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Texto Bíblico
13
Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la
salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. 14 Vosotros sois
la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un
monte. 15 Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino
para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. 16 Brille así
vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a
vuestro Padre que está en los cielos.
Ignacio de Antioquía
A los Efesios: Si eres luz, vive en la luz
Juan Crisóstomo
Desde el cielo Dios revela su reprobación de toda impiedad e injusticia de los
hombres que tienen la verdad prisionera de la injusticia. Observa la prudencia de
Pablo, cómo del tono persuasivo de la exhortación, pasa al más vehemente de la
amenaza. Después de haber dicho que el evangelio es fuente de salvación y de
vida, y que ha sido la potencia de Dios la que ha operado la salvación y la justicia,
pasa seguidamente a las amenazas para infundir temor en los que no le hacen
caso. Y comoquiera que son muchos los hombres que se dejan arrastrar a la
virtud no tanto por la promesa del premio, cuanto por el temor al castigo, los atrae
alternando exhortaciones y amenazas.
De hecho, Dios no sólo prometió el reino, sino que conminó con la gehena; y los
profetas hablaban a los judíos alternando siempre premios y castigos. Por eso
también Pablo varía el tono del discurso, pero no de cualquier manera, sino
pasando de la suavidad a la severidad, demostrando que aquélla nacía de los
designios de Dios, ésta, de la maldad e indiferencia de los hombres. Igualmente el
profeta primero presenta el lado positivo cuando dice: Si sabéis obedecer,
comeréis lo sabroso de la tierra; si rehusáis y os rebeláis, la espada os
comerá. Idéntica pedagogía usa aquí Pablo: Vino Cristo —dice— trayéndonos el
perdón, la justicia, la vida: y no de balde, sino al precio de la cruz. Y lo que
mayormente suscita nuestra admiración no es sólo la munificencia de los dones,
sino la acerbidad de lo que padeció. Si pues despreciarais estos dones, ellos
mismos se convertirán en vuestra tristeza permanente.
¿Y por qué no dice abiertamente: El Hijo del hombre vendrá y con él innumerables
ángeles, a pedir cuentas a cada uno, sino que dice: Revelará Dios su
reprobación? Porque los oyentes eran neófitos aún. Por eso Pablo los instruye a
partir de lo que en su fe era firme. Además, me parece que se dirige a los
paganos. Por eso habla primero del modo que hemos visto, y luego pasa a hablar
del juicio de Cristo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que tienen la
verdad prisionera de la injusticia. Donde demuestra que son muchos los caminos
que conducen a la impiedad, a la verdad sólo uno. Y en efecto el error es algo
vario, multiforme y desconcertante; la verdad es una.
Cromacio de Aquilea
Sobre el Evangelio de San Mateo: Vosotros sois la luz del mundo
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto
de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín,
sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. El Señor
llamó a sus discípulos sal de la tierra, porque habían de condimentar con la
sabiduría del cielo los corazones de los hombres, insípidos por obra del diablo.
Ahora les llama también luz del mundo, porque, después de haber sido iluminados
por él, que es la luz verdadera y eterna, se han convertido ellos mismos en luz que
disipa las tinieblas.
Siendo él el sol de justicia, llama con razón a sus discípulos luz del mundo; a
través de ellos, como brillantes rayos, difunde por el mundo entero la luz de su
conocimiento. En efecto, los apóstoles, manifestando la luz de la verdad, alejaron
del corazón de los hombres las tinieblas del error.
Iluminados por éstos, también nosotros nos hemos convertido en luz, según dice
el Apóstol: En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor; caminad
como hijos de la luz e hijos del día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas.
Con razón dice san Juan en su carta: Dios es luz, y quien permanece en Dios está
en la luz, como él está en la luz. Nuestra alegría de vernos libres de las tinieblas
del error debe llevarnos a caminar como hijos de la luz. Por eso dice el
Apóstol: Brilláis como lumbrera del mundo, mostrando una razón para vivir. Si no
obramos así, es como si, con nuestra infidelidad, pusiéramos un velo que tapa y
oscurece esta luz tan útil y necesaria, en perjuicio nuestro y de los demás. Ya
sabemos que aquel que recibió un talento y prefirió esconderlo antes que negociar
con él para conseguir la vida del cielo, sufrió el castigo justo.
Por eso la esplendorosa luz que se encendió para nuestra salvación debe lucir
constantemente en nosotros. Tenemos la lámpara del mandato celeste y de la
gracia espiritual, de la que dice David: Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz
en mi sendero. De ella dice también Salomón: El precepto de la ley es una
lámpara.
