Está en la página 1de 37

Desaparecidos

Por

Karina Sifuentes


Desde la cabina del avión, la ayudante de vuelo pudo ver como las luces
del aeropuerto de la Ciudad de México se acercaban. Tras cuatro horas de
vuelo, le fue reconfortante ver como el piloto llevaba la mano a la radio y la
levantaba hasta su cara para comunicarse con tierra:
-Torre, aquí el Airbus A330 pidiendo permiso para aterrizar.
Silencio. Los dos pilotos y la ayudante de vuelo aguardaban la respuesta
sin intercambiar una mirada. Tras un par de segundos, su espera se vio
recompensada con una voz cansada y ligeramente robotizada.
-Torre de control a Airbus A330, pista tres liberada, permiso concedido.
Un pitido resonó en todo el avión cuando el piloto encendió el letrero de
abrocharse los cinturones. El taconeo de las sobrecargos por los pasillos era
acompañado de sus tranquilas voces mientras pedían a sus cansados pasajeros
que se prepararan para aterrizar. Los rostros de los viajantes se pegaban a los
cristales observando ansiosos las luces de la ciudad, mientras el avión se
inclinaba suavemente para descender.
Desde la torre de control, se observó a la enorme ave de acero sobrevolar
la pista, a los pilotos hacer descender el tren de aterrizaje hasta que tocó el
pavimento, frenar poco a poco hasta detenerse. Las luces se pagaron, la
escalera fue puesta en su lugar para el descenso de los tripulantes y eso fue
todo; las luces no volvieron a encenderse, las puertas no se abrieron, los
pasajeros no descendieron. Algo había salido mal.
**
En la torre de control lo supieron casi de inmediato; para un vuelo que
había sido especialmente tranquilo y que no había reportado ningún problema
al aterrizar, algo andaba muy mal. Minutos antes, el piloto del avión Airbus
A330 proveniente de la ciudad de Chicago pidió autorización para aterrizar y
tras conseguirla bajó. Las ruedas de aterrizaje descendieron, se posaron sobre
la pista, avanzaron un par de metros, el avión se detuvo y las luces en el
interior se apagaron. Nadie descendió, las puertas no se abrieron, las luces no
volvieron a encenderse y cuando la torre tomó el radio y preguntó al piloto qué
pasaba, nadie respondió. Intentó de nuevo, las puertas no se abrieron, nadie
tomó la radio. Alarmados, mandaron a los encargados de la pista acercarse y
hacer señas a los pilotos, pero tampoco obtuvieron respuesta. Sin contar a la
tripulación, había 205 pasajeros atrapados y comenzaba a acabárseles el aire.
Los bomberos fueron los primeros en llegar, la policía y paramédicos le
siguieron. Las luces de la pista se encontraban encendidas y apenas el jefe de
la operación dirigió una mirada al avión supo que todo estaba mal. Había
demasiada calma en el ambiente, ni gritos, ni llantos, ni personas que
intentaran calmar a los pasajeros desde afuera. Podía ver a los asistentes de la
pista hacer señales con bengalas a la altura de las ventanas del avión sin recibir
respuesta alguna. Observo la lista de pasajeros que un encargado le había
puesto en las manos.
-¿Los pilotos siguen sin responder?-se escuchó preguntando.
-Nada, hemos pensado que tal vez haya interferencia pero...-dejó la frase
inconclusa y miro al cielo, otro avión daba vueltas allá arriba esperando que le
dieran permiso para aterrizar-... nadie responde y tememos que se estén
quedando sin aire.
Se volteó y miro al hombre que comenzaba a sudar de nervios.
-¿Cuánto tiempo les queda?
-Después de que los controles se apagan hay 20 minutos de oxígeno, llevan
allí 15 minutos.
El jefe asintió y comenzó a correr mientras daba órdenes a todo el mundo.
Tenían que sacarlos de allí, 20 minutos de oxígeno se reducían a la mitad si
quien respiraba estaba alterado y ellos por supuesto que debían de estarlo. Sin
embargo, todo estaba en calma. Había niños, bebés allí adentro, ¿entonces por
qué no escuchaban su llanto?
Consulto el reloj: 17 minutos atrapados. "Tal vez ya están inconscientes" se
dijo, pero su instinto de policía le decía que no era así.
Se colocó con sus hombres en fila esperando a que abrieran la puerta. Él
iba a ser el primero en entrar, el primero en verlo, un fuerte escalofrío le
recorrió el cuerpo, él iba a ser el primero en verlo por Dios.
Se caló los lentes de visión nocturna y el familiar resplandor verde lo cegó
por unos instantes, si los pasajeros estaban inconscientes iban a tener que
sacarlos cargando, niños primero por supuesto. Algo allí no estaba nada bien.
¿Y sí habían secuestrado el avión y por eso los pilotos no dejaron bajar a
nadie? Por supuesto que no, de ser así hubieran avisado a tierra, pedir un
rescate, algo. ¿Pero y sí había una bomba? Sacudió la cabeza para deshacerse
de esos pensamientos. Si había una bomba no importaba, tenían que sacar a
esa gente de allí.
Se escuchó un chasquido cuando los bomberos lograron abrir la puerta y
poco a poco empezaron a retirarla. Una sensación de miedo le invadió, pensó
en todas las veces que fue el primero entrar a algún lugar en una situación de
riesgo, accidentes, asaltos, balaceras, en todas había tenido miedo y en todas
no dudo un sólo segundo, pero ahora se encontraba clavado en el suelo frente
a la puerta abierta de un avión. Sentía la mirada de sus compañeros clavadas
en la espalda, pensarían que era un cobarde si no entraba y con justa razón,
ellos esperaban que los guiara, que les dijera que hacer, que los ayudara a
salvar a esas personas.
"Tres segundos de valor" se dijo, sólo eso necesitaba, tres segundos. Tomó
aire, sujeto con fuerza su arma y agazapado se internó en la oscuridad del
avión.
Entonces, con sus hombres a su espalda se quedó clavado en el suelo. 205
pasajeros habían abordado y aun así el avión se encontraba en un completo
orden, frente a él, se extendían filas y filas de asientos vacíos. Los 205
pasajeros que salieron de Chicago ya no estaban.
En ese momento lo vio, justo al final del pasillo y sintió como un chorro de
orina caliente se escurría por su entrepierna: allí se encontraba un único y
solitario zapato de tacón que una azafata había dejado abandonado, cual
cenicienta.
**
Nada había estado bien allí desde el principio. Lo habían sabido casi desde
el momento en que el Airbus A330 aterrizo, era algo que se sentía en el aire,
que aceleraba el corazón y erizaba la piel. Una sensación en el ambiente que
hacía recordar los antiguos miedos de la infancia, que paralizaba. Y los
pasajeros simplemente desaparecieron. 205 pasajeros abordaron, 205 pasajeros
se desvanecieron en el aire.
El detective en jefe de la policía fue el primero en entrar en el avión, se
quedó paralizado al ver las filas y filas de asientos vacíos, su antigua
preocupación de que los pasajeros que creían encerrados se quedarán sin aire
fue relegada por una única sensación: terror. Sin embargo, esta duró tan sólo
unos segundos.
Lanzó una seña con la mano a sus hombres y una fila de policías armados
se desplegaron por los pasillos del avión. Las luces se encendieron pero eso no
logró mitigar el ambiente. No era posible, no pudieron haber desaparecido
todos, pero los pilotos no estaban, las azafatas se esfumaron, el equipaje
seguía en su sitio y la única prueba de que algo malo hubiera pasado allí era un
único zapato de tacón.
-Quiero el audio de la caja negra, ¡ahora!-se escuchó ordenar a gritos y
todos a su alrededor se apresuraron a cumplir sus órdenes.-Revisen todo,
equipaje, compartimientos, baños, quiero las listas de pasajeros, no se
pudieron haber esfumado.
¿O sí? No claro que no, su cordura dependía de que no.
-¡Jefe!-lo llamaron de pronto desde el final del pasillo, en los sanitarios.-
Creo que debería de ver esto-le dijo un joven uniformado.
El alivio le invadió al pensar que por fin habían encontrado alguien, se
apresuró hasta los baños y al entrar todo su alivio se desvaneció. En el suelo se
encontraban pedazos de espejo, estaban bañados de un líquido rojo y seco. Y
en lo que quedaba del espejo vio algo que le quitó el aliento. Con su sangre,
alguien había escrito una aterradora y única palabra: CROATOAN.
Sintió como el suelo se desvaneció bajo sus pies, mareado, descendió del
avión hacia la frescura de la noche. El uniforme que durante años porto con
orgullo ahora le asfixiaba. De pronto alguien más se le acercó.
-Jefe ya tienen la grabación.
Asintió con la cabeza y se dirigió a la torre de control.
-¿Qué tienen?-pregunto intentando que su voz no temblara.
-Una fecha-murmuro el hombre frente a la computadora que seguramente
recuperó la grabación-. Y luego nada, se quemó.
-No se supone que son indestructibles.
El hombre se alzó de hombros y reprodujo la grabación. Los últimos
treinta minutos del vuelo llenaron la torre, la conversación de los pilotos, la
entrada y salida de la azafata, el ruido de los motores de fondo, la señal de
abrochar los cinturones, el avión aterrizando, los motores apagándose y de
repente una sacudida. Silencio. La cinta seguía corriendo, interferencia, una
voz, un número, una palabra y la grabación se detuvo.
-¿Quince de mayo?-pregunto al hombre de la computadora y él se alzó una
vez más de hombros como si fuera el único gesto que conocía.
El jefe miró el calendario en la pared, junio, el quince de mayo había sido
el mes anterior. ¿Entonces qué significaba? A la mañana siguiente, fueron los
noticiarios quienes se lo informaron.
**
-...Quince de mayo...
Fueron las únicas tres palabras de una reportera lo que hicieron que Javier
Martínez, detective en jefe de la policía del estado de México, levantara los
ojos de la humeante taza de café que se llevaba a los labios.
Había escuchado esas tres palabras la noche anterior en la grabación del
que había sido el caso más extraño de su vida. Llevaba la mayor parte de la
noche dándole vueltas en su cabeza a lo ocurrido. En un principio, había
pensado que se trataba de una fecha, pero la reportera no hablaba de ninguna
fecha, sino de una escuela: Quince de mayo era la fecha en que México
celebraba el día de maestro y Quince de mayo era el nombre de una escuela
primaria que se encontraba en el centro de la ciudad.
Se acercó a la televisión y subió el volumen, se había perdido más de la
mitad de la nota pero aun así logró entenderla:
Cada año la escuela primaria Quince de mayo, llevaba a sus alumnos a
acampar durante un fin de semana a la sierra de Santa Catarina. La tarde
anterior, 120 niños de entre los 6 y 12 años de edad, partieron junto a sus
maestros en tres autobuses, sin embargo, cuando esa mañana los guardias
forestales habían acudido al campamento para darles un tour por las áreas
protegidas, los niños simplemente no estaban. Un extinto fuego descansaba en
el centro del campamento, había señas de una cena temprana, las casas de
campaña se encontraban una al lado de otra, algunos sacos de dormir
descansaban en el suelo, todo parecía en perfecto orden, sólo que estaba vacío.
