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HISTORIA DE LA FILOSOFÍA ANTIGUA 1º CUATRIMESTRE 2014

Profesores: Graciela Marcos – Lucas Soares – Pilar Spangenberg

SELECCIÓN DE TEXTOS DE SOFÍSTICA


I. INTRODUCCIÓN

Definiciones generales (nombre, actividades, enseñanza retórico-política, honorarios):

1. Platón, Hipias menor, 368b-369a


Sócrates. -Ea, Hipias, examina libremente de esta manera todas las ciencias y mira si alguna es de
otro modo. Tú eres con mucho el hombre más sabio en la mayor parte de ellas, según te oí yo ufanarte
una vez en el ágora, en las mesas de los cambistas, cuando exponías tu envidiable y gran sabiduría.
Decías que en cierta ocasión te presentaste en Olimpia y que era obra tuya todo lo que llevabas sobre tu
cuerpo. En primer lugar, que el anillo -por ahí empezaste- era obra tuya porque sabías cincelar anillos;
que también el sello era obra tuya, y asimismo el cepillo y el recipiente del aceite que tú mismo habías
hecho, después decías que el calzado que llevabas lo habías elaborado tú mismo y que habías tejido tu
manto y tu túnica. Lo que les pareció a todos más asombroso y muestra de tu mucha habilidad fue el
que dijeras que habías trenzado tú mismo el cinturón de la túnica que llevabas, que era igual a los más
lujosos de Persia. Además de esto, llevabas poemas, epopeyas, tragedias y ditirambos; y en prosa
habías escrito muchos discursos de las más variadas materias. Respecto a las ciencias de que yo
hablaba antes, te presentabas superando a todos, y también, respecto a ritmos, armonías y propiedades
de las letras, y a otras muchas cosas además de éstas, según creo recordar. Por cierto, se me olvidaba la
mnemotecnia, invención tuya, según parece, en la que tú piensas que eres el más brillante. Creo que se
me olvidan otras muchas cosas. Pero, como digo, poniendo la mirada en las ciencias que tú posees -
muy numerosas- y en las de otros, dime si, de acuerdo con lo convenido por ti y por mí, encuentras
alguna en la que el que dice la verdad y el que miente sean dos personas distintas y no la misma
persona. Examina esto en la clase de sabiduría que tú quieras o de destreza o como te guste llamarlo; no
la encontrarás, amigo, porque no la hay. Con todo, dila tú.
Hip. -No puedo, Sócrates, al menos por ahora.

2. Platón, Hipias mayor 281a-283a


Sócrates. -Elegante y sabio Hipias, ¿cuánto tiempo hace que no has venido a Atenas?
Hipias. -No tengo tiempo, Sócrates. Cuando Élide tiene que negociar algo con alguna ciudad,
siempre se dirige a mí en primer lugar entre los ciudadanos y me elige como embajador, porque
considera que soy el más idóneo juez y mensajero de las conversaciones que se llevan a cabo entre las
ciudades. En efecto, en muchas ocasiones he ido como embajador a diversas ciudades, pero las más de
las veces, por muchos e importantes asuntos, he ido a Lacedemonia; por lo cual, y vuelvo a tu pregunta,
no vengo con frecuencia a estos lugares.
Sóc. -Esto es ser de verdad un hombre sabio y perfecto, Hipias. Lo digo, porque tú eres capaz de
recibir privadamente mucho dinero de los jóvenes y de hacerles un beneficio mayor del que tú recibes,
y también porque eres capaz, públicamente, de prestar servicios a tu ciudad, como debe hacer un
hombre que está dispuesto a no ser tenido en menos, sino a alcanzar buena opinión entre la mayoría.
Ahora, Hipias, ¿cuál es realmente la causa de que los antiguos, cuyos nombres son famosos por su
sabiduría: Pítaco, Bías, Tales de Mileto y los de su escuela, e incluso los más recientes hasta
Anaxágoras, todos o casi todos, se hayan mantenido alejados de los asuntos públicos?
Hip. - ¿Qué otra razón crees, Sócrates, sino que eran débiles e incapaces de llegar con su espíritu a
ambas cosas, la actividad pública y la privada?
Sóc. -Luego, por Zeus, así como las otras artes han progresado y, en comparación con los
artesanos de hoy, son inhábiles los antiguos, ¿así también debe mos decir que vuestro arte de sofistas ha
avanzado y que son inferiores a vosotros los antiguos sabios?
Hip. - Hablas muy acertadamente.
Sóc. - Por tanto, Hipias, si ahora resucitara Bías, se expondría a la risa frente a vosotros, del mismo
modo que los escultores dicen que Dédalo, si viviera ahora y realizara obras como las que le hicieron
famoso, quedaría en ridículo.
Hip. - Así es, Sócrates, como tú dices. Sin embargo, yo acostumbro a alabar antes y más a los
antiguos y a los anteriores a nosotros que a los de ahora, para evitar la envidia de los vivos y por temor
al enojo de los muertos.
Sóc. - Piensas y reflexionas acertadamente, según creo. Puedo añadir a tu idea mi testimonio de
que dices verdad y de que, en realidad, vuestro arte ha progresado en lo que se refiere a ser capaces de
realizar la actividad pública junto con la privada. En efecto, Gorgias, el sofista de Leontinos, llegó aquí
desde su patria en misión pública, elegido embajador en la idea de que era el más idóneo de los
leontinos para negociar los asuntos públicos; ante el pueblo, dio la impresión de que hablaba muy bien,
y en privado, en sesiones de exhibición y dando lecciones a los jóvenes, consiguió llevarse mucho
dinero de esta ciudad. Y si quieres otro caso, ahí está el amigo Pródico; ha venido muchas veces en
otras ocasiones para asuntos públicos, y la última vez, recientemente, llegado desde Ceos en misión
pública, habló en el Consejo y mereció gran estimación, y en privado, en sesiones de exhibición y
dando lecciones a los jóvenes, recibió cantidades asombrosas de dinero. Ninguno de aquellos antiguos
juzgó nunca conveniente cobrar dinero como remuneración ni hacer exhibiciones de su sabiduría ante
cualquier clase de hombres. Tan simples eran, y así les pasaba inadvertido cuán digno de estimación es
el dinero. Cada uno de éstos de ahora saca más dinero de su saber, que un artesano, sea el que sea, de su
arte, y más que todos, Protágoras.
Hip. - No conoces lo bueno, Sócrates, acerca de esto. Si supieras cuánto dinero he ganado yo, te
asombrarías. No voy a citar otras ocasiones, pero una vez llegué a Sicilia, cuando Protágoras se
encontraba allí rodeado de estimación, y, siendo él un hombre de más edad y yo muy joven, en muy
poco tiempo recibí más de ciento cincuenta minas; de un solo lugar muy pequeño, de Inico, más de
veinte minas. Llegando a casa con ese dinero se lo entregué a mi padre, y él y los demás de la ciudad
quedaron asombrados e impresionados. En resumen, creo que yo he ganado más dinero que otros dos
sofistas cualesquiera juntos, sean los que sean.
Sóc. – Muy bien, Hipias; es una gran prueba de tu sabiduría y de la sabiduría de los hombres de
ahora en comparación con los antiguos y de cuán diferentes eran éstos.

3. Platón, Protágoras, 312c-d


–Y entonces, ¿sabes lo que estás por hacer ahora o se te escapa? –dije yo–.
–¿Sobre qué?
–Que /c/ estás a punto de entregar el cuidado de tu propia alma a un hombre –como dices– sofista y
me asombraría que supieras lo que es realmente un sofista. Y si en serio lo ignoras, no sabes a quién
estás entregando tu alma, ni si es para un hecho bueno o malo.
–Al menos yo, creo saber –agregó–.
–Dime, entonces, ¿qué crees que es un sofista?
–Por un lado, como dice la palabra –dijo– yo creo que es un entendido en lo relacionado con los
saberes.
–Bueno, pero –dije yo– también se puede decir de los pintores y de los carpinteros, que son
entendidos en lo relacionado con los saberes; en ese caso, /d/ si alguien nos preguntara: “¿Los pintores
son entendidos en los saberes de qué?”, podríamos decirles que en los relativos a la construcción de
imágenes y otras cosas similares. Pero si alguien preguntara: “¿Y el sofista es entendido en los saberes
de qué?”, ¿qué le responderíamos? ¿Es quien se ocupa de qué tipo de producción?
–¿Qué podríamos decirle que es, Sócrates, sino que es quien se ocupa de hacer a alguien terrible en
el hablar?

