Está en la página 1de 15

Mt 5, 13-16: Sal de la tierra, luz del mundo

ALFERTSON CEDANO SAN


MATEO BIENAVENTURANZAS, LUZ, SAL

Texto Bíblico
13
Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la
salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. 14 Vosotros sois
la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un
monte. 15 Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino
para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. 16 Brille así
vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a
vuestro Padre que está en los cielos.

Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)

Homilías, comentarios y meditaciones desde la


tradición de la Iglesia

Ignacio de Antioquía
A los Efesios: Si eres luz, vive en la luz

«Si algo se hace oculto, saldrá a la luz» (cf. Mc 4,22)


13-15: Funk 2, 197-201
Funk

Procurad reuniros con más frecuencia para celebrar la acción de gracias y la


alabanza divina. Cuando os reunís con frecuencia en un mismo lugar, se debilita el
poder de Satanás, y la concordia de vuestra fe le impide causaros mal alguno.
Nada mejor que la paz, que pone fin a toda discordia en el cielo y en la tierra.

Nada de esto os es desconocido, si mantenéis de un modo perfecto, en


Jesucristo, la fe y la caridad, que son el principio y el fin de la vida: el principio es
la fe, el fin es la caridad. Cuando ambas virtudes van a la par, se identifican con el
mismo Dios, y todo lo que contribuye al bien obrar se deriva de ellas. El que
profesa la fe no peca, y el que posee la caridad no odia. Por el fruto se conoce el
árbol; del mismo modo, los que hacen profesión de pertenecer a Cristo se
distinguen por sus obras. Lo que nos interesa ahora, más que hacer una profesión
de fe, es mantenernos firmes en esa fe hasta el fin. Es mejor callar y obrar que
hablar y no obrar. Buena cosa es enseñar, si el que enseña también obra. Uno
solo es el maestro, que lo dijo, y existió; pero también es digno del Padre lo que
enseñó sin palabras.

El que posee la palabra de Jesús es capaz de entender lo que él enseñó sin


palabras y llegar así a la perfección, obrando según lo que habla y dándose a
conocer por lo que hace sin hablar. Nada hay escondido para el Señor, sino que
aun nuestros secretos más íntimos no escapan a su presencia. Obremos, pues,
siempre conscientes de que él habita en nosotros, para que seamos templos
suyos y él sea nuestro Dios en nosotros, tal como es en realidad y tal como se
manifestará ante nuestra faz; por esto, tenemos motivo más que suficiente para
amarlo.

Juan Crisóstomo
Desde el cielo Dios revela su reprobación de toda impiedad e injusticia de los
hombres que tienen la verdad prisionera de la injusticia. Observa la prudencia de
Pablo, cómo del tono persuasivo de la exhortación, pasa al más vehemente de la
amenaza. Después de haber dicho que el evangelio es fuente de salvación y de
vida, y que ha sido la potencia de Dios la que ha operado la salvación y la justicia,
pasa seguidamente a las amenazas para infundir temor en los que no le hacen
caso. Y comoquiera que son muchos los hombres que se dejan arrastrar a la
virtud no tanto por la promesa del premio, cuanto por el temor al castigo, los atrae
alternando exhortaciones y amenazas.

De hecho, Dios no sólo prometió el reino, sino que conminó con la gehena; y los
profetas hablaban a los judíos alternando siempre premios y castigos. Por eso
también Pablo varía el tono del discurso, pero no de cualquier manera, sino
pasando de la suavidad a la severidad, demostrando que aquélla nacía de los
designios de Dios, ésta, de la maldad e indiferencia de los hombres. Igualmente el
profeta primero presenta el lado positivo cuando dice: Si sabéis obedecer,
comeréis lo sabroso de la tierra; si rehusáis y os rebeláis, la espada os
comerá. Idéntica pedagogía usa aquí Pablo: Vino Cristo —dice— trayéndonos el
perdón, la justicia, la vida: y no de balde, sino al precio de la cruz. Y lo que
mayormente suscita nuestra admiración no es sólo la munificencia de los dones,
sino la acerbidad de lo que padeció. Si pues despreciarais estos dones, ellos
mismos se convertirán en vuestra tristeza permanente.

Observa cómo eleva el tono diciendo: Desde el cielo Dios revela su


reprobación. Esto se manifiesta con frecuencia en la vida presente: hambre, peste,
guerras, pues o bien en privado o bien colectivamente todos reciben el castigo.
¿Qué de nuevo habrá entonces? Pues que el suplicio será mayor, que este
suplicio será colectivo y no obedecerá a unas mismas causas: ahora tienen una
finalidad pedagógica; entonces vindicativa. Esto lo da a entender Pablo cuando
dice: Si el Señor nos corrige es para que no salgamos condenados con el mundo.

