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Shangri-La 01 - Oct-Dic 2006 PDF
Shangri-La 01 - Oct-Dic 2006 PDF
Núm. 1
Octubre - Diciembre 2006
ISSN: 1988-2769
CHRIS MARKER
PR E S ENTAC IÓ N DE SHANGRI-LA
JO H N BAN VILLE: E L M AR
W. G . S E BA LD: LOS EMIGRADOS
J AV IE R R E B OLLO: LO QUE SÉ DE LO LA
P I NO S O L A NA S : LA D IG NIDAD DE LO S NADI E
J AC QU E S R I V E T T E: LA HISTORI A DE MAR IE Y JULI EN
IN ME MO RIAM:
JOAQUIM JORDÀ / DANIÈLE HUILLET / ROBERT ALTMAN
Á L B U M : J E R RY TAK IGAWA / B. BERENIKA
D O C UM E NTO S : IMÁGENES EN EXPOSICI ÓN
L I NT ER NA MÁGICA - PAVESAS
SHANGRI-LA. DERIVAS Y FICCIONES APARTE
Nº 1 - Octubre-Diciembre 2006 - shangrilatextosaparte.blogspot.com - ISSN: 1988-2769
REDACCION :
MAX Y LEMMY
COLABORADORES :
R AMÓN A LFONSO - N ACHO C AGIGA
A LBA C ERES - J UAN M. C OMPANY
SHANGRI-LA no comparte, necesariamente, las opi- M ANUEL E SPINOSA - PABLO F ERRANDO
niones que sostienen en sus textos los colaboradores. L ORENA I ZQUIERDO - L ENTITUD
A NGÉLINE M ARAIS - O LVIDO M ARVAO
La reproducción total o parcial de un texto publi-
M ATEO PALACIOS - J EAN -L UC P RATT
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EDITA
SHANGRI-LA EDICIONES EDICIÓN - COORDINACIÓN
shangrilaediciones@hotmaill.com NACHO CAGIGA / JESÚS RODRIGO
SHANGRI-LA. Derivas y Ficciones Aparte Nº 1 - Octubre-Diciembre 2006
SUMARIO
P R E S E N TA C I Ó N S H A N G R I - L A
I.Escenas encadenadas. Exterior-Interior / Día-Noche
Shangri-La - Pág: 05
I I . Vi e n t o e n l a s v e l a s
Robert Louis Stevenson - Pág: 07
LINTERNA MÁGICA
Miradas improbables
Olvido Marvao - Pág: 09
C A R P E TA C H R I S M A R K E R
I . Pr e s e n t a c i ó n : L a e s p e r a n z a c o m o c o n s c i e n c i a y r e p r e s e n t a c i ó n
Nacho Cagiga - Pág: 14
I I . Vo c e s f u r t i v a s ( S a n s S o l e i l , 1 9 8 2 )
Pablo Ferrando García - Pág: 17
V. La Jetée, 1962
Video - Pág: 33
D O C U M E N TO S
Imágenes en exposición
Ángel Quintana - Pág: 34
LINTERNA MÁGICA
Fenómeno (un cuento de Chris Marker)
Chris Marker - Pág: 17
ÁLBUM
J e r r y Ta k i g a w a
Pág: 45
SUMARIO
TEXTURAS
El mar, John Banville
Angéline Marais - Pág: 48
ÁLBUM
B. Berenika I
Pág: 71
LINTERNA MÁGICA
El misterio o los caminos de la ficción
Textos: Nacho Cagiga – Angéline Marais – Lentitud
Ramón Alfonso – Alba Ceres – Princesadehojalata
Manuel Espinosa – Olvido Marvao / Fotos: B. Berenika - Pág: 72
ÁLBUM
B. Berenika II
Pág: 80
PAV E S A S
El significado de las palabras
Aldous Huxley - Pág: 82
SHANGRI-LA
INTRODUCCIÓN I
Abre de negro
Cortinilla
Cortinilla
SHANGRI-LA
Cortinilla
El plano se ha rodado. Todo vuelve a su realidad más opaca. Ronald Colman mira can-
sado a los ojos de Frank Capra. Éste le sonríe con amarga tristeza. Se apagan las
luces, la proyección de la falsa Shangri-La que ha servido de transparencia durante
el rodaje desaparece en el aire, todos empiezan a recoger pensando en el camino de
vuelta a casa. Algunos volveran a buscar Shangri-La en el fondo de su vaso de whisky
o entre las líneas de un libro, otros buscarán refugio en alguna aventura de alcoba in-
transcendente, los más harán ver a sus seres queridos que no ha pasado nada, que
han tenido una jornada más de trabajo. También alguien habrá que mantendrá vivo
el deseo mientras escribe, o mientras filma, o…
Funde a negro
SHANGRI-LA
-Bien, bien, compañeros -dijoJohn «el Largo», que apoyado en su muleta los miraba;
y entonces empezó a cantar aquella canción que tantas veces ya había yo escuchado:
SHANGRI-LA
LlINTERNA MÁGICA
MIRADAS IMPROBABLES
Olvido Marvao
DERIVA
LlINTERNA MÁGICA
Recibir de nuevo un ramillete de Mary’s Gold como el que ella me regaló en Calcuta.
Sobrevivía recordando la inocencia de Clarissa, que ahora se encontraba demasiado
lejos comprando, quizá, flores en cualquier calle de Londres. Mi cuerpo tomó la misma
rigidez de las palabras que los hombres no pronuncian. Y mis ojos permanecieron
inertes para siempre. Un atardecer recogí mi hermoso pelo en la nuca, allí donde las
marcas del duro despertar habían prendido. Luego llegó el rostro del dolor silencioso.
Fue entonces cuando comencé a guardar trozos de pequeñas realidades, borrosas re-
alidades que se parecían a las mentiras.
LlINTERNA MÁGICA
LlINTERNA MÁGICA
nací, por mi rudeza. Porque necesito el fuego y una espada para defenderme, porque
yo no poseo una mirada que mira desde dentro y hacia dentro. Me rompo de envidia
por no tener esos cálidos movimientos, ni sus delgadas y expresivas manos. Porque
si tuviera un pelo, como este que ahora acaricio, entonces suyo, capaz de mecerse
como el mar entre mis dedos, acaso no necesitaría escuchar las olas. Porque sus tra-
jes las enaltecen. Porque tienen hijos como el que iba a tener mi hermana que tam-
bién sería mío. Pues son vida en ellas mismas. ¿Qué es lo que están mirando?
CHRIS MARKER
I. PRESENTACIÓN:
LA ESPERANZA COMO CONSCIENCIA Y REPRESENTACIÓN
Nacho Cagiga
Ahora que parece que un cineasta como Chris Marker ha sobrepasado la frontera del
cine de militancia, del documental político y del ensayo audiovisual, su figura em-
pieza a ser cada vez más y más conocida por un público que supera el ámbito de lo
alternativo y los templos culturales. Embarcado en aventuras museísticas, ampliando
su campo de acción hacia territorios propios de la video-instalación, el cd-rom, los
proyectos internaúticos o las exposiciones, Marker sigue realizando en la actualidad
vídeos que nos remiten a su etapa de cineasta. De hecho, su filmografía parece re-
petirse en un movimiento en espiral cuya dirección sigue siendo tan oscura como lo
era al principio de su obra. Su quehacer se reinventa dentro de un lógico devenir al
que él mismo siempre se ha opuesto. Nunca se ha querido preguntar acerca de su de-
ambular como autor, y defiende el derecho a dejarse llevar por la marea de lo im-
predecible.
Sigo pensando que las claves para entender su producción, o intentar acercarse a ella
con una cierta coherencia al menos, nos remiten ineludiblemente hacia sus trabajos
cinematográficos. Si hacemos un recorrido por algunos de sus hitos, veremos que
hay en él una querencia hacia ciertos paisajes y retratos. A través de esos paisajes
se despliega ante nuestra mirada la geografía de una esperanza que renuncia a toda
clase de poder. Como en su temprana Carta de Siberia (1957), donde aparecía su crí-
tica hacia la burocracia soviética, o de Sans soleil (1983), desde cuyos contornos
podía hablarnos de "esos dos polos extremos de la supervivencia: África y Japón". O,
por poner otro ejemplo, después de las desencantadas historias parisinas de Le joli
mai (1963), nos ha acercado recientemente a la microcrónica de un París subsumido
en la globalización con sus Chats perchés (2004).
Silent movie, Chris Marker, 1995 One Day in the Life of Andrei Arsenevich, Chris Marker, 2000
Por otro lado, sus retratos de otros artistas, cineastas, escritores, creadores o intér-
pretes, como Yves Montand, Akira Kurosawa, Andrei Tarkovski, François Maspero, o
Roberto Matta, son testimonios en contra del oscurantismo y a favor de un existen-
cialismo humanístico que no excluye sus bestiarios y declaraciones de amor hacia sus
animales favoritos, a saber, el gato, la lechuza, el elefante,… siempre presentes y ad-
mirados, en un discurso que relativiza la presencia humana en la naturaleza.
Estos itinerarios por entre los que avanza, realizados entre la ficción y el documen-
tal, entre la imaginación y la memoria, revelan la ruta maestra de Chris Marker. Como
él mismo parece haber dicho, "la verdad puede que no sea la meta, pero sí el ca-
mino", y así en el contínuo desplazamiento con el que nos convierte en compañeros
de fatigas de sus viajes, nos acerca al límite mínimo de memoria que nos permita
traspasar el umbral hacia la posibilidad de unas formas de vida que no se encuentren
sujetas constantemente a la explotación y la humillación de los unos sobre los otros,
para creer que la felicidad humana es posible, no como una realidad ausente de su-
frimiento y compasión, sino por el contrario como la consciencia abierta de quienes
piensan como él mismo, que mientras haya una persona oprimida todos estamos su-
jetos a la opresión.
Le jolie mai , Chris Marker, 1963 Le jolie mai , Chris Marker, 1963
Dejemos pues hablar al viento, a ese aliento que nos llega de un extraño y lejano
país, el país de la esperanza, desde el que surge la figura y la obra de este enigmá-
tico autor al que hemos convenido en llamar Chris Marker.
