de Breslavia en
1945. Crónica documental de la agonía y caída de una ciudad y plaza alemana al final de la
Segunda Guerra Mundial] , Wedel, 1988, p. 278 y ss.
54
Citado por Diario de 1945, p. 462 y s.
55
Domarus, Discursos, vol. II, p. 2.241.
56
Ibid., p. 2.242.
57
Ibid.
58
Diario de guerra del Alto Mando de la Wehrmacht, vol. IV, 2, p. 1.466.
59
Declaración de Günsche, citado por Uwe Bahnsen y James P. O'Donnell, Die
Katakombe. Das Ende in der Reíchskanzlei [La catacumba. El final en la cancillería del Reich],
Stuttgart, 1975, p. 210 (en adelante citado como Bahnsen/O'Donnell, La catacumba).
Notas 845

60
Ibid.,p. 212.
61
Ibid., p. 213.
62
Domarus, Discursos, vol. II, p. 2.248.
63
Trevor-Roper, Últimos días de Hitler, p. 194; según la declaración del miembro
de las SS Harry Mengershausen (en Bahnsen/O'Donnell, La catacumba, p. 214 y s.),
Linge sacó de los puños de su chaqueta unos impresos, los retorció a modo de antor
cha, los encendió y se los dio a Bormann, quien los arrojó a los cadáveres.
64
Gueorgui K.Zhúkov, Erinnerungen und Gedanken [Memorias y pensamientos], vol.
a
2, 8 ed., Berlín (Este), 1987, p. 353; Lew Besymenski, Die letzten Notizen von Martin
Bormann. Ein Dokument und sein Verfasser [Las últimas notas de Martin Bormann. Un docu
mento y su autor], Stuttgart, 1974, p. 276 (en adelante citado como Besymenski, Bor
mann).
65
Besymenski, Bormann, p. 275 y s.
66
Bahnsen/O'Donnell: La catacumba, p. 229.
67
Diario de guerra del Alto Mando de la Wehrmacht, vol. IV, 2, p. 1.468.
68
Ibid., p. 1.469.
69
Ibid.
70
Joseph Goebbels, «Der Generalstab» [«El Estado Mayor»], en Goebbels, Cami
nos hacia el Tercer Reich, p. 10.
71
Entrevista a Artur Axmann por parte de K. Frank Korf el 27/4/1948, Korf-
Papers, Hoover Institution, Stanford.
72
Kunz declaró que Magda Goebbels le llamó entre las cuatro y las cinco de la
tarde; Besymenski, Hitler, p. 210.
73
Ibid., p. 211.
74
Véase el texto de las actas de la autopsia soviética reproducido en Besymenski
{Hitler, p. 321 y ss.).
75
Bahnsen/O'Donnell, La catacumba, p. 240.
76
Las declaraciones de Axmann ponen de manifiesto hasta qué punto los super
vivientes se contradijeron en sus posteriores relatos, que fueron posiblemente mani
pulados para dar pábulo a las leyendas, o se admitieron rumores y tuvo cabida el pro
pio recuerdo: Axmann declaró ante Korf el 27/4/1948 (Korf-Papers, Hoover Institution,
Stanford) que abandonó el bunker a primeras horas de la tarde del 1 de mayo. Cuan
do volvió al atardecer y preguntó por Goebbels de camino al bunker, el general de
brigada de las SS Mohnke le explicó que éste y su familia ya estaban muertos. Axmann:
/ did not continué to the Bunker, but returned. El propio Axmann informó más tarde: «La
señora Goebbels estaba completamente decidida, el comandante Mohnke le besó la
mano. Ella dijo: "Señor Mohnke, nuestros hijos ya son pequeños angelitos, ahora no
sotros los seguimos". Luego el doctor Goebbels le ofreció el brazo. Ella lo cogió. Así
subieron las escaleras del bunker» {Die Zeit del 16/8/1968).
77
Besymenski, Hitler, p. 331 y ss.
78
Esto no se menciona en el informe soviético de la autopsia (Besymenski, Hitler,
p. 331 y ss.).Tampoco Hans Fritzsche observó ninguna herida en la cabeza cuando
846 Goebbels

se le mostraron los cadáveres el 4 de mayo de 1945 (entrevista a Hans Fritzsche por