Esta lámpara de la ley y de la fe no debe nunca ocultarse, sino que debe siempre
colocarse sobre el candelero de la Iglesia para la salvación de muchos; así
podremos alegrarnos con la luz de su verdad y todos los creyentes serán
iluminados.
Juan Crisóstomo
Sobre la Carta a los Romanos: La lámpara no luce para sí, sino para
los que viven en tinieblas
Pero dirá alguno: ¿Y a nosotros qué? Pues bien, os importa muchísimo a vosotros
que no os preocupáis por ellos, ni les exhortáis, ni les ayudáis con vuestros
consejos; a vosotros que no les hacéis sentir su obligación de venir ni los
arrastráis aunque sea a la fuerza, ni les ayudáis a salir de esa supina negligencia.
Pues Cristo nos enseñó que no sólo debemos sernos útiles a nosotros, sino a
muchos, al llamarnos sal, fermento y luz. Estas cosas, en efecto, son útiles y
provechosas para los demás. Pues la lámpara no luce para sí, sino para los que
viven en tinieblas: y tú eres lámpara, no para disfrutar en solitario de la luz, sino
para reconducir al que yerra.
Porque, ¿de qué sirve la lámpara si no alumbra al que vive en las tinieblas? Y
¿cuál sería la utilidad del cristianismo si no ganase a nadie, si a nadie redujera a la
virtud?
Por su parte, tampoco la sal se conserva a sí misma, sino que mantiene a raya a
los cuerpos tendentes a la corrupción, impidiendo que se descompongan y
perezcan. Lo mismo tú: puesto que Dios te ha convertido en sal espiritual,
conserva y mantén en su integridad a los miembros corrompidos, es decir, a los
hermanos desidiosos y a los que ejercen artes esclavizantes; y al hermano
liberado de la desidia, como de una llaga cancerosa, reincorporándolo a la Iglesia.
Por esta razón te apellidó también fermento. Pues bien, tampoco el fermento actúa
como levadura de sí mismo, sino de toda la masa, por grande que sea, pese a su
parvedad y escaso tamaño. Pues lo mismo vosotros: aunque numéricamente sois
pocos, sed no obstante muchos por la fe y el empeño en el culto de Dios. Y así
como la levadura no por desproporcionada deja de ser activísima, sino que por el
calor con que la naturaleza la ha dotado y en fuerza a sus propiedades sobrepuja
a la masa, así también vosotros, si os lo proponéis, podréis reducir, a una multitud
mucho mayor, a un mismo fervor y a un paralelo entusiasmo.
Francisco
Ángelus (09-02-2014): ¿Cómo quieres vivir?
Juan Pablo II
Homilía (11-08-1993): Se recibe la luz para darla
1. Son palabras de Jesús a sus discípulos, que hemos escuchado en la lectura del
Evangelio en esta solemne celebración eucarística.
3. «Vosotros sois la sal de la tierra» (Mt 5, 13)). Son palabras que el Señor dirige
hoy a vosotros. En la fe cristiana, sois verdaderamente la sal de la tierra. Vosotros,
que habéis acogido en vuestro corazón el mensaje salvador de Cristo, sois, pues,
sal de la tierra porque habéis de contribuir a evitar que la vida del hombre se
deteriore o que se corrompa persiguiendo los falsos valores, que tantas veces se
proponen en la sociedad contemporánea.
La Iglesia, como Madre y Maestra, hace suyos los problemas que afectan al
hombre, y en especial a los más pobres y abandonados, y trata de iluminarlos
desde el Evangelio. Por eso, en la construcción de una sociedad más justa y
fraterna, la doctrina social de la Iglesia propone siempre la primacía de la persona
sobre las cosas (Centesimus annus, 53-54), de la conciencia moral sobre los
criterios utilitaristas, que pretenden ignorar la dignidad del hombre, creado a
imagen y semejanza de Dios.
4. Cristo, luz del mundo (cf. Jn 8, 12), nos exhorta hoy a que nosotros seamos
también luz ante los hombres para que, viendo nuestras buenas obras, glorifiquen
al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5, 16). Cristo, «luz verdadera, que ilumina
todo hombre que viene a este mundo» (Jn 1, 9), es el Verbo proclamado por san
Juan en el prólogo de su Evangelio (Ibíd., 1 1-4): el Hijo eterno, consustancial con
el Padre. La Vida estaba en Él, y Él la ha traído al mundo. «Tanto amó Dios al
mundo, que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él... tenga
la vida eterna» (Ibíd., 3, 16).