Sans soleil, Chris Marker, 1982 Chat écoutant la musique , Chris Marker, 1988
Sans Soleil , Chris Marker, 1983 Sans Soleil , Chris Marker, 1983
La primera imagen de la que me habló fue la de tres niños en una carretera en Is-
landia, en 1965. Dijo que para él ésa era la imagen de la felicidad y también que
había tratado varias veces de unirla a otras imágenes, pero nunca funcionaba.
Él me escribió: un día, tendré que ponerla sola, al comienzo de una película entre dos
imágenes completamente negras; así si no ven la felicidad de la imagen, al menos
verán la parte más negra.
Él escribió: he estado alrededor del mundo varias veces y ahora, solamente la bana-
lidad me interesa aún.
(...)
Solía escribirme desde África. Comparaba el tiempo africano con el europeo, y tam-
bién con el tiempo asiático. Decía que en el siglo XIX, la humanidad había aceptado
el espacio, y que la gran cuestión del siglo XX era la coexistencia de diferentes con-
ceptos de tiempo.
(...)
Me escribió que en Las Islas Bijagós son las jóvenes quienes eligen a sus novios. Me
escribió que en los suburbios de Tokio hay un templo consagrado a los gatos.
Sans Soleil , Chris Marker, 1983 Sans Soleil , Chris Marker, 1983
(...)
¿Cuánto tiempo han estado allí esperando a la barca, pacientes como guijaros, pero
listos para saltar?
Es un pueblo de nómadas, de navegantes, de gente que viaja por el mundo . Se mol-
dean a sí mismos mediante la reproducción cruzada, aquí, en estas rocas que los por-
tugueses usaron como una estación de clasificación para sus colonias.
Un pueblo de la nada, un pueblo del vacío, un pueblo vertical.
(...)
Samura Koichi: "¿Quién dijo que el tiempo cura todas las heridas? Sería mejor decir
que el tiempo cura todo menos las heridas. Con el tiempo, el dolor de la separación
pierde sus límites reales. Con el tiempo, el cuerpo deseado pronto desaparecerá, y si
el cuerpo que desea ha dejado ya de existir para el otro, entonces, lo que queda es
una herida... sin cuerpo."
Sans Soleil , Chris Marker, 1983 Sans Soleil , Chris Marker, 1983
Él me escribió que el secreto japonés, lo que Lévi-Strauss había llamado "la intensi-
dad de las cosas", suponía la facultad de comunión con las cosas, de entrar en ellas,
de ser ellas por un momento. Lo normal era que al llegar su fin fuesen como nosotros:
efímeros e inmortales.
(...)
¿Por qué debería un país tan pequeño y tan pobre interesar al resto del mundo? Hi-
cieron todo lo que pudieron, se liberaron entre ellos, expulsaron a los portugueses;
traumatizaron a la armada portuguesa hasta tal punto que dio lugar a un movimiento
que derrocó la dictadura, y, por un momento, le llevó a uno a creer en una nueva re-
volución en Europa.
¿Quién se acuerda de todo aquello?
La Historia tira por la ventana sus botellas vacías.
(...)
Mi problema personal era más específico: ¿cómo filmar a las mujeres de Bissau? Apa-
rentemente la función mágica del ojo estaba trabajando ahí en mi contra. Fue en los
mercados de Bissau y Cabo verde donde pude observarlas de nuevo con igualdad...
Esta sucesión de figuras, tan cerca del ritual de la seducción: La veo a ella, ella me
veía, ella sabe que yo la veo, y deja caer su mirada, justo hasta un ángulo en el que
aún es posible actuar como si no fuera dirigida a mí y al final, la mirada real, sincera,
que duró la veinticuatroava parte de un segundo, lo mismo que el fotograma de una
película.
Todas las mujeres tienen incorporada una semilla de indestructibilidad, y la tarea de los
hombres ha sido siempre hacer que se dieran cuenta de ello lo más tarde posible.
Los hombres africanos son tan buenos en esta tarea como los otros, pero después de una
mirada cercana a las mujeres africanas, no necesariamente apostaría por los hombres.
Sans Soleil , Chris Marker, 1983 Sans Soleil , Chris Marker, 1983
(...)
Mi colega Hayao Yamaneko ha encontrado una solución: si las imágenes del presente
no cambian, entonces es que cambian las imágenes del pasado. Me mostró los con-
flictos de los años 60 tratados con su sintetizador. Imágenes que son menos engaño-
sas -dice, con la convicción de un fanático- que ésas que ves en la televisión. Al
menos, proclaman ser lo que son: imágenes, no la forma portátil y compacta de una
ya inaccesible realidad.
Hayao llama al mundo de su máquina "La Zona", en homenaje a Tarkovski.
(...)
Sans Soleil , Chris Marker, 1983 Sans Soleil , Chris Marker, 1983
(...)
Os estoy escribiendo todo esto desde otro mundo, un mundo de apariencias. En cierta
manera, estos dos mundos se comunican. La Memoria es para uno, lo que la Historia
es para el otro: una imposibilidad.
Las leyendas nacen de la necesidad de descifrar lo indescifrable. Las memorias deben
arreglárselas con su delirio, su deriva. Un momento detenido ardería como un foto-
grama bloqueado delante el horno de un proyector.
La locura protege, como la fiebre.
Envidio a Hayao en su 'zona,' juega con los signos de su memoria. Él los sujeta y los
decora como a insectos que han volado más allá del tiempo, y a los que puede con-
templar desde un punto de vista fuera del tiempo: la única Eternidad que dejamos.
Miro sus máquinas. Yo creo en un mundo donde cada memoria pueda crear su pro-
pia leyenda.
Él me escribió que sólo una película había retratado la memoria imposible, la memo-
ria loca: una película de Alfred Hitchcock, Vértigo. En la espiral de los títulos de cré-
dito él veía al tiempo cubrir un campo más y más grande a medida que se alejaba,
un ciclón cuyo momento presente contiene al ojo sin movimiento. En San Francisco
había hecho su peregrinaje a todas las localizaciones de la película: la floristería Po-
desta Baldocchi, donde James Stewart espía a Kim Novak; él, el cazador; ella, la
presa. ¿O era justo al revés?
Las baldosas no han cambiado. Había recorrido de arriba a abajo las colinas de San
Francisco por donde Jimmy Stewart, Scotty, sigue a Kim Novak, Madelaine. Parece que
consiste en seguir el rastro del enigma, del asesinato, pero en realidad es una cues-
tión de poder y libertad, de melancolía y aturdimiento. Tan cuidadosamente codificada
dentro de la espiral que puedes no darte cuenta, y no descubrir inmediatamente que
este vértigo espacial en realidad representa un vértigo temporal. Él había ido si-
guiendo todas las huellas, hasta el cementerio en Mission Dolores, donde Madelaine
iba a rezar a la tumba de una mujer muerta desde hace mucho, a la que nunca ha-
bría conocido. Él siguió a Madelaine -como Scotty había hecho- hasta el Museo de la
Legión del Honor, ante el retrato de una mujer muerta a la que nunca habría cono-
cido. Y en el retrato, como en el pelo de Madelaine, la espiral del tiempo. El pequeño
hotel victoriano donde Madelaine desapareció había desaparecido también; el hormi
Sans Soleil , Chris Marker, 1983 Sans Soleil , Chris Marker, 1983
gón lo había remplazado, en la esquina de Eddy & Gough. Por otro lado, el corte en
la secuencia estaba aún en los Bosques de Muir. Allí, Madelaine señaló la corta dis-
tancia entre dos de esas líneas concéntricas que medían la edad del árbol y dijo, "Aquí
nací... y aquí me morí."
(...)
Sans Soleil , Chris Marker, 1983 Sans Soleil , Chris Marker, 1983
Quiere comprender.
Estas faltas de firmeza del tiempo las siente como una injusticia, y reacciona a esta
injusticia como el Ché Guevara, como la juventud en los años 60, con indignación. Es
un tercermundista del Tiempo. La idea de que la infelicidad había existido en el pa-
sado de su planeta es tan insoportable para él, como la existencia de pobreza en su
presente. Naturalmente, se equivocará. La infelicidad que descubre es tan inaccesi-
ble para él, como la miseria de un país pobre para los niños de uno rico. Ha elegido
abandonar sus privilegios, pero no puede hacer nada con el privilegio que le ha per-
mitido elegir.
Su único recurso es el mismo que le lanzó a esta búsqueda absurda: un ciclo de me-
lodías de Mussorgsky.
(...)
Perdido en el fin del mundo, en mi Isla de Sal, en compañía de mis juguetones pe-
rros, recuerdo aquel mes de enero en Tokio, o más bien, recuerdo las imágenes que
filmé del mes de enero en Tokio. Se han sustituido a sí mismas en mi memoria.
Ellas son mi memoria.
Me pregunto cómo la gente puede recordar las cosas que no filman, no fotografían,
no graban.
¿Cómo se las arregla la Humanidad para recordar?
Ya lo sé: escribió la Biblia.
La nueva Biblia será una eterna cinta magnética de un tiempo que tendrá que rele-
erse a sí mismo constantemente sólo para saber que existió.
Sans Soleil , Chris Marker, 1983 Sans Soleil , Chris Marker, 1983
(...)
Volví a ver lo que había sido mi ventana; vi emerger tejados y balcones familiares;
las marcas de caminos que tomaba cada día a través de la ciudad, hasta el acantilado,
donde me había encontrado a los niños; el gato con calcetines blancos que Haroun
había tenido la delicadeza de filmar para mí, ha encontrado de forma natural su lugar.
Y pensé que de todos los rezos que habían salpicado este viaje, el más justo fue el de
la mujer de Gotokuji, quien simplimente dijo a su gato Tora: "Querido gato, donde-
quiera que estés, que la paz sea contigo."
Y entonces, al viaje le tocó el turno de entrar en la "Zona". Hayao me enseñó mis imá-
genes, ya afectadas por los líquenes del tiempo, liberadas de la mentira que había pro-
longado la existencia de aquellos momentos engullidos por la espiral.
(...)
II
Laura invoca a un muerto, aunque también ella misma lo es. Laura (Otto Preminger,
1944) es la película necrófila del viejo Hollywood y es el símbolo de la muerte del
cine. A pesar de saberlo muerto, seguimos enamorados de él como Dana Andrews
está enamorado del retrato pictórico de Laura/Gene Tierney, el retrato de un cadáver.
