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Como ven se intentó abrir espacios y brechas y el mejor camino fue la literatura.
Nos propusimos que aprendieran a disfrutar de la lectura lúdica, costó que se
despojaran de ciertos prejuicios y desvincularnos con la escuela, porque
nosotras no íbamos ni a tomar clases ni exámenes de lectura, solo encontrarnos
en un espacio poco habitual, como es una cárcel, pero donde la mirada, el mate
y la palabra fluyera de tal manera que las rejas estuvieran suspendidas en algún
imaginario. Costó tener a un grupo con la misma cantidad de personas porque
las guardias cárceles las iban a buscar en plena actividad y las llevaban a la
escuela porque es obligatoria asistir. En este aspecto la comunicación falló por
cuestiones ajenas a nosotras porque no se cumplió con lo pactado. Algunas
internas hacían pedidos expresos para que no la sacaran en nuestro momento.
Presentado muy escuetamente este panorama intentamos habilitar este espacio
para ellas y reducir la vulnerabilidad del encierro en la que conviven todos los
días.
Me sentí como una especie de portavoz “del otro lado”, que era el mundo afuera
a lo que ellas querían aspirar, que sabían que abrir esa puerta era muy lenta,
muchas veces lejana o peor aún, inalcanzable. Pero no imposible.
Durante seis lunes del mes de junio del año pasado nos encontrábamos en la
puerta del SP y con la sonrisa más hermosa y despojada nos llevábamos la
realidad al otro lado porque ese era nuestro tiempo dispuesto libremente para
ellas. Dejábamos todas nuestras pertenencias en el segundo control y hacíamos
nuestro taller. Muchas de ellas esperaban el lunes para salir al salón y ver otras
caras, otras vidas, aprender algo nuevo, distinto. Durante seis lunes el
enriquecimiento fue construyéndose mutuamente como un colectivo intelectual
y afectivo. Ellas pudieron mostrar su realidad desde la temática abordada.
Muchas pudieron problematizarla. Solo durante esos seis lunes abrimos un
espacio para debatir, reflexionar y disfrutar la lectura como alimento para el
espíritu.
Todo el tiempo tuve que volver a los objetivos planteados porque esa realidad
del otro lado me sumía en planteos que estaban fuera de poder darles solución
como el alimento en malas condiciones, la falta de condenas o la falta de abrigo.
Todo eso era un peso, pero la reflexión diaria me focalizó, me llevó a comprender
el fin del taller.
Este trayecto fue cimiento para llegar a la conclusión que las realidades son
tantas como hay personas con un corazón latiendo y, si permitieron encontrarnos
con un libro, es porque por lo menos deseaban cambiar esa realidad.
Entonces a partir de esta experiencia puedo hacer la pregunta cuál fue el sentido
pedagógico. Primero recoger experiencias a través del arte que se vuelve un
compromiso. En segundo lugar abrir o posibilitar esos espacios para la discusión,
la crítica y el análisis. Y para nosotras un desafío total en encontrar un lugar y
darle voz al diálogo.