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+ El otro Occidente. Los origenes de Hise La europeizacién de la Nueva Espaiia comquista de América, México, Filosofia de la Conquista, AUN cuanno el debate de Valladolid fue de importancia decisiva ara vonstituir la mirada de Europa respecto al “otro” extraeuro- 0, marcando asf las dos posibles variantes extremas frente a las culturas exéticas, se trataba de disputas que tuvieron mayor importancia para la autocomprensién de la cultura europea que para el desarrollo ulterior del Nuevo Mundo. A fin de cuentas, hacfa mucho que se habfan establecido los patrones més de la europeizacién de la Nueva Espafa, nos referiremos a dos aspectos fundamentales que caracterizaron ese proceso: en primer lugar, la castella- nizacién de la poblacién autéctona, que, en los primeros tiem pos por cierto, slo se ysu i6n por la cosmovisi6n cristiana como tinica legitima, los les siguieron en 1524 aquelle -meiios que fueran recibidos po Ya en 1559, el clero sumaba 800 miembros, néimero que en aument6 a 1,500 y en 1650 incluso Hegé a la cantidad de que llegaron a México en 1524 venian imbuide ino de un cristianismo interiorizado y co destacad representante de esta corriente, provenfa del entorno inmed del emperador y era portador de los intereses directos de Los franciseanos originarios de Extremadura sostenian el proceso decisivo de una cristianizacién de grandes terri sino que ademés, por primera vez Europa ~a través de Espana se aprestaba a exportar y a establecer como propias normas y patrones de pensa religidn. Europeizacién significa que los ‘una difusin global, manifestada en modos de pensar y actuar. ‘modelos de consumo y produccién desarrollados por una soci dad cada vez més orientada por las pautas del mercado, fuer transferidos de esta forma a sociedades que hasta entonces hab producido para sus propias necesidades. Estudiar en el México colonial los origenes del proceso d europeizacién implica no sélo buscar en el pasado los inick 254 Herhett Fe foceso que, en lo concerniente a la confrontacién con ’ispano, Europa logré primera vez controlar ext ‘orios, imponer sus insti- implantar sus propias formas de comportamiento y (6 de laboratorio y campo de izaciGn, una occidental a de dominio y homoge 1989, p. 5). ‘en ese proceso, una posicién de igar destacado en la gestacién de la Espafia condujo a procesos de secularizacién que separaron lo ado de lo profano y desacralizaron la natraleza, que segin ‘miras a un incremento de la produccién y el control de la sexua- lidad humana en una medida hasta entonces desconoeida, tam bién elementos de la modernidad, se hicieron posibles gracias a la creciente centralizacién del control sobre las conciencias. Desde luego, en la Nueva Espafia estos aspectos estuvieron presentes a incipiente, lo cual no impidi6 que tuvieran un efec- licativo. -mbargo, tal como lo he sefialado, el dominio en el plano’ ‘mental significa también que la potencia dominante impuso su la marae as ioma y con ello una Logica ajena a los pueblos mesoa= conquistadores y los frailes se convir= 1992, pp. 273-308). El mismo aio en que los “reyes cat6licos” planearon la con= «quista de Granada, fue publicada la primera edicién de la Grae rmatica de la Lengua Castellana de Antonio de Nebrija, el notable proceso de unificacién y en la c icién de un pueblo y dé tuna nacién. Nebrija se percaté te rmente de que la lengua ‘es un instrumento del imperio y de la expansién imperialistas “Una vez purificada la religién cristiana”, expone Nebrij ogo de su Gramdtica, dedicada a la “Reina Isabel la i ia y la ejecucién de mi Jos fundamentos para que prosperen nu primeras esté nuestra lengua y si no avanzaramos en este caming_ nuestros cronistas c historiadores escrbirian en balde la inmortali- dad y la memoria de nuestros hechos gloriosos (Nebrija, 1926, p. 6), servir como recurso para domesticar a otros pueblos, éase, biir- baros. Nebrija lo manifiesta con toda elaridad: La tercera cualidad de mi trabajo pudiera consistir en que Vuestra ‘gramatica latina para apren- de a lengua latina (Nebr, 1926, p- 8). Nebrja define tes nexos que eitan entre la lengua yo iar, el brillo de la lengua manifiesta la glo- En este primer aspecto, Ia lengua representa como sistema racional y, por ende, como princi tuye tanto la identidad individual como la colectiva. De esta ‘manera, la lengua estaba vinculada a un patrén de pensamiento, aun logos determinado, que defini6 el proceso de coloni La racionalizaci6n de la gramética fue también racional que se manifest6 en la colonizacién. Del mismo modo 1ed6 claro el nexo entre religién y lengua. El espafiol se con- en la “palabra verdadera” en que se manifestaba la religién verdadera. Para ser participe de la religiGn verdadera era necesario aprender Ia lengua del vencedor y con ello también las formas de vida que se relacionaban con dicha lengua. ‘A través del discurso de la “palabra verdadera”, es decir, a través de Ia lengua espatiola, se pretendia desplazar también la