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mi padre, Alberto,
Nada de aquel aburrido lunes de septiembre hacía presagiar que estaba a punto
de meterme
El verano daba sus últimos coletazos y, para variar, se había estropeado el aire
—¡Yo sé un himno gigante y extraño que anuncia en la noche del alma una
aurora…! —reverberó una voz aguda contra las paredes del aula, al tiempo que
una figura
Ana, mi compañera de pupitre, levantó los ojos del móvil para susurrarme al
oído:
—Acuérdate de lo que te digo: esta nos funde en los exámenes. A mí no me
engaña
Levanté la vista del programa de la asignatura y sofoqué una risita con mi mano
—No sé si estás más loca tú o ella, pero más vale que nos callemos, no vaya a
ser
que nos coja manía desde el primer día y tu aciaga profecía se cumpla.
—Aciaga… Dios, Iris, ya has estado leyendo libros raros de esos tuyos.
¡Menudo
quedado para desayunar con un estudiante de mates que está buenísimo, y esto
tiene pinta
de ser un coñazo. Además, dudo que el primer día hagamos gran cosa. Ya me
contarás,
nena.
de ustedes conocerá sus rimas más famosas y muchas leyendas. Pero, ¿qué me
dicen de las
Cartas literarias a una mujer? ¿Alguien puede explicarme qué pretendía el autor
en ellas?
estaban hipnotizadas por un iPad donde los One Direction cantaban su último
single. A su
pupitres más allá, una chica tecleaba con frenesí en su iPhone 5. El resto de
alumnos se
Con mi libreta Moleskine y el boli Bic, me sentía como un personaje del siglo
pasado.
antes de fallecer. Antes de que pudiera intervenir, una voz grave y hermosa se
abrió paso
torno al dedo.
Era la personificación del hombre de mis sueños, estilo Jyrki de la banda The 69
Eyes. Tenía los ojos azules y fríos como el hielo y pinta de duro.
minutos tarde.
Cerró la puerta a sus espaldas y pasó por mi lado como una exhalación para ir a
desde mi asiento. Llevaba una chupa de rockero pese al intenso calor y el pelo
castaño
Me asomé con disimulo bajo la fila de pupitres y vi que calzaba unas Doc
Martens
Cuando faltaban cinco minutos para que la clase finalizara, se levantó de golpe
con
tanta prisa como había entrado y volvió a pasar por mi lado sin mirarme. La
única
Anunciaba un club del que nunca había oído hablar, situado en el Barrio Gótico
barcelonés.
En el reverso había las mismas palabras en inglés. Me dije que aquello era una
bautizado como una de sus leyendas. Un tío que, para colmo, era guapísimo.
«¿Quién narices envía aún SMS en vez de WhatsApp?», pensé mientras lo abría.
como una gota de agua gélida. Leí varias veces el texto para asegurarme de que
no estaba
delirando:
2. CUESTIÓN DE PALABRAS
—Hola, Iris —musitó mi madre sin apartar los ojos de la pantalla. Se recolocó
las
gafas con el dedo índice, un tic habitual en ella, con el teléfono pegado a la oreja
—. Luego
como decía yo para enfurecerla. No podía decirse que nos lleváramos demasiado
bien. En
Mi cuarto era el único lugar de la casa donde me sentía a gusto. Dejaba entrar a
muy
y una de color rojo sangre, mi preferido. En ella había colgado una enorme
fotografía del
Arc del Bisbe, un puente del barrio gótico de Barcelona. En realidad, se trataba
de una
peluches de cuando era pequeña. Esto último no era demasiado gótico, así que
los escondía
si venían visitas. Para compensarlo, también tenía una Living Dead Doll, una
muñeca
muerta con dos trenzas y un vestido marinero que ocultaba las heridas de su piel
mórbida.
cepillo de pelo como micro, me puse a cantar a grito pelado ante el espejo.
Estaba tan
—¿Quieres bajar esa porquería? —chilló para hacerse oír por encima del
estruendo.
—Tengo muchas llamadas que hacer, Iris, y no me dejas concentrar con tus
berridos. ¿Sería mucho pedir que recordaras la edad que tienes? Está claro que tu
primer día
Cuando mi madre se hubo largado, consulté la lista de lecturas que nos habían
Era Marta, mi mejor amiga. Nadie entendía que estuviéramos tan unidas, dado
que
típica pija que se viste de rosa y es capaz de combinar la sombra de ojos con el
color del
cinturón. Y lo peor de todo era que, en realidad, la ropa que llevábamos costaba
casi lo
mismo. A veces me preocupaba pensar que, en el fondo, yo era igual de pija que
ella. Solo
pero con una llamada me resultaría más fácil convencerla. Mi voz plañidera
haría más
mella en la tierna alma de Marta que todos los emoticonos del WhatsApp juntos.
—Ser teleoperadora es un poco rollo, pero con un par de semanas podré pagarme
ese bolso de Tous... —dijo con su voz aflautada de chica de Pedralbes con la
vida resuelta
no te va a gustar.
—¿Puedes acompañarme esta noche a una disco del Barrio Gótico? Te cuento...
hasta la punta de sus botas militares. Le di a entender que aquella cita era un
tema de vida o
—Ya sabes que me horrorizan esos antros siniestros, pero por ti lo que sea, Iris.
—Oh, ¡muchísimas gracias! Entonces, ¿te pasas por mi casa a eso de las diez y
me
—No tengo ni idea, no he estado nunca. Ahora que lo dices, voy a buscar por
Hice clic en el primer enlace, que se cargó muy rápido. El motivo era tan obvio
como chocante: la web estaba vacía. Unas letras violetas como las de la tarjeta
decían «EN
CONSTRUCCIÓN».
la entrada de un SMS.
único símbolo:
« ? »
3. LLEGÓ LA NOCHE
Como me sucedía con todas las citas importantes, no tenía ni idea de qué
ponerme.
sanguíneo de mi cabeza.
lencería negro ribeteado de encaje rojo. Me contemplé con ojo crítico. Tenía el
pecho
Gossip Girl?
Después, mis ojos subieron de nuevo al pecho, y me sentí mortificada al ver que
el
relleno, pero sería horrible si Diego lo descubría, así que al final aparté la idea de
mi
Era Marta.
lentejuelas doradas. Parecía la Barbie Malibú, solo que más pija todavía. Su
melena rubia
culebreaba como oro líquido sobre los huesudos hombros, haciendo relucir sus
enormes
ojos castaños. Por más que fingiera que no le apetecía salir por mis mundos,
Marta se
apuntaba a un bombardeo.
—Adivina qué llevo aquí dentro —exclamó nada más entrar en mi cuarto,
agitando
—Muy graciosa. —Marta puso los ojos en blanco—. No, tía, ¡mi primer sueldo!
Me
han dado un sobre en metálico hace un rato, y voy a ingresarlo en el cajero antes
de que
vayamos a tu discoteca.
Sin avergonzarse lo más mínimo, Marta contempló con mirada crítica varios
modelitos que descansaban sobre mi cama. Levantó un fino vestido hasta los
pies con
—Dios santo, Iris, ¿qué es esto? ¿Un disfraz de Morticia? Por favor… Ya sé que
el
chico es rarito como tú, pero tienes que ponerte algo más sexy si quieres
seducirle. A ver
—¡La cosa es más grave de lo que pensaba! —Marta me miró con compasión,
sin
pillar la ironía—. No te preocupes, ya verás cómo esta noche cae rendido a tus
pies.
—Ese corsé que has elegido... ¿qué tal combinarlo con esto?
Levanté una minifalda de cuero muy ceñida y unas botas de tacón de aguja.
—Bueno... ya conoces la regla: si insinúas por arriba, mejor que lo de abajo sea
más
discreto. Unos leggings de imitación de cuero serían perfectos... ¡Sí, como esos!
Una vez decidido el conjunto, me calcé unas botas de plataforma con las que
medía
rímel en el ojo.
metálicos impedía ver la luna. Me pareció que las aceras relucían bajo la
insalubre luz de
—Por Dios, pero si son terribles, con el cabezón horripilante del oso ese…
—Además, ¿para qué quieres que te ayude a escoger si sabes que odio esa
marca?
Es como si yo te llevo a la tienda New Rock para que me aconsejes qué botas
comprarme.
disfraz de Frankenstein.
pared para descalzarse. Lo que sucedió a continuación fue tan rápido que apenas
tuve
tiempo de verlo.
Ambas nos quedamos paralizadas por el estruendo del motor y la velocidad con
la
Luego salió corriendo tras el motorista y yo la seguí. Pero nuestro esprint fue en
4. TRÁGICO SAINETE
—Dios mío: la paga, las tarjetas, el DNI, el iPhone... ¡Qué desastre! —berreaba
ella
entre hipidos.
esto… y encima por haberte arrastrado a que me acompañaras. ¡Me siento fatal!
Escucha,
—No, Iris, sé lo importante que es esta noche para ti. —Mi amiga trató de
calmarse
—Como quieras, pero te voy a dar dinero para que cojas un taxi, ¿vale?
nada más pronunciar estas palabras. Marta se apresuró a subir, tras despedirnos
entre
desvaneció a mi alrededor.
Para quitarme aquellas siniestras ideas de la cabeza, decidí utilizar una moneda
para
echar a suertes cómo terminaría la noche. Si salía cara, seguiría con el plan y
pondría
volvería a casa.
Ley de Murphy.
Me dije que quizá fuera una especie de señal. Estaba forzada a ser yo quien
eligiera,
sin ampararme bajo la excusa del azar. Cerré los ojos con fuerza y la mirada azul
vibrante
quedaba un poco lejos de allí, hacia el final de las Ramblas, pero me apetecía
caminar, de
centinela dorado recortado contra las tinieblas. Siempre que pasaba por allí hacía
lo mismo.
calles del Barrio Gótico, cruzándome con gente de lo más variopinta. Aquella
noche todo el
Pasé de largo sin prestar atención a los flyers que aleteaban en mi cara, a las
invitaciones y a las risas, a los roces y los tirones disimulados en el bolso.
Cuando llegué a la plaza George Orwell —conocida por todos los barceloneses
desechos... Las farolas derramaban una suerte de aliento dorado y fétido sobre
mi cabeza.
las manos.
Sin darme cuenta, mis pasos se volvieron más cautos. Más lentos.
estuviera bajo el agua. Había algo onírico en el aire húmedo y cargado. Aturdida
por
aquella extraña sensación, descubrí que estaba ante el número de la calle que
figuraba en la
tarjeta de la discoteca. Solo que allí no había ningún club. Tan solo una persiana
metálica
cerrada a cal y canto. A juzgar por su aspecto, llevaba así mucho tiempo.
Tal vez era el tipo de jugarreta que gastaban a los nuevos de la facultad para
reírse a
su costa. ¡Qué tonta había sido! ¿Cómo había podido caer con tanta facilidad?
¿Tan
Pese a estar convencida del engaño, saqué el móvil del bolso, esperando
encontrar
5. EL RAYO DE LUNA
Dudé un instante antes de entrar. La puerta se cerró a mis espaldas, activada por
un
secreto mecanismo.
Una asfixiante penumbra me atrapó entre sus fauces. Mis ojos tardaron un buen
rato
segunda puerta franqueaba el paso. Sin darle más vueltas, empuñé el picaporte
con
decisión... y entré.
hubiera imaginado que una entrada tan minúscula, situada en un vulgar callejón,
pudiera
luz de las velas, así como las parejas que bailaban al son de la música clásica.
Había algo muy extraño en ellas, como si provinieran de otra época. Los chicos
vestían levitas y elegantes zapatos. Las chicas llevaban largos vestidos de telas
vaporosas y
No sé cuánto tiempo permanecí ahí clavada, con la boca abierta de par en par,
como
La pieza terminó y dio paso a una animada polca que, como si fuera la señal
mantequilla.
—Has venido.
—¿Cómo podía faltar? —Forcé una sonrisa, tratando de transmitir una calma y
seguridad que estaba muy lejos de sentir—. Pero... ¿qué es este sitio?
confianza. Sus ojos azules relucían como diamantes de hielo a la pálida luz de
las velas.
También él vestía de modo refinado: una camisa negra con chaleco de raso del
Las parejas habían dejado de parlotear y de beber vino en sus delicadas copas de
de vida nos atravesaban como dagas mortíferas. Parecía como si todos llevaran
máscara,
Seguí a Diego por la enorme sala a través de un pasillo tan lóbrego como el resto
del
llamador de bronce, cuya forma era idéntica a la del emblema que decoraba el
timbre de la
entrada: un rayo de luna. Diego lo dejó caer contra la puerta tres veces exactas,
sin ni
Respondió una voz femenina, fría y aguda como una aguja de hielo arañando
cristal.
—Pasad.
Como si se oliera mis intenciones, Diego eligió aquel preciso momento para
la moda de otra época. Era imposible adivinar qué ocultaban sus muros, dado
que todo el
Un chico y una chica ocupaban dos de ellas, mientras la dueña de la voz que nos
había dado entrada estaba de pie frente a la silla central, una especie de trono que
presidía
Escudriñé los rostros de los integrantes del siniestro comité, pero solo pude ver
el de
la supuesta líder. Los semblantes de los otros dos, que permanecían cabizbajos y
tan quietos
como estatuas, se hallaban en sombras, pues vestían largas túnicas negras con
capucha.
resto del pelo caía en tirabuzones rubios hasta la cintura, serpenteando sobre la
tela
esmeralda y una mueca de satisfacción curvaba sus finos labios rojos. Con un
escalofrío,
me dije que aquella era la sonrisa más gélida que había visto nunca.
—Me alegra conocerte por fin, Iris. Bienvenida a las Sombras de Bécquer.
6. QUÉ SOLOS SE QUEDAN LOS MUERTOS
La grosera pregunta escapó de mis labios antes de que pudiera evitarlo. La chica,
sin
embargo, sonrió.
—Hay pocas cosas que las Sombras no sepamos. Yo soy Vanessa, pero mejor
dejemos las presentaciones para luego. Ahora siéntate, por favor. El espectáculo
está a
punto de comenzar.
al instrumento. Aquello tenía que ser una pesadilla. ¡Era como si el mismísimo
espíritu del
El pobre Maese Pérez era un anciano de setenta y seis años que tocaba
maravillosamente el órgano, tan bien que fue invitado a tocarlo en la misa del
Gallo de
suplente no eran nada en comparación con las del difunto organista, y por ello
todo el
mundo se sorprendió cuando la noche del día 24 una melodía celestial cobró
vida durante la
Era el espíritu del maese Pérez, que no había querido faltar a la cita.
retiró la capucha.
Su rostro poseía una belleza singular y delicada. Habría pasado por un querubín,
uno de esos ángeles de litografías bíblicas, de no ser por la barba de tres días que
Tenía la piel pecosa y suave, mandíbulas muy marcadas y los ojos solemnes y
castaños, con
modo. Era como si hubiera crecido en una urna, ajeno a la maldad del mundo.
clara. Sonaba como algo puro y ancestral, reservado a unos pocos elegidos.
Taparon su cara
Y unos sollozando,
Otros en silencio,
De la triste alcoba
Todos se salieron.
ardía en el suelo
al muro arrojaba
veíase a intervalos
dibujarse rígida
¡Conocía muy bien aquellos versos! Eran de una rima de Bécquer, la que cerraba
Me inquietaba que hubieran elegido justo ese poema para darme la bienvenida a
su
siniestra sociedad, pero tal vez solo querían darle un poco de misterio al asunto.
Volví mi mirada a Diego, que parecía igual de sobrecogido que yo. Vanessa y la
Cuando este finalizó su impecable recital, todos aplaudimos. El chico hizo una
Vanessa hizo un gesto displicente con las manos, igual que un noble apremiando
a
un esclavo a que se fuera. Me quedé pasmada ante su prepotencia, pero los otros
dos
—¿Disculpa...?
—Lo que Vanessa quiere decir… —Diego le lanzó una mirada reprobatoria de
Mi estupor crecía a cada palabra que escupían los viperinos labios rojos de
Vanessa.
—Lo sabrás si llegas a formar parte de nosotros. Pero primero, es necesario que
pases por tres pruebas —explicó Diego, alzando tres pálidos y largos dedos.
Nosotros escogemos por ti. Nosotros te decimos lo que quieres. Las Sombras
estamos en
Hizo una pausa para elevar el suspense. En aquel momento, el órgano liberó una
Solo yo me sobresalté.
dolerme la cabeza. Me la sujeté con las manos, tratando de taparme los oídos, y
cerré los
7. SEMBRANDO EL MAL
—Las leyendas de Bécquer, escritas entre 1858 y 1864, con frecuencia tienen un
Con el paso de los días, empezaba a pensar que lo del lunes había sido una
broma
macabra. Qué casualidad que, durante la primera clase sobre Bécquer, hubiera
conocido a
alguien tan obsesionado con él que hasta tenía un club bautizado en su honor.
