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Pablo Valle
LA PESTE ES EXTRANJERA
por Hector Tizón
Para muchos, la epidemia de cólera que azota desde el año pasado el noroeste
argentino llega de otros países. Para el autor de esta nota es un producto local,
resultado inevitable de la pobreza y la desprotección de la gente.
Desde que el cólera asomó la cara en esta región, ha pasado más de un año. Desde el 1
de enero hasta hoy, hay casi seiscientos casos registrados y un par de docenas de
muertos. Como antes, ahora el Gobierno demuestra sus buenos sentimientos tratando de
disimular, molesto, la absurda o escandalosa irrupción de un estigma del Tercer Mundo,
como si el regusto de una pesadilla perturbara el voluntarioso ensueño nacional de los
pocos, o el de los demás, el de las revistas de y para “ricos y famosos”, de cuyo
esplendor nos beneficiaremos todos, sin duda, y en el cual los hábitos y los días
transcurren sin dificultad y todo marcha bien y todo irá mejor.
El cólera, la pobreza y la incuria van de la mano y son aquí ubicuos. El Presidente y sus
ministros han acudido a Perico —curioso designio—, se han retratado junto a un pobre
infeliz deshidratado y han regresado, raudos. Dejando, eso sí, algún dinero y algunas
recomendaciones asépticas. Quizá no hayan leído, o hayan despreciado por agorera, la
nota de un modesto diario local que decía: “Todo el noroeste argentino se ve afectado
por la desocupación producida por la paralización industrial, el receso de la actividad
minera, la crisis azucarera y del tabaco, y los graves problemas por los que atraviesa la
producción frutihortícola, provocada por la introducción de productos del Brasil, Chile
y el Paraguay, que tienen costos distintos e inferiores a los argentinos.”
En un dispensario de campaña encuentro a una joven médica asistiendo a un niño y
cuando yo asomo sale un cura. Afuera, debajo de un árbol, esperan un hombre y una
mujer sin edad y otros niños, silenciosos. Pregunto y ella dice que necesita más suero y
no lo tiene. Zumban las moscas en la siesta. Por decir algo, también pregunto acerca del
cura. “Ha venido a rezar”, dice. La joven médica quiere sanar al enfermo; el cura quiere
asistirlo para una vida futura. Los que están esperando afuera, debajo del árbol, no dicen
nada. Esta gente, sin pensarlo, racionaliza el sufrimiento, le da un sentido, por eso se
resigna. Pero la miseria no es beneficiosa. La experiencia del dolor puede ser fecunda
pero no lo justifica.
Fronteras
Por los medios se desliza la información de que la peste no proviene sólo de la falta de
agua potable, redes cloacales o de la miseria y el abandono sino que viene de Bolivia.
Eso encaja en el discurso oficial, que tiene abolengo desde el alto medioevo. Por esta
causa se cierra la frontera, se nos pone en cuarentena, se decreta la expulsión de una
caterva de desgraciados sin papeles y se nos fumiga. De pronto dejamos de ser los
“hermanos de tierra adentro” y somos todos extranjeros. El cólera se eleva a la dignidad
de destino o condición de nacimiento y el hombre muere desintegrándose en aguas y
vuelve a ser lo que fue. Pero ni aun así el infortunio muestra el torvo rostro de la
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rebelión —como debiera si el dolor no amortiguara los resortes— sino el de la muerte
preasignada, el de la marchita ternura del corazón.
En la botica del pueblo, adonde he ido a comprar unos ungüentos, encuentro a una vieja
que suele proveer tal casa y otras de carne de chivos. Dice que ya no la traerá, porque se
la quitan los gendarmes. “¿Qué hacen con ella?”, pregunto. “Se la comen ellos”, dice,
como si hablara de un fenómeno natural. “Usted que sabe de remedios —pregunto al
boticario—, ¿qué piensa que haremos?” Él se encoge de hombros y dice que nada.
Luego dice: “Uno nace como puede, crece, trabaja, ama un poco, porque el mundo sin
amor es un mundo muerto, se casa, envejece y muere como sea. Eso es todo.”