concepeién colectiva que se expresaba en la lengua indigena, sustituyéndola por la I6gica inherente a la lengua del conquistador. En este sentido, los confesionarios y libros de oraciones, es deci, los instrumentos de la “conquista espiritual”, no sélo oftecfan, 1 “otro” en la mirada a un compendio de la doctrina cristiana sino también una sistema+ tizacién gramatical de las principales lenguas indigenas, a fin de mejor en la realidad espiritual de los indios. Porque del Gnico Dios verdadero, prediquen a tspatoa para Dio (Acosta, 1940, p. 2 Jas destruyé. La concepciéi nocién abstracta de un ser sups familiarizarse con la lengua de ese “otro”, conocer las singulari« 38 Herbers Frey dades lingitisticas para poder reconocer mejor las creencias reli- siosas que se plasmaban en dicha lengua, De esta forma, el pro- ceso de dominacién mental implicaba asimismo, de manera dialéctiea, que para dominar mejor, los dominadores tenian que con la lengua de los dominados para comprender su lgica. Tal ocurrié durante las primeras décadas posteriores @ la Conquista, al grado de que afamados cronistas hispanos, sobre todo franciscanos y dominicos como fray Diego Duran y Bernardino de Sahagiin ~para mencionar tan solo dos nombres célebres- se dedicaron a aprender las principales lenguas indfge- nas con la finalidad de traducir a éstas los textos nodales de la doctrina cristiana. Fueron los tiempos de auge del Colegio de donde los diseipulos indigenas aprendieron el fueron esos mismos primeros cronistas quienes sobre los dioses del mundo azteca en la Nueva conocer los recovecos de las creencias religiosas e idolatrias de sus pupilos. Durante los primeros aiios penetracién con fines de domi ponta la necesidad irrecusable de aprender la lengua del “otro” si se querfan lograr transformaciones efectivas. Sin embargo, también habia amplios circulos, sobre todo entre el clero secular y los agentes admi- nistrativos, que opinaban que las ideas religiosas de los indige- taban demasiado estrechamente vinculadas a la lengua q hablaban, por lo cual la misma no era apta para trans- mitir el mensaje cristiano (Pagden, 1993, p. 119). Para conver- tirse en cristiano auténtico era necesario hablar el espafiol, por lo que la castellanizacién de los indigenas se convirtié en un cometido central de la colonizacién espiritual. A finales del siglo xvi la Corona de Castilla promulgé una ley que prohibia el uso de las lenguas indigenas en la predicacién del Evangelio, ya que no eran aptas para expresar de manera adecuada los mis- terios de la fe cristiana. Sin embargs, para ese entonces la cultura indigena ya habfa sido destruida a lp largo de casi dos siglos de dominacién y las inmensas pérdidas de vidas humanas registradas 1 otra” en la mirada oa simbiosis entre je manera que $€ jan generado unt y el cristianismo, 4 izo posible esa medic En la primera fase posterior a la Cong dominicos abrigaban, en general sario aprender la lengua de los principales de la ios. Por otra parte, debian buscarse lengua de los indigenas y fueran capaces de trans! ano la doctrina cristiana. Asi fue - junds en 1536, bajo, eecién de los franciscanos, el Colegio de la Senta Cruz dé , destinado a educar ién tool6gica sia azteca (I 1986, pp. 3355 lentamente sepanidos estat endian nahuath cecrbir, es decith jaciin activa de en el Colegio medicinal sae keen tambiés 10 de ique también de Puebla y que no distaran demasia ron, mas tarde, Iideres de su pueblo, tolerados por on la enseftanza de lalec™Y antigua nobleza acer” pidamente: estas nuevas té iéen suscitar fuerte resistencia entre tales circunstanci litica. Esto, la de la década de 1530 ya también algu- que pudo conocer ahagsin, 197, ml, pp os latinos al na a la lengua del le Tlatelolco uura, ala vez que traduje- ron sujopia lengua los catecismos y confesionarios, instrue ‘una iteenpleada cor cia eaporta perniew penetrar ‘Quienes gozaron del privilegio de asistira éste y a otros coles gios, trataron de hacer valer sus conocimientos y prerrogativas para demostrar su descendeneia aristocritica y distinguirse asf también durante el periodo colonial de la poblac ‘mando de este modo una nueva clase con una identidad consolie dada, En un principio, los franciseanos que dirigian el Colegio de Tlatelolco habian tenido la intencién de formar af sacerdotes provenientes de los estratos superiores de la poblacién indigena, Pata que éstos apoyaran a los frailes mendicantes en su labor Pero segtin parece, los pupilos no estuvieron a la altura de las exigencias del celibato sacerdotal, amén de que reparos contra este intento en las restantes filas del ck que este proyecto fue prontamente aban. vedad importantes funciones administrativas en las regiones indigenas del pais, asumiendo de este modo el rango de estrato prie vilegiado entre la poblacién nativa (Gibson, 1967, pp. ‘A rate de la crisis demogréfica que afect6 gravemente a la Nueva Espafia a partir de 15: , la antigua aristocracia ida su existencia y comenz6 a orientarse ia las pauttas establecidas por los