Allí había gato encerrado. La pregunta era: ¿por qué me habían elegido a mí?
Diego tenía pinta de ser del último curso, y no me sorprendería que su cometido
importante. Quizás cada semana le tocaba a alguien. Tal vez simplemente les
había llamado
inverosímil. Eso por no mencionar el órgano que tocaba solo, el chico de la voz
angelical o
al amor verdadero. Del mismo modo que en sus rimas, ella es a menudo el
símbolo de la
perfección estética.
¿Perfección estética? Me dije que aquello era lo que representaba Diego para mí.
Al
Desde luego, si las Sombras creían que yo era una empollona que podía
aportarles
grandes datos, estaban muy equivocados. Tal vez llevara las últimas palabras del
poeta
rimas y detalles sobre su vida, pero ni siquiera me había leído todas las leyendas.
Prefería
Por eso mismo, aún me resultaba más turbador que el club se llamara así. Lo
sucedido me resultaba tan opaco y brumoso como los apuntes que tenía frente a
mí. Y que
di por vencida. Estaba claro que aquel día no iba a hacer nada de provecho, y eso
que ni
Era Marta.
Contesté de inmediato:
No te preocupes, M. Lo entiendo.
Sombras, sin que me lo hubieran pedido de forma expresa. ¡Ni siquiera era
miembro! Por
algún motivo que ni yo misma entendía, había dejado de creer que se tratara de
una
novatada.
¡QUÉ VA!
No entiendo nada…
¡Un beso!
Guardé el móvil, aliviada, pensando que por fin podría concentrarme en la clase.
Sin
embargo, apenas había escrito dos palabras en mis inmaculados folios cuando el
móvil
LA LITERARIA,
LA SENSORIAL
Y LA DE ULTRATUMBA.
RECIBIRÁS INSTRUCCIONES.
cuando ya estaba recibiendo otro mensaje. Hasta la vibración parecía más fuerte
de lo
normal.
Era del mismo remitente no revelado. La única frase que destelló en la pantalla
NOSOTROS TE ENCONTRAREMOS.
Cuando salí al fin de clase, me topé con Ana, que estaba esperándome en la
puerta. Llevaba
unas gafas de sol tamaño XXL y parecía haberse peinado con un rastrillo en un
cuarto a
—No te importa, ¿verdad? —Ana se quitó las gafas y me miró con ojos
implorantes.
—Una noche movidita, ¿eh? —Le clavé un dedo en las costillas mientras
comenzábamos a caminar.
—¿Roger...?
—Sí, el estudiante de mates, el tío bueno del que te hablé el lunes. —Agitó las
—Ah, sí. ¿Qué ha pasado? Y, por cierto, ¿adónde vamos? No tengo clase hasta
de
—Uf, por favor, dime que no es el típico pijo insufrible o, aún peor, uno de esos
cierto era que siempre estaba a reventar, fruto de la deserción en masa de los
alumnos de
altísimo —rondaría el metro noventa—, muy moreno de piel, con una cuidada
perilla y el
abundante cabello peinado hacia atrás. Me llamaron la atención sus tupidas cejas
y el
hoyuelo que tenía en la barbilla, medio oculto por la barba. No podía catalogarse
ni de pijo
chaqueta gris de punto con el cuello vuelto, tejanos negros y botines marrones.
—Vaya, ¿te ha pedido que me hagas la pelota? Ana, te prestaré los apuntes igual,
no
hacía falta que le sobornaras. —Le pegué un empujón cariñoso a mi amiga y los
tres nos
sentamos entre risas—. Así que estudias mates... ¿Alguna otra afición aparte de
los
malditos números?
—¿Tunero?
Levanté una ceja con ironía, a punto de soltar una carcajada. Pensé que me
estaba
tomado el pelo.
negro?
—¿De qué habláis? —inquirió Ana, que volvía de la barra en ese momento con
un
—¿Amigo...?
Roger se volvió hacia Ana con una sonrisita y le dio un beso en la mejilla
mientras
—Tiene gracia que digas eso, lady gótica, porque tengo una sorpresa para ti —
anunció Roger, justo antes de robar a Ana un mordisco del bocadillo—. Como te
he dicho
raro que encaja contigo a la perfección. Estáis hechos el uno para el otro.
sentimental.
enredarme para que quedáramos los cuatro. Pero era demasiado tarde.
Eudald!
dónde. Me volví hacia donde miraba Roger y se me heló la sangre. Un chico alto
y rubio
Eudald se sentó a nuestra mesa sin dar muestras de reconocerme. Supuse que
estaba
fingiendo. ¡No podía ser que no se acordara de mí!
Al examinarlo más de cerca, comprobé que su belleza era aún más imponente de
lo
intelectual, así como los viejos zapatos Oxford marrones que calzaba.
Sus vivaces ojos castaños me miraron con intensidad, al tiempo que se acercaba
para darme dos besos. Un intenso aroma a plátano inundó mis fosas nasales al
rozarme sus
cabellos.
—Buenos días. Iris, ¿verdad? —Su voz era suave y distinguida—. Me alegra
conocerte.
Se sentó y acercó una silla de otra mesa para dejar encima un estuche de lo que
—Un laúd, Roger y yo nos conocemos del conservatorio. Aunque vamos por
—No empieces otra vez a criticar a la tuna, ya he tenido bastante con los
—Me han dicho mis amigos que tenemos algunas aficiones en común —
continué—.
Eudald se ajustó las gafas sin dar muestras de haberse ofendido. Empleaba un
—Me encanta.
ejercicio. —Mis ojos se deslizaron hacia los músculos nada despreciables que
tensaban su
camisa de leñador.
—¡Venga ya! —intervino Ana, que no paraba de hacerme muecas tras la espalda
de
—No, ¡en serio! De todos modos —prosiguió—, creo que mi rareza más acusada
—Ni idea.
Sentí una rabia extraña por no conocer al ídolo de Eudald, aparte de vergüenza.
En
ese instante, por mi mente cruzó el rostro de Diego. Por algún motivo
inexplicable, me sentí
—Se trata de un artista del siglo XVII, muy avanzado para su época, que tocaba
el
laúd, por eso yo también quise aprender. Me moría por interpretar Flow my
tears, su
—Pues no...
—Por hoy estás salvado —bromeó Ana, y se volvió de nuevo hacia Eudald—.
Los tres le miramos expectantes mientras afinaba las cuerdas y procedía a tocar
los
solemne y desolado. Sin embargo, aquello no fue nada comparado con lo que
vino a
continuación.
unos días atrás. Solo que esta vez era diferente. Al escucharle hablar, su
tonalidad me había
recordado a una suave brisa o a las olas de un mar en calma lamiendo la orilla.
Pero al
—Flow, my tears, fall from your springs! Exiled for ever, let me mourn; where
night's black bird her sad infamy sings, there let me live forlorn.1
Su pronunciación del inglés era perfecta, pero incluso aunque hubiera sido
espantosa todos lo habríamos pasado por alto, tan maravillosa era la fuerza de su
voz.
Como si emanara una luz pura y diáfana, parecía dibujar filigranas en el aire. La
tristeza de
la música y la letra era tan intensa que me sentí bañada por un torrente de
lágrimas amargas
y frías.
Cuando por fin terminó la canción, Eudald abrió los ojos y me miró de modo
—Para ti.
Al tomarla entre los dedos, noté que una nota se deslizaba en mi puño junto con
el
1 Fluid, lágrimas mías, fluid desde vuestros manantiales. Exiliado por siempre,
dejad que me lamente; allá
donde el pájaro negro de la noche canta su triste infamia, dejad que viva
abandonado.
preferidos desde el día que la descubrí. Sin ser consciente de ello, mis pasos me
condujeron
aquel jueves hacia la azotea. Necesitaba alejarme de todo y de todos para leer
con calma la
carta de Eudald.
La terraza estaba siempre desierta. Se rumoreaba que solo el antiguo bedel del
edificio pasaba sus días en aquel apacible y solitario lugar, aunque en aquel
momento no
ardiente caricia del sol en mi rostro. Mis pulmones se llenaron con el aroma
añejo de la
piedra caliza y de las plantas. En el centro se abría el hueco que daba al patio
inferior,
pies en un recinto sagrado. Tan solo los graznidos de los pájaros y el ulular del
viento
olores cítricos. El suelo de baldosas se veía erosionado por el paso del tiempo.
Por un
momento visualicé los miles de pies solitarios que lo habrían recorrido a lo largo
de los
el aroma a hojas y tierra. Un gatito blanco se hizo un ovillo a mis pies mientras
yo
desplegaba la carta y comenzaba a leer:
Iris,
que quieras, con la única condición de que nos entregues el resultado este
viernes a las
ocho de la mañana.
Tuyas sinceramente,
LAS SOMBRAS
∞
las rimas de Bécquer. Con un delicioso escalofrío, absorbí con fruición las
palabras
Entendí que eso era justo lo que querían que hiciera: dar forma a mis fantasías y
demostrarles mi valía como escritora. Pero, ¿cómo esperaban que fuera capaz de
hacerlo
con tan poco tiempo? Eso por no mencionar lo de imitar el estilo becqueriano,
algo
prácticamente imposible...
Me devané los sesos pensando cómo superar la prueba. No había pasado miedo
de
verdad en mi vida, a menos que contara cuando a mi madre le daba por ponerse
su
mascarilla de pepino y aquel horrible albornoz rosa. ¿Cómo iba a escribir algo
verosímil si
mi vida, hasta entonces, había transcurrido vacía y sin emociones?
situación. Para escribir lo que las Sombras requerían de mí, tenía que obligarme
a pasar
Aún faltaban horas para la caída del crepúsculo, de modo que salí a la calle para
Al levantar los ojos, descubrí los carteles de un cine que anunciaba la reposición
de
El ansia, una película que me encantaba. Su protagonista, David Bowie, era uno
de mis
Me metí en el cine, ilusionada por volver a ver aquella vieja y extraña película
sobre
vampiros. Mientras tanto, el sol iba poco a poco deshaciendo camino por el
cielo. La noche
acechaba para envolver con sus fríos brazos unas horas que jamás olvidaría.
11. EL ANSIA
La película era lenta, con una trama poco clara y diálogos no precisamente
brillantes, pero
me gustaba.
Miriam se cansa de ellos, claro. Por desgracia, ese es el caso de John —Bowie
—, a quien
ayuda y topa con Sarah Roberts, una doctora que está investigando el
envejecimiento
interpretada por Susan Sarandon, otra actriz que me gustaba mucho gracias a
ciertas
Me senté en una butaca por el centro de la sala, armada con una ración de
palomitas
y medio litro de Coca-Cola Zero. La sala estaba vacía, pero por algún motivo un
extraño
Para no sufrir aquel jadeo en mi oreja durante toda la película, me levanté con
volvió para mirarme con mala cara. Había olvidado ponerlo en silencio.
estrenos.
Me ha parecido una monada que te haya dado esa flor,
reacción tras recibir la «flor», pues en realidad mi huida había tenido que ver con
lo que se
de la película.
una hora, dado que el medio litro de Coca-Cola Zero y mi vejiga diminuta no
eran una
buena combinación.
Cuando llegué a las escaleras que conducían al lavabo, no pude evitar un leve
alivio, como si entre las sombras del corredor se ocultara alguien que quisiera
hacerme
Era el encapuchado.
atuendo ocultaba a una persona muy joven. Como si formara parte de la película,
se había
llevaba una espesa capa de maquillaje. La piel que bordeaba los ojos se veía
enrojecida,
igual que los labios, que se retrajeron en una espantosa sonrisa, mostrando unos
afilados
No tuve tiempo para indagar más, pues extendió sus brazos hacia mí y yo di un
paso
la garganta.
Pese al estado de pánico que me sacudía, reconocí la cita de la película. Era una
Estaba claro que era el típico fanático, por si los colmillos falsos no me lo habían
Justo cuando empujaba la puerta de emergencia con brazo tembloroso, sentí que
salida como si nada. Aún temblando, me agaché para recoger el papel con la
punta de los
Volví a la sala con el alma en vilo, pero no fui capaz de concentrarme en el resto
de
segundo más.
que estaba a punto de cerrar sus puertas ante la inminente caída del crepúsculo.
Vigilando
alcancé a ver extrañas sombras danzando, mientras en alguna parte del piso
superior
¿Cómo era posible, si la facultad tenía que estar desierta a esas horas?
Pugné por calmarme, pues se avecinaba una larga noche y necesitaba descansar,
ojos de un gato que, más asustado de mí que yo de él, se escabulló raudo por la
puerta al
cena a lo más alto del esófago. Sentí una comezón por todo el cuerpo, amén de
un sudor
frío recubriendo mi piel como una película viscosa.
Cada vez se me figuraba mas peregrina la idea de poder pegar ojo aquella noche.
Deslizándome entre los muros de piedra fría, alcancé un corredor nunca antes
Di un paso atrás para ganar algo más de perspectiva y por poco perdí el
equilibrio
al chocar contra un cuerpo tan duro como la piedra del edificio. Al darme la
vuelta, mi faz
—¿Quién eres?
Mi voz sonó temblorosa y aguda como la de una niña. Tras unos instantes
era humana. ¡Se trataba de una estatua! Tallada en un material dorado semejante
al
Unas pupilas perversas destellaron en el centro de los ojos, unos instantes atrás
velados. Los finos labios de metal se separaron y una voz que recordaba el
susurro del
viento entre los árboles brotó de la horripilante figura:
Ni siquiera cruzó mi mente la idea de responder. Hui como alma que lleva el
diablo, solo para topar de frente con otro muro. Pero esta vez de carne y hueso.
La voz era dulce y atiplada. Alcé la linterna del móvil para deslumbrar al
—Por favor, señorita, está cegándome. ¿Podría apartar ese candil de mi rostro?
sombrero de copa y guantes. Iba yo a abrir la boca para replicarle cuando unos
alaridos
—¡Oh, no! —El anacrónico joven perdió color incluso en los labios—. Debe de
ser
Me tomó de la mano y pugnó por arrastrarme con él, pero cuando dio media
vuelta,
Apenas me había puesto en pie con gran dificultad, cuando una pálida presencia
tratarse de la Dama de Blanco, aunque tal vez hubieran debido bautizarla como
la Dama
Su rostro, no obstante, era lo peor. Tenía los ojos blancos por completo,
cráneo lleno de manchas. De las puntas de sus dedos, rematados por afiladas
garras,
Como toda respuesta, la criatura echó la cabeza atrás y rompió a aullar mientras
Retrocedí paso a paso sin dejar de vigilar la puerta. Tras comprobar que nada
nuevo tenía lugar entre las sombras, algo frenó mi retroceso. Me sobresalté al
topar con lo
MELANCÓLICAS BRUMAS.
Debajo había una inscripción más pequeña que no acertaba a leer. Me aproximé
De repente, reparé en el pedazo de yeso casi consumido que reposaba al lado del
levantar la cabeza, lo primero con que toparon mis ojos fue la pizarra. Un
escalofrío
no había ningún mensaje escrito en su superficie. Tan solo un borrón donde antes
había
marcas de dedos...
momento presente. ¡Solo disponía de una hora para corregir la leyenda antes de
que un
Acelerada, reordené los arrugados papeles que había dejado sobre el pupitre y
empecé a pasar a limpio lo que había escrito. Me temblaba el pulso, pero hice la
mejor letra
posible. No quería entregar una chapuza, pero tampoco encontrarme con el
conserje, que
Pocos minutos antes de las ocho, cuando abría la facultad, puse el último punto.
Tenía la mano agarrotada. Recogí mis cosas y bajé las escaleras con premura,
—Lo siento —se disculpó el chico, quien se puso en cuclillas y me acercó un par
de
hojas.
—¡Eudald! —exclamé.
—¿Quién creías? Ya te dijimos que uno de nosotros se pasaría a recoger tu
creación.
—Me tendió las últimas hojas con una sonrisa extraña que no supe interpretar—.
¿Te las
Observé cómo los mechones de sus rubios cabellos, aún húmedos de la ducha, se
enroscaban un poco en las puntas. Un rubor infantil cubría las diminutas pecas
de sus
mejillas, que junto con el brillo de sus ojos castaños le hacían parecer Daniel el
Travieso.
