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Justicia Universal

Es preciso partir, en primer lugar, de determinar a qué concepto de justicia universal nos
estamos refiriendo, puesto que lo cierto es que se atribuyen diversos significados a esta
expresión lo que contribuye a incrementar la confusión. De entre los al menos cinco signifi-
cados que se otorgan a esta expresión1 aquí se entiende que con ella nos referimos a la necesi-
dad de enjuiciar y sancionar en todo caso a los autores de determinados delitos lo que
conlle-va el alcance extraterritorial de la jurisdicción nacional y el alcance universal de los
tribunales internacionales.
En el Preámbulo de la LO 1/2009 se afirma que la modificación del principio de justi-cia
universal tiene como finalidad «incorporar tipos de delitos que no estaban incluidos y cuya
persecución viene amparada en los convenios y costumbre del derecho internacional como
son los delitos de lesa humanidad y crímenes de guerra». A pesar de que el Preámbulo hace
una referencia directa a los crímenes de guerra, éstos no se incorporan de forma expresa en
el listado de delitos del art.23.4, al contrario que los delitos de lesa humanidad, sino por la
vía de la mención expresa a los Convenios de derecho internacional humanitario y de
protección de los derechos humanos.

Es decir, la reforma del art.23.4 de la LOPJ aprobada en el año 2009 además de limitar la
aplicación del principio de justicia universal (con base en que los presuntos responsables se
encuentren en España, que existan víctimas de nacionalidad española o algún vínculo de co-
nexión relevante con España y siempre que no se haya iniciado un procedimiento que supon-
ga una investigación y una persecución efectiva en otro país competente o en un Tribunal In-
ternacional) ha incorporado delitos que proceden de forma directa del Derecho Internacional
y sólo éstos.

II. Fundamento del principio de justicia universal. La naturaleza internacional de los delitos.
La justicia universal tal y como se ha concebido tradicionalmente, puede ser ejercida en
principio por un Estado que no tenga conexión alguna o vínculo jurisdiccional con el lugar
de comisión, la nacionalidad del autor, de la víctima o del Estado que la ejercita, y por ello
se afirma que su base sólo puede ser «la naturaleza del crimen» y su propósito exclusivamente
«… reforzar el orden global, garantizando que se responda por la perpetración de ciertos
crímenes…
la justicia universal goza hoy en día de gran aceptación en la doctrina8 porque, dada la
evolución actual de la criminalidad, permite plantear la necesidad de extender la jurisdicción
nacional a fenó-menos delictivos de gran dimensión y que preocupan especialmente por su
imbricación con el sistema económico e incluso político de muchos países, como la
criminalidad organizada transnacional, y, al mismo tiempo, responder al origen del principio
que siempre ha contado en su regulación con delitos de esta naturaleza.
En conclusión, se podría afirmar que, según esta posición, el acuerdo internacional
justificaría que tales hechos adquiriesen la dimensión de delitos internacionales por ser expre-
sión del interés común en su persecución13 y por ello sería justamente este carácter interna-
cional como expresión de tal acuerdo el que permitiría la persecución extraterritorial y la
aplicación de la jurisdicción universal.
Esto es, el carácter internacional del delito entendido de este modo, siendo imprescin-dible
por ser expresión del acuerdo entre los estados, no puede ser, por sí solo, determinante para
establecer un parámetro válido sobre su naturaleza que tenga como consecuencia au-tomática
la justicia universal. Porque el carácter internacional del delito no implica necesa-riamente
que a éste subyazcan intereses que toda la comunidad internacional está de acuerdo en
proteger. En otras palabras, ni todos los delitos objeto de un tratado internacional son, por
esta sola razón, perseguibles con base en la jurisdicción universal16, ni todos los delitos que
emanan directamente del Derecho internacional (ya sea consuetudinario o no) son objeto de
la jurisdicción universal automáticamente17. Y esto es así porque no siempre que nos
encontra-mos con intereses comunes a la comunidad internacional se da lugar a la justicia
universal y, por otro lado, no todos los delitos que son objeto de la justicia universal protegen
intereses comunes a toda la comunidad internacional en sentido estricto.
el genocidio (que emana directamente del derecho internacional)
Así, descartando el carácter internacional del delito como criterio exclusivo, aunque con base
en él, vamos a partir, de entre los delitos internacionales, de los cuatro que están tipi-ficados
en el ECPI: el genocidio, los crímenes contra la humanidad, los crímenes de guerra y el de
agresión. Por varias razones; en primer lugar, porque hay un claro consenso en que que-dan
al amparo de la jurisdicción universal per definitionem25 y porque se trata de bienes jurí-
dicos protegidos en delitos de trascendencia para la comunidad internacional en su conjunto,
que han concitado el más amplio acuerdo obtenido hasta el momento y que se ha plasmado
en un tratado multilateral de enorme trascendencia para el derecho penal internacional que
ha dado lugar al primer tribunal internacional de carácter permanente que ha conocido la
comu-nidad internacional.
Si nos atenemos, según todo lo anterior, al tenor del Estatuto, los bienes jurídicos uni-versales
serían la paz, la seguridad y el bienestar de la humanidad, como se afirma por parte de algunos
autores26 y se contiene en el Preámbulo27 del ECPI28 que, por tanto, determinaría los bienes
jurídicos internacionales en sentido estricto.
En realidad, lo que afirma el Preámbulo del Estatuto es que «millones de niños, muje-res y
hombres han sido víctimas de atrocidades que desafían la imaginación y conmueven
profundamente la conciencia de la humanidad» y que «estos graves crímenes constituyen una
amenaza para la paz, la seguridad y el bienestar de la humanidad». También afirma que «los
crímenes más graves de trascendencia para la comunidad internacional en su conjunto no de-
ben quedar sin castigo». Afirma, pues, que las atrocidades cometidas contra millones de per-
sonas constituyen una amenaza para la paz, la seguridad y el bienestar de la humanidad, lo
que dista mucho de configurar los bienes jurídicos de los delitos que tipifica, limitándose a
vincular estos delitos con la paz, seguridad y bienestar de manera genérica. De hecho, insta
a adoptar medidas en el plano nacional para que no queden sin castigo y le recuerda a los
Esta-dos el deber de ejercer su jurisdicción penal contra los responsables de los crímenes
interna-cionales, estableciendo el Estatuto una jurisdicción de la Corte Penal Internacional
(en adelan-te CPI) complementaria a las nacionales.
Estos bienes jurídicos que todos los estados estarían obligados a proteger por ser pa-trimonio
de toda la comunidad internacional serían los bienes jurídicos universales (más que
internacionales). Con esta denominación se destaca el hecho de que, por un lado, el acuerdo
internacional entre varios estados no es suficiente para que los intereses se puedan considerar
patrimonio de toda la comunidad internacional, y, por otro lado, que no todos los intereses
comunes a la comunidad internacional son intereses universales en sentido estricto.