parte de K. Frank Korf el 30/4/1948, Korf-Papers, Hoover Institution, Stanford). Al
hecho de que Goebbels se pegó además un tiro alude la declaración de Schwager-
mann (Trevor-Roper, Últimos días de Hitler, p. 203), así como las dos pistolas Walther
que se encontraron junto a las cabezas de él y su esposa (Besymenski, Hitler, p. 149).
79
A las 22.26 se comunicó en la radio alemana «que nuestro Führer Adolf Hitler
ha caído hoy (sic) por la tarde en su puesto de mando de la cancillería del Reich,
luchando por Alemania y en contra del bolchevismo hasta el último aliento» (Doma-
rus, Discursos, vol. II, p. 2.250).
80
Las entrevistas realizadas por Korf a Axmann y Fritzsche en abril de 1948 indi
can más bien que Joseph y Magda Goebbels se suicidaron en el bunker. Es intere
sante la declaración de Fritzsche de que, según Naumann, Goebbels no se suicidó
inmediatamente después de su mujer (Korf-Papers, Hoover Institution, Stanford). Por
el contrario, Mohnke (cf. Bahnsen/O'Donnell: La catacumba, p. 240) y Schwágermann
(Trevor-Roper Papers, vol. IV, p. 1.491 y ss.) afirmaron que Joseph y Magda Goeb
bels se quitaron la vida delante de la salida de emergencia del bunker. Las declara
ciones también difieren mucho sobre la hora de la muerte: Axmann y Fritzsche dije
ron a Korf que Goebbels y su familia ya estaban muertos antes de las 20 horas
(Korf-Papers, Hoover Institution, Standford); en cambio, el vicealmiranteVoss afirma
haber visto a Goebbels con vida por última vez a las 20.30, Besymenski, Hitler, p. 151.
Según Kunz, Goebbels murió poco después de las 22 horas (acta de la declaración
del 7/5/1945, en Die Zeit del 16/8/1968).

Anexo

1
Acta sobre el hallazgo de la familia Goebbels del 3/5/1945, Besymenski, Hitler,
p. 149.
2
Ibid., p. 150.
3
Ibid., p. 156.
4
En su entrevista por parte de K. Frank Korf el 30/4/1948, Korf-Papers, Hoover
Institution, Stanford.
5
Acta del examen forense del cuerpo de Goebbels, citado por Besymenski, Hitler,
p. 331 y ss. (aquí p. 335 y s.).
6
Entrevista a Hans Fritzsche por parte de K. Frank Korf el 30/4/1948, Korf-
Papers, Hoover Institution, Stanford.
7
Heiber, Goebbels, p. 419.
índice onomástico

Albers, Hans, 353 Bechstein, Helene, 245


Alejandro Magno, 26, 659, 660 Beckjosef, 343,470
Alpar, Gitta, 400 Beck, Ludwig, 438,451,635
Alvensleben,Werner von, 259, 285, 289 Beethoven, Ludwig van, 368, 437
Amann, Max, 194, 211, 242, 316, 391, Behrend,Auguste,230
392,439,460,514,515 Beines, Herbert, 23
Aníbal, 659 Anlauf, Paul, Below, Nicolaus von, 694
238 Benfer, Friedrich, 354
Arco-Valley, Antón von (conde), 55 Benn, Gottfried, 65, 348
Arent, Benno von, 354, 399, 451 Bernadotte, Folke (conde), 668,683,692
Attolico, Bernardo, 486 Auchinleck, Berndt, Alfred Ingemar, 314, 389, 413,
Claude, 571 Augusto Guillermo, 435,444,456,540,541,571,579,580,
príncipe de Prusia, 584,604, 606,620,643, 644,677
183,188 Axmann, Artur, Bernhard, Georg, 156 Bethke, Martin,
697, 698, 702 233 Bibra, Sigismund von (barón), 507
Birgel,Willy, 402 Bismarck, Otto von
Baarova, Lida, 400-403, 417-419, 434, (príncipe), 35, 133,
439, 440,446-448,452 Backe, 471,491,546 Blomberg.Werner
Herbert, 624 Badoglio, Pietro, 609, von, 358, 361, 366,
610, 616 Balasko,Viktoria von, 448 367,388,428,430,431,446 Blunck,
Barlach, Ernst, 349, 369, 422, 423 Hans Friedrich, 383 Bóss, Gustav, 180
Bartels,Adolf,87 Bartels, Gerhard, Bodenschatz, Karl, 439 Bómer, Karl,
26, 32 Barthou, Jean Louis, 343 435, 547, 557 Bonaparte, Napoleón,
Bauer, Gustav, 198 Baumgarten, 520, 541, 549 Bonnet, Georges, 456,
Paul, 476 Baur, Hans, 703 576 Bormann, Martin, 543,582,587-
Bechstein, Edwin, 245 590,598,
601,615,620,621,636,637,643,644,
848 Goebbels

