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¿PERO ALGUIEN SABE QUIÉN FUE VÁZQUEZ DE MELLA?

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Vázquez de Mella: el
tradicionalista
renovador
Va tomando forma entre el equipo Podemita del
Ayuntamiento de Madrid la idea de quitarle a Vázquez
de Mella su plaza en la capital. Nadie en el PP moverá
un dedo para evitarlo. Todos ignoran que Vázquez de
Mella fue uno de los grandes talentos de la derecha
española.
José Javier Esparza
Martes, 30. Junio 2015 - 7:57
3 comentarios
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A la mayoría de los españoles de hoy, el nombre de Vázquez
de Mella les dirá más bien poco. Alguno lo identificará
simplemente con esa plaza de Madrid que sirve de escenario a
la fiesta del orgullo gay, pero poco más. Y sin embargo, este
hombre ejerció una gran influencia en el pensamiento
conservador del siglo XX español. Contemporáneo de los
regeneracionistas y de la generación del noventa y ocho, a
Vázquez de Mella podemos definirlo como el gran renovador
del tradicionalismo hispano. Aunque hoy está prácticamente
olvidado –al margen de algunos círculos de devotos-, sin sus
ideas no puede entenderse buena parte de nuestro siglo XX.

Vamos a situarnos en Cangas de Onís, en Asturias, cerca de


Covadonga, hacia 1861. Es ahí donde nace Juan Vázquez de
Mella. Su padre es un teniente coronel retirado, patriota
convencido y hondamente religioso. Juan estudia en el
seminario asturiano de Valdediós y, después, en la facultad de
Derecho de Santiago de Compostela. Ha heredado de su padre
el patriotismo y la religiosidad, desde una perspectiva
tradicional. En la España de aquellos años, década de los 70
del siglo XIX, eso no podía empujarle más que en una
dirección: el carlismo, es decir, la monarquía tradicional,
frente a la monarquía liberal.
Querellas del carlismo
Recordemos algunas fechas de aquel periodo tan convulso. En
1868, la monarquía de Isabel II ha sido derrocada por una
revolución de carácter liberal. Los golpistas organizan unas
elecciones, proclaman una Constitución y eligen rey a
Amadeo de Saboya. La monarquía de Amadeo durará sólo
dos años: sumergida en una permanente crisis, conocerá tres
elecciones, seis gobiernos y continuos enfrentamientos,
incluidas las insurrecciones de republicanos y carlistas.
Amadeo finalmente abdica, las Cortes se reúnen y, contra la
Constitución, proclaman la I República. Es 1873 y las cosas
no van a hacer más que empeorar: la República carece de
apoyo popular, se suceden cuatro presidentes en menos de un
año, hay levantamientos cantonalistas, la guerra carlista se
recrudece, hay insurrecciones en Cuba… Finalmente, en
enero de 1874 el general Pavía da un golpe de Estado y pone
el poder en manos del general Serrano. En diciembre de ese
año se restaura la monarquía en la persona de Alfonso XII
de Borbón, el hijo de Isabel II. Comienza el periodo de la
Restauración, basado en la “alternancia controlada” de dos
partidos: el conservador de Cánovas y el liberal de Sagasta.
En ese ambiente crece Vázquez de Mella, tanto en lo personal
como en lo intelectual. Ha visto cómo una monarquía se
descompone sobre sí misma, cómo pequeños grupos (por
ejemplo, la masonería) son capaces de imponer su voluntad
por encima de las instituciones, cómo un país entero puede
entregarse al caos y cómo, por otro lado, las soluciones de
tipo republicano y liberal no han conseguido sino que el caos
aumente. Y Vázquez de Mella, entonces todavía un jovencito,
empieza a pensar.
Nuestro protagonista, que era un hombre de orden, no se echa
al monte con los furores de la adolescencia. Al contrario, se
aplica en los estudios. Es un tipo brillante, trabajador, con
una memoria prodigiosa. Culmina sus estudios con buena
nota. Y acto seguido se lanza a la vida pública, que es lo que
ha venido rumiando desde tantos años atrás. En Santiago se
afilia al tradicionalismo y pronto se convierte en una de sus
cabezas más notables. Pronuncia conferencias, se da a
conocer. En 1887 comienza a dirigir El pensamiento galaico,
uno de los periódicos más señeros de la región. Tres años
después salta a Madrid, donde se ha fundado El correo
español. Enseguida lo tendremos sentado en las Cortes como
diputado carlista por Navarra. Apenas tiene treinta años.
Mantendrá su escaño desde 1893 hasta 1916.
La posición de Vázquez de Mella es inequívoca: contra el
integrismo, por el tradicionalismo. ¿Y qué quiere decir eso?
Vamos a explicarlo. Después de la derrota carlista en la
tercera guerra de ese nombre, el tradicionalismo español vive
una escisión profunda: unos consideran que es posible unirse
a los conservadores en la defensa del catolicismo; otros
aspiran ante todo a formar un partido católico radical y otros,
en fin, mantienen la bandera tradicional de los pretendientes,