El recuerdo, nostálgico o no, mantiene viva nuestra fascinación; sin embargo el cine
ya no es lo que era. Ahora forma parte de la cultura audiovisual y su relativismo lo
enfrenta a otros formatos de expresión: la televisión, el vídeo, la multimedia... Algo
que el Marker cineasta, otro muerto, un autentico difunto vivo (con permiso de Ber-
langa) sabe muy bien, tanto es así que ha sido el primero en reciclarse a la cultura
III
Laura recupera su pasado a través de sus monólogos, a través del uso de la palabra,
en fragmentos dosificados por el montaje de la memoria compartida por un receptor
que ya no está a su lado. Chris Marker recuerda Okinawa a partir de un material ci-
nematográfico y videográfico que es el de su propio pasado como autor, pero al mismo
tiempo el de Catherine Belkhodja/actriz testimonial en su obra, Alain Resnais/com-
pañero de reflexiones sobre el tiempo, y el de Japón/constante temática de toda su
carrera. Por contra, el ordenador es ese espacio amnésico que no sabe de aquello
que ha podido ser importante o haber tenido para nosotros algún sentido. No es de
extrañar que en un determinado momento Laura equipare el ordenador a la muerte,
pues al igual que ella ya ha ganado la partida pero acepta que sigamos jugando hasta
el desenlace. La sombra de Jean Giraudoux emerge aquí desde el mundo gélido del
olvido. A pesar de su importancia, Giraudoux es un completo desconocido para el lec-
tor medio de este 2001. La estructura trágica giraudouxiana que nos muestra a un
personaje intentando evitar lo siniestro, a pesar de saber que no hay posibilidad al-
guna de escape, más aún, incluso sabiéndolo el espectador, es requerida por su pu-
pilo aventajado. Al igual que en La guerra de Troya no tendrá lugar, Héctor pone todo
su empeño en evitar lo que todos sabemos que no podrá evitarse, despertando nues-
tra ternura precisamente porque sabemos inútiles su esfuerzo, su sudor y su can-
sancio, en la ficción markeriana el sujeto se encuentra en similar tesitura. En La Jetée
(1962), un niño contempla su futura muerte, impidiéndose el reencuentro con su
amada. En Level five, Laura constata el fracaso de un siglo que no ha conseguido evi-
tar la guerra, pero que ha creado cámaras cuyas miradas son capaces de hacernos
saltar hacia el abismo o videojuegos de estrategia militar para simular un nuevo, y fal-
sificado, destino para Okinawa. Sin embargo, los muertos son reales, nos miran, están
ahí, y son testigos como lo es Laura de nuestro fracaso. El demiurgo llegará hasta el
habitáculo de Laura (la lechuza) para encontrarse con ella, pero ella ya no estará, se
habrá ido sin dejar una señal, abandonando al propio Marker (el gato) ante un orde-
nador que no tendrá respuestas. El fracaso del demiurgo será también el nuestro. Al
menos nos quedará el amor hacia Laura, que habrá intentado enfrentarse a los es-
tragos del olvido y de la memoria.
IV
Como la 3ª Sinfonía de Henryk Górecki, lamento de guerra contenido, Level five nos
recuerda los afligidos sentimientos de los supervivientes que nos golpean como olas.
De la misma manera que Mussorgsky consigue con el ciclo vocal Sin sol asomarnos
al umbral de la muerte desde la delicada fragilidad de la vida, en lo que esta tiene de
V. LA JETÉE
DOCUMENTOS
IMÁGENES EN EXPOSICIÓN
Ángel Quintana
DOCUMENTOS
Entre las numerosas mutaciones que se han producido en el mundo del cine después
de su centenario, las más curiosas han afectado al terreno de la exhibición. A partir
del 1996, las salas se convirtieron en supermercados. La cinefilia perdió sus templos,
los cineastas dejaron de ser artistas, se afianzó el culto a las atracciones visuales en
los blockbusters y la pasión hacia el cine de la felicidad como modelo único de las
salas en versión original. También surgió un nuevo espectador que prefería tener las
obras en vez de verlas. De forma paralela, el desarrollo de la cultura digital cambió
las formas de filmar y proyectar las imágenes. Las películas ocupaban menos volu-
men. El vídeo y el DVD substituían los rollos de celuloide y su proyección era mucho
más práctica y sofisticada. Esta mutación técnica condenó a la marginalidad -o al cir-
cuito exclusivo de los festivales- a algunas obras cinematográficas. Mientras una
nueva generación de cineastas no cesó de experimentar en las fronteras entre la fic-
ción y lo real, los supermercados preferían enriquecerse con la venta de palomitas y
la institución cine no se atrevía a que las obras fronterizas y más radicales estuvie-
ran en sus secciones oficiales. Un caso paradigmático de esta situación es el del ci-
neasta Víctor Erice. A pesar de su prestigio, su obra y sus métodos de trabajo han sido
considerados como demasiado complejos para los representates de la industria del
cine. En caso de sujetarse a los supuestos industriales, la hipotética exhibición de sus
películas en los supermercados supondría la perdida de su singularidad entre los
blockbusters para adolescentes y el hedor a palomitas. La galería, en cambio, puede
privilegiar su condición de artista y darle la oportunidad de trabajar con libertad, sin
tener que pensar en los delirios comerciales del productor de turno. Para numerosos
cineastas puede resultar cómodo trabajar para la galería ya que a pesar de que sus
obras deban realizarse con menos presupuesto que losproductos industriales, éstas
pueden mantener un nivel de radicalidad y experimentación, que actualmente la in-
dustria del cine no puede garantizar. La presencia de los cineastas en el museo es el
primer capítulo de una mutación más amplia que está afectando la cultura visual y sus
formas de ver. Una de las quejas de los cinéfilos obligados a visionar los últimos tra-
bajos de Erice/ Kiarostami en el CCCB reside en la incomodidad de la sala respecto a
las confortables butacas de los múltiplex y al modo cómo una visita impresionista no
permite dar cuenta de un trabajo que necesita tiempo para ser visto. Las quejas tie-
nen que ver con la dificultad de los espectadores para romper con la idea de sala. La
DOCUMENTOS
relación entre cineastas y museos no debe tener como eje vertebrador la proyección
de la obra como totalidad. La exposición puede privilegiar una propuesta estética de
fragmentación, de rehabilitación de la figura del esbozo o de exploración de formatos
narrativos que la dictadura de los programas cinematográficos ha marginado. La exis-
tencia de una correspondencia entre dos cineastas permite un intercambio de mira-
das y supone la materialización de un juego narrativo que ha estado muchas veces
presente en la literatura y que el cine había rechazado. La galería puede ser el terreno
clave que permita avanzar el cine hacia el ensayo, mientras que la irrupción de cine-
astas en el museo no hace más que introducir nuevos dilemas al debate sobre el fin
del arte.
No debemos olvidar que toda exposición de imágenes fílmicas supone una relación
entre espacio, obra y tiempo. En los museos es habitual poder comparar dos imáge-
nes pictóricas en paralelo, pero en las salas de cine es imposible comparar dos imá-
genes cinematográficas o poner en relación, tal como Godard apuntó en su
Introducción a una verdadera historia del cine, dos discursos estéticos paralelos. La
exposición diluye el peso del relato para otorgar a la imagen una dimensión plástica,
obligándola a establecer unos modos de relación con el espectador que ya no depen-
den del deseo narrativo de conocer qué pasará después de lo que está viendo.
Por otra parte, el nuevo fenómeno de la presencia de los cineatas/ autores en los mu-
seos cambia los sistemas de relación que los medios establecen entre el mundo del
arte y el mundo del cine. Ante una exposición como Erice/ Kiarostami. Correspon-
dències, los agentes culturales deberían plantearse una serie de preguntas esencia-
les que deberían poner en crisis la debilidad con que se han edificado ciertos discursos
culturales dominantes. Entre otras cosas, podríamos cuestionar la práctica de la crí-
tica a partir de un asunto tan simple como es vislumbrar cuál es el modelo de crítico
idóneo para hablar de la muestra: el crítico de cine o el crítico de arte. Es cierto que
la respuesta a la cuestión puede variar según el ámbito desde el que se responda,
pero su formulación debería servir para preguntarse por qué los especialistas en los
múltiples campos de análisis de la imagen se han formado a partir de tradiciones con-
trapuestas. ¿Acaso no son los críticos de arte y de cine analistas de la cultura visual?
También podríamos preguntarnos, de forma más prosaica, si una película como La
morte rouge de Víctor Erice puede llegar a ser nominada al Goya a la mejor película.
La cuestión no es baladí, ya que su respuesta tiene mucho que ver con el modo cómo
la institución cine, sobre todo en España, continúa pensando en el medio como algo
inamovible, sin darse cuenta de que esa cosa que convenimos en llamar cine no ha
cesado de cambiar y avanzar por otros apasionantes territorios.
LINTERNA MÁGICA
FENÓMENO
"Su definición del cuento corto es muy sencilla: es el relato de un suceso inusual"
Isaac Bábel citando a Goethe durante un debate en la Unión de Escritores.
Sin duda muchos observadores observaron lo mismo en el mismo momento bajo cir-
cunstancias diferentes, o bien bajo las mismas circunstancias en momentos diferen-
tes, pero la totalidad del fenómeno no debió requerir más de dos o tres días para
convertirse en motivo de asombro, de alarma y, finalmente, de espanto. Por lo que
respecta a Loewen, la primera manifestación del fenómeno se le reveló mientras pre-
senciaba tranquilamente sentado, frente al televisor, el final del partido Francia-Hun-
gría. Había mucho en juego: determinar qué país iba a representar a Europa en la
novísima Copa Intercontinental de fútbol. Con el marcador a cero, llegaba ahora la
serie de penaltis. Aunque no se sentía un hincha de corazón, sino un aficionado al ta-
lento en todas sus formas, Loewen había observado que desde hacía algunos años
este desenlace, anteriormente excepcional, había acabado por ser la regla y el mo-
mento decisivo de un juego en el que parecía que ningún equipo era ya capaz de im-
poner su superioridad en el tiempo reglamentario. Incluso las federaciones habían
conseguido ponerse de acuerdo sobre el número exacto de tiros a puerta: doce en
total, seis oportunidades para cada equipo, lo cual había bastado hasta el momento
para que el equilibrio se rompiera en un momento dado y para que este sutil cocktail
de suerte, tensión, angustia y voluntad liberara un gol salvador y la victoria.
