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Blood
Blood
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Capítulo 1 Capítulo 14
Capítulo 2 Capítulo 15
Capítulo 3 Capítulo 16
Capítulo 4 Capítulo 17
Capítulo 5 Capítulo 18
Capítulo 6 Capítulo 19
Capítulo 7 Capítulo 20
Capítulo 8 Capítulo 21
Capítulo 9 Capítulo 22
Capítulo 10 Capítulo 23
Capítulo 11 Sobre el Autor
Capítulo 12 Créditos
Capítulo 13
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Este año, el Día de San Valentín no es para el romance. Es para el
asesinato.
abría a la calle. La mayor parte de la zona estaba ocupada por una sala de
conferencias, con oficinas y habitaciones con baño privado.
—Buenos días, señor Barnes —le saludó el portero nocturno.
—¿Todavía no está el portero de día, Damian? —Jack miró a su
alrededor en busca de Ted Levett.
Zee había ido a la escuela con Ted, pero habían perdido el
contacto. Hace tres meses ella lo había visto vendiendo The Big Issue fuera
de una estación de metro. Ted había abandonado sus estudios de
medicina y vivía en un albergue tras su liberación de la cárcel por tráfico
de drogas. Le dijo que había estado en rehabilitación y que ahora estaba
“limpio”.
Zee había convencido a Jack para emplear a Ted. Pero Jack había
dejado en claro, incluso después de tres meses de trabajo satisfactorio,
que Ted seguía a prueba.
—Aquí estoy, señor Barnes. —Ted apareció en la escalera que
conducía al sótano—. He estado revisando los productos químicos en la
piscina.
—¿Están bien? —Jack estaba preocupado porque Zee usaba la
piscina.
—Todo está bien. Puede nadar en cualquier momento.
—Si no tienes nada que hacer antes de empezar tu turno, Ted, me
voy. —Damian dejó el escritorio.
—¿Para escribir otro libro? —preguntó Jack. Damian trabajaba el
turno de noche para poder escribir sus libros de ciencia ficción y de horror
en paz, aunque todavía tenía que vender uno.
—Acabo de empezar uno nuevo, señor Barnes. —Damian
desapareció por las escaleras que conducían a los apartamentos del sótano
que él y Ted ocupaban.
—Hay una fuga debajo del fregadero en el estudio de Michael y Anni,
Ted. Revísalo después de haberte instalado en el puesto. Si no puedes
arreglarlo, llama a un fontanero.
—Lo haré, señor Barnes.
Jack salió. Le encantaba Londres. Los viejos edificios, los chicos del
periódico y los puestos en las esquinas.
La caminata de veinte minutos a su oficina por encima de su
restaurante insignia en Soho era su “tiempo de reflexión”. Teniendo en
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cuenta los planes que estaba haciendo para su fin de semana romántico
con Zee, estaba disfrutando de sus pensamientos.
Jack escuchó a Adrian cuando doblaba la esquina. Cada cocinero
que trabajaba para él tenía una voz más fuerte que una estrella de rock y
un vil temperamento. Se preguntó si la profesión atraía a gente enojada, o
si se tornaban de esa manera después de trabajar en cocinas abarrotadas.
Entró en el restaurante. Adrian estaba de pie fuera de la puerta de la
cocina, el personal se agolpaba a su alrededor, con la boca abierta,
escuchando cada una de sus palabras.
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drian era un excelente imitador y sonaba más como Bruno que
Bruno.
—Te seguiré dentro de diez minutos —exclamó Adrian
con la voz de Bruno antes de volver a la suya—. Eso es lo que dijo Bruno
cuando salí del apartamento. ¡Diez minutos! Eso fue hace tres
horas. Bruno estaba acostado en la cama entonces y apuesto que es donde
está Bruno ahora mismo. Dejándome hacer todo el trabajo.
—¿Tienes algún problema, Adrian? —preguntó Jack.