Vestía unos tejanos desgastados y una sudadera de cuadros rojos y negros. Eso
por no
mencionar sus eternas gafas de pasta negra. Era la viva imagen del clásico
hipster.
—Espera, déjame que las ponga en orden… —Se las arrebaté de mala gana,
furiosa
conmigo misma por albergar aquellos pensamientos sobre él, más aún con el
aspecto
Eudald las dobló y se las guardó en el bolsillo trasero de los tejanos sin ni
mirarlas.
—¿Qué parque?
adecentaba.
aquella mañana mi madre no estaba en casa pegada a su teléfono. Tal vez tuviera
una
maquillaje, aunque luchar contra mis ojeras era una batalla perdida de antemano.
—Estás preciosa, Iris. —Me deslumbró una vez más con sus ojos de largas
pestañas
Hacía años que no visitaba el Parque del Laberinto, pero no había cambiado
nada con el
paso de los años. Era tal y como lo recordaba de mi infancia. Un sol pálido
iluminaba la
el laberinto es sencillo,
no es menester el ovillo
—¿Izquierda o derecha?
Lancé un suspiro y me interné entre los altos setos que se abrían a nuestra
derecha.
antojo, parece que lo sepáis todo sobre mí... y yo ni siquiera sé por qué estamos
en este
laberinto.
—Supongo que no hay mejor lugar que este para desvelar secretos…
—Nací hace veinte años en Barcelona. Como tal vez habrás deducido, provengo
de
que somos de sangre azul. A mí me trae sin cuidado. Yo solo quería su afecto y
atención...
y eso jamás me lo han dado. —Eudald hizo una pausa para decidir hacia qué
lado girar en
tenían un segundo para preguntarme cómo estaba. Supongo que acabé pensando
que no me
merecía su cariño.
Él suspiró y en aquel momento llegamos por fin al centro del laberinto, aunque
aún
nos faltaba encontrar la salida que nos llevara al otro lado. Retomó su historia
mientras
—Tal vez, pero fue la única conclusión a la que llegué. Las cosas empeoraron
cuando, sin que mis padres lo supieran, me enteré de que era adoptado.
—Bingo. Si ya pensaba que no era lo bastante bueno para ellos, a partir de este
punto me volví loco. Coincidió con el embarazo tardío de mi madre, que por fin
lograría
estrellas. Les decía que prefería quedarme en casa a estudiar, mientras ellos
recorrían
diversas partes del globo con su hija biológica. Un verano incluso me recluí
como un
—Veo que no nos equivocamos contigo. —Eudald me miró orgulloso—. ¡Así es!
Creo que fue entonces cuando empecé a interesarme por la historia del poeta.
Por desgracia,
En aquel instante alcanzamos la salida del laberinto, que daba a una zona
hermosa cita.
De un ardiente frenesí
fallecen enamorados,
ella de él y él de sí.
Tras detenernos unos instantes, seguimos ascendiendo hasta el nivel más alto,
desde
—Resulta curioso verlo desde aquí —comenté, mirando los intrincados caminos
que
Bajamos los escalones y nos internamos por un pequeño sendero precedido por
un
—En Noviercas se forjó de verdad mi pasión por nuestro amigo el poeta. Como
habitantes. Allí vivió durante largas temporadas, dado que era el pueblo natal de
su mujer, y
al parecer fue donde nacieron sus tres hijos. Pese a ello, no creo que Bécquer
fuera
que acogerse al amparo del padre de ella, un médico rural de la zona, pues las
cosas no les
iban demasiado bien. Tiene gracia pensar que pasaran penurias económicas,
considerando
—Lo que no entiendo es por qué en su obra literaria nunca se hace referencia a
ese
pueblo —intervine.
—Yo tampoco, aunque me hago una ligera idea. ¿Has oído hablar de «El Rubio»
alguna vez? —Eudald alzó las cejas.
—Era un personaje harto conocido en el pueblo, con el que se dice que su mujer
le
—Puede que prefiriera no recordar las horas amargas que vivió en ese lugar
perdido
de la mano de Dios. Lo cierto es que, a día de hoy, no hay una sola calle o plaza
bautizada
en pie su vieja casa, eso sí, en medio de un montón de ruinas. Tuve ocasión de
visitarla el
único verano en el que estuve solo en el chalet familiar, antes de que mis padres
lo
del parque.
en lugar de agua. El verdor que lo envolvía todo era apabullante, como si nos
hubiéramos
pronto estaba peligrosamente cerca, tanto que casi choqué contra su nariz al
volverme.
Mi mirada se perdió en sus ambarinos ojos, que estaban fijos en mí, profundos e
Estábamos en ese frágil momento de duda, previo a un primer beso, cuando una
voz
—¡Iris! ¡Eudald!
Me quedé de piedra al ver que se trataba de la otra chica, aparte de Vanessa, que
—Hola, Carla…
pensar.
—Hace rato que os busco. —Carla parecía enfadada— ¿No habíamos quedado
en la
Ni siquiera nos dimos los dos besos de rigor. Era como si de golpe yo no
existiera.
Hice el ademán de seguirles, pero antes de que pudiera dar un solo paso, Carla se
volvió y
ojos. Sin embargo, tuve tiempo de distinguir cómo Eudald se metía la mano en el
bolsillo y
Soul, una tienda del Barrio Gótico que combinaba artículos nuevos —bastante
caros, por
—Ya tengo un iPhone nuevo, pero el dinero que perdí de la paga no lo voy a
recuperar... —La mueca triste de Marta fue remplazada al punto por una
sonrisita no exenta
también salía del probador para mirarme en el espejo—. Bueno, ¿qué te parece?
Necesito
—No importa. El caso es que Diego sí que me gusta, olvida lo que te dije. Esta
noche he quedado con él y me va a llevar a... —Mi cerebro trabajó a mil por
hora— una
—¿Fiesta temática?
—Sí, como un baile de disfraces. Hay que ir en plan siglo XIX, y no tengo ni
idea de
qué ponerme.
—Si hay alguien aquí que sabe vestirse de carroza eres tú, Iris —me pinchó
Marta,
muerta de risa.
más abajo, hacia la zona de la Catedral. Allí hay un montón de tiendas vintage.
—Mi prima trabaja en una que se llama L'Arca de l’àvia. ¿Quieres que te lleve?
A
sobre la tienda, dado que no me fiaba del criterio de mi amiga. Sus únicos
conocimientos
sobre estilo se basaban en la colección de osos cabezones de Tous. No tardé en
encontrar la
página web y me di cuenta de que, por una vez, Marta había dado en el clavo.
—¡Mira esto! —Le alcancé el teléfono, alborozada, y mi amiga leyó en voz alta
la
LA SEÑORA…—.
Nos apresuramos calle abajo hasta que por fin dimos con el establecimiento, que
fascinada: parecía un lugar con mucha clase... y tenía pinta de ser carísimo.
—Creo que mi prima tiene derecho a un cincuenta por ciento de descuento por
trabajar
ahí—cuchicheó Marta—. Pero mejor finjamos que es para mí. Tú déjame hablar.
Enseguida salió a nuestro paso una atractiva joven, que vestía un delicado
babydoll blanco
Tras los dos besos de rigor y un poco de cháchara, Marta tomó a su prima por el
brazo.
—Oye, Andy, ¿todavía te hacen el cincuenta por ciento de descuento por ser
castaños.
contaba la historia como si se tratara del gran robo al tren de Glasgow y Andrea
asentía
—Lo que queráis —asintió Andrea, moviendo la cabeza arriba y abajo con tanto
ímpetu que pensé que los enormes pendientes saldrían volando—. Llamadme si
me
Marta se volvió hacia mí en cuanto su prima dio media vuelta. Sus vivarachos
ojos
relucían de la emoción.
—Muy bien, este es el plan: nos probamos vestidos las dos para disimular y,
cuando
—Gracias, Marta, ¡eres la mejor! —De pronto, mis ojos detectaron un brillo
escurridizo y trémulo entre las prendas—. Oh, Dios mío, ¿qué es eso?
Me abalancé sobre los colgadores del fondo de la tienda y saqué el vestido más
espectacular que había visto en mi vida. Su tela de satén color blanco perlado era
tan suave
que resbalaba entre los dedos, como si no pudiera asirse. Un hilo plateado
trazaba filigranas
vestido y con una venda en los ojos. Diego me los había tapado nada más llegar.
Mientras me conducía hacia las profundidades del club cogida a su mano, me fue
quedaría la última para convertirme en uno de ellos, puesto que al parecer habían
decidido
—Esta vez, Iris, se trata de una prueba sensorial. Por tanto, tiene cinco partes:
una
me soltó la mano de golpe. Su voz sonó un poco más lejana esta vez:
atención…
Iba a quejarme de nuevo, pero al punto comenzó a sonar una canción, cuya
intensa
—¡Bravo, Iris! Pasemos sin más dilación al segundo sentido: el olfato. En unos
instantes sonará un vals. Tendrás un minuto para bailar con cada uno de
nosotros, y deberás
Asentí levemente y, sin más dilación, comenzó a sonar el vals dulce y siniestro
de
Eyes Wide Shut. Inmediatamente sentí una presencia que me tomaba por la
cintura y me
Tuve claro desde el primer momento que se trataba de una chica, a causa de la
Carla, sin duda alguna: recordaba ese olor de aquella misma mañana en el
parque.
Esta vez era un chico. Pude asegurarlo por la firmeza de la cálida mano que me
De nuevo, fui cedida a una tercera sombra, que me tomó con presteza y
seguridad.
Por un momento creí que se trataba de un chico, pero un leve roce de uñas
afiladas me hizo
cambiar de idea. Me invadió un olor dulzón a caramelo, que me trasladó a la
primera vez
El resto fue pan comido, dado que ya solo quedaba Diego como guinda del
pastel.
«Lo mejor para el final», pensé soñadora, mientras esa última presencia,
las mías a sus hombros y, acto seguido, me aferraron con fuerza por la cintura
mientras el
—Fantástico —me dijo aplaudiendo este último. Por los susurros apagados,
supuse
huevo, pero sí un elemento clave para su sabor dulce y delicado: los pétalos de
una flor. De
De nuevo, mis nervios fueron disipados por la inmediatez del desafío. Alguien
me
ojos vendados. Me colocaron las manos sobre una encimera, en la que palpé un
par de
mordisco a un borde.
un poco cítrico. ¿Serían rosas? Me dije que lo normal era que se tratara de esa
flor, pues era
Tomé con cuidado el segundo maccaron y, esta vez, lamí con cautela la
superficie.
Detecté el típico sabor a tierra y naturaleza de las hortalizas. Antes de engullirlo,
lo acerqué
de nuevo a la nariz y aspiré a fondo. Vainilla y algo más... ¿quizá rosas? Sí,
estaba casi
pero usando tus manos esta vez. Solo puedes tocarnos la cara, tantas veces como
quieras,
eso sí, pero deslizando tus dedos por nuestros rasgos faciales nada más. Está
prohibido
Me levanté del taburete y me dejé guiar hasta otro punto de la sala. Al momento,
Con cierta vergüenza, deslicé las yemas de mis dedos hasta tocar una suave
pelusa.
¡Era Eudald! No tuve ninguna duda. Tantos días preguntándome cuál sería el
tacto de
cual me pareció una treta poco justa—, pero su barba y los rasgos tan marcados
del rostro
no admitían duda.
Antes de que pudiera decir nada, unas manos menos cariñosas sujetaron las mías
y
las colocaron en su rostro. Esta vez era una chica: lo supe al palpar el tacto
sedoso de su
—Vanessa.
—Bien.
Otras manos tomaron las mías con suavidad y las colocaron en su rostro. Por un
quién era.
—Diego.
—Perfecto, Iris. No hace falta continuar con Carla, dado que sabrías que es ella
por
eliminación.
Sentí cómo pasaba a colocarse tras mi espalda y la cinta se deslizó de mis ojos.
Parpadeé ante la súbita claridad y entonces me percaté de que estaba sola con
Diego, que
pruebas sensoriales y ya solo te faltará superar un reto para ser parte de nosotros.
Mira
delante de ti.
Me volví hacia el frente, donde apuntaban sus intensos ojos azules. Era un
cuadro,
un pequeño retrato pintado en tonos ocre. Se trataba de una chica joven, tal vez
de mi edad,
con cabellos cortos y rizados, tez pálida e intensa mirada. La modelo estaba de
perfil y
—Es... Julia Espín —musité, antes de convencerme del todo—: Julia Espín, sin
Diego se acercó a mí hasta que su rostro estuvo a unos centímetros del mío.
generoso flequillo que ocultaba en parte sus rasgados ojos. Se retiró un mechón
con uno de
sus largos dedos y esbozó una sonrisa mientras sus ojos celestes destellaban con
picardía.
los labios.
Me hallaba recostada sobre el pecho de Diego, tirados en uno de los sofás del
MoonBeam, que también aquella noche estaba poblado por jóvenes de extraño
aspecto. Al
que me parecía estar allí abrazada a él, como si lleváramos meses saliendo.
casó con Casta solo por despecho, como venganza tras el rechazo de Julia.
—¡Quién sabe! Lo que está claro es que ella no le correspondía, o por lo menos
no
lo veía apto para su clase social. ¿Alguna vez has leído cómo se conocieron?
—Sí, por la calle, ¿no? —recordé entusiasmada—. Estaba paseando con su viejo
—¿Alguna vez has sentido algo así, Iris? ¿Un flechazo de ese calibre?
Enrojecí con violencia.
estás esta noche —replicó él, encubriendo una timidez que no me esperaba.
Bebió un trago de su copa de vino tinto y desvió la mirada, pero yo le atraje para
darle un beso con sabor afrutado. Me sentí como si flotara a varios metros sobre
el suelo.
Diego sonrió y, al ver sus graciosos incisivos con una leve separación, la cabeza
se
—¿Qué? ¡No!
¿cómo dice el verso? «Soy incorpórea, soy intangible, no puedo amarte, ¡oh ven,
ven tú!».
Esta vez no se hizo de rogar. Comenzó a hablarme sobre él, sobre su pasado, sus
aficiones y sus sueños. Estudiaba la misma carrera que yo, solo que él estaba en
tercero,
llevaba casi un año soltero y había tenido un accidente de moto bastante serio del
que
prefería no hablar. Sus ratos libres los pasaba solo, yendo arriba y abajo con la
moto o
estaban dispersos por otros pueblos y solo se veían cuando ensayaban para un
concierto.
Fuera de eso, Diego salía exclusivamente con los miembros de las Sombras.
tiempo —confesó de pronto, alzando los ojos—. Pero dejé toda esa mierda atrás
cuando
tuve el accidente y conocí a las Sombras. Puede decirse que viví una especie de
muerte... y
renací como alguien totalmente distinto. Eso no quiere decir que sea mejor
persona —
—No hay mucho que contar. Solo he tenido un novio y no duramos más de cinco
meses.
—¿Qué pasó?
A él solo le interesaba el fútbol y las carreras de motos, poco más. Una noche
que mencioné
a Lord Byron y él lo confundió con un actor de Hollywood, supe que tenía que
dejarlo. —
No tenía ganas de seguir hablando de mi pasado, así que añadí—. Pero volvamos
al tema de
Julia Espín. ¿Qué más puedes contarme sobre ella? Confieso que ha sido
casualidad que la
reconociera en ese cuadro. La vi de pasada cuando estaba reuniendo información
para el
—Pues entonces sabrás que era una cantante de ópera que inspiró algunos versos
de
cuyas tertulias Gustavo asistió en varias ocasiones. Así se fraguó una admiración
que
hechos.
—No parece que la chica estuviera demasiado interesada. Fíjate que Bécquer
Nacional.
—Sí, pero ella se lo pagó casándose con el político Benigno Quiroga y, como
bien
sabemos, Gustavo terminó con Casta. Aunque me parece que se casó él primero.
—¡Pero si no le hacía ni caso! El pobre Bécquer tuvo que buscarse a una soriana
que le consolara.
leyenda.
—Sí, me lo ha contado. Pero parece que la casa ha quedado libre por fin. Lo que
me
así como un anticipo de su herencia... o, como dice Eudald, una recompensa por
ignorarle
diría que sois íntimos. —Diego fingió que lo decía en broma, pero el
resentimiento se
Cuando los labios de Diego se cerraron sobre los míos, perdí por completo el
mundo
Tras nuestra conversación sobre amores imposibles, Diego decidió que había
llegado el
donde al parecer tenían almacenado de todo. Por lo menos, tuve esa impresión
cuando abrió
Tras guiñarme el ojo, se arrodilló ante el arca y sacó unos apretados tejanos
negros,
un par de Doc Martens y una camiseta de manga corta con el logo de Unknown
Pleasures
corsé de polipiel y un par de tejanos negros con rotos y cadenas. Lo combiné con
unas
Diego demoró unos segundos su respuesta mientras cambiaba la tachuela lisa del
—Enseguida lo verás.