espaiioles, abandonando ast su basqueda de identidad y asimilindose totale mente. Durante las primeras décadas, las érdenes religiosas se ‘ocuparon ante todo de la educacién de la aristocracia, pero a partir de 1560-1570 se dedicaron en medida creciente a la instruccién religiosa del pueblo Ilano, debido a que la poblacién se habfa reducido drasticamente de 10 15 millones de habi- tantes en los tiempos de la Conquista a tan solo un millén. alrededor del aito 1600. En los colegios en que fueron educados los descendientes de la nobleza después de la Conquista, no sélo se produefa un pro- ceso de castellanizacién de los alumnos, sino que éstos ademas fueron adiestrados en el arte de la lectura y la escritura, lo que representaba un paso mas en el proceso de europeizacién de 2 Hothere Frey sus estructuras de conciencia. Debido a la introduccién de la escritura alfabética se produjo una revolucién total en las estruc~ turas mentales de los indigenas involucrados en este proceso, Jos que hasta ese entonces habfan conocido los pictogramas de los cédices como tinicos documentos para la conservacién del pasa- do, Para ellos s6lo existian representaciones iconograficas de su historia, que podfan interpretarse cada vez de distinta manera. No obstante, fa trascripeién de estos eédices a un lenguaje ‘escrito fue mas que la mera traduccién del pasado. Con ello se ‘europeizé la cosmovisién indigena, al fijarla mediante la palabra escrita y plasmarla en las paginas de un libro (Gruzinski, 1989, p. 8; 1991, pp. 20-28). La trascripcion de los cédices implicé tanto un anilisis como tuna disolucién de las imagenes, produciéndose tanto un empo- nto como una reformulacién de la hereneia indigena. limensionalidad de los eddices, que eran a la vez ima- ‘to sagrado y presencia divina, se redujo a su mera ios0s, acabando por combinarse con la palabra escri- te los eédices fueron sustituidos por la palabra escrita, de cuya importancia se dejaron convencer répidamente los indigenas. De esta manera, los indigenas fueron acostum- brandose a redactar textos escritos, ya fueran querellas, vesta- ‘mentos 0 contratos de compraventa, y ya en 1541 los espafioles constataron con desconcierto que los indigenas de la region cen- tral de México contaban con numerosos amanuenses que nada que envidiarles a los de los espanoles. Nobles aztecas eseribieron en 1556 una carta al rey de Espafa, solicitando que De las Casas fuera reconocido como su protector (Gruzinski, 1991, pp. 62-63). De hecho, las elites indigenas se acostum- braron tan répidamente a las nuevas formas de expresién que entre los colonizadores se suscité una resistencia creciente contra El otro” en ln mirada la ensefianza de estas téenicas a la pobacién autéctona. De todos modos, la tradici6n indigena no s6le fue eonservada por la escritura en latin, sino que experiments demas una mutacién imperceptible que fue, a la vez, una colorizacién de la palabra, Aun cuando los experimentos del Colegio de Tlatelolco y de las otras escuelas en que fueron educadcs ¥ cristianizados los J6venes aztecas representaron un aspecto ilativamente pactfico de la “conquista espiritual”, si bien la separati6n de los menores de sus padres no se llevaba a cabo precisame%te con procedimiene tos demasiado benévolos, la lucha contra hs antiguas religiones americanas por parte de las érdenes mendicintes, era, en cambio, un proceso practicado con extremo rigot vortés a su llegada a México simplemente habia sustituido los vieios fdolos por imé-_ genes de Cristo y de la Virgen Maria, entregando los santuariog ala vieja casta sacerdotal para su adminstracién (Gruzinski, 1993), esta politica frente a la religion indena registe6 un came bio repentino y radical al Hegar a la NuevaEspafa los primeros frailes franciscanos en 1524. Es bien conccida la escena en la cual Cortés, al arribo de los doce franciseanos procedentes de Extremadura, se arrodillé ante ellos y fa mano a su prine cipal, fray Martin de Valencia, en presencit de la nobleza inde gena en pleno. Con este gesto quedé claro aie la predicacién del Evangelio contarfa con el apoyo activo de hs autoridades secue lates, yue se sometian incon todos los asuntos espiritual congregar y concentrar en aldeas a la pobleci6n indigena, que ws Herbere Frey hasta entonees vivia dispe’sa. Se trataba de un programa inicia- cia finales de 1540 ycontinuado a lo largo de las décadas iguientes. En medio de bs asentamientos recién fundados se erigié una plaza, inevitablemente dominada por una iglesia 0 capilla, que desde entonees se convertirfa en el centro social y religioso del poblado (Gerhard, 1977, pp. 247-295). El hecho de que las epidemias acarreadas por los espafoles encontraran suelo fértil en las éreas densamente pobladas y ise répidamente, no requiere de mayores -ontrol ieligioso y politico se practicaba con precisamerte en esos centros de poblacién recién fundados, que si los indigenas hubieran seguido vii costumbres y for- alas normas cris- ' espafoles asi como artesanales europ:0s, mientras