De momento hay muchos que piensan que nuestras calamidades no provienen de


la ira de Dios, sino de la perfidia de los hombres; pero entonces se manifestará la
justicia de Dios, cuando sentado el Juez en el tremendo solio, mande a unos al
fuego, a otros a las tinieblas exteriores, a otros finalmente a suplicios de diverso
género, eternos e intolerables.

¿Y por qué no dice abiertamente: El Hijo del hombre vendrá y con él innumerables
ángeles, a pedir cuentas a cada uno, sino que dice: Revelará Dios su
reprobación? Porque los oyentes eran neófitos aún. Por eso Pablo los instruye a
partir de lo que en su fe era firme. Además, me parece que se dirige a los
paganos. Por eso habla primero del modo que hemos visto, y luego pasa a hablar
del juicio de Cristo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que tienen la
verdad prisionera de la injusticia. Donde demuestra que son muchos los caminos
que conducen a la impiedad, a la verdad sólo uno. Y en efecto el error es algo
vario, multiforme y desconcertante; la verdad es una.

Cromacio de Aquilea
Sobre el Evangelio de San Mateo: Vosotros sois la luz del mundo

«Vosotros sois la luz del mundo» (cf. Mc 1,21)


Tratado 5, 1. 3-4: CCL 9, 405-407
CCL

Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto
de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín,
sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. El Señor
llamó a sus discípulos sal de la tierra, porque habían de condimentar con la
sabiduría del cielo los corazones de los hombres, insípidos por obra del diablo.
Ahora les llama también luz del mundo, porque, después de haber sido iluminados
por él, que es la luz verdadera y eterna, se han convertido ellos mismos en luz que
disipa las tinieblas.

Siendo él el sol de justicia, llama con razón a sus discípulos luz del mundo; a
través de ellos, como brillantes rayos, difunde por el mundo entero la luz de su
conocimiento. En efecto, los apóstoles, manifestando la luz de la verdad, alejaron
del corazón de los hombres las tinieblas del error.
Iluminados por éstos, también nosotros nos hemos convertido en luz, según dice
el Apóstol: En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor; caminad
como hijos de la luz e hijos del día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas.

Con razón dice san Juan en su carta: Dios es luz, y quien permanece en Dios está
en la luz, como él está en la luz. Nuestra alegría de vernos libres de las tinieblas
del error debe llevarnos a caminar como hijos de la luz. Por eso dice el
Apóstol: Brilláis como lumbrera del mundo, mostrando una razón para vivir. Si no
obramos así, es como si, con nuestra infidelidad, pusiéramos un velo que tapa y
oscurece esta luz tan útil y necesaria, en perjuicio nuestro y de los demás. Ya
sabemos que aquel que recibió un talento y prefirió esconderlo antes que negociar
con él para conseguir la vida del cielo, sufrió el castigo justo.

Por eso la esplendorosa luz que se encendió para nuestra salvación debe lucir
constantemente en nosotros. Tenemos la lámpara del mandato celeste y de la
gracia espiritual, de la que dice David: Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz
en mi sendero. De ella dice también Salomón: El precepto de la ley es una
lámpara.

Esta lámpara de la ley y de la fe no debe nunca ocultarse, sino que debe siempre
colocarse sobre el candelero de la Iglesia para la salvación de muchos; así
podremos alegrarnos con la luz de su verdad y todos los creyentes serán
iluminados.

Juan Crisóstomo
Sobre la Carta a los Romanos: La lámpara no luce para sí, sino para
los que viven en tinieblas

«La luz es para ponerla en el candelero» (Mc 4,21)


Homilía 20, 2: PG 51, 174
PG

¡No podéis imaginaros cómo me escuece el alma al recordar las muchedumbres,


que como imponente marea, se congregaban los días de fiesta y ver reducidas
ahora a la mínima expresión aquellas multitudes de antaño! ¿Dónde están ahora
los que en las solemnidades nos causan tanta tristeza? Es a ellos a quienes
busco, ellos por cuya causa lloro al caer en la cuenta de la cantidad de ellos que
perecen y que estaban salvos, al considerar los muchos hermanos que pierdo,
cuando pienso en el reducido número de los que se salvan, hasta el punto de que
la mayor parte del cuerpo de la Iglesia se asemeja a un cuerpo muerto e inerte.

