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Cientificismo metodológico

Dominique Raynaud1

El cientificismo (scientisme) se ha convertido actualmente en una lacra o un insulto. Nuestra


tendencia espontánea es la de apartarnos para evitar ser insultados. Pero es evidente que el
cientificismo es atacado a menudo por confundir el conocimiento científico y su uso tecnológico;
entre modo de producción de los conocimientos y conocimientos adquiridos, etc. Si se adopta una
definición rigurosa del cientificismo como esta: “El cientificismo es la tesis según la cual la mejor
manera de conocer el mundo real es conocerlo empleando métodos científicos”, no está claro qué
reproches podría sufrir, salvo por parte de los seguidores de la astrología, las flores de Bach o la
logorrea posmoderna.
El cientificismo metodológico no tiene nada vergonzoso que deba esconderse.

Este capítulo está organizado en tres partes. La primera está dedicada a la historiografía del
término cientificismo (scientisme). La segunda parte analiza los diferentes significados del
término y concluye que sólo hay una forma coherente de cientificismo: el cientificismo
metodológico. La tercera parte examina la viabilidad de esta tesis, confrontándola con sus
críticas.

1. Origen del término

Se suele situar el origen del término cientificismo (scientisme) en El porvenir de la ciencia de


Ernest Renan, texto escrito en 1848 y publicado en 1890, en un artículo de Félix Le Dantec
de 1911 o en una obra de Romain Rolland de 1898 (Lalande 1926: 960-961; Boituzat 1999:
850-853; Morfaux y Lefranc 2011: 518). Cada una de estas atribuciones es discutible.
El provenir de la ciencia de Renan ha sido considerado como el primer jalón en esta
historia. En realidad, cualquiera que sea la doctrina expuesta en este texto, en el libro no
aparece la palabra “cientificismo”. Fue Ferdinand Brunetière quién bautizó de este modo a la
postura de Renan en un artículo publicado en la Revue des Deux Mondes, titulado “Après une
visite au Vatican”, donde sostiene la idea de un fracaso de la ciencia moderna (1895: 97-118).
La atribución de la palabra “cientificismo” a Félix Le Dantec no es menos infundada. Los
estudiosos reproducen la cita que se encuentra en el artículo “cientificismo” del Vocabulaire
technique et critique de la philosophie de Lalande (1926). Pero si el biólogo usó la expresión
“cientificismo” en un artículo de La Grande Revue de 1911, estaba ya en circulación
anteriormente. Georges Palante la utilizó dos años antes: “Si ahora nos preguntamos ¿cuáles
son los rasgos más sobresalientes del dogma anarquista, la respuesta es que el primero y más

1. Université de Grenoble Alpes, dominique.raynaud@upmf-grenoble.fr.


Referencia: D. Raynaud, “Cientificismo metodológico” en G. Andrade, ed., Elogio del cientificismo, Pamplona,
Editorial Laetoli, 2015, pp. 51-74 y 220-224.
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importante de estos rasgos es el intelectualismo o cientificismo” (1909: 124).2 El filósofo de


la ciencia Abel Rey utilizó también esta palabra en el prólogo de su Philosophie moderne
(1908: 9). La difusión del término lleva a examinar los orígenes del cientificismo más
sistemática y rigurosamente. Peter Schöttler (2013: 94-98) realizó el primer estudio
historiográfico del cientificismo. Después de hacer notar la concurrencia entre los términos
scientifisme y scientisme, Schöttler llega a la conclusión de que el primer término apareció en
1845 y el secundo en 1880. Estas afirmaciones pueden ser profundizadas.
Scientifisme. No encontré ningún caso antes de 1845, pero es probable que el término
haya sido conocido antes, pues el erudito Justin Cénac-Moncaut publicó en este año L’Ultra-
scientifisme ou l’Église romaine et la société moderne (1845), título en el que el término va
precedido del prefijo ultra. ¿Cómo hubiera podido Cenac-Moncaut añadir ese prefijo a una
palabra desconocida? Es igualmente posible que el autor de L’Enrichissement de la langue
française haya registrado el neologismo a partir de este libro o de otra fuente (Radonvilliers
Richard 1845: 542). De cualquier forma, el término será recogido enseguida por otros autores
hasta la década de 1880, a menudo en el contexto de los debates sobre el positivismo. Se
menciona en los textos del sociólogo positivista crítico Eugène de Roberty, compatriota y
amigo del conde Grégoire Wyrouboff, cofundador con Émile Littré de La Philosophie
positive (Roberty 1878: 123) así como en los textos de los adversarios declarados del
positivismo (Laverdant 1881: 1).
Scientisme. Schöttler llega a la siguiente conclusión: “El primer uso registrado de la
palabra “cientificismo” que pude encontrar (hasta ahora) se encuentra en un libro polémico
del filósofo espiritista y masón Charles Fauvety [1880]” (2013: 100). Sin embargo, la palabra
era ya utilizada por el filósofo neo-kantiano Charles Renouvier en 1876. Diplomado de la
Escuela Politécnica, firmemente comprometido con el protestantismo, Renouvier es muy
conocido por su defensa del libre albedrío y su crítica de la posibilidad de una metafísica
científica. Para él, el cientificismo (sciencisme) es una metafísica bastarda que interpreta de
forma arbitraria los resultados de las ciencias positivas. El término aparece no solamente en
L’Esquisse d’une classification systématique des doctrines philosophiques (1886: 326) sino
también en un artículo anterior de la Critique philosophique: “La juventud de las clases
dirigentes está sospendida entre las seducciones de un jesuitismo lleno de promesas
materiales y las frías enseñanzas de un cientificismo negador” (1876: 101). Esto es, que yo
sepa, la primera ocurrencia de la palabra cientificismo.
Resultado 1. El término scientisme no fue acuñada por Le Dantec (1911), Rolland (1898)
o Renan (1890) sino por el filósofo Charles Renouvier (1876). En cuanto al término
scientifisme, parece haber sido inventado por Cénac-Moncaut (1845). Otros predecesores

2. Importantes manifestaciones ocurrieron en París en octubre 1909 tras la ejecución de Francesc Ferrer i
Guardia, inspirador de las escuelas racionalistas de Cataluña: “Una educación racional y una enseñanza
científica salvarían a la infancia del error, darían a los hombres la bondad necesaria y reorganizarían la sociedad
en conformidad con la justicia” (Ferrer i Guardia 1908: II).
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quedan por descubrir.


