CONDUCTISMO
RADICAL
Carlos
Eduardo
Lópes
Universidade
Federal
do
Mato
Grosso
do
Sul-‐
Campus
Paranaíba
Traducción
al
español
por
Alejandra
Rodríguez
y
Daniela
Mora
en
su
calidad
de
monitora
(Desarrollos
Contemporáneos
del
aprendizaje-‐
FUKL)
Resumen
El
objetivo
de
este
ensayo
es
construir
una
definición
del
comportamiento
en
el
conductismo
radical.
Se
defiende
que
tal
definición
de
comportamiento
debe
llevar
en
consideración
(1)
los
compromisos
filosóficos
del
conductismo
radical,
(2)
el
aspecto
dinámico
del
comportamiento,
y
(3)
la
articulación
entre
eventos,
estados
y
procesos.
Partiendo
de
una
interpretación
relacional
del
conductismo
radical,
el
presente
ensayo
defiende
que
el
comportamiento
puede
ser
entendido
como
una
relación
organismo
ambiente,
cuya
dinámica
es
una
coordinación
sensorio-‐motora.
Como
resultado
de
esa
dinámica,
tenemos
un
flujo
comportamental
que
puede
ser
analizado
en
términos
de
una
relación
de
interdependencia
entre
eventos
ambientales,
eventos
comportamentales,
estados
comportamentales
e
procesos
comportamentales.
Palabras
clave:
Conductismo
radical,
Análisis
del
comportamiento,
Interpretación
relacional,
Concepto
de
comportamiento.
Al
principio
la
pregunta
por
la
definición
del
comportamiento
puede
parecer
poco
necesaria
o
de
poca
importancia.
El
propio
Skinner
(1957,
1974)
nos
dice
que
las
personas
están
siempre
próximas
del
comportamiento
(
no
solo
el
propio
sino
el
de
otras
personas)
lo
que
nos
da
una
cierta
intimidad
con
el
asunto.
Sin
embargo,
si,
a
pesar
de
esa
intimidad,
insistieramos
en
la
pregunta
nos
depararíamos
con
una
situación
parecida
con
la
descrita
por
San
Agustín
(397-‐398/1980)
en
relación
al
tiempo:
¿Qué
es
por
tanto
el
tiempo?,
si
nadie
me
lo
pregunta,
yo
se;
si
quisera
explicarselo
a
alguien
que
me
haga
la
pregunta,
ya
no
sé.
De
la
misma
forma,
nuestra
certeza
a
cerca
del
comportamiento
acaba
cuando
nos
solicitan
formular
una
definición.
La
dificultad
de
formular
una
definición
también
encuentra
ecos
en
el
conductismo
radical.
A
pesar
de
ser
un
consenso
que
el
conductismo
radical
entiende
el
comportamiento
de
forma
diferente
a
la
concepción
clásica
del
conductismo
watsoniano,
una
definición
enteramente
negativa
–no
es
aquella
dada
por
Watson-‐
no
ayuda
mucho.
Además
de
eso,
cuando
se
busca
tal
definición
en
el
interior
de
los
textos
skinnerianos,
se
cae
en
dificultades
como,
por
ejemplo,
distinguir
comportamiento
de
contingencia,
o
comportamiento
de
respuesta.
Una
dificultad
adicional
surge
cuando
nos
topamos
con
afirmaciones
no
menos
intrigantes
a
cerca
del
comportamiento,
como:
Desde
que
el
comportamiento
es
un
proceso
y
no
una
cosa,
no
puede
ser
fácilmente
inmovilizado
para
la
observación.
El
es
mutable,
fluído
y
evanescente
(Skinner,
1053-‐p.
15).
Finalmente,
cómo
conciliar,
en
el
concepto
de
comportamiento,
esa
fluidez,
con
los
objetivos
de
un
estudio
científico.
Por
tanto,
el
establecimiento
de
una
definición
del
comportamiento
adecuada
en
el
conductismo
radical
debe
contemplar
sus
compromisos
filosóficos.
Pero,
finalmente,
¿cuáles
son
esos
compromisos?.
Hay
interpretaciones
mecanicistas
(Overton,
1984),
fisicalistas
(Creel,
1980),
materialistas
(Flanagan,
1980),
contextualistas
(Morris,
1988,
1933),
pragmatistas
(Abib,
2001;
Malone,
2004),
lo
que
dificilmente,
permite
hablar
de
una
definición
del
comportamiento.
Por
tanto,
a
pesar
de
una
definición
del
comportamiento
en
el
conductismo
radical
parezca,
en
un
primer
momento
un
asunto
vanal,
un
examen
un
poco
más
cuidadoso
revela
que
se
trata
de
un
tema
complejo
(Kitchener,
1977).
Esta
constatación
es
corroborada
por
la
diversidad
de
propuestas
de
definición
del
comportamiento
que
puede
ser
encontrada
en
la
literatura
especializada
(Abib,
2004;
Burgos,
2004;
de
Rose,
1997;
Hayes
&
Hayes,
1992;
Ribes-‐Iñesta,
2004;
Todorov,
1989;
Tourinho,
2006).
Sin
embargo,
a
pesar
de
esa
diversidad
de
propuestas,
las
dificultades
señaladas
anteriormente,
generalmente,
no
son
llevadas
en
consideración.
Es
justamente
en
esta
preocupación
que
se
insiere
este
ensayo:
elaborar
una
definición
del
comportamiento
en
el
conductismo
radical
teniendo
como
horizontes
las
dificultades
planteadas
arriba
y
la
coherencia
con
ciertos
principios
filosóficos.
Una
nota
sobre
la
interpretación
Considerando
la
pluralidad
de
interpretaciones
de
los
compromisos
filosóficos
del
conductismo
radical,
anteriormente
mencionada,
es
natural
que
nos
preguntemos
sobre
la
verdadera
interpretación,
que
no
puede
ser
sustituida
por
una
única
interpretación.
