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Universidad Autónoma de Sinaloa Faculta de Filosofía y Letras Jesús Manuel Torres Moreno

La muerte como ausencia de ser y la vida como una cuestión absurda

Este trabajo corresponde al interés de una existencia absurda, y por ello me refiero
a un intento constante de negar la finitud a través de la creación desligándose de esta
última. Una suerte artística, poética, filosófica, literaria, política, etc., el hecho de
manifestar una obra que sea a posteridad reiteradamente interpretada y en cada posición
visual del interés, se llegue a ahondar más en su textura y enigma, representa para mí, un
movimiento irrisorio pero necesario, como si se tratara de una constante repetición de
intentos por cubrir con acciones brillantes y resplandecientes el significante oscuro.

El interés dirigirá a indagar en la incognoscibilidad que representa la muerte y la vida


absurda, pues de entrada, en el límite de la vida, no se puede seguir captando experiencia
alguna, suena a fatal obviedad, pero la pregunta que se entona con la pieza musical de
Rachmaninoff, La isla de los muertos, es ¿Cómo se puede sentir la muerte?, esta pregunta
tiene que ir enlazada con la sensación de soledad, o adjetivando el momento en griego,
monóstolos1; el momento de surcar la vida sin protección ni cobijo.

La conexión música-muerte, o haciendo un poco más reflexivo el pensamiento (es curioso


que se pueda pensar en algo que no-es, es decir, la muerte) la conexión armonía y pureza,
en donde el momento de morir proveyera de un saber tan bellamente guardado que sólo en
ese instante en donde nada nos pertenece, se nos ofreciera la razón de todo nuestro andar, es
decir, la Nada.

¿Qué tan sublime tiene que ser la última nota como para dejarnos de percibir? Parece que
ese momento esta tan impregnado de significado que no lo podemos captar si no por medio
de conjeturas que vienen de significaciones que se nos presentan por medio de
manifestaciones vitales. El gran obrar del hombre es un constante desgaste vital, mismo que
se sustenta por el sentido de negar la muerte.

La entonación entre la sensación de lo finito y la armonía musical hacen brotar del


melancólico un gran deseo por sentirse en la gran unidad de lo indescifrable e

1
Eurípides, Tragedias I. Alcestis. Ed. Gredos., p. 29.
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irreconocible: ¡Oh ven a mí! cólera final, que después del gran grito he de venir en tal
calma que mis pies ya no tocaran pútrida morada ni mis ojos verán tan indeseables cerdos.
Que mis pensamientos emigren al gran enigma, que la Gran Oscuridad es significado de
todo cuanto brilla y se nos muestra.

¿Acaso no es en dolor en donde se gestan las más sublimes obras? Cuanto se ha de sufrir
para procurar los sentimientos más refinados que afinados lo suficiente puedan impregnarse
en la escritura del pensador, con tanta fidelidad que no se discierne entre el trígono de la
obra escrita (pensador, palabra e intérprete), se tiene que plasmar la vida, mientras más
cercana a la muerte, más valiosa y vibrante es.

El “ser” de la muerte

Lo primero que se debe considerar es la realidad de la muerte, por ende, ¿La muerte es?2 El
hecho de morir está claramente visto por nosotros, experimentado hasta cierto límite, pues
nadie puede tomar la muerte de otro. La muerte pareciera un límite a la razón misma, pues
en sí, de ella nada se predica, es una ausencia. La posibilidad de que el individuo3 se siga
realizando, es tan probable como la ausencia completa de su ser, ambas realidades
convergen en tanto que se mantienen como posibilidades pero solo una se presenta.

La muerte representa un reto para su intelección, porque la razón se encuentra limitada por
la ausencia de ser. Cuando la razón trata de allanar el espacio entre el pensar y el hecho de
morir (ausencia de ser), es limitada por esta última, como si el ser de la muerte fuera la
ausencia: su realidad es una especie de nada que se presenta.

En tanto que el hombre vive, la muerte es posibilidad y una vez presente, la vida ya no es, o
como diría Epicuro: “La muerte es algo que no nos afecta, porque mientras vivimos no hay
muerte; y cuando la muerte está, no estamos nosotros.” Epicuro pareciera salvarse de la

