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Payback, Lucas García

32 MINUTOS EN LA TRANCA. Vehículos que se apilan en una línea infinita hacia adelante y hacia
atrás. El taxista pone Luis Miguel. Una ranchera engolada. Enciende un cigarrillo. Comienza a
hablar.

“me despertó el sonido del bombazo. Tres de la mañana. El vecino, borracho hasta las metras. Yo
tenía un Fairline 500 en aquella época. Rojo, con unas franjas blancas a los lados, igualito al de
Starsky y Hutch. El tipo llegó con su pedazo de Impala y le reventó el parachoques. Al Impala no le
pasó nada. Bajé a resolver el asunto. Te podrás imaginar. Tres de la mañana, en calzoncillos,
resolviendo un choque. Tremenda película. El tipo no podía ni pararse. Olía a ron a cuatro metros.
En el asiento de atrás le vi par de botellas de Cacique, un poco de vasos de plástico. Eso sí, el tipo
se portó como un caballero. Estaba hasta el culo pero se las sabía todas. Me trato de usted. Pidió
disculpas. Dijo que había calculado mal la curva. Que él se hacía cargo. Que tenía un primo o algo
así que era un portento en latonería. Me dio su teléfono. Quedamos en llevar el carro al taller la
mañana siguiente.

“Allí empezó el guabineo. A la mañana siguiente no me contestó. El Impala no estaba. Fui a su


casa, hablé con su mujer, una morena bajita que estudiaba peluquería. Parecía un hámster con
tetas. Dijo que su marido estaba trabajando pero que iba a cuadrar el asunto. Empecé a ponerme
nervioso. Toda la semana fue el mismo cuento. Intentaba precisarlo y se me desaparecía. La mujer
con esa cara de roedor diciéndome todo el tiempo que “salió a trabajar temprano pero le está
cuadrando el asunto”. Por aquí…

“Entonces lo pillé el viernes. Me quede despierto toda la noche esperando a que llegara. A las
doce en punto se aprecio. Rascadísimo. Con dos panas. Unos tipos con pinta de maracuchos,
aindiados, con las camisas abotonadas hasta el cuello. Una mierda presidiaria de bola. Los
intercepté entrando a la casa. Llevaban una cava de anime de las grandes. Estaba abierta y se veía
un poco de hielo y mazingers de anís. Me dio como un escalofrío en la espalda. Esa vaina es para
volverse loco, papá, soltar coñazos. Cuando me vio sacó el pecho. Cero caballerosidad. Cero.
Estaba sobradísimo. No me dejó ni empezar. Dijo que me olvidara del choque. Que había sido mi
culpa, que el Fairline estaba “mal aparcado,”. Así mismo dijo: “mal aparcado” ¿no te jode? Los
maracuchos lo apoyaban. Tenían los brazos llenos de tatuajes y caracas de recién salidos ¿sabes?
Pabellón de asesinos y violadores, the guajira mafia, papá. Puse mi mejor cara de pendejo. Metí el
rabo entre las piernas. Me aleje mientras me ofrecían unas manos. Me amenazó a gritos con
romperme los vidrios ¿ah? Rojo. Bañando de saliva a los maracuchos. Alto psicópata. Alto
psicópata.
“Me hice el loco tres meses. Yo soy fan de El Padrino ¿tú sabes? Marlon Brando, Pacino. Los
Corleone, pana. Esos tipos saben su vaina. El viejo decía que la venganza es un plato que se sirve
frio. No hablaba de la pasta chuta, jaja, hablaba de la paciencia. De hacer las vainas pensadas y al
rato, para que crean que se te olvidó y los pilles con los pantalones abajo. Yo me aprendí mi
venganza Corleone al pelo. Al pelo. A los tres meses fueron vacaciones. Me puse a decir por ahí
que me iba para la playa, a pasar el rato a casa de mi mamá. Se lo dije al del abasto, al de la
panadería. Al tipo de las birras. Todos. El fin de semana metí a la propia y a los chamos en el carro,
con unas toallas y un poco de muñecos inflables. Nos fuimos a casa de mi vieja en Higuerote. En la
noche esperé a que diera la una y me fui.

“llegué a una bomba. Le di unos billetes al encargado y me dio unos litros de gasolina. Se supone
que no te dejan comprarla sino es para el tanque, pero tú sabes cómo es la vaina, por la plata baila
el mono.

“Luego me fui para la calle. Todos dormían. El Impala esta aparado frente a la casa del tipo. Me
deslicé con el pote de gasolina. Entre las sombras. Tranquilo y silencioso como Bruce Lee. Regué la
gasolina sobre el capó. Sobre el techo, las ruedas, las puertas. Luego le prendí fuego. Salí
corriendo. Me monté en el carro y solo me volteé una vez. El Impala ardía por todos lados. La calle
estaba toda de anaranjado y amarillo. Era glorioso. Parecía una película de Chuck Norris…

“Pasé el fin de semana en la playa. Comí pescado, me bebí unas frías frente al mar, raquetica de
goma con los chamos. . Tú sabes, el clásico. Nos volvimos el lunes en la tarde. El Impala se había
quemado completo. Cauchos derretidos, vidrios explotados. Lo que quedaba estaba en el medio
de una enorme mancha negra, papá. Parecía el hueco que queda después de que se estrella un
meteorito, vale. Me contaron que alguien llamó a los bomberos. Llegaron al rato. El fuego estaba
muy avanzado. Sólo se aseguraron de que no se extendiera. El tipo salió medio dormido,
enratonadísimo. Se puso a gritar. Histérico de bolas, sin camisa. Quiso caerse a golpes con los
bomberos. Lanzó unos tobos de agua que no hicieron mierda. El Impala quedó pérdida total.

“La policía ni me llamó. El tipo ni siquiera sospechó de mí. Perdió la chaveta, se le fueron las
metras. También era taxista. Se ganaba la vida con el carro pero ni siquiera lo tenía asegurado. El
propio balurdo. La mujer lo botó para el carajo. Se lo calaba borracho y con plata pero limpio y sin
carro ni de vaina. No volví a saber de él. Bueno, no, mentira, creo que una vez lo vi en la autopista.
De buhonero. Vendía unas toallitas para el carro ¿sabes? De las amarillas…

El taxista enciende otro cigarro. Contempla el tráfico inmóvil a través de la punta incinerada.
Sonríe. Recuerda las formas del fuego. El Impala ardiendo en medio de la noche.

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