Los bienes jurídicos propiamente universales son los vinculados a los derechos huma-nos cuya
protección está justamente en el origen del derecho penal internacional.
el surgimiento del derecho penal internacional bajo el impulso de la situación generada por los
crímenes cometidos por la dictadura nacional socialista frente a cuyos horrores la comunidad
internacional no podía ni permanecer impasible, ni tolerar la impunidad de los responsables

Hoy en día la protección de los derechos humanos como intereses de toda la comuni-dad
internacional constituye un nuevo tipo de interés jurídico, que no respondería a una rela-ción
recíproca entre estados (propia del derecho internacional) sino al acuerdo de todos ellos en su
protección por considerarlos, justamente, intereses esenciales para la comunidad inter-
nacional35 en su conjunto36. Esta sería la razón, junto a la necesidad de reaccionar frente a
hechos gravísimos con múltiples víctimas acaecidos en las últimas décadas, que explicaría que
se haya alcanzado un consenso internacional sobre delitos como los crímenes contra la
humanidad que ha concluido con su incorporación al ECPI37 que constituye la primera codifi-
cación del derecho penal internacional que consolida el derecho penal aplicable según normas
consuetudinarias de derecho internacional público.
En esta medida, el derecho penal internacional es un instrumento para la protección de los derechos
humanos (aunque no sólo) y una respuesta al fracaso de los mecanismos tra-dicionales de
protección de éstos, aunque reaccione únicamente ante las lesiones masivas de los derechos
humanos fundamentales

