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El agua potable es todavía tan abundante que fluye en nuestras casas mezclada de modo
indiscriminado con el agua para lavar los platos y la ropa, llenar la cisterna del retrete y regar el jardín.
Si queremos agua pura, limpia y sin cloro, todavía podemos comprarla embotellada en el súper algo
más barata que un refresco. El invitado modélico todavía no se presenta con un bidón de agua de
manantial a modo de regalo para el anfitrión. Pero si las sociedades industriales continúan ensuciando
y contaminando ríos, lagos y acuíferos subterráneos, el valor de una botella de agua natural, sin cloro,
sin destilar, pura, rivalizará irresistiblemente con el de una botella de buen vino. Y las personas
buscarán afanosamente las mejores marcas en las tiendas de delicatessen.
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