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Galatea, Acis y Polifemo[editar]

“A ti, aun así, oh virgen, un género no despiadado de varones 740


te pretende y, como haces, puedes a ellos impunemente negarte.
Mas a mí, para quien padre es Nereo, a quien la azul Doris
a luz dio, quien estoy por la multitud también guardada de mis
hermanas,
no, sino mediante lutos, lícito me fue del Cíclope al amor
escapar”, y lágrimas la voz impidieron de la que hablaba. 745
Las cuales, cuando enjugó con su pulgar de mármol la virgen,
y consolado a la diosa hubo: “Cuenta, oh carísima”, dijo,
“y la causa no oculta –así soy fiel– de tu dolor.”
La Nereide, de ello en contra, prosiguió diciendo del Crateida a la hija:
“Acis había sido de Fauno y de la ninfa Simétide creado, 750
gran placer ciertamente del padre suyo y madre,
nuestro aun así mayor, pues a mí consigo solo me había unido.
Bello, y sus octavos cumpleaños por segunda vez hechos,
había señalado sus tiernas mejillas con un dudoso bozo.
A él yo, a mí el Cíclope sin ningún final me pretendía, 755
y no, si preguntares, si el odio del Cíclope o el amor
de Acis en nos fuera más presente, te revelaré:
par uno y otro era. ¡Oh, cuánta la potencia del reino,
es, Venus nutricia, tuyo! Como que aquel despiadado y para las
mismas
espesuras horrendo y visto por huésped ninguno 760
impunemente y del gran Olimpo con sus dioses despreciador,
qué sea el amor siente, y de un vigoroso deseo cautivo
se abrasa olvidado de los ganados y de los antros suyos.
Y ya para ti el de tu hermosura, y ya para ti es el cuidado el de gustar,
ya rígidos peinas con rastrillos, Polifemo, tus cabellos, 765
ya te gusta, hirsuta, a ti, con la hoz recortar tu barba,
y contemplar fieros en el agua, y componerlos, tus semblantes.
De la matanza el amor y la fiereza y la sed inmensa de crúor
cesan y seguras vienen y van las quillas.
Télemo entre tanto, habiendo bajado hasta el siciliano Etna, 770
Télemo, el Eurímida, a quien ningún ave había engañado,
al terrible Polifemo se acerca y: “Esa luz, que única
en la mitad de tu frente llevas, te la arrebatará a ti”, dijo, “Ulises.”
Se rio y: “Oh de los videntes el más estúpido, te engañas”, dice.
”Otra ya me lo ha arrebatado.” Así, al que en vano la verdad le
advertía, 775
desprecia, y o bien pisando con su ingente paso las playas
socava, o, agotado, bajo sus opacos antros regresa.
Sobresale hacia el ponto, acuñado en punta larga,
un collado. A ambos costados circunfluye de la superficie la onda.
Aquí fiero asciende el Cíclope, y central se asienta, 780
mientras sus lanados rebaños, sin que nadie les guiase, le seguían.
Y él, después que un pino, que de bastón prestaba el uso,
ante sus pies dejado hubo, para llevar entenas apto,
y tomado que hubo, de cañas cien compactada, una siringa,
sintieron todos los montes sus pastoriles silbos, 785
los sintieron las ondas. Agazapada yo en un risco, y de mi
Acis en el regazo sentada, de lejos con los oídos recogí
tales razones míos, y oídas en mi mente las anoté:
“Más cándida que la hoja de la nívea, Galatea, alheña,
más florida que los prados, más esbelta que el largo aliso, 790
más espléndida que el vidrio, que el tierno cabrito más retozona,
más lisa que por la asidua superficie trizadas las conchas,
que los soles invernales, que la veraniega sombra más grata,
más noble que las manzanas, que el plátano alto más visible,
más lúcida que el hielo, que la uva madura más dulce, 795
más blanda que del cisne las plumas y la leche cuajada,
y si no huyeras, más hermosa que un bien regado huerto.
Más salvaje que las indómitas, la misma Galatea, novillas,
más dura que la añosa encina, más falaz que las ondas,
más lenta que las varas del sauce y las vides blancas, 800
que estas peñas más inconmovible, más violenta que el caudal,
que un alabado pavón más soberbia, más acre que el fuego,
más áspera que los abrojos, más brava que preñada la osa,
más sorda que las superficies, más despiadada que pisada una hidra,
y lo que principalmente querría que a ti arrancarte yo pudiera, 805
no sólo que el ciervo por los claros ladridos movido,
sino incluso que los vientos y voladora el aura más fugaz.
Mas si bien supieras, te pesaría el haber huido, y las demoras
tuyas tú misma condenarías y por retenerme te esforzarías.
Hay para mí, parte de un monte, suspendidos de la viva roca, 810
unos antros, los cuales, ni el sol en medio del calor sienten,
y no sienten el mal tiempo; hay frutos que hunden sus ramas,
hay, al oro semejantes, largas en sus vides, uvas,
las hay también purpúreas: para ti éstas reservamos, y aquéllas.
Tú misma con tus manos, bajo la silvestre sombra nacidas, 815
blandas fresas cogerás, tú misma otoñales cornejos,
y ciruelas, no sólo las cárdenas de negro jugo,