Pero dirá alguno: ¿Y a nosotros qué? Pues bien, os importa muchísimo a vosotros
que no os preocupáis por ellos, ni les exhortáis, ni les ayudáis con vuestros
consejos; a vosotros que no les hacéis sentir su obligación de venir ni los
arrastráis aunque sea a la fuerza, ni les ayudáis a salir de esa supina negligencia.
Pues Cristo nos enseñó que no sólo debemos sernos útiles a nosotros, sino a
muchos, al llamarnos sal, fermento y luz. Estas cosas, en efecto, son útiles y
provechosas para los demás. Pues la lámpara no luce para sí, sino para los que
viven en tinieblas: y tú eres lámpara, no para disfrutar en solitario de la luz, sino
para reconducir al que yerra.

Porque, ¿de qué sirve la lámpara si no alumbra al que vive en las tinieblas? Y
¿cuál sería la utilidad del cristianismo si no ganase a nadie, si a nadie redujera a la
virtud?

Por su parte, tampoco la sal se conserva a sí misma, sino que mantiene a raya a
los cuerpos tendentes a la corrupción, impidiendo que se descompongan y
perezcan. Lo mismo tú: puesto que Dios te ha convertido en sal espiritual,
conserva y mantén en su integridad a los miembros corrompidos, es decir, a los
hermanos desidiosos y a los que ejercen artes esclavizantes; y al hermano
liberado de la desidia, como de una llaga cancerosa, reincorporándolo a la Iglesia.

Por esta razón te apellidó también fermento. Pues bien, tampoco el fermento actúa
como levadura de sí mismo, sino de toda la masa, por grande que sea, pese a su
parvedad y escaso tamaño. Pues lo mismo vosotros: aunque numéricamente sois
pocos, sed no obstante muchos por la fe y el empeño en el culto de Dios. Y así
como la levadura no por desproporcionada deja de ser activísima, sino que por el
calor con que la naturaleza la ha dotado y en fuerza a sus propiedades sobrepuja
a la masa, así también vosotros, si os lo proponéis, podréis reducir, a una multitud
mucho mayor, a un mismo fervor y a un paralelo entusiasmo.

Francisco
Ángelus (09-02-2014): ¿Cómo quieres vivir?

«Vosotros sois la sal de la tierra» (Mt 5,13)


Domingo V del Tiempo Ordinario. Ciclo A

Hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el Evangelio de este domingo, que está inmediatamente después de las


Bienaventuranzas, Jesús dice a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra...
Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5, 13.14). Esto nos maravilla un poco si
pensamos en quienes tenía Jesús delante cuando decía estas palabras. ¿Quiénes
eran esos discípulos? Eran pescadores, gente sencilla... Pero Jesús les mira con
los ojos de Dios, y su afirmación se comprende precisamente como consecuencia
de las Bienaventuranzas. Él quiere decir: si sois pobres de espíritu, si sois
mansos, si sois puros de corazón, si sois misericordiosos... seréis la sal de la tierra
y la luz del mundo.
Para comprender mejor estas imágenes, tengamos presente que la Ley judía
prescribía poner un poco de sal sobre cada ofrenda presentada a Dios, como
signo de alianza. La luz, para Israel, era el símbolo de la revelación mesiánica que
triunfa sobre las tinieblas del paganismo. Los cristianos, nuevo Israel, reciben, por
lo tanto, una misión con respecto a todos los hombres: con la fe y la caridad
pueden orientar, consagrar, hacer fecunda a la humanidad. Todos nosotros, los
bautizados, somos discípulos misioneros y estamos llamados a ser en el mundo
un Evangelio viviente: con una vida santa daremos «sabor» a los distintos
ambientes y los defenderemos de la corrupción, como lo hace la sal; y llevaremos
la luz de Cristo con el testimonio de una caridad genuina. Pero si nosotros, los
cristianos, perdemos el sabor y apagamos nuestra presencia de sal y de luz,
perdemos la eficacia. ¡Qué hermosa misión la de dar luz al mundo! Es una misión
que tenemos nosotros. ¡Es hermosa! Es también muy bello conservar la luz que
recibimos de Jesús, custodiarla, conservarla. El cristiano debería ser una persona
luminosa, que lleva luz, que siempre da luz. Una luz que no es suya, sino que es
el regalo de Dios, es el regalo de Jesús. Y nosotros llevamos esta luz. Si el
cristiano apaga esta luz, su vida no tiene sentido: es un cristiano sólo de nombre,
que no lleva la luz, una vida sin sentido. Pero yo os quisiera preguntar ahora:
¿cómo queréis vivir? ¿Como una lámpara encendida o como una lámpara
apagada? ¿Encendida o apagada? ¿Cómo queréis vivir? [la gente responde:
¡Encendida!] ¡Lámpara encendida! Es precisamente Dios quien nos da esta luz y
nosotros la damos a los demás. ¡Lámpara encendida! Ésta es la vocación
cristiana.

