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KRYPTONITA

Superman es un superhéroe que se disfraza de ser humano (su traje de superhéroe es la ropa que le
dejaron sus padres cuando lo enviaron a la Tierra).
A diferencia de esos dos casos (que parecen clausurar toda otra clasificación), los superhéroes
de “Kryptonita” no están disfrazados, no usan disfraces: son lo que son, son como se los ve.

En el Oeste está el agite

La historia empieza en la madrugada del lunes 29 de Junio de 2009, en la guardia del hospital
Paroissien, en la localidad de Isidro Casanova, del partido de La Matanza. El relato inicia narrado
por un doctor, de quien no sabemos ni siquiera el nombre: es un “nochero”, un doctor al cual los
colegas a quienes les toca guardia le pagan unos pesos para que los cubra. A esa guardia cae la
banda de Pinino, alias “Nafta Súper”, quien llega en estado de inconciencia, herido de muerte.
A través de sus amigos, su banda (Lady Di, el Faisán, Ráfaga, la Cuñataí Güirá, el Federico y Juan
Raro) vamos conociendo la increíble historia de Nafta Súper. A diferencia del “Superman” original
(creado en 1933 por el escritor estadounidense Jerry Siegel y el artista canadiense Joe Shuster), esta
versión criolla (obra del oriundo de Isidro Casanova, Leonardo Oyola) fue encontrado en un baldío,
en un barrio del Oeste del Gran Buenos Aires.
Nafta Súper, como buen superhéroe, tiene también un grupo de “Súper Amigos” (su banda: una
banda delictiva, admitámoslo); tiene un archienemigo, su némesis (el Pelado, líder de otra banda,
que se vendió al poder de turno); tiene superpoderes y tiene un punto débil.
La banda obliga al doctor a que conserve con vida a Nafta Súper hasta que salga el sol. Todos
deben aguantar en el hospital a que llegue la mañana, con toda la policía afuera, dispuesta a
eliminarlos.
Un concierto polifónico
La novela, a pesar de contar la historia de una sola y eufórica noche, tiene varios narradores, que
van encolumnándose, agregando capas de información y de sentido a la trama total.
El texto arranca con el doctor (“el Tordo”), quien curiosamente cuenta la historia en la segunda
persona del plural (“les comentaba que en una clínica privada...”, “si alguna vez los hacen pasar”,
etcétera), acaso la menos visitada de las posibles voces de un narrador. La elección no es
arbitraria o ingenua: los destinatarios de ese discurso inaugural son, justamente, “ustedes”.
El segundo narrador (narradora) es Lady Di. A través de ella conocemos la biografía del Pinino, su
infancia y adolescencia, cómo se transformó en Nafta Súper, su hijo, sus idas y vueltas con la
justicia, el largo y sinuoso camino que los llevó hasta esa noche fundamental.
Otro narrador (y de otro orden) es el Federico, el Señor de la Noche: es policía, de la Policía Federal
(por eso es “Federico”). Este narrador trasciende la historia de Nafta Súper y se permite “mapear” la
sociedad, la relación policía-pueblo y arriesgar un diagnóstico: “La misma policía se encarga de
buscar chicos menores de edad que usan para realizar delitos que ellos mismos no quieren hacer por
una cuestión de jerarquía y de autopreservación. No le estoy hablando del pancho que por deporte
coimea o que pide una pizza gratis, o que sale de una carnicería con un asado para seis, de arriba.
Ésos son gordos bolsa de pedos. Con placa y reglamentaria. Sí. Pero sólo un eslabón en la cadena.
Los jodidos son los que toman decisiones. Los que manejan más armas que una nueve milímetros.
Porque hoy el arma más peligrosa que existe sobre la tierra es cualquier pendejo.”
Un rasgo acertadísimo, que pone en relieve y profundiza a los personajes, es que cada uno de
ellos responde a varios nombres y/o vocativos, según quien lo nombra. Un rasgo típico de la
novelas clásicas del realismo ruso, como “Guerra y Paz” de Tolstoi, o “Los hermanos Karamazov”
de Dostoievski. Así, Nafta Súper es también “el Súper”, o “Pinino” o “el Pini”, según el caso; el
doctor “nochero” se autopresenta, falsamente, como “el doctor González” y es llamado por la banda
como “el doctor Socolinsky” o simplemente “el Tordo”; Lady Di, en el relato de su adolescencia, es
Daniel;“Federico” es también “el Fede” y además es (memorablemente) “El Señor de la Noche”.