el carlismo original. Los primeros se aliarán con Cánovas del
Castillo en el ala derecha del sistema de la Restauración, y
serán los “unionistas”; los segundos serán los integristas del
Partido Católico Nacional, y los terceros serán los
tradicionalistas, es decir, los carlistas propiamente dichos.
Vázquez de Mella estará entre ellos.
¿Qué significaba cada una de esas opciones? ¿Qué había
detrás de una u otra adscripción? Por decirlo en dos
palabras: los unionistas pensaban que era posible defender al
catolicismo desde las instituciones liberales; en el polo
opuesto, los integristas sostenían una visión hipertradicional
del orden político, de carácter prácticamente medieval, para
defender la fe; y la tercera familia, la de los tradicionalistas, la
rama principal del carlismo, que se oponía al sistema liberal
de la Restauración, sin embargo trataba de actualizar los
principios fundamentales de su doctrina política para hacerlos
más acordes con la realidad social. Esta última será la
posición de Vázquez de Mella: no se trata de volver a un
pasado que se fue, sino de mantener todas aquellas cosas –
usos, instituciones, costumbres, leyes- que daban y dan vida a
la comunidad.
Hoy, un siglo después, todas estas cosas nos suenan
lejanísimas, pero en la España de finales del XIX y principios
del XX era un asunto de actualidad palpitante. El carlismo,
bajo la batuta de esa corriente tradicionalista, se había
convertido en un auténtico partido de masas moderno. Mucho
más popular que las escisiones unionista e integrista, el
tradicionalismo se había organizado sobre la base de cientos
de asambleas locales en toda España (los “círculos”) que
llegaron a superar los 30.000 afiliados. Constituido
políticamente como Comunión Tradicionalista, mantuvo
representación parlamentaria desde 1891 en adelante. El líder
parlamentario de esta fuerza nada desdeñable sería
precisamente Vázquez de Mella. Y su liderazgo no sería sólo
parlamentario, sino también intelectual.
Una tercera vía… cristiana
Vamos a centrarnos en ese aspecto intelectual del trabajo de
Vázquez de Mella. La tarea era importante: recoger una
herencia como la del carlismo, basada en la monarquía
tradicional previa a la Revolución Francesa, y convertirla en
un cuerpo teórico apto para ser propuesto a los hombres del
siglo XX. Nuestro protagonista no fue el único en poner
manos a la obra, pero sí el más señalado. Así que sobre la
base del pensamiento tradicional español, especialmente
Balmes y Donoso Cortés, Vázquez de Mella añadió las
posiciones, estrictamente actuales, del francés Albert de Mun,
un fervoroso católico que estaba construyendo una suerte de
socialismo cristiano, y por supuesto, las aportaciones de la
encíclica Rerum Novarum, de León XIII. Recordemos que, en
esa encíclica, el Papa mostraba su apoyo a la formación de
uniones y sindicatos obreros, al mismo tiempo que reafirmaba
su apoyo al derecho a la propiedad privada. Había nacido una
tercera vía cristiana entre el socialismo y el capitalismo. Y tan
importante como aquello era esto otro: en la visión del Papa,
las relaciones sociales y políticas debían encauzarse de
manera corporativa entre el gobierno, las empresas, los
trabajadores, la Iglesia, etc. Eso es lo que más tarde se
llamaría corporativismo. Y esta era exactamente la visión de
las cosas que defendía el tradicionalismo.
A la España de la Restauración, que es una España pesimista
y resignada, Vázquez de Mella le propone un sentimiento
nacional de inspiración religiosa, única fuente posible de
una verdadera moralidad pública. La democracia de la
Restauración es una democracia falsa, porque se sustenta
sobre un reparto de poder caciquil entre los partidos. Frente a
eso, nuestro autor propone un sistema de democracia
representativa sobre la base de las instituciones naturales:
asociaciones, gremios, municipios, familias, universidades…
El liberalismo moderno ha sido un error, porque, lejos de
liberar a las personas y a las instituciones del peso del Estado,
las ha convertido en prolongación del propio Estado; es un
Estado en cuyo interior todos los grupos pasan a pelear entre
sí, en vez de trabajar para el bien común, y por eso ha surgido
el problema obrero, el problema social. Como alternativa,
nuestro autor defiende el papel de los poderes intermedios,
que son emanación directa de la vida social. Al Estado le
corresponde la soberanía política, pero ésta deriva de la
soberanía social, es decir, de las entidades intermedias en las
que realmente viven inmersos los individuos. Como estas
sociedades intermedias son producto de la historia, su
soberanía es la de la tradición.
Vázquez de Mella podía haber hecho carrera en el sistema de
la Restauración, pero era de una integridad intelectual
inquebrantable. Le ofrecieron dos veces ser ministro, y las dos
