Está en la página 1de 2

EL NIÑO EN EL TABERNÁCULO

Un modelo para nuestra fe

Sucedió un día que un buen y santo misionero, mientras predicaba por los campos de ese
país, consiguió reunir en torno a si a un grupo de niños pequeños. Como tema de su
predicación eligió enseñarles la presencia real de Jesús en el Tabernáculo. Con su corazón
embargado por la emoción les habló a los niños de cómo Jesús, por obra de un dulce milagro,
permanece siempre encerrado y cautivo en los altares de nuestras iglesias esperando
nuestra visita.
Nada más escuchar esto sucedió que uno de los niños se levantó apresuradamente de en
medio del grupo y sin perder un instante salió corriendo en dirección a la iglesia más cercana.
Una vez en su interior se acercó al Tabernáculo y aunque era todavía demasiado pequeño,
consiguió con gran esfuerzo subirse a lo alto del altar y sentarse a su lado. Fue entonces
cuando con una fe pura e ingenua, comenzó a llamar a Nuestro Señor mientras golpeaba
con suavidad la puertecita: - Jesús, ¿estás allí?...
Pero nadie contestó a su llamada. Sin desanimarse a esta conmovedora audacia propia de
su corta edad, volvió de nuevo a golpear esta vez un poco más fuerte la puerta con los
nudillos de pequeña manita:
- ¿Estás allí, Jesús?. Por favor contéstame... como nos dicen que lo haces siempre en
la clase de catecismo…
Y esperó unos instantes... Pero pesar de que prestaba mucha atención sus oídos no
conseguían escuchar ningún sonido del interior del Tabernáculo. "Debe ser que Jesús esta
ahora dormido", pensó entonces el niño. Y decidido, se dijo a si mismo: "Voy a despertarlo
con delicadeza para no asustarlo".
- Oh mi pequeño Jesús, te quiero, te adoro, creo en Ti, contéstame. Yo te suplico que
me hables…
¡Oh gracia! ¡Oh prodigio! ¡Oh milagro!… Ante esta oración de tanta ternura Jesús ya no pudo
resistir más y desde el fondo de su Tabernáculo dejó escapar finalmente su voz:
- Soy Jesús y vivo en este lugar donde mi inmenso amor por los hombres me tiene
prisionero. Desde aquí consuelo a todo el que llora. Y tu, mi amado niño, ¿qué es lo
que quieres de mi?
El niño, ya muy contento, le respondió con voz candorosa:
- Es mi padre…. No se encuentra bien... Te pido por favor que lo conviertas. Haz que
te conozca y ame tu nombre...
-Hágase como quieres. Te concedo tu deseo - le respondió Jesús. Anda, vete ahora a tu
casa que ya la tarde está cayendo y tus padres te están esperando .
Desbordado por la alegría de haber sido escuchado por Jesús, el niño regresó a su casa mas
obediente y piadoso que nunca. Al día siguiente se obró un milagro conmovedor: sin que
hubiera contado nada de lo sucedido en la iglesia, su padre tomó la repentina decisión de
acudir a la Iglesia y confesarse tras haber permanecido muchos años completamente alejado
de ella. Cuando regresó a su casa, volvió como un hombre nuevo renacido a la fe.
Y así termina esta historia que me contaron en la Inglaterra protestante. ¡Oh Jesús! gran
amigo de los niños y lleno de compasión con los pobres pecadores, ¿quién dejará de
reconocer tu infinita bondad en el relato de esta historia que me contaron? Yo la recordaré
por siempre… Y también llamaré a tu puerta todos los días. Si no consigo oír tu voz como
aquel niño, poco importa pues se que tu corazón siempre me escucha.
***
Oh Jesús, que te quedaste con nosotros, prisionero en el Sagrario, haz que te llevemos
constantemente en nuestro corazón para que, haciéndote así agradable compañía en la
tierra, merezcamos estar un día contigo en el cielo.

También podría gustarte