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Universidad Distrital Francisco José de Caldas

Derechos humanos y pedagogías de la memoria y la reconciliación


Cristian Fabián Murcia.

Hace unos meses investigadores de universidades y asociaciones defensoras de los


Derechos Humano hicieron entrega a la Comisión de la verdad que funciona en el marco del
Sistema Integral de Justicia ,Verdad, reparación y no repetición creado por los acuerdos de
la Habana , un informe sobre las diferentes modalidades en que la violencia política de más
de medios siglo en Colombia ha trastocado las universidades públicas del país .Para algunos,
la pertinencia de este informe en este escenario es indudable , otros en cambio, pueden
estarse preguntando que tienen que ver las universidades públicas con la violencia.

Y es que, aunque parezca, la anterior no es una interrelación evidente y elemental. Basta


con pensar en la simultaneidad de esos llamados ambiguos que hacemos los miembros
de las universidades públicas a constituirnos en comunidades de paz e impulsar desde ese
lugar privilegiado el proceso de transición al que alguno sectores sociales le apuestan
actualmente , y las practicas escapistas que al interior de las mismas mantenemos frente a
la puesta en debates y la búsqueda de soluciones a problemáticas que me parece que nos atan
a la violencia , como la infiltración de las universidades, el microtráfico de drogas , la
impugnación y casi que criminalización de la movilización estudiantil . El llamado allí se
vuelve confuso porque mientras lo hacemos parece que nos excluimos de la violencia que
enunciamos, de las verdades y reparaciones que demandamos.

En atención a esa confusión la presente es una reflexión sobre repensar, a partir de la


búsqueda de sentidos entre la violencia y las instituciones de educacion superior pública,
la naturaleza de la autonomía universitaria que no solo los estudiantes sino las comunidades
universitarias públicas en su conjunto y pluralidad tendríamos que estar demandando en
este contexto igualmente difuso al que asistimos, intentando por un lado abocarnos a un
proyecto común que viabilice el fin de la violencia , y por otro, experimentado la
reagudización de las políticas de la violencia promovidas por el gobierno de turno. Lo
anterior con el propósito de que circulen demandas menos ambiguas, más contextualizadas,
que partan de un principio de identificación de los rastros que la violencia ha dejado en las
universidades públicas, de lo que en ese marco ellas han dejado de ser, y de aquello que un
escenario de construcción de paz puede ser re-cuperado.

La demanda de la autonomía universitaria presentada la mayoría de las veces por el


Movimiento Estudiantil se ha concentrado fundamentalmente en reclamar una
reestructuración de las instancias de poder que en conformidad con la ley 30 han venido
gobernando las universidades públicas. Su falta de legitimidad y la de los mecanismos
dispuestos para su conformación han sido inconformidades permanentes y causantes de
varios procesos de movilización. Este si bien es uno de los mayores obstáculos para el
ejercicio de comunidades universitarias autónomas no tendría que impedirnos de observar en
el panorama, problemáticas de un orden más complejo y con un grado mayor de relación
con la violencia nacional , que implican también y en cierto modo una vulneración o al
menos un desdibujamiento de la autonomía universitaria. Parece como si fuera necesario
señalar esas limitaciones de la autonomía que se ha puesto en disputa, menos como una
manera de enjuiciar lo hecho, y más como una forma de vislumbrar y redefinir lo por hacer
en el marco de una apuesta común por la superación de la violencia y la construcción de paz
en medio de la confrontación permanente y cotidiana.

Evocar un par de hechos y situaciones que se han presentado en nuestras universidades


puede servir para identificarnos en la ambigüedad y la limitación señaladas. Cristian
David Leyva, estudiante de Licenciatura en Ciencias Sociales de la Universidad Pedagógica
Nacional en el año 2012, fue imputado junto con otros cinco estudiantes y un docente de esa
Universidad, por los delitos de tráfico, porte, y fabricación de armas de fuego y de
explosivos . El largo proceso judicial iniciado luego de las capturas efectuadas en Lebrija,
Santander , el 26 de diciembre de ese año, ha demostrado que las evidencias con las que se
pretendía justificar el delito hacían parte de un montaje judicial facilitado por la infiltración
de Cúper Diomedes Diaz Amado , agente de la Dirección de Inteligencia Policial (Dipol)
de la Policía Nacional, quien presentándose como estudiante de la universidad para esa
fecha , había citado a Cristian David al sitio donde se realizaría la captura, presumiendo
de una reunión con otros líderes estudiantiles del país.
La segunda situación que quiere recordarse es la operación de redes de tráfico de
sustancias psicoactivas y el consumo no consciente de estas últimas por parte de miembros
de la comunidad universitaria. Deriva de ellos una suerte de complicidad con el narcotráfico
que muy poco suele observarse y que si bien es insignificante ante la profundidad de un
problema histórico y nacional como este, da lugar a una serie de contradicciones en el marco
de la relaciones que están llamadas a asumir las instituciones con la sociedad . Su
enunciación resuena con una fuerza especial cuando se hacen públicos hechos excepcionales
como robo, amenazas, o algún tipo de agresión contra las mujeres, haciendo eco de su
responsabilidad en estos sucesos. Llamados que no rebasan la coyuntura y que tampoco son
suficientes para explicar lo que pretenden explicar , pero que si ponen de manifiesto que en
el seno de nuestras comunidades existen bajo la censura, formas de operar que disgregan
con la naturaleza del espacio que queremos habitar , de la comunidad que intentamos
construir , y que en ese sentido pueden representar una vulneración de la autonomía
universitaria.

En un artículo publicado por Razón Publica, Tognato, C (2015) señala sobre la


autonomía universitaria y la necesidad de su debate , que afirmarlos “implica sostener que
la lógica académica no puede quedar colonizada por lógicas o principios que regulan otros
espacio”. Las dos situaciones evocadas propenden por un reforzamiento de la noción de
autonomía, entendiendo que en su vulneración las prácticas y lógicas que logran colonizar
a las de la academia y a los principios comunes que como comunidades universitarias
defendemos, son múltiples y heterogéneas . No se trata con esto de poner en evidencia una
falta de coherencia [ como si ella fuera un fin alcanzable] o de condicionar la disputa y y su
legitimidad a la resolución de estos problemas. Se trata de observar que algo se deja por
fuera, que la dimensión del problema es limitada, cuando se habla de autonomía universitaria
de espaldas a la violencia política del país, desconociendo que es esta una de las lógicas que
ha colonizado nuestras comunidades; cuando la disputa librada no logra expandirse hacia
esos otros focos , más próximos a nosotros mismos y a nuestras elecciones; cuando en el
ámbito de lo público la idea de autonomía se extralimita al no ingreso de la fuerza publica ,
como si eso no sucediera ya , o a la corrupción, como si la no identificación con quienes
gobiernan nuestras universidades descansara únicamente en la mala administración o
desviación de los recursos y no en su desarraigo de las problemáticas de la comunidad, su
falta de voluntad por conocerlas.

Bibliografía

Tognato, C (27 Septiembre , 2015) La autonomía universitaria un debate necesario . Razon


Publica

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