Esta tarde, sin embargo, se estaba llegando al límite. Diez tiros, diez goles. La soli-
dez de los gardametas no había servido de nada frente a unos tiradores desenfrena-
dos. Ahora le llegaba l turno a Primerose, y el portero húngaro se apelotonaba como
una rana a punto de saltar. No era una situación nueva. Era frecuente que en el úl-
timo intercambio toda la tensión se concentrara en dos hombres, y que inevitable-
mente uno de los dos se derrumbara. Cuando el pie del guadalupense recogió el balón
cruzado, el húngaro se percató de la maniobra en un abrir y cerrar de ojos, se le an-
ticipó lanzándose hacia la derecha y blocó el disparo contra su pecho con un gesto
protector. Las gradas húngaras aullaron de entusiasmo. Podían considerar el partido
ganado. El último lanzador era Szabo, y éste jamás había fallado un penalti: de hecho,
ya durante el partido, dejarlo acercarse al área de penalti se consideraba un peligro
mortal.
LINTERNA MÁGICA
Szabo se tomó su tiempo, discutió un poco sobre el emplazamiento exacto del balón
para poner nervioso al guardameta francés antes de tiempo, como ocurría en buena
lid. Pareció mirar el cielo (¿iba a ponerse a llover entre el chut y la parada?), el esta-
dio (¿dónde estaban exactamente esos que lo animaban? ¿y estaban poniendo el su-
ficiente entusiasmo?), y enseguida chutó bruscamente efectuando su legendario
uno-dos que hacía salir el balón en la diagonal inversa a la que esperaba el oponente,
tan rápido fue que en medio segundo había invertido el efecto del disparo, y justo
cuando la anticipación de Barthez lo hacía lanzarse hacia la esquina derecha de la
portería, la pelota volaba hacia la esquina izquierda con la velocidad de un misil. El
contrapié era evidente, imparable. Fue entonces cuando el público atónito, y Loewen
en la pantalla, vieron al guardameta francés efectuar una especie de pirueta en el
vacío, un giro que desafiaba todas las leyes de la física y de la gravedad, y que lo de-
volvía a la esquina izquierda de la portería justo a tiempo para recoger el proyectil a
un centímetro de la línea de gol.
Extrañamente, no surgió entre el público el clamor de alegría que había acogido la ac-
tuación húngara. El asombro se imponía al triunfo, y lo que resonó en el estadio era
más parecido a un gigantesco hipo. Al mismo tiempo se reunían en el centro del te-
rreno de juego los árbitros, los dos capitanes y los dos entrenadores, con la mirada
inquieta y el aspecto contrito. El reglamento, que hasta entonces nunca había tenido
la ocasión de ser aplicado, preveía que en este caso extremo el resultado del partido
se debía echar a suertes, y ellos preveían la hostilidad de la gradería. Normalmente
siempre hay momentos en el juego que indefectiblemente provocan las andanadas de
pitidos: el pase de un defensa a su guardameta, por ejemplo, o en las corridas de
toros la entrada de los picadores. Y aquí iba a ser mucho peor cuando los hinchas se
dieran cuenta de que el destino de su equipo dependía de una moneda lanzada al
aire. Y en efecto, a medida que el público, grada a grada, iba descifrando la escena
representada en medio del estadio, los silbidos y los abucheos se iban amontonando
como ondas sonoras, de la misma manera que en el preludio de El Oro del Rhin. Lo
mejor era acabar cuanto antes, y el árbitro lanzó la moneda. Que ya no cayó.
Un instante fue suficiente para que el público comprendiera que otro suceso extraño
acababa de sumarse a las extravagancias de aquella tarde; incluso el mismo silencio
que cortó en seco la sinfonía wagneriana de silbidos era de una naturaleza incon-
gruente. Las autoridades estaban en un apuro: además de la amenaza de este silen-
cio sobrenatural, se adivinaban completamente ridículos en primer plano de las
pantallas de televisión, que sin duda no los perdían de vista ni un minuto.¿Debían po-
nerse a buscar a cuatro patas la moneda entre la hierba cuando sabían que no estaba
allí? ¿Repetir la operación con el riesgo de ver repetirse la misma extravagancia? Un
emisario de la federación que llegó corriendo sin aliento les susurró algo e inmedia-
LINTERNA MÁGICA
Cuando más tarde volvió a poner la televisión para ver cómo iban a dar cuenta de
estos extraños sucesos los comentaristas del resumen deportivo del día, se dio cuenta
de que habían alterado la programación habitual: en lugar del telenoticias todavía es-
taban pasando la retransmisión en directo del Global Village Contest de tenis, donde
se enfrentaban en la final el joven prodigio ucraniano Tchernenko y el veterano Sli-
combe. Al contrario que en el fútbol, en esta competición no se contemplaba ningún
límite respecto al número de tie-breaks y los jugadores estaban en su cincuentavo
saque, cada uno ganando inexorablemente su servicio. El partido iba a interrumpirse
porque estaba anocheciendo para reanudarlo al día siguiente... "nunca antes hemos
visto nada parecido", pensó Loewen. Estaba a punto de apagar el televisor para ir a
reunirse con sus colegas en la sala de trabajo, cuando se le ocurrió que la cadena
Beta-Sport no retransmitía en directo, y que quizá se estaría dedicando a la exégesis
del partido de fútbol que estaba esperando (¿y por qué no también al del tenis?)
Lo que vio lo hizo pasar de la curiosidad divertida a ese estado un poco algodonoso que
se atraviesa al final de una resaca, cuando la percepción del mundo real comienza a
ser más nítida, y uno se siente deplorablemente incapaz de hacerle frente. Uno no
sabe muy bien de qué lado está la irrealidad, pero es evidente que uno de los dos, tú
o el mundo, no está en su sitio. A través de esta brumosa sensación de desajuste Lo-
ewen oyó a los periodistas deportivos desgañitarse a propósito de una imagen repe-
tida sin cesar desde todos los ángulos y a todas las velocidades posibles de ralentí: la
llegada de los 100 metros en los Juegos Universitarios de Barcelona. Esta imagen en
movimiento daba paso ahora a una única imagen, fija. Loewen no pudo evitar pensar
en esta expresión puesta de moda entre los jóvenes para subrayar las diferencias entre
dos personas o dos situaciones "no hay foto". Aquí sí que había foto, ¡y menuda foto!
Una maraña de miembros imprecisos, un monstruo de ocho cabezas, una flor con pé-
talos de brazos y piernas parecida a las sobreimpresiones que Etienne-Jules Marey
compuso en el siglo pasado para analizar el movimiento humano. Era la foto oficial, in-
atacable, destinada a superar las imperfecciones del ojo. Y en el centro de esta me-
LINTERNA MÁGICA
dusa, un minúsculo punto negro, opaco, representaba el único espacio común a tan-
tos movimientos divagantes, el núcleo donde se unían todos, donde todos no hacían
más que uno, y este punto estaba situado exactamente en la vertical de la línea de
meta: los ocho corredores la habían cruzado juntos, en la misma fracción de segundo.
La lectura asidua de Platón había grabado en las profundidades del alma de Loewen
la idea combatida por el resto de su educación de que hay un lugar en el alma donde
lo sabemos todo, donde lo hemos visto todo, donde todo se descifra, donde todo se
prevé. Loewen oyó un rumor que, procedente de la mesa de trabajo donde ya esta-
ban reunidos sus colegas, iba subiendo de volumen de la misma manera que había
ido subiendo el volumen de los silbidos en el momento de echar a suertes el resul-
tado del partido. A medida que iba bajando la escalera, no existía razón alguna para
decir que este barullo tenía relación con los extraños sucesos que parecían afectar al
mundo del deporte desde hacía unas horas. Y sin embargo, al mismo tiempo, algo en
su interior ya sabía que se trataba del fenómeno, el famoso fenómeno que se le iba
a presentar bajo nuevas formas. La finalidad de la reunión era, como cada año, poner
al día los resultados de los exámenes, compararlos y preparar la ceremonia en la que
se leerían. Todos los departamentos del colegio habían consultado sus ordenadores,
y en todas las largas tiras de papel continuo que salían como papiros de las impreso-
ras, desplegadas sobre la mesa y aparentemente consultadas una tras otra con in-
credulidad por el coro de honestos maestros, en todas podía leer Loewen sin
experimentar ningún tipo de sorpresa, la misma nota para todas las asignaturas y
para todos los alumnos. Cinco y medio. Cinco y medio. Un colegio entero se alineaba
un poco por debajo de la media; al igual que los futbolistas, los tenistas o los corre-
dores incapaces de sobresalir.
Hacía mucho tiempo que el sistema de notas de los centros docentes de alto nivel ya
no obedecía a la subjetividad todopoderosa de un profesor siempre inclinado a ver en
un texto la proyección de los sentimientos que él mismo sentía hacia su autor, fueran
de simpatía o de irritación. Sin poder eliminar completamente estos residuos huma-
nos, el nuevo sistema los corregía sustancialmente al estipular solamente una serie
de más y de menos distribuidos a lo largo del texto, que el ordenador registraba y di-
gería, pero cuya síntesis permanecía en sus entrañas justo hasta la comunicación final
de los resultados, para evitar justamente un toque subjetivo en el último minuto.
Ahora, revisando de memoria de qué modo había actuado la última semana, Loewen
analizaba su propio funcionamiento. Volvía a ver cómo, en el caso de aquel sujeto
tan brillante, había observado una cierta tendencia a complacerse en su propia bri-
llantez: un desarrollo un poco autoindulgente, una comparación arriesgada que evi-
denciaba que el autor se había dicho "da igual, yo les doy en las narices » y ¡clac, clac!
dos menos caían seguidos, como en otros tiempos los buenos y amantísimos profe-
LINTERNA MÁGICA
sores de Kipling recurrían a los dos golpes de fusta por el bien del discípulo, tú te
harás un hombre, hijo mío. Por el contrario, en el caso de un alumno rezagado, evi-
dentemente poco dotado, había creído justo resaltar el esfuerzo de clarificación en
aquel tema en el que anteriormente se había hecho un lío, prueba palpable de que
aquí y allá había llevado a cabo un verdadero trabajo de documentación y de verifi-
cación. Más, más. Si Loewen se hubiera podido proyectar con la imaginación en la sín-
tesis del ordenador, habría afirmado que su conducta no había cambiado gran cosa la
valoración última, el alumno brillante continuaba siendo brillante, y el torpe, torpe;
la petulancia del primero quedaba sólo un poco rebatida, y la humildad del segundo
sólo un poco destacada, esto era todo. De hecho parecía que sus escrúpulos, pues-
tos uno al lado del otro, y tras su metamorfosis informática, habían dado a luz este
delirante equilibrio.