—Tengo un gran problema, señor Barnes. Su nombre es Bruno. Esta
mañana no se levantó de la cama.
Jack miró a los jóvenes chefs y camareras.
—Todos ustedes, de vuelta al trabajo —ordenó. Se alejaron, pero
Jack supo por el silencio que todavía estaban escuchando.
—¿Bruno está enfermo? —preguntó Jack.
—Se quejó que tenía dolor de cabeza. Le di dos aspirinas y me dijo
que me seguiría. Pero… —Adrian abrió los brazos—. ¿En dónde está?
—Bruno no suele tener dolores de cabeza —comentó Jack—.
Llamaré al apartamento y comprobaré que está bien.
—No tiene sentido —dijo Adrian—. No está contestando el teléfono y
apagó su celular. Nunca se levanta cuando tiene dolor de cabeza por
coñac.
—¿Un dolor de cabeza por coñac? —repitió Jack—. ¿Bruno estaba
borracho anoche?
—Así fue.
—Bruno no bebe en las noches de trabajo.
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—Es una reserva para tres noches a partir de esta noche, en nuestro
hotel favorito de Cornualles.
—Y el paquete —le recordó Sara.
Zee lo abrió.
—Ropa interior de seda. Será mejor que empaque.
—Deje todo lo que quiera llevar en el sofá de su dormitorio. Lo
empacaré en su equipaje del fin de semana.
—Eres un ángel, Sara. —Zee sacó una rosa del arreglo y se la
entregó a la criada.
—Gracias, señora Zee. Se la mostraré a mi novio y espero que lo
ponga lo suficientemente celoso como para pedirme que me case con él.
Zee entró en el dormitorio y dejó una selección de ropa casual suya y
de Jack. Al salir del apartamento, sacó ocho rosas más del arreglo y las
envolvió en un pañuelo.
—¿Tiene otros amores además del señor Jack, señora Zee? —Sara
roció el pulimento en el suelo.
—Espero hacer feliz a la gente. —Zee quitó otra rosa del arreglo. La
secretaria de Jack, Alice, había sido la única persona en la vida de Jack
que había aprobado su matrimonio. Zee puso las rosas dentro de su bolso,
miró su reflejo en el espejo, y fue a la puerta—. Gracias, Sara. Jack
enviará a alguien para que recoja las maletas. Te veré el lunes.
—Disfrute su descanso, señora Zee. Se está yendo temprano para el
almuerzo.
—Voy a hacer compras para el bebé en el camino. —Zee era
demasiado orgullosa para admitir que esperaba que el hermano o la
hermana de Jack la invitaran a tomar un café antes de dejar el edificio de
apartamentos.
Necesitaba convencerlos que amaba a Jack y estaba deseando
convertirse en la madre de su hijo. El primero de muchos que Jack y ella
habían planeado.
los artistas. Estaba bloqueado. Dejó dos rosas y las tarjetas de San
Valentín que había escrito para Michael y Anni en la puerta.
Oyó música procedente del apartamento de Leila y Mamie, pero
nadie contestó a su llamada.
Sospechando que Leila la estaba evitando, también dejó las rosas y
tarjetas allí.
No tocó a la puerta de Bruno y Adrian porque supuso que estarían
en el restaurante. También dejó flores y tarjetas para ellos y tomó el
ascensor a la recepción. Ted el portero levantó la vista del escritorio
cuando entró en el vestíbulo.
—Te he visto en las cámaras de seguridad. Todo lo que puedo decir,
después de haber hecho especial el día de San Valentín de todos los
demás, es: Feliz día de San Valentín, Zee.
Zee le dio su tarjeta y rosa.
—También tengo una tarjeta y rosa para Damian. —Las sacó de su
bolso y las dejó en el escritorio.
—Se las daré cuando cambiemos de turno. Mi vida vale más que
molestarlo cuando está escribiendo o durmiendo. Disfruta tu día.