veces rehusó. Tampoco dejó de criticar con dureza la
corrupción de la burocracia. Ingresó en la Real Academia de
Ciencias Morales y Políticas, primero, y en la Real Academia
Española después, pero nunca dejó de ser un crítico, un
disidente. Él sabía que su puesto estaba en otro lado: en la
reivindicación de un orden radicalmente distinto al
establecido.
La estrella política de nuestro amigo empieza a apagarse en
1916. Primero, no sale diputado en las elecciones: se había
presentado por Oviedo con un programa definido por el
regionalismo, el catolicismo y la solución pacífica de los
problemas sociales, pero una coalición de socialistas y
reformistas le privó del acta. Después, Vázquez de Mella
entra en conflicto con el propio jefe de la casa carlista, don
Jaime, a cuenta de la primera guerra mundial. El pretendiente
carlista era partidario de los aliados (de hecho, los austriacos
le habían confinado en su castillo); por el contrario, Vázquez
de Mella era partidario de los alemanes, porque creía que su
victoria era más conveniente para España. Don Jaime publica
un manifiesto en 1918 en el que reafirma sus convicciones
aliadófilas y, más aún, desautoriza públicamente a quienes
hayan expresado la posición contraria.
Una herencia incómoda
Frustrado, Vázquez de Mella abandona las filas carlistas,
pero no deja la vida pública. Inmediatamente crea un nuevo
grupo, el Partido Tradicionalista, que recogerá su
pensamiento. Su proyección política va a ser limitada, pero,
por el contrario, su influencia intelectual en la derecha
española se va a consolidar. Sus últimos años son, en realidad,
los de un retirado. Cuando el general Primo de Rivera da –con
apoyo del Rey- el golpe de Estado que inaugura la dictadura
de 1923, Vázquez de Mella se quitará de en medio: no se
declara hostil al sistema, pero esa dictadura no es la solución
que él busca. Por otra parte, la enfermedad empieza a minarle.
En 1925 le amputan una pierna: tiene 64 años y todo va ya
cuesta abajo. Su último libro es Filosofía de la Eucaristía,
escrito para el Congreso Eucarístico de Chicago. Muere en
1928. Pero sus ideas se siguen moviendo: monarquía
tradicional, orden social corporativo, democracia orgánica o
de base, Estado confesional (católico), crítica simultánea del
socialismo y el liberalismo, política exterior orientada hacia
Hispanoamérica… No pasará mucho tiempo antes de que
encontremos de nuevo todas esas ideas, recuperadas por el
grupo de Acción Española y, después, en el acervo doctrinal
del régimen de Franco.
¿Por qué hablar de Vázquez de Mella hoy, tanto tiempo
después, cuando la mayoría de sus textos y de sus tomas de
posición parecen unidas a un tiempo definitivamente
dejado atrás? Pues porque, en realidad, esos textos no han
quedado tan atrás como parece. Por una parte, los defectos del
orden moderno que Vázquez de Mella denunció en su
momento siguen de algún modo vigentes. Y por otro lado, con
nuestro autor pasa lo mismo que con otros de su misma
época: sus pensamientos, vistos con la luz de hoy, adquieren
un sabor completamente singular. Una actualización de los
planteamientos de Vázquez de Mella nos llevaría a una
revisión a fondo de cosas como la democracia de partidos, en
beneficio de una democracia más participativa, o del egoísmo
social, en provecho de una vida comunitaria más integrada.
Por eso no falta quien conecta a este pensador español con las
teorías de Chesterton y Beloc, por ejemplo, que trataron de
buscar una alternativa cristiana al capitalismo y al socialismo.
Son razones suficientes para seguir leyendo a Vázquez de
Mella.
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2 comentarios
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react-text: 41 Angel Leon Diaz Balmori /react-text react-text: 42
/react-text Madrid
Totalmente de acuerdo Bascuñana, si querian ponerle una placa,
que hubieran elegido una calle de nueva construcción, por cierto,
cuanto mas alejada del Centro, mejor, porque ahora cuando los
turistas pregunten ¿Quien es este?, para verguenza habrá que
decirles el primer concejal muerto de los maricones que salieron
del armario en los ultimos tiempos.... , lo que no reperesenta
precisamente una gloria para Madrid.
Me gusta · Responder · Marcar como Spam · 14 de mayo de 2016 8:43
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react-text: 74 Antonio Bascuñana Coello /react-text react-text: 75


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Vinnie, o si no, tienen donde elegir, el callejero de Madrid, esta
invadido de gentuza, roja y asesina, por ejemplo, la hija de perra de
la pasionaria, que en el unico sitio que merece llevar su nombre, es
en unos urinarios publicos.

Me gusta · Responder · Marcar como Spam · react-text: 96 2 /react-text · 30


de junio de 2015 3:20
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