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DOCENTE & ESTUDIANTE

¡En busca del estudiante modelo!

Introducción

Es tarea del docente iniciar las relaciones iniciales con el estudiante, para ello
necesita participar activamente y conocer a sus estudiantes. Los docentes deben adaptar
sus estrategias de enseñanzas al modo de cómo aprenden sus estudiantes. Por su parte
los estudiantes necesitan conectarse a lo que están aprendiendo a través del compromiso
e interés personal ya que cuando los estudiantes se ven obligados a estudiar materias en
los que no están involucrados, pierden interés.
Un docente debe diseñar formas para que todos los estudiantes participen, hasta los
mas retraídos. Necesitan apoyar a sus estudiantes. Les deben proporcionar instrumentos
para la discusión, no solo el contenido de la misma.
Los docentes deben proveer y crear oportunidades de aprendizaje, alentar la
discusión entre iguales y la colaboración e intercambio de conocimientos. Esta
categorización docente – estudiante no siempre puede desarrollarse, ya que existen
tantas personalidades como hombres y mujeres existen. Cada individuo es único con un
bagaje cultural y social propio.
Por otra parte, es extremadamente difícil construir una estrategia educativa
conforme a cada estuante. No solo por las características de los estudiantes sino que el
docente es único y su subjetividad se desborda a sus estudiantes.

Desarrollo

Existe una tendencia colectiva que categorías al estudiante bajo etiquetas rotundas de
buen y mal alumno, generando e idealizando un estereotipo de estudiante modelo
superfluo, impecable y sin defectos, prácticamente inexistente, que viene a la mente
como un acto reflejo. Entonces, se cree que el estudiante ideal es aquel que es estudioso,
responsable, de buena conducta, vocabulario sofisticado, proactivo, crítico, veloz; dicho
en otras palabras, perfecto, el estudiante doce.
Enseñar es un gran desafío para los docentes, ya que el alumno modelo no existe,
todos los seres humanos son diferentes, esperan cualidades distintas de otros y pueden
desenvolverse bajo capacidades diferentes de acuerdo a cada área del conocimiento.
Además, cada perfil de estudiante será distinto según el perfil del docente y el modelo
pedagógico de enseñanza adoptado como doctrina, porque cada personalidad buscará un
estudiante ideal diferente. Como no hay dos personas iguales, el hombre es un ser único
e irrepetible, un profesor nunca podrá ser el ideal para todos sus estudiantes, ni el
estudiante podrá ser el ejemplar frente a todos sus profesores. Además de no existir
personas idénticas, tampoco las hay impecables en todos sus aspectos: académico,
espiritual, físico. Se debe buscar un equilibrio entre ambas partes del esquema de
enseñanza, para que el proceso sea fructífero. Lo importante como estudiante y como
persona es esforzarse día a día para dar lo mejor de sí dentro de sus posibilidades, para
alcanzar el aprendizaje significativo y para sentirse reconfortado con sus logros, pero no
con motivo de conformar al entorno.