Los niños y sus maestros simplemente se esfumaron sin dejar rastro. Y en uno
de los autobuses, alguien escribió con pintura y en letras grandes:
CROATOAN.
Sentando frente a la mesa de su solitaria cocina, Javier consulto una vez
más en el expediente la hora en que aterrizo el avión. Entonces se preguntó si
los niños habrían desaparecido justo a las 10:00 de la noche.
**
Horas más tarde, cuando Javier llegó a la estación de policías dispuesto a
comenzar el trabajo por el que recibía un sueldo, encontró un auténtico caos.
Apenas cruzó la puerta lo golpeó el murmullo de personas que hablaban al
mismo tiempo. Con paso lento se acercó hasta su escritorio mientras miraba a
sus compañeros hablándose a gritos para hacerse oír entre los demás, otros se
mantenían al teléfono cubriéndose el oído libre para escuchar a su interlocutor,
vio un hombre sudado y sucio sentado en una silla en solitario, parecía haber
atravesado el infierno; cinco jóvenes que no parecían estar del todo sobrios
levantaron la mirada hacia Javier cuando lo escucharon acercarse. Una mujer
lloraba y hablaba a gritos histéricos compartiendo su opinión sobre su pronta
muerte y la de todos la que lo rodeaban.
-¡Jefe!-lo llamaron y se volteó a ver al policía que se le acercaba.
-¿Hay algo nuevo sobre el avión?
-Olvídese del avión, tenemos problemas más grandes.
-¿Qué sabe de los niños del campamento?
-¡Que me importan un carajo!-exclamó el oficial y señalo a los jóvenes con
un movimiento de cabeza.-Llegaron a San Agustín de las Cuevas para pasar el
fin de semana, han desaparecido.
-¿Quienes?
-Todos, todo el pueblo.
-Eso no es posible-dijo pero a decir verdad, desde que abordo aquel avión
la noche anterior, ya no sabía con seguridad que era posible y que no. Miró a
los jóvenes que cabeceaban uno en el hombro del otro.
-Chocaron tratando de salir del pueblo, están demasiado ebrios para saber
qué fue lo que paso.
-¿Te has comunicado?-pregunto y el policía negó con la cabeza.
-Imposible no hay líneas, teléfono, radio, todo se cayó.
-No es posible-repitió en un murmullo y pasó la mirada por la estación.
-Lo encontraron caminando por la carretera-señaló al hombre sucio que se
acurrucaba en su asiento, viene de Cuajimalpa, también desaparecieron-,
señaló a la mujer que seguía llorando a gritos-. La encontraron en un bar de la
carretera, estaba sola, dijo que todos se esfumaron.
Entonces algo llamo su atención, al fondo de la habitación se encontraba
un pizarrón, el nombre de al menos cinco pueblos se encontraba allí, unidos a
ellos se encontraban las palabras desaparecidos, incomunicados y una más
CROATOAN.
-Lo han encontrado escrito en cada pueblo y aún faltan más de confirmar.
-Esto no es posible-repitió por tercera vez-, son miles de personas, ¿pasó
todo en una noche?
El policía asintió con la cabeza y miró el pizarrón.
-Hemos revisado, las conexiones se interrumpieron a las 10:00 de la noche.
-A esa hora aterrizó el avión-susurro Javier y se detuvo a pensar.
Lo medito por unos segundos mientras contemplaba los familiares
nombres de pueblo que recorrió muchas veces en muchos fines de semana de
su adolescencia.
-Si todo ocurrió a las 10:00, ¿qué paso a las 9:00?-se escuchó preguntar así
mismo.
-Señor-llamó la voz de una mujer que se acercó a susurrarle al oído al
policía.
-¿Qué paso?-pregunto Javier cuando la mujer se marchó y el policía se
acercó al pizarrón para añadir más nombres.
-Puebla y Morelos comienzan a reportar desaparecidos.
Guardaron silencio. El murmullo de las conversaciones les rodeaba. Miles
de desaparecidos en una sola noche, tantos pueblos atacados y todo se reducía
a una sola palabra. No lo soporto.
-¡¿Alguien quiere decirme que mierda es CROATOAN?!
Le respondió el silencio. Todos los ojos se fijaron en él, repletos de miedo,
de deseo de ser guiados. No tenían idea de lo que era CROATOAN y tampoco
parecían seguros de querer averiguarlo.
**
CROATOAN
La palabra parecía vibrar en la pantalla de la computadora esperando un
clic que la enviara al ciberespacio. Javier llevaba los últimos diez minutos
mirándola, ahora la comisaría se encontraba casi vacía y pudo escuchar a la
perfección su suspiro cuando por fin se decidió a mandarla.
Esperó unos segundos y a continuación su palabra fue sustituida por otras:
"Roanoke, el pueblo maldito que desapareció sin dejar rastro". Dio clic y
comenzó a leer la historia de una colonia que desapareció en las mismas
condiciones que los pasajeros de su avión, posiblemente atacados por una tribu
de caníbales, abatidos por la escasez de provisiones que los llevó a comerse
unos a otros, por un demonio que había poseído a la primera niña inglesa
nacida en América, las teorías eran demasiadas y todas apuntaban a una sola
palabra: CROATOAN.
Continuó leyendo. Según algunas personas CROATOAN sólo era una farsa
de los ingleses para encubrir su fracaso en la colonización, otros era una tribu,
algunos una isla a la que el pueblo se había trasladado, otros creían que
CROATOAN era un demonio. Se enfocó en la última opción.
¿Y sí las desapariciones eran coordinadas por miembros de un grupo
satanista? Podría ser una posibilidad tenía que admitirlo, pero ¿cuántos
implicados? ¿Tantos ataques en una sola noche? ¿Ningún testigo? ¿Ninguna
señal? Y de ser así, ¿cuánto tiempo debieron de haberlo estado planeando?
-Jefe tenemos algo-le llamaron de pronto y Javier levanto la mirada
interrogativa de la computadora hacia sus compañeros.
-¿Y bien?-pregunto ante el silencio.
-A las 9:45 de la noche de ayer, alguien reporto a emergencias una
explosión de luz azul.
-¿En dónde?
Su informante se alzó de hombros en respuesta.
-La llamada se cortó, nadie acudió.
-¿Saben de dónde provenía?
Su informante se volvió a la computadora y tecleo por unos segundos.
-De Santa Julia.
-Llámalos, que te informen-ordenó.
-Eso intentamos pero no hay línea.
Todos voltearon a ver el pizarrón que en cuanto a nombres había ido
aumentando su lista; el pueblo de Santa Julia no estaba en ella.
Javier se puso de pie de inmediato y señaló con el dedo a tres de sus
hombres.
-Síganme, los demás continúen trabajando, cualquier novedad informen
como código C, ¿entendido?
No esperó la respuesta, salieron corriendo de la comisaría y abordaron sus
patrullas, Santa Julia estaba sólo a un par de kilómetros de la ciudad y también
tenía en su interior un culto declarado satánico.
Cuando llegaron al pueblo entero se encontraba en absoluto silencio, ni
siquiera se oían los cantos de los pájaros. Por las calles vacías podían oír el
ruido de las llantas sobre el pavimento. Los comercios estaban cerrados, los
autos estacionados, los semáforos emitían sus luces a las calles sin tránsito, no
había una sola alma alrededor, Santa Julia parecía un pueblo fantasma.
Se detuvieron en el centro del pueblo, frente a una iglesia que años antes
fuera de fe cristiana. Apenas bajaron, sus pies destrozaron pequeños
fragmentos de vidrio. Los cuatro policías se volvieron a la iglesia y notaron
enseguida los murales destrozados. Intercambiaron una mirada y
desenfundando sus armas, se dirigieron en fila hasta la puerta.
La luz del exterior iluminó el lugar y también el horror: el primer cadáver
se encontraba en el pasillo, el miedo se dibujaba en su rostro, le habían
arrancado los ojos dejando únicamente dos cuencas vacías donde la sangre ya
se había secado hacía horas. Las esculturas estaban rotas, las pinturas
rasgadas, los vidrios destrozados y en el altar se encontraba grabada una
palabra que les hizo estremecer.
De pronto, las radios comenzaron a crepitar:
-Atención unidades-les hablo la voz robótica de una mujer-, se reporta un
código C en Tequila, Jalisco.
Javier tomó la radio de su cintura y se la llevó al rostro:
-Recibido central-dijo, pasó la mirada por los cuerpos mutilados que le
devolvían una mirada ensangrentada-. Tenemos código C en Santa Julia,
envíen a los forenses.
**
Los gritos de las sirenas resonaron en el solitario pueblo aún antes de que
lo hubieran traspasado. No es que Javier y sus hombres fueran cobardes, pero
cuando los refuerzos llegaron los encontraron aun temblando en las escalinatas
de la iglesia. Simplemente no habían podido resistir la visión de lo que allí
adentro se encontraba. El aire era más pesado apenas se traspasaba el portal.
El primer cuerpo era el que llamaba la atención al estar tirado en el pasillo,
estaba vestido con una gruesa sotana negra y debajo de ella no había nada más
que blanca piel.
-Los ojos le explotaron-informó el forense apenas le echó un vistazo a las
vacías cuencas ensangrentadas.
-¿Cómo lo sabes?
-Porque no hay ninguna incisión y no existe ninguna hoja que pueda hacer
eso, al menos ninguna que yo conozca-se alzó de hombros y con una mano
enguantada toco la parte de la cuenca que Javier había tomado por sangre-, ¿lo
ves? Son quemaduras, a este tipo le licuaron los ojos, apuesto que cuando le
abra la cabeza no encontraré nada dentro.
Dejaron el cuerpo y continuaron avanzando por el pasillo. El segundo
cadáver era de una mujer y se encontraba entre los bancos de madera, tenía las
cuencas vacías y quemadas.
En el altar, justo bajo su palabra predilecta, se encontraban cuatro
cadáveres ataviados con sotanas negras. La mayor parte de sus rostros se
encontraba quemada, las cuencas estaban vacías, las bocas abiertas en un grito
que no habían podido terminar. En medio de ellos, estaba un cazo gris con el
interior repleto de cenizas negras y a un lado, los restos quemados de un viejo
libro. La gruesa portada se había salvado de las llamas y en ella ponía
Grimorio. En la parte de atrás, se encontraba la dirección de una biblioteca en
Guadalajara.
-¿Es todo?-pregunto el forense y Javier le señaló el techo con un dedo.-
Joder...-murmuro en cuando levantó la mirada.