—Lo haré. —Zee sonrió ante la idea de ir a Cornualles. Conversaron
durante unos minutos más, y luego Zee miró su reloj—. Será mejor que me
ponga en marcha, Ted —dijo, sonriendo en despedida.
—Abrocha tu abrigo —le advirtió él—. El sol puede estar brillando,
pero está helando ahí fuera.
Tomó el consejo de Ted, se envolvió la bufanda en el cuello y salió
por la puerta.
Zee comprobó su reloj. Quería comprar un regalo extra para
Jack. Algo que usara todos los días. ¿Una billetera? ¿Un llavero? Uno de
los que podía meter una fotografía de su bebé, después de que él o ella
nazca.
Los gemelos de oro en forma de corazón que había envuelto no eran
nada comparado con las rosas y el fin de semana romántico que Jack
había planeado. Sabía por experiencia que cuando Jack organizaba una
sorpresa para ella, era perfecta hasta el último detalle.
Giró a la derecha, hacia las tiendas. Había una furgoneta
estacionada fuera de la floristería. Un joven llenaba cubos de flores. Se
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—Es una pena desatar ese lazo. —Alice estaba en la puerta abierta.
—Zee es buena con la presentación —comentó Jack.
—Es maravilloso ver a dos personas tan enamoradas.
—Basta de burlas, Alice.
—No estaba burlándome. Solo celosa. —Ella esperó a que Jack corte
a través de la cinta.
—Esto es como el juego de niños, hay más empaque. —Jack retira el
papel de regalo decorado con corazones para revelar una caja de plástico.
—Zee se aseguró de que recibas lo que sea que hay ahí en una sola
pieza.
Jack removió la tapa de la caja. Sus ojos se abrieron de par en
par. Dio un paso atrás y chocó contra la pared.
Alice se acercó más, se puso pálida y vomitó.
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ack lee la etiqueta en la sangrienta masa de carne en la caja.
ZEE ROMPIÓ MI CORAZÓN, ASÍ QUE TOMÉ EL SUYO.
PERO TU NOMBRE ESTABA EN ÉL. PUEDES QUEDÁRTELO.
Las iniciales JB estaban grabadas en el músculo debajo
de la bandera.
—Voy a llamar a la policía. —Alice tomó el auricular.
—No —susurró Jack con voz ronca—. No hasta después de haber
telefoneado a Zee.
—¿Como tú? —se burló Ben—. Nunca he conocido a una mujer que
coma tanta comida chatarra.
—Es por eso que voy al gimnasio todas las mañanas. Para quemar
las calorías. ¿Te atreves a encontrarte allí conmigo mañana a las seis? —
preguntó.
—Por la forma en que ustedes dos discuten, cualquiera pensaría que
han estado casados durante años. —La superintendente Davies se unió a
ellos en sus escritorios.
—Más bien tío y sobrina —le corrigió Ben.
El padre de Amy había trabajado con Ben Miller durante quince
años. El accidente automovilístico que le había costado a Ben Miller su
pierna había matado al padre de Amy. Ben se había tomado un año para
recuperarse. Cuando regresó a la fuerza, tuvo que luchar para permanecer
en el servicio activo. Amy había luchado junto a él, argumentando que el
cerebro de Ben no quedó afectado por el miembro perdido.
—Más como el entrometido tío molesto y la exasperante sobrina,
señora. ¿Tiene un caso para nosotros?
Amy empujó el último pedazo de su perro caliente en la boca.
—Un caso, o una broma enfermiza —respondió Barbara Davies—.
Alguien envió a Jack Barnes un corazón.
Amy se limpió las manos con un pañuelo de papel.
—Jack Barnes. ¿El dueño del restaurante Jack Barnes?
Jack Barnes no sólo era un empresario y propietario de una cadena
de restaurantes. Era un personaje famoso que “aparecía como invitado” en
programas de televisión. Amy lo había visto varias veces. Siempre era
ingenioso, divertido y bien informado en cuanto a cualquier tema que se
estuviera discutiendo.