que a las, formas espaiolas de gobierno. toridad politca de los 6rganos del gobierno colo- nial la que permitia a las Srdenes arremeter con fuerza brutal los antiguos centros de culto de la contra las ideas jo el lema de erradicar la idolatrfa. cultura azteca, culto pagano (Bradi El petiodo comprendiao entre 1525 y 1540 estuvo dedicado y feror de la religion de los antiguos ron destruidos, construyéndose Esta p Bane Deer igus en un principio sobre todo la EL “otra” ena mirada 2s religion de la aristocracia con sus ceremonias pomposas en honor de los dioses de la guerra, mientras que la religiosidad popular consagrados a deidades naturales, tales como desmantelado en poco tiempo, cerréndose las escuelas aut tonas en las que se capacitaban los sacerdotes ¥ Se ensefiabar los espafioles y | alguno cuando se trataba de imponer la fe verdadera y el culto al Dios tinico. Los indigenas reconoeieron la derrota de sus dioses, pero esto s6lo los llev6 a la conclusién de que el dios de los inrsos em mis fre que als, peo 7° les hizo pensar ue sus propios dioses no ‘México-Tenochtitlan conmocionaron hasta !as raices el cosmos de los indfgenas, destruyendo con ello el espacio vital tradi- espanto, Las aguas estén rojas como si hubizran sido te si de ellas bebiamos, era como si estuviesen podridas. Golpedc ‘bamos contra nuestras paredes de barro y de nuestra herencia’ s6lo quedé una red con huecos” (Anales, 1945, p. 34). Los franciscanos, encabezados por fray Pedro de Gante, emplearon los Todos los domingos acudia cercanos, para destruir los ce raban como engendros del demonio, y predkar el Evangelio en los pueblos ubicados en las orillas de los lagos. Los venerables sepuleros de Texcoco, México y la tramontana Tlaxcala fueron Py Herbert Fea los primeros destinos de las incursiones de los frailes y de sus jos sacerdotes. El mensaje que se difundia era senci wwenes novicios ¥ los ban a los poblad dios verdadero era )s, creador del cielo y de la hasta ese entonces habjan venerado al demonio que los habia engafiado. En escasos seis afios fueron derribados 500 templos y demo- lidos y quemados més de 20,000 fdolos. También se destruyeron s manuscritos pictograficos que representaban los calendarios y las costumbres mexicas. De esta manera se los centros de culto arrasados, los religiosos tratahan de conver- tir con sus sermones a las comunidades paganas, lo cual era mas dificil de lograr que la organizacién de los grupos de dem: El método de separar a los nifios de la aristocracia de sus padres para educarlos como combatientes de la fe cristiana era por demas radical y acabs por dividir profundamente la sociedad antigua en su conjunto al enfrentar a padres e hijos. El objetivo ‘que se perseguia era obvio: se trataba de borrar el recuerdo de las creencias religiosas prehispinicas y de formar a los j6venes como misioneros de la nueva cosmovisién. Los menores eran ‘maleables como cera y fécilmente se les podia inculcar la doctrina para después hacerlos luchar en contra de su viejo entorno. Con riesgo de su vida combatieron las viejas costumbres y tradi- ciones, como los sacrificios humanos, Ia sodomfa y el ‘mo, y participaron activamente en la destruccién de los perfectamente con el viejo esquema educativo de los indigenas, ya que se desarrollaron en un universo donde la crianza de los nifios transcurrfa desde hacia tiempo con reglas muy rigidas. Las fsticas, las misas y oraciones practicadas con cs ivieron el recuerdo de la estricta disciplina del Et oer" Pa cestratos superiores en tiempos prehispanicos, aun cuando por otra parte se hacian todos los esfuerzos por erradicar de sis mentes todo recuerdo de las creencias religiosas de aquellos tiempos. A partir de 1530 comenz6 a tomar impulso la cristianizacién’ dle México, gracias a la conversion de aristcratas y personalidades influyentes. En ese momento aumenté drésticamente el niimero de conversiones asf como el de i las conversiones y bautizos masivos y con el magnitudes se caleulaban por siones mas optimistas de la ig que que se adoptaba el nuevo rito, tambi del cristianismo. Pero de todas maneras, todos 1978, pp. 315-316). A pesar de que entre 1522 y 1571 sélo un intimero reducido de indios fue Hevado ante la Inquisici6n, la amenaza que ésta representaba era mucho mayor que su pre cia real, sobre todo para los miembros de la aristocracia i na y otros notables que deseaban conser antigua religién con sus ritos. Los castigos impuestos por rial en sus éreas de competencia. Parece que durante el siglo los abusos de los franciseanos legaron a tal grado que los ind 268 Hcbore Brey: genas pidieron una intervencién de la Corona para detener tales desmanes (Klor de Alva, 1980, p. 318). En teorfa la tarea dela Inquisicion consistia en proteger la fe juales que profesaran ideas pocos espafioles vivian entre miles de negros y millones de indi- genas, Ie correspondié la funcién adicional de velar por la pureza de la fe y de la cultura hispano- , protegiéndola de Ja contaminacién de ottos ritos y costumbres. La