Para el grupo de profesores inquietos ante el descubrimiento del fenómeno, todo se re-
sumía aparentemente en una nueva extravagancia de los ordenadores. Era el sino de
los tiempos; igual que sucedió con la historia del famoso bug del año 2000, periódi-
camente circulaban anécdotas más o menos adornadas, en las que la inteligencia hu-
mana se vengaba de la inteligencia de las máquinas otorgándoles la capacidad de
borrar las cuentas bancarias o de hacerles llegar a personas vivas su certificado de de-
función. Se trataba sólo de una broma informática, y nada más; la intervención de los
expertos lo pondría todo en orden, y al final todo quedaría en una buena historia para
contar a la hora del aperitivo. Loewen dedujo que sus colegas no habían tenido el
tiempo de recoger como él los datos que daban un giro inesperado a este listado igua-
litario. Y, sin embargo, la televisión estaba encendida , muda e intermitente, en el rin-
cón de fumadores de la gran sala, al lado del bar, aunque era evidente que nadie la
miraba realmente; el contenido de sus imágenes se perdía como el simbolismo del
fuego en el hogar: estaba allí, eso era todo; si hubiera estado mostrando el fin del
mundo en directo, nadie le hubiera concedido más que alguna mirada distante -otro
culebrón japonés- mientras se daban cuenta de que el techo temblaba al mismo tiempo
de forma extraña. Fue uno de sus inocentes colegas (el director del departamento de
literatura inglesa) quien, sin querer, le proporcionó a Loewen más combustible para sus
reflexiones al exclamar con una gran carcajada: "Es como en Alicia ¿no? Todos ganan
y todos tienen un premio". "Everybody has won and all must have prizes! - exclamaba
el Dodo en el capitulo III. Loewen no había sido el primero en haber jugado con la idea
de una Alicia escrita en clave. Qué otra cosa se podía esperar si no de un Charles Lut-
widge Dogson que era capaz de memorizar el número Pi hasta el 71 decimal. No de
una manera pedante y sistemática, como la de los temibles pelmazos que pretendían
descifrar la Biblia con la ayuda de la numerología, sino así como así, jugando, porque
él no lo podía haber hecho de otro modo, porque la evocación de una "tarde dorada"
y de una "niña querida" se desplegaba como una melodía improvisada sobre el bajo
LINTERNA MÁGICA
"Ya puestos a pasar por una resaca, aprovechemos al menos el lado positivo ..." pensó
Loewen mientras se dirigía con resolución hacia el bar. Se sirvió un gran vaso de Cutty
Shark, echó algunos cubitos de hielo con forma de torso femenino (una antigua pro-
vocación destinada al Decano, que nunca lo había notado) y se lo bebió de un trago
con la energía de Bogart en El Halcón Maltés "to clear understanding..." Se trataba
más que nada de un gesto ritual, en su caso el alcohol nunca había sido especial-
mente esclarecedor, sólo le proporcionaba un pequeño calorcillo interior que mante-
nía a distancia los monstruos de la realidad, y éste era un buen momento para ello.
Recapitulemos: lo que estoy viendo desde hace un rato ¿es el principio de un mare-
moto que va a tragarse la civilización o son los signos destinados a un observador pri-
vilegiado -yo- a quien un programador desconocido ha elegido para difundir su
mensaje? ¿A partir de qué cantidad estas locuras que estaban ocurriendo tenían un
valor estadístico? ¿Dónde había que buscar ahora otras manifestaciones inmediata-
mente legibles del fenómeno? La respuesta estaba dentro del campo de visión: la te-
levisión, en el rincón del bar. Sobre la pantalla se reflejaba ahora la mesa de trabajo
y el ajetreo de los profesores alrededor de los papiros que no dejaban de plegar y des-
plegar como si a fuerza de examinarlos fuera a aparecer en algún sitio la excepción,
esa única excepción suficiente para hacer tambalear el sistema ("Ya lo dijo Popper:
no hay más certidumbres que las negativas"), pero tras la imagen deformada de este
pequeño fragmento del mundo real, la televisión continuaba viviendo su vida autó-
noma, y llegaba la hora de los concursos.
LINTERNA MÁGICA
sualidad, esperando un informativo, Loewen daba con algún concurso, no podía re-
sistir su fascinación. Grecia inventó los Juegos Olímpicos, Roma los combates de gla-
diadores, la Edad Media los torneos y los festejos de amor, los Buriates y los
Samoyedos se desafiaban en justas poéticas como Villon, como Marot cuando parti-
cipaban en el concurso de Blois, los arqueros de Senlis devolvían el ramo a los ar-
queros de Loisy, los Escoceses arrojaban lejos troncos de árboles como si fueran
flechas, los pequeños caballos de Siena recibían la bendición antes de correr el Palio,
el marqués de Queensberry había establecido las reglas del noble arte, los niños ja-
poneses hacían volar sus elaboradas cometas con alas brillantes, y para acabar, el
embudo que había sido el siglo XX había reducido este antiguo instinto de enfrenta-
miento a su mínima expresión: un recinto repelente donde algunos negados se es-
forzaban en responder las preguntas ineptas formuladas por un cretino. Si el
fenómeno se debía manifestar con todo su brillo de diamante, no cabía mejor en-
gaste. Antes de lanzarse al momento de la verdad, Loewen se sirvió otro Cutty Shark
-esta vez más bien como Sterling Hayden en Johnny Guitar (Where's the boss?) El ca-
lorcillo interior le aumentó algunos grados y la pared del mundo enemigo reculó al-
gunos metros. Desde esa prudente distancia, con el mando en la mano, comenzó la
inspección, cadena tras cadena -a esta hora casi todas las emisoras estaban emi-
tiendo concursos- y no tuvo necesidad de activar el volumen para comprender que la
consternación era general. Los gestos típicos de cada una de las fases del drama -sal-
tos y abrazos en el caso de los vencedores; las manos crispadas y muecas de disgusto
en el de los perdedores- estaban completamente embarulladas. Los dos equipos ma-
nifestaban su alegría al mismo tiempo cada uno hacia su cámara mientras el presen-
tador lanzaba miradas desesperadas a la cabina de dirección. La rueda que debía
detenerse sobre una cifra portadora del triunfo o de la derrota continuaba girando,
acelerada como un caballo desbocado. Los paneles que anunciaban la respuesta co-
rrecta o errónea no dejaban de lanzar destellos, todas las letras del alfabeto desfila-
ban desordenadas como un mensaje para los pájaros transcrito por un mecanógrafo
loco. Y una por una, todas las cadenas contaminadas interrumpían sus pasatiempos,
y volvían a presentar al desdichado presentador de turno, a quien habían llamado de-
prisa y corriendo, pálido bajo el maquillaje a medio poner, quien seguramente esta-
ría diciendo que tenían un pequeño problema (su memoria de telespectador no
recordaba haber oído a un solo presentador reconocer un gran problema) y ¡pub!
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mientos con la indiferencia de un gato. La idea del programador, que apenas había ro-
zado sus pensamientos, se iba desarrollando ahora mientras evaluaba la lista de su-
cesos extraños de acuerdo con la única escala humana que tenía a mano: él mismo
cuando había corregido los exámenes. ¿Qué manos invisibles habían trazado las se-
ries de más y de menos a lo largo de todas las actividades humanas para inmovili-
zarlas en su punto de equilibrio? ¿Era justamente este insulto a la inteligencia
humana, el concurso televisivo, lo que había sacudido alguna parte de las esferas ce-
lestes de su larga pereza, lo que había sacado de su somnolencia a un dios hastiado?
Lo que los crímenes acumulados a lo largo de la historia no habían conseguido jamás,
acorazando más bien de indiferencia el vago principio que en el origen de los tiempos
había inscrito en algún sitio la idea de justicia ¿iba a llegar a reanimarlo la incandes-
cencia de la tontería? Él recordaba que alguna vez, a pesar de su indiferencia, había
llegado a sentir algo moverse débilmente en su interior frente a las agresiones del
siglo: "¡vamos, esto ya es demasiado!". ¿Habían sido millones las personas que ha-
bían murmurado alguna vez algo así, y habría sido ese débil murmullo, simultáneo e
involuntario, el que había despertado al guardián que dormitaba en su cabecera?
Abrió el ventanal y salió al balcón, como Gene Kelly en Un Americano en París ("not
this city..."). La ciudad estaba hermosa, en calma. Sin duda cada hogar le estaba co-
giendo las medidas al fenómeno a escala de su universo particular, como los profeso-
res detrás de él con sus listados. No pensaba buscar otras imágenes, ya estaban en él
y se proyectaban solas. Los seguidores de las carreras de caballos se estarían que-
dando atónitos al ver llegar a la meta a todos los caballos al mismo tiempo, los espe-
culadores de la bolsa ante las columnas de ceros, poco a poco las noticias se irían
extendiendo, se iría atando cabos y se extendería el miedo. Él poco a poco se iba sin-
tiendo ajeno a estos sucesos extraordinarios, y se admiraba de la capacidad de adap-
tación del ser humano. Una hora antes las irregularidades de un penalti lo habían
arrancado del sofá y ahora contemplaba con un interés divertido el inicio de una me-
tamorfosis, el nacimiento de un mundo sin referencias. Iba a ser muy curioso ver cómo
se iba a comportar uno en un mundo así, cómo se podría sobrevivir en él, cómo sería
gobernado. Se acomodó en el balcón y sonrió amablemente al ver a los encargados de
pegar los carteles de los candidatos cruzar la calle hacia los paneles electorales.
