Está en la página 1de 33

¿Qué es el estado capitalista?

La derivación revisitada

Alberto Bonnet

Este artículo revisita el debate alemán sobre la derivación del estado (y algunos
debates posteriores, en los cuales dejó su impronta) con la intención de precisar y
sistematizar los que considero como sus principales aportes para la crítica marxista del
estado capitalista. El artículo, entonces, no apunta tanto a proponer ideas novedosas
acerca del estado como a reconsiderar ideas previas para proponer una versión de las
mismas que quizás resulte más fácil de asimilar dentro de una crítica rigurosa del estado
capitalista. Este objetivo solo puede alcanzarse argumentando al mismo alto nivel de
abstracción en el que se desarrolló el debate alemán original. Sin embargo, conviene
advertir que, después de concluido ese debate, varias investigaciones históricas muy
ambiciosas sobre el origen y la evolución del estado en la transición hacia el capitalismo
confirmaron significativamente algunos de los argumentos planteados en dicho debate.
La derivación lógica se potenció así con la génesis histórica. El contenido del artículo,
finalmente, está expuesto a través de una serie de tesis breves para permitirnos mayor
rigor, aunque son acompañadas por unos comentarios más extensos que explicitan las
implicancias más importantes de cada una de ellas.1

1. El punto de partida
Aquí vamos a entender al estado como forma, es decir, como modo de existencia de
las relaciones sociales capitalistas. Pero el estado no es el único modo de existencia de
estas relaciones sociales capitalistas sino que, por razones que veremos más adelante,
existe junto con el propio capital como dos formas diferenciados de unas mismas
relaciones sociales. Entonces, debemos buscar en las condiciones lógicas e históricas de
posibilidad para la constitución de estas relaciones sociales el punto de partida para la
derivación del estado. Marx hizo precisamente esto en El Capital respecto de la segunda

1
Agradezco a los integrantes del programa de investigación “Acumulación y dominación y lucha
de clases en la Argentina contemporánea, 1989-2011”, radicado en la Universidad Nacional de
Quilmes, Argentina, la discusión de una versión anterior de este artículo y, en particular, a Adrián
Piva y Rodrigo Pascual, cuyos aportes me ayudaron a precisar aspectos sustanciales del mismo.
de estas formas, es decir, el capital, identificando dichas condiciones de posibilidad en la
separación entre productor y medios de producción o, en términos más históricos, en la
denominada acumulación originaria. Esta misma separación entre productor y medios de
producción es, entonces, nuestro punto de partida para la derivación del estado.

Entender al estado como forma de las relaciones sociales capitalistas implica ya que
debemos rechazar la concepción del estado como instrumento de la burguesía, es decir,
la concepción del estado predominante en el marxismo ortodoxo de la II y III
Internacionales y que siguió siendo la más influyente hasta nuestros días (incluso en las
investigaciones más elaboradas acerca de las relaciones entre clase dominante y estado
de Ralph Miliband y sus seguidores). El carácter capitalista del estado no radica en que
sea un instrumento de la burguesía, sino en que es uno de los dos modos fundamentales
en los que existen las propias relaciones sociales capitalistas. Y la relación que guarda
este estado con la clase capitalista (y también con la clase trabajadora) no es la relación
subjetiva y externa presupuesta en la concepción instrumentalista del estado, sino una
relación objetiva e interna, puesto que las clases son relaciones sociales y el estado es el
modo en el que existe la relación de dominación entre esas clases.
Valernos de la crítica marxiana de la economía política para derivar la forma estado
presupone por su parte considerarla, no como mera economía política, sino como una
crítica de las relaciones sociales capitalistas, una crítica capaz de proporcionarnos en
consecuencia, como suponían los derivacionistas, el punto de partida para una teoría
marxista del estado capitalista.2 John Holloway y Sol Picciotto afirmaban, en este sentido,
que el fin del debate alemán “fue `derivar´ sistemáticamente el estado como una forma
política [a political form] a partir de la naturaleza de las relaciones de producción
capitalistas, como un primer paso hacia la construcción de una teoría materialista del
estado burgués y de su desarrollo”. Y aclaraban más adelante que, por ende, “la tarea no
es desarrollar ´conceptos políticos´ para complementar el conjunto de los `conceptos
económicos´, sino desarrollar los conceptos de El Capital no sólo para la crítica de las

2
Esta advertencia sobre el auténtico status epistemológico de la crítica marxiana de la economía
política ya se encontraba entre los maxistas críticos de los años veinte (véase, por ejemplo, la
introducción de Karl Korsch a su edición de Das Kapital; Korsch 1979) y fue ampliamente
reconocida en la denominada neue Marx-Lektüre de los sesenta (véase, por ejemplo, la síntesis
de Heinrich 2007); el aporte de los derivacionistas, que abrevaron en esta última relectura de
Marx, consistió específicamente en concluir la posibilidad de derivar el estado de la crítica de la
economía política.
formas económicas, sino también políticas, de las relaciones sociales” (Holloway y
Picciotto 1978b: 2; 4).
Esta derivación del estado mediante la crítica de las relaciones sociales capitalistas
fue la empresa común de los derivacionistas. Sin embargo, la manera en que debía
realizarse dicha derivación o, más específicamente, las características de esas relaciones
sociales que debían considerarse como punto de partida para dicha derivación, fue motivo
de controversia entre ellos. Entre las distintas posiciones adoptadas dentro del debate
alemán en su momento, nuestro enfoque es más afín a la adoptada por Joachim Hirsch -y
luego recuperada críticamente por John Holloway, Werner Bonefeld, Peter Burnham y
otros. Hirsch escribía en este sentido que “el punto de partida para un análisis del estado
burgués debe ser por consiguiente el examen de la `anatomía de la sociedad burguesa´,
esto es, un análisis del modo específicamente capitalista del trabajo social, de la
apropiación del plusproducto y de las resultantes leyes de reproducción de la formación
social en su conjunto, que dan origen a la forma política particular” (Hirsch 1978: 58). Y
la clave de dicha anatomía estaba inscripta, para Hirsch, en las características de la
relación de explotación específicamente capitalista, asentada en la separación entre
productor y medios de producción. Holloway y Picciotto afirmaban, en la misma línea,
que “la característica más importante y distintiva de la dominación de clase en la sociedad
capitalista es que está mediada por el intercambio de mercancías. El trabajador no está
sujeto directa y físicamente al capitalista, su sujeción está mediada por la venta de su
fuerza de trabajo como una mercancía en el mercado” (1994: 79).
La derivación del estado mediante la crítica de las relaciones sociales capitalistas tiene
además dos implicancias a propósito del alcance de la teoría del estado resultante de dicha
derivación. Implica, por una parte, que puede formularse una teoría marxista del estado
capitalista en general. En la misma medida en que puede conceptualizarse el capital en
general, digamos, puede conceptualizarse el estado capitalista en general y, por
consiguiente, en el núcleo de esa teoría del estado habrá un conjunto de enunciados
fundamentales que valdrán para cualquier estado capitalista. Desde luego que estos
enunciados fundamentales convivirán dentro de esa teoría del estado con otro conjunto
de enunciados, mucho más numerosos aunque menos importantes, que valdrán solamente
para las características que adopta y las funciones que desempeña ese estado capitalista
en determinadas condiciones históricas y geográficas. Pero es decisivo, tanto epistémica
como políticamente, no perder de vista la distinción entre ambos niveles –o, en otras
palabras, entre el estado como forma de las relaciones sociales capitalistas y las distintas
formas de estado- ni la prioridad del primero sobre el segundo –o de la crítica del estado
como forma por encima de la crítica de las distintas formas que asume ese estado.3
Pero la derivación del estado mediante la crítica de las relaciones sociales capitalistas
implica también, por otra parte, que la teoría del estado resultante no será una teoría del
estado en general sino, más específicamente, una teoría del estado capitalista. El conjunto
de enunciados fundamentales que integrarán el núcleo de esta teoría valdrá para cualquier
estado capitalista, pero no necesariamente para formaciones estatales no-capitalistas.
Naturalmente, esto no implica desconocer que la pregunta acerca de si es posible formular
una teoría marxista del estado en general es una pregunta legítima; ni desconocer que en
los hechos existieron importantes formaciones estatales no-capitalistas, y no sólo en un
pasado remoto sino también hasta hace apenas dos décadas en el ex bloque del este; ni
desconocer que el análisis de estas formaciones estatales no-capitalistas es importante en
sí mismo e incluso puede enriquecer el análisis del estado capitalista en su especificidad.
Implica solamente que debemos cuidarnos de no extender el campo de aplicación de una
teoría del estado derivada de la crítica de las relaciones sociales capitalistas a esas
formaciones estatales no-capitalistas. No podemos abordar en estas páginas el problema
de la relación que guardaría esta teoría del estado capitalista con una teoría del estado en
general. Digamos solamente que, en la crítica de la economía política, los conceptos de
estado capitalista y de estado en general parecen guardar una relación semejante a la que
guardan los conceptos de trabajo capitalista y de trabajo en general, de dinero en la
economía capitalista y de dinero en general, de clases de la sociedad capitalista y de clases
en general, etc. Esta relación consiste en que puede construirse un concepto de estado en
general mediante una abstracción (subjetiva) de características compartidas por distintas
formaciones estatales, pero esta construcción tiene como condición de posibilidad la
abstracción (objetiva) del propio estado como estado específicamente capitalista.4 A este

3
Y es especialmente decisivo no perderlo de vista en las discusiones actuales sobre el estado en
América Latina en las cuales, de la mano del énfasis en las (reales o presuntas) peculiaridades del
estado en la región, suele retornar el estatismo característico del populismo latinoamericano. En
este sentido, incluso la afirmación de Zavaleta Mercado –uno de los más lúcidos teóricos
marxistas del estado latinoamericano- de que “en último término la teoría del Estado, si es algo,
es la historia de cada Estado” (1990: 180), es completamente errónea.
4
Sobre este problema de la abstracción, véase en particular el abordaje marxiano del concepto
trabajo en la Einleitung de 1857 (1986: 24-28); el propio Pashukanis (1976, I), retomando esa
Einleitung, sugirió una relación semejante entre abstracción subjetiva y objetiva del estado. Hay
que advertir, empero, que el concepto de estado en general construido mediante este proceso de
abstracción resultaría bastante indeterminado. Esto parece haber afectado a intentos marxistas de
emprender una teoría transhistórica del estado como el del Engels de El origen de la familia,
seguido de cerca por el Lenin de El estado y la revolución.
proceso histórico de abstracción del estado volveremos más adelante en términos de un
proceso de separación entre lo económico y lo político.