Es
decir,
parece
no
haber
problema
en
aceptar
una
pluralidad
interpretativa,
desde
que
de
ella
podamos
extraer
la
verdadera
interpretación.
Finalmente,
es
necesario
mejorar
nuestras
interpretaciones
hasta
que
ellas
sean
capaces
de
mostrar
el
verdadero
sentido
dado
por
el
autor.
Sin
embargo,
en
este
ensayo
partiremos
de
una
posición
diferente.
Se
defiende,
aquí,
una
legitimidad
de
la
pluralidad
de
interpretaciones,
que
no
puede
ser
substituida
por
una
única
interpretación.
En
este
sentido,
no
pretendemos
descubrir
la
real
interpretación
del
conductismo
radical,
sino
apenas
construir
una
entre
varias
interpretaciones
posibles
de
esa
filosofía
de
la
ciencia
del
comportamiento.
En
términos
más
técnicos,
en
este
ensayo
partimos
de
una
hermenéutica
filosófica,
que,
por
considerar
el
texto
abierto,
admite
la
construcción
de
diferentes
sentidos
válidos
(Gadamer,
1994/1986).
El
propio
Skinner
(1957)
parece
afiliarse
a
este
tipo
de
hermenéutica
cuando
en
los
últimos
parágrafos
de
conducta
verbal
afirma:
“Es
una
consecuencia
saludable
desde
este
punto
de
vista
aceptar
el
hecho
de
que
los
pensamientos
de
los
grandes
hombres
no
son
increíbles
hoy.
Cuando
estudiamos
grandes
obras,
estudiamos
el
efecto
que
resulto
de
los
registros
que
restaron
del
comportamiento
de
los
hombres.
Es
nuestro
comportamiento
con
respecto
a
tales
registros
que
observamos;
nosotros
estudiamos
nuestro
pensamiento,
no
el
de
ellos”.
Por
tanto,
el
sentido
dado
por
el
autor,
ya
no
puede
ser
captado
literalmente
por
quien
interpreta
su
texto.
Es
por
eso,
que
decimos
aquí,
que
el
texto
es
abierto
a
varias
interpretaciones,
y
el
objetivo
de
este
ensayo
es
construir
una
dentro
de
muchas
interpretaciones
posibles.
Compromisos
filosóficos
del
conductismo
radical:
visión
de
mundo
relacional
Hecha
dicha
observación,
nos
podemos
pronunciar
sobre
la
interpretación
de
los
compromisos
filosóficos
del
conductismo
radical
adoptada
en
este
ensayo,
sin
la
pretención
de
estar
proponiendo
una
verdadera
interpretación.
Asumiremos,
aquí,
una
interpretación
relacional
del
conductismo
radical,
que
en
los
últimos
años
ha
ganado
fuerza,
siendo
defendida
por
diferentes
autores
(Abib,
2004;
Barnes-‐Holmes,
2005;
Tourinho,
2006).
De
manera
general,
una
concepción
relacional
defiende
la
prioridad
de
la
relación
sobre
los
elementos
relacionados.
La
interpretación
relacional
más
común
del
conductismo
radical
se
da
entre
eventos
comportamentales
y
eventos
ambientales,
es
decir,
entre
respuestas
y
estímulos
(Tourinho,
2006).
Se
dice,
en
este
sentido,
que
no
hay
estímulo
que
no
esté
relacionado
con
una
respuesta,
ni
respuesta
que
no
esté
en
relación
funcional
con
un
estímulo.
Esto
ya
expone
una
cuestión
importante.
Si
analizamos
esta
posición
desde
el
punto
de
vista
ontológico,
estamos
admitiendo
que
no
es
posible
hablar
de
estímulo
fuera
de
una
relación
comportamental.
Esta
posición
entra
en
conflicto
directo
con
una
interpretación
realista,
que
defiende
la
existencia
de
un
mundo
físico
(estímulos),
independiente
de
una
relación
comportamental
(Tonneau,
2005).
En
otras
palabras,
mientras
que
el
realismo
lidea
con
estímulos
que
no
dependen
del
observador,
el
relacionismo
sostiene
que
no
es
posible
hablar
de
estímulo
fuera
de
una
relación
comportamental.
Pero
hay
un
nivel
de
análisis
relacional
aún
más
fundamental
que
puede
ser
emprendido
en
el
conductismo
radical.
Se
trata
de
la
relación
organismo-‐ambiente.
En
ese
nivel
se
admite
que
no
hay
organismo
que
no
esté
en
relación
con
el
ambiente,
ni
ambiente
del
que
no
participe
un
organismo.
Eso
aleja
aún
más
la
posibilidad
de
defensa
del
realismo,
que
prioriza
la
existencia
del
ambiente
sobre
el
organismo.
No
se
trata,
tampoco,
de
priorizar
la
existencia
del
organismo.
En
otras
palabras
una
visión
de
mundo
relacional
impide
tanto
la
defensa
del
realismo,
cuanto
del
solipsismo.
Así,
no
existe
ambiente
vacío,
ni
organismo
solitario.
Además
de
eso,
una
visión
de
mundo
relacional
aplicada
a
la
relación
de
organismo
y
ambiente
se
contrapone
directamente
a
una
interpretación
asociacionista.
No
hay
momento
inicial
en
el
que
se
tenga
un
organismo
a
un
lado
e
ambiente
de
otro,
y
un
segundo
momento
en
que
ellos
son
colocados
en
relación
por
algún
principio
de
asociación.
Desde
el
inicio
estamos
en
el
interior
de
la
relación
organismo-‐ambiente.