Colgado en el techo por medio de un alambre de púas que le rodeaba el
cuello y las manos, se encontraba un hombre completamente desnudo, había
sangre entre sus piernas ya que le habían arrancado el pene para introducírselo
en la boca, tenía una estrella de seis picos grabada en la frente y se mantenía
sentado a horcadas dándoles una perfecta vista de cómo le habían metido por
la fuerza un candelabro en el recto. La piel de sus nalgas se encontraba
chamuscada, ya que la vela que el candelabro había estado sosteniendo se
acabó hacía unas cuantas horas.
Y al lado de aquella escultura humana, se encontraba repleta de sangre
seca la imagen en la que claramente el asesino se inspiró: Baphomet.
-¿Tú qué piensas?-pregunto Javier.
-Que quién sea que haya hecho esto no le gusta que le toquen las pelotas.
**
Javier se encontraba sentado frente a la mesa de su escritorio, miraba las
bolsas de pruebas que tenía sobre la mesa sin verlas en realidad. Era de
madrugada, la comisaria se había ido vaciando poco a poco, podía escuchar
los ronquidos de los hombres que dormían en las celdas, en medio del crepitar
de los radios sobresalía el dialogo que emitía una televisión sin llegar a
entender una sola palabra. En su cabeza, veía continuamente las imágenes de
la iglesia, repitiéndose dentro de su mente sin que lo pudiera evitar. Las
cuencas de los ojos vacías y quemadas, la mujer entre los bancos que le habían
roto el cuello al ser arrojada, aquella palabra maldita grabada en el altar.
"-¿Qué habrán estado cocinando?-" le escuchó preguntar mentalmente a
uno de los policías que le habían acompañado antes que la imagen de aquel
hombre sodomizado los hiciera salir corriendo.
Esa imagen era la peor. La que regresaba constantemente por mucho que la
intentara alejar, la que se metía bajo la piel y te asaltaba cuando creías que por
fin la habías olvidado.
Se vio a sí mismo parado en aquél oscuro altar, observando como el equipo
forense lo descolgaba de los alambres de púas. Viendo como la cabeza del
hombre se sacudía a uno y otro lado, la forma en que se deformaban los
huesos de sus extremidades, pues le habían atado con tanta fuerza que no sólo
se los fracturaron, sino que se los pulverizaron. Lo recostaron en el suelo y en
ese momento su miembro mutilado se resbaló de su boca.
"-Quién haya hecho esto no le gusta que le toquen las pelotas-" había dicho
el forense y Javier no tenía la más mínima intención de discutir en ese punto.
Quien fuera que hubiera hecho eso era sin duda un maldito bastardo.
Miro el descuartizado pene en el suelo y se preguntó cómo lograron
introducírselo de esa forma en la boca. El forense le contestó sin necesidad de
decir una sola palabra:
-Le arrancaron la lengua-estaba en cuclillas junto al cadáver y con sus
manos de látex le abría la boca para que Javier pudiera ver el interior-y me
parece que hicieron que se la tragara...-se volteó a verlo, en sus ojos se
reflejaba la incredulidad y el miedo-... No quisiera ser tú cuando atrapes a ese
cabrón.
No, por supuesto que no quería. Incluso aunque no llegara a atraparlo
nadie querría ser él.
“-Reconstruyamos la escena”- se dijo mentalmente.
¿Qué pasó esa noche?
Siete personas miembros de un culto satánico se reúnen para hacer un
ritual. Pero algo sale mal. ¿Qué es lo que sale mal? Discutieron. Esa es la
respuesta más lógica, pero ¿por qué? El primer cadáver, el hombre en el
pasillo, tal vez quería marcharse, a lo mejor no le agradaban los planes, quería
dejar el culto y eso no les gustó a los demás, así que lo asesinan quemándole
los ojos. Y la mujer, quizás era su esposa, su familia y la matan para que no
hablé.
O no. Tal vez fue un accidente. Quizás discutían, alguien empujó a la
mujer y esta cae desde el altar hasta los bancos rompiéndose el cuello. Se
asustan, pelean y los siete acaban muertos.
Pero no, algo no cuadra. No son siete, no pudieron haber sido siete.
Alguien tuvo que haber escrito esa palabra, alguien estuvo presente pero logró
salir. Alguien convirtió a ese pobre tipo en una escultura humana. ¿Pero
quién?
Le pulverizaron los huesos para atarlo. Se necesitan al menos de dos o tres
personas para sujetarlo, otra más para hacerle daño. Entonces, ¿cuántas
personas más había aquí? ¿Y la comunidad? El lugar era una iglesia, si estaban
haciendo una misa negra, ¿dónde estaban los feligreses?
Desaparecieron por supuesto, como todos en el pueblo, como todos los
demás pueblos, como en el avión, como los niños de la escuela, como parecían
estar desapareciendo todos en el maldito mundo.
"-Jefe, no estará pensando que se trata de algo sobrenatural, ¿o sí?"-le
preguntó uno de los policías en la seguridad del interior de la patrulla cuando
ya se dirigían de regreso a la comisaría.
"-No lo sé-le respondió. -No sé qué creer."
Y de verdad no lo sabía. No podía creer que 205 pasajeros se
desaparecieran de un avión completamente cerrado sin dejar un sólo rastro
más que una palabra y un zapato de tacón, no creía que los niños de un
campamento pudieran esfumarse de sus tiendas de campaña cuando ya se
preparaban de dormir. Y desde luego no creía que pueblos enteros se
evaporaban en el aire. Volteó a ver el pizarrón, se habían sumado seis más a la
lista.
Dirigió su mirada nuevamente a las bolsas de pruebas. La portada del libro
sobresalía entre ellas con la palabra "Grimorio" escrita en el frente. Hasta
donde leyó un grimorio era un libro de hechizos para invocar fantasmas y
demonios, un manual para hacer rituales y tratos vendiendo el alma.
¿Realmente habían invocado a algo en el interior de aquella iglesia? Y de
haberlo hecho, ¿ese algo les habría respondido? ¿Era ese algo responsable de
la locura que estaba viviendo?
Le dio la vuelta a la portada, la dirección de la biblioteca resaltaba en letras
negras. Guadalajara, allí había respuestas. Tomó la portada del libro, sus
llaves, un abrigo y hacia Guadalajara se dirigió.
**
Llegó a Guadalajara cuando la mañana ya era avanzada. Moría de hambre
y de sueño, jamás había estado en aquella ciudad, no conocía calles ni
direcciones así que se detuvo en el primer restaurante que vio a recargar
energía. Después de la comida le preguntó al mesero por la dirección que se
encontraba en la portada de su libro destrozado. El chico le respondió con uno
de los mapas que se encontraban junto a la caja registradora, luego pagó la
cuenta y se dispuso a seguir.
El edificio era grande y viejo, tenía una placa de metal que lo identificaba
como el antiguo palacio de gobierno ahora convertido en un sitio destinado al
conocimiento. Al entrar una bonita chica lo recibió, tenía el cabello negro y
largo recogido en una media coleta, su piel blanca estaba ligeramente tostada
por el sol, era alta y delgada con unos ojos grandes y verdes, no debía de tener
más de 20 años. Apenas levantó la cabeza cuando Javier se acercó a la mesa
en la que ella se dedicaba a rellenar unos papeles.
-Hola-le dijo Javier y ella respondió con un gruñido. -¿Tienes una copia de
este libro?-y le paso la portada aún envuelta en el plástico de la bolsa de
evidencia.
La chica a la que un gafete sobre su pequeño pecho izquierdo la
identificaba como Ana abrió mucho los ojos al verlo y tomó la bolsa entre sus
delicadas manos.
-¿Qué le paso?
-Lo quemaron, ¿lo tienes?
Ana pareció renuente de querer decir algo, como si hubiera sido él quien
decidió prenderle fuego al preciado libro, hasta que Javier sacó la placa de su
bolsillo y se la mostró. La chica se volvió hacia la computadora y consulto la
lista de libros.
-Lo siento-se volteó a verlo-son libros únicos, tenemos similares pero no
iguales.
-¿De qué trataba éste?
Ana volvió a consultar.
-Invocación, hablar con muertos, demonios.
-Muéstramelos.
Se guardó nuevamente la portada y siguió a la chica por un largo pasillo
creado por altos estantes de libros, el sonido de sus pasos resonaba en los
grandes techos, había pocas personas en las mesas leyendo y estas se fueron
disminuyendo conforme avanzaban. Al fin se detuvieron, en cada pasillo había
un letrero que identificaba la zona en que se encontraban, en la que ellos se
detuvieron el letrero ponía Ocultismo. Siguió a Ana por el pasillo mientras
tomaba un libro de aquí y otro de allá, después lo condujo hasta una mesa.
-Tratan de lo mismo-se alzó de hombros-, ¿necesitara ayuda?
Javier negó con la cabeza y esperó a que la chica se marchara. Luego se
sentó a la mesa, tomó un libro y comenzó a leer. No tenía idea de porque lo
estaba haciendo aquello pero era un policía, pensaba como un policía y creía
que si podía reconstruir los últimos minutos en esa iglesia entonces sabría qué
hacer.
Las hojas eran viejas, amarillentas, se pegaban y tenía que pasarlas con
mucho cuidado para no llegar a romperlas, la letra era aún más difícil; los
habían escrito a mano, en una cursiva tan enrevesada que muy apenas podía
descifrarla.
Revisó su celular, el forense le había pasado una lista con los ingredientes
que había logrado identificar del cazo en la iglesia. Los buscó en los libros,
hoja por hoja hasta que los ojos le dolieron, la espalda le dolía de tanto estar
sentado y después de todo lo único que encontró fueron coincidencias. Por fin
se decidió porque el que se acoplaba más. La tarde iba pasando y Javier
necesitaba que el atardecer llegara. Salió a las calles mientras esperaba.
Recorrió con las manos en los bolsillos el centro de la ciudad, la gente pasaba
sin prestarle atención, vio carretas jaladas por caballos y turistas que se
fotografiaban encima de ellas, camino hasta que encontró lo que buscaba: una
tienda de herbolaria. Le dio su lista al hombre que lo atendió, agregó velas,
gises, hojas y un encendedor, luego volvió a la biblioteca.
El atardecer se acercaba, le quedaba poco tiempo y el edificio ya estaba
casi vacío, la hora del cierre también estaba próxima.
Regresó al área de ocultismo, esparció sus compras por el piso, tomó el
libro y reprodujo en el suelo la imagen que en él se encontraba. Una estrella de
cinco picos tomó forma conforme dibujaba, pronto se vio envuelta en un
ardiente sol de color negro. Colocó una vela en cada pico y las encendió.
Javier se sentó en el medio con el libro entre las piernas y un tazón que era una
pobre copia del que había visto en la iglesia. Esperó, podía ver el avance del
atardecer por una ventana, la luz que pasaba del blanco a un naranja que poco
a poco se iba apagando. Cuando la luz estaba casi extinta, empezó a mezclar
todo en el tazón, tomó una hoja, el gis y escribió en letras grandes una palabra:
CROATOAN.