2. La separación entre productor y medios de producción


Volvamos a la separación entre productor y medios de producción. La relación de
explotación específicamente capitalista (o sea, el capital) está mediada por la libertad (la
libertad del trabajador como propietario y vendedor de su fuerza de trabajo y la libertad
del capitalista como propietario de medios de producción y comprador de esa fuerza de
trabajo). Y también la relación de dominación específicamente capitalista (el estado) está
mediada por la libertad (la libertad de los ciudadanos, ya sean trabajadores o capitalistas).5
Esta libertad puede definirse como una ausencia de sujeción personal (subjektlose Gewalt,
en palabras de Gerstenberger 2007). Los ciudadanos, porque son personas jurídicas libres,
pueden establecer esos contratos de compraventa de fuerza de trabajo. “El intercambio de
mercancías, en sí y para sí, no implica más relaciones de dependencia
[Abhängigkeitverhältnisse] que las que surgen de su propia naturaleza. Bajo este
supuesto, la fuerza de trabajo, como mercancía, sólo puede aparecer en el mercado en la
medida y por el hecho de que su propio poseedor –la persona a quien pertenece esa fuerza
de trabajo- la ofrezca y venda como mercancía. Para que su poseedor la venda como
mercancía es necesario que pueda disponer de la misma, y por tanto que sea propietario
libre de su capacidad de trabajo, de su persona. Él y el poseedor de dinero se encuentran
en el mercado y traban relaciones mutuas en calidad de poseedores de mercancías dotados
de los mismos derechos, y que sólo se distinguen por ser el uno vendedor y el otro
comprador; ambos, pues, son personas jurídicamente iguales” (Marx 1990 I: 204). Pero
precisamente esa mediación de la libertad determina que esas relaciones de explotación
y dominación, aunque sean dimensiones de una misma relación de clase, se separen entre
sí. Esta separación entre lo político y lo económico o, más precisamente, esta unidad-en-
la-separación entre lo político y lo económico, es la clave para la derivación del estado

5
Aquí empleamos el término ciudadano como sinónimo de persona, como sujeto de contratos,
pero sin incluir necesariamente las connotaciones políticas y sociales más amplias que pueda
acarrear su sujeción a un estado. Pashukanis presenta de la siguiente manera el concepto de este
sujeto de contratos: “[E]l esclavo está totalmente subordinado a su amo y precisamente por esta
razón esa relación de explotación no necesita de ninguna elaboración jurídica particular. El
trabajador asalariado, por el contrario, aparece en el mercado como libre vendedor de su fuerza
de trabajo, y por eso la relación de explotación capitalista se mediatiza bajo la forma jurídica del
contrato. […] El análisis de la forma del Sujeto se desprende en Marx inmediatamente del análisis
de la forma mercancía” (Pashukanis 1976: 105; 106).
propiamente dicha. Y nuestro argumento más importante en este sentido es que esta
separación, la particularización del estado desde las mutuamente inseparables relaciones
precapitalistas de explotación y dominación, ya está inscripta en el doble carácter que
Marx atribuye a esa libertad. “Para la transformación del dinero en capital el poseedor de
dinero, pues, tiene que encontrar en el mercado de mercancías al obrero libre; libre en el
doble sentido [frei in dem Doppelsinn] de que por una parte dispone, en cuanto persona
libre, de su fuerza de trabajo en cuanto mercancía suya, y de que, por otra parte, carece
de otras mercancías para vender, está exento y desprovisto, desembarazado de todas las
cosas necesarias para la puesta en actividad de su fuerza de trabajo” (Marx 1990 I: 205).
El trabajador deviene libre en dos sentidos, argumenta Marx aquí, como propietario de, y
por ende habilitado para, vender su fuerza de trabajo (o sea, como ciudadano de un estado
–y este es el polo de la libertad, como enseguida veremos) y como expropiado de los
medios de producción y, por consiguiente, obligado a vender su fuerza de trabajo (o sea,
como asalariado dependiente del capitalista –y este es el polo de la necesidad,
irónicamente asociado a su contrario, la libertad). Estamos ante una relación de necesidad
mediada por la libertad o, en otras palabras, una relación de explotación mediada por la
igualdad ante la ley, igualdad ante la ley que se convierte en consecuencia en vehículo de
una relación de dominación. En ausencia de relaciones personales de sujeción, las
relaciones de producción se convierten en relaciones de explotación gracias a la
conversión de la libertad de vender su fuerza de trabajo por parte de su propietario en la
necesidad de venderla por parte del no-propietario de medios de producción.