2Aquí no se ve a la muerte como “algo”, sino como una especie de no-ser, aun que en ella se vierta el ser de
mi existencia, para culminar y reafirmar la finitud del hombre, pareciera que esa especie de Nada que a todos
nos absorberá, tuviera en primera instancia ser manifiesta, su presencia se revela por medio del mayor signo
significante que es la vida, con esto se puede afirmar que el significado de dicha vida es la Nada.
3 Como ser real, un ser que existe y se comparte con los otros. La relación con el otro mantiene su

individualidad, pues en estas relaciones él se va creando y el modo de anidar estas experiencias es diferente
en cada individuo. Él individuo es en la medida en que vive las experiencias pero su presencia se denota en el
seguir sosteniéndose en la dualidad de lo probable: entre el morir y el vivir. El individuo puede sentir la
angustia cada vez que su presencia se mantiene, pues se da cuenta de que la posibilidad de morir no
desaparece.
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angustia del saber que estamos arrostrando la muerte en cada instante, pues en cada acto
que vamos dotando de presencia a nuestra existencia, se elimina la posibilidad de morir,
pero esta posibilidad se mantiene constante.

Lo preocupante del asunto es que tanto la posibilidad seguir viviendo como la de morir se
mantienen en igualdad de poder ser reales. El hecho de que siga viviendo hasta este
momento no garantiza mi continuidad; el pasado se desconecta en cada acción probable de
seguir siendo. El hombre tiene delante de cada paso que da, la posibilidad de ya no ser.

¿Cómo se enfrenta el hombre al saber que morirá? Una circunstancia que a todos nos
pertenece en lo individual y una vez que llegamos a ‘ya no ser’ se percibe por la sociedad.
La muerte como ya dijimos, representa un límite del pensamiento, pero además, también
empírico, pues en tanto que yo muera, esta acción es exclusivamente mía. El otro no puede
tomar mi muerte, y mucho menos experimentar por completo la ausencia de mi ser.

Morimos solos, y siempre hemos estado así, porque la experiencia de un sujeto no se puede
comunicar por completo a otro, sería una especie de transmigrar todo lo que soy hasta el
momento, pero quitaría la posibilidad de seguir siendo, pues ya he transmitido mi ser a
otro, y eso no es posible, no al menos a cabalidad. Podemos participar de los demás y ellos
de nosotros pero la individualidad nos arraiga a nuestra soledad.

El individuo se diferencia de sus congéneres, es en esta relación en donde mantenemos


nuestra soledad, y a la vez podemos compartirnos. El acto de morir es incompartible, nadie
participa en mí morir, me pueden acompañar en la penumbra pero no en la oscuridad. Para
expresarme mejor, están las palabras Martin Heidegger, citado por Johannes Pfeiffer, en su
obra: La poesía.

<<Nadie puede tomarle al otro su morir. Cabe, sí, que alguien “vaya a la
muerte por otro”, pero esto quiere decir siempre: sacrificarse por el otro
en una cosa determinada. Tal “morir por…” no puede significar nunca
que con él se le haya tomado al otro lo más mínimo de su muerte. El
morir es algo que cada “ser ahí” tiene que tomar en su caso sobre sí
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mismo. La muerte es, en la medida en que “es”, esencialmente en cada


caso la mía. >>4

Se puede concebir que la muerte sea nuestra, pero en tanto que se va presentando, uno no
puede llegar a concebir la experiencia porque el ser individual se va deshaciendo, nuestra
individualidad nos otorga el momento más íntimo y personal pero la muerta evita concebir
la experiencia del dejar ser.

El individuo vive en conexión palmaria con otros, pero la ausencia de mi existencia, nadie
la experimenta a cabalidad, y la oportunidad de que yo mismo pueda experimentar la
totalidad de la muerte, también queda excluida. Lo que nos queda de experiencia es la
transición en esta vida: Estoy parado sobre mi propia tumba, pues cuando muera todos mis
actos serán la tierra por encima de mí y mi lápida será escrita con el pensamiento de los que
me llegaron a conocer, pero aún más allá de eso, mis ideas habrán permeado en cada uno de
ellos, con lo cual, participare en escribir sus lapidas.

El darse cuenta de la muerte

La reflexión sobre la soledad hace encanecer al hombre más rápido que el delirio de la
ignorancia, más valioso es saber que se va a morir a vivir en el hedonismo compulsivo de
una sociedad decadente. Con cada asimilación en actos pueriles de la vida ilusoria, se niega
la transición del verdadero ser.

El ser humano es el único que sabe que irá a la tumba, los animales viven en la inmediatez
de sus sentidos e instintos, no dejando espacio para la reflexión, y es en éste momento, en
donde el individuo se da cuenta de la predicación del valor de la vida. Parece curioso que el
límite de la existencia (la ausencia de la vida) predique de alguna manera, el valor de su
contrario.

La capacidad de percibirse como efímero, le corresponde solamente al hombre. El poema


de Holderlin, Citado por Jorge V. Arregui y Jacinto Choza en su libro: La filosofía del
hombre, hará la correspondencia entre mis pensamientos y el sentir, más precisa y
expresable.