Juan Pablo II
Homilía (11-08-1993): Se recibe la luz para darla

«Vosotros sois la sal de la tierra» (Mt 5,13)


Santa Misa en Mérida (México)

«Vosotros sois la sal de la tierra» (Mt 5, 13).

1. Son palabras de Jesús a sus discípulos, que hemos escuchado en la lectura del
Evangelio en esta solemne celebración eucarística.

2. Vosotros y yo somos no sólo fruto, sino también sembradores de las palabras


de Jesús: «Id y haced discípulos a todas las gentes» (Mt 28, 19), es decir,
apóstoles de la nueva evangelización a la que, en virtud de nuestro bautismo,
estamos todos llamados. Por eso, el Señor nos recuerda hoy nuevamente que
somos «la sal de la tierra, la luz del mundo» (cf. ibíd., 5, 13-14).

3. «Vosotros sois la sal de la tierra» (Mt 5, 13)). Son palabras que el Señor dirige
hoy a vosotros. En la fe cristiana, sois verdaderamente la sal de la tierra. Vosotros,
que habéis acogido en vuestro corazón el mensaje salvador de Cristo, sois, pues,
sal de la tierra porque habéis de contribuir a evitar que la vida del hombre se
deteriore o que se corrompa persiguiendo los falsos valores, que tantas veces se
proponen en la sociedad contemporánea.

La Iglesia, como Madre y Maestra, hace suyos los problemas que afectan al
hombre, y en especial a los más pobres y abandonados, y trata de iluminarlos
desde el Evangelio. Por eso, en la construcción de una sociedad más justa y
fraterna, la doctrina social de la Iglesia propone siempre la primacía de la persona
sobre las cosas (Centesimus annus, 53-54), de la conciencia moral sobre los
criterios utilitaristas, que pretenden ignorar la dignidad del hombre, creado a
imagen y semejanza de Dios.

4. Cristo, luz del mundo (cf. Jn 8, 12), nos exhorta hoy a que nosotros seamos
también luz ante los hombres para que, viendo nuestras buenas obras, glorifiquen
al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5, 16). Cristo, «luz verdadera, que ilumina
todo hombre que viene a este mundo» (Jn 1, 9), es el Verbo proclamado por san
Juan en el prólogo de su Evangelio (Ibíd., 1 1-4): el Hijo eterno, consustancial con
el Padre. La Vida estaba en Él, y Él la ha traído al mundo. «Tanto amó Dios al
mundo, que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él... tenga
la vida eterna» (Ibíd., 3, 16).

Ésta es la prueba suprema del amor de Dios a los hombres desde toda la
eternidad: la Encarnación del Verbo. Y también vosotros, queridos hermanos y
hermanas, habéis sido objeto de ese amor de predilección por parte de
Dios; también por amor vuestro se encarnó su Hijo Unigénito. También a vosotros
Dios Padre os lo entrega como Salvador, para que tengáis la vida eterna. «Ésta es
la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado,
Jesucristo» (Ibíd., 17, 3).

6. Cristo es la luz del mundo, pues en Él se ha revelado la Vida. Se ha revelado


mediante la palabra del Evangelio, pero sobre todo se ha revelado mediante su
muerte redentora en la Cruz. Ha ofrecido en sacrificio al Padre su vida en
expiación por los pecados del mundo. Y con este sacrificio cruento Él ha vencido
el pecado y la muerte. En el Gólgota aceptó la muerte, pero al tercer día resucitó y
vive para siempre. Vive para darnos su Vida. De este modo, Cristo es aquella Luz,
aquella Vida que ha demostrado ser más fuerte que la muerte. En Él está la Vida
divina, que es Luz para los hombres (cf. Jn 1, 4). Cristo, luz del mundo, os está
enviando hoy a vosotros hermanos y hermanas, descendientes de los
antepasados, os está enviando a vosotros en el camino de la vida. Éste es el
camino de verdad, es el camino de siempre y de la nueva evangelización.

[...] También vosotros, queridos hermanos y hermanas, gracias al


Evangelio, habéis recibido la luz y estáis llamados a dar valientemente testimonio
de ella. Cada uno de vosotros ha de sentirse llamado a ser sal de la tierra y luz del
mundo. Habéis de ser sal que preserva de la corrupción y que da sabor a los
frutos de la tierra. Habéis de iluminar a los que os rodean mediante vuestra
caridad; caridad que es amar a los demás como Cristo nos ha amado (cf. Jn 15,
12). Ésta es la evangelización de ayer, de hoy y para siempre.

7. Vosotros sois la sal de la tierra. Vosotros sois la luz del mundo. Os lo dice Cristo
mismo, que es la Luz. Lo dice también con el ejemplo de su vida, con la verdad de
sus sufrimientos, con su muerte en la Cruz.

