Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Resumen:
Palabras clave:
Introducción:
metafísica de la subjetividad.
El gran supuesto de la modernidad es el yo como sujeto. Heidegger
parte desde este punto, pero su intención es pensar el ser, no el yo o el
hombre; que es coherente con este “descentramiento” de la posición del yo-
sujeto de la modernidad.
Freud por su parte, también “descentra” al sujeto de la conciencia, a un
sujeto del inconsciente (enunciado como tercera herida narcisista).
Se puede conjeturar entonces, que un nuevo modo de concebir al sujeto
se halla en ambos pensadores.
Pero, será Lacan quien entrecruce a ambos, siendo la cuestión del
sujeto el punto clave de dicho entrecruzamiento.
Desarrollaremos primero el planteo heideggeriano, para finalizar con la posición
freudiana y lacaniana.
La ruptura heideggeriana:
aquel ente donde acontece el Ser; pero no de manera absoluta, sino ahí; es
decir, en una situación fáctica dada, que fija las coordenadas históricas
concretas en las cuales el Dasein se halla. Por ello es siempre una situación
finita (no ilimitada) de posibilidades de ser, determinada por la particular
existencia histórica del hombre. La experiencia originaria, y esta es una
diferencia substancial con Husserl, no es la de un sujeto pensante con total
potencialidad, sino la de la cotidianeidad en la que me encuentro sin haberla
decidido yo mismo, el ‘bruto qué de la existencia’, decía Heidegger; el yo que
soy es secundario, una construcción posterior, así como aquello que llamo
‘realidad objetiva’.
De esto se desprende que no hay que entender la construcción de dicho
yo y la realidad como algo que el Dasein realiza a su antojo, sino que el Dasein
mismo está sometido a dicho acontecer del ser en una situación fáctica
determinada, a fin de definirse como un yo soy, a la vez que define que el
mundo es de tal manera, y ambos quedan en una interrelación estrecha,
estructural, diremos luego.
De manera que, por un lado, el modo en que interpreta el mundo co-
implica el modo en que se interpreta a sí mismo (el Dasein no es un sujeto
independiente e indemne al modo como considera y trata los entes de su
mundo); por otro lado, la relación entre Ser y Dasein es de co-implicación,
estructural: sin el Ser, el Dasein no es, sin el Dasein, el Ser no acontece y no
se plasma en una realidad (con lo cual, si vale decirlo, tampoco es).
Otra de esas nociones es la de “ser para la muerte”. Heidegger introduce
la muerte como un constitutivo del ser del Dasein. Pero ¿en qué sentido la
muerte puede serlo? Para comprender esto hay que recordar que al Dasein le
cabe más una caracterización como posibilidad (esencial temporalidad) que la
de substancia (categoría de la presencia, propia del ente).
En este análisis del Dasein descubre, ante todo, la contingencia de su
ser. El Dasein aparece inexplicablemente en la realidad, sobrenada durante su
vida en el poder-no-ser, esto es, suspendido sobre la nada, y, entre sus
muchas y fortuitas posibilidades, sólo una es necesaria: el morir. El Dasein es
un “ser para la muerte”. Dentro de esta estructura fundamental en la que,
según este análisis existencial, se mueve el Dasein, se registran dos modos
opuestos de actuar, de enfrentarse con la realidad: la que Heidegger llama
“existencia inauténtica” y la “existencia auténtica”. La inauténtica es un
entretenerse con las cosas, un entregarse a la trivialidad de las relaciones
sociales o de los placeres estéticos, un olvidar la profunda tragedia de la
existencia. La auténtica, en cambio, es un abrazarse con la angustia, un vivir
consciente de la tragicidad del existir, una presencia constante del destino
último de la existencia: la nada, a través de la muerte.
La muerte real es la única posibilidad que seguro se cumplirá, pero
cuando esto ocurra el Dasein ya no es nada; de manera que no es ésta,
entonces, la que entra en la constitución del Dasein. Pero sí lo es la
“anticipación de la muerte” como la posibilidad más propia, en tanto es la única
a cumplirse en todo caso. La anticipación de la muerte entra así como “la
posibilidad de la imposibilidad de todas las posibilidades”, en tanto ésta define
el acabamiento de cualquier posibilidad ulterior.