El atardecer se extinguió, lanzó la hoja al tazón, cerró los ojos y visualizó
la palabra que había escrito. Invocó aquella palabra escrita con sangre en el
espejo roto de un avión, la vio a través de una pantalla de televisión grabada
en dos autobuses escolares, la vio tallada en el altar de una iglesia y un fuerte
escalofrío le recorrió, percibió el olor de algo que se quemaba, una ráfaga de
aire humo le golpeó el rostro. Abrió los ojos de golpe y una palabra surgió de
sus labios:
-CROATOAN.
En el tazón un fuego que él no había encendido comenzaba a extinguirse,
las velas se habían apagado y en el lugar reinaba la oscuridad y el silencio.
Pero no estaba solo, lo sentía, había alguien con él que lo observaba, llevó la
mano lentamente hasta su cintura y desenfundo la pistola que allí reposaba,
pegó el arma a su rostro y desde su lugar comenzó a escudriñar las sombras.
Debía de moverse, quién quiera que estuviera vigilándolo sabía dónde estaba,
pero simplemente las piernas no le respondían. De repente el sonido de unos
pasos quebró el silencio. Se volteó hacia la entrada del pasillo y apuntó.
Al ver el arma, la bibliotecaria se detuvo asustada. Lentamente comenzó a
levantar las manos mientras sus ojos verdes recorrían el desastre que Javier
había causado.
-Ya es hora de cerrar-murmuro con voz temblorosa y luego de unos
segundos Javier bajó la pistola.
Se levantó del suelo sintiéndose un completó idiota, el miedo lo había
invadido y simplemente imaginó lo ocurrido. Llevaba el libro entre las manos,
le preguntó a Ana si podía quedárselo un par de días y ella le advirtió que
mientras lo cuidara no habría ningún problema. Se despidió de ella sin agregar
nada más, la ciudad ya estaba oscura, las farolas se habían encendido y la
gente paseaba de un lado a otro como sí nada. Los observo desde el umbral de
la biblioteca y apenas se disponía a cruzarlo cuando una nueva ráfaga de aire,
más fuerte que la anterior sopló y le cerró la puerta en la cara. Una extraña risa
se escuchó a su espalda, se volteó, Ana lo miraba con el rostro sombrío.
-Me parece que deseabas verme.
Su voz había cambiado, se había vuelto oscura y fría, sus ojos, sus grandes
ojos cambiaron del verde a un negro intenso y una sonrisa espectral le iluminó
el rostro. El aire volvió a soplar una luz azul brotó del interior del cuerpo de la
bibliotecaria y en ese momento las vio, dos grandes y enormes alas blancas
sobresalían de su espalda. Sintió como el corazón se le detuvo a medio latido,
la chica, Ana, CROATOAN, lo que fuera, le miraba fijamente. Las piernas le
fallaron y cayó al suelo tratando de no perder el sentido: estaba en presencia
de un ángel.
**
Javier se encontraba en el suelo de espaldas a la puerta de la biblioteca, los
ojos le lloraban a causa de la luz que le lastimaba las retinas pero se sentía
incapaz de apartar la vista. Poco a poco la luz se fue apagando, las enormes
alas que lo habían maravillado quedaron ocultas a la espalda de eso y frente a
él sólo quedó una chica de 20 años que lo miraba fijamente.
Pero no era ella, lo podía sentir a través de la piel, la bibliotecaria había
desaparecido y sólo quedaban él y aquello a que había invocado. Intentó
hablar, pero de su garganta únicamente salieron unos secos gruñidos. Sintió
que algo se movía entre sus piernas y al voltear vio el libro alejarse de él,
corrió por el piso hasta los pies del ser y luego se elevó hasta su rostro donde
comenzó a hojearse por sí solo.
-¿Sabes? Deberías de tener cuidado con estas cosas, no son lo que la
mayoría de las personas cree, invocar demonios, espíritus, todo eso-su tono de
voz seguía siendo gélido y el escalofrío que recorrió su cuerpo le hizo saber
que esa voz no podía brotar de labios humanos-. Más bien sirve para
encadenarlos, hacer que te cumplan deseos, pero eso no suele salir bien, a
algunos les molesta que los perturben.
Una oleada de rabia lo invadió. Ahí estaba esa cosa, ángel, demonio, lo que
fuera, hablando como si nada ocurriera.
-¿Por eso mataste a los tipos de la iglesia? ¿Por qué te invocaron?-el enojo
le hizo recuperar su voz y aun temblando comenzó a levantarse.
-Ellos no me invocaron, me liberaron, no pretendía matarlos, es sólo que
los humanos no pueden ver mi verdadera forma. Fue un accidente.
-¿También lo fue el tipo al que convertiste en una escultura sangrante?
La criatura sonrió divertida.
-Quería algo diabólico, le di algo diabólico, ya sabes lo que dicen Javier,
debes de tener cuidado con lo que deseas o se te podría cumplir.
-¿Sabes mi nombre?
-Oh sí, sé todo sobre ti, tú me invocaste ¿recuerdas?-preguntó.- Así que
dime, ¿qué es lo quieres? ¿Cuál es el deseo de tu palpitante corazón? Y luego
veré si quiero cumplírtelo, o si mejor te destripo.
Levantó uno de sus blancos dedos señalando y al hacerlo Javier sintió
como en su pecho su corazón comenzaba a latir con violencia. Reprimió un
grito entre los dientes.
-Información-dijo de pronto y el dolor de su pecho se detuvo. -Contesta
mis preguntas y luego te irás.
Silencio. El dolor no regresó, sus latidos se normalizaron y ya que la
criatura no dijo una sola palabra Javier continuó:
-¿Tienes un nombre?
-Tengo muchos nombres, me llamo Croatoan, pero también me han
llamado castigo, enfermedad, peste, me han llamado muerte, matanza…me
llamo masacre-entonces sus ojos negros relucieron nuevamente en su juvenil
rostro, vio el inicio de sus enormes alas a su espalda y al hacerlo Javier no
pudo hacer más que temblar.
-¿Eres un ángel?
-Soy un demonio-sonrió-recién salido del averno y listo para comenzar una
gran fiesta... Pero sí, fui un ángel, hace mucho tiempo, antes de que cayera.
-¿Cayeras?
-Del cielo, me echaron.
Silencio. Javier se limitó a mirarla sin saber si debía o no continuar.
-¿Qué no lo sabes?-prosiguió la criatura. -La eterna lucha entre el bien y el
mal, Dios y el Diablo, ¿qué no has leído la biblia? Es decir, quitaron muchas
cosas, agregaron otras tantas, pero lo esencial está allí en medio de toda la
basura. ¿No?
Javier negó con la cabeza en respuesta.
-Ok, te explicaré. Fue hace mucho tiempo, en un lugar muy lejano, yo
estaba allá arriba ocupándome de mis asuntos angelicales, tocar el arpa y todo
eso. Pero quería algo más y entonces se me presentó una brillante oportunidad
cuando Lucifer se reveló, así que decidí seguirlo, pero a papá Dios no le gustó
eso y nos echó…
-¿Dios?-le interrumpió entonces.
-Oh sí, Dios existe y el Diablo también. De hecho Dios creó un lugar
específicamente para nosotros: el infierno y resulta que el infierno es tan malo
que ni siquiera a nosotros los demonios nos gusta estar allí. Así que escapé-
continuó-y me fui a una tierra en occidente, prospera y llena de esperanza.
-América.
-América-repitió-. Vine aquí, me conformé, tomé bajo mi protección a la
gente que aquí habitaba y ellos me adoraban, yo era su todo, me daban
ofrendas, se sacrificaban en mi honor, las vírgenes se lanzaban felices a mis
brazos, me pedían algo, me daban algo a cambio, era perfecto, un tanto
violento y bastante sangriento pero nos funcionaba. Hasta que ellos llegaron y
arruinaron mi pequeño paraíso, me condenaron a una eternidad en el infierno y
ahora estoy libre y te diré algo más: si alguna vez tengo que volver, antes me
llevaré a todos los que pueda por delante.
-Pero te has llevado niños-exclamó Javier-, personas inocentes, ¿eso no te
importa?
La criatura se volteó a verlo, la confusión se veía impresa en su rostro.
-Hola, me llamó Croatoan y soy un demonio.
Javier le miró y supo en ese momento que si pudiera estrangularla con sus
propias manos lo haría sin dudarlo.
-Oye no me mires así, no fue mi culpa, cúlpalos a ellos, a los españoles, los
ingleses, ellos fueron los que vinieron en sus barcos, se apoderaron de mi
tierra, mataron a mi gente, profanaron a mis vírgenes, destruyeron mis templos
y se llevaron mis ofrendas. Me encerraron.
Se le acercó y Javier no pudo hacer otra cosa que comenzar a retroceder
ante la amenaza de sus ojos negros.
-Por siglos he estado susurrando a través de una pequeña rendija,
esperando el momento de salir ¿y sabes? Esta vez no pienso conformarme con
un pequeño pedazo de tierra, esta vez vengo por todo.
-¿Qué es lo que quieres?
-Venganza-replico entre dientes-, voy a hacerles lo mismo que ellos me
hicieron a mí, voy a destruir sus hogares, mataré a su gente y escupiré en sus
dioses-explicó.
Y Javier lo vio, dentro de su cabeza, vio el baño de sangre que ese
demonio iba a causar, vio a todas las víctimas, vio la destrucción.
-Lo último que todos y cada uno de ellos vera-continuó-será toda la furia
de la que soy capaz.
Javier temblaba, de espaldas contra la pared, con la criatura de flamantes
ojos negros que pedían sangre.
-Pero tranquilízate, no todo es tan malo. Voy a darte la oportunidad de
elegir, se las daré a todos, pueden unirse al bando ganador-se señaló a si
misma-o pueden irse al bando de la carnicería, para salvarse sólo tienen que
rendirme tributo, como antes-sonrió-. Sabes que soy la mejor opción: ¡vamos
Croatoan! ¡Arriba Croatoan!-sonrió e hizo girar los dedos como si de un par
de banderas se trataran.
-¿Cómo te detengo?
-No puedes, nadie puede.
-Dijiste que existe un Dios-le recordó.
-Sí y también existe el Diablo, pero ninguno de ellos va a detenerme,
¿sabes por qué?
-¿Por qué?
-Porque no les importa, Lucifer es un llorica, Dios es un cobarde, ustedes
no son nada para ellos.
A su alrededor todo tembló y aquella luz volvió a irradiar de su cuerpo.
-Así que agárrate cariño, porque yo apenas estoy comenzando.
De pronto, tomó el arma que sobresalía de su cinturón y se la llevó a la
boca, un único disparo sonó ensordecedor en el enorme y vacío edificio. La
bibliotecaria cayó al suelo, el arma se soltó de su mano y un chorro de sangre
comenzó a surgir de la herida. Mientras el líquido rojo comenzaba a grabar en
el suelo una aterradora palabra: CROATOAN.