645,649,654,666,668,687,692,694, Cuno,Wilhelm, 77, 84


695, 697-700, 703 Borodín, Michail Curtius,Julius, 65 Cziffra,
Markovich, 381 Bose, Herbert von, 364 Géza von, 355
Bouhler, Philipp, 386 Bracht, Franz, 264
Brandt, Karl, 469 Brauchitsch,Walter Dagover, Lil, 355
von, 430, 451, 463, Daladier, Edouard, 342, 451
499, 567 Daluege, Kurt, 129, 131, 137, 138, 144,
Braun, Eva, 687, 692, 694 Braun, Otto, 224,363,432,457, 564 Dannhoff,
198,207,237,254,264 Brecht, Bertolt, Erika, 354 Darré,Walter R., 333, 334,
65 Bredow, Ferdinand von, 364 Breker, 380, 384 Darwin, Charles, 27 Deltgen,
Arno, 469 Brückner,Wilhelm, 361 Rene, 439 Dennis (subteniente), 620
Brüning, Heinrich, 192, 197, 206, 207, Diels, Rudolf, 300,304
217,236,240,253-260,269,284 Dietl,Eduard,511,539 Dietrich,
Buch,Walter, 196 Bürckeljosef, 432 Marlene, 420 Dietrich, Otto, 14, 316,
Burckhardt, Cari Jacob, 341 362, 415, 431,
Burgdorf,Wilhelm, 652, 694, 696-698 435,439,444,445,460,492,495,535,
Busch, Fritz Otto, 297 Bystrov 543,555,561,565,583,623,629,676-
(comandante), 705 678
Dietrich, Sepp, 439, 677
Canaris,Wilhelm, 432 Diewerge,Wolfgang, 575, 576 Dimitrov,
Carlyle,Thomas, 659, 673 Georgi, 345, 347 Dirksen.Viktoria von,
Carol,William, 401 214, 245 Dix, Rudolf, 465
Chagall, Marc, 423 Dóblin,Alfred,347
Chamberlain, Arthur Neville, 449, 451, Dodd,WilliamE.,399 Dollfuss,
494, 506 Engelbert, 340, 375 Dómtz, Karl,
Chamberlain, Houston Stewart, 89, 134 496,678,687,691,694,695,
Christian, Gerda, 694 Chuikov,Vasily, 698-700,703 Dostoievski, Fiódor
699, 700 Churchill,Winston, 495-497, M., 52, 53, 58, 65,
506, 507, 70,79,82,113,184,452
515,518-520,522,524,528,537,543, Dressler-Andress, Horst, 317, 378
545,546,562,567,571,573,579,605, Duesterberg.Theodor, 248, 252
666 DufVing,Theodor von, 699 Dulles,
Class, Heinrich, 175 Clausewitz, Cari Alien, 683 Dürr, Dagobert,
von, 658 Clemenceau, Georges, 651 147,158,186
Coervers,Johanna Maria Katharina, 19
Conti, Leonardo, 210, 339, 439 Correll, Ebert, Friedrich, 50
Ernst Hugo, 419 Eckold,Wilhelm, 706 Edén,
Anthony, 377
Eichendorff,Joseph von, 130
Eichmann, Adolf, 562
índice onomástico 849

Einsiedel, Heinrich von (conde), 617 Fromm, Fritz, 634, 635


Eisenstein, Serguéi, 354 Funk.Walther, 263, 299, 313, 331, 420,
Eisner, Kurt, 55 431,442,444,456,457,586,588,589,
Elserjohann Georg, 498, 511 600,601,624,629,636,637
Elster, Else, 379 Furtwángler,Wílhelm, 348, 372, 373
Eltz-Rübenach, Peter Paul von (barón),
317,411 Galland,Adolf,539 Garbo, Greta, 354
Engels, Friedrich, 52 Epp, Franz Ritter Gaulle, Charles de, 647 Gayl,Wilhelm
von (barón), 161,174, von (barón), 261 Gessler, Otto, 156
196,200,243,263 Gebühr, Otto, 355 George, Heinrich,
Erzberger, Matthias, 46 595, 658 George, Stefan, 65 Giesler,
Esenwein, Olgi, 81 Esser, Paul, 694 Gisevius, Hans-Bernd, 642
Hermann, 107,108, 219 Esser, Glaise-Horstenau, Edmund von, 432
Thomas, 162 Gobbels, Konrad, 708, 709
Gobineau,Joseph Arthur (conde de), 89
Feder, Gottfried, 95, 113-115, 118, 120, Goebbels, Elisabeth (hermana dejoseph),
121,161,219,282,283 Federico II 19,21
(el Grande), 18,123,297,319, Goebbels, Elisabeth (tía dejoseph), 20
329,478,596,659,670,673,679,689 Goebbels, Fritz, 18,19,21,24,29,33,36,
Fegelein, Hermann, 692 Feininger, 48, 56, 83 Goebbels, Hans,
Lyonel, 423 Feuchtwanger, Lion, 501 19,24,29,30,33,34,57,
Finck.Werner, 424 Fischbock, Hans, 457 61,62,68,83,326 Goebbels, Hedda,
Fischer,Walter, 183 Flisges, Richard, 439, 703 Goebbels, Heide, 531,703
30,52,56,59,61,62,67, Goebbels, Heinrich, 20 Goebbels,
69,78,80-82,108,188,293 Francisco Helga, 271,392, 594, 703 Goebbels,
Fernando de Habsburgo (heredero del Helmut, 392, 703 Goebbels, Hilde,
trono austro-húngaro), 29,575 Franco, 357,594, 703 Goebbels, Holde, 415,703
Francisco, 416, 532 Francois-Poncet, Goebbels, Katharina (de soltera Oden-
André, 327, 368, 396 Frank, Hans, 205, hausen), 19,21,22 Goebbels, Konrad
439, 498, 527, 581 Freisler, Roland, 240, (abuelo dejoseph), 18,
643, 666 Freud, Sigmund, 18 20 Goebbels, Konrad (hermano
Frick,Wilhelm, 154,161,206,266, 268, dejoseph),
280,292,294,330,331,349,391,409, 19,24,33,49, 58,66, 68,83,326,334
415,589 Fritsch.Werner von, 388, Goebbels, Magda (de soltera Ritschel,
389, 428-431, separada de Quandt), 63,228-231,235,
438 Fritzsche, Hans, 242,243,271,284,285,288,293,326,
456,484,485,532,623, 329,330,334,335,347,354,384,391-
706
Frobenius, Leo, 65 Fróhlich, Gustav,
400,403,417,418,424
850 Goebbels