4Pfeiffer, Johannes. La Poesía. FCE., Ed. Olimpia, S. A., pág. 15. México.
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<<Pues las aves del bosque respiran más libremente


Pero al humano pecho le colma el orgullo
Y él, que barrunta el futuro lejano
Ve también la muerte y es único en temerla. >>5

El poema de Holderlin, demuestra no solamente la diferencia entre el individuo y el animal,


pues el primero puede percibir su finitud en tanto que el segundo solamente está preso de su
condición. Lo que se resalta en el poema, es que la muerte atañe al hombre, la angustia de
saber que morirá, está ahí y no solamente la muerte es cuando se presenta, sino que tiene su
impacto en la existencia del individuo, en su periodo de ser.

La ausencia del ser se percibe en la angustia, y ésta es una anticipación al hecho, un tratar
de concebir que lo temporal de nuestro estar aquí viene precedido en una convergencia de
todo nuestro actuar, es decir: el límite de la vida es la disgregación de nuestro ser en una
especie de nada.

Aunque la muerte es una cuestión tan cotidiana, que por ello cuando se refiere a ella se hace
desde un “afuera” de la misma, como si nunca nos fuera tocar, casi sintiéndonos
imperecederos, en la obra de Eurípides6, se puede ver como el saberse como inexistente7,
otorga de un encadenamiento hacia la consumación de dicho sentimiento de angustia, una
vez sabido el hecho no hay lugar para la esperanza, ni el porvenir, pues este nunca llega en
cambio la muerte acobijara por toda la eternidad.8

¿Cómo solventar la angustia? La distención de la existencia, encuentra su lugar en la


posibilidad de seguir siendo. El individuo encuentra salvedad ante la muerte, en su
continuar siendo. La realidad, es decir, lo que es en cuanto que existe, le permite al hombre
sondear entre las posibilidades que se vayan referenciando de sus acciones.
5 Choza, Jacinto. La filosofía del hombre., pág. 491.
6
Op:.Cit:. Eurípides. “No hay lugar de la tierra adonde pueda enviar una nave, ya a Licia, ya a la árida sede de
Amón, para liberar la vida de la infortunada pues el destino funesto, cortado a pico, se aproxima, y de los
altares de los dioses se sacrifican los rebaños no sé ya a cuál encaminarme”.
7
Eurípides, Tragedias I, Alcestis, pág. 18. La roca y el destino, uno son, y se moldean con el pico, además de
expresarse el saber que se morirá.
8
¡Vaya! Que detestable es sentir salvedad en el morir, como si fuera el lugar idóneo de las angustias de la
vida, pareciera que al tratar de “cosificarlo” por esta especie de Nada, a su vez, trato de entregarle de un
carácter de armoniosa calma, como si la vida pesara tanto, que asfixia el tiempo y con ello el ser que me
hace reconocible ante mis congéneres.
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Si la realidad que se nos presenta como posibilidades de ser, fuera una estabilidad o más
bien por una predeterminación de la existencia en su totalidad, ¿En dónde quedaríamos?
¿Acaso se podría sufrir o sentir angustia por el saber que es como se tiene que ser? claro
que no, pero nuestro enfoque va al reaccionar al darse cuenta ante la muerte, como si en
ella nos impregnáramos de realidad, y con ello salirnos a tomar nuestra vida.

¿Se podría pensar al hombre sin la angustia de muerte? “si el hombre no tuviera en sí como
fuente de su angustia, tanto más profunda cuanto más la busca, la desea y a veces se le da
voluntariamente, no habrían ni hombre, ni libertad, ni historia, ni individuo.”9¿Cómo
podría concebirse una existencia sin la necesidad de crearse por medio de la angustia que
provoca la muerte? Si el hombre no se supiera como ser finito no tendría caso movilizarse
por medio de una acción generadora que tienda por medio de una operación de semejanza
al inicio de su crearse.

La existencia absurda

¿Acaso no es absurdo el vivir? Si es la significación de la vida a través de intentos repetidos


por ocultar el verdadero sentido que viene con la muerte, es decir, esa especie de Nada o
vacío. Intencionamos nuestra vitalidad para crearnos por medio de la ilusión de eternidad,
en una obra perdurable, como si nos alzáramos de lo caótico y cruento para llegar a la
calma y belleza.

En esta existencia constantemente apelmazada por una aceptación involuntaria de la


muerte, o como diría Freud: en sentido contingente (por cuestiones ajenas a las biológicas),
el hombre, con su visión impregnada de tristeza consumada por la ya gastada vitalidad del
pensar, puede sentirse como un ser salido de la realidad.

