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República Bolivariana de Venezuela

Ministerio del Poder Popular para la Educación Universitaria, Ciencia y Tecnología

Universidad Bolivariana de Venezuela

PFG de Estudios Políticos y de Gobierno

Proyecto Bolivariano

Sede Monagas

Los ilustrados y el Estado moderno

Tutor: Iván Alcoba Discente:

Gregory Marcano; C.I.: 15.902.088.

Marzo de 2018
Los ilustrados y el Estado moderno

“No comparto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo.” La afirmación

corresponde a una cita apócrifa atribuida a Voltaire (François-Marie Arouet). Y es ilustrativa del

espíritu que marco el periodo histórico en que se circunscribió, todo el movimiento cultural,

filosófico y político conocido como la Ilustración.

Dicha corriente de pensamiento enfatizó el poder del raciocinio, de las ciencias, el ataque contra

el dogmatismo religioso y la preeminencia del saber a través de la educación. Los ilustrados

continuaron de cierto modo los ideales humanistas que lo precedieron, si bien más orgullosos y

radicales, aborrecían a la masa, -la plebe-, de hecho, su obra cumbre la Enciclopedia, se editó para

suscriptores muy selectos.

Nombres como, Voltaire, Rousseau, D’Alembert, Diderot, Montesquieu, Locke, etc. Estuvie-

ron entre sus más conocidos representantes, quienes fueron más ensayistas y literatos audaces, que

verdaderos filósofos como Berkeley, Holbach, Hume o Kant; a los cuales no se les debe

escamotear su –en teoría- igualitaria condición de pensadores de la corriente ilustrada.

Si bien es cierto que, en cuanto atañe a la formación del Estado moderno, los primeros tuvieron

especial y determinante influencia. El Estado tal cual se entendió desde finales del siglo XV, con

el ascenso fulgurante de las monarquías absolutistas europeas y el desplazamiento del poder

omnímodo del sistema feudal de control y opresión socio-económico; cuyo baluarte era la unión

férrea entre los nobles y el clero. Puede fácilmente explicarse como una adaptación y reacomodo

de fuerzas y estamentos hegemónicos, monopólicos y despóticos, tradicionalmente dominantes

durante todo el medioevo.

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Fuerzas que inteligentemente asimilaron y usaron, parte del arsenal filosófico-enciclopédico

del movimiento ilustrado y a sus principales exponentes como arietes legitimadores del nuevo

Estado, que pretendía ser nacional, lo que en el siglo XVI significaba tres cosas: primera, no re-

conocer ninguna autoridad superior, ni siquiera nominal, dando al traste así con los Imperios, que

rebajaron su estatus al de una potestad suprema solo honorifica.

Segunda, no reconocer poder alguno a la Iglesia en los asuntos de Estado, ya que su compe-

tencia pertenecía solo al reino de lo espiritual, el llamado laicismo empírico.

Y tercera, que el poder del Estado moderno, -en sus comienzos absolutista y monárquico- es-

taba por encima de los poderes territoriales de los feudos y la clase nobiliaria.

Proceso progresivo y difícil, que se fundamentó en la centralización y el control absoluto por

el Rey o monarca de todo el poder político, social, militar y económico sobre sus súbditos, su te-

rritorio, y en consecuencia sobre el Estado- Nación. Sin olvidar el surgimiento de un funcionari-

ado civil, mayormente burgués; la organización de ejércitos reales asalariados, y un aparataje ju-

rídico-represivo de las disidencias ideológicas o políticas, verbigracia, el Tribunal del Santo Ofi-

cio de la Inquisición en la España de los reyes católicos.

En justa causa, sin embargo, es menester ver la forma específica en que el pensamiento de

algunos ilustrados transvaso y determino buena parte de la conformación del Estado moderno.

Voltaire, por ejemplo, sostenía que la vida en común exige una convención, un «pacto social»

para preservar el interés de cada uno. Y que el instinto y la razón del hombre le llevan a respetar

y promover dicho pacto. En cuyo caso el propósito de la moral se resume a enseñarnos los prin-

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cipios de esta convivencia ideal, que allane el camino a la virtud, al «comercio de beneficios»,

como así la definía.

Pero, así como expreso tales conceptos afirmativos de un acuerdo social; refiriéndose a los Es-

dos y gobiernos vertió criticas radicales como esta. Voltaire (1764), es tan solo: “una horda de

ladrones y de usureros” (varias ediciones).

Por otra parte, el razonamiento de John Locke en lo referente a la separación de los poderes del

Estado, de acuerdo con Newberger (2006), tuvo su génesis en las: “fuertes tendencias empiristas

de Locke” (pp. 260-261) 1. Que le habrían.

inclinado a leer una obra de grandiosa metafísica como la Ética de Spinoza, que entre otros

aspectos era una profunda exposición de las ideas de Spinoza, y muy especialmente un meditado

argumento para bien de los racionalistas sobre tolerancia política y religiosa y la necesidad de

la separación de Iglesia y Estado. (Newberger, 2006, pp. 260-261) 2

Lecturas que tributaron a que, anticipándose a Montesquieu, Locke desarrollara y describiera

la separación del poder legislativo y el ejecutivo. Sosteniendo la autoridad del Estado en los prin-

cipios de soberanía popular y legalidad y no en el poder absolutista en boga.

Además, Locke veía la creación de la sociedad civil y/o política, como producto de un contra-

to social, que podía dividirse en dos fases, la primera, el contrato de unión: que no es más que la

unidad de las partes para conformar una sociedad → creación de la sociedad civil. Y la segunda,

el contrato de sujeción: que obedece al ligamento de los hombres a determinada construcción po-

lítica → creación de la sociedad política.