393,400-403,414,416-418,439,440, Guillermo (príncipe heredero de Prusia),


446,447,451,452,462-465,469,478, 183,188
497,531,545,594,625,652,658,658, Guillermo II (emperador alemán), 17,18,
663,673,674,687,689,692,694,696, 46,139,231
702, 703,705 Gundolf, Friedrich, 61,65,88,328
Goebbels, Maria (de casada Kimmich), Günsche, Otto, 697, 698, 703
19, 68, 285, 326, 448, 464, 465, 613, Gustloff, Wilhelm, 386, 575,662
658,674 Gutterer, Leopold, 324, 435, 522, 558,
Goerdeler, Carl-Friedrich, 652 562, 586, 603, 614
Goes, Fritz, 643
Goethe,Johann Wolfgang von, 61,65,79, Haase, Ludolf, 116
94, 347, 349,379 Haase, Werner, 696,706
Goldschmidt, Samuel, 443 Haberzettel, Inge, 679
Goltz, Rüdiger von der (conde), 198-200, Hacha, Emil, 467
210, 291, 429 Hadamovsky, Eugen, 298, 317
Góring, Emmy (de soltera Sonnemann), Haeften,Werner von, 635
356, 462 Haegert, Wilhelm, 313, 374, 540, 541
Góring, Hermann, 183, 186, 188, 196, Hagen, Hans, 630-632
204,207,223,225,256,257,266,267, Halbe, Max, 325
271,272,280,281,283,288-296,299- Halder, Franz, 499, 555
305,327,332-334,346,349,356,361, Halifax, Edward Lord, 475, 524
363,366,372,384,388,400,403,416, Hamilton, duque de, 543
417,421,428-433,439,442,456-458, Hammerstein-Equord, Kurt von (barón),
462,463,467,476,504,515,521,523, 290,291
524,526,528-532,539,543,545,590, Handschumacher, Johannes, 326
598-601,620,625,635,648,656,661, Hanfstaengl, Eberhard, 334
663,667-669,672,673,676,678,679, Hanfstaengl, Ernst («Putzi»), 201, 235,
684,690,692,694 245,293,301-303,319,334,346,415-
Góring, Karin (de soltera von Fock, sepa- 417
rada de von Kantzow), 225 Hanke, Karl, 249,267,299,313,324,380,
Graefe, Albert von, 95,96 460,462,463,469,470,478,540,625,
Grantz, Günther, 656, 662 658, 660, 671, 678, 694
Granzow, Walter, 243 Harlan,Veit, 354,434,448,501,502,526,
Greim, Robert Ritter von, 692, 693 664
Greiner, Erich, 313 Hase, Paul von, 630, 632, 635
Groener, Wilhelm, 156, 253, 254, 256, Hauenschild, Bruno Ritter von, 663
257, 259 Hauenstein, Heinz Oskar, 129,131
Gründgens, Gustaf, 354, 513 Hauptmann, Gerhart, 348
Grüneberg, Otto, 215 Haushofer, Karl, 531, 543
Grynszpan, Herszel, 453, 459, 575, 576 Hess, Rudolf, 174, 187, 287, 293, 335,
Grzesinski,Albert, 141,209,212,214,216, 348,361,364,369,371,373,432,502,
217,264,265 542-545
Guderian, Heinz, 513,565,641,677,678 Heckel, Erich, 423
852 Goebbels

