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Retrato familiar

Nunca he entendido cómo funciona la relación entre el afecto y la sangre. Me han


impuesto la obligación de querer a unas personas que se autodenominan “familia”
bajo el argumento de una misma sangre compartida. ¿Qué es lo que compartimos? ¿Un
tipo único de afecto que viene encapsulado en los glóbulos y plaquetas y que se
manifiesta al pronunciar la palabra familia? En ese caso, creo que cuando me hicieron
no alcanzó la materia prima de la sangre original y la genética tuvo que arreglárselas
con un fluido cualquiera para llenarme, porque hasta ahora, y a pesar de mis múltiples
esfuerzos para querer a mis familiares, no he logrado más que una indiferencia
mortificante.

Anoche llamó el tío alcohólico, perdón, alcohólico es un adjetivo prohibido en el


manual de conducta familiar. Anoche llamó el querido tío Miguel. Viene a pasar unos
días con su esposa y sus hijas. Mi mamá, que tiene los glóbulos bien teñidos de rojo
amor, me hace repetir el libreto de las visitas familiares: saludar con cortesía,
conversar educadamente con mis primas, cederles mi cama sin hacer mala cara, evitar
la grosería y la imprudencia; es decir, me pide que practique el monólogo del silencio
complaciente.

Jueves
Mi mamá se levanta a las cuatro de la mañana para arreglar la casa, se asegura de que
no haya ninguna botella de licor a la vista. Yo, que desde anoche estoy metida en el
personaje, salgo a las seis de la mañana con la excusa de un trabajo larguísimo en la
oficina para evadir el “hola, tío, qué bueno que hayan venido, ustedes saben que esta
es su casa…”

Viernes
Todavía me funciona la excusa de la oficina: no he terminado el trabajo, salgo
temprano y llego tarde.

Sábado
En el desayuno, mantengo la boca llena para librarme de las preguntas y asiento con la
cabeza para no darles tiempo de pensar. Pero, en el almuerzo, mi tío desahoga su
síndrome de abstinencia en el plato:
–¿Por qué me sirven todo junto, creen que soy un cerdo? –le grita a su esposa y a mi
mamá mientras tira el plato con la torpeza de borracho consumado.
–Mucho menos que eso –le respondo–. Usted solo es un parásito…

A partir de la incomprensión que me generan los lazos de sangre, me he adherido a


una teoría conspirativa de la genética: creo que ella se encarga de añadirle a cada
persona un material que ponga en conflicto su vida familiar. Sé que es ingenuo y que
los científicos solo podrían sentir lástima por la ridiculez de mi hipótesis, pero es la
manera lógica que encuentro para explicar, entre otras cosas, la taradez de mi tía, la
inclinación de una prima hacia el narcotráfico y la prostitución, el cristianismo
fanático de otra prima, mi terquedad con el intento de escribir y la abnegación de mi
mamá para acogernos a todos en su casa sencillamente porque somos su sangre.

Domingo
–Qué falta de consideración con su tío. A él toca entenderlo, tenerle paciencia, tratarlo
con amor para que deje ese vicio –me dice mi mamá después de despedir a la familia.
–¿Con el mismo amor que tiró el plato o con el que le pega a las hijas?
–Con el amor que usted tiene que sentir porque es su sangre y su familia.

Y me siguen inculpando por no comprender cómo generar un sentimiento hacia unos


cuerpos que vienen cada cierto tiempo como las invasiones bárbaras con el único
propósito de mandarme a dormir al piso y llenarme el jabón de pelos. De ellos, de mis
familiares, sé que tienen un nombre y un rango, tíos, primos y más primos, pero ese
título no es inherente al amor ni a ningún sentimiento parecido. ¿Cómo se puede
querer naturalmente a alguien con el que no se tiene nada en común más allá de unos
genes que hacen que tengamos los ojos grandes? Aparte de un apellido y unos rasgos
físicos, nada nos une.

Para esta navidad voy a pedir que me hagan una transfusión de sangre (ojalá se
pudiera de animal), a ver si así me desconocen en la gran cena familiar y yo puedo
recitar sin ningún temor las frases de Andrés Caicedo, con las que he desarrollado un
lazo de lo que ellos llamarían familiaridad: “Nunca permitas que te vuelvan persona
mayor, hombre respetable. Nunca dejes de ser niño, aunque tengas los ojos en la nuca
y se te empiecen a caer los dientes. Tus padres te tuvieron. Que tus padres te
alimenten siempre, y págales con mala moneda. A mí qué. Jamás ahorres. Nunca te
vuelvas una persona seria. Haz de la irreflexión y de la contradicción tu norma de
conducta. Elimina las treguas, recoge tu amor en el daño, el exceso y la tembladera…”

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