Ésta es la prueba suprema del amor de Dios a los hombres desde toda la
eternidad: la Encarnación del Verbo. Y también vosotros, queridos hermanos y
hermanas, habéis sido objeto de ese amor de predilección por parte de
Dios; también por amor vuestro se encarnó su Hijo Unigénito. También a vosotros
Dios Padre os lo entrega como Salvador, para que tengáis la vida eterna. «Ésta es
la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado,
Jesucristo» (Ibíd., 17, 3).
7. Vosotros sois la sal de la tierra. Vosotros sois la luz del mundo. Os lo dice Cristo
mismo, que es la Luz. Lo dice también con el ejemplo de su vida, con la verdad de
sus sufrimientos, con su muerte en la Cruz.
Así sea.
Benedicto XVI
Ángelus (06-02-2011): Descubrir el sentido de la misión
Teresa de Calcuta
El Amor más grande: Cristo-Luz quiere pasar a través de nosotros
Cuando Jesús había dado a sus discípulos preceptos sublimes, para que no
dijesen: «¿cómo podremos cumplirlos?» los calma con alabanzas, diciéndoles:
«Vosotros sois la sal de la tierra». Demuestra así que les añade esto por
necesidad, como si les dijese: «No os envío por vuestra vida, ni por una nación,
sino por todo el mundo. Y si al herir el corazón humano, éste os injuria, alegraos».
Ese es el efecto de la sal, morder lo que es de naturaleza laxo y lo reduce. Por
ello, la maldición de otros no os dañará, sino que será testigo de vuestra virtud
(hom. 15, 6).
Comprende cuán grandes son las cosas que les promete, cuando aquéllos, que
eran desconocidos en su propio país, adquirieron tanta fama, que llegó ésta en
poco tiempo hasta los confines de la tierra: ni las persecuciones que les había
predicho pudieron ocultarlos, sino que más bien los hizo mucho más famosos
(hom. 15, 7).
Por estas palabras les enseña también a cuidar con solicitud de su propia vida,
como que ésta había de estar mirada constantemente por todos, así como la
ciudad que está colocada sobre un monte, o como la luz que está luciendo sobre
un candelero (hom. 12).
O por esto que dijo: «No puede esconderse una ciudad», demostró su virtud. En
esto que añade: «No encienden la luz», nos induce a la libre predicación, como si
dijese: «Yo, en verdad, he encendido la luz, y a vosotros corresponde tenerla
encendida, no sólo por vosotros y por otros que serán iluminados, sino también
por la gloria de Dios» (hom. 15, 7).
Debemos ver aquí cuán apropiado es lo que se dice, cuando se compara el oficio
de los Apóstoles con la naturaleza de la sal. Esta se aplica a todos los usos de los
hombres, puesto que cuando se esparce sobre los cuerpos, les introduce la
incorrupción y los hace aptos para percibir un buen sabor en los sentidos. Los
Apóstoles son los predicadores de las cosas celestiales y son como los saladores
de la eternidad. Con toda razón, pues, se les llama sal de la tierra, porque por la
virtud de su predicación preservan los cuerpos salándolos para la eternidad.
Pero como el hombre está sujeto a la conversión, por eso nos advierte que los
Apóstoles, llamados sal de la tierra, persisten en la virtud de potestad que les ha
sido dada, añadiendo: «Y si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada?»
Si los maestros se vuelven necios, nada salan, y aun ellos mismos, habiendo
perdido el sentido del saber recibido, no pueden vivificar lo corrompido, quedan
inútiles. Por ello sigue: «No vale ya para nada, sino para ser echada fuera y pisada
por los hombres».
Separados de los oficios de la Iglesia, sean pisoteados por todos los que pasen.
Llama ciudad a la carne que tomó, porque en ella, por la naturaleza del cuerpo
que ha tomado, se contiene cierta congregación del género humano. Y nosotros,
por la unión con su carne, resultamos los habitantes de esta ciudad. No puede
esconderse, pues, porque colocada en la altura de la elevación de Dios, se ofrece
a la contemplación de todos por medio de la admiración de sus obras.
Con esta luz enseña a los Apóstoles a resplandecer para que, de la admiración de
sus obras resulte grande alabanza al Señor. De donde se sigue: «De tal modo ha
de brillar vuestra luz delante de los hombres que vean nuestras buenas obras».
No porque convenga buscar la gloria que dan los hombres (puesto que todo debe
hacerse en honor de Dios), sino que, disimulando nuestra obra a aquellos entre
quienes vivimos, brille para Dios.
