Está en la página 1de 11

Jose Maria Arguedas

José María Arguedas


Biografia
José María Arguedas nació en Andahuaylas, en la sierra sur del Perú el 18 de enero de 1911.
Proveniente de una familia criolla y aristócrata por parte materna, quedó huérfano de madre a
los dos años de edad. Por la poca presencia de su padre ―que era un abogado litigante y
viajero , y su mala relación con su madrastra y su hermanastro, se refugió en el cariño de los
sirvientes indios, lo que hizo que se adentrara con la lengua y costumbres andinas que
modelaron su personalidad. Sus estudios de primaria los realizó en San Juan de
Lucanas, Puquio y Abancay y los de secundaria en Huancayo y Lima.
Ingresó a la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos, en 1931; allí se licenció en
Literatura, y posteriormente cursó Etnología, recibiéndose de bachiller en 1957 y doctor en 1963.
De 1937 a 1938 sufrió prisión en razón de una protesta contra un enviado del dictador
italiano Benito Mussolini. Paralelamente a su formación profesional, en 1941 empezó a
desempeñar el profesorado, primero en Sicuani, Cuzco, y luego en Lima, en los colegios
nacionales Alfonso Ugarte, Guadalupe y Mariano Melgar, hasta 1949.
Ejerció también como funcionario en el Ministerio de Educación, poniendo en evidencia su
interés por preservar y promover la cultura peruana, en especial la música y la danza andina.
Fue Director de la Casa de la Cultura (1963-64) y Director del Museo Nacional de Historia (1964-
1966). En el campo de la docencia superior, fue catedrático de Etnología en la Universidad de
San Marcos (1958-1968) y en la Universidad Nacional Agraria La Molina (1962-1969). Agobiado
por conflictos emocionales, puso fin a sus días disparándose un tiro en la sien.
Su obra narrativa refleja, descriptivamente, las experiencias de su vida recogidas de la realidad
del mundo andino, y está representada por las siguientes obras: Agua (1935), Yawar
fiesta (1941), Diamantes y pedernales (1954), Los ríos profundos (1958), El Sexto (1961), La
agonía de Rasu Ñiti (1962), Todas las sangres (1964), El sueño del pongo (1965), El zorro de
arriba y el zorro de abajo (publicado póstumamente en 1971). Toda su producción literaria ha
sido compilada en los primeros cinco tomos de sus Obras completas (1983). Además, realizó
traducciones y antologías de poesía y cuentos quechuas. Sus traducciones y antologías de
poesía y cuentos quechuas, como sus trabajos de antropología y etnología y su producción no
literaria en general se encuentran compilados en la segunda parte de sus Obras
completas (2012).
.
Mi resumen de warma kuyllay

El niño Ernesto, sobrino de uno de los dos patrones de la hacienda Viseca, se enamora de una
india joven llamada Justina, a quien una noche la ve bailar en el patio del caserío. Pero ella
prefiere al Kutu, un joven indio y novillero, empleado de la hacienda. Ernesto no entiende cómo,
siendo el Kutu feo y con “cara de sapo” pueda ser el preferido de la Justina. Ella y los demás
indios se burlan de Ernesto, quien se retira avergonzado mientras continúa el jolgorio, hasta que
llega don Froylán, el otro patrón, quien sacude su látigo y manda a dormir a todos. Esa misma
noche Ernesto se entera que don Froylán ha abusado sexualmente de Justina, cuando esta fue
de mañana a la toma de agua para bañarse. Es el mismo Kutu quien le cuenta esta desgracia,
y entonces Ernesto le incita a que asesine al ofensor. Pero el novillero se niega por «ser indio»,
es decir, socialmente inferior, además porque el patrón tenía nueve hijos que aún eran muy
pequeños. Ernesto no entiende estas razones y cree que por maula o cobarde el Kutu no quería
enfrentar al malvado patrón. El Kutu trata de consolarle, diciéndole que pronto se iría y le dejaría
a la Justina para él solo. En las noches, el Kutu iba al corral y daba de latigazos a los becerros
del patrón, a modo de desquite; Ernesto lo veía y aprobaba su acción, pero luego se arrepentía
y abrazaba a los animales, llorando y pidiéndoles perdón por tal crueldad. Dos semanas
después, el Kutu, hastiado de las humillaciones, se marcha de la hacienda, dejando a la Justina.
Ernesto mantiene su amor por la muchacha aunque sin guardar esperanzas, pues su amor era
solo un warma kuyay (amor de niño) y no creía tener derecho sobre ella; sabía que debía ser
de otro, de un hombre ya mayor. Finalmente Ernesto es llevado a la costa, donde vive amargado
y languidece «como un animal de los llanos fríos trasladado al desierto», imaginando que lejos,
el Kutu, aunque cobarde, llevaría una vida mejor trabajando en las haciendas de la sierra.
Mi resumen de: el sexto
La novela empieza con el ingreso del joven Gabriel a la prisión de El Sexto, en pleno centro de
Lima, donde oye los cánticos de los presos políticos: los apristas cantan a todo pulmón «La
marsellesa aprista» y los comunistas el himno de «La Internacional». Gabriel es un estudiante
universitario involucrado en una protesta contra la dictadura que rige al país y por ello es
conducido al pabellón destinado a los presos políticos, situado en el tercer piso del penal. Es
introducido en una celda, que compartirá en adelante con Alejandro Cámac Jiménez, un
sindicalista minero de la sierra central, preso por comunista.
Cámac se convierte para Gabriel en el guía y consejero en ese submundo donde se encuentra
«lo peor y lo mejor del Perú». La cárcel está dividida en tres niveles: en el primer piso se
encuentran los delincuentes más peligrosos y prontuariados; en el segundo están los
delincuentes no avezados (violadores, ladrones primerizos, estafadores, etc.) y en el tercero se
encuentran, como ya queda dicho, los presos políticos. Gabriel va conociendo uno por uno a
los presidiarios. Pedro es el líder de los comunistas y Luis el de los apristas; estos últimos son
los más numerosos (más de 200, frente a 30 comunistas). Destacan también el aprista Juan o
«Mok’ontullo» y el comunista Torralba. Otros «políticos» como el «Pacasmayo» y el piurano
Policarpo Herrera se consideran apolíticos y aducen estar en prisión por venganzas personales.
De entre los delincuentes del piso inferior Gabriel conoce a los que son los amos del Sexto:
Maraví, el negro Puñalada y el Rosita, este último un travestido. Otro grupo lo conforman los
vagos, algunos de los cuales son pintorescos, como el negro que enseña su pene, «inmenso
como el de una bestia de carga», a cambio de diez centavos; pero otros son verdaderos
espantajos humanos, víctimas de la burla y el sadismo de los más avezados, como el Pianista,
el Japonés y el Clavel.
Lo ocurrido en torno a Clavel ejemplifica en su máxima expresión el horror carcelario. Clavel es
un muchacho homosexual quien luego de ser violado por los presos, es encerrado por Puñalada
en una celda obligándolo a prostituirse, todo ello con la complicidad de los guardias y las
autoridades penitenciarias. Clavel termina por enloquecer.
Otra escena nos permite conocer el alma bondadosa de Gabriel. Cuando el Pianista agoniza en
el pasillo víctima de los maltratos sufridos, Gabriel, con ayuda de «Mok’ontullo», lo recoge, lo
regresa a su celda y lo abriga con su ropa. Inesperadamente se acerca el Rosita ofreciendo
ayuda y protección al Pianista. Pero éste aparece muerto al día siguiente y algunos presos
acusan a Gabriel de ser responsable de su muerte, presumiendo que las ropas que le regaló
habían atraído la codicia de los vagos quienes en el forcejeo para quitárselas lo habrían
ahorcado. Esto provoca una disputa entre apristas y comunistas; los primeros acusan a los
segundos de provocar el incidente, para enredar a «Mok’ontullo» con Rosita, y así ensuciar la
trayectoria de quien era considerado como la esperanza del partido, por su juventud y
entusiasmo. Este incidente provoca una serie de discusiones entre los militantes de cada
partido. Los apristas se consideran los verdaderos representantes del pueblo peruano y acusan
a los comunistas de estar al servicio de Moscú; por su parte, los comunistas acusan a los
apristas de ser intrigantes y actuar solo como instrumentos de la clase oligárquica para frenar
la revolución auténtica. Ante tal discusión, Gabriel no tiene reparos en decir abiertamente que
no comulga con ideologías y disciplinas politizadas que, según él, limitan la libertad natural del
ser humano. Los demás comunistas le responden que es un idealista y soñador, y que le faltaba
compenetrarse más con la doctrina del partido.
Mientras tanto, el Clavel continúa siendo prostituido en su celda, lo que conmueve y repugna a
los presos políticos. El más afectado es «Pacasmayo», quien para colmo es presa de una
extraña enfermedad que le hace enrojecer el rostro, ante la indiferencia del médico de la prisión,
quien se limita a decirle que solo es un mal pasajero. El piurano también demuestra
abiertamente su aversión hacia todos los actos homosexuales y de violencia sexual que se
practican en la cárcel. Los líderes de los presos políticos se ponen de acuerdo y solicitan una
entrevista con el Comisario del penal; asimismo le envían un petitorio donde exigen que se
ponga fin al tráfico sexual y se trasladen a otra prisión al Puñalada, Maraví y Rosita. Firman la
solicitud Pedro, Luis y Gabriel (este último en nombre de los universitarios e independientes).
El Comisario llama a todos ellos a su despacho; luego de leer el petitorio, lo rechaza iracundo,
aduciendo que la cárcel era precisamente para eso, para que los presos se jodieran entre ellos,
y que debían estar más bien agradecidos los políticos de que no fueran encerrados en el primer
piso, lo cual sería, según él, el verdadero castigo, por traidores a la patria. Luis y Gabriel no se
contienen y responden digna y airadamente; ante lo cual el Comisario llama a los guardias y
ordena que los golpeen y los devuelvan a sus celdas.
Poco después fallece Alejandro Cámac en brazos de Gabriel. En los últimos días su salud se
había quebrantado y perdido la visión de un ojo. Todos los políticos, apristas y comunitas rinden
homenaje a quien consideran un gran luchador social. Pedro da un vibrante discurso. El cadáver
es sacado y los presos lo despiden cantando a toda voz sus himnos respectivos. El teniente es
enviado a acallar a los presos, pero no logra su cometido. La muerte de Cámac coincide con la
del Japonés, víctima del hambre y los golpes; ambos cuerpos son sacados del penal en el
mismo camión.
Otro suceso que conmueve a Gabriel es el ocurrido en torno a Libio Tasaico, un muchacho
serrano y sirviente, de 14 años, quien llega a la cárcel acusado por su patrona de robarle una
joya costosa. Esa misma noche Puñalada y otros negros violan al muchacho, quien amanece
llorando desconsoladamente. Gabriel trata de calmarlo; lo lleva a su celda y le cuenta sobre la
vida de su pueblo situado también en las serranías, donde los hombres son valientes y no lloran
a pesar de latiguearse en las festividades patronales. Libio siente entonces alivio al encontrar a
una persona que le habla con el idioma del corazón. Poco después la patrona del muchacho
avisa que ya encontró la joya perdida y pide que le entreguen a Libio, pero éste no quiere
regresar donde ella. Gabriel le convence entonces para que se vaya de la prisión y lo despide
afectuosamente, dándole la dirección de un amigo donde lo alojarían y darían trabajo.
Este último incidente convence a Gabriel que el negro Puñalada debía morir y pide al Piurano
que lo asesine. El piurano promete hacerlo y se consigue un enorme cuchillo. Una noche,
Gabriel escucha los gritos de Pacasmayo; al asomarse por la baranda, lo ve arrojarse desde lo
alto contra las rejas de la celda del Clavel, rompiéndose el cuello. No repuesto de la impresión,
al poco rato Gabriel escucha al Puñalada gritando de dolor y lo ve desplomarse sangrando, con
un enorme corte en el cuello. Gabriel cree al principio que es obra del piurano pero éste se
acerca y le asegura que otro se le había adelantado. El teniente, el cabo y los guardias irrumpen
y encuentran al negro exhibicionista con un cuchillo en la mano; asumen que es el asesino del
Puñalada y lo arrestan. También llevan como testigos a Gabriel y al piurano; Gabriel cuenta a
los policías que Pacasmayo se quitó la vida al no poder soportar el abominable espectáculo del
muchacho prostituido, pero el cabo supone que el motivo más probable sería un sentimiento de
celos por el maricón, lo cual indigna a Gabriel y al piurano. Ambos son devueltos a la cárcel,
pero cuando atraviesan el patio se les acerca «el Pato», un inspector, quien pistola en mano
amenaza al piurano y lo insulta, llamándolo cholo asqueroso. «El Pato» era un soplón o delator
al servicio del gobierno y como tal odiado por los presos políticos; el piurano no soporta la ofensa
y con un movimiento veloz saca su cuchillo y le da un tajo en el cuello. «El Pato» se desploma
muerto ante la estupefacción de todos. Gabriel sube al tercer piso y anuncia a toda voz el
suceso; todos celebran y dan vivas al piurano. El relato termina cuando, al amanecer siguiente,
Gabriel despierta al escuchar una voz que llamaba a los presos desde la puerta de la prisión,
imitando al Puñalada. Era un negro joven, que relevaba así al amo fallecido.
Resumen de : todas las sangres

La novela se inicia con la aparición de don Andrés Aragón de Peralta, jefe de la familia más
poderosa de la villa de San Pedro de Lahuaymarca, en la sierra del Perú. Don Andrés, ya viejo,
se sube al campanario de la iglesia del pueblo y desde allí maldice a sus dos hijos, don Fermín
y don Bruno, a quienes acusa de apropiarse de sus tierras; asimismo, anuncia su suicidio,
dejando en herencia a los indios todos los bienes que aun conservaba. En efecto, se retira a su
casa e ingiere veneno.
Los dos hermanos, don Fermín y don Bruno, viven en perpetua discordia. Don Bruno es dueño
de la hacienda «La Providencia» donde viven varios centenares de indios como colonos
o siervos. Don Bruno es un católico tradicional y fanático, que se opone a que el progreso llegue
a sus tierras pues cree que eso corromperá inevitablemente a sus indios, al inoculárseles el
llamado veneno del lucro. Un rasgo característico de don Bruno es su ardor sexual
desenfrenado que lo lleva a poseer y violar a muchas mujeres, de toda raza, edad y condición
social. Por su parte, don Fermín es el propietario de la mina Aparcora, que trata de explotarla
prescindiendo de la voracidad de las empresas transnacionales. Don Fermín representa
al capitalismo nacional y desea que el progreso y la modernidad lleguen a la región,
oponiéndose así a su hermano. Pero para explorar la mina necesita como trabajadores a los
indios de Bruno, quien acepta entregárselos, a condición de que lo deje vivir en paz en sus
tierras. Es entonces cuando entra en escena Rendón Willka, un «ex indio», es decir un
nativo transculturado, que ha vivido varios años en Lima y que ha perdido parte de su herencia
cultural, pero que ha conservado sus valores tradicionales más valiosos. Rendón Willka es
contratado como capataz de la mina, pero tiene ya el soterrado propósito de encabezar la lucha
por la liberación de sus hermanos de raza y cultura.
Don Fermín empieza a explorar la mina Aparcora en busca de la veta principal, para lo cual
empieza a usar la mano de obra de unos 500 indios enviados por don Bruno. El sistema de
trabajo que impone es el de la mita, es decir por turnos, pero los indios no reciben jornal y solo
se les da alimentos. Estos indios laboran como lampeadores y cargadores, mientras que otros
obreros especializados trabajan como jornaleros. Para continuar su proyecto don Fermín calcula
que necesitará más suelos con agua, por lo que enfoca su interés en las tierras de su hermano
y en las de los vecinos de San Pedro. Empieza por comprar tierras de algunos de estos vecinos.
Pero el consorcio internacional Wisther-Bozart, que ha puesto sus miras en la mina, infiltra en
ella al ingeniero Cabrejos para que boicotee las labores y haga fracasar la exploración; de esa
manera don Fermín se vería obligado a vender la mina al consorcio. Cabrejos logra la ayuda
del mestizo Gregorio, quien planea una estrategia. Se sirve de las creencias indígenas sobre
una serpiente gigantesca, el Amaru o espíritu de la montaña, que supuestamente vive los
socavones de la mina. Gregorio da aullidos desde el interior, simulando al Amaru, a fin de
asustar a los indios, algunos de los cuales efectivamente se espantan, pero de pronto ocurre
una explosión dentro de la mina y Gregorio muere despedazado. Rendón Willka tiene la certeza
de que el causante de esa muerte es el ingeniero Cabrejos. Gregorio estaba enamorado de una
joven de San Pedro, la señorita Asunta de La Torre, quien más adelante se vengará asesinando
al ingeniero Cabrejos.
