Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
COMBATIENDO SIN TREGUA EN TODOS LOS FRENTES PARA QUE CRISTO REINE. «VIVAT JESU,
AMÓRE NOSTRUM, ET MARÍA, SPES NOSTRÆ!»
Página principal ▼
mart es, 10 de sept iembre de 2019
TÁCTICA MODERNISTA
En cuya propagación, ¡ojalá gast aran memos empeño y solicit ud! Pero es t ant a su act ividad, t an
incansable su t rabajo, que da verdadera t rist eza ver cómo se consumen, con int ención de arruinar la
Iglesia, t ant as fuerzas que, bien empleadas, hubieran podido serle de gran provecho. De dos art es se
valen para engañar los ánimos: procuran primero allanar los obst áculos que se oponen, y buscan luego
con sumo cuidado, aprovechándolo con t ant o t rabajo como const ancia, cuant o les puede servir.
Tres son principalment e las cosas que t ienen por cont rarias a sus conat os: el mét odo escolást ico de
filosofar, la aut oridad de los Padres y la t radición, el magist erio eclesiást ico. Cont ra ellas dirigen sus
más violent os at aques. Por est o ridiculizan generalment e y desprecian la filosofía y t eología
escolást ica, y ya hagan est o por ignorancia o por miedo, o, lo que es más ciert o, por ambas razones, es
cosa averiguada que el deseo de novedades va siempre unido con el odio del mét odo escolást ico, y
no hay ot ro más claro indicio de que uno empiece a inclinarse a la doct rina del modernismo que
comenzar a aborrecer el mét odo escolást ico. Recuerden los modernist as y sus part idarios la
condenación con que Pío IX est imó que debía reprobarse la opinión de los que dicen(22): «El mét odo y
los principios con los cuales los ant iguos doct ores escolást icos cult ivaron la t eología no
corresponden a las necesidades de nuest ro t iempo ni al progreso de la ciencia. Por lo que t oca a la
t radición, se esfuerzan ast ut ament e en pervert ir su nat uraleza y su import ancia, a fin de dest ruir su
peso y aut oridad».
Pero, est o no obst ant e, los cat ólicos venerarán siempre la aut oridad del concilío II de Nicea, que
condenó «a aquellos que osan..., conformándose con los criminales herejes, despreciar las t radiciones
eclesiást icas e invent ar cualquier novedad..., o excogit ar t orcida o ast ut ament e para desmoronar algo
de las legít imas t radiciones de la Iglesia cat ólica». Est ará en pie la profesión del concilio IV
Const ant inopolit ano: «Así, pues, profesamos conservar y guardar las reglas que la sant a, cat ólica y
apost ólica Iglesia ha recibido, así de los sant os y celebérrimos apóst oles como de los concilios
ort odoxos, t ant o universales como part iculares, como t ambién de cualquier Padre inspirado por Dios y
maest ro de la Iglesia». Por lo cual, los Pont ífices Romanos Pío IV y Pío IX decret aron que en la
profesión de la fe se añadiera t ambién lo siguient e: «Admit o y abrazo firmísimament e las t radiciones
apost ólicas y eclesiást icas y las demás observancias y const it uciones de la misma Iglesia».
Ni más respet uosament e que sobre la t radición sient en los modernist as sobre los sant ísimos Padres
de la Iglesia, a los cuales, con suma t emeridad, proponen públicament e, como muy dignos de t oda
veneración, pero como sumament e ignorant es de la crít ica y de la hist oria: si no fuera por la época en
que vivieron, serían inexcusables.
43. Finalment e, ponen su empeño t odo en menoscabar y debilit ar la aut oridad del mismo minist erio
eclesiást ico, ya pervirt iendo sacrílegament e su origen, nat uraleza y derechos, ya repit iendo con
libert ad las calumnias de los adversarios cont ra ella. Cuadra, pues, bien al clan de los modernist as lo
que t an apenado escribió nuest ro predecesor:
«Para hacer despreciable y odiosa a la míst ica Esposa de Crist o, que es verdadera luz, los hijos de las
t inieblas acost umbraron a at acarla en público con absurdas calumnias, y llamarla, cambiando la fuerza
y razón de los nombres y de las cosas, amiga de la oscuridad, faut ora de la ignorancia y enemiga de la
luz y progreso de las ciencias.»(23)
Por ello, venerables hermanos, no es de maravillar que los modernist as at aquen con ext remada
malevolencia y rencor a los varones cat ólicos que luchan valerosament e por la Iglesia. No hay ningún
género de injuria con que no los hieran; y a cada paso les acusan de ignorancia y de t erquedad. Cuando
t emen la erudición y fuerza de sus adversarios, procuran quit arles la eficacia oponiéndoles la
conjuración del silencio. Manera de proceder cont ra los cat ólicos t ant o más odiosa cuant o que, al
propio t iempo, levant an sin ninguna moderación, con perpet uas alabanzas, a t odos cuant os con ellos
consient en; los libros de ést os, llenos por t odas part es de novedades, recíbenlos con gran admiración
y aplauso; cuant o con mayor audacia dest ruye uno lo ant iguo, rehúsa la t radición y el magist erio
eclesiást íco, t ant o más sabio lo van pregonando.