Primer
intento
en
dirección
a
una
definición
del
comportamiento:
Relación
organismo-‐ambiente
Asumiendo,
entonces,
una
perspectiva
relacional
es
posible
una
primera
definición
del
comportamiento.
Comportamiento
es
la
relación
entre
organismo
y
ambiente,
sin
prioridad
de
existencia
de
los
elementos.
Esa
definición
amplia
ya
da
cuenta
de
la
distinción
entre
la
concepción
de
comportamiento
adoptada
por
el
conductismo
watsoniano
(Watson,
1919/1924),
y
por
el
conductismo
radical.
En
el
primer
caso,
se
adopta
una
concepción
mecanicista-‐ asociacionista
de
la
relación
entre
organismo
y
ambiente:
el
ambiente
es
anterior
al
organismo
y
por
eso,
lo
fuerza
a
comportarse.
Ya
en
el
conductismo
radical,
como
no
hay
prioridad
de
los
elementos,
el
comportamiento
tiene
origen
en
el
interior
de
la
relación:
ni
en
el
ambiente,
ni
en
el
organismo.
Sin
embargo,
esa
definición
es
aún
poco
específica
para
los
objetivos
de
una
ciencia
del
comportamiento:
no
posibilita
una
comprensión
satisfactoria
del
comportamiento
y,
mucho
menos
previsión
y
control.
Es
necesario,
por
tanto,
investigar
el
funcionamiento
de
esa
relación.
Es
decir,
como
se
da
la
dinámica
de
la
relación
organismo-‐ambiente.
Segundo
intento
hacia
una
definición
de
comportamiento:
Coordinación
sensorio-‐motora
Una
manera
de
complementar
la
definición
de
comportamiento
como
relación
organismo-‐ambiente
es
preguntarnos
por
aquello
que
tienen
en
común
en
todo
lo
que
el
conductismo
radical
llama
de
comportamiento.
En
otras
palabras,
¿porqué
la
actividad
de
un
organismo,
es
considerada
un
comportamiento,
mientras
que
el
movimiento
de
una
piedra
rodando
en
un
plano
inclinado
no
lo
es?.
O
¿qué
hay
de
común
en
la
actividad
de
una
ameba
que
engloba
un
protozoario,
y
de
un
hombre
que
resuelve
un
problema
de
lógica,
que
hace
con
que
llamemos
a
los
dos
procesos
de
comportamiento?
En
el
intento
de
responder
a
esas
preguntas
podemos
volver
a
la
construcción
de
una
historia
del
comportamiento
(Abib,
2007;
Skinner,
1984/1987).
Esto
porque
preguntando
por
el
origen
del
comportamiento
tal
vez
sea
posible
encontrar
lo
que
hay
de
elemental
en
este
concepto.
Según
Skinner
(1984/1987),
el
primer
comportamiento
fue
simple
movimiento
(pag.65).
¿Pero
qué
sería
un
simple
movimiento?.
Una
respuesta
puede
ser
encontrada
en
la
construcción
de
esa
misma
citación:
entonces,
presumiblemente,
vino
sensing.
Si
sensing
entendido
como
suceptibilidad
a
estímulos-‐
surgió
después
de
movimiento-‐
eso
quiere
decir
que
el
primer
movimiento
(o
simple
movimiento)
no
era
controlado
por
ningún
tipo
de
estímulo.
Sin
embargo,
esto
trae
un
problema.
Admitiendo
la
posibilidad
de
un
comportamiento
que
se
resume
a
movimiento
puro,
sin
cualquier
susceptibilidad
al
ambiente,
¿cómo
sería
posible
para
ese
organismo
sobrevivir
sin
la
capacidad
de
percibir,
de
algún
modo,
estímulos
nocivos
o
partículas
nutritivas?.
Volviendo
a
la
citación
de
Skinner
(1984/1987):
el
primer
comportamiento
fue
presumiblemente
simple
movimiento
(como
aquel
de
la
ameba
avanzando
para
un
nuevo
territorio
y
aumentando,
entonces,
sus
oportunidades
de
encontrar
materiales
necesarios
para
su
supervivencia.
¿Cómo
sería
posible
para
esa
ameba
encontrar
los
materiales
necesarios,
si
su
comportamiento
no
incluye
cualquier
tipo
de
sesting?.
Volvamos,
por
un
momento,
a
la
biología,
en
busca
de
descripción
más
detallada
del
ejemplo
de
una
ameba
que
se
depara
con
un
protozoario
y
lo
engloba:
La
presencia
de
un
protozoario
genera
una
concentración
de
sustancias
en
el
medio
que
son
capaces
de
interactuar
con
la
membrana
de
la
ameba,
desencadenando
cambios
en
la
consistencia
protoplasmática
que
resultan
en
la
formación
de
un
pseudópodo.
Este,
a
su
vez,
produce
alteraciones
en
la
posición
del
animal,
que
se
desplaza,
modificando
así
la
cantidad
de
moléculas
del
medio
que
interactúan
con
su
membrana
(Maturana
&
Varela,
1987/2002,
p.
164).
Este
ejemplo
muestra
que
en
una
de
las
actividades
más
elementales
del
organismo,
la
nutrición,
un
tipo
de
sensing,
aunque
primitivo,
ya
desempeña
un
papel
fundamental.
Si
el
movimiento
fuese
realmente
simple
(en
la
ausencia
de
sensing),
desde
el
punto
de
vista
del
organismo,
no
habría
concentración
diferencial
del
medio,
lo
que
equivale
a
decir
que
sin
sensing
el
ambiente
es
siempre
homogéneo,
o
aún
que
el
organismo
actúa
de
manera
indiferente
al
ambiente.
En
resumen,
cuando
el
comportamiento
es
definido
como
movimiento
sin
sensing,
la
relación
organismo-‐ambiente
es
violada,
y
tenemos
que
lidiar
con
un
organismo
aislado
del
ambiente
(solipsismo)
y
con
un
ambiente
que
no
es
alterado
por
el
organismo
(realismo).
Parece
razonable
admitir,
entonces,
que
cualquier
ocurrencia
anterior
a
la
interrelación
movimiento-‐sensing,
tal
y
como
es
descrita
en
el
ejemplo
de
arriba,
no
puede
ser
llamada
de
comportamiento.
Desde
el
punto
de
vista
del
origen
del
comportamiento,
debemos,
por
tanto,
iniciar
nuestra
historia
con
una
coordinación
sensorio-‐motora.
En
este
punto
es
posible
retomar
nuestro
posicionamiento
relacional.
El
inicio
de
la
historia
del
comportamiento
no
es
ni
movimiento,
ni
sensing,
sino
una
coordinación
sensorio-‐motora.
Por
tanto,
lo
que
hay
de
más
elemental
en
un
comportamiento
es
la
coordinación
sensorio-‐motora.
Esto
vale
tanto
para
el
primer
comportamiento,
como
para
el
complejo
comportamiento
humano.
En
el
caso
de
los
organismos
más
simples,
la
coordinación
sensorio-‐motora
es
más
fácil
de
ser
admitida,
pues
una
misma
estructura
(la
membrana)
es
responsable
tanto
por
el
movimiento,
como
por
el
sensing.
Ya
en
el
caso
del
comportamiento
humano,
la
dificultad
en
asumir
la
presencia
de
la
coordinación
sensorio-‐motora
se
debe,
posiblemente,
al
hecho
de
encontrarnos,
en
ese
caso,
órganos
motores
y
órganos
sensoriales
especializados.
Sin
embargo,
es
necesario
resaltar
que
una
de
las
funciones
primordiales
del
sistema
nervioso
es
mantener
la
coordinación
entre
esos
sistemas
especializados
(Maturana
&
Varela,
1987/2002).
De
hecho,
es
justamente
el
reconocimiento
de
esa
función,
la
que
nos
aleja
del
modelo
del
sistema
nervioso
defendida
por
la
teoría
del
arco-‐reflejo:
el
sistema
nervioso
no
es
una
mera
ligación
entre
nervios
aferentes
y
eferentes,
sino
es
el
responsable
por
la
integración
de
los
sistemas
motor
y
sensorial.
Con
ello,
en
vez
de
arco,
tenemos
una
unidad
sensorio-‐ motora
(Dewey,
1896/1981).
De
este
modo,
se
vuelve,
ahora,
comprensible
porqué
no
podemos
llamar
al
movimiento
de
una
piedra
comportamiento:
porque
no
hay
una
coordinación
sensorio-‐motora.
De
la
misma
forma,
la
presencia
de
una
coordinación
sensorio-‐ motora
autoriza
que
llamemos
de
comportamiento
tanto
a
la
actividad
de
una
ameba,
que
emite
pseudópodos
y
engloba
una
partícula,
como
la
de
un
ser
humano
que
resuelve
un
problema
de
lógica.
Tercer
intento
hacia
una
definición
de
comportamiento:
el
flujo
conductual
Aunque
la
participación
de
la
coordinación
sensorio-‐motora
en
la
definición
de
comportamiento
aumenta
nuestra
comprensión
de
la
naturaleza
de
la
relación
organismo-‐ambiente,
esto
todavía
no
nos
proporciona
un
modelo
de
comportamiento
satisfactorio
para
los
objetivos
del
análisis
del
comportamiento.
Además,
hay
un
aspecto
que
no
se
ha
mencionado
explícitamente
y
que
merece
destacarse.
La
naturaleza
sensorio-‐motora
de
la
relación
organismo-‐ambiente
nos
hace
concluir
que
el
comportamiento
es
dinámico.
Es
decir,
no
se
trata
de
una
relación
estática,
sino
de
una
relación
mutable.
En
las
palabras
de
Skinner
(1953):
“El
comportamiento
es
un
asunto
difícil,
no
porque
es
inaccesible,
sino
porque
es
extremadamente
complejo.
Dado
que
es
un
proceso
y
no
una
cosa,
no
se
puede
fijar
fácilmente
para
su
observación.
Es
mutable,
fluido
y
evanescente,
por
esa
razón
demanda
gran
exigencia
técnica
de
la
ingeniosidad
y
energía
del
científico”
(p.
15).
Por
lo
tanto,
teniendo
en
cuenta
que
el
modus
operandi
de
la
coordinación
sensorio-‐ motora
es
fluidez,
el
punto
de
partida
en
un
análisis
del
comportamiento
es
un
flujo
conductual.
De
manera
que,
el
primer
reto
impuesto
para
esta
ciencia
es
establecer
una
forma
de
analizar
ese
flujo,
para
que
sea
posible
predecir
y
eventualmente
cambiar
su
dirección.
Así
pues,
para
alcanzar
sus
objetivos,
el
análisis
del
comportamiento
impone
"rasgos"
sobre
la
naturaleza
continua
del
comportamiento.
En
otras
palabras,
al
analizar
el
flujo
conductual
el
análisis
del
comportamiento
altera
el
propio
flujo.
Por
esto,
el
flujo
conductual
analizado
no
es
exactamente
el
mismo
flujo
inicial,
sino
una
reconstrucción
pragmáticamente
orientada.
Esta
constatación
parece
también
ser
defendida
por
Skinner
(1953):
"El
comportamiento
es
la
actividad
continua
y
coherente
de
un
organismo
integral.
Aunque
puede
ser
analizado
en
partes
con
propósitos
teóricos
y
prácticos,
debemos
reconocer
su
naturaleza
continua
para
resolver
ciertos
problemas
comunes
"(p.
116).