sino también las nobles, que imitan nuevas a las ceras,
ni a ti castañas, yo tu esposo, ni a ti te faltarán
del madroño las crías: todo árbol a ti te servirá. 820
Este ganado todo mío es, y muchas también por los valles erran,
muchas la espesura oculta, muchas se apriscan en mis antros,
y no, si acaso preguntas, podría a ti decirte cuántas son:
de pobre es contar su ganado. De las alabanzas suyas
nada a mí creyeras: presente puedes tú misma verlo, 825
cómo apenas rodean, restallante, con sus patas su ubre.
Hay, crianza menor, en sus tibios rediles corderos,
hay también, pareja la edad, en otros rediles cabritos.
Leche para mí siempre hay, nívea: parte de ahí para beber
se reserva, otra parte licuados coágulos la cuajan. 830
Y no delicias fáciles y vulgares presentes
sólo te alcanzarán, gamos, liebres y cabrío,
o un par de palomas o cogido de su copa un nido:
he encontrado, gemelos, que contigo jugar puedan,
entre sí semejantes como apenas distinguirlos puedas, 835
de una velluda osa cachorros en lo alto de unos montes.
Los encontré y dije: “Para mi dueña los reservaremos.”
Ya, ora, tu nítida cabeza saca del ponto de azul,
ya, Galatea, ven, y no desprecia los regalos nuestros.
Ciertamente yo me he conocido y de la líquida agua en la imagen 840
me he visto hace poco, y me complació a mí al verme mi figura.
Contempla cuán grande soy. No es que este cuerpo mayor
Júpiter en el cielo, pues vosotros narrar soléis
que no sé que Júpiter reina. Mi melena mucha emerge
sobre mi torvo rostro y mis hombros, como una floresta, sombrea. 845
Y que de rígidas cerdas se eriza densísimo
mi cuerpo no indecente considera: indecente sin sus frondas el árbol,
indecente el caballo si sus cuellos dorados crines no velan,
pluma cubre a las aves, para las ovejas su lana decor es:
la barba a los varones, y les honra en su cuerpo sus erizados vellos.
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Única es en mitad de mi frente la luz mía, pero en traza
de un gigante escudo. ¿Qué? ¿No estas cosas todas el gran
Sol ve desde el cielo? Del Sol, aun así, único el orbe.
Añade que en vuestra superficie el padre mío reina,
este suegro a ti te doy. Sólo apiádate, y las plegarias 855
de este suplicante escucha. Pues a ti hemos sucumbido, sola,
y quien a Júpiter y a su cielo desprecio, y su penetrable rayo,
Nereide, a ti te venero, que el rayo más salvaje la ira tuya es.
Y yo, despreciado, sería más sufridor de ello
si huyeras a todos. ¿Pero por qué, el Cíclope rechazado, 860
a Acis amas y prefieres que mis abrazos a Acis?
Él, aun así, que a sí mismo se plazca, y te plazca, lícito sea,
lo cual yo no quisiera, Galatea, a ti: sólo con que la ocasión se me dé,
sentirá que tengo yo, según este tan gran cuerpo, fuerzas.
Sus vísceras vivas le sacaré y sus divididos miembros por los
campos, 865
y los esparciré –así él a ti se mezcle– por tus ondas.
Pues me abraso, y dañado se inflama más acre el fuego,
y con sus fuerzas me parece que trasladado el Etna
en el pecho llevo mío, y tú, Galatea, no te conmueves.”
De tales cosas para nada lamentándose –pues todo yo veía– 870
se levanta, y como el toro furibundo, su vaca al serle arrebatada,
parar no puede, y por la espesura y sus conocidos sotos erra:
cuando, fiero, sin nosotros darnos cuenta y que para nada tal
temíamos,
a mí me ve y a Acis y: “Te veo”, exclama, “y que ésta
la última sea, haré, concordia de la Venus vuestra”, 875
y tan gran voz cuanta un Cíclope airado tener
debió, aquella fue. De su grito se erizó el Etna.
Mas yo, despavorida, bajo la vecina superficie me sumerjo.
Sus espaldas a la fuga vueltas había dado el Simetio héroe
y: “Préstame ayuda, Galatea, te lo ruego. Prestádmela, padres”, 880
había dicho, “y al que va a morir admitid a vuestros reinos.”
Le persigue el Cíclope, y una parte del monte arrancada
le lanza, y un extremo ángulo aunque arribó
hasta él de la roca, todo, aun así, sepultó a Acis.
Mas nos, lo que hacerse sólo, por los hados, podía, 885
hicimos, que las fuerzas asumiera Acis de su abuelos.
Bermellón de esa mole crúor manaba, y dentro
de un tiempo exiguo su rubor a desvanecerse comenzó,
y se hace su color a lo primero el del caudal turbado por la lluvia,
y se purga con la demora. Entonces la mole a él arrojada se hiende,
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y viva por sus grietas y esbelta se levanta una anea,
y la boca hueca de la roca suena al brollarle ondas,
y, admirable cosa, de súbito emerge hasta el vientre en su mitad,
enceñido un joven de flexibles cañas por sus nuevos cuernos,
el cual, si no porque más grande, porque azul en toda su cara, 895
Acis era, pero así también era, con todo, Acis, en caudal
vuelto, y su antiguo nombre retuvieron sus corrientes.”

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