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RESURREGGIÓJ

POR

JOSÉ l'\ARIA RIVAS GRC


jlfie.7/bre ae varias flcaJerr¡ias
jlfi~islre Je Jr¡slrucci¡Jr¡pública et¡ Ge,
Senaaor, etc.

NOVE

,Jlus,'raci,
de
.cuis pc

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RESUI\RECCIÓN

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ES PROPIF.T>AD

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Blhl10teca «PATRIA» de obras pramlallas.- Tomo XX.

RESURRECCiÓN
NOVELI\ ORIGINI\L

DE

JOSÉ I'\ARIA RIVAS GROOT


'.- :
}r1im¡bro àe varias ..Jicaàel11ias
j:fit/:slro à~ Jr¡Slrucciór¡ púbiica e., G%rr¡Ua
Senaàor, fie.

ILUSTRACIONES DE LUIS PALAO

OUINTA EDICIÓN

OFICINAS:

CERV ANTES, 8, 3.0 DERECHA


:Ml )Il. )() n X JD

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Quien qo ha recibU. á. III qa-
/uralezll uq esplri/u falaz y uq c.-
razó., p~rvtrSOJ los ¡:;udt camhiar
coq la Jr<cuel1te lectara d. libros
ma/cs, t~"lo ó mds Pl!rjua'icial q~t
la convtrsaci¿11 y lre'fo COI1 lz.1f1"
tres c.,rompidu.-:àAILLIl'l'.

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· PRÓLOGO DE LA PRIMERA EDICJÓN

J<}llibroque ahora sale áluz es el que mc-


nos necesita de proemio, ni por cI autor, ni
por la obra mbma, ni por el que estas lí-
neas escribc; no por el aut<Jr,conocido tiem-
po há en las Repúblicas de las I"etras, y
cuyo nombre, para honra suya y de la Pa-
tria, lla salyado los límitcs de la Nación (1);
no por la obra, que, publicada incompleta
y fragmentariamente cn La Opinión, el año
pasado, fué acogida con entusiusmo;ni por
el prologtùsta, que ningún derecho tiene pa.-

(1) Menéndez I'clayo. Xisforia d~ las Jdtcs £sftfictls on


€sparia.- Vll.lcra. earfas americanas.-Rubió y Linch, L.
Ala!. C1rlficalif~'t1ria, etc.

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'\'1

fa,entrometerse en regiones que le son des-


conocidas, y por lo t,auto vedadas, á no ser
el cariño acendrado que le profesa al autor,
y qne en el presente caso no ha pOdido abs·
tenerse de felicitado por este nueyo triun-
fo literario, felicitaci()n que no ti'~ne otro
mérito que la sinceridad yel prove:1ir de su
ínfimo amigo y conterránl.'o.
HESURRECClÓN (Oltento de Arti;¡tas), por
J. de Uoelle-Grosse; tal es el título de la
oora qne empezó à pu1Jlícarse en el mendo-
nado periódico, correspondiente á Abril del
~tñl} Último. Su lectura llamó viyamente la

atención y originó discusiones y apuestas:


quiénes juzgaron que era una correcta tra.-
ducción del francés, inducidos por el pseu·
dónimo adoptado; quiénes que era produc-
ci()n original, aunque no acertaban si era
colombiana ó extranjera; quiénes dieron en
lo cierto y señalaron inequívoca,mente al
antor verdadero.
Ochoa, tratando de un asunto :3cmejante,
dijo:
«Creemos que, en materia de estilo, lo
esencial para un escritor es teneor uno suyo
propio, espontáneo, que no se confunda COll
ningún otro, que viva por sí. Cl:eemos que
sin esto ningún escritúr merece el nombre

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vn
de tal; literariamente, es como si no exis-
tiera». (1)
De lo dicho se originaron comentos, prin-
cipalmente entre la,,,sensatas cuanto ùellas
lectoras. Hoy se publica, {~solicitud de mu-
chos, con el norobre y el retrato, por inicia-
tiva y á costa del que suscribe. CÚJnplenos
aquí dar las gracias al Sr. D. José María
Samper Matiz por el interés especial que
tomó para que se editara elliùro en su re-
nombrado establecimiento tipográfico.
El seîíor Rivas Groot, que como polemis-
ta católico y como Ministro de Estado, no
ha sido indiferente á la situación actual de
la República, flagelada pol' la espantosa
gnerra civil-dado que cuando fué Director
del periódico arriba mencionado publicó ar-
tículos magistrales encaminados á restable-
cer la armonía entre sus conciudadanos, y
que junto con otros escritos suyos, políticos
ó de otra índole, serán de los pocos que en
lo futuro merezcan el honor de una compi-
lación,-tampoco abandonó el campo lite-
rario de sus afecciones, y daba á luz la no-
vela de qne trátamos, en la que se ha exhi-
bido, una vez más, maestro peritísimo de la

(1) )?aris, .!:ond"s y )rf(/drid.

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VUI

lengua, demostrando que no hay necesidad


de mojar la pluma en cieno ni de ¡;eguir el
repugnante y ùesconsolador naturalismo de
Zol:t, ni de irse CIl pos de revesados voca-
blos ni de alambicados pensamientos para
interesar al púhlico, sino que, po:r el COll-

trario, sin salirse del terreno de la :Religión


y la Moral, es muy hábil en realizar la opi-
nión de Guy de Maupassant, ùe que: «Para
decir cualquier cosa no bay sino un sustan-
tivo que la exprese, un vcrbo que la anime
r un adjetivo quc la califique». Y de que:
es prcciso buscar, basta descubridos, ese
sustantivo, ese verbo y ese adjetivo, y no
contentarse jamás con los aproximados, ni
reculTir á supercherías, por feHees que
sean, ni á piruetas de lenguajc, para evitar
la dificultad». (1)
La lectura de la obra será la confirma-
dún de lo que acaba de expresar~e, eomo
que en ella campean descripeiones de vigo-
roso realismo de buena cepa, á la manera
de Pereda y de Sienkic"wics, á la par que
reflexiones que levantan el espíril;u á re-
giones suprasensibles.
Los escritores á modo del señor Rivas

(1) El mll! ejemplo en l-iteratara.

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):X

Groot merecen bien de la Patria, tanto co-


mo el g-ramático ó el filólogo, puesto que,
según nuestro insigne Cuervo: «cuando va-
rios pueblos gozan del beneficio de un idio-
ma común, pro}lCnder á la unifornùùaù de
éste es avigorar sus simpatías y relaciones,
lIaccrlos \lno solo. De modo pues que, de-
j:mdo aparte á los que trabajan por conser-
var la unidad religiosa, aspiración más ele·
nula á formar de todas las razas y lenguas
lIn solo redil con un solo pastor, nadie ha-
ce tanto })or el hermanamiento de Jas na-
ciones hispanoamericanas como los fomen-
tadorcs de aquellos estudios que tienden á
cOIlServar la purcza de su idioma, destru-
;yellùo las ban'cras que las diferencias ùia-
lécticas oponen al comercio de las ideas. (1)
Siga el scfior Rivas Groot por el camino
'lue ha emprendido, COll tan buen éxito y
tino, que es obra santa combatir el error en
cualquier campo que se hallc" con armaS
ig-uales, si no superiores, como en el presen-
te caso.
J,as Letras Patrias cstán de plácemes por
la adquisición del bello libro de que habla-
mos, cuyos rotundos y correctos periodos

(1) Prólogo de lu ;'ipunfacion,s I:rilicas.

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eontl'ibuirán, Sill duda alguna, á conservar
intada la hermosa lengua üastellana en es-
te rir1ón de los Andes.

Bogotá, Diciembre de HI02.

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LA nOVELA «RESURRECCIÙlh>
JUZ(lADA POR AR)IAXD DE NOUYRJ.C

CARTA DIRIGIDA A LA. SRA. CONDESA MAURICE nE COUI\VILLK


(3halet Saint Çouslav.-J:e Croisic.
TRADUCIDA PARA -EL NUEVO TIEMPO-

Señora Oondesa:
A diferencia de otros años, en este vera-
neo be venido á residir en los alrededores
<le Plombiéres, en un sitio pintoresco, ciro
cundado de montañas á las cnales dan som-
bra grandes pinos, cerca d~ In Sémonse,
que, entristecida y apacible, se desliza en-
tre rocas, cortando aq \li y a.Jli\, pradera.s ri·
sueñas y desapareciendo en los flancos ca·
pricl.lOsos de colinas que se alzan en suave
pendiente cnbiertas ùe bosques espesos,
donde cruzan sus ramas las encinas y los
álamos blancos. Aqui la brisa murmura, su
perfume embriaga; en suma, vivo deliciosa·

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xn
mente en uno de los más hermosos Úncones
de l:l A lsada.
Gozo con estos paisajes en que el encanto
de l:l vida-un poco solitaria, es verdaù-
lJIe vuelve un tanto soñador y me :;>crmite
en mis hora,; de ocio, qne a'luí pare(~eJlpro-
longarse, llOjear escrnpulosamente lo que
lile trae el correo, en el cual me ha llega-
do un grupo de opúsculo:; y de entregas
hehdomadarias ó mensnales.
Aquí, en este apaciùle retiro, tengo el
tiempo de releer á Illis qneridos compañe-
J'os y maestros Bourget, Coppée, loti, que
se codean en mi biblioteca de viaje con Su-
lly Prud'homme, Octave F,.millet, Verlaine,
France y tantos otros que Iliensan y sien-
tcn intensamente ... Entre Jos llUlllel'OSOSfo-
llctos que me han llegado he encontrado un
liùro artístico que me renÜten de España y
se titula Resurrección.
Xo es andaluz, ni catalán, ni vasco; es
francés, completamente francés, sin dejar
duda, á juzg-ar por el estilo; y con todo es-
t.o, concebido y escrito en la América del
Sur, en Colombia, en medio ùe los Andes,
lejos de nosotros, los civilizado/I, según
nuestra. opinión personal.
Yo desearía, dejaros saborear y apreciar

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XIU

vos misma esa novelita, que es una verda-


dera joya en Su género, y en la cual se
tran¡,;parenta el espíritu profundo, analítico
y psicológico del autor; PCl'O siento el desco
de decir algo de lo que pienso respecto de
esa obra, algo de lo que encuentro en esas
páginas, escritas en un lugar tan lejano, ~-
quc, sin embargo, me han impresionado de
tal modo, que las he leído sin int{)l'l'upción,
con gran placer, y penetrado por las impre-
siones, las descripeiones tan verdaderas y
sentid~ts de ese americano que escribe con
el espíritu de un francés de nuestra. época ...
BI tema es sencillo, sin artificios complica-
dos; la trama es natural, el estilo correcto,
daro, y sobre todo, muy puro. Y se refleja
ahí un alma que siente, que aspira la vida
enrnedio de sentimientos delicado!'; y no-
bles. No diré que el autor es un psicólogo
como Pablo Bonrget, un soiiador exótico
coma Loti, ó un sentimental como René Ba-
zin. En algo, sí, se asemeja {¡. todos ellos, y
se comprende que son sus autores favori-
tos.
RI autor de Re8~l1'l"ección se dedica al es-
tUllia de los sentimientos nobles, al análisis
del alma de sus personajes, á tocar aquellas
fibms que lIlás nos enterncccn y conmue-

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XIV

·ven. Su propósito es la moral, pero nna mo-


ral suave, presentada con tan atractivo as-
pecto, en un estilo tun fluído, que al autor
se le escllcha"y se le comprende aunque to·
dos no participen de su propias ideas.
Re8U1Tección es un verdadero cucnto de
l\rtistas, puesto que SUI". personajes lo son
en dect-o, y el libro constituJ'e un poema
en proBa hecho con leves pincelada:s, nume-
rosas é insinuantes, y hay en él notas IDU-
sicales que se confunden y se suman, for-
mando una armonía suave, qne lleg'a al co-
razÓn y esparce-es verdad-una suave
melancolía, la melancolía que experimenta-
mo~ inevitablemte al pensar que lOR tiem-
pos cambian, que el género literado senti-
mental tiende {~desapaI'eeer en nnestra
época, llevándose acaso consigo lo que hay
más elevado en el pensamiento hu·amno. I,o
que más llama la atención en eHe librito
sentimental es la descl'ipc.ión perfecta de
sus personajes, á quienes el autor no ba
visto sino de paso, pero de los cnnles COIl-
serva una memoria indeleble; y los sitios
que ba visitado sin duda y que permanecen
retlejados en su mente con tal nitidez, que
los reproduce todos en uu estilo acaso des-
conocido en América, si consideramos que

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xv
las costumbres de aquellos países son tan
diferentes de las nuestras.
TIay UD verdadero color local, y }lara

que un antor lo posea es necesa.rio que el


escritor vea, analice y comprenda las cosas
que le son extrañas, tal como nosotros las
observamos y sentimos.
Entre nosotros vemos que Loti deja su
amada Francia para emprender largos via-
jes y presentarnos luego visiones llÏntorl's-
cas de países exóticos. En América, Rivas
Groot abandona sus zonas ecuatoriales pa-
ra veIÚr á Francia á beber en una nueva
fuente; se inspira en escenas de una tierra
que no es la suya; describe en un estilo que
le es propio lo que ha visto y vivido entre
nosotros, y nos hace palpar así una vida
que es más nuestra que suya. Hé allí una
propiedad especial del autor de ReS1trrea-
aión, que mcrece notarse. Por tal motivo el
prefacio de la obra nos habla de la sorpre-
sa causada aUá en los centros literarios,
pues se creyó en un principio que esa no-
vela no era un producto nativo de América,
sino traducida de un autor francés á la len-
gua castellana.
Cuando se descubrió que M. Rocbe Gros-
se no era sino un pseudónimo, las contro-

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XVI

yerHias cesaron Y se admiró, como yo admi-


ro, ese librito azul, flor d.e literatura, que
sc abrió en la cordillera de los .Andes, y cn-
yas hojas dejan escapar un arom2, de gra-
cia, de delicadeza; nos hace soñar por ins-
tantes en esa bella Margot, pura y pálida
eomo las flores ecuatoriales, transportada {~
un país tan diferente del suyo y admirada
por los corazones entusiastas y fervorosos
de artistas europeos, tmamorados de la Be-
lleza, cantivados por esa noble y delicada
amiga" y unidos, á pesar de sus diversas
doctrinas, en un mismo culto sent.imental,
de tal manera que esa joven, al marcbitar-
se al soplo de la muerte, viene á ser el ideal
secreto y puro que los bace estrecharse la
mano á la orilla de una tnmblt Y pensar Y
creer en la verdadera resurrección.
Al termina,r, señora Condesa, esta carta,
me viene á la memoria el babel' visto en la
Rel1Ue BleU<! y apropósito de la traducción
de las obras de Víctor Hugo al esp:tñol, una
crítica de Madame LevYDk, en q'le elogia.
á MI'. Rivas Groot como lo merece, según
creo.
Este hecho Y algunos otros me explican
su predilección por la literatura francesa,
y me atrevo á esperar que el autor de Re-

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XYII

sltrrecci6n no se limitará á este primer tra·


b¡~jo, y que sus futuras publicaciones toma·
dm su puesto entre nuestros autores, que
son-podemos deeirlo con legítimo orgullo
-los más leídos en el mundo entero.
Reciba usted, seûora Condesa, la expre·
sión de mi disting\LÍda consideración.

Plombières, Agosto 15 de 1905.