Finalment e, ¡cosa que pone horror a t odos los buenos!, si la Iglesia condena a alguno de ellos, no sólo
se aúnan para alabarle en público y por t odos medios, sino que llegan a t ribut arle casi la veneración de
márt ir de la verdad.
Con t odo est e est répit o, así de alabanzas como de vit uperios, conmovidos y pert urbados los
ent endimient os de los jóvenes, por una part e para no ser t enidos por ignorant es, por ot ra para pasar
por sabios, a la par que est imulados int eriorment e por la curiosidad y la soberbia, acont ece con
frecuencia que se dan por vencidos y se ent regan al modernismo.
44. Pero est o pert enece ya a los art ificios con que los modernist as expenden sus mercancías. Pues
¿qué no maquinan a t rueque de aument ar el número de sus secuaces? En los seminarios y
universídades andan a la caza de las cát edras, que conviert en poco a poco en cát edras de pest ilencia.
Aunque sea veladament e, inculcan sus doct rinas predicándolas en los púlpit os de las iglesias; con
mayor claridad las publican en sus reuniones y las int roducen y realzan en las inst it uciones sociales.
Con su nombre o seudónimos publican libros, periódicos, revist as. Un mismo escrit or usa varios
nombres para así engañar a los incaut os con la fingida muchedumbre de aut ores. En una palabra: en la
acción, en las palabras, en la imprent a, no dejan nada por int ent ar, de suert e que parecen poseídos de
frenesí.
Y t odo est o, ¿con qué result ado? ¡Lloramos que un gran número de jóvenes, que fueron ciert ament e
de gran esperanza y hubieran t rabajado provechosament e en beneficio de la Iglesia, se hayan apart ado
del rect o camino! Nos son causa de dolor muchos más que, aun cuando no hayan llegado a t al
ext remo, como inficionados por un aire corrompido, se acost umbraron a pensar, hablar y escribir con
mayor laxit ud de lo que a cat ólicos conviene. Est án ent re los seglares; t ambién ent re los sacerdot es, y
no falt an donde menos eran de esperarse: en las mismas órdenes religiosas. Trat an los est udios
bíblicos conforme a las reglas de los modernist as. Escriben hist orias donde, so pret ext o de aclarar la
verdad, sacan a luz con suma diligencia y con ciert a manifiest a fruición t odo cuant o parece arrojar
alguna mácula sobre la Iglesia. Movidos por ciert o apriorismo, usan t odos los medios para dest ruir las
sagradas t radiciones populares; desprecian las sagradas reliquias celebradas por su ant igüedad. En
resumen, arrást ralos el vano deseo de que el mundo hable de ellos, lo cual piensan no lograr si dicen
solament e las cosas que siempre y por t odos se dijeron. Y ent re t ant o, t al vez est én convencidos de
que prest an un servicio a Dios y a la Iglesia; pero, en realidad, perjudican gravísimament e, no sólo con
su labor, sino por la int ención que los guía y porque prest an auxilio ut ilísimo a las empresas de los
modernist as.
REMEDIOS EFICACES
45. Nuest ro predecesor, de feliz recuerdo, León XIII, procuró oponerse enérgicament e, de palabra y
por obra, a est e ejércit o de t an grandes errores que encubiert a y descubiert ament e nos acomet e.
Pero los modernist as, como ya hemos vist o, no se int imidan fácilment e con t ales armas, y simulando
sumo respet o o humildad, han t orcido hacia sus opiniones las palabras del Pont ífice Romano y han
aplicado a ot ros cualesquiera sus act os; así, el daño se ha hecho de día en día más poderoso.
Por ello, venerables hermanos, hemos resuelt o sin más demora acudir a los más eficaces remedios. Os
rogamos encarecidament e que no sufráis que en t an graves negocios se eche de menos en lo más
mínimo vuest ra vigilancia, diligencia y fort aleza; y lo que os pedimos, y de vosot ros esperamos, lo
pedimos t ambién y lo esperamos de los demás past ores de almas, de los educadores y maest ros de
la juvent ud clerical, y muy especialment e de los maest ros superiores de las familias religiosas.