Es importante aclarar, para evitar malentendidos, que aquí sólo estamos afirmando
que la separación entre productor y medios de producción es condición de posibilidad
para la constitución de relaciones de explotación y dominación específicamente
capitalistas. No estamos afirmando, en cambio, que esa separación entre productor y
medios de producción alcance para que se desarrollen históricamente dichas relaciones
sociales. La propia compraventa de fuerza de trabajo, para no referirnos a su consumo
productivo, tiene que ser asegurada además por diversos mecanismos coercitivos e
ideológicos. Y tampoco estamos afirmando que esa separación entre productor y medios
de producción acarree históricamente ni la desaparición ni siquiera la disfuncionalidad de
otras relaciones de explotación y dominación. Recordemos, en este punto, que la
acumulación originaria convivió con la feminización y subordinación del trabajo
reproductivo no-asalariado (véase Federici 2011) y con la masificación del trabajo
esclavo en las colonias (véase Moulier Boutang 2003). Nuestro estado capitalista,
naturalmente, no fue en absoluto una relación de dominación mediada por la libertad para
los esclavos y sólo lo fue de una manera tardía y diferenciada para las mujeres.
Ahora bien, decíamos que las personales relaciones de dominación precapitalistas
deben ser abolidas para que se impongan las impersonales relaciones de dominación
específicamente capitalistas. Pero, a su vez, el desarrollo del intercambio de mercancías,
que incluye la compraventa generalizada de fuerza de trabajo dentro de sí, sustenta el
pleno desarrollo de aquella libertad e igualdad. “No sólo se trata, pues, de que la libertad
y la igualdad son respetadas, en el intercambio basado en los valores de cambio, sino que
el intercambio de valores de cambio es la base productiva, real, de toda igualdad y
libertad. Estas, como ideas puras, son meras expresiones idealizadas de aquél al
desarrollarse en relaciones jurídicas, políticas y sociales, éstas son solamente aquella base
elevada a otra potencia” (Marx 1986: 183). Las relaciones de explotación y de
dominación mediadas por la libertad, de esta manera, se suponen mutuamente. Y los
vínculos que Marx solía establecer entre el intercambio de equivalentes en el mercado y
la democracia, entre el dinero y la ciudadanía, etc., no eran meras analogías sino que
encuentran aquí su fundamento. Recordemos algunos de esos vínculos. En El Capital:
“[l]a esfera de la circulación o del intercambio de mercancías, dentro de cuyos límites se
efectúa la compra y la venta de la fuerza de trabajo, era, en realidad, un verdadero Edén
de los derechos humanos innatos. Lo que allí imperaba era la libertad, la igualdad, la
propiedad y Bentham. ¡Libertad!, porque el comprador y el vendedor de una mercancía,
por ejemplo de la fuerza de trabajo, sólo están determinados por su libre voluntad.
Celebran su contrato como personas libres, jurídicamente iguales. El contrato es el
resultado final en el que sus voluntades confluyen en una expresión jurídica común.
¡Igualdad!, porque sólo se relacionan entre sí en cuanto poseedores de mercancías, e
intercambian equivalente por equivalente. ¡Propiedad!, porque cada uno dispone sólo de
lo suyo. ¡Bentham!, porque cada uno se ocupa sólo de sí mismo (1990 I: 214). En
Grundrisse: “[c]uando se consideran relaciones sociales que producen un sistema no
desarrollado de cambio, de valores de cambio y de dinero, o a las cuales corresponde un
grado no desarrollado de estos últimos, es claro desde el principio que los individuos, aún
cuando sus relaciones aparezcan como relaciones entre personas, entran en vinculación
recíproca solamente como individuos con un carácter determinado, como señor feudal y
vasallo, propietario territorial y siervo de la gleba, etc., o bien como miembro de una
casta, etc., o también como perteneciente a un estamento, etc. En las relaciones
monetarias, en el sistema de cambio desarrollado (y esta apariencia es seductora para los
demócratas) los vínculos de dependencia personal [die Bande der persönlichen
Abhängigkeit], las diferencias de sangre, de educación, etc., son de hecho destruidos,
desgarrados (los vínculos personales se presentan todos por lo menos como relaciones
personales); y los individuos parecen independientes (esta independencia que en sí
misma es sólo una ilusión que podría designarse más exactamente como indiferencia),
parecen libres de enfrentarse unos a otros y de intercambiar en esta libertad” (1986: 91).
Y un poco más adelante: “en la determinación de la relación monetaria, desarrollada hasta
aquí en estado puro y haciendo abstracción de relaciones productivas más desarrolladas;
en las relaciones monetarias, decíamos, concebidas en su forma simple, todas las
contradicciones inmanentes de la sociedad burguesa parecen borradas. Esto se convierte
en refugio de la democracia burguesa, y más aún de los economistas burgueses...” (idem:
179).
Aquí radica, posiblemente, el núcleo de verdad de la perspectiva que adoptaron,
dentro del debate alemán, quienes intentaron derivar el estado del interés común en la
preservación de la propiedad privada compartido por propietarios de mercancías que se
les presentan como origen de sus respectivos ingresos (en la “fórmula trinitaria” de Marx
1990 III: 1037 y ss.; véase Flatow y Huisken 1973 y la crítica de Reichelt 1978). Pero
esta perspectiva sigue siendo limitada. Recordemos que la “esfera de la circulación o del
intercambio” de la anterior cita de El Capital es el medio a través del cual se realiza la
relación de explotación –y precisamente en este sentido decimos que esa relación está
mediada por la libertad inherente a la compraventa de la fuerza de trabajo- pero esta
relación de explotación no se reduce a aquella relación de intercambio. Marx agrega a esa
cita, un poco mas adelante, que “al dejar atrás esa esfera de la circulación simple o del
intercambio de mercancías, en la cual el librecambista vulgaris abreva las ideas, los
conceptos y la medida con que juzga la sociedad del capital y del trabajo asalariado, se
transforma en cierta medida, según parece, la fisonomía de nuestra dramatis personae. El
otrora poseedor de dinero abre la marcha como capitalista; el poseedor de fuerza de
trabajo lo sigue como su obrero” (Marx 1990 I: 214). La separación entre productor y
medios de producción no sólo convierte al trabajador y al capitalista en libres propietarios
de mercancías que aparecen ante ellos como origen de sus respectivos ingresos sino que,
a través de esa conversión, instaura una nueva relación de dependencia, aunque ahora
impersonal porque mediada por el intercambio, entre el capitalista y su obrero. Es esta
última relación el punto de partida más adecuado para la derivación del estado.
Holloway, en cambio, procedió a una derivación del estado muy semejante a la que
estamos presentando. En efecto, rescató al debate alemán en general y, en particular, la
intervención de Hirsch (1978). Hirsch, sostuvo Holloway, “deriva la particularización del
estado del hecho de que bajo el capitalismo la explotación de la clase trabajadora por la
clase dominante se media a través de la compraventa de la fuerza de trabajo como
mercancía. Se sigue de la naturaleza de esta forma de explotación que la coerción social
indispensable para la dominación clasista no se puede asociar directamente con el proceso
inmediato de explotación sino que debe localizarse en una instancia separada de los
capitales individuales: el estado. Su existencia como instancia separada depende, pues,
de la relación capitalista, y su reproducción depende de la reproducción del capital. En
esta perspectiva la existencia de lo político y lo económico (porque es únicamente su
separación lo que constituye su existencia como esferas discretas) no es sino una
expresión de la forma histórica particular de explotación (la mediación de la explotación
por el intercambio de mercancías). Lo político y lo económico son, pues, momentos o
instancias separados de la relación capitalista” (1994a: 124). Holloway y Picciotto ya
habían argumentado en este sentido, partiendo de aquella “libertad en el doble sentido”
planteada por Marx, que “así como la última libertad (la separación del trabajador
respecto del control de los medios de producción) hace posible la abstracción del uso
directo de la fuerza física respecto del proceso inmediato de explotación, así la primera
forma de libertad, es decir, el hecho de que la explotación tiene lugar a través de la libre
compra y venta de la fuerza de trabajo, hace necesaria esta abstracción de las relaciones
directas respecto del proceso inmediato de producción. El establecimiento del modo de
producción capitalista, necesariamente implica el establecimiento de ambos tipos de
libertad –la expropiación de los campesinos y la abolición de las relaciones directas de
dependencia, sancionadas por la fuerza, por parte de miembros individuales de la clase
dominante. Esta abstracción de las relaciones de fuerza respecto del proceso inmediato
de producción y su instalación necesaria (puesto que la dominación de clase debe
descansar en última instancia sobre la fuerza) en una instancia separada de los capitales
individuales constituye (histórica y lógicamente) a lo económico y lo político como
formas distintas y particularizadas de la dominación capitalista. Esta particularización de
las dos formas de dominación encuentra su expresión institucional en el aparato de estado
como una entidad aparentemente autónoma” (Holloway y Picciotto 1994: 79). Ahora
bien, tanto la propiedad de la fuerza de trabajo (la libertad de venderla) como la no-
propiedad de los medios de producción (la necesidad de venderla) deben ser garantizadas.
La relación de explotación mediada por la libertad se disolvería si los propietarios de
fuerza de trabajo fueran esclavizados o los propietarios de medios de producción fueran
expropiados sin consecuencia alguna. Y deben ser garantizadas en términos universales
(el derecho de propiedad debe ser sancionado de manera legal general) y efectivos (el
derecho de propiedad debe ser resguardado por la policía). La relación de explotación
mediada por la libertad también se disolvería tanto si la distinción entre propietarios de
fuerza de trabajo y propietarios de medios de producción se estableciera de antemano
como una cuestión de privilegio como si estuviera sometida a la más completa
arbitrariedad. La ley, la propiedad y la policía siempre integraron la santísima trinidad del
estado capitalista. Pero es importante estar advertidos contra el peligro de recaída en el
funcionalismo que implicaría derivar el estado de sus funciones coercitivas. Clarke parece
advertir este problema. Señala que Hirsch (1978) –y lo mismo podría decirse tanto de
Holloway y Picciotto (1977) como de nuestro propio argumento- se propone esquivar ese
funcionalismo derivando el estado como forma con independencia de las funciones de
ese estado. Pero, a continuación, Hirsch parece derivar el estado del hecho de que la
función de coerción deba separarse respecto de unas relaciones de explotación mediadas
por la libre compraventa de fuerza de trabajo (Clarke 1991: 13 y ss.). Es por esta razón
que debemos insistir aquí en que no estamos derivando el estado (como agente que debe
desempeñarla) de una función vacante (el ejercicio de la coerción), sino el estado (como
forma o modo de existencia diferenciado de la relación de dominación) a partir de la
supresión de las relaciones personales de sujeción.
Ahora bien, este hecho de que relación de dominación (el estado) se separe de la
relación de explotación (el capital) implica asimismo que el estado se particulariza
respecto de la manera en que existe efectivamente el capital social total (es decir, de los
múltiples capitales individuales en competencia). Es en este sentido que tanto Holloway
y Picciotto como Hirsch afirman que el estado se particulariza respecto de los capitales
individuales. Pero es importante aclarar ahora que esto no equivale a derivar el estado a
partir de esa existencia del capital social total como múltiples capitales individuales en
competencia (como hace Alvater 1978). El estado capitalista se deriva de la separación
entre productor y medios de producción, condición de posibilidad para la constitución de
las relaciones sociales capitalistas. El que estos medios de producción, como capital,
existan a la manera de múltiples capitales individuales en competencia, es constitutivo de
las relaciones sociales en cuestión, ciertamente, pero secundario respecto de aquella
separación entre productor y medios de producción. Sobre la base de la explotación y no
del reparto del plusvalor resultante de esa explotación o, en otras palabras, sobre la base
del antagonismo de clase y no de la competencia entre capitalistas, se erige el estado.6
Pero, aclarado este punto, sigue siendo cierto que esos medios de producción existen
como capitales en competencia y que el estado se presenta ante ellos, para valernos de la
expresión de Engels, como un “capitalista colectivo en idea” (1975: 226). En efecto, el
estado se presenta como un capitalista colectivo en idea ante un capital social total que
existe como múltiples capitales individuales en competencia –aunque sin olvidar nunca
que ese capital social total ya se encuentra de antemano en antagonismo con el trabajo
social, que existe a su vez como diversos trabajadores individuales en competencia. Así
considerada, esta noción del estado como capitalista colectivo en idea es importante
porque es la base sobre la que pueden examinarse adecuadamente (es decir, no mediante
ninguna mera sociología sino mediante la crítica marxista de las relaciones sociales
capitalistas, véase Clarke 1977) las relaciones que mantienen con el estado las clases
trabajadora y capitalista. La idea gramsciana de que “la unidad histórica de las clases
dirigentes ocurre en el estado” (Gramsci 2000: 182; aunque reiterada varias veces en sus
Cuadernos) o la idea poulantziana de que “respecto de las clases dominadas, la función
del estado capitalista es impedir su organización política, que superaría su aislamiento
que es en parte su propio efecto. … Por el contrario, respecto de las clases dominantes,
el estado capitalista trabaja permanentemente en su organización en el nivel político,
anulando su aislamiento económico” (Poulantzas 1976: 239), pueden recuperarse más
adecuadamente dentro de este marco (véase Bonnet 2007). En efecto, la relación que
guardan las clases capitalista y trabajadora con el estado son diferentes entre sí, aunque
ninguna de ellas es una relación de exterioridad. El estado es constitutivo para ambas
clases. Sin embaro, mientras que la clase capitalista se constituye plenamente –es decir,
políticamente- como clase en el estado, la clase trabajadora lo hace contra el estado (véase
Bonnet 2008). Este empleo de la noción de capitalista colectivo en idea carece de sentido,
desde luego, si perdemos de vista aquella relación antagónica subyacente entre el capital
social total y el trabajo social total.

3. La co-constitución de lo económico y lo político

6
Este es asimismo el principio para analizar la manera en que la lucha de clases y los conflictos
entre fracciones de la burguesía atraviesan el estado capitalista (véase Bonnet 2012).
La mediación de la libertad, dijimos, implica la separación entre las relaciones de
explotación (lo económico) y de dominación (lo político) y esta separación es la clave de
la particularización del estado capitalista. Agreguemos ahora que la instauración de esta
distinción entre lo político y lo económico en la sociedad capitalista no debe concebirse
como una separación entre dos esferas que en las sociedades precapitalistas se
encontraban unidas sino, más precisamente, como una co-constitución simultánea de
ambas esferas a partir de la abolición, en las revoluciones burguesas, de las relaciones
personales de sujeción prevalecientes en esas sociedades precapitalistas. El término
separación, en este sentido, puede generar malentendidos porque sugiere que las esferas
separadas preexistían a su separación. El aporte de Gerstenberger es decisivo en este
sentido. Gerstenberger (1978) reclamó, en el seno del debate alemán, que la derivación
lógica del estado fuera complementada por el estudio de su origen histórico. Y en una
síntesis de la impresionante investigación histórica (Gerstenberger 2007) que nacería de
este reclamo, diría años más tarde que “en su análisis de la acumulación primitiva, Marx
desarrolló dos condiciones estructurales del capitalismo: una clase de personas que fueron
desposeídas de los medios de su reproducción material y libres de vender su capacidad
de trabajar, y una clase de personas que ya se apropiaron de los medios de producción o,
debido a la riqueza que han acumulado, eran capaces de hacerlo. Aún en el nivel más
abstracto, y dejando de lado las transformaciones culturales requeridas para convertir a
hombres y mujeres pobres en trabajadores capitalistas, y a hombres ricos en empresarios
capitalistas, debemos agregar una condición estructural más: la separación de lo
económico respecto de lo político. Las formas capitalistas de explotación, aunque capaces
de aparecer, no pueden volverse dominantes bajo condiciones en las cuales no se alcanzó
esta separación. Esto es así porque la producción capitalista impone una contradicción
fundamental: en las sociedades capitalistas, el estado es la forma institucionalizada de la
dominación pública general. La forma más fundamental de dominación, que es inherente
a las sociedades capitalistas, sin embargo, es excluida respecto de la dominación del
estado. El derecho privado de usar la propiedad de uno incluye el derecho a aquellas
formas de dominación sobre las personas (!) que son inherentes a la organización del
proceso de trabajo” (Gerstenberger 1992: 170). El primer aspecto de este argumento que
queremos remarcar es la centralidad histórica que otorga a esa separación entre lo
económico y lo político.7 Por cierto, Gerstenberger presenta esta separación entre lo
económico y lo político junto con aquella separación entre productor y medios de
producción como “dos condiciones estructurales del capitalismo” mutuamente
independientes. Y tiene razones para presentarlas como tales. “Las formas capitalistas de
producción y distribución sólo pueden volverse dominantes después de que el carácter
personal del poder haya sido (ampliamente) abolido, de manera que el desarrollo de una
esfera económica separada se vuelva posible” (2007: 662). Sin embargo, nosotros
preferimos pensar un poco distinto: aun cuando antes de que se impusiera esa separación
específicamente capitalista entre productor y medios de producción ya había estado (el
denominado estado absolutista, generalización de la relación de sujeción personal) e
incluso cierta despersonalización de las relaciones de poder (durante el ancien régime),
la plena separación entre lo político y lo económico (y, por ende, la plena
particularización del estado) es impensable sin esa separación entre productor y medios
de producción. En efecto, en caso contrario, estaríamos ante unas relaciones sociales que
asumen formas diferenciadas, pero sin contenido alguno; estaríamos ante una libertad
puramente abstracta: libertad en el primer sentido (es decir, como habilitación de vender
la propia fuerza de trabajo) sin libertad en el segundo (es decir, sin obligación de
venderla). Pero, en cualquier caso, esta diferencia no es decisiva porque, en los hechos,
como veremos más adelante, el estado capitalista es en realidad un proceso permanente
de separación entre lo político y lo económico. El segundo aspecto del argumento de
Gerstenberger que queremos remarcar aquí es la manera en que presenta esa separación
entre lo económico y lo político en términos de constitución conjunta de dichas esferas a
partir de la abolición de las relaciones personales de sujeción. “La emergencia de una
esfera separada del ´estado´ sólo sucede con la despersonalización del poder dominante”
sostiene Gerstenberger a propósito de las revoluciones burguesas, y un poco más adelante
añade que “si la abolición de la dominación personal significa abrir la puerta al poder de
estado, significa, al mismo tiempo, la liberación del mercado” (2007: 663; 667).