4. Platón, Protágoras, 316b-317c


Así pues, una vez adentro, después de un breve momento y cuando habíamos visto este panorama,
avanzamos hacia Protágoras, /b/ y yo le dije:
–Protágoras, Hipócrates aquí presente y yo vinimos para verte.
Y él dijo:
–¿Porque quieren conversar conmigo a solas o también delante de los otros?
–La verdad es que a nosotros nos da igual –dije yo–. Pero una vez que escuches la causa por la que
vinimos hasta aquí, lo verás tú mismo.
–Muy bien –dijo–; ¿cuál es esa causa por la que están aquí?
–Hipócrates, que está aquí, es de esta ciudad, es el hijo de Apolodoro, de una familia importante y
dichosa, y parece que por su naturaleza está en igualdad de condiciones respecto a los de su edad. Pero
/c/ tengo la impresión de que desea llegar a sobresalir aquí, y cree que podría conseguirlo rotundamente
si se volviera tu discípulo; así que ahora fíjate si es necesario que lo conversemos sólo entre nosotros, o
si también lo hacemos en presencia de los demás.
–Es acertado que me cuides, Sócrates –dijo–. Pues cuando un varón extranjero va a grandes
ciudades, y en tales circunstancias convence a los mejores jóvenes de que dejen las compañías de los
otros –ya sean sus familiares o los extranjeros, los más ancianos o los más jóvenes–, y se unan a él para
lograr mejorar sus vidas a través /d/ de su sola compañía, quien obra de tal modo es preciso que se
cuide, porque alrededor de estas cosas se generan no pocas envidias y otras hostilidades y
maquinaciones. Pues yo sostengo que la técnica sofística es antigua, pero que los que la practicaban
entre los antiguos, temiendo su aspecto odioso, le pusieron una máscara y la ocultaron, unos, con la
poesía, al estilo de Homero, de Hesíodo y de Simónides, y otros hicieron a su vez lo mismo con los
misterios religiosos y oráculos, como Orfeo y Museo; y tengo entendido que algunos también la
ocultaron en la técnica de la gimnasia, como Icos de Tarento, y como hace ahora mismo /e/ Heródico
de Selimbria, la antigua Megara, que no es en nada inferior a un sofista. Lo mismo que Agátocles, el
conciudadano de ustedes, que siendo un gran sofista lo enmascaró con la música, así como Pitoclides
de Ceos y muchos otros. Todos, como digo, temiendo la envidia, utilizaron estas técnicas como una
máscara. Pero yo no me identifico con /317a/ todos ellos en tal modo de ser, porque creo que no
lograron lo que quisieron, esto es, no pasaron inadvertidos entre los hombres de poder de las ciudades,
que era la causa por la que utilizaron dichas máscaras; y por otro lado, la multitud, como no es sensible
a nada –por decirlo así–, pregona lo que estos ponderan. Porque cuando alguien quiere escapar y al no
poder huir se hace notar, eso es una gran falta de criterio, porque cuando lo intentan /b/ forzosamente
les generan a los hombres una hostilidad enorme, pues creen que alguien que tiene una malicia tal
también la tiene respecto de otras cosas. Bien, en consecuencia, yo he tomado un camino totalmente
contrario, admito que soy sofista y que instruyo a los hombres, y creo que esta precaución es mejor que
aquella, pues admitir las cosas es mejor que negarlas; y he analizado otras cosas también al respecto, de
modo que –¡dios me oiga!– no pasa nada terrible por /c/ admitir ser sofista. En verdad ya hace mucho
tiempo que estoy en esta técnica –pues todos mis años juntos son muchos y entre ustedes no hay
ninguno de quien, por mi edad, no pudiera ser el padre–, de modo que para mi lo más placentero sería,
si lo quieren, hacer un discurso sobre todo esto frente a todos los que están en la casa.

5. Platón, Protágoras, 318d-319a


Y Protágoras tras escuchar esto, dijo:
–Preguntas bien, Sócrates, y a mí me gusta responder a los que preguntan bien. Y bien, al acudir a
mi Hipócrates se persuadirá de que no va a padecer lo mismo que si se uniera a otros sofistas. Pues los
otros maltratan a los jóvenes; /e/ una vez que han huido de las técnicas, los lanzan nuevamente hacia
las técnicas llevándolos contra su voluntad, y les enseñan cálculo, astronomía, geometría y música –al
mismo tiempo echó una mirada a Hipias–; pero si se dirige a mí no aprenderá otra cosa sino aquello por
lo que viene. Y ese aprendizaje es la habilidad para la deliberación sobre las cosas domésticas, para
administrar con excelencia su propia casa /319a/ y sobre lo propio de la ciudad, para que pueda, tanto
en el actuar como en el decir, ser el más poderoso en los asuntos de la ciudad.
–Pero –dije yo–, ¿realmente sigo tu discurso? Porque me parece que hablas de la técnica política y
que te comprometes en hacer de los varones buenos ciudadanos.
–Pues esa misma –dijo– es la propuesta que ofrezco, Sócrates.

6. Platón, Protágoras, 348e-349a


Sócrates. – No sólo creo que eres un hombre de bien, como muchos otros también son capaces ellos
mismos, pero que no pueden hacer capaces a los demás. Pues además de ser bueno tú mismo, eres
capaz de hacer buenos a los demás, y estás tan confiado en ti mismo que has proclamado abiertamente
ante todos los griegos esta técnica /349a/ escondida por los demás, llamándote sofista, y revelas que
eres maestro de instrucción y de virtud, el primero que es digno de procurarse una retribución por eso.
Y entonces, ¿cómo no va a ser preciso que te exhorte a preguntar y a responder sobre el análisis de
estos asuntos? Es imposible no hacerlo.

7. Platón, Gorgias 452d-e


Sócrates. –– (...) Pues bien, Gorgias, piensa que ellos y yo te hacemos esta pregunta y contéstanos:
¿Cuál es ese bien que, según dices, es el mayor para los hombres y del que tú eres artífice?
Gorgias. –– El que, en realidad, Sócrates, es el mayor bien; y les procura la libertad y, a la vez permite
a cada uno dominar a los demás en su propia ciudad.
Sóc. –– ¿Qué quieres decir?
Gor. –– Ser capaz de persuadir, por medio de la palabra, a los jueces en el tribunal, a los consejeros en
el Consejo, al pueblo en la Asamblea y en toda otra reunión en que se trate de asuntos públicos. En
efecto, en virtud de este poder, serán tus esclavos el médico y el maestro de gimnasia, y en cuanto a ese
banquero, se verá que no ha adquirido la riqueza para sí mismo, sino para otro, para ti, que eres capaz
de hablar y persuadir a la multitud.

8. Platón, Gorgias, 455d-457c


Sóc. –– ¿Qué provecho obtendremos, Gorgias, si seguimos tus lecciones? ¿Sobre qué asuntos seremos
capaces de aconsejar a la ciudad? (…)
Gor. –– Pues bien, voy a intentar, Sócrates, descubrirte, con claridad toda la potencia de la retórica; tú
mismo me has indicado el camino perfectamente. Sabes, según creo, que estos arsenales, estas murallas
de Atenas y la construcción de los puertos proceden, en parte, de los consejos de Temístocles, en parte,
de los de Pericles, pero no de los expertos en estas obras.
Sóc. –– Eso es, Gorgias, lo que se dice respecto a Temístocles; en cuanto a Pericles, yo mismo le he
oído cuando nos aconsejaba la construcción de la muralla intermedia.
Gor. –– Y observarás, Sócrates, que, cuando se trata de elegir a las personas de que hablabas ahora, son
los oradores los que dan su consejo y hacen prevalecer su opinión sobre estos asuntos.
Sóc. ––Por la admiración que ello me produce, Gorgias, hace tiempo que vengo preguntándote cuál es,
en realidad, el poder de la retórica. Al considerarlo así, me parece de una grandeza maravillosa.
Gor. –– Si lo supieras todo, Sócrates, verías que, por así decirlo, abraza y tiene bajo su dominio la
potencia de todas las artes. Voy a darte una prueba convincente. Me ha sucedido ya muchas veces que,
acompañando a mi hermano y a otros médicos a casa de uno de esos enfermos que no quieren tomar la
medicina o confiarse al médico para una operación o cauterización, cuando el médico no podía
convencerle, yo lo conseguí sin otro auxilio que el de la retórica. Si un médico y un orador van a
cualquier ciudad y se entabla un debate en la asamblea o en alguna otra reunión sobre cuál de los dos
ha de ser elegido como médico, yo te aseguro que no se hará ningún caso del médico, y que, si él lo
quiere, será elegido el orador. Del mismo modo, frente a otro artesano cualquiera, el orador conseguiría
que se le eligiera con preferencia a otro, pues no hay materia sobre la que no pueda hablar ante la
multitud con más persuasión que otro alguno, cualquiera que sea la profesión de éste. Tal es la potencia
de la retórica y hasta tal punto alcanza; no obstante, Sócrates, es preciso utilizar la retórica del mismo
modo que los demás medios de combate. Por el hecho de haberlos aprendido, no se deben usar contra
todo el mundo indistintamente; el haber practicado el pugilato, la lucha o la esgrima, de modo que se
pueda vencer a amigos y enemigos, no autoriza a golpear, herir o matar a los amigos. Pero tampoco,
por Zeus, si alguno que ha frecuentado la palestra y ha conseguido robustez y habilidad en el pugilato
golpea a su padre, a su madre o a alguno de sus parientes o amigos, no se debe por ello odiar ni
desterrar a los maestros de gimnasia y de esgrima. Éstos les han enseñado sus artes con intención de
que las emplearan justamente contra los enemigos y los malhechores, en defensa propia, sin iniciar el
ataque; pero los discípulos, tergiversando este propósito, usan mal de la superioridad que les procura el
arte. En este caso los maestros no son malvados, ni su arte es por ello culpable ni perversa, sino, en mi
opinión, lo son los que no se sirven de ella rectamente. El mismo razonamiento se aplica también a la
retórica. En efecto, el orador es capaz de hablar contra toda clase de personas y sobre todas las
cuestiones, hasta el punto, de producir en la multitud mayor persuasión que sus adversarios sobre lo
que él quiera pero esta ventaja no le autoriza a privar de su reputación a los médicos ni a los de otras
profesiones, solamente por el hecho de ser capaz de hacerlo, sino que la retórica, como los demás
medios de lucha, se debe emplear también con justicia. Según creo yo, si alguien adquiere habilidad en
la oratoria y, aprovechando la potencia de este arte, obra injustamente, no por ello se debe odiar ni
desterrar al que le instruya, éste transmitió su arte para un empleo justo, y el discípulo lo utiliza con el
fin contrario. Así pues, es de justicia odiar, desterrar o condenar a muerte al que hace mal uso, pero no
al maestro.