46. I. En primer lugar, pues, por lo que t oca a los est udios, queremos, y definit ivament e mandamos, que
la filosofía escolást ica se ponga por fundament o de los est udios sagrados.
A la verdad, «si hay alguna cosa t rat ada por los escolást icos con demasiada sut ileza o enseñada
inconsideradament e, si hay algo menos concorde con las doct rinas comprobadas de los t iempos
modernos, o finalment e, que de ningún modo se puede aprobar, de ninguna manera est á en nuest ro
ánimo proponerlo para que sea seguido en nuest ro t iempo»(24).
Lo principal que es preciso not ar es que, cuando prescribimos que se siga la filosofía escolást ica,
ent endemos principalment e la que enseñó Sant o Tomás de Aquino, acerca de la cual, cuant o decret ó
nuest ro predecesor queremos que siga vigent e y, en cuant o fuere menest er, lo rest ablecemos y
confirmamos, mandando que por t odos sea exact ament e observado. A los obispos pert enecerá
est imular y exigir, si en alguna part e se hubiese descuidado en los seminarios, que se observe en
adelant e, y lo mismo mandamos a los superiores de las órdenes religiosas. Y a los maest ros les
exhort amos a que t engan fijament e present e que el apart arse del Doct or de Aquino, en especial en
las cuest iones met afisicas, nunca dejará de ser de gran perjuicio.
47. Colocado ya así est e cimient o de la filosofía, const rúyase con gran diligencia el edificio t eológico.
Promoved, venerables hermanos, con t odas vuest ras fuerzas el est udio de la t eología, para que los
clérigos salgan de los seminarios llenos de una gran est ima y amor a ella y que la t engan siempre por
su est udio favorit o. Pues «en la grande abundancia y número de disciplinas que se ofrecen al
ent endimient o codicioso de la verdad, a nadie se le ocult a que la sagrada t eología reclama para sí el
lugar primero; t ant o que fue sent encia ant igua de los sabios que a las demás art es y ciencias les
pert enecía la obligación de servirla y prest arle, su obsequio como criadas»(25).
A est o añadimos que t ambién nos parecen dignos de alabanza algunos que, sin menoscabo de la
reverencia debida a la Tradición, a los Padres y al Magist erio eclesiást ico, se esfuerzan por ilust rar la
t eología posit iva con las luces t omadas de la verdadera hist oria, conforme al juicio prudent e y a las
normas cat ólicas (lo cual no se puede decir igualment e de t odos). Ciert o, hay que t ener ahora más
cuent a que ant iguament e de la t eología posit iva; pero hagamos est o de modo que no sufra
det riment o la escolást ica, y reprendamos a los que de t al manera alaban la t eología posit iva, que
parecen con ello despreciar la escolást ica, a los cuales hemos de considerar como faut ores de los
modernist as.
48. Sobre las discíplinas profanas, bast e recordar lo que sapient ísímament e dijo nuest ro
predecesor(26): «Trabajad animosament e en el est udio de las cosas nat urales, en el cual los invent os
ingeniosos y los út iles at revimient os de nuest ra época, así como los admiran con razón los
cont emporáneos, así los venideros los celebrarán con perenne aprobación y alabanzas». Pero hagamos
est o sin daño de los est udios sagrados, lo cual avisa nuest ro mismo predecesor, cont inuando con
est as gravísimas palabras(27): «La causa de los cuales errores, quien diligent ement e la invest igare,
hallará que consist e principalment e en que en est os nuest ros t iempos, cuant o mayor es el fervor con
que se cult ivan las ciencias nat urales, t ant o más han decaído las disciplinas más graves y elevadas, de
las que algunas casi yacen olvidadas de los hombres; ot ras se t rat an con negligencia y
superficialment e y (cosa verdaderament e indigna) empañando el esplendor de su primera dignidad, se
vician con doct rinas perversas y con las más audaces opiniones». Mandamos, pues, que los est udios
de las ciencias nat urales se conformen a est a regla en los sagrados seminarios.
49. II. Precept os est os nuest ros y de nuest ro predecesor, que conviene t ener muy en cuent a siempre
que se t rat e de elegir los rect oresy maest ros de los seminarios o de las universídades cat ólicas.
Cualesquiera que de algún modo est uvieren imbuidos de modernismo, sin miramient o de ninguna clase
sean apart ados del oficio, así de regir como de enseñar, y si ya lo ejercit an, sean dest it uidos; asimismo,
los que descubiert a o encubiert ament e favorecen al modernismo, ya alabando a los modernist as, y
excusando su culpa, ya censurando la escolást ica, o a los Padres, o al Magist erio eclesiást ico, o
rehusando la obediencia a la pot est ad eclesiást ica en cualquiera que residiere, y no menos los amigos
de novedades en la hist oria, la arqueología o las est udios bíblicos, así como los que descuidam la
ciencia sagrada o parecen ant eponerle las profanas. En est a mat eria, venerables hermanos,
principalment e en la elección de maest ros, nunca será demasiada la vigilancia y la const ancia; pues los
discípulos se forman las más de las veces según el ejemplo de sus profesores; por lo cual,
penet rados de la obligación de vuest ro oficio, obrad en ello con prudencia y fort aleza.