Hay un tercer aspecto de este argumento de Gerstenberger que merece remarcarse,


aunque acaso sea menos decisivo para nuestro argumento, que reside en que pone de
relieve la relación de dependencia, impersonal porque mediada por la libre compraventa

7
Estas separaciones entre productor y medios de producción y entre lo económico y lo político
también se encuentran, ciertamente, en el centro de las interpretaciones de la transición hacia el
capitalismo del llamado marxismo político (de Bob Brenner, Ellen Meiksins Wood, etc.).
de la fuerza de trabajo que mencionábamos antes, entre el capitalista y su obrero. Ella
conceptualiza dicha relación en términos de una dominación privada, reinante en la esfera
de lo económico, diferenciada de la dominación pública, reinante en la esfera de lo
político. Nosotros preferimos reservar el concepto de dominación para la esfera de lo
político (el estado, entonces, sería el nudo de la relación de dominación capitalista) y
emplear el término comando para la esfera de lo económico. Kommando es el término
usado por Marx (profusamente en los capítulos sobre cooperación, manufactura y gran
industria del tomo I de El Capital) para referirse al poder ejercido por los capitalistas
sobre sus trabajadores en el proceso de producción. Pero, acaso siguiendo la propia
creciente socialización de ese proceso de producción, pueda emplearse en un sentido más
amplio para referirse al poder ejercido por el capital sobre el trabajo en el proceso de
reproducción en su conjunto (como parece hacer Negri 1999 e hicimos nosotros mismos
en algunas ocasiones, como Bonnet 2002). Estamos, en cualquier caso, ante la distinción
entre dos modalidades del poder diferentes, distinción que es corolario de la separación
entre lo económico y lo político a la vez que puede ser fundamento de una (nunca
desarrollada) teoría marxista del poder.8 Pero conviene insistir en que estamos ante dos
modalidades diferentes de un mismo poder de clase, pues esa condición de posibilidad
suya que es la separación entre lo político y lo económico es inherente a las relaciones
sociales capitalistas.
Y también vale recordar aquí la relación que Weber establecía entre los desarrollos
del estado y la burocracia en su sociología de la dominación. “El desarrollo de éste [del
estado moderno] se inicia por doquiera a partir del momento en que se empieza a
expropiar por parte del príncipe a aquellos portadores de poder administrativo que figuran
a su lado: aquellos poseedores en propiedad de medios de administración, de guerra, de
finanzas y de bienes políticamente utilizables de toda clase. […] En el ´Estado´ actual,
pues –y esto constituye un rasgo esencial del concepto-, la ´separación´ del cuerpo
administrativo, o sea de los funcionarios y los trabajadores administrativos, de los medios
materiales de administración, se ha llevado a cabo por completo […]” (Weber 1992:
1059-60). En efecto, como afirma Piva, “la condición básica para la existencia de una
burocracia como organización de una dominación legal-racional en el sentido weberiano
es la separación de los funcionarios respecto de los medios de administración” (2012: 36).

8
Está plenamente justificada en este punto, dicho sea de paso, la crítica del último Poulantzas a
Foucault y Deleuze en el sentido de que no es cierto que el marxismo reduzca las relaciones de
poder al estado (véase Poulantzas 1986: 35 ss.; Foucault 1987: 112 ss.; Deleuze 1987: 49 ss.).
Pero esta separación entre los funcionarios y los medios de administración no es sino otra
manera de referirse a la separación entre lo económico y lo político. Existe, como también
señala Piva, un “nexo estructural interno entre capital, dominio impersonal y burocracia”
(idem: 29). Pero, entonces, esta separación entre lo económico y lo político se convierte
a la vez en el fundamento de una (escasamente desarrollada) teoría marxista de la
burocracia. Weber, sin embargo, en el fragmento no reproducido de la cita anterior y
siempre a raíz de esa separación entre funcionarios y medios de administración, insistía
en su paralelismo entre el estado y la empresa capitalistas. “El proceso conjunto forma un
paralelo completo con el desarrollo de la empresa capitalista, con su expropiación
paulatina de los productores independientes” (ibidem). Y este paralelismo, al menos así
planteado, implica ciertamente el formalismo de considerar a la política y a la económica
como dos variantes distintas de una misma entidad (la empresa o Betrieb, en Weber). Es
más adecuado, empero, derivar a partir de la separación entre productor y medios de
producción la separación entre capital y estado y de esta a su vez la separación entre la
burguesía (cuya conducta está regida por la lógica irracional de la ganancia) y la
burocracia (cuya conducta está regida por la no menos irracional lógica de la opresión).
Aquel paralelismo weberiano entre el estado y la empresa capitalistas puede replantearse
en este contexto, ciertamente, pero sin pasar por alto esta distinción entre capital y estado.
Las empresas de servicios públicos, por ejemplo, suelen funcionar irracionalmente tanto
en manos privadas como públicas, pero las irracionalidades en cuestión son distintas si
están condicionadas por los imperativos de reproducción de los burócratas o los burgueses
a cargo.
Ahora bien, la conceptualización de la separación entre lo económico y lo político en
términos de un proceso de co-constitución plantea la pregunta acerca de si puede
establecerse alguna prioridad lógica entre las relaciones de dominación y explotación o
si el hecho de que ambas se hayan co-constituido históricamente a partir de una misma
separación entre productor y medios de producción implica la negación de cualquier
prioridad. El término particularización del estado puede generar malentendidos, en este
sentido, porque parece sugerir de antemano cierta prioridad. Ahora bien, pensamos que
sí puede establecerse dicha prioridad lógica, es decir, una prioridad de la relación de
explotación respecto de la relación de dominación, dentro de la crítica de una sociedad
capitalista plenamente constituida. Pero no mediante la concepción del estado como una
superestructura política determinada por una base económica, esto es, siguiendo la otra
concepción del estado predominante en el marxismo ortodoxo de la II y III
Internacionales y conservada, aunque en versiones sofisticadas, por Louis Althusser,
Nicos Poulantzas y sus seguidores. La metáfora arquitectónica base – superestructura no
es un recurso disponible dentro de la derivación del estado.9 Holloway y Picciotto ya
habían señalado con razón, en este sentido, que “una teoría materialista del estado no
comienza preguntando de qué manera la ´base económica’ determina a la ´superestructura
política’, sino preguntando qué sucede con las relaciones de producción bajo el
capitalismo que hace que asuman formas política y económica separadas” (1994: 78).
Solo puede fundamentarse cierta prioridad de la relación de explotación respecto de la
relación de dominación, siempre dentro de la crítica marxiana de una sociedad capitalista
plenamente constituida, a partir de una concepción dialéctica del carácter materialista de
dicha crítica. En efecto, la crítica marxiana es materialista en la medida en que es la crítica
del perpetuamiento irracional del reino de la necesidad que impone la sociedad capitalista
como sociedad de clases. Pero en esta sociedad de clases en particular, la relación de
explotación aparece como polo de la necesidad (como la mencionada necesidad de vender
la fuerza de trabajo; en términos dialécticos, como determinación) mientras que,
paradójicamente, la relación de dominación aparece como polo de la libertad (como mera
libertad de venderla; como carencia de determinación). Esta libertad queda determinada
por aquella necesidad, en consecuencia, convirtiéndose en dominación.10 Quizás, si
volvemos un instante a la cuestión de la co-constitución de estas relaciones de explotación
y dominación y siempre que no se interprete nuestro argumento de manera histórica,
podemos replantear esta prioridad de manera más sencilla. Podemos decir, en este sentido,
que la emancipación respecto de las relaciones de sujeción personales creó condiciones
para una potencial sociedad de productores libres e iguales, mientras que la apropiación /
expropiación de los medios de producción creó a su vez la realidad de la imposición de

