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Ejemplo de lucha en el campo artístico.

Fragmentos de “El Fraude del arte contemporáneo”, de Avelina Lester.

Estamos en un momento culminante en la historia del arte. Hoy en día, lo


que antes denominábamos con esa palabra se transformó en una ideología,
en una ortodoxia tan cerrada que no le permite a sus críticos ninguna
posibilidad de verificación. Algunos de los dogmas que han establecido los
teóricos del arte contemporáneo son bastante familiares para todos
nosotros: el concepto y el contexto trasforman los objetos en arte; el arte
son ideas, no obra; todo el mundo es artista; cualquier cosa que el artista
designe como arte es arte y, por supuesto, el curador tiene supremacía
sobre el artista. Esta carencia de rigor ha permitido que el menor esfuerzo,
la ocurrencia, la falta de inteligencia, sean los valores de este falso arte y
que cualquier cosa pueda exhibirse en los museos. Los objetos sin valores
estéticos que se presentan como arte son aceptados como ordena el
dogmatismo: en completa sumisión a los principios que una autoridad
impone. Para la teología, un dogma es una verdad o revelación divina
impuesta para ser creída por los fieles. Kant contrapone la filosofía
dogmática a la filosofía crítica y el uso dogmático de la razón al uso crítico
de la razón. El dogma es una idea que no acepta réplica ni
cuestionamiento, existe a priori. Si lo cuestionamos, si hacemos uso de la
crítica para analizarlo, el dogma se desvanece y demuestra que carece de
lógica, que es una afirmación arbitraria para sostener una ideología,
religión o superstición. Por eso es creencia, porque sin la presencia de la
fe, que es creencia ciega, el dogma no puede ser asimilado por el
conocimiento. El teórico Arthur Danto compara la fe cristiana con la fe en
la creencia de que un objeto común es artístico; según él, en su
transfiguración está su significado. No es gratuito que Danto utilice un
término religioso. Al contrario, es intencional, porque la crítica ya no debe
examinar la obra sino el significado y creer en él. El arte es una creencia,
es un dogma, es una idea impuesta, y esto se aplica a cualquier objeto,
porque sus valores dejan de ser visibles para convertirse en substancia, en
ontología, en intenciones, en fantasmagorías que se imponen como
verdades sobrenaturales en contradicción permanente con la apariencia y
los hechos.
Analizaré en lo que sigue cada uno de los dogmas en los que se sostiene la
ideología del arte contemporáneo para lograr esa transfiguración de la que
habla Danto. Esta revisión es necesaria, porque como el dogmatismo se
basa en la sumisión intelectual, su ideología puede permear otros ámbitos
del conocimiento y la creación, puede producir sociedades menos
inteligentes y por último puede llevarnos a la barbarie.
El dogma de la transubstanciación.
Este dogma afirma que un objeto cambia de substancia por una influencia
mágica, por un acto de prestidigitación o por un milagro. Eso que vemos ya
no es lo que vemos,
es algo más, no evidente en su presencia física o material, pues su
substancia cambió. Esta substancia, que no es comprobable, resulta
invisible a los ojos. Para que exista tenemos que creer en su
transformación. La transubstanciación del arte se divide en dos ramas:
El dogma del concepto
Cuando Marcel Duchamp defendió el orinal como obra de arte, en su escrito
firmado como R. Mutt, dijo textualmente: “Si el señor Mutt no hizo la Fuente
con sus propias manos no tiene importancia. Él la eligió. Tomó un artículo
ordinario de la vida y lo ubicó de tal forma que su significado utilitario
desapareciera bajo un nuevo título y otro punto de vista, creando un nuevo
pensamiento para tal objeto”. Este nuevo pensamiento, este concepto, hizo
que un orinal se transfigurara en fuente y a su vez en obra de arte. El orinal
como tal no cambió un ápice su apariencia; es lo que es, un objeto
prefabricado de uso común, pero la transubstanciación, el cambio mágico
religioso se dio por capricho de Duchamp. En este cambio de substancia la
palabra juega un papel fundamental: el cambio no es visible, pero se
enuncia. Ya no hablamos de un orinal sino de arte; nombrar ese cambio es
indispensable para que se cumpla. El dogma funciona porque esta idea es
obedecida sin cuestionarla, porque los ideólogos del arte afirman: “Eso es
arte”. El arte es una superstición que niega los hechos, creer basta para
que el fenómeno de la transformación exista. Con el ready-made
regresamos al estado más elemental e irracional del pensamiento humano,
al pensamiento mágico. Negando la realidad, los objetos se transfiguran en
arte. Todo lo que el artista elige y designa se convierte en arte. El arte que-
da reducido a una creencia fantasiosa y su presencia a un significado. Dice
Danto: “Las diferencias entre un objeto artístico y uno común son invisibles
y eso es justamente lo que hoy debe interesar a la crítica y al espectador”.
Que se nos pida alienar nuestra percepción para aceptar como arte algo
que no demuestra valores estéticos es pedirnos que mutilemos nuestra
inteligencia, nuestra sensibilidad y por supuesto nuestro espíritu crítico.
El dogma de la educación artística.
Ha sido una enorme irresponsabilidad y un atentado contra la educación
artística que las materias fundamentales de las artes plásticas se
redujeran al mínimo para dedicar más horas a enseñar “conceptualización
de obra”, es decir, la habilidad de hacer discursos para los objetos que
producen. La obsesión de este antiarte por las obras efímeras, por hacer
trabajos de exponer y tirar, no puede ser aplicada en la formación de
personas. Esta escuela está formando artistas de usar y tirar, porque
cuando tales modas pasen no van a tener en las manos una formación
sólida para salir adelante. Conceptualizar y generar todo tipo de discursos
retóricos no produce obras. Mandar a hacer las obras no nos hace artistas.
Las ocurrencias no son arte. Desde la distancia que me da ser espectadora
de este fenómeno puedo apreciar el daño que se hace al arte, la desilusión
que vive el público ante estas obras; pero lo que más me indigna es ver que
ustedes reciben una educación sumisa al mercado, una educación que
frustra al talentoso y entusiasma al mediocre.