Enseguida el cientificismo se difundió con el sentido peyorativo que hoy conocemos. Al
año siguiente, apareció en un artículo del jesuita Augustus J. Thebaud (1877). Tras advertir
una cierta continuidad entre el Antiguo Régimen y el Consulado, observa que “Napoleón
restauró las grandes academias del pasado, la mayoría con nombres diferentes; todo el
sistema recibió el nombre de Instituto de Francia. Creó la gran Escuela Politécnica, debida
enteramente a sus objectivos particulares. Podemos decir que al hacer esto dio a luz al
cientificismo” (1877: 47).
Dos años después, al hablar de una expedición de Richard Owen al Mar Rojo, los
sucesores del Padre Moigno en Cosmos recordaban la necesidad que sintió “de destruir los
distintos sistemas imaginados por muchos cientificistas para ridiculizar ciertos hechos
narrados en las Escrituras” (1879: 529). Es difícil afirmar con certeza si estas utilizaciones se
deben a la única influencia de Renouvier o a reconstrucciones paralelas. Si me inclino por la
segunda hipótesis, es porqué el término cientificismo también se menciona también con
sentido crítico en la literatura angloamericana de la época.
En 1878, se encuentra una primera expresión de cientificismo metodológico: “Mr. Lewes
treats metaphysical problems, but treats them, professedly at least, by methods of science; if
he can give satisfactory solutions of them by methods which are strictly scientific, there will
be no need for applying metaphysical methods… A scientist professes to solve their problems
for them by methods of science” (Hodgson 1878: 97). Dos años después, el pastor luterano
Joseph Augustus Seiss utiliza un tono mucho más acusador: “Among the active causes of all
this we are forewarned of a certain boastful and blatant scientism and naturalism which does
not hesitate dogmatically to negate the doctrines of faith” (Seiss 1880: 439).
Resultado 2. El hecho de que Seiss hable de un “cientificismo jactancioso y vocinglero”
(boastful and blatant scientism) ya en 1880 rebate la idea corriente de que las palabras
scientism/scientisme et scientist/scientiste hubieran tomado desde su origen sentidos
distinctos en inglés y en francés.

2. Significados

Como todas las palabras con el sufijo –ismo, el cientificismo es una doctrina. La filosofía
debe clarificar su significado y su validez. La literatura está llena de definiciones y cuadros
históricos, incluido uno notable, pero casi olvidado, de Victor Giraud (1918). Los textos
disponibles muestran que el cientificismo es un vocable polisémico casi siempre despectivo.
El examen crítico lleva a la conclusión de que sólo una de estas definiciones es aceptable.

2.1. El cientificismo: la ciencia como solución de todos los problemas prácticos


Este es uno de los significados mencionados en el Vocabulaire technique et critique de la
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philosophie de Lalande. El cientificismo denota “la idea de que la ciencia es el conocimiento


de las cosas como son y soluciona todos los problemas reales” (1926: 960, sentido 1). “La
ciencia es capaz de responder a todas las cuestiones teóricas y resolver todos los problemas
prácticos” (Thuillier, 1980). Esta idea fue defendida en sus dos vertientes, positiva y
negativa.
Entre sus defensores tenemos a Le Hon: “Así, en los siglos futuros, la ciencia, emanación
divina, dominará la naturaleza” (1860: 167). A Déjacque: “El hombre, que sostiene en su
mano el cetro de la ciencia, ahora tiene el poder que una vez atribuíamos a los dioses” (1899:
89). Y a la figura más conocida de Marcelin Berthelot: “Estas son las consecuencias del
método científico, consecuencias que continuaremos y llevaremos a cabo en lo moral como
en lo material, a pesar de cualquier oposición” (1895: 469).
Entre los promotores de la idea opuesta baste mencionar a Léon Daudet y Jacques Ellul.
En un ataque directo contra los enciclopedistas, Daudet escribe: “A veces, una parte del
conocimiento o de la ciencia se desboca, como sucede actualmente con la química […], y
amenaza directamente a la humanidad” (1935: cap. III). Jacques Ellul, quien no ha dejado de
denunciar la técnica como el mal absoluto, escribe: “[La cuestión de la legitimidad de la
ciencia] parece decisiva con el reto que nos plantea la investigación genética, la ingeniería
genética. Si somos capaces de modificar artificialmente el patrimonio genético del ser
humano, ¿hay que aceptarlo “porque es científico, y al ser científico, está bien”? » (2013: 89).
Tanto en un caso como en otro, se observa que los autores no distinguen entre ciencia y
tecnología (es decir, el diseño de los procesos materiales o mentales basados en la ciencia a
fin de lograr una utilidad). En resumen, Ellul confunde la dinámica de fluidos y la aviación,
la física nuclear y la energía atómica, la genética y la ingeniería genética, las cuales, según él,
están mezcladas en el mismo conjunto indiferenciado. Pero la ciencia, que se define
básicamente por la producción de conocimientos verdaderos, es independiente de cualquier
motivación utilitaria. Más aún, si no hay diferencia entre la ciencia y la tecnología, ¿por qué
Ellul se toma la molestia de especificar “la investigación genética, la ingeniería genética”?
La corrección es muy sintomática de la confusión que aparece en un texto publicado después
de cuatro libros dedicados a la técnica, ¡que tienen en conjunto unas 1500 páginas!
En realidad, la ciencia, dedicada al conocimiento, no resuelve ningún problema real. Esta
resolución es el objeto propio de la técnica (sin recurso a la ciencia) o de la tecnología
(empleando conocimientos científicos). Por consiguiente, la tesis 1 es incoherente ya que
confunde ciencia y tecnología, conocer y actuar.

2.2. El cientificismo: aplicación de la ciencia a la organización de la sociedad


El origen de esta tesis se encuentra en Renan: “Organizar científicamente a la humanidad,
esta es la última palabra de la ciencia moderna, esta es su pretensión audaz y legítima” (1890:
106). El autor imagina a continuación “el día en que el gobierno de la humanidad no estará ya
librado al azar y la intriga, sino al debate racional de las formas mejores y más eficaces de
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alcanzarlo” (1890: 151).