**
Javier no gritó, deseaba hacerlo pero el grito se le quedó atascado en la
garganta. Las piernas le temblaron y lentamente se dejó caer al suelo sin
apartar la vista de la bibliotecaria que yacía muerta en el suelo. Se quedó allí
en la oscuridad, a sabiendas que el demonio que había habitado en el cuerpo
de Ana se había ido, pero con temor de que volviera inundando su mente con
la imagen de todas esas matanzas que deseaba provocar.
Espero toda la noche, hasta que la oscuridad comenzó a ser remplazada por
los rayos de luz que entraban por las ventanas. Entonces se acercó
arrastrándose al cuerpo sin vida de la veinteañera y le pidió perdón porque era
su culpa que estuviera muerta. Él había traído a ese demonio a aquel lugar y
las consecuencias las había pagado una inocente.
Tomó el arma y se la guardo en el cinturón, ahora un poco más tranquilo
que era de día y se preparó para salir a la calle. Pero ni siquiera la luz de sol lo
pudo proteger del horror que le esperaba al otro lado de la puerta:
Apenas cruzó el umbral la desolación de la ciudad lo golpeó. El aroma a
muerte invadía todo. El primer cuerpo lo encontró al pie de las escaleras,
tirado con los brazos extendidos a los lados en la misma posición que había
caído Ana; le habían dado un tiro que sobresalía por la nuca.
Recorrió el lugar con la mirada, cientos de cuerpos tirados en el suelo, con
los brazos extendidos, la mirada fija y vacía en el cielo, muertos desde hacía
horas.
Recorrió las calles repletas de cadáveres que yacían bañados en un charco
de su propia sangre, reproduciendo a la perfección la imagen de la biblioteca.
Javier los observaba con lágrimas en los ojos, consciente de que todo era por
culpa suya.
Tuvo que cruzar tres estados antes de encontrar a alguien con vida
**
Javier llevaba ya varios días metido en la habitación de un viejo motel de
carretera. En un principio, le gustaba la soledad que allí se respiraba, estar
entre la gente le producía ahora miedo. Se imaginaba que aquél demonio
aparecería en medio de la multitud y lo tomaría entre sus brazos obligándole a
mirar sus horribles ojos negros hasta provocarle la locura. A veces pensaba
que ya estaba completamente loco. Otras se imaginaba que en cualquier
momento despertaría en su cama llorando de alegría porque todo había sido un
terrible sueño.
Luego le asaltaba la realidad, le perseguían aquellas imágenes que ese
demonio sediento de venganza le mostró.
Al principio usaba el teléfono del cuarto, llamaba a la recepción una vez al
día para pedir que le trajeran comida. Se obligaba a comer, más que nada para
mantener sus fuerzas que porque realmente tuviera hambre. La comida le daba
nauseas últimamente.
Al tercer día el teléfono dejó de funcionar. Más por necesidad que por
gusto, salió de la habitación. En el motel no se escuchaba ni un solo ruido, ni
un radio o televisión encendida, ninguna charla en las habitaciones, ninguna
pareja dándose amor en las ruidosas camas. Miró por una de las ventanas del
pasillo, había coches en el estacionamiento pero ni una sola persona a la vista.
Al llegar a la recepción se quedó clavado en el suelo. Estaba allí, aquella
horrible palabra, grabada en la pared y todos a excepción de él se habían
esfumado en el aire.
Se negaba a encender la vieja televisión del cuarto, no deseaba ver cuántas
víctimas se había apuntado ya Croatoan. Su teléfono sonaba todo el tiempo,
jamás lo contestaba pero escuchaba los mensajes para mitigar su soledad. El
mensaje que lo hizo por fin salir de la habitación fue el que llegó tres días
después de haberse hospedado. No era muy largo, tan sólo la voz tranquila de
un hombre que acababa de dejar la adolescencia. Simplemente se presentó,
dijo de donde hablaba y dejó un número de teléfono. Las palabras que lo
hicieron reaccionar, dichas por aquella voz desconocida fueron cuatro: "iglesia
satánica" y "podemos ayudarte".
Repitió el mensaje tres veces tratando de decidir si debía llamar o no, si
salir al exterior o quedarse en la seguridad del motel. Por fin se dijo que
escuchar no haría daño. Marcó el número en el deteriorado teléfono de su
habitación, escuchó los chasquidos al otro lado de la línea y luego una voz
masculina le respondió.
-Buenas tardes-dijo y de repente se dio cuenta de que no tenía idea de qué
hora era-, recibí una llamada de un hombre llamado Eduardo Vásquez, soy el
detective...
-Javier Martínez lo sé-le interrumpió la voz-, esperábamos su llamada
desde hace mucho, es usted quien investiga las desapariciones.
-Así es-“así era” se corrigió mentalmente.
-Nuestro líder no está aquí.
-¿No está?
-Se encuentra meditando, no puede responder pero me pidió que en caso de
que llamara, le dijera que lo lamenta mucho...
-¿Por qué?
-...que espera que no se vaya a asustar demasiado y que comprenda que
esto es importante, no podemos esperar y que deben de hablar en persona, no
por teléfono...
En ese momento unos fuertes golpes en la puerta llamaron su atención y al
otro lado de la línea la voz masculina sonrió.
-Deben de ser ellos.
-¿Ellos quienes?
-Vaya con ellos-le ignoró el hombre-, acompáñelos, no pretendemos
dañarle-los golpes en la puerta se repitieron con más insistencia-, estamos para
ayudarle-y la comunicación se cortó.
Javier se quedó mirando el teléfono en silencio y los golpes se repitieron,
ahora alguien decía su nombre. La perilla de la puerta comenzó a girar y Javier
se preguntó si el viejo seguro y la oxidada resistirían en caso de que sus
visitantes decidieran entrar por la fuerza.
Se levantó de su asiento y fue abrir la puerta, en el umbral, tres hombres lo
miraban fijamente y un único pensamiento le paso por la cabeza: "alguien
llamó a los hombres de negro".
-Tenemos que irnos-le dijeron sin molestarse en saludar.
-¿A dónde?
-Ya le explicamos, recoja sus cosas no tenemos tiempo.
-¿Tiempo para qué?
-Creo que ya lo sabe.
Lo sabía. No tenía nada que recoger, se puso la chaqueta, caló su arma en
la cintura y abandonó la habitación. Estaba seguro de que no ir con esos
hombres no era una opción.
**
Se durmió durante todo el vuelo. De hecho ni siquiera recordaba haber
subido al avión, para ser más exactos sí alguien le hubiera preguntando, Javier
hubiera dicho que en su vida volaría de nuevo, desde que esos pasajeros
habían desaparecido el cielo ya no era seguro; pero por otra parte, sí se detenía
a pensarlo ya nada era seguro.
Lo último que recordaba era que había subido en compañía de esos
hombres a una enorme limusina negra, le ofrecieron una taza de café y Javier
lo tomó más por compromiso que porque realmente le apeteciera. Estaba frío y
tenía un sabor terroso, luego todo se le nublo.
Despertó cuando el avión estaba a punto de aterrizar, una atractiva azafata
se encontraba a su lado poniéndole una bolsa de hielo en la frente. Se apartó
asustada cuando Javier despertó de golpe, como si temiera que la fuera a
agredir por el simple hecho de estar allí. Se llevó una mano a la frente y un
dolor punzante le traspaso la cabeza.
-¿Qué me paso?
-Te les caíste cuando te subían al avión, fue bastante gracioso de hecho.
En ese momento la voz del piloto se escuchó por los altavoces pidiendo
que se abrocharan los cinturones para aterrizar. La azafata le tendió la bolsa
con hielo y se marchó a su propio asiento.
Aterrizaron. Javier bajó con los hombres cuidándolo para que no tropezara.
Se sentía mareado, desorientado y cuando vio donde se encontraba fue como
una cubetada de agua fría.
No se encontraban en un aeropuerto como era de esperarse. Más bien
parecía estar en el campo, en una granja. Había personas que se encontraban
sentadas en el pasto conversando entre sí, otras más jugaban al fútbol, unos
cuantos se lanzaban una pelota, otros más daban de comer a los animales o
montaban a caballo, en medio de todo se alzaba una catedral. Un hombre de
saco de vestir y pantalones de mezclilla lo esperaba con las manos tras la
espalda.
-Detective-dijo en cuanto estuvieron cerca-, soy Francisco García,
hablamos por teléfono, ¿cómo estuvo su vuelo?
-Turbulento-respondió mientras se llevaba la bolsa de hielo a la cabeza.
El hombre le sonrió sin disculparse.
-Por aquí por favor, nuestro líder lo espera.
Sin esperar respuesta, el hombre dio media vuelta y Javier se apresuró a
seguirlo hasta la catedral. El interior estaba más iluminado de lo que pensó,
una alfombra color rojo cubría todo el piso, el techo era de cristal grueso y las
paredes se encontraban repletas de tapices de demonios, el altar se encontraba
franqueado por un enorme Lucifer de mármol.
-¿Nervioso detective?-le preguntó su guía mientras lo conducía hacia la
escultura.
-No lo sé, no sé qué pensar.
-Bueno en primer lugar, olvide todas y cada una de las cosas que cree saber
sobre nosotros.
-¿Todas?
El hombre se volvió a verlo muy serio.
-Todas-repitió-. Nosotros no asesinamos cachorritos en nuestros rituales,
no comemos bebés ni fetos, la mayoría de lo que se dice de nosotros es falso,
los satanistas, los que de verdad nos dedicamos al satanismo no le hacemos
daño a nadie... Al menos que sea necesario claro.
Continuaron avanzando, al llegar entraron a un pasillo, al fondo había una
puerta blanca de dos alas. Llamaron y desde dentro de la habitación una voz
les pidió que entraran. Atrás de un escritorio, el hombre que lo había llamado
lo estaba esperando. Sus ojos verdes lo traspasaron indicándole que se
acercara.
-Llama a Kelly-le ordenó a su guía antes de despedirlo con la mano. Se
quedaron a solas, mirándose. Si ese era el hombre que lo había llamado no era
tan joven como le pareció entonces.
-¿Es usted Eduardo Vásquez?
-Así es y usted es el detective Javier Martínez. ¿Cómo estuvo su viaje?
-Me drogaron y golpearon.
-Fue un accidente, es usted un hombre grande-explicó.
-Claro-Javier examinó con la mirada aquél hombre, a pesar de lo que le
habían dicho no se sentía en confianza.- ¿Qué hago aquí?
-Lo trajimos para ayudarle, claro sí usted puede creer en nuestra ayuda.
-Después de lo que he visto los últimos días estoy dispuesto a creer en
todo.
-Tengo entendido que usted invocó a nuestro enemigo en común...
-Croatoan.
-...El ángel y por alguna extraña razón usted sigue vivo.
Unos golpes en la puerta los interrumpieron y Eduardo volvió a pedir que
entraran. Una mujer bajita y pelirroja acudió entonces al lado de su líder.
-Y para nuestra desgracia nuestro enemigo en común también lo está-
continuó.