Carta abierta del artista mexicano Pablo Helguera a Avelina Lésper

“Dios quiera que se nos recuerde con tristeza, pero sin odio.”
Carlota de Habsburgo
Querida Avelina,
No nos conocemos, pero te voy a escribir de tú porque creo que así lo haría
si nos viéramos en persona. No me dirijo a ti sin cierta trepidación: sé que
el sólo acto de que te escriba una carta pública le parecerá a muchos una
especie de acto amoroso o de elevación infundada, y calculo que muchos
de éstos me retirarán la palabra para siempre. Por otra parte, dado que vivo
fuera de México, eso para muchos significa que no tengo idea de lo que
está ocurriendo en los debates locales y que por ende no debería tener
vela en el entierro. Pero he decidido arriesgarme a recibir tales críticas
porque ya no aguanto las ganas de escribirte.
He seguido con enorme fascinación tus declaraciones de “hartismo” sobre
la falsedad del mundo del arte, sobre el complot que se ha venido gestando
por Duchamp & Co. estos últimos 100 años para tomarle el pelo a la gente
con el arte que denominas “contemporáneo VIP”. De cómo México es
víctima de la imposición colonial de Art Basel y Charles Saatchi y cómo
todos hemos capitulado ante un mercado del arte cada vez más frívolo y
dedicado a enaltecer el ego de coleccionistas ricos e ignorantes. Confieso
por otra parte que me ha fascinado aún más la reacción de muchos de mis
colegas, amigos, etc. quienes han respondido a tus múltiples ataques con
desprecio, insultos y sobretodo con indiferencia. Creo por ello que es hora
de analizar lo que está pasando. En México la educación artística – tanto
del artista como del público— ha estado en bancarrota desde hace
décadas. Este es un hecho del que todos tenemos que hacernos
responsables: no se puede esperar que los artistas estén a cargo de
educar a todo un país, ni el público debería de pretender que el arte es algo
que se aprende como si se inhalara una espora, sin hacer el menor
esfuerzo intelectual. Pero haciendo a un lado a este trágico hecho, como
parte de esta bancarrota se da el fenómeno que la razón por la que ocurren
ciertas cosas en el arte hoy en día se interpretan no de forma racional o
crítica sino como si fuera un debate entre teologías. La confusión que
existe en relación a las ideas del arte conceptual/procesual ha ocasionado,
en parte, que ciertos artistas y críticos reviertan a los valores estéticos
familiares, que se remiten más o menos al salón de la academia francesa
de 1863. Como bien sabrás, los artistas rechazados por el salón ese año
formaron el salón des refusés que dio origen, a su vez, al modernismo. Ahí
comienza la tradición, me parece, que tanto aborreces, aquel virus tipo
ébola que viajó desde Manet a Duchamp, culminando en Broodthaers y
luego Warhol, Beuys, y, ya en total decadencia, gente como Damien Hirst,
cuya obra no me interesa, pero que a la vez sé que no es representativo en
absoluto de las ideas y los intereses que tiene mi generación artística, ni
dentro ni fuera de México. Desafortunadamente, el arte que se ve desde
fuera y sin conocimiento de causa es el arte de mercado, y me temo que
aquellos como tú que tratan de explicar el arte contemporáneo a través de
este están básicamente tratando de entender la biología marina a través
de la industria de cruceros. Pero ya llegará el día en que esto cambie y
podamos trascender el sensacionalismo y penetrar las capas de glamour y
estupidez que nos impiden entender lo que verdaderamente está
aconteciendo en este momento, y que considero de gran relevancia. Pero lo
que hay que analizar son las repercusiones del hecho concreto de que el
arte moderno fue desplazando institucionalmente al arte académico. Esto
como sabemos, fue ocurriendo al irse presentando los pequeños episodios
de la modernidad—las revoluciones, guerras mundiales, el holocausto,
aquellos eventos que hacen que un artista quiera hacer arte de su
momento para entender su presente, en vez de autoexiliarse a hacer arte
de siglos anteriores. Mientras tanto, al darse este inconveniente
desplazamiento, los artistas en todo el mundo (no sólo en México) que se
suscriben a la estética de 1863 formularon una lógica de teoría
conspiratoria acerca de su exclusión en museos, concluyendo que aquellos
que “no saben dibujar” no podían permitir que los artistas con
entrenamiento académico tomaran su lugar. Te confieso que mi
entrenamiento originalmente fue académico (sí sé dibujar) y que a mí me
fascinan los artistas académicos como a ti (aunque sospecho que por
diferentes razones). De hecho hace unos cuatro años hice un proyecto que
consistió en mostrar un salón realista, sin ironía, entrevistando a pintores
que se identifican con el realismo académico. Muchos de estos artistas
están conscientes de lo que hoy es el arte, pero escogen en cambio
entablar un diálogo con Velázquez. Su resentimiento con el mundo del arte
es profundo y álgido. Aspiran, en el mejor de los casos, a ser rebeldes
reaccionarios como lo fueron en su momento Andrew Wyeth y Edward