El Casa Manolo era el lugar más raro que había visto en mi vida, aunque no
podía
esperar otra cosa del bar preferido de Diego después del MoonBeam, según él
mismo me
Pese a que su nombre evocaba un negocio familiar hortera de tapas, nada más
lejos
de la realidad. Para empezar, jamás habría sabido que allí había un bar de no ser
por las
comenzamos a girar a izquierda y derecha sin ton ni son, internándonos cada vez
más en el
laberíntico corazón del Barrio Gótico. Cada vez que doblábamos una esquina,
nos
Un desolado callejón vacío era lo único que se abría ante nosotros. Ninguna de
las
Con una sonrisa enigmática, mi amigo se adelantó unos pasos y me señaló una
puerta oscura. Encima de ella colgaba un rótulo de color tabaco donde podía
leerse «Casa
Le miré arqueando las cejas como diciendo: «¿Es aquí?» mientras él pulsaba un
cabe, más singular que la entrada. Un denso olor a humedad flotaba en el aire,
como si
rombos en blanco y negro, que conducía a una sala del tamaño de mi comedor.
Unas pocas
lámparas aquí y allá contribuían apenas a disipar las tinieblas, bañando la
estancia en una
El taciturno hombre que nos había abierto preguntó qué queríamos tomar,
mientras
mis ojos seguían recorriéndolo todo con avidez: detrás de la barra colgaban un
montón de
En cuanto el camarero nos hubo servido las bebidas, descendimos los tres
escalones
Una inquietante canción con sonidos guturales se abría paso hacia mis oídos a
través
—Es Miau —dijo él, tras dar un sorbo a su botella de Voll Damm.
—¿Miau?
—Bueno, Iris. —Diego junto las palmas de las manos y me miró con expresión
—De la muerte.
—Verás. Todos nosotros hemos muerto de un modo u otro —me explicó Diego
—.
Como yo mismo te he contado, tras diversos escarceos con las drogas tuve un
accidente de
moto que por poco me cuesta la vida. No me gusta hablar de ello, pero esta vez
es
Eudald...
—Y dale...
—...que, como imagino sabrás, es adoptado. Cuando averiguó ese dato sobre su
pasado, sintió que perdía toda su identidad. Tuvo que reinventarse y las Sombras
le
una sobredosis de pastillas mezcladas con alcohol que por poco le cuesta la vida.
Cuando
—No siempre le funciona, pero tiene una sensibilidad especial. Digamos que
capta
solo—. Por último, Carla. Su familia es tan rica como la de Eudald. De hecho,
ambos
estudiaron en el mismo internado de élite. A los doce años fue secuestrada. Los
raptores
Tras nueve espantosos días, la policía tuvo la suerte de localizar el zulo donde la
mantenían
cautiva. Jamás ha querido explicar lo que le sucedió durante esos días terribles.
Como
—Dios, es horrible...
—¿Mi turno…?
—Sí, Iris. —Diego me tomó de las manos mientras clavaba sus transparentes
ojos
ladrillo. Sobre esta, encajonado en el techo, un cartel con fondo negro y letras
blancas
Se celebraba mi fiesta preferida del año: Halloween. Con todas las cosas raras
que
Era una noche despejada y las estrellas lucían como joyas diminutas en lo alto
del
medida que subía su nivel de alcohol, pero aquella noche se estaba esmerando.
Tal vez
La otra dueña era la preciosa Lady Morte, Mireia en la vida real, líder del grupo
folk
a la vez que repartía sonrisas malévolas, ataviada con un sugerente traje de época
que
combinaba seda negra y terciopelo escarlata. Llevaba una tiara con una gema
roja prendida
no estaba tan vacío como de costumbre, pero estaba claro que la escena gótica de
Barcelona
abundante lápiz negro, corsés, guantes y medias de rejilla, anillos con motivos
tenebrosos,
—¡Acabo de ver a un tío con falda! —cuchicheó con ojos como platos.
—No nos está molando mucho este sitio —intervino Ana—. La música es
demasiado...
—Iba a decir horrísona. Como ves, no eres la única capaz de utilizar expresiones
cabellos rubios, cosa que confirmó nuestras sospechas: tres cuartas partes de las
Sombras
—Eh, Vanessa…
—Diego nos confirmó que has pasado la segunda prueba. Quiero comunicarte
Punch, con poco éxito bajo mi punto de vista. El traje de colegiala, la pistola y la
peluca
con dos coletas de cabello rubio platino que llevaba torcida se veían de bazar
chino.
prueba? Diego me comentó que tengo que morir o algo así y se quedó tan ancho.
Espero
—Si pasas la prueba, vendrás de viaje con nosotros a Noviercas dentro de dos
mano enguantada. Cuando al fin la acepté, me guió con maestría por la sala,
dejando a mis
Desde luego, yo también deseaba saber qué era real y qué mera ilusión. Entre la
quien creía emparejado con Carla, ya no sabía qué pensar. Solo me había faltado
enterarme
de que, si pasaba la última prueba, estaría con ambos varios días seguidos.
—¿No piensas hablarme? —insistí, mientras Eudald me hacía girar entre sus
brazos,
Aquella noche no olía a plátano sino a bosque silvestre. Cerré los ojos y, al
aspirar
con fuerza, me llegó un seductor olor a humo, pino y madera. Fue como si todo
mi cuerpo
—Ya me han contado lo del viaje a Soria. Deduzco que eso significa que has
siguió sin responder. En lugar de eso, clavó sus ojos castaños en los míos. Dos
hoyuelos
Sin saber cómo había sucedido, de repente nuestras frentes estaban casi pegadas.
Un
instante después, Eudald me besó como si le fuera la vida en ello. Sus labios
eran dulces
Cuando separó su rostro del mío sentí vértigo. En un susurro tan leve como un
soplo
de viento, me dijo:
Me alejé unos pasos en dirección a la cabina del DJ, dado que había demasiado
ruido en la pista. Por fin, mi cerebro registró las palabras que estaba recitando el
cantante.
Algo oscuro se agitó en el fondo de mi alma mientras escuchaba unos versos que
conocía perfectamente, cantados por una voz fría y dura como el hielo:
anunciado. Puntual como un reloj, el conductor del taxi llamó al interfono a las
tres de la
que le había largado sobre un trabajo que debía hacer en casa de mi compañera
de grupo.
Para facilitar las cosas, le había dicho que se trataba de Ana, pues sabía que ella
me
Mi madre me acusaba de que aquello era una excusa para montar una fiesta
salvaje
lejos de su control. En todo caso, cualquier idea errónea era preferible a saber
que su hija se
Por mi parte, había estado investigando un poco. Si mis fuentes eran correctas, el
coche iba a llevarme a una casa perdida en el Parque Natural del Montnegre, a
cincuenta
Por lo que había podido leer, se trataba de una técnica conocida como
respiración
tal doctor Aymerich, un nombre que me sonaba a supervillano de cómic, algo así
como el
Si bien el objetivo del taller era «ganar valentía para vivir, sanar heridas
veía tan claro. Tenía grabado en la mente que esa técnica respiratoria conducía a
una
Tras un viaje en el que traté de contener las náuseas por el pánico que sentía, el
Me apeé con las piernas rígidas de tanto rato sin moverme en el vehículo y
aspiré
Había ido a parar a un paisaje digno de cuento: el cielo se oscurecía poco a poco,
Las ramas de los árboles se agitaban por el viento, trayendo consigo aromas
otoñales: leña,
fuego, castañas y pino. Era olor a naturaleza, a vida.
tiempo a reaccionar, el taxista me arrojó la bolsa de viaje a los pies y se largó sin
decir ni
mu, con tan solo el chirrido de los neumáticos como banda sonora.
—¡Hola! Tú debes de ser Iris. Soy Georgina Font, la asistente del doctor
Aymerich.
sígueme.
un largo pasillo.
—¿Qué otros?
—Ah, no. —Georgina sonrió de modo misterioso—. Creí que lo sabías. Tus
amigos
pagar, teniendo en cuenta que el precio normal ya era bastante elevado. Sabía
que mis
El mensaje para mí estaba claro: «Tenemos poder para hacer cualquier cosa, así
que
cómic. Su aspecto era de lo más común: un hombre de unos sesenta años, con
gafas, pelo
gris algo desaliñado, amplias entradas y sonrisa tensa. Sus gruesas cejas parecían
lombrices
—Buenas tardes, Iris —me saludó con tono cansado—. ¿Lista para vivir una
compañeros con los que compartir la experiencia lo volvía todo aún más
aburrido, aparte de
En ocasiones ni siquiera hacía caso de las indicaciones del doctor, sino que me
ningún resultado.
comedor, así que deduje que debían de comer en estancias privadas, lo cual era
un alivio:
hambre. La comida era sencilla, pero todo tenía un sabor exquisito y podía
repetir las veces
que quisiera. Mi habitación también era muy cómoda y, pese a pasarme el día
tumbada,
dormí muy bien ambas noches, tal vez gracias al vigorizante aire de la montaña.
Sospechaba que la prueba finalizaría sin ninguna novedad, lo cual era a la vez un
muerte por asfixia, pero las Sombras considerarían que había fallado la prueba si
los talleres
postre. Dado que era mi última oportunidad para sacar algún provecho de
aquellas sesiones,
Y entonces sucedió.
Mi mente fue invadida por una espesa bruma, al tiempo que mis miembros se
noté que tiraban de mí y caí cada vez más rápido, hundiéndome en el centro de
una galaxia
a años luz de allí, pero a la vez consciente del peso de mi cuerpo sobre la
colchoneta.
Cuando cesó aquella extraña sensación, abrí los ojos. Me quedé sin aliento.
de su persona. Se le veía joven, mucho más que en los últimos retratos que le
habían
tomado. Tal vez fuera solo un par de años mayor que yo.
y las hojas de los árboles alargaban sus trenzadas hojas hacia nosotros,
exuberantes de vida.
—Prométeme que la prosa de la vida jamás amargará nuestros sueños. Esa prosa
que quieren obligarnos a vivir, la misma que pugna por arrebatarme los sonetos
que leo al
El poeta se inclinó entonces para besarme. Cuando sus labios ya rozaban los
míos,
el paraíso se desvaneció.
iluminada solo por las ambarinas llamas de una lámpara de aceite. Bécquer se
veía mucho
mayor. Alrededor de sus ojos, la vida había surcado ya algunas arrugas, tal vez
más de las
tacto húmedo de sus lágrimas resbalando por mis mejillas, como una cascada de
diminutas
pertenecía a otra persona. Al oírle hablar, supe quién era yo allí y entonces.
—Julia. Por qué me has abandonado...
El lunes siguiente tocaba otra clase sobre Bécquer, lo cual para mí equivalía a
estar en el
cielo, mientras que para mi compañera era lo más cercano al infierno sobre la
Tierra.
—Lo que nos hiciste el viernes pasado fue muy feo —cuchicheó Ana en voz
demasiado alta.
Me volví hacia ella con expresión de fastidio, en parte por su reproche, pero
también
porque iba a perderme los comentarios de la profesora sobre la Rima XV, una de
mis
preferidas.
Para variar, aquel día Ana iba peinada y parecía no tener resaca, pero la
movía en la escala cromática del negro, no era la persona más indicada para
opinar.
luego pasarte la noche con tus nuevos amiguitos raros, y a nosotros que nos den
por saco.
—Que yo sepa, a Eudald me lo presentasteis vosotros, y eso de que os arrastré...
Vinisteis porque os dio la gana. Por no mencionar que a Roger lo invitaste tú.
Sacudí la cabeza. Debía adoptar otra estrategia o el plan que tenía en mente se
iría al
la cuestión.
—Está bien, lo siento… —Cubrí la mano pecosa de Ana con la mía y le sonreí
—:
Admito que estuve un poco... dispersa. Tenía muchas cosas en la cabeza esa
noche. Entre
—Es un asunto delicado. De vida o muerte. Nadie, repito nadie, sabe nada.
Serías la
primera en enterarte.
Conocía la pasión de Ana por los chismes, cuanto más dramáticos mejor, así que
no
dudé en sacar la artillería pesada. Casi pude ver cómo las orejas de mi amiga se
alzaban
mientras me miraba con los ojos muy abiertos. Era como cuando aparece el
símbolo del
—¡Cuéntame!
—Antes necesito que me prometas dos cosas. La primera no creo que haga falta
porque confío en ti, pero esto no puede saberlo nadie. Ni siquiera Roger.
—Te lo juro, palabrita de... bueno, iba a decir «niño Jesús», pero en tu caso quizá
—A eso iba. El secreto es que me voy de viaje con «mis amiguitos raros», como
tú
los llamas. Nos vamos a finales de esta semana y no sé cuántos días estaremos
fuera.
a mi regreso, ¿vale?
—Pero bueno, ¡esto es el colmo! ¿No los he tomado yo por ti durante casi todas
las
—Dudo que el viaje sea muy largo… A lo sumo me saltaría un par de clases.
que pedir que salgáis de clase. A los demás les interesa lo que estamos haciendo.
Un estudiante unas filas por detrás de nosotras coronó sus palabras con un
amplio
—Lo siento —me apresuré a decir, roja hasta la raíz del pelo.
—Si me voy a pasar la próxima semana aguantando este coñazo —susurró Ana
—Por favor.
Una vez bajo la vigorizante caricia del sol, Ana se volvió hacia mí sonriendo
como
—Sí, hombre, ¿y qué más? —me indigné— Me parece que te estás pasando.
—Chantajista.
Roger apareció de repente. Era como una mosca zumbando alrededor de Ana las
—Hombre, el que faltaba —resoplé con hastío—. En fin, chicos, siento no poder
—Tenemos que quitarnos este vicio de chocar el uno contra el otro —dijo él,
La vigilia del viaje junto a las Sombras me sentía muerta de miedo y expectación
a partes
iguales. La mala noticia era que mi madre todavía no me había dado permiso
para ir.
Por suerte, contaba con la ayuda de Eudald, que el lunes había decidido auto
invitarse a cenar para acabar de convencerla. Alegaría que era otro miembro del
ficticio
grupo de trabajo al que ya había recurrido una semana atrás para los talleres de
la muerte.
segundo viaje, esta vez a Soria. Eudald estaba convencido de que sabría
camelársela con su
que batía las pestañas mientras le ofrecía bebidas y pastas. Solo le faltó sacar los
álbumes
hizo falta que Eudald se invitara, pues ella misma insistió en que se quedara a
cenar esa
Aquel viernes, la noche anterior a nuestra partida, era la tercera cena que Eudald
iba
a compartir con nosotras. Hasta aquel momento, mi madre se había mantenido
en sus trece
El timbre sonó en el preciso instante en que mi madre sacaba el pollo asado del
hacía gestos para que echara ambientador antes de abrir la puerta. La miré
torciendo el
Me horrorizaba aquel pestilente efluvio floral que ella echaba cada vez que
venían
tinieblas. Iba vestido por completo de blanco, muy distinto a su aspecto habitual,
con un
jersey de algodón que le marcaba los músculos, dockers con la raya bien
marcada y unos
náuticos de color azul marino, la única nota de color. Esto agregaba un toque
marinero a su
look, igual que los botoncitos dorados en forma de ancla que remataban los
puños del
jersey. Sus enormes y redondos ojos castaños parecían los de un niño inocente,
pero aun así
lograron ruborizarme por la intensidad de su mirada.
con la lentitud de un caracol, dejando sus labios más rato del necesario sobre mis
mejillas.
—¿No vas a invitarme a entrar? —dijo al fin, con la típica frase que sueltan los
—Es el incienso.
estará enseguida.
—Pues no, creí que ese era tu cometido. Si no, ¿qué haces aquí?
un gran favor si permitiera que Iris nos acompañara. Mis padres tienen una casa
en
Noviercas, un pequeño pueblo de Soria, y nos han invitado a pasar esta semana
con ellos.
cuestión versa sobre un poeta que vivió en ese mismo pueblo durante algunas
épocas de su
—¡Por supuesto! —Eudald fingió escandalizarse, y lo hizo tan bien que por un
hace es tenernos ahí, figúrese. Están muy ilusionados por conocer a Iris, pues les
he
conmovida.
—Bueno, la verdad es que me estás convenciendo... ¿Dices que estarán allí con
—Todo el tiempo.