Con semejant e severidad y vigilancia han de ser examinados y elegidos los que piden las órdenes
sagradas; ¡lejos, muy lejos de las sagradas órdenes el amor de las novedades! Dios aborrece los ánimos
soberbios y cont umaces.
Ninguno en lo sucesivo reciba el doct orado en t eología o derecho canónico si ant es no hubiere
seguido los cursos est ablecidos de filosofía escolást ica; y si lo recibiese, sea inválido.
Lo que sobre la asist encia a las universidades ordenó la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares
en 1896 a los clérigos de It alia, así seculares como regulares, decret amos que se ext ienda a t odas las
naciones(28).
Los clérigos y sacerdot es que se mat ricularen en cualquier universidad o inst it ut o cat ólico, no
est udien en la universidad oficial las ciencias de que hubiere cát edras en los primeros. Si en alguna
part e se hubiere permit ido est o, mandamos que no se permit a en adelant e.
Los obispos que est én al frent e del régimen de dichos inst it ut os o universidades procuren con t oda
diligencia que se observe const ant ement e t odo lo mandado hast a aquí.
50. III- También es deber de los obispos cuidar que los escrit os de los modernist as o que saben a
modernismo o lo promueven, si han sido publicados, no sean leídos; y, si no lo hubieren sido, no se
publiquen.
No se permit a t ampoco a los adolescent es de los seminarios, ni a los alumnos de las universidades,
cualesquier libros, periódicos y revist as de est e género, pues no les harían menos daño que los
cont rarios a las buenas cost umbres; ant es bien, les dañarían más por cuant o at acan los principios
mismos de la vida crist iana.
Ni hay que formar ot ro juicio de los escrit os de algunos cat ólicos, hombres, por lo demás, sin mala
int ención; pero que, ignorant es de la ciencia t eológica y empapados en la filosofía moderna, se
esfuerzan por concordar ést a con la fe, pret endiendo, como dicen, promover la fe por est e camino.
Tales escrit os, que se leen sin t emor, precisament e por el buen nombre y opinión de sus aut ores,
t ienen mayor peligro para inducir paulat inament e al modernismo.
Y, en general, venerables hermanos, para poner orden en t an grave mat eria, procurad enérgicament e
que cualesquier libros de perniciosa lect ura que anden en la diócesis de cada uno de vosot ros, sean
dest errados, usando para ello aun de la solemne prohibición. Pues, por más que la Sede Apost ólica
emplee t odo su esfuerzo para quit ar de en medio semejant es escrit os, ha crecido ya t ant o su número,
que apenas hay fuerzas capaces de cat alogarlos t odos; de donde result a que algunas veces venga la
medicina demasiado t arde, cuando el mal ha arraigado por la demasiada dilación. Queremos, pues, que
los prelados de la Iglesia, depuest o t odo t emor, y sin dar oídos a la prudencia de la carne ni a los
clamores de los malos, desempeñen cada uno su comet ido, con suavidad, pero const ant ement e,
acordándose de lo que en la const it ución apost ólica Officiórum prescribió León XIII: «Los ordinarios,
aun como delegados de la Sede Apost ólica, procuren proscribir y quit ar de manos de los fieles los
libros y ot ros escrit os nocivos publicados o ext endidos en la diócesis»(29), con las cuales palabras, si
por una part e se concede el derecho, por ot ra se impone el deber. Ni piense alguno haber cumplido
con est a part e de su oficio con delat arnos algún que ot ro libro, mient ras se consient e que ot ros
muchos se esparzan y divulgen por t odas part es.
Ni se os debe poner delant e, venerables hermanos, que el aut or de algún libro haya obt enido en ot ra
diócesis la facult ad que llaman ordinariament e Imprimat ur; ya porque puede ser falsa, ya porque se
pudo dar con negligencia o por demasiada benignidad, o por demasiada confianza puest a en el aut or;
cosa est a últ ima que quizá ocurra alguna vez en las órdenes religiosas. Añádase que, así como no a
t odos convienen los mismos manjares, así los libros que son indiferent es en un lugar, pueden, en ot ro,
por el conjunt o de las circunst ancias, ser perjudiciales; si, pues, el obispo, oída la opinión de personas
prudent es, juzgare que debe prohibir algunos de est os libros en su diócesis, le damos facult ad
espont áneament e y aun le encomendamos est a obligacíón. Hágase en verdad del modo más suave,
limit ando la prohibición al clero, si est o bast are; y quedando en pie la obligación de los libreros
cat ólicos de no exponer para la vent a los libros prohibidos por el obispo.