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Si tomamos en cuenta a Jean Jacques Rousseau, veremos que inaugura una política y

percepción del Estado, basado en la volonté générale (voluntad general), y en el pueblo como

depositario de la soberanía. Tan es así que, Caso (1943), asegura que: “a través de su «El contrato

social», hizo surgir una nueva política” (pp. 45-60).

Y este poder (voluntad), sumo regidor social, que vela por el bien común de la ciudadanía, toma

vigencia cuando, Rousseau (1762): “Cada uno de nosotros pone en común su persona y todo su

poder bajo la suprema dirección de la voluntad general; y cada miembro es considerado como

parte indivisible del todo” (varias ediciones).

De tal forma que Rousseau le abre paso entonces de este modo, de acuerdo con lo que Moreau

(1977) afirma: “a la democracia, de modo tal que todos los miembros reconocen la autoridad de la

razón para unirse por una ley común en un mismo cuerpo político (…). que se encarga de

desarrollar las leyes que regirán a los hombres en la vida civil” (pp. 77-94).

En cuanto al barón de Montesquieu (Charles Louis de Secondat). Cuyo pensamiento debe ser

enmarcado dentro del espíritu más crítico de la ilustración francesa, tuvo en la tolerancia religiosa,

y su concepto de la felicidad en el sentido cívico, las más fieles demostraciones del mismo.

Acometió la tarea científica de describir la realidad social según un método analítico y «posi-

tivo» que no se detuvo en la pura descripción empirista de hechos, sino que intento ordenar la

multiplicidad de datos y variables de dicha realidad, dándole una «respuesta sociológica» al

supuesto causal de estos hechos, a los que consideraba susceptibles de interpretación racional.

Pero su aporte más concluyente estuvo en su teoría de la separación de los poderes al afirmar;

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Montesquieu (1777) que: “En cada Estado existen tres clases de poderes: El Poder Legislativo, El

Poder Ejecutivo de las cosas que proceden del derecho de gentes y el Poder Ejecutivo de aquellas

que dependen del derecho civil” (Libro XI/C6)3.

Para acto seguido, explicitar con suma precisión jurisprudencial que.

En virtud del primero, el Príncipe o Magistrado promulga leyes transitorias o definitivas, y

enmienda o deroga las existentes. Por el segundo, hace la paz o la guerra, envía o recibe embaja-

das, establece la seguridad pública y previene las invasiones. Por el tercero, castiga a los

criminales, o determina las disputas que surgen entre los individuos. Se dará a éste último el

nombre de Poder Judicial, y el otro, simplemente, el Poder Ejecutivo del Estado.

(Montesquieu, 1777, Libro XI/C6)4

Por último, y no con esto agotando en modo alguno a la pléyade de filósofos y literatos ilus-

trados que; con sus inestimables aportes teóricos contribuyeron a la institucionalización del esta-

do moderno. Tocare puntualmente, al célebre filósofo inglés.

Thomas Hobbes de Malmesbury, en cuya agitada vida un acontecimiento marco un antes y un

después, la Guerra Civil inglesa que estalló en 1642, y que motivo su teoría del gobierno civil en

relación con la crisis política resultante del conflicto. De allí surgió en Hobbes su comparación del

Estado con un monstruo (leviatán) compuesto de hombres y devorador de hombres y creado bajo

la presión de las necesidades humanas; y luego disuelto por la misma guerra civil, a razón de las

contradictorias pasiones desatadas y el eventual reestablecimiento del orden.

Publicada a mediados de 1651, y titulada Leviatán, o la Materia, Forma y Poder de una rique-

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za común, eclesiástica y civil. Estableció el paso de la doctrina del derecho natural a la teoría del

derecho como contrato social.

Desde el momento en que la sumisión por pacto de un pueblo al dominio de un soberano abre

una posibilidad de paz, no la verdad, sino el principio de autoridad (en tanto sea garante de la

paz) constituye el fundamento del derecho. (Vélez, 2014, pp. 80-145)

Conceptualización que erradicaría lo que Hobbes veía como la vida sin el gobierno, que deri-

varía en que cada persona se abrogaría el derecho, o la licencia, a cualquier despropósito en el

mundo. O la "guerra de todos contra todos" (bellum omnium contra omnes).

En consecuencia, una síntesis abigarrada de todo el compendio de filosofías y postulados líneas

arriba citados, nos conducirían a una posición común en el orbe ilustrado promotor del Estado

moderno; y esta no es otra que:

La defensa a capa y espada del pacto social (eminentemente contractualista en lo social, pero

individualista en cuanto al sujeto), la sumisión, el respeto y sujeción a la ley, y a la división de los

poderes del Estado. Vale decir, el respeto reverencial al poder; nacido de la “voluntad general”

de los hombres que lo asumen como único camino al orden, la virtud y la razón fundantes de una

nueva sociedad de luces, una sociedad ilustrada.

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Referencias bibliográficas

Arouet, F. Cita apócrifa.

Arouet, F. (1764). Diccionario filosófico. (varias ediciones).

Newberger, R. (2006). Betraying Spinoza: The renegade Jew who gave us modernity (en

inglés y español).

Nueva York: Schocken Books. (pp. 260-261) 1 y (pp. 260-261) 2.

Caso, A. (1943). Rousseau. Filósofos y Moralistas Franceses.

México: Editorial Stylo.

Rousseau, J. (1762). El Contrato Social. (varias ediciones).

Moreau, J. (1977) Rousseau y la fundamentación de la democracia.

Madrid: Espasa-Calpe.
de Secondat C. (1777). El espíritu de las leyes (L'esprit des loix).

Wikisource.fr.wikisource.org (en francés y español). /LXI/C6 3 y LXI/C6 4.

Vélez, F (2014). La palabra y la espada. A vueltas con Hobbes.


Madrid: Maia.

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