Hopper, artistas a quienes Clement Greenberg mismo los consideró
artistas kitsch. Esta definición que en general se aplica como un insulto,
ha sido aceptada como un cargo honorable por uno de los líderes de la
pintura académica. Este líder, un artista que seguramente amas, o si no
deberías de amar, es Odd Nerdrum, quien ha declarado que el kitsch es la
nueva vanguardia. En una especie de manifiesto en su página web, Nerdrum
declara: Te saludo, artista talentoso que quieres conseguir la sinceridad en
tu obra. Eres un extranjero de tu tiempo, pero ¡no te desanimes! Sé que el
arte te incomoda; te has vuelto un esclavo bajo una aristocracia de
incompetentes. El arte nunca fue algo para alguien como tú. El arte tiene
su justificación—el artista sin talento necesita comodidad, pero también la
necesitas tú. Has estado apenado por tu condición por demasiado
tiempo. Mientras el artesano sólo aspire a la derrota, se habrá hecho una
gran injusticia. Toma esto en cuenta: sin ti como el que garantiza su yugo,
la incompetencia del arte no vale nada. El dinero y el honor de esos
artistas te pertenece, de manera que ¡tómalo! Pon fin a la humillación,
salva al arte de su caída a la devaluación total. El siglo 19 fue el crepúsculo
del talento; toma parte en su amanecer. A través del Kitsch el artista
talentoso se puede salvar. Es una nueva disciplina en la que el talento
puede encontrar una superestructura; una superestructura que le sirve al
genio de la habilidad. No permitas que el arte retenga su autoridad moral
sobre la habilidad. Es tentador el considerar la propuesta de Nerdrum. Lo
que necesitaríamos en ese caso realmente es un museo de arte kitsch, a
donde se podrían exponer todos aquellos artistas que se quejan de no
recibir exposiciones en el MUAC, Jumex, en el Tamayo. En realidad eso
ocurre ya en otros países, que tienen sus sistemas de academia, sus
galerías y museos que apoyan al arte pre-salon de 1863. Creo que el museo
Soumaya, por ejemplo, podría ser una sede adecuada para este proyecto.
Quizá de paso sería bueno recordar que 1863, el año en que los franceses
echaron a sus compatriotas Courbet, Manet y Pissarro del salón, fue
también el año en el que tomaron posesión de la capital mexicana,
comenzando nuestro breve y fallido segundo imperio. Con Maximiliano nos
llegó por supuesto de lleno la estética de salón académico, la que tanto
anhelan nostálgicamente algunos. Quizá si Juárez nunca hubiese
restaurado la república México seguiría siendo hoy parte de Francia, todos
estaríamos pintando hoy como Santiago Rebull, y el Franz Mayer sería
nuestro museo de arte contemporáneo. Ahora bien, en cuanto a la teoría
conspiratoria del colonialismo VIP del mundo del arte contemporáneo:
obviamente las estéticas locales figurativas que uno encuentra en cada
esquina (¿podríamos llamarlas estéticas VIPS?) no son sino una derivación
de esas escuelas europeas decimonónicas. Supongo que la única manera
en que realmente nos podríamos jactar de ser autóctonos y nacionales
sería si mantuviéramos la tradición de hacer cabezas olmecas. No soy
partidario particularmente de hacer obra que dialogue con James Turrell,
quien te parece ya anciano a los 70, pero también confieso que considero
relevante que al menos siga vivo y produciendo obra nueva, mientras que
Velázquez murió hace cuatro siglos y encuentro el vestir la ropa de su
época un poco incómoda y a él definitivamente más anciano a sus 415
años. El problema que tenemos, y del cual de nuevo somos todos culpables,
es que el público activamente involucrado en compenetrarse con el arte en
México es más pequeño, apuesto, que los aficionados al bádminton en la
colonia Narvarte (por decir algo). Sinceramente me indigna pensar que
exista la impresión generalizada que el arte contemporáneo no comunica
nada relevante.
El proceso de educar al público acerca de lo que verdaderamente
significan conceptos como apropiación, arte procesual, o arte de
interacción social creo que será una tarea equivalente a la evangelización
durante la colonia, que tomará tantos años que cuando hayamos todos
asimilado el siglo XX será ya el siglo XXII y el arte ya será entonces otra
cosa. Dudo mucho que ocurra en el transcurso de nuestras vidas, pero yo
estoy determinado a morir intentándolo. De momento quisiera invitarte
cordialmente al siglo veintiuno, un siglo que a pesar de las enormes
tragedias que vive, es a fin de cuentas el nuestro, donde el arte es
contradictorio y complejo, donde hay buenos y malos artistas, donde
coexiste lo conceptual y lo figurativo pero en un marco de consciencia
crítica, de debate y en conexión con todo lo que acontece actualmente en
el mundo, donde hay que invertir tiempo y esfuerzo en escuchar la sutileza
de los cientos de voces que están emergiendo por encima del ruido
sensacionalista del mercado, donde no todo es relevante o rescatable,
pero que es al menos un lugar en el que todos al menos estamos
comprometidos a dialogar con el presente.
Saludos de
Pablo Helguera 14-06-2017

