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GUIÓN DE TEATRO: MÉDICO A PALOS

● DON JERÓNIMO ● GINÉS


● DOÑA PAULA ● LUCAS
● LEANDRO ● POBLADORA 1
● ANDREA ● POBLADORA 2
● BARTOLO ● VECINA
● MARTINA
Escena 1

BARTOLO.- ¡Ah que fastidio de mujer de levantarme a estas horas! Si son las 10 de la mañana! Bueno no
vale la pena enojarse, empecemos con lo que vinimos hacer… (Golpeando con el hacha el tronco)
¡Válgame Dios y qué duro está este tronco! no se parte... Dejémoslo, será lo mejor, que ahí se quedará
para cuando vuelva, no se va ir. Ahora vendrá bien un rato de descanso.. Allí se acerca alguien mmm es
una mujer… ¡Ay! es mi esposa (con desilusión)… ¿Qué traerá de bueno?

MARTINA.- (Sale por el lado derecho del teatro.) Haragán, ¿qué haces ahí sentado sin trabajar?

BARTOLO.- Perdóname, mujer. Estoy cansado…

MARTINA.- ¡Y que yo aguante a un marido tan holgazán y perezoso! Levántate y trabaja.

BARTOLO.- No…no quiero, además te digo me corresponde a mí hablar y ser el amo.

MARTINA.- Y yo te digo que estoy cansada de aguantar a un esposo ocioso y vago.

BARTOLO.- Esposa, vamos poco a poco.

MARTINA.- ¡Haragán!

BARTOLO.- Esposa, ya sabéis que no tengo un alma sufrida y que mi brazo es bastante sólido.

MARTINA.- Me burlo de tus amenazas.

BARTOLO.- Dulce objeto de mis ansias, te arrancaré las orejas.

MARTINA.- ¡¿A mí? A ver al instante que tengo los ojos bien abiertos

BARTOLO.- Ahora vas ha ver…… pero las estrellas (la golpea)

MARTINA. (Gritando).- ¡Ay, ay, ay, ay!

BARTOLO.- Éste es el único medio de que calles... Vaya: hagamos la paz. Dame esa mano.

MARTINA.- ¿Después de haberme puesto así? No quiero.

BARTOLO.- Vamos, hijita.

MARTINA.- No quiero, no.

BARTOLO.- Ay...malditas mis manos que han sido causa de enfadar a mi esposa...y ahora sí…Vaya, ven:
dame un abrazo.

MARTINA.- ¡No!

BARTOLO.- Vaya, si se muere por mí la pobrecita…Mira te he de comprar eso que tanto pedías…desde
que nos casamos hace 20 años… …¿Siempre no?...
MARTINA.- ¡Suelta!... Anda, que tú me las pagarás...

Escena 2

LUCAS: Buenos días señora, usted conocerá un médico que curaba en griego.

POBLADORA: Ahhh siii! Claro que lo conozco curaba en griego.

LUCAS: ¡Que bueno!!

POBLADORA: Pero ya hace dos días que se ha muerto en español.

LUCAS: ¡Que lastima!! ¡vámonos Ginés! (han mímicas que conversan)

MARTINA: Asi es vecinas, ya no se que hacer.

VECINA 1: ¡Vamos Martina! Bien dicen que una mujer siempre encuentra el modo de como vengarse de
su marido.

MARTINA: ¡Pero tiene que ser algo que le duela!

VECINA 2: Tranquila, ya encontraremos una idea, pensemos un rato.

VECINA 1: Perdone señores no los había visto

LUCAS.- Vamos bien por aquí buscando un medico

MARTINA.- ¿Un médico? (a las vecinas)

VECINAS: ¡Un médico!

VECINA 1: Ay mira qué idea me ocurre!

VECINA 2: ¿Qué idea?

VECINA 1: Martina dile a estos pobladores que tu esposo Bartolo es médico.

MARTINA: ¿Medico?

VECINA 2: ¡Que buena idea! Y diles que solo acepta que es médico si le tiran con los palos.

MARTINA: ¡Tienen razón! ¡Señores! Yo conozco un médico muy bueno, mire usted, aquí tenemos el
hombre más sabio del mundo, que hace prodigios en esos males desesperados.

LUCAS.- ¿Y en dónde le podemos encontrar?

MARTINA.- Cortando leña en ese monte. (vecina ríe)

GINES: ¡Que extraño!

MARTINA.- Es que es un hombre extraño….

VECINA 1: No confesará su capacidad, a menos que no le muelan el cuerpo a palos

VECINA 2: y así les aviso a ustedes, que si no lo hacen, no conseguirán su intento.