-¿Ustedes saben cómo matarlo?-inquirió Javier de repente entusiasmado.
-Nadie sabe cómo hacerlo.
-Por eso lo necesitamos-hablo la mujer por primera vez-, el ángel le mostró
algo ¿cierto?
-Me mostró lo que iba a hacer, todas las muertes...
-Y también dejó algo en usted detective, un rastro de su poder que
necesitamos seguir antes que desaparezca.
-¿Y qué van a hacerme?-preguntó preocupado por la forma en que lo
miraban.
-Nada que usted no quiera.
-Necesitamos el permiso del sacrificado para que el ritual funcione.
-¿Sacrificarme?
-Relájese detective, no le pasará nada, lo necesitamos con vida. ¿Acepta?
**
-Quítese la ropa-le dijo Francisco cuando fue a buscarlo por la noche a la
habitación donde lo habían dejado descansar, iba vestido con una larga túnica
negra y en los brazos traía otra-, para el ritual hace falta estar desnudo.
Asintió con la cabeza y esperó a que Francisco saliera de la habitación,
pero en lugar de eso el hombre le sonrió abiertamente.
-Vamos detective, usted no tiene nada que no haya visto ya, desnúdese que
hay prisa.
Comenzó a quitarse la ropa mientras maldecía mentalmente el momento en
que había aceptado participar en esto. Tomó la capa que Francisco le ofrecía
sin mirar sus partes nobles. Lo condujo de nuevo a la iglesia. El altar se
encontraba iluminado por el resplandor de cientos de velas proyectando una
luz anaranjada. Javier pensó que así era como se debía de ver el vientre
materno desde el interior. Levantó la cabeza, ahora el cielo de cristal se
encontraba coronado por miles de estrellas que le hacían custodia a una bella
luna blanca. En el altar, la comunidad satánica lo esperaba envuelto en sotanas
negras. Desde el lugar de honor, Eduardo le pidió a señas que se acercara.
Los satánicos tomaron su lugar de rodillas en el suelo, sus ojos puestos en
él.
En el centro había una enorme mesa de roble cubierta con un mantel negro,
unas pequeñas escaleras daban acceso a ella, sobre el mantel, se encontraba
una copa plateada con un extraño líquido en su interior, una daga puntiaguda y
un par de hojas de papel.
-Despójate de la túnica y sube-le ordenó Eduardo.
Lentamente deslizó la tela por su cuerpo y sintiendo todas las miradas
sobre él se acostó sobre la mesa. En ese momento le vino a la cabeza una frase
que la mujer pelirroja le había dicho con cierta tristeza esa tarde:
"-Es difícil seguir creyendo cuando nuestro Señor no responde a las
plegarias".
No había existido necesidad de preguntarle a quién se refería al decir
Señor.
"-Por eso despertaron a Croatoan ¿no? Alguien más a quien servir.
-Nadie podría haberse imaginado que esto pasaría, no teníamos idea".
El ritual comenzó, el ruido de una plegaria murmurada a un coro de voces
lo hizo volver a la realidad. Por encima de su cabeza Eduardo levantó la daga
y trazó en el aire con la punta una estrella de cinco puntas encerrada en un
círculo, la bajó lentamente y Javier sintió un dolor punzante cuando le hundió
la daga en el antebrazo izquierdo. Sus rezos eran como el zumbido de un
mosquito en su oído que parecían desear volverlo loco. Por el rabillo del ojo
vio como Eduardo escribía con la sangre que goteaba de su antebrazo encima
de la hoja blanca una única palabra: CROATOAN. Entonces un ardor le
atravesó el pecho y lentamente pudo sentir como cada una de las letras del
papel se le iban grabando en la piel.
-Bebe-le ordenó Eduardo poniendo la copa de plata sobre sus labios.
Vació el líquido y un sabor amargo le invadió el paladar al tiempo que unas
gotas caían por su barbilla.
Con la copa aún en alto, Eduardo se volteó y se la ofreció a Kelly. La
pelirroja bebió hasta la última gota, regresó la copa y comenzó a deslizar su
túnica por su cuerpo hasta quedar por completo desnuda. Entonces subió a la
mesa. Las plegarias se detuvieron, el silencio se hizo presente, el mundo
entero pareció detenerse en ese momento. Cuando intentó sentarse sobre él,
Javier se debatió sin fuerzas; la cabeza le daba vueltas, los músculos le
pesaban y el ardor en su pecho se hizo insoportable. Intentó hablar, preguntar
qué le habían dado, pero Kelly le puso los dedos sobre los labios obligándole a
guardar silencio. Luego se introdujo lentamente su pene.
Las plegarias se reanudaron y el ardor de su pecho se vio sustituido por
una explosión de placer. Javier se dejó caer en la mesa, la vista fija en el cielo
repleto de estrellas. Ella se movía cada vez más rápido y los murmullos
aumentaban la intensidad como si la animaran a seguir. De repente escuchó un
disparo dentro de su cabeza.
Por en medio de la melena roja que le caía sobre el rostro, Javier vio a
cientos, miles de personas caer fulminadas en una misma posición hasta llegar
al cuerpo sin vida de la bibliotecaria que efectuó el disparo. Murmullos a coros
llenaron sus oídos. Su mente comenzó a viajar hacia atrás, vio pueblos,
ciudades vacías y una sola palabra que ahora se encontraba grabada en su
pecho. Se encontró de pronto en medio de un campamento, con un grupo de
niños acostados en sus bolsas de dormir aún despiertos. Viajó más atrás y
entonces se detuvo en medio de la oscuridad en el baño de un avión con
aquella maldita palabra escrita a sangre en los restos de un espejo. Una luz
blanca lo iluminó y Javier se vio así mismo entre los pasillos del avión,
mirando incrédulo los asientos que él ya sabía estaban vacíos. Aun así se
volteó a ver.
205 pasajeros se encontraban sentados en 205 asientos con los ojos
cerrados, sin hacer ruido, sin moverse, sin respirar, más atrás. Donde debía de
estar un solitario zapato de tacón, sus ojos encontraron a una azafata
desmayada.
-Estaban aquí-dijo en voz alta-, todos ellos estaban aquí.
-Y siguen estando allí-lo sorprendió una voz femenina.
Se dio la vuelta asustado y la oscuridad del avión fue sustituida por verde,
ahora se encontraba en campo abierto y frente a él había una mujer rubia
envuelta un vestido negro de muchos siglos atrás. Estaba delgada y muy
pálida, grandes ojeras surcaban sus ojos azules que le miraban fijamente.
-Pero no por mucho, desaparecen, conforme el Dios se va haciendo más
fuerte.
-¿El Dios?
-El ser al que tú llamas Croatoan. El ángel que se volvió demonio pero
sueña con volverse Dios.
Entonces supo quién era la mujer que se encontraba delante de él, era una
de ellos, de la colonia, la primera que había venido a colonizar el continente y
desapareció dejando como único rastro aquella palabra. Como si le hubiera
leído la mente, la mujer asintió en silencio.
-Llegamos aquí con la intención de explorar, no de hacer la guerra-
comenzó a explicar-, pero al Dios no le gustó, nuestras cosechas no
florecieron, nuestra agua se secó y el frío devastaba nuestros hogares, nos
quedábamos sin provisiones y el Dios no nos favorecía. Así que nuestros
líderes partieron buscando apoyo, tardaron tres años en volver y para entonces
el Dios ya se había encargado de nosotros.
-No encontraron nada-dijo Javier en un susurro.
-Más que una palabra, una advertencia.
-La cual ustedes no siguieron.
La mujer negó con la cabeza.
-Llegaron en barcos creyendo que podían tomarlo todo en una noche, pero
el Dios los rechazó, los expulsó de su tierra provocando su furia.
-¿Y qué pasó?
-Los colonizadores no se marcharon, hicieron un pacto.
-¿Qué tipo de pacto?-inquiero Javier ante su silencio.
-En el mundo existen seres poderosos y oscuros, pactaron con ellos: los
demonios capturaron al Dios y lo encerraron en lo más profundo del infierno,
dejando a esta tierra y a sus nativos sin protección, los hombres y los
demonios se dividieron entonces la tierra.
Silencio, ahora la mujer no lo miraba a él, miraba al suelo con nostalgia.
-¿Sabes cómo matarlo? ¿A Croatoan?
-Croatoan no puede morir-levantó sus ojos azules repletos en lágrimas-no
debe morir.
-¿Por qué?
-En el principio no había nada excepto Dios, pero él no creó el universo, lo
intentó pero no pudo, siempre terminaba por destruirse, faltaba lo primordial
en la naturaleza: equilibrio. Así que en su lugar creó seres celestiales,
inferiores a él pero muy poderosos y con ellos se inició la creación, uno de los
ángeles llevó la luz a todo el universo, otro creó las estrellas y uno más los
planetas, crearon el agua y la tierra, el día y la noche y la vida inició tal y
como la conocemos-hizo una pausa para ver si Javier la seguía-. Cuando los
ángeles se revelaron Dios no los mató por una razón...
-El equilibrio se perdería-dijo y la mujer asintió.
-El universo entero necesita a Croatoan con vida.
-¿Y entonces qué hago? ¿No lo puedo detener?
-Hay una manera-dijo y por primera vez avanzó un par de pasos hasta
quedar frente a él. -La jaula en que los demonios encerraron al Dios sigue allí,
sólo tienes que volver a meterlo en ella.
-¿Cómo?
La mujer sonrió, levantó su blanca mano hasta su pecho desnudo para
rozar la palabra maldita con la yema de los dedos. En ese momento el ardor lo
invadió de nuevo, pequeñas letras comenzaron a grabarse en su pecho y Javier
grito con todas sus fuerzas.
Cerró los ojos y cuando volvió a abrirlos todo había desaparecido, se
revolvió intentando apagar el ardor que lo consumía, cayó al suelo de la iglesia
en un grito de agonía. Escuchó voces que alarmadas corrían a su encuentro,
sin embargo se desmayó antes de poder divisar un rostro.
**
Se agolpaban en su cabeza, como un montón de abejas furiosas contra
aquél que ha derrumbado su enjambre. Luchaba contra ellas, deseoso de que
aquel zumbido ardiente se alejara de él. De pronto todo a su alrededor se
desvanecía y se veía a sí mismo de pie en la sala de una enorme biblioteca,
realizando un conjuro que le costaría la vida a cientos de personas. Unas
enormes alas de luz blanca se cernían a su alrededor y de pronto se encontraba
atrás, muy atrás en el tiempo, con una mujer rubia que en su vida había visto,
ella hablaba pero Javier no lograba entender sus palabras y entonces la
oscuridad lo reinaba todo. Frente a él, aparecía de repente aquella criatura,
sedienta de venganza y una única palabra comenzaba a formarse en su cabeza:
CROATOAN. En ese momento el ardor regresa. Quiere gritar pero no puede,
el ardor nace en su pecho, recorre sus brazos, sus piernas, le hace apretar los
dientes, llega al cerebro y siente que sus ojos están a punto de derretirse.
