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Como un gran río

No es que el feminismo regrese, es que nunca se fue. Como un gran río,


amplio y potente a veces, inundándolo todo, lleno de aguas multicolores. Otras,
en cambio, enfrentado a una tierra dura y baldía, parece estar estancado,
desaparecer incluso. Pero no, solo se hunde en la tierra, hace el trabajo
subterráneo, para resurgir luego por todas partes, conquistando nuevos
espacios con nuevos borbotones de agua. ¿Es, quizás, un río diferente,
aunque el nombre cambie?

¿Feminismo o feminismos? Prefiero el singular, me habla de la continuidad de


un objetivo. ¿Estamos en la cuarta ola? No sé, y me importa poco. Como en
cualquier gran movimiento, podemos distinguir muchos colores, fases, acentos,
momentos. Diversos siempre, a menudo aparentemente contradictorios. Desde
la investigación académica existe el deseo de distinguir, clasificar, ordenar. Me
parece bien, como investigadora sé que esto es necesario para entender la
diversidad, el conflicto, las divergencias. Pero como feminista lo que me parece
importante no son las clasificaciones y distinciones sino saber si se avanza o
no y claramente en este momento se avanza, quizás por primera vez en todo el
mundo.

El feminismo es un movimiento de liberación de las personas, en primer lugar


de las mujeres, pero también de los hombres, aunque la mayoría todavía
prefieren ignorarlo. ¿Y de qué nos libera? Pues de los modelos de
comportamiento pautados según el sexo, surgidos en tiempos antiguos, cuando
las sociedades tenían unas necesidades muy diferentes de las actuales y
crearon una división sexual del trabajo para tratar de sobrevivir. Hoy estos
modelos, los géneros y la jerarquía que les imprime el androcentrismo, nos
hacen un flaco servicio y proceder a su eliminación es una liberación para
todos, porque nos permite desarrollar nuestras capacidades sin
obstáculos. Avanzar por este camino es lo más importante, porque nos hace
más libres y más también iguales, a medida que se va diluyendo la dominación
masculina sobre las mujeres.

Dicho esto, está claro que las reivindicaciones específicas varían según los
lugares, los tiempos, las diferencias sociales y culturales. La primera lección
que recibí en este sentido no la he olvidado nunca. Fue durante aquel mayo de
las mujeres, en 1976, cuando muchas jóvenes nos reunimos en el Paraninfo de
la Universidad de Barcelona. También acudieron algunas de nuestras
predecesoras, las mujeres de 36, y fue un gran encuentro; mi generación tuvo
que reinventarlo todo, nos habían privado de nuestro pasado y nuestra
historia. Encontrarnos con ellas fue maravilloso: no éramos huérfanas,
teníamos una genealogía. Nos reconocimos, nos abrazamos. Estábamos de
acuerdo en muchas cosas, en el análisis de nuestra situación. Ah, pero no en
todo. Las jóvenes del 76 reclamábamos la libertad sexual, defendíamos nuestro
derecho al placer. Las jóvenes del 36 lo consideraban totalmente
inadecuado; para ellas una feminista debía ser "toda una mujer", en el viejo
sentido de la palabra, fiel y pura incluso en el amor libre. De modo que nuestra
reivindicación les parecía indigna, degradante para el feminismo.

Mi reacción fue: recuérdalo cuando tu seas la mayor, y las jóvenes planteen


reivindicaciones que te parezcan perversiones del feminismo! Y lo he
recordado. Primero planteamos la igualdad, que significaba poder acceder a
todo lo que accedían los hombres: estudio, hacer deporte, trabajar en lo que
queríamos, tener responsabilidades políticas, salir cuando y con quien hemos
querido... Aun no lo hemos conseguido del todo, pero hemos avanzado un
buen trecho. Luego, al cabo de un tiempo, nos dimos cuenta que dejábamos
atrás cosas muy queridas, que vienen de la tradición de las mujeres: tomar
tiempo para el cuidado propio y ajeno, para la ternura, para nuestra gente o
nuestros placeres, para nuestros saberes fundamentales, siempre
subestimados. Y surgió el feminismo de la diferencia. Rápidamente,
enfrentamiento. Hay muchos intereses contrarios al feminismo, dispuestos a
generar conflictos, como ha sucedido con la izquierda, y ya sabemos el precio
que se paga por ello. A menudo, sin embargo, no es fácil evitarlo, y lo
sabemos. Para mí, un grave error: igualdad y diferencia no son antagónicos,
sino dos caras de una misma moneda; si no hay diferencia, habrá uniformidad,
en lugar de igualdad. Pero ya hemos creado la división, y cada grupo cree
tener toda la verdad, cuando en realidad sólo tiene un pequeño fragmento, el
que puede explorar en profundidad y ofrecerlo a todas.

Más divisiones, por supuesto: feminismo burgués, socialista, blanco, negro, en


los países pobres, trans, queer y más y otros vendrán. Cada nuevo paso
plantea una nueva mirada, una nueva exploración de lo posible. Algunos
intentos serán negativos y entonces probablemente serán abandonados; otros
seguirán, cambiarán las cosas, abrirán el camino para nuevos intentos y
posibilidades, porque lo anterior ya se habrá conseguido. Evidentemente hay
un problema, muy ligado al deseo de protagonismo y a la competitividad, que
también nos atrapa, puesto que entrar en el universo masculino tiene un precio.
Y además, hay subvenciones, entrevistas en los medios de comunicación,
nombres llamativos, algún pequeño poder, muchas tentaciones para las
mujeres silenciadas hasta ahora, que acaban de acceder a hablar en
público. Todo esto crea rivalidades, desgasta. Debilita, y es más fácil mantener
las demandas si se puede decir que "ni ellas saben lo que quieren" que si la
corriente es muy amplia y potente y se presenta unida en los objetivos
fundamentales.

Del feminismo hemos aprendido Sororidad, la fraternidad entre mujeres, la


amistad, el respeto mutuo, a pesar de todas las tentaciones de pactar con los
más fuertes. Si hoy se nos presenta como un movimiento social imparable
porque muchas antes que nosotras se han esforzado para liberarnos porque
hemos aprendido a no ser rivales, sino solidarias, cualquiera que sea nuestra
edad y condición; hemos aprendido a entendernos en nuestra diversidad e
incluso en nuestras distancias, en la realidad de todo lo que nos
separa. Hemos aprendido a amarnos y a amar la tarea de transformación de la
sociedad que ahora tenemos que llevar a cabo por nosotros y para todo el
mundo. Y con la huelga del día 8 en muchos países tenemos una gran
prueba. ¿Postfeminismo? Que lejos está todavía el mar!

Marina Subirats

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