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RESURRECCiÓN

a;ï;'1ADLO ya me esperaba en su bote, que


~se mecía sobre el agua dormida. Bajé
la escalera del Casino y me senté en la
proa. Mi amigo arrojÓ al agu¡t el cigarrillo;
con su destreza de ofieia] de marina empu-
ñó los remos, afianzó los pies en el travesa-
ño, echó el busto de atleta adelante, y con
un movimiento rítmico que lo hizo vibrar
del talón á la nuca, arrancó vigorosamente
y lanzó el bote hacia el centro del lag'o. Re-
mamos un rato, conversando, mirando los
castillos de las orillas ó saludando al paso
los botes cargados de músicos, de mujeres,
de flores, que cruzaban dejando en el am-
biente una estela de notas, de risas y de
aromas.
Al declinar hl tarde eesaba la brisa, y el
laA'ode Enghien, sin un pliegne en Su ex-

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tensión, copiaba delicadamente todos los
detalles de las orillas, el verde oscuro de
las masas de {trboles,los mármoles bla.ncos
y rosados de los palacios, y aun lo~¡gajos
de rosales que, sumergidas las raice3 en el
agua, lanzaban ans tallos llenos de savia,
tupidos de hojas frescas, y en arabe:~cú~ca-
pricllosos se engarzaban á las balaustradas
y eliicalinatas de los jardines.
:Kosinternamos en un canal sombreado
por árboles gigantescos flue, llcno~ de jugo
en pleno estío, al extender con majestad las
ramas entre la calma del crepÚsculo, pare-
cían tener conciencia de ~u energía al tra-
vés de los siglos. I.•
as líneas horizontales de
sus brazos manifestaban reposo, protec-
ciÓn, silencio.
-Aquí estamos más cerca de ~,aNatura-
leza-me dijo Pablo,-;r Se respira mejor
lejos de esas marquesas italianas que se
pavonean al son de 108 valses dlo; Straus, y
de los 8nobs ingleses que, sentados en el
eorredor del Casino, metidos enf>ls1lWcldng,
aspiran el bumo de SIlS cigarrillos rusos
~oîíando en la próxima partidll de lawnte-
ni8, COll la gravedad dl~ quien prepara una
camlmña, napoleónica. Aquí, á falta dé!
olor de laISolas, aspiro este 01.01' d.e savia,

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!fesurrtcción

este aroma de tierra hÚmeda, que se filtra


en las venas y enriquece la sangre. Al vol-
ver así, aunque sea por una hor¡\, al seno
ele la Naturaleza, vienc á la memoria aque-
lla frase del gran l?Jaubert: «1S"o debemos
nunca olvidar que existe el Ganges ....•..... »
y dilatando la nariz, aspiraha los aromas
del crcpÚsculo aquel marino que, en Sil via-
je por todos los continentes, llabía hecho
especial estudio de las llrmonías de la Na-
turaleza. Se babía acostumbrado en sm!
viajes Ú mirar con una misma cortés indi-
ferencia sinagogas, pagodas, mezquitas y
templos cristianos. N :leido en el noùle ba-
rrio San Germ:Ín, formado eu la escuela de
los mares, era un ser Ú un tiempo lleno de
delicadeza moml y de vigor físico, con les
scntillticntos de un latino del Bajo IlIlpcrb
y los sentidos é instinto frescos de un 11Om-
bre primitivo.
En Jas cartas que me enviaba cIel Cniro,
de la India, elel País Amarillo, tenía un es-
tilo enteramente suyo: impresiones direc·
tas, frases manchallas de color, iIllIJl'eguH-
das de aromas, con adjetivos qnc, por la
propiedad COllque se ajustaban á la semm.-
ción, llurecíall rceíen fabricados; con ver-
bos llenos de vida, como vaciados en mol-

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.¡. Jost N, 1{i."s grool

de nllCVO. En materias de epítetos tenía. su


teoría sobria: «El epíteto para agradar de·
Le ser como el perfume que ponemos en el
pañnelo: tres gotas».
'femperamenlo artístico 1m cnerpo de at-
leta, como un perfil de ApoIo en medalla de'
hronce. «Para mí (me decía en una ocasión)
la literatura, la estética toda es unD,volup-
tnosidad que se agrega á la voluptuosidad
de cortar los mares remoto:'>COllel 'jspolón
dd navío, á la dicha de rc~,pirar fto;'cs exó-
tica~, de penetrar en las pagodas del Gan-
ges ó aSllÎrar el humo del caîioneo cuando
nuestra escuadra visita las costas del País
A.ma,rillo».
prevalecían en' él la voluntad y los sen-
tidos. Hombre de resolneiones prontas,
prácticas; sin las ansiedades metafísicas de
Fansto, sin las abstracciones meIa.:ncólicas
(le los temperamentos «hamléticosi>, como
éllllisllIo decía.
I~n aqnella soledad le gnstaba I'xplayar
sns ideas, sns sentimientos, hablaba pinto-
reseamente de todo, describía COll f1'asesfe-
liCCHlos lugares que había visitado, los
llUeblos yarios que había eonocido; 1IIedes-
cribía un nuevo sistem~t de blinl:.aje que
estaba inventando, trazaba pro~-ectos, fan-

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1¡tsurreccidll

ta.seaba un libro sobre el Nilo, ideaba la


conquista de algunas regiones de Africa.
I;a sangre de los veinte aiïos nos ~olpea-
ba las sienes; creíamos en el futuro; en tor-
no nuestro flotaba la esperanza de una vi-
da llena de abnegación, de gloria y de pu-
reza.
Los libros le habían afinado el espíritu,
y 108 ejercicios de marina robustecido el
cuerpo. Sus viajes por tan diversos mares
y tan remotos paises le habían mostrado
que el hombre es uno mismo en todas las
latitudes. Había ampliado SIIS sentimientos
y generalizado sus ideas. No se explicaba
las rivalidades entre dos aldeas, entre dos
naciones. Todo aquello le parecía, segÚn su
frase, «lucha de hormigueros». Veía en la
redontiez del mundo espacio para todos y
no entendía por qué dos pueblos se empo-
breeían y ùes,lngraban por rectificar en el
mapa la línea, roja ó azul de una frontera.
Sus sentidos tenían una intensidad ex-
traña, particularmente respecto de los colo-
res y los aromaS. Bu sus notas de viaje-
JIlar y Tierra,-gracius á los adjetivos feli-
ces y li los verbos vibrantes, I)Usaban como
en ráfagas los olores salados de las olas, la
acritud resinosa de las selvas del Norte, el

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6 :;tosi N. l?ivCls Ç,ao!

valto de pescados de los puertos del Sur, el


aroma de las pagodas indias, el perfllme so-
îíoliento de los harenes, Ia :fetidez de a.mo-
niaco ùe las aldeas chinas .

'" .

Despllé~ de remar un raro, Pablo acercó


el bote á la orilla, hund ió eon vigor hl, proa
en la vegetación exuberante que caia sobre
las aguas y nos hizo sumergir entre un ni-
do de verdura. Luego sacó del fOlld.O de la
barca un tomo •
.J\legustaba oirle sus comentario8 en ma-
terip" de autores: tenía siempre una, vi:Ûón
clam, una expresión orig;nal sobre caùa
página. Su autor predilecto era Shakespea-
re, y éste le servía de pun,;o de partida lJa-
m medir á todos los pensadores.
Aqnel día Pablo abrió al acaso un tomo
Ile Bourget, los ensayos sobre P~:icología
contelnporánea, y leyó:
«La visión de un mM allá qne (xplique
ht excelencia del Universo y llucs:ra pro-
pia excelencia, tal es la preocupaciÓn sn-
prema de nuestra época, á pesar de la ma-

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Ïfesurrecdón '7

rea ascendente del positivismo. Sí, todos


SOUlOSpo:sitívistas en teoría; le pedimos al
arte que se funrle en el estudio positivo <\•.,1
hecho; le exigimos á ]a política que se base
en la explotación positiva de] hecho; tene-
mos eo::;tumbres qlle tinnden á hacerse mHs
positivas cada día, y año por año aumenta-
mos los complicados pormenores del confort
modcrno ... Con talcs razones y tales funda-
mentos en «]015 hecllos), se logra satisfacer
muchos apetitos del hombre. Sólo hay un
apetito que no se sacia y al cual los doc·
trinarios de nucstros días no Se dignan
prcst;.:rle lÜcIlción, annque ese apetito, se·
gÚn la ciencia, debe existir en nosotros y
con fuerza irresistible. Hablo precisamente
de esa necesidad de Hn TIllis allá, de ese
llI;stico anhelo de infinito qne nos lIan
transmitido, cada vez COIl mayor refina·
miento y vigor, al través de los sig-Ios, las
generaciones sucesivas de creyentes ...)
Pablo se detnvo, y da!l(lo campo :í sus
prop'Í.os pensamientos, d~ió vagar la mim-
ùa por el espado. ¿Esas ideas sobre el al-
ma, sobre la inmortalidad, ta1l1bi~n lo ha-
bían asediado á él á pesar de sn vida prác-
tica y «positiva) á bordo del Bayardo?
Hasta entonces nuestras conversaciones no

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8 :Jest }rf. ~'''vasÇrecl

habían rodado sino sobre asuntos de gus·


tos literarios, y más habíamos tratado so-
bre los autores y sus estilos que sobre el
alma y sus problemas.
--Bourget acabará pulsando la cuerda
mÍRtiea, dijo con ironí:t, y pnra no entrar
en materia volvió á remar.
Á la izquierda, tras las masas de. follaje,
se ltwàlltaha un castíllo de estilo Edad Me-
dia, que sob¡'e el cielo a.zul se destacaba
eon suntuosidad discreta; los mnrm" escali-
natas, cornisas, parecían abrumados por la
cortina de los rosales.
Los racimos de rosas blancas brillaban
sobl'e los telones de verde oscuro. Ca.da.vez
que el viento sacudía los !,ajos, una. oleada
de llromas envolvía hi casa y se extendía
1)01' el parque. De la fachada se deBlwendía

nna imponente gradería que venía {t morir


Cll el agua, En la Última grada, :1 uno y
otro lado, dos esfinges se erguían. en sus
garras de mármol y tendían la mirada ha-
da una enigmática región desconocida, co-
mo si se empinasen á contemplar los hori-
zontes sagrados del Egipt.o. Atamos el bo-
te entre la sombra de los álamo:>. Aquel
rineón era nuevo, misterioso. Veiaruos sin
ser vistos. Una joven apareci6 ell lo alto

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Resurrección 9

de la escalinatA, y se reclinó en la balaus-


trada. Iluminaùa por el último rayo del po-
niente, vestida de claro, envuelta por la
calma de esa tarde de cstío, circundada de
flores, pasó {~ser como el centro de hermo-
sura, C01l10la nota triunfal entre todas las
armonías dispersas de la Naturaleza. En
torno suyo todas las cosus parecían servir-
le, humillarse, contribuir silcnciosamente {~
su gloria, adaptarse al ritmo de sus líneas,
formar aureola {~la nitidez de SUg contor-
nos. Su frescura triunfaùa eutre la frescura,
de la vegetación tei'iÏ(la de blanco por las
constelaciones de rosas p{tlidas.
Bra un:"t tarde llena de serenidad, de
calma, una de esas tardes de estío en qne
el :';010 hecho de vivir constiture una deli-
da. J,a somùra en torno iba (~rccieIl(lo. El
lago meeiÚ el reflejo de las primeras estre-
llas. Desde la orilla opuesta el Casino nos
envió el resplandor rQjizo de sus linternas,
el rumor de su muchedumbre, el eco de su
placer, la música de su orques!;.'1. Los acor·
des, amortiguados por la distancia, atenua-
dos por el follaje, se deslizaban sobre el
agua y llegaban más profundos, C01ll0ater-
ciopelados por la sordina é impregnados de
infinita dulzura. La Xaturalezél parecía fil-

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I' EN LO nLT\) DE i\QUELL1\ ESCl\LlNJ\Tl\ .•.

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F!tsurrección 11

trar, purificar religiosamente los ecos de


aquellu' fiesta profana. Y en lo alto de
aquella escalinata de mármol, la joven, di-
latadas las pnpilas, entreabiertos los la-
bios, como aspirando esa, armonía mezcla-
da tí los aromas del crepÚsculo, iluminada
por lumbres lejanns de antorchas y (le es-
trellas, parccía colocada fllcra de la vida
común, intangible, b[l,îiada por nn reflejo de
ultratumba.
Á veces, como á pesar suyo, cuando el
viento perfumaùo pasaba deshojando algu-
na rosa y esparcicndo los pétnlos, se estre-
mecía, parecía cn sn ewmeiío meditar en la
fuga de la vida, escuchar una frase dc wis-
teria; con una expresión de micllo pintada
en las pupilas miraha lentamente en torno,
como sintiéndose asechada Ilesde tOlIog los
rincones de la sombra por los ojos de la
)lncrtc.

***

Dos ó tres encuentros en el lago, una


presentación en el Casino, y quedamos ami-
gos de M. ùe Chastcl-Rook. Era un antigno

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1,'2 José)f. Rivas groot

amigo del padre de Pablo; como eontralmi·


rante de la :\Iarina francesa babía viajado
1101' el Nuevo Mundo, y se babía casado COll
una hermosa bispano-americana, que murió
ulllegar á }'rancia.
A la brde sig-uiente, atendiendo su invi·
tación á comer, entramos en el eanal, ata·
mos el bote, y llenos de emoción, con el de·
seo de ver más de cerca á la jOV€\ll soñado-
ra, subimos la escalera de las esfl.nges. Ha·
bía tres ó cuatro invitados. Las bujías de
una araña central iluminaban el salón dis-
cretamente. El dueño de casa hi:w las pre~
sentacianes de estilo:
-El señor abate Croiset.
-El señor Jenkins, de la BQJ.lal Aca·
drmy.
-El señor Dulaurier.
Una frente alta, cruzada por un mecbon·
cito napoleónico, luego otra frente de líneas
enérgicas enmarcada por cabellos de oro,
en seguida unos rizos snaves que contras-
taban con una frente pálida, fué lo que por
el momento pude distinguir eon la luz que
caía del techo. Después surgieron en la pc-
nl1lubra las pupilas: en el abate, pupilas de
una oscuridad intensa; en el pintOl', de un
gris con reflejos de acero; en el poeta, de

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'fesurrección

tono opaco con reflejos azules • .Aquellos


ojos, aunque de tintes diversos, tenían to-
dos una misma expresión: la melancolía
irremediable de almas que han encontrado
el mundo inferior al pensamiento.
:Mientras el abate Croiset y el joven Du-
laurier admiraban una vista del lago toma-
da por Jenkis, el dueño de casa me informó
sobre sus convidados.
-Sin dhda ba oiùo usted hablar del ora
dor Croiset •.. ahí 10 tiene usted: es el cé-
lebre conferencista que tuvo la originalidad
de denegarse á lucir su hermosa figum gó-
tica en la cátedra de Notre-Dame y que en
cambio solicitó el puesto de capellán en el
hospital de San Roque. Por esa tarea en las
enfermerías adquirió una dispepsia que ha
venido á curar en las aguas de Engbien.
No he visto carácter más noble y extrailo.
Es de la raza de Lacordaire ... un «sobre-
humano», como diría Emerson. :Merece que
se le castigue con la púrpura de Cardenal.
Momentos después la joven se presentó
en el salón, con un traje violeta pálido. Te-
nía ademanes fáciles, elegantes. No era ya
el ser misterioso que habíamos visto: toma-
ba parte en 111 conversación y sobre los
asuntos más elevados cODver&aba fácilmen-

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14 José }rf.. ~iY"s Çrool

te, con la propiedad de las aves que se


dernen en lo máH alto del aire con las álas
extendidas, inmóviles.
Tenía 108 ojos negros, con suavidad mag-
nética en sus profundidades; y esa oscuri-
dad tle la:;;; pupila:;;; grandes, demasiado
grandes acaso, reforzaba la blallcma del cu-
tis, qne presentaba la palidez mate de los
mármoles soterrados por f\iglos en las rui-
nas de Grecia. La garganta llena y a.l pro-
pio tiempo de curvas largas. Tod(} el cner-
po con la esbeltez orientul le imprimía al
vestido los pliegues largos que lo~~artistas
pretenden trazar en la tÚnica de las ves-
tales.
Por el calor de la tarde tomó Ull abanico,
que movía aeompasadamentc, eon esa vi-
bración aletargada que tienen las alas de la
mariposa cuando se adormeecll sobre una
1101' cica de aroma.
Dulaurier, á instanchts de Margot, leyó
de sobremesa varios sonetos de lln poema
int.itulado Cenizas. Era el poema, de la des-
trucción, de la muerte, del olvido. Un can·
to á las cenizas de los astros muertos y de
10H hogares extinguidos; himnos iÍ, las ceni-
zas de las ciudades heróicas ó malditas,
Troya y Cartago, Babilonia y Pompeya;