9
La metáfora base – superestructura está reñida con la dialéctica porque supone una relación de
mera causalidad o, en el mejor de los casos, de interacción entre instancias externas unas a otras.
En este sentido, podemos recurrir al jóven Lukács para afirmar que el estado y el capital son más
bien “objetividades” (Gegenständlichkeiten; aquí, modos de existencia) de una misma “totalidad
concreta” (konkrete Totalität; aquí, de las relaciones sociales capitalistas) (Lukács 1969).
10
La concepción dialéctica del materialismo que presuponemos es especialmente deudora del
pensamiento frankfurtiano: véanse, en particular, los ensayos del joven Horkheimer (1999) sobre
el concepto de materialismo. Y podríamos ir aún más lejos y preguntarnos: ¿no puede
reinterpretarse a su vez toda la dialéctica moderna entre libertad y necesidad (incluyendo, desde
luego, la definición hegeliana de la libertad como el reconocimiento de la necesidad) como una
enorme paráfrasis filosófica de esta compulsión impuesta por las relaciones de explotación
capitalistas? Se trataría de una dialéctica entre la libertad y una necesidad que no es la impuesta
por las leyes de la naturaleza (como en el Engels del Anti-Duhüring o el Lenin de Materialismo
y empiriocriticismo), ciertamente, sino por las de una segunda naturaleza.
una nueva relación de explotación entre propietarios de medios de producción y de fuerza
de trabajo y, en consecuencia, esta nueva relación de explotación convirtió aquella
potencial relación entre productores libres e iguales en una nueva relación de dominación.
Conviene recordar, en este punto, la crítica del joven Marx al concepto de estado de
Hegel. El Marx de la Rheinische Zeitung de 1842 todavía sostenía que “el elemento
constitutivo del estado” era o debía ser “la idea racional de la libertad” (1982: 233), es
decir, compartía la concepción hegeliana de que en el estado, en las instituciones
contempladas en su constitución, se realizaba la libertad particular de manera racional,
alcanzándose la unidad en sí de la libertad y la necesidad (Hegel 1975: 233 y ss.). Pero
ya al año siguiente, en sus apuntes sobre las lecciones hegelianas de filosofía del derecho,
planteaba su conocida crítica a su concepción de la relación entre estado y sociedad civil:
“el estado político no puede existir sin la base natural de la familia y sin la base artificial
de la sociedad civil; son para él una conditio sine qua non, pero la condición es formulada
como siendo lo condicionado, lo determinante como siendo lo determinado, lo productor
como siendo el producto de su producto” (1970: 16). Ahora bien, esta crítica no debe
interpretarse como una mera inversión de la relación entre las instancias determinante y
determinada en el vínculo entre estado y sociedad civil, inversión que conduciría a un
reemplazo de un principio metafísico idealista por otro no menos metafísico principio
presuntamente materialista. En efecto, el estado capitalista, una vez instaurado, pone
retroactivamente algunos de sus propios presupuestos en la sociedad civil, como afirmaba
Hegel y como enseguida veremos. Pero justamente en la medida en que la separación
entre lo político y lo económico es constitutiva de las relaciones sociales capitalistas, esta
capacidad del estado de poner sus propios presupuestos enfrenta estrictos límites. La
libertad encarnada en el estado sigue siendo reconocimiento de la necesidad, pero de una
necesidad que le viene impuesta por la relación de explotación vigente, convirtiéndola en
relación de dominación. Por eso Marx, a la vez que aplaude el reconocimiento de Hegel
del desgarramiento moderno entre estado y sociedad civil, condena su intento de
emparcharlo dentro de su concepto de estado (Marx 1970: 88 y ss.; Hegel 1975: 252 y
ss.). En este intento reconciliador, justamente, queda condenado como idealismo.

4. La reproducción de lo político y la lucha de clases


La imposición de la separación entre lo económico y lo político implica, además, la
instauración de un nuevo modo de reproducción de las relaciones de explotación y de
dominación como relaciones separadas, así como un nuevo modo de vinculación entre
ambas. En efecto, acabamos de afirmar que esa imposición de la separación entre lo
económico y lo político debe concebirse como una co-constitución de ambas esferas a
partir de la abolición de las relaciones personales de sujeción predominantes en las
sociedades precapitalistas. Pero esta co-constitución no es un acto, sino un proceso: ese
proceso histórico que asociamos con la denominada acumulación primitiva. Podemos,
entonces, distinguir analíticamente entre dos escenarios. Tenemos, por una parte, un
escenario de imposición originaria de la separación entre lo económico y lo político en el
que ambas esferas todavía no se encuentran plenamente diferenciadas y donde las
relaciones de explotación y dominación aún se reproducen conjuntamente y gracias a un
ejercicio de violencia extraeconómica en el que el propio estado desempeña un papel
decisivo. En este escenario no hay libertad, en ninguno de sus dos sentidos. Y tenemos,
por otra parte, un escenario de reproducción posterior de esa separación entre lo
económico y lo político en el que ambas esferas ya se encuentran plenamente
diferenciadas y donde las relaciones de explotación y dominación se reproducen por
separado. Los propietarios de fuerza de trabajo y medios de producción se reproducen
ahora como trabajadores asalariados y como capitalistas sobre la base de la compulsión
económica, de la necesidad, impuesta por la acumulación de capital. La relación de
explotación se reproduce por sí misma, entonces, poniendo retroactivamente sus propios
presupuestos, como sostiene Marx (1990 I) en su análisis de la reproducción ampliada.
Desde luego que la reproducción del capital es, en la realidad, un proceso muchísimo más
complejo que el presentado en este último escenario. La reproducción del capital es la
reproducción de una relación de explotación y, por consiguiente, está atravesada por el
antagonismo entre capital y trabajo y no puede reducirse a un proceso automático y
garantizado de antemano. Volveremos enseguida sobre este punto. La reproducción de
esa relación de explotación, además, enfrenta continuamente el desafío de subsumir a sí
misma nuevas esferas de la vida social, renovando continuamente esos mecanismos de
expropiación extraordinaria y de violencia extraeconómica propios de la acumulación
originaria. También sobre este punto volveremos enseguida. Pero la distinción analítica
entre los escenarios de la acumulación originaria y la acumulación a secas sigue siendo
válida porque nos permite identificar las diferencias entre esta reproducción de la relación
de explotación y la imposición originaria de la misma y, más importante aún en este
contexto, sugerir la idea de que la relación de dominación se reproduce de manera
análoga. En efecto, la reproducción del estado es la reproducción de la separación de esta
relación de dominación respecto de la relación de explotación. Y esta separación se
reproduce fundamentalmente a través del encuadramiento jurídico-político, por parte del
estado, de los trabajadores y los capitalistas como ciudadanos. El estado niega así la
relación inmediata de clase, para reafirmarla una vez mediada por la igualdad ante la ley.
Entonces, también la relación de dominación se reproduce a sí misma poniendo
retroactivamente sus propios presupuestos, poniendo a trabajadores y capitalistas como
ciudadanos, como había sospechado Hegel (1975) en su pasaje de la sociedad civil al
estado. Aunque, lejos de realizarse en el estado, la libertad se degrada en esta dialéctica
a un vehículo de la necesidad.

Volvamos ahora un instante a la separación entre productor y medios de producción


en el registro histórico de Gerstenberger, o sea, a la acumulación originaria propiamente
dicha.11 Bonefeld (1988) rechazó el empleo tradicional del concepto de acumulación
originaria como un concepto exclusivamente pertinente para el proceso de separación
entre el productor y los medios de producción inherente a la transición del feudalismo al
capitalismo (así como a la incorporación al mercado mundial capitalista de economías
precapitalistas) sugiriendo la permanencia de esa acumulación originaria. En un debate
alrededor de esta idea reafirma Bonefeld: “La acumulación primitiva no sólo describe el
período de transición que conduce a la emergencia del capitalismo. La acumulación
primitiva es, de hecho, el fundamento de las relaciones sociales capitalistas y por
consiguiente la constitución social a través de la cual subsiste la explotación del trabajo”
Y agrega más adelante: “La acumulación primitiva, entonces, persiste, en la relación
capital, como su acción de presuposición constitutiva [its constitutive pre-positing
action]. Esta ´acción´ reside en el centro de la reproducción del capital: la acción de
presuposición de la separación del trabajo respecto de sus medios no es el resultado
histórico del capital sino su presuposición, una presuposición que convierte al capital en
una relación social en y a través del divorcio de la fuerza productiva del trabajo respecto
de sus condiciones” (2001: 1; 7). Este argumento tiene dos grandes virtudes. La primera
consiste en que reafirma la centralidad constitutiva de esa separación entre productor y
medios de producción que nosotros tomamos aquí como punto de partida. Como señala
De Angelis, que comparte en buena medida este argumento de Bonefeld (véase 1999),

11
Recordemos que la acumulación originaria (la sogenannte ursprüngliche Akkumulation, para
mantener la distancia respecto de la expresión) ocupa en la crítica marxista del estado la misma
posición que ocupaba el contrato en el pensamiento político clásico de la burguesía (véase en este
sentido Negri 1994: 307 y ss.): el estado no vino al mundo por la gracia de un contrato sino, como
el capital, chorreando sangre por todos sus poros.
“la idea crucial en el núcleo del enfoque de Marx es el concepto de separación entre
productores y medios de producción” (2001: 5). La segunda consiste en que insiste en el
carácter antagónico de dicha separación. De Angelis agrega que “el divorcio implicado
en la definición de la acumulación originaria puede ser entendido no sólo como el origen
del capital vis-à-vis relaciones sociales precapitalistas, sino también como una
reafirmación de las prioridades del capital vis-à-vis aquellas fuerzas sociales que van en
contra de esta separación. Entonces, los espacios de autonomía precapitalistas (las tierras
en común de los hacendados ingleses, los commons del África blanco de los traficantes
de esclavos) no son los únicos objetivos de estrategias de acumulación originaria.
También devienen objetivos de acumulación originaria una determinada relación de
fuerza entre clases que constituye una ´rigidez´ para la prosecución del proceso capitalista
de acumulación o que va en la dirección contraria. Puesto que para Marx las luchas de la
clase trabajadora son un elemento continuo de la relación capitalista de producción, el
capital debe implicarse continuamente en estrategias de acumulación primitiva para
recrear las ´bases´ de la acumulación misma” (2001: 14-15). En efecto, la separación entre
productor y medios de producción es el presupuesto fundamental para el perpetuamiento
de las relaciones sociales capitalistas, pero no es un presupuesto garantizado de antemano
sino que a menudo debe ser violentamente reimpuesto a través de la lucha de clases. Y el
estado vuelve a jugar un papel clave en esta reimposición. Pero este argumento no debe
conducirnos a desdibujar la distinción misma entre los conceptos de acumulación
originaria y acumulación a secas (véase Zarembka 2002 y Bonefeld 2002). Marx era
preciso en este sentido. “La relación del capital presupone la escisión entre los
trabajadores y la propiedad sobre las condiciones de realización del trabajo. Una vez
establecida la producción capitalista, la misma no sólo mantiene esa distinción, sino que
la reproduce en escala cada vez mayor. El proceso que crea a la relación del capital, pues,
no puede ser otro que el proceso de escisión entre el obrero y la propiedad de sus
condiciones de trabajo, proceso que, por una parte, transforma en capital los medios de
producción y de subsistencia sociales, y por otra convierte a los productores directos en
asalariados. La llamada acumulación originaria no es, por consiguiente, más que el
proceso histórico de escisión entre productor y medios de producción [historische
Scheidungsprozeß von Produzent und Produktionsmittel]. Aparece como ´originaria´
porque configura la prehistoria del capital y del modo de producción correspondiente al
mismo” (Marx 1990 I: 893; asimismo 1986: 433 y ss.). Esta distinción entre los conceptos
de acumulación originaria y acumulación a secas es importante para entender la dinámica
de la acumulación, naturalmente, pero no es en este sentido en el que nos interesa en este
contexto.12 Aquí nos interesa, en cambio, remarcar su importancia en otros dos sentidos:
para entender la reproducción de la dominación (es decir, del estado) y para entender su
vínculo con la reproducción de la explotación (es decir, del capital). La distinción entre
acumulación originaria y acumulación a secas implica que la relación de explotación
capitalista se impuso originariamente de una manera diferente de la manera en que se
reproduce una vez impuesta y, como ya señalamos, permite pensar de manera análoga la
reproducción de la relación de dominación.13
Pero no solamente esta reproducción de las relaciones de explotación y dominación,
sino también el vínculo entre ambas, son muy distintos en condiciones de acumulación
originaria y de acumulación a secas. Marx solía insistir en este punto. “No basta con que
las condiciones de trabajo se presenten en un polo como capital y en el otro como hombres
que no tienen nada que vender, salvo su fuerza de trabajo. Tampoco basta con obligarlos
a que se vendan voluntariamente. En el transcurso de la producción capitalista se
desarrolla una clase trabajadora que, por educación, tradición y hábito reconoce las
exigencias de ese modo de producción como leyes naturales, evidentes por sí mismas. La
organización del proceso capitalista de producción desarrollado quebranta toda
resistencia; la generación constante de una superpoblación relativa mantiene la ley de la
oferta y la demanda de trabajo, y por lo tanto el salario, dentro de los carriles que
convienen a las necesidades de valorización del capital; la coerción sorda de las relaciones
económicas pone su sello a la dominación capitalista sobre el obrero. Sigue usándose,
siempre, la violencia directa, extraeconómica, pero sólo excepcionalmente. Para el curso
usual de las cosas es posible confiar el obrero a las ´leyes naturales de la producción´
[Naturgesetzen der Produktion], esto es, a la dependencia en que el mismo se encuentra
con respecto al capital, dependencia surgida de las condiciones de producción mismas y
garantizada y perpetuada por estas. De otra manera sucedían las cosas durante la génesis