Son conocidas las ideas políticas de los científicistas y de sus adversarios. ¿Es una
coincidencia que en el “Discurso preliminar” de la Encyclopédie D’Alembert se oponga a la
“ley bárbara de la desigualdad, llamada la ley del más fuerte” (1763: 20); que Mirabeau
escriba un Ensayo sobre el despotismo (1775); y que Condorcet redacte sus Reflexiones sobre
la esclavitud de los negros (1781) antes de conducir a la Convention a abolirla en 1794?
¿Es una coincidencia que Jacques Maritain ataque el “cienficismo racionalista y altanero”
lamente la “nivelación de las jerarquías naturales” (1987: 87, 1169); o que Léon Daudet,
quien no ocultaba su disgusto por los “dogmas y caprichos científicos” (1922: 352), acuse a
Diderot, D’Alembert, D’Holbach y Voltaire, todos juntos, de haber prodrido las elites
intelectuales “por la cabeza”, antes de concluir: “La diosa Razón dio nacimiento a un
monstruo: la democracia”? ¿Hay que llorar la desaparición de la tradición, del juramento de
lealtad, del sentimiento viril, de los prejuicios raciales?
Sin embargo, las dos versiones de la tesis 2 se enfrentan a la misma objeción: aunque es
deseable que la razón presida la organización de la sociedad, no está claro qué tiene que ver
ello con el cientificismo. La organización de la sociedad, por racional que sea, no pertenece a
la ciencia sino a la tecnología. Al denominar cientificismo a una doctrina de la organización
social, volvemos a confundir ciencia y tecnología. Es inútil seguir en esta dirección.

2.3. El cientificismo: la ciencia como sustituto de la religión


Esta variante del cientificismo parece haber nacido de la aplicación de los métodos científicos
en la paleontología, la arqueología y la historia, y del conflicto resultante entre las nuevas
áreas del conocimiento y la religión.
Ya mencioné más atrás que una de las primeras apariciones del término cientificismo fue
en Cosmos (1879: 529) a propósito de una expedición de Richard Owen en el Mar Rojo. Los
seguidores del Padre Moigno querían reaccionar así contra la intrusión de la ciencia en el área
reservada de la fe. Ciertos autores atacaron de manera más directa la aplicación de “los
métodos científicos a la religion y la moral” (Gaultier 1911: 664). Más recientemente, otra
tesis ha sido defendida con el nombre de nonoverlapping magisteria por Stephen Jay Gould
(1997). Retomando una encíclica de Pío XII (1950) y una declaración de Juan Pablo II
(1996), el biólogo agnóstico sostiene que la ciencia y la religión no entran en conflicto jamás
pues no se solapan: una trata del mundo material y la otra de la vida espiritual. Cada una de
estas tres tesis intenta, de modo diferente, de asignar la religión a un dominio donde la
ciencia perdería sus prerrogativas.
Originalmente el conflicto entre ciencia y religión se había limitado a ciertas creencias
que habían resultado falsas. Astronomía: ¿Es la tierra plana? (Isaías 24:1). ¿Emite la Luna
una luz propia? (Ezequiel 45:17). ¿Puede el sol detener su carrera? (Josué 10:13). Biología:
¿Las liebres son rumiantes? (Levítico 11:06). ¿Nació la mujer de una costilla del hombre?
(Génesis 2:22). Historia: ¿Reinó David sobre un imperio extendido desde Egipto hasta el
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Éufrates, o sólo sobre una tribu de Judea? (II Samuel 8:03). ¿Cómo colapsaron los recintos de
Jericó en una época en que la ciudad no tenía murallas? (Josué 06:05). Filología: ¿Hay que
hablar del Diluvio o de la epopeya de Gilgamesh? (Génesis 6:14). ¿Quien estaba en la cesta
tambaleándose a la merced del río: Moisés o el rey Sargón de Acad? (Números 2:10).
Aquí es donde hay que colocar la tesis de Rena de que las religiones primitivas son sólo
“soluciones improvisadas a un problema que requiere siglos de investigación” (1890: 90). De
modo que las contradicciones y los errores propagados por la religión proporcionaron un
campo fértil al ateísmo. Se vislumbraba que la ciencia podría sostituir a la religión en su
totalidad. Esto justifica, por ejemplo, la frase de un Strada cuando dice: “Las religiones serán
destruidas por la ciencia sin excepción » (1894: 124).
Hay por tanto dos tesis: que los textos religiosos se hallan fuera de la autoridad de la
ciencia; y que la ciencia puede sustituir a la religión. Ambas son falsas por la misma razón.
Es preciso introducir aquí la idea de testabilidad.
El primer argumento es falso porque, cuando una creencia religiosa es testable, se pondrá
a prueba algún día. Esto puede ser una prueba de correspondencia. Las liebres no son
rumiantes, a pesar de lo dicho en Levítico 11:6. También puede ser una prueba de coherencia.
Con unas pocas líneas de intervalo, la Escritura se contradice sobre el número de animales
que entrarón en el arca: ¿una o siete parejas de cada especie? (Génesis 7:2 y 6:19). Esto
contrasta con la tesis de Gould, que podríamos definir a priori un dominio de la religión ajeno
a la investigación científica.
Puesto que la ciencia no consiste en una suma de conocimientos sino en la libre
aplicación de la investigación científica, es imposible decir a priori lo que es la ciencia y lo
que no es. Nadie sabía que Jericó no tenía murallas en el momento de su asedio antes que se
llevaran a cabo las excavaciones estratigráficas de la década de 1950.
El segundo argumento es falso porque los textos religiosos contienen unas declaraciones
no comprobables, evadiendo así cualquier tipo de verificación o refutación. ¿Que podría decir
la ciencia del mandamiento “no matarás”? Esta observación tampoco coincide con la tesis de
los nonoverlapping magisteria. Gould establece el acuerdo entre la ciencia y la religión desde
la oposición entre el mundo material y el mundo espiritual cuando distingo entre las
declaraciones descriptivas y normativas. Cualquiera sea el origen de una declaración
normativa—que pertenezca a un texto religioso, legal, ético, o lo que sea—la ciencia no tiene
nada que decir: eso es de la incumbencia exclusiva de la ética. Por consiguiente, los
magisterios de la ciencia y de la religión no son completamente disjuntos, aun cuando
algunas cuestiones son separables.3
Otra confusión debe condenarse: la creencia se refiere tanto al acto de creer como al

3. He tomado aquí ejemplos de la religión cristiana, marco de referencia del cientificismo del siglo XIX, pero
huelga decir que este análisis es aplicable a las demas religiones cuando contienen declaraciones descriptivas
testables y declaraciones normativas no testables.
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contenido del acto de creer. Ya que el acto de creer es individual, no podría erradicarse por
una decisión externa. La fe sólo puede retroceder mediante la exposición sistemática de las
“disonancias cognitivas” entre dos creencias opuestas promovidas por la misma religión, o
entre una creencia religiosa y el conocimiento científico fácilmente reproducible.
La distinción establecida entre creencias comprobables y no comprobables aclara el
asunto hasta el punto de recomendar el rechazo de la versión 3 del cientificismo: la tesis es
incoherente.