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lttsurrtcddn 15

estrofas á las cenizas de amores antiguos,


de razas extinguidas, á la pavesa de cirios
JIlortuorios, al polvo negro flue yace en el
hueeo de tumbas ya sin fecha ni nombre ....
El contralmirante aplaudió la inspira-
eión, pero con franqueza. esta.lló contra el
asunto:
-Los de la generación .anterior veíamos
de otro modo la vida: nada de dudas vagas,
ni de incertidumbres y melancolías por eso
cstilo. Podíamos ser antirreligiosos, pero
con energía, con fuego, con fe en nuestra
duda. Eramos luchadores convencidos de
algo, oponíamos el no al sí, creíamos en al-
gún bien, en alguna verdad, buscábamos
nn idoal nuestro, y lo busc{tbamos ofren-
IlarIllo nuestra tranquilidad, nuestra exis-
tencia ... Pero esta nueva generación duda
del bien y del mal, duda de su duda, y lan-
za un hermoso canto á la «infinita. vanidad
de todo» ...
El abate Croiset, con discreción llena de
elegancia, hizo la defensa del lde~tl, y
mientras habló, valiéndose de imágenes ar-
tísticas, cautivó el positivismo de Pablo y
el escepticismo doloroso del poeta.
Pablo queùó en la mesa alIado de Mar-
got: no apartaba de ésta la mirada. Al le-
S

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16 :José )Tf. !ilvlls Ç,oof

va.nta.rnos, deslicé unas palabras a.l oido de


mi amigo:
-¿Principia il idilio?
-Tú conoces mi amor por todo lo exó'
tico .••
Después de la comida 1\[argot nos invitó
al invernadero, donde cruzaban SllS gajos
y tendían sus hojas di6formes diversas
plantas de América. Salimos á tomar el ca-
fé ul terrado que domina el lago, bajo el
pabellón de los rosales. Desde allí veíamos
eómo los jardines del Casino se iban ilumi-
nando con las linternas a~;ules, rojas, ama-
rillas, que en racimos y eollares hrillaban
entre los árboles, y reflejándose e:o.las on-
das, formaban en el agua regueros de chis-
pas azulinas, bermejas y doradas. Bn eljar-
dín reservado se instaló, cerca d'31 canal,
una orquesta: sa1t~l'on las notas agudas
que arrancaron los músicos á los violines
al templarIos, y tras un silencio, (lO medio
del cual l'ibró con dos toq nes secos, impe-
rativamente, la batuta. del directoI', princi-
pió á deslizarse entre el follaje, á 110tar so-
bre el lago una música (lu('jumbl'osa, COll
acentos de pasión, de dolor y de dlllzura.
Margot,aislándose de las converHaciones,
escuchaba embebecida aquella mÚsica. ex-

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'jfesurrecci4n 17

traITa, qne simulaba un diálogo, un dúo de


amor entre la voz femenina de las flautas
;)' el acento viril de los violoncelo;;.
De improviso, !Sin que nada pudiese ex-
plica-rIo, por un momento entrccerró los
párpados, como abatidos por el peso de las
pestañas, inclinó I~ cabeza, abrió suave-
mente los labios, permaneció inmóvil, co-
mo si estuviese escuchando una campanada
en las sombras, una voz qne predijera des-
gracias, mientras sus mejillas se cubrían de
nna palidez dolorosa. Sufría? Gozaba? Se
estremeció, como si una mano fría la hu-
biera torado en la espalda. Enseguida, vol-
viendo á SIL serenidad, sonrió, tomó dc nuc-
vo p~lrte en las conversaciones, hizo traer
el té y obscquiÓ á cada uno de los amigos.
Era una mujer extraña, exótica, á la vez
llue sencilla y práctica; y en ella se mez-
claban cierto misticismo de española, la.
gracia mundana de una franeesa y las sO-
îiadoras laug-uiùcces de la criolla. Después
del té nos ofreeió una behida tropical, de
color violeta-el color de su traje-qne te-
nía, según pulle discernir, alguna eHencia
del plátano y aroma de vainilla. En aquel
temperamento mixto revivía así, revelán-
dose en algunos detalles, la sangre de la

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18 José)1f. !?il.(ts 9root

madre, renacía la nostalgia de los paises


remot:os de la zona tórrida, {londe la tierra,
alumbrada con reflejos de :incendio: entre
nn vaho caliente y perfumado, hace brotar
flores eon pétalos color de llama y pájaros
color de esmeralda,

** *

-El seiíorBlumenthal, Maestro de ea-


pilla.
Estreché aquella mano flaca, de hneseci-
Hos largol:l. El célebre mÚsico era u n ser de
tigUl'a, extraña. A.quel cuerpo contraI1ecllO
y desa,rticulado sostenía con dificultad una
cabeza medio sublime, medio grotesca: Ir,
frente, las cejas, la mirada, con la~; nobles
líneas y la expresión vigorosa de 1m Júpi-
ter; hLnariz encorvada, la boca enorme y
rodeada de arrugas como cuch.illada!l, pre-
sencaba.u los trazos de un:1lDáscara de pa-
raso. Todo él, mezcla de miseria y de no-
bleza, de dolor y de inspiración, con las co-
yuntnras rotas y las miradas de fllego, pa-
recía un 3;gtùlucbo herido por el r;;¡,yo.
Blumenthal, semana tras semana, com-

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1'I<surrecci6n 1.9

ponía sus declaraciones c1e amor en lengua-


je musical; y mientras la orquesta ejecuta-
ùa aquellas sinfonías, el jorobado, oculto en
el canal en el fondo de un bote, t.ras las en-
redaderas de la orilla, observaba á Margot,
espiaba con anhelo cada uno de sus movi-
milmtos, trataba de leer á la luz del crepús-
«mIo las emociones que en aquella alma lle-
na de vibraciones iban dcs})ertando los
acentos de ternura.
Pronto estrechamos relaciones. y más de
ulla vez le invité á pascal' por el lago. Em
el dueño de la orque¡;tll que tücllba frente
al palacio del barón; pero el jorobado nUIl-
ea empuñaba la batuta. De la amistad pa-
só á las confidencias; me relató su vida.
Desde rúño, llevado 1101' su padre y acu-
rrucado en el coro, se había acostumbrado
Ú la sombra de las catedrales vit'jas; allí
lJalideció su frente y sus pU}lilas se dilata-
l'on entre la penumbra de las antiguas na-
ves; su oido se enseñó á gozar extátieamen-
te COlllas vibraciones que, arrancando del
órgano ell ráfagas potentes, flotaban por el
coro, helldfan las nubes de inci~nso cn el
altar, sacudían las llamas de los éirios, vi-
braban en los arcos, y ccntllplicadas por 108
ecos, devueltas por los muros, estremecían

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20 :Josi]Yf. J~ivas <;rcot

los corazones, subían como oleadas, estalla-


ban triunfalmente en las cÚpulas y hacían
temblar lo~ vidrios de colores. De la emo-
CiÓ1Jestética subió á la oraei<Ín; de la mú-
~ica ascendió á un misticismo sereno.
Corno su oido tenía la intuición de todas
las al'monía~, su corazón tenía lá intuición
de todas las <lelicadeza..'J.
Á pesar de su deformidad y de su aisla-
miento, aquel músico no em un misántro-
po; aislado entre sus papeles cru2;ados de
rayas y !lalpicados de notas, encaramado
en el coro rodeado de sombras, no :lJabía co-
no(:ido á la humanidad sino en su. actitud
mÚs digna, eu sus sentimientos más nobles:
cllando los hombres ùe rodillas ante el mis-
terio de 108 altares, al eHcuchar d SU1'SU1n
carda, ,levantan al cielo los ojos y las ma-
nos, se desligan de la tierra, sacuden (>1 lo-
do que hollaron y en espíritu van subiendo
las gradas lumi.nosas que Jacob contempló
en su sueño bíblico.
-He conocido cn toda su inteusid,ld el
amor de las madres: más de una vez he vis-
to á una 'mujer enlutada entrar á la iglesia
solitaria, buscar el rincón más sombrío, aba-
tÜ'se hiriendo el pavimento con las rodillas,
y en la desnudez del dolor habhr en voz

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l?esurrtcci4n 21
alta, pedir por el hijo ausente ó extraviado,
y con la humildad de sus lágrimas, con el
imperio ùe una súplica llenn de intensidad,
en un monólogo atropellado y sublime de
fe y de agonía, obtener la violencia divina
del milagro.
«He visto entrar en el templo (agregó) á
aquellos ancianos que arrastrando los pies,
golpe¡tlldo ruidosamente y ~in tacto las bal-
dosas con el bordón, van á sentarse a~te el
santuario, é iluminados por la luz de la lam-
parilIa, que hace brillar las cabelleras de
plata y las barbas de apóstol, toman actio
.tudes de letargo, y majestuosos en su de-
crepitud, se adormecen allí, como preparán-
dose yu. bajo la mirada del Eterno á las
sombras del sepulcro y al sueno de la
muerte.»
Á la tarùe siguiente se ejecutó un trozo
wagueri¡l.fiO, en que se mezclaban hermosa-
mente rumores de selva, estallido frenético
de olas, píos de aves entre las ramas, rugi-
do de torrentes sa~idos de madre, ecos de
huracanes y gemidos de brisa.
Atamos el bote á la sombra de un puen-
te de estilo rústico, formado con precioso
artificio por troncos cubiertos de musgos
que caían hasta. el agna. Le pedí que me

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22

diera sus ideas en estética. Habló ,~xtensa·


mente, con un ritmo amplio en SUB expre-
sioMS.
--Las artes unen la tierra al cielo (me

deeía el jorobado), son como los peldaños


por los cuales subían y bajaban aquellos
ángeles que Jacob vió en sueños. :La,s artt's
no son un placer, son una necesidaù del al·

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1?~surr~cci&n

ma dolorida. Son el grito de nostalgia que


el espíritu lanza en el destierro. Creo que
la música es la más ideal, la más divina.
manifestación del aIma. En el templo, cunu-
do el hombre enmudece ante el infinito,
cuando la palabra es insuficiente en los mo-
mentQS del más altQ arrebato religioso, en-
tonces acude la música, en auxilio del bom-
bre, surge el canto del órgano y la frase
musical interpreta el silencio reverente de
las muchedumbres encorvadas ... Las otras
artes-lienzos, estátuas, monumentos-al-
go imitan de lo terreno, y están forzosa-
mente adheridas al suelo. La música nada
terreno copia, no tiene modelos en la natu-
raleza material, no est{t pegada fi la tierra:
baja del cielo, original y pura., entona SllS
bimnos misteriosos y flota sin tocar el suc-
lo, y antes que el polvo del mundo le em-
pañe la orla del manto, vuelve á perderse
en las alturas.
Una banda de cisnes se acercó alojo del
puente, cortó en silencio el agua, pasó cer-
ca de la barca. El jorobado se detuvo como
temiendo interrumpir el ritmo de los cisnes.
-Wagner ha sido un luchador, un Qui-
jote del Ideal en estos tiempos del milita-
rismo, del vapor, del ciclismo, de la nega-

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:u
ción,,! del suicidio (me decía el mÚsico con
exaltación creciente). Ha enriquecido el te-
soro de la humanidad con obras idealmente
hermosas, obras que llevan esa bermosura
fuerte y sencilla que desafía á 108 Riglos. Y
!lO es sólo un artista, es también un pensa-
dor y en todos sus escrit.os ha lamado ana-
tema contra el materialismo; ha flenuncia-
do el E~tado moderno como «la negación
completa Ilel eri¡;tianismo»; ha luchado con-
tra la torpeza invasora del dinerü. Ha pro-
clamado q ne sólo dos fuel'zas poderosas re-
tUrnen hoy á. la humanidad: la Re'jgión y el
Arte. Imponiéndose al respeto de los pue-
blos, ha formallo ese arte religioBo de Par-
,yifal que contribuye á elevar al espíritu so-
ùre la materia y viene á cooperar en la lu-
ella entre la Religión y la Incredulidad, en-
tre la adoradón de la Belleza (~ternay el
culto sistemático de la Nada pm,trera.

. If:

'"

-Betty está ya enganchada iLla carreta


--me dUo Jenkins mientras recogía los pin-
eeles y empuñaba ellá.tigo del coche. ¿Quie-
re usted acompañarme á la floresta de

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J:¡uurr~ceión 25

~Iontmorency? Es un hermoso pa!\eo. De-


seo ilustrar, para el próximo Salón, una es-
cena del Rey Lea?', de Sl1akespcure. Nece-
sito una selva vieja y ésta de los Duques
de :Montmorency está intacta desde los ga-
los.
Subíamos á la carreta; el pintor dió un
ehasqnido con el látigo y Betty partió al
trote largo por la carretera.
-Kece8ito estudiar hoy los musgos en
sus diversas tonalidades. ¿Ko ha observado
usted? Hay musgos crespos como esponjas;
musgos rojizos como ascuas, que se aùhie-
l'en á los troncos de encina, hay musgos
!Suaves ùe terciopelo verde en Ilt15juntnra15
de las rocas; musgos de raso bl~\'lIco en la
corteza de los álamos; musgos grises que
euelgall de los robles viejos, corno barbas
de druidas.
La yegna trotaba deliciosamente por l~,
caldeada carretera. El viento nos traía los
olores de resinas que exhalaba la Belva. El
aire libre, el sol, el movimÍCnto vertiginoso
nos hacían sentir la plenitud dc la existen-
cia.
En un recodo nos envolvió de pronto un
soplo fresco, apareció nna gran som bra en-
tre silencioso recogimiento: la selva.

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:Jo~i}r.~ l1¡vas r;;rocl

-Stop, Betty!
-La yegua paró en seco. NOll interna-
mos á pie por senderos que sólo ,Jenkins
conocía.
Escogimos un sitio donde los t.roncos se
entrela?:aban en la altura <lomo las colum-
nas de una catedral gótica. El sol tamizado
por el follaje formaba una penumbra deli-
ciosa para la pupila de un artista. Mientras
pintábamos, mi amigo, acaso e¡¡timulado
por a!}uella soledad, me habló por primera
vez de sn admiración hacia la señorita de
Chastel- Rook.
-Un día-me dijo .Jenkins-me interné
por el lago en busca de algunos Ilfectos de
cla.robscuro en el agua dormida'. De pronto
aparecieron las esfinges que, en medio de
la vegetación, destacaban su blancura y se
relllljaban nítidamente en la ond:.!,sombría.
Crel hallar asunto para algún cl1adro~del
Nilo. Tomé los pinceles y me puse fi. la,
obra. De pronto en el agua tembló un rede-
jo gris, en medio del reflejo marmóreo de
las esfinges y de la sombra verdosa de los
árboles; levanté la mirad¡,: una joven-ella,
Margot-de pie en la escalinata, :v sin ver-
Ille, contemplaba el horizonte .•. l:'aa esfin-
ge3: los reflejos misteriosos, el canal, todo

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l?esurreccidn 27

desaparcció ... El asunto para un euadl'O,


para un lienzo maravilloso-que acaso no
pintaré nunca-era esa joven pálida. yes-
belta, cuya blancura armonizaba con los
tintes delicadamente grises del traje. Si
hubiera tenido nn traje rojo, que contras-
tara con el verde del follaje, tal vez no me
habría cautivado-los artistas tenemos ta-
les caprichos;-pero esas tintas de un gris
aperIado correspondían en gradación suave
con el marmol vi~jo, con la media tinta, del
agua, con la sombra ll.terciopclada del fo-
llaje•.•
El silencio de la selva era tan grande,
que á cien pasos se oía, cutre las hoja&se-
cas de un sendero, el movimiento de una
paloma que recogía hilos de yerba pam el
nido.
-Qnince días después-agregó Jenkins
sin suspender el trabajo-estaba yo aquí
engolfado en el esfuerzo de tomar, según la
escuela impresionista, el chispeo vivo del
sol sobre la escama plateada de los troncos.
Tan distraido estaba, agotando contrastes
y contraponiendo manchas de eolor, que
no caía en la cuent.a que se me observaba
sino cuando oí crujir algunas hojas en la
explanada. El barón de Ohastel-Eook, su

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28

hijll J' dos amigos se acercaron á observar


el cuadro, con mil excusas. Margot hizo dos
Ó tres observaciones de gran penetración.
I_e obsequié el lienzo, y á la tarde siguien-
te me presenté en su casa á llevarlo ¿Ex.
cusará usted estas minneinsidadcs ? La
verdad es que ella es una mujer e:\:Cepcio-
nal, y es grato hablar de ella. Todos la ad-
mira,mos: el abate Croiset la admira por la
pure:\a y la ingenuidad de esa alma; Du-
lauri,~r ve en ella á la heroina de un poe-
ma;Pablo encuentra un ser exótico que
despi.erta en su imaginaciÓnno sé qué imá-
goenentl'Opicales, yo veo en ella In nitidez
de líneas, la armonía del colorido, cierta
suavidad de curvas que encuentro también
en ci lienzo de Josefina de Beallharnai¡.;
traza¡lo por Prudhon ... Cada cnal busca el
Ideal, aunque por distintos caminos.
Se inclinó á recoger un pincel caido en-
tre la. h~jarasca y se retiró un momento á
contemplar el efecto de las últimas pincela.
das: entrecerró los ojos, inclinó la cabeza
sobre el hombro izquierdo, según sn cos-
tumbre. Al cabo de unos minutos volvió al
tema:
-(¡Por qué no escribe u8ted, copiando h
realidad con algunas variantes, una novela

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1¡esurrteci&n 29

en qne figuremos Jos artistas enamorados


de esa mujer tan extraordinaria y tan sen-
cilla? •• Usted podría hacer un cuento nuc-
va, un cuento de artistas.