El carácter de ius cogens tiene como base la naturaleza de la cuestión ya que se renuncia a
establecer un listado de supuestos. Se puede afirmar que nace también vinculada a la
protección de los derechos humanos como puede observarse a través de los ejemplos que de
ius cogens pone la propia Comisión de Derecho Internacional redactora del Proyecto de
Convención sobre el Derecho de los Tratados que después dio lugar a la Convención de Vie-na:
la aprobación de un tratado que contemple el uso de la fuerza en forma contraria a los principios
de las Naciones Unidas, la realización de un acto criminal ante la ley internacional (como trata
de esclavos, piratería o genocidio), o que viole los derechos humanos, el principio de igualdad
de los Estados y la autodeterminación de los pueblos43. Por tanto y según todo ello, las normas
que protegen los derechos humanos configurando crímenes internacionales en los tratados
internacionales de derechos humanos y de derecho internacional humanitario son ius cogens.
Y, de hecho, la jurisprudencia de los tribunales internacionales ha incluido el concepto de ius
cogens en sus decisiones y ha considerando tales la mayoría de reglas de derecho inter-nacional
humanitario y, particularmente, las que definen los crímenes internacionales

cuya vulneración pueda ser perseguida extraterritorialmente con base en la jurisdicción


universal47por acuerdo de los estados firmantes del tratado.

El que sean ius cogens las normas de derecho internacional humanitario y particular-mente las
que definen los crímenes internacionales, dice mucho sobre qué intereses se consi-deran
fundamento de la convivencia entre los sujetos del sistema internacional. Son, efecti-vamente,
los derechos humanos, cuya tutela la comunidad internacional considera esencial, lo que
justificaría que su protección se esté universalizando por la vía de la tipificación de deli-tos que
los vulneran o por la vía de la progresiva inclusión de éstos en el ámbito del principio de justicia
universal al ser considerados dignos y necesitados de tal protección (también pe-nal)49. En este
sentido, los bienes jurídicos que están en la base de los derechos humanos pro-tegidos en los
crímenes internacionales de ius cogens son de carácter universal,

Los derechos humanos están ya tutelados a través del derecho interno, que contiene toda una
serie de delitos en cuyos bienes jurídicos se proyecta su protección, pero es necesario que se
prevea también la protección internacional, imprescindible para su adecuada tutela o para la
represión de las conductas que los vulneran cuando el estado no quiere o no está en
condiciones de otorgarla. O, de otro modo, «la aplicación de las normas de Derecho Interna-
cional relativas a los crímenes más graves, en cuanto obligaciones de nivel superior del siste-ma
legal internacional, no puede quedar limitada a la jurisdicción interna de los Estados»51. La
protección de los derechos humanos constituye un interés colectivo de toda la comunidad
internacional al igual que lo es de todos y cada uno de los estados. En este sentido podemos
afirmar que no son patrimonio de ningún estado (al contrario que otros bienes jurídicos cuya
propia existencia o modalidades de protección pueden estar vinculadas a la evolución históri-
ca, cultural o a los intereses vitales de una comunidad nacional concreta) o lo son de todos, y
en esa medida de la comunidad internacional en su conjunto.

la firma del Convenio contra el genocidio propicia la incorporación en el derecho interno de


este delito y la ampliación de la jurisdicción de nuestros tribunales a través de su inclusión en
el ámbito del principio de justicia universal, o la firma del ECPI, que propicia la inclusión de los
crímenes contra la humanidad en el CP español.
Siendo cierta tal afirmación, no lo es menos que la comunidad internacional, como ya se expuso
más arriba, no constituye el bien jurídico protegido para el derecho penal, sino la expresión de que
los delitos que se incluyen bajo tal denominación atentan contra intereses vitales que toda la
comunidad internacional está interesada en preservar y, por esta razón, su protección no puede
quedar reducida a la otorgada desde el derecho penal interno (por cada estado con su legislación
particular) sino que debe ir más allá de ella.

La protección penal de los bienes jurídicos ob-jeto de los derechos humanos se ha


internacionalizado y se ha ampliado en la medida en que abarca hoy en día no sólo los vinculados a
la protección de la persona (todos los bienes jurídi-cos personales) sino también los de otros sujetos
del orden internacional como las poblaciones o los grupos humanos que constituyen hoy en día
también sujetos de derecho internacional y sujetos de protección también para el derecho penal.
De esta forma, la evolución en los suje-tos de los derechos humanos ha dado lugar también a la
transformación en los sujetos titulares de los bienes jurídicos en que se proyectan éstos y, en esta
medida, la ampliación o extensión de los bienes jurídicos protegidos que serían ahora también los
vinculados a la protección de las poblaciones y grupos humanos. Y todo ello con el objetivo de que
su protección pueda exigirse incluso en contra o ante la pasividad del estado, dándose así un paso
más en el lento proceso de universalización de las garantías institucionales de los derechos
humanos.