Y ya que hablamos de los libreros, vigilen los obispos, no sea que por codicia del lucro comercien con
malas mercancías. Ciert ament e, en los cat álogos de algunos se anuncian en gran número los libros de
los modernist as, y no con pequeños elogios. Si, pues, t ales libreros se niegan a obedecer, los obispos,
después de haberles avisado, no vacilen en privarles del t ít ulo de libreros cat ólicos, y mucho más del
de episcopales, si lo t ienen, y delat arlos a la Sede Apost ólica si est án condecorados con el t ít ulo
pont ificio.
Finalment e, recordamos a t odos lo que se cont iene en la mencionada const it ución apost ólica
Officiorum, art ículo 26: «Todos los que han obt enido facult ad apost ólica de leer y ret ener libros
prohibidos, no pueden, por eso sólo, leer y ret ener cualesquier libros o periódicos prohibidos por los
ordinarios del lugar, salvo en el caso de que en el indult o apost ólico se les hubiere dado expresament e
la facult ad de leer y ret ener libros condenados por quienquiera que sea».
51. IV. Pero t ampoco bast a impedir la vent a y lect ura de los malos libros, sino que es menest er evit ar
su publicación; por lo cual, los obispos deben conceder con suma severidad la licencia para imprimirlos.
Mas porque, conforme a la const it ución Officiórum, son muy numerosas las publicaciones que solicit an
el permiso del ordinario, y el obispo no puede por sí mismo ent erarse de t odas, en algunas diócesis se
nombran, para hacer est e reconocimient o, censores ex offício en suficient e número. Est a inst it ución
de censores nos mereee los mayores elogios, y no sólo exhort amos, sino que absolut ament e
prescribimos que se ext ienda a t odas las diócesis. En t odas las curias episcopales haya, pues,
censores de oficio que reconozcan las cosas que se han de publicar: elíjanse de ambos cleros, sean
recomendables por su edad, erudición y prudencia, y t ales que sigan una vía media y segura en el
aprobar y reprobar doct rinas. Encomiéndese a ést os el reconocimient o de los escrit os que, según los
art ículos 41 y 42 de la mencionada const it ución, necesit en licencia para publicarse. El censor dará su
sent encia por escrit o; y, si fuere favorable, el obispo ot orgará la licencia de publicarse, con la palabra
Imprimat ur, a la cual se deberá ant eponer la fórmula Nihil obst at , añadiendo el nombre del censor.
En la curia romana inst it úyanse censores de oficio, no de ot ra suert e que en t odas las demás, los
cuales designará el Maest ro del Sacro Palacio Apost ólico, oído ant es el Cardenal- Vicario del Pont ífice
in Urbe, y con la anuencia y aprobación del mismo Sumo Pont ífice. El propio Maest ro t endrá a su cargo
señalar los censores que deban reconocer cada escrit o, y darán la facult ad, así él como el Cardenal-
Vicario del Pont ífice, o el Prelado que hiciere sus veces, presupuest a la fórmula de aprobación del
censor, como arriba decimos, y añadido el nombre del mismo censor.
Sólo en circunst ancias ext raordínarias y muy raras, al prudent e arbit rio del obispo, se podrá omit ir la
mención del censor. Los aut ores no lo conocerán nunca, hast a que hubiere declarado la sent encia
favorable, a fin de que no se cause a los censores alguna molest ia, ya mient ras reconocen los escrit os,
ya en el caso de que no aprobaran su publicación.
Nunca se elijan censores de las órdenes religiosas sin oír ant es en secret o la opinión del superior de la
provincia o, cuando se t rat are de Roma, del superior general; el cual dará t est imonio, bajo la
responsabilidad de su cargo, acerca de las cost umbres, ciencia e int egridad de doct rina del elegido.
Recordamos a los superiores religiosos la gravísima obligación que les incumbe de no permit ir nunca
que se publique escrit o alguno por sus súbdit os sin que medie la licencia suya y la del ordinario.
Finalment e, mandamos y declaramos que el t ít ulo de censor, de que alguno est uviera adornado, nada
vale ni jamás puede servir para dar fuerza a sus propias opiniones privadas.