Por
consiguiente,
queda
investigar
cómo
el
análisis
del
comportamiento
opera
esos
"rasgos"
del
flujo
conductual.
O
bien,
cuáles
son
los
elementos
del
flujo
conductual
analizado.
En
este
sentido,
es
necesario
establecer
la
definición
y
articulación
de
los
conceptos
empleados
durante
un
análisis
científico
del
flujo
conductual
basado
en
el
conductismo
radical.
Cuarto
intento
en
dirección
a
una
definición
de
comportamiento:
Relación
entre
eventos,
estados
y
procesos
De
manera
general,
el
itinerario
de
un
análisis
de
flujo
comportamental
puede
ser
descrito
como
el
establecimiento
de
un
recorte
inteligible,
creando,
así,
unidades
de
análisis
de
las
cuales
pueda
ser
posible
partir
en
dirección
a
la
construcción
de
un
flujo
comportamental
analizado.
Evento
comportamental
Es
posible
defender
que
la
unidad
de
análisis
más
elemental
en
el
conductismo
radical
sean
los
eventos
comportamentales,
o
en
términos
más
familiares,
las
respuestas
(Burgos,
2004).
Sin
embargo,
como
estamos
adoptando
aquí,
una
perspectiva
relacional,
no
podemos
partir
de
eventos
comportamentales
aislados,
sino
de
relaciones
comportamentales
(Tourinho,
2006).
En
ese
sentido,
el
primer
recorte
realizado
por
el
análisis
del
comportamiento
constituye
un
episodio
comportamental,
entendido
como
una
relación
entre
eventos
comportamentales
(respuestas)
y
eventos
ambientales
(estímulos).
En
ese
sentido,
es
a
partir
de
la
descripción
de
un
episodio
comportamental
que
se
hace
posible
establecer
la
relación
entre
la
topografía
y
la
función
de
un
evento
comportamental.
La
topografía
de
una
respuesta
puede
ser
entendida
como
el
producto
de
la
actividad
motora
de
un
organismo
en
un
momento
dado.
Mientras
que
la
función
de
una
respuesta
es
el
sentido
atribuido
a
esos
movimientos.
De
esta
forma,
la
función
de
una
respuesta
es
dada
por
la
unidad
de
actividad
motora
de
un
organismo
en
relación
al
ambiente.
Sin
embargo,
una
vez
que
partimos
de
una
coordinación
sensorio-‐motora
no
podemos
admitir
más
una
separación
fundamental
entre
topografía
y
función.
No
se
trata,
por
tanto,
de
atribuir
una
función
a
una
topografía,
sino
de
proponer
una
relación
topografía-‐función.
De
este
modo,
estamos,
nuevamente,
frente
a
un
relacionismo:
no
hay
topografía
sin
función,
ni
función
sin
topografía.
No
obstante,
esto
no
quiere
decir
que
toda
propuesta
de
relación
topografía-‐función
es
correcta.
En
el
análisis
del
comportamiento
no
estamos
retratando
el
funcionamiento
del
comportamiento,
sino
imponiendo
recortes
útiles
sobre
el
flujo
comportamental.
En
otras
palabras,
la
adopción
de
un
relacionismo
en
el
análisis
del
comportamiento
es
espistemológica
y,
a
pesar,
de
que
se
relacione
con
la
defensa
de
una
ontología
relacional,
no
puede
ser
identificada
con
ella.
En
resumen,
el
relacionismo
no
autoriza
la
defensa
de
que
los
recortes
propuestos
por
el
Análisis
del
comportamiento
son
los
únicos
posibles.
En
ese
punto,
ya
es
posible
percibir
que
una
definición
del
comportamiento
no
puede
ser
satisfactoriamente
dada
apenas
en
términos
de
eventos.
Sin
embargo,
la
prioridad
analítica
de
los
eventos
comportamentales
puede
llevar
a
una
eventual
confusión
entre
respuesta
y
comportamiento.
Este
desliz
parece
ser
cometido
por
el
propio
Skinner
(1969),
cuando
al
hablar
de
relación
entre
eventos
dice
que
no
miramos
(…)
para
el
comportamiento
o
ambiente
como
cosas
o
eventos
separados,
sino
para
las
interrelaciones
entre
ellos.
Miramos
para
las
contingencias
de
reforzamiento.
En
esa
citación
si
el
término
comportamiento
fuese
sustituido
por
respuesta,
ciertas
vergüenzas
serían
evitadas.
Al
final,
el
enunciado
de
que
hay
una
relación
entre
comportamiento
y
ambiente,
parece
excluir
el
ambiente
de
la
definición
de
comportamiento
y,
consecuentemente,
romper
la
relación
organismo-‐ambiente.
Esa
corrección
terminológica
parece
razonable
cuando
consideramos
un
trecho
encontrado
en
el
mismo
libro,
algunas
páginas
antes
de
la
citación
anterior:
Una
formulación
adecuada
del
intercambio
entre
el
organismo
y
su
ambiente
siempre
debe
especificar
tres
cosas:
(1)
La
ocasión
en
que
la
respuesta
ocurre,
(2)
la
propia
respuesta,
y
(3)
las
consecuencias
reforzadoras.
La
interrelación
entre
ellas
constituyen
las
contingencias
de
refuerzo
(
Skinner,
1969,
p.
7).
Ahora,
si
las
contingencias
son
la
interrelación
de
tres
cosas
que
debemos
especificar
en
la
descripción
de
la
relación
organismo-‐ambiente,
cuando
miramos
para
las
contingencias,
miramos
para
la
relación
entre
eventos
comportamentales
(respuestas)
y
eventos
ambientales
(estímulos).
Por
otro
lado,
en
una
definición
del
comportamiento
no
basta
considerar
la
relación
entre
eventos
comportamentales
y
ambientales.