9. Filóstrato, Vidas de los sofistas, I, 480-481


Hay que considerar a la sofística antigua como retórica dedicada a la filosofía, pues discurre sobre los
mismos puntos que los filósofos; pero lo que éstos, mientras plantean sus cuestiones como trampas y
obtienen progresos mínimos en su investigación, dicen no conocer aún, eso mismo el sofista antiguo lo
presenta como seguro de saberlo. En efecto, inician sus discursos expresiones como: «Yo sé»,
«Conozco», «Tiempo ha tengo observado» y «Nada hay seguro para el hombre». Este tipo de expresión
preliminar da un eco previo de calidad a los discursos, de inteligencia y claro dominio de la verdad.

Opiniones negativas sobre la sofística:

10. Aristófanes, Nubes, 85-120


Tergiversero (Strepsíades) - ¡(...) Pero si realmente me querés de corazón, hijo, haceme caso...
Ahorrípico (Fidípides) - ¿Que te haga caso en qué?
Tergiversero – Cambiá las costumbres lo más rápido posible, andá y aprendé lo que yo te recomiende...
Ahorrípico – Hablá. ¿Qué ordenás?
Tergiversero – ¿Y vas a hacerme caso?
Ahorrípico – Voy a hacerlo, ¡por Dioniso!
Tergiversero – Mirá aquí, entonces. ¿Ves esta puertita y esta casita?
Ahorrípico – Las veo. ¿Qué es esto de verdad, padre?
Tergiversero – Este es el Pensadero de almas sabias. Aquí habitan hombres que al hablar acerca del
cielo, te convencen de que es un horno y de que él está alrededor de nosotros y nosotros somos
carbones. Éstos enseñan, si alguien les da dinero, a ganar diciendo cosas justas e injustas.
Ahorrípico - ¿Y quiénes son?
Tergiversero – No sé el nombre exactamente. Son nobles solicitopensantes.
Ahorrípico - ¡Puaj! ¡Gentuza, lo sé! Te refería a los charlatanes, los pálidos, los pies descalzos, entre los
que están el desgraciado Sócrates y Querefonte...
Tergiverseroo – Eh, eh, callate. No digas ninguna chiquilinada. Pero si en algo te preocupás del pan de
tu padre, hacete uno de ellos por mí, abandonando la equitación.
Ahorrípico – No podría, ¡por Dioniso! Ni que me dieras los faisanes que cría Leógoras.
Tergiversero – Andá, te lo pido, vos, el más querido de los hombres para mí, andá a estudiar...
Ahorrípico - ¿Y qué te voy a aprender?
Tergiversero – Dicen que entre ellos hay dos discursos, el más fuerte, cualquiera que sea, y el más
débil. Dicen que uno de estos discursos, el más débil, gana diciendo las cosas más injustas. Por cierto,
si me aprendés este discurso injusto, de las deudas estas que ahora tengo por tu culpa no le devolvería a
nadie ni siquiera un óbolo.
Ahorrípico – No podría hacerte caso; porque no podría ver a los jinetes, una vez que tenga mi piel
desteñida.
Tergiversero – Entonces, por Demeter, ¡no vas a comer de lo mío ni vos ni tu caballo de vara ni el
marcado con una S, sino que voy a echarte de casa al carajo!
Ahorrípico – Pero el tío Famagrande no va a permitirme que esté sin caballo... Me voy: no voy a darte
bola...

11. Aristófanes, Nubes, 1105-1110


El argumento más débil (A Tergiversero) - ¿Y qué entonces? ¿Cuál de estas dos cosas querés: agarrar a
tu hijo y llevártelo, o te lo enseño a hablar?
Tergiversero – Enseñale y castigalo, y acordate de dejármelo bien afiladito: por un lado, ducho para
procesitos; por otro, afilale la otra mandíbula, ducha para asuntos más importantes.
El argumento más débil - Descuida. Te lo devolveré hecho un hábil sofista.

12. Platón, Protágoras, 313c-314b


Y él, tras escucharme, dijo:
–Así parece, Sócrates, a partir de lo que dices.
–Ahora bien, Hipócrates, ¿acaso no te da la impresión de que el sofista es precisamente un
comerciante o un traficante de mercancías de las que se alimenta el alma? Porque al menos a mí me
parece alguien así.
–Pero, ¿de qué se alimenta el alma, Sócrates?
–De aprendizajes, sin duda –dije yo–. Y que el sofista no nos engañe alabando lo que pone a la
venta, compañero, como hacen precisamente el comerciante y el traficante respecto del alimento del
cuerpo. /d/ Pues ellos no saben lo que es útil o perjudicial para el cuerpo de las mercancías que llevan,
pero cuando venden alaban todo, ni tampoco lo saben sus compradores, a no ser que alguno sea por
casualidad gimnasta o médico. Y de esta misma manera, los que llevan cosas para aprender a las
ciudades, vendiéndolas y haciendo negocios con quien siempre lo desea, alaban todo lo que venden, al
punto que algunos, mi buen amigo, también ignoran qué es útil o perjudicial /e/ para el alma entre las
cosas que venden. Y los compradores también son iguales que ellos, a no ser que alguno por casualidad
sea un médico del alma. Entonces, si realmente eres un conocedor de cuál de estas cosas es beneficiosa
o perjudicial, puedes comprar con confianza su lección, ya sea a Protágoras o a cualquier otro. Pues si
no, mira, afortunado amigo, /314a/ no arriesgues a los dados lo más querido ni lo pongas en peligro.
Entonces realmente hay un peligro mucho más grande en la compra de aprendizajes que en la de los
alimentos. Porque el alimento y la bebida comprados al traficante y al comerciante se pueden volcar en
un recipiente, y antes de recibirlos en el cuerpo cuando los bebes o los comes, colocarlos en tu casa
para pedir consejo, solicitando la opinión de quienes saben lo que se debe comer y beber y lo que no, y
dónde y cuándo, de manera que en la compra no hay un gran /b/ peligro. Pero lo que se aprende no se
puede volcar en otro recipiente, sino que es forzoso, una vez pagado el precio, tras recibir la lección en
el alma misma y haber aprendido, salir dañado o con provecho después del proceso.

13. Platón, Sofista, 231d-232a


Extranjero – Detengámonos, primero, como para tomar aliento, y, mientras descansamos,
recapitulemos entre nosotros de cuántas maneras se nos apareció el sofista. Creo que, en primer lugar,
lo descubrimos como un cazador, por salario, de jóvenes adinerados.
Teeteto – Sí.
Ext. - En segundo lugar, como un mercader de los conocimientos del alma.
Teet. - Completamente.
Ext. - ¿No se nos mostró, en tercer lugar, como un minorista en ese mismo rubro?
Teet. - Sí, y, en cuarto lugar, como comerciante de los conocimientos que él mismo elabora.
Ext. – Recuerdas bien. Yo intentaré acordarme del quinto aspecto. Era una especie de atleta en la lucha
argumentativa, confinado a la técnica de la discusión.
Teet. – Así era.
Ext. – Y, si bien su sexta aparición fue discutible, concordamos en que era un purificador de las
opiniones que impedían que el alma pudiera conocer.

14. Aristóteles, Refutaciones sofísticas, 1, 165a20-25


Y, como para algunos es de más utilidad parecer que son sabios que serlo y no parecerlo (pues la
sofística es una sabiduría que parece tal pero no lo es, y el sofista es uno que se lucra por medio de una
sabiduría que parece tal pero no lo es), es obvio que necesitan parecer que hacen trabajo de sabios más
que hacerlo y no parecerlo. Y para comparar las cosas una a una, la tarea del que sabe es, acerca de
cada cuestión, evitar mentir él acerca de lo que sabe, y ser capaz de poner en evidencia al que miente.
Esto consiste en ser capaz de dar argumentos y de recibirlos. Es necesario, pues, que los que quieran
actuar como sofistas busquen el género de argumentos mencionados; en efecto, es de utilidad: pues tal
capacidad le hará a uno parecer sabio, que es la intención que vienen a tener aquéllos.