—Ese Jack Barnes —confirmó Barbara.
—Es el día de San Valentín —señaló Ben.
—Es un corazón real.
—¿Humano o animal?
—El laboratorio está comprobándolo. El mensaje que vino con él
sugirió que pertenecía a la esposa de Jack, Zee. Su teléfono celular está
apagado. La última señal vino del edificio de apartamentos en que viven.
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—La inspectora Amy Stuart y el sargento Ben Miller están aquí para
verlo, señor. —Alice les hizo pasar a la oficina de Jack.
Jack estaba en su escritorio, pero había vuelto su silla a la
ventana. Su cara lucía gris, sus ojos extrañamente brillantes.
Amy habló primero.
—Lo siento, señor Barnes, no tenemos ninguna noticia. Simplemente
fuimos asignados al caso hace veinte minutos.
—Zee… mi esposa…
—Los oficiales están buscándola —le aseguró Ben.
Jack echó un vistazo a su reloj.
—El paquete llegó hace quince minutos de una hora atrás. Quería ir
al apartamento pero el portero dijo que ella había dejado el edificio… nos
íbamos a reunir aquí para el almuerzo. Su teléfono está apagado. Ella
nunca lo apaga…
—¿Hay amigos que podría haber visitado? —interrumpió Amy.
—Mi hermano y hermanas viven en el edificio. El portero dijo que
Zee se fue alrededor de veinte minutos después de las once. Me siento tan
inútil. ¿El corazón? La policía se lo llevó para las pruebas…
—Todavía no hemos recibido los resultados, señor. —Amy cambió de
tema—. ¿Qué hay de tiendas? ¿Hay alguna entre su apartamento y este
lugar que su esposa podría haber visitado?
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esa zona?
—Sí, señora.
—Haz que revisen los códigos utilizados en esa cerradura como una
prioridad.
El sargento dio luz verde a un agente de policía.
—¿Quiere ver las últimas imágenes que tenemos de la señora
Barnes, señora? —Liam miró a Amy inquisitivamente.
—Por favor. —Amy encontraba angustioso ver imágenes en las
cámaras de seguridad de cualquier víctima yendo a su vida diaria antes de
un crimen, pero los asesinatos eran de los peores. Temía ver a una viva
Zee Barnes caminando, sonriendo; ya no una víctima, sino una persona
que vive y respira.
—Nos falta algo —dijo Ben.
—¿Qué? —Amy lo miró.
—Cualquiera que venga por aquí tiene que pasar más allá del
portero, ¿verdad?
—Correcto —confirmó Sargento Reece.
—El portero nos ha dado una línea de tiempo que representa los
movimientos de todos los residentes esta mañana, pero admite estar lejos
de su escritorio desde aproximadamente las once treinta a las doce y
quince.
—De acuerdo —respondió Amy.
—Tenemos algo sobre todo el mundo a excepción de esta figura
misteriosa vestida como chef, que se ve salir del apartamento de Bruno,
llevando un bolso negro, aproximadamente media hora antes de que
Bruno Gambrini fuera encontrado asesinado.
—¿Tu punto es? —presionó Amy.
—El asesinato de Bruno fue desordenado. Si esta persona es el
asesino de Bruno, podría haber acuchillado a Bruno, haberse cambiado en
las ropas blancas de chef y llevarse su propia ropa manchada de sangre en
el bolso. En cuyo caso, ¿dónde está?
—Sargento Reece, traiga al portero —ordenó Amy.
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my y Ben encargaron la búsqueda en las rampas de basura y
contenedores al sargento Reece. Volvieron a la oficina donde
habían dejado a Leila Barnes.
—¿Cómo fue asesinada Zee? —preguntó Leila cuando entraron.
—No estamos en libertad de divulgar eso, señorita Barnes —
respondió Amy.
—Soy su cuñada —protestó Leila.
—Vamos a salir de este interrogatorio con mayor rapidez si coopera,
señorita Barnes —advirtió Amy—. ¿Dónde estaba esta mañana?