—Es crucial para aprobar primero... —Mi amigo imprimió un tono lastimero a
su
voz—. Vamos a tener que trabajar mucho, y si cada uno ha de realizar su parte
por separado
Mi madre nos miró con los últimos resquicios de duda. Entonces, Eudald hizo lo
—Espero que no hables en serio… Yo solo veo cosas inútiles. ¿Para qué quieres
todo este maquillaje? Aparte de que con un recambio de botas por si se te mojan
será
—¡Para el carro, boy scout! —me enfadé—. Pero, ¿qué se supone que vamos a
hacer ahí?
—Nunca se sabe, por eso más vale ir preparado. ¡Pardiez, saca todo eso de la
maleta, por favor! —Eudald se acuclilló a mi lado y extrajo tres corsés—. Pero
bueno, estás
de broma, ¿no?
Su súbita proximidad me intimidó. Era muy consciente del roce de sus muslos
contra los míos y del dulce aroma a menta de su aliento. Sus cabellos me rozaron
la mejilla
de la ópera... nosotros dos bailando una canción de Faith and the Muse. ¿Te
suena de algo?
—No tengo ni la más remota idea de lo que dices. Esa noche no fui al Undead.
Me
—Pues yo juraría que eras tú. Aunque, ahora que lo pienso, no dijiste una
palabra y
olías diferente... lo cual me pareció algo raro. Pero di por sentado que... —Le
miré de hito
—Mira, no entiendo lo que ha pasado, pero puedo demostrarte que esa noche yo
no
estaba en la fiesta.
Facebook, buscó durante unos instantes y por fin giró la pantalla hacia mí—. Ahí
lo tienes.
Me han etiquetado otras personas, así que no es cosa mía. Mira la fecha y la
hora.
él. A pie de foto se veía la fecha y la hora, que concordaban con el evento de
Halloween.
—No entiendo nada. Al principio pensaba que lo estabas negando por Carla.
—¿Tu prima? —Esta vez fue mi mandíbula la que quedó colgando, casi
desencajada—. Creo que Diego va a tener que explicarme unas cuantas cosas.
al lado de Diego y Vanessa, que ocupaba el asiento central por ser la más
menuda, no me
Eudald estaba a cargo del volante y a su lado se sentaba Carla, su prima, novia o
lo
que fuera. No había tenido la oportunidad de aclarar el tema con Diego, y a saber
quién
decía la verdad. Aun así, no comprendía qué motivos podía tener este para
mentirme.
—Es increíble que estemos llegando tan tarde —se quejó Vanessa—. Claro, si a
—Con esta niebla nos vamos a estrellar. Si por lo menos hubiera luz no daría
tanto
mal rollo. Pero, claro, la señorita tenía que dormir hasta mediodía.
—Vanessa, deja en paz a Carla. No pegó ojo hasta pasadas las cinco de la
tanto!
Entorné los ojos y ahuequé las manos contra el cristal de la ventanilla, tratando
de
Para colmo, en aquel momento comenzó a caer una ligera llovizna, que se
mezclaba
Bécquer en Noviercas?
—¡Así es! Parece ser que cuando ella anunció su tercer embarazo, Bécquer puso
el
grito en el cielo, pues estaba convencido de que el crío no era suyo. Así que, ni
corto ni
—No parece que fuera muy feliz allí —suspiré apenada—. Sigo pensando que
Les había explicado a las Sombras las visiones que me habían asaltado durante
los
talleres de la muerte, pero solo Vanessa se lo había tomado en serio. Con Diego,
de hecho,
no había vuelto a hablar. Desapareció por completo tras la noche en la que nos
habíamos
holorénica.
—Yo también creo que su matrimonio con Casta fue una farsa —asintió
Vanessa,
prueba, Iris.
—¿De qué habláis? —Diego se inclinó hacia mí con aquellos ojos azules
capaces de
Miré de reojo a los otros. Carla dormitaba y Eudald tenía los cinco sentidos en la
Aprovechando que los otros parecían algo distraídos, me volví hacia Diego
tratando
No te hagas el tonto.
No pude acabar de teclear la frase, pues en aquel momento, el coche sufrió una
—No pares —ordenó Vanessa al punto con su voz fría y aguda—. Solo conduce.
Todos nos volvimos para mirar por la luna trasera mientras Eudald seguía
que una oscuridad espesa y negra como la pez. La lluvia había aumentado hasta
convertirse
pude escuchar cómo crujía, mientras pasaba las páginas de su cuaderno adelante
y atrás con
buena. En 1868, dos años antes de su muerte, tuvo lugar el episodio del que os
hablaba hace
—No me extraña, pobre tío, con ese nombre... —dije— Cualquiera se volvería
loco.
—Mirad, ahí está la iglesia donde bautizaron a dos de sus hijos —intervino
Eudald,
soltando una mano del volante para señalar la silueta de un campanario, que
emergía de la
—Es un torreón árabe del siglo X, un pálido vestigio de la importancia que debía
de
—¿En qué idioma hablas, tío? —se burló Vanessa— La verdad es que me
sorprende
que tus padres compraran una casa aquí. Es un lugar de lo más deprimente.
—Creo que te dejas llevar por la atmósfera: niebla, lluvia, las desgracias del
pobre
Gustavo... —bromeó Diego—. Aparte de lo que acaba de pasar. Solo espero que
no
—No habrá más atropellos por hoy. Hemos llegado. Bienvenidos a Noviercas.
Estábamos tan agotados que nadie pidió ver la casa. Empujamos a Eudald hacia
la cocina y
dado que era imposible que alguien nos trajera una pizza en un entorno tan
aislado. Nos
capa de polvo.
Por espacio de unos minutos, todos masticamos a dos carrillos sin mediar
palabra.
mezcla imposible de rococó con detalles tribales que no pegaban ni con cola. Era
como si
Situada en las afueras sobre un montículo, la casa parecía el centinela del lugar.
hilera de cipreses del jardín, donde un viejo columpio sobresalía entre las malas
hierbas, le
extremos se había soltado y daba golpes a merced del viento. En él se leía: Villa
de
las ánimas. Supuse que era en honor a la leyenda soriana de Bécquer.
medio torcidos de las paredes. Tuve la sensación de entrar en la casa del terror de
un parque
de atracciones. Esperaba que las personas que aparecían en los cuadros no fueran
En el enorme comedor donde tenía lugar nuestra cena frugal, gruesas alfombras
de
cocina era la única estancia moderna de la casa, que por lo demás presentaba un
aspecto
Me preguntaba cómo era posible que Eudald hubiera pasado un verano en aquel
—Qué detalle por tu parte —ironizó Vanessa, poniendo los ojos en blanco.
de juegos donde habían embutido una enorme cama de dosel y, por último, el
dormitorio
que había ocupado nuestro amigo durante sus breves estancias en la casa.
Durante la cena nos había contado que, de pequeño, su familia solía veranear en
Noviercas, pero hacía tantos años que apenas conservaba recuerdos del pueblo,
más allá de
tuvo que contentarse con el zulo con lavabo. Pese a saber que entre ellos no
había nada, no
Aplazamos cualquier charla sobre los objetivos para el día siguiente, dado que
entre
Cada uno se encerró en su respectivo cuarto, soñando con deslizarse bajo las
sábanas. Estábamos agotados por el largo viaje y yo, por lo menos, me sentía
extraña, como
entumecida.
era una maravilla de color rosa palo con suaves fibras plateadas en forma de
estrellas.
Parecía el cuarto de una princesa, pero tenía detalles siniestros, igual que el resto
de la
mansión.
a mano, tal vez manualidades de cuando Eudald era pequeño. También había
juegos de
mesa y un montón de objetos dispares, como una bola del mundo y hasta una
colección de
Me volví hacia la mesita de noche que quedaba a mi derecha y mis ojos captaron
un
detalle curioso teniendo en cuenta el inmenso óleo que figuraba frente a mí,
basado en la
obra Don Juan del mismo autor. Al hojear el libro, se abrió por una página en
concreto,
pues alguien había doblado una de las esquinas. En ella figuraba mi poema
preferido, en el
que precisamente Bécquer había basado la rima número XIII, titulada Imitación
de Byron.
lo hubiera leído. Alguien había deslizado un papelito en ese punto del libro. Una
letra
No pude evitar pensar en Diego al leer sobre pupilas —o, mejor dicho, iris—
azules.
yo. Como si fuera cosa de brujas, en aquel mismo instante llamaron a la puerta.
—Venía a darte las buenas noches y a disculparme por desaparecer estos días.
—A buena hora...
—Lo siento de verdad, Iris. Tuve problemas en casa. Te lo explicaré todo
mañana,
por completo de mi alma, mientras sus labios hacían lo propio con mi boca. En
la trémula
luz de la habitación, de pronto todo eran reflejos de mar y gotas de rocío sobre
violetas.
Al abrir los ojos por la mañana, tardé unos instantes en recordar dónde estaba.
Cuando mis
ojos enfocaron las estrellitas en las cortinas del dosel, todo lo vivido el día
anterior acudió
Holgazaneé unos minutos entre las confortables mantas mientras evocaba sus
besos.
al pasillo deduje que los demás seguían durmiendo. No se oía nada en absoluto y
el baño
del segundo piso estaba desierto.
Aliviada, me tomé mi tiempo para una larga ducha caliente. Después me vestí
con
cocina me sorprendió ver a los demás allí. Eudald tostaba pan —por suerte, la
electricidad
su parte, estaba retirando de los fogones una humeante cafetera. Solo faltaba
Carla, así que
—¿Qué tal has dormido? —me preguntó Eudald con una cálida sonrisa.
—Tenemos mucho que hacer. Siéntate, ahora fijaremos los objetivos del día
mientras desayunamos.
Esbocé una mueca mientras me sentaba al lado de Vanessa, que por supuesto era
quien había hecho el último comentario. Jamás había conocido a una tía tan
mandona,
aunque los últimos días se había mostrado algo más suave conmigo, sobre todo
después de
—Ya estoy aquí. Disculpad el retraso, pero no había manera de que saliera agua
caliente.
Carla se dejó caer al lado de Vanessa y cogió una tostada, que procedió a untar
con
mermelada de fresa. Le dio un ávido mordisco y se sirvió una taza de café solo.
el contenido de las cartas que mandó quemar, justo antes de fallecer, a su amigo
Augusto
Ferrán. Tampoco sabemos cuál fue la causa exacta que le quitó la vida con tan
solo treinta y
cuatro años.
de arándanos.
—Eso dicen los libros, junto con un montón de posibles causas más, a cada cuál
Eudald sorbía su habitual té rojo. Mordió con delicadeza una galleta de canela y
—Yo voto por explorar primero el pueblo. Visitemos a los vecinos y llamemos a
todas y cada una de las puertas. Tampoco son muchas. Podemos reagruparnos
por la noche
—¿Onironautas?
—Así se llama a los que viajan de forma consciente en los denominados «sueños
cierto control sobre lo que le sucede: puede saltar de un precipicio sabiendo que
no va a
morir, o enfrentarse a sus propios monstruos. —Vanessa hizo una breve pausa
antes de
declarar—: Sé cómo inducir esos sueños para descubrir cosas que están
enterradas en
nuestro inconsciente.
—Eso suena muy interesante, pero yo tengo otra idea para esta noche: visitar las
ruinas de la casa donde vivieron Gustavo y Casta —propuse con voz triunfante,
segura de
más susceptibles a un sueño lúcido que nos lleve al pasado de Bécquer si nos
encontramos
en el entorno adecuado.
que os den largas: hay que tirarles de la lengua. Preguntad a las personas
mayores y
falda de raso color tabaco. Me parecía curioso que siguiera vistiendo de modo
antiguo, y
deduje que debía de ser su auténtico estilo. Me regocijó que llevara incluso un
camafeo
rodeado de brillantes prendido en la blusa de color blanco roto.
Los demás, en cambio, presentaban sus looks habituales. Diego iba todo de
negro
con unos ajustados tejanos, botas militares y una camiseta de manga larga sin
estampado.
Me volví hacia Eudald, que llevaba una de sus camisas de leñador, tejanos grises
y
—Será mejor que nos separemos —prosiguió doña órdenes en cuanto estuvimos
cuatro copias del mapa de Noviercas, que he marcado por zonas. Yo iré hacia el
sur y
Diego hacia el norte. Carla se puede encargar del este y Eudald, del oeste. En
cuanto a Iris...
—Me parece bien. Nos vemos en casa para comer cuando hayáis acabado.
¡Buena
suerte!
Dicho esto, comenzamos a descender rumbo al pueblo. A la luz del día, ofrecía
un
aspecto aún más deprimente que la noche anterior. No se veía un alma por las
calles, ni
siquiera cuando llegamos a las primeras casas, donde cada uno tomó una
dirección distinta.
mal una amiga. Últimamente, Carla pasa de mí que da gusto. Está muy rara.
Sonreí para mis adentros ante la ocasión que se me ofrecía. Por supuesto, no
al primer portal.
ante nosotras—. Vamos a ver si hay suerte y podemos hablar con el alcalde.
Tras cruzar la puerta, una aburrida secretaria nos dijo con voz monocorde que el
alcalde nos recibiría pasados unos minutos. Al parecer, en aquel momento estaba
ocupado
sobre el teclado.
Cuando por fin se abrió la puerta del despacho, un hombre rechoncho y diminuto
emergió de su interior carraspeando. Nos tendió la mano con una sonrisa forzada
en su
rostro regordete: me dio la impresión de que le molestaba tenernos allí. Sus ojos
oscuros
que vais a hacerme unas preguntas sobre nuestra celebridad local, que en paz
descanse.
¿Me acompañáis?
relucientes zapatos negros, que cruzó bajo la enorme mesa de nogal. Se atusó los
cabellos
ensortijados, que llevaba peinados hacia atrás con gomina, y nos sonrió de
nuevo,
pueblo. Nos gustaría ver cualquier foto o archivo que nos permita…
archivador. Pasó varias páginas tras humedecerse el borde de los dedos con
saliva, cosa que
me hizo arrugar la nariz con disgusto: odiaba a la gente que hacía eso—. Aquí
está el
—Pensábamos en algo un poco más personal. Como la historia del Rubio, las
un papelito donde anotó algo rápidamente y nos lo tendió—. Aquí tenéis sus
señas.
—Un infarto de hígado, creo. Era un hombre de salud muy delicada. Pero como
ya
Forzó una sonrisa, mostrando dos hileras de dientes grisáceos por el tabaco.
Todo él
Nos dirigimos hacia la casa donde vivía el anciano historiador, que estaba a un
par
de calles de allí. Tras llamar con los nudillos, reparamos en un tirador de cuero.
Vanessa lo
estiró con demasiado ímpetu y una campanilla de bronce tañó con violencia
hasta que, por
pese a su avanzada edad, con una voz grave y melodiosa—. ¿En qué puedo
ayudaros?
—Yo soy Iris y esta es mi amiga Vanessa. Estamos realizando un trabajo sobre
servicio.
Con una encantadora reverencia, nos hizo un gesto para que le siguiéramos.
emanaba un intenso tufo a felino. Se confirmó que el buen hombre tenía tres
gatos, dos
blancos y uno negro, cuyos ojos verdes como esmeraldas refulgieron al ser
espantado del
negros que tapizaban el sofá. Eché un vistazo al espacio que nos rodeaba, similar
a un
caótico almacén de antigüedades.
he visto con fuerzas para limpiar… Por lo menos, no tan a menudo como lo
hacía mi
blanco...?
historia del Rubio? Hemos leído que Bécquer abandonó el pueblo, acusando a
Casta de una
—Vaya, vaya... —Rodolfo se frotó las manos, encantado—. Desde luego, puedo
contaros un montón de cosas al respecto. Hilarión Borobia, alias «El Rubio», era
el típico
fanfarrón que hacía cualquier cosa para ganarse el favor de las mujeres. Según
algunas
gran escándalo. Todo el pueblo estaba convencido de que el niño era en realidad
un
bastardo engendrado entre el Rubio y Casta, sobre quien cayó la infamia. Nunca
sabremos
sabemos a ciencia cierta es que el poeta, acompañado de sus dos hijos mayores y
de su
Intervine con curiosidad, fascinada por los conocimientos del anciano, que
suspiró.
una vida feliz. Tras la muerte de su esposo, cuando el niño tenía cuatro años, se
casó en
—El mismísimo Rubio se encontraba entre los asistentes, aunque fue expulsado
por
casa, este último fue asesinado de un disparo... Por supuesto, todo el mundo
pensó que
—Un parte médico menciona que padecía encefalitis crónica, la cual se la llevó a
la
tumba con solo cuarenta y tres años... pero las malas lenguas hablan también de
un incendio
—¡Un placer! —exclamó con una sonrisa cansada—. Todo esto me hace
rememorar
mis años como profesor en la escuela del pueblo, o las tareas de investigación
que realizaba
Salimos de la casa con amplias muecas de satisfacción, cogidas del brazo como
dos
díscolas colegialas.