52. Dichas est as cosas en general, mandamos especialment e que se guarde con diligencia lo que en el
art . 42 de la const it ución Officiórum se decret a con est as palabras: «Se prohíbe a los individuos del
clero secular t omar la dirección de diarios u hojas periódicas sin previa licencia de su ordinario». Y si
algunos usaren malament e de est a licencia, después de avisados sean privados de ella.
Por lo que t oca a los sacerdot es que se llaman corresponsales o colaboradores, como acaece con
frecuencia que publiquen en los periódicos o revist as escrit os inficionados con la mancha del
modernismo, vigílenles bien los obispos; y si falt aren, avísenles y hast a prohíbanles seguir escribiendo.
Amonest amos muy seriament e a los superiores religiosos para que hagan lo mismo; y si obraren con
alguna negligencia, provean los ordinarios como delegados del Sumo Pont ífice.
Los periódicos y revist as escrit os por cat ólicos t engan, en cuant o fuere posible, censor señalado; el
cual deberá leer oport unament e t odas las hojas o fascículos, luego de publicados; y si hallare algo
peligrosament e expresado, imponga una rápida ret ract ación. Y los obispos t endrán est a misma
facult ad, aun cont ra el juicio favorable del censor.
53. V. Más arriba hemos hecho mención de los congresos y públicas asambleas, por ser reuniones
donde los modernist as procuran defender públicament e y propagar sus opiniones.
Los obispos no permit irán en lo sucesivo que se celebren asambleas de sacerdot es sino rarísima vez;
y si las permit ieren, sea bajo condición de que no se t rat e en ellas de cosas t ocant es a los obispos o a
la Sede Apost ólica; que nada se proponga o reclame que induzca usurpación de la sagrada pot est ad, y
que no se hable en ninguna manera de cosa alguna que t enga sabor de modernismo, presbit erianismo o
laicismo.
A est os congresos, cada uno de los cuales deberá aut orizarse por escrit o y en t iempo oport uno, no
podrán concurrir sacerdot es de ot ras diócesis sin Let ras comendat icias del propio obispo.
Y t odos los sacerdot es t engan muy fijo en el ánimo lo que recomendó León XIII con est as gravísimas
palabras(30): «Consideren los sacerdot es como cosa int angible la aut oridad de sus prelados, t eniendo
por ciert o que el minist erio sacerdot al, si no se ejercit are conforme al magist erio de los obispos, no
será ni sant o, ni muy út il, ni honroso».
54. VI. Pero ¿de qué aprovechará, venerables hermanos, que Nos expidamos mandat os y precept os si
no se observaren punt ual y firmement e? Lo cual, para que felizment e suceda, conforme a nuest ros
deseos, nos ha parecido convenient e ext ender a t odas las diócesis lo que hace muchos años
decret aron prudent ísimament e para las suyas los obispos de Umbría(31): «Para expulsar —decían—los
errores ya esparcidos y para impedir que se divulguen más o que salgan t odavía maest ros de impiedad
que perpet úen los perniciosos efect os que de aquella divulgación procedieron, el Sant o Sínodo,
siguiendo las huellas de San Carlos Borromeo, decret a que en cada diócesis se inst it uya un Consejo de
varones probados de uno y ot ro clero, al cual pert enezca vigilar qué nuevos errores y con qué art ificios
se int roduzcan o diseminen, y avisar de ello al obispo, para que, t omado consejo, ponga remedio con
que est e daño pueda sofocarse en su mismo principio, para que no se esparza más y más, con
det riment o de las almas, o, lo que es peor, crezca de día en día y se confirme».
Mandamos, pues, que est e Consejo, que queremos se llame de Vigilancia, sea est ablecido cuant o
ant es en cada diócesis, y los varones que a él se llamen podrán elegirse del mismo o parecido modo al
que fijamos arriba respect o de los censores. En meses alt ernos y en día prefijado se reunirán con el
obispo y quedarán obligados a guardar secret o acerca de lo que allí se t rat are o dispusiere.
Por razón de su oficio t endrán las siguient es incumbencias: invest igarán con vigilancia los indicios y
huellas de modernismo, así en los libros como en las cát edras; prescribirán prudent ement e, pero con
pront it ud y eficacia, lo que conduzca a la incolumidad del clero y de la juvent ud.
Evit en la novedad de los vocablos, recordando los avisos de León XIII(32): «No puede aprobarse en los
escrit os de los cat ólicos aquel modo de hablar que, siguiendo las malas novedades, parece ridiculizar
la piedad de los fieles y anda proclamando un nuevo orden de vida crist iana, nuevos precept os de la
Iglesia, nuevas aspiraciones del espírit u moderno, nueva vocación social del clero, nueva civilización
crist iana y ot ras muchas cosas por est e est ilo». Tales modos de hablar no se t oleren ni en los libros ni
en las lecciones.