Kamerbeek, Maria (de casada Nobel), 66 Krukenberg, Gustav, 317


Kampmann, Karoly, 249, 286 Kube, Richard Paul Wilhelm, 167
Kanya, Koloman Kania von, 343 Kummerow, Hans Heinrich, 587
Kapp,Wolfgang, 58 Kunz, Helmut Gustav, 703
Kaufmann, Karl, 102,103,105,106,108, Kütemeyer, Hans-Georg, 169, 170, 404
109,112,117-119,121,142,163 Kutscher, Artur, 65
Keitel, Wilhelm, 439,449,463,572,588,
589,598,601,620,636,637,641,688, Lammers, Hans-Heinrich, 439,557,587-
696 589,598,601,614,615,636,637
Keller, Gottfried, 32 Lang, Fritz, 347, 354
Kempka, Erich, 361, 698, 703 Lange, Wilhelm, 705
Kerr, Alfred, 410 Langsdorff, Hans, 503
Khazin (comandante), 705 Lasch, Karl, 581
Kimmich, Axel, 44 Lasch, Otto, 671, 678
Kippenberger, Hans, 221 Lassalle, Ferdinand, 381
Kirchner, Ernst Ludwig, 422, 423 Laubinger, Otto, 313
Kisch, Egon Erwin, 304 Le Bon, Gustave, 132
Klausener, Erich, 364 Leander, Zarah, 539
Klee, Paul, 423 Leber, Julius, 321
Klemperer, Otto, 347 Lenck, Franz, 238
Klimenko, Ivan I., 705 Lenin.Vladímir Ilich, 110, 222, 683
Klotz, Helmut, 241,244,258 Lennartz, Herbert, 18,19,21,27,36
Kluge, Günther von, 653 Lenz, Max, 27
Knauff, Erich, 607 Leopoldo III (rey de Bélgica), 516
Knittel, John, 604 Lessing, Theodor, 323
Koch, Erich, 92,95,142,671 Leuschner, Wühelm, 321
Kokoschka, Oskar, 422, 423 Levetzow, Magnus von, 304, 379, 380
Kollwitz, Kathe, 423 Ley, Robert, 109,285,322,335-337,350,
Kólsch (madre de Karl Heinz y Agnes), 404,586,598,600,601,624,638,678,
43 684
Kólsch, Agnes, 42-44 Liebermann, Max, 423
Kólsch, Karl Heinz («Pille»), 40, 42 Liebknecht, Karl, 46, 48, 183, 184, 208,
Koniev, Ivan Stepanovich, 682,683 209,215,238,262,288,296,300,304
Kórber, Hilde, 354, 434, 448 Liffers, Maria, 28
Kórner, Paul, 598 Linge, Heinz, 692, 697, 698, 703
Kórner,Theodor, 664 Lippert, Julius, 147, 154, 211, 212, 286,
Kortzfleisch,Joachim von, 635 443
Kraft, Zdenko von, 350, 659 Lipskijosef, 487
Krage, Lene, 34, 35, 39 Litvinov, Maxim Maximovich, 381, 482
Krauss.Werner, 502 Lóbe, Paul, 218, 247, 259, 271
Krebs, Hans, 542,694, 696-700 Lohse, Hinrich, 106,109
Kriegk, Otto, 578, 623 Lorenz, Heinz, 695
Krüger, Paul, 537 Louis, Spyridon, 396
Índice onomástico 853

