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La tragedia del rey Lear y el lado oscuro de la familia

Jean Paul Rojas

De todas las obras de Shakespeare que he leído hasta ahora, ninguna me ha hecho
reflexionar sobre una cantidad específica de temas como la tragedia del rey Lear. Esta
obra, además de compartir con Hamlet el lugar que los expertos en Shakespeare le dan
como uno de los dramas mejor elaborados por el dramaturgo inglés, tiene la peculiaridad de
lograr que en los lectores se geste un nivel de desolación y vacío emocional tan intenso que
resulta a veces muy difícil de explicar. Y es precisamente a este hecho en particular al que
quiero dedicar las líneas de este ensayo en un intento por darle sentido.

En primer lugar, uno de los puntos que resalta automáticamente al momento de


analizar el texto es que los personajes que aparecen en la obra poseen ciertas características
que bien podríamos identificar como los antivalores, o el lado oscuro, de las relaciones
familiares. A medida que avanzamos en la lectura y tenemos ese primer encuentro con
Lear, Gloster y Edmundo identificamos rápidamente que en su interior se están gestando
una serie de pensamientos que, para efectos de la obra, los terminarán llevando a tomar
decisiones tan radicales que más temprano que tarde terminarán dando a luz consecuencias
catastróficas. Y todo esto tiene su origen en una visión excesivamente sesgada de lo que es
el amor incondicional que los hijos deben tener para con sus padres.

Lear comete el error de repartir entre sus tres hijas los territorios del reino a cambio
de ver quien de las tres hace la demostración de amor más grande hacia su persona.
Además de romper con la lógica de todo gobierno monárquico, podemos ver la resolución
del rey como las primera manifestación de una locura que irá sistemáticamente “in
crescendo” hasta llevarlo a las últimas consecuencias. Por otra parte, el personaje de
Gloster sufre del peor de los desengaños al caer víctima de su propia inocencia. Estos dos
personajes son una pieza clave en el desarrollo de la obra. Debido a que ellos representan
fielmente la imagen de la mala paternidad.

Es a partir de estos personajes, y sus acciones, que se origina el desarrollo de la


tragedia. Los vicios y errores cometidos por los padres terminan siendo asimilados por los
hijos, y en algún punto de sus vidas estas terminan jugando en contra de ellos. No hay que
dejar por fuera el hecho de que Lear ya está viejo, y no es el mismo rey que gobernó
Britania años atrás. Además, su forma de ver las cosas también ha cambiado, posiblemente
más allá de una locura producida por la cólera. Ya en Lear se empieza a ver los primeros
rastros de la senilidad.

El caso de Gloster es particular, debido a que el error que comete es mucho más
grave que el de Lear, y si nos ponemos a pensar en quién de los dos es el verdadero
causante de las desgracias que tienen lugar en la obra, podemos señalarlo sin duda. Él es el
padre de Edmundo, y por ende el creador del monstruo que mueve los hilos de la
conspiración para quedarse con el poder.

No hay mejor ejemplo de esto que la conversación que mantienen él y Kent en el


primer acto:

KENT

Señor, este joven, ¿no es hijo vuestro?

GLOSTER

Su crianza ha estado a mi cargo.

Reconocerle me ha dado siempre

tal sonrojo que ahora ya estoy curtido.

KENT

No concibo…

GLOSTER

Pues su madre sí que concibió.

Por eso echó vientre y se

encontró con un hijo en la cuna

antes de tener un marido en la cama.

¿Se huele a pecado?

Es precisamente esta actitud de Gloster con Edmundo la que no permite que


reprendamos del todo sus acciones. El papel del bastardo genera en nosotros conflicto
debido a que la falta de un afecto verdadero por parte del padre es lo que lo mueve a llevar
a cabo un plan tas siniestro.

Edmundo lo expresa en la segunda escena del primer acto:

EDMUNDO

El amor de nuestro padre se reparte

entre el bastardo Edmond y el legítimo.

¡Valiente palabra, “legítimo”!

Si esta carta surte efecto y se realiza mi plan,

Edmond el indigno será el legítimo.

Medro. Prospero. Y ahora, dioses, ¡asistid a los bastardos!

Aunque su ambición marca un límite entre lo que permitimos y lo que condenamos. Ya que
su cometido se transforma al ver que las circunstancias ponen la corona de Britania al
alcance de sus manos y por ende, sus lista de víctimas va más allá que su padre y hermano.

Harold Bloom apunta con mucho acierto en su libro Shakespeare. La invención de


lo humano que el mensaje que deja esta obra es uno de los más desgarradores, debido a que
nos presenta el amor desde una perspectiva completamente distinta a la que estamos
acostumbrados, nos lo presenta como el germen que da origen al virus de la tragedia.