GINÉS.- ¿Y cómo se llama?

MARTINA.- Don Bartolo. Fácilmente le conocerán ustedes..

LUCAS: ¿Y tan buenas curas hace?


MARTINA: ¿Curas dice usted? ¡Milagros diría yo!

VECINA 1: Hace unos días un niño estaba jugando en la torre e Miraflores, se le cayó la pelota y el
también se cayó. Se le troncharon las piernas, y la cabeza le sangraba. Quiso Dios que pasara cerca Don
Bartolo, él no quería acercarse, pero unos buenos palos lo convencimos.

VECINA 2: Lo miró, lo examinó, le hecho una pócima que tenía en el bolsillo y el niño se levantó jugando
el avioncito.

GINES: Ese es el hombre que necesitamos.

MARTINA: ¡pero creo que ahí viene!... ¡no se olviden de los garrotazos! ¡Vamos vecinas!

Escena 3

LUCAS.- Fortuna ha sido haber hallado a esta mujer. Pero, ¿no ves que clase de médico es?

GINÉS.- Ya lo veo... Mira, retirémonos uno a un lado, y otro a otro, para que no se nos pueda escapar.
Hemos de tratarle con la mayor cortesía del mundo.

GINÉS.- Y sólo en el caso de que absolutamente sea preciso...

LUCAS.- Bien... Entonces me haces una seña, y le ponemos como nuevo.

GINÉS.- ¿Es usted un caballero que se llama el señor don Bartolo

BARTOLO.- No, y sí, conforme lo que ustedes quieran.

LUCAS.- Queremos hacerle a usted cuantos obsequios sean posibles.

BARTOLO.- Si así es, yo me llamo don Bartolo. (Quítase el sombrero y le deja a un lado.)

GINÉS.- Pues, señor, venimos a implorar su auxilio de usted, para una cosa muy importante. No extrañe
usted que vengamos en su busca. Los hombres eminentes siempre son buscados

BARTOLO.- Es verdad; como que soy el hombre que se conoce para cortar leña. Si ha de ser de encina,
no la daré menos de a dos reales la carga.

LUCAS.- Suplico a usted que hable de otro modo.

GINÉS.- ¡Un sujeto como usted ha de ocuparse en ejercicios tan groseros! ¡Un hombre tan sabio! ¡Tan
insigne médico!

BARTOLO.- ¿Quién, yo?

GINÉS.- Usted, no hay que negarlo.

BARTOLO.- Usted será el médico, que yo en mi vida lo he sido.

LUCAS.- Al cabo me parece que será necesario... (Mirando a GINÉS.) ¿Eh?

GINÉS.- Yo creo que sí.

LUCAS.- En fin, amigo don Bartolo, no es ya tiempo de disimular.

GINÉS.- ¿Para qué es fingir, si todo el mundo lo sabe?

BARTOLO.- Pues, digo a ustedes, que no soy médico.

GINÉS.- ¿No?
BARTOLO.- No señor.

LUCAS.- ¿Conque no?

GINÉS.- Pues, amigo, con su buena licencia de usted, tendremos que valernos del remedio

BARTOLO.- ¿Y qué remedio?

LUCAS.- Éste. (Danle de palos; cogiéndole siempre las vueltas, para que no se escape.)

BARTOLO.- ¡Ay!, ¡ay!, ¡ay!... (Quitándose el sombrero.) Basta, que yo soy médico, y todo lo que ustedes
quieran.

GINÉS.- Pues, bien, hablando nos entendemos.

LUCAS: Se trata de asistir a una señorita muy rica, que vive en esa hacienda junto al rio. Usted estará allí
bien pagado y se le tratará como rey.

BARTOLO.- Pues, señor, vamos allá.

Escena 4

ANDREA.- ¡Ay, señor amo! Aunque el médico sea muy bueno me parece que no hacemos nada.

DON JERÓNIMO.- ¿Por qué?

ANDREA.- Porque Doña Paulita no necesita médicos, sino marido, marido, eso le conviene.

DON JERÓNIMO.- La chica no piensa en eso. Es todavía muy niña.

ANDREA.- ¡Niña! Sí, cásela usted y verá si es niña.

DON JERONIMO: ¿Quieres callarte?

ANDREA.- ¡Allí le duele!

GINES: Aquí tiene usted señor Don Gerónimo, al estupendo médico, al mejor doctor del mundo

DON JERONIMO: Que gusto conocerlo doctor.

BARTOLO: Hipócrates dice que nos cubramos.