Eso
porque
un
episodio
comportamental
es
apenas
un
recorte
del
flujo
comportamental.
Además
de
eso,
no
basta
con
unir
diferentes
episodios
comportamentales,
al
asociacionismo,
pues
eso
nos
distancia
tanto
del
relacionismo,
cuanto
de
la
naturaleza
fluida
del
comportamiento.
Es
necesario,
por
tanto,
encontrar
una
manera
de
restituir
el
flujo
comportamental.
En
ese
sentido
al
respecto
de
su
importancia,
la
descripción
de
episodios
comportamentales,
es
apenas
un
paso
preliminar
en
el
análisis
del
comportamiento.
Consecuentemente,
no
parece
legítimo
reducir
comportamiento
a
episodio
comportamental,
y
menos
aún
a
evento
comportamental.
En
resumen,
los
eventos
comportamentales
a
pesar
de
necesarios,
no
son
suficientes
para
una
definición
del
comportamiento.
Estado
comportamental
Si,
en
algunos
momentos
Skinner
(1969)
parece
emplear
el
término
comportamiento
como
sinónimo
de
evento
comportamental,
en
otros,
él
aún
afirma
categóricamente
que
el
comportamiento
no
es
una
respuesta:
Una
instancia
simple
en
la
cual
una
paloma
eleva
su
cabeza
es
una
respuesta.
Ella
es
un
pedazo
de
la
historia
que
puede
ser
relatada
en
cualquier
sistema
de
referencia
que
deseemos
usar.
El
comportamiento
llamado
de
levantar
la
cabeza,
independientemente
de
cuántas
instancias
ocurren,
es
una
operante
(Skinner,
1953,
p
65).
Con
esta
situación
queda
evidente
que
operante
es
diferente
de
respuesta.
Pero
al
final,
entonces,
¿qué
es
una
operante?.
El
concepto
de
operante,
generalmente,
está
relacionado
a
objetivos
de
previsión
y
control
defendidos
por
la
ciencia
del
comportamiento
skinneriana
(cf.
Skinner,
1953,
1957,
1969).
Son
justamente
esos
objetivos
que
parecen
ser
los
responsables
por
la
definición
de
operante
como
clases
de
respuestas:
Una
respuesta
que
ya
ocurrió
no
puede,
claramente,
ser
prevista
o
controlada.
Nosotros
podemos
prever
apenas
que
respuestas
similares
ocurran
en
el
futuro.
Por
tanto,
la
unidad
de
una
ciencia
predictiva
no
es
una
respuesta,
sino
una
clase
de
respuestas.
La
palabra
operante
será
usada
para
describir
esa
clase
(Skinner,
1953,
pp.
64-‐65).
Esa
misma
preocupación
con
el
establecimiento
de
una
ciencia
predictiva,
conduce
a
Skinner
(1957)
a
afirmar
que
nuestro
dato
básico
no
es
la
ocurrencia
de
una
respuesta
dada
como
tal,
sino
la
probabilidad
de
que
ella
ocurrirá
en
un
momento
dado.
De
esa
forma,
el
concepto
de
operante
acaba
aproximándose
al
de
probabilidad,
pues
cuando
decimos
que
determinada
operante
participa
del
repertorio
de
alguien,
estamos
afirmando
simplemente,
que
esa
persona
tiene
una
alta
probabilidad
de
comportarse
de
una
determinada
manera.
En
las
palabras
de
Skinner
(1974):
Es
frecuentemente
útil
hablar
de
un
repertorio
de
comportamiento,
que,
tal
como
el
repertorio
de
un
músico
o
de
un
grupo
musical,
es
aquello
que
una
persona
o
grupo
es
capaz
de
hacer,
dada
ciertas
circunstancias
(p.138).
Esta
relación
entre
operante
y
probabilidad
parece
aproximar
al
operante
a
un
concepto
disposicional
(Lopes,
2003,
2004;
Ribes-‐Iñesta,
2004).
La
lógica
de
los
conceptos
disposicionales,
propuesta
por
Ryle
(1949/1980),
defiende
que
un
concepto
debe
ser
considerado
como
disposicional
cuando
describe
una
tendencia
o
probabilidad,
en
vez
de
una
ocurrencia
o
evento.
Ahora,
¿no
es
justamente
eso
lo
que
hace
el
concepto
de
operante?.
Cuando
afirmamos
que
una
persona
sabe
tocar
piano,
en
el
sentido
de
que
tiene
en
su
repertorio
la
operante
de
tocar
piano,
eso
no
quiere
decir
que
esa
persona
este
tocando
ahora,
sino
que
eventualmente
toca,
o
cuando
se
requiera
lo
hará.
En
palabras
de
Skinner
(1957):
Para
muchos
propósitos,
operante
es
intercambiable
con
la
tradicional
respuesta,
pero
los
términos
nos
permiten
hacer
la
distinción
entre
una
instancia
de
comportamiento
(fulano
fumó
un
cigarrillo
entre
2:00
h
y
2:10
h
de
la
tarde
de
ayer),
y
un
tipo
de
comportamiento
(fumar
cigarrillos).
El
término
respuesta
es
frecuentemente
usado
para
ambos,
sin
embargo,
no
captura
fácilmente
el
segundo
significado
(p.20).
El
estado
comportamental
surge
en
el
contexto
de
la
descripción
de
los
operantes
o
probabilidades
presentes
en
un
repertorio.
Un
estado
comportamental
describe
tanto
una
regularidad
en
el
responder,
como
una
tendencia
de
ocurrencia
de
episodios
comportamentales
(la
emisión
de
eventos
comportamentales
relacionados
a
eventos
ambientales
específicos).
De
esta
manera,
el
estado
comportamental,
a
pesar
de
relacionarse
con
los
eventos
comportamentales,
en
ningún
momento
se
confunde
con
ellos.
(Confundir
el
estado
con
evento
equivale
a
decir
que
la
probabilidad
de
emisión
de
una
respuesta
es
la
propia
respuesta).
Algunas
particularidades
de
los
estados
comportamentales
merecen
ser
destacadas.
En
primer
lugar,
la
relación
entre
respuesta
y
probabilidad
es
descrita
diciendo
que
un
evento
comportamental
actualiza
(Lopes,
2003)
o
ejemplifica
(Burgos,
2004)
un
estado.
Esto
quiere
decir
que
solo
podemos
hablar
de
estado
partiendo
de
la
ocurrencia
de
eventos.
En
las
palabras
de
Skinner
(1957):
son
siempre
las
instancias
que
son
contadas
al
determinarse
la
frecuencia,
y
de
esa
frecuencia,
que
la
probabilidad
de
la
respuesta
es
inferida
(Skinner,
1969,
p.
131).
De
esa
forma,
el
estado
comportamental
es
abstraído
de
la
ocurrencia
de
eventos
comportamentales.
Para
mantenernos
fiel
al
relacionismo,
tenemos
que
considerar
la
obligación
de
esa
relación
de
actualización
entre
eventos
y
estados.
En
otras
palabras,
no
hay
estado
comportamental
que
no
sea,
en
algún
momento,
actualizado
por
eventos
comportamentales,
ni
evento
que
no
sea
actualización
de
algún
estado.
Con
esto,
comenzamos
a
restituir
el
carácter
fluido
del
comportamiento:
cuando
miramos
para
el
comportamiento
no
vemos
apenas
una
sucesión
de
eventos
discretos,
sino
una
regularidad
explicada
por
la
actualización
de
estados.
Una
segunda
característica
de
los
estados
comportamentales,
es
el
interesante
hecho
de
que
nunca
observamos
una
probabilidad
como
tal
(Skinner,
1953,
p.62).
Eso
porque
este
tipo
de
clasificación
(observable
o
no
observable)
no
pertenece
a
la
lógica
de
los
estados,
sino
a
la
lógica
de
los
eventos
u
ocurrencias
(
Ryle,
1949/1980).
Sin
embargo,
esto
no
quiere
decir
que
un
estado
sea
algo
que
existe
por
detrás
de
los
eventos
observados,
y
mucho
menos,
que
sea
la
causa
de
esos
eventos
(Lopes,
2003).
Los
estados
son
conceptos
construidos
con
el
objetivo
de
explicar
y,
principalmente
prever
el
comportamiento.
Esto
nos
remite
nuevamente,
a
los
objetivos
del
Análisis
del
comportamiento.
Siguiendo
la
presente
propuesta
podemos
decir
que
el
Análisis
del
Comportamiento
visualiza
el
establecimiento
y
mantenimiento
de
algunos
estados
comportamentales,
así
como
el
debilitamiento
de
otros.
En
resumen,
el
analista
del
comportamiento
no
está
interesado
en
ocurrencias
únicas,
sino
en
regularidades
del
responder,
lo
que
es
explicado
por
los
estados.
En
las
palabras
de
Skinner
(1953):
No
importa
cuán
exacta
o
cuantitativa
pueda
ser,
la
descripción
de
un
caso
particular
es
apenas
un
paso
preliminar.
El
próximo
paso
es
el
descubrimiento
de
algún
tipo
de
uniformidad
(Skinner
1953,
p.
15).
Además
de
eso,
interesándose
por
estados
comportamentales,
el
analista
de
comportamiento
es
capaz
tanto
de
explicar
la
emisión
de
respuestas
actuales,
tanto
como
prever
la
emisión
de
respuestas
futuras.
Proceso
comportamental
Si
paráramos
aquí
nuestro
análisis
de
flujo
comportamental,
aún
no
seríamos
capaces
de
lidiar
con
el
aspecto
dinámico
del
comportamiento.
En
otras
palabras,
tenemos
que
incluir,
en
nuestro
análisis,
un
tercer
elemento
que
de
cuenta
del
cambio
y
el
mantenimiento
del
comportamiento
en
el
tiempo.
Además
de
eso,
si
el
análisis
del
comportamiento
está
interesado
en
los
estados
comportamentales,
es
necesario
cómo
construir,
mantener
o
debilitar
esos
estados.
Eso
nos
remite
al
análisis
de
los
procesos
comportamentales.
Según
Skinner
(1969)
la
formulación
adecuada
de
la
relación
organismo-‐ambiente
es
especificada
por
la
contingencia,
que
describe
la
relación
entre
eventos
ambientales
y
eventos
comportamentales.
Eso
quiere
decir
que
la
contingencia
es
una
herramienta
que
posibilita
la
comprensión
y
modificación
del
comportamiento.
Por
tanto,
cuando
el
analista
del
comportamiento
mira
para
el
flujo
comportamental,
él
es
una
relación
entre
estímulos
antecedentes,
respuesta
y
consecuencias.
En
ese
punto
es
necesario
hacer
una
reserva.
Como
estamos
buscando
una
definición
del
comportamiento,
que
debe
ser
mayor
que
el
concepto
de
comportamiento
operante,
no
nos
podemos
detener
en
el
análisis
de
las
contingencias
de
refuerzo.
Debemos,
por
tanto,
continuar
admitiendo
que
la
contingencia
triple
es
el
modo
de
organización
de
la
relación
entre
eventos
comportamentales
y
ambientales
en
el
análisis
del
comportamiento,
desde
que
ella
no
sea
identificada
con
la
contingencia
de
refuerzo.
Así,
cuando
hablamos
de
procesos
comportamentales
estamos
hablando
de
contingencias,
que
a
pesar
de
incluir
contingencias
de
refuerzo,
no
se
reducen
a
ellas.