2.4. El cientificismo: aplicación del método científico a todas las materias


Según el Vocabulaire de Lalande, el cientificismo es “la idea de que la mente y los métodos
científicos deben extenderse a todos los ámbitos de la vida intelectual y moral sin excepción”
(1926: 960, sentido 2). Esta idea se ha desarrollado tanto en su lado positivo como en el
negativo.
En su sentido positivo, el argumento fue adelantado por los filósofos de la Ilustración sin
emplear el término. En el siglo XX, la tésis ha sido defendida por Bertrand Russell: “I believe
that there is one method of acquiring knowledge, the method of science” (1920: 401);
“Whatever knowledge is attainable, must be attained by scientific methods” (1935: 243;
véase Kitchener 2007). Más adelante, fue respaldada por el físico racionalista Marcel Boll:
“El término ‘cientificismo’, que el sentido común utiliza tan mal, es el único que expresa que
el espiritú y el método científico deben ser extendidos a todas las áreas del pensamiento, sin
ninguna excepción o restricción mental” (1939: 30). Hoy en día la tesis es abogada con
nitidez por Mario Bunge: “To innovate in the young sciences it is necessary to adopt
scientism. This is the methodological thesis that the best way of exploring reality is to adopt
the scientific method” (2012: 24).
El lado negativo de la tesis ha sido desarrollado por una plétora de autores espiritualistas,
intuicionistas o irracionalistas, entre ellos Brunetière (1895) y Bergson (1922). Dentro de esta
corriente, el cientificismo ha tomado un significado especial debido a su proximidad con las
Geisteswissenschaften de Dilthey (1883). Tomando como estandarte las dos acciones,
erklären/verstehen, el dualismo diltheyiano disimuló su verdadera naturaleza bajo un barniz
metodológico, pero es en realidad un dualismo ontológico. Segun él, existe una diferencia
radical (Kuhn habría dicho una inconmensurabilidad) entre el mundo natural y el mundo
espiritual:

Explicamos la naturaleza, entendemos la vida psíquica […] Los métodos con los que estudiamos
la vida mental, la historia y la sociedad son muy diferentes de los que llevan al conocimiento de la
naturaleza. (1947: 149).

A partir de entonces, la crítica del cientificismo se ha convertido en un lugar común para


evitar la intrusión del método científico en los dos cotos privados del espiritualismo: la
CIENTIFICISMO METODOLÓGICO 8

historia y la sociedad. La versión más conocida de esta concepción, que se situa claramente
en la estela de las Geisteswissenschaften de Dilthey, fue propuesta por el economista
austríaco Friedrich Hayek:

But to preclude any misunderstanding on this point we shall, wherever we are concerned, not with
the general spirit of disinterested inquiry but with slavish imitation of the method and language of
Science, speak of “scientism” or the “scientistic” prejudice… It should be noted that, in the sense
that we shall use these terms, they describe, of course, an attitude which is decidedly unscientific
in the true sense of the word, since it involves a mechanical and uncritical application of habits of
thought to fields different from those in which they have been formed. (Hayek, 1952: 15-16).4

Uno de los beneficios inmediatos de esta postura es que limita la intrusión de la ciencia
en las cuestiones sociales sin denigrar (como hacen otras doctrinas anticientificistas) el poder
explicativo de las ciencias naturales. Él trata sólo de establecer un reparto de competencias:
“It need scarcely be emphasised that nothing we shall have to say is aimed against the
methods of Science in their proper sphere or is intended to throw the slightest doubt on their
value” (1952: 15). Pero, a continuación, la “imitación servil del método y el lenguaje de la
ciencia” deja lugar a una objeción mucho más precisa, que es la traslación indiscriminada de
los métodos de las ciencias físicas (matematizadas) a las sociales.5
Comparemos estas objeciones con los textos de Lalande, Russell, Boll y Bunge, cuyos
matices pueden ser aquí dejados a un lado: cada uno pretende que la mejor manera de
conocer el mundo real es conocerlo científicamente (sentido 1).
La primera tesis de Hayek (sentido 2) es falsa porque silencia todos los descubrimientos
que se han hecho en las ciencias sociales con la ayuda de métodos científicos particulares. Al
descifrar la piedra de Rosetta en el 1822, Jean-François Champollion ni distorsionó ni borró
en nada las características de su objeto. Lo que hizo fue aplicar el método hipotético-
deductivo que es el fundamento del quehacer de las ciencias naturales. No se sabe si Hayek
decía en privado que este descubrimiento era una “payasada cientificista”; en cualquier caso,
no conozco a nadie que haya sostenido públicamente esta idea…
Antemio de Tralles nos informa de que Arquímedes incendió por medio de espejos los
barcos de la flota romana durante el asedio a Siracusa en el año 212 a. de C. Descartes negó
esta posibilidad en una carta al padre Mersenne fechada el 18 de diciembre de 1629 (1936:
107), un juicio luego repetido por Dijksterhuis, Walbank y Clagett. Frente a tales opiniones