* **

El cielo, de un azul pálido, resplandecía


como una lámina, de metal bruñido. El sol
convidaba. á tomar un baño.
-Necesito continuar el régimen de las
duchas frias, me decía Dulauricr mientraR
caminábamos por la orilla del lago hacia la
casa de baños. Anoche dormí media hora.
Este organismo mío no es sino una red de
nervios electrizados ... Á la verdad que no
lu¡,y humildad en declararIa. ¿Recuerdas?
César les tenía miedo á los hombres pálidox
y nerviosos... Vamos-agregó burlonamen·
te micntras se enroscaba el breve mostacho
{¡, estilo de mosquetero-vamos, que no es
malo inspirarle temor á un Emperador co-
mo Augusto.
AI Ilegal' al extremo dc la avenida de
acacias que conducía á las ag-nas, divisa-
mos de h~os las torrecilla s del palacio de

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30 :JosI fir. r.ivQS Çroof

OhHBtel·Rook. La. conversación de mi ami·


go :?asó á versar sobre Max:got.
--¿Margot amará á Pablo? NUllca he po·
dido definirlo, aunque la vea complacerse
en las conversaciones del marino, en aque-
lIus escenas impregnadas de vid:¡_,de colo-
l'eHy llena-s de imágenes vibrantes. En el
fondo me parece ella uno de esos espíritus
iIl8B.ciables, siempre ansiosos de uu más
allá, de lo ignoto, del misterio. Aca-so est{t
csa alma femenina atormentada por ideal.es
místicos, ansiosa de tender las alas del es-
piri1:u por las clarida{les azules dt: horizon-
tes :lnfinitos. Re adivinado que aquella mú'
sica es escrita para ella, sólo para ella. Su
alma busca inconscientemente aquella otra
alnm que, al través del boscaje, llega á ha-
l>larle con la voz femenina de las flautas,
con el acento viril de los violoncelos. Sin
clud:t, en sus ensueños, cuando m;:ra desde
la eHcalinata con mirada semejante á la de
las esfinges del parque, ella creerá. ver
aqud descouocido, y arroba.da por las ar-
mOllías musicales, lo ima.gina quizás con la
ùermosura serena de un {lios griego, seduc·
tor eomo un príncipe de {mento árabe.

** *

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·l?~$urr~ccidn lJ1

Estábamos en el salón de lectura de la


casa de baños. Jenkins, extendido en una.
silIa mecedora, desaparecía tras un número
do El Timcs.
Dulaurier rasga,ba las hojas del último
número de Oosmópolis, reclinado en un sofá
. de mimbres. Entró de pronto Pablo, y aca·
so sin notar la prcsencia del artista, dió la
noticia de una derrota de los ing-lesGsen
Egipto. El Times se frunció COll la sacudi-
da de una mano nerviosa, y el pintor, como
leyendo para sí, replicó cou la lectura de
otra noticia,:
«Noticias de Africa.-Oltble e.~pec'¡alpara
El Times. - Una expedición francesa se en-
caminaba á las fuentes del Níger para ocu-
par el territorio. Halló la región ocupada
desde el día anterior por nuestros explora-
dores británicos, á las órdenes del coronel
1\Iackingtosh. Hubo un choque entre las
dos expediciones; los franceses han aban·
donado sus pretensiones á las fuentes del
:Níger... » Y con acento de ironía nerviosa
tarareó Jenkins la orgullosa canción de los
marinos ingleses: Rule, Britannia, rule th~
waves.
Pablo, que había tomado EllJ'ígaro, re·
plicó leyendo con acento de sarcasmo:

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.]esl)Tf. /fi)(Js grecl

«Oalcttta, .Agosto 24.-Movimientode in-


surrección en la India á causa del hanibre.
l~lgohernador se ha refugiado en el barrio
del centro. Veinte mil indígenas han pere-
cido de miseria. La insurrección en la re-
gión Ile Bombay tiene proporciones terri-

bles. Cinco mil ingleses degollados ...» Y


COll acento en que vibraban la cólera y el
sarcasmo, agregó: ¡God save the Q'lteen!
La lllano enérgica de Jenkins rasgó El
Ti'mes; Pablo arrojó lejos El FigIU'O, y los

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l{csurrecci6n 33

dos hombres, de pie, heridos, frenéticos, se


miraron cara á cara. Dnlanrier y yo llici-
mus esfuerzos por ca.lmarlos, pero todo en
vano. La electricidad p08itiva de Pablo y la
electricidad negativa de Jenkins necesita-
ban de lUl choque, una descarga.
Un hora después se habían enviado los
testigos y quedaba arreglado un duelo pa-
ra el día siguiente, al caer de la tarde, en
un sitio solitario de la floresta, frente á la
<'l'mita que habitó ,Juan ,Jacobo Uousseau .


.•. .•.

-Ya lo ves, me decía Pablo al día si-


guiente, mientras abría la cortina de la ven·
tana: el día de un duelo como este, brilla
una maÏlana tan aleg-re como cualqlliem
otra. Si esto pasara en una novela., se pin-
taría un amanecer SQm brío, con sn escena-
rio de llnvias y relámpagos, para armoni-
zar con la muerte de uno de los protagonis·
tas. A propósito: me viene ahora á la me-
l:lOria el verso de Racine en Fedra:

~ verte vengo, oh sol, la vez ~ostrerl;l..

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José )rf. i~ivas groot

y Honrió con una 80nrisa fría qllo:~no pa-


só de los labios, sin iluminar la pupila, sin
ir al fondo del alma.
Mientras él sellaba algunas cartas, eseri-
tas durante la noche, y que debían ser en-
tregadas en caso de accidente fune:;to, pre-
tendí una vez más impedir ese duelo, do-
blemente absurdo.
-1'Ú sabes, replicó: que por mi carácter
nunca vuelvo atrás en una determinación.
Los padrinos ya han preparado todo ... Los
míos son dos oficiales del Baym'do: que por
:tellSI) habían llegado ayer: los del amable
.Jenkins son el escultor Dalonx y aquel ex·
}lrín,~ipepolaco Zonawizky, qne l:nltiva á
la vez todas lal'; artes y que anda en busca
Ile €ffiocioues que llenen el hasko de su
cxÏf:rcencia.
y continuó hablando largamente sobre
el ex-príncipe pobeo y sns avent.uras, sin
llud:Lpara no verse en la necesidad de reeo-
noel:r el absurdo que entr:Lñan esos encuen-
tros de armas.
---Si esta tarde yo... quiero dedI', si no
me yes regresar de la floresta después de
la!>;3eis,haz que esta carÜt (yaqui 81£ 'Voz
se a~lan(ló por prinle1'a vez con la lIo1'dina de
t¿n~ in~en8a melanCQlía), haz que l~ llegue {¡,

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l?tsurrtcción 35

mi pobre madre ••• esa noble viejecita que


vive postrada de rodillas durante meses,
rezando por mí, mientras yo •••¿no es ver·
datl qne los hijos somos muy ingratos? ...
voy cruzanclo en mi buque los mares de
Oriente.
Á las diez llegaron los padrinos, dos ofi-
ciales macizos y fríos, que se dieron, en el
saloncito contig-uo, á limpiar y colocar en
la caja un par de pistolas. Parecían ejecu-
tar aqnello con indiferencia, examinaban
COll esmero el juego de los gatillos, ejecu-
taban su labor como si estuviesen persua-
(lidos de que cumplían un deber ineludible.
Pero cada vez que levantaban la caùeza y
so cruzaban sus miradas, con los ojos se ùe-
cían:
-¿No eS esto nn erimen?
Al galir de allí encontré á Dnlal11'ier, que
venía ùe visitar al polaco ZOfiltwizky.
-Todos estamos convencidos, me dijo,
de que esto es nn absurdo ... y todos, Sill
cm bargo, permitimos el duelo. Los padri-
nos de Jenkins desearían no prestarse al
caso, y al mismo tiempo se ven como impul-
sados por una ley ciega ... algo así como
aquel fatll11~ ùe los antiguos ... No quieren,
~Tcon todo, han convenido en que el duelQ

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36 ;:Josl)tr. 1(iYos Çrool

sea ~ muerte. Nada menos comúl1 que el


scntido común, ¿no es cierto? Por esto pre-
fierll yo pensar por mi cuenta ... llunque cI
barÚn de Ohastel-Rook me clasifique entre
«1(IE no clasificaùos».
Conversábamos todavía, perpl~ios y mal
hlllllorados, cuando vimos á un cartero qne
llegó precipitadamente y sacuùió con vigor
la ('umpanilla. El portero sacÓ la cabeza.
--Telegrama urgente para el señor Pablo
Roeroy.
]}lllaurier tomó el sobre azul y lo miró,
como si pretendiera adivinar el ,~ntenido.
--:Mira, me dijo, no 8é por qué, pero adi-
VillOque aquí viene la solución del asunto.
y subió de dos en dos los escalones.
:rablo abrió el telegrama, frunció las ce-
jas, estrujó el papel, y lleno ùe cólera dió
un golpe con el pic, que hizo temblar las
po¡eelanl1s de la cllimenca. Nos tenùió el
papel sin proferir palabra. Leímos:

-Sr, Pablo Roeroy.

El «Ba.yardo» za11Ja hoy tÍ las lJiete de la.


noche J1a1'a el bloqueo de Pekin. Ven.ga á lU
puesto de honor.
Esp .AG:NAC,
Ca.pltán del .!3aJ/arda,>

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37

Después de leer el telegrama del Capi-


tán, Pablo se dejó caer en una silla y que-
dó pensativo, perplejo. Los dos oficiales,
ad vertidos por Dulaurier, determinaron qne
era preciso marchar inmediatamente por el
tren expreso que salía á las dos de la tarde.
Tomaron un coche y sc encaminaron á la
casa de Zonawizky. Media hora después
trajeron un acta firmada por los cuatro tea-
tigos, en que se establecía que el duelo que-
daba aplazado para el día en que Pablo
volviera á pisar las playas de Francia •

•••
Llegó el final de la estación de baños: las
primeras brisas frías comenzaron á rizar
las agnas del lago y á deshojar las rosas de
Bengala. Los paseantes y las golondrinas
empezaron á. huir en bandadas; los unos ha-
da París, las otras hacia el cielo de Africa.
Las ramas tiritaban, se enrojecían. Los jar·
dines del Oasino fueron quedando abando-
nados; las callejuelas de arena, blancas y
solitarias, se iban cubriendo de hojas mar-
chitas. Los músicos guardaron sus instru-
mentos, como previendo 108 catarros, entre

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38 :Jesl}lf. ~'iv(TS <;rool

fundas de lana, entre estuches de terciope-


lo. Citándonos para elpróxilDo ee:tío, con
sonri;as en que había cierta contra'cción de
tristfza, temiendo y esperando en el futuro,
nos dispersamos á los cuatro vientos.

*
•••
Un año después, en los primeros calores
del '3stío, busqué á Dulaurier, y wmamos,
llenJs de emoción, el tren que salía pam
Enghien. Compré en la estación un libro
nuevo de Bourget, é. instalado en el coche,
empecé á cortar las hojas. Al ac:iso regis-
traba la obra, y sin saber por qué, me de-
tuve en las frases con que principia el via-
je Ú Corfú, y leí en voz alta: «¿ConvieI1e
volver á ver á la mujer amada ~7 de qui(!1l
nOi!liemos separado por algún tiempo, cuan-
do ya los años han pasado sobre. ese amor,
sobre nuestro corazón y sobre;3U belleza?
¿Oonviene abrir de nuevo el libro que leí-
mos con embriaguez en otra é1'o('a y que
lnego olvidamos á medias en lOB anaqueles
(IHla hiblioteca paterna, donde ya.ce entre
FlU forro deslustrado y con aquel título que
nos represent.'l nlgnnas de las hora.s más

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l1tsurrteoidll

deliciosas de la existencia? ¿Conviene re-


gresar, con el caudal de la experiencia, al
}laís que visitamos en la primera juventud,
el cual nos ha quedado en la memoria, como
un oasis de perfume, de luz y de ensueños?
Al amigo que me dirigiera tales preguntas,
harto sé que yo le contestaría: «jAh! que el
pasado sea el pasado ...»
-Tienes razón, dijo Dulaurier: Bourget
ha analizado con finísimo estudio el cora-
zón humano. Es la verdad: no debemos vol-
ver {, Enghien. Conservemos eSa ilusión,
guardemos intacto ese recuerdo que basta
para embalsamar toda nuestra existencia.
En nuestra época se vive demasiado apri-
sa, el espíritu se gasta en brev(', el cora·
zón envejece demasiado pronto. Un año de
nuestro tiempo es como diez, como veinte
años para los hombres de otras generacio-
nes no corroídas por esta duda, no agota-
das por la fiebre de un hastío sin nombre.
Hemos venido tarde á un mundo ya gasta-
do. Tenemos la voluntad enferma, quebran-
tada por Renan, por AnatDle France, con
sus contradicciones que desconciertan, con
su bonhomía malévola y su ateísmo oloroso
á incienso ... Un afio.., ¡cuántas cosas han
pasado en un afio por mi espíritu, y sólo

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40 :JOSt)lf. ~iYas firool

han dejado cenizas! ¿He tenido glorias ... ?


Los triunfos, los <daureles», como se dice
})OID})OSamente,sólo d~jan hastío. ¡Cómo
cnv.:jece uno por dentro hora tras hora,
aun'lue se conserve negro el cahello y la
mil'ada risueña! ¡Un afio...!
y se detuvo á recordar, con lOt!ojos lle-
nos de melancolía y fiJos, como los ùe UIl
hipllotiza{lo, en el botón de cobr'3 bruñido
con que se abría la portezuela.
--Sl, no debemos volver ... Esa, página
IDe ba deciùido. Debemos tomar d tren de

regl'eso. ¿No es vcrdad que los lihros intlu-


yen de un modo misterioso en nuestras de·
terminaciones? Somos esclavos á veces de
una frase truncada que leemos en lID libro
:tbimto al acaso ... Tiene razón Bonrget; res-
pet.::mos nuestra ilusión, tal ve:~ vamos á.
encontrar solitarios los lugares antes 'lenos
de amigos; tal vez el sol nos parecerá opa-
co, el paisaje desteñido, y es que acaso ya
llc'ç-alllos la vejez en la retina ...
y se detuvo á meditar de nuevo, no ya
en el pasado, sino en d futuro, con los ojos
llenos de melancolía, fijos siempl"3 en el bo-
tón de cobre bruñido.

** '"

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liesurre,,¡'dn 41

Dulanrier, después de hablar extensa-


mente, se hundió en Ull largo silencio, por
esas transiciones frecuentes en su tempera-
mento. De improviso el interior del vagón
se iluminó con el reflejo de los muros de la
estación, cubiertos de anuncios rojos yama-
rillos, que reverberan con el sol de estío.
-¡Enghien! ... ¡Enghien! gritaba. domi-
nando el resoplido de la locomotora., el
guarda de la estación, y aquel grito parecía.
cOIlvidarnos, infundirnos nuevo vigor, re-
cordamos con entusiasmo que ahí estaban
nuestros antiguos amigos, el mismo lago
dormido entre las orillas cubiertas de enci-
nas y coronadas de rosas.
-No deberíamos ir, dijo Dulaurier .... -
pero vamos.
Se retorcía con emoción el bigotito de
mosquctero, estaba aun más pálido y las
ventanillas de la. nariz se entreabrían y le
palpitaban nerviosamente, mientras nos
arrojábamos en un carruajo y nos intemít-
bamos por aquellas avenidas, en las cuales
un banco de piedra, un ar1>ol, nos parecían
amigos viejos y nos hablaban el lenguaje de
los recuerdos.
POl' la tarde nos internamos por el canal
que conducía á la escalera de las esfinges.