ÁLBUM
J E R RY TA K I G AWA
ÁLBUM
ÁLBUM
JERRY TAKIGAWA
http://www.takigawaphoto.com/home/
TEXTURAS
Angéline Marais
TEXTURAS
También existe una hija, Claire, carácter difícil, relación tirante con su padre pero su
único vínculo familiar ya. Ella le lleva al pequeño pueblo costero donde tuvo lugar
aquel verano y Max se exilia del mundo en Los Cedros, la casa que habían alquilado
los Grace, en la actualidad funcionando como un pequeño hostal. Resulta tranquiliza-
dor poder emborracharse sin tregua, dedicar todo ese tiempo inútil con el que cuenta
a recordar, el que no emplea en su trabajo de los últimos años como historiador, una
inacabable monografía sobre el pintor Pierre Bonnard. Cometer una y mil veces, aun-
que sea como una evocación, el "pecado pasivo", nombre con el que un cura de su
infancia denominaba al análisis pormenorizado de los ojos: el pecado de mirar, ya
fuera con lujuria, envidia u odio. El deseo no satisfecho por el acto deja la misma
mancha sobre el alma.
El alma de Max Morden podría desperezarse indolente, achicar los ojos mirando la le-
janía ("En la orilla del mar todo son estrechas franjas horizontales, el mundo reducido
a unas cuantas líneas largas y rectas que se aprietan entre el cielo y la tierra") y con-
templar con atención sus manchas. El año de la extraña marea soñó con la señora
Grace, su cuerpo recio y voluptuoso montado sobre él, aprisionando entre sus mus-
los la cálida inocencia de sus desdichas, el fervor con que despertaban sus hormonas
a ese deseo no satisfecho. También podría recordar la boca de Chloe, labios secos,
besos fríos, se apretaba contra él
hasta clavarle los dientes.
TEXTURAS
ducirá su cuerpo a nada, hasta detener el tiempo, lo que pensamos que ocurre cuando
uno vive ese instante difícil del antes y el después. Hasta aquí la vida conocida, la ru-
tina. A partir de ya, ese inquietante ahora nuevo que destruirá todo lo que se ha ido
consiguiendo, desmontando a marchas forzadas el escenario del presente, hasta al-
bergar con dificultad al fantasma de lo que se ha sido, enfrentado inevitablemente con
lo que ya nunca podrá ser.
Parece sencillo para John Banville barajar cada instante fugaz, cada pequeño mo-
mento de las vidas de sus personajes como si fuera el capricho del azar creando un
orden aleatorio. Seguramente no será así, las piezas irán marcadas con un número
concreto en el registro de sucesos de esta novela y su discurso final habrá tenido mil
y un ensayos. Considero un rasgo de maestría por parte del autor esa aparente faci-
lidad en el rodaje de la historia, la sutileza con que la aguja del tiempo desanda cada
poco el camino hacia su infancia y regresa vivamente hacia la soledad de su madu-
rez. Por esta novela, The Sea, le dieron el premio Booker en 2005, después de leerla
uno entiende por qué y se congratula. "Las
cosas perduran mientras la vida pasa", declara
Max Morden afinando su memoria y también
una frase que resume su presente y avanza su
futuro como un epitafio: "Qué pequeño reci-
piente de tristeza somos, navegando en este
apagado silencio a través de la oscuridad del
otoño".
TEXTURAS
Olvido Marvao
W.G. Sebald
Cuando leo a W.G. Sebald, me da la sensación que emprendo un viaje por la historia,
por el pasado, la memoria y el interior del hombre. No sólo es leer un novela -en caso
de que lo fuera-, es entrar en el recuerdo al que te transporta por medio de voces tes-
timoniales, fotografías en blanco y negro, y por supuesto por la voz del propio autor.
Sus historias pasean por la frontera del género literario haciendo equilibrios, como
queriendo hilvanar un híbrido distinto en el que se englobe el rigor del ensayo, lo tes-
timonial de un reportaje, la ficción de una novela, las fotografías de lo histórico y lo
personal de una biografía.
¿Por qué éste híbrido?, quizás por el agotamiento y monotonía a los que ha llegado
la novela, por intentar algo nuevo. Yo creo, sencillamente que Sebald, consigue esta
nueva representación de lo narrado y se parapeta en ella porque se encuentra cómodo
al no ser el protagonista escénico y al mismo tiempo poder llegar a la historia, al pa-
sado, a reconstruir su vida.
TEXTURAS
Como le ocurre a Henry Selwyn, melancólico y tierno que nunca estuvo más a gusto
en ningún sitio ni con ninguna persona que con su amigo Johannes Naegeli, que
muere al precipitarse en la grieta de un glacial, cuyo cadáver reaparecerá al final del
relato, como símbolo de una realidad de la que los personajes, Sebald o nosotros,
pretendemos emigrar, huir o acaso también lo contrario: recuperar un lugar ya per-
dido adonde regresar.
TEXTURAS
W.G. Sebald
Lejos. En un vacío interior del que pese a haber encontrado al joven Salomón -tam-
bién desubicado y perdido- nunca llegará a encontrarse así mismo. Como Robert Wal-
ser, terminará voluntariamente dejándose morir en un manicomio.
Viajes, huidas en busca de qué, ¿hacia dónde? Son las mismas peregrinaciones que
realizará años después y en sentido contrario incluso el propio Sebald del que, en de-
finitiva no sabemos nada. Cuando acabas Los emigrados y otras de sus obras deseas
tomar unos cuantos cuadernos, una grabadora y una cámara de fotos para continuar
su propia búsqueda y seguir sus pasos a Norwich, o a la escuela donde estudió de niño
con Paul en Sonthofen. Y así, sucesivamente, en una investigación contra el olvido de
nosotros mismos para recuperar el valor de no olvidarnos nunca de quiénes somos.
Caminando hacia el no olvido entre una escritura sobria, reflexiva, melancólíca y a
veces con cierto lirismo.
Tal vez Sebald busquó con estas páginas intentar devolverles la dignidad que se ne-
garon estos desarraigados, recuperarlos como modelos de víctimas de un descon-
TEXTURAS
tento personal inevitable, algo no muy frecuente en una sociedad que suele imponer
otros modelos de conducta, otras metas, otros éxitos, otras formas, verdaderamente
culpables, de alejarse de uno mismo. No sin cierta ironía, Sebald decía que le intere-
saban más los muertos que los vivos. "Los cementerios me han atraído desde niño y
no creo que sea morbosidad".
Esta difícilmente clasificable obra es una exploración muy hermosa, una pesquisa
emotiva y continua hacia adentro, como el propio proceso de escritura de Sebald, un
paseante de frases subordinadas, que decía preferir escribir sobre personas e histo-
rias excéntricas porque tienen algo de fantásticas.
Pasear, ir lejos para acercarse, para volver ¿de dónde?, ¿hacia dónde? ¿para qué?, y
sobre todo, ¿quién?
Tras la lectura de Los emigrados quizá sea buen momento para ver Toute la mémoire
du monde, de Alain Resnais que tanto le fascinaba.
W.G. Sebald.
TEXTURAS
W.G. Sebald, "La noche oscura hace una incursión" en Del natural.
TEXTURAS
TEXTURAS
Conviene ponderar el absoluto rigor formal de esta propuesta fílmica; también su im-
placable mostración de un mundo que no vemos a fuer de mirarlo todos los días. Nada
tiene que ver con las aflictivas banalidades del actual cine español, cada vez más su-
mido en la autocomplacencia y el ombliguismo, cuando no en la mala imitación de mo-
delos hollywoodienses. La globalización mundial y la dictadura del mercado
audiovisual dominante -millones de moscas no pueden equivocarse: hay que comer
mierda- hacen aún más destacable lo arriesgado de la propuesta de Javier Rebollo,
un cineasta de treinta y siete años y, espero, amplio futuro.
TEXTURAS
Mateo Palacios
La cámara en mano, unas veces se mueve entre los protagonistas del filme, quiere
ser uno de ellos, pasar desapercibida, otras, deja que le hablen directamente al es-
pectador, que lo interpelen, y otras, es ella quien pregunta o expone. De ese juego
entre la realidad que la cámara capta y la mirada de unos personajes hacia sus his-
torias de supervivencia, surge, se elabora un punto de vista que en el cine actual está
casi por completo expulsado, negado: el que antepone en primer plano la noción
misma de conciencia de clase.
TEXTURAS
"La dignidad de los Nadies se concibió a partir de la catástrofe social que la Argentina
vivió a comienzos del siglo XXI: 25% de desocupados y 60% de pobres e indigentes.
Éramos capaces de alimentar 300 millones de personas y se morían de hambre o en-
fermedades curables cien personas al día. Más muertos por año que todos los des-
aparecidos del terrorismo de Estado. La tragedia me empujó a hacer memoria contra
el olvido. Los más jóvenes preguntaban qué había sucedido y aunque lo habíamos de-
nunciado muchas veces durante los 90, era necesario traer las imágenes de esa his-
toria y colocarlas en su contexto. Así nacieron Memoria del Saqueo (2002-2004), un
análisis de las políticas del poder, y La dignidad de los Nadies, construida con relatos
e historias de algunos protagonistas de la resistencia social. Una epopeya anónima y
cotidiana de los traicionados de siempre: clases medias empobrecidas, desocupados
o piqueteros que salen a cortar rutas. Una situación similar vivida décadas atrás me
llevó a concebir La hora de los hornos (1968) y luego Los hijos de Fierro (1975): dos
películas distintas e independientes entre sí sobre la Argentina de entonces y sus lu-
chas sociales." (Pino Solanas)
Frente a las políticas neoliberales que preconizan la cultura de la derrota en las cla-
ses más desprotegidas y empobrecidas, La dignidad de los Nadies recupera la cultura
de la memoria y la resistencia como forma de lucha. La pérdida de confianza en los
partidos políticos y la incapacidad de estos para solucionar la precariedad y el ham-
bre en amplias capas de la sociedad argentina, provoca que los Nadies inventen nue-
vas fórmulas de supervivencia y lucha basadas en la solidaridad que dinamitan el
propio sistema de representación parlamentaria: comedores populares, ocupación y
autogestión de fábricas abandonadas, autodefensa frente a los cuerpos policiales que
pretenden restablecer el "orden", rebeliones populares contra las mafias, piqueteros
y ollas de comida, campamentos donde se refuerza la solidaridad, lucha de los tra-
bajadores sanitarios sacando el hospital a la calle, resistencia de las mujeres campe-
sinas -"chacareras"- a las subastas públicas de tierras y su enfrentamiento a la policía
y al mismo sistema judicial, etc. Se muestra, a través de un discurso de gran fuerza
subversiva que saca a relucir el deteriodo democrático que anida bajo determinados
ordenes institucionales, las luchas y victorias parciales, las formas espontáneas de
organización asamblearia y presión popular que es capaz de derrocar gobiernos y for-
zar la convocatoria de nuevas elecciones.