4. Karl Popper ha hecho una corrección pertinente: “Professor Hayek uses the term ‘scientism’ as a name for
‘the slavish imitation of the method and language of science.’ Here it is used, rather, as a name for the imitation
of what certain people mistake for the method and language of science” (Popper 1957: 96).
5. Por ejemplo: “The great differences between the characteristic methods of the physical sciences and those of
the social sciences explain why the natural scientist who turns to the work of the professional students of social
phenomena so often feels that he has got among a company of people who habitually commit all the mortal sins
which he is most careful to avoid, and that a science of society conforming to his standards does not yet exist.
From this to the attempt to create a new science of society which satisfies his conception of Science is but a
step” (Hayek 1952: 44).
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contrarias, los historiadores idearon una prueba experimental para determinar si fue Antemio
o Descartes quien tenía razón. Varias pruebas han dado un resultado positivo, especialmente
la del ingeniero griego Ioannis Sakkas en 1973, quien prendió fuego a un barco situado a
unos 50 metros en el puerto de El Pireo, concentrando en él la luz del Sol reflejada por 70
espejos planos manejados por marineros. A pesar de ciertos comentarios críticos (África
1975), el relato de Antemio es completamente verosímil.
Otro ejemplo: los progresos realizados por la arqueología experimental en los últimos 30
años han arrojado muchísima información sobre la industria lítica. Los conocimientos se
deben a la misma estrategia de estudio. La talla experimental de los sílex reveló que el ángulo
óptimo entre el plano de percusión y el plano de talla es de unos 70°; la pieza a tallar debe ser
colocada en un percutor blando a fin de impedir que la onda de choque se refleje en el plano
de fractura. Además, la práctica experimental de la talla lítica permite reconstruir toda la
cadena operativa (Bertouille 1989; Olausson 2010). ¿Por qué el desarollo de la arqueología
experimental debería detenerse cuando nos proporciona resultados científicos nuevos y
sólidos?
La segunda tesis de Hayek (sentido 3) es falsa, pues pretende que el cientificismo consiste
en introducir en las ciencias sociales una matematización basada en las ciencias físicas (por
tanto, sin relación con la subjetividad que caracteriza al mundo del espiritú). Una vez más,
abundan los ejemplos que demuestran que las matemáticas sociales no son una copia de las
matemáticas utilizadas en las ciencias físicas. Las primeras obras de aritmética moral han
demostrado que la agregación de las preferencias individuales transitivas en una preferencia
colectiva no siempre preserva su transitividad (Condorcet 1785). Este resultado antiguo y
convincente no debe nada al modelo de la física. Más adelante trataré las leyes de Lévy-
Pareto, que nacieron en el seno de las ciencias sociales antes de ser exportadas a las ciencias
naturales. Estos ejemplos de “matematización autóctona” contradicen la idea de Hayek de
que las matemáticas habrían llegado a las ciencias sociales por una translación indiscriminada
de los métodos de la física. De esto se sigue que las objeciones de Hayek (sentidos 2 y 3) no
alcanzan el cientificismo metodológico en el sentido de Lalande, Russell, Boll o Bunge
(sentido 1).
Si comparamos ahora las tesis del cientifismo (de 1 a 4), se constata que ninguna resulta
consistente excepto el cientificismo metodológico, que es también la versión más simple de
esta teoría: “La mejor manera de conocer la realidad es conocerla por métodos científicos”.

3. Crítica del cientificismo metodológico

El apartado anterior ha dado un contenido estable al cientificismo. Esto clarifica el sentido


del término, pero no garantiza su validez. El cientificismo metodológico debe ser él mismo
probado. ¿De qué modo se puede afirmar que el conocimiento científico de la realidad es
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superior al que proporciona el uso de métodos no científicos? Estas teorías se juzgarán por
sus resultados. En este apartado se tratarán las doctrinas anticientificistas (espiritualismo,
confusionismo, ocultismo, escepticismo…), concentrándose sólo en la validez de los
conocimientos resultantes.

3.1. Cientificismo y espiritualismo


El espiritualismo se define como la tendencia a afirmar la existencia de un principio separado
e independiente de la materia, como quiera que se quiera llamarlo—sea espíritu, alma,
principio vital o subjectividad—y que toma a veces la forma de un dios (teísmo).
Bergson criticó los presuntos efectos devastadores del cientificismo: “Todo esfuerzo de
intuición era desanimado por adelantado: encallaba contra negaciones que se creía
científicas” (1938: 71). En un ensayo memorable de 1922, este filósofo trató de comprender
la teoría de la relatividad hasta reproducir (¿era necesario?) el formalismo matemático con
detalle. Pero, en tanto que espiritualista vitalista, Bergson no podía admitir que la vida se
someta a las leyes de la física. Así denunció el “espejismo” de la paradoja de los gemelos
que, según él, deben envejecer siempre al mismo ritmo. Los físicos no esperaron a la prueba
de la paradoja de Langevin, realizada en 1972 mediante relojes atómicos situados a bordo de
aviones, para reaccionar a esas inepcias. Los errores fueron mostrados al año siguiente por
André Metz (1923: 65). Sin embargo, Duración y simultaneidad obtuvo un gran éxito
editorial, con la aprobación de Bergson hasta la 6a edición de 1931 y sin su consentimiento
hasta la 20a reedición de 2009.
La mente brillante que se ocupó de esta “edición crítica” (“El texto que aquí se ofrece es
idéntico al de la edición de 1968”) hace muchas contorsiones para lavar el filósofo de toda
sospecha: Bergson habría sido atacado injustamente por ciertos “coroneles y generales”
malintencionados. Su libro habría sido “una respuesta a la cuestión planteada por el filósofo,
no por el físico”. Sin embargo, se debe concluir que Bergson reflejó la situación de forma
más exacta: “Confieso que pocos lectores me comprendieron” porque “los filósofos entre
nosotros son ignorantes en matemáticas”. Por tanto, Duración y simultaneidad no gustó ni a
los físicos, ni a los filósofos. En cualquier caso, el libro se vende todavía, igual que el
Systema aristotelicum de formis substantialibus et accidentibus lo era en el 1750, un libro
sobre el cual D’Alembert se preguntaba ingeniosamente: « ¿Juzgará la posteridad que la fecha
es un error de imprenta y que hay que leer 1550? » (D’Alembert 1821: 570).
Pero no hay mal que por bien no venga. Gracias a esta iniciativa editorial, el lector
descubrirá por sí mismo la cantidad de términos bergsonianos mal definidos o no definidos
en absoluto, tales como flujo, tiempo dislocado, tiempo ficticio o relatividad radical (1922:
76-79). La relectura espiritualista de la realidad no es mejor que el conocimiento científico, ni
mucho menos.6 La introspección es un medio eficaz para expresar una opinión egocéntrica

6. Ejemplos de pensamiento desquiciado y obtuso se encuentran en cualquier época. D’Alembert nos informa
CIENTIFICISMO METODOLÓGICO 11

pero, al insistir en quedar fuera de todo control—“La opinión es sólo la verdad o la falsedad
establecida sin examen” (D’Holbach 1770: 3)—no ofrece la menor garantía de verdad.