Remigio
La sal también cambia de naturaleza por medio del agua, el ardor del sol y la
violencia del viento. Así los varones apostólicos, por el agua del bautismo, por el
ardor del amor y por el soplo del Espíritu Santo se transforman en una naturaleza
espiritual. La sabiduría celestial, predicada por los Apóstoles, purifica las obras
materiales, quita el mal olor y podredumbre de la mala conversación y el gusano
de los malos pensamientos, a quien se refiere el profeta cuando dice: «El gusano
de ellos no muere» ( Is 66,24).
Los Apóstoles son sal de la tierra, esto es, de los hombres terrenos, que amando
la tierra, se llaman tierra.
Así como el sol dirige sus rayos, así el Señor, que es sol de justicia, dirigió sus
Apóstoles para desterrar las tinieblas del género humano.
San Jerónimo
Los Apóstoles se llaman también sal de la tierra porque por ellos se condimenta el
género humano.
Esto es, si el doctor se equivoca, ¿por qué otro doctor será enmendado?
Así como los maestros, por su buena predicación, son sal con la cual el pueblo se
condimenta, así por la palabra de su doctrina son luz, con la que iluminan a los
ignorantes. Primero se debe vivir bien y luego enseñar. Por lo tanto, después de
llamar a los Apóstoles sal, los llama también luz, diciendo: «Vosotros sois la luz
del mundo». La sal en su propio estado sostiene las cosas para que no se pudran,
pero la luz conduce al perfeccionamiento ilustrando. Por lo cual los Apóstoles
fueron llamados primero sal, a causa de los judíos y de los cristianos, por quienes
Dios es conocido y a quienes éstos conservan en el conocimiento; y segundo luz,
a causa de los gentiles, a quienes conducen a la luz de la verdadera ciencia.
No puede, pues, esconderse una ciudad colocada sobre un monte. Aun cuando
ella quiera, el monte que la tiene sobre sí, la hace visible a todos. Así los
Apóstoles y los sacerdotes, que han sido establecidos en Cristo no pueden
esconderse, aun cuando quieran, porque Jesucristo los manifiesta.
Jesucristo demuestra con otra comparación por qué manifiesta a sus santos y no
permite que se escondan, cuando dice: «No encienden una antorcha y la ponen
debajo de un celemín, sino sobre el candelero».
El celemín puede significar también los hombres mundanos, porque así como éste
es vacío por la parte de arriba y cerrado por debajo, así todos los amantes del
mundo son insensatos para las cosas espirituales y sabios en las terrenas. Y por
lo tanto, son como un celemín que tiene escondida la palabra divina, cuando por
alguna causa terrena no se atreven a hacer pública la palabra de Dios ni a
predicar las verdades de la fe. El candelero es la Iglesia y todo sacerdote que
anuncia la palabra de Dios.
Esto es, cuando enseñéis iluminad de tal modo que, no sólo oigan vuestras
palabras, sino que vean también vuestras buenas obras, con el objeto de que
aquellos a quienes iluminéis con la palabra como luz, los condimentéis con el
ejemplo, como sal. Dan gloria a Dios aquellos maestros que enseñan y obran bien,
porque las disposiciones del Señor se manifiestan en las costumbres de sus
ministros. Por ello sigue: «Y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos».
No es pisado por los hombres el que sufre persecuciones, sino aquel que se
acobarda temiendo la persecución. No puede ser pisado sino el que está debajo, y
no puede decirse que está debajo aquel que, aun cuando sufre muchas cosas en
su cuerpo mientras dura esta vida, tiene su corazón fijo en el cielo.
Conviene, pues, comprender aquí por mundo, no al cielo y la tierra, sino a los
hombres que están en el mundo, o a los que aman al mundo, para iluminar a los
que los Apóstoles fueran enviados.
Está colocada esta ciudad sobre un monte, esto es, sobre la gran justicia de Dios
que representa ese monte, en el cual juzga el Señor.
Si alguno entiende por esta casa a la Iglesia, no hay en ello absurdo. Puede que
esta casa sea el mundo, por lo que dice más arriba: «Vosotros sois la luz del
mundo».
Si tan sólo hubiese dicho: «para que vean vuestras buenas obras», hubiese
constituido su fin el ser vistos siendo alabados por los hombres, lo cual buscan los
hipócritas; sino que añade: «y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos»
para que, por lo mismo que el hombre con las buenas obras agrada a los
hombres, no constituyendo en eso su fin sino en dar alabanza a Dios, por lo tanto
agrade a los hombres de modo que en ello sea glorificado Dios.
Por lo tanto, ninguno limite su fe a la medida de la ley, sino que se ciña a lo que
enseña la Iglesia, en la cual brillan los siete dones del Espíritu Santo.
Beda