15. Aristóteles, Refutaciones sofísticas, 34, 183b35-184b


En cuanto a este estudio, en cambio, no es que una parte estuviera previamente elaborada y otra no,
sino que no había nada en absoluto. En efecto, la educación impartida por los que trabajan a sueldo en
torno a los argumentos erísticos sería más o menos semejante al estudio de Gorgias: pues daban a
aprender de memoria, los unos, enunciados retóricos y, los otros, enunciados interrogativos, en los que
creían respectivamente, unos y otros, que acostumbran a caer la mayoría de argumentos. (184a) Por
ello la enseñanza, para los que aprendían de ellos, era rápida, pero sin técnica: pues dando, no la
técnica, sino lo que se deriva de la técnica, creían estar educando, como si uno, declarando que va a
transmitir el conocimiento (5) de cómo no hacerse daño en los pies, no enseñara, ni la técnica de hacer
zapatos, ni de dónde procurárselos, sino que diera muchos tipos de calzados de todas clases: pues éste
contribuiría a una cosa útil, pero no transmitiría una técnica. Sobre las cuestiones de retórica existían ya
muchos y antiguos escritos, (184b) mientras que sobre el razonar no teníamos absolutamente nada
anterior que citar, sino que hemos debido afanarnos empleando mucho tiempo en investigar con
esfuerzo.

II. PROTÁGORAS

16. DK 80 A 1: Diógenes Laercio, Vidas, IX 50ss.


Protágoras, hijo de Artemón o, según Apolodoro y Dinón en el libro de sus Pérsicas, hijo de Meandrio,
oriundo de Abdera, según nos dice Heráclides del Ponto en su obra Sobre las Leyes, quien nos informa
también de que redactó la constitución de Turios ... Protágoras fue discípulo de Demócrito ... Fue el
primero en sostener que sobre cualquier cuestión existen dos discursos mutuamente opuestos. Y fue el
primero en aplicarlos con aquellos con quienes departía. Por otro lado, dio inicio a una obra suya de
esta manera: "El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son, en tanto que son, de las que no
son en tanto que no son" [B 1]. Afirmaba también que el alma no es nada más que las sensaciones,
según dice también Platón en el Teeteto, y que todo es verdadero. Otra obra suya comenzaba del
siguiente tenor: "Sobre los dioses no puedo saber si existen ni si no existen ni tampoco cómo son en su
forma externa. Ya que son muchos los factores que me lo impiden, la oscuridad del asunto así como la
brevedad de la vida humana" [B 4]. Por culpa del inicio de este escrito suyo fue expulsado de la ciudad
por los atenienses, que quemaron también sus libros en el ágora, tras haberlos recogido de sus
poseedores mediante un bando público.

Tesis del homo mensura. Interpretación y críticas de Platón

17. Platón, Teeteto 151e-152c


152a Sócrates. - La explicación que das acerca de la naturaleza del conocimiento no es, en absoluto,
despreciable. Es la misma que dio Protágoras, aunque él la enunció de una manera diferente. Dice –
como tú recordarás- que “el hombre es la medida de todas las cosas, tanto del ser de las cosas que son
como del no-ser de las que no son”. Sin duda lo habrás leído.
Teeteto. Sí, y a menudo.
Sóc.: ¿No te parece que lo dice en este sentido: que toda cosa "es tal que a mí me parece y tal como a ti
te parece", puesto que tanto tú como yo somos hombres?
Teet.: Sí, eso es lo que dijo.
b Sóc. Bien. Lo que un sabio dice es probable que no sea algo sin sentido. A veces, cuando sopla el
mismo viento, unos lo sienten frío y otros no, o uno lo siente ligeramente frío y el otro, completamente
frío.
Teet. Así es.
Sóc. ¿Diremos, entonces, que el viento en sí mismo es frío o no frío? ¿O estaremos de acuerdo con
Protágoras en que es frío para quien lo siente frío y que no lo es para quien no lo siente así?
Teet. Eso es razonable.
Sóc. Y más aún, ¿acaso no nos “parece” así a cada uno de nosotros?
Teet. Sí.
Sóc. ¿Y que nos “parece” significa que lo “percibimos” así?
Teet. Exacto.
c Sóc. Entonces, en el caso de lo caliente y demás cosas por el estilo, lo mismo es “parecer” que
“percepción”. Son para cada uno tal como cada uno las percibe.
Teet. Así parece.
Sóc. La percepción, pues, es siempre percepción de algo que es, y, como es conocimiento, es infalible.
Teet. Está claro.

18. Platón, Teeteto, 160e-163a


Sóc. He aquí por fin que, después de nuestra labor un tanto penosa, tenemos a la criatura que hemos
ayudado a nacer, sea cual fuere su índole. Una vez nacida, deberá realizarse la ceremonia de conducirlo
en torno del fuego del hogar, y debemos observar a nuestro producto desde todos los ángulos, para
asegurarnos de que no se trate de un fantasma sin vida al cual no vale la pena alimentar. ¿O piensas
161 que, de todos modos, debería ser alimentado y no abandonado? ¿Soportarás verlo puesto a prueba, y no
te has de irritar si te lo quitan?
Teodoro. Teeteto ha de soportarlo, Sócrates, porque es sumamente tranquilo. Pero explícame dónde está
lo erróneo de la conclusión.
Sóc. Tienes una gran pasión por la discusión, Teodoro. Me agrada tu manera de considerarme como una
especie de bolsa llena de argumentos, e imaginar que puedo fácilmente sacar de ella una prueba que
nos muestre que nuestra conclusión es errónea. No te das cuenta de lo que en realidad ocurre: los
b argumentos nunca se originan en mí, sino que vienen de la persona con la que estoy hablando. Yo sólo
tengo la pequeña ventaja de poseer la habilidad de atrapar la sabiduría del prójimo en un razonamiento
y de someterlo a un buen examen. Por eso no daré ahora ninguna explicación por mí mismo, sino que
trataré de hallarla con nuestro amigo.
Teod. Muy bien, Sócrates, haz como dices.
c Sóc. Y bien, Teodoro, te diré qué es lo que me sorprende de tu amigo Protágoras.
Teod. ¿Qué cosa?
Sóc. Las palabras iniciales de su tratado. En general, me agrada la afirmación de que lo que parece a
cada uno también es; pero me sorprende que no haya comenzado su Verdad con estas palabras: la
medida de todas las cosas es el cerdo, o el cinocéfalo, o cualquier otra criatura aun más extraña, que
posea sensaciones. Hubiera sido, en verdad, algo magnífico, con esa presentación tan altanera que hace,
que nos dijera, mientras nosotros lo admirábamos por su sabiduría que estaba más allá de los mortales,
d que, en realidad, en cuanto al saber, no sólo no era superior a cualquier otro ser humano, sino que ni
siquiera era superior a un renacuajo. ¿Qué más podemos decir, Teodoro? Si lo que cada hombre cree,
como resultado de la percepción, es, sin lugar a dudas, verdadero para él; si, precisamente nadie es
mejor juez que uno mismo de sus propias experiencias, tampoco nadie tiene derecho a considerar si es
verdadero o falso lo que otro piensa, y si –como hemos dicho más de una vez- cada hombre ha de tener
para sí mismo sus propias creencias, que serán todas correctas y verdaderas,
e entonces, amigo mío, ¿dónde está la sabiduría de Protágoras que os justifique su capacidad de enseñar a
los demás y la paga generosa que recibe por ello? Y, ¿dónde está nuestra ignorancia o nuestra necesidad
de ir hacia él, y de sentarnos a sus pies, si cada uno de nosotros es la medida de su propia sabiduría?
¿Acaso debemos suponer que Protágoras hablaba así para halagar los oídos de la multitud? Nada digo
de mí mismo ni de la ridícula notoriedad de que goza mi arte de obstétrico, y, por lo mismo, toda esta
tarea de conversación filosófica; pues examinar y comprobar las nociones y
162a opiniones de uno y otros, para ver si ellas son correctas, es un tedioso y monstruoso despliegue de
tontería, si sucede que la Verdad de Protágoras es realmente verdadera y no se entretiene a sí misma
con oráculos proferidos desde el recóndito altar de su libro.
Teod. Como has dicho, Sócrates, Protágoras era mi amigo, y no quisiera que mis sentimientos sirvieran
para refutarlo. Por otra parte, no querría contradecir mis convicciones por refutarte a ti; en
consecuencia, es mejor que vuelvas a Teeteto, cuyas respuestas han demostrado siempre adecuarse
perfectamente a lo que tú quieres decir.
b Sóc. Si te encontraras en la palestra de Esparta, Teodoro, ¿te limitarías a mirar a los luchadores
desnudos -algunos de los cuales tienen un aspecto bastante lamentable- sin desnudarte tú mismo para
comparar tu propia estampa?
Teod. ¿Y por qué no, si me escucharan con gusto y no se opusieran, del mismo modo que espero
persuadirte de que me permitas continuar ahora observando? Ya no tengo agilidad a mis años; en lugar
de forzarme a seguir tus ejercicios, asegúrate el éxito con un joven más diestro que yo.
c Sóc. Bien, Teodoro, como dice el proverbio: “lo que a ti te gusta, no me disgusta a mí”. Retornaré,
pues, a la sabiduría de Teeteto, acerca del punto que acabamos de tratar: ¿no te sorprendería que
llegaras a ser de pronto más sabio que cualquier otro hombre o incluso que cualquier dios? ¿O no creer
que la sentencia de Protágoras se aplica tanto a los dioses como a los hombres?
Teet. Creo que sí, claro. Y te diré, respondiendo a tu pregunta que, en verdad, estoy muy sorprendido.
d Cuando discutíamos sobre el significado de lo que a cada uno le parece real, y lo es, en efecto, para
quien piensa así, la cosa me pareció bastante satisfactoria; pero, ahora, de pronto, toma un cariz muy
distinto.
Sóc. Esto te sucede, amigo, porque eres joven; prestas fácilmente oído a lo engañoso, y te convences.
Protágoras o su representante tendrían una respuesta para el caso. Dirían: “Buena gente que estáis ahí
sentados, jóvenes y viejos, todo esto es una trampa. Os detenéis demasiado en los dioses, cuya
existencia o no existencia me niego expresamente a discutir en mis discursos y en mis escritos y tenéis
en cuenta argumentos del vulgo como éste: ¡qué extraño que ningún ser humano sea más sabio que el
e más inferior de los animales! Dais por sentado lo que parece probable, sin ofrecer jamás ningún tipo de
prueba. Si un matemático como Teodoro razonara así en geometría, bien poca cosa sería considerado.
De modo que tanto vosotros como Teodoro debéis considerar si permitiréis que cuestiones de tanta
importancia como ésta sean resueltas apelando a la mera verosimilitud”.
Teet. Ni tú, Sócrates, ni nosotros, pensamos que esto sea correcto.
163 Sóc. Parece, entonces, que deberemos abordar la cuestión desde otro ángulo. ¿Acaso no es lo que
vosotros y Teodoro pensáis?
Teet. Ciertamente, debemos hacer eso.