—Mira, ahí está la iglesia que nos ha mencionado Rodolfo —señalé a Vanessa
—, la
misma a la que asistían Gustavo y Casta todos los días. Vamos a ver si el párroco
nos
cuenta algo.
había nadie, hasta que nos salió al paso un hombre moreno y malcarado. Su
aspecto de
chacal se veía reforzado por la sotana negra y las ojeras que marcaban cercos
oscuros bajo
interrumpió.
—Lo siento, chiquilla, pero no puedo permitir que entre en la casa del Señor con
ese
—¿Disculpe?
—¿Cómo sabe usted las ropas que le gustan al Señor? —le retó Vanessa,
desafiante.
—Desde luego, hay que ser ruin para querer acceder a este recinto sagrado
El párroco nos señaló la puerta. Acto seguido, giró sobre sus talones y
desapareció
—Ha sido una pérdida de tiempo. —Diego torció el gesto con hastío—.
No me hizo ninguna gracia saber que había estado con Carla, aunque me aliviaba
que fuera él y no Eudald, lo cual no tenía ningún sentido. ¿No se suponía que yo
salía con
ceño—. Todo el mundo prefería contar batallitas de su propia vida antes que
rescatar
pensábamos.
Mientras comíamos a dos carrillos ensalada de tomate y atún, les referimos todo
lo
—Eso sí, con la Iglesia hemos topado. El cura nos ha echado de malas maneras,
como si fuéramos concubinas de Satán o algo peor.
Tras repetir las palabras del párroco y reírnos un rato a su costa, fijamos la hora
de
brillaba aún en el horizonte, así que nos retiramos a nuestras habitaciones para
descansar
Cuando la oscuridad fue total, en torno a las siete de la tarde, nos reunimos todos
de
nuevo y partimos hacia la casa. La única duda era cómo nos las arreglaríamos
para entrar.
Sin embargo, al llegar nos percatamos de que una de las ventanas estaba abierta.
Eudald se coló por ella como una anguila, dado que era el más atlético del grupo.
Unos
segundos después, nos abrió desde dentro con una sonrisa torcida.
—Adelante, señores.
puntillas hacia el comedor sin hacer ruido ni encender las linternas, pues no
queríamos
alertar a los vecinos. Obviamente, no teníamos ningún permiso para estar allí.
Cuando estuvimos seguros de que nadie vendría a detenernos, nos quitamos los
abrigos y nos preparamos para la curiosa experiencia que estábamos a punto de
vivir.
alucinaciones. Bueno, puede que lleve algo más aparte de hierbas. —A Vanessa
se le
escapó una breve risa, que sonó como el chillido de un ratón—. Normalmente
sería la
Para la ocasión se había puesto un largo camisón de raso blanco, más propio de
una
Vanessa se paseó descalza entre nosotros, repartiendo unas botellitas tapadas con
un
No me hacía ninguna gracia ingerir aquella pócima, pero decidí callar mis
temores
para no quedar como una mojigata quisquillosa. Me bebí el líquido sin rechistar
y de un
solo trago. Tenía cierto sabor a menta y a algo más que no pude identificar. Al
momento me
—Ahora quiero que cerréis los ojos con suavidad y os concentréis en relajar
cada
explorar esto.
Vanessa hizo una pausa antes de seguir hablando con voz suave:
Entra por la nariz, baja por la garganta y alcanza el estómago. Tomad conciencia
de cómo
este se contrae y se expande, cómo se desinfla cuando expulsa el aire. Tenéis que
observar
repetid sus versos por dentro. Sentid la casa en la que estáis. Respiramos el
mismo aire que
él respiró. Estamos en contacto con la tierra que él pisó. Sentid el suelo con las
palmas de
las manos e id relajando cada miembro, empezando por los pies. ¿No notáis un
delicioso
profundo, pero al mismo tiempo seguís aquí y sois conscientes de cada cosa que
ocurre. De
se había dividido en dos. Por un lado, mi cuerpo flotaba en una suerte de limbo,
pero si
abría los ojos, seguía viendo a Vanessa de rodillas, hablando a la luz de una
trémula vela.
Sin embargo, eso era imposible, porque él permanecía tumbado con los ojos
cerrados a pocos centímetros de mí. Podía tocarle solo con extender la mano,
pero era
llevó los últimos dejes de mi conciencia. Después, cayó sobre mí un velo pesado
y oscuro
como la noche.
Me encontraba en el patio trasero de una casa, no sabía dónde, pero tenía claro
que estaba
Los contemplé hipnotizada: pocas veces había visto una escena tan hermosa.
a mi mano con un dulce gorjeo. Me miró con ojos inteligentes, como si pudiera
En aquel punto del sueño se produjo un salto. Sin saber cómo, de pronto me
encontraba dentro del chalet. El interior estaba muy oscuro y, por un momento,
un miedo
súbito e intenso, del todo injustificado, hizo que me pusiera a temblar. Presentía
peligro,
pero no entendía por qué, sobre todo tras el ambiente celestial del jardín.
el sueño era muy parecida a la de Eudald, solo que aún más grande y antigua. De
hecho,
la puerta, pues ahí no había nada que pudiera servir de alimento para los
gorriones.
y avancé hacia el gigantesco espejo triple que había de pie contra una de las
paredes. Por
unos instantes, mi atención se vio del todo absorbida por mi aspecto, en el que
no había
volantes y fruncidos, que aleteó de forma deliciosa cuando giré sobre mí misma,
riendo
Entonces bajé la vista a mis pies y comprobé que, por algún incongruente
motivo,
claro, a juego con el vestido, recordé que había hecho ballet cuando niña. Casi lo
había
olvidado.
Sin poder frenarme, comencé a girar sobre mí misma para ver cómo la hermosa
falda aleteaba en el aire, similar a las alas de algún pájaro exótico. Giré y giré
como poseída
hasta caer al suelo, mareada pero risueña. Por supuesto, no me hice ningún daño,
pues la
o la puerta al exterior.
aquello era un sueño, y en los sueños las cosas nunca son lo que parecen. A buen
seguro,
Sin embargo, a cada paso que daba, la luz de los candelabros prendidos en las
que un sudor helado bañaba todos los rincones de mi piel, como si me hubieran
envuelto en
El recorrido se me hizo eterno. Cada vez que creía estar llegando al final, el
pasillo
solo que sin giros ni recodos. Tan solo seguía y seguía, implacable e infinito. Y
ni siquiera
podía dar marcha atrás. Al intentarlo, topaba con un muro invisible que me
impedía
Con las pulsaciones disparadas y respirando como una vieja locomotora, terminé
Hundí el rostro entre las manos y, por espacio de unos minutos, luché por
calmarme.
Cuando por fin lo logré, abrí los ojos y una súbita claridad me hizo parpadear.
Frente a mí había vuelto a aparecer la puerta de salida, la luz del día colándose a
través de ella como una promesa de libertad. Aliviada, me puse en pie y la abrí
de un tirón.
comprendí que tenía que dar la vuelta a la casa, pues de algún modo había ido a
parar al
jardín delantero.
tampoco es para tanto, pero no entiendo a qué venía lo de los pájaros o qué
relación tiene
con Bécquer.
La luz del día entraba a raudales por las ventanas de la cocina de Eudald, donde
nos
hallábamos reunidos desde primera hora de la mañana para comentar los sucesos
de la
noche. Tras mi insólito sueño, era un alivio estar de vuelta en el mundo real,
aunque tenía
una ligera migraña y los miembros aletargados, a buen seguro por el brebaje
suministrado
por Vanessa.
—Hay un poema de Bécquer que habla sobre las golondrinas, ¿no? —comentó
al fin
—Sí, pero eso es otro tipo de pájaro y no creo que tenga nada que ver. ¿Por qué
iba
—Se os escapa algo muy importante —intervino Diego, que había estado
pensativo
—Se trata del manuscrito que Bécquer redactó de memoria después de que todas
sus
algo por Internet—. Escuchad esto: «El subtítulo del manuscrito, Colección de
proyectos,
viento, parece indicar el propósito del autor de realizar una obra de grandes
dimensiones y
—El libro está fechado... —Vanessa consultó sus notas— el 17 de junio de 1868.
Como bien ha dicho Diego, Bécquer reescribió de memoria las Rimas, cuyo
original
—No, el primer manuscrito no tenía título, por lo menos conocido. Fue la única
manos ese año maldito: 1868. —Vanessa agitó la cabeza—. Un año oscuro para
Gustavo,
desde luego: Casta le fue infiel, perdió su única ocasión de publicar un libro de
poemas...
estudios necesarios. Podría decirse que lo enchufó el tal González Bravo, quien
por cierto
fue uno de los primeros ministros de Isabel II, aparte del único benefactor de
Bécquer, pues
era el fundador del diario conservador en el que trabajaba por esa época. La
revolución de
1868 hizo caer a González Bravo y con él, se perdió el original de las Rimas, que
para
desgracia del poeta se hallaba en casa del ministro cuando esta fue saqueada por
las furiosas
masas populares.
muerte. Pero… del manuscrito original nunca se volvió a saber nada. Por ello es
imposible
asegurar que los versos publicados en el libro, esos que conocemos hoy en día,
fueran los
—¿Una guerra?
—Bueno, en el sueño no sabía muy bien dónde estaba, solo que todo el mundo
Pensaba que era una guerra, pero también podría haber sido una revuelta
popular. En todo
—No creo que tu sueño fuera mucho peor que el mío... —intervino Carla—.
negras y sacrificios satánicos. Supongo que será por los comentarios que le hizo
ese cuervo
—Vaya, lo siento, Carla. —Me fue muy difícil eliminar el retintín de mi voz—.
No
irrumpía una banda de músicos liderada por una cantante de ópera y se ponían a
dar un
—¡Qué dices! —Carla se echó a reír—. ¿Y eso te parece aburrido? Yo diría que
eres
echó una mirada circular y puso los ojos en blanco ante nuestro expectante
silencio—.
bombilla?
—El diario en el que trabajó Bécquer. Pardiez, ese en el que le enchufó el tal
—No. Has dado en el clavo. —Diego asintió, satisfecho—. Parece que todos
—Solo se me ocurre una solución —exclamé con los ojos brillantes. Di un sorbo
a
mi café, haciendo una pausa para darle más emoción a la cosa, y añadí—:
Tendremos que
Hacía un día gris, con un cielo tan plomizo como el de mi sueño. Iba a estallar
una
un viento helado que parecía empujarnos hacia atrás, como si incluso el tiempo
conspirara
A causa del súbito descenso de la temperatura, apenas podía sentir las puntas de
los
pies y de las manos, por no hablar de mi nariz congelada. A juzgar por el aspecto
encogido
de mis compañeros y sus abatidas expresiones, deduje que tenían tanto frío como
yo.
¿Qué podían tener en común todos nuestros sueños? ¿Qué trataban de decirnos?
conclusión razonable.
Con su arrojo habitual, Eudald se adelantó y tiró del llamador de cuero, haciendo
Igual que la vez pasada, el anciano tardó un buen rato en detectar el sonido.
Cuando
por fin abrió y nos reconoció a mí y a Vanessa, una amplia sonrisa cobró forma
en su
arrugado rostro. Sus ojos azules titilaron como las lucecitas de los árboles de
Navidad.
—¡Vaya, qué sorpresa! No os esperaba tan pronto, pero que me aspen si no estoy
y me han traído unas pastas recién hechas que están para chuparse los dedos.
con energía, antes de volverse hacia Diego y Carla—. Ayer mantuvimos una
charla muy
Carla y yo la seguimos hasta la cocina acompañadas por Rodolfo, quien nos dio
las
gracias, encantado.
—Da gusto encontrarse con jovencitos tan bien educados. Me consta que hoy en
día
cuarenta años...
—¿Disculpe?
que habéis llegado, porque tu rostro me sonaba mucho, joven, pero ¡hasta ahora
no había
—De tu visita. Viniste a charlar conmigo la semana pasada. No había caído hasta
—¿Yo? Pero, ¿de qué está hablando? Yo estaba en Barcelona hasta hace dos
días.
Todos nos volvimos hacia nuestro amigo con suspicacia y luego hacia el
historiador,
—Estoy seguro de que eras tú… La única diferencia es que no llevabas gafas
aquella tarde.
hombre desvaría.
Me quedé de piedra ante el arrebato de Eudald, por lo general tan educado, quien
se
—¿Cómo?
sorpresa. La única que faltaba era la de Eudald, que acababa de marcharse dando
un
portazo.
Nos miramos con palpable incomodidad. Carla se puso en pie y trató de ir hacia
la
sorprendido.
estoy convencido de que era él... ¡No sé por qué insiste en negarlo! Puede
fallarme el oído y
a veces la memoria, sobre todo con las fechas, pero nunca olvido una cara.
hablaremos después con él. El caso es que a nosotros también nos interesa
mucho ese tema.
—Pues, tal y como le comenté a vuestro amigo, algunas fuentes sostienen que
las
últimos retoques y que, por tanto, no pudo desaparecer cuando su casa fue
saqueada.
—Eso nadie lo sabe. Hay quienes hablan de un escondite secreto... un lugar que
solo
Bécquer conocía. Os diré más, y esto es una mera conjetura mía: puede que las
famosas
«cartas» que se dice que Gustavo pidió quemar a su buen amigo y confidente
Augusto
—Pensad en esto, chicos… ¿Por qué le dijo a su amigo que, en caso de salir a la
luz,
esas cartas serían su deshonra? La teoría más extendida es que tenían que ver
con Julia
Espín. Tal vez fuera algún tipo de correspondencia secreta entre ambos o algo
por el estilo,
pero yo no creo que fuera el caso. Para mí que Bécquer se guardó el manuscrito
que iba a
publicar, quizá porque estaba dedicado a Julia por completo. Después, dolido por
su
instancia, pidió a Augusto Ferrán que quemara las originales... o que las
escondiera. Un
en la actualidad?
—Su valor sería incalculable, jovencita. En una subasta podría alcanzar millones
de
—Señor Villanueva...
—Así es. Quería insistir en el tema de nuestro amigo. ¿Le dio la misma
información
que a nosotros? ¿Lo de que el manuscrito tal vez se hallara oculto en algún
lugar… y el
unos instantes en contestar. Se acercó con paso cansado hasta uno de los
ventanales, donde
De golpe, un relámpago surcó el cielo, seguido por un violento trueno, que hizo
temblar hasta las paredes de la casa. Todos dimos un respingo, incluso los gatos,
que
El anciano se dio la vuelta por fin, su rostro en sombras por el contraluz. Todos
cantarín. A nuestro alrededor, las hojas ostentaban una vitalidad casi obscena,
similar a la
Solo Eudald parecía incapaz de apreciar la belleza del entorno. Su rostro se veía
pálido y sus ojos miraban sin emoción las aguas del río. Ambos habíamos salido
a dar un
paseo, huyendo del asfixiante chalet en el que nos sentíamos como leones
enjaulados.
amigo sin clemencia, exigiéndole que confesara aquella visita clandestina. ¿Nos
había
Después de una pelea en la que se cruzaron toda clase de acusaciones, Eudald les
Mientras tanto, el colosal diluvio había ido dando paso poco a poco a una leve
llovizna. Cuando dejé entrar a Eudald en mi cuarto, había remitido del todo.
Eran poco más
arriesgamos a salir.
Era un alivio respirar el vigorizante aire con aroma a tierra y agua dulce que
flotaba
—Voy a contarte una historia, Iris, aun cuando sé que voy en contra de mí
mismo al
hacerlo —dijo al fin Eudald, tras un largo silencio—. Pero prométeme que no
dirás nada a
los demás. Solo Carla lo sabe porque es mi prima… e incluso a ella la he estado
evitando.
Aferré su mano sin darme cuenta y la apreté con fuerza para darle ánimos.
Eudald respiró hondo y se sentó en una piedra al borde del caudaloso afluente.
—Te conté que yo era adoptado... pero lo que no te dije fue que en realidad
éramos
dos. Mis padres querían formar una familia numerosa, por lo que estuvieron
encantados
—Lo que no sabían era que, ya desde muy pequeño, Constantin era un ser
retorcido
y malvado —siguió Eudald—. Me pesa hablar así de mi propio hermano, pero es
la verdad.
