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“Dios quiera que se nos recuerde con tristeza, pero sin odio.”
Carlota de Habsburgo
Querida Avelina,
No nos conocemos, pero te voy a escribir de tú porque creo que así lo haría
si nos viéramos en persona. No me dirijo a ti sin cierta trepidación: sé que
el sólo acto de que te escriba una carta pública le parecerá a muchos una
especie de acto amoroso o de elevación infundada, y calculo que muchos
de éstos me retirarán la palabra para siempre. Por otra parte, dado que vivo
fuera de México, eso para muchos significa que no tengo idea de lo que
está ocurriendo en los debates locales y que por ende no debería tener
vela en el entierro. Pero he decidido arriesgarme a recibir tales críticas
porque ya no aguanto las ganas de escribirte.
He seguido con enorme fascinación tus declaraciones de “hartismo” sobre
la falsedad del mundo del arte, sobre el complot que se ha venido gestando
por Duchamp & Co. estos últimos 100 años para tomarle el pelo a la gente
con el arte que denominas “contemporáneo VIP”. De cómo México es
víctima de la imposición colonial de Art Basel y Charles Saatchi y cómo
todos hemos capitulado ante un mercado del arte cada vez más frívolo y
dedicado a enaltecer el ego de coleccionistas ricos e ignorantes. Confieso
por otra parte que me ha fascinado aún más la reacción de muchos de mis
colegas, amigos, etc. quienes han respondido a tus múltiples ataques con
desprecio, insultos y sobretodo con indiferencia. Creo por ello que es hora
de analizar lo que está pasando. En México la educación artística – tanto
del artista como del público— ha estado en bancarrota desde hace
décadas. Este es un hecho del que todos tenemos que hacernos
responsables: no se puede esperar que los artistas estén a cargo de
educar a todo un país, ni el público debería de pretender que el arte es algo
que se aprende como si se inhalara una espora, sin hacer el menor
esfuerzo intelectual. Pero haciendo a un lado a este trágico hecho, como
parte de esta bancarrota se da el fenómeno que la razón por la que ocurren
ciertas cosas en el arte hoy en día se interpretan no de forma racional o
crítica sino como si fuera un debate entre teologías. La confusión que
existe en relación a las ideas del arte conceptual/procesual ha ocasionado,
en parte, que ciertos artistas y críticos reviertan a los valores estéticos
familiares, que se remiten más o menos al salón de la academia francesa
de 1863. Como bien sabrás, los artistas rechazados por el salón ese año
formaron el salón des refusés que dio origen, a su vez, al modernismo. Ahí
comienza la tradición, me parece, que tanto aborreces, aquel virus tipo
ébola que viajó desde Manet a Duchamp, culminando en Broodthaers y
luego Warhol, Beuys, y, ya en total decadencia, gente como Damien Hirst,
cuya obra no me interesa, pero que a la vez sé que no es representativo en
absoluto de las ideas y los intereses que tiene mi generación artística, ni
dentro ni fuera de México. Desafortunadamente, el arte que se ve desde
fuera y sin conocimiento de causa es el arte de mercado, y me temo que
aquellos como tú que tratan de explicar el arte contemporáneo a través de
este están básicamente tratando de entender la biología marina a través
de la industria de cruceros. Pero ya llegará el día en que esto cambie y
podamos trascender el sensacionalismo y penetrar las capas de glamour y
estupidez que nos impiden entender lo que verdaderamente está
aconteciendo en este momento, y que considero de gran relevancia. Pero lo
que hay que analizar son las repercusiones del hecho concreto de que el
arte moderno fue desplazando institucionalmente al arte académico. Esto
como sabemos, fue ocurriendo al irse presentando los pequeños episodios
de la modernidad—las revoluciones, guerras mundiales, el holocausto,
aquellos eventos que hacen que un artista quiera hacer arte de su
momento para entender su presente, en vez de autoexiliarse a hacer arte
de siglos anteriores. Mientras tanto, al darse este inconveniente
desplazamiento, los artistas en todo el mundo (no sólo en México) que se
suscriben a la estética de 1863 formularon una lógica de teoría
conspiratoria acerca de su exclusión en museos, concluyendo que aquellos
que “no saben dibujar” no podían permitir que los artistas con
entrenamiento académico tomaran su lugar. Te confieso que mi
entrenamiento originalmente fue académico (sí sé dibujar) y que a mí me
fascinan los artistas académicos como a ti (aunque sospecho que por
diferentes razones). De hecho hace unos cuatro años hice un proyecto que
consistió en mostrar un salón realista, sin ironía, entrevistando a pintores
que se identifican con el realismo académico. Muchos de estos artistas
están conscientes de lo que hoy es el arte, pero escogen en cambio
entablar un diálogo con Velázquez. Su resentimiento con el mundo del arte
es profundo y álgido. Aspiran, en el mejor de los casos, a ser rebeldes
reaccionarios como lo fueron en su momento Andrew Wyeth y Edward
Hopper, artistas a quienes Clement Greenberg mismo los consideró
artistas kitsch. Esta definición que en general se aplica como un insulto,
ha sido aceptada como un cargo honorable por uno de los líderes de la