Lówenstein, Alfred, 155 Moeller van den Bruck,Arthur, 113,193


Lubbe, Marinus van der, 303, 304, 345, Mohnke,Wilhelm, 682, 698,703
347 Mólders,Werner, 539 Mollen.Johannes,
Lüdecke,Kurt,401,402 Ludendorff, 26, 32, 33, 39-41, 45 Móller, Eberhard
Erich, 85, 95, 96,102 Lütjens, Günther, Wolfgang, 501 Molótov,Viacheslav,
546 Lutze, Víctor, 198,384 482,483, 493, 532-
Luxemburgo, Rosa, 48, 89,169, 381 534,605
Moltke, Helmuth von (conde), 471, 572
Macke, August, 349 Mommsen,Theodor, 659 Moorehead,
Maikowski, Eberhard, 209,295,297,404 Alan, 571 Morell,Theodor, 687, 703
Maisel, Ernst, 652 Morgenthau, Henry M.Jr., 651, 652
Malitz, Bruno, 669 Morris, Leland, 566 Mosley, Oswald,
Mann, Golo, 329 525 Mossakowsky, Eugen, 196 Motta,
Mann, Heinrich, 347 Giuseppe, 341 Muchow, Reinhold,
Mann,Thomas, 347 134, 165,166,182,
Manstein, Erich von, 512 322
Marc, Franz, 423 Mühsam, Erich, 321 Müller (redactor del
Marian, Ferdinand, 502, 526 Westdeutsche Landes-
Marks, Erich, 27 zeitung), 71
Marseille, Hans Joachim, 539 Müller, Georg Wilhelm, 355,643
Martov, L. (Julij Ossipovich Zederbaum), MüUer, Hermann, 162,191,192
381 Marx,Karl, Mumme, Georg, 61-63 Münchmeyer,
18,52,98,110,156,181,381, Ludwig, 213 Mussolini, Benito, 159,
#01 231, 270, 330,
Marx,Wilhelm, 89 Matsuoka,Yosuke, 340,426,427,433,439,451,486,508,
541, 542, 698 Maurice, Emil, 123 513,532,536,540,580,609,610,695,
Mayer, Helene, 395 Meinshausen, Hans, 696
221 Meissner, Otto, 200, 256, 257, 269,
279, Naumann,Werner, 444, 586, 588, 589,
288,291,368,467,526,684 Mertz 624,636,640,648,650,654,656,667,
von Quirnheim, Albrecht Ritter, 674,702, 703
635 Nettelbeck, Joachim, 664
Meyendorff, Irene von, 354, 402 Neumann, Fritz, 67
Meyrink, Gustav, 55 Mielenz,Willi, Neumann, Heinz, 177,208,238
208 Mielke, Erich, 238 Neurath, Konstantin von, 331,332, 339,
Mies van der Rohe, Ludwig, 369, 422 430,432,468
Milch, Erhard, 598, 646 Niekisch, Ernst, 193
Model,Walter,651,677 Modersohn, Nietzsche, Friedrich, 18, 45, 64, 79, 349
Paula, 423 Moeller, Ferdinand, 349 Nolde, Emil, 334,349,369, 421-423
Norkus, Herbert, 244
Noske, Gustav, 48 "l
854 Goebbels

Odenhausen, Christina («Stina»), 20 Quandt,Eleonore («Ello»), 243,354,401


Odenhausen.Johann Michael, 19 Quandt, Günther, 228, 230, 384, 401
Olbricht, Friedrich, 635 Oncken, Quandt, Harald, 229,243,546,647,663,
Hermann, 67 Ondra, Anny, 354 693
Oshima, Hiroshi, 648, 649 Ossietzky, Quandt, Hellmuth, 229,284,384
Cari von, 304, 425 Otte, Richard, 686 Quandt, Herbert, 229 Quandt,
Oven, Wilfred von, 478, 608, 623, 631, Werner, 401
634,636,661,665
Raabe,Wilhelm, 31, 32, 40
Pacelli, Eugenio (Papa Pío XII), 411 Rach, Günther, 393, 687, 704
Papen, Franz von, 259-262,264,271,272, Raeder, Erich, 388, 495, 496
276,279,280,285,288,290-292,301, Raskin,Adolf,374,506
303,304,310,323,358-360,364,368, Rath, Ernst vom, 453, 575, 576
383,388,431,432 Paudler, Maria, Rathenau,Walter, 89,139,141
325 Paul-Boncour,Joseph, 342, 343 Rattenhuber,Johann, 699
Paulus, Friedrich, 585, 590-592 Paum Raubal,Angela («Geli»), 119,422
(profesor en Heidelberg), 67 Pechstein, Rauschning, Hermann, 343, 507
Max, 349, 422,423 Petacci, Clara, 696 Reichenau,Walther von, 431
Pétain, Philipp, 518, 532 Pfeffer von Reinberger, Helmut, 505
Salomón, Franz, 109,116,118, Reinhardt, Hans, 513
164,165,188 Reitsch, Hanna, 692, 693
Philipp (príncipe de Hesse), 433 Remarque, Erich Maria, 212
Pieck,Wilhelm, 181 Pinder,Wilhelm, Remer, Ernst Otto, 630-634, 637
328 Pío XI (Achule Ratti), 412,413 Remmele, Hermann, 215
Piscator, Edwin, 157 Plauen, E.O. (desde Reventlow, Ernst zu (conde), 95, 154,
1933 pseudónimo de 163,167
Erich Ohser), 607 Pol, Heinz, 82 Reynaud, Paul, 509, 518
Popov (fue acusado en el proceso por Ribbentropjoachim von, 290,388,427-
el incendio del Reichstag), 345, 431,435,439,442,456,471,474,481,
347 482,483,485,487,489,491-493,495,
Porten, Henny, 355 Potthast, Hedwig, 523,531,536,543,557,621,627,649,
668 Prang, Fritz, 30, 47, 48, 66, 92-97, 650, 667, 674-676, 681, 683,688
104, Richter (abogado de Goebbels), 158
105,325,326 Preuss, Hugo, Riefenstahl, Leni, 338,354,397-399,438,
89 Prien, Günther, 268, 495, 439
539 Puttkamer, Karl Jesko von, Rienhardt, Rolf, 316, 514, 515
687 Ripke,Alex, 103,105-108
Ritschel, Oskar, 230
Ritter,Karl, 161,174,200,243,363,418,
635,692
Roetteken, Hubert, 47
Rohde, Robert, 154
Rohlfs, Christian, 349
índice onomástico 855