Siendo
así,
los
eventos
que
participan
de
un
comportamiento
(independiente
de
tratarse
de
una
operante
liberada
o
reflejo)
se
organiza
en
la
forma
de
estímulo-‐ respuesta-‐consecuencia.
En
el
caso
del
operante,
por
ejemplo,
es
la
contingencia
de
refuerzo
quien
describe
el
modo
como
los
eventos
se
relacionan,
-‐una
respuesta
es
emitida
en
la
presencia
de
estímulos
y
produce
alteraciones
en
el
campo
estimular
(remueve
estímulos
presentes
o
produce
nuevos
estímulos).
Además
de
describir
la
forma
de
organización
entre
eventos,
las
contingencias,
o
procesos
comportamentales,
son
una
especie
de
puente,
entre
eventos
y
estados
comportamentales,
indicando
de
qué
modo
pueden
partir
de
eventos
para
construir
estados.
Continuando
con
el
ejemplo
de
un
comportamiento
de
tipo
operante,
tenemos
que:
la
ocurrencia
de
una
respuesta,
produce
una
consecuencia
que,
a
su
vez,
afecta
la
ocurrencia
de
nuevas
respuestas
–
sería
insensato
decir
que
esa
consecuencia
afecta
la
ocurrencia
de
la
respuesta
que
la
produce,
pues
esa
ya
no
existe
más
y,
por
tanto,
no
puede
ser
más
afectada.
Lo
que
se
altera
es
la
probabilidad
de
ocurrencia
de
nuevas
respuestas;
no
de
cualquier
respuesta,
sino
de
las
respuestas
que
guardan
alguna
semejanza
con
la
primera
respuesta
(Skinner,
1953,
1957,
1969).
De
esa
manera
los
procesos
comportamentales
actúan
sobre
los
estados
comportamentales.
Siguiendo
ese
proceso,
si
la
emisión
de
las
respuestas
semejantes
siguen
consecuencias
reforzadoras
semejantes,
al
final
tendremos
la
constitución
de
una
clase
de
respuestas,
de
un
nuevo
estado
comportamental
operante.
La
identificación
entre
contingencias
y
procesos
comportamentales
lleva
en
consideración
el
carácter
temporal,
dinámico
o
procedimental
de
las
contingencias,
impidiendo
que
sean
interpretadas
como
sinónimo
de
mero
procedimiento.
Podemos
encontrar
algún
apoyo
para
ese
hecho
en
el
próximo
texto
skinneriano,
cuando
define
los
procesos
comportamentales
como
“cambios
en
el
comportamiento”
citando
como
ejemplos
“aprendizaje,
discriminación,
generalización
y
abstracción”,
y
en
otro
momento,
llamando
esos
mismos
ejemplos
de
“algunas
contingencias
de
refuerzo”
(Skinnerm
1969).
El
riesgo
de
confundir
procesos
comportamentales
con
comportamiento
es
bien
menor
que
en
el
caso
de
estados
y
eventos
comportamentales.
El
propio
Skinner
(1968)
muestra
lo
imposible
que
resulta
ser
considerar
procesos
como
comportamientos:
“esos
procesos
comportamentales
no
son
comportamientos,
sino
cambios
en
el
comportamiento”.
Sin
embargo,
defender
que
no
hay
identificación
entre
procesos
comportamentales
y
comportamiento
no
excluye
la
posibilidad
de
que
haya
relación
entre
ellos.
Es
justamente
esta
nuestra
hipótesis:
que
los
procesos
comportamentales
deben
participar
de
la
definición
de
comportamiento.
Una
justificación
para
incluir
los
procesos
comportamentales
en
la
definición
de
comportamiento
es
que,
con
eso,
introducimos
el
carácter
dinámico
del
comportamiento
ya
en
su
definición.
En
otras
palabras,
es
parte
de
la
definición
del
comportamiento
estar
en
constante
cambio
y
eso
puede
ser
analizado
por
medio
de
procesos
comportamentales.
Además
de
eso,
vale
recordar
que,
cuando
Skinner
(1969)
comparaba
el
conductismo
radical
con
otros
conductismos,
coloca
la
distinción
en
las
terceras
variables
encontrada
en
la
fórmula
que
describe
la
relación
entre
estímulo
y
respuesta.
Para
el
conductismo
radical
la
tercera
variable
es
justamente
la
contingencia
de
reforzamiento,
lo
que
se
aleja
de
Sherrington,
Tolman
y
Hull.
Es
importante
notar
que
todos
estos
autores
atribuyen
a
la
tercera
variable
una
naturaleza
no
comportamental
(fisiológica
o
mental).
Ahora,
¿lo
diferencial
del
conductismo
radical
no
sería,
entonces,
considerar
la
tercera
variable
de
naturaleza
comportamental?
¿Esto
no
sería
finalmente
incluir
la
contingencia
en
el
concepto
de
comportamiento?.
Por
tanto,
independientemente
del
tipo
de
comportamiento
(operante,
liberado
o
reflejo)
parece
que
siempre
tenemos
una
estructura
construida
por
la
relación
entre
eventos,
estados
y
procesos
comportamentales.
Las
diferencias
entre
los
tipos
de
comportamiento
se
deben
a
la
temporalidad,
lo
que
nos
remite
a
las
contingencias
involucradas
en
la
génesis
de
cada
estado
comportamental.
De
esta
manera,
en
los
comportamientos
liberados
o
reflejo
tenemos
la
participación
de
contingencias
de
supervivencia,
y
por
eso
al
principio,
encontramos
estados
de
origen
filogenético.
Ya
en
el
caso
del
comportamiento
operante,
las
contingencias
son
de
reforzamiento,
responsables
por
estados
ontogenéticos.