—No me puede considerar como sospechosa…
—Por favor, señorita Barnes, responda a nuestras preguntas. —Ben
le dirigió una sonrisa sincera.
—Salí del edificio a las ocho y media para llevar a Mamie, que es mi
hermana menor, a la escuela. Volví a las nueve en punto. Escribí algunas
cartas en mi regreso y no salí de nuevo hasta cerca de quince para la una
cuando me fui a una reunión del comité de caridad.
—¿Cartas? ¿Trabajó en una computadora? —cuestionó Amy.
—Parte del tiempo. También escribí algunas notas a mano para la
reunión.
—¿Vio o habló con alguien cuando estuvo en su apartamento?
—Obviamente, no vi a nadie. Hice varias llamadas telefónicas.
—¿A qué hora las llamadas?
—No puedo recordar —espetó Leila con rabia.
Amy observó a Ben tomar una nota para verificar las llamadas de
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Michael y a mí.
—¿Por qué? —sondeó Amy.
—Zee era quince años más joven que Jack. Lo suficientemente
bonita, de una manera común, pero apenas tenía educación. No era un
igual para Jack en lo social ni en lo intelectual.
—¿Qué causó el incendio que mató a Jodie? —preguntó Ben
interesado.
—Un cableado eléctrico defectuoso. El electricista fue multado por
negligencia. No es suficiente, en mi opinión.
—Usted dijo que Jack estaba devastado —le recordó Amy.
—Pensé que tendría un colapso.
—¿Pero se recuperó? —añadió Amy.
—Una vez que comenzó a salir con Zee, cuatro meses después de la
muerte de Jodie. Se casó con ella una semana después de que ella le dijera
que estaba embarazada.
—¿Pensó que era demasiado rápido? —sugirió Ben.
—Sí, pero Jack siempre ha sido un mujeriego. A pesar de su
insistencia al clamar que amaba a Jodie, no podía dejar de jugar con otras
mujeres.
—¿El primer matrimonio de su hermano no era feliz? —preguntó
Amy.
—En mi opinión, eso fue sólo porque cada uno hacía caso omiso de
lo que el otro hacía. En cuanto a Zee… bueno… —Leila frunció los labios—
. No es mi lugar hablar mal de los muertos.
—¿En qué manera? —preguntó Ben.
—Ted Levett —escupió Leila el nombre—. No podía creerlo cuando
Zee lo trajo aquí. Un antiguo compañero de escuela, claro…
—Sin embargo, Jack lo contrató —interrumpió Ben.
—Porque Zee se lo pidió y él no podía negarle nada. Era obvio en lo
que estaban Zee y Ted —declaró Leila—. Los vi riendo y tocándose entre sí
a todas horas del día y de la noche. Cada vez que me veían observando, se
detenían y Zee pretendía que sólo estaba de paso a través del vestíbulo.
—¿Jack le dijo algo en algún momento sobre la relación de Zee con
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cuerda al reloj de nuevo. Para estar delante de Zee y exigirle que regrese a
su apartamento… y a la seguridad.
—Zee entra al ascensor, bajando solo un piso —comentó Liam.
La imagen de Zee en el ascensor no estaba tan clara como aquella
cuando está en el pasillo. La película se torna borrosa. Zee llevaba un traje
de color claro. Su cabello rubio parecía más pálido que su ropa, su bolso y
zapatos más oscuros.
—Saliendo del ascensor en el piso debajo de su apartamento —
continuó Liam.
—Once y cuatro. —Ben observó.
—Llamando a la puerta, moviéndose hacia la escalera, reapareciendo
fuera del estudio de los artistas. Dejando flores y tarjetas. Desapareciendo
de nuevo a las escaleras. Reapareciendo en el piso debajo del estudio de
los artistas.
—El apartamento de Leila y Mamie —comentó Ben.
—Tocando la puerta. Esperando una respuesta. Un minuto —
observó Liam.