19. Platón, Teeteto, 166a-167d (apología de Protágoras);


166d (Apología de Protágoras) Yo afirmo que la verdad es como la tengo escrita: a saber, cada uno de
nosotros es la medida de las cosas que son y de las que no son; ahora bien, infinitamente difiere uno de
otro exactamente en el hecho de que para uno existen y se le revelan unas cosas, y para otro, otras. Muy
lejos estoy de negar que existan la sabiduría y el sabio; sin embargo, sabio llamo yo a quien logre
cambiar a cualquiera de vosotros, de forma que lo que le parece y es para él malo, le parezca y se a para
él
e bueno... Recordad los términos de la conversación anterior: que al enfermo le parecen amargos los
alimentos que come y lo son, mientras para el que está sano son y le parecen todo lo contrario. No hay,
por tanto, que considerar más sabio ni a uno ni a otro
167a –porque ni siquiera sería posible- ni debe hacerse una acusación en los términos de que el enfermo es un
ignorante por sostener una opinión de esa naturaleza, mientras que el sano es sabio, por sostener una
opinión de naturaleza distinta. Por el contrario, se debe efectuar un cambio hacia la otra posición, ya
que la disposición segunda es mejor. Así también en la educación debe efectuarse un cambio de una
disposición hacia otra mejor. Ahora bien, el médico realiza ese cambio con medicinas, mientras el
sofista lo hace con discursos. Porque nadie ha conseguido que uno que sustenta opiniones falsas
mantenga, después, opiniones verdaderas. Ya que ni es posible mantener opiniones sobre cosas que no
existen, ni otras distintas a las experiencias, sino que
b éstas son siempre verdaderas. Más bien creo que quien, por efecto de una disposición perniciosa del
alma, sostiene opiniones coherentes con ese estado, una disposición adecuada le hace concebir otras
opiniones de igual carácter, opiniones que algunos, por inexperiencia, califican de verdaderas, y yo, en
cambio, mejores que las otras, pero, en modo alguno, más verdaderas. Y a los expertos en... cuerpos los
llamo médicos, y, si lo son en plantas, agricultores. Porque yo afirmo que también éstos, cuando alguna
planta está enferma, en lugar de sensaciones perjudiciales, les inducen otras
c sensaciones beneficiosas, saludables y verdaderas. Y, del mismo modo, digo que los oradores buenos y
sabios logran que las ciudades crean justo lo que es beneficioso, en lugar de nocivo, para ellas. Porque
lo que a cada ciudad le parezca justo y bello, lo es efectivamente para ella, en tanto sea valorado como
tal. Ahora bien, el sabio, en lugar de las opiniones particulares que resultan nocivas para los
ciudadanos, logra que parezcan y sean buenas aquellas otras que son beneficiosas. Por la misma razón,
el sofista, que tiene la capacidad de educar, por ese procedimiento, a los que acuden a él,
d es, para sus discípulos, sabio merecedor de un elevado pago. Y en ese sentido unos son más sabios que
otros y ninguno tiene opiniones falsas; y tú, quieras o no, debes soportar el ser medida: porque en esos
argumentos se sustenta la doctrina expuesta. [A propósito de lo justo y de lo injusto, de la piedad y la
impiedad, los seguidores de Protágoras pretenden sostener que no existe por naturaleza, con existencia
propia, ninguna de esas entidades, sino que aquello que parece bien a la opinión pública se vuelve
verdadero, desde el momento mismo en que se profesa dicha opinión y mientras se mantenga como
tal.]

20. Platón, Teeteto 170c-171c (auto-refutación)


170c Sóc. Entonces, Protágoras, ¿qué haremos con tu doctrina? ¿Diremos que lo que los hombres piensan es
siempre verdadero, o que a veces es verdadero y a veces falso? Pero, sea como fuere, los pensamientos
de los hombres no son siempre verdaderos. Fíjate, Teodoro. ¿Tú o algún partidario de Protágoras
sostendrá que nadie cree que hay personas ignorantes o que emiten juicios falsos?
Teod. Sería increíble, Sócrates.
d Sóc. No obstante, es consecuencia inevitable de la doctrina que hace del hombre la medida de todas las
cosas.
Teod. ¿Qué dices?
Sóc. Cuando en tu mente tienes formado un juicio respecto de algo y me lo expresas, concedamos que,
tal como dice la teoría de Protágoras, es verdadero para ti; pero ¿debe entenderse entonces que para
nosotros, tus compañeros, resulta imposible pronunciar cualquier juicio respecto del tuyo o que, de
poder, nos limitaremos a decir que tu opinión es verdadera? ¿no es más común encontrar centenares de
oponentes que expresan sus opiniones distintas de las tuyas y que sostienen en todo momento que tu
juicio y tu creencia son falsos?
e Teod. Pienso que sí, Sócrates, y, como dice Homero, que no sólo son centenares, sino decenas de
centenares, y que me causan todos los fastidios posibles.
Sócr. ¿Y qué? ¿Diremos en tal caso que la opinión que tú sostienes es verdadera para ti, y falsa para
esas decenas de centenares?
Teod. La doctrina parece implicarlo.
Sóc. ¿Y qué consecuencia debemos sacar de Protágoras mismo? ¿No sería acaso ésta: si suponemos que
él ya no creía más en que el hombre era la medida, y si tampoco lo creía el resto de la gente -como
realmente ocurrió- entonces la Verdad sobre la que
171a escribió no es verdadera para nadie? Sí, por otra parte, creía en ella, pero la mayoría de la gente no
estaba de acuerdo con él, entonces, como ves, la doctrina es más falsa que verdadera, pues los que
creen que es verdadera son muchos menos que los que creen que es falsa.
Teod. Esto es lo que se deduce de afirmar que la verdad o la falsedad varía según la opinión individual.
Sóc. Sí, y también esto implica una conclusión muy sutil. Protágoras, al admitir –como lo hace- que la
opinión de cada uno es verdadera, debe reconocer la verdad de la creencia de quien se le opone, cuando
alguien cree que él está equivocado.
Teod. Por cierto.
b Sóc. Es decir, debe admitir que su propia creencia es falsa, si admite que es verdadera la creencia de
quienes piensan que él está equivocado.
Teod. Necesariamente.
Sóc. Pero los otros, por su parte, no admiten estar equivocados.
Teod. No.
Sóc. Mientras que Protágoras, en cambio, de acuerdo con lo que escribió, admite que la opinión de
ellos es tan verdadera como cualquier otra.
Teod. Evidentemente.
Sóc. Desde todo punto de vista, entonces, incluido el del mismo Protágoras, su opinión podría ser
discutida, o, más bien, el propio Protágoras se ha de asociar al
c consenso general. Cuando admita la verdad de alguien que se opone a su propia opinión, Protágoras
deberá admitir que ni un perro ni un transeúnte cualquiera puede ser medida de algo que no haya
entendido, ¿no es así?
Teod. Así es.
Sóc. Y puesto que puede ser refutada por cualquiera, la Verdad de Protágoras no es verdadera para
nadie, ni para él mismo ni para ningún otro.

