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De la maldición del agua

H
oy en día, el mundo vive el problema catastrófico llamado escasez de agua. Para nadie es un
secreto que en los últimos años la situación empeoró muchísimo. Pasamos de derrochar el
agua día y noche a buscar agua noche y día. Al caminar por las calles áridas y polvorientas
es increíble observar las interminables filas de personas con distintas edades, tamaños y colores, a la
vez es entretenido mirar la variedad de envases coloridos y recipientes de múltiples formas que se
congregan mientras sus portadores esperan el turno para llenarlos con agua gracias a los chorritos que
salen de pequeños grifos exprimidos, que parecieran pedir perdón.

Desde niños, mujeres embarazadas, enfermos, discapacitados hasta ancianos, todos y cada uno
de ellos se las arreglan para conseguir agua. Hay diversas formas de obtener algo de ella: la más común
es gracias a los ya mencionados grifos, pero también se ha desarrollado un sistema de captación de
gotas de lluvia, el cual consta de una superficie plana inclinada que posee un canal en la parte más baja
que converge en un recipiente, la única desventaja de este innovador diseño es que casi nunca llueve.
Sin embargo, el caudal de creatividad no desemboca solo allí; hay otra forma extraordinaria de
conseguir agua que, incluso yo mismo he visto, sobre todo en los hogares con acentuado sentido del
reciclaje. Esta forma consiste en disponer dos botellas horizontalmente de modo que estén unidas por
los picos, una de ellas debe estar llena de orina hasta la mitad como mucho y la otra debe cubrirse con
arena para que su temperatura sea menor, así el dispositivo al exponerse al sol hará evaporar el agua y
esta pasará a la otra botella, luego, solo hay que esperar que el agua se condense y listo, agua fresca.

Sin embargo, aún con las innumerables formas creativas de obtener agua no es suficiente, apenas
alcanza para lo más inmediato y fundamental. Nos hemos visto afectados por esta grave crisis hídrica
por años, forzados a utilizar todo nuestro tiempo en la búsqueda del agua para cubrir las necesidades
básicas. La principal causa del problema ha sido la falta de conciencia de todos. Así es, la falta de
conciencia. Aún no comprendo cómo es posible que nadie se haya dado cuenta de un hecho tan obvio;
la solución a nuestro problema es evidente. Yo humildemente propongo, cabe aclarar estoy dispuesto a
escuchar demás opiniones, que dejemos de beber agua. Tal cual, suena descabellado, pero más
descabellado aún es que no nos enteráramos que la resolución de nuestro conflicto es muy clara. La
disponibilidad de agua va a cubrir toda la demanda y las personas van a poder tener acceso a ella para
realizar sus actividades, eso sí, con el correcto uso de la misma.

Si dejamos de beber agua, significaría un ahorro considerable de las reservas existentes.


Asimismo, se le daría tiempo suficiente a la naturaleza para reponer el ciclo del agua de tal forma que
el consumo sería menor a la reposición. Es muy importante dar este paso, reconozco que no va ser fácil
para muchos, pero para alcanzar cualquier objetivo se deben hacer sacrificios.

Una cosa que me llama mucho la atención es ¿por qué nadie había descubierto que el agua es una
droga potencialmente adictiva? Desde sus variadas presentaciones como el agua líquida, ideal para
refrescar el alma en un viaje por un río cósmico, o el hielo, que refrigera los más potentes impulsos
corporales. Y ni se diga del vapor, estado que produce diversas tendencias como el vaping. Todo ser
humano que haya pasado por este mundo cayó en esta adicción, tal es su consumo excesivo que yo
sugiero curarnos de esta dependencia tan dañina para solucionar, de una vez por todas, la escasez de
agua en el planeta.

El agua cumple con los requisitos para ser llamada como tal. Es una sustancia que tiene un efecto
estimulante en la persona que la consume. Este efecto lo hemos percibido todos: es aquella sensación
refrescante de sentir al líquido inundar nuestra boca al mismo tiempo que moja la lengua y empapa la
garganta. Un aspecto muy importante que destaca es que mientras más fría esté, el efecto es mucho
mayor. Se siente cómo el organismo entra en una etapa de relajación y brisa marina que hace exaltar a
los sentidos. Esa sensación de frescor que produce el agua es demasiado gratificante que cualquier
persona en su sano juicio quisiera volver a sentir.

Del mismo modo, el agua genera en el individuo dependencia física y psicológica. Es tan grande
la adicción que la ausencia del líquido ocasiona un terrible síndrome de abstinencia tan fatal que nadie
ha podido superarlo. Esto demuestra lo peligroso de esta sustancia, que tiene sometida a la humanidad.
Los primeros síntomas del síndrome de abstinencia empiezan con una sed intensa, descrita por muchos
como una resequedad en la boca. Luego, poco a poco se nubla la vista y el sano equilibrio se pierde en
mareos oscilantes. Aparece un dolor abdominal que se siente como una abrumadora presión en todas
direcciones. Los movimientos se vuelven lentos como si una extraña inercia se apropiara del cuerpo. Y
en la peor de las circunstancias aparecen delirios agudos que terminan por consumir a la víctima. Este
compuesto es tan peligroso que nadie, hasta ahora, ha podido rehabilitarse debido al desconocimiento
de su naturaleza.

De la misma forma, cualquier persona que la consuma queda sometida a una agonía indolora que
puede durar años. Es impresionante la invasión maligna que se hospeda en el cuerpo de la persona.
Pueden pasar décadas hasta que la víctima sufra el golpe mortal, silencioso. Toda persona que ha
tomado agua ha fallecido o fallecerá. Es por esto que para evitar sufrir tan indeseable agonía por un
tiempo tan largo, se debe, indiscutiblemente, dejar de beber agua.
Así pues, la propuesta está servida. La humanidad no tiene más opción que evolucionar y dejar
todos sus caprichos atrás. Es necesario, insisto, en dejar de beber agua si queremos solucionar, de una
vez por todas, esta inclemente crisis que está acabando con nuestra existencia. Ya es hora de poner fin a
la eterna adicción que se ha tenido por el agua. Es indispensable establecer leyes que prohíban su
consumo y al mismo tiempo organizar campañas de concientización que eduquen a la población sobre
esta gran calamidad y las gravísimas consecuencias que implica. Del mismo modo, hay que hacer un
enorme esfuerzo para crear centros hospitalarios que se encarguen de auxiliar a las personas con el
síndrome de abstinencia y preparar programas de rehabilitación para recuperar a la población del peor
mal que ha existido. Para poder transformar toda esta situación a nuestro favor hay que hacer un gran
sacrificio. No será fácil pero me siento optimista al respecto. Será grande la satisfacción de haber salido
de un vicio que nos ha atormentado durante milenios atrás y también haber solucionado una de las
crisis más arduas que ha atravesado la humanidad.

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