Etimológicamente, la palabra filosofía proviene del griego y traduce la idea de «amor a la sabiduría». Aspirar, tender, buscar el conocimiento. ¿Pero el conocimiento de qué? ¿Qué significa amar el saber? ¿Se puede no quererlo? ¿Alguien se imagina un ser humano que no quisiera alcanzar cierto saber? Parecería que no. La clave puede estar en ese «cierto» que se desliza por ahí. ¿Se trata de amar al saber de todo o se trata de amar ciertos saberes? Hay una diferencia entre querer saber a qué hora vendrá el próximo tren y querer saber por qué el ser y no más bien la nada. Está claro que si puedo responder esta última pregunta, podré también en algún momento hacer derivar la información sobre el tren y su horario, pero a la inversa no funciona: si sé a qué hora pasa el tren, nada puedo inferir sobre el ser y la nada.
El amor al saber es un amor por el saber en general, es la idea misma de querer saber por el hecho mismo del saber en sí. Querer expandir y acrecentar el conocimiento que tenemos sobre las cosas, llevándolo hasta su paroxismo en la caricatura del sabio como aquel que lo sabe todo. O sabe qué es el todo. O es un todo que sabe todo. ¿Pero se puede saber todo? O mejor, ¿existe el todo?
La idea de amor al saber conlleva una pretensión de totalidad, más allá de que sea o no sea alcanzada. Se trata de un amor al absoluto, donde el saber nos equipararía directamente con esas totalidades cerradas que son los absolutos. Saber todo es acceder al todo, ya que desaparecerían todas las intermediaciones. El conocimiento tiene algo de mediación. Supone ciertas verdades todavía no alcanzadas. Pero el conocimiento absoluto ya nos emparenta directamente con el objeto que se quiere alcanzar. Si yo lo sé todo, nada me falta por conocer y de algún modo me totalizo. O dicho de otro modo, el día que alcancemos el conocimiento del todo, ya no va a tener sentido el conocimiento mismo. Por eso insiste Platón que el saber siempre es una aspiración, ya que se nos presenta en la medida en que haya todavía zonas desconocidas a las que aspirar. A las que amar. El amante ama lo que no tiene, busca aquello de lo que carece, trata de llenar una falencia. Amar el saber es querer poseer un conocimiento absoluto del absoluto y este deseo existe en la medida en que todavía no se lo ha alcanzado.
En El Banquete, Platón nos narra por boca de Sócrates uno de los mitos del origen de Eros, una de las deidades del amor de los griegos (la otra era Afrodita). Nos cuenta la historia de Penía, diosa de la indigencia, la falta, la carencia, la pobreza, que no fue invitada a la celebración que los dioses hacían por el nacimiento de Afrodita. Mientras todos festejaban, Penía permanecía por fuera del lugar, en el jardín de Zeus. Poros, el dios de los recursos, de la riqueza, de la capacidad de resolución, de las herramientas, sale embriagado hacia el jardín y cae dormido junto a Penía. Penía entonces lo viola y queda embarazada de él. Y de esa unión nace Eros, el amor. Por eso, el amor es esa tensión abierta que, aunque siempre encuentre los recursos para alcanzar su deseo, al mismo tiempo nunca se ve satisfecho. Una marcha hacia la plenitud que nunca cierra. Dice Platón: «Mas lo que consigue siempre se le escapa». Mitad capacidad, mitad falencia. Un impulso permanente hacia aquello que quiere conseguir, pero que una vez que lo alcanza, ya lo pierde. Platón lo expresa con absoluta belleza: «(…) Eros se ha quedado con las siguientes características. En primer lugar, es siempre pobre, y lejos de ser delicado y bello, como cree la mayoría, es más bien duro y seco, descalzo y sin casa, duerme siempre en el suelo y descubierto, se acuesta a la intemperie en las puertas y al borde de los caminos, compañero siempre inseparable de la indigencia por tener la naturaleza de su madre. Pero, por otra parte, de acuerdo a la naturaleza de su padre, está al acecho de lo bello y de lo bueno; es valiente, audaz y activo, hábil cazador, siempre urdiendo alguna trama, ávido de sabiduría y rico en recursos, un amante del conocimiento a lo largo de toda su vida, un formidable mago, hechicero y sofista. No es por naturaleza ni inmortal ni mortal, sino que en el mismo día unas veces florece y vive, cuando está en la abundancia, y otras muere, pero recobra la vida de nuevo gracias a la naturaleza de su padre (…)»[20] .
Si la falencia es constitutiva, entonces cada vez que creemos alcanzar un saber, se nos abren nuevos interrogantes que en general multiplican la incertidumbre existente. Todo se complejiza cuando relacionamos al amor con el saber, ¿pero podríamos no hacerlo? Derrida nos dice que el que ama siempre lleva un saber, ya que sabe que ama. Doble problema: amar y además saberlo, necesitar explicarlo, intentar comprenderlo. Triple problema ya que el amado no acarrea ningún saber. Solo recibe. Amar un saber que sin embargo se nos vuelve efímero y nos coloca entonces en lo incierto e invierte el sentido: cuanto más me pregunto, más me pregunto. (...) El amor al saber, dice Platón comentando el mito del nacimiento de Eros, lleva esa dualidad estructural: buscamos un saber que cada vez que alcanzamos se nos esfuma y nos plantea nuevas búsquedas. ¿Pero entonces la filosofía nunca llega a ningún lado? ¿Pero entonces el amor es una pasión inútil?
En la definición de filosofía como amor a la sabiduría ¿se prioriza más a la sabiduría o al amor? ¿Dónde poner el acento? La frase remanida «amor al saber» nos permite preguntarnos: ¿qué es más importante? ¿Alcanzar el saber o ejercer la acción de amar? ¿O la acción de amar en tanto alcanza su objetivo?
Tradicionalmente, el acento ha sido puesto en el saber. La fuerza de la definición de filosofía estaba puesta en la cumplimentación del objetivo. ¿Qué hace un filósofo? Busca el saber. ¿Cuándo un filósofo es bueno? Cuando lo encuentra. Platón dice que los filósofos buscan contemplar la verdad. Platón dice muchas cosas y muchas contradictorias. Es que Platón no dice solo. Dice y no dice. Dice y le hacen decir. Platón es Platón y sus múltiples lecturas, comentarios, interpretaciones; sin contar que sus obras nos llegan tardíamente por intermedio de los escribas antiguos y medievales (se sabe que el original más antiguo existente de una obra de Platón consiste por lo menos en la copia trece del supuesto original)[22]. Platón dice que el filósofo sacia su búsqueda cuando llega a la verdad. ¿Pero cómo se llega a la verdad? ¿Es la verdad un lugar? Y si se llega a la verdad, ¿de dónde se proviene? ¿De la apariencia? Pero entonces nos ilusionamos con arribar a la verdad porque partimos desde una ilusión que pretende negarse a sí misma y postular una verdad. O dicho de otro modo: ¿por qué no sería aquella verdad a la que pretendemos arribar desde un estado ilusorio, también una ilusión? La ilusión de la verdad. Saberlo todo. ¿Qué hay detrás de la ventanilla de la boletería? ¿Quiénes se besan? ¿Alguien se besa? Solo veo siluetas moviéndose, pero los contornos se me configuran como personas besándose. ¿No era que no quería que apareciese el amor?
(Sztajnszrajber, D. - ¿Para qué sirve la filosofía?)