historia de los icién en la Nueva Espafia no esta del todo clara; ademas de que pronto se produjo la apropiacién de ales por parte de sacerdotes locales © por las s. Un ejemplo de esto tiltimo fue el proceso que Nufio Beltran de Guzmsn, presidente de la primera Audien- cia, promovi6 en 1530 contra el soberano tarasco Tzintzicha ‘Tangaxoan y que culminé en la ejecucién del rey indigena por el cargo de idolatria (Scholes y Adams, 1952). Como primera persona que detentaba legitimamente les en Ia Nueva Espafia se menciona a fray la aristocracia indigena. En 1527 ordené la ejecucié cuatro nobles tlaxcaltecas, algunos de los cuales hi do como aliados de Cortés en el 19675 pp. 34-35). No se conoc presentados en su contra ni de sus ej de uno de ellos, que jugé un importante pa mitos en tomo a la cristianizacién. Acxotéc noble de Tlaxcala, que habia colaborado con los espattoles en stt lucha contra los aztecas y que era tenido por un cristiano par- ticularmente devoto por la veneracién que mostraba imagen de la Virgen que habia recibido de manos de Cortés (p. 36). No obstante, la realidad era muy diferente. Tal como ya mencio- ‘namos anteriormente, también sus hijos tuvieron que asisti a la El Metro eile mtrada Pa cia de la servidumbre, Acxotécatl no pudo nes ya que ponfan en entredicho su propia aut lencia que lo mats. Con ello, en la n habia surgido un mértir y los historia de la cristiani misioneros no tardaron et como ejemplo loable. Al mismo tiempo, este episodio nos mues- tra las consecuencias desastrosas que tuvo la educacién de los jovenes por parte de los frailes para la estructura de. las fa aristocriticas y de cémo se produjo un choque frontal entre la vieja y la nueva reli la ejecucién del padre, claro lo que ocurriria si la aristocracia se opusiera a la cristiani- zacién de sus hijos. Con jantes métodos fue quebrantin- ‘ia de la aristocracia indigena, la confiscacién de todos los bienes. La Inq cen Espafia un instrumento para romper la resistencia de impor- tantes adversarios politicos y confiscar su patrimonio. Esto no fue diferente en los primeros tiempos después de la Conquista de la Nueva Espaiia y cualquier noble indigena que se opusiera al cris- tianismo tenia que enfrentar el poder de la Iglesia. El ejemplo mas notable de semejante resistencia se da en el ‘caso de don Carlos Ometochtzin, uno de los sefiores de Texco- co, contra quien se instruyé un proceso en 1539, en tiempos en que el arzobispo de México, el fraile fra ‘Zamérraga, fue a la ver Gran Inquisidor de la Nueva Espaiia (Greenleaf, 1988). ‘Como nieto del rey poeta Necahualesyotl e hijo de Necahualpilli, rey de Texcoco, don Carlos fue uno de los nobles mas destacados de esa ciudad-estado. Fue bautizado por los primeros francis- ccanos que arribaron a estas tierras y educado en el Colegio de a0 Herbert Prev Los cargos presentados en su contra fueron de idola- te debido a que habfa tomado por amante isfondo real de la acusacién radicaba en el inte aristécrata se estaba manifestando smo y defendia la religion de sus abjertamente contra el ct padres. En los autos del proceso, un testigo de cargo resume de la siguiente manera las convicciones del cacique de Texcoco: Quieres ti hacer ereer a estos lo que los padres predican y dicen, cengafado andas, que es0 que los frailes hacen, es su oficio hacer ‘es0, pero no es nada 2qué son las cosas de Dios? No son nada: por ventura hallamos lo que tenemos, ito de nuestros antepasa- dos: pues hagote saber que mi padre y mi abuelo fue profetas y dijeron muchas cosas pasadas y por venir, dijeron cosa alguna de esto, ly esto digote, so ni andar hacien- hacen st El delito decisive cometido por el cacique de Texeoco con- stié, por lo tanto, en no creer en las doctrinas cristianas y en instigar a otros indigenas a seguir creyendo en los antiguos dioses ‘y mantener sus costumbres. Esto lo confirma otro testigo de cargo: jue les dejase vivie como a sus antepasados: y mira que esto te digo aqui entre nosotros que somos principales (p. 6)- EL “otra” on la mirada nu oda la poderosa magia a religién antigua y no haber habido ya teneia, los indigenas adoptaron lay Kineo, para expresar através llevaron a cabo ritua- iclar la luvia o combatir enfermeda: iiendo la tinica reconocida por la dad tributaria por el Estado. Con. se privaba a los isponer sobre la ci t0 del poblado se t ya menudo qued6 totalmente trastornada, Hecbere Frey Este desorden, sin embargo, eas el deseo de mantener el dominio ieron expu s indigenas. Donde mas claramente se manifestaba la idolatria era en las casas y espe- los, ya que solo dependia de aque Ia figura de un n de la Virgen fuese ofrecia un refugio al cual de Alareén, 1953, pp. 31-33). Estos ‘bautizo” indigena del recié ala personalidad de este pequetio ser. La pérdi © necesariamente tenia que afectar gravemente la integridad del ser Mediante se le conferia a faba en un grave. Esto a su vez era motivo para que inter- fa un curandero sagsi09 ap so! opuena uny “euro 9 ej anb 9p anued e onb annua as anb ap ap eurayqoud nsvq ua W091 2 ‘seuensuD souoraeysajrereur seuniipe UoD v: Luespuny as osnjauy 9 euERSUD eULNDOp v Wun ueqeiuasaidos ou senejop! 