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42

Queríamos evocar, una por 'una., la~, emocio-


nes del año anterior. l,os cisnes blancos pn-
recíHn reconocernos. Los robles extendían
siemvre sus brazos en líneas horizontales
y parecíll,n indicar protección, caIma y si-
leneio .
.El castillo nos pareció desierto; pero des-
pués de algún tiempo, por una velltana en-
treahierta brota.ron algunos acorde:; del pia-
no-un trozo de Blumenthal-cuyas not:lS
!le desgranaron entre la agonía deI crepÚs-
culo.

* **

Á la tarde siguiente me dirigí con Du-


lauricr á visitar al bar6n de CbasteI-Rook.
:El crepúsculo estaba tíbio, y~J:argot se
encontraba en la explanaùa., respirando
aqud aire que emanaba de la veg'jtación.
No pude decir si aquella palidez extrema
ùe 8118 meji)las provcnía de los reHejos mo-
rados que vení¡m del OClaso.
La brisa de la tarde, que podía ser noci-
va á Margot, nos hizo entrar. Bajo la luz de
la a:~aña central volvieron {t reu:oirsc lOi;

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43

amigos del año anterior, y vi de nuevo, co-


mo la primera noche, la frente alta del aba-
te, cruzad,. por un mechoncito napoleónieo,
la t'l'cnte hucsosay fuerte del pintor, la fren-
te pálida del poeta, y reconocí cn todas las
pupilas la misma melancolía irremediable
de almas que, como 4ecía Dulaurier, consi-
deran que «juzgar la vida es mejor que ví-
virla».
Faltaba el marino, y ocupaba su lugar el
príncipe' Zonawizky.
-Este Zonawizky, me decía el baró!:\,
que se deleitaba analizando los caracteres,
-es un ser sencillamente raro; un orgullo-
so ... sin vanidades; en suma, debemos cla-
sificarlo entre <<1osno clasificados». es decir,
es de los nuestros. Se apasiona por todo, y
todo le hastía. Fluctúa eternamente entre
el entusiasmo y el tedio. En otros siglos ha-
bría sido un cruzado ó un conquistador de
América, como los que pinta con maestría
IIeredia en sus sonetos. Pero en este siglo
{leI carbón y del humo, del l'icI y del dollar,
ese hidalgo se asfixía. Gasta ~u espíritu en
los viajes, en las artes, en los libros; ba he-
cho de todo; deja el pincel para trazar un
libro sobre los proletarios polacos; suelta.
la pluma para esbozar una estatua; deja,

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44 Jos' }rf. ¡¡ivas <;root

fresta la arcilla á medio modelar, para en-


tregaJ'se con fiebre á ilt ejecución de UIl dra-
ma qlle empieza á escribir por el quinto ac-
to ... Bn salibro Hacia el Ideal se revela un
genio altiyo y mèlancólico. Creo que nunca
pubJkar{, eSRS p6,~in ••.
s ln('ol••.•
r"nÜ·" y RH-

ù!imes... En suma, un Chateaubriand fl'UR-


t1'ado,

••••
DOi! Ó tres veces por semana íbamos á vi-
sitlll' á iVlargot.
Lo:; días pasaban f'in incidentes, sin aven-
turas, pero con el interés palpitante é ínti·
mo q·.le despertaba esa sociedad de almas
sl1pm-io~·!'s.
Dh por dh\ declinaba la ¡¡alud de ht jo.
·ven. Había días de (,ntusiasmo en que la
considerábamos salvada; días de fit'bre y
desaliento, en que el barón se agitaba con
la có·.era de una fiera herida. Los médicos
estatan perplejos, hablaban de «neurosis»,
y diSlJutían en voz baja; trazaban fórmulas
eon letra irregular sobre el papel exornado
eon (,1 escudo de los antiguos barones ... ~-
hora por hora l\fargot declinaba.

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i?tsurrtcción

Una tarde fuímos á visitarIa. No había


salido á la explanada, y el Sr. de Chastel-
Rook nos condujo al saloncito azul, donde
ella tenía. sus cuadros fa.voritos, sus libros,
su piano.

Por la cara de los concurrentes compren-


dí que se estaban agotando las esperanzas.
Tendida en su larga silla, hundida la ca-
beza en los cojines de raso eolor de violeta
marchita, correctamente ataviada, Margot

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46 .7osl ftf. i~iYas groot

sonreía con sonrisa cada vez má8 suave,


más tranquila, y sus ojos se impr,egnaron
de du.lzura húmeda y enigmática. Las pu·
pilas, más obscuras aún, parecían dilltta,rse
ante las cercanas sombras de la tumba. Le
habíl1,u prohibido qUQ hablase. Me mir6, y
adivinando mi emoción, me preguntó Call
los (),jos: «¿Tiene usted temor?» Y con la,
sonri:,a agregó: «Resignación». Sentí que
la g2,rganta se me anudaba; con grande
atención me puse á observar un grabado de
Doré: como si me interesara ell extremo, y
es que temía encontrar de nuevo aquella
mirada, aquella sonrisa .••
Acaso !l-Iargot comprendió; me tenÜió las
manos con ademán de agradecimiento. ¡Oh!
esas ~nanos, casi transparentes en HU blan-
{·.Ill'a,extendidas así, como una ofrenda en
este instante supremo, en esa hora que ja-
más volvería ... yo hubiera qU,erido "besarlas
de rodillas, regarlas con mi llanto.
Ella, miró en torno, creyó leer en los Sem-
hlantes, al través de sonrisa,s fingidas, la
desesperación, el presentimiento de la muer·
te, ~r resignándose á todo, pero resuelta á
cons(tlarse y á consolarnos, profirió una so-
b palabra. de sUllrema esperanza:
-ltesurrección ..•

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1!tSllrreccidn 47

No convenía á la enferma prolongar la


escena: salí.
En el jardín los amigos conversaban en
voz baja, circulaban á pasos cortos, y cada
vez que se movía una puerta volvían la ca-
beza acechando una frase de esperanza. Me
interné por un lado solitario del parque. En
una call~juela de arena se arrastraba de la-
do, temblando, una mariposa con el ala
quebrada ... Retrocedí, encontrando no sé
qué analogías. Sin mczclarme en los gru·
llOS, crucé la explanada, y sin <larmecuen·
ta, rabioso, tronché dos ó tres tallos, como
si tuviesen parte en la desgracia que acon·
tccÍl¡,.Anduve, al acaso, entre la hierbas re·
cien segadas. De pronto retrocedí: una gua·
daña, olvidada por el segador, brillaba
odiosamente. Todo hablaba de dolor, de
agonía, de destrucción. Volví hacia la calla,
y sintiéndome cobarde para entrar, me re·
cliné sobre la balaustrada del pórtico, en el
lugar mismo donde el año anterior la ha·
bíamos visto por vez primera. El viento
precursor del invierno seguía soplando; las
últimas hojas temblaban en los árboles con
•. estremecimientos de agonía. Las esfinges,
en el crepúsculo de la estación que so en·
friaba, tenían aspecto misterioso, miraban
5

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48 :J.si )Tf. ltivas Çr•• '

á lo lejos, llenas de recogimiento, como si


vieran llegar algo irrevocable.

'" * .
Una bora después recibí un telegrama de
Pablo, en que me anunciaba de Marsella
que eEa tarde llegaría á París y seguiría in-,
mediatamente para Enghien. Aproveché el
tren que partía en aquel momento yencon-
tré á :c>abloen París, en la estaciÓn. Un
abrazo y pasamos al otro vagón. El treu
volaba de París á Enghien. Lloviznaba. Las
bocanadas del humo d(, la máquina Clorta-
ban IllS ráfagas oblícuàs de la lluvia. Por el
cristal corrían algunas lágrimas. El marino
se acordó de Jenkins,
-~;raigo dos pistolas, obsequio de Abul-
Bey... una maravilla,
LUI~gopasó á relatarme los incidtmtes de
su vi:tje.
TIÍ no crees ensueños •..Yo tampoco. Voy
{,ref(\rirt~ un sueño muy extraño que tuve
en la travesía de Suez á ~larsella: pesadi-
lla debida acaso al exceso de plantas que
para. Margot traía en mi camarote, fiores
que ~TO mismo regaba y que recargaban el

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l?~surr~cci&n 49

aire con sus pcrfnmes. Soñé que navegaba


en alta mar, sólo, en un yate que yo mismo
manejaba; un buque pintado de gris, bajo
un cielo plomizo, sobre un mal' color de ce-
niza ..• Todo aquello teiíido con las tintas
neutrales de los sueños en que sucede algo
ridículamente desgarrador, absurdamente
melancólico. Yo iba de pie, con la mano en
d timón, la mirada fija en la desolación in-
finita de las olas, y sabía por el aspecto de
là Naturaleza que iba á suceder algo dolo-
roso, algo funesto ... Sueño de curiosidad y
de agonía: deseaba ver y no ver á un ruis-
mo tiempo. De pronto, allá en alta mar, don-
l~e no podía haber anclajes, snrgieron unas
varas pintadas de rojo, de las que sirven
para. indicar algún peligro. Continué. Las
varas se movían, se agitaban silenciosa-
mente, se retorcían como brllzos llenos de
angustias. Debía evitar aquello, y sin cm·
bargo continuaba. Yo sétbía <lHe ahí estaba
aquello que ;yo quería y no debía ver (¿cómo
sabré explicarme?) y <lne había de causar-
me un dolor infinito, y sin embargo necesa-
rio. JJos brazos rojos se abrieron como dos
hileras de palruas, y pasé: al extremo se al-
zaba el peligro, un escollo, un trozo ùe ro-
ca en forma ùe altar, al cual se llegaba por

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50

una gradería cavada en la peña y resguar-


dada por dos esfinges. Los brazos seguían
retorciéndose. Oontinué avanzando. Sobre
el alt.ar yacía ... ¿ya imaginas quién ...? st..,
ella ..., muerta, con las manos cruzadas so-
bre el pecho y uua rosa pálida entre los <le-
dos rí¡;idos. La muerte, que suele poner una
máseara horrible en los semblantes, no la
había descompuesto ... Vamos, dame lID ci·
ga.rrillo y no mires de ese modo ..•
En,;ajó el cigarrillo en la pipa de espuma
de mar, t.rató de sonreir, y continuá:
--Bn uno de los escalones tallados en la
peña y mojados por la espuma, estaba sen-
tada la, :Melancolía, aquella Me]anl~olía del
cuad::-o de Durero, con SllS dos inmensas
alas de murciélago y los ~jos llenos de som-
bra.. Y al ver cómo me miraba la Melanco-
lía :sentada en la roea, comprendí que para
mí todo había acabado, que mi vida estaba
frostrada para siempre, qlle después de ha-
ber visto á aquella muerta, tendida en el
escollo, ya no babía objeto para mí en se-
guir cruzando ese mar color de c€:niza, bao
jo aquel cielo color de ·plomo. Y ]a. Melan·
eolía. me revelaba que pronto iban á empe-
zar allí todos los misterios indecibles de la
l)odreduUlbre •••

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51

«Ví á la hermosa muerta hundirse en la


nada, en la desolación definitiva, ~r me asal-
tó la frase del poeta Quinccy: «hundirsc ell

el fondo de una eternidad que no está por


venir, eternidad pasa.da é irrevocable.
«Vaya, todo eso fué un absurdo, y ahora
me río de aqu£'Ilo. Voy lleno de esperanza.
¿El médico ha dicho que bay vida para unos
meses? Yo digo más; para años. Ahora,
¿,qlliéresque expliq ue fisiológicamente aque-
lla pesadilla? Antes de dormir, leí algunas
páginas de Romeo y Julieta, la escena del
panteón, en que Romeo encuentra ¡¡, la jo-
ven veneciana tendida en el féretro. Por
aîíaùidura, dos días antes el capitán me ba-
bía mostrado una revista alemana, .,1Jar y
Tierra, con un grabado de la :Melancolíade
Durero. ¿Me explico? l\foraleja; no leer á
Shakespeare antes de dormit.»


**

El tren volaba; ya se distinguía en el ho-


rizonte la masa negra de la selva de Mont-
morency, la mancha ùe verdor fresco en
torno del lago de Enghien. El tren volaba,

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52 :J.sé)lf. 1¡¡vasçro.t

y mi ~)ensa.miento volaha aún más, adelan-


tándose á imaginar lo que habría sLcedido,
lo q IW estaría sucediendo {¡ esa hora en la
easa (leI barón. Entrccenando los ojos, veía
de nu,wo aquellas dos manos blanca¡;, trans-
parentes cas;i, y recol'da.h:t de Huevo aque-
lla palabra consoladora y triste: «Resurrec-
ción,>.
Una curva en la línea, el pitazo de la má-
quina, crnjido de frenos y cadenas, el cho-
que de los carros al pararse, perfume do
jardincs, la frescura del lago: ¡Engl:Jen!
PaÜlo tomó un manojo de fiores orienta-
les. Partimos. I.a verja lateral del parque
estaba entreabierta. 1\08 detuvimos á ob-
servar. El carruaje del médico esperaba.
--El aroma exótico de estas flo:~cshará
más que las drogas, observó Pablo. Conoz-
co cs,~ temperamento ... E~;pera: el tallo de
esta, flor se ha tronehado. Ahora Hí, conti·
n nerr,os.
Algunos grupos se paseaban silenciosa-
mente. De pronto se levantó la cortina del
vestíbulo, sacudida por una mano frenéti-
ea. Salió el Almirante:, tendió los brazos al
vacío; cubrióse el rostro, retrocedió, cerró
los IlUiíos, extendió de nuevo los bmzos ba-
cia d lago, con la expresión que debía de

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T¡tsurrtccióll 5.!?

tener cuando en la tempestad veía hundir-


se una barca sin poder salvarla; sn vestido
en b espalda se frunció con un repliegue
convulsivo y resonó un sollozo. Luego, en-
tre el estupor general, se abrieron las ven-
tanas, corrió el aire por las piezas que an-
tes se cerraban con tanto esmero... Un re-
flejo amarillo sale del cuarto azul; cirios en-
ceIlllidos. ¡Es posible...! ¡Tau pronto ...! Y
en meùio de un silencio más profundo, dis-
tinto de otros silencios, la palabra terIÍble
corre á media voz de boca en boca. ¡Muer-
ta ...! ¡ll!uerta!

***

Paùlo, clavado en el sitio, no quería, no


podía comprender aqnella palabra. Apretó
los puños colérico, como rechazando una
mentira, nna afrenta. Lanzó en torno una
miraùa de asesino. Después, su cólera ~.
dió ante la férrea voluntad, como el tigre
ante la varilla del domaùor. Se d~jó caer en
un banco del parque y se apretó las sienes,
como si temiese que estallaran.
Subí. El abate Croiset, puesto el roquete

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:;osl }If. 1ti~asÇrool

blanc,), extendía los brazos, trazaba con


lentitud una bendición en el aire, sonora-
menJ;i:pronunciaba las preees latinas y con
su c3helta figura y con su fisonomía inspi-
rada, parccía" ante la dulce muerta, al re-
ftlo'jo amarillo de los cirios, un sacel-dote de
la igl4~siaprimitiva orando ante nnn virgen
de las catacumbas. El cOlltralmirante, de
rodillas en la alfombra, en los transportes
de su naturaleza efusiva besaba los pies,
besaba las manos, besaba los cabellos de sn
hija, y en medio de un sollozo intermina-
ble, que á veces apagaba el rumor caden-
cioso de las oraciones, luchando COllla rea-
lidad, mintiéndose á sí mismo, le I'ogaba á
la mv.erta que no se muriese, que no le aban-
dona3e á él, pobre vi~io solitario, cansado
de la vida.

.
aire ....
,
--¡No ha muerto-decía,-aire .... luz ....

.Y él mismo, levantando en sus brazos vi-


goroHos la silla de Margot, la sac6 á la ex-
plan:wa é interrogó al abate Croiset con 108
ojos.
--«No ha muerto, duelme»-dijo el sa·
cerdote con la frase del Evangelio.
IJa tierra se ennegreció, se redujo; creci6
e11h-mamento, brillaron las estrellas, sur-

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55

gió el infinito. La luna brilló en el horizon-


te; por su delgadez semejaba un anillo roto.
Noche de majestad triste, noche de trans-
parencias azules; profundidades, soledu,ll,
calma; caía sobre el mundo la paz de las es-
trellas; subían hacia los astros los aromas
soñolientos de las rosas que una á una se
desgajaban en silencio sobre las ondas.
Pablo permaneció mudo en el banco de
piedra, con la frente entre las manos. Allá
en el fondo del canal, tras las enredaderas,
resonó un sollozo y me acordé del jorobado.