3.2. Cientificismo y confusionismo


El confusionismo puede definirse como la tendencia a mantener la confusión para impedir o
complicar el enfoque analítico de un problema, habitualmente mediante la combinación de
elementos disparatados o contradictorios (sincretismo). Un destacado investigador, padrino
además del foro “Economía y espiritualidad” organizado por el centro budista de Karma
Ling, interesado, según dice, por la psicogenealogía y la psicomagia, hizo de la complejidad
un concepto clave. En su conferencia “Complejidad restringida, complejidad general”, el
autor aboga por “una revolución epistemológica y paradigmática”, cuando no a “una reforma
de nuestro funcionamiento mental, de nuestro ser”. Dejo sin más comentarios todos los
desvaríos pseudocientíficos (el descubrimiento de la energía oscura, que por el momento es
sólo una pura especulación; el átomo de carbono “formado por el encuentro exactamente al
mismo tiempo—coincidencia absoluta—de tres núcleos de helio”; la invención de la etología
en el medio natural, atribuida a Jane Goodall “desde la década 1960”, cuando la etología fue
fundada por Geoffroy Saint-Hilaire en 1854, etc.). Centrémonos en las ideas principales del
artículo, valorando los conocimientos resultantes.
1. El pensamiento clásico ha rechazado la complejidad, tesis que se aproxima al pasaje
en que el autor percibe su origen hasta en los Pensamientos de Pascal: “Je tiens impossible de
connaître les parties sans connaître le tout, non plus que de connaître le tout sans connaître
particulièrement les parties”.
2. El tema de la complejidad es una tierra virgen. “La complejidad queda todavía
desconocida en física, biología, y ciencias humanas”, lo que supone una exactitud muy escasa
vistos los cuatro millones de referencias devueltas por gScholar.
3. ¿Que es la complejidad? El autor nunca la define de otra manera que evocando la
revolución paradigmática a la que aspira. Por suerte, el texto contiene 118 apariciones de las
palabras “complejo” o “complejidad”, de las que se pueden sacar conclusiones muy fiables.
Para el autor, la complejidad ne es otra cosa que la relación entre dos opuestos: unidad/
diversidad, azar/necesidad, orden/desorden, autonomía/dependencia, local/global, vida/
muerte, efecto/causa, separable/inseparable, probable/improbable…, una enumeración que
concluye en el rechazo del tercio excluido. Todo esto es una parodia de la coincidentia
oppositorum de Nicolás de Cusa.7
Pero el autor va más allá al oponer lo simple y lo complejo. Aunque la complejidad puede

del siguiente caso: “El famoso jesuita Hardouin, uno de los primeros hombres de su siglo por la profundidad de
su erudición y uno de los últimos por el uso ridículo que hizo de ella, llevó la extravagancia hasta componer de
prisa una obra para, sin vergüenza ni remordimiento, situar entre los ateos autores respetables, muchos de los
cuales habían probado sólidamente la existencia de Dios en sus escritos” (1821: 551).
7. Como bien dijo el gran filósofo André Isaac: “Un camino hacia abajo es un camino hacia arriba boca abajo, y
viceversa”.
CIENTIFICISMO METODOLÓGICO 12

ser objeto de varias definiciones (por ejemplo Rescher 1998), una de las más útiles consiste
en distinguir dos parejas de nociones: simple/complicado y analítico/complejo.
Analítico es aquello a lo que se puede aplicar la segunda regla del método cartesiano:
“Diviser chacune des difficultés en autant de parcelles qu’il se pourrait et qu’il serait requis
pour les mieux résoudre”. Complejo es lo contrario de analítico. Simple se dice de elementos
libros cuyos estados son independientes unos de otros. Complicado es lo contrario de simple.
Estas dos dicotomías no coinciden: hay complicado no complejo (los códigos en criptología)
y complejo no complicado (la ley de los gases ideales). ¿Como podemos entender algo sobre
la complejidad cometiendo tales contrasentidos y utilizando el término sin ninguna referencia
a quienes más han contribuido al estudio del concepto? El único resultado tangible del
sincretismo es la confusión, que produce siempre más mentiras que verdades.

3.3. Cientificismo y ocultismo


El ocultismo puede definirse como la actitud de quien considera que el mundo y las vidas de
los hombres son juguetes de causas ocultas y misteriosas que los dirigen y, en consecuencia,
de quien convence a otros que posee la facultad de detectarlas e interpretarlas (esoterismo).
Puesto que las diversas formas de ocultismo son un tema clásico del estudio de las
pseudociencias, basta acudir a la bibliografía. Los textos de dos “no darwinianos”, el primero
director de una universidad interdisciplinaria parisina, el otro paleoantropólogo, fueron
escrutados en profundidad por Dubessy y Lecointre (2001); una tesis sostenida en Sorbona
por una célebre astróloga fue analizada con gran detalle por Audouze et al. (2001); y los
escritos de dos doctores, cuyas cualificaciones académicas han sido motivo de controversia
fueron estudiados por Fossé (2004). Las conclusiones son absolutamente demoledoras. El
error sólo rivaliza con la manipulación; la vaguedad, con el engaño.
Así se defiende que “recientes investigaciones nos han permitido establecer una
correlación entre el cáncer, e incluso el sida, con disonancias de los planetas en relación con
la carta natal” o que “los policías están familiarizados con ese aumento de los crímenes según
las fases lunares”, sin ningún estudio sobre el tema. Por desgracia para el autor—y por suerte
para los caminantes noctámbulos—no hay más delitos los días de luna llena que en otros días
del mes (Biermann et al. 2009).
Esta ola de nuevos misterios y nuevos sacerdotes que inunda Europa nos retrotrae
directamente a la situación existente en el siglo XVIII. Por ello es bueno leer a los filósofos
de la Ilustración cuando escriben sobre los orígenes de los prejuicios y las ventajas que
proporciona la búsqueda de la verdad. Helvétius identifica muy bien la matriz común de
todos los prejuicios. El hombre, dice,

juzgó que era no sólo un ser aparte sino de una naturaleza diferente de la de todos los seres de la
naturaleza, de una esencia más simple y que no tenía nada que ver con todo lo que veía. De aquí
provienen los conceptos sucesivos de espiritualidad, inmaterialidad, inmortalidad y todas las
CIENTIFICISMO METODOLÓGICO 13

vagas palabras que se han inventado poco a poco, a fuerza de hacer distingos, para indicar los
atributos de la sustancia desconocida que el hombre creía estaba encerrada en sí mismo y
consideraba el principio oculto de sus acciones visibles. (Helvétius 1775: 26; véase también
D’Holbach 1770, cap. I: “De la verdad, de su utilidad y de las fuentes de nuestros prejuicios”).