Pero esta anticipación de la muerte es la que muestra a todas las
posibilidades que el Dasein enfrenta para su elección, como meras
posibilidades, ya que cualquier camino será interrumpido por la muerte. Por ello
justamente el ‘ser para la muerte’ evita que el Dasein quede preso de una de
esas posibilidades, rígidamente, y pueda tejer su “proyecto” sobre el manojo de
posibilidades que se le presentan.
Así la muerte, o su anticipación, es la posibilidad más propia, más
auténtica, en tanto abre y cierra el circuito de posibilidades del Dasein. A partir
de la anticipación de la muerte, y entendiendo entonces las posibilidades como
tales, el Dasein debe entonces decidir, si quiere ‘ser auténtico’, o dejarse llevar
por el ‘se dice’, es decir por la inautenticidad. A esto último Heidegger lo llama
la ‘caída’, de la cual el Dasein se rescata decidiendo, siguiendo, por utilizar una
comparación, la voz de la conciencia; voz que señala ‘negativamente’ la caída,
la existencia inauténtica.
Otro modo de decir la caída es la ‘falta’ en Lacan, autor sobre el cual
volveremos.
Heidegger trata de la verdad fundamentalmente en De la esencia de la
verdad y en La teoría de Platón sobre la verdad. Niega que la verdad sea
primariamente la adecuación del intelecto con la cosa y sostiene que, de
acuerdo con el primitivo significado griego, se dice alétheia. Si
descomponemos el vocablo, tenemos la raíz leth- que encontramos también en
el verbo lanthano (aunque en presente, se transforma en lanth-), y que significa
‘estar oculto’. Si consideramos que además alétheia, tiene como prefijo la a-
privativa que contradice la raíz, etimológicamente alétheia será ‘des-
ocultamiento’.Ésta es la verdad originariamente: lo que lleva a ser al ente
desocultándolo. La verdad queda convertida en un elemento de la existencia, el
cual encubre al ser en su estado de degradación y lo descubre en su estado de
autenticidad. El descubrimiento de lo velado es así una de las formas de ser del
estar-en-el-mundo. Por eso la verdad se descubre únicamente cuando la
existencia se revela a sí misma en cuanto manera de ser propia. Y toda verdad
no es verdadera, en tanto no haya sido descubierta. El ser de la verdad se
encuentra en una relación directa e inmediata con la existencia, y sólo porque
se ha constituido la existencia mediante la comprensión de sí misma, es
posible la compresión del ser. Por eso hay verdad sólo en tanto que hay
existencia, y ser únicamente en tanto que hay verdad. La apertura al ser se
realiza fundamentalmente en el lenguaje. El lenguaje es la manifestación más
plena y auténtica del ser. Es el mismo ser el que nos habla —se desvela— en
el lenguaje. La articulación y estructura íntima del lenguaje viene del mismo
ser, y nos lo manifiesta. Esto explica el énfasis de Heidegger en la etimología
de las palabras.
Finalmente, el pensar originariamente el ser del hombre, lleva a
Heidegger a trastocar la posición del lenguaje, lo que lo acompañará en toda su
obra posterior.
El Dasein es ser en el mundo, es esencial apertura al mundo, es
trascendencia finita. El Dasein está embargado por el ente en su estado de
apertura. ¿Cómo? En la disposicionalidad (en el encontrarse, en el sentido que
decimos “me encuentro bien”) y la ‘comprensión’ o ‘interpretación’. Pero para
que esto sea posible, dice Heidegger, “disposicionalidad y comprensión” están
determinadas, de manera igualmente originaria, por el habla”. Ya en “Ser y
tiempo” (publicado en 1927), Heidegger plantea el habla como un todo
articulado, una estructura de sentido, de la cual nace la significación. El habla
(Rede, en alemán, también “discurso”), es anterior y posibilita el lenguaje
(“Sprache”, en alemán) como la expresión verbal concreta.
La ruptura freudiana:
El sujeto lacaniano:
BIBLIOGRAFÍA: