Está en la página 1de 2

CONDICIÓN DE ERIZO

Bajo la lluvia, un hombre con un paraguas se acercó a la esquina donde yo, empapada, esperaba que
el semáforo cambiara de una vez. Me miró y pensé que iba a preguntarme la hora o a pedirme fuego,
pero en un gesto galante quiso cubrirme con su paraguas gris dejando ostentosamente claro que a
causa de su gentileza, él mismo se mojaría. Yo salté bruscamente fuera del círculo seco que formaba
el paraguas protector, como si el hombre me hubiera amenazado con una navaja a pleno día. Pero al
ver su cara desconcertada ante mi rechazo, me sentí culpable y triste por mi condición de erizo. Y así
quedamos, mirándonos en silencio mientras la lluvia nos empapaba a ambos. El hombre seguía
sujetando un paraguas que no cubría a nadie, como si de pronto se hubiera olvidado de su propio
brazo extendido.
Gabriela Onetto

CONDICIÓN DE ERIZO
Bajo la lluvia, un hombre con un paraguas se acercó a la esquina donde yo, empapada, esperaba que
el semáforo cambiara de una vez. Me miró y pensé que iba a preguntarme la hora o a pedirme fuego,
pero en un gesto galante quiso cubrirme con su paraguas gris dejando ostentosamente claro que a
causa de su gentileza, él mismo se mojaría. Yo salté bruscamente fuera del círculo seco que formaba
el paraguas protector, como si el hombre me hubiera amenazado con una navaja a pleno día. Pero al
ver su cara desconcertada ante mi rechazo, me sentí culpable y triste por mi condición de erizo. Y así
quedamos, mirándonos en silencio mientras la lluvia nos empapaba a ambos. El hombre seguía
sujetando un paraguas que no cubría a nadie, como si de pronto se hubiera olvidado de su propio
brazo extendido.
Gabriela Onetto

CONDICIÓN DE ERIZO
Bajo la lluvia, un hombre con un paraguas se acercó a la esquina donde yo, empapada, esperaba que
el semáforo cambiara de una vez. Me miró y pensé que iba a preguntarme la hora o a pedirme fuego,
pero en un gesto galante quiso cubrirme con su paraguas gris dejando ostentosamente claro que a
causa de su gentileza, él mismo se mojaría. Yo salté bruscamente fuera del círculo seco que formaba
el paraguas protector, como si el hombre me hubiera amenazado con una navaja a pleno día. Pero al
ver su cara desconcertada ante mi rechazo, me sentí culpable y triste por mi condición de erizo. Y así
quedamos, mirándonos en silencio mientras la lluvia nos empapaba a ambos. El hombre seguía
sujetando un paraguas que no cubría a nadie, como si de pronto se hubiera olvidado de su propio
brazo extendido.
Gabriela Onetto

También podría gustarte