Entretanto don Bruno sufre una transformación milagrosa, tras asesinar a una de sus amantes,
de nombre Felisa. Abandona la vida lujuriosa, uniéndose definitivamente a una mestiza, Vicenta,
de quien espera un hijo. Redimido por el amor, Bruno visita a los comuneros de Paraybamba, a
quienes ayuda a elegir a su alcalde y regidores, así como les ofrece semilla para la siembra. De
pronto se asoma en la plaza del pueblo don Adalberto Cisneros, un hacendado cruel y abusivo
que había arrebatado sus tierras a los indios. El nuevo alcalde de Paraybamba humilla
públicamente a Cisneros, a quien hace azotar y pasear desnudo por las calles. Don Bruno se
despide de Paraybamba aclamado por los indios, pero el incidente con Cisneros origina después
que el alcalde y los regidores sean arrestados, y que el mismo don Bruno sea denunciado por
Cisneros. Ambos se encuentran en la capital de la provincia, ante las autoridades, pero don
Bruno se defiende bien y Cisneros se marcha jurando vengarse.
Volviendo a la mina, al fin se encuentra la veta del metal argentífero y don Fermín viaja a Lima
para tratar de formar una sociedad con capitales peruanos, ya que se había quedado
descapitalizado. Sin embargo, la Whistert-Bozart tiene mucho poder e influencias y logra
finalmente que don Fermín le venda la mina, tras una reunión que se realiza en un edificio
capitalino. Don Fermín terminar por ceder pues no puede competir con la gigantesca
transnacional. La empresa le reconoce un porcentaje de las acciones de la mina y le cancela
los gastos iniciales de la exploración. Don Fermín decide invertir este dinero en la industria
pesquera, adquiriendo fábricas de harina y conservas de pescado en Supe, de la que se
encargará administrar su cuñado, mientras que él vuelve a San Pedro, dispuesto a ampliar y
modernizar su hacienda «La Esperanza».
Mientras tanto, la compañía minera necesitaba agua para represarlas en beneficio de la mina y
a fin de ello consigue una orden judicial que obliga a los propietarios de San Pedro a vender sus
tierras de labranza de la hacienda «La Esmeralda». Los vecinos se niegan a hacerlo, y como
protesta deciden quemar el pueblo, marchándose del lugar. Son acogidos temporalmente por
una de las comunidades indígenas. Mientras tanto llegan las maquinarias pesadas de la
compañía y cientos de indios como jornaleros. Empieza también a proliferar en la región los
locales de vicios nefandos (bares y burdeles).
Don Bruno, que retorna a San Pedro, encuentra destruida la iglesia, por lo que siente honda
pena. También llega don Fermín, trayendo todo lo necesario para modernizar su hacienda «La
Esperanza» y promete que el pueblo volvería a renacer con su ayuda. Se anuncia también la
llegada del hacendado Cisneros, quien quiere vengarse de don Bruno, para lo cual se entrevista
con el subprefecto. Este se ofrece para matar a don Bruno a cambio de dinero, pero su plan se
desbarata.
La empresa minera, continuando con la expropiación de la hacienda «La Esmeralda», comienza
a aplanar la pampa con máquinas bulldozer. Pero uno de los residentes de esa zona, Anto, un
antiguo empleado de don Andrés (el padre de don Fermín y don Bruno) se niega abandonar su
propiedad y cuando una de las máquinas ya se acercaba a derrumbar su casa, se tira contra
ella con varios cartuchos de dinamita en la mano, volando en pedazos con todo.