Abre los ojos, hay una figura delante de él, una figura que le habla, que le
dice que no vuelva a dormir, que lo necesita despierto, que se aferre a su voz y
Javier lo hace, se aferra con todas sus fuerzas, lucha por despertar, por
mantenerse consciente. Y lo logra.
Se encuentra en una habitación. Metido en la cama, desnudo, con una
venda cubriéndole el pecho y la figura se convierte en Eduardo. En ese
momento lo recordó todo.
Se sentó de golpe en la cama, buscando poder arrancarse el vendaje del
pecho y ver lo que se encontraba escrito en su piel. Pero antes de que lo
consiguiera las manos firmes de Eduardo lo disuadieron de intentarlo.
-¡No!-exclamó.- Tardaron mucho en curártelas.
Se reclinó nuevamente en la silla en que se encontraba mientras veía a
Javier hacer lo mismo en su cama.
-No serviría de nada de todos modos, se desvanecen-tenía sobre las piernas
un folder amarillo y se lo tendió-, les sacamos fotos.
Con dedos temblorosos, Javier tomó el folder y comenzó a pasar una por
unas las fotos de su piel chamuscada.
-Llevas dos días inconsciente, pensamos que no ibas a despertar.
Javier lo miró por encima de las fotos. ¿Dos días? Lo cierto era que él ni
siquiera había sentido pasar el tiempo. Volvió a las fotografías.
-Es hebreo antiguo-le informó Eduardo.
-¿Y funcionó?
-No lo sé, no lo hemos realizado.
Javier se volteó a verlo, ¿qué era lo que estaban esperando? Allí afuera
había un ser furioso que buscaba venganza, cientos de personas desaparecían a
diario y ellos simplemente no se decidían a actuar. ¿Acaso no se daban cuenta
de la importancia del tiempo?
-¿Por qué?
-No sé hebreo-respondió simplemente-. Mandamos las fotos para que las
tradujeran, es una especie de pacto. Donde se ofrecen a ciertas personas en
sacrificio para que los demonios posean su cuerpo, a cambio de ellos los
demonios harán cualquier cosa...
-¿Sacrificar?
-Es un sacrificio simbólico, no torturaremos a nadie.
-¿Pero las van a poseer?
-Hay más locos dispuestos a ellos de lo que crees-sonrió-. La segunda parte
es una serie de conjuros para terminar el pacto, los demonios llaman al ángel y
por medio de los cánticos que entonaremos, podremos encarcelarlo,
esclavizarlo.
-¿A nuestro servicio?
-De los demonios en realidad.
-¿Eso no es peligroso? ¿Por qué no simplemente lo invocamos como lo
hice en la biblioteca?
-Porque esos conjuros son en realidad una invitación, el ángel puede
decidir si viene o no y en qué momento puede hacerlo, si cuando lo invocamos
o más tarde, cuando pueda caer de sorpresa y pulverizarnos. Eso-señaló las
fotografías que Javier aún tenía entre las manos-lo obliga a presentarse, lo
somete, lo hace luchar.
-¿Luchar? ¿Y si vence?
-No lo hará, funcionó una vez, funcionara de nuevo.
-¿Cuándo?
-Por la noche, prepárate.
Se levantó de su silla y dejó a Javier allí, a solas con sus pensamientos.
**
Nunca, ni en sus más remotos sueños, ni cuando se inscribió en la
academia de policías o cuando se caló el uniforme por primera vez, Javier
llegó a pensar que la vida de cientos, de miles, de millones de personas
pudiera depender de él. Jamás soñó con que algún día salvaría el mundo, no se
creía lo suficientemente listo o capaz para poder hacerlo, nunca había sido su
sueño de niño el portar una placa, el proteger y servir no era su lema.
Simplemente, el ser policía era algo que había pasado, sin tener conciencia de
ello cada una de sus decisiones lo había llevado a ese punto. Realmente no
sabía lo que estaba haciendo hasta el momento en que se encontró a sí mismo
sentando en un pupitre de la academia. Después de eso, después sólo había
tenido talento. Talento y mucha suerte.
Por supuesto, ahora no se sentía de esa manera. Contempló su cuerpo
desnudo, vendado y lastimado en un espejo de su habitación. No sabía si podía
considerarse guapo o no, si tenía un buen cuerpo o no, lo único de lo que tenía
conciencia en ese momento era que todo lo que estaba pasando lo rebasaba.
Le habían explicado parte por parte el ritual que se realizaría esa noche.
Sin embargo no se sentía seguro. Se caló su uniforme una vez más, sacó brillo
a sus botas, a su placa y guardó su arma en su cinturón. Encima de su
indumentaria, se puso su túnica negra. La noche había llegado, afuera lo
esperaban.
-¿Funcionara?-le preguntó a Eduardo por tercera vez en el día cuando
acudió a reunirse con él.
-Funcionara-repitió él sin titubeos.
-Pareces muy seguro
-¿Acaso hay opción?
No por supuesto que no la había. No satisfactoria al menos. O funcionaba o
Croatoan les caería y los aplastaría a todos como moscas.
Salieron. Lo que harían requería de espacio abierto. De muchas otras
iglesias del país, las personas, las que aún no habían desaparecido, llegaron
esa tarde para apoyar en el ritual. Estaban esperando con sus túnicas negras
puestas, en un silencio que resultaba peor, se movían como si fueran una sola
persona, sus movimientos cronometrados lo dejan sin habla. Cuando
estuvieron reunidos, Javier se colocó al final del grupo que habían formado, la
capucha cubriéndole la cara, sentía el peso de su arma en la cintura, los picos
de su placa se enredaban en la tela de la túnica, el calor de la noche lo
abochornaba. Miró al cielo, despejado. Al frente de la multitud, Eduardo se
reunió con otras tres personas, líderes de las otras iglesias supuso, los vio
inclinarse en señal de respeto y tras intercambiar un par de palabras ordenaron
que se encendieran las luces. Entonces, alrededor de la multitud, comenzaron a
encenderse antorchas. Un tambor empezó a sonar rompiendo la quietud de la
noche, las notas de un órgano se le unieron y alrededor de Javier todos se
tiraron al suelo de rodillas. Los imitó y de pronto, la voz de Eduardo le llegó a
lo lejos.
Distinguió sus palabras más no llegó a entenderlas, sacó de su bolsillo el
papel que Eduardo le había dado antes y leyó la misma oración que en ese
momento él estaba recitando. Latín. Las oraciones, los rezos, siempre se
decían en latín.
Las personas respondieron los rezos con cánticos y Javier sabía lo que
decían: "escúchanos señor" era el primero "te imploramos señor" respondían
después y terminaban con "te lo ofrecemos a ti señor". Se les unió. De repente,
el aire se hizo más pesado, una ráfaga de viento sopló haciendo que el fuego
de las antorchas se apagara. En ese momento, pareció que toda la luz que
había en el mundo se extinguió. Los cánticos se acabaron, el tambor se detuvo,
el órgano le siguió. Miró al cielo. Unas nubes negras lo habían cubierto
ocultando la luna, entonces como si de lluvia se tratara las nubes comenzaron
a caer.
Escuchó un grito y al voltear lo vio. Todos a su alrededor se habían puesto
de pie con la mirada al cielo, los brazos extendidos, los ojos cerrados, la boca
abierta y las nubes negras caían sobre ellos. Entraban por sus bocas y apenas
los tocaban, caían gritando al suelo presas de convulsiones. De repente, todo
se detuvo. La noche quedó en silencio, aquellos quienes habían sido tocados se
separaron del grupo yendo al frente y por segunda vez, todos se inclinaron
ante ellos.
Entonces la voz de Eduardo resonó en su cabeza, las mismas palabras que
le había dicho aquella tarde: "cuando ellos lleguen lo sabrás, es algo que notas
en el aire y si por alguna razón, uno de ellos te escoge, no le impidas la
entrada, no tengas miedo en ningún momento, debes de pensar en una única
cosa, porque ellos buscarán en tu mente, es como un dedo hurgándote en el
cerebro".
Y lo sintió, como exploraban dentro de su cabeza y a pesar del dolor Javier
pensó en una sola cosa, suplicó con todas sus fuerzas por ayuda. Y la voz de
Eduardo volvió a sonar en su cabeza.
"Si ellos aceptan, entonces prepárate, porque estos tipos no pierden tiempo.
Traerán al ángel enseguida, así que oigas lo que oigas, no levantes la mirada,
te sentirás débil, es porque ellos necesitaran tu fuerza para luchar, no se los
impidas".
Una brisa fresca invadió el lugar, las antorchas volvieron encenderse con
furiosas llamaradas, un aroma dulzón invadió el ambiente y el viento pareció
susurrar una sola palabra: CROATOAN.
De repente, frente a él, pudo divisar el resplandor de una luz azul. Podía
sentir como algo le era extraído de su cuerpo, lo mantenía en el suelo
dificultándole el movimiento. Y quería ver la luz. Con esfuerzo, consiguió
levantar la cabeza, la mirada al frente y se quedó sin aire. La luz estaba allí,
una bola de luz azul de más de un metro y aquellos que habían sido elegidos la
rodeaban, sus ojos se habían tornado rojos y cuando abrieron la boca las nubes
negras comenzaron a surgir. Rodearon la luz, la golpeaban como mosquitos
siendo atraídos por un mata insectos eléctrico. Sin embargo, a diferencia del
mata insectos, las nubes negras no morían, no se debilitaban, parecían
consumir la luz, hacerse más fuertes conforme está se iba apagando. Entonces
un grito resonó dentro de su cabeza, un grito aterrador que le taladro el
cerebro, llenó de dolor y supo que estaba sufriendo; el ángel, Croatoan, sufría
y se alegró por ello porque sabía que se lo merecía. De repente lo que vio le
detuvo la respiración. La vio tal y como la primera vez, en el rostro de una
bibliotecaria veinteañera y el nombre le vino a la mente sin esfuerzo "Ana". Se
encontraba ya en el suelo, la luz ahora apagada dejando su cuerpo pequeño y
frágil cubierto casi por completo por aquellas nubes, por aquél humo negro.
Sus ojos se encontraron y en ellos sólo vio dolor, luego el reconocimiento
los nublo y la furia fue lo último que vio antes de que el humo le cubriera por
completo.
Entonces un nuevo grito más fuerte que el último le invadió formando una
única palabra: “No”. Javier y todos los presentes se llevaron las manos a la
cabeza en un intento de que el cerebro no se les saliera por las orejas. Croatoan
sabía lo que le ocurría y se negaba a volver.
La tierra se estremeció, el viento soplo, los vidrios de la catedral estallaron,
los árboles se sacudieron y entonces la luz volvió, más fuerte y brillante que
antes. Una voz producto de sus recuerdos le susurro una aterradora frase: "Fue
un accidente, no pretendía matarlos, es sólo que los humanos no pueden ver
mi verdadera forma".
