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Historia de Canadá

La historia humana de Canadá se inició hace unos 15 000 años, cuando los
aborígenes de la zona forjaron prósperas comunidades en la exuberante
naturaleza. Pero todo cambió cuando a finales del s. XV llegaron los
europeos y empezaron a arrogarse derechos; ello generó conflictos y acabó
configurando una nueva y extensa nación. Hoy puede verse gran parte de
este pintoresco patrimonio en más de 950 lugares históricos nacionales que
van desde fuertes a campos de batalla o casas famosas.

Los primeros habitantes


Los primitivos pobladores de Canadá probablemente fueran cazadores nómadas
asiáticos que, persiguiendo por necesidad caribúes, uapitíes y bisontes, cruzaron
el puente de tierra que unía Siberia y Alaska. Cuando la Tierra se calentó y lo s
glaciares se retiraron, aquellos pueblos emigrantes se expandieron
progresivamente por todo el continente.
Hace unos 4500 años, una segunda oleada migratoria procedente de Siberia llevó
a los ancestros del pueblo inuit hasta Canadá. Los recién llegados, viendo aquella
nevera llena de deliciosos pescados y focas, decidieron quedarse. Los primitivos
inuit formaban parte de la cultura Dorset, llamada así porque sus primeros
restos se excavaron en Cape Dorset, en la isla de Baffin. Alrededor del 1000 d.C.
existió una cultura inuit diferente, la de los cazadores y balleneros thule del
norte de Alaska, que empezó a desplazarse hacia el este a través del Ártico
canadiense. Los thule son los antepasados directos de los inuit actuales.
A finales del s. XV, cuando llegaron los primeros europeos, los pueblos
aborígenes se hallaban distribuidos en cuatro asentamientos principales por
todo Canadá: el Pacífico, las Llanuras, la zona sur de Ontario/río San Lorenzo y
los bosques del noreste.

Los vikingos y los exploradores europeos


El famoso vikingo Leif Eriksson y su tribu de marineros escandinavos fueron los
primeros europeos no solo en llegar a las costas de Canadá, sino en pisar
América del Norte. Hacia el 1000 d.C. rodearon la costa oriental de Canadá
fundando campamentos de invierno y estaciones para reparar los barcos y
aprovisionarse, como el de L’Anse aux Meadows en Terranova. Las tribus
autóctonas no los recibieron con los brazos abiertos, y los vikingos, cansados de
tanta hostilidad, regresaron a su tierra. Durante los siguientes 300 o 400 años no
hubo más incursiones extranjeras en el territorio.
Pero las cosas cambiaron a finales del s. XV. En 1492, con el respaldo de la
Corona española, Cristóbal Colón partió en busca de una ruta marítima
occidental hacia Asia y se topó con unas pequeñas islas en las Bahamas. Otros
reyes europeos, impactados con tal “descubrimiento”, no tardaron en patrocinar
sus propias expediciones. En 1497, Giovanni Caboto (John Cabot), navegando
bajo bandera británica, llegó más al oeste, hasta Terranova y Cape Breton.
Cabot no encontró el paso hacia China, pero sí bacalao, un producto muy
codiciado en Europa. Al poco tiempo, centenares de navíos surcaban las aguas
entre Europa y aquellos nuevos y fértiles caladeros. No tardaron en acudir
balleneros vascos del norte de España y varios de ellos se establecieron en Red
Bay (Labrador), que se convirtió en el principal puerto ballenero mundial
durante el s. XVI.
El rey Francisco I de Francia miró a sus vecinos, se acarició la barba, chasqueó
los dedos y ordenó que Jacques Cartier se presentara ante él. Por entonces, no
solo buscaban el Paso del Noroeste sino también oro, dados los hallazgos de los
conquistadores españoles en territorios azteca e inca. El rey contaba con
encontrar riquezas similares en el gélido norte.
Al llegar a Labrador, Cartier solo halló “piedras y unas horribles y escarpadas
rocas”, según anotó en su diario de 1534. Pero siguió explorando y pronto
desembarcó en la península de Gaspé (Quebec), cuyas tierras reclamó para
Francia. Los nativos iroqueses aceptaron a Cartier hasta que este secuestró a dos
hijos del jefe y se los llevó consigo a Europa. Los devolvió un año más tarde,
cuando remontaba el río San Lorenzo hacia Stadacona (actual ciudad de Quebec)
y Hochelaga (actual Montreal). Allí tuvo noticias de una tierra llena de oro y
plata llamada Saguenay, que en 1541 motivó su tercer viaje, pero las míticas
riquezas se le resistieron de nuevo.