Don Bruno se culpa de todas esas desgracias por haber contribuido con la explotación minera,
y decide purificar el mundo acabando con los responsables. Encomienda a su hijo y a su mujer
Vicenta a Demetrio Rendón Willka, coge sus armas y se dirige a la hacienda de don Lucas,
gamonal cruel y abusivo que no pagaba a sus trabajadores y que tenía a sus indios famélicos y
harapientos. Don Bruno mata a don Lucas, ante el regocijo de los indios; luego se dirige a la
hacienda «La Esperanza» de su hermano don Fermín, a quien acusa de ser responsable de
todas las desgracias del pueblo y le apunta con su revólver. Al verse amenazado, don Fermín
corre pero cae herido en las piernas. Al ver lo que ha hecho, don Bruno se derrumba y llora,
pidiendo que lo lleven a la cárcel. Don Fermín es trasladado a Lima donde se recupera de sus
heridas, mientras que don Bruno es encarcelado en la capital de la provincia.
En la hacienda de «La Providencia», Demetrio Rendón Willka se entera de la prisión de don
Bruno y la probable muerte de don Fermín. Entonces, con la aprobación de Vicenta, se proclama
administrador de la hacienda y protector del niño Alberto, hijo del patrón. Los colonos trabajarían
en adelante para ellos mismos, sin patrones. Esto significa ya una revolución, por lo que el
gobierno envía a los guardias civiles a sofocar la revuelta que considera de inspiración
comunista. Vicenta y su hijo se esconden en el pueblo de Lahuaymarca. Mientras que Demetrio
se queda alentando a los indios a resistir. Los guardias irrumpen a sangre y fuego, encuentran
a Demetrio Rendón Willka y lo fusilan junto con otros indios. Pero Demetrio ha cumplido la
misión de despertar la conciencia de sus hermanos de raza dejando abierto el camino para la
liberación.
Resumen de : el sueño del pongo

Un siervo indio se dirige a la casa hacienda para cumplir su turno de pongo o sirviente, según
la usanza feudal en las haciendas de la sierra peruana. Era un hombrecito de cuerpo esmirriado
y con ropas viejas. Solo con verle,el patrón se burló de su aspecto y de inmediato le ordenó
hacer la limpieza. El pongo se portaba muy servicial; no hablaba con nadie; trabajaba callado y
comía solo.
El patrón tomó la costumbre de maltratarlo y fastidiarlo delante de toda la servidumbre, cuando
esta se reunía de noche en el corredor de la hacienda para rezar el Ave María. El patrón
obligaba al pongo a que imitara a un perro o a una vizcacha; el pongo hacía todo lo que le
ordenaba, lo que provocaba la risa del patrón, quien luego lo pateaba y lo revolcaba en el suelo.
Incluso los demás siervos no podían contener la risa al ver tal espectáculo.
Y así pasaron varios días, hasta que una tarde, a la hora del rezo habitual, cuando el corredor
estaba repleto de la gente de la hacienda, el pongo le dijo a su patrón: "Gran señor, dame tu
licencia; padrecito mío, quiero hablarte". El patrón, asombrado de que el hombrecito se atreviera
a dirigirle la palabra, le dio permiso, curioso por saber qué cosas diría. Entonces el pongo
empezó a contarle al patrón lo que había soñado la noche anterior: ambos habían muerto y se
encontraron desnudos ante los ojos de San Francisco, quien examinó los corazones de los dos.
Luego, el santo ordenó que viniera un ángel mayor acompañado de otro menor que trajera una
copa de oro llena de miel. El ángel mayor, levantando la copa, derramó la miel en el cuerpo del
hacendado y lo enlució con ella desde la cabeza hasta los pies. Cuando le tocó su turno al
pongo, San Francisco ordenó a un ángel viejo: "Oye viejo. Embadurna el cuerpo de este
hombrecito con el excremento que hay en esa lata que has traído: todo el cuerpo, de cualquier
manera, cúbrelo como puedas, ¡Rápido!" Entonces, el ángel viejo, sacando el excremento de la
lata, lo embadurnó en todo el cuerpo del pongo, de manera tosca.
Hasta allí parecía que esa era la justa retribución de ambos y así creyó entender el hacendado,
que escuchaba atento tal relato. Sin embargo, el pongo advirtió rápidamente que allí no
terminaba la historia, sino que San Francisco, luego de mirar fijamente a ambos, ordenó que se
lamieran el uno al otro, en forma lenta y por mucho tiempo. El viejo ángel rejuveneció y quedó
vigilando para que la voluntad de San Francisco se cumpliera.

También podría gustarte