1d s0] 9p 0 sep 30 cee ‘2p eyoseu yy anb opec, p ueq Seziony se] woo atioy 80] © K Jeqewreor 14x opis Jap aned v onb ‘ows ug “epedusos JHA ows & s eqeiso onb our MDOP eMoNNSA ue A erpydusosut v9 napad eB au su] eA as vy A omounia e sapey,“(1¢ “4 ‘9gor ‘PISENIN)} Soyo ruaysts un via ou es wouax2yP y “(09 JP ‘ugronpoudas & op seu cuwu 4 s9u0y wqoxd ap 0 sseqo2 vuens> yexow Bl ap soanezoduuy yoonpoud core JP oY aod jse ‘soueiuaurajduio> a1zed u2 urs ‘euvspnos epta x] Sepes8sap se] aque eysendsay eun sp{nur vy ap peprurs WW Jop seus spouos su|nbpe ap pepisa20u eqey 4 ug}sanposd 14 jen> o ered “uoFONgISIp ‘yoo sopez 28 wi ‘pepruniuos soa $0] ap oun ue © a8niup gus s9¥s109 ap wasp So eS] u2 opt up ‘seu2dypuy so] e a3ua appr vun ese \b eed apag viueg y] e uorwpde euedsy p sajea op wista ug ‘sosona op [2 Bsa voa1 suyfion sey & se (oo “en ayyjuco ap waxy eNO, Lanb yayyp Amur so oe Jap sayUE uaTU ‘uaija $9 ou eA anb uaaof So] anb op woze: s9]e3 & ounsye on nwa sanops29~ SOT “(91Z “A “E29T 'S anb ey wap vpe r ‘opipioap waaiqny as anb zon Sour? v “(LSI-IST ou ny “21UE] i zatoos2 uezompnd seuss By ‘oy UD v ap atajauoo ueseasap so] anb ouujad ns v ava A fin de facilitar el trabajo a los frailes que atin no dominae ban la lengua indi ‘més veteranos, que haban aprendido el idioma en contacto directo con los indios, elabo= raron catecismos, devocionarios y confesionarios en versiones bilingiies que debian permitir una mejor comunicacién con los nativos. En los confesionarios es donde mejor se manifiestan los conceptos morales de los frailes acerca del matrimonio y de la sexualidad, al igual que las resistencias que a este respect ‘mostraron los indigenas, ya que dichos documentos ahondan una y otra vez en estos aspectos. Por ello, representan una fuente Desde los inicios mismos de su historia, Ia Iglesia habia adoptado una postura represiva frente a la sexualidad, al grado de que incluso su apreciacién del matrimonio vari6 con el rer de los siglos. Dado que estaba obsesionada por el ideal de Ivacion eterna, todo verdadero terrenales, la sexuali: que ataba en demasfa alos hombres a este mundo. ‘A partir de esa tradicin no es de sorprender que los places jempre se deseribieran como sucios. Todo el «que se entregaba a'la sexualidad era condenado como uj de las ataduras de este mundo, s€ ya que, en vez de liberars con gran con= ia la pasion llamas del Puerco, que siempre tento” (Anunciaci ardiente de la Tujuria era tan solo un sit o que debia padecer quien a ell Durante los primeros siglos del cris adecuado a la fe. Esta era la tinica posibilidad de renunciar a la existencia mundana para entregarse por completo a la biisqueda del bien espiritual. S6lo aquel que no fuera capaz de resisir a las tentaciones de este mundo debfa casarse para prevenit males mayores (Metral, 1977, pp. 19-45). Las realidades les, sin embargo, obligaron a la Igle: revisar sus ideas 0: pie a mayores libertinajes y excesos que el propio matrimonio (Flandrin, 1979, pp. 242-44). Portal raz6n, después de algiin tiempo la Iglesia pas6 a reco- mendar a los fieles el matrimonio como el Gnico lugar en el cual la sexualidad, necesaria para la reproduccidn, podia desplegarse sin demasiado pecado. aun cuando el matrimonio no libera- ba la sexualidad de su impureza original, permitfa al menos canalizar aquellas debilidades de la carne que los simples fic no eran capaces de vencet. Este cambio de actitud fue tan radical, que a partir de entonces la Iglesia vefa eon recelo el celibato no estaba ligado al voto de castidad, y abogaba en favor de un matrimonio precoz para evitar que los fieles cayeran en costum- bres perniciosas (Flandrin, 1979, pp. 244-246). Esta misma concepeién eclesidstica se encuentra en el Con- nario de fray Juan de la Anunciacién, cuando escribe: “Aqueste sacramento (el matrimonio) ituyé Nuestro Seftor Jestis Cristo para el aumento de la generacién humana. Y tam- bién para remedio de los flacos a quienes su carne fatiga y ‘molesta” (Anunciacién, 1577, pp. 260a-260b). La intencién de la Iglesia al apoyar la institucién del matri- monio era la de restringir la actividad sexual de los hombres a estrictamente necesario, Semejante objetivo, sin embargo, s610 se podia alcanzar mediante un vinculo monégamo ¢ indisoluble que garantizara que tanto hombres como mujeres no tuvieran mas que una sola pareja sexual a Io largo de toda Se ba que este tipo de matrimonio apaciguarfa los deseos en tanto que una mayor diversidad de biisqueda de placeres pen! carnales de los eényuge las relaciones sexuale: lujuriosos. Esta fue la razén por la cual la Iglesia se puso por todos los medios al recurso del divorcio (Metral, 1977, pp. 45-50). Tal como ya lo sefialéramos, otra prohibicion que afectaba directamente el matrimonio fue la de contraer nupeias entre parientes o padrinos y ahijados. Por ello se pensaba que los pecados catnales eran mas graves si