Bourdieu - El sentido social del gusto

Academicismo antiacadémico, academicismo de la transgresión.

La escuela de Bellas Artes espera que quienes la frecuenten se interesen


en un arte que se ha constituido contra ella.

El arte es un objeto de creencia y la religión del arte ha tomado el lugar


de la religión en las sociedades occidentales contemporáneas.
Analogía del seminario: Al igual que en un seminario, quienes van a una
escuela de arte ya son creyentes que van a formarse en su creencia,
separándose de los profanos para adquirir competencias especiales.

La Escuela de Bellas Artes permite acceder a la manipulación legítima


de los bienes de salvación cultural o artística.

En el campo artístico, al igual que en el científico, es necesario tener


mucho capital para ser revolucionario.
Revolución conservadora - Una restauración del pasado que se
presenta como una revolución o una reforma progresista, una
regresión, un giro hacia atrás que se da por un progreso, un salto
hacia adelante, y que llega a hacerse percibir como tal.

La regresión puede presentarse (y aparecer) como progresista 
porque está plebiscitada, ratificada por el pueblo que, en 
principio, es árbitro de lo que es “popular”.

Distribución desigual del capital cultural en la sociedad

Campo social del arte

A medida que nos acercamos más al arte contemporáneo, es 
más elevada la estructura social del público

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