De la misma manera, un profesor nunca podrá ser el ideal para todos sus
estudiantes, ni el estudiante podrá ser el ejemplar frente a todos sus profesores.
Las expectativas que el profesor tiene acerca de sus estudiantes pueden modificar su
accionar en el curso, repercutiendo quizás hasta inconscientemente en el esfuerzo,
comportamiento y rendimiento académico de los estudiantes que tiene a cargo.
Entonces, la clase ideal en el ámbito educativo no existe en sí misma, dado que al no
haber personas perfectas, tampoco hay una clase perfecta. La perfección en sí misma no
existe, pero los docentes se esfuerzan continuamente para al menos pretenderla;
logrando que los estudiantes se sientan cómodos en la clase y bajo sus cánones de
enseñanza, facilitando el aprendizaje al tener en cuenta intereses, necesidades y
habilidades de los estudiantes, brindando contenidos coherentes y actualizados, entre
otros.
La relación entre estudiante y docente busca lograr un equilibrio y que el espacio de
aprendizaje sea el óptimo.
Por un lado, los estudiantes buscan que los docentes sean dueños de ciertas
características, que en conjunto con las suyas, se complementen para aprovechar en la
mayor medida posible, los contenidos impartidos. Por otro lado, los docentes pretenden
que sus estudiantes tengan ciertos rasgos que permitan el buen desarrollo del
currículum.
Es decir, se genera una relación bilateral, donde ambas partes se van adaptando y
encontrando; y los estudiantes al no estar formados totalmente en la disciplina que el
docente expone, son que van poco a poco, elaborando nuevas estructuras de
conocimiento y pensamiento a partir de los estímulos recibidos, que los distingue y a su
vez les permite construir su propia identidad.
La tarea de los docentes se debe centrar en estimular el talento de sus estudiantes,
para que se hagan valer por ellos mismos, brindándoles las herramientas necesarias para
facilitar su desarrollo, incorporarse a la sociedad; y de esta forma no ser meros
espectadores sino protagonistas críticos de la realidad. Esto sucede, en mayor o menor
medida, de acuerdo con el modelo de enseñanza que se aplique en el aula. Cuanto más
dura sea la enseñanza, en términos de flexibilidad, más mecanizada y menos
participativa será. Se puede decir entonces que, no existe el estudiante modelo, sino que
existen postulados o lineamientos sociales bajo los cuales el tipo de estudiante que el
docente o la sociedad pretenden.
Por ello es interesante destacar al sociólogo Bourdieu (1973) que expone que en la
sociedad existe una desigualdad educativa, dado que el éxito escolar depende de la clase
social de la cual provengan los estudiantes, debido al diferente bagaje cultural según su
nivel de recursos y su relación con la cultura dominante de la clase alta, elaborando
posteriormente la teoría de la reproducción (1977), según la cual la escuela enseña la
cultura de un grupo o clase social determinado (generalmente mayoritario y dominante)
que ocupa una posición de poder en la estructura social. La escuela, entonces, transmite
y conserva la cultura dominante, codificando, homogeneizando y sistematizando el
mensaje escolar y a quien lo transmite, para que el receptor también se estandarice,
universalice e interiorice produciendo habitus, que Bourdieu explica, son prácticas
habituales intelectuales y morales que primero se adquieren de la familia y de la clase
social de pertenencia, para luego servir de base a otras adquiridas posteriormente.
Señala así el autor que la excelencia escolar se alcanza, partiendo de la excelencia
social (comprendida como la alta sociedad) que pone en jaque las cualidades morales,
gustos, saber teórico y saber hacer de cada uno, generando un único estereotipo que se
transforma en ejemplo a imitar. Esto significa que existe una práctica ideal que pretende
convertir al estudiante en un modelo de excelencia. Pero este modelo, más que lograr
una evolución en el aprendizaje, ordena y jerarquiza a los individuos en una
clasificación si se quiere discriminatoria, donde se ubican en distintos niveles, según la
proximidad que tienen con el modelo social preestablecido como óptimo, pero no por
ello el más adecuado en lo que respecta a la moral, generando comparaciones
permanentes entre compañeros de aula.
Expone un postulado que amplía esta brecha, al afirmar que los estudiantes
provenientes de las altas clases tienen ventajas en el ámbito educativo, al haber
pertenecido desde siempre en la cultura dominante; mientras que los demás sufren una
aculturación al pertenecer a una formación social distinta a la predominante, viéndose
obligados a esforzarse continuamente para adaptarse y asimilar el cambio.

Los estudiantes de clases cultas son los mejor (o los menos mal) preparados para
adaptarse a un sistema de exigencias difusas e implícitas, porque poseen,
implícitamente, los medios de satisfacerlas…Hay una evidente afinidad entre la cultura
escolar y la cultura de la clase alta. (Bourdieu y Passeron, 1973, p. 109).

