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Contexto ant

erior al golpe de la actividad de la Diócesis riojana.

Nuestro pueblo es muy tradicionalista en sus prácticas religiosas. Pero luego de 1968, es
conmovido por la obra y la orientación contra la injustica escrita por Mons. Enrique Angelelli. En
ella muestra el secular problema de las grandes diferencias sociales de la provincia, la pobreza
extrema en algunos sectores, fueron severa y públicamente cuestionadas, procurando que no
haya hombre que no pueda pasar por esas situaciones poco humanas.

La reacción contra su obra y palabra no se hizo esperar, se dieron hechos y situaciones de mucha
perturbación y escándalo que fabricarían aquellos que no compartes la postura de la Diócesis,
rechazándola y marginándola. Si en 1971 se silencia la misa dominica, en 1972 la campaña
difamatoria toma dimensiones de insidia sin límites, a tal punto que se llega a agredir física e
impunemente al padre Pucheta en Santa Cruz (Famatina) entre otras cosas.

Los disidentes organizan planificadamente, en junio de 1973, el denominado “Caso Anillaco”


donde, los incidentes provocados, se agravia de la palabra y de hecho tanto al Obispo como
sacerdotes. Los diarios de la época dan testimonio de una renovada campaña de calumniase
injurias, que provocan el “Caso Aminga”, donde el 29 se asalta y destruye la casa y oratorio donde
trabajaban un grupo de religiosas y el movimiento rural diocesano. Esa reacción vejatoria y
violatoria de la misión, requirió de la Santa Sede intervenga respaldando y confirmando la
Evangelización de la Pastoral Diocesana.

Siguiendo los testimonios orales y documentación de esos años, marca una distensión aparente en
1974 y 1975 ya que la vigilancia y los hostigamientos atravesó de una continua difusión
periodística mantuvo el clima persecutorio. Todo lo que de una manera u otra estuviera vinculado,
directa o indirectamente al a iglesia quedaba “bajo sospecha”, esto significaba que todo tipo de
reunión, encuentro, convocatorias de orden formativo en la pastoral, tenía permanente
requerimientos de datos personales de los asistentes, seguimientos y controles, en un continuo y
premeditado intento de sembrar dudas, crear confusión y conseguir el aislamiento del accionar de
la iglesia.

Situación a partir de 1976.

Todo lo que La Rioja, como pueblo o Iglesia, que hasta aquí había padecido, cobra a partir de la
ruptura institucional con el golpe militar. Los que asumieron el poder de manera absoluta y
totalitaria le asignan a la iglesia, el rol de tolerar, mantener la vida de religiosidad popular, pero al
margen de toda situación conflictiva social. Concretamente, como se hizo en La Rioja, optar por el
pobre y contra toda pobreza, misionar, ayudar, promover al humilde, no puede hacerse
históricamente sin que se sientan tocados los causantes de la miseria:

“La cooperativa había logrado aumento en los precios y el acopio de la producción para ser
vendida en bloque y no en forma separada como hasta entonces, lo cual significaba una
disminución de los beneficios para acopiadores. La mayor parte de las personas que fueron
detenidas eran miembros del consejo directivo de la cooperativa, quienes estuvieron privados de
libertad por más tiempo. Como consecuencia de él, la cooperativa comenzó a decaer hasta
prácticamente desaparecer. Del mismo modo sucedió con diversas instituciones como clubes
deportivos, cooperadoras escolares, centro vecinal, ya que el temor llevo a la población a no
integrarse, a no participar masa en reuniones…” (T. 112). –

Arrecian los controles y hostigamientos, luego de un allanamiento en búsqueda de supuestas


“armas y explosivos” en la parroquia de Olta. Es detenido el P. Eduardo Ruiz, junto a su hermano y
así sucesivamente.

Inmediatamente al golpe, la detención masiva de jóvenes militantes cuadros dirigentes,


periodistas y profesionales, habla de una “selectividad” manifiesta que lo relacionaba, de un modo
real o supuesto, con los estamentos de la iglesia.

En la generalidad de los casos, el régimen manifestó una extrema soberbia, la total impunidad
para quienes estaban en el poder y una inseguridad mortal para quienes lo padecieron. El sistema
manipulador, no podía evidentemente tolerar una iglesia que no solo legitimaba sus actos, si no
que cuestionaba los fines y los medios violatorios de la dignidad y derechos del hombre y pueblo
riojanos. Significaba para los señores del poder que la diócesis de La Rioja “hacia política” y
desvirtuaba su “misión espiritual”.

Las apelaciones de Monseñor Angelelli a distintos estamentos de la sociedad tuvo como repuesta
no solo el aislamiento, si no la complicidad implícita o explícita. Así el circulo fue cerrándose y se
descendió a los infiernos. El 18 de julio fueron prácticamente secuestrados de la misma parroquia
y asesinados a balazos a pocos kilómetros de la sede en Chamical, los sacerdotes Carlos de Dios
Muria y Gabriel Longueville. Exactamente una semana después en Sañogasta caía ensangrentado
por encapuchados, en la propia puerta de su casa y ante la aterrorizada presencia de su esposa e
hijitas, Wenceslao Pedernera0. A partir de ahí, no se reparado y el 4 de agosto de 1976 ante el
hecho que fue calificado de “extraño accidente” en el que muere monseñor Angelelli, en Punta de
los Llanos.

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