La justicia la liga

“Kryptonita” es, además de una novela, un terreno en el que confluyen muchos discursos. Esos
discursos (que postulan distintas realidades) se cruzan, se chocan, se superponen, luchan. Esa
encrucijada queda expuesta, explícita en un diálogo entre “el Tordo” y “El Señor de la Noche”,
acerca de Nafta Súper:
“-¿Y en Pinino? ¿La ese qué significa?
-Es por Súper.
-¿Súper?
-Sí, Súper. Nafta Súper. Así lo empezó a conocer la calle. Incluso en su prontuario figura
como“Pinino”, “Pini”, “el Súper” o “Nafta Súper”.
-¿Y por qué?
-Porque a Pinino le gusta prender fuego. Ver las cosas arder.
-¿Es piromaníaco?
-Sí, eso dicen los loqueros.
-¿Y usted qué dice?
-Que es algo que está en su naturaleza.”
La novela está surcada de mútiples referencias a otros universos. El primero de esos mundos
invocados es, por supuesto, el del cómic, la historieta (y el concepto del “elseworld”). Pero, en ese
proceso de deconstrucción/construcción, el lenguaje, las palabras (sus significados y
significantes) pierden y ganan, se enriquecen y se contaminan del con-texto. Así, por ejemplo,
el lema original “La liga de la Justicia”, se transformó (en los avances de la película inspirada en la
novela) en el aún más original “La justicia la liga”, cuyo alcance es más preciso y a la vez más
vasto, ya que continúa incluyendo el significado primitivo.
Lejos de esos textos en los cuales se crean nuevas mitologías de nomenclaturas muchas veces
impronunciables, “Kryptonita” re-crea la realidad. Esa realidad re-creada es la calle misma, el
terreno cotidiano donde confluyen diariamente todos los discursos.
Atraviesan constantemente las páginas de la novela, referencias y citas al mundo de la televisión
(Crónica, el Canal 26, Carozo y Narizota, Los Muppets), del cine (“Un lugar llamado Notting Hill”,
“Los sospechosos de siempre”, “El Señor de los anillos”), la música (Walter Olmos, Los Cafres,
Las Primas, Don Johnson) y el fútbol (Messi, Orteguita, Palermo).
En ese campo, donde los personajes le pelean cualquier tema a cualquiera, de igual a igual, el
texto de Leonardo Oyola es imbatible.
Todos tenemos un plan

Leonardo “El Tigre” Oyola nació en la mismísima y mentada localidad de Isidro Casanova. Surgido
de los talleres literarios de Alberto Laiseca, publicó (entre otras novelas) “Santería” y
“Sacrificio”(colección “Negro Absoluto”, dirigida por Juan Sasturain), “Hacé que la noche
venga”, “Bolonqui” y “Chamamé” (Premio Dashiell Hammett al mejor policial en la XXI Semana
Negra de Gijón).
“Kryptonita” fue elegida “El libro del año” 2011 por unos 150 escritores y críticos. En 2015, fue
llevada al cine por Nicanor Loreti (con actuaciones destacadas de Diego Velázquez como “el
Tordo”, y de Lautaro Delgado como “Lady Di”). Este año, el mismo Loreti escribió (junto al mismo
Leonardo Oyola) y dirigió una miniserie de ocho capítulos, llamada “Nafta Súper”, spin-off
de “Kryptonita”. La historia ocurre diez meses después de la noche del Paroissien, que narran la
novela y la película.
Todos los que escriben (escribimos) tienen (tenemos) un plan de escritura. A veces, ese plan
inicial se nos va de las manos: la estructura del texto o los personajes pueden y suelen
conspirar contra ese plan. Como dice la misma Lady Di en un pasaje: “Todos tienen un plan hasta
que se morfan una mano.”
Sobre el plan de “Kryptonita”, rescato las palabras finales de “el Faisán”, que interpela así
al “Tordo”en particular (aunque volviendo a la segunda persona del plural del principio): “Ustedes
después cuéntenla como quieran: somos buenos, somos malos. Pero nosotros no somos fantasía.
Nosotros somos auténticos.”
En “Kryptonita”, la Villa, los habitantes de la Villa, los marginales (los sucios, malos y feos) no
aparecen retratados como meros datos antropológicos (presentados, estudiados y analizados como
curiosidades). Son presentados horizontalmente y en igualdad de condiciones por el narrador, los
múltiples narradores.
Creo que es el mayor elogio que se le puede hacer a una obra de arte (en ese caso, una novela).
Esto: respetar el material con el que se trabaja.
Al fin y al cabo, es el material del que están hechos los sueños.

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