—Ese es un largo tiempo; se podría pensar que ella se daría cuenta
que no había nadie dentro.
—Los apartamentos son muy amplios —le recordó Amy a Ben—.
Podrías meter a diez de mi persona en uno de ellos. Si alguien estaba en el
balcón, le podría tomar un minuto para abrir la puerta. —Amy observó a
Zee sacar las tarjetas y rosas de su bolso inmenso. Ella las colocó delante
de la puerta antes de caminar a través de las puertas de incendio a las
escaleras y desaparecer—. ¿No hay cámaras en las escaleras? —comprobó
Amy.
—Sólo las que salen a la calle y el patio —confirmó Liam.
Zee fue vista fuera del apartamento de Bruno Gambrini, donde volvió
a dejar flores y tarjetas.
—No tocó —murmuró Ben.
—Probablemente asumió que los cocineros se habían ido a trabajar
—sugirió Amy.
Zee dejó el ascensor en el vestíbulo a las 11.10. Se acercó al
escritorio del portero y habló con Ted.
Amy estudió a Zee, buscando señales en su lenguaje corporal que
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Liam.
—Es blanca y de uso para tránsito, al igual que cientos de miles
otras en Londres. No podemos estar seguros que la pintura es una
treta. Cientos, si no miles de vehículos tienen pintura fotobloqueante en
sus matrículas. La furgoneta podría no estar conectada a la desaparición
de Zee Barnes en absoluto.
El sargento Reece regresó al centro de investigaciones. Él, Ben y Amy
se retiraron a una oficina más pequeña. Amy cerró la puerta.
—No encontramos nada en el estudio de los artistas, señora. Envié
un agente de policía a la galería con Anni Jones y Michael Barnes —
informó el sargento Reece—. Y nada de ropa manchada de sangre o de otra
manera en los contenedores o tolvas de basura. He enviado un perro
entrenado. Los forenses están trabajando en las manchas en el suelo de la
sala de calderas. Hay un incinerador allí.
—Buen trabajo, y puedes llamarme Amy cuando estamos en el
centro de conferencias, sargento. Recuerdo haber jugado al fútbol contigo
y papá cuando era pequeña.
—Nunca pensé que un día serías mi jefe. Mi nombre es David.
—Lo recuerdo, David. En primer lugar, permíteme agradecerte y a tu
equipo por todo el trabajo que han hecho en tan poco tiempo. —Ella abrió
un expediente—. Vamos a empezar con la línea de tiempo. Ben, has
llevado un registro.
Ben sacó su cuaderno.
—Las sombras moviéndose en los pasillos, fueron captadas en las
cámaras de seguridad entre las dos y quince, tres y oh, cinco a.m. Notadas
por primera vez en el piso del estudio.
—El único piso en el que nadie vive —comentó David Reece.
—Entonces fueron vistas en el piso donde viven los chefs a las dos y
diecinueve…
—¿El asesino podría haber estado recogiendo los cuchillos? —
interrumpió David.
—No podemos estar seguros que los cuchillos encontrados en el
fregadero y los que mataron a Bruno Gambrini pertenecían a los cocineros.
—Coinciden con otros cuchillos en el apartamento —dijo David.
—Me gustaría interrogar a Adrian Wills y obtener los resultados
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Barnes.
—El número de matrícula en una de las furgonetas en el garaje del
sótano ha sido pintada con pintura fotobloqueante. Les dije que nos
esperen antes de abrirla. —David dejó su silla.
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my miró alrededor del garaje subterráneo.
—Es más grande de lo que esperaba.
—Se extiende bajo el patio en la parte trasera, así como
el edificio. —David había estudiado los planos del arquitecto.
—Tienen que haber cincuenta furgonetas aquí, así como los
autos. —Ben observó el Rolls Royce, Mercedes, BMW y Alfa Romeo
alineados frente a la puerta que conectaba con el edificio Barnes.