R6hm,Ernst, 13,220,222,224,241,242, Schinkel, Karl Friedrich, 311


258,259,268,269,280,281,288,357, Schirach, Baldur von, 383, 384,386
360-367, 428 Schirmeister, Moritz von, 317
Rommel, Erwin, 467,539-542,565,570- Schirmer, Max, 215
572,579-584,604-606,618,619,624, Schlageter, Leo, 77, 92, 103, 129, 196
644,652, 653 Schlange, Ernst, 122,123,129
Rommel, Lucie, 653 Schlegelberger, Franz, 574, 581
Roon, Albrecht von (conde), 471 Schleicher, Kurt von, 255,256,259,260,
Roosevelt, Franklin D., 455, 537, 562, 265-267,269,280-282,285,288-292,
567,605,666,678,679,681,684,690 363,364
Rosenberg,Alfred, 118,219,221,348- Schlitter, Oskar, 391
350,358,361,369-374,378-380,383- Schmeling, Max, 354
386,402,409,411,414,420,425,426, Schmid, Wilhelm, 362
460,462,463,469,492,502,503,515, Schmidt, Paul, 340-342
530,537,557-559,594,614-616,621, Schmidt-Rottluff, Karl, 423
627, 667 Schmiedicke, Erich, 123, 124, 129, 131
Rosskamp, Gertrud Margarete, 18 Schmundt, Rudolf, 590, 617, 624
Rückert, Erwin, 184 Schneider, Karl, 705
Rudel, Hans Ulrich, 658 Schneidhuber, August, 362
Rühmann, Heinz, 392 Schniewind, Otto, 439
Rundstedt, Gerd von, 265,617,624,641, Schoch, Heinz, 209
653,657 Schopenhauer,Arthur, 349
Rust, Bernhard, 198,299, 311,378, 386, Schórner, Ferdinand, 670, 671, 695
421, 422 Schreck, Julius, 361
Rydz-Smigly, Eduard, 490 Schreiber, Otto Andreas, 349
Schróder, Kurt von (barón), 285
Sagasser, Erich, 286 Schulenburg, Friedrich Werner von der
Salm, Elisabeth, 183,184 (conde), 482
Sauckel, Fritz, 589, 624, 636, 637 Schulz, Paul, 226
Sauerbruch, Ferdinand, 328,367,425,463 Schumacher, Kurt, 247
Schacht, Hjalmar, 383, 386, 425 Schuschnigg, Kurt von, 431-433, 467
Schaub, Julius, 14, 361, 452, 650, 656 Schütz, Wilhelm von, 65,67
Schaumburg, Otto, 304 Schwágermann, Günther, 636,663, 687,
Schaumburg-Lippe, Friedrich Christian 703
(príncipe de), 354 Schwarz, Franz Xaver, 384
Scheidemann, Philipp, 46,103, 227 Schwarz van Berk, Hans, 608, 611, 624,
Scherer,Wilhelm, 65 648, 654
Scheringer, Richard, 206, 221, 222 Schweitzer, Hans («Mjólnir»), 144, 147,
Scherl, August, 196,578 148,151,249,421,422
Scheuermann, Fritz, 383 Schwerin von Krosigk, Lutz (conde), 419,
Schiller, Friedrich, 54, 427 420, 457, 476
Schimmelmann, Karl-Hubertus (conde), Seeger, Ernst, 313, 355
220,234 Seldte, Franz, 172,173,175, 288
856 Goebbels