El hombre que se enfrenta ante la existencia y a la tabulación de valores mantenidos en el


reino de lo estable por una observación dirigida hacia arriba, se alza sobre ellos con una
actitud arrebatada a enfrentar la muerte de un yo endeudo con prestamistas de diferentes
áreas de su estructuración, para gritar “Heme libre, heme como grito de guerra”, para
después regresar con su furia

9
Georges Bataille. Hegel, La muerte y el Sacrificio. pág. 5. Edición electrónica de www.philosophia.cl /
Escuela de Filosofía Universidad de ARCIS
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¿Qué pasa en la calma del colérico desafiante? “no va más allá de sí mismo, más que para
volver de nuevo a sí enfurecido, como agresor, seguido de sus empresas, que vienen a
castigarle por haberlas suscitado”10. Pero su retorno a la mesura representa un suceso
necesario, pues de él emanan las fuerzas vitales que lo sustentaran para el próximo encuentro,
su rebeldía de no aceptar alineamientos le prohíbe seguir en la indiferencia. Además, quien no
apuntale el futuro, seguirá en una oscuridad hasta interiorizarse en la soledad, convirtiéndose
en desesperación, o como diría Freud: “El individuo que no ha pasado a ser combatiente,
convirtiéndose con ello en una partícula de la gigantesca guerra, se siente desorientado y
confuso. Habrá, pues, de serle grata toda indicación que le haga más fácil orientarse de
nuevo, por lo menos en su interior.”11

La conexión música y muerte, o haciendo un poco más reflexivo el pensamiento (es curioso
que se pueda pensar en algo que no-es, es decir la muerte) la conexión armonía y pureza, en
donde el momento de morir, proveerá de una tranquilidad, de un estado parsimonioso en
donde al dejarnos de manifestar dejáramos de sabernos.

¿Se puede hablar de una necesidad por el sufrir? El ser humano tiene una gran tendencia a
padecer los dolores que se perciben en el drama de la vida, y si no tiene suficiente aflicción
el mismo se las procurara con pensamientos tortuosos que lo orillen al desquicio, como un
enfermo. El hombre en crisis se torturara a sí mismo hasta encontrar el antídoto, el gran
bálsamo que es la recompensa de ajusticiarse por haber padecido una gran angustia, él es su
gran castigador y salvador.

Esta angustia ante el hecho de la finitud, se empecina en desdoblarnos hacia la caricia


mortuoria que representa el colapsarnos ante el ínfimo instante de nuestra inexistencia, cual
coro de bellas voces entonando la última nota que ha de resonar con el último soplo vital.

La interacción con el cuestionar por la muerte puede sentirse en una gran melancolía,
misma que es manifestación de una cruenta batalla por superar la forma de existencia hasta
entonces llevada, pues en cualquier caso, la posibilidad de ser se nos presenta a manera de
liberarnos.

10Cioran,
E. M., La tentación de existir., pág. 1
11
Sigmund Freud. Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte., pág. 2. Edición electrónica de
www.philosophia.cl Escuela de Filosofía Universidad ARCIS.
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La realización de nuestro verdadero ser, ira más bellamente engarzado con el pensamiento
más apremiante, en veces uno no se cuestiona la forma de pensamiento o por el
pensamiento mismo, pero pareciera que el saber ser es en primer orden el saberse pensar.

¿Se puede hablar de una necesidad por el sufrir? El ser humano tiene una gran tendencia a
padecer los dolores que se perciben en el drama de la vida, y si no tiene suficiente aflicción
el mismo se las procurara con pensamientos tortuosos que lo orillen al desquicio, como un
enfermo, se torturara a sí mismo hasta encontrar el antídoto, el gran bálsamo que es la
recompensa de ajusticiarse por haber padecido una gran angustia.

Esta angustia ante el hecho de la finitud, se empecina en desdoblarnos hacia la caricia


mortuoria que representa el colapsarnos ante el ínfimo instante de nuestra inexistencia, cual
coro de bellas voces entonando la última nota que ha de resonar con el último soplo vital.

La interacción con el cuestionar por la muerte puede sentirse en una gran melancolía,
misma que es manifestación de una cruenta batalla por superar la forma de existencia hasta
entonces llevada, pues en cualquier caso, la posibilidad de ser se nos presenta a manera de
liberarnos.

La realización de nuestro verdadero ser, irá más bellamente engarzado con el pensamiento
más apremiante, en veces uno no se cuestiona la forma de pensamiento o por el
pensamiento mismo, pero pareciera que el saber ser es en primer orden el saberse pensar.