—Sesenta y dos furgonetas y dieciocho autos. —David consultó la
lista que el oficial de menor rango había elaborado—. El Rolls y otros tres
autos pertenecen a Jack Barnes. Zee conducía el BMW dorado. El resto
pertenece a los otros residentes. Michael Barnes también es propietario de
una furgoneta.
—¿Y el Astra de doce años? —preguntó Ben. El maltratado auto
oxidado estaba estacionado a cierta distancia de los autos de los Barnes.
—Pertenece al portero nocturno, Damian. Ted Levett no tiene auto.
—David hizo un gesto a un oficial—. La furgoneta con las matrículas
pintadas con fotobloqueante está allá, señora.
—El rincón más oscuro —observó Amy. Las luces de la pared eran
de baja iluminación y emitía su luz apenas a unos cinco metros de
distancia.
Se dirigieron a la furgoneta, que estaba estacionada en la esquina
más alejada de la salida a la calle. Los proyectores habían sido enfocados
alrededor de él. La carrocería brillaba con el polvo para huellas dactilares.
Dos agentes vestidos en blanco, con guantes y sombreros, estaban
esperando, con la llave maestra en mano.
—¿Algunas huellas dactilares? —preguntó Amy.
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siento…
—Dijo que me mantendría informado de los acontecimientos —le
reprochó.
—Sólo la descubrimos hace unos minutos.
—¿Dónde? —La voz de Jack era dura.
—En esta furgoneta. Es una de las suyas, reportada como robada
hace una semana.
Jack buscó el pomo de la puerta. Ben atrapó su mano antes de que
él lo tocara.
—La escena del crimen tiene que ser preservada para los equipos
forenses, señor.
—¿Usted abrió la furgoneta? —le retó Jack.
—Estamos usando la ropa protectora y no hemos entrado en ella —le
informó Amy.
—¿Tienen un traje que pueda usar?
—Por favor, señor Barnes, créame, no quiere ver el interior de la
furgoneta —declaró Amy.
—Tengo derecho a ver a mi mujer. —La fulminó con la mirada.
Amy se dio cuenta que Jack Barnes era un hombre poderoso que
estaba acostumbrado a salirse con la suya. Estaba segura que si ella le
ofrecía una frase común como “recuerde a su esposa de la forma en que
había estado cuando se despidió de ella esta mañana”, él lo descartaría sin
dudarlo, pero ella persistió.
—El patólogo tendrá que hacer una autopsia. La escena no puede
ser perturbada…
—No tengo ninguna intención de perturbar la escena del
crimen. Sólo quiero ver a mi esposa. —Siguió mirándola fijamente.
Después de un minuto lleno de mucha tensión, en la que Jack no
parpadeó, Ben entregó a Jack Barnes un traje, sombrero, guantes, zapatos
de goma y una máscara antes de ponerse una máscara por sí mismo. Él le
dio una a Amy.
Amy intentó una última advertencia.
—Oficiales experimentados se han visto afectados por la visión del
cadáver de su esposa, señor Barnes. ¿Seguro que quiere que abra esta
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puerta?
—De inmediato.
licia e Irene se detuvieron detrás de Jack.
Amy empujó del pomo y abrió la puerta.
Jack vio, con los ojos completamente abiertos por
encima de la máscara de papel blanco.
—Atrápalo, Ben —gritó Amy cuando Jack se desplomó en sus
rodillas.
cuenta. Algunas personas pensaron que era extraño, dado que tenía seis
meses de embarazo. Pensaban que un hombre querría estar con su mujer,
especialmente con el trabajo que había por hacerse y los constructores con
qué lidiar. Jodie dijo que Jack estaba en un viaje de negocios, pero se
uniría a ella más tarde.
—¿No lo hizo?
—Él vino con la suficiente rapidez después de que se le informara
que ella estaba muerta. Ya sabe cómo son las malas lenguas.
—Dígame —insistió Ben.