DON JERONIMO: ¿Hipócrates lo dice? ¿Y en que capítulo?

BARTOLO: En el capítulo de los sombreros.

DON JERONIMO: Pues, si lo dice Hipócrates, será preciso obedecer.

BARTOLO: Pues como digo, señor médico, habiendo sabido...

DON JERONIMO: ¿Con quien habla usted?

BARTOLO: Con usted, señor medico

DON JERONIMO: ¿Conmigo? Yo no soy médico.

BARTOLO: No? Pues verás lo que te pasa. Yo te haré que seas médico a palos, que, así se gradúan en
esta tierra.

BARTOLO: ¿Que loco me han traído aquí?


GINES: ¿No le dije a usted que era muy chancero?

DON JERONIMO: Sí, pero-que vaya lejos con esas chanzas.

LUCAS: Mire usted señor, este caballero que está presente es nuestro amo, y padre de la señorita que
usted ha de curar.

BARTOLO: ¿El señor es su padre? ¡Oh! perdone usted, señor padre, esta libertad que...

DON JERONIMO: No hay problema, vamos al asunto. Yo tengo una hija muy mala...

BARTOLO: Me alegro mucho.

DON JERONIMO: ¿Como?

BARTOLO: Digo que me alegro de que su hija de usted necesite de mi ciencia, y ojalá que usted, y toda
su familia estuviesen a las puertas de la muerte, para emplearme en su asistencia, y su alivio.

DON JERONIMO: Viva usted mil años, que yo le estimo su buen deseo.

ANDREA: Aquí viene la niña Don Jeronimo.

DON JERÓNIMO.- Anímate, hija mía. Ella es la niña doctor, si se llegara a morir me volvería loco.

BARTOLO.-¡Pues no hay que morirse sin licencia del médico! No señor, no se morirá...

BARTOLO.- Y bien, ¿qué la duele a usted?

DOÑA PAULA.- Ba, ba, ba, ba.

BARTOLO.- Ba, ba, ba, ba. ¿Qué tipo de lengua es esta?

DON JERÓNIMO.- Pues ése es su mal. Ha venido a quedarse muda. Vea usted qué desconsuelo para mí.

BARTOLO. - ¡Qué bobería! Una mujer que no habla es un tesoro. La mía no padece esta enfermedad, y si
la tuviese, yo me guardaría muy bien de curarla. Pues, amigo, este pulso indica... que su hija tiene
secuestrada la facultad de hablar.

DON JERÓNIMO.- ¿Pero de que ha podido proceder este accidente?

BARTOLO.- Este accidente ha podido proceder, y procede de habérsela interrumpido a mi señora Doña
Paulita el uso expedido de la lengua.¿Entiende usted de latín?

DON JERÓNIMO.- No señor, ni una palabra.

BARTOLO.- No importa. Dixo Bonus bona bonum, uncias duas, mascula sunt maribus, honora medicum,
acinax acinacis, nemine parco, Amaryllda sylvas. Que quiere decir que esta falta de coagulación en la
lengua la causan ciertos humores que nosotros llamamos humores... humores acres, proclives,
espontáneos, y corrumpentes. Porque, como los vapores que se elevan de la región lumbrar, pasando
desde el lado izquierdo donde está el hígado, a el derecho en que está el corazón, ocupan todo el
duodeno y parte del cráneo: de aquí es, según la doctrina de Áusias March y, de Calepino (aunque yo
llevo la contraria) que la malignidad de dichos vapores... ¿Me explico?

DON JERÓNIMO.- Si señor, perfectamente.

BARTOLO.- Pues, como digo: supeditando dichos valores las carúnculas, y el epidermis, necesariamente
impiden que el tímpano comunique al metacarpo los sucos gástricos. Doceo, doces, docere, docui,
doctum. Papatus munus tulit Archidiaconus unus: ars longa, vita brevis: templum, templi: augusta
vindelicorum, et reliqua... ¿Que tal? ¿He dicho algo?

ANDREA ¡Es mucho hombre este!

DON JERÓNIMO.- Solo he notado una equivocación en lo que...Creo que dixo usted que el corazón está
al lado derecho y el hígado al izquierdo, y en verdad que es todo lo contrario.

BARTOLO.- ¡Hombre ignorantísimo, sobre toda la ignorancia de los ignorantes! ¿Ahora me sale usted
con estas vejeces? Si señor, antiguamente así sucedía; pero ya lo hemos arreglado de otra manera.

DON JERÓNIMO.- Perdone usted si en esto he podido ofenderle.