No descuiden aquellos libros en que se t rat a de algunas piadosas t radiciones locales o sagradas
reliquias; ni permit an que t ales cuest iones se t rat en en los periódicos o revist as dest inados al
foment o de la piedad, ni con palabras que huelan a desprecio o escarnio, ni con sent encia definit iva;
principalment e, si, como suele acaecer, las cosas que se afirman no salen de los límit es de la
probabilidad o est riban en opiniones preconcebidas.
55. Acerca de las sagradas reliquias, obsérvese lo siguient e: Si los obispos, a quienes únicament e
compet e est a facult ad, supieren de ciert o que alguna reliquia es supuest a, ret írenla del cult o de los
fieles. Si las «aut ént icas» de alguna reliquia hubiesen perecido, ya por las revoluciones civiles, ya por
cualquier ot ro caso fort uit o, no se proponga a la pública veneración sino después de haber sido
convenient ement e reconocida por el obispo. El argument o de la prescripción o de la presunción
fundada sólo valdrá cuando el cult o t enga la recomendación de la ant igüedad, conforme a lo
decret ado en 1896 por la Sagrada Congregación de Indulgencias y Sagradas Reliquias, al siguient e
t enor: «Las reliquias ant iguas deben conservarse en la veneración que han t enido hast a ahora, a no ser
que, en algún caso part icular, haya argument o ciert o de ser falsas o supuest as».
Cuando se t rat are de formar juicio acerca de las piadosas t radiciones, conviene recordar que la Iglesia
usa en est a mat eria de prudencia t an grande que no permit e que t ales t radiciones se refieran por
escrit o sino con gran caut ela y hecha la declaración previa ordenada por Urbano VIII, y aunque est o se
haga como se debe, la Iglesia no asegura, con t odo, la verdad del hecho; se limit a a no prohibir creer al
present e, salvo que falt en humanos argument os de credibilidad. Ent erament e lo mismo decret aba
hace t reint a años la Sagrada Congregación de Rit os(33): «Tales apariciones o revelaciones no han sido
aprobadas ni reprobadas por la Sede Apost ólica, la cual permit e sólo que se crean píament e, con mera
fe humana, según la t radición que dicen exist ir, confirmada con idóneos document os, t est imonios y
monument os».
Quien siguiere est a regla est ará libre de t odo t emor, pues la devoción de cualquier aparición, en cuant o
mira al hecho mismo y se llama relat iva, cont iene siempre implícit a la condición de la verdad del hecho;
mas, en cuant o es absolut a, se funda siempre en la verdad, por cuant o se dirige a la misma persona de
los Sant os a quienes honramos. Lo propio debe afirmarse de las reliquias.
Encomendamos, finalment e, al mencionado Consejo de Vigilancia que ponga los ojos asidua y
diligent ement e, así en las inst it uciones sociales como en cualesquier escrit os de mat erias sociales,
para que no se esconda en ellos algo de modernismo, sino que concuerden con los precept os de los
Pont ífices Romanos.
56. VII. Para que est os mandat os no caigan en olvido, queremos y mandamos que los obispos de cada
diócesis, pasado un año después de la publicación de las present es Let ras, y en adelant e cada t res
años, den cuent a a la Sede Apost ólica, con Relación diligent e y jurada, de las cosas que en est a
nuest ra epíst ola se ordenan; asimismo, de las doct rinas que dominan en el clero y, principalment e, en
los seminarios y en los demás inst it ut os cat ólicos, sin except uar a los exent os de la aut oridad de los
ordinarios. Lo mismo mandamos a los superiores generales de las órdenes religiosas por lo que a sus
súbdit os se refiere.
CONCLUSIÓN
Est as cosas, venerables hermanos, hemos creído deberos escribir para procurar la salud de t odo
creyent e. Los adversarios de la Iglesia abusarán ciert ament e de ellas para refrescar la ant igua
calumnia que nos designa como enemigos de la sabiduría y del progreso de la humanidad. Mas para
oponer algo nuevo a est as acusaciones, que refut a con perpet uos argument os la hist oria de la religión
crist iana, t enemos designio de promover con t odas nuest ras fuerzas una Inst it ución part icular, en la
cual, con ayuda de t odos los cat ólicos insignes por la fama de su sabiduría, se foment en t odas las
ciencias y t odo género de erudición, t eniendo por guía y maest ra la verdad cat ólica. Plegue a Dios que
podamos realizar felizment e est e propósit o con el auxilio de t odos los que aman sincerament e a la
Iglesia de Crist o. Pero de est o os hablaremos en ot ra ocasión.