8. [...] Que la Virgen de Guadalupe os proteja y sea la estrella que os guíe en


vuestro camino, para que seáis siempre sal de la tierra y luz del mundo. Hermanos
y hermanas, qué hermoso es reunirse para celebrar la misma fe, la misma vida en
Cristo. Vosotros, yo, somos no sólo fruto, sino también los sembradores de las
palabras de Jesús, para hacer discípulos a todas las gentes; es decir, apóstoles
de la nueva evangelización: porque en virtud de nuestros Bautismo, estamos
llamados. Qué hermoso es reunirse para celebrar la misma fe, la misma vida en
Cristo, la misma Eucaristía.

Así sea.

Benedicto XVI
Ángelus (06-02-2011): Descubrir el sentido de la misión

«Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,14)


Domingo V del Tiempo Ordinario. Año A

Queridos hermanos y hermanas:

En el Evangelio de este domingo el Señor Jesús dice a sus discípulos: «Vosotros


sois la sal de la tierra... Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5, 13.14). Mediante
estas imágenes llenas de significado, quiere transmitirles el sentido de su misión y
de su testimonio. La sal, en la cultura de Oriente Medio, evoca varios valores
como la alianza, la solidaridad, la vida y la sabiduría. La luz es la primera obra de
Dios creador y es fuente de la vida; la misma Palabra de Dios es comparada con
la luz, como proclama el salmista: «Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en
mi sendero» (Sal 119, 105). Y también en la liturgia de hoy, el profeta Isaías dice:
«Cuando ofrezcas al hambriento de lo tuyo y sacies el alma afligida, brillará tu luz
en las tinieblas, tu oscuridad como el mediodía» (58, 10). La sabiduría resume en
sí los efectos benéficos de la sal y de la luz: de hecho, los discípulos del Señor
están llamados a dar nuevo «sabor» al mundo, y a preservarlo de la corrupción,
con la sabiduría de Dios, que resplandece plenamente en el rostro del Hijo, porque
él es la «luz verdadera que ilumina a todo hombre» (Jn 1, 9). Unidos a él, los
cristianos pueden difundir en medio de las tinieblas de la indiferencia y del
egoísmo la luz del amor de Dios, verdadera sabiduría que da significado a la
existencia y a la actuación de los hombres.
El próximo 11 de febrero, memoria de Nuestra Señora de Lourdes, celebraremos
la Jornada mundial del enfermo. Es ocasión propicia para reflexionar, para rezar y
para acrecentar la sensibilidad de las comunidades eclesiales y de la sociedad
civil hacia los hermanos y las hermanas enfermos. En el Mensaje para esta
Jornada, inspirado en una frase de la primera carta de san Pedro: «Por sus llagas
habéis sido curados»» (2, 24), invito a todos a contemplar a Jesús, el Hijo de Dios,
que sufrió, murió, pero resucitó. Dios se opone radicalmente a la prepotencia del
mal. El Señor cuida del hombre en cada situación, comparte el sufrimiento y abre
el corazón a la esperanza. Exhorto, por tanto, a todos los agentes sanitarios a
reconocer en el enfermo no sólo un cuerpo marcado por la fragilidad, sino ante
todo una persona, a la que es preciso dar toda la solidaridad y ofrecer respuestas
adecuadas y competentes. En este contexto recuerdo, además, que hoy se
celebra en Italia la «Jornada por la vida». Espero que todos se esfuercen por
hacer que crezca la cultura de la vida, para poner en el centro, en cualquier
circunstancia, el valor del ser humano. Según la fe y la razón, la dignidad de la
persona no se puede reducir a sus facultades o a las capacidades que pueda
manifestar y, por tanto, no disminuye cuando la persona es débil, inválida y
necesitada de ayuda.

Queridos hermanos y hermanas, invocamos la intercesión maternal de la Virgen


María, para que los padres, los abuelos, los profesores, los sacerdotes y cuantos
trabajan en la educación formen a las generaciones jóvenes en la sabiduría del
corazón, para que lleguen a la plenitud de la vida.

Teresa de Calcuta
El Amor más grande: Cristo-Luz quiere pasar a través de nosotros

«Ser luz del mundo» (cf. Mt 5,14)


Capítulo 67

Es posible que no sea capaz de fijar mi atención totalmente en Dios durante mi


trabajo. Dios no me lo pide de ninguna manera. Con todo, yo puedo desear
plenamente y procurar cumplir mi trabajo con Jesús y por Jesús. Hermosa tarea.
Ésta es la que Dios quiere. Quiere que nuestra voluntad y nuestro deseo se dirijan
a él, a nuestra familia, a nuestros hijos, a nuestros hermanos y a los pobres.

