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A lo largo de tantos siglos de la historia consagrados al estudio del problema del hombre,
éste llega a tal punto que el hombre mismo ya no sabe lo que es y se limita a saber que no
lo sabe. Argumenta Scheler que para poder tener opiniones aceptables sobre el hombre nos
queda el camino inevitable, hacer tabula rasa de todas las tradiciones referentes al problema
y dirigir la mirada hacia el hombre con la máxima objetividad y admiración. Sin embargo
es imposible hacer tabula rasa, de modo que lo único que en realidad podemos hacer es
estudiar con exactitud todas las ideas sobre el hombre en su origen, y de esa manera poder
superarlas.
Se sabe que son muchos los estudios sobre el hombre que se han realizado a lo largo de
toda la historia, mas se puede señalar que son cinco las ideas fundamentales en las cuales la
teoría antropológica puede ofrecer varios matices. La primera idea del hombre que se tiene
es la referente hacia el aspecto religioso, ésta no es producto de la filosofía y la ciencia,
sino es una idea de la fe religiosa. Aquí se concibe al hombre a imagen y semejanza de un
ser supremo, “creado por el Dios personal, con el pecado original proveniente por la
seducción de un ángel caído, libre e independiente, con la inmortalidad del alma, la
resurrección de la carne, el juicio final, etc.”.[2] Esta idea tiene una gran influencia sobre
los hombres y difícilmente alguien puede escapar de tal argumento, incluso el que ha
dejado de creer dogmáticamente en estas cosas no por ello ha anulado en sí la figura, el
sentimiento de dignidad humana, etc. que hallan sus raíces históricas en el contenido
objetivo de esa fe.
Otra idea sobre el hombre, también dominante es la dada por la cultura griega, la razón, la
cual conviene sólo al hombre y lo encumbra por encima de todos los demás seres,
poniéndolo con la divinidad misma. El homo sapiens, idea que abre una separación entre el
hombre y la animalidad, es decir, se pone en lo más alto la consciencia humana por encima
de toda otra naturaleza. “Mediante la razón, el hombre es poderoso para conocer el ser, tal
como es en sí; para plasmar la naturaleza en obras llenas de sentido; para obrar bien con
respecto a sus semejantes; es decir, para vivir perfeccionando lo más posible ese agente
específico”.[3]
La tercera idea antropológica percibe a la razón como una enfermedad de la vida, afirma
que ella es la causa que aparta y desvía al hombre de los poderes creadores latentes en la
naturaleza y en la historia. Este pensamiento se refiere al homo faber, el cual “niega
absolutamente la existencia en el hombre de un agente nuevo y esencialmente
espiritual”.[4] Esta idea infiere que entre el hombre y el animal no existe diferencia de
esencia, sólo de grado, es decir, en ellos actúan los mismos elementos, las mismas fuerzas,
leyes, etc. sólo que con consecuencias menos complejas que nosotros. El hombre, se puede
llegar a decir, no es más que un ser viviente especialmente desarrollado, en ello radica la
diferencia de los animales, no es un homo sapiens, sino un ser instintivo al igual que todos
los seres, por lo que el conocimiento no es más que una serie de imágenes cada vez más
ricas que se interponen entre el estímulo y la reacción del organismo. Por medio de la
inteligencia técnica, el hombre logra satisfacer sus instintos fundamentales. Todos estos
encuentran su origen en tres potencias instintivas primordiales, las cuales son: instintos de
reproducción con sus derivados, instinto de crecimiento y poderío e instintos que sirven a la
nutrición.
Sobre la cuarta idea del hombre dice Scheler que ésta es una idea descarriada, una idea
extraña, una idea temible para el pensamiento, pero esta idea temible bien pudiera ser
verdadera. Esta idea afirma una necesaria decadencia del hombre y “esta decadencia está
en la esencia misma y origen del hombre”,[5] puesto que el hombre ha desertado de la
vida, de sus valores fundamentales, de sus leyes, de sentido, etc. El hombre mismo es un
animal que ha enfermado por el espíritu, es una enfermedad como tal, es un narcisista que
se ha exaltado a sí mismo. La cultura, el lenguaje, la ética y la moral, el pensamiento, la
creación de instrumentos, etc. son meros sustantivos de las auténticas funciones vitales de
su ser. Su incapacidad de desarrollo organológico lo obligó a crear instrumentos, puesto
que él es el menos adaptado a su ambiente que los demás animales. El espíritu es un
demonio, es la fuerza destructora de la vida y del alma, “se nos ofrece como un parásito
metafísico, que se introduce en la vida y el alma, para destruirlas”.[6]
Realmente conociendo a profundidad las diversas ideas del hombre que han surgido a lo
largo de la historia, se podrá llegar de una manera más objetiva hacia una antropología
filosófica, donde realmente se busque la esencia y la estructura esencial del hombre. Sólo
estudiando con exactitud la historia antropológica podremos sustraernos lentamente del
dominio de estas ideas y podremos superarlas, adquiriendo consciencia de ellas.