Yo pienso en los extranjeros expulsados de esta tierra lejana, afectada por la
desocupación, el atraso, la incuria y ahora la peste. ¿Nos tendremos que ir todos?
¿Tendremos que elegir entre el bienestar o la soledad riesgosa y la vergüenza? Pero
nada en el mundo vale la pena que uno se aparte de lo que le es propio.
(Héctor Tizón es un escritor jujeño.)
Análisis
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de publicación y del contexto situacional: el autor se dirige a todo el pueblo
argentino (los lectores del diario), e indirectamente al gobierno y sus
partidarios, desde la perspectiva de un habitante del norte que se siente
injuriado y menoscabado en sus derechos. También, sobre todo en el
párrafo final, por las preguntas en esa primera persona del plural ya
utilizada antes, se puede entender que se dirige a sus propios coterráneos,
afectados por la situación.
Los apelativos son numerosos, y todos de tercera persona (delocutivos), es
decir que no son deícticos. Pero suelen tener un gran contenido predicativo
y, a veces, indican relaciones sociales. “El Gobierno”, “el Presidente” y
“sus ministros” pertenecen al mismo campo semántico y aparecen como
directos responsables de la situación descrita en todo el texto. Se podrían
agrupar también con los “ricos y famosos”, “el cura”, “los medios”, “los
gendarmes”. Del otro lado (seguramente el del autor): “pobre infeliz
deshidratado”, “una joven médica”, “un hombre y una mujer sin edad”,
“otros niños”, “los que están esperando afuera”, “caterva de desgraciados”,
“hermanos de tierra adentro”, “una vieja que suele proveer mi casa...”, “el
boticario”. Estos campos semánticos se podrían ampliar con el agregado de
los subjetivemas, que se agrupan de manera similar (ver punto 5).
Está muy marcada, aunque más por verbos que por otros elementos, y
quizás no tiene tanta relevancia semántica como la deixis espacial. “Ha
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pasado más de un año”, “Desde el 1 de enero hasta hoy”: limitan un
período que llega hasta el momento mismo de la enunciación, para
contabilizar las muertes que el cólera produjo. (Si se contaran ahora, mayo
de 2002, el tiempo sería otro; y las muertes también.) “Como antes, ahora”,
establece un paralelismo, o más bien la continuidad en la (in)acción del
Gobierno: “ahora la peste” (último párrafo) es el resultado de esa política.
“Nos beneficiaremos”, “todo irá mejor” señalan hacia un futuro
(posterioridad), pero el sentido es claramente irónico.
Más adelante, una serie de verbos relatan acciones recientemente llevadas a
cabo por los gobernantes, es decir, anterioridad (ver punto 4). Sin embargo,
el tiempo predominante es el presente, en grado cero del comentario
(simultaneidad con el tiempo de la enunciación). En los párrafos finales
aparece un futuro, ya no irónico sino interrogante y angustioso: “¿qué
piensa que haremos?”, “¿tendremos que elegir...?”.
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Hay algunos enunciados que pueden leerse como descriptivos, sobre todo
en la escena del dispensario. Si bien en general predomina la dimensión
dinámica del relato, éste está matizado por la dimensión estática
(típicamente descriptiva) que tiene toda la escena: “Afuera, debajo de un
árbol...”, “zumban las moscas en la siesta”.
NOTAS:
1. El análisis anterior sólo es un “modelo posible”, una sugerencia para agrupar los
datos obtenidos en el reconocimiento y la descripción de los elementos estudiados en
clase, y redactar un informe sobre ellos. No debe tomarse como modelo absoluto y
mucho menos memorizarse. En general, memorizar o copiar las expresiones de un autor
(aunque sea el docente de la comisión) no es ninguna garantía para aprobar el parcial o
el curso. Más bien, todo lo contrario.
2. No hacer esquemas ni marcar en el texto (salvo para uso personal; el docente no lo
tendrá en cuenta): redactar.
3. Recordar definir cada concepto que se utiliza, desde el punto de vista teórico, entes de
aplicarlo al texto como ejemplo.
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