Con todas sus fuerzas, cerró los ojos pegando el rostro contra el suelo,
cubriéndose con las manos. Con todo aun así logró ver el resplandor azul a
través de los parpados, entonces los gritos de dolor se escucharon más allá de
su cabeza.
Cuando por fin pudo abrir los ojos, deseó haber nacido ciego. Un río de
personas muertas y con los ojos quemados lo estaba esperando, las nubes
negras habían desaparecido bajo el poder de la luz y Croatoan seguía allí. La
bibliotecaria se había ido y supo que está viendo al ángel tal y como en
realidad era, pequeño, delgaducho, frágil, sus bellas y grandes alas se
encontraban caídas a su espalda, el largo cabello negro y despeinado se
encontraba atado en una trenza interminable, estaba sucio, golpeado, destellos
de luz brotaban de sus heridas, caminaba hacia él tambaleándose, apenas de
pie. Al verlo, no pudo hacer otra cosa que preguntarse quién le podría hacer
daño a una criatura tan bella. En ese momento vio sus ojos negros y el miedo
le invadió; lo habían hecho enfurecer.
Asustado, intentó retroceder, sacó su arma y sin pensarlo disparo hasta que
el cargador quedó vacío. De repente las balas se detuvieron a unos centímetros
del ángel y explotaron sin siquiera llegar a tocarlo.
-Tú...-dijo y la voz que brotó de sus labios le hizo estremecer-...te
arrepentirás. Yo iba a darles a todos una oportunidad...pero ahora verán toda la
destrucción que soy capaz de crear.
Croatoan extendió sus enormes alas y antes de que pudiera hacer algo salió
volando. De repente, el cielo comenzó a nublarse.
-¡Javier!-gritaron y cuando se volteó vio a Eduardo avanzando hacia él,
ayudaba a levantarse a los pocos que habían sobrevivido y con la mirada le
pidió ayuda. Entonces escuchó el primer trueno. Levantó la vista, el cielo
nublado se iluminaba con destellos de luz blanca y el aire se llenó de un aroma
a azufre.
-¡Corran!-gritó de pronto. -¡Entren a la iglesia! ¡Ya!
Hecho a correr y entonces cayó el primer rayo. Hizo que la tierra temblara
y un par de árboles cayeron con un crujido. El fuego comenzó a extenderse y
Javier alcanzó a llegar a la iglesia antes de que uno de los rayos le alcanzará.
Volteó y vio la furiosa tormenta que se había desatado, un único
pensamiento le pasó por la cabeza: "¿qué demonios acababan de hacer?"
**
... -el teléfono sonaba en su oído, intentando comunicarle, de pronto, se
oyó un chasquido y la voz de una telefonista le respondió-... lamentamos las
molestias...-dijo y Javier perdió una vez más la esperanza de comunicarse-...de
momento no podemos responderle... si se trata de una emergencia cuelgue y
marque al...-Javier colgó.
Era la octava vez en el día que intentaba llamar a la comisaría, en ninguna
de ellas le habían respondido. Intentó usar la radio, pero sólo le llegó
interferencia.
Parado en el altar de la iglesia, se lamentó de que ya no fuera lo que la
primera vez que entró. Cuando días atrás había llegado allí, le impresionó lo
espaciosa que era, sus alfombrados rojos, su luminosidad, su techo de cristal,
sus tapiados impresionantemente aterradores; ahora, se hallaba sumida en la
penumbra, miró la alfombra despeinada y sucia que sus pies recorrían, las
esculturas destruidas, sus tapices maltratados, el cielo de cristal que la primera
vez que lo vio le maravillo, la noche anterior se había vuelto su enemigo. Su
amplio espacio se había reducido a la nada cuando habían tenido que ocuparlo
para recostar a sus heridos y muertos.
El aire olía a quemado, el exterior era aún más desolador que la vieja
catedral, los incendios se habían extinguido desde hacía horas, pero antes
habían devorado el paisaje verde que antes los rodeaba, el cielo, a pesar del
fuerte sol estaba de un color grisáceo.
"Croatoan nos a jodidos" pensó. Esa era exactamente la palabra: jodido.
No sabía que era lo que había fallado, pero los hicieron pedazos.
Volvió a llamar. En esta ocasión ni siquiera la contestadora le respondió.
No necesitaba preguntarse porque no respondían, lo sabía, lo había visto la
noche anterior, dentro de su cabeza, pero aun así lo seguía intentando.
Se acercó hasta donde estaba Eduardo, ocupado fielmente a ayudar a los
pobres desgraciados que no habían tenido la suerte de salir ilesos la noche
anterior. Sus lamentos le estaban volviendo loco, sabía que esas eran las
personas que él debía de haber protegido. Miró a Eduardo, preguntándose si
sentía tan culpable como él pero su rostro parecía ser de cera imperturbable
mientras se ocupaba de cambiar los vendajes de la piel quemada de sus
"pacientes". Cuando Javier se acercó, pudo notar que la mujer a quien atendía
era Kelly. No pudo reprimir una exclamación cuando Eduardo le quitó las
vendas de la cara:
Su bonito cabello rojo se le había quemado en la parte izquierda de su
cabeza, su rostro de duendecillo se había vuelto una mezcla de piel
chamuscada y sangre. Involuntariamente, revivió lo que había ocurrido la
noche anterior.
Se vio a sí mismo, parado en el portal de la iglesia, con los ojos tan
grandes como platos, observando como todo se quemaba a su alrededor, pero
incapaz de apartar su lastimada vista a causa de los furiosos rayos. Los oídos
le estallaban, sus gritos lo estaban enloqueciendo, mientras los veía corriendo
y retorciéndose intentando huir hacia la seguridad del templo. El aire olía a
azufre y de repente una fuerte mano le golpeó la espalda. Era Eduardo que se
le había unido en la entrada y al ver el espectáculo se quedó clavado en el
suelo.
-¡Hay que ayudarles!-le gritó al oído y antes de que pudiera hacer algo
Eduardo echó a correr al exterior. Corrió a toda velocidad hasta donde se
encontraba una enorme manguera y abriendo la llave comenzó a rociar agua
en una encarnizada lucha contra el fuego.
-¡Javier!-lo vio gritarle pero más que escucharlo leyó la palabra de sus
labios.
La gente salía de la iglesia, empujándolo en el camino, tratando de ayudar
a los demás. De repente un fuerte grito lo sacó de su ensueño: se volteó y vio a
Kelly en el suelo, su sotana incendiándose a causa del fuego que la había
alcanzado. Entonces partió a correr. Corrió hasta donde ella estaba y de un
jalón le arrancó la sotana dejando a la vista su cuerpo desnudo. Le rodeo los
hombros con sus brazos y juntos se dirigieron a toda velocidad a la iglesia.
Los truenos caían cada vez más cerca, cada vez más furiosos y de pronto,
uno de ellos los alcanzó.
En un principio no sintió dolor, sólo una inmensa luz dorada que lo
rodeaba, luego vino el calor y tardo menos de lo que dura un instante para
saber que estaba en llamas, su ropa se quemaba y Javier intentó librarse
sacudiéndose de un lado a otro queriendo apagarlas.
-¡No te muevas! ¡No te muevas!-le llegó una voz y de repente un chorro de
agua helada lo baño. Aliviado se desprendió de su ropa chamuscada antes de
que se diera cuenta de que los gritos se escuchaban de nuevo.
Al no tener más ropa que la cubriera, el fuego se había adherido a la piel de
la pobre Kelly y Javier podía ver como esta se hinchaba y reventaba a causa de
las llamas. Eduardo dirigió la fuerza de su manguera hacia ella pero antes de
que pudiera extinguir el fuego un rayo cayó sobre la pileta de agua y esta se
deshizo en pedazos desperdiciando el valioso líquido. De pronto, la luz se hizo
presente.
-¡Deprisa hay que entrar!-grito Javier y entre él y Eduardo tomaron a la
maltratada Kelly y la llevaron a rastrar a la iglesia. El fuego comenzaba a
ganar nuevamente terreno sobre su maltrecho cuerpo y apenas cruzaron el
umbral de la puerta Eduardo ordeno:
-¡Cierren las puertas!-mientras se quitaba su sucia sotana y la dejaba caer
sobre el cuerpo de Kelly intentando apagar el fuego. Entonces, más sotanas
comenzaron a caer sobre ella, los miembros de la iglesia se las colocaban
sobre el maltrecho cuerpo de la joven intentando mitigar su dolor.
Las puertas se cerraron pero eso no impidió que vieran los rayos de luz
azul; estaba afuera, Croatoan, el ángel, venía a por más. Y las puertas
comenzaron a sacudirse.
Un coro de voces asustadas se levantó a su alrededor y entre ellas Javier
pudo distinguir una que suplicaba:
-No puede entrar aquí ¿o sí?
Y una respuesta que le erizo la piel porque estaba cargada de verdad:
-A esta altura puede hacer lo que se le dé la gana.
En ese momento, el crujido los hizo callar a todos. Levantó la mirada y
apenas tuvo tiempo de gritar: "¡cúbranse!" antes de que el techo de cristal
cayera desplomado sobre ellos.
Las puertas salieron disparadas de sus soportes y el ángel entró irradiando
luz azul. Comenzó a apagarse poco a poco y en su lugar sólo quedó una pobre
bibliotecaria golpeada, cortada y furiosa. Comenzó a avanzar lentamente por
el pasillo de la iglesia hasta el altar, por encima de los cuerpos de sus víctimas.
Levantó su delicada y ensangrentada mano en el aire y al mismo tiempo, la
enorme estatua de Lucifer que coronaba el altar se elevó y estalló en pedazos.
El ángel subió al pedestal que había quedado y se volteó a vernos con sus
horribles ojos negros encendidos:
-Muy bien queridos míos-dijo-, tal vez quieran comenzar de nuevo, porque
a partir de ahora, soy yo quien está al mando.
Croatoan llegó al máximo de su poder dos días más tarde, a nosotros no
nos atacó, no nos lastimo, pero nos obligó a ver:
La tierra se estremeció con terrible crujido que hizo estallar volcanes, el
día se ocultó de nuestros ojos por completo y un ambiente gélido se adueñó de
todo; hasta los animales más fieles atacaron y asesinaron a sus dueños, las
principales ciudades del mundo se derribaron sepultando entre sus escombros
a sus habitantes, la lluvia llegó aumentando los mares, la madre naturaleza
recuperó en cuestión de horas lo que los humanos habían tardado siglos en
quitarle. Una fuerte helada llegó entonces. Incluso los lugares más cálidos del
planeta se cubrieron de hielo, a tal magnitud que quienes se encontraban
afuera al momento de la llegada de la helada, quedaron congelados al instante.
La muerte y la desolación invadieron el mundo.
Pero lo más horrible fue saber que Croatoan tenía razón, no importaba lo
que hiciera, a cuantos matara ni que destruyera, porque ni a Dios, ni al Diablo,
les importó.

También podría gustarte