•**

Una hora después el jardín del casino


empezó á iluminarse; en los árboles brilla-
ron los farolillos, que ya no alumbraban si-
no ramas escuetas ó follajes con hojas me-
dio secas, color de naranja 'j- de vino tinto.
De cuando en cuando un soplo precursor
del invierno hacía bambolear las linternas,
y las hojas muertas, temblando, se despren-
dían, revoloteaban fantásticamente en tor-
no de las luminarias, como enjambres de
mariposas moradas ó amarillas, y luego,

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56 :1.sl)lf. 1!ivas Çr.of

dis:;lersándose, huían á la Rombra, caían en


el agua. Soledad, silencio. De pronto, en
m/~diodel silencio y de la soledarl, bajo la
lmz de la bóveda cuajada de estrellas, en-
tre el revoloteo de las hojas marehitas, en-
tre el aroma de las últimas rosas de otoño,
em)ezaron á tenùer el ala, á dilatarse sobre
el (~spejodellag'O 108 acorùes de la orques-
ta :;olitaria; los violines lanzaban RUS lar-
go~ gemidos, cantaban las ftautRs con sus
voces femeninas, los violonCE-loshacían vi-
bJ'3T sus notas graves; y aquellas melodías,
ya lentas, ya rápidas, sumadas por la dis-
tancia en una armonía solemne, se desliza-
ban sobre el agna, se mecían eL la brisa,
llegaban basta la cámara mortuoria, como
la .}leada {le un cant-o il la. ve:r.profano y re-
ligioso que refería toda una historia; sinfo-
nÚl,en la cual vibraban notas de serenata
morisca, palpitaban compases de fiestas
pe:'didas en el pasado irrevocable, flotaban
ecos de alegrías olvidadas, e~tallaban ende-
chas de amor, himnos de pasión; y luego,
en un cambio de tonos, cantos ele despedi-
da, voces de almas que se dan lOBsupremos
adioses, y tras silencios súbitos, tras pau-
sa;, de horror, surgían los acordes fúnebres,
ondulaba.n entre las sombras arpegios en

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Resurrecci6n 57

que cada Dota llevaba la llUmedad de una


lág-l'ima, gemidos de desesperación, ruegos,
gritos, sorùas impl'eeacioIlcs, n'lfagas dc mi-
serc]·e, solemnes de profundis, frases musi-
cales de infinita agonía, todo el dolor huma-
no, todo et diálogo tremendo del Hombre
con la Muerte.
La hermosa muerta, colocada ante la es-
calinata, reclinada en los almohadones, ba-
jos los párpados, entreabiertos los labios,
agitados suavemente los cabcnos por la
brisa del lago, parecía asociarse á aquena.
fiesta, y como sumergida en letargo doloro-
so y dulce, parecía aspirar en su sueño los
aromas del otoño que se moría, escuchar
eon ternura los acordes de la orquesta que
sollozaba, sumergirse con languidez augus-
ta en la paz ùe aquella noche lúgubre cuu-
jada de constelaciones.
y en tanto las esfinges, baîiadas suave-
mente por la luz de la luna, velaban elsue-
iío rleI cadáver, y parecían nenas de reco-
gimiento, vuelta la cara de piedra hacia 108
astros, como si supieran la palabra del
cnigmlt •

:lo
•• •

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Lo!'> amigos se fueron alejando de la ce-
caliuata, conversaùan en el jardín cn gru-
pos separados. A la media noehe sólo quc-
dabm junto á Margot el barón y el abate.
Entonces Pablo salió de su inacción, se
lCYRnt.ó del banco de piedra, subià á la ex-
planada y se cru7.ó de bmzofl ante la muer-
ta. ¿Soñaba ...? Recordó el sueño de la tra-
vesia, y el sueño y la realidad, se eonfun-
diel'on en su mente ...
:5e dijo en voz baja la t'rase de Sakespea-
re: «los gusanos del sepulcro ser2,n tus ca-
mareros». Se le presentaron los horrores
de la tumba, todos 108 espectá.culos que son
abominables, los indeeibles secr€:tos de la
poè.redum bre.
Comprendió todo lo que bay de salvaje
en la naturaleza, en la destrucción. de aque-
lla obra sublime; sintió el vandalismo infa-
me de la muerte, que asi rompía esa mara-
viLa de vida y de arte. J?rotestó contra to-
daI; las fuer7.as obscuras que le aIrebataban
eSt objeto de terl'lura y de belleza. Por pri-
mera vez maldijo de las leyes naturales; to-
da::; sus ideas Se dislocaron, y en su cólera,
en su desconcierto, quiso bU8car, quiso in-
ventar una ley más alta, una lc~' más fuer-
te, que anonadara esas leyes de insensatez

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... y SefU\LÓ eL CRUCIfIJO

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60 :J cs, }1. Rivas qroD I

destructora y ciega ... El abate, que lo ob-


servaba en silencio, ext~ndió la:~manos y
81~iialóel Crucifijo. Los ojos de Pablo por
uu instante se detuvieron 1m Lt crnz de
marfil ... De nuevo sus pnpilas se clavaron
(\11 la muerta, miró aquel cadáveJ:, lo envol-
vió todo en una contemplación tenaz, de in·
tensidad infinita, como si fnera la vez últi-
ma y quisiera fijar para siempre (;'80 rocner-
do, y luego, con una eontracción de ironía
en la boca, arrancándose de allí, ,sin volver
la caùeza, sin oil', sin un gemido, bajó con
paso fuerte la eSCalilltLta,dió impulso á los
remos, desapareció.
En un grupo del jardín hubo un movi-
miento de sorpresa, Ile miedo; y entre el
murmullo de un comentario fatídico resonó
esta palabra: «Suicidio,>.

***

El artista me convid6 nn IMS después ¡\


su I\E;tudioen Inglaterra.
l:ra un macizo castiJo del tiempo del re,y
Eduardo II, según la inscripción del portal,
donde, entre el musgo de h~piedra, sc admi-

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l{uurucción 61

raba una cabeza de ciervo con la cifra


1.326. En torno se extendía el parque de
olmos que cruzaùan las ramas sobre un
brazo del Támesis, cuya agua sinuosa co-
piaba las orillas salpicadas de botones de
oro. En el arco de la escalera, que condu·'
da al tOlTeóncentral, el artista excéntrico
había trazado con el pincel esta leyenda
que había encontrado en el claustro de un
convento de Rávena:

o magna soJitudo!
O ~()la magnltudoJ

El grande artista, que lejos del taller


permanecía callado, volvía á prodigarse en
ingeniosas conversaciones íntimas una vez
que se hallaba de nuevo en su atmósfera,
acariciado y estimulado por el aroma de su
té y por el olor de los barnices y de los pin-
celes. Y así hundido en el diván, circunda·
(lo de sus revistas, rodeado por todos lo••
esbozos á medio manchar, en que é.lveía de
Sil :lIma mU(Jho más que en sus cuadros de-
finitivos, su espíritu se espa.ciuba al sentir·
se envuelto por esa media luz en que repo-
saban las pupilas fatigadas, mientras se en·

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:lost}rf. i~jvas Çrool

treabrían sus ensueños ':lomoextrañ::ts tlores


de erepúsculo.
y en tanto que el pintor me hablaba, se
complacía en ext.ender ~' reuniIi y è,e nuevo
ama~,ar con la espátula el blanco de plata
sobr'~ ht paleta.
-·¿Va usted á pinta,r?
-·No: es que todo artista experimenta
una sensación grata, indefinible, pero po·
der'osa é inspiradora, :1un en los momentos
de è,escanso, en jugaJ~ con el color fluido,
en probar la elasticid:t~l de la espátula, en
aspirar el olor de los :teeites, en palpar el
tejido del lienzo donde va á trazar lineas y
á evocar sus ensneñ03. Usted sabe que Mi·
guel Angel, ciego en sus últimos años, ex-
l)erimentaba cierta ternura al toca,r eon las
manos temblorosas ka mármoles del Vati-
ca,ILO.
--LOB artistas-agrcgó-ya no somos
apÓstoles, sino mercLderes. Se busca. el éxi-
to, nos mezclamos ~, la. lucha, l:lortejamos
eon afán al público, tememos á la prensa y
pensamos en el vaIo:: del lienzo que exhi-
lJi::nosmás que en el valor de la idea que ex-
pünemos. Aquí, en (:stc retiro, quiero reco-
g€:rme,puedo pintaI para mí soJo, pard- mi
}ll'opia conciencia... ¿Qué me importa la

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63

prensa? Ya usted habrá visto lo que de mí


han dicho pintándome como Hamlet, senta-
do al borde de las tumbas recien excavadas
con Ull cráneo en la mano•

•••

Digno discípnlo de Dante-Gabriel Ros-


setti, reunía en sns estudios la tendencia al
simbolismo y la reproducción de la verdad.
La maûa.na siguiente, mientras tomábamos
el té en el saloncito, enseMme Jcnkins lo
que él llamaba «su album de Enghien». La
primera mitad estaba llena de estudios so-
bre Margot: retratos de pernI, retratos de
fl'ente, de tres cuartos; trazos en que reve-
laba, página por página, una actitud, la in-
clinación aristocrática de la cabeza, la línea
divina. de la frente, el movimiento noble de
una mano, el óvalo de la barba, la ondula-
ción de aquel perfil hecho de un solo trazo
é inconcluso, como si un temor reverencial
hubiera detenido la mano. En la.última pá-
giU8 había una calavera, simplificación de
todos los estudios precedentes.
Iniciado ya en las intimidades del taller,
a

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64·

extendí la mano hacia otro álbum que en


la po:rtada tenía con lá)iz una fecha poste-
rior r este título: Nat'u:~l~'morte. Estaba Ile·
no dn estudios de la «morgue», manchas de
anfitf~atro y notas de cl:menterio; cadáveres
en todos los grados de descomposiciÓn: ea-
ras amarillas, moradaE, verdosas; vísceras
con reflejos viscoso;;, rl)jos y nzules; cabe-
llera;, de mujer sólo adheridas á la. piel del
crán,eo; calaveras con los o.io~huero:>;suda-
rios 'que por la direcci6n de los pliegnes lar·
gas :revelaban esqueletos medio di:>locados;
gusll.nos, tablas de at:llld:, coronaH marchi·
tas, musgos que bl'otall en las tumbas olvi-
dadas ...
Después de unas tazas de té y de un va-
so de grogg, el artist¡¡, me invitó á que 1)1\-
aMa.mos al taller de pintura. Tocó lm botón,
y la sala contigua se iluminó profmmmente.
Las a.rmaduras de acero para caballos é in-
fames quebraban la J.uzeléctrica y la de-
volvían en relámpagos. Para el estudio de
tra:,es había en los muros y sobre los diva-
néS trozos de tela, Hedas, terciopelos, que
resplandecían con tonos diversos. En inedio
estaba el caballete, eon un lier.zo apenas
bm;quejado.
-Por los dos últimos cuadros que he He·

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R.~surrtccidn

vado á la National Gallery, un crítico del


Graphic me llama «el pintor de la muer-
te» ... Es la vcrdad. Mi inspiración, desde
a.quel día fnnesto, s610 flota alrededor de
las tumbas corno mariposl1 de cementerio.
Descorrió una cortina y me señaló su
cuadro llamado El Rapto: era un canal si-
nuoso, qne reflejaba melancólicamente el
c3Jaje de una anrora de atollo, aurora con
toùa la palidez mortecina de nn crepÚsculo.
Todo aquello tratado con tintas frías, en
pna Inz crepllscular interpretad~\ con fulgo-
res grises y 80m bras violáceas. Ba mitad
del canal una barcaza, sobre la cnul, como
un féretro cubierto de paños morados que
caían hasta el agua, iba una joven muerta,
entre manojos de rosas tan pálidas como
ellas. De pic en la popa, rigiendo el timón,
envuelta en un manto negro y llena de tris-
teza á pesar de la sonrisa de las encías des-
carnadas, se erguía la Muerte, que empren-
día el vinje' á una región desconocida.
El pintor me dijo:
-Vendrá una íùtima primavera, y en
sn última aurora se abrirá una rosa tardía,
la cual morirá en el último ocaso del otoño
postrero. Y tras de ese ocaso venùriÍ la no-
che sin aurora, la. sombra definitiva, entre

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61i :1osl)rf. T¡iyers Çfrool

la er,alla tierra sin ri03, sin vegetación, sin


atmÓsfera" girará sin ruido por el (~spacio
solitario. ¿Será esto aHí por todos los si·
glos'? .. ¡Horror! ... El instinto humano dice
que no; tras esa noche, tras ese invierno,
voh'erá la a.urora, reftoreeerá nna lwimavc-
ra perpétua.; resucitará la carne, ~. volvere-
mos á vagar por estol; parques, lí. vcr las
caras amigas, todo hermoseado 1)('1' una luz
sagrada ••. Ah! si así no fuese, si yo no lo
cre~Tera... mire usted ... el in vierr.o pasado
tuv,e unos instantes de duda, creí sólo en la
nada definitiva ... y ex.teIH1í la mano bacia
aquella. cuchilht para cortarme la yugular •..
¿Otro vaso ùe grogg?
}jn el centro de una panoplia colgada al
muro, una daga damasquina de pUllO pri-
morosamente cincelada lanzaba reflejos azu-
le~. Tarde ya, nos separamos, y pasé á mi
aposento. Al amanecer me despertó un gol-
pt) sobre el entablado del cuarto vecino, y
rui,los de pasos y dtl voces. Cu:mdo entré
al Balón de mi amigo, lo vi sentado en el
diván, un poco pálido: la panoplia estaba
pOI' tierra; el criado tenía la daga ùamas-
qU:Lna que le había arrebatado á su amo ..
.- Excllse usted (me dijo el pintor, mien-
tra8 fijaba. en roi con ing:enuidaù trilSte sus

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¡¡~surrtcci6n 67

ojos de acero) ... Volvió aquella hora de du-


da, de miedo, de spleen •.• Le prometo :i us-
ted que no suceder{Lesto de nuevo, Dios
mediante. Le obsequio á usted esta daga....

** *

El invierno siguiente recibí una esquela


del aùate OroiSI~t: en nombre del ContraI·
mirante me invitaba á la apertura de la ea·
pilla re cien construida en Chastel-Rook,
donde ya reposaba )fargot. 'ramé el tren.
Con la frent-e apoyada contra el cristal ùe
la ventanilla, por la cual se deslizaban los
copos ùe nieve, observaba distraidamente
aquella comarca desolada. Silencio, triste-
za, duelo ... Todo era ùlanco en la llanura,
á excepción de algunas chimeneas, que de
trecho en trecho humeaban, y de algunos
esqueletos de árboles negros. Llegué á la
llora del ocaso. Los otros invitados, después
de la céremonia, se habían retirado. En la
sala principal, en torno de la chimenea, ha-
bía cuatro ó cinco personas. Una frente al-
ta, cruzada por nn mechoncito napoleónico¡
otra frente de líneas e,uérgicas, circundada

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68 Jos' jf1. J:¡vas groot

por cabellos de oro; en seguida otra frente


de líneas nerviosas sombreadus por rizos
SUaYfS: reconozco á los antiguos aloigos, :'í,
la luz discreta que caía del techo. Surgen
Juego en In, penumbra l:ts pupilas, y vuelvo
á ohservar en enns, como tres año::; nntc!",
la melancolía de almas que han encontrado
el lJlI\TlÙOinferior al pensamiento. 'roùos
mudos, con los ojos fijos en la llam:)" como
8i les interesase en extremo el chisporro-
teo del tronco de encina. U,einaba el silen-
do, el cansancio q ne signe á las grandes
emociones tristes. El b1l'ón, con UIl esfuer-
zo, ¡;.alióde su abstracción, quiso ser cortés,
me hizo tomar una taza. de té hirviendo; pa-
ra cortar el silencio 11a'))'6 forzadamente de
cosas pueriles. Luego yolvió á caer en su
abatimiento, y todos de nuevo s'3guimos
con atención el chisporroteo de la llama.
Aqtlt·l anciano en conjunto no había enve-
jecido: siempre afeitado, limpio, eorreeto;
pero sn mirada era atm,: tenía los (~os hun-
dido>, las pupilas cansadas.
--Es un valiente (me dijo el abE,te al oi-
do): llÎ ulla lágrima du:~ante la cen:monia.
y seguimos observ:ndo la llama. 'l'odos
los pensamientos establn lejos de allí, fijos
en la muerta.

