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Biografía
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Michelangelo Buonarroti fue un hombre solitario, iracundo y soberbio,
constantemente desgarrado por sus pasiones y su genio. Dominó las
cuatro nobles artes que solicitaron de su talento: la escultura, la pintura,
la arquitectura y la poesía, siendo en esto parangonable a otro genio
polifacético de su época, Leonardo da Vinci. Durante su larga vida amasó
grandes riquezas, pero era sobrio en extremo, incluso avaro, y jamás
disfrutó de sus bienes. Si Hipócrates afirmó que el hombre es todo él
enfermedad, Miguel Ángel encarnó su máxima fiel y exageradamente,
pues no hubo día que no asegurase padecer una u otra dolencia.
La dorada Florencia
La Piedad (1498-1499)
Además, negros nubarrones se cernían sobre la ciudad. Los ejércitos
franceses y españoles luchaban muy cerca de las murallas y, en el
interior, un terrible fraile dominico llamadoGirolamo Savonarola agitaba a las
masas con su verbo ardiente contra el lujo pagano delos Médicis. Piero de
Médicis acabó huyendo y Savonarola se apresuró a instaurar una
república teocrática, pródiga en autos de fe y piras purificadoras donde
se consumían libros, miniaturas, obras de arte y otros objetos impuros.
Miguel Ángel nunca olvidó las prédicas de aquel iluminado, ni las llamas
que terminaban para siempre con el sueño de una Florencia joven,
alegre, culta y confiada.
Buonarroti se trasladó por primera vez a Roma en 1496. Allí estudió a
fondo el arte clásico y esculpió dos de sus mejores obras juveniles: el
delicioso Baco y la conmovedora Piedad, en las que su personalísimo estilo
empezaba a manifestarse de manera rotunda e incontrovertible. Luego,
de regreso a Florencia, acometió uno de sus proyectos más valientes,
aceptando un desafío que ningún creador había osado hasta entonces:
trabajar en un bloque de mármol de casi cinco metros de altura que
yacía abandonado desde un siglo antes en la cantera del "duomo"
florentino. Con abrumadora seguridad, Miguel Ángel hizo surgir de él el
monumental David, como si la figura se hallase desde siempre en el
interior de la piedra, creando para sus contemporáneos una imagen
orgullosa e impresionante del joven héroe, en clara rivalidad con las
dulces y adolescentes representaciones anteriores
de Donatello y Verrocchio.
La Capilla Sixtina
Su epitafio bien podría ser aquel que el mismo Miguel Ángel escribió
para su amigo Cechino dei Bracci, desaparecido en la flor de la edad: