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Pasé cinco años sumergiéndome en los sermones de Martyn Lloyd-Jones.

Fue realmente una


temporada transformadora en mi vida. ¿Cuál fue la mayor enseñanza? La respuesta puede
sorprenderte. Me enseñó a orar.

Para aquellos que realmente conocieron a Lloyd-Jones, no les sorprenderá esta respuesta. Su
esposa dijo una vez: “Nadie entenderá a mi esposo hasta darse cuenta de que es ante todo un
hombre de oración, y luego un evangelista”. Lloyd-Jones, el hombre de oración, me enseñó a orar
en el Espíritu Santo.

Mi hambre por aprender a orar en el Espíritu provino de un problema desconcertante. Leí Efesios
6:18: “Orando en todo momento en el Espíritu, con toda oración y súplica”. Este texto realmente
me molestó porque podía analizar las palabras y diagramar la gramática, pero tenía la sensación
de que no estaba experimentando la realidad. Lloyd-Jones me sirvió de mentor para hacer de este
verso una realidad viva. Me guió en tres etapas de descubrimiento: (1) lo que no es, (2) lo que es, y
(3) cómo se hace.

Lo que no es orar en el Espíritu

Primero, me ayudó a ver qué significa orar en el Espíritu al contrastarlo con su polo opuesto: orar
en la carne. La oración en el poder de la carne se basa en la capacidad humana y el esfuerzo para
llevar adelante la oración.

“Todos sabemos lo que es sentir una oración moribunda. Tener dificultad al orar. Estar callados,
sin nada que decir, por así decirlo. Tener que obligarnos a intentarlo. Bueno, en la medida en que
esto sea verdad en nosotros, no estamos orando en el Espíritu” (Martyn Lloyd-Jones, Living Water,
p. 99).

¿Cómo superamos esta dificultad en la oración? Orar en la carne hace que confiemos en la
capacidad y el esfuerzo humanos para superar esta dificultad. Si no sabemos qué decir al orar,
podemos tratar de superar esa dificultad con una corriente de muchas palabras. Jesús nos advirtió
de no pensar que seríamos escuchados por usar muchas palabras (Mt. 6:7).

Si batallamos al rendirnos después de un corto tiempo orando, nos estaremos centrando en


cuánto tiempo oramos. El éxito en la oración no depende de cuánto tiempo pasamos orando. A
veces intentamos superar la oración moribunda al enfocarnos en qué tan bien podemos orar.
Confiamos sutilmente en oraciones perfectamente compuestas y doctrinalmente correctas que se
basan en la dicción, la cadencia, el lenguaje, la emoción, o el volumen correctos.
Estos intentos de superar las dificultades de la oración en el poder de la carne en realidad solo
imitan la vivacidad que el Espíritu da en la oración.

“El Espíritu es un Espíritu de vida y también de verdad, y lo primero que siempre hace es que todo
sea vivo y vital. Y por supuesto, hay mucha diferencia entre la vida y la vivacidad que produce el
Espíritu, y la oración que es artificial, que es una imitación brillante y pomposa, que producen las
personas” (Living Water, p. 99).

Si orar en la carne es una falsificación o imitación de orar en el Espíritu, ¿cómo podemos orar
genuinamente? Lo segundo es descubrir qué es orar en el Espíritu.

Lo que es orar en el Espíritu

Aquí está la diferencia clave: en la carne, queremos empujar las oraciones, mientras que en el
Espíritu, somos movidos por la forma en que Él dirige la oración. Orar en el Espíritu es
experimentar el Espíritu de vida que trae vida a la oración.

A veces, orar en el Espíritu no se sentirá electrizante en lo absoluto. Se sentirá como un gemido.

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