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~tsurrecci4n 69

De cuando en cuando, maquinalmente,


volvíamos la cabeza hacia la puerta lateral,
c.omo si creyéramos que ella de un momen-
to á otro habría de apartar la cortina yapa-
recer con su antigua sonrisa misteriosa .
.El Almirante salió por la. puerta. que da-
ba.al vestíbulo. El abate me invitó á seguir-
le, pues no quería dejar solo al pobre pa-
dre, que sin duda iba. á rezar sobre la.
tumba.
La capilla, hecha bajo la dirección de Zo-
nawizky, se alzaba al frente del castillo, en
el sitio de la antigua explanada. Silencio-
samente giraron las hojas de h, puerta, y
entramos en el santuario. Poco á poco se
fué demarcando la forma interior del edifi-
sio, y empezamos á entrever el color mora-
do de los muros, un morado de manto de
Arzobispo. Aclárase lentamente la penum-
bra y se distingue, como al través de una
niebla azulina, que el edificio es todo de un
jaspe violáceo, cruzado de la base á la ci-
ma por mosáicos que remedando rosales de
l~engala, ostentan en rica labor de incrus-
taciones rosas de mármol blanco. En el
fondo se alza una gradería guardada en la.
parte superior por dos esfinges llenas de re-
cogimiento, que tienen la una un niño en-

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70 :losi)lr. ~'ivasÇrool

tre 10;3 brazos, la. otra nna calavera bajo la


garra de piedra. Reconozco la «escalera de
las esfinges». En el terrado superior repo·
sa, á ]a sombra del altar, una urna de mar·
mol color lila, sobre la (mal una M l'eSlllan-
decc :í la luz de la lamparilla en que la lla-
ma tiembla incesantemente como r~na ma-
ripos~.,berida. El silenc:~oes tan profundo
que á intérvalos se oY€el chisporroteo de
la llama. No hay puerta lateral ni. venta-
nas. J,a capilla está únicamente iluminad:,
por la luz, que al travéB de vidriems color
lila, cac de la cúpula sobre el altar, y for-
mando un crepúsculo yiol{\ceo, como una
claridad ultraterr ••na, baña por endma el
dorso de las esfinges, ilumina la pupila de
IliedI'lL,flota como niebla nzulina sobre la.
mna, se desliza por el :;)l~destal,desciende
calladamente las escalinatas Y, apagándose
por gmdos en un crepú:,eulo misterioso, va
{\extinguirse Y á formar una sombra mora-
da en los muros de jaspe Y en los rincones
del santuario.
El ':)arónse arrodilló, puso la frente con·
tra el marmol, y creyéllpose solo, p:~ineipió
~ lw.blar en voz baja, (lomo si conversase
con )ta.rgot: era una. conversación dl~ternu-
ras, èle reproches, pnedl y desgaITadora.

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71

Entonces estalló todo cI randal dc las lá-


grimas qne se había bebido. El abate se
accrcó en silencio, sc arrodilló al lado, ro-
deó con el brazo aqnel cuerpo estremccido
por los sollozos. El almirante, sacudido
sícmpre por aquel dolor interminable, como
un lliílo reclinó la cabeza en el hombro del
sacerdote. Este murmuró al oido la última
palabra de Margot: ReSUr1"ección. AI través
ùe las lágrimas brilló vagamente una son-
risa, una luz consoladora. Así, postmdo an-
te la tumba, entre las dos esfinget.~, aquel
anciano parecía el símbolo del Dolor huma-
no sostcnido por una suprema esperanza.

• * oil

A la tarùe siguicnte regresamos á París.


Dulaurier iba entregado {L sus meditaciones,
llUndido en los cojines del vagón y con los
ojos fijos, como hipnotizados, en el botón de
metal bruílido. Debió de recordar, por ese
detalle insignificante, lo que haùlamos dos
años ant~s.
-Sí... mejor hubiera sido no volver á En-
ghien. ¿Recuerdas qne aquí leímos una pá-

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72 :JosI}tf. !ti.as Çroo!

gina de Bourget? El libro DOS elecíll,que de·


bíamos conserva,r nue8tra ilusión, sin pre-
tender llegar al final de aquel ensueño. Es
conveniente seguir esa;~inspiraciones súbi-
tas de un libro abierto al acaso. Hicimos lo
eontrario, y ya lo ves... ¡cuánto hemos su-
frido! Abusamos de la realidad ... y la vida
se nos presentó tal com) es, no tal eOIllode-
bía ser según nuestros ensueños. Ya cami·
namos como peregrino:! que nada buscan,
qne Ilada esperan al fin del viaje, que aele·
lantan su camino sin objeto y vudven de
cuando en cuando la {,abeza hacif\ el país
de qne se alejan ..•
D~jó de vagar los ojos por la campiña so-
litaria, y deslumbrado hcaso por elresplan-
dor de la nieve, entrecerró los pMpados;
por lln instante volvió á hnndirse l~nel si·
lencio. ~
--Si en mí rein:ua l:t fe... si yo creyera
que algún día y en alguna región volvería.
Ú ver:,a, pero á verla tal como era, real é
ideal {L UIlmismo tiempo ...! ¡Ah, si el abate
Croi5,~tcon su eloeueneia llegara á persna-
rlirme de esto, si me infundiera aquella es·
peranza ...?
y tan vehement~ fué aquella frase incon-
clusa, de tan hondo al'J'ancó ese delleo, que

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Resurrecci6n 73

al través de los ojos entrecerrados brotó


una lágrima que tembló por un instante en
las pestaîías. l'ara ocultar su emoción se
volvió á contemplar el paisaje y pegó la.
frente contra la. vidriera.
-Este anhelo de fe, este deseo de espe-
ranza, como dos alas rotas, nos pesan en los
hombros; son alas qne se desangran y dne-
len, pero que no sirven para alzar el vuelo ..•
-Sí-dijo Zonawizky envolviéndose pe-
rezosamente en su manta de grandes cua-
dros grises;-al final de este siglo de du-
das, en la, aurora del siglo XX, hora cre-
puscular en que las almas van á tientas, se
necesit,a, un espíritu superior, un genio,
otro Chateaubriand, que lance de nuevo un
grito de combate contra el eseepticísmo. un
g-rito de fe y de amor, un grito de resurrec-
eión, y que en medio de la filosofía raciona-
lista, y de la literatura brutal, conmueva {t
las mncbe(hun bres con voz profética, y por
el camino del arte l~s conduzca á los pies
de Jesucristo.
«Entre esta zozobra y esta duda-como
lo nota, Coppée en el libro que ha tenido el
valor de lanzar ante nuestro público pari-
siense-Ios suicidios se aumentan y el bo-
l'l'or de vivir se hace cada día más patente

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74 :; OSt )rf, Tèivas Çroo I

en nuestras ~oci~dades ('fiycjeciùas, que


adelantan en medio de convnlsiones.,.»
Vclvió á contemplar aquel paisaje árido,
que parecía obligamos á las meditaciones
tristes.
--,o'\. propósi to de s Illcillio ... ¿d.5nde se
arrojaría Pablo? 1\0 fll(; {'Il el Sena ni en el
lago, pues quince día!! eRtuve yendo á la
Morgue fi. reconocer los cadáveres ... ¿En la
floresta de Montmoron(::y? N' o lo cr(~o:estos
marinos siempre buscan la muerte (:ntre las
onda!;. Ácaso tomó un tnm y se flrrojó al
mar para dormir en aq'Jcl fondo desconoci·
do, Hltre la soledad verdosa de las olas y la
sombra de selvas de corales.
Sonó el pito del tren, vibró la campana
de la máquina, se bamboleÓ entre la bruma
en un clamoreo que ar[)oui:za ba COllel pai·
Ruje frío y con nu(:-stras eonversaciünos mc·
lancÓ:.icas; y un instan';e ¿,espnés Nltrába·
mos en la estación, nOli huudíam08 CIl esa
maren de luz, de ruído, en ese París que,
en medio de carcajada:;, parece ignorar el
dolor y la muerte .


'" '"

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l?esurreccidn 75

El invierno lIeg'llba á su fin cnando reci-


bí una tarjeta con dos líneas trazadas por
Jenkins en su letra, de rasgos precisos:
«Amigo mío: Estoy Cil París. Deseo que
vea otro cuaÜro de Ell pintO)" de la j[uerte:o.
Me recibió con nn vigoroso apretóu de
manos, y me ofreció al punto una taza de
ponche. Mientras la, llama azul oscilaba sua-
vemente y calentaba la ponchera, el pintor
se sentó y dió curso á sus ideas:
-El artista es inferior y es superior á la.
Naturaleza. Es inferior, porque la Natura-
leza es más rica en líneas y colores, tiene
una luz que no se encuentra en ninguna pa-
leta, cierta delicadeza de líneas y tal am-
plitud de proporciones, que no poliremos
nunca poner en nn lienzo; ella posee lo in-
finitamente pequeño y lo infinitamente gran-
de, tiene el insecto y el oceano, la belleza
de la tIor y la sublimidad del firmamento.
Además, ella á un tiempo impresiona va-
rios sentidos y produee sensaciones mixtas
que no podemos defiuir con el piucel ni con
la nota. Loco esta,ría el artista que preten-
diera medirse con la Naturaleza.
Ca.lló y se acercó á avivar h~ llama azul
de la ponchera.
-Permítame usted ..., se está acabando

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7'1 :7os1 pr. lfivas qrool

el alcohol y esto aún no está hirviendo ...


])feÍamos que el artis':::. es inferior á la Na.·
turllleza ... y superior Li mismo tiempo. Hay
en el alma imág'enes que no están en el
mundo que nos rodea. El11intor debe tras-
ladar al lienzo cHas cooceJleiones del espí-
ritu, Hay un phlCer doloroso en esa crea-
ción del artista: por decirlo así, co~,ecbamo,"
entr,e espinas. Ih llomdo, he sufrido al tra-
:mr esos cuadros que :ne han ganado el tí-
tulo de Pintor de la lthw1'te! pero :;>01' nada
renunciaré yo á esa dbh:l dcsgarradora.
Zünawisky y Dnlalllier Ilegar'oll; confian-
zudamente arrastraron dOHsillones hacia €I
fue~~o.
El pintor puso nuevo alcohol ell la pon-
Chel'H, y su rostro se r{:a.nimó con :Ia llama
azul [lue se retorcía larniéndole las manos.
-'El dia está hermog() y fria como la glo-
ria póstuma. Acepte usted esta taza de
ponche ... ¿No lo nota llsted muy perfuma-
do? Está hecho por una receta qne aprendí
en Moscow, el país chisico del frío ... ¿No
les fatigo á ustedes COI] mis teorías? Como
decía: bay una amargura dulcísima en el es-
fuer:~() artístico, particularmente cuando se
llena la. misión de perpetua.r nuestras emo-
donc8, nuestros recuel'dos. lie aquí otra

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~~$urrecc"ón 77

superioridad del pintor: la Naturaleza des-


truye; el pintor conserv~t, resucita, inmor-
taliza al ser amaùo... Estc anhelo tenaz, cs-
te dcseo loco do la rcsurrección, lo realiza
en parte el artista ... .Ahora, ¿desea, usted
ver cómo he resucitado á Margot, cómo es-
pero contemplarIa a.}gúndía al cabo de los
siglos, cuando renazcan las rosas y azuce-
nas ne la carne en esa. gloriosa primavera?
-Menos teorías y más cuadros, queri-
do Jenkins-dijo Zonawizky-veamos el
lienzo.
El pint()I' corrió una. cortina, y apareció
el cuadro: en la parte baja del lienzo se
veían pedazos de sudarios sobre loI'¡cuales
hervían masas de gusanos; huesos en des-
orden, con adherencias de nervios; calave-
ras que por las cuencas dejaban destilar go-
tas de lodo; jirones de mortajas entre frag-
mentos de ataudes; ceniza, tierra, sombra,
podredumhre. De entre esa masa de horro-
res se a.lzaban lirios que purificaban el lodo,
y luego una escalinata de jaspe, más y más
resplandeciente á medida que las gradas to-
caban á la altura; por la escala subían y ba-
jaban, deslizando sin ruido los pies desnu-
dos, unos ángeles que sonreían tristemen-
te, como enfermo de misterio y de belleza.

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78 :Jou)lf. .~;VŒIqroof

I~n ]a grada superior, donde triunfaban to-


das hs tintas suavemente ~lumino8as, res-
p]andecía Margot, real é ideal, con la glo-
ria de sus líneas inmortale$ bañadas por la
apoteosis de un azul pÚlido de ultratumba.
Y ale, en las claridade'3 de esa luz ultrate-
rrestre, ella, la adorada, sonreía Cl\;3tamen-
te, irradiaba como el :'límbolo de la vida
eterna.mente joven, inmarcesiblemente her-
mosa ..
--Escriba usted, mi amado poet[., me di-
jo apoyándose en mi hombro, Ull himno á la
resurrección de la materia, un canto á la
bellm~ade la carne purificada por la muer-
te y glorificada en el día.postrero .

•••

Dll.rante los cuatro meses de invierno los


antiguos amigos de ]:n¡~hien nos (iábamos
cita en el salón de la ERcuela de Bellas Ár-
tes, para escuchar las conferencia~. de Tai-
ne, q llC formando una mancha de contras-
te, (lHstacaba BU levita sobre el muro circu-
lar donde resplandecíal1loB personajes sun-
tuosos del fresco de Pablo Delaroche. AI

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!ttsurrtcci6" 79

concluir el estudio sobre los ·Or·¡genes de.


Francia, al disiparse el timbre monótono
del maestro, Zonllwi",ky n08 invitaùa á su
casa, y allí, alIado del fuego, mientras Blu-
menthal se absorbía en alguna souat:1, de-
jábamos correr las boras conversando del
arte, del amor y de la muerte.
Gozábase una. delicia extraña dialog:llldo
en aquel salón-museo, entre los muebles
añejos y las sederías de antaño, en compa-
ñía de los lienzos de Rembrandt, de l<"'ralls
Halz y de Velázquez, bajo la. mirada de
a.quellas cabezas que, resumiendo la fisono-
mía definitiva ·de otros siglos, los caracté-
res escnciales, fijaban cn nosotros sus pu-
pilas con misteriosa intensidad de expre-
sión y de vida.