Ent re t ant o, venerables hermanos, para vosot ros, en cuyo celo y diligencia t enemos puest a la mayor
confianza, con t oda nuest ra alma pedimos la abundancia de luz muy soberana que, en medio de los
peligros t an grandes para las almas a causa de los errores que de doquier nos invaden, os ilumine en
cuant o os incumbe hacer y para que os ent reguéis con enérgica fort aleza a cumplir lo que
ent endiereis. Asíst aos con su virt ud Jesucrist o, aut or y consumador de nuest ra fe; y con su auxilio e
int ercesión asíst aos la Virgen Inmaculada, dest ruct ora de t odas las herejías, mient ras Nos, en prenda
de nuest ra caridad y del divino consuelo en la adversidad, de t odo corazón os damos, a vosot ros y a
vuest ro clero y fieles, nuest ra bendición apost ólica.
Dado en Roma, junt o a San Pedro, el 8 de sept iembre de 1907, año quint o de nuest ro pont ificado. SAN
PÍO X.
NOTAS
[1] Act as 20,30.
[2] Tit o 1,10.
[3] 2 Timot eo 3,13.
[4] De revelat ióne, canon l.
[5] Ibíd., canon 2.
[6] De fide, canon 2.
[7] De revelat ióne canon 3.
[8] Gregorio XVI, encíclica Singulári Nos, 25 de junio de 1834.
[9] Breve a Mons. Heinrich Ernst Karl Först er, obispo de Breslavia, 13 de junio de 1857.
[10] Epíst ola a los Maest ros de Teología de París, nonas (7) de julio de 1223.
[11] Proposición 29ª condenada por León X en la Bula Exsúrge Dómine, 16 de mayo de 1520: «Hásenos
abiert o el camino de enervar la aut oridad de los concilios, cont radecir librement e sus hechos, juzgar
sus decret os y confesar confiadament e lo que parezca verdadero, ya lo apruebe, ya lo repruebe
cualquier concilio».
[12] Sesión 7ª De los Sacrament os en general, canon 5.
[13] Proposición 2ª: «La proposición que dice que la pot est ad ha sido dada por Dios a la Iglesia para
comunicarla a los Past ores, que son sus minist ros, en orden a la salvación de las almas; ent endida de
modo que de la comunidad de los fieles se deriva en los Past ores el poder del minist erio y régimen
eclesiást ico, es herét ica». Proposición 3ª: «Además, la que afirma que el Pont ífice Romano es cabeza
minist erial, explicada de suert e que el Romano Pont ífice, no de Crist o en la persona de San Pedro, sino
de la Iglesia reciba la pot est ad de minist erio que, como sucesor de Pedro, verdadero Vicario de Crist o
y cabeza de t oda la Iglesia, posee en la universal Iglesia, es herét ica».
[14] Encíclica Qui plúribus, 8 de noviembre de 1846.
[15] Sýllabus Errórum, proposición 5ª.
[16] Const it ución Dogmát ica Dei Fílius, capít ulo 4.
[17] Lugar cit ado.
[18] Romanos 1, 21- 22.
[19] Concilio Vat icano, De revelat ióne, capít ulo 2.
[20] Epíst ola 28, 3.
[21] Gregorio XVI, encíclica Singulári Nos, 25 de junio de 1834.
[22] Sýllabus Errórum, proposición 13ª.
[23] Mot u próprio Ut mýst icam, 11 de marzo de 1891.
[24] León XIII, Encíclica Æt érni Pat ris.
[25] León XIII, Cart a Apost ólica In magna, 10 de diciembre de 1889.
[26] Alocución del 7 de marzo de 1880.
[27] Lugar cit ado.
[28] Cf. Act a Sanct æ Sedis 29 (1896), pág. 359.
[29] Ibíd., 30 (1897), pág. 39.
[30] Encíclica Nobilíssima Gallórum, 10 de febrero de 1884.
[31] Act a del Congreso de los Obispos de Umbría, noviembre de 1849, t ít ulo 2, art ículo 6.
[32] Inst rucción de la Sagrada Congregación de Negocios Eclesiást icos Ext eriores, 27 de enero de
1902.
[33] Decret o del 2 mayo de 1877.
Compartir
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Preferiblemente, los comentarios (y sus
respuestas) deben guardar relación al contenido
del artículo. De otro modo, su publicación
dependerá de la pertinencia del contenido. La
blasfemia está prohibida. La administración del
blog renuncia a TODA responsabilidad por
comentarios que no sean de su autoría.
‹ Página principal ›
Ver versión web
PRONTUARIO
Jorge Rondón Santos
Exilio
Soldado raso dispuesto a la guerra por el Reino de Jesús y María mileschristi1958@yahoo.es
Twitter@Jorge_ Rondon16
Ver todo mi perfil