En esta unidad hemos analizado un tema importante dentro de la historia de la teología y
de la historia de la Iglesia: las Notas de la Iglesia, un marco fundamental en la eclesiología católica. El hecho de que se considere a la Iglesia como Una, Santa, Católica y Apostólica desde el Concilio de Nicea del 325 ha respondido a las bases del Magisterio propio de la doctrina popular de la fe en la Iglesia, conocido como el sensus fideo. Bajo este presupuesto el tutor nos ha propuesto una pregunta: Como Católico, ¿tú estarías dispuesto de reconocer la plena legitimidad y apostolicidad de la Iglesia Ortodoxa Oriental, si ellos estarían dispuestos de reconocer el Papa como el “primero entre iguales”? Sin embargo esta pregunta es incompleta si no empezamos por analizar brevemente cada una de estas notas de la Iglesia. Y analizar brevemente el motivo del cisma de Oriente y las excomuniones mutuas. Pues no es una cuestión simplemente anexa a la obediencia o no al Papa como Obispo de la Iglesia Universal, sino con un dogma de fe, el <<Filioque>>. La Iglesia siempre será el pueblo de Dios, el gran proyecto de la mente de Dios desde los inicios de los tiempos. Como manifiesta el Concilio Vaticano II, <<…quiso el Señor santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados entre sí, sino constituyendo con ellos un pueblo que lo conociera en la verdad y lo sirviera santamente>> (LG 9). Esta concepción del pueblo de Dios es una concepción universalista, en donde todas las comunidades dispersas por el mundo, bajo un mismo bautismo, que celebran conjuntamente la Santa Eucaristía, y frecuentan los demás sacramentos forman una unidad inseparable. Como ya lo había divisado Orígenes, <<Dios quiso que nacieran por doquier comunidades que contrarrestaran a las comunidades de personas supersticiosas, disolutas e injustas… En este contexto, las comunidades de Dios, en las que Cristo es maestro y educador, son como luces celestes en el mundo (Flp 2, 15), en comparación con las comunidades de los pueblos entre las que habitan como extranjeras>> (Velasco, 1992, p. 88). Esta unidad entre las diversas comunidades eclesiales es lo que se conoce y se entiende como la unidad de la Iglesia Universal. Pues, el Pueblo de Dios en sus diversas comunidades eclesiásticas somos una comunidad de fe unida y guiada por el Espíritu Santo. Así, las Iglesias Particulares expresan su unidad en las Iglesias Locales, y éstas con su cabeza en Roma. <<Cristo quiso que la Iglesia fuera siempre una. Toda su vida y su misión se proyectaron hacia este ideal>> (Monasterio Cisterciense de Santa María de Huerta, s/a, p. 1). En esta unidad debemos entender que <<Dios llama a los hombres a una decisión siempre nueva en pro de la fe, a libre responsabilidad y al servicio por amor>> (Küng, 1968, p. 315). Pero la unidad de la que se habla desde Nicea y Constantinopla no es una unidad numérica, que expresa fríamente una cifra, o que cae en la magia mitológica de la superstición. Escuchemos nuevamente a Hans Küng (1968): La unidad de la Iglesia se entiende mal si de antemano se la pone en exterioridades… La unidad de la Iglesia es la magnitud espiritual. No es en primer término la unidad de los miembros entre sí, no estriba a la postre en sí misma, sino en la unidad del mismo Dios que actúa por Jesucristo en el Espíritu Santo. El solo y mismo Dios congrega en un pueblo, en el único pueblo de Dios, a los dispersos por todo lugar y por todo tiempo. El solo y mismo Cristo une a todos por su palabra y por su Espíritu en una comunión y comunidad única. Por el solo y mismo bautismo se incorporan todos al mismo cuerpo de Cristo; por la sola y misma eucaristía permanecen todos unidos con Cristo y entre sí. Sólo hay una confesión de fe en el Kyrios Jesús, la misma esperanza de la Gloria, la misma caridad sentida en la unidad de los corazones, el mismo servicio al mundo. La Iglesia es una y debe, por ende, ser una. (p. 327) Como observamos en la explicación de Han Küng la Unidad de la Iglesia es una señal visible de la Trinidad, Comunión Divina. Dios, Uno y Trino, comunidad perfecta de Amor, es visible en la Iglesia. En la unidad del bautismo y del sacramento eucarístico se hace palpable la unidad de la Trinidad de Dios en medio del hombre. Esta unidad, a imagen de la