TEXTURAS
En La dignidad de los Nadies no hay sutileza en la conjunción del material con el que
se trabaja. Fusiona de forma "tosca" hechos y experiencias reales con procedimien-
tos narrativos que, en su elaboración, traspasa la frontera de la ficción y los géneros.
Sin alardes formales nos recuerda que el documental remite a la ficción, aunque sea
a partir de la ausencia de ésta cuando se define como tal documental. Se mueve en
los límites por donde transitan otros documentales actuales -por ejemplo del reciente
cine español-, pero introduciendo una variante significativa que exige el tema tratado
para no caer en el paternalismo: la focalización en primera instancia de un punto de
vista de clase que recupera la memoria colectiva como legado de lucha. Sus prota-
gonistas no se preguntan si es necesario retroceder para saber dónde están y hacia
dónde deben encaminarse. No tienen tiempo para hacerse preguntas de tal calado.
Su memoria es otra.
La cámara acompaña a Claudia por el barrio donde vive. Era la compañera senti-
mental de Darío, un piquetero asesinado con las balas de plomo de la policía cuando
asistía a un compañero herido en una manifestación que cortaba los accesos a la ciu-
dad. Le dispararon por la espalda. Ella nos cuenta cómo y dónde lo conoció, cómo fue
su primer beso y la declaración de amor que le hizo en una biblioteca construida por
los propios vecinos del barrio. Antes vimos el funeral de Darío y se nos mostró un poco
la vida que llevaba este joven que fabricaba ladrillos en un modesto obrador. Hay un
momento que Claudia vuelve la mirada sin dejar de caminar. Parece buscar a alguien.
Quizá sea nuestra propia mirada. Quizá nos pide con ese gesto que caminemos, que
le acompañemos, que estemos con ella y todos los demás (Martín, el escritor mote-
quero; Toba, el maestro; Antonia, Rufino, Chipi y su comedor pobre; Margarita, Co-
linche y la manera que tienen de vivir sin nada; Carola, Silvia, y la lucha por una
sanidad digna; Lucy y todas las demás mujeres que se negaron a las subastas de tie-
rras; Gustavo, el sacerdote, y la rebelión contra las mafias policiales; los piqueteros
y su autoorganización, los obreros que tomaron la fábrica...). En ese momento, el es-
pacio que ella mira y el que nosotros como espectadores vemos, es el mismo. O
somos o no somos.
TEXTURAS
Nacho Cagiga
Rivette, admirador de Alfred Hitchcock, no revela de golpe y desde el inicio todos los
resortes de su drama. Al contrario, juega con ellos para que, de manera dosificada y
oportuna, el espectador vaya descubriendo, al igual que Julien, la verdad acerca de
Marie, esto es, las oscuras rela-
ciones con su anterior pareja, la
muerte del hombre al que ella es-
taba ligada, el suicidio de ella
misma, y la vuelta a la vida de
esta nueva y femenina versión de
Lázaro, con el fin de seducir y
amar al hombre hasta el que su
memoria de difunta la ha llevado.
El suspense recorre pues todo el
relato, como no podría ser de otra
manera, para preservar lo fantás-
tico de la mirada inquisitiva del
público. El misterio se mantiene
virgen hasta el final del film, y sólo La historia de Julie y Marien, Jacques Rivette, 2003
TEXTURAS
entonces, y a pesar de los velos que han ido cayendo a lo largo de toda la historia,
podemos entender de verdad a Marie, no ya quién es ella y qué le ha pasado, sino más
importante todavía, porque está en la casa de Julien y qué quiere exactamente de él.
Todo el devenir de esta relación entre Marie y Julien, lo que constituye el núcleo del
argumento, está demarcado por otros cinco personajes: dos anecdóticos, que apare-
cen al final para atar algunos cabos sueltos de la historia; dos esenciales, las dos her-
manas que viven una relación paralela pero asimétrica a la de los personajes
principales, dándole peso al personaje de Marie; y Nevermore, el gato de Julien, que
juega un rol decisivo en toda la trama, al ser el referente de la soledad de Julien, la
prueba que sustancia la existencia solitaria y triste de una vida que ha quedado de-
cidida por la imposibilidad de vivir su amor con Marie, por la necesidad que tiene de
ella, de su cuerpo y de su alma, en tanto que presencia real. Incluso hasta el punto
de preferir perder el recuerdo que de ella pueda tener, pues en esta segunda oportu-
nidad Julien no va a aceptar quedarse a medias, sino, por el contrario, vivir su pasión
hasta el final, sin importarle las consecuencias.
Todo el film es, pues, el combate entre dos cuerpos que se aman, que se desean y
necesitan mútuamente. Y este combate se encuentra situado en el límite mismo entre
la vida y la muerte, entre la comunicación y la locura, entre la memoria y el olvido.
No se trata de un combate de uno contra otro, aunque a veces lo parezca, por el cú-
mulo de malentendidos y desencuentros entre ambos. En realidad, y aunque ellos no
lo sepan, o incluso aunque el espectador tampoco, al menos casi hasta el desenlace
(y desvelamiento) de su misterio, es un combate que los dos hacen, cada uno por su
parte, con sus armas y sus fuerzas, pero con un objetivo común, el de permanecer
juntos, el de convertirse en una pareja de verdad, para compartir el día a día.
Lo maravilloso de la propuesta rivettiana (no sólo en esta última película) es, a pesar
de la corriente de fantasía subterránea que recorre todo lo mostrado, precisamente el
reencuentro con la realidad. Una realidad que se quiere cotidiana, pero que, por con-
tra de todo lo que de gris y rutinario aparece ensombreciendo la vida, emerge plena
de imaginación, de amor apasionado, de ensoñación liberadora, siendo parte de la me-
moria maravillada de unas vidas que no están dispuestas a renunciar a aquello o aque-
llos que aman, incluso si el precio a pagar puede ser la soledad, el olvido, una vida sin
esperanzas. Podríamos decir que no importa el final feliz, de impronta milagrosa, sino
TEXTURAS
fuera porque recupera la figura de Lázaro, esa misma vuelta a la vida que, con tanta
justeza, han reivindicado los escritores asociados a la literatura del Holocausto, con
Jean Cayrol a la cabeza. El superviviente del campo de concentración es un resucitado,
que vuelve a vivir tras su muerte, y que tendrá que vérselas con una realidad que va
a negar su presencia, su testimonio de ultratumba. Nadie quiere oír hablar a los muer-
tos. Todos tenemos miedo de perder nuestras vidas miserables, nuestras pequeñas
vanaglorias, nuestras posesiones que nos esclavizan a una vida de zombies. Cuesta
mucho renunciar a nuestra ración de egoísmo cotidiano, a las metas mundanas con las
que quien más quien menos pretende conseguir su parte de poder vital. El conflicto que
viven Marie y Julien está en otra dimensión. El acierto de la puesta de escena de Ri-
vette es, sin embargo, habernos mostrado todo esto sin salirse de su habitual natura-
lismo, sin renunciar a una realidad prosaica, sin enfatizar nada, ninguna acción, ningún
efecto. La cámara sigue dulcemente a los personajes en sus idas y venidas más ba-
nales por toda la casa, espacio que constituye el cruce de caminos entre la realidad y
la fantasía, como ya es habitual en otros films de Rivette. Lo que parece querernos
decir con esta parábola pagana es que, pese a todo, hay seres que buscan sin cesar
la magia de la vida, porque vivir sin ella es donde realmente se encuentra la muerte.
Y que esa magia no queda tan lejos de nuestra vida diaria, puesto que depende más
de nosotros mismos, de nuestra capacidad poética y de la libertad de nuestro espíritu
que de las consignas de éxito, alegría consumista y conformismo lanzadas desde los
discursos oficiales y los catecismos de la creencia de turno.
TEXTURAS
"(...)
El guión es el punto de referencia primera y última del cine con actores. En el otro tipo
de cine el guión es el resultado final: se va haciendo a medida que vas montando y
rodando a la vez. Además de esta diferencia básica, en el cine que no es de ficción
pura y dura, en el que se utiliza menos dinero, tiene mucha más libertad.
(...)
(...)
La memoria es todo. Hace cinco años, el infarto que tuve me quitó el mecanismo de
la memoria del presente: no tengo ni idea de lo que tengo que hacer hoy. Pero tengo
una excelente memoria del pasado. La memoria es la única guía de comportamiento
y de apreciación del presente que tenemos. Por procesos de comparación, de crea-
TEXTURAS
De ahí que Jordà se haya convertido en un referente para jóvenes realizadores que
encuentran en él una forma de hacer cine al margen de los modelos de producción do-
minantes. La azarosa trayectoria de Jordà demuestra que su cine es reflejo de mo-
delos de producción dispares y a veces antitéticos. En su filmografía hay
documentales, ficciones y películas militantes, así como formatos distintos y presu-
puestos desiguales. Sin embargo, esto es lo que le confiere un acabado realista que
no recurre a ningún tipo de naturalismo para confeccionar sus obras. Al contrario, su
TEXTURAS
Joaquim Jordà
cine se sostiene sobre la capacidad de reflejar y dar cabida a las condiciones huma-
nas y materiales con las que trabaja.
Jordà podría ser definido como un intelectual que ha hecho del cine un espacio común
en el que, por decirlo de alguna manera, el momento del cineforum está integrado en
la película. Cada una de sus producciones ha generado también públicos específicos,
atraídos por la promesa de participar en un debate. Tal como ha sugerido alguna vez,
a él solo le interesa producir la situación. «Yo me preocupo más por la mise en place
de la escena y el plano, que no por cómo lo captará la cámara. Organizo la situación
y después me retiro. Podría irme a tomar un café y regresar cuando todo esté hecho.»