** *

Durante varios díns Dulaurier fué á vi-


sitar al abate Croisct. ¿De qué bablaban'?
Cuando el poeta venía á buscarme parecía
ya menos agitado. Cierta tarde, mientras
mirábamos el ocaso en el bosque de Bolo-
ña, y cuando el poeta parecía más distraí-
7

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80

do por la. forma de un:), nube que l'emedaba.


un ~runque negro, sobre el cual racía una
espf~da.roja,
--Esa muerta-me dijo-lla e}ercido en
nuentros ánimos una extrema influencia.
Ella, qne viviendo nos habría .dividido,
muerta ya nos une de un modo DI isterioso.
Signe inB.uyendo en nnostra vida, en nues-
tras ideas, en nuestros más hondos sonti-
mientos. Al hundirse en 10desconocido, en
el infinito, ha atraído llacia ella nU'E\Btrasal-
mas:. y al querer seguiria, hemos vuelto la
minl,da á las alturas: lnmdimos la monte cn
esos misterios del maiiana, extendemos las
manos para llama.rla. y qu.~remos t'~ner alas
para seguirIa en esa re gión <le inmortalidad
l5ere:lla •••

•••
••

Algunas somanas pasaron, y una maña-


na de Mayo subió un '~ltrtero y me entregó
dos paquetes: el uno era el poem:í\,de Du-
laur:~er-Resut"f'ectü>-y' el otro In Revista
Oosmopolita, fundada bajo la inspiración del
prín,eipe Zonawizky. Encontré !allí,marcado

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l(esurrlcci6n 81

al margen con lapiz rojo, un artículo del


mismo príncipe. Pasé la vista por algunos
trozos:
»Han acontecido en l,'rancia tantas cosas
en estos quince días, que los sucesos de la
semana anterior nos parece que ya pertene-
cen á un pasado remoto. Sin embargo, hay
un acontecimiento que dura y durará por
mucho tiempo en nuestro espíritu y en la
memoria de nuestros lectores. Hablamos ùe
la aparición del poema de Dulaurier.
»Hermosamen te editado por la casa Cons-
tantin Fréres, y con ilustraciones de Mili!·
za y de Daloux, acaba dû aparecer en las
vidrieras ele las librerías. el po\~ma Reslt 4

rrectio ...
»No diremos que el poema ha tenido
buen éxito: preciso es decir algo má.s:ha si·
do un triunfo. Cuando la tierra vuelve Ii en-
galanarM, cuando resucitan la luz y la vi-
da en nuestros campos, se presenta ese
hermoso libro como un síntoma consolador,
y nos llabla también de la resurrección en
los espíritus, y palabras fIe amor, de inmol'-
tali(hul, J'esncnan en esas estrofas triunfa-
les. Sí: Francia, nnestra Francia, fatigada
más bien que envE'jecida, indolente, pero
no atea, necesitaba acentos como esos, que

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82 Jost )tf. ~'ivas ç,oo'

venglJ.ll á despertarnos, á recordar qIle so-


moS los nietos de Ohat~l1ubriand y de La-
martine, hijos de la fe y heraldos d,e la glo-
ria. Convenía que un poeta como Dlllaul'Íer
uniera, su acentQ á la voz de Bl'unetiére, de
Copp'~e,de Pablo Bourget, de tantos ob'os
pCll~adores que, desengañados de las pro-
mesa:; del positivismo y cn presencia de la
«banearrota de la ciencia», se vuelven á las
fllent~s de la moral cl'Í~tiana, única á la
cual se debe la civilización de los pueblos.
»Dulauricr era el autor de Ceni;,a.~ y de
L08 Astro8 Muerto8. ¿05rno pudo efectuarse
ell él ~sa transformación, esa «resurreccióll»,
diremos, para emplear d tórmino dB moda?
¿Qué causas hondas y ~¡ecretas han influído
en el ánimo de nuestro poda ...? Hé ahí, co-
mo dice Tattemberg, «ln l:aso psiCo)IÚgico»
que entregamos á los críticos at1ciüllados á
tales estudios. Alguna emoción pJ'ofunda,
Ulla t.ormenta poderosa debió do remover el
fondo de esa alma, para hacer surgir aque-
lla perla.
»E:se poema es la confesión de un alma,
y pa,:.pita allí la ingenuidad de un corazón
recto- y sensible. Tal p[~receque el autor se
hubiera propuesto la máxima. de Shakes-
peare: «E8to a'ntctodQ;.erás sincero contigo

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!?lSutrtccidn 83

mismo, y todo resplandecerá como el día tras


de la 1wclle. Si haces esto, no podrás ser falSQ
al tratar con l08 demá8 Twmbres».
»Fausto ha sacudido sus dudas, ha arro-
jado lejos sus alambiques y sus filtros, ha
apartado la niebla de su hastío y ha vuelto
á la esperanza al escuchar el toque de ale-
luya; después del poema ya conocido-Ce-
niza.~-habrotado este poema de vida y de
calor, como brotan sobre las lavas de Pom-
peya los sarmientos de viñas que al'endran
racimos almibarados ..,»

••*
Vino la primavera; huyeron las nubci;
barridas por esas brisas que traían un deli-
doso calofrío; brilló el cielo con un azul lle-
no de claridad y de frescura, comorecién la-
vado; con los soplos del mediodía regresa-
ron en bandadas las golondrinas, que se po-
::;¡1bancomo notas de pentágrama en los hi-
los telegráficos. Las lilas brotaron, se entre-
abrieron, esparcieron en el ambiente su aro-
ma temprano, y los tulipanes desplegaron
suavemente sus hojas de seda. Apuntaron
en los álamos los botones) lustrosos, como

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84 :1O$I)f. }>¡vas Çroo!

recic)Jl engomados. Las campanas de Pas·


cua, echadas á vuelo, vibraban con tañidos
herókos y hacían palpitar con nuevo iID'
pulso los corazone:,.
Encontré ít Dulaurier al pasar por el jar-
dín <I'l Luxemburgo; parecía medittt'r en esa
transformación de In Satl1raleza, en esa
llueva vida que sonreía en todo. Un mismo
nombre vino de Ilronto á nuestros labios-
Margot-y coincidimos en un pens.mdento
melancÓlico.
--Hoy predica el abate Croiset en la Ca-
pilla de las Misiones Extranjeras Desea
que 2:sistamos.
Nos reunimos con Zc.nawizky y ~renkins,
y á mediodía tOClIlllOS la campana eu el por-
talóu del edifleio, al extremo de la calle de
Se\'r4~S.Ya estabaIl; re'midos en el jardín
esplldoso los concurrentes. Era UIl día so-
lemul~; la despedida de un grupo d.e llIisio-
nerml.
-- Ya Veuillot y Ooppée han de~,crito es-
ta ceremonia; pero la l'ealida,d es más COll-
movedora que todas las páginas de los
ma{~~tros... Ahí tiene Ul~teù,amigo .Jenkins,
asunto para un cuadro seueillo y terrible.
Al extremo de una avenidlt del Jardín se
alzaba. un altar, y en él se destacaban en-

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lltSurrtcci6n 8.')

tre las llamas de los cmos, que parecían


más rojas ante la claridad azulina del día,
un Crucifijo hecho á la manera de Veláz-
quez y una Virgen de Lourdes, cuya túni-
ca resplandecía con esa f."esca luz de pri.
mavera.
Aquellos misioneros estaban orando pos-
trados ante las imágelle~, como para apren-
der de ellas la lección del martirio y la lec-
ción de la pureza.
Solo los veíamos por la espalda, en corva·
dos hacia la tierra, como si "S a se inclin\\sen
hacia la tumba que pronto se abriría para
ellos.
Á veces alguno extendía los brnzos hada
el altar en una actitud de ofrenda; parecía
ansioso de que se aceptase en breve el Silo·
crificio de su existencia.
En voz baja murmuraron una ora(~ión;
después cantaron 108 himn08. de la. Virgen,
entonaron las gloriosas letanías. La concu-
rrencia contestltba o,.a pro nobi.'l con voz
temblorosa, y todos nos sentíamos conmo·
vidos, llenos de simpatía dolorosa, al unir
nuestra voz á la de aquello8 héroes que
iban á dejar llatria, hogar, amigos, todos 108
1tfectos, cuanto sonne en la vida, para en·
caminarse á regiones desconocidas en bus-

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86 ':;0.$1 }rf. i~ivasçroo/

ea. de 'la muerte, y de una muerte dolorosa


é ignorada.
L01, misioneros continuaban sus ruegos:
-Heinade los mártires ..•
TI ubo una pausa.
-Hogad por ello$1,rog'ad por ellos ... con·
testÓ la asistencia en un transporte de com-
l)l1sión, con un estremllcimiento de angus-
tia, y todos caimos de rodillas en la calle-
juela ùe arena.
Levantáronse los misioneros, y :r>oruna
pnelta lateral entraron eula capilla, ocupa-
ron las gradas del pre~biterio. Dist,ingo la
fisonomía de los más cercanos: cams de lí-
neas :rrancas y de expresión resueltn, con el
temi¡]e requerido para ir á atravesar las so-
leda~h~sde regiones tf(,pieales, á ro:nper la
maraÎÍa de las selvas, Ú penetrar en las tri-
bus ~\l'mibárbaras. Tienen los ojos bajos, co-
11I0para aislarse d.e t[~ntos o~jet08 'lueri-
d~s, para evitar la vista de los sitios fami-
liares, que parecen invitados á q'l~darse
allí y á prolongar una existencia suave,
uniforme, consagrada á la meditación, entre
la pa2;, los libros, 108 a,fectos.
L1~figura deI abate Croiset, admirable·
menti:: noble, se destacó en el púlpito. Ha·
bló de la vida, de la tumba y de la resu-

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!?esurrtCCión

rrección. Á esos hombres que iban á entrar


en las sombras del sepulcro les pintó, con
imágenes brillantes, los horizontes del infi·
nito; les habló de la inmortalidad á esos
mancebos que iban á desposarse con la
Muerte. Luego trató de la tristeza y del po-
der ùe Cristú ante el misterio del sepulcro.
« ••• Contemplad á Jesucristo cuando se
halla ante la obra de la muerte: en tales oca-
siones vemos en Él lágrimas, súbitos estre-
mecimientos, manifestaciones de honda tris-
teza, de pcrturbación dolorosa, que eran in-
dicios de su amor bacia los hombres y de su
horror al sueûo dc las tumbas. Recordemos
aquella compasión suya tan humana y tan
divina, y aquel vehemente impulso con que
se encaminó hacia el féretro ùe ese hijo
único que iba seguido por una pobre y llo-
rosa madl'e ... Ko olvidemos aquella emoción
tan reprimida, pero tan profunda, cuando
resucita {t la hija de Jau'o. ¡Y qué extraor-
dinario fué sn sobresalto, qué extraña su
emoeión ante la tumba de su amigo Láza-
ro ...! Aquellos estremecimientos del más
sensible de todos los corazones no pcnetran
en la región tranquila donde reside su po-
der milagroso. Con serenidad perfecta que-
branta el poder de la muerte. Resucita los

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8B :I.si)rf. NVC1S greot

muertos de la mi~ma manera que ejecuta


las anciones más sencillas; habla. como so-
berano á los que duermen un suello eterno,
y al yerle y oirle, se comprende que es el
Dios de los vivos y 108 muertos» ..•
Fon la nave prineipal estaban los padres,
los hermanos, los amigos fie aquellos futu-
ros mártires. La palatra inspirada del ora-
dol' pasaba sobre la muchedumbre, agitán-
doIa como el viento la;; espigaR; cuando tra-
zaba i.mágenés de nnwrte, todas la;; frentes
se doblcgaball, y volda,n á erguirse cuan-
do pasaba el acento de la inmortalidad,
cuando resonaban la~ palabl'a~ de resurrec-
ción y de g-loria. 1'od<)s St: scntían penetra-
dos por la fe, y así "ortaleddos, cobraban
valor ante los ctesfallecimientos de la des-
pedida, alltc el horror de la separüeión irre-
mÜliable. Si: lleg¡trá un día en <lne, salva-
do el abismo de la fesa, yolverán á reunir-
Be los seres amados, á hablarse,], platicar
íntimamente, en coloquios interminables,
entre el esplendor de una aurora que no
t~udrá ocaso.
Cuando terminó €I ora.dor, brotaban en·
tre la multitud algunos sollozos en que lia-
bía cierta agonía mezclada con supremas
esperanzas.

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i?esurrecci611 89

Bn seguida surgió del coro la voz del ór-


gano; primero fué el aletco de un acorde,
una melodía que tímidamente diln.taba el
vuelo por la llave; después brotó la armo-
nía como un torrente que se despeña, y lue-
go, mezclaùas la melodía y la armonía, con-
taron Ulla antigua historia, umt leyenda
triste, ell que hablaban los acentos del 61'-
. gano remcdando voces de flautas y gemidos
de violoncelos. Jenldns y Dulaurier se mi-
ran; reconocen la antigua música de En-
ghien, al borde del canal, la músictt que ha-
cia sofia,r á Margot en las tardes de estío.
Sólo que esa mÚsica está ahora impregna-
da de melancolía religiosa, pasa á transfor-
Illarse en :sinfonía sagrada, con acentos de
ternura mística, COlldl1jos de tristeza y vi-
braciones de gemido. Y tras píUlsas de ho-
rror, tras silencios de muerte, brotan ecos
de Mise'I'cI'C, solemnes de profttndis, gritos,
sollozos, illlprecaciones, todo el dolor hu-
mano, toùo el diálogo terrible del llOmbre
con la muerte. Poco á poco, de entre ese
conjunto de notas sombrias se va alzando
lIDa voz femenina que parece cantar en el
alba, que parece entonar un himno de au-
rora, y hablar de inmortalidad, de resurrec-
ción y de esperanza ..•

Este libro fue Digitalizado Por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República,Colombia
Durante la sinfonía de Blumenthal los
misi.oneros, «los mártires», como los llamá·
Laulos ya interiormente, se alinearon al pie
del altar, sonrientes, llenos de unH sereni-
dad augusta.
--¡Ab, qué asunto para UD cuadro...! de-
da ;renkinfl, y entreeerraba los párpados
eODIO para retener la forma, el color, la ar·

mon:a de ese grupo sublime.


En seguida se dió principio á la parœ
máa conmovedora. de la ceremonia. Todos
los concurrentes, aquellos padres encorva-
dos l)or la edad, aqnellas madres sacudidas
pOI' la emoeión, principiaron á desl3.lar ante
los misioneros para h:;sarJes los pies primc-
1'0, deseálldoles buen _viaje, y luego las me-
jillail para mauifestarles el amor fraternal
y darles el ósculo dt~ un adioB eterno.
Cuando en el desfile llego,ba una ma{Ire al
sitio en que estaba su h\io, cuando un an-
ciar.o estrechaba en sus brazos al joven
que era la dicha de su casa, estallaban diá·
logos breves, sollozos, frases elltrecortu·
das ... ¡Querían decirse todavia tantas co-
sa:3, quedaban por cambia.r tanto:j afectos,
y y:t no podían, los instantes estaban con·
tadùs, y se veían, se hablaban, se estrecba·
baJJ.en los brazos por la vez última ...! Las

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p,esurreed&n .91

lágrimas corrían de esos ojos cansados,


I
.quemaban las mejillas de las madres, se
perdían entre las barbas de los viejos, mo:
jaban las sotanas de los mártires. Todos los
corazones esta ban oprimidos, todas las gar-
gantas anudadas por el dolor, todos los
párpados mojados por un llanto que ning(m
esfuerzo podía reprimir.
Cuando llegó nuestra vez no vacilamos.
-Esto es verdaderamente grande, dijo
el poeta.
- Vamos, dijo el pintor, y subió las gra-
das. Y todos tres íbamos inclinándonos an-
te esos hombres que simbolizaban el valor,
la abnegación, el ideal, la fe, el martirio.
De pronto vi á Jenkins, que nos precedía,
detenerse, retroceder aterrado. La sorpre-
sa, el espanto se reflejaban en sus pupilas.
Jenkins miró á derccha, á izquierda,
apretó con ademán supersticioso el brazo de
Dulaurier. Ka sabía si retroceder ó avan-
zar, ó caer de rodillas. ¿Qué causaba su
asombro? Dulaurier y yo nos lanzamos ha-
cia adelaute, llenos de curiosidad, y á un
ticmpo nos detuvimos, temblamos, dejamos
escapar un grito de sorpresa:
-¡Pablo ... !
-¡rabIo!

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92 Jos' j'rf. Rivas qrool

Uno de los misioneros, envnelto por la


})enumbra del altar, levantó la cabeza, son-
rió con sonrisa llena de dulzura enérgica,
y nOBestrechó en sus brazos de aljleta. El
marino estaba radiante de paz y de tran-
quilidad interior. l.a luz que caía de la Cú-
)lula realzabl\ sus fa,cdones eon un seHo au-
gusto, hacía más bondas las cuencas de los
ojofl, más profunda la sombra de las pupi-
las.
--·Ami~os míos ..• ¿Me olvidarán? ... ¿Olvi·
darán á. Pablo? Yo era S,tulo ... Adios, un
abmzo, el último ...
lInbo un instante de enternedmiento:
por la primera J' por la Última vez yi dos
lágr.imas correr por la. cara del marino.
Volvió Pablo los ojos y vió al pintor cla-
vad.} en un mismo sitio, mudo, COlaO herido
PO)' el rayo.
Los dos enemigos se miraron ea,m á cara,
se eontemplaron fijamente, sin palabras.
Fueron momentos de angustia para. los con-
currentes. El marino prorrumpió:
.--¿Jenkins aquí ..•? Ya le esperaba. Dios
me lo envía. ¡Qué cODimeloen esta hora su-
prema ... ! Amig-o mío, olvidemos ... Hermano
mío, perdonémonos ... Un abrazc., perdón,
olvido •..

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DEJÓ UN BESO DE l\MOR "í DE rfiZ ...

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94 Jas! /If. F,.;vos groot

Pero Jenkins, lleno d~ respeto, no se


atrevió á estrechar en SIlS brazos al misio·
nero: puso ambas rodillas en tierra" dobló
el cuello, extendió las manos, y COll humil-
dad, con recogimiento que enterneció á los
conellrrcntes y los hizo estalla.r en ~:o1l0z0!l,
dejó nu beso de amor y de paz en 108 pies
del martir cristiano.

FIN DE «RESUltRECCIÓN»

EANCO D~::'...
1l8l10Tic... i •.·" ..

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