Hay algo en su mente que está muy, muy enfermo. Desde que tengo memoria,
siempre
sintió una profunda envidia de mí, que le hacía ansiar todo lo que yo tenía hasta
envenenarle la sangre. Si me daban una piruleta, había que comprarle otra a él, y
mucho
caótica y rebelde, y pese a mis esfuerzos por ser bueno con él y ayudarle,
siempre me
ambiente en casa irrespirable. Hasta que una noche, mi hermano perdió la razón
del todo y
—¿Qué ocurrió?
—¡Cielo santo!
Sin pensarlo dos veces, me lancé sobre Eudald para darle un abrazo, pero él me
apartó con suavidad a los pocos segundos. Sus ojos castaños seguían fijos en las
movedizas
—Teníamos poco más de seis años, pero mi hermano se las arregló para hacerse
con
normal.
—Estuvimos a punto de morir los dos a causa del humo tóxico. Cuando nos
gemelo, pero siempre supe que había algo raro en mi pasado, algo que no podía
recordar
por alguna extraña razón, y que me hacía tener horribles pesadillas casi a diario.
—El trauma del fuego bloqueó el recuerdo de Constantin, pero cuando tenía
motivo aparente. Al poco tiempo, lo recordé todo. Tras revolver un poco en casa,
descubrí
del rompecabezas. A día de hoy, mis padres siguen ignorando que lo sé todo, no
solo que
soy adoptado, sino también que tengo un hermano gemelo. Solo se lo confesé a
Carla, pues
siempre hemos estado muy unidos. Mi prima fue un gran consuelo para mí
cuando, poco a
poco, fui recordando todo aquel horror. De hecho, no fui capaz de confiar en
nadie más que
—¿Crees que fue Constantin quien visitó al historiador? Pero... ¿no estaba en
Estados Unidos?
—Imagino que se habrá escapado, o puede que le hayan dejado salir. —Eudald
Me miró con los ojos desorbitados y me agarró por las muñecas, sin darse cuenta
de
algo yo también. Hace un par de semanas fui al cine y un tío muy raro me siguió
hasta el
—Pero, ¿qué quieres decir con que te recordaba mí? —preguntó horrorizado—.
Mi
de pelo y vi que era rubio como tú. ¿Crees que podría ser tu hermano?
—No es que lo crea, ¡estoy seguro, Iris! —Eudald me miró con desesperación—.
No supe cómo iba a terminar la frase —y eso que me interesaba más de lo que
estaba dispuesta a admitir—, cuando una voz airada se dejó oír por encima del
suave
—Vaya, señor alcalde, qué sorpresa —contesté en tono educado—. Pues sí,
vamos a
—Lo lamento, muchachos, pero creo que lo mejor será que os marchéis.
—¿Usted también? —exclamé con sorna—. Creía que el párroco era el único al
que
—¿De qué párroco estás hablando? —El alcalde me miró con desconfianza—.
La
iglesia está vacía. Por desgracia, desde que murió el anterior, aún es hora de que
nos
manden a otro.
—Ya os he dicho que en la iglesia no hay nadie. Tan solo contamos con la misa
del
domingo cada dos semanas, cuando el cura de una población vecina se acuerda
de pasar por
—Ya os lo he dicho, esa iglesia lleva vacía un mes, desde la muerte del pobre
padre
—Ya me parecía a mí un poco raro que le soltara esas cosas a Iris —señaló
—Todo esto no me gusta nada… Aquí hay algo que se nos escapa, una especie
de
conspiración.
alcalde ansioso por echarnos, un historiador que asegura haber visto a uno de
nosotros unas
semanas antes...
—Oh, gracias, Diego. Celebro que, después de años de amistad, te hayas dado
cuenta.
con aire ofendido—. Siento haber dudado de ti, pero el historiador parecía un
hombre muy
—¿Y yo qué sé? ¿Por qué miente la gente en general? Además, ese tipo tiene
como
No sé si tenéis ganas de lavar los platos, pero yo voto porque consultemos todo
esto con la
emoción. —El chico se quitó las gafas y fingió secarse las lágrimas.
—No te pega la ironía, señorito don Perfecto. Te aconsejo que continúes con el
peligroso matiz edulcorado—. Ese look de querubín que tan bien te hace quedar
en este tipo
de situaciones, vaya.
muy cansados.
Algo reacios, los demás me hicieron caso y se levantaron de los sofás donde
estábamos repantingados. Tras darnos las buenas noches con bastante sequedad
—Diego ni
—Psss… ¡Iris!
Me volví sorprendida y vi que Eudald se había quedado atrás, quieto como una
estatua entre las sombras del comedor. Me hizo un gesto para que me acercara,
lo cual hice
—No me refería a eso, pero podríamos haber planeado alguna acción conjunta,
ya
—Mira, no sé tú, pero yo de esos paso, sobre todo después de que hayan dudado
de
—Ahora mismo sería una locura escabullirnos, pues los otros todavía están
despiertos... pero tengo una idea. Nos ponemos la alarma esta madrugada, cada
uno con
—¿Y por qué no ir juntos? ¿Por qué eso de los diez minutos?
planta baja, siempre podemos decir que queríamos tomar el aire o que nos ha
entrado
hambre.
Acordamos que yo me pondría el reloj a las tres y él, a las tres y diez. Nos
En aquel momento eran alrededor de las once y media, así que subimos para
intentar
él sin más? ¿Y si, al fin y al cabo, no tenía nada que ver con Constantin?
lejos de mí. Cuando la alarma del móvil vibró a las tres en punto, seguía tan
despierta como
me había acostado. No me había desvestido, así que solo tuve que calzarme las
botas y
bajar las escaleras con sigilo, tratando de no hacer crujir la vieja madera. Me
puse el abrigo
diez minutos.
—Pero aun así... yo me he puesto la alarma diez minutos antes que tú. ¿Cómo es
—No podía dormir y al final he salido antes —replicó con impaciencia, y una
Eudald amplió su sonrisa y sacó una enorme llave de hierro del fondo de su
bolsillo.
—¡No me digas que es la llave de la iglesia! — Le miré con ojos como platos.
—No te vas a creer la potra que he tenido, tía. No podía dormir y me ha dado por
bajar al sótano a rebuscar entre los baúles, por si encontraba cualquier cosa que
pudiera
—He ido con cuidado. El caso es que, en uno de los baúles, ¡bingo! Me he
encontrado con esta preciosidad, atada a una cadenilla que decía: «Copia llave
iglesia». No
tengo ni idea de qué hacía ahí, pero no vamos a rechazar esta oportunidad caída
del cielo,
¿verdad?
pues me pareció que hacía más frío que en el exterior. Tal vez solo estuviera
sugestionada
maligna se cernía sobre nosotros. Aun así, el frío era innegable: a cada
exhalación, el
aliento se nos convertía en vaho, mientras nuestros pasos hacían eco contra los
helados
muros de piedra.
A medida que nos adentrábamos por el oscuro interior de la capilla, me dije que
siempre, y llevaba la ropa que le había visto aquella tarde, gafas incluidas.
Por otro lado, quizá estuviera paranoica, pero me escamaba que mi amigo
hubiera
al principio del pasillo que discurría entre los bancos, hasta que Eudald se volvió
hacia mí
—¿Ocurre algo?
—Ese era el plan original, antes de saber que podíamos entrar por la cara y
—Pero, ¿crees que realmente hay algo que podamos descubrir? ¿Que el párroco
va a
—Mira, solo intentemos encontrar alguna pista, algo que nos acerque a la
verdad,
¿vale? Empezaremos por lo más obvio. Tú mira debajo de los bancos, yo voy a
acercarme
al órgano.
Acompañó estas palabras con una suave palmada en mi trasero que me dejó de
Dudaba bastante que bajo los bancos hubiera otra cosa que bolas de polvo, o
quizá
por el suelo los poemas originales del poeta, ni tampoco una prueba
condenatoria en contra
del falso cura. La idea de Eudald me parecía absurda, y empecé a pensar que
solo se estaba
divirtiendo a mi costa.
Llevaba unos minutos rastreando el suelo y la parte inferior de los bancos, sin
saber
muy bien qué estaba buscando, cuando él me llamó la atención con un exagerado
susurro.
Me deslicé hacia el altar en el mayor silencio del que fui capaz, pese a que mis
botas
alfombra.
—¿Has visto?
—Puede que solo sea un almacén de hostias sin consagrar —dije con sorna.
—Ahora lo veremos…
Nos inclinamos los dos para explorar el interior, que era negro e impenetrable
como
una noche sin fin. Saqué el móvil para iluminar, pero Eudald se me adelantó con
una
—Solo hay una manera de averiguarlo. ¿Bajamos? Pasa tú primero, así te ayudo.
Estaba desbloqueando la pantalla para comprobar quién diablos era a esas horas
de
—¿Por qué has hecho eso? —le recriminé, al tiempo que mis pupilas se
adaptaban a
la profunda oscuridad.
Era Eudald.
¿Qué sentido tenía eso si estaba conmigo? Llena de confusión, abrí el mensaje y
—¡Tú no eres Eudald! Eres su hermano gemelo... ¿verdad? —le solté, asustada.
—Que hayas tenido que enterarte justo ahora. ¿Qué te ha hecho adivinarlo? ¿Mi
—Ha sido eso y otras cosas, como la palmada en el culo. —Desde luego, no
pensaba decirle que Eudald estaba esperando fuera. Entonces caí en la cuenta de
algo más
—¿Qué eres, un sabueso? Una perra tal vez... ¿la perrita de Eudald? —Se rió de
Halloween.
la herencia de la casa. Sabía que Eudald tramaba algo, pero nunca me hubiera
enterado del
pero Constantin seguía hablando—. En fin, es una pena, como te decía. Tenía
grandes
planes para nosotros, pero mucho me temo que ahora te has convertido, y
perdóname la
expresión, en lo que en América llaman «a pain in the ass».
—¿Qué vas a hacer conmigo? —Traté de mantener la voz firme, pero estaba
aterrorizada.
buscando el manuscrito.
—Tengo una ligera idea, pero no voy a compartir esa información contigo para
que
corras a decírselo a tu querido Eudald. Mientras creías que yo era él, aún
teníamos una
—Es muy fácil suplantar a alguien... sobre todo si está muerto. —La voz de
—Eso espero, tiene pinta de ser mucho más interesante que el cielo. —Me tiró
un
Constantin cerró la trampilla con fuerza sobre mi cabeza justo cuando iba a
lanzarle
me invadía la espantosa ansiedad de saberme atrapada. ¿Qué iba a hacer ese loco
conmigo?
¿Tal vez dejarme morir allí dentro? ¿O tenía otros planes para mí?
Estados Unidos. Me vi encerrada con él en uno de esos moteles cutres tan típicos
de las
cama, amordazada. Mi mente iba a mil por hora y no paraba de fantasear con
escenas
truculentas y absurdas.
De hecho, no sabía qué me aterraba más: la perspectiva de que quisiera usarme
para
meses o incluso años—, o que me matara directamente. Por mucho miedo que
me inspirara
violentos sollozos que me atenazaron el corazón como una garra de hielo. Recé
con todas
mis fuerzas para que ese maldito psicópata se topara con Eudald en la puerta de
la iglesia y
Comencé a moverme con desesperado frenesí, alzando el móvil lo más alto que
Al apartar los libros sagrados y las velas, el espeso polvo acumulado me hizo
cuenta de que ahí abajo no iba a encontrar nada que pudiera ayudarme, a menos
que
una colección de pesadas sotanas negras y túnicas de varios colores que olían a
naftalina.
Iba a cerrarlo, asqueada, cuando un presentimiento hizo que palpara el fondo del
el clásico olor a moho de los lugares cerrados, aunque me tranquilicé al ver que
estaba
Era poco probable, ya que no me habría encerrado en aquel agujero si sabía que
podía escapar. De todos modos, faltaba por ver si había salida al otro lado. Tal
vez me
Ante mí había una puerta de madera con un grueso picaporte. Me costó bastante
girarlo, tanto que al principio creí que estaba cerrado con llave, pero al final
cedió y me
Di unos pasos con inseguridad y topé de bruces con otra puerta. La abrí con
que supuse que se trataba del fondo de otro armario. Tosiendo medio asfixiada,
aparté las
gruesas telas de franela y trastabillé mientras empujaba otra puerta, esta vez sin
pomo.
Fui a parar al interior de una estancia, parpadeando ante la súbita claridad. Aquel
intensidad de un rayo.
Entré en las habitaciones de estos dos últimos, pero estaban vacías. Sorprendida,
contemplé el desorden reinante y las camas con las sábanas revueltas, como si
sus
ocupantes las hubieran abandonado con mucha prisa.
Presa de la angustia, subí de dos en dos los escalones hasta la planta de arriba,
gritando:
diversas prendas tiradas por el suelo, la cama deshecha… Parecía que también
ella se había
todavía llamándoles.
sujetó por los hombros. Al alzar la mirada, me encontré a dos centímetros del
rostro
sonriente de Constantin.
haces aquí?
—Lo mismo podría preguntarte yo, encanto. Así que has descubierto el pasadizo
secreto… Ya veo que es imposible librarse de ti y trabajar con calma.
—¿Una batida?
—Sí, parece que te tienen mucho aprecio, y han conseguido que el pueblo entero
se
De nuevo, aquella odiosa sonrisa. Traté de ocultar que estaba muerta de miedo.
parte, mantenerme preso en un hospital de mierda mientras ellos viven con estos
lujos,
—¿Qué piensas hacer conmigo? —Mi voz tembló al preguntarle, a la vez que
—¡Quítate la ropa!
—¿QUÉ?
—Si no quieres que te retuerza ese cuello raquítico, vas a quedarte en ropa
interior.
¡Ahora!
prestó atención mientras me quitaba una prenda tras otra. En cuanto terminé de
—¡Contra la columna!
Al ver que no tenía intención de moverme, me agarró con violencia del brazo y
me
estampó contra uno de los recios postes de la cama con dosel. Intenté rechazarle
y él chocó
me rodeó con la cuerda por la cintura, pasándola por detrás del poste, para
amarrar luego
Cuando hubo terminado, me ató también las manos a la columna del dosel por
—Vete a la mierda.
Le miré con odio, mientras él daba un paso atrás para admirar su obra.
—No tardaré en volver, amor. Necesito hacer una última comprobación antes de
decidir qué hago contigo. Esos imbéciles deben estar levantando hasta la última
piedra del
pueblo. Son tan simples que jamás imaginarán que estás aquí.
Tras soplarme un beso con la mano, me dirigió su horrible sonrisa torcida y salió
de
salir en mi busca, mis amigos habían apagado los radiadores y en la casa reinaba
un frío
Me encontraba tan mal que ni siquiera sentí vergüenza cuando decenas de ojos
se
—¡Iris!
—¿Has estado aquí todo el rato? —exclamó Vanessa con una mueca de
incredulidad.
Estaba tan cansada que apenas lograba vocalizar, y era consciente de que no
estaban
hermano, aunque suponía que lo habría hecho, dada la gravedad del caso.
Por supuesto, quien así hablaba era Eudald, mi caballero andante. Estaba
luchando
apenas podía hilvanar un pensamiento con otro. Por suerte, el hombre no era tan
inútil
muerto contra el suelo de no ser por Eudald, que me sujetó una vez más entre sus
poderosos
—No, no —me apresuré a decir—. No estoy tan mal, solo necesito descansar y
que
Diego estaba del todo paralizado, mirándome como si me hubiera salido barba.
A su
lado, Carla se veía aterrorizada y diminuta, con sus grandes ojos muy abiertos e
idéntico
Vanessa fue la única que se adelantó y, una vez me hubo tapado bien con la
manta,
me agarró fuerte de la mano para darme su apoyo. Eudald, por su parte, seguía
sin soltarme,
del señor Jennings… —En aquel momento caí en la cuenta de que nunca le
había
—Mi hermano ha sido detenido cuando intentaba bajar por un pozo que hay en
el
—. Se ha peinado toda la zona múltiples veces, pozo incluido, y ahí no hay nada.
A
tufo insoportable—. Teníais razón con lo del falso párroco... Hemos arrestado a
un
ahí dos semanas y nadie se había dado cuenta. Ahora mismo puedo aseguraros
que ya está
en manos de la autoridad.
proseguir—. Por favor, señores, circulen. Aquí no hay nada que ver. Esta chica
está agotada
y necesita descansar. Les sugiero que hagan lo mismo, hoy han hecho un gran
trabajo. En
vecinos a marcharse con una palmada. Estos dieron media vuelta entre
murmullos y bajaron
Carla se dispuso a seguirles, indicando que iba a buscar el cacao y las pastas,
pero
de lo que ha pasado, pero os pido que, si ya habéis acabado con lo que estabais
haciendo en
—No, pero me consta que ese hombre trabajaba para tu hermano, así que digo
yo
que vino con vosotros, ¿o me equivoco?