Esto es lo que podríamos calificar, sin ningún género de dudas, un «cine de situación».
Cine de situación
Abril-Junio 2006, Museu d’Art
Contemporani de Barcelona - MACBA
TEXTURAS
Ramón Alfonso
haya merecido reseña alguna en los medios; la pareja de cineastas para un cine
mucho más oficial no significa nada, tal vez un anacronismo, un par de nombres in-
cómodos que es fácil situar, desde un punto de vista teórico-administrativo, en un
determinado contexto, en una determinada época, ese aburdo Sesentayochistas, pero
incomprensibles, por supuesto, en un plano práctico, fuera de ésta; no es extraño por
tanto las virulentas críticas cosechadas con su último film, el excelente Quei loro in-
contri (2006), después de ser proyectado en el Festival de Venecia, en un momento
de cine de consumo rápido, visualmente tan vacío como apabullante, recorrido por
apolíneos intérpretes, o propuestas más confusas que complejas, teóricamente com-
prometidas, la mirada austera, desnuda, compleja de Huillet-Straub no se comprende,
no tiene sentido, se rechaza, se utiliza el tópico del Cine viejo, se aparta.
TEXTURAS
TEXTURAS
Max Caution
UN CORTO ADIÓS
Cómo olvidar títulos como California Split (1974), Tres mujeres (Three women, 1977),
Un día de boda (A wedding, 1978), o Quinteto (Quintet, 1979). En 1993, adaptó a su
alter ego literario Raymond Carver, en la que podría ser considerada su obra maes-
tra, Short Cuts. El vacío de la vida moderna, los engaños a los que habitualmente nos
sometemos los unos con los otros, o simplemente a nosotros mismos, para seguir vi-
viendo cuando ya la vida nos ha golpeado y nos ha dejado sin escapatoria. Hay que
agradecerle a Robert Altman que a través de sus comedias, tragedias, o tragicome-
dias, nos haya enfrentado a una imagen desnuda de nosotros mismos, sin los ropa-
jes que proporciona una sociedad que tapa sus miedos a costa de sucedáneos de
evasión y escape, en los que somos incapaces de atender al drama, individual o co-
lectivo, que nos rodea.
TEXTURAS
Miedo
Robert Altman
ÁLBUM
Fotos: B. Berenika
Selección: Espinosa / Lentitud
LINTERNA MÁGICA
Hermosa melodía al fondo. Él desea besar sus pies, mientras ella lee en su alma. Ella
que es. Él es su pasión. Ellos existieron antes en algún otro lugar. Ahora sólo existe
ella. En su soledad, con su cuerpo sin extensión, él admira su desnudez color ámbar.
Intenta acariciar su cuerpo, sin conseguirlo, pues no es más que un rastro en el suelo,
desde antes que el tiempo
Ella ríe, canta. Él es su objeto, algo innecesario, ridículo incluso. Todavía. Ella piensa
en él, y él aparece ante ella como una mancha de saliva fresca que llora y tiembla en
horizontal oposición al sexo de ella. Ella no cree en él, ni en ella misma. Nunca lo
hizo. Simplemente no cree en nada y siente su victoria. Pero el problema persiste, ella
no conoce su existencia
Su alma se encuentra dentro del mundo. Ella sabe esto y sonríe contra él. Él ha que-
dado atrapado en la trampa de ella. Ella es feliz con su libertad. Él sufre el cautiverio
que ella le inflinge. Sin música. Él sabe que ya no es nada, que ella lo es todo, que va
a jugar con él en su contraluz, dejarle ver como ella se entrega a otro. Entonces ella
NACHO CAGIGA
LINTERNA MÁGICA
ANGÉLINE MARAIS
LINTERNA MÁGICA
RETORNO. Qué hacía ahí, cómo había llegado. Antes no estaba. Se sorprendió es-
cuchar su propia voz repitiendo palabras, alguna vez regresaré, alguna vez regre-
saré. Está sólo. De pie. En una mano el libro abierto justo por donde ha encontrado
la foto que sostiene ahora en la otra mano. La mira e intenta adivinar. Así varios mi-
nutos hasta que apenas iluminado está dentro. La sala es amplia, fría. A través de los
cristales cree reconocer los árboles. Escucha una voz, acércate, acércate. Se sienta
al lado. La silla es de madera, se tambalea. Vuelve a hablar, quiero que me cuentes
toda la historia, desde el principio. Arrítmicas y monótonas, las contraventanas exte-
riores se golpean. El viento arrecia. Todo se emborrona. No se ve el camino, la casa
cada vez menos. La imagen y el tiempo arrugados. Recordar. El principio. Sí.
LENTITUD
LINTERNA MÁGICA
RAMÓN ALFONSO
LINTERNA MÁGICA
LOS RITMOS DEL SILENCIO. El equilibrista, vestido de naranja y algo nervioso a pesar
de su experiencia, dispuso el primer pie sobre una nueva y vibrante cuerda. Así vibró
también su corazón.
En ese momento y bajo un silencio aparente era capaz de escuchar a un mismo tiempo
y a ritmos distintos, sus latidos, los susurros de la cuerda, los rugidos de una tormenta
que tarde o temprano acabaría por llegar. Así de complicada le resultó la vida.
Siempre había comenzado a caminar, excepto su última vez, cuando le pudo la del-
gadez extrema de la cuerda, cuando miró hacía abajo y sintió desfallecer. Los múlti-
ples ritmos de aquel silencio aparente rebotaron en el espacio, quebraron sus agallas
y su ilusión se vió fracturada.
Retiró entonces el primer pie, su último pie, y encogido descendió a tierra. Dejó ten-
dida la escalera hacia sus sueños, decidió perderse entre la niebla, todavía él no sabe
bien por qué.
ALBA CERES
LINTERNA MÁGICA
PRINCESADEHOJALATA
LINTERNA MÁGICA
MANUEL ESPINOSA
LINTERNA MÁGICA
Hay personas que nunca llegan a encontrarse a pesar de caminar juntos. A ellos, les
pasará lo contrario. Caminarán en paralelo, hablarán, reirán, y sobre todo extende-
rán el silencio. A menudo, alargarán los brazos y se rozarán la punta de los dedos. Se
tropezarán en verbos que vienen del pasado, querrán descubrirse, pero no mucho. Les
gustará jugar, caminar. Ella a veces, perderá el equilibrio cuando se acerquen a un
precipicio. Aún así rozará sus dedos y pensará en la atracción de los errores. Dejaré
que me rompas, le dirá, mientras llegan a la curva.
OLVIDO MARVAO
Fotos: B. Berenika
ÁLBUM
ÁLBUM
Fotos: B. Berenika
Selección: Espinosa / Lentitud
PAVESAS
Aldous Husley
(...)
Se sufre mucho -continúo Dionisio- con eso de que las bellas palabras no significan
nunca lo que deberían significar. No hace mucho, por ejemplo, se me ha echado a per-
der todo un poema, precisamente porque la palabra carminativo no significa lo que
debería significar. Carminativo es admirable, ¿no es cierto?
- Es una palabra que yo había atesorado desde mi primera infancia -dijo Dionisio-,
atesorado y amado. En mi casa me daban esencia de canela, cuando me hallaba res-
friado -remedio inútil, pero no desagradable-. La vertían gota a gota, de unos frascos
estrechos, en forma de dorado licor, fuerte y ardiente. En el rótulo había una lista de
sus virtudes y entre otras cosas se decía que era en alto grado carminativo. Yo ado-
raba aquella palabra. "¿Será carminativo?", acostumbraba a decirme cuando tomaba
mi dosis. Me parecía una palabra tan maravillosa para expresar aquella sensación de
calor interior; aquel ardor, aquella -¿cómo lo diré?- satisfacción física que sentía des-
pués de beberme la canela. Más tarde, cuando descubrí el alcohol, la palabra carmi-
nativo expresaba para mí aquel ardor semejante pero más noble, más espiritual, que
produce el vino, no sólo en el cuerpo, sino también el alma. Las virtudes carminati-
vas del Borgoña, del ron, del viejo brandy, del Lacryma Christi, del Marsala, del Ale-
ático, de la cerveza fuerte, de la ginebra, del champaña, del clarete, del crudo vino
nuevo de las vendimias toscanas -yo las comparaba, las clasificaba-. El Marsala es ro-
sadamente, aterciopeladamente carminativo; la ginebra pica y refresca al mismo
tiempo que enardece. Me había formado toda una tabla de valores de carminación. Y
ahora -Dionisio extendió las manos con las palmas hacia adelante, desesperado-,
ahora ya sé lo que realmente quiere decir carminativo.
- Pues bien, el otro día escribí un poema, -dijo Dionisio- escribí un poema sobre los
efectos del amor.
- Otros han hecho lo mismo antes que usted -dijo Mr Scogan-. No hay motivo para
avergonzarse.
PAVESAS
- Yo quería expresar la idea -continuó Dionisio- de que los efectos del amor eran con
frecuencia semejantes a los efectos del vino, esto es, que Eros podía embriagar lo
mismo que Baco. El amor, por ejemplo, es esencialmente carminativo. Nos da la sen-
sación de calor, de ardor...
"Eso fué lo que yo escribí. No sólo el verso resultaba elegantemente sonoro; era tam-
bién, me complacía en ello, muy propio y concisamente expresivo. La palabra carmi-
nativo, lo comprendía todo, ofrecía un primer plano detallado, exacto, y un inmenso,
indefinido hinterland de sugestión.
"Era la primera vez que había confiado aquella palabra a la escritura, y sentía de
pronto que necesitaba para ella una autoridad lexicográfica. Todo lo que tenía a mano
era un pequeño diccionario inglés-alemán. Busqué la C, ca, car, carm. Allí estaba:
Carminativo: Windtreibend. ¡Windtreibend! (¡Antiflatulento!) -repetía.
- ¡Ah! -dijo- para mí aquello no era risible. Para mi señalaba el fin de un capítulo, la
muerte de algo muy joven y precioso. En aquella palabra estaban contenidos los años
de infancia y de inocencia -cuando yo creía que carminativo significaba, eso... carmi-
nativo. Y ahora, ante mi, yace el resto de mi vida-, un día, quizá diez años, medio
siglo, durante los cuales ya sabré que carminativo significa windtreibend (Antiflatu-
lento).
(...)