Cada uno de nosotros somos un instrumento pobre. Si observas la composición


de un aparato eléctrico, encontrarás un ensamblaje de hilos grandes y pequeños,
nuevos y gastados, caros y baratos. Si la corriente eléctrica no pasa a través de
todo ello, no habrá luz. Estos hilos somos tú y yo. Dios es la corriente. Tenemos
poder para dejar pasar la corriente a través de nosotros, dejarnos utilizar por Dios,
dejar que se produzca luz en el mundo o bien rehusar ser instrumentos y dejar que
las tinieblas se extiendan.
Uso Litúrgico de este texto (Homilías)
por hacer
por hacer
por hacer

Catena Aurea: comentarios de los Padres de la


Iglesia por versículos

San Juan Crisóstomo, in Matthaeum

Cuando Jesús había dado a sus discípulos preceptos sublimes, para que no
dijesen: «¿cómo podremos cumplirlos?» los calma con alabanzas, diciéndoles:
«Vosotros sois la sal de la tierra». Demuestra así que les añade esto por
necesidad, como si les dijese: «No os envío por vuestra vida, ni por una nación,
sino por todo el mundo. Y si al herir el corazón humano, éste os injuria, alegraos».
Ese es el efecto de la sal, morder lo que es de naturaleza laxo y lo reduce. Por
ello, la maldición de otros no os dañará, sino que será testigo de vuestra virtud
(hom. 15, 6).

Comprende cuán grandes son las cosas que les promete, cuando aquéllos, que
eran desconocidos en su propio país, adquirieron tanta fama, que llegó ésta en
poco tiempo hasta los confines de la tierra: ni las persecuciones que les había
predicho pudieron ocultarlos, sino que más bien los hizo mucho más famosos
(hom. 15, 7).

Por estas palabras les enseña también a cuidar con solicitud de su propia vida,
como que ésta había de estar mirada constantemente por todos, así como la
ciudad que está colocada sobre un monte, o como la luz que está luciendo sobre
un candelero (hom. 12).
O por esto que dijo: «No puede esconderse una ciudad», demostró su virtud. En
esto que añade: «No encienden la luz», nos induce a la libre predicación, como si
dijese: «Yo, en verdad, he encendido la luz, y a vosotros corresponde tenerla
encendida, no sólo por vosotros y por otros que serán iluminados, sino también
por la gloria de Dios» (hom. 15, 7).

San Hilario in Matthaeum, 4

Debemos ver aquí cuán apropiado es lo que se dice, cuando se compara el oficio
de los Apóstoles con la naturaleza de la sal. Esta se aplica a todos los usos de los
hombres, puesto que cuando se esparce sobre los cuerpos, les introduce la
incorrupción y los hace aptos para percibir un buen sabor en los sentidos. Los
Apóstoles son los predicadores de las cosas celestiales y son como los saladores
de la eternidad. Con toda razón, pues, se les llama sal de la tierra, porque por la
virtud de su predicación preservan los cuerpos salándolos para la eternidad.

Pero como el hombre está sujeto a la conversión, por eso nos advierte que los
Apóstoles, llamados sal de la tierra, persisten en la virtud de potestad que les ha
sido dada, añadiendo: «Y si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada?»

Si los maestros se vuelven necios, nada salan, y aun ellos mismos, habiendo
perdido el sentido del saber recibido, no pueden vivificar lo corrompido, quedan
inútiles. Por ello sigue: «No vale ya para nada, sino para ser echada fuera y pisada
por los hombres».

Separados de los oficios de la Iglesia, sean pisoteados por todos los que pasen.

Es propio de la naturaleza de la luz el alumbrar por cualquier parte que se la lleve


y que introducida en las casas mate las tinieblas, quedando sola la luz. Por lo
tanto, el mundo, sin el conocimiento de Dios, estaba oscurecido con las tinieblas
de la ignorancia. Mas por medio de los Apóstoles se le comunicó la luz de la
verdadera ciencia, y así brilla el conocimiento de Dios y por cualquier parte que
caminen, de su pobre humanidad brota la luz que disipa las tinieblas.

Llama ciudad a la carne que tomó, porque en ella, por la naturaleza del cuerpo
que ha tomado, se contiene cierta congregación del género humano. Y nosotros,
por la unión con su carne, resultamos los habitantes de esta ciudad. No puede
esconderse, pues, porque colocada en la altura de la elevación de Dios, se ofrece
a la contemplación de todos por medio de la admiración de sus obras.

El Señor comparó a la sinagoga con el celemín que, recibiendo en su interior los


frutos, los contenía en cierta medida de su limitada observancia.