Por eso mismo, el ocultismo produce conclusiones erróneas, tan falsas como las de otras
doctrinas anticientificistas.

3.4. Cientificismo y escepticismo


El escepticismo se define como la idea de que la verdad es inalcanzable y que hay que
suspender el ejercicio del juicio y dudar de todo. Una versión radical del escepticismo
sostiene que no hay verdad en absoluto (nihilismo). Cabe señalar que este escepticismo no
tiene nada que ver con el escepticismo organizado (Merton 1973, 277) o el escepticismo
metodológico (Bunge 1996, 339), que son ambos dos características fundamentales de la
actividad científica.
El escepticismo radical de que se trata aquí es el conocido en el estudio de las ciencias
con el nombre de relativismo o constructivismo. Los pioneros de este movimiento han
neutralizado la diferencia entre ciencia y creencia redefiniendo el conocimiento (knowledge)
como “cualquier sistema de creencias colectivamente aceptado”, reduciendo así la verdad y el
error a simples “preferencias”. Una vez hecha la definición, el trabajo está casi terminado:
sólo queda por demostrar cuánto se asemejan los conocimientos científicos a las ideologías
más obtusas para hacer caer la ciencia de su pedestal. En realidad sólo habría etnoverdades.
La verdad, que no existe, sería el resultado, en el mejor de los casos, de un auto-
convencimiento colectivo; en el peor, del control de nuestras mentes por los ideólogos de la
ciencia.
Por supuesto, el escéptico o nihilista a quien se le ofrece dar una conferencia en una
prestigiosa universidad de Estados Unidos suspenderá su posición filosófica durante 7 horas
y 50 minutos, pues a lo largo de este intervalo no duda en absoluto de las leyes de la física
que permiten que los aviones vuelen. El escepticismo y el nihilismo se enfrentan a la misma
objeción: “Quien dice que todo es falso afirma también la falsedad de lo que dice”
(Aristóteles, Metafísica Γ 8, 1012b).
El argumento de retorsión fue ampliamente difundido en el mundo árabe, donde fomentó
el arte de la polémica filosófica, jurídica y científica (jadal, khilāf, ādāb al-baḥth). El
desarollo del debate se enmarcaba en unas normas sociales (Vajda 1963: 7) entre las que se
recononce una lista de “signos de derrota” (dalāʾil al-inqiṭāʿ). El debate continuaba hasta que
el oponente era reducido al silencio (ifḥām), y el argumento de retorsión era precisamente una
de las forma más eficaces de lograr cerrarlo. El argumento de retorsión influyó en la Edad
Media, más allá de las fronteras, en la tradición de las Obligationes (Pablo de Venecia,
Sherwood, Burley, Swineshead); más tarde, en el Renacimiento, en el Ars disputandi
CIENTIFICISMO METODOLÓGICO 14

(Stapulensis, Clichtove, Eckius, Hunaeus, Reneccius, Horneius, Calovius, entre otros), donde
la negación de la verdad se considera siempre una clara señal de derrota. Filósofos
desconocidos han expuesto la idea, por ejemplo Tomás de Aquino en su comentario a la
Metafísica de Aristóteles (ed. Cathala 1915, n. 609 et 2215).
Por tanto, cuando las ideas escépticas y nihilistas florecieron en el estudio de las ciencias,
teníamos las fuentes necesarias y excelentes análisis como los de Isaye (1954). Las doctrinas
escépticas y nihilistas son inconsistentes porque nunca han sido capaces de superar el
argumento de retorsión. Todo lo que pudieron hacer, a pesar de la inmensa literatura sobre el
tema, fue ignorar deliberadamente su existencia.

3.5. Otras posiciones


Para terminar, conviene considerar las doctrinas abiertamente anticientificistas que niegan,
sin embargo, cualquier relación con algunas de la corrientes precedentes (espiritualismo,
confusionismo, ocultismo o escepticismo). Esta es en especial la postura expuesta por un
filósofo y periodista científico en su alegato Contre le scientisme, donde denunció “la
elección simplista entre el oscurantismo y el cientificismo […] El cientificismo es sólo una
utopía entre otras. Se puede negarla perfectamente sin por ello avalar al papa y los jesuitas”
(Thuillier 1980).
¿En que basa su tesis anticientificista? En el hecho de que la ciencia nunca sería neutral y
llevaría siempre en sí misma un proyecto de acción sobre el mundo: “Al principio se trata
sólo de epistemología […] Pero al final se trata muy directamente de la práctica”. Esta
posición queda enunciada de manera más directa en otra parte del libro: “En lo más profundo
de sí misma, la ciencia llamada experimental es realista, es decir, nace de la acción y está
hecha para la acción, para la producción, para la manipulación” (1980: 38). Esta tesis, que
provienne del Novum Organum de Francis Bacon, es falsa. Numerosas investigaciones
demuestran, al contrario, que no existe ninguna relación necesaria y constante entre la ciencia
experimental y sus aplicaciones. Diversas disciplinas lo atestiguan.
Física: ¿Cuál es la utilidad práctica de la prueba experimental de la naturaleza ondulatoria
de la luz proporcionada por Young? ¿La de las investigaciones que refutaron la hipótesis del
éter o confirmaron la existencia de la dilatación relativista del tiempo? ¿La de las mediciones
experimentales de la velocidad de la luz? (Raynaud 2013). Biología: los estudios realizados
sobre una rana endémica de Nueva Guinea, Hyla becki, han mostrado que, a pesar de amplias
similitudes morfológicas, este taxón debía ser dividido en dos especies distintas, H.
micromembrana y H. modica. A la inversa, experimentos de hibridación han demostrado que
las dos formas, ovípara y vivípara, del lagarto Lacerta vivipara constituyen una sola y misma
especie. En cado uno de estos casos, nuestro saber ha progresado sin objetivo utilitario o
práctico.
Estos ejemplos muestran sólo que el método experimental es un enfoque perfectamente
ensayado para alcanzar conocimiento, sea aplicado o no. La tesis anticientificista según la
CIENTIFICISMO METODOLÓGICO 15

cual la ciencia contiene siempre en sí misma el germen de una aplicación—y, por tanto, usos
potencialmente peligrosos—es infundada. Esta idea reproduce la confusión entre ciencia y
tecnología señalada en el apartado 2.