—Pensaban que un hombre rico, importante como Jack Barnes,
acostumbrado a salirse con la suya, quería dejar a una Jodie embarazada
en el país cerca de su familia, en algún lugar en el que ella no sería capaz
de verlo coquetear por ahí.
—El castillo Owens se supone que es un lugar para vacacionar,
¿verdad?
—¿Un lugar para vacacionar? Era un castillo, y Jack Barnes estaba
gastando mucho dinero en él.
Ben recordó a Leila hablando del comportamiento mujeriego de
Jack, pero también recordaba la expresión de angustia en el rostro de Jack
cuando vio el cuerpo de Zee. Ese dolor era real. Él apostaría su carrera en
ello.
—¿Quién informó del incendio?
—Un agricultor que vivía a dos kilómetros de distancia. Él fue a
comprobar un ternero antes de ir a la cama, vio las llamas y llamó a los
bomberos. Llegaron demasiado tarde para Jodie. Solo quedaban los muros
de piedra del lugar. Me sorprendió que encontraran su cuerpo. Jamás lo
habría reconocido como humano.
—Gracias. —Ben trató de poner fin a la llamada.
—Antes de colgar, Jack Barnes nunca reconstruyó el castillo. Estaba
asegurado. Aceptó el dinero, pero dejó las ruinas. He oído al Consejo
pedirle que limpie el terreno. No hay ninguna señal de ningún trabajo
comenzado. ¿Usted sabe algo al respecto?
—Nada.
—Si tiene sospechas sobre la muerte de Jodie Barnes podría llamar
al patólogo. El viejo Howell escribió el informe. Está retirado. De hecho, lo
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otra vez. Jodie, su primera esposa, era agradable como Zee. Ella me
llevaba al parque. —Los ojos de Mamie se llenaron de lágrimas—. También
murió. —Mamie buscó a tientas bajo la blusa—. Jodie me dio algo
“prestado”, pero no fui capaz de devolvérselo. Eres policía. Deberías
dárselo.
—No si Jodie quería que lo tengas, Mamie.
—Es de oro. —Mamie sacó un colgante de su cuello.
—Eso es precioso, Mamie. —Amy admiró el medallón en relieve
antiguo.
—Hay un secreto en el interior. Jodie me mostró. —La voz de Mamie
se alzó—. Traté de devolvérselo, pero Leila dijo que no había tiempo y Jodie
quería que yo lo tuviera y…
—No te pongas triste, Mamie. —Amy trató de distraerla—. ¿Me
puedes mostrar el secreto?
Mamie abrió el pestillo en el medallón. Se abrió y una pequeña
ecografía cayó. Mamie la recogió y la sostuvo con cuidado por los bordes.
—Es una foto de mi sobrino, tomada antes de su nacimiento —dijo
Mamie con orgullo. Su labio inferior tembló—. Sólo que no nació. Estaba
en la panza de Jodie cuando murió.
—¿Mamie, cuándo Jodie te dio esto? —Amy tomó la foto y se la
entregó a Ben.
—Cuando la vimos en Gales. —Mamie se llevó las manos sobre su
boca—. Leila me hizo prometer no decírselo nunca a nadie. Sabía que
estábamos en Gales porque leí las señalizaciones cuando pasamos por
encima del puente grande. Cuando llegamos al castillo, Jodie me dijo que
estábamos en Gales.
—¿Cuánto tiempo pasaste con Jodie, Mamie? —preguntó Ben.
—Parte de un día. Jodie nos hizo el almuerzo. Fue entonces cuando
ella me dio el medallón “prestado”. Después de que comimos, Jodie se
desmayó.
—¿Qué pasó entonces, Mamie? —preguntó Amy.
—Leila llevó a Jodie hasta el sofá y me envió al auto. Esperé mucho
tiempo. Cuando Leila salió del castillo le dije sobre el medallón. Es
entonces cuando ella dijo que Jodie quería que yo lo conserve. Intenté
decirle a Leila que Jodie solamente me lo dio “prestado”, pero Leila se
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JanLove
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