O bien, la antorcha de Cristo se coloca sobre el candelero, esto es, suspendida en


la cruz por la pasión, cuya antorcha había de producir una luz eterna a todos los
que habitasen en la Iglesia. Y por lo tanto, dice: «Para que alumbre a todos los
que están en la casa».

Con esta luz enseña a los Apóstoles a resplandecer para que, de la admiración de
sus obras resulte grande alabanza al Señor. De donde se sigue: «De tal modo ha
de brillar vuestra luz delante de los hombres que vean nuestras buenas obras».

No porque convenga buscar la gloria que dan los hombres (puesto que todo debe
hacerse en honor de Dios), sino que, disimulando nuestra obra a aquellos entre
quienes vivimos, brille para Dios.

Remigio

La sal también cambia de naturaleza por medio del agua, el ardor del sol y la
violencia del viento. Así los varones apostólicos, por el agua del bautismo, por el
ardor del amor y por el soplo del Espíritu Santo se transforman en una naturaleza
espiritual. La sabiduría celestial, predicada por los Apóstoles, purifica las obras
materiales, quita el mal olor y podredumbre de la mala conversación y el gusano
de los malos pensamientos, a quien se refiere el profeta cuando dice: «El gusano
de ellos no muere» ( Is 66,24).

Los Apóstoles son sal de la tierra, esto es, de los hombres terrenos, que amando
la tierra, se llaman tierra.

Debe saberse que no se ofrecía a Dios ningún sacrificio en el Antiguo Testamento


( Lev 2) si primero no se condimentaba con sal, porque ninguno puede ofrecer un
sacrificio que sea agradable a Dios si no se lo ofrece con el sabor de la sabiduría
celestial.

Así como el sol dirige sus rayos, así el Señor, que es sol de justicia, dirigió sus
Apóstoles para desterrar las tinieblas del género humano.

San Jerónimo

Los Apóstoles se llaman también sal de la tierra porque por ellos se condimenta el
género humano.

Esto es, si el doctor se equivoca, ¿por qué otro doctor será enmendado?

El ejemplo está tomado de la agricultura. La sal es necesaria para condimento de


las comidas y para secar las carnes, pero no tiene otro uso. Ciertamente leemos
en las Escrituras ( Jue 9,45) que algunas ciudades sembradas de sal por los
vencedores, quedaron inutilizadas para que en ellas no pudiese brotar germen
alguno.
Para que los apóstoles no se escondan por el miedo, sino que se presenten con
toda libertad, les enseña la confianza en los resultados de su predicación,
diciéndoles en seguida: «No puede esconderse una ciudad que está puesta sobre
un monte».

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Mattheus, hom


10

Cuando un sabio está adornado de todas las virtudes mencionadas, entonces se


le considera como una sal perfecta y todo el pueblo se condimenta de él viéndolo
y oyéndolo.

Así como los maestros, por su buena predicación, son sal con la cual el pueblo se
condimenta, así por la palabra de su doctrina son luz, con la que iluminan a los
ignorantes. Primero se debe vivir bien y luego enseñar. Por lo tanto, después de
llamar a los Apóstoles sal, los llama también luz, diciendo: «Vosotros sois la luz
del mundo». La sal en su propio estado sostiene las cosas para que no se pudran,
pero la luz conduce al perfeccionamiento ilustrando. Por lo cual los Apóstoles
fueron llamados primero sal, a causa de los judíos y de los cristianos, por quienes
Dios es conocido y a quienes éstos conservan en el conocimiento; y segundo luz,
a causa de los gentiles, a quienes conducen a la luz de la verdadera ciencia.

Esta ciudad es la iglesia de los santos, de la que se dice: «Cosas admirables se


han dicho de ti, ciudad de Dios» ( Sal 86,3). Sus ciudadanos son todos los fieles,
de quienes el Apóstol dice a los Efesios: «Vosotros sois los conciudadanos de los
santos» ( Ef 2,19). Esta ciudad, pues, está colocada sobre el monte, de quien dice
Daniel: «La piedra arrancada sin esfuerzo de manos, se convirtió en un gran
monte» ( Dn 2,34).

No puede, pues, esconderse una ciudad colocada sobre un monte. Aun cuando
ella quiera, el monte que la tiene sobre sí, la hace visible a todos. Así los
Apóstoles y los sacerdotes, que han sido establecidos en Cristo no pueden
esconderse, aun cuando quieran, porque Jesucristo los manifiesta.

Jesucristo demuestra con otra comparación por qué manifiesta a sus santos y no
permite que se escondan, cuando dice: «No encienden una antorcha y la ponen
debajo de un celemín, sino sobre el candelero».