“El amor no es curandero en la tragedia del rey Lear, ciertamente, desencadena todo
el problema, y es en sí mismo una tragedia […] Lo que ofende realmente del drama de
El rey Lear es nuestra idealización universal del valor del amor familiar –es decir, a la
vez el valor personal y el valor social del amor.” [Bloom (1998), 600-601]

Lo que resulta curioso de la obra es que, contrario a otros dramas shakesperianos,


los personajes principales no nos generan ningún tipo de compasión, ni siquiera cuando
regresan de forma tardía a la cordura y comienzan a lamentarse de los daños causados. En
este caso nuestra empatía se dirige más hacia personajes que comienzan siendo
secundarios, pero que más adelante empiezan a cobrar relevancia. Estos son los que se
llevan desde un principio la peor parte de la tragedia: Cordelia y Edgard.
La menor de las hijas del rey y el hijo legítimo del conde son las primeras bajas en
la lucha interna de poder que se gesta en el seno de la monarquía precisamente por ser los
únicos que no poseen ningún tipo de sentimiento oscuro en sus corazones. Y su único
pecado es el de demostrar un amor verdadero hacia sus padres. Cordelia sufre el peor de los
males que se le puede hacer a un hijo al ser negada por su padre y Edgard tiene que huir de
su hogar a causa del malentendido orquestado por su hermano. Aunque son dos
circunstancias completamente diferentes, ambos sufren el peor de los castigos al ser
expulsados no solo del hogar, sino también del círculo familiar. Pasan a ser,
momentáneamente, los hijos de nadie.

Edgar transmite a la perfección el dolor que genera tal desplante en el siguiente


monólogo:

EDGARD

Mejor así y saber que te desprecian

que despreciado y halagado.

Ser lo peor, lo más bajo y humillado de la suerte,

es tener esperanza, vivir sin miedo.

El cambio doloroso es la caída; de lo peor se va al júbilo.

Conque bienvenido, aire inmaterial que ahora abrazo.

El desdichado al que empujaste a lo peor

no debe nada a tus ráfagas.

Por suerte para nosotros, cuando la obra alcanza su pico más alto. Empezamos a ver
como Lear y Gloster regresan al campo de la cordura. Luego de pasar cada uno por su
propia expiación, ambos empiezan a ver con claridad todo lo que estaba ocurriendo a su
alrededor. Lear comprende luego de su caminata bajo la tormenta que despreció a la única
hija que le profesó un cariño verdadero y que las otras dos, Regan y Goneril, conspiraron en
secreto para usurpar su autoridad.

Gloster se lleva la peor parte de los dos, ya que al serle revelada la verdad sobre el
engaño de Edmundo, termina de pagar su error perdiendo la vista. El reencuentro de ambos
padres con los hijos que despreciaron es una especie de haz de luz que Shakespeare nos
presenta para creer que quizás la historia tendrá un final feliz. Pero la realidad termina
siendo otra, y al igual que en Hamlet la historia cierra con un festival de muerte.

El final de Lear y Gloster calza perfectamente con la envergadura de su tragedia. El


final que podríamos asumir es pertinente cuando el implicado es una figura paterna.
Ninguno de los dos soporta el final del conflicto familiar y mueren de forma súbita. Edgard
luego de consumar su venganza contra Edmundo queda como el único sobreviviente de la
disputa familiar. Cargado al igual que nosotros con una sensación amarga, un vacío interno
frente a todo lo ocurrido, una melancolía profunda por la muerte de sus seres queridos y la
responsabilidad de un reino sumido en el caos.

Por algún motivo, el final de esta obra me recuerda al episodio VII de la nueva
trilogía de Star Wars, el conflicto que existe en la relación de Han Solo y su hijo, Kylo Ren.
El padre que sufre por el distanciamiento con su hijo, la sensación de que pudo haber hecho
más por él y el eventual final que resulta de su encuentro. Me atrevería a afirmar que
existen ciertas similitudes (salvando unas distancias muy obvias) entre el libro y la película.
No solo en esencia, con el tema del fallo paterno en la crianza, sino también en el carácter
de los personajes. El final de Han Solo en esa película puede verse como el final que
Edmundo hubiera querido tener con Gloster.

La tragedia del Lear nos recuerda que la maldad puede encontrar espacio hasta en
los círculos más íntimos del ser humano y es nuestra forma de manejarla esa delgada línea
que nos separa de la tragedia. Es por eso que Bloom que afirma:

“La obra manifiesta una intensa angustia respecto de la sexualidad humana, y una
compasiva desesperación en cuanto a la naturaleza mutuamente destructiva tanto del amor
paterno como del filial.” [Bloom (1998), 601]

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