3.6. Rasgos del cientificismo metodológico


La comparación de estos textos con los de auténticos cientificistas metodológicos, menos
conocidos por el público, es suficiente para mostrar las diferencias.
Para limitarme al campo de la sociología, cabe mencionar aquí los análisis de Raymond
Boudon sobre L’Inégalité des chances (1973, 1979). Aunque la democratización del sistema
educativo lleva a una reducción de las desigualdades educativas, y los títulos más altos
conducen a posiciones sociales más elevadas, la reducción de las desigualdades educativas no
lleva a la reducción de las desigualdades sociales. ¿Por qué? Esta consecuencia inesperada se
explica por diversos efectos: el valor del título queda neutralizado por el número de títulos
obtenidos; para alcanzar el mismo estatus social que sus padres, los hijos deben obtener un
título más alto; los hijos de los obreros tienen en principio acceso a la enseñanza, pero se
alejan más que los otros de los estudios a largo plazo que representan una fuerte inversión
para un resultado incierto.
Más recientemente, otros resultados interesantes han sido obtenido por Hedström (1998,
2005) aplicando una sociología analítica al estudio de la participación sindical o la elección
residencial.
Otro ejemplo de lo que puede producir un cientificismo metodológico bien pensado es la
corriente de investigaciones sobre las “leyes de Lévy-Pareto”, que poseen un valor ejemplar
por diversas razones. En primer lugar, aparecieron en las ciencias sociales antes de ser
descritas en las ciencias naturales (lo que invalida de nuevo la tesis de Hayek). Luego, su
formalismo es muy simple: todas tienen la forma P(x) = ax–γ y se traducen por una línea recta
en una escala logarítmica doble. Por último, establecen claramente la existencia de leyes en
sociología, lo que suele considerarse actualmente como una idea anticuada, cuando no una
mistificación, ¡pues todo el mundo sabe que no hay leyes en las ciencias sociales! Pero estas
leyes están empíricamente fundadas y son fuertes. ¿Dónde vemos su fuerza?
1. Se aplican a hechos nuevos. Desde que fueron descubiertas por Pareto (1896)— “pocos
individuos tienen un ingreso alto mientras que muchos individuos tienen un ingreso bajo”—,
su número no deja de crecer. Hoy día conocemos más de veinte leyes de este tipo (véase
Raynaud 2006).
2. Su área de validez está cada vez mejor definida. Esto se traduce en una mejor
definición de las clases de hechos a los cuales se aplican estas leyes y de ciertos efectos
contextuales. Por ejemplo, se ha señalado que la ley podía ser alterada cuando la muestra
incluye publicaciones de más de un centenar de coautores: estas publicaciones reflejan a
menudo colaboraciones planificadas que no permiten ya a un investigador elegir a sus
colaboradores.
CIENTIFICISMO METODOLÓGICO 16

3. Se acompañan de refinamientos teóricos. Trabajos recientes abordan el asunto de los


errores de medición (Bookstein et al. 1997; Rousseau et al. 2005). Esto denota un razgo de la
actitud científica: las cuestiones de metrología no aparecen nunca en el vacío teórico.
Además, disponemos desde hace poco de pruebas para distinguir estas leyes de la ley
lognormal o exponencial (Clauset et al. 2009, Virkar et Clauset, 2012).
Las investigaciones que utilizan el cientificismo metodológico ofrecen características
comunes:
1. Plantean preguntas difíciles en términos claros.
2. Separan lo verdadero de lo falso y buscan lo verdadero.
3. Utilizan el método hipotético-deductivo.
4. Emplean el razonamiento experimental tan como es posible.
5. Llegan en ocasiones a matematizar los fenómenos estudiados.

Conclusiones

Resumamos. El término “cientificismo” (scientisme), acuñada por Renouvier en 1876, se


difundió en diversos ámbitos en los que adquirió significados differentes. De las cuatro tesis
atestiguadas sobre el cientificismo, sólo una es aceptable: la del cientificismo metodológico.
Su comparación con doctrinas anticientificistas más conocidas tales, como el espiritualismo,
el confusionismo, el ocultismo y el escepticismo, muestra que el cientificismo metodológico
proporciona conocimientos válidos y firmes, mientras que las doctrinas anticientificistas
difunden conocimientos errados. El objetivo de estas doctrinas es propagar la confusión
mental, inventar engaños lucrativos y trasformar el discurso en un arma de combate, por lo
general contra quienes están peor preparados para ofrecer resistencia. Como bien dijo
D’Holbach:

La educación, confiada a los ministros de la superstición, parece tener en todas partes sólo el
propósito de infectar muy pronto la mente humana con opiniones irrazonables […] Desde el
umbral de la vida el hombre se alimenta de locuras, y se acostumbra a tomar por verdades
demostradas un sinfín de errores que son útiles sólo a los impostores, cuyo interés es moldearlo
bajo el yugo, embrutecerlo, extraviarlo para hacer de él un instrumente de sus pasiones y el sostén
de su poder usurpado. (D’Holbach 1770: 11).

Por contraste con todas las teorias anticientificistas, la tesis según la cual “el mejor modo
de conocer el mundo real es conocerlo empleando un método científico” es clara y sin
prejuicios. El cientificismo metodológico puede ser pensado abiertamente. Al recomendar
emplear el espiritú crítico cuando los nuevos sacerdotes nos sugieren adoptar doctrinas
estériles, el cientificismo metodológico podría ser la base de una Nueva Ilustración.
CIENTIFICISMO METODOLÓGICO 17

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