Selpin, Herbert, 607 Stoeckel, Walter, 284, 288, 384


Semler, Rudolf, 549, 585, 606, 613, 621, Stóhr, Franz, 217
643,654,655, 667, 673,678, 679 Storm.Theodor, 32
Severing, Cari, 209, 212, 251 Strasser, Gregor, 95, 96, 102, 103, 107-
Seydlitz-Kurzbach, Walther von, 617 109,111-118,121-123,129-132,142-
Seyss-Inquart, Artur, 432-434 147,155,161,163,164,166,174,181,
Shaw, George Bernard, 354 191-195,197,258,259,261,266-268,
Shirer,William L., 450 270-272,274,280-283,285,287,288,
Simón, Sir John, 340,377 307, 336,364,369
Simson, Marianne von, 643 Strasser, Otto, 115, 122, 123, 129-132,
Sklarek, Leo, Max y Willi, 180,181 142-147,163,164,174,181,191-197,
Skorzeny, Otto, 635 202, 206, 364
Sóderbaum, Kristina, 354 Strauss, Richard, 348,370, 371, 378,379
Sokolovski,Vasily Danilovich, 699 Strehl, Hela, 354
Speer, Albert, 324,326,334,335,395,416, Streicher, Julius, 95,322
422,462,468,469,471,476-479,483, Stresemann, Gustav, 84,85,104,127,156,
562,585,586,588,589,594,597-601, 178,179,191,340,342,387
622,624,626,629,631-634,636,637, Strindberg, August, 55
639,644-646,654,655,663,675,678, Stuckart, Wilhelm, 598,624,637
684, 689, 690 Stucke, Friedrich, 140
Speidel, Hans, 653 Student, Kurt, 647
Spengler, Oswald, 64, 65, 70-72, 88, 90, Stülpnagel, Carl-Heinrich von, 439, 652
193 Stummjohannes, 209
Sperrle, Hugo, 431 Stumpfegger, Ludwig, 703
Stalherm.Anka (de casada Mumme), 43- Suvich, Fulvio, 343
46, 49-57, 59-63, 68, 72, 81, 87,119,
228-230 Talleyrand, Charles Maurice de, 142
Stalin, IósivVisariónovich, 171,175,177, Tanev (acusado en el proceso por el
208,236,381,482,483,485,491,493, incendio del Reichstag), 345, 347
500,532,534,542,546,548,556,558, Taubert, Eberhard, 374, 375, 380, 409,
559,562,583,593,594,605,618,648- 500,558, 559, 614, 615
650,663-666,668,670,674,681,683, Terboven.Josef, 361
689, 698, 699 Thalmann, Ernst, 136, 248, 252, 289
Stampfer, Friedrich, 289 Thierack, Otto, 581, 582, 598
Stauffenberg, Claus Schenk von (conde), Thiersch, Hermann, 43
635,636 Thorakjosef, 469
Steiger, Hans, 130 Timoshenko, Semión K., 561
Steiner, Félix, 688 Tirpitz, Alfred von, 17
Stenig (fiscal), 232 Todt, Fritz, 573, 629
Stennes, Walter, 13, 164, 165, 201, 202, Toller, Ernst, 323
219-228,230,231,236,241,242,245, Tolstói, León, 55, 58, 61
307 Tonak, Albert, 178,201,211,294
Stephan.Werner, 11, 584 Torgler, Ernst, 271, 305, 345, 347, 559
índice onomástico 857

Toscanini, Arturo, 373 Weizsácker,Ernst von,340,341,451,534


Treitschke, Heinrich von, 26 Welles, Sumner, 509
Trenker, Luis, 354 Wels, Otto, 320
Troeltsch, Ernst, 65 Wenck.Walther, 688, 689, 691, 696
Trotski, León, 89,171,381 Wentscher, Bruno, 449
Truman, Harry S., 681 Werner, Karl August, 11, 183, 210, 259,
Tschammer und Osten, Hans von, 395 361,388,401,424,444,502,539,584,
635, 706
Uhland, Ludwig, 34 Wessel, Horst, 13,133-135,137,152,153,
Ulbricht,Walter, 215,216,238,275,699 165,166,176,177,183-186,188,189,
Ullrich, Luise, 354 192,213,215,220,224,273,288,289,
293,322, 326,327,404,433
Vahlen,Theodor, 109,129 Wessel, Ingeborg, 187
Víctor Manuel III (rey de Italia), 439 Wessel, Ludwig, 187
Vlasov, Andréi Andréievich, 663 Wessel, Margarete, 186
Vogelsang, Heinrich, 672 Wessel, Werner, 183
Voss, Christian, 691, 696, 705 Wiechert, Ernst, 321
Voss, Hans-Erich, 28, 32-34, 36, 46, 53, Wiegershaus, Friedrich, 93, 98,100,102
61,390 Voltaire (en realidad Wiemann, Mathias, 418
Francois Marie Winckelmann,Johann Joachim, 43
Arouet), 142 Winkler, Max, 316, 419, 420, 530
Winnig, August, 193
Wagner (jefe de circunscripción), 671 Wolff, Karl, 683
Wagner, Adolf, 349, 380, 421, 618 Wolff,Theodor,99
Wagner, Eduard, 499 Wólfflin, Heinrich, 61
Wagner, Richard, 18, 335, 374, 591 Wulle, Reinhold, 147
Wagner, Walter, 694
Wagnitz,Walter, 286 Young, Owen D., 170,172, 217
Waldberg, Max von (barón), 65, 67, 88,
328 Zander,Wilhelm, 695
Wegener, Paul, 640 Weiss.Bemhard, Zeitzler, Kurt, 590
150,151,153-155,158, Zhúkov, Gueorgui Konstantínovich, 682,
169,209,210,212,231,232,234,259, 699
264,265, 462 Ziegler,Adolf,422,423
Weiss, Eduard («Ede»), 221, 227 Zilles,Willy,31
Weidemann, Hans Jakob, 349 Zórgiebel, Karl, 141, 212, 233
Weidling, Helmut, 696 Zweig, Arnold, 347
Weinert,Erich,215 Zweig,Stefan,371,378

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