Así, si se analiza el contenido concreto de los tipos de genocidio57, contra la humani-dad o los
crímenes de guerra y agresión tal y como se recogen en el Estatuto (punto que exce-de en
mucho el objeto de este trabajo), se observa cómo el objeto de protección directo son bienes
jurídicos que están en la base de los derechos humanos más importantes vinculados a la
persona y a poblaciones o grupos humanos.

Sin embargo, en el momento actual la protección de estos bienes jurídicos no es abso-luta e


incondicionada58 sino que, de conformidad con los requisitos que exige el Estatuto y que son
expresión del consenso internacional alcanzado no sólo sobre su protección sino tam-bién
sobre la forma en que ésta debe articularse, se precisan una serie de elementos que otor-garían
a estos crímenes la dimensión internacional que, como consecuencia, les haría acreedo-res de
la protección internacional. Estos elementos tienen que ver con consideraciones que aparecen
vinculadas a la extensión, a la magnitud o al carácter de su violación, o a su realiza-ción de
conformidad con la política de un Estado o de una organización. Se trata de exigir la presencia
de un contexto de ejercicio de violencia sistemático o masivo, cuya responsabilidad recaiga en
un colectivo, normalmente un Estado59; éstos serían, justamente, los elementos que dotarían
de dimensión internacional a la vulneración de los derechos humanos que subyacen a los
crímenes internacionales. Son los requisitos acordados por la comunidad internacional pa-ra
permitir la jurisdicción universal y la competencia de la Corte y se podría argumentar que, en
alguna medida, permitirían enlazar, aunque desde luego de forma mediata, la vulneración de
los derechos humanos con la preservación de la paz, la seguridad y el bienestar de la
humanidad.