Constantin desde muy pequeño. Mi familia ni siquiera sabe que estoy al tanto de
su
existencia.
—No eres el único sorprendido —musitó Diego, con ironía, mirando el techo.
que se comporta de forma sospechosa eres tú. Por ejemplo, aún es hora que le
preguntes a
—Lo haré más tarde, cuando le hayas sacado tus sucias zarpas de encima.
—¡Chicos! —El alcalde se puso en pie cuando Eudald hacía amago de dejarme
en la
cama para encararse con Diego—. Os doy cuarenta y ocho horas para poner
vuestras cosas
Tras las horas que había pasado en ropa interior, a nadie le extrañó que a la
mañana
siguiente amaneciera con fiebre. Consideramos que con un par de días de reposo
bastaría
para restablecerme, pero por si acaso, Vanessa se acercó a hablar con el alcalde
para que
sus atenciones, pero tampoco había movido un dedo por acercarse a mí después
de lo
—¿Sí?
—Permiso...
—Por favor, pase y póngase cómodo. ¡Qué ilusión que haya venido a verme! Se
lo
agradezco mucho. Ahora que pienso, no sé si le vi ayer entre los vecinos. Estaba
tan
cansada...
fuera ayer por la noche, visitando a mis hijos en Soria. Me han traído de vuelta
hace unas
horas y, cuando he bajado al bar, me he quedado horrorizado al escuchar lo que
contaban.
Lo primero que he hecho ha sido venir corriendo para ver cómo estabas. —
Rodolfo se
sentó a mi lado y me palmeó la mano como un abuelito cariñoso. Sus ojos azules
se
—La verdad es que fue una pesadilla… Por suerte, esos dos delincuentes ya
están a
elige a sus familiares, lo digo por lo de tu amigo Eudald… Le debo una disculpa,
jamás
hubiera imaginado que era su hermano gemelo quien vino a hablar conmigo.
mimbre.
desde luego, si se los dejaron a buen precio, la familia de tu amigo hizo un gran
negocio.
—Esta cama también me genera dudas… Es posible que sea la misma en la que
Bécquer y Casta dormían, pero tendría que examinarla con detenimiento. —El
historiador
sonrió—. Nunca habría pensado que el mobiliario de la casa, que ahora está casi
vacía,
estuviera tan cerca. Aparte de los muebles, hubo otros objetos que se perdieron
con el
y había ido a parar detrás del mueble. Me supo mal pedirle al anciano que se
agachara y,
además, temí que el cuadro se hubiera roto, por lo que no dije nada.
Sorbí por la pajita y después me arrebujé entre las mantas, mirándole con interés.
dando una charla en un aula magistral. Le imaginé en sus días como maestro de
escuela,
—Pues Bécquer lo tenía en gran estima, dado que ilustra el Don Juan de su
amado
Lord Byron. Supongo que sabes que Gustavo escribió un poema basándose en
uno de los
—Pues sí. Imagino que Bécquer, delicado y convaleciente como estaba la mayor
parte del tiempo, se sentía de alguna manera unido a él por este motivo. Puede
que también
—El tema de Julia Espín es peliagudo, y no creo que debamos juzgar a Gustavo
sin
—Vaya, no sabía que era tan tarde. Tengo que preparar la comida para mi nieta...
—No se preocupe. Me ha hecho mucha ilusión su visita. Por favor, vuelva antes
de
que nos vayamos, así podrá examinar los muebles tanto como desee.
—Será un placer, mi querida niña. Es una pena que el cuadro no esté aquí
Tal vez fuera la desesperación por no haber sacado nada de aquel viaje, más allá
de
una gripe que, para colmo, me mantenía presa en el pueblo, pero sus palabras me
habían
Sospechaba que ese cuadro encerraba alguna clase de pista sobre los enigmas
que flotaban
Con las escasas fuerzas que me quedaban, aparté la cómoda, que crujió de forma
empujarla un poco más, lo cual produjo de nuevo un chirrido, aunque algo más
leve.
Después de un esfuerzo titánico, el mueble quedó por fin retirado y vi con alivio
cómo aparecía el cuadro, tumbado en el suelo boca abajo. Iba a cogerlo, cuando
unos
Sin saber qué hacer ni por qué me estresaba de aquel modo, alargué el pie para
darle
cama y jadeé:
—¡Adelante!
La cabeza de Diego asomó por la puerta con el ceño fruncido. Sus ojos azules
tenían
—Acabo de volver y he oído un ruido muy raro, por un momento creía que se
me
alzando las cejas—. Vale, ya veo lo que era. ¿Estás arrastrando muebles por
algún motivo
en particular?
Quería examinar los muebles porque sospecha que podrían pertenecer a la casa
de Bécquer.
Al hacerlo, el cuadro volvió a aparecer por el otro lado y el chico estuvo a punto
de pisarlo.
—¿Qué es esto?
que pudiera verlo y le hice un gesto con la mano, indicándole que me lo diera.
—Muy bien, aquí tienes. —Diego aún parecía desconcertado por mi extraña
actitud
—. ¿Necesitas algo más? Te veo la cara un poco roja, ¿te ha subido la fiebre?
—No creo... me encuentro algo mejor. Solo necesito descansar, gracias. ¿Cómo
os
—Carla y yo vamos a ver una peli, abajo está lleno de cintas VHS. ¡Algunas son
de
lo más siniestro! Hay unas cosas rarísimas, tienes que echarles un vistazo.
por mí.
todos modos, en aquel momento me intrigaba más la pintura, así que opté por
apartar a
olas del mar lamían los bordes de la pintura, lo que les daba aún más viveza. Al
fondo, el
ninguna similitud con el tinte cálido y esperanzador del sol, sino más bien con el
cetrino
rostro de un enfermo.
¿Qué habría surcado la mente del autor a la hora de pintarlo? ¿Y por qué
Bécquer
tendría una relación tan extraña con aquel cuadro? ¿Solo porque ilustraba una de
las
desencanto. Los enigmas de Bécquer seguían siendo tan turbios como aquel mar
de
Delacroix.
esquina.
marco. Sin embargo, cuando fui a intentarlo, advertí que lo que sobresalía no era
la tela,
sino unas hojas de papel dobladas. Tal vez fueran blancas en su día, pero con el
paso del
Las saqué con infinito cuidado y me las acerqué al rostro para examinarlas.
Frágiles
Querida Julia:
filtra por los postigos, lucha asimismo por escapar de la vil materia.
caligrafía. Te pido disculpas por escrito, de la única forma que sé, pero tenía que
hacerlo, necesitaba escribirte una vez más. He estado haciéndolo durante años,
sin
recibir jamás respuesta. Tampoco la espero ya. Me siento muerto en una vida que
Cierro los ojos y los últimos años desfilan ante mis párpados cerrados como
Pienso en ti, Julia. Pienso en aquellos días cuando aún estábamos juntos,
ciertos eran para nosotros, o al menos lo fueron para mí. Más ciertos que esta
farsa de vida que ahora llevo, una condena más que una existencia, tan ajena a
Pero en el instante en que miraste para otro lado, ángel mío, yo dejé de
existir. Tal vez por eso, porque ya ni siquiera existo, no me veo con fuerzas de
mostrar al mundo lo que una vez sentí. Lo que, en realidad, aún siento.
niego a compartir con la humanidad algo tan bello y frágil. De lo poco que la
vida
la avaricia de un usurero.
Imagino que te estarás preguntando si he perdido el juicio del todo, pues mis
cuando siga recibiendo tan solo un frío silencio por tu parte, mi alma estará en
Mientras soñaba con que un día estaríamos juntos —¡qué ilusión tan vana
escribiendo sin descanso. Cada latido, cada beso, cada suspiro... cobraba vida a
través de mi pluma, convirtiéndose en un poema. Con el tiempo, llegué a
componer
un libro entero. ¿Te imaginas? Un libro entero dedicado a ti, un canto a la vida y
al amor imperecedero.
recoveco de mi alma. Gritarle al mundo mi amor por ti, camuflado bajo los
¿Qué diría mi hermano? ¿Cómo reaccionaría esta triste sociedad —tu familia, la
revertir mi irreflexiva decisión antes de que fuera demasiado tarde, aun cuando
La revolución que tuvo lugar en nuestro país hace unos meses me brindó la
infortunio que supuso para el pobre don Luis fue, por lo tanto, una suerte para
mí,
pues así el infeliz creyó que mi obra había desaparecido durante dicho percance.
que jamás sea hallado? ¿Guardarlo para que sea publicado algún día, tal vez tras
mi muerte?
supuesta desaparición de las rimas a ojos de todos, sino porque don Luis ha sido
en un futuro próximo.
estar recomponiendo de memoria las que todos creen perdidas, pues otra actitud
Ahora entiendo, con gran dolor en mi corazón, que no queda otra salida: la
asesinato, como matar a sangre fría a una criatura inocente, a un ser vivo
engendrado por mí, por ti… por nosotros, fruto de un sentimiento puro que no
tiene la culpa de resultar demasiado hermoso para ser expuesto ante la crueldad
del mundo.
Por otro lado, es arriesgado pensar siquiera en conservar los textos después
destino una vez mi alma haya migrado de este mundo? Por ello, he decidido que,
Te mando esta carta para pedirte perdón, puesto que no me queda otra
Me quedará el consuelo de que, algún día, tal vez, leas las versiones adaptadas
de
Gustavo A. Bécquer.
calles, que lucían sus mejores galas ante la cercanía de Navidad. Un intenso
vaho velaba los
cristales de las ventanas, creando un clima acogedor en el aula, como si nos
halláramos en
paso a una sólida y creciente amistad. Poco después de volver del viaje, había
concertado
cita con ella para hablar sobre mi trabajo de fin de trimestre, que por supuesto,
versaba
sobre Bécquer, por el que la profesora sentía una pasión tan intensa como la mía.
Incluso
me había dejado libros para que investigara, y no eran pocas las veces que me
había
Aquella mañana, sin embargo, yo me hallaba inquieta, y por una vez no estaba
prestando atención. Tenía demasiadas cosas en la cabeza. Entre ellas, qué hacer
con la carta
de Bécquer, asunto que llevaba casi dos meses carcomiéndome por dentro.
Tras mucho reflexionar, por fin había tomado una determinación: no podía obrar
sin
—Sí... bueno, precisamente venía a hablar contigo de ello. Sé que hoy no tienes
La seguí escaleras arriba hasta la segunda planta. Como tantas otras veces,
—No sé muy bien cómo empezar, pero te lo resumiré lo mejor que pueda. Como
ya
sabes, a principios de noviembre estuve en Noviercas con unos compañeros.
—Sí, me lo contaste. Uno de ellos tenía una casa allí, ¿verdad? Fuisteis a
relajaros
unos pocos días y, de paso, conocer una parte del pasado de Bécquer.
—Sí, pero lo que no te conté fue el auténtico motivo que nos empujó a visitar el
relación con Julia Espín o el contenido de los papeles que mandó quemar poco
antes de
fallecer. La idea era jugar un poco a los detectives, nada serio. Poco me
imaginaba que iba
Se lo conté todo sin omitir un solo detalle: las charlas con el historiador, el
cierto reparo, sus manos temblaban de emoción. Se puso las gafas de cerca y la
leyó con
avidez mientras su pecho subía y bajaba, acelerado. Pude ver cómo sus ojos, que
tras los
Desde entonces, he estado hecha un lío. No sé qué se supone que debo hacer.
¿Debería
hacer pública la carta? ¿Habría querido Bécquer, al fin y al cabo, que el mundo
conociera
—Mi joven e idealista Iris. No debes hacer nada con la carta. Debo admitir que
mi
—Pero...
—No hay peros que valgan. En realidad, no sé por qué la carta quedó oculta en
el
cuadro. Tal vez Bécquer jamás llegó a enviarla, o guardó una copia por algún
motivo.
Puede que no quisiera arriesgarse a confesarle algo así a Julia, cuando llevaba
años sin
tener noticias de ella. Pero lo que sí sabemos es que el manuscrito original fue
destruido por
su amigo Augusto Ferrán poco antes de su muerte. Y eso, mi niña, nadie puede
cambiarlo
Él no quería que el mundo conociera su amor por Julia. Deseaba poder guardarse
ese
sentimiento única y exclusivamente para él. Creo que debemos ser fieles a ese
deseo.
—Tienes razón… —acepté al fin, con el alma encogida. Tenía los ojos llenos de
lágrimas—. Y creo que no descansaré en paz mientras esa carta siga en mis
manos. Tal vez
—La tentación de hacer algo con ella sería demasiado fuerte. Ahora mismo sé
que
estoy tomando la decisión correcta, pero ¿quién me dice que un día no cambiaré
de idea,
que me dejaré llevar por la perspectiva de la fama? Los humanos somos seres
débiles y
Invertí el camino por los largos pasillos taconeando con firmeza. Sabía lo que
debía
hacer, pero cada latido me agujereaba el pecho como gotas de ácido abriéndose
paso, lentas
e inexorables.
Él sonrió con tristeza y me dio un cariñoso beso en los labios. Desde que
estábamos
juntos, cada instante a su lado había sido lo más cercano al paraíso sobre la
Tierra.
muerte y topamos con un amor… imposible, pero amor, al fin y al cabo. Una
historia así
pertenece tan solo a las dos personas que la comparten. A nadie más.
Lancé un resoplido.
—Claro que no. Ella y Diego se merecen mutuamente. Solo pienso que fue
asqueroso que se liaran mientras yo estaba enferma... pero, por otro lado, gracias
a haberme
librado de ese idiota, ahora estoy contigo. —Le dirigí una sonrisa y nos besamos
de nuevo
—Sí, ¿quién iba a decir que acabaríais siendo tan amigas? Lástima que su
familia
haya decidido volver a Madrid… ¡Yo ni siquiera sabía que había nacido allí!
satisfactorio «bip bip» y abrió la del conductor mientras me dirigía una sonrisa
traviesa.
—Es una sorpresa. Se me ha ocurrido una idea para resolver nuestro problema
con
bien esta vez en Barcelona. Al principio, pensé que Eudald se sentiría peor al
tenerle más
cerca, pero me reveló que se sentía más tranquilo sabiendo que estaba en su
misma ciudad,
Desde que confesó a sus padres que lo sabía todo desde hacía años, su relación
había mejorado mucho. Me sentía orgullosa del valor que había mostrado y,
desde luego, su
sinceridad había sido premiada. Ahora podía hablar de cualquier cosa con ellos
y, por
primera vez, iban a pasar las Navidades en familia. Su padre había renunciado
incluso a sus
secreto jardín. Pese al día sombrío, la belleza del paisaje me colmaba de una
inexplicable
paz interior. Era una maravilla encontrarse en plena naturaleza sin haber salido
de la
ciudad.
Cuando llegamos al punto más alto del jardín, yo estaba sin aliento. Nos
situamos
bajo la arcada de piedra tosca donde se hallaba la famosa fuente y supe que
había llegado el
momento.
—¿Estás preparada?
Asentí. Pese al miedo, mi corazón estaba en calma. Muy dentro de mí sabía que
Sin dudar, Eudald sacó una cajita de cerillas del bolsillo y prendió una. Alzó los
Me besó con dulzura, como sellando un pacto. A continuación, con gesto sereno
pero decidido, acercó la temblorosa llama a las antiguas hojas, que prendieron
igual que la
leña seca. En solo unos instantes, las preciosas palabras de Bécquer ardieron
para siempre,
elevaron hacia el cielo plomizo, disolviendo el secreto del poeta igual que
nosotros
habíamos disuelto las Sombras.
soltó antes de quemarse los dedos. Me cubrí el rostro con las manos unos
instantes,
Cuando levanté la mirada, las cenizas volaban por el viento, confundiéndose con
el
Las gaviotas siguieron revoloteando por el cielo cada vez más oscuro, mientras
yo
me decía que, igual que las oscuras golondrinas de la rima becqueriana, otras
aves
regresarían en días llenos de luz y calor, o bien en tardes lúgubres como aquella.
Pero sabía
muy bien que aquellas que habían sido testigo de nuestra ofrenda... esas no
volverían.
Como los secretos jamás revelados de un joven sevillano, cuyo único error había
Una suave y fresca llovizna comenzaba a caer cuando me volví hacia Eudald.
Tras