Esta clara representación del éxito y el fracaso escolar según la procedencia cultural
del alumno genera una estigmatización difícil de superar ya que el estudiante de clase
alta tiene más acceso a la educación por sus medios pero no por sus condiciones. Es
decir, que una persona criada con recursos económicos, buena alimentación y
estimulación comienza con más ventajas su etapa de aprendizaje, lo cual no asegura que
obtenga mejores resultados finales.
El proceso de enseñanza y aprendizaje debe ser inclusivo y productivo. Dicho en
otras palabras, debe integrar a las personas para generar un contenido significativo y no
tratarse de un simple guión a repetir como acto-reflejo. Las diferencias culturales no
deben generar desigualdades escolares, que son desigualdades que generalmente se dan
en la realidad en lo que concierne al saber y al saber hacer, pero que poco a poco se
podrían ir desdibujando si la evaluación escolar no las clasificara en jerarquías
explícitas que generan exclusión, diferencias y desigualdad; ordenando a los estudiantes
en una escala si se quiere, subjetiva, que va desde los buenos a los malos estudiantes.
Si bien el docente siempre tiene una tendencia a crear una imagen de estudiante ideal
en su mente, no debe condicionar a sus estudiantes desde el primer momento que los
conoce, sino prestar atención a su evolución a lo largo del curso y trabajar
conjuntamente con él para lograr verdaderos progresos, que nada tengan que ver con la
memorización y repetición de contenidos sin una previa comprensión de los mismos. Si
bien el docente debe evaluar a sus estudiantes para conocer en qué estadio del
aprendizaje se encuentran, también es verdad que sin evaluación no existiría el fracaso
escolar, porque no habría una constatación del aprendizaje. Pero como el objetivo del
docente es que el proceso de enseñanza y aprendizaje sea flexible y productivo, busca
evaluar a sus estudiantes con el propósito de lograr un conocimiento sobre la disciplina
que sea verdadero, consciente, que estos aprendan exitosamente. El error está en pensar
que el éxito y el fracaso son términos totalmente opuestos e inseparables, cuando en
realidad habría que tomar al fracaso como un sinónimo de error, aceptándolo como algo
natural en el proceso de aprehender o asimilar la información. El error no debe verse
como algo negativo, no como frustración sino como oportunidad para el aprendizaje,
pues debería llevar al estudiante a reflexionar, a hacerse preguntas y generar un
conflicto a resolver; y una vez descifrado, se puede decir que realmente internalizó o
asimiló un concepto.
Ambos calificativos, éxito y fracaso, son fruto de valoraciones y técnicas a las que
recurren los docentes a la hora de evaluar y clasificar a sus estudiantes.
Perrenoud (1990) afirma que el éxito y el fracaso escolar se asocian profundamente a las
técnicas de evaluación y la construcción de escalas jerárquicas generando una suerte de
estratificación de los alumnos en grupos muy diferenciados: los que superan las
instancias de evaluación y por ende aprueban; y aquellos que deben recuperar las
calificaciones al no lograr alcanzar los parámetros de evaluación establecidos.
Frente a este panorama, tanto docentes como alumnos construyen un pensamiento que
tiene como intención entender o justificar el fracaso, identificando las razones del
resultado obtenido en la evaluación, que es un trabajo en conjunto entre educador y
educando, aunque generalmente la responsabilidad recaiga sobre el alumno que no
comprendió el contenido o no estudió su lección.
Kaplan (1992) sostiene que los maestros no suelen reconocer el impacto que ejerce
su propio desempeño en los resultados que obtienen los alumnos que tienen a cargo
(éxito o fracaso), sino que estos son consecuencia de una serie de factores como nivel
sociocultural del alumno, contenidos pedagógicos, objetivos de la escuela, códigos que
se manejan en la escuela, la relación familia-escuela, condiciones dignas de vivienda,