12
En Bonnet (2008: cap. 3), en cambio, nos detuvimos en esta diferencia para analizar los
procesos hiperinflacionarios registrados en Argentina entre 1989 y 1991 en términos de una
expropiación extraordinaria.
13
Acaso esta diferencia entre la manera en que las relaciones de explotación y dominación
capitalistas se impusieron originariamente y la manera en que se reproducen una vez impuestas
se hallara en la base de muchas de las diferencias entre Marx y Bakunin. El no reconocimiento de
esta diferencia parece haber impedido a Bakunin, a pesar de la mayúscula importancia que le
atribuía al estado, alcanzar una concepción precisa de estado específicamente capitalista (véanse
sus consideraciones acerca de los diversos estados europeos y del estado en general en Bakunin
2004 y 2006).
histórica de la producción capitalista. La burguesía naciente necesita y usa el poder del
estado para ´regular´ el salario, esto es, para comprimirlo dentro de los límites gratos a
la producción de plusvalor, para prolongar la jornada laboral y mantener al trabajador
mismo en el grado normal de dependencia. Es este un factor esencial de la llamada
acumulación originaria” (1990 I: 922-3).
Una vez establecida esa diferencia, sin embargo, debemos evitar explícitamente dos
conclusiones erróneas que podrían seguirse de este argumento. En primer lugar, afirmar
que las relaciones de explotación y dominación se reproducen por separado equivale,
sencillamente, a afirmar que se reproduce la propia separación entre lo político y lo
económico. Pero no equivale de ninguna manera a decir que pueda reproducirse la una en
ausencia de la otra.14 Recordemos que el estado y el capital son formas diferenciadas de
unas mismas relaciones sociales. Recordemos que es el ciudadano, persona jurídica libre,
quien puede vender su fuerza de trabajo y que es a su vez el desarrollo del intercambio de
mercancías, que incluye esa compraventa generalizada de fuerza de trabajo, el que
sustenta el desarrollo de aquella ciudadanía. Ninguna de esas relaciones es autosuficiente.
Y en segundo lugar, como ya dijimos, afirmar que esas relaciones de explotación y
dominación se reproducen poniendo retroactivamente sus presupuestos tampoco equivale
a afirmar que dicha reproducción no esta sometida a la lucha de clases. Las relaciones de
explotación y dominación son relaciones antagónicas y su reproducción es a la vez la
reproducción de ese antagonismo. La reproducción de las relaciones de explotación y
dominación, incluso la propia separación entre ambas, por consiguiente, no es automática
y no está garantizada de antemano. Incluso puede decirse que el propio Marx, en pasajes
como el citado, exageraba un poco la automaticidad de esa reproducción: las leyes de la
segunda naturaleza, como esas “leyes naturales de la producción”, nunca son como las de
la primera. Y las grandes oleadas de la lucha de clases suelen desembocar en masivas
impugnaciones simultáneas de esas relaciones de explotación y dominación, es decir,
precisamente, en crisis de las relaciones sociales capitalistas.15 Insistimos en que, aún

14
Polanyi insistó correctamente sobre este punto: “la peculiaridad más sorprendente del sistema
de mercado reside en el hecho de que, una vez establecido, debe permitirse que funcione sin
interferencia alguna” (1992: 53). Sin embargo, su concepción fetichista de la relación social
capitalista como una mera generalización de la relación mercantil (a la fuerza de trabajo, la tierra
y el dinero), antes que como relación de explotación, le impidió analizar esa separación en
términos la diferenciación entre dos formas de esa relación social.
15
La manera en que se articulan las relaciones de dominación y explotación en determinadas
condiciones históricas y geográficas se materializa en las relaciones que se establecen entre estado
y mercado dentro de las distintas formas de estado. En Bonnet (2011) propusimos un análisis de
cuando la propia separación entre productor y medios de producción sea cuestionada por
los trabajadores y violentamente reafirmada por los capitalistas, en estas crisis no estamos
ante una reiteración de la acumulación originaria –aunque más no sea porque, en la
acumulación originaria, aún no había lucha alguna entre trabajadores y capitalistas. Sin
embargo, sigue siendo cierto, como escribe Holloway, que “sería pues un grave error
pensar que las formas capitalistas de relación social estuvieran ya firmemente
establecidas en la aurora del capitalismo, y que se marchitaran y desaparecieran con la
transición al socialismo, pero existiendo siempre establemente dentro del capitalismo. ...
Las formas determinadas del capital no están sencillamente establecidas históricamente,
sino que tienen que restablecerse constantemente, en sus determinaciones específicas,
mediante la lucha de clases. En el caso del estado, por ejemplo, sería un error pensar en
la separación de la política y la economía como firmemente establecida desde el momento
en que primero surgió el estado capitalista como tal” (1994a: 131). En este sentido, no
alcanza con entender al estado como una forma de las relaciones sociales capitalistas,
como hicimos hasta este momento, sino que debe entendérselo como una forma - proceso
cuya reproducción está sometida a la lucha de clases a raíz, precisamente, del carácter
antagónico inherente a esas relaciones sociales capitalistas. El concepto de forma, en caso
contrario, puede resultar engañoso.
En la reproducción del estado capitalista, finalmente, desempeña un papel decisivo la
ideología. Y entender al estado como forma de las relaciones sociales capitalistas nos
permite asimismo sentar las bases para una crítica de la manera en que aparece el estado
capitalista en la ideología dominante. En efecto, si asumimos que el fetichismo es el
fundamento último de la ideología en la sociedad capitalista, la critica del fetichismo de
la forma estado es el fundamento de la crítica de la manera en que aparece el estado
capitalista en la ideología dominante.16 La reproducción del estado como forma – proceso
en el plano ideológico es, en consecuencia, el proceso de fetichización de la separación
entre lo económico y lo político. El liberalismo, en sus distintas variantes, es la
consagración ideológica sin más de esta separación entre lo político y lo económico. Por

este problema a partir de la experiencia argentina reciente, prestando especial atención a las
grandes crisis de 1989-1991 y 1999-2001.
16
Aquella concepción de la forma como proceso remite a Sohn-Rethel (2001.), mientras que fue
el joven Lukács (1969), naturalmente, quien ubicó al fetichismo como fundamento de la teoría de
la ideología. En su recuperación de estos elementos para la crítica del estado capitalista, Holloway
(véase, por ejemplo, 2002 caps. 4 a 6) supera ampliamente a los enfoques originales del debate
alemán.
esta razón, el liberalismo no es solamente ni una vertiente ideológica entre otras ni la
vertiente ideológica predominante en el capitalismo contemporáneo, sino la ideología
capitalista por excelencia. El liberalismo asume a su manera que lo económico y lo
político son dos modos de existencia de una misma relación (presentando, por ejemplo,
al mercado y la democracia como dos caras de la misma moneda) y se asume a si mismo
con guardián de dicha separación. El reformismo, en cualquiera de sus variantes, descansa
en cambio en una fetichización inversa de la separación entre lo económico y lo político.
Supone en última instancia, implícita pero inevitablemente, que lo político y lo
económico son dos relaciones sociales distintas (como neutralidad de clase del estado
frente al mercado doméstico, como autonomía del estado nacional dentro del mercado
mundial, o ambas cosas a la vez).17 Estas maneras en que aparece el estado capitalista en
el liberalismo y en el reformismo son, en este sentido, ilusorio-objetivas en sentido
estricto: son ilusiones originadas directamente en la separación entre lo económico y lo
político, característica objetiva de las relaciones sociales capitalistas. El liberalismo y su
contrapartida, el reformismo, se reproducen entonces junto con la reproducción de esa
separación entre lo económico y lo político y a la vez convalidan ideológicamente dicha
reproducción.

5. El porvenir del estado capitalista


Revisemos en este último apartado, siempre desde esta perspectiva de la derivación
del estado a partir de la separación entre productor y medios de producción, dos
cuestiones decisivas vinculadas con el provenir del estado capitalista. La primera de estas
cuestiones remite al carácter estatal-nacional de la dominación. Vimos que, a partir de la
separación entre productor y medios de producción, puede derivarse la separación entre
lo económico y lo político pero, estrictamente hablando, no puede derivarse que lo
político asuma la forma de estado; puede derivarse la particularización de la relación de
dominación pero, estrictamente hablando, no puede derivarse que esta particularización
conduzca necesariamente a la formación de diferentes estados nacionales y un sistema
internacional de estados. Por cierto, la derivación del estado a partir de la separación entre
productor y medios de producción provee conceptos fundamentales para una crítica de

17
Quizás las formaciones ideológicas reformistas realmente existentes sean siempre versiones de
esta última combinación entre estatismo y nacionalismo, aunque en distintas proporciones y con
distintas connotaciones, porque siempre la forma fetichizada es un estado que se encuentra
articulado tanto con el mercado doméstico como con el mercado mundial. Tales son los casos de
la socialdemocracia europea clásica y, naturalmente, del populismo latinoamericano.
las relaciones internacionales (véase, por ejemplo, Burnham 1994 y 2002). Pero la
estructuración de la relación de dominación (principalmente) alrededor de estados
nacionales y un sistema internacional de estados fue resultado de un proceso histórico,
así como lo sería su reemplazo por una estructuración supraestatal, en caso de suceder.
Estos problemas incumben al análisis histórico y no a la derivación teórica del estado
(véase la crítica de Lacher 2002 a Burnham). Sin embargo, aunque parezca paradójico,
esta misma imposibilidad de derivar la estructuración de la relación de dominación
capitalista en estados nacionales y sistema internacional de estados nos informa sobre
algunas características distintivas de dicha relación de dominación.