ANDREA: ¿Y que le parece a usted que deberemos hacer con la enferma?

BARTOLO: Darle una gran sopa en vino.

DON JERÓNIMO.- Asi lo haremos doctor, vamos, hijita que ya querrás descansar...

BARTOLO.- Taparla bien, no se resfríe. Adiós, señorita.

DOÑA PAULA.- Ba, ba, ba, ba.

Escena 5

LEANDRO.- Señor doctor, yo vengo a implorar su auxilio de usted espero que...

BARTOLO.- Veamos el pulso... (Tomando el pulso, con gestos de displicencia.) Pues no me gusta nada...
¿Y qué siente usted?

LEANDRO.- Yo no vengo a curarme. Yo estoy enamorado de Doña Paulita, ella me quiere; pero su padre
no me permite que la vea... Se ha fingido enferma pero no lo esta

BARTOLO.- ¿Conque todo ello es una farándula?. Pues, bien, yo haré que hoy mismo quede usted
casado con Doña Paulita. Ahora, lo que importa es que usted este cerca, que yo le llamaré.

LEANDRO.- Bien está asi lo hare

DON JERÓNIMO.- ¡Ay, amigo don Bartolo!, mi hija no se alivia.

BARTOLO.- ¡No hay que preocuparse, para eso he traido a un excelente Boticario ..Don Casimiro, púlsela
usted.

DON JERÓNIMO.- ¿Conque en efecto es mozo de habilidad? ¿Eh?

DOÑA PAULA.- Siempre, siempre seré tuya, Leandro.

DON JERÓNIMO.- ¿Qué?¿Si será ilusión mía?... ¿Ha hablado?

DOÑA PAULA.- Sí padre mío, he recobrado el habla para decirle a usted que amo a Leandro, y que
quiero casarme con él.

DON JERÓNIMO.- Pero, si...

DOÑA PAULA.- Nada puede cambiar mi resolución.

DON JERÓNIMO.- Es que...Señor doctor, hágame usted el gusto de volvérmela a poner muda.

BARTOLO.- Eso no puede ser. Lo que si podría hacer es ponerle sordo a usted. No hay que irritarse.
Déjela usted que tome aire… Vaya usted a acompañarla, don Casimiro.
LEANDRO.- Como usted mande, señor doctor. Vamos señorita.

ANDREA.- ¡Ay, amo mío de mi alma que se la llevan!

LUCAS.- El boticario no es boticario. es Leandro, en propia persona, y se lleva robada a la señorita.

DON JERÓNIMO.- ¿Qué dices? ¿Y este pícaro médico? Atenlo y que no escape. Iré a buscarla

MARTINA: ¿Es aquí vecinas?

VECINA 1: Si, es aquí, la casa de Don Jeronimo

VECINA 2: Y ahí esta tu marido.

MARTINA: ¡Marido! ¿Qué ha pasado?

LUCAS: Lo van a ahorcar.

MARTINA: Pobre, ¿No te da vergüenza morir delante de tanta gente?

DON JERÓNIMO.- ¿Tienen noticias?

ANDREA.- No, señor, no los he descubierto por ninguna parte.

LEANDRO.- Señor Don Jerónimo.

DON JERÓNIMO.- ¿Qué es ésto? ¡infames!

LEANDRO.- (Se arrodillan a los pies de DON JERÓNIMO.) Quiero que usted me la conceda su hija con
libre voluntad. Aquí la tiene usted, pera le advierto que si no la casa conmigo, su sentimiento será
bastante como quitarle la vida.

DON JERÓNIMO.- Amigo, yo no tengo dinero...

LEANDRO.- Pero señor, si no le pediremos nada. Soy el único heredero de mi tío.

DON JERÓNIMO.- Hijo mío! Bienvenido a la familia.

DOÑA PAULA.- Usted nos hace completamente felices.

BARTOLO.- ¿Y a mí quién me hace feliz?

DON JERÓNIMO.- Sueltenlo

MARTINA.- ¡Marido mío! (Se abrazan MARTINA y BARTOLO.) Sea enhorabuena que ya no te ahorcan.
Mira, trátame bien, que a mí me debes la borla de doctor. Yo dije que eras un prodigio en la medicina.

GINÉS Y LUCAS.- Y yo, porque ella lo dijo, lo creí.

DON JERÓNIMO.- Y yo, porque estos lo dijeron, lo creí también.

LEANDRO.- Así va el mundo. Muchos adquieren opinión de doctos, no por lo que efectivamente saben,
sino por el concepto que forma de ellos la ignorancia de los demás.

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