21. Platón, Teeteto 177c-179b


177c Soc. – Muy bien. Pienso que el punto al que habíamos llegado era éste: decíamos que los que creen en
una realidad que cambia continaumente y en la doctrina de que lo que le parece a cada uno en algún
momento es así para él, mantendrían con todo rigor, en lamayoría de lso casos , su principio, y no
menos cuando se trate de lo que es justo, donde ellos sotendrían que todos losso decretos que un Estado
puede establecer son sin duda justos para ese Estado mientras tengan vigencia; pero en lo que se refiere
d a lo que es bueno, dijimos que el más osado no llegaría al extremo de discutir que cualquier cosa que
un Estado puede creer y declarar benficiosa para sí mismo es, en verdad, beneficiosa durante todo el
tiempo que se decida que sea, a menos que quisiera decir que la palabra “beneficiosa” continuará
aplicándose de esa manera; pero ello sería convertir a nuestro tema en una broma.
Teod. - Por cierto.
e Supondremos, entonces, que no se refiere al nombre, sino que tiene en vista la cosa que lo lleva.
Teod. - Así lo haremos.
Sóc. - Cualquier sea el nombre que el Estado le dé, el beneficio es seguramente el objeto de su
legislación, y todas sus leyes, en el más amplio alcance de sus pensamientos y posibilidades, se
establecen para su propio y mejor provecho. ¿O se tiene presente algún otro objeto cuando se hacen las
leyes?
178a Teod. - Ningún otro.
Sóc. - Entonces, ¿aciertan en todos los casos?¿O a menudo todos los estados yerran completamente su
objetivo?
Teod. - Diría que a menudo se cometen errores
Sóc. - Todavía podemos tener una oportunidad mejor que hacer que todos estén de acuerdo con esto, si
comenzamos con una pregunta que abarque la clase entera de cosas en las que están incluidas las
beneficiosas. Es, sugiero, algo que tiene que ver con el futuro. Cuando legislamos, hacemos nuestras
leyes con la idea de que serán beneficiosas en el futuro. Podemos llamar a esta clase la de ‘lo que ha de
ser’.
b Teod. - Efectivamente.
Sóc. - He aquí entonces la pregunta para Protágoras o para cualquier otro que piense como él. De
acuerdo contigo y con tus amigos, Protágoras, el hombre es la medida de todas las cosas –de lo blanco,
lo pesado, lo liviano y las restantes de esa índole. Posee en sí mismo la norma de esas cosas y creyendo
que son tales como él las experimenta, cree en lo que es verdadero y real para él. ¿No es así?
Teod. - Así es.
c Sóc. - ¿Es también verdad, Protágoras, que posee el hombre dentro de sí mismo la medida de lo que
va a ser en el futuro, y que aquello que cree que ha de ser sucederá en realidad para quien así lo cree?
Consideremos, por ejemplo, el calor. Cuando algún lego cree que va a afiebrarse y que va a producirse
en él un calor, y otro, que es médico, cree lo contrario, ¿vamos a suponer que el hecho futuro va a
ocurrir de acuerdo con una de las dos opiniones, o de acuerdo con ambas, de tal modo que para el
médico el paciente no sentirá calor, ni tendrá fiebre, mientras que para el paciente se producirán, según
él cree, tanto una cosa como la otra?
Teod. - Sería absurdo.
d Sóc. - Y en el caso de si un vino ha de ser dulce o no, supongo que el juicio del viticultor es autorizado
y, en cambio, no lo o enseñaban Demócrito y Platón, al refutar a Protágoras. Puesto que si toda
representación es verdadera, también será verdadera la proposición de que no toda representación es
verdadera, en cuanto subyace a ella una representación, Y, en consecuencia, la proposición de que toda
representación es verdadera resultará ser falsa. es del flautista
Teod. - Por supuesto
(…) Pero no discutiremos aún sobre lo que es o ha sido agradable a alguien, sino sobre lo que en el
futuro parecerá y será para cada uno ¿Es todo hombre el mejor juez de sí mismo, o caso tendrías tú
anticipadamente, Protágoras –por lo menos en lo que se refiere a los argumentos que cualquiera de
nosotros consideraría convenientes para una corte de justifica- una opinión mejor que cualquier persona
sin experiencia?
Teod. - Ciertamente, Sócrates, en ese asunto él se considera abiertamente superior a todo el mundo.
179a Sóc. - ¡Bendita sea tu alma! Tendría que habérmelo imaginado. Nadie habría pagado sumas tan fuertes
para hablar con él, a no ser que hubiese convencido a la gente que iba hacia él de que nadie,
quienquiera que fuera, ni aun un profeta, juzgaría mejor que él lo que va a ser y parecer en el futuro.
Teod. - Por cierto que sí.
Sóc. - Y también la legislación y el problema de lo beneficioso son asuntos que tienen que ver con el
futuro, y nadie dejará de reconocer que un estado, cuando hace sus leyes, yerra a menudo al buscar lo
que es más beneficioso.
Teod. - Indudablemente.
Sóc. - Entonces, con toda razón, podemos decirle a tu maestro que debe admitir que un hombre sea más
sabio que otro y que el más sabio sea la medida, mientras que un ignorante como yo no ha de ser de
ninguna manera el más indicado para se tomado como medida, pretensión que –me agradara o no- se
concluía del discurso que hicimos en defensa de Protágoras.
Teod. - Pienso que ése es el aspecto más débil de la teoría, Sócrates, aunque ella también es vulnerable
por el hecho de que vuelve válidas las opiniones de los demás cuando éstas sostienen que las
afirmaciones de Protágoras son totalmente falsas.

22. Aristóteles, Metafísica XI 6, 1062b12-19


Próximo a las opiniones expuestas está también el dicho de Protágoras. Pues éste dijo también que el
hombre es medida de todas las cosas, con lo que no quería decir sino que lo que a cada cual le parece,
eso también es firmemente. Pero si esto es así, sucede que la misma cosa es y no es, es mala y buena, y
los demás predicados que corresponden a expresiones opuestas, por aquello de que esta cosa les parece
ser bella a unos y a otros lo contrario, y que la medida es lo que a cada cual le parece.

23. DK 80 A 15 (Sexto Empírico, Contra los matemáticos VII 389) (auto-refutación)


No se puede decir, por tanto, que toda representación sea verdadera, por la posibilidad de retorcer el
argumento, tal como enseñaban Demócrito y Platón, al refutar a Protágoras. Puesto que si toda
representación es verdadera, también será verdadera la proposición de que no toda representación es
verdadera, en cuanto subyace a ella una representación. Y, en consecuencia, la proposición de que toda
representación es verdadera resultará ser falsa.

III. GORGIAS

24. Gorgias, 82 B 3: Sobre el no ser o sobre la naturaleza (Sexto Empírico, Adv. Math. VII, 65ss.)

§ 65. Gorgias de Leontinos pertenecía al mismo grupo de los que eliminan el criterio, pero no según el
mismo punto de vista de los del círculo de Protágoras.(1) Pues en su escrito Sobre el no ser o sobre la
naturaleza establece tres proposiciones principales. En primer lugar, que nada es; en segundo lugar,
que si es, no puede ser aprehendido por los hombres;(2) en tercer lugar, que si puede ser aprehendido,
es, sin embargo, incomunicable e inexpresable a los demás.(3)
§ 66.Concluye que nada es de esta manera: si es, es lo que es o lo que no es o lo que es y lo que no es.
Pero ni lo que es es, como establecerá, ni lo que no es, como justificará; ni lo que es y no es, como
también enseñará. En definitiva, no hay nada que sea.(4)
§ 67. Y, ciertamente, lo que no es no es. Pues si lo que no es es, será y no será a la vez. En efecto, en
tanto es pensado como algo que no es, no será; pero, en tanto es algo que no es, inversamente será. Pero
sería completamente absurdo que algo sea y no sea a la vez. En definitiva, lo que no es no es.(59 Y por
otro lado, si lo que no es es, lo que es no será, pues son mutuamente contrarios; y si a lo que no es le
corresponde el ser, a lo que es le corresponderá el no ser. Pero no es el caso que lo que es no sea; por
tanto, tampoco será lo que no es.(6)
§ 68. Sin embargo, tampoco lo que es es. Pues si lo que es es, o es eterno o generado o eterno y
generado a la vez. Pero ni es eterno ni generado ni ambos, como mostraremos. En definitiva, lo que es
no es.(7) En efecto, si lo que es es eterno (se debe comenzar por aquí), no tiene ningún principio.
§ 69. Pues todo lo generado tiene algún principio, pero lo que es eterno, considerado en tanto
inengendrado, no tiene principio. Sin embargo, lo que no tiene principio es infinito. Pero si es infinito
no está en ninguna parte. Pues si está en alguna parte, aquello en lo que está es diferente de él mismo y
así de ningún modo será infinito lo que está contenido en algo. Pues el recipiente es más grande que el
contenido, pero nada es más grande que el infinito, de modo que el infinito no está en ningún lugar.
§ 70. Y tampoco está contenido en sí mismo. Pues serán lo mismo aquello en lo que estaría y lo que
está en él. Y lo que es llegará a ser dos, espacio y también cuerpo: aquello en lo que estaría es espacio y
aquello que estaría en el él es cuerpo. Pero esto es absurdo. Por tanto, lo que es tampoco está en sí
mismo. De modo que si lo que es es eterno, es infinito, y si es infinito, no está en ninguna parte, y si no
está en ninguna parte, no es. Por tanto, si lo que es es eterno, por principio tampoco es algo que es. (8)
§ 71. Y tampoco lo que es puede ser generado. Pues si es generado, ha sido generado a partir de lo que
es o de lo que no es. Pero no ha sido generado a partir de lo que es. En efecto, si es algo que es, no ha
sido generado sino que ya es. Ni a partir de lo que no es. Pues lo que no es no puede generar algo,
puesto que el generador debe por necesidad participar de alguna existencia. En definitiva, lo que es no
es generado.(9)
§ 72.Según esto mismo, tampoco puede ser ambos, eterno y generado a la vez. Pues estas cosas se
suprimen la una a la otra, y si lo que es es eterno, no se ha generado y si se ha generado, no es eterno.
Por tanto, si lo que es no es ni eterno, ni generado ni ambos, lo que es no sería.(10)
§ 73. Y por otro lado, si es, es uno o múltiple. Pero no es uno ni múltiple, como será establecido. En
definitiva, lo que es no es. Pues si es uno, o es cantidad, o continuo, o magnitud o cuerpo. Pero
cualquiera que sea de estos, no es uno: considerado en tanto cantidad será divisible, siendo continuo
será divisible. De igual modo, pensado como magnitud no será indivisible y como cuerpo será triple:
pues también poseerá largo, ancho y profundidad. Pero es absurdo decir que lo que es no es nada de
esto. En definitiva, lo que es no es uno. (11)
§ 74. Y tampoco es múltiple. Pues si no es uno, tampoco es múltiple. En tanto lo múltiple es una
síntesis de unidades, al eliminar lo uno se elimina conjuntamente lo múltiple.(12) En consecuencia, es
manifiesto a partir de esto que ni es lo que es ni es lo que no es.
§ 75. Resulta fácilmente demostrable que tampoco es ambos a la vez, lo que es y lo que no es.(13) Pues
si verdaderamente lo que no es es y lo que es es, serán lo mismo, en cuanto al ser, lo que no es que lo
que es. Y por eso no es ninguno de esos dos. En efecto, que lo que no es no es, es algo convenido. Y ha
quedado mostrado que lo que es es considerado lo mismo que eso. Por tanto, éste [lo que es] no será.
(14)
§ 76. Y por otro lado, si verdaderamente lo que es es lo mismo que lo que no es, no es posible que sean
ambos, pues si son ambos, no son lo mismo y si son lo mismo, no son ambos. De esto se sigue que
nada es.(15) Pues si no es lo que es, ni lo que no es, ni ambos y fuera de esto no hay nada pensable,
nada es.(16)
§ 77. Pero debe demostrarse a continuación que aun en el caso de que algo sea, es incognoscible e
impensable para el hombre.(17) Pues si las cosas pensadas, dice Gorgias, no son cosas que son, lo que
es no es pensado. Y esto es conforme a razón: pues del mismo modo que si correspondiera a las cosas
pensadas ser blancas, también correspondería a las cosas blancas ser pensadas, si correspondiera a las
cosas pensadas no ser cosas que son, por necesidad correspondería a las cosas que son no ser pensadas.
§ 78. Por esto sana y salva es la conclusión: “si las cosas pensadas no son cosas que son, lo que es no es
pensado”.(18) Y, por cierto, las cosas pensadas (pues así hay que comenzar) no son cosas que son,
como estableceremos.(19) En definitiva, lo que es no es pensado. Y que las cosas que son pensadas no
son cosas que son, es manifiesto.
§ 79. Pues si las cosas pensadas son cosas que son, todas las cosas pensadas son y tal como alguien las
piensa, lo cual no es evidente. Pues no es el caso que si alguien piensa que el hombre vuela o los carros
corren por el mar, al punto el hombre vuela o los carros corren por el mar. De modo que las cosas
pensadas no son cosas que son. (20)

