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La Invidente

Ella no miraba la luz ni del día ni de la noche, solamente vivía en la penumbra de su


ausencia y aun así percibía la fragancia de aquel hombre, sentía su agradable presencia al llegar a
la esquina del café. Sentía el palpitar de su corazón, el temblor de sus labios, escuchaba su voz y se
emocionaba, era melodía de amor que captaban sus oídos.

Todos los días se sentaba en el frente de su casa como viendo hacia la cafetería, esperaba
con mucha ansiedad los tañidos de la campana, uno, dos, tres y cuatro repiques, son las cuatro
pm; falta poco para que la fragancia de él impregne su vida y su voz de suaves inflexiones acaricie
su alma como la aurora acaricia la mañana y las abejas a los rosales. Ya son las cuatros y pasadas
por qué no ha llegado, eran sus pensamientos estaba como mortificada.

Las manos le sudaban, estaba nerviosa; de pronto escuchó unos pasos la alegría se veía en
su bello rostro y su linda sonrisa. Llegó el hombre que con ansiedad esperaba. Este se reunió con
los amigos, charlaban y reían. Hablaban sobre política, beisbol; pero a ella solo le importaba
aquella voz que a través de la brisa de la tarde la acariciaba. Agudizo su sentido del olfato y pudo
notar que su hombre cambió de fragancia, esta era más suave, más delicada e invitaba al amor.

Todo lo de él lo detallaba, su voz, su sonrisa, el sonido de sus pasos al pasar frente a ella.
El sudor que mana de su cuerpo lo percibía y era como bálsamo de paz y amor. Indudablemente la
invidente estaba enamorada. Quería hablar con él, pero cómo se le acercaba y si la rechazaba por
ser invidente, además, ella lo veía con los ojos del alma, con la luz del corazón. Cuando él estaba
presente, para ella no había penumbra ni soledad; porque lo veía a través de sus otros sentidos.
Pero le daba pena, miedo de hablar con él y palpar su rostro con sus delicadas manos.

A veces para sus adentros se preguntaba… ¿Él me ve? Sé que después de reír y charlar con
sus amigos, entra en silencio al café de la esquina y ella queda solitaria sin tañido de campana y
sin la presencia de él. Lo que Glorimar ignoraba era que su amado, desde el café la contemplaba,
se deleitaba con la belleza de su rostro y la alegría de sonrisa, miraba celoso como el viento jugaba
con su dorada cabellera. También sentía celos de la tarde que acariciaba su piel suave y
acanelada. Miraba la hora y decía ya son las 05:30 pm es hora de irse.

Glorimar se levantaba y con su silla entraba a la casa. Esto ere un ritual todos los días lo
hacía; pero una tarde de tantas no escuchaba a su amado reír y hablar. Así pasaron meses de
espera, desesperación y recuerdos. Ahora a la penumbra de su ausencia se unía la ausencia de su
amado. No soportó más la espera y la angustia de no saber de él y al cuarto tañido de la campana,
en esa tarde, entro a la cafetería, se sentó en la barra y ordenó un café y pensaba en su amado,
qué le pasaría. De pronto sus pensamientos fueron interrumpidos por la muchacha que atendía en
el café cuando le preguntó ¿Usted es Glorimar? Ella extrañada le contestó: sí, pero cómo sabes mi
nombre, la dama le contestó… Me lo dijo Rodolfo y tenía razón usted es una mujer muy bella. Él
sabía tu nombre pasaba horas contemplándote; pero le daba miedo hablarte por temor a que
usted lo rechazara.

Se sentaba en aquella mesa, a tomar su café y a dibujarte, jamás se cansó de dibujarte


incluso hizo un retrato de usted que lo lleva a todas partes y lo muestra con mucho orgullo a sus
amistades. Glorimar escuchaba atenta ny emocionada preguntó: ¿ Dónde está él, por qué no
viene, qué le ha pasado?. La respuesta no se hizo esperar, Rodolfo está hospitalizado; pero me
pidió que te dijera que te ama y que no quiere irse de este mundo sin verte al lado de su cama.
Salió de la cafetería y pidió a su sobrina que la llevara al Hospital Central y así sucedió. Llegó al
hospital y preguntó por el número de habitación donde estaba su amado Rodolfo, fue hasta allá y
volvió a percibir la fragancia que avivaba su alma, sentir el palpitar de su corazón y hasta ella llegó
el característico olor de su sudor pero no como bálsamo de amor sino como bálsamo para calmar
el dolor.
Ella hizo lo que siempre deseó hacer, palpar el rostro de su amado con sus manos el rostro
de su amado y las imágenes que le trasmitían al cerebro era la de un hombre perfilado, buen mozo
y muy varonil. Él la miraba, la abrazaba y la besaba, sus lágrimas humedecían el rostro de la mujer
que amó en silencio. Glorimar lloraba porque sabía que su amado se le escapaba a la eternidad.
Ya ella no se sienta en la esquina frente a la cafetería y ahora no escucha los tañidos del recuerdo,
en especial el cuarto tañido cuando Rodolfo llegaba a hablar con sus compañeros.ñ

Del Valle Piñate


12-094-2016

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