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Nro. 7
PENSAR LA ENSEÑANZA
ENTREVISTA A HENRI MESCHONNIC
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02-05-2019 Pensar la enseñanza - Tráfico de Experiencias
*Jean Verrier: En el último artículo de la revista Le Français d´aujourd´hui, Laurent Jenny nos
pone en guardia: ¿tanto con los análisis lingüísticos de la poesía como con los juegos
poéticos no corremos el riesgo de desdeñar lo esencial, el desafío de la poesía? G. Jean dice
más o menos la misma cosa a propósito de los juegos poéticos. ¿El discurso poético sería un
discurso “sagrado”?
JV: El artículo de Nicole Gueunier que subraya los límites de un análisis estrechamente
lingüístico de la poesía. ¿Creés que un análisis de tipo semiótico es más satisfactorio?
JV: Este número se abre con varios ejercicios de escritura. ¿Qué pensás de ellos? ¿Se puede
leer poesía sin escribir? ¿Y, ya que se trata de la escuela, se puede aprender a escribir?
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HM: Creo que los ejercicios de escritura están condenados, tal como se los practica
actualmente, a ser a la vez pos-surrealistas y pos-estructuralistas. Me parece también que
no pueden desprenderse de una sacralización de la escritura, de una fascinación. Que
precisamente los lleva a ser miméticos. La valorización misma de la escritura es un
obstáculo para la escritura. La escuela aquí no hace más que repetir el efecto de los
maestros pensadores, de Barthes en particular: la lectura devino escritura. Es decir que un
mixto de psicoanálisis aplicado, de supresión y de denegación del metalenguaje, laxismo y
hedonismo, ha programado de la escuela secundaria a la enseñanza superior, el “placer del
texto” como deseo de escritura, el fundido encadenado que va del écrivant (el mero
escribiente) al écrivain (escritor). El resultado, en mi opinión, es paradójico. Es decir que se
olvida entonces que la historicidad está vinculada a una historicidad de la lectura. A una
crítica. Para escribir, hay que leer, en el sentido de criticar – lo que no signi ca “denigrar”,
sino situar históricamente, y situarse. De manera un poco brutal diría que si se quiere
aprender a escribir, en primer lugar hay que reaprender a leer. No dejar en lo implícito la
relación crítica con lo escrito. Única manera de constituirse como sujeto histórico de un
discurso. El mimetismo es en efecto la anulación del mimo como sujeto. Los juegos de
escritura tienen algo bueno contra la vieja pasividad repetitiva ante los grandes textos. Pero
si llevan a hacer creer, algo que también hacen, que la escritura es un juego, son peligrosos:
tienen los límites de lo lúdico, y no conocen estos límites. En eso diría que participan de una
desmoralización, y de una despolitización actuales de la escritura. Queda la ambigüedad de
la noción “aprender a escribir”: ¿es aprender a ser “poeta, “escritor”? ¿Es aprender a
expresarse? ¿Qué es “expresarse”? En la primera posición me parece que sigue estando
presente la ilusión estetizante, que sacraliza al escritor, al mismo tiempo que el mito de
Lautréamont: “la poesía debe ser hecha por todos, no por uno”, mito voluntarista, sin hablar
de su relación con la “división del trabajo”. Al contrario, en mi opinión, hay que hacer sujetos
que escriban o que hagan otra cosa. Si no, se perpetúa justamente el orden que se creía
subvertir. Escribir plantea el problema de la relación entre esta actividad y la escuela, la
enseñanza. La idea muy difundida todavía es que hay una oposición irreductible entre las
dos: escribir es la aventura, y la escuela es la programación cultural. Me parece que Péguy
es a la vez el símbolo de este con icto, y su límite.
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JV: Péguy, el poeta, luchó contra la Sorbona, en efecto. ¿Y hoy, Henry Meschonnic poeta y
profesor, se siente más cómodo en la Universidad? ¿Qué podés decirnos de las relaciones
entre su práctica de escritor y su práctica de profesor?
HM: Es un hecho sociológico que en el siglo XX hay cada vez más escritores profesores,
profesores escritores, poetas. Sin embargo, al profesor le sigue tocando el papel del malo.
Me parece que es a la vez un error y un arcaísmo, que obedece a la concepción que se tiene
de la Universidad y que el profesor vergonzante muestra. Basta con indicar la situación
estratégica capital de la Universidad en la transformación, y no solamente en la
reproducción cultural. Es un laboratorio de historicidad. Como la escritura. Ambos
especí cos. En este sentido no solo estoy cómodo, sino que es solamente en la Universidad
donde puedo llegar a demostrar la libertad que tengo aquí. Personalmente, mi trabajo
teórico y mi enseñanza son consustanciales. También porque soy traductor es que trabajo
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JV: Durante mucho tiempo la poesía estuvo vinculada al recitado. ¿Qué lugar le otorga hoy a
la memorización en el trabajo poético?
HM: También se pensaba que la poesía estaba escrita en verso por razones
nemotécnicas. Algo que no es tan ajeno quizás a la idea reciente de la poesía como
“memoria de la lengua”, precisamente por la métrica. Más bien tiendo a tomar la poesía como
una memoria de los discursos, de los sujetos. No de la lengua. De ahí, por razones diferentes,
un lugar importante a la memorización. No como registro pasivo, admirativo, sino como
ejercicio de oralidad. Si vemos allí otro sentido, desprendemos otra estrategia.
HM: Allí también, diría que más que nunca, pero su lugar no será el mismo según la
estrategia en la que entre, es decir según la concepción misma que se tendrá de la relación
entre literatura y sociedad, y nalmente, según la concepción de la sociedad y del individuo.
Para mí, la poesía pone a prueba lo social y el sujeto en lo social, así como pone en aprietos a
la metafísica del signo, el dualismo del signi cante y del signi cado. Pero cuando la poesía
es encerrada en formalismos, ya sea el de la tradición literaria, ya sea el del estructuralismo
y de la semiótica, por esa misma razón está fuera de juego, reproduce la estética, su
deshistorización. Su despolitización. Incluso a través de estas grillas la poesía es siempre un
signo del sujeto, para cada sujeto de enunciación. En eso es indispensable, incluso a través
de estas ideologizaciones, que hacen de ella un lujo. Los surrealistas también hicieron de la
poesía un producto de lujo. La poesía postula una teoría del discurso, del sistema, del valor,
del funcionamiento del lenguaje como radicalmente histórico. Al impugnar radicalmente el
signo, la poesía impugna su pragmática y su política. Es el lugar que le doy. Lo que, al mismo
tiempo, le da su lugar en la escuela, y le da lugar a la escuela, a su función más bien, no solo
reproductiva, sino activa.
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