La antorcha es la palabra divina, de la cual se dice en el salmo (118,5): «Tu


palabra es la antorcha que guía mis pasos». Los que encienden la antorcha son el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

El celemín puede significar también los hombres mundanos, porque así como éste
es vacío por la parte de arriba y cerrado por debajo, así todos los amantes del
mundo son insensatos para las cosas espirituales y sabios en las terrenas. Y por
lo tanto, son como un celemín que tiene escondida la palabra divina, cuando por
alguna causa terrena no se atreven a hacer pública la palabra de Dios ni a
predicar las verdades de la fe. El candelero es la Iglesia y todo sacerdote que
anuncia la palabra de Dios.

Esto es, cuando enseñéis iluminad de tal modo que, no sólo oigan vuestras
palabras, sino que vean también vuestras buenas obras, con el objeto de que
aquellos a quienes iluminéis con la palabra como luz, los condimentéis con el
ejemplo, como sal. Dan gloria a Dios aquellos maestros que enseñan y obran bien,
porque las disposiciones del Señor se manifiestan en las costumbres de sus
ministros. Por ello sigue: «Y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos».

San Agustín, de sermone Domini, 1, 6-7

Y si vosotros, por quienes deben ser condimentados los pueblos, perdiéreis el


Reino de los Cielos por miedo de las persecuciones temporales, ¿qué harán los
hombres que debieron ser libres del error por vosotros? También dice «si la sal se
desvaneciese», manifestando que deben considerarse como necios todos
aquellos que, siguiendo la abundancia o temiendo la escasez de los bienes
temporales, pierden los eternos, que no pueden ser dados ni arrebatados por los
hombres.

No es pisado por los hombres el que sufre persecuciones, sino aquel que se
acobarda temiendo la persecución. No puede ser pisado sino el que está debajo, y
no puede decirse que está debajo aquel que, aun cuando sufre muchas cosas en
su cuerpo mientras dura esta vida, tiene su corazón fijo en el cielo.

Conviene, pues, comprender aquí por mundo, no al cielo y la tierra, sino a los
hombres que están en el mundo, o a los que aman al mundo, para iluminar a los
que los Apóstoles fueran enviados.

Está colocada esta ciudad sobre un monte, esto es, sobre la gran justicia de Dios
que representa ese monte, en el cual juzga el Señor.

¿Qué pensamos que significa lo que se ha dicho: «Y la ponen debajo del


celemín»? ¿Que la ocultación de la antorcha se entienda como si dijese: Ninguno
enciende la antorcha para ocultarla? ¿O significa algo más el celemín, como si
poner la antorcha debajo de él fuese preferir las comodidades del cuerpo a la
predicación de la verdad? Coloca, pues, la antorcha debajo del celemín todo aquel
que oscurece y cubre la luz de la buena doctrina con las comodidades temporales.
El celemín es muy buena figura de los bienes temporales, ya porque es una
medida, y cada uno recibirá la retribución según el bien que hizo en el cuerpo, ya
porque los bienes temporales que se hacen con el cuerpo tienen cierta medida de
días, que significa el celemín. Mas las cosas eternas y espirituales no tienen tal
limitación. Coloca la antorcha sobre el candelabro aquel que sujeta su cuerpo al
ministerio de la palabra, para que la predicación de la verdad sea primero y las
atenciones del cuerpo vengan después. La doctrina resplandece más cuando el
cuerpo está reducido a la esclavitud en los momentos en que, por medio de las
buenas obras y demás actos visibles, se da buen ejemplo a los demás.

Si alguno entiende por esta casa a la Iglesia, no hay en ello absurdo. Puede que
esta casa sea el mundo, por lo que dice más arriba: «Vosotros sois la luz del
mundo».

Si tan sólo hubiese dicho: «para que vean vuestras buenas obras», hubiese
constituido su fin el ser vistos siendo alabados por los hombres, lo cual buscan los
hipócritas; sino que añade: «y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos»
para que, por lo mismo que el hombre con las buenas obras agrada a los
hombres, no constituyendo en eso su fin sino en dar alabanza a Dios, por lo tanto
agrade a los hombres de modo que en ello sea glorificado Dios.

San Ambrosio Super Lucam, Super his verbis

Por lo tanto, ninguno limite su fe a la medida de la ley, sino que se ciña a lo que
enseña la Iglesia, en la cual brillan los siete dones del Espíritu Santo.

Beda

O bien es el mismo Jesucristo quien enciende la antorcha, el cual ha llenado con


la llama de su divinidad la lámpara de tierra de nuestra naturaleza humana. No ha
querido esconderla a los creyentes ni colocarla debajo del celemín, esto es,
sujetarla a la medida de la ley ni limitarla a los términos de una sola nación. Llama
candelero a la Iglesia, sobre la que ha colocado la antorcha, porque ha fijado en
nuestras frentes la fe en su encarnación.

También podría gustarte