IV. Conclusiones.
La evolución que ha experimentado la regulación del principio de justicia universal en el
derecho español desde su primera redacción hasta el momento presente ha ido progresiva-
mente ampliando su ámbito mediante la inclusión de una serie de delitos por la necesidad,
según el legislador, de proteger los derechos humanos, idea que, paradójicamente, es contraria a
la limitación del principio operada en la última reforma a través de la exigencia de una serie de
elementos de conexión. Esta fundamentación responde a las doctrinas universalistas que basan
la jurisdicción universal en el reconocimiento de ciertos valores esenciales comúnmente
compartidos por la comunidad internacional y que trascienden a los nacionales. Al mismo
tiempo, el tipo de delito que tradicionalmente ha estado al amparo de este principio es aquél
que ha necesitado de la cooperación internacional para su persecución y represión efectiva
porque o bien se comete en espacios sobre los que ningún estado detenta jurisdicción, o por-que
traspasa las fronteras de los estados, razón por la que se precisa de un mecanismo que va-ya
más allá de la soberanía nacional. Esta segunda fundamentación responde a las doctrinas
pragmáticas, que reconocen que la protección de determinados intereses de la comunidad in-
ternacional, requiere de un mecanismo de coacción que supere la soberanía nacional. Ambos
grupos de delitos se encuentran hoy en día en el ámbito de este principio.
Con respecto a este segundo grupo de delitos que podríamos denominar trasnacionales en
sentido amplio, podría exigirse, en el caso de que los hechos no se cometan en el territorio na-
cional, algún elemento de conexión con el país que pretende atribuirse competencia para su
enjuiciamiento, como la presencia del acusado en el territorio, la nacionalidad del autor, de la
víctima o algún otro vínculo relevante.
Para el primer grupo de delitos, los que protegen bienes jurídicos universales (en los que se
proyectan los derechos humanos) a través de la tipificación de los crímenes internacionales de
ius cogens (especialmente los contenidos en el ECPI aunque hay casos fuera de él, como, por
ejemplo, el apartheid, para el que la Convención de Naciones Unidas de 1973 establece la
jurisdicción universal) se puede fundamentar la jurisdicción universal incondicionada. La au-
sencia de requisito alguno para que los tribunales puedan atribuirse la competencia sobre es-tos
crímenes internacionales se basa en dos elementos: en primer lugar, la naturaleza de los bienes
jurídicos protegidos en cuya preservación toda la comunidad internacional está intere-sada; y,
en segundo lugar, el carácter internacional de su vulneración que se expresa a través de la
presencia de una violencia generalizada o sistemática responsabilidad de un colectivo o del
estado. Por estas razones y para este grupo de casos, debiera de darse marcha atrás en la última
reforma del art.23.4 de la LOPJ que ha incorporado criterios limitativos a la competen-cia de
los tribunales españoles favoreciendo la impunidad de los crímenes internacionales y de sus
responsables, lo que en nada ayuda a la promoción y preservación de los derechos humanos.
Por otro lado, nos encontramos con otro tipo de hechos en los que vulnerándose también
derechos humanos, no reúnen los dos requisitos que tal y como vimos más arriba permitirían
fundamentar la jurisdicción universal incondicionada: o falta el carácter internacional de la in-
fracción por la ausencia de un contexto de violencia generalizada o sistemática cuya respon-
sabilidad recaiga en un colectivo o en el estado o la vulneración de los derechos humanos aún
no ha adquirido el carácter de ius cogens. En ambos casos y con la finalidad de evitar la im-
punidad puede sostenerse una solución similar.
En el primero de ellos, cuando se vulneran, como ya vimos, bienes jurídicos universales
vinculados a la protección de los derechos humanos pero no puede sostenerse el carácter in-
ternacional de su infracción, podría exigirse un vínculo de conexión con el país que pretenda
atribuirse la competencia (la presencia del acusado en el territorio, la nacionalidad del autor, de
la víctima o algún otro vínculo relevante). Es ésta idea la que, en mi opinión, subyace a la
exigencia de que los responsables se encuentren en España para que los tribunales españoles
puedan atribuirse la competencia con respecto a la comisión del delito de mutilación genital
femenina (tal y como establece el art.23.4 de la LOPJ) aunque se haya cometido en el extran-
jero.
Exactamente lo mismo podría sostenerse en el segundo de los supuestos enumerados, cuando
falta el otro de los requisitos que permite fundamentar la jurisdicción universal incon-dicionada,
es decir, que la vulneración de los derechos humanos aún no haya adquirido el carácter de
crimen de ius cogens pero, sin embargo, se haya realizado de forma masiva, sis-temática y bajo
la responsabilidad de un estado o colectivo. Con esta base podrían atribuirse la competencia
extraterritorial aquéllos estados en los que conste la presencia de un vínculo de conexión con
los hechos (la presencia del acusado en su territorio, etc.). Así se podría re-clamar la
competencia para el enjuiciamiento de las violaciones masivas y sistemáticas de los
derechos económicos y sociales60 que están también vinculados con la protección de los bie-nes
jurídicos de la persona o de poblaciones y grupos humanos (como, por ejemplo, el acceso al
agua de una población).
60
Por todo lo expuesto, en mi opinión, la evolución del principio de justicia universal debe de ir
en la línea de la protección de los derechos humanos que se contienen en la protección de los
bienes jurídicos que subyacen a los crímenes internacionales de ius cogens, interés uni-versal
por excelencia que toda la comunidad internacional en su conjunto está interesada en preservar
(y ello sin perjuicio de que pueda acordarse la jurisdicción universal para otros deli-tos a través
de tratados internacionales). Con respecto a este interés universal no deberían es-tablecerse
vínculos de conexión que limiten su protección por lo que debe exigirse la jurisdic-ción universal
incondicionada. Esta exigencia no es incompatible, sino todo lo contrario, con la necesidad de
consensuar a nivel internacional los criterios (y su orden de prelación) con los que resolver la
concurrencia de jurisdicciones estatales que tantos conflictos internacionales ha generado en
tiempos recientes. Así, y de esta forma, se profundizaría en la máxima aut de-dere aut iudicare
(que deriva del carácter de ius cogens de los crímenes internacionales) que obliga a procesar, o
bien a extraditar a un país (o entregar a la CPI) que, con base en la nacio-nalidad del autor, de
la víctima o algún otro vínculo relevante (criterios ya utilizados para la atribución de
competencia en los delitos transnacionales y en los que vulneran derechos humanos pero
carecen del carácter de crimen internacional de ius cogens), pueda reclamar la competencia
para enjuiciar los hechos, y, cuando ni con base en la una ni en la otra exigencia puede hacerse
efectivo el enjuiciamiento, acudir a la jurisdicción universal. Es así como podr-íamos acercarnos
a la consecución del objetivo que subyace al principio de justicia universal: evitar la impunidad
de los hechos que vulneran los derechos humanos y de sus responsables y favorecer, de este
modo, su preservación, por ser intereses universales imprescindibles para la supervivencia de
la comunidad internacional como tal.

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