El auge de las pieles


Francisco I empezaba a hartarse de que su lejana colonia no produje ra los bienes
deseados. Pero su interés se renovó unas décadas más tarde cuando los
sombreros de pieles se pusieron de moda. Las gentes importantes lucían uno y,
como los expertos en moda sabían, no había chapeau más refinado que el de
castor. Puesto que los castores escaseaban en el Viejo Mundo, la demanda del
producto de ultramar era alta.
Cuando en 1588 la Corona francesa otorgó el primer monopolio mercantil en
Canadá, otros comerciantes se apresuraron a cuestionar tal derecho. Así empezó
la pugna por el control del comercio de pieles. No hay que subestimar la
importancia económica de esta empresa ni su papel en el desarrollo de la
historia canadiense, pues fue la razón principal de la colonización europea, el
origen de la lucha por la hegemonía entre franceses y británicos, y la fuente de
conflictos y discordias entre los grupos aborígenes.
Para hacerse con el control de aquellas lejanas tierras, primero había que llevar
personal europeo. En el verano de 1604, un grupo de pioneros franceses
fundaron un asentamiento provisional en Île Ste-Croix (un islote en el río, en la
actual frontera de EE UU en Maine) y a la primavera siguiente se trasladaron a
Port Royal (actual Annapolis Royal) en Nueva Escocia. Estos emplazamientos,
difíciles de defender, no eran buenos para controlar el comercio de pieles con el
interior. Remontando el río San Lorenzo, los futuros colonos finalmente dieron
con un sitio que su jefe, Samuel de Champlain, consideró un terreno idóneo: el
lugar donde hoy se asienta la ciudad de Quebec. En 1608 “Nueva Francia” se hizo
realidad.

Franceses contra ingleses


Los franceses disfrutaron de su lujoso monopolio peletero durante varias
décadas, pero en 1670 los británicos les echaron un pulso cuando dos
exploradores franceses desilusionados, Radisson y Des Groseilliers, les contaron
que la mejor zona para las pieles se hallaba al norte y al oeste del lago Superior,
y que su acceso era fácil por la bahía de Hudson. El rey Carlos II creó enseguida
la Hudson’s Bay Company y le otorgó un monopolio comercial sobre todas las
tierras cuyos ríos y arroyos desembocasen en la bahía. Este inmenso territorio,
llamado Rupert’s Land, comprendía cerca del 40% del Canadá actual, incluidos
Labrador, el oeste de Quebec, el noroeste de Ontario, Manitoba, gran parte de
Saskatchewan y Alberta, así como una zona de los Territorios del Noroeste.
Los ingleses sulfuraron a los franceses con tales movimientos, y estos siguieron
respondieron estableciéndose más hacia el interior. Ambos países se atribuían
derechos sobre las tierras, pero cada uno aspiraba a dominar la región entera. Se
enzarzaron en hostilidades que eran un reflejo de la situación en Europa, donde
las guerras en la primera mitad del s. XVIII fueron devastadoras.
El punto crítico llegó con el Tratado de Utrecht, que ponía fin a la Guerra de la
Reina Ana (1701-1713) en ultramar. En virtud de sus disposiciones, los
franceses tuvieron que reconocer los derechos británicos sobre la bahía de
Hudson y Terranova, y ceder toda Nueva Escocia (llamada entonces Acadia),
excepto la isla de Cape Breton.
El conflicto se mantuvo latente durante varias décadas hasta que se reavivó con
una fuerza inusitada en 1754, cuando ambos países se enfrentaron en la Guerra
de los Siete Años. Pero la balanza no tardó en inclinarse a favor de l os británicos
cuando conquistaron la fortaleza de Luisburgo, que les permitió controlar la
estratégica entrada del río San Lorenzo.
En 1759, los británicos asediaron Quebec y escalaron los acantilados para lanzar
un ataque por sorpresa que derrotó a los aturdidos franceses. Fue una de las
batallas más famosas y sangrientas de Canadá, en la que murieron los generales
al mando de ambos ejércitos. Francia cedió Canadá a Gran Bretaña por el
Tratado de París (1763).

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