Conviene plantear este problema en dos pasos. El primer paso consiste en reconocer
que, en los hechos, esa relación de dominación particularizada no es co-extensiva con el
estado nacional aislado sino, en el mejor de los casos, con el sistema internacional de
estados. La separación entre las relaciones de explotación y dominación debe pensarse,
como advirtió von Braunmühl (1978) en el marco del debate alemán, al menos a escala
del mercado mundial y el sistema internacional de estados. Y este sistema internacional
de estados no es la mera sumatoria de los distintos estados nacionales que lo integran sino
que, por el contrario, es una totalidad que media a cada uno de esos distintos estados. Los
estados nacionales son el modo en el que existe el sistema internacional de estados. El
sistema internacional de estados opera, tanto lógica como históricamente, como condición
de los estados nacionales individuales. El estado nacional se define negativamente
respecto de los restantes estados nacionales en el sistema internacional de estados. Y en
los orígenes históricos de todos los estados nacionales se encuentra la compulsión que
ejerció la existencia de un sistema internacional de estados sobre las comunidades
involucradas para que adoptaran al estado nacional como forma política de
organización.18 El sistema internacional de estados determina, además, la forma, las
funciones y el poder de sus estados nacionales miembros. El sistema internacional de
estados, en pocas palabras, es una suerte de sistema de cárceles contiguas en el que la
capacidad de secuestro de cada una descansa sobre el conjunto: su secreto sigue siendo la

18
Véanse los argumentos históricos de Wood (2002) y Teschke (2005) sobre los orígenes de los
estados nacionales europeos -a excepción del británico. Pero adviértase que vale también para el
caso de las colonias latinoamericanas que conquistaron su independencia en el siglo XIX,
enfrentaron la tarea histórica de organizarse políticamente y emprendieron la constitución de
estados nacionales. Esto refuerza nuestra advertencia (de la nota 3) contra el desmedido énfasis
en supuestas peculiaridades del estado en la región.
supresión de las tierras libres. Pero ahora hay que dar un segundo paso, que consiste en
advertir que, en los hechos, aquella relación de dominación particularizada tampoco
coincide según su contenido con este sistema internacional de estados. Hay (y siempre
hubo) en el capitalismo aspectos de la dominación que trascienden al estado nacional e
incluso al sistema internacional de estados, revistiendo características propiamente
supraestatales.19 En efecto, no se requiere suponer la existencia de instituciones
supraestatales en sentido estricto para afirmar que la dinámica de una serie de procesos,
normas y organismos, aunque interestatales o incluso estatales en su origen, no puede
explicarse sin resto a partir de la dinámica de los estados nacionales involucrados en ellos.
El sistema internacional de estados produce efectos propiamente supranacionales. El
proceso de convergencia jurídica internacional, por ejemplo, cobra independencia
respecto de los estados nacionales legisladores. Y, en este punto, aquella imposibilidad
de derivar la estructuración de la relación de dominación (principalmente) en estados
nacionales y sistema internacional de estados se convierte en la posibilidad de pensar
estas formas supranacionales de dominación.
Sin embargo, la derivación de la particularización de la relación de dominación a
partir de la separación entre productor y medios de producción permite realizar, además,
otras afirmaciones importantes sobre la manera en que se territorializa esa relación de
dominación. Las características personal y territorial de la relación precapitalista de
sujeción son dos caras de una misma moneda. La abolición de esta relación de sujeción
implica a su vez la abolición de su territorialidad. La libertad de los propietarios de medios
de producción y de fuerza de trabajo es libertad de los unos respecto de los otros -en tanto
individuos, naturalmente, no en tanto clases- y de ambos respecto de cualquier territorio
dado. Sin embargo, así como la conversión de la fuerza de trabajo y de los medios de
producción en mercancías supone esa des-territorialización de las relaciones de
producción, la explotación efectiva exige su re-territorialización. Debe establecerse,
entonces, un nuevo vínculo entre las relaciones de explotación y dominación, por una
parte, y el territorio, por la otra. Las relaciones de explotación (cuyo escenario es el

19
En este sentido, ya en los setenta Sol Picciotto había propuesto “analizar el proceso histórico
de internacionalización de ambos, el estado y el capital, como un proceso interrelacionado. Esto
demostrará un conjunto más complejo de relaciones y quizás nos permita comenzar a teorizar las
formas cambiantes del estado y el capital en relación con las relaciones internacionales de clase”
(1991a: 46; véase asimismo Picciotto 1991b). La hipótesis de un imperio como nueva forma
supranacional de soberanía planteada por Toni Negri y Michael Hardt (2002) impulsó
significativamente las discusiones en este sentido.
mercado mundial) y de dominación (cuyo escenario es el sistema internacional de
estados) suponen entonces una des-territorialización de las relaciones sociales, pero a la
vez exigen su re-territorialización. La tensión entre estas des-territorialización y re-
territorialización es constitutiva de esas relaciones sociales y ciertamente se deriva de
aquella separación entre productor y medios de producción. Y también se deriva de la
separación entre productor y medios de producción la tensión entre fragmentariedad y
unidad de esa territorialidad capitalista. La propiedad de los medios de producción (o sea,
el capital) es a la vez una y diversa: distintos propietarios de medios de producción
(capitales en competencia) participan de una explotación en común (como alícuotas del
capital social total) de los propietarios de fuerza de trabajo. Y también la propiedad de la
fuerza de trabajo es a la vez una y diversa, aunque en un sentido algo diferente: distintos
propietarios de fuerza de trabajo (trabajadores en competencia) la portan como una
capacidad inseparable de su persona y, aunque pueden venderla a distintos capitalistas,
son explotados en su conjunto por el capital social total. Esta característica de la relación
de explotación introduce otra tensión dentro de la relación de dominación, a saber, la
tensión entre fragmentariedad y unidad.20
Estas tensiones subyacen a la dinámica de las relaciones sociales capitalistas. Desde
luego, no estamos diciendo que la evolución histórica de la relación de dominación, la
conformación de estados nacionales, la integración de esos estados dentro de un sistema
internacional de estados, el surgimiento de formas sub- y supra-estatales de soberanía,
etc., puedan deducirse sin más de la existencia estas tensiones. Solo decimos que estas
dos tensiones, complementarias y derivadas ambas de la separación entre productor y
medios de producción constitutiva de las relaciones sociales capitalistas, se encuentran
en los fundamentos de esa evolución. Esta evolución, por consiguiente, es un proceso
atravesado por el antagonismo inherente a dicha separación. Sobre estos fundamentos
habría que analizar históricamente el proceso de constitución efectiva de esa relación de
explotación como un capital global y, eventualmente, de esa relación de dominación

20
Nosotros preferimos presentar estas tensiones de esta manera, en lugar de resumirlas en una
tensión entre lo territorial-fragmentado, identificado con los estados nacionales, y lo aterritorial-
unificado, identificado con capital global, como hace entre otros Holloway: “con la transición al
capitalismo, la lucha contra la insubordinación del trabajo asume dos formas particulares, una
forma económica, a-territorial (global), y una forma política, territorial y fragmentada, múltiple
(1994b: 162). Pero, naturalmente, esto no implica desconocer el hecho de que, especialmente en
el capitalismo contemporáneo, los diversos estados nacionales aparezcan como polos fijos ante
los movimientos del capital global (véase Holloway 1993).
como una estatalidad global, a través de la propia competencia entre distintos capitales
arraigados en distintos estados nacionales.21

La segunda cuestión que queremos revisar, para cerrar este último apartado, es la de
la relación entre el estado y la revolución. Demás está decir que la derivación del estado
de la separación entre productor y medios de producción no puede proporcionarnos por
sí misma una guía para la práctica revolucionaria. Los conceptos de cualquier teoría
revolucionaria conceptualizan sujetos, programas y modalidades de organización y de
acción enraizados en condiciones históricas y sociales muy específicas, es decir, son
conceptos correspondientes a un nivel de abstracción muy diferente del que manejamos
en estas páginas. Sin embargo, esa derivación del estado no deja de involucrar cierta
orientación general para la lucha anti-capitalista. Esta orientación es radicalmente anti-
estatista y vamos a sintetizarla en tres afirmaciones fundamentales. En primer lugar, si el
estado es una forma, es decir, un modo de existencia, de las relaciones sociales
capitalistas, la lucha anti-capitalista apunta inevitablemente a abolir el estado capitalista.
En este sentido, las concepciones más tradicionales de la relación entre el estado y la
revolución (a saber, la kautskyana de la II y la leninista de la III Internacionales) son
insuficientemente radicales. En segundo lugar, si la existencia de ese estado capitalista
descansa sobre la separación entre lo económico y lo político, su abolición puede
entenderse como la abolición de esa separación entre lo económico y lo político. La
revolución no puede concebirse como un cambio en el carácter de clase (capitalista) de
una relación de dominación que seguiría particularizada como estado (como estado
obrero o cualquier otro oxímoron semejante), pues la separación entre lo económico y lo
político que sustenta esa particularización del estado no es neutra sino propiamente
capitalista. La revolución solo puede concebirse como un proceso, acaso prolongado pero
permanente, de abolición de la separación entre lo político y lo económico. En una serie
de experiencias históricas así como en las ideas revolucionarias inspiradas en ellas (en los
consejos obreros de los años veinte, en algunos experimentos de autogestión de los

21
Aquí es interesante recordar la manera en que Toni Negri conceptualizaba la relación entre la
socialización de la explotación, del antagonismo y del dominio capitalista, en la crisis del
capitalismo de posguerra y a propósito del debate alemán: “la socialización de la producción y la
extensión del poder de mando sobre la socialización de la producción son momentos de
reproducción ampliada del antagonismo esencial [...] toda la máquina del Estado se desarrolla a
partir de la necesidad de controlar esta socialización de la relación capitalista de explotación”
(2003: 310; 317).
sesenta) podemos encontrar esbozos de este proceso de abolición de la separación entre
lo económico y lo político. Pero, naturalmente, no podemos conocer de antemano las
características que revestiría un proceso de abolición generalizada de la separación entre
lo económico y lo político en las condiciones del capitalismo contemporáneo. En tercer
lugar, así como la relación de dominación capitalista no coincide con el estado nacional,
su abolición tampoco puede pensarse en términos nacionales. La revolución solo puede
concebirse como un proceso a escala mundial, aun cuando la organización de la
dominación en un sistema internacional de estados le imponga distintos ritmos en los
distintos países y regiones. Y, en cuarto lugar, la relación que establece la lucha anti-
capitalista entre la revolución y el estado es tan ajena al anti-estatismo liberal como al
estatismo reformista. El anti-estatismo comunista se diferencia radicalmente del anti-
estatismo liberal en la misma medida en que el primero impugna, mientras que el segundo
legitima, la separación entre lo económico y lo político. El anti-estatismo liberal quiere
preservar el mercado respecto del estado; el anti-estatismo comunista abolir tanto el
mercado como el estado en haras de una sociedad autodeterminada. Pero la confrontación
entre el liberalismo y el reformismo tampoco encuentra al comunismo junto a este último.
El estatismo reformista puede adoptar rasgos más progresistas o más reaccionarias pero,
por encima de estas diferencias, es conservador en la misma medida en que refuerza la
legitimidad del estado y de la nación. Y esta legitimación del estado y la nación no es,
precisamente, parte de la lucha contra el capitalismo.