pintura académica. Este líder, un artista que seguramente amas, o si no
deberías de amar, es Odd Nerdrum, quien ha declarado que el kitsch es la
nueva vanguardia. En una especie de manifiesto en su página web, Nerdrum
declara: Te saludo, artista talentoso que quieres conseguir la sinceridad en
tu obra. Eres un extranjero de tu tiempo, pero ¡no te desanimes! Sé que el
arte te incomoda; te has vuelto un esclavo bajo una aristocracia de
incompetentes. El arte nunca fue algo para alguien como tú. El arte tiene
su justificación—el artista sin talento necesita comodidad, pero también la
necesitas tú. Has estado apenado por tu condición por demasiado
tiempo. Mientras el artesano sólo aspire a la derrota, se habrá hecho una
gran injusticia. Toma esto en cuenta: sin ti como el que garantiza su yugo,
la incompetencia del arte no vale nada. El dinero y el honor de esos
artistas te pertenece, de manera que ¡tómalo! Pon fin a la humillación,
salva al arte de su caída a la devaluación total. El siglo 19 fue el crepúsculo
del talento; toma parte en su amanecer. A través del Kitsch el artista
talentoso se puede salvar. Es una nueva disciplina en la que el talento
puede encontrar una superestructura; una superestructura que le sirve al
genio de la habilidad. No permitas que el arte retenga su autoridad moral
sobre la habilidad. Es tentador el considerar la propuesta de Nerdrum. Lo
que necesitaríamos en ese caso realmente es un museo de arte kitsch, a
donde se podrían exponer todos aquellos artistas que se quejan de no
recibir exposiciones en el MUAC, Jumex, en el Tamayo. En realidad eso
ocurre ya en otros países, que tienen sus sistemas de academia, sus
galerías y museos que apoyan al arte pre-salon de 1863. Creo que el museo
Soumaya, por ejemplo, podría ser una sede adecuada para este proyecto.
Quizá de paso sería bueno recordar que 1863, el año en que los franceses
echaron a sus compatriotas Courbet, Manet y Pissarro del salón, fue
también el año en el que tomaron posesión de la capital mexicana,
comenzando nuestro breve y fallido segundo imperio. Con Maximiliano nos
llegó por supuesto de lleno la estética de salón académico, la que tanto
anhelan nostálgicamente algunos. Quizá si Juárez nunca hubiese
restaurado la república México seguiría siendo hoy parte de Francia, todos
estaríamos pintando hoy como Santiago Rebull, y el Franz Mayer sería
nuestro museo de arte contemporáneo. Ahora bien, en cuanto a la teoría
conspiratoria del colonialismo VIP del mundo del arte contemporáneo:
obviamente las estéticas locales figurativas que uno encuentra en cada
esquina (¿podríamos llamarlas estéticas VIPS?) no son sino una derivación
de esas escuelas europeas decimonónicas. Supongo que la única manera
en que realmente nos podríamos jactar de ser autóctonos y nacionales
sería si mantuviéramos la tradición de hacer cabezas olmecas. No soy
partidario particularmente de hacer obra que dialogue con James Turrell,
quien te parece ya anciano a los 70, pero también confieso que considero
relevante que al menos siga vivo y produciendo obra nueva, mientras que
Velázquez murió hace cuatro siglos y encuentro el vestir la ropa de su
época un poco incómoda y a él definitivamente más anciano a sus 415
años. El problema que tenemos, y del cual de nuevo somos todos culpables,
es que el público activamente involucrado en compenetrarse con el arte en
México es más pequeño, apuesto, que los aficionados al bádminton en la
colonia Narvarte (por decir algo). Sinceramente me indigna pensar que
exista la impresión generalizada que el arte contemporáneo no comunica
nada relevante.
El proceso de educar al público acerca de lo que verdaderamente
significan conceptos como apropiación, arte procesual, o arte de
interacción social creo que será una tarea equivalente a la evangelización
durante la colonia, que tomará tantos años que cuando hayamos todos
asimilado el siglo XX será ya el siglo XXII y el arte ya será entonces otra
cosa. Dudo mucho que ocurra en el transcurso de nuestras vidas, pero yo
estoy determinado a morir intentándolo. De momento quisiera invitarte
cordialmente al siglo veintiuno, un siglo que a pesar de las enormes
tragedias que vive, es a fin de cuentas el nuestro, donde el arte es
contradictorio y complejo, donde hay buenos y malos artistas, donde
coexiste lo conceptual y lo figurativo pero en un marco de consciencia
crítica, de debate y en conexión con todo lo que acontece actualmente en
el mundo, donde hay que invertir tiempo y esfuerzo en escuchar la sutileza
de los cientos de voces que están emergiendo por encima del ruido
sensacionalista del mercado, donde no todo es relevante o rescatable,
pero que es al menos un lugar en el que todos al menos estamos
comprometidos a dialogar con el presente.
Saludos de
Pablo Helguera 14-06-2017
La regresión puede presentarse (y aparecer) como progresista
porque está plebiscitada, ratificada por el pueblo que, en
principio, es árbitro de lo que es “popular”.
Distribución desigual del capital cultural en la sociedad
Campo social del arte
A medida que nos acercamos más al arte contemporáneo, es
más elevada la estructura social del público