comida y vestimenta, entre otros.
Si bien estos factores existen e influyen en el proceso y resultado de enseñanza, no
son los únicos. De esta forma cargan de culpa a las variables externas, no asumen sus
falencias a la hora de transmitir conocimientos, evitando la autocrítica. Perrenoud
afirma también que la excelencia del estudiante, en términos de aprendizaje, se adquiere
mediante el incremento del capital cultural, una transformación de los contenidos para
lograr el saber hacer.
Pero la excelencia muchas veces es una cuestión que supera al ser humano. Aquél
que se encuentra en la cumbre de la jerarquía planteada se ve presionado por su entorno
a permanecer allí o a seguir ascendiendo, de lo contrario generará una decepción. Los
parámetros de excelencia muchas veces son una trampa de ilusión ya que son impuestos
por grupos que van variando sus preferencias de acuerdo a los resultados, entonces se
genera una relación tiránica de éxito-decepción, tanto de individuo como de su entorno.
Lo que Perrenoud denomina norma de excelencia funciona en el sentido estricto del
término norma, ofreciendo la imagen ideal del aula integrado por alumnos modelo,
imagen hacia la que todos deben dirigirse a su ritmo, pero convirtiéndose en la única vía
para alcanzar el nivel mínimo que garantice la competencia y auto superación.
Dentro del aula, el profesor suele encontrar distintos tipos de estudiantes: los que
superan las expectativas, los considerados como desviados, que tienen la competencia
necesaria para desempeñar su papel pero no están dispuestos a adaptar su conducta a la
norma, generando un rechazo deliberado del que se lo juzga culpable; y aquellos que
lejos de ser culpables no interpretan las normas y no se los considera responsables al
reconocerse su trasgresión como justificada. Estos últimos suelen ser catalogados con
frases como no puede, no llega, no sabe.
Estos tipos de clasificaciones es a los que Kaplan (1992) se refiere cuando afirma
que los docentes construyen etiquetas para los alumnos de su clase y para los grupos
que conducen, esperando diferentes logros o resultados de sus alumnos siendo en
algunos casos prejuiciosos al esperar muy poco y ostentosos en otros al tener muchas
expectativas de un estudiante que dio una primera buena impresión.
Lo importante como estudiante no es llegar a ser ese ser perfecto, prácticamente
inalcanzable; sino, junto con la ayuda del cuerpo docente y eventualmente de la familia,
esforzarse día a día para dar lo mejor de sí, en cada tema, cada clase, proyecto y meta,
porque el proceso de enseñanza-aprendizaje es un trabajo que debe darse en forma
conjunta. El estudiante es moldeado por sus guías, y son ellos quienes deben buscar su
verdadera vocación y área de interés para aprovecharla al máximo y favorecer el
rendimiento. El éxito debe darse en el proceso, que es el estadio de mayor riqueza,
donde realmente se adquieren los conocimientos, y no sólo en el resultado final. El
estudiante no es bueno o malo, sino que es dentro de sus alcances y bajo una serie de
reglas sociales ineludibles, lo que él mismo se propone, resistiendo a construir la
imagen que otro diseñó para él.
¿Por qué ponemos esa presión al éxito? Somos seres humanos, nos equivocamos
todos... pesa no poder conformar a todos, y a todos nos pasa lo mismo. No hay que
conformar al otro. Es como que todo el tiempo uno esté limitándose porque quiere
conformar al otro. Hay que ser felices con lo que uno hace y promover buenos valores.

Bourdieu, P. y Passeron, J. C. (1977). La reproducción. Barcelona: Editorial Laia.


Bourdieu, P. y Passeron, J. C. (1973). Los herederos: Los estudiantes y la cultura.
Buenos Aires: Editorial Labor.
Perrenoud, P. (1990). La construcción del éxito y del fracaso escolar. Madrid: Ediciones
Morata.
Kaplan, C. (1992). Buenos y malos alumnos. Descripciones que predicen. Buenos
Aires: Aique

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