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DE TODOS Y DE NADIE: RTVE Y LA VIRTUD REPUBLICANA

Gonzalo Velasco
@gvelascoarias

Cabe preguntarse hasta qué punto todo lo ocurrido en las últimas dos semanas en relación
a la renovación de la dirección de RTVE ha sido necesario. Este martes las Mesas del
Congreso y del Senado ratificaron por unanimidad las bases del concurso público que
elegirá al próximo presidente de la corporación. Durante años esta ha sido la fórmula
reivindicada por todos aquellos que han bregado para que la elección de los máximos
responsables de la RTVE responda a la calidad del proyecto y a su independencia respecto
al gobierno de turno. Que el objetivo esté tan cerca de lograrse hace aún más difícil de
comprender cuál ha sido la motivación del gobierno para motivar y airear el descarado
tejemaneje mediante el que se ha compuesto un consejo de administración provisional que
tiene fecha de caducidad antes incluso de haber sido aprobado.

Seguramente la explicación más razonable sea que este proceso, pese al desgaste inicial
para PSOE y Podemos, ha tenido como objeto presionar al resto de fuerzas parlamentarias
para desbloquear la propuesta del concurso. No es descartable. Con independencia de ello,
creo que el efecto más interesante de estas confusas semanas ha sido revitalizar una
proclama, “de todos y de nadie”, que más allá de su efectividad como hashtag, resume una
actitud política tan extraña como necesaria en la coyuntura política española. Aunque poco
empleada en nuestro ámbito nacional por sus resonancias históricas, “republicanismo” es la
categoría que mejor describe esta actitud.

Detengámonos a meditarlo un instante. ¿Qué quiere decir que algo sea “de todos y de
nadie”? ¿Se trata de una propiedad colectiva que rechaza la apropiación individual? ¿Cómo
es compatible esto con una sociedad liberal en la que no hay sujetos colectivos de derecho?

Propongo proceder por descarte. En primer lugar, las cosas públicas no son las cosas
comunes. Los recursos comunes son aquellos que, como el agua de la lluvia, el aire los
peces del mar, en principio no estan sujetos a ninguna titularidad, ni individual ni colectiva.
Los recursos comunes plantean el problema de la acción colectiva, tal como lo estudió la
premio Nóbel en Economía Elinor Ostrom, pues los agentes tienen que idear normas para
regular un uso que garanticen su sostenibilidad. Si, al contrario, cada usuario explotara de
forma egoísta el recurso, este se agotaría. Y si un agente individual se apropia de un
recurso común, como de hecho pasa en el universo capitalista, genera automáticamente
relaciones de dependencia y desigualdad.

Dicho de una manera muy simplificada, el problema de que las cosas comunes pasen a ser
propiedad privada, es que los beneficios se restringen a unos pocos. Con las cosas
públicas, la cosa es bien distinta. Si un particular (pongamos, un partido político) se apropia
de una cosa pública (pongamos, una radio televisión estatal), no obtiene un beneficio tan
directo como la empresa que se adueña de un recurso natural. Por una sencilla razón: en el
ámbito político, el beneficio viene de los efectos que genera la existencia de estas cosas
que, siendo de todos, no son de nadie. Si de verdad nuestra convicción es democrática, no
es mayor el beneficio obtenemos por manipular los informativos a nuestro interés, que por
garantizar una pluralidad de opiniones informadas a partir de una representación de la
realidad que no esconda su complejidad.
La lógica de las cosas públicas, por tanto, es distinta de la de las cosas comunes, y también
de las cosas privadas. Aunque la moral me disuade de robar porque esto iría contra la
dignidad de mis semejantes y emponzoñaría la convivencia, de manera privada me
beneficiaría de ese incremento ilegítimo de mi patrimonio. Aunque sean más convenientes
normas que autorregulen la explotación de un recurso, es cierto que si lo privatizara
(pongamos el caso de un pozo de petróleo, o de un acuífero en una zona con escasez de
agua), obtendría un indudable rédito individual. En el caso de las cosas que “son de todos y
de nadie”, no es una cuestión de moral ni de sostenibilidad. Si hago un uso privado de las
cosas públicas, entonces pierdo los beneficios sociales, culturales y políticos de su
existencia.

Volviendo al caso de RTVE, el nuevo método de elección de la dirección, que


verdaderamente busca responder al lema #DeTodosYDeNadie, es el caballo de troya en
esa política de partidos que han usado las instituciones para sus intereses cortoplacistas.
En primer lugar, porque la heroica resistencia de los trabajadores de RTVE, reforzada por la
campaña “Viernes negro”, ha sido el caso paradigmático de la virtud republicana de la que
venimos hablando. No se trata de que esa redacción sea un nido de izquierdistas y
opositores al PP. Las constantes denuncias por manipulación u omisión de información por
parte del Consejo de Informativos de la casa se explican por el orgullo de una profesión
consciente de su labor como trabajadores de la cosa pública. En segundo lugar, RTVE no
es una “cosa pública” cualquiera. Casi todos los ciudadanos, más aún los que crecimos
antes del consumo “a la carta” de televisión, tenemos un vínculo afectivo con los canales y
emisoras de RTVE. Y en ese vínculo se condensa otra de las características a veces
soslaya del republicanismo: no solo queremos saber que el ente público hace su labor, sino
que deseamos sentirnos orgullosos de nuestra tele pública. No hay nada malo en ello, no
debemos sentirnos culpables ni nos pone al abismo del populismo de las emociones. El
orgullo por las cosas que siendo de todos no son de nadie es una virtud cívica esencial, no
reducible ni a cálculos interesados ni a las normas de la moral individual.

Lo que es más: es la clave para que exista un “nosotros” que, por responder a la pregunta
que formulaba más arriba, no sea contradictorio con un orden político de base liberal. En
esa lógica republicana, nosotros somos aquellos que tenemos cosas que no son de nadie.
Sencillo pero enormemente complejo. Básico pero ambicioso. No es un fin último de la
política, pero sí una condición necesaria para hacer políticas que alcancen otros fines. Ojalá
el inminente concurso para la designación de la dirección de RTVE sea el primer paso para
consolidar esa forma de entender lo que nos une.

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