§ 80. Además de estas cosas, si las cosas pensadas son cosas que son, las cosas que no son no serán
pensadas. Pues a los contrarios les corresponden cosas contrarias, y contrario a lo que es es lo que no
es. Y por esto, si a lo que es le corresponde el ser pensado, a lo que no es le corresponderá totalmente el
no ser pensado. Pero esto es absurdo, pues también Escila y Quimera y muchas cosas que no son son
pensadas.(21) En definitiva, lo que es no es pensado.
§ 81. Así como las cosas visibles se dicen visibles por esto, porque se ven, y las cosas audibles, [se
dicen] audibles por esto, porque se oyen, y no rechazamos las cosas visibles porque no se oyen ni
desdeñamos las cosas audibles porque no se ven (pues cada una debe ser juzgada por su sensación
propia y no por otra), así también las cosas pensadas, aunque no se las vea con la vista ni se las oiga
con el oído, serán por el hecho de ser aprehendidas por su criterio propio.
§ 82. Así, si alguien piensa que los carros corren por el mar, aunque no vea estas cosas, debe creer que
hay carros que corren por el mar. Pero esto es absurdo. En definitiva, lo que es no es pensado ni
aprehendido.(22)
§ 83.Y aunque fuera aprehendido, sería incomunicable a otro. Pues si las cosas son visibles y audibles
y, en general, perceptibles, las cuales precisamente subsisten afuera, de estas cosas las visibles son
aprehendidas por la vista y las audibles por el oído, pero no a la inversa, ¿cómo pueden ser reveladas a
otro?
§ 84. Pues aquello con lo cual las revelamos es el discurso, pero el discurso no es ni las cosas que
subsisten ni las cosas que son. En definitiva, no revelamos a los demás las cosas que son sino el
discurso, que es diferente de las cosas que subsisten. Del mismo modo que lo visible no se vuelve
audible ni a la inversa, lo que es no podría volverse discurso nuestro, puesto que subsiste afuera.(24)
§ 85.Y al no ser discurso, no podría manifestarse a otros. El discurso, dice, se constituye a partir de las
cosas que nos sobrevienen desde afuera, es decir, de las cosas perceptibles. Pues a partir del encuentro
con el sabor se genera en nosotros el discurso emitido sobre esta cualidad, y a partir de la incidencia del
color, el que emitimos sobre el color. Pero si esto es así, no es el discurso el que expone el afuera, sino
que el afuera revela el discurso.(25)
§ 86.Por otra parte, no es posible decir que aquel modo en que las cosas visibles y audibles subsisten,
así también [le corresponde] al discurso, de suerte que sea posible que las cosas que subsisten y son
sean reveladas a partir de lo mismo que subsiste y es. Pues si también el discurso subsiste, dice, difiere,
sin embargo, del resto de las cosas que subsisten, y los cuerpos visibles difieren sumamente de los
discursos. En efecto, lo visible es captado por un órgano y el discurso por otro diferente. En definitiva,
la mayoría de las cosa que subsisten no las muestra el discurso, como tampoco aquellas exhiben su
recíproca naturaleza.(26)
§ 87 Siendo tales las dificultades planteadas por Gorgias, a partir de ellas el criterio de verdad en
cuanto tal desaparece. Pues de aquello que no es ni puede ser conocido ni [puede ser] expuesto a otro,
por naturaleza, no sería posible ningún criterio. (27)