se cometian entre parientes, consideracién que se expresa también en los confesionatios. Una era que imonio habfa de ser una unién voluntaria y deseada por los cényuges. La decision ao casarse debfa ser tomada sién familiar. En el contexto de los aztecas ésta era una ilusién que jamés se pudo poner en prictica. concepcién de la Iglesia, la relacién que se estable- 8s cSnyuges era desigual, correspondiéndole a cada xxénero funciones especificas, lo cual no se oponfa al hecho de into la esposa como el esposo tenian el derecho de exigirle al cSnyuge el cumplimiento de las obligaciones sexua- les (Anunciacién, ). Fuera de esto, la Iglesia nunca dej6 de concebir el matrimonio como la unién entre dos seres radicalmente diferentes. Siempre el marido era la autoridad que ayudar a su mujer a. ee la salvacién eterna, del Herbert Frey al hombre, duefio de la autoridad, amar a st esposa y ayudarle la salvaci6n eterna. {que las mujeres sean obedientes a sus maridos. ae de amar a sus mujeres” bufan al matrimonio especie humana Iosamente sus deberes maritales. o Sacramento de Matrimonio... fue instruido por Nues sn del género humano y para que no se Hie pate acacia Dado que la Iglesia crefa que las tentaciones de la carne eran de vencer, le imponia a los eényuges la obli- éste quisiera, para evitar que se buscara la satisfaccién de estas nnevesidades fuera del matrimoni duccién, la Iglesia tam dad que no sirviera a tal fi homosexualidad, la sodomia y otras précticas que se considera- ban pecados mortales y pecados contra natura, Aun cuando el aba la préctica sexual normal de los eényuges, significa que cualquier juego amoroso u otra prictica que pro- Jongara el placer estahan prohibidos. 1 “oero” en ta era ‘Todas estas ideas de la Iglesia catélica eran completamente igenas y por consiguiente ellos mn hasta donde pudieron a esas nuevas normas. Les ensible que en la confesién debian deseribir todas las précticas de su vida sexual, ademas’ de sus deseos secretos. En Europa, la confesién como vehiculo de introspeccién habia desempefado un importante papel en ell proceso de surgi que incrementé el poder de la Iglesia sobre la poblacion. La confesién catélica, que atribufa a las intenciones secretas prensible para la log ellas el proceso de desarrollado como para aleanzar un grado de los sentimientos. lel individuo y de su esf Igualmente ajena era para la cosmo las sociedades indigenas habfa formas de sexualidad que no slo ‘ocupaban un lugar importante, sino que incluso gozaban de pro- ‘én especial en su émbito. Mientras que la iglesia proscribfa les prehispanicas le habian reservado smente protegido, donde se podia acién. Esta aceptacién de la sextia- tedn de las deidades mexicanas, algunas de las cuales eran protectoras del amor y del erotismo. La contradicci6n existente entre las concepciones indigena y de la sexualidad, en ninguna parte se manifestaba idad como en el eoncepto de los “deseos carnales”. El 24 Hecbert Fray noveno mandamiento del decélogo cristiano prohibe expresa- mente desear a la mujer del projimo. La Iglesia catslica inter- pretaba este mandamiento en términos de que desear a la mujer del otro era un pecado igualmente grave que la realizacién de dicho deseo. Aun cuando los indfgenas eran capaces de com- prender que determinadas acciones sexuales eran prohibidas y por ello motivo de castigo, no podian entender, sin embargo, mple deseo pudiera ser objeto de persecueién y castigo. tales pensamientos raras veces se confesaban, puesto que ello rehasaba la capacidad de imaginacién de los indigenas. “..,rara vez oii un confesor de indios que confiese malos pensamientos” (Martinez de Araujo, 1690, p. 74b). De hecho, algunos indigenas ente concepto del deseo sexual en el sentido de que su propio deseo obligaba a la otra parte a satisfacerlo, Desde un enfoque actual, nada resulta rs I6gico que esa confusién. En una sociedad en que la identi- dad colectiva era la que determinaba el comportamiento de las personas, atin no existia una separacién entre el fuero interno y clexterno, requisito para la 16gica de la intencionalidad desarro- llada por Pedro Abelardo en el gue se constituyé en el fundamento de la confesin auricular individual. Imponerles a los indigenas la obligacién de confesarse una vez al exigirles que se convirtieran en sujetos, es decir, en i como los que formaban el fundamento de las concepc las sociedades cristianas europeas. Por esta misma raz6 fesién jugé un papel importante en el proceso de europeizacién Lui estas indigenas: Apuntes para ‘aed ie Ole eR en el contexto novohisy mnarios destacan una y otra vez la responsal ‘penitente por sus pecados, una responsabilidad que tiene su origen en el libre albedrio del ser humano individual. BI oer “ as y no dirés hizome fuerza, o provocéme el demonio, a que Las anteriores son palabras del fraile franciscano Alonso de Molina, del afio de 1569; diez arios mas tarde, el agustino Juan de la Anunciacién pone en boca de un penitente indigena las siguientes afirmaciones: “Por mi