La creación como negación de la muerte

La creación, o el simple hecho de negar lo ya dado por esta realidad, representa


simbólicamente la misma necesidad de amoldar la realidad en un ahora12 acorde al
pensamiento13 del sujeto, o de limitar la misma, como si la fuente voluntariosa que
mantiene su visión alrededor percibiera solo posibilidades de manifestarse.

12 ¿Por qué me refiero a un ahora?, por el hecho de que siempre se está en él, de manera indubitable, pues
pareciera que pensar y el ahora, se conjugan para darle significado a la existencia. Casos como el recordar y
el visualizar o crear escenarios futuros, con sucesos que siempre recurren al presente para manifestarse,
como si el ahora fuera tanto pasado como futuro y en veces pareciera que ni el mismo ahora es. Que absurdo,
en mi opinión, es creer lo parsimonioso del tiempo.
13 Aquí hare hincapié en el texto de Sexto Empírico. Esbozos Pirrónicos. Ed. Gredos. Pág. 97. Libro I, decimo

tropo. “El décimo tropo –justamente el que más referencia hace a lo ético- es el de <<según las formas de
pensar, costumbres, leyes, creencias míticas y opiniones dogmáticas>>. Una forma de pensar es, desde
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¿Cómo podría concebirse una existencia sin la necesidad de crearse por medio de la
angustia que provoca la muerte? Si el hombre no se supiera como ser finito no tendría caso
movilizarse por medio de una acción generadora que tienda por medio de una operación de
semejanza al inicio de su crearse.

La finitud otorga de valor a la creación y a la obra, pues en ellas se vierten la vitalidad que
ha de encarnar en significaciones diversas que den entendimiento, por medio de la
interpretación constante.

¿Cómo anda el hombre en su creación? La relación del hombre y creación parece agotarse
(mientras se está en la inventiva), el tiempo14 deviene del primero al construirse en un
humanizado presente, pues el primero emerge en la voluntad creadora, aquella que otorga
de permanencia al andar, como si fuera una lucha incesante por verter nuestra universalidad
subjetiva. En palabras de Cioran “En lugar de dejar al tiempo triturarnos lentamente, hemos
creído oportuno sobreabundar en él, añadir a sus instantes los nuestros”15

Una vez realizada la obra, ¿La misma supera al sujeto?, pues mientras se estuvo creando la
realidad a través de significaciones como poemas, pinturas, música, acciones, etc., (mismas
que se anidan a una individualidad, a una forma única de concebir la existencia y la
realidad) nos damos en la creación, como si las grandes obras dependieran de una secrecía
mayor, es decir, que aquello que no se termina de conocer o ni siquiera se percibe, es lo que
otorga de oportunidad para su creación y perdurabilidad. Pareciera que la constante
significación de las obras es lo que permite su estancia en la memoria humana.

Aun no se responde la pregunta si la obra supera al creador, pues en dicho caso se podría
concebir una existencia que consta de sustancia en base a la grandeza de las obras pero que
durante la misma creación fue necesaria esta sustancialización de la realidad16, que ha sido
dotada de nuestra presencia, tanto el creador como su obra vienen a dotar de humanidad al

luego, un enfoque de la vida o de determinada cuestión surgido en torno a una o varias personas; por
ejemplo, en torno a Diógenes o entre los espartanos.”
14 A de entenderse en cuanto a la impresión humana en la linealidad existencial que esta paralela al sujeto

creador, que en este caso y por obviedad es el hombre que saca de si, la realización de la obra.
15
Op. Cit. Cioran, pág. 1.
16
Entiéndase esta realidad, como el conjunto de posibilidades de ser para la voluntad ejercida por medio de
la acción.
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tiempo, en palabras de Camus “El artista, como el pensador, se compromete con su obra y
deviene con ella”17.

El creador y la obra, parecieran ser solamente dos conceptos separados para la aprehensión
y el entendimiento, pero que significación, se mantienen como unidad indivisa, pues
representan tanto la acción generadora por un lado como la materia a descubrir por el otro,
para el ojo penetrante, no utiliza material sino que descubre la forma.

Si el creador fuera tan diverso en su creación, ¿Cómo se sabría que él la ha hecho?, resulta
cadencioso, casi cae en una monotonía molesta pues se encuentra de nuevo creando bajo la
misma tutela de la idea directriz, como si sus pasos no pudieran descaminar para aprender
nuevas rutas. En palabras de Camus “La idea de un arte separado de su creados sólo está
pasada de moda, es falsa. Por oposición al artista, se señala que ningún filosofo ha creado
nunca varios sistemas.”18

17
Albert Camus, El mito de Sísifo. Pág. 125
18
idem

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