Trinidad de Dios, nos abre camino a la universalidad o catolicidad. Así pues, la Iglesia Particular expresa su catolicidad en la Iglesia Local, y la Iglesia Local expresa su catolicidad en la Iglesia Particular. Y así, la Iglesia Particular y la Iglesia Local expresan su catolicidad en la comunión con Roma. Por lo tanto, la catolicidad es la identidad de la Iglesia. No se puede ser cristiano sin ser católico; y así mismo, no se puede ser católico sin ser cristiano. <<La verdadera Iglesia es sólo la Iglesia Católica, la Iglesia universal y ortodoxa. Las otras iglesias son iglesias <<heréticas>> o <<cismáticas>>>> (Küng, 1968, p. 357). Haber, es necesario explicar la posición de Hans Küng, la universalidad de la Iglesia Católica está expresada en su existencia inicial. La Iglesia de Orígenes, Atanasio, Jerónimo, Ireneo, Agustín, etc., fue la Iglesia Clásica Católica, liderada por el Obispo de Roma legítimo sucesor de Pedro Apóstol. Más aún, es la Iglesia que predicaron los mismo Apóstoles después de su fundación por el mismo Jesús, sobre todo en la noche santa en donde se instaura la Santa Eucaristía con la última Cena de Cristo. Es la Iglesia universal que predomina, en ocasiones perseguida, en ocasiones bajo la paz, y por último legalizada en el Imperio Romano. La Iglesia Católica, entonces, llega a ser el primer Estado formalmente establecido, aún después de la caída del Imperio Romano. A tal punto que, para el reconocimiento de un Reino, de un Imperio, de un Rey, se acudía a la Iglesia Católica. Prácticamente, la teoría de las Relaciones Internaciones actuales, nace con la Iglesia Católica. Explicado esto, podemos entender a Küng que la Iglesia Católica es la única y verdadera Iglesia, al igual que la Ortodoxa. Las demás iglesias, lastimosamente son heréticas y muchas provienen del liberalismo anglosajón y norteamericano, fruto de la mal llamada reforma, pero bien denominada protestante. Estas nacen propiamente con Lutero, Calvino, Swinglio. Y muchas de estas sectas adquieren los presupuestos de las herejías que ya hemos analizado en el presente Diplomado. Por otro lado, la catolicidad de la Iglesia Católica es el fundamento y el principio primordial de la Sucesión Apostólica, por lo que también el Concilio Niceno y Constantinopolitano nos llama: apostólica. Velasco (1992) expresa que esta <<…tradición apostólica se mantiene viva gracias, sobre todo, a las comunidades cristianas concretas que son, antes que ninguna otra instancia, comunidades apostólicas. Y lo son porque la experiencia de la fe que las constituye en comunidad la han recibido de los apóstoles como los primeros testigos>> (p. 89). Esta nota característica de la Iglesia tiene su visibilidad en los Obispos legítimamente ordenados. Alguna vez, en otra participación de foros manifestaba que el episcopado es la plenitud del Sacramento del Orden Sacerdotal. El episcopado es la garantía sacramental de la sucesión apostólica. Así pues, el Papa, Obispo de Roma, es el sucesor legítimo de Pedro y sobre el cual se garantiza la unidad doctrinal de la Iglesia. Entendamos, entonces, el significado de Apóstol. El Apóstol es el testigo que transmite un mensaje visible que él lo ha palpado y lo vivenciado, como lo es el Kerygma, Cristo muerto y resucitado, Cristo hecho Pan de Vida y Bebida de Salvación, Cristo vivo y Real en la Eucaristía, tal como lo expresó el mismo Apóstol Pablo. Los Apóstoles se convierten en el fundamento y columnas de la Iglesia, manteniendo ese carácter más allá de la primera generación cristiana. Por esto, cuando ellos imponían manos y ordenaban nuevos presbíteros y obispos, transmitían así una generación o línea familiar que les permitía continuar con la misión otorgada por Cristo, pero manifestada en los hombres. Los apóstoles murieron; no hay nuevos apóstoles, pero la misión apostólica permanece. La misión de los apóstoles va más allá de las personas de los apóstoles. La misión apostólica no se recibe ya inmediatamente del Señor, sino que se realiza por medio de los hombres. Y en razón de la misión apostólica permanente, permanece el servicio apostólico. (Küng, 1968, p. 423) Y como hemos visto, cada una de estas dimensiones se relacionan, la santidad de la Iglesia llega a ser una dimensión particularmente importante. Esta dimensión