propia voluntad y motivo me privé de mi padre Dios...” (Anunciaci6n, 1575, p. 141). Estos textos hablan por sf solos y expresan, ni més ni menos, que las ideas predominantes en la doctrina eat6lica del siglo xvi. Los indigenas debfan decidir sus acciones bajo su propia responsabilidad y rendir cuenta de ellas ante la autoridad eele- sidstica. Para ello, debian hacer a un lado su entomo y sti grupo social que normalmente solian influir en sus acciones. Al referirse al sujeto y a su mundo interior, la confesién catélica favorecia un proceso de individualizacién hostil a los vinculos sociales tradicionales y que consideraba a la natur y con ello también el nuevo yo, como objeto de reflexién e a, la confesi fue impuesta como norma a las sociedades dicho individuo de modo técito o explicito constituia trasfondo para todas las formas de comport por la Iglesia, persona indivi libre y voluntario de Herbert Frey confesién debian resultar impracticable barrera para el proceso ulterior de cri Es asi porque la introspeccidn o el de los pensamientos y deseos presupone un “yo” que en Occi- dente se habia ido configurando desde la antiguedad grieya y en el contexto del cristianismo. yecesario conocer primeramente lo que lo cual no parece formando asf una in mas profunda, sin embargo, se requeria una ‘eso que planteaba cier- ias a la capacidad de memoria, puesto que se trataha y-de “traer a Ia memoria todos tus pecados” (Molina, 1569, 6v’, 8v'). El examen de conciencia se conwi tarea casi aritmé dad de calculo. “En otras palabras, la confesién introduce en el ambito de la vida interior, en el espacio subjetivo de los pensamientos y de los deseos una exigencia de rigor y de contabilidad inspirada en pee econdmicos” (Gruzinski tiens, que ordenara toda su vida sgn las nevas rormas y palabras, es de: sia representaban u se concebia a si mismo como tink cuanto a su normatividad no admitia ninguna improvisacién de conceptos y clasificaciones. Habia una sola forma correcta de expresar los pecados, una tinica regla que debia cumplirse “Pon tus pecados por orde di por orden tus peca- dos...” (Anunciacién, 1575, p. 142} ‘mirada am ‘A fin de cuentas ya estaban clasificados todos los pecados que pudiera cometer el penitente, sea en contra o de los 10 mandamientos 0 de los siete pecados capitales, de manera que sélo era cuestién de escoger de este listado. Ades, la tradicién cristiana estaba plasmada por eser ial la dejaba a salvo de modificaciones arbitrarias y de improvisaciones. Dado que la religiin cristiana contaba, de este modo, con un eédigo ordena- fa imponerse de manera brutal frente a las normas ante- Jndicaba una pretensién de instauracién de la confesién com precedié un proceso de individu: través de procesos era tan solo una y no la causa. La confesisn sdlo se podia conver rmento de di jén en la medida en que se iedad de la Nueva Espafia los mismos proce- sos de individnalizacién que habjan tenido lugar en Europa. En términos generales, esto ocurrié en el momento en que miles de indigenas hubieron de ganarse la existeneia en las nuevas minas de plata o cuando se reestructuraron las aldeas, surgiendo de ‘este modo relaciones sociales diferentes. Pero todos estos fueron Procesos que requirieron de algtin tiempo, por lo que la confe- siGn, segtin la queja frecuente de muchos misioneros, se tops s. Sin embargo, en ocae le palabra para hablar de todo menos aquello que querian escuchar los confesores. Todavia en 1713 Manuel Pérez se quej6 de sus hijos de confesién: los ignoran el modo de una buena confesién” repitieran en la 288 Herbert Frey Sea por incomprensién o por resistencia, Ia mayoria de los indigenas no le encontraban mucho sentido a esa institucién y llevé siglos hasta que la misma se hiciera extensiva a la mayor parte de la poblacién. En el siglo xv1 tan solo una minotia de los indigenas partieipaba en la confesién. En la ciudad de México en el affo de 1566 slo se confesaha el 10 por ciento de todos los creyentes; en la provincia de Tlaxcala fueron 20 por ciento por afio, y en otras regiones el niimero oscilaba entre 6 y 40 por ciento. De esta manera, el proceso de internalizacién del cris- tianismo transeurrié de manera muy lenta, a pesar de que al ‘menos en el aspecto externo la norma cristiana pudo ser impues- ta por la fuerza en forma relativamente répida. De todos modos, el proceso de europeizacién de las comu- nidades indigenas a través del cristianismo iba aparejado para los indios de un gran desconcierto. Ellos, a partir de entonces, tuvieron que definirse en el contexto de una fe y de unos ritos que ponfan en tela de juicio todo su pasado y su antiguo orden social. Los cambios, ajustes y compromisos, que surgieron a partir de esta situacién determinaron el desarrollo mental de las comunidades fundas repercusiones que definen el comportamiento ¢ indios del México de hoy. En el Ambito hasta a formaron las culturas indigenas de la era herederos directos son los indigenas actuales. 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