Referencias

Nota: citamos las ediciones en español de los textos cuando existen, aunque a menudo revisamos
las traducciones correspondientes con los originales; en los casos de textos inéditos en español,
las traducciones son nuestras.

Bakunin, M. (2004): Estatismo y anarquía, Bs. As., Utopía Libertaria.

Bakunin, M. (2006): Dios y el estado, Bs., As., Utopía Libertaria.

Bonefeld, W. (1988): “Class struggle and the permanence of primitive accumulation”, en


Common Sense 5, Glasgow, CSE.

Bonefeld, W. (2001): “The permanence of primitive accumulation: commodity fetishism and


social constitution”, en The Commoner 2, www.commoner.org.uk.

Bonefeld, W. (2002): “History and social constitution: primitive accumulation is not primitive”,
en The Commoner Debates, www.commoner.org.uk.
Bonnet, A. (2003): “El comando del capital-dinero y las crisis latinoamericanas”, en W. Bonefeld
y S. Tischler (comps.): A 100 años del ¿Qué hacer? Leninismo, crítica marxista y la cuestión de
la revolución hoy, Bs.As., Herramienta - ICSyH-BUAP.

Bonnet, A. (2007): “El concepto de hegemonía a la luz de las hegemonías neoconservadoras”, en


Nuevo Topo. Revista de historia y pensamiento crítico 4, Bs. As.

Bonnet, A. (2008a): “Estado y clase. La relación con el estado en la constitución del proletariado
como clase en el pensamiento de Marx”, XXVII Congreso de la Asociación Latinoamericana de
Sociología (ALAS), Buenos Aires, 31 de agosto al 4 de septiembre.

Bonnet, A. (2008b): La hegemonía menemista. El neoconservadurismo en la Argentina, 1989-


2001, Bs. As., Prometeo.

Bonnet, A. (2011): “Las relaciones entre estado y mercado: ¿un juego de suma cero?”, en A.
Bonnet (comp.): El país invisible. Debates sobre la Argentina reciente, Bs. As., Peña Lillo /
Continente.

Bonnet, A. (2012): “Riñas en la cofradía. Los conflictos interburgueses en las crisis argentinas
recientes”, a publicarse en Conflicto Social. Revista del Programa de investigación sobre
conflicto social 8, Instituto de Investigaciones Gino Germani, FCS-UBA.

Braunmühl, C. Von (1978): “On the analysis of the bourgeois nation state within the world market
context. An attempt to develop a methodological and theoretical approach”, en Holloway y
Picciotto (1978a).

Burnham, P. (1994): “Open Marxism and vulgar international political economy”, en Review of
international political economy” 1 (2).

Burnham, P. (2002): “Class struggle, states and global circuits of capital”, en Rupert y Smith
(2002).

Clarke, S. (1977): “Marxism, sociology and Poulantzas´ theory of the state”, en Capital and class
2, Londres, CSE.

Clarke, S. (1991a): “The state debate”, introducción a Clarke (1991b).

Clarke, S. (1991b) (ed.): The state debate, Londres, MacMillan.

De Angelis, M. (1999): “Marx´s theory of primitive accumulation: a suggested reinterpretation”,


inédito, en www.homepages.uel.ac.uk/M.DeAngelis.

De Angelis, M. (2001): “Marx and primitive accumulation: the continuous character of capital´s
´enclosures´”, en The commoner 2, www.commoner.org.uk.

Deleuze, G. (1987): Foucault, México, Paidós.

Federici, S. (2011): Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, Bs. As., Tinta
Limón.

Flatow, S. y Huisken, F. (1973): “Zum Problem der Ableitung des bürguerlichen Staates”, en
Prokla 7.

Foucault, M. (1987): Historia de la sexualidad 1: La voluntad de saber, México, Siglo XXI.


Gerstenberger, H. (1978): “Class conflict, competition and state functions”, en Holloway y
Picciotto (1978a).

Gerstenberger, H. (1992): “The bourgeois state form revisited”, en W. Bonefeld, R. Gunn y K.


Psychopedis (eds.): Open Marxism I. Dialectics and history, Londres, Pluto Press.

Gerstenberger, H. (2007): Impersonal power. History and theory of the bourgeois state, Leiden,
Koninklijke Brill.

Gramsci, A. (2000): Cuadernos de la cárcel VI, México, Era.

Hegel, G. F. W. (1975): Principios de la filosofía del derecho, Bs. As., Sudamericana.

Heinrich, M. (2007): “Invaders from Marx. On the uses of Marxian theory, and the difficulties of
a contemporary reading”, en Left Curve 31.

Hirsch, J. (1978): “The state apparatus and social reproduction: elements of a theory of the
bourgeois state”, en Holloway y Picciotto (1978a).

Horkheimer, M. (1999): Materialismo, metafísica y moral, Madrid, Tecnos.

Holloway, J. (1993): “Reforma del estado: capital global y estado nacional”, en Cuadernos del
Sur 16, Bs. As.

Holloway, J. (1994a): “El estado y la lucha cotidiana”, en Holloway (1994).

Holloway, J. y (1994b): “El poder del trabajo y la reorganización de los estados capitalistas”, en
Holloway (1994c).

Holloway, J. (1994c): Marxismo, estado y capital, Bs. As., Tierra del Fuego.

Holloway, J. (2002): Cambiar el mundo sin tomar el poder, Bs. As., Herramienta.

Holloway, J. y Picciotto, S. (eds.) (1978a): State and capital. A marxist debate, Londres, E.
Arnold.

Holloway, J. y Picciotto, S. (1978b): “Introduction: towards a materialist theory of the state”, en


Holloway y Picciotto (1978a).

Holloway, J. y Picciotto, S. (1994): “Capital, crisis y estado”, en Holloway (1994c).

Holloway, J. y Bonefeld, W. (1995): Global capital, national state and the politics of money,
Londres, Macmillan.

Korsch, K. (1979): “Introducción a El Capital”, en K. Korsch: Tres ensayos sobre marxismo,


México, Era.

Lacher, H. (2002): “Making sense of the modern international relations”, en Rupert y Smith
(2002).

Lukács, G. (1969): Historia y conciencia de clase, México, Grijalbo.

Marx. K. (1970): Crítica de la filosofía del estado de Hegel, México, Juan Grijalbo.
Marx, K. (1982): Escritos de juventud, México, FCE.

Marx, K. (1986): Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse)


1857-1858, Tomo I, México, Siglo XXI.

Marx, K. (1990): El capital. Crítica de la economía política, México, Siglo XXI.

Moulier Boutang, Y. (2003): De la esclavitud al trabajo asalariado: economía histórica del


trabajo embridado, Madrid, Akal.

Negri, A. (1994): El poder constituyente. Ensayo sobre las alternativas de la modernidad,


Madrid, Libertarias / Prodhufi.

Negri, A. (1999): “Interpretación de la situación de clase hoy: aspectos metodológicos”, en F.


Guattari y A. Negri: Las verdades nómades & general intellect, poder constituyente, comunismo,
Madrid, Akal.

Negri, A. (2003): “Sobre algunas tendencias de la teoría comunista del Estado más reciente:
reseña crítica”, en A. Negri: La forma – Estado, Madrid, Akal.

Negri, A. y Hardt, M. (2002): Imperio, Madrid, Paidós.

Picciotto, S. (1991a): “The internationalisation of the state”, en Capital and Class 43, Londres,
CSE.

Picciotto, S. (1991b): “The internationalisation of Capital and the international state system”, en
Clarke (1991b).

Piva, A. (2012): “Burocracia y teoría marxista del estado”, en Intersticios. Revista sociológica de
pensamiento crítico 6 (2), Madrid, www.intersticios.es.

Pashukanis, E. B. (1976): La teoría general del derecho y el marxismo, México, Grijalbo.

Polanyi, K. (1992): La gran transformación. Los orígenes políticos y económicos de nuestro


tiempo, México, FCE.

Poulantzas, N. (1976): Poder político y clases sociales en el estado capitalista, México, Siglo
XXI.

Poulantzas, N. (1986): Estado, poder y socialismo, México, Siglo XXI.

Reichelt, H. (1978): “Some comments on Sybille von Flatow and Freerk Huisken´s essay ´On the
problem of the derivation of the bourgeois state´”, en Holloway y Picciotto (1978a).

Rupert, M. y Smith, H. (eds.) (2002): Historical materialism and globalization, Londres,


Routledge.

Sohn-Rethel, A. (2001): Trabajo intelectual y trabajo manual. Crítica de la epistemología,


Barcelona, El viejo topo.

Teschke, B. (2005): “Bourgeois revolution, state formation and the absence of the international”,
en Historical Materialism 13 (2), Leiden, Brill.

Weber, M. (1992): Economía y sociedad. Esbozo de sociología comprensiva, México, FCE.


Wood, E. M. (2002): “Global capital, national states”, en Rupert y Smith (2002).

Zarembka, P. (2002): “Primitive accumulation in marxism, historical or trans-historical


separation from means of production?”, en The Commoner Debates, www.commoner.org.uk.

Zavaleta Mercado, R. (1990): “El estado en América Latina”, en Obras completas III. El estado
en América Latina, La Paz / Cochabamba, Los amigos del libro.

También podría gustarte