es la más cuestionada, pues se ha centrado en el actuar de los sacerdotes para atacarla, cayendo en el donatismo nuevamente. Y lo peor es que lo hacen con frecuencia, no sólo los ateos ignaros, sino los pseudopastores evangélicos. Frente a esta dimensión se ha planteado la interrogante, nuestro tutor: ¿Según tu perspectiva teológica, la santidad de la iglesia se constituye desde Arriba, o desde Abajo? A lo cual respondemos que es imposible una santidad desde abajo, no existe santo en vida. Excepto algunos casos. Sin embargo, la santidad no depende del ser humano, viene de Dios y es un don de Dios. Así pues, si consideramos que la santidad es ascendente, estamos quitando el don de Dios y ubicándolo en el hombre. Por otro lado, la santidad de la Iglesia estaría interpelada a la acción del clérigo y consagrado. Y nuevamente estaríamos en la herejía donatista. Pero si vemos una santidad eclesial desde arriba, es decir, descendente, es porque le pertenece únicamente a Dios. Hans Küng (1968) expresa que <<…la santidad de la Iglesia no tiene su fundamento en sus miembros, en su hacer u omitir religioso moral>> (p. 386). La Iglesia es santa y es pecadora, santa porque Cristo, que la ha fundado, es santo. Pero el hombre, que es miembro de la Iglesia por virtud del bautismo, no es santo. El hombre se va perfeccionando en la Iglesia, pero eso no le exime de cometer pecado. El bautizo borra los pecados, pero no hace que el pecador cometa más pecado. La debilidad humana sigue, pero como Pablo, constantemente se va regenerando. En ese sentido los Sacramentos cumplen su mayor eficacia, en cuanto llevan al hombre al camino de la conversión diaria, dentro de la Iglesia. Pero y qué pasa con la Iglesia Ortodoxa y la Iglesia Católica. De hecho la pregunta inicial tiene una doble intención, será que hay puntos comunes o de plano las diferencias continúan. Históricamente la separación de Oriente y Occidente no se dio sólo por el Papa y su primacía. Se dio propiamente por una controversia con el Símbolo de la fe. Roma había intentado, sin consulta a los patriarcas Ortodoxos, anexar al Símbolo Niceno-Constantinopolitano la palabra <<Filioque>> que significa y del Hijo, a la procesión del Espíritu Santo no sólo del Padre, sino del Hijo. Esto fue controversial y terminaron los Patriarcas Ortodoxos y el Obispo de Roma excomulgándose mutuamente y separándose. Sin embargo, la Iglesia de Oriente nunca perdió la sucesión apostólica al mantener la legitimidad del Sacramento del Orden y de custodiar la recta doctrina. Actualmente, como menciona Joseph Ratzinger (2005), <<…la unión de las Iglesias de Oriente y Occidente es, desde el punto de vista teológico, básicamente posible…>> (p. 239). Claro que están visibles algunas dificultades, como el filioque que hemos mencionado brevemente hasta la indisolubilidad matrimonial. Sin embargo, la cuestión planteada por el docente sobre la obediencia al Papa, es irrelevante. Ellos reconocen al Sumo Pontífice como sucesor de Pedro, y lo respetan como tal. Más es la doctrina de fe que aún debe pulirse en los diálogos ecuménicos. Veamos el caso del levantamiento del anatema desde el primer encuentro entre Ortodoxos y el Papa en Jerusalén. Sin duda, la unidad plasmada entre Oriente y Occidente está manifestada en el amor de Cristo. Hoy Hispanoamérica cuenta con la presencia bendecida de la Iglesia Ortodoxa, y esta republiqueta Ecuador, cuenta con la presencia la Iglesia Siro-Ortodoxa. Cuenta con el respaldo del Arzobispado Primado de Quito. En este sentido la Iglesia ha dado un gran paso en la unidad. Fuentes bibliográficas Concilio Vaticano II. (2000). Constitución Dogmática Lumen Gentium. Sobre la Iglesia. En Concilio Vaticano II. Documentos Completos, (pp. 17-80). Bogotá, Colombia: Editorial San Pablo. Küng, H. (1968). La Iglesia. Barcelona: Editorial Herder. Monasterio Cisterciense de Santa María de Huerta. (S/A). Una, santa, católica y apostólica. Formación de Laicos. Recuperado de: https://monasteriohuerta.org/images/pdf/una-santa- catolica.pdf Ratzinger, J. (2005). Teoría de los principios teológicos. Materiales para una teología fundamental. Barcelona: Editorial Herder. Velasco, R. (1992). La Iglesia de Jesús. Proceso histórico de la conciencia eclesial. Navarra: Editorial Verbo Divino.