25. Gorgias, Encomio de Helena (DK 82B11)

§1. Orden(1) para una ciudad es la valentía de sus hombres, para un cuerpo, la belleza, para un alma, la
sabiduría, para una acción, la excelencia, para un discurso, la verdad.(2) Lo contrario de estas cosas es
desorden. Hombre y mujer, discurso y obra, ciudad y acción, lo digno de elogio hay que honrarlo con el
elogio, pero lo indigno cubrirlo de vituperio. Pues un mismo error e ignorancia hay en censurar lo
elogiable que en elogiar lo vituperable.(3)
§2. Es propio del mismo hombre proclamar rectamente lo debido y refutar a los que censuran a Helena,
mujer acerca de la cual han sido unánimes en voz y en sentir tanto la credibilidad del auditorio de los
poetas como la fama de su nombre, que se ha convertido en recuerdo de las desgracias.(4) Yo quiero,
proporcionando un cierto razonamiento con mi discurso, hacer cesar la acusación respecto de la mal
afamada, exponer que los que la censuran mienten, mostrar lo verdadero y hacer cesar la ignorancia.(5)
§3. Que, en efecto, por naturaleza y por estirpe lo primerísimo entre los primeros hombres y mujeres es
la mujer sobre la que versa este discurso no es oscuro ni aun para unos pocos. Pues es claro que su
madre era Leda y su padre, el dios del que nació, aunque un mortal lo fue de nombre, Tíndaro y Zeus,
de los cuales este fue considerado tal por serlo, el otro fue llamado así por proclamarlo, y el uno era el
más poderoso de los hombres, el otro, rey de todo.(6)
§4. Nacida de estos padres tuvo la belleza de una diosa, que una vez recibida poseyó sin ocultar.
Despertó en muchos muchísimos deseos de amor y con un solo cuerpo congregó muchos cuerpos de
hombres que planearon en grande grandes empresas, unos que tenían enormidad de riqueza, otros, una
reputación de antigua estirpe, otros, el vigor de la propia fuerza, otros, la potencia de la sabiduría
adquirida. Y todos habían acudido por un amor deseoso de victoria y por una invencible sed de
gloria.(7)
§5. Quién y por qué y cómo colmó el amor habiendo tomado a Helena, no lo diré, pues decir a los que
saben lo que saben tiene credibilidad, pero no comporta deleite.(8) Yendo ahora con mi discurso más
allá del tiempo aquel, abordaré el principio del discurso que he de dar y presentaré las causas por las
cuales era verosímil que acaeciera la partida de Elena a Troya.(9)
§6. En efecto, ya sea por designios de la fortuna y por decisiones de los dioses como por decreto de la
necesidad hizo lo que hizo, o raptada por la fuerza, o persuadida por las palabras, o arrebatada por el
amor.(10) Si fue, entonces, por lo primero, el responsable merece ser responsabilizado; pues es
imposible impedir el afán de un dios con previsión humana, ya que por naturaleza no es lo más fuerte
impedido por lo más débil, sino que lo más débil es gobernado y conducido por lo más fuerte, y así lo
más fuerte conduce y lo más débil lo sigue. El dios es más poderoso que el hombre en fuerza, sabiduría
y demás cosas. En consecuencia, si se debe atribuir la responsabilidad a la fortuna y al dios, entonces se
debe liberar a Helena de la mala fama.(11)
§7. Si fue arrebatada por la fuerza, forzada fuera de toda ley e injustamente violentada, es evidente que
el que la raptó al violentarla cometió injusticia, en cambio la que fue raptada al ser violentada cayó en
el infortunio. Sucede que el bárbaro que emprendió la bárbara empresa con la palabra, con la ley y con
la acción es digno de culpa por la palabra, de deshonra por la ley, de castigo por la acción. En cambio,
la que fue forzada y privada de la patria y dejada huérfana de los seres queridos ¿cómo, con toda
verosimilitud, no sería compadecida más bien que difamada? Pues él hizo cosas terribles, ella, en
cambio, las padeció. Por consiguiente es justo a la una compadecer, al otro, odiar.(12)
§ 8. Si fue la palabra la que persuadió y engañó al alma, con relación a esto tampoco es difícil hacer
una defensa y liberarla de la acusación de la siguiente manera.(13) La palabra es un poderoso soberano
que con un cuerpo pequeñísimo y del todo invisible lleva a término las obras más divinas.(14) Pues es
capaz de hacer cesar el miedo y mitigar el dolor, producir alegría y aumentar la compasión.(15).
Mostraré cómo son estas cosas,
§9. ya que es necesario también mostrarlo a la opinión del auditorio. La poesía toda yo la considero y la
llamo palabra con metro.(16) A los que la escuchan los invade un escalofrío terrorífico, una compasión
que arranca lágrimas y una aflicción doliente, y a partir de la buena fortuna y las desventuras de otras
acciones y cuerpos, el alma, por efecto de las palabras, padece una afección propia.(17) A continuación
debo cambiar el argumento y pasar a otro.
§10. Así los encantamientos inspirados a través de las palabras provocan placer y ahuyentan el dolor,
pues al mezclarse con la opinión del alma, el poder del encantamiento la hechiza, la persuade y la
transforma por medio de su seducción.(18) De la seducción y la magia se han descubierto dos técnicas
que son errores del alma y engaños de opinión.(19)
§11. ¡Cuántos persuadieron a cuántos y sobre cuántas cosas, y siguen persuadiendo modelando un
discurso falso!(20) Si todos tuviesen recuerdo de todas las cosas pasadas, comprensión de las cosas
presentes y previsión de las futuras, la palabra, aun siendo semejante, no se comportaría de modo
semejante; mas ahora no resulta fácil recordar el pasado, investigar el presente ni adivinar el futuro, de
modo que con relación a la mayoría de las cosas, la mayoría tiene a la opinión como consejera de
alma.(21) La opinión, al ser vacilante e insegura, envuelve a quienes hacen uso de ella en fortunas
vacilantes e inseguras.(22)
§12. ¿Qué causa impide que sobrevinieran a Helena encantamientos, no siendo ya joven, de modo
semejante a como si hubiese sido arrebatada por la fuerza? Pues la fuerza de la persuasión por la cual
se dio este pensamiento, que efectivamente fue necesario, no merece injuria sino que tiene una fuerza
propia.(23) Pues el discurso que persuadió al alma obliga a la que persuadió a obedecer lo dicho y a
consentir lo hecho.(24) El que persuadió, en tanto la obligó, comete injusticia, en cambio la que fue
persuadida, en cuanto fue obligada por la palabra, en vano goza de mala fama.(25)
§13. Y que la persuasión, cuando se agrega a la palabra, impresiona al alma como quiere, es necesario
aprenderlo primero con relación a los discursos de los meteorólogos, quienes quitando una opinión e
introduciendo otra, hicieron que las cosas increíbles y oscuras aparezcan a los ojos de la opinión.(26)
En segundo lugar, hay que comprender los perentorios combates verbales en los que un solo discurso
escrito con arte deleita y persuade a una gran multitud, aunque no sea dicho con verdad.(27) Tercero,
las contiendas de los discursos de los filósofos en los que se expone también la rapidez del
pensamiento, que hace que la credibilidad de la opinión cambie fácilmente.(28)
§14. La misma relación tiene el poder del discurso con respecto a la disposición del alma que la
disposición de fármacos con relación a la naturaleza de los cuerpos.(29) Pues así como entre los
fármacos, unos extraen del cuerpo algunos humores y otros, otros, y hacen cesar ya sea la enfermedad,
ya sea la vida, así también de los discursos, unos causan dolor, otros, deleite, otros temor, otros
provocan audacia en quienes los escuchan, mientras que otros envenenan y hechizan el alma con una
persuasión maligna.(30)
§15. Y que si fue persuadida por el discurso no cometió injusticia, sino que sufrió infortunio, ya ha sido
dicho. Paso ahora a la cuarta causa con el cuarto argumento. Pues si el amor fue el que hizo todas estas
cosas, no difícilmente escapará ella de la responsabilidad del error en que se dice que incurrió.(31)
Puesto que las cosas que vemos no tienen la naturaleza que nosotros queremos sino la que a cada una
cupo en suerte, a través de la vista el alma recibe una impresión incluso en sus maneras.(32)
§16. Por ejemplo, cuando la vista contempla cuerpos enemigos y un orden enemigo con equipamiento
hostil de bronce y de hierro, el uno para defensa, el otro para ataque, es perturbada y perturba al alma,
de modo que con frecuencia <los hombres> huyen presos de pánico de un peligro futuro como si lo
hubiese.(33) Poderosa, la fuerza de la ley es dejada de lado a causa del temor que viene de la visión, la
que, cuando llega, lleva a renunciar tanto a la belleza determinada por la norma como al bien nacido de
la victoria.(34)
§17. E incluso algunos, habiendo visto cosas terroríficas, en ese momento se ven privados del
discernimiento que en dicho momento tenían. A tal punto el miedo sofoca y elimina el pensamiento.
Muchos caen en vanos esfuerzos, en terribles enfermedades y en locuras incurables. Así la vista graba
en el pensamiento imágenes de las acciones vistas. Por cierto, se dejan de lado muchas otras cosas que
nos provocan miedo, pero las que se dejan de lado son semejantes a las mencionadas.(35)
§18. Por otro lado, los pintores, cuando a partir de muchos colores y cuerpos completan con perfección
un solo cuerpo y figura, deleitan a la vista. La creación de estatuas humanas y el tallado de esculturas
proporcionan a los ojos un dulce espectáculo. Así unas cosas por su naturaleza disponen a la vista a
sufrir, otras a desear. Muchas consiguen provocar en muchos amor y deseo de muchas acciones y
cuerpos.(36)
§19. Si, pues, el ojo de Helena, complacido con el cuerpo de Alejandro, provocó afán y deseo de amor
a su alma, ¿qué tiene de sorprendente? Si amor es un dios, ¿cómo sería capaz de apartar y repeler la
potencia divina de los dioses el que les es inferior? Y si amor es enfermedad humana e ignorancia del
alma, eso no se debe censurar como un error sino considerarse una desdicha. Pues ella se marchó
cuando se marchó por los asedios de la fortuna, no por deliberaciones de la mente, y por necesidades
del amor, no por recursos del arte.(37)
§20. ¿Cómo va a ser necesario considerar justo el vituperio de Helena, la cual ya sea enamorada, ya sea
persuadida por la palabra, ya sea arrebatada por la fuerza o forzada por la necesidad divina hizo lo que
hizo y escapa totalmente a la responsabilidad?(38)
§21. Quité con el discurso la mala fama de una mujer, permanecí dentro de la norma que establecí al
comienzo del discurso, intenté poner fin a la injusticia de un vituperio y a la ignorancia de una opinión,
quise escribir este discurso como encomio de Helena y, por otro lado, para mi propio juego.(39)

Fuentes
Aristófanes, Nubes, trad. de P. Cavallero et al., Buenos Aires, OPFyL, 2007.
Aristóteles, Metafísica, trad. de T. Calvo Martínez, Madrid, Gredos, 1994.
Aristóteles, Refutaciones sofísticas, en Tratados de lógica (Organon), trad. de M. Candel San Martín,
Madrid, Gredos, 1982, vol. I.
Filóstrato, Vidas de los sofistas, trad. de M. C. Giner Soria, Madrid, Gredos, 1982.
Gorgias, Sobre el no ser, trad. de M. E. Díaz – P. Spangenberg, Buenos Aires, Ediciones Winograd,
2011.
Gorgias, Encomio de Helena, trad. de M. C. Davolio - G. E. Marcos – Buenos Aires, Ediciones
Winograd, 2011.
Platón, Hipias Menor, trad. de J. Calonge, Madrid, Gredos, 1981, vol. I.
Platón, Hipias Mayor, trad. de J. Calonge, Madrid, Gredos, 1981, vol. I.
Platón, Protágoras, trad. de M. Divenosa, Buenos Aires, Losada, 2006.
Platón, Gorgias, trad. de J. Calonge, Madrid, Gredos, 1992, vol. II.
Platón, República, trad. de M. Divenosa y C. Mársico, Buenos Aires, Losada, 2005.
Platón, Teeteto, trad. de N. L Cordero y M. D. Ligatto (en Cornford, F., La teoría platónica del
conocimiento. El Teeteto y el Sofista: traducción y comentario, Buenos Aires, Paidós, 1968).